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Así como en la época del alemanismo se advierte muy claramente que la

temática de la cultura deja de poner énfasis en lo rural para subrayar lo urbano, en la


década de los sesentas se advierte un abandono de las posiciones nacionalistas y
un prurito de sustentar un cosmopolitismo e insertar la cultura mexicana en el ámbito
internacional. Hicimos mención ya de la eclosión de la filosofía de los mexicanos.
Sus cultivadores continuaron trabajando considerablemente sobre todo en el orden
de la historia de las ideas y de la filosofía de la Historia de América. Pero al paso
fueron creciendo otras corrientes que consideraron necesario cancelar a la anterior,
el positivismo lógico y la filosofía.

De hecho, la filosofía europea no dejó nunca de cultivarse en sus variadas


corrientes sobre todo por los discípulos de Antonio Caso: Oswaldo Robles, Eduardo
García Máynez y Francisco Larroyo. El primero se inclinó hacia la escolástica y sus
relaciones con la psicología, pero no dejó de hacer aportes al pensamiento mexicano
estudiando y traduciendo Los libros del alma de Fray Alonso de la Veracruz. Dentro
de las corrientes católicas también destaca el humanista Antonio Gómez Robledo,
traductor de la Etica Nicomaquea de Aristóteles, estudioso de la filosofía griega, a las
cuales dedica varios volúmenes, del pensamiento humanista español del
Renacimiento, del cual es ejemplo su Política de Vitoria y, como internacionalista y
diplomático, aportador también al conocimiento de La idea de América. García
Máynez, primer filósofo de los valores, evoluciona hacia una Ontología formal del
Derecho y hacia la búsqueda de una axiomática jurídica que muestre la trabazón
lógica del Derecho, la relación inextricable entre las formas jurídicas y las formas
lógicas. De ahí su Introducción a la Lógica Jurídica y otras obras sobre el tema.
Larroyo, por su parte, se adhirió a un neokantismo que ya prácticamente había
desaparecido en Europa, cuyo último representante, Ernst Cassirer ya había
trascendido. García Máynez lo aplicó sobre todo a la pedagogía, pero en el nivel de
los libros de texto para la enseñanza media superior, preparatoria y normal,
circularon mucho su Lógica de la ciencia escrito en colaboración con Miguel Angel
Cevallos, sus Principios de ética social y su Ciencia de la educación. Se trataba de
textos que presentaban los conocimientos en forma ordenada y por eso tuvieron
éxito en un medio escolar que carecía de este tipo de obras. En esa década se
hicieron importantes estudios en torno al marxismo, en el sentido de que se cultivó
mucho en las aulas universitarias. Hubo varios estudios fragmentarios pero
interesaron sobre todo los libros de lógica de Eli de Gortari y el libro de Adolfo
Sánchez Vázquez, Filosofía de la praxis (1967). Sin embargo, pocos de esos
estudios filosóficos marxistas se aplicaban a la circunstancia mexicana o
latinoamericana. La excepción fue el libro de José Revueltas Ensayo sobre un
proletariado sin cabeza (1962) donde desarrollaba su idea de la "inexistencia
histórica" del Partido Comunista Mexicano, que no comprendía de ninguna manera el
sentido de la historia mexicana y por ello practicaba una política errática. Otro
enfoque importante apareció en un largo artículo del entonces marxista Víctor Flores
Olea, publicado en la Revista de Ciencias Políticas y Sociales en el año de 1965, en
él reseñaba y criticaba el libro de González Casanova diciendo que el concepto de
marginalidad era falso, que la estructura doble del México integrado y el México
marginal no se debía a que el país estuviera en dos etapas históricas distintas, sino
que era el resultado de una forma de capitalismo dependiente, caracterizado
justamente por esa dualidad. Se pronunciaba por un modelo alternativo del
capitalismo y del capitalismo dependiente, rechazando la sociedad de clases en
función de "otros modelos de desarrollo con sentido popular y humano, colectivo y no
privado".

