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Economía y educación

“La educación no es preparación para la vida; la educación es la vida en sí misma”, es una frase
célebre del filósofo estadounidense John Dewey, cuya importancia recae en la concepción que
brinda de la educación. Es decir, a la luz de la frase, aludir al término “economía de la educación”
es hablar, esencialmente, de la “economía de la vida” en sí misma. Pero, ¿qué es la economía de la
educación? Conforme lo expone Pilar Pineda, profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona,
es “la disciplina que estudia los aspectos económicos de la educación y los efectos que esta tiene
en la actividad económica a nivel de crecimiento y desarrollo” (Pineda, 2000, p. 148). Entre dichos
aspectos destacan su demanda, financiación, provisión, rentabilidad, calidad y sus costes.

Consecuente a su definición, se ha calificado al objeto de estudio de esta disciplina como doble:


por un lado, analiza el valor económico de la educación como factor de desarrollo y por otro,
analiza los aspectos económicos de los procesos educativos. Adicional a esto, tal como la mayoría
de las ramas de estudio económico, la economía de la educación tiene líneas de análisis
microeconómico y macroeconómico. En el primero, desde la perspectiva de los individuos, se
llevan a cabo investigaciones sobre las tasas de rendimiento de los diferentes niveles de
educación, así como también la contribución a la productividad mediante la cualificación de la
mano de obra (Woodhall, 1985). En el segundo, se busca calcular el aporte de la educación al
crecimiento económico y la creación de métodos para racionalizar la toma de decisiones
económicas en materia educativa (Pineda, 2000). Sorprendentemente, en ambos casos, los
resultados de las observaciones ponen en evidencia que la inversión y el gasto en educación
generan altos niveles de rentabilidad económica y social.

Dado el valor agregado que tiene esta disciplina, tanto para la economía como para la academia; la
economía de la educación puede enmarcarse dentro de las ciencias económicas y de las ciencias
pedagógicas. Sin embargo, su relevancia trasciende de lo puramente investigativo. El hecho de que
hoy en día la educación, columna vertebral del desarrollo integral de las personas y, en efecto del
progreso de la sociedad, tenga su propia línea de estudio, permite acercar a los agentes
económicos y gobernantes a la toma de decisiones y políticas óptimas y efectivas en cuanto al
tema.

La educación, pasando desde su formalización económica hasta los efectos empíricos que tiene, es
considerada, a opinión de este artículo, el cimiento para el progreso individual y colectivo de la
sociedad. No solo un progreso económico, sino también mental y emocional a nivel personal y,
cultural y científico a nivel social. No obstante, no es suficiente acceder a la educación, más
importante aún es la calidad de esta. Según un informe de BBC News Mundo, los países que
registraron mejores sistemas educativos en el 2019 fueron China, Singapur, Japón, Finlandia,
Canadá, Irlanda, Polonia y Países Bajos. Los cuales, a su vez, coinciden en los primeros lugares de
países con alto poder adquisitivo por habitante y entre los países con mayor Índice de Desarrollo
Humano, tal como lo informa el portal de noticias CNN.

En suma, el impacto de la educación en la economía, esta última concebida como un sistema


formado por personas que diariamente toman decisiones, que se ven influenciadas por las
circunstancias que los rodean, es titánico. En entrevista con el periódico Portafolio, Alistair Cox
CEO global de Hays, firma especializada en recursos humanos, aseguró que “el éxito de cualquier
economía se basa en su educación”, pues tan solo, como claro ejemplo, explicó que actualmente
en Colombia existen brechas entre la demanda de trabajo cualificado y la oferta, generando
pérdida de productividad en las empresas y una disminución en las condiciones de vida de los
trabajadores.

Intervenir en la educación, al ser esta la fuente de una vida de calidad, es hacerlo en la vida misma.
Y no se pretende apuntar solamente a una calidad de vida material, sino también a una calidad de
vida emocional, social, física y mental. Por ello, cuando los gobiernos dirigen sus políticas a la
financiación de la educación, en un largo plazo están operando directamente en la vida de las
personas. John Dewey, no se equivocó.

Desarrollo y educación

La educación es uno de los factores que más influye en el avance y progreso de personas y
sociedades. Además de proveer conocimientos, la educación enriquece la cultura, el espíritu, los
valores y todo aquello que nos caracteriza como seres humanos.

La educación es necesaria en todos los sentidos. Para alcanzar mejores niveles de bienestar social
y de crecimiento económico; para nivelar las desigualdades económicas y sociales; para propiciar
la movilidad social de las personas; para acceder a mejores niveles de empleo; para elevar las
condiciones culturales de la población; para ampliar las oportunidades de los jóvenes; para
vigorizar los valores cívicos y laicos que fortalecen las relaciones de las sociedades; para el avance
democrático y el fortalecimiento del Estado de derecho; para el impulso de la ciencia, la tecnología
y la innovación.

La educación siempre ha sido importante para el desarrollo, pero ha adquirido mayor relevancia
en el mundo de hoy que vive profundas transformaciones, motivadas en parte por el vertiginoso
avance de la ciencia y sus aplicaciones, así como por el no menos acelerado desarrollo de los
medios y las tecnologías de la información.

