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Jonathan Ulises Moreno Escalante

El águila bicéfala y la flor de lis en la Península Ibérica.


Estrategia, suerte y destino.
Introducción.
El presente ensayo se enfoca en el ascenso de las dos diferentes casas reinantes que
asumieron el trono de la Monarquía católica durante la Edad Moderna, a saber, la
Casa de los Habsburgo y la Casa de Borbón. Ambos linajes, aunque extranjeros,
lograron posicionarse en la cúspide del poder gracias a su acceso a los tronos
peninsulares. Por las modestas dimensiones de este texto, haremos hincapié en las
brillantes estrategias que ambas dinastías idearon para jugar con la política
internacional a su favor y de manera breve sobre los sendos cambios introdujeron en
la administración de sus territorios.
Para lograr dicho cometido se recurrió a tres fuentes secundarias:
primeramente La España imperial. 1469-1716 autoría del gran hispanista Jhon Elliott
y cuyas páginas nos muestran el desarrollo de los reinos peninsulares desde el
matrimonio de los Reyes Católicos hasta el año de 1716 cuando de forma abrupta los
Borbones terminaron con la autonomía catalana. En segunda instancia se recurrió
Los Borbones en el siglo XVIII (1700-1808), un compendio coordinado por Luis
Miguel Enciso Recio y que forma parte de la colección Historia de España; en éste
podemos obtener de manera detallada el impacto de las reformas borbónicas en los
ámbitos social, económico, cultural y político de la vida española. Finalmente,
aunque perteneciente a la colección Historia Militar de España, sirve como referente
sobre las reformas administrativas emprendidas por la Casa francesa el tomo Edad
Moderna III, Los Borbones.

El régimen polisinodial de los Austrias

Durante los siglos XVI y XVII la Monarquía católica se distinguió por su sistema

político al que John Elliott ha descrito como una monarquía compuesta. Ésta era
resultado de una serie de políticas internacionales ideadas por Fernando de Aragón
desde el último cuarto del siglo XV. La apropiación de los condados del Rosellón y
la Cerdeña por los franceses en 1463 avivó la rivalidad entre Francia y la Corona de
Aragón. Tras el ascenso de los RR. CC. al trono de Castilla, era de esperarse que
Fernando indujera a Isabel a abandonar la política amigable que C astilla mantenía
con Francia desde la Guerra de los Cien Años. Por el contrario, se estrecharon
1

lazos de amistad enviando embajadores a las cortes del Sacro Imperio, Borgoña,
Portugal, Inglaterra y a los distintos Estados italianos; ofreciéndoles forjar, en
conjunto con Aragón y Castilla, una alianza en contra de un enemigo común:
Francia. El pacto fue sellado con una serie de matrimonios dinásticos: el príncipe
Juan heredero de los tronos de Castilla y Aragón casó con la archiduquesa María, la
infanta Juana con el archiduque Felipe de Habsburgo, heredero del ducado de
Borgoña, del reino de Austria y por lo tanto posible Emperador del Sacro Imperio; la
infanta Catalina contrajo nupcias con Arturo, Príncipe de Gales y heredero del trono
inglés; finalmente Isabel contrajo segundas nupcias con Manuel Rey de Portugal. 2

Desafortunadamente la muerte intervino en los planes sucesorios de los RR.


CC.: primero la de Juan, seguida del deceso de su hermana Isabel y de Miguel el hijo
de ésta, todos ellos príncipes de Asturias. Esto giró de manera imprevista las tornas
en cuanto al asunto de la sucesión, la cual recayó en la infanta Juana y en
consecuencia a su segundo hijo el Archiduque Carlos de Gante. 3 La unión de las
coronas de Castilla, Aragón, Sicilia, Nápoles y Navarra con los dominios de los
Habsburgo fue resultado de la suerte y no de un plan predeterminado. El genio
político de Fernando para arrinconar a Francia terminó poniendo la corona de las
Españas en un extranjero joven, de mandíbula prominente y que no pronunciaba
palabra alguna en castellano. Por si esto fuera poco, llego a la península rodeado de
consejeros flamencos lo qué no generó buena impresión en sus súbditos.
Pese a que las coronas de estas distintas monarquías se ceñían sobre las
cienes de un mismo soberano, la España de los Habsburgo continuaba siendo Castilla
y Aragón. Su estructura legal y política seguía siendo la misma que los Reyes
Católicos habían heredado en el último cuarto del siglo XV: un Estado plural no
unitario, formado por una serie de patrimonios separados, regidos de acuerdo a sus
1
Elliott, La España, 1986, p. 137.

