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TEMA 10: ACTOS DE INVESTIGACIÓN

1. Concepto y finalidad de los actos de investigación. 2. Declaraciones del investigado. 3.


Declaraciones de testigos. 4. El agente encubierto. 5. Determinación e identificación del
investigado. 6. Actos de investigación periciales. 7. La videovigilancia. 8. Circulación y
entrega vigilada de drogas y otros efectos. 9. Los documentos: su tratamiento en el proceso
penal.

1. CONCEPTO Y FINALIDAD DE LOS ACTOS DE INVESTIGACIÓN. SU CLASIFICACIÓN

1.1. CONCEPTO Y CARACTERES

La denominación de actos de investigación (instructorios o diligencias sumariales), acoge una


suma de actuaciones dirigidas a la averiguación del hecho delictivo y su autoría. Son actos que
tienen por objeto la introducción en el proceso del hecho o hechos penalmente ilícitos y la
determinación del presunto autor o, contrariamente, evidenciar la inexistencia de elementos
suficientes sobre los que sostener la imputación delictiva. En definitiva, son actos cuya
realización tiene lugar durante la fase de instrucción.

Se distinguen de los actos de prueba por la finalidad y función a la que se sirven en el proceso,
y el valor o eficacia de la que, en consecuencia, gozan, además del momento procesal en el
que se realizan durante el desarrollo del juicio oral. Distinguir en términos de disyuntiva entre
actos de investigación y de prueba, en el estado actual del proceso penal español, resulta
ineficaz y poco realista.

Los caracteres propios de los actos de investigación son:

1. El acto de investigación persigue descubrir o tomar conocimiento de hechos que se


afirman delictivos mientras el acto de prueba se dirige a constatar o evidenciar la
existencia y veracidad de aquellos.
2. Los actos de investigación permiten la obtención de elementos o fuentes de prueba sobre
las que fundamentar la imputación y, en consecuencia, sirven de base para la adopción de
las resoluciones precisas para el avance del procedimiento o su finalización, mediante la
decisión de sobreseimiento.
3. Los actos de investigación tienen lugar durante la fase de instrucción, la práctica del acto
de investigación corresponda a la Policía Judicial, el Ministerio Fiscal o el Juez de la
instrucción. Evidencia la inexistencia de elementos.
4. Los actos de investigación, generalmente, son practicados a instancia de las partes
acusadoras; no en vano, el art. 277.5 LECrim faculta a estas para solicitar la práctica de las
diligencias o actos instructorios necesarios para la averiguación del hecho delictivo y, de
acuerdo con lo dispuesto por los arts. 299 y 302 LECrim, también el sujeto sometido a
investigación puede interesar la práctica de aquellas que sirvan a su defensa.

Distinción entre la investigación y la prueba:

1) El acto de investigación persigue descubrir hechos delictivos mientras que la prueba


pretende evidenciar la existencia y veracidad de aquellos.
2) Los actos de prueba tienen a lograr la convicción del juzgador y son por tanto los únicos
que pueden fundamentar la sentencia, por el contrario, los actos de investigación
permiten obtener fuentes de prueba sobre las que fundamentar la acusación o
imputación.
3) Por lo general los actos de investigación tienen lugar durante la fase de instrucción y los
actos de prueba en el juicio oral, salvo las excepciones que acabamos de ver.

1.2. CLASES DE ACTOS DE INVESTIGACIÓN

La suma de actos de investigación que acoge la LECrim admite diferentes clasificaciones de las
que cabe destacar las que resultan de la atención a un doble criterio:

De un lado, cabe distinguir entre:

1. Actos de investigación que implican la limitación de la esfera de ejercicio de uno


derechos reconocidos como fundamentales de la persona, en cuyo acuerdo y práctica
resulta inexcusable observar escrupulosamente las exigencias derivadas del principio de
proporcionalidad o, si se prefiere, los presupuestos y requisitos constitucionales de los que
depende su legitimidad y validez o eficacia. (Las medidas de investigación limitativas de los
derechos reconocidos en el art. 18 CE, son buena muestra de este tipo de actos o
diligencias investigación).
2. Actos de investigación que no alcanzan a limitar derechos fundamentales , lo que no
exime de la necesidad de observar los presupuestos y requisitos legales a los que ha de
ajustarse su adopción y consiguiente práctica. (v.gr., la declaración testifical y los informes
periciales).