En las economías modernas el conocimiento se ha convertido en uno de los factores más


importantes de la producción. Las sociedades que más han avanzado en lo económico y en lo
social son las que han logrado cimentar su progreso en el conocimiento, tanto el que se transmite
con la escolarización, como el que se genera a través de la investigación. De la educación, la
ciencia y la innovación tecnológica dependen, cada vez más, la productividad y la competitividad
económicas, así como buena parte del desarrollo social y cultural de las naciones.

La experiencia mundial muestra la existencia de una estrecha correlación entre el nivel de


desarrollo de los países, en su sentido amplio, con la fortaleza de sus sistemas educativos y de
investigación científica y tecnológica. Según estudios de la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económicos (OCDE), un año adicional de escolaridad incrementa el pib per cápita de un
país entre 4 y 7%.1
Atrás quedaron los tiempos en que se consideraba a las erogaciones en educación como un gasto.
En la actualidad, el conocimiento constituye una inversión muy productiva, estratégica en lo
económico y prioritaria en lo social.

En suma, la educación contribuye a lograr sociedades más justas, productivas y equitativas. Es un


bien social que hace más libres a los seres humanos.

Conceptos fundamentales sobre el estado función privada y publica

Como parte de su seguimiento histórico, de Barbieri indica que “el núcleo duro de la distinción
entre lo público y lo privado parece encontrarse en la teoría del contrato social. Subyace a la
elaboración conceptual que cuestiona el ordenamiento feudal y posibilita la constitución de la
democracia burguesa, la aparición del individuo libre –ciudadano en quien descansa la soberanía
de la nación y del Estado moderno– (…). Así se construye la sociedad civil, como la suma de los
individuos-ciudadanos. Público y privado son las esferas en que se divide la sociedad civil. En la
primera, que fue objeto de reflexión de los contractualistas, acontecen las actividades propias de
la ciudadanía. La privada, en cambio, no es política por definición. A nivel generalizado, predomina
la representación de “lo privado” como “ámbito doméstico, espacio físico de la vivienda, de sus
alrededores y las relaciones parentales e íntimas que tienen lugar en él” (p. 110). Mientras que por
“lo público” predomina “todo aquello que transcurre fuera del hogar y las relaciones sociales no
adscritas en función del parentesco, la conyugalidad y la amistad (ibídem).

Lo público se puede definir “como el espacio de conocimiento y reflexión de la sociedad sobre sí


misma y de las propuestas y acciones colectivas que tienden a mantener o alterar el estado de
cosas vigente en la sociedad, o en sectores particulares de la misma. Se trata de un ámbito
heterogéneo, donde es posible distinguir niveles diferentes” (págs. 120-121). Para el ámbito de lo
privado, de Barbieri propone trascender la definición de lo privado: “como el locus de la
subordinación, negador de las potencialidades de las mujeres que buscan alguna expresión de
trascendencia individual o colectiva” (p. 108). Lo privado como cuestión o expresión de lo
individual, se puede manifestar en los diferentes espacios: en la casa, en la calle, en los
espectáculos”. Por ello, dentro de la corriente del feminismo la “esfera privada”: “se valoró el
hacer de las mujeres como punto de partida para transformar las relaciones desiguales y
jerárquicas”. En la “esfera pública”, “se expresaron la protesta y los proyectos de cambio o más
generales y globales de las relaciones entre los géneros” (p. 108).

La representación dominante de que el hogar es un lugar de descanso y de ocio, y no trabajo,


quedó en entredicho: “Se observó que, por el contrario, el hogar es un lugar de actividades que
requiere de tiempo y energía humana para el mantenimiento de la vida de sus integrantes” (p.
109). En cuanto a los roles de la mujer de madre, de organizadoras de la vida doméstica y familiar,
de Barbieri los define como “poderes femeninos que las mujeres emplean para contrarrestar,
resistir, oponerse al poder masculino. Y mientras las prácticas y las representaciones no cambien
radicalmente, la subordinación de las mujeres sólo logrará transformaciones no sustantivas” (p.
130).
En conclusión: “Lo público y lo privado son representaciones de la sociedad que han acompañado
el desarrollo del capitalismo y el proceso más global de la modernidad. Con base en la dicotomía
imaginaria se recrearon y organizaron los sistemas sociales y las formulaciones normativas, se
definieron espacios de competencia para las actividades económicas, políticas y culturales” (p.
128).

No obstante, para indagar más estos espacios y para poder dar cuenta de otros como esferas o
ámbitos de acción, de Barbieri define lo público y lo privado (16) como espacios de interacción en
los que se vienen produciendo diferentes normatividades. Más allá de la dicotomía de lo público y
lo privado, de Barbieri señala que en el estudio actual de los espacios vistos como ámbitos de
acción existe de hecho una mayor complejidad que trasciende la lógica binaria: “Público y privado
son ya hoy, como tantos autores han señalado y analizado, inoperantes: restringen y confunden el
conocimiento sobre las sociedades y la comprensión de sus actores. Parece entonces necesario
representar a las sociedades actuales con otros ámbitos, de manera de dar cuenta de la diversidad
en que transcurre la vida social” (p. 128).

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