Por su parte, Luis Villoro, Alejandro Rosi y Fernando Salmerón, antiguos


hiperiónidas, decidieron pasar a otra etapa y en 1967 publicaron el primer número de
la revista Crítica. Revista hispanoamericana de Filosofía, en cuya presentación se
rechazaba el nacionalismo filosófico procurando no confundir la auténtica
investigación filosófica con las reflexiones más o menos literarias "acerca de las
características culturales y antropológicas de nuestro país". La alusión era muy clara
a la filosofía de lo mexicano. La filosofía tampoco podía confundirse ya con los
grandes sistemas personales de metafísica, concepciones del mundo con fáciles
generalizaciones que estimulaban el diletantismo y un prurito de supuesta
originalidad. En este caso, alusión a Vasconcelos. Proponían ellos a su vez, una
filosofía dirigida a un "público internacional", que no podía ser más que una filosofía
científica: un filósofo con "una marcada tendencia a preferir explicaciones con
posibilidad de verificación que apelen a la descripción y al análisis; un intento de
aplicar procedimientos más rigurosos en la investigación...; una comprensión de la
necesidad de ligar estrechamente la reflexión filosófica al estado actual de las
ciencias, tanto exactas o naturales como históricas y sociales...".

AUNQUE LOS FILOSOFOS ESTUDIADOS EN ESTAS NUEVAS


CORRIENTES ERAN NUEVOS EN EL MEDIO MEXICANO, EL MENSAJE NO LO
ERA. LA IDEA DE QUE SOLO PODEMOS SUPERAR NUESTRO
SUBDESARROLLO ADVINIENDO A UNA CULTURA CIENTIFICA, ERA TAN VIEJO,
CUANDO MENOS, COMO GABINO BARREDA. LA UTOPIA CIENTIFICA
REFORMULADA HACIA PARECER A LAS ETAPAS ANTERIORES DEL
PENSAMIENTO MEXICANO COMO FORMAS INSUFICIENTES DE LA
MODERNIDAD, COMO CONFUSIONES IDEOLOGICAS LAMENTABLES QUE NOS
IMPEDIAN EL ACCESO AL UNIVERSALISMO.

Esto lo pedían también jóvenes críticos y literatos en relación a toda la cultura


mexicana, la cual debía transformarse para su incorporación a la universalidad. A
este grupo se le apodó "la mafia" porque en alguna medida monopolizaba las
páginas de los suplementos culturales de la ciudad, especialmente de los que
sucesivamente fundó Fernando Benítez, y que eran los de más prestigio: México en
la Cultura en el diario Novedades y La Cultura en México en las páginas centrales de
la revista Siempre. Estos jóvenes se apoyaban unos a otros y coincidían en ciertas
ideas centrales. Se trataba de Carlos Monsiváis, Juan García Ponce, José Emilio
Pacheco y Luis Guillermo Piazza en literatura y José Luis Cuevas en pintura.

El grupo se fundaba en sendas actitudes y opiniones de Rufino Tamayo y


Octavio Paz. Habiendo superado su injusta postergación y con la aureola de un total
reconocimiento. Tamayo declaraba a la Revista de la Universidad de México en 1967
que el nacionalismo había sido necesario en las décadas de la Revolución pero que
después de la Segunda Guerra Mundial