2
Ibidem, p. 142.
3
Ibidem, p. 143, 152
propias y características leyes. 4 El soberano debía gobernar cada uno de sus feudos
de acuerdo a sus costumbres y prerrogativas; es decir, los reinos se regían y
gobernaban como si el monarca que poseía sus coronas fuera solo rey de cada uno de
ellos.
Para dominar este vasto patrimonio se requirió de un aceitado engranaje
burocrático que movilizara capitales humanos y monetarios para sostener la política
imperial de Carlos de Habsburgo. Ante las exigencias de las guerras sostenidas en
Europa y la ampliación del imperio en América, se emprendieron una serie de
reformas con miras a lograr la administración eficiente de estos reinos cuyo monarca,
forjado en la vieja escuela, se encontraba casi siempre en el frente de batalla 5. Entre
1522 y 1524 se modificó el Consejo de Castilla, se estableció un Consejo de Estado,
uno de Hacienda y un Consejo de Indias. Un año antes de su abdicación en 1555, el
Consejo de Aragón dejo de tener competencia en los reinos de Sicilia, Nápoles
(dominios asociados a éste) y el Ducado de Milán al crearse el Consejo de Italia. Ya
durante el reinado de Felipe II, monarca acostumbrado a batallar al frente de su
escritorio, fueron creados el Consejo de Portugal y el de Flandes y Borgoña.6
El sistema de gobierno ejercido a través de Consejos ha sido etiquetado por
la historiografía como régimen polisinodial7 y fue propio de la Monarquía católica
durante el reinado de la Casa de Austria. La misión primordial del Consejo era la
asesoría del monarca y en caso de ausencia, orientaba al regente. Además de preparar
las leyes y reales ordenes, funcionaban como centros administrativos de los
territorios a su cargo.8 Estos órganos colegiados se pueden clasificar de acuerdo a
sus funciones: los que asesoraban al soberano sobre aspectos generales del Imperio
español en su conjunto, tales como el Consejo de Estado, Hacienda y Guerra; y los
que atendían temas particulares a los dominios del Rey, en este rubro entran el
Consejo de Indias, Flandes, Portugal e Italia.9
El sistema polisinodial integrado por los consejos mencionados en el
4
Ibidem, p. 178.

5
Ibidem,p. 180
6
Ibidem.
7
Soberanes, Homenaje a…, 2008, p. 322.
8
Enciso, Los Borbones…, 1991, p. 398
9
Elliott, La España, 1986, pp.. 180, 184
párrafo anterior, además de una serie de juntas y secretarios formaban el esqueleto
político y administrativo de la, territorialmente discontinua, Monarquía católica 10.
Estos órganos colegiados vieron disminuidas sus facultades durante el reinado de
Felipe III cuando, con la intención de dar celeridad a los problemas más apremiantes,
se crearon numerosas juntas para resolverlos con prontitud o fueron atendidos
directamente por el valido, sin importar que éstos pertenecieran al área competencial
de un determinado consejo. Para superar la inoperatividad de los consejos, Felipe IV
remitía al secretario de Despacho Universal las cuestiones que requerían inmediata
atención, incluyendo las de índole militar, empoderando con ello una secretaría que
anteriormente ejercía únicamente funciones de asistencia personal.11

El cambio de dinastía.
A finales del siglo XVII en los tronos de la Monarquía católica reinaba Carlos II de
Habsburgo, quien enfermo desde niño nunca fue capaz de engendrar descendencia
aun después de dos matrimonios. Aunque desvencijado por la Guerra de los Treinta
Años y las independencias de las Países Bajos y Portugal, el imperio español poseía
el patrimonio territorial más grande del mundo.12 El previsible fin de la línea
masculina de los Habsburgo españoles atraía la atención de las cortes europeas, las
cuales especulaban sobre los posibles sucesores. El candidato más cercano era el
príncipe José Fernando de Baviera, bisnieto de Felipe IV, apoyado por el valido del
rey y cuya candidatura gozaba, sino con el apoyo, al menos con la indiferencia de
Inglaterra y las Provincias Unidas, puesto que representaba menores riesgos que una
sucesión austriaca o francesa. Enseguida se hallaba la aspiración del archiduque
Carlos de Habsburgo, quien en la península contaba con el apoyo del Almirante de
Castilla y la esposa de Carlos II. Finalmente el nieto de Luis XIV y bisnieto también
de Felipe IV, Felipe de Anjou pretendiente francés que se hallaba impedido por la
renuncia de su madre, la infanta María Teresa, a sus derechos sucesorios castellanos
10
Barrios, “Instituciones militares…”, 2014, pp. 33-34.
11
Ibid.