De otro lado, es posible la distinción entre:

1. Actos de investigación ordenados a la búsqueda y adquisición de fuentes y elementos de


prueba. En esta categoría se incluyen, entre otras, las diligencias de investigación previstas
en el Título VIII (Libro II) de la LECrim y, en particular, la entrada y registro en domicilio o
lugar cerrado, la intervención de las comunicaciones personales (postales y telegráficas,
telefónicas y telemáticas, las mantenidas entre presentes de forma directa...), el uso de
dispositivos de seguimiento y geolocalización o su empleo para la captación de imágenes,
el acceso a dispositivos de almacenamiento masivo de información o el registro remoto de
equipos o sistemas informáticos, actos todos, a cuyo estudio será dedicada la lección
siguiente.
2. Actos de investigación que, por sí solos, proporcionan la fuente probatoria , como es el
caso de las declaraciones testificales o la prestada por el propio encausado, los informes
periciales, la inspección ocular, la determinación e identificación del investigado, y otras
muchas de las legalmente previstas, conforme revelará su estudio en la presente lección.

2. LAS DECLARACIONES DEL INVESTIGADO EN LA INSTRUCCIÓN

2.1. NATURALEZA Y FINALIDAD DEL INTERROGATORIO O DECLARACIÓN DEL SUJETO


INVESTIGADO

La declaración o declaraciones que durante la instrucción combinan la propia de todo acto de


investigación con la que le corresponde como auténtico acto de defensa. Se concibe como un
acto de naturaleza mixta, en la medida en que sirve a la averiguación del hecho delictivo
proporcionando al juzgador información relacionada con su comisión, al tiempo que brinda al
sujeto que la presta una clara oportunidad defensiva.
Así, el interrogatorio del inculpado viene en la norma procesal configurado, de un lado, como
acto o diligencia al servicio de la investigación delictiva. Su regulación, contenida en los arts.
385 a 409 LECrim de la vigente LECrim: es acto que se desarrolla para “la averiguación de los
hechos delictivos” mediante la formulación de preguntas dirigidas a tomar conocimiento de los
mismos y de “la participación que en ellos haya tenido” el investigado, quien podrá ser
preguntado sobre “procedencia de objetos, su destino, y la razón de haberse encontrado en su
poder” (389 LECrim), siendo expresión máxima de este carácter claramente indagatorio la
“confesión” del presunto autor del delito, regulada en el art. 409 LECrim.

De otro lado, la declaración del investigado se revela un claro acto de defensa que en el acto
de prestarla pueda dar respuesta, en el sentido que desee, a cuantas preguntas le sean
formuladas acerca del delito y sus circunstancias, brinda al inculpado una magnífica
oportunidad de ejercitar su propia defensa que se desprende de lo dispuesto por el art. 396
LECrim, según el cual, puede el sometido a interrogatorio o declaración “manifestar cuanto
tenga por conveniente para su exculpación o para la explicación de los hechos” sea negando
estos o su participación en ellos, sea dando una versión distinta de los mismos, aun no
ajustada a la verdad de lo acaecido, cuando no reconociendo la veracidad del hecho y su
autoría e, incluso, asumiendo ante el juzgador la calificación jurídica y la pena que, en su
virtud, se solicite.

Ha de entenderse toda norma o previsión relativa a este acto de declaración o interrogatorio


del sometido a investigación, de manera que, aun cuando cosa distinta pueda sugerir su
dictado, el contenido de dicho precepto habrá de interpretarse en sentido favorable al más
amplio ejercicio de la defensa.