"SE HABLA CON PERSISTENCIA DE LA UNIVERSALIDAD Y PARECE QUE


TODAS LAS ACTITUDES SE ENCAMINAN HACIA ELLA. EN OTRAS PALABRAS,
SE PIENSA QUE LO JUSTO ES SER CIUDADANO DEL MUNDO Y NO DE UNA
DETERMINADA REGION AMURALLADA Y LAS NUEVAS GENERACIONES QUE
TUVIERON LA FORTUNA DE NACER DENTRO DE TODOS LOS COMPLEJOS
QUE A NOSOTROS NOS IMPIDIERON TENER UNA VISION MAS AMPLIA DE LA
REALIDAD, NOS ESTAN DANDO LA PAUTA DE LO QUE DEBE Y HA DE SER EL
MUNDO. UNIDAD. CONCURRENCIA DE TODAS PARTES EN UN SOLO
PROPOSITO. UNIVERSALIDAD".
En este terreno de la pintura la crítica no iba propiamente en contra del
muralismo, a pesar de que Cuevas se caracterizó por criticar a Diego Rivera, sino a
sus epígonos, que no habían advertido el cambio de los tiempos y por lo tanto sólo
pintaban temas repetitivos. En una entrevista, Paz declaraba a Carlos Monsiváis,
también en 1967,
QUE EL MURALISMO "POCO A POCO SE TRANSFORMO EN UNA
ESCUELA DE RETORICA PICTORICA, POPULISTA, SEUDO PATRIOTICA Y
OFICIALISTA, QUE HA CUBIERTO A LA CIUDAD DE MEXICO Y A LA PROVINCIA
DE MURALES Y ESCULTURAS VERDADERAMENTE ABOMINABLES".

Por su parte, José Emilio Pacheco procuraba separar en las obras de la


cultura mexicana sus valores intrínsecos de la dosis de nacionalismo que pudieran
contener: "¿Qué sobrevivió a la 'tempestad' de 1930? La poesía de los
'Contemporáneos', los cuadros de Rufino Tamayo... Y si quedaron muchas obras de
Orozco, algunas de Rivera y Siqueiros, y ciertos libros de Héctor Pérez Martínez y
Ermilo Abreu Gómez fue por buena pintura o buena literatura, no por nacionalista,
afrancesada o apochada".

Carlos Fuentes abona a esta perspectiva de "la mafia". En su libro La nueva


novela hispanoamericana (1969) describe cómo la corriente de la novela de la
Revolución Mexicana termina brillantemente en las obras de Yáñez y Juan Rulfo,
cuando, sobre todo el segundo, comienza a vincular los tradicionales temas
revolucionarios con un mundo mítico que los transfigura. Reconoce que el
nacionalismo fungió muy efectivamente como una forma de autoconocimiento pero
que convertido en "norma" y en norma oficial, degeneraba en una autocaricatura.

En este mismo sentido Carlos Monsiváis decía que "es tiempo ya de otras
cosas: de deshacernos de este nacionalismo de paso muerto; de darle vida a un
sentido internacional de nuestra literatura, hasta ahora reducida a un torpe collage
de imitaciones y frases hechas; de olvidarnos un poco de nuestros manuales de
historia y enterarnos ya de que el conflicto no consiste en oponer siempre un
indígena museo de antropología a una siempre hispánica afrenta a la madre, ni en
buscarle mita y mita de motivaciones al mestizaje, sino en elaborar una cultura a la
que deje de preocuparle de dónde viene y empiece a interesarle a dónde va".

¿Cuál sería entonces el nuevo sentido de la cultura? Trasladada la temática


de la novela del campo a la ciudad, se convierte en exploración lingüística, como
sucede en De perfil, la primera novela importante de José Agustín o José Trigo de
Fernando del Paso. La crítica cultural estuvo muy pendiente de lo más vanguardista
en el campo internacional; Marshall McLuhan o Herbert Marcuse o el budismo Zen. Y
en otro nivel de Elvis Presley y los Beatles o la filosofía enajenante del Pato Donald.
Este grupo se caracterizó por poner atención a las manifestaciones de la cultura
popular, probablemente por influencia de McLuhan y de Humberto Eco, es decir, se
preocupó por desentrañar el mensaje transmitido por esa cultura y el código que lo
caracterizaba. Con la ayuda de Emilio García Riera el cine mexicano de charros y
rumberas fue sometido a una feroz demolición. Se hizo el análisis de las letras de las
canciones populares, se exaltaron las tiras cómicas de la Familia Burrón o de
Chanoc donde el propio Monsiváis y Juan José Arreola aparecían como personajes.
En una palabra, la crítica de la cultura trató de elevar la meditación sobre el jazz, la
rumba, el cine, las tiras cómicas, a los niveles de la tradicional alta cultura, la filosofía
y la lingüística.

