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En este mismo sentido Carlos Monsiváis decía que "es tiempo ya de otras
cosas: de deshacernos de este nacionalismo de paso muerto; de darle vida a un
sentido internacional de nuestra literatura, hasta ahora reducida a un torpe collage
de imitaciones y frases hechas; de olvidarnos un poco de nuestros manuales de
historia y enterarnos ya de que el conflicto no consiste en oponer siempre un
indígena museo de antropología a una siempre hispánica afrenta a la madre, ni en
buscarle mita y mita de motivaciones al mestizaje, sino en elaborar una cultura a la
que deje de preocuparle de dónde viene y empiece a interesarle a dónde va".
Apenas un año y medio después, en julio de 1968, hubo otro conflicto más
grave todavía por las proporciones que adquirió y porque tuvo lugar la víspera de la
celebración de los juegos de la XIX Olimpiada, cuya sede había ganado el gobierno
de López Mateos para México. Por primera vez este evento se realizaría en un país
de América Latina. El 26 de julio de ese año, con motivo de la conmemoración de la
Revolución Cubana, hubo algunas algaradas callejeras en las que participaron varios
estudiantes, muchos de los cuales no eran de la Universidad Nacional sino de
preparatorias privadas situadas en el centro de la ciudad, así como de las
vocacionales del Politécnico. Algunos sujetos no identificados quemaron unos
camiones y finalmente los revoltosos se refugiaron en el plantel número uno de la
Escuela Nacional Preparatoria, situado en la calle de San lldefonso. Allí, sitiados por
la policía y el ejército, la maciza puerta colonial del edificio fue derribada con un tiro
de bazuka. La Universidad alegó violación de la autonomía y los estudiantes
suspendieron labores. El rector Javier Barros Sierra encabezó una gigantesca
manifestación de protesta y el paro cundió en los más importantes centros de
enseñanza superior, el Politécnico, la Normal de Maestros y hasta en universidades
privadas como la Iberoamericana. El movimiento se prolongó porque el presidente
Díaz Ordaz no asumió ninguna medida para dar satisfacción a la protesta y en su
informe anual del primero de septiembre lanzó un severo regaño contra los
estudiantes. Estos se organizaron en un Consejo Nacional de Huelga (CNH) y
realizaron varias manifestaciones multitudinarias en el centro de la ciudad; se dijo
que alguna había reunido más de un millón de personas. También organizaron
brigadas que visitaban las fábricas y centros de trabajo para incitar a los trabajadores
a que se les unieran, lo que no ocurrió en la mayor parte de los casos. Los
profesores también organizaron una Coalición encabezada por el ingeniero Heberto
Castillo y el filósofo Eli de Gortari. José Revueltas se incorporó al Comité de Lucha
de la Facultad de Filosofía y Letras. En realidad los profesores apoyaron el
movimiento y muchos participaron en las manifestaciones. La represión no se hizo
esperar, las brigadas eran arrestadas e incluso se detenía a cualquier joven que
usara barba. En septiembre el ejército ocupó los planteles de la Universidad y del
Politécnico efectuando cientos de arrestos, incluyendo el de una directora de
facultad, que presidía un examen profesional. Pero la ocupación militar no pudo
descabezar el movimiento porque el CNH no pudo ser arrestado y continuó sus
actividades esparcido por toda la ciudad. Después de doce días el ejército desocupó
los planteles, lapso en el que la Junta de Gobierno se había negado a aceptar la
renuncia del rector, en la que éste denunciaba la ocupación ilegal. Posteriormente el
movimiento entró en su recta final porque en octubre se iniciaban los Juegos
Olímpicos. El 2 de octubre el Comité Nacional de Huelga convocó a un mitin en la
Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, en presencia de todos los enviados de la
prensa internacional que habían venido a cubrir la Olimpiada. El ejército, la policía y
una corporación especializada denominada "Batallón Olimpia" irrumpieron en la
escena y se suscitó una balacera contra uno de los edificios de ese centro
habitacional.
Aunque los estudiantes no iban armados, la balacera duró dos o tres horas y
hubo cientos de heridos y muertos, cantidad que tampoco se ha querido precisar
nunca. Asimismo se arrestó a cientos de personas; aparte de los estudiantes entre
los heridos estaba un general, algunos policías y soldados.
Algunos editorialistas criticaron las acciones del Presidente, cosa que casi no
ocurría desde la época de Cárdenas; los más notables fueron Daniel Cosío Villegas,
Manuel Moreno Sánchez y Leopoldo Zea.
Quedaba claro que si bien las autoridades del país aceptaban la crítica
estudiantil, la querían dentro de los lineamientos políticos del Estado, mientras que,
en un momento dado, esa crítica impugnaba las bases mismas de la política
nacional y pasaba de meras formas de conciencia y de expresión, al terreno de los
hechos. Los críticos del movimiento decían que se trataba de una imitación del mayo
parisiense de ese mismo año. Pero ya hemos visto por qué, sometidas las
corporaciones laborales, sólo los grupos de presión podían encarnar la rebeldía
nacional, y de qué manera esta rebeldía correspondió al desarrollo de los ambientes
académicos y al creciente poder de los profesionistas. A pesar de las fuertes críticas
del exterior las Olimpiadas se realizaron puntual y brillantemente, pero se podía
advertir un trasfondo de malestar porque el encuentro había sido posible pagando el
precio de la matanza juvenil. Esto demeritó por completo la imagen pública de Díaz
Ordaz, a pesar de que otros renglones de su gobierno tenía signo positivo. Ya no le
fue posible efectuar una conversión semejante a la de López Mateos y quedo
marcado hasta el fin de sus días.