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En primer lugar, la actual Constitución peruana fue promulgada en 1993, después de una
larga etapa de inestabilidad política y violencia interna. La nueva Constitución fue diseñada
con el objetivo de establecer un marco legal que garantizara la estabilidad política,
económica y social del país, y se ha demostrado que ha sido efectiva en este sentido. El
Perú ha experimentado un crecimiento económico sostenido en las últimas décadas, y ha
logrado reducir significativamente la pobreza y la desigualdad. Por lo tanto, cambiar la
Constitución podría poner en riesgo la estabilidad y el progreso que se ha logrado hasta
ahora una nueva Constitución no garantiza necesariamente una mejor situación para el país.
Un documento constitucional puede ser considerado bueno o malo dependiendo de cómo se
aplique en la práctica. Es decir, una buena Constitución no es suficiente si no se tiene un
buen sistema político y una buena administración del Estado. Por lo tanto, cambiar la
Constitución no garantiza una mejora en la calidad de vida de los ciudadanos peruanos. En
segundo lugar, cambiar la Constitución podría ser costoso y tomar mucho tiempo. Este
proceso implicaría la redacción de un nuevo documento, la realización de debates y
consultas, y la organización un referéndum para que los ciudadanos decidan si están de
acuerdo con los cambios propuestos. Además, cambiar la Constitución podría generar
desconfianza en las instituciones y en el proceso democrático, lo que podría llevar a
conflictos y a una mayor inestabilidad. Finalmente, cabe mencionar que la Constitución
peruana actual tiene un mecanismo para ser modificada: la reforma constitucional. Esto
significa que se pueden hacer cambios en la Constitución sin necesidad de reescribirla por
completo. De hecho, la Constitución peruana ha sido modificada varias veces desde su
promulgación en 1993, lo que demuestra que no es necesario cambiar todo el documento
para adaptarse a las nuevas necesidades del país.