Se pensó probablemente que era una consideración de lo nacional no


nacionalista, en un marco conceptual a la altura de los tiempos y de nivel
internacional.

Sin que nadie lo advirtiera de manera expresa, a mediados de la década de


los sesenta, los intelectuales llegaron a constituir un grupo de poder, sobre todo
porque usufructuaban los medios de información, escribían en los suplementos y
revistas culturales, manejaban Radio Universidad, que era casi única en su género,
estaban insertos en las editoriales y eran protagonistas del renacimiento teatral. Pero
sobre todo, muchos eran profesores universitarios con disposición para formar la
opinión de los jóvenes profesionistas. Esta dosis de poder estaba complementada
por el crecimiento espectacular de la población en los niveles de la enseñanza
superior. La población de la Universidad Nacional llegó a crecer a principios de la
década de los setenta hasta los 300 mil alumnos, contando a los de bachillerato. No
en tan extraordinaria cantidad pero sí también de manera apreciable en el Instituto
Politécnico Nacional con nuevas instalaciones en Zacatenco, la Escuela Nacional de
Maestros y aun las universidades privadas participaron en este proceso expansivo
sin que se le sumaran todavía de manera apreciable las instituciones de provincia.
Pero en conjunto sí constituían para esa fecha cerca de un millón de alumnos.

Semidesintegrados los partidos de oposición en el sentido antedicho,


desactivado el movimiento obrero por el control gubernativo de las centrales y por el
sistema de palo y torta que ya hemos examinado, era este el momento de los grupos
de presión, y correspondió a los intelectuales, los profesionistas y los estudiantes
plantear los más álgidos problemas políticos del sexenio diazordacista. Desde los
primeros días de su gobierno el presidente Gustavo Díaz Ordaz se enfrentó a un
movimiento laboral de los médicos internos del ISSSTE. El movimiento repitió el
esquema que ya hemos visto, hubo demandas de aguinaldo y otras prestaciones,
despidos masivos, paros, solidaridad de otras instituciones de salud, formación de
una Asociación Mexicana de Médicos Residentes, AMMRI, gremio que proclamó su
independencia en relación a la central de trabajadores del Estado, FSTSE. Es decir,
por un lado demandas laborales y por otro independencia sindical. El gobierno
ejerció presiones en forma de despidos y persecución de algunas personalidades
médicas que apoyaron el movimiento. Fracasó una huelga y se reestableció la
disciplina, firmándose los contratos de trabajo con la FSTSE. El movimiento tuvo una
peculiaridad que se repitió después con consecuencias funestas: como el gobierno
no le dio una pronta solución, se prolongó desde diciembre de 1964 hasta junio de
1965. Había un adagio irónico respecto de la política que se atribuía a Ruiz Cortines:
los problemas viejos no se resuelven y los nuevos se dejan envejecer. La poca
celeridad de este gobierno en la solución de los conflictos políticos fue uno de los
factores determinantes de la crisis de 68.
Díaz Ordaz, Gustavo. Nació en 1911 en
Puebla. Realizó estudios de Derecho en la
UNAM. Fue presidente del Tribunal Supremo
de Justicia, diputado, senador, director
general de Asuntos Jurídicos y secretario de
Gobernación de 1958 a 1963. Presidente de
México de 1964 a 1970. En 1977 fue designado
embajador de México en España. Falleció en
1979.

En este mismo primer semestre de 65 se planteó otro problema con los


intelectuales. La benemérita editorial Fondo de Cultura Económica publicó la
traducción de un libro del antropólogo norteamericano Oscar Lewis titulado Los hijos
de Sánchez, que era una variante de la antropología de la pobreza, género entonces
muy en boga. Era una investigación sobre algunas familias pobres de la ciudad de
México, emigradas de Tepotzotlán.