12
Ibid. p. 474
al contraer nupcias con el Rey Sol.13
En 1698 mediante su embajador el marqués de Harcourt, Luis XIV negoció
con las principales potencias un pacto secreto por el cual a la muerte de Carlos II, su
patrimonio sería repartido entre los tres candidatos. Como era de esperarse, a voces
corrió el secreto a los oídos del monarca castellano, quien, muy ofendido, designó
como heredero universal a su sobrino nieto José Fernando de Baviera. Sin embargo,
caprichosa como siempre, la muerte recogió al joven heredero, lo que dejo al
aspirante austriaco y francés como finales contendientes por el ansiado trono.14
Nuevamente fue de conocimiento del, ya moribundo, monarca castellano la
noticia de un nuevo pacto de partición, mediante el cual su herencia se fragmentaría
en dos partes: la primera, consistente en las posesiones peninsulares, americanas y
los Países Bajos Españoles pasarían al archiduque Carlos de Austria; la segunda,
compuesta por las posesiones italianas de la Monarquía católica y por el ducado de
Lorena pasarían a formar parte de Francia como compensación a su renuncia a sus
derechos sobre la corona española.15
Carlos II, quien, debido a la repulsión que sentía por su esposa, se había vuelto
enemigo de todo lo alemán, decidió testar a favor del Duque de Anjou, su sobrino
nieto Felipe.16 Este discurso empato con el interés de la corte madrileña por mantener
integro el imperio. Además, Luis XIV prometió que Felipe de Anjou no heredaría la
corona de Francia. Sin embargo, poco después de que Felipe V fuera debidamente
proclamado en los tronos peninsulares, el Rey Sol, interviniendo claramente en la
política española, hizo designar al hermano mayor de Felipe V como Vicario General
en los Países Bajos españoles.17
Ésta situación provocó que el Imperio, Inglaterra y las Provincias Unidas
declararan al mismo tiempo la guerra a Francia en mayo de 1702. 18 Este bando
intitulado la Gran Alianza, se nutrió posteriormente con las adhesiones de Saboya y
Portugal. El emperador Leopoldo I, propuso como monarca a su segundo hijo el
13
Elliott, La España, 1986, p.406.
14
Idem
15
Enciso, Los Borbones…, 1991, p. 474.

16
Elliott, La España..., 1986, p. 407.
17
Enciso, Los Borbones…, 1991, p. 476.
18
Elliott, La España..., 1986, p. 407.
Archiduque Carlos, argumentaba su ascendencia castellana por la vía materna y su
matrimonio con una castellana (ambas infantas no renunciaron a sus derechos
sucesorios al contraer nupcias con soberanos austriacos, lo que si habían hecho las
infantas castellanas casadas con monarcas franceses). Esta propuesta no representaba
una amenaza a los intereses comerciales de los imperios marítimos y tampoco
implicaba la concentración de las coronas del poder imperial y de la Monarquía
Católica en las sienes de un solo monarca. 19 El cauce de la Guerra de Sucesión
parecía presagiar las peores calamidades a los Borbones. Sin embargo, sin
descendencia fue sorprendido por la muerte el emperador José I en 1711. Esta
situación giro el rumbo del conflicto pues para Inglaterra implicaba revivir la figura
de Carlos I. Concentrando tanto las coronas de la Monarquía Católica como las del
Sacro Imperio en manos de un solo monarca. Francia agotada económicamente por la
guerra buscaba una salida diplomática al conflicto, lo que propició un acercamiento
entre ésta e Inglaterra. Los embajadores de ambos reyes acordaron nuevamente
fragmentar el imperio español: Nápoles, Milán y los Países Bajos Españoles le serían
entregados al ahora emperador Carlos VI como compensación; el Reino de Sicilia al
Duque de Saboya; Portugal obtuvo la colonia de Sacramento; las Provincias Unidas
vieron refrendada su soberanía frente a las amenazas francesas, mientras que la gran
triunfadora, Inglaterra obtuvo la península de Labrador y la isla de Terranova en
América, Gibraltar y Menorca en el Mediterráneo; además, el libre comercio de
esclavos con las Indias Occidentales.20