La misma pauta ha de seguirse de cara a resolver la duda que, en particular, plantean los arts.
388 y 389 LECrim, de los que parece desprenderse como primera finalidad del interrogatorio,
la indicación de las señas personales, familiares y profesionales del inculpado, junto a la
determinación de las circunstancias relativas al hecho investigado, cual es la duda acerca de si,
al prestar declaración, queda el sometido a investigación obligado a proporcionar al Tribunal la
información que se le requiera en relación con su persona.

Según el art. 118 LECrim, dar a conocer al sometido a investigación, de forma inmediata, tanto
la existencia y contenido de la imputación, cuanto los derechos que le asisten y que, desde ese
instante, puede ejercitar como instrumentales a la efectividad del más amplio derecho de
defensa.

2.2. LA DECLARACIÓN DEL INVESTIGADO, PERSONA JURÍDICA (NO IMP)

Si la imputación se hace recaer sobre persona jurídica, la declaración que ha de recibírsele no


puede sino ser prestada por persona física, en particular, y según prevé el art. 409 bis LECrim,
el representante especialmente designado por esta asistido de abogado defensor. A esta
declaración será de aplicación lo dispuesto en relación con la prestada por el investigado
persona física, salvo en aquello que resulte incompatible con su propia naturaleza, el
interrogatorio al que se somete la persona jurídica se desarrolla en las mismas condiciones en
las que tiene lugar con aquella; ambas declaran en calidad de sujeto imputado, investidos,
pues, de los derechos inherentes a esa condición y, en particular, del derecho a recibir
información precisa acerca de la imputación que pesa en su contra, y los derechos a guardar
silencio y no confesar su propia culpabilidad, como clara manifestación de un más amplio
derecho de defensa. El representante de la persona jurídica investigada puede acogerse a este
fundamental derecho (art. 409 bis LECrim). Es más, la norma crea la ficción jurídica de
entender, en caso de incomparecencia de este representante (persona física) al acto de la
declaración, que la persona jurídica se acoge a su derecho a no declarar, dando por celebrado
dicho acto (vid. Art. 409 bis II LECrim).

2.3. REQUISITOS DEL INTERROGATORIO

El sujeto pasivo del proceso tiene derecho a conocer el cuadro de derechos que a este asiste
particularmente en el momento de prestar declaración ante las autoridades:

1) Tiempo

En la medida en que, más que acto de investigación, resulta un claro acto o manifestación de
ejercicio de la defensa, el juez de instrucción ha de recibir “inmediatamente” declaración al
sujeto investigado, cuando este se la pida y tantas veces lo haga (art. 400 LECrim).

A la vista de la finalidad que persigue, fácilmente se entiende que el legislador individualice la


primera declaración que presta el investigado y que regula en los arts. 385 a 388 LECrim, a la
que se refiere como “indagatoria”, declaración que impone celebrar, si el sujeto se encuentra
detenido, dentro de las primeras 24 horas a contar desde el inicio de la medida cautelar aun
cuando, con esa misma inmediatez, y por las mismas razones ha de entenderse que debe
recibirse del investigado no sujeto a detención o medida cautelar alguna.

En cualquier caso, es plazo que en absoluto ha de agotarse si no acortarse al máximo, tal y


como permite entender el art. 775 LECrim, al ordenar al juez de instrucción interrogar sin
retardo al investigado en su primera comparecencia. Es más, este interrogatorio viene
configurado en la norma como requisito inexcusable para formular acusación y posibilitar la
apertura de juicio oral contra persona determinada, que de ese modo habrá podido obtener
información precisa acerca de los hechos que se le imputan y frente a los que ha de plantear
defensa.

Con posterioridad a esta primera, y en cualquier momento en que lo estime oportuno, tal y
como prevé el art. 385 LECrim, puede el juez de la instrucción “hacer que los procesados
presten cuantas declaraciones considere convenientes” y de igual modo puede este interesar
prestarla ante el juez, que viene obligado a recibirla sin dilación alguna (vid. Art. 400 LECrim).