Más que de una elaboración teórica se trataba de testimonios


minuciosamente recogidos. El gobierno consideró que el libro desprestigiaba a
México y se valió de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, que lo
consignó a la Procuraduría General de la República. Naturalmente no había ninguna
base jurídica para hacerlo y así lo dictaminó la Procuraduría. Sin embargo, Arnaldo
Orfila Reynal fue removido de su puesto como director de la editorial, la cual vendió
los derechos de edición de la obra a la Editorial Joaquín Mortiz. Por lo demás, el libro
circuló libremente, pero el mal ya estaba hecho. El Fondo de Cultura Económica
gozaba de un prestigio internacional y la remoción no sólo de Orfila sino de los
miembros de su equipo produjo una pésima impresión en los países
latinoamericanos, pues se dijo con razón que en México se perseguían las ideas. Por
su parte los intelectuales mexicanos se reagruparon y fundaron la Editorial Siglo XXI,
a la cabeza de la cual se nombró a Orfila. Esta editorial funcionaría con igual éxito,
se dedicó a publicar sobre todo libros contestatarios.

En 1966 hubo un conflicto universitario de grandes proporciones. El rector


Ignacio Chávez, que había transformado la Universidad Nacional para adaptarla a
las nuevas circunstancias, y que había salido vencedor de muchas crisis, fue vejado
junto con los directores de facultades y escuelas por un grupo de huelguistas de la
Facultad de Derecho que se apoderaron por la fuerza del edificio de la rectoría. Se
hablaba de instigación gubernativa porque, estando cerrado el plantel de Derecho de
Ciudad Universitaria, Chávez había intentado reabrirlo en uno de los antiguos
edificios del centro de la ciudad, pero no recibió el apoyo de la fuerza pública. El
rector había expulsado al grupo de huelguistas encabezado por el estudiante
Sánchez Duarte, hijo de un connotado político; después de la vejación Chávez
renunció y las autoridades siguientes levantaron las expulsiones. El triunfo de los
huelguistas con apoyos políticos sobre la personalidad intelectual y moral del doctor
Chávez hizo pensar que el gobierno no era ajeno a ello y significó un grave
quebrantamiento de la disciplina.

Apenas un año y medio después, en julio de 1968, hubo otro conflicto más
grave todavía por las proporciones que adquirió y porque tuvo lugar la víspera de la
celebración de los juegos de la XIX Olimpiada, cuya sede había ganado el gobierno
de López Mateos para México. Por primera vez este evento se realizaría en un país
de América Latina. El 26 de julio de ese año, con motivo de la conmemoración de la
Revolución Cubana, hubo algunas algaradas callejeras en las que participaron varios
estudiantes, muchos de los cuales no eran de la Universidad Nacional sino de
preparatorias privadas situadas en el centro de la ciudad, así como de las
vocacionales del Politécnico. Algunos sujetos no identificados quemaron unos
camiones y finalmente los revoltosos se refugiaron en el plantel número uno de la
Escuela Nacional Preparatoria, situado en la calle de San lldefonso. Allí, sitiados por
la policía y el ejército, la maciza puerta colonial del edificio fue derribada con un tiro
de bazuka. La Universidad alegó violación de la autonomía y los estudiantes
suspendieron labores. El rector Javier Barros Sierra encabezó una gigantesca
manifestación de protesta y el paro cundió en los más importantes centros de
enseñanza superior, el Politécnico, la Normal de Maestros y hasta en universidades
privadas como la Iberoamericana. El movimiento se prolongó porque el presidente
Díaz Ordaz no asumió ninguna medida para dar satisfacción a la protesta y en su
informe anual del primero de septiembre lanzó un severo regaño contra los
estudiantes. Estos se organizaron en un Consejo Nacional de Huelga (CNH) y
realizaron varias manifestaciones multitudinarias en el centro de la ciudad; se dijo
que alguna había reunido más de un millón de personas. También organizaron
brigadas que visitaban las fábricas y centros de trabajo para incitar a los trabajadores
a que se les unieran, lo que no ocurrió en la mayor parte de los casos. Los
profesores también organizaron una Coalición encabezada por el ingeniero Heberto
Castillo y el filósofo Eli de Gortari. José Revueltas se incorporó al Comité de Lucha
de la Facultad de Filosofía y Letras. En realidad los profesores apoyaron el
movimiento y muchos participaron en las manifestaciones. La represión no se hizo
esperar, las brigadas eran arrestadas e incluso se detenía a cualquier joven que
usara barba. En septiembre el ejército ocupó los planteles de la Universidad y del
Politécnico efectuando cientos de arrestos, incluyendo el de una directora de
facultad, que presidía un examen profesional. Pero la ocupación militar no pudo
descabezar el movimiento porque el CNH no pudo ser arrestado y continuó sus
actividades esparcido por toda la ciudad. Después de doce días el ejército desocupó
los planteles, lapso en el que la Junta de Gobierno se había negado a aceptar la
renuncia del rector, en la que éste denunciaba la ocupación ilegal. Posteriormente el
movimiento entró en su recta final porque en octubre se iniciaban los Juegos
Olímpicos. El 2 de octubre el Comité Nacional de Huelga convocó a un mitin en la
Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, en presencia de todos los enviados de la
prensa internacional que habían venido a cubrir la Olimpiada. El ejército, la policía y
una corporación especializada denominada "Batallón Olimpia" irrumpieron en la
escena y se suscitó una balacera contra uno de los edificios de ese centro
habitacional.