Finalmente, la gran perdedora fue la Corona Española, cuya opinión


respecto a su propio destino fue poco tomada en cuenta por las grandes potencias
europeas. El digno esfuerzo de Carlos II por mantener íntegros sus territorios, cayó
en saco roto, pues fueron botín de la rapiña de sus rivales. La Francia del Rey Sol,
cuyos rayos iluminaban toda Europa, pago un alto costo por el trono español, del
cual no pudo obtener los beneficios ambicionados y cuyas facturas habrían de inflar
las cuentas de inestabilidad social que a la postre llevaron a uno de sus miembros a la
guillotina.
19
Ibid., p. 408.
20
Enciso, Los Borbones…, 1991, p. 478.
La llegada de la Casa de Borbón al trono hispano supuso cambios
trascendentales en el aspecto institucional que incidieron en el alto gobierno. 21 Las
transformaciones iniciaron en pleno conflicto bélico por el trono hispano cuando, en
1703, por orden de Felipe V se crearon dos secretarias de Estado y del Despacho: la
primera, encargada de los asuntos de guerra y hacienda; la segunda, encargada de
todo lo demás.22 En 1721, siete años después de concluida la Guerra de Sucesión, se
habían formado cinco secretarías de Estado y del Despacho, a saber, Estado, Guerra,
Marina-Indias, Justicia y Hacienda.23 El ahora monarca absoluto de España tenía que
servirse de ciertos instrumentos de gobierno: los secretarios de despacho o ministros.
La centralización del poder respondía a la necesidad de una Administración pronta y
eficaz, la cual era imposible con el viejo sistema de consejos. 24
Los secretarios de Estado y del Despacho pasaron a formar los auténticos
brazos del monarca. Sin embargo, aunque jugaban un papel operativo
imprescindible, políticamente significación era escasa.25

Conclusiones
Resultado de este ejercicio es fácil comprender el sistema polisinodial típico de los
Austrias como un régimen que gobernaba sus territorios a través de una serie de
órganos consultivos especializados en la singular administración de cada una de sus
jurisdicciones. La Monarquía católica como una formación política plural en la que
los reinos que la conformaban conservaban sus instituciones jurídicas propias. No
obstante, el hecho de que todos estos entes giraran en torno a los intereses definidos
por el monarca, derivaba en la existencia de una misma política exterior que género
efectos de arrastre comunes en todos ellos.
La degeneración del sistema polisinodial, motivo a la política reformista
con el afán de lograr la reorganización del Estado y administración general.
Inspirados en el ágil y eficiente modelo francés, los Borbones introdujeron un
sistema de Ministros, primero como una respuesta a la guerra, después toda la

21
Barrios, “Instituciones militares…”, 2014, p. 31.
22
Ibid., p. 35.
23
Ibid., p. 36.
24
Enciso, Los Borbones…, 1991, p. 398.
25
Ibid.
administración tomaría este modelo como ejemplo. El reformismo seria finalmente
un proceso de larga duración que culminaría de manera destacada con las
transformaciones introducidas por Carlos III ya bien entrado el siglo XVII.

Bibliografía.
Elliott, J. H., La España Imperial. 1469-1716, Barcelona, Vicens Vives, 1986.
Enciso Recio, J.M., Los Borbones en el siglo XVIII (1700-1808), Madrid, Gredos,
1991, pp. 382-497.
Barrios, Feliciano “ Instituciones Militares de la administración de Corte” en Carmen
Iglesias (coord.) Edad Moderna. III. Los Borbones, Madrid, Ministerio de Defensa,
2014, (Historia Militar de España), pp. 31-45.
Soberanes Fernández, José Luis y Rosa María Martínez de Codes (coordinadores), en
Homenaje a Alberto de la Hera, México, Universidad Nacional Autónoma de
México, 2008. pp. 27- 57.

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