2) Forma

El legislador resulta especialmente cauteloso al asegurar que la declaración sea prestada y


recibida con todas las garantías, no en vano, al tiempo que impone el escrupuloso respeto de
los derechos de los que puede valerse el investigado en el momento en que la vierte, exige la
observancia de una suma de requisitos de forma a la que debe ajustarse su práctica.

Los requisitos que se deben respetar durante la práctica del interrogatorio son:

1) Necesidad de que el mismo se lleve a cabo en el idioma en que el declarante comprenda, a


cuyo efecto se designará interprete si fuese necesario (art. 398 LECrim).
2) La regla general es que se lleve a cabo de manera oral, través de la formulación de
preguntas que han de recibir respuesta espontánea del interrogado expresada, como
regla, in voce.
3) Excepcionalmente puede el juez autorizar que el investigado redacte a su presencia
contestación escrita sobre puntos concretos difíciles de explicar, así como puede requerirle
que consulte apuntes sobre información compleja no fácil de recordar.
4) Con carácter excepcional, siempre y cuando concurran circunstancias graves de seguridad
u orden público, así como los casos en que la declaración del investigado pueda resultar
gravosa o perjudicial para el mismo, que se pueda llevar a cabo a través de sistemas de
videoconferencia.
5) También se preocupa la LECrim de asegurar que la declaración del investigado sea
prestada con absoluta libertad, sin que la misma se produzca mediante presión, coacción o
el ejercicio de métodos violentos.
6) Las preguntas deben ser directas y no capciosas o sugestivas (que llevan incluida la
respuesta en su formulación) (art. 389 LECrim).
7) También contempla que en los supuestos en que el investigado muestre cansancio o fatiga
se acuerde la suspensión de la declaración reanudándose la misma una vez que el
investigado se encuentre en condiciones óptimas de prestar la declaración.

3. LAS DECLARACIONES TESTIFICALES

Con el claro fin de averiguación de los hechos, determinación de las personas responsables y la
ordenación de otras diligencias al servicio de ese mismo fin indagatorio, regulan los arts. 420 a
450 LECrim las declaraciones que, durante la fase de instrucción, prestan los testigos, bien
directos, bien indirectos o de referencia.

3.1. CONCEPTO Y ESTATUTO JURÍDICO DEL TESTIGO

1) CONCEPTO

El testigo es la persona física ajena al hecho delictivo y que, de forma directa o indirecta,
conoce de este y acude al proceso para hacer llegar al juzgador información relativa al
mismo. Presta, pues, una declaración de conocimiento acerca de los hechos objeto de
investigación o enjuiciamiento, en calidad de “tercero”.

El testigo puede entenderse DIRECTO si, efectivamente, toma conocimiento del hecho
delictivo por haberlo presenciado o INDIRECTO o “de referencia” si conoce del hecho a través
de una persona interpuesta, es decir, en virtud de la información que le traslada otro u otros
testigos, directos o también de referencia.

Ante esta singularidad, los REQUISITOS DE ADMISIBILIDAD del testimonio de referencia viene
sujeto a una suma de exigencias que la Jurisprudencia se ha encargado de explicitar, y que
pueden resumirse como sigue:

1) Puede recibirse declaración al testigo indirecto siempre que sea conocido el testigo
directo, el art. 710 LEC impone al de referencia el deber de precisar el origen de su
conocimiento, con indicación de la identidad o señas con las que pueda ser conocido aquel
que presenció o supo indirectamente del hecho y le transmitió la información.
2) Conocido el testigo directo, debe el Estado activar medidas tendentes a su localización, y
solo si agota todas las posibilidades de hacerlo, sin lograr su hallazgo, podría cursar
citación para recibir declaración al indirecto.
3) Cabe, en consecuencia, recibir declaración al testigo de indirecto si no comparece el
testigo directo; si lo hace, esto es, comparece y presta declaración, el testimonio prestado
por el indirecto únicamente servirá para constatar, en su caso, la veracidad del prestado
por este otro directo.
4) Si no se conoce o revela la identidad del testigo presencial del hecho que lo da a conocer
al de referencia, no puede el juzgador recibir esta testifical indirecta.