Aunque los estudiantes no iban armados, la balacera duró dos o tres horas y
hubo cientos de heridos y muertos, cantidad que tampoco se ha querido precisar
nunca. Asimismo se arrestó a cientos de personas; aparte de los estudiantes entre
los heridos estaba un general, algunos policías y soldados.

Después el silencio. Las actividades escolares continuaron suspendidas


hasta después de las Olimpiadas, que se iniciaron el 12 de octubre. Tras una
urgente exhortación del rector Barros Sierra, los estudiantes volvieron a las aulas.
Cientos de estudiantes y profesores permanecieron en prisión durante dos años y
medio. El movimiento había durado prácticamente de julio a noviembre de ese año.
Entre sus peculiaridades se contaba que no tenía cabeza visible, porque el CNH
tenía muchos compromisos. No estaba dirigido por los profesores aunque Castillo,
De Gortari, Revueltas -que no lo era- y otros más fueron a dar a la cárcel. Se
concretaron las demandas en un pliego petitorio muy general para que recibiera el
consenso mayoritario. Este pliego constaba de seis puntos: se pedía la dimisión del
jefe de la Policía, la supresión de cuerpos policiacos represivos como los
granaderos, la libertad de los presos políticos, entre ellos la de Demetrio Vallejo, la
supresión del artículo del Código Penal referente al delito de disolución social.

Aparte de esto había entre los estudiantes diversas tendencias ideológicas,


pero no eran mayoritarias; lo que sí era compartido por todos era la indignación y el
ímpetu de rebeldía. Algunos sindicatos de izquierda se unieron a los estudiantes
pero la mayoría del movimiento obrero organizado permaneció al margen. En cambio
los intelectuales sí lo apoyaron casi unánimemente con algunas excepciones
notables como Agustín Yáñez, secretario de Educación que permaneció mudo y
Salvador Novo, que escribió en contra.

Por su parte el gobierno se caracterizó por la lentitud en sus decisiones, lo


que hizo posible que el movimiento se prolongara desde julio hasta las Olimpiadas
en octubre, por su incapacidad general de negociación; por su adhesión a las
medidas violentas que llegaron hasta el extremo relatado cuando perdió totalmente
el control de la situación y dio el zarpazo, como había ocurrido diez años antes en el
caso de Vallejo. Cuando el movimiento se complicó, todas las fuerzas políticas
metieron la mano: presidenciables, Iglesias, embajadas, grupos paramilitares. Por su
parte, el Presidente se apoyó principalmente en el ejército, que lo sostuvo con
firmeza. Públicamente Díaz Ordaz exculpó al ejército y se declaró responsable único
de las medidas gubernativas, entre otras razones porque el Presidente es jefe nato
del ejército.

Otra característica importante del fenómeno fue que, a pesar de la enérgica


represión, la prensa publicó varias noticias adversas al gobierno.

Algunos editorialistas criticaron las acciones del Presidente, cosa que casi no
ocurría desde la época de Cárdenas; los más notables fueron Daniel Cosío Villegas,
Manuel Moreno Sánchez y Leopoldo Zea.

¿Cuál era el fondo ideológico del movimiento estudiantil? En general, el


sustentado por el pliego petitorio, pero en algunos grupos dirigentes se
transparentaba una ideología que, aunque un tanto fragmentaria y desarticulada, se
podía resumir en la tesis de que la Universidad, y en general los institutos de
enseñanza superior, debían transformarse en barricadas o baluartes desde los
cuales se provocaría el incendio de la revolución social. El CNH declaraba: "El
conflicto estudiantil se debe a que el estudiantado, en estos momentos, es la
conciencia más activa del país y, en esta conciencia repercuten todos los males que
aquejan al cuerpo de la nación". Vanguardia de conciencia, vanguardia política que
lo mismo se preocupaba por la violación de la autonomía, el injusto reparto de la
riqueza o por la existencia de presos políticos. Sin embargo al propio tiempo el
movimiento no fue seguido por no encontrar eco en el movimiento obrero o porque
su lenguaje, lleno de términos como lucha de clases, bienes de producción en
manos de la burguesía y "otras madres", como declaró un estudiante, no era
comprendido por la ciudadanía. Los dividían también dos ideas acerca del
procedimiento: unos discutían los lineamientos maoístas y stalinistas y otros se
preocupaban por cosas más prácticas como la organización de brigadas y
manifestaciones. Tenían inspiraciones también en la Revolución Cubana, lo cual fue
aprovechado por el gobierno para acusarlos de extranjerizantes y de no respetar ni
los héroes ni los símbolos patrios. De esta manera, el gobierno manipulaba un
nacionalismo que ya era motejado de oficialista.

Por su parte, el gobierno se planteó la cuestión de hasta dónde llegaba la


autonomía universitaria; este problema era parcial porque no era sólo un movimiento
de la Universidad Nacional. Sin embargo, se preguntó si la autonomía implicaba un
estar fuera de las leyes nacionales. En su informe del primero de septiembre el
Presidente admitió que los estudiantes y los profesores tenían derecho a participar
en política pero que "la Universidad en cuanto institución, no puede participar en
política militante, partidista o de grupo". No tuvo inconveniente en afirmar que el
Estado mexicano podía y debía velar por la autonomía universitaria, pero que
cuando los estudiantes se dedicaban a violar sistemáticamente el orden jurídico, la
obligación del Estado radicaba en defenderlo.

"EL ORDEN JURIDICO GENERAL DEL QUE LA AUTONOMIA


UNIVERSITARIA NO ES MAS QUE UNA PARTE, ES EL QUE PROPICIA EL
TRABAJO, LA CREACION DE RIQUEZAS PARA SOSTENER UNIVERSIDADES,
POLITECNICOS, ESCUELAS NORMALES, DÉ AGRICULTURA, EL QUE AMPARA
LAS LIBERTADES PORQUE EN LA ANARQUIA NADIE ES LIBRE. EL ORDEN
JURIDICO NO ES UNA SIMPLE TEORIA, NI UN CAPRICHO, ES UNA NECESIDAD
COLECTIVA VITAL; SIN EL NO PUEDE EXISTIR UNA SOCIEDAD ORGANIZADA".

Díaz Ordaz invocó los artículos constitucionales que facultan al presidente


para disponer de las fuerzas armadas. Culpó a la filosofía y a la politología de
caminar rezagadas respecto a la ciencia y a la tecnología y de no explicar los
modernos "porqués" a los Jóvenes.