Esta circunstancia es la que impide que pueda prestar declaración, en calidad de testigo de
referencia, todo sujeto que reciba información de un testigo directo anónimo ni, en particular,
puede hacerlo el órgano policial que se sirve de un confidente para obtener la información
sobre la que declara, si desconoce la identidad de su informante o no accede a su revelación y,
en consecuencia, permanece oculta.

Además, y dado que la vigente Ley de Enjuiciamiento Criminal no abre espacio distinto a su
intervención ni arbitra un régimen específico al que ajustar su declaración, puede intervenir en
el proceso, en calidad de testigo, el ofendido y/o perjudicado por el delito se halle o no
personado como acusación particular.

La capacidad para ser testigo no viene sujeta a especial limitación y toda persona, con
independencia de su edad, nacionalidad y otras circunstancias puede, en principio, ser testigo,
a no ser que, en la denominación del legislador, resulte “incapaz física o psíquicamente”. (Art.
417.3 LECrim).

2) ESTATUTO JURÍDICO DEL TESTIGO

La regulación del que pueda entenderse como estatuto jurídico del testigo gira en torno a la
obligación de testificar que, según afirma el art. 410 LECrim, tiene toda persona que presencie
o conozca de la comisión de un hecho delictivo.

 Obligación de comparecer

Es obligación del testigo, según claramente dispone el art. 410 LECrim, concurrir al
llamamiento judicial para declarar cuanto sepan sobre lo que les sea preguntado, tras ser
debidamente citado. Toda persona sea nacional o extranjera que no se halle impedida, y
excepción hecha de las que menciona en el subsiguiente art. 411 LECrim, ha de acudir al
llamamiento judicial pudiendo, de no hacerlo voluntariamente, ser conducido ante dicha
Autoridad por la fuerza pública e incurrir en responsabilidad penal, por razón de la comisión
del delito de obstrucción a la Justicia tipificado en el art. 463.1 LECrim.

El propio legislador, sin embargo, exime de esta obligación a los sujetos a los que se refieren
los arts. 411 y 412 LECrim.

Así, no está obligado a comparecer el Rey, la Reina y sus respectivos consortes, el príncipe o
princesa heredera, y Regentes del Reino; los Agentes Diplomáticos acreditados en España y el
personal previsto en los tratados (con inclusión de sus familiares); y, el resto de personas de la
Familia Real, que habrán de declarar por escrito si optan por no comparecer. La exención de
este deber de comparecer se extiende a las altas Autoridades del Estado (Presidente y demás
miembros del Gobierno, los Presidentes del Congreso y del Senado, del Tribunal
Constitucional, del Tribunal Supremo y del CGPJ, y el Fiscal General del Estado) únicamente
cuando su declaración deba versar sobre hechos de los que hayan tenido conocimiento por
razón de su cargo y en el ejercicio de sus funciones, pudiendo hacerlo por escrito.

 Obligación de declarar

El testigo obligación de declarar “todo cuanto supieren sobre lo que les fuere preguntado”,
obligación cuyo incumplimiento lleva aparejado la imposición de un doble tipo de sanción, la
de carácter económico consistente en la imposición de la multa a la que se refiere el art. 420
LECrim, y la de otro orden y gran calado que representa la posible atribución de
responsabilidad penal como autor de un delito de desobediencia grave a la autoridad.

No están obligados a declarar “los incapaces que pueden, sin embargo, hacerlo si es su
voluntad; será el juzgador, al igual que lo hace con la declaración que prestan el resto de
testigos, el que otorgue a ese testimonio el valor que, según su sano juicio, corresponda.

El art. 416 LECrim prevé la posible exención de la obligación de declarar a ciertos parientes del
sujeto pasivo del proceso. La dispensa alcanza a personas ligadas por matrimonio o relación de
hecho análoga a la matrimonial, ascendientes, descendientes y hermanos consanguíneos y
uterinos y a los parientes colaterales consanguíneos hasta el segundo grado civil. Se cuestiona
que pueda acogerse a esta exención el familiar que, aun estando incluido entre los posibles
favorecidos, sea quien precisamente haya instado la persecución del delito a través de la
formulación de denuncia o querella, cuando, no es obligación para este sino simple facultad o
derecho, hacerlo.