RECONOCIO QUE LOS JOVENES PODIAN PROPONERSE CAMBIAR LA


SOCIEDAD, PERO QUE NADA SE GANABA CON REBELARSE ALOCADAMENTE
Y QUE "NO ES SIN ESTUDIO, SIN PREPARACION, SIN DISCIPLINA, SIN
IDEALES Y MENOS CON DESORDENES O VIOLENCIA" COMO IBAN A
MEJORAR EL MUNDO.
EI ingeniero Heberto Castillo le contestó reiterando la misión social y política
del estudiantado:

"NO COINCIDIMOS CON USTED EN LA IDEA DE QUE LOS MOVIMIENTOS


ESTUDIANTILES DE NUESTRO TIEMPO PORTEN SOLO BANDERAS
ESCOLARES. LOS CENTROS DE EDUCACION SUPERIOR NO PUEDEN,
AUNQUE QUISIERAN HACERLO, VIVIR AISLADOS DE LOS PROBLEMAS
POLITICOS, ECONOMICOS, SOCIALES DE NUESTRO TIEMPO... LO QUE
OCURRE ES QUE LOS ESTUDIANTES SON, EN MEXICO Y EN OTROS PAISES
DEL MUNDO, LAS CAJAS RECEPTORAS MAS SENSIBLES A LOS PROBLEMAS
FUNDAMENTALES DE NUESTRO TIEMPO. EN ESTE MUNDO, LOS INTERESES
ECONOMICOS HACEN QUE LOS HOMBRES PIERDAN SENSIBILIDAD EN LA
MEDIDA EN QUE CRECEN DICHOS INTERESES..."

La posición de Revueltas estaba en la misma línea. Aunque él había insistido


e insistiría en la creación de un partido auténtico de la clase obrera comprendió que
las represiones del 58 habían mediatizado a esa clase, pero que la historia

"CAMINO, DIGAMOS POR DEBAJO DE LOS ACONTECIMIENTOS, HASTA


HACER ESTALLAR ESTE SENTIDO DE LA INDEPENDENCIA EN EL SENO DE LA
PEQUEÑA BURGUESIA INTELECTUAL QUE SON LOS ESTUDIANTES. FUERON
LOS ESTUDIANTES LOS QUE REPRESENTABAN A ESA CORRIENTE
PROLETARIA QUE HABIA SIDO POSTERGADA POR LA REPRESION".
RECONOCIA QUE EL PUEBLO SOSTENIA A LOS CENTROS DE ENSEÑANZA,
PERO QUE POR ESO MISMO LA DEDICACION A LA CULTURA NO PUEDE
TENER OTRO SENTIDO, "NINGUNA OTRA RAZON DE SER QUE LA DE ESTE
COLOCAR AL HOMBRE, AL SER HUMANO VIVO, TANGIBLE Y SUFRIENTE, EN
EL CENTRO DE TODAS LAS PREOCUPACIONES".

Quedaba claro que si bien las autoridades del país aceptaban la crítica
estudiantil, la querían dentro de los lineamientos políticos del Estado, mientras que,
en un momento dado, esa crítica impugnaba las bases mismas de la política
nacional y pasaba de meras formas de conciencia y de expresión, al terreno de los
hechos. Los críticos del movimiento decían que se trataba de una imitación del mayo
parisiense de ese mismo año. Pero ya hemos visto por qué, sometidas las
corporaciones laborales, sólo los grupos de presión podían encarnar la rebeldía
nacional, y de qué manera esta rebeldía correspondió al desarrollo de los ambientes
académicos y al creciente poder de los profesionistas. A pesar de las fuertes críticas
del exterior las Olimpiadas se realizaron puntual y brillantemente, pero se podía
advertir un trasfondo de malestar porque el encuentro había sido posible pagando el
precio de la matanza juvenil. Esto demeritó por completo la imagen pública de Díaz
Ordaz, a pesar de que otros renglones de su gobierno tenía signo positivo. Ya no le
fue posible efectuar una conversión semejante a la de López Mateos y quedo
marcado hasta el fin de sus días.

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