Asimismo, y ante la eventual negativa del testigo-familiar a prestar declaración en el acto del
juicio oral sirviéndose en ese acto de la exención a la obligación de hacerlo, se plantea la duda
acerca de si puede hacerse uso de las manifestaciones realizadas durante la fase de instrucción
tras renunciar a ese beneficio.

De igual modo, y de acuerdo con lo dispuesto en el arts. 416.2 LECrim, exentos de esta
obligación están quienes vengan sujetos a la de guardar secreto profesional. Los abogados no
pueden ser llamados a comparecer y prestar declaración en relación con los hechos de los que
tengan conocimiento en el ejercicio de su defensa acerca de los hechos imputados a su cliente
y que conoce en virtud de cuanto este le manifiesta en la confianza de venir cubierto por el
secreto. Los traductores e intérpretes acerca de los hechos de los que conozcan el ejercicio de
sus funciones (art. 416.3 LECrim) y los obligados a guardar secreto religioso, en lo que atañe a
lo conocido en el ejercicio de su ministerio (art. 417.1 LECrim). Los funcionarios públicos que
deban mantener la confidencialidad de la información sobre la que habría de versar su
testimonio, quedan exentos de la obligación de prestar declaración como testigo (vid. Art.
417.2 LECrim).

 Obligación de decir verdad

El testigo tiene obligación de responder, conforme a la verdad, a todo cuanto le sea


preguntado, obligación que no admite ser excepcionada. De ahí que, antes de dar inicio a su
declaración, y con objeto de sujetarlo al cumplimiento de ese deber, el juez le recibe
juramento o promesa de decir verdad (art. 434 LECrim).

Se distingue, así, la figura del testigo de la del investigado o imputado quien, como ya se
conoce, puede, no solo guardar silencio sino, en caso de declarar, hacerlo de forma no acorde
a la verdad, negando o dando una versión distinta de los hechos, incluso, mediante la
articulación de coartada que, de revelarse falsa, no le lleva a incurrir en responsabilidad penal.
El testigo, en cambio, si falta a la verdad durante su declaración, puede cometer un delito de
falso testimonio tipificado en el art. 458 CP, circunstancia de la que, junto a la relativa su
obligación de ser veraz, será advertido por el juzgador antes de dar inicio al interrogatorio.

La duda que, sin embargo, se plantea es si el testigo puede incurrir en responsabilidad penal
por la comisión de dicho delito, cualquiera que sea el momento en que declara con falsedad,
como parece desprenderse del citado art. 458 del CP o si únicamente podría ser procesado por
el delito de falso testimonio si falta a la verdad en la declaración que presta en el acto del juicio
oral, como hace entender el art. 715 LECrim.

En definitiva, no se entiende que el testigo, en el momento de prestar declaración ante el juez


de instrucción, sea sometido al mismo juramento o promesa de decir verdad que se le recibe
en el acto del juicio, con apercibimiento idéntico del riesgo de incurrir en delito de falso
testimonio, para, de limitar su posible comisión al solo acto de juicio oral, avalar la impunidad
de su conducta o, si se prefiere, limitar su sanción a la estrictamente procesal consistente en
rechazar la credibilidad de su testimonio en la fundamentación de la sentencia. Y es,
probablemente, la falta de repercusión personal de la mentira la razón fundamental de la débil
credibilidad que cabe otorgar a los testigos en el proceso penal español o, cuando menos, a las
declaraciones que estos prestan en la fase de instrucción, cuestión esta, de no poca relevancia,
que debiera tener en consideración el legislador de cara a su clarificación y/o reforma.

El estatuto jurídico del testigo viene configurado, además, por derechos. En particular, le asiste
el derecho a ser resarcido de los gastos que la intervención en el proceso le haya supuesto. Así,
tendrá derecho a percibir, por los conceptos de desplazamiento a la sede del Tribunal y dietas,
la cuantía dineraria que resulte suficiente para cubrirlos, si los reclama. Será el Letrado de la
Administración de Justicia quien, mediante decreto, fijará esta cantidad teniendo únicamente
en cuenta los gastos del viaje y el importe de “los jornales perdidos” por el testigo con motivo
de su comparecencia para declarar.

3) DESARROLLO DE LA DILIGENCIA

Si el testigo es el sujeto tercero que presencia o conoce el hecho penalmente ilícito porque lo
ha visto u oído o sabe del mismo por referencia de otro sujeto, aquello que ha percibido, esto
es, su conocimiento acerca del delito es vertido en el proceso a través de la declaración que
presta en fase de instrucción.

El testigo acude al proceso a partir del llamamiento de oficio por el órgano judicial (arts. 410 y
421 LECrim) o, a instancia de parte, previa su determinación en los escritos de iniciación del
proceso o de solicitud de práctica de diligencias de investigación.

En efecto, según señala el art. 421 LECrim, el Juez de instrucción hará concurrir a su presencia
y examinará a los testigos citados en los escritos de denuncia o querella, o en cualesquiera
otras declaraciones o diligencias, y a todos los demás que supieren hechos o circunstancias, o
puedan suministrar datos útiles para la comprobación o averiguación del delito y del
delincuente; sujetos, pues, que vengan indicados en el instrumento o acta que refleje el
resultado de la práctica de cualquier diligencia y, por supuesto, en el atestado policial; no en
vano, los arts. 770.5ª y 796.1.4ª de la LECrim, imponen al órgano policial el deber de “tomar
los datos personales y dirección de las personas que se encuentren en el lugar en el que se
cometió el hecho, así como cualquier otro dato que ayude a su identificación y localización”.

Esta llamada a comparecer y declarar como testigo por parte del responsable de la instrucción
tiene la sola limitación que impone la pertinencia y utilidad de la diligencia a practicar, de
suerte que procurará omitir la cita de aquellos de los indicados cuya comparecencia estime
impertinente o innecesaria (421 LECrim, i.f.).

4) LUGAR DE PRÁCTICA DE LA DILIGENCIA

El testigo ha de comparecer y prestar declaración en la sede del órgano judicial instructor (art.
268.1 LOPJ), sin embargo, si lo estima conveniente a los efectos de la instrucción, puede el juez
proceder a tomarle declaración en el lugar de los hechos (art. 438 LECrim). Si el testigo reside
fuera del partido judicial al que pertenece el Tribunal, y salvo que el juzgador estime necesaria
su presencia, la declaración podrá ser llevada a cabo a través de instrumentos de cooperación
judicial nacional e internacional. Si el testigo es impedido de acudir al llamamiento judicial
lleva al juez a acudir a recibirle declaración en su domicilio.

Una vez comparecido el testigo, le recibirá el juez juramento de acuerdo con lo que disponen
los art. 433 y 434 LECrim y su interrogatorio comenzará con la formulación de las designadas
como “preguntas generales de la Ley” y, a continuación, según dispone el legislador, será
invitado a exponer los hechos para, seguidamente, recibir cuantas preguntas estime el juez
pertinente formularle (art. 436). La fórmula impuesta en la práctica del foro es, sin embargo, la
contraria, siendo en primer término el instructor quien pregunta lo que considere conveniente
al testigo para dejar luego paso a las partes a que formulen las cuestiones que entiendan
oportunas.

En cualquier caso, las preguntas que unos y otros dirijan no han de ser capciosas ni sugestivas,
por venir expresamente prohibidas en el art. 439 LECrim, como lo está el empleo de
coacciones, amenazas o cualquier tipo de ardid dirigido a lograr que declare u obtener
respuestas en un sentido preconcebido o determinado (arts. 435 a 437 LECrim).

El interrogatorio se resuelve, pues, a través de la formulación oral de preguntas que habrán de


ser respondidas por el testigo también verbalmente y con apoyo en su memoria, si bien, puede
el juez autorizarle a consultar notas o apuntes en relación con datos difíciles de recordar (art.
437 LECrim). Las preguntas habrán de estar expresadas en una lengua que resulte
comprensible al testigo de suerte que, si desconoce la empleada en el acto se le designará
intérprete (art. 440 LECrim), tanto si es extranjero, cuanto si el testigo es español y afirma
desconocer el castellano alegando, v.gr., que solo comprende y puede expresarse en la lengua
oficial de su Comunidad Autónoma. Si el testigo fuera sordo, será igualmente auxiliado por
intérprete experto en la lengua de signos (art. 442 LECrim).

Con objeto de evitar que compartan sus conocimientos y la influencia que lo escuchado pueda
tener en su testimonio, los testigos han de declarar de forma separada, debiendo adoptarse
medidas que impidan su comunicación antes y fundamentalmente después de prestar
declaración. Así, la norma dispone que los testigos han de permanecer aislados unos de otros,
y declarar en presencia del Juez y del LAJ (art. 435 LECrim).

Si el testigo es la víctima del delito, según dispone el art. 433, en sus apartados III a V LECrim,
puede hacerse acompañar de su representante legal y persona de su elección y, si es menor de
edad, de sus padres o tutores salvo que la investigación se dirija contra ellos o el juez lo
considere inconveniente, y con la intervención del Ministerio Fiscal. También puede el
juzgador autorizar que el interrogatorio de la víctima menor, o con capacidad judicialmente
limitada, sea llevado a cabo por expertos y limitar la intervención del resto de partes en la
exploración. La declaración del menor, al que no se recibirá juramento o promesa, según
dispone el art. 433 LECrim, ha de ser grabada a través de medios audiovisuales, con el claro fin
de evitar su victimización y/o falta de credibilidad de sus manifestaciones que puede provocar
la repetición de su declaración ante distintos operadores o autoridades (psicólogos, órganos
policiales, fiscales y judiciales) y en distintos momentos, en ocasiones, muy separados
cronológicamente.

Aun cuando la LECrim no regula expresamente esta fórmula, en el proceso penal español se ha
ido dando entrada a la práctica de la declaración testifical a través de videoconferencia,
evitando la necesaria presencia personal del testigo en la sede judicial. La mayor facilidad y
menor coste que comporta este método justifica su empleo en determinados supuestos,
siempre que permita la salvaguarda de la esencial garantía de contradicción.

Del desarrollo de la diligencia, dispone el art. 445 LECrim, se levantará acta en la que se hará
reflejo de las respuestas dadas por el testigo, tanto las favorables cuanto las desfavorables a la
defensa del imputado, con exclusión de las que entienda el juzgador inconducentes a la
averiguación del delito (art. 450 LECrim), acta que será autorizada por el LAJ y a cuya lectura
será invitado el testigo con carácter previo a su ratificación mediante firma.

La diligencia concluye con la indicación por el Juez al testigo de la obligación que pesa sobre él
de comunicar al Juzgado todo cambio de domicilio, y la instrucción por el LAJ de la también
obligación que asume de comparecer, de nuevo y en el futuro, a prestar declaración en el acto
del juicio oral, con el apercibimiento de que, de incumplirla, puede ser sancionado con multa
de 200 a 1000 euros e, incluso, incurrir en responsabilidad penal.

5) LA PROTECCIÓN DE TESTIGOS EN CAUSAS CRIMINALES

No es de extrañar que, en determinadas causas criminales, quienes han de prestar declaración


en calidad de testigos o quienes, merced a su designación como peritos, proporcionan al
órgano judicial información acerca del hecho delictivo y las circunstancias de su comisión fruto
de sus conocimientos especializados, se vean expuestos a ciertos peligros provocados por
aquellos sujetos interesados, precisamente, en que esa información no llegue a conocimiento
del Juzgador.

El temor, pues, a sufrir algún tipo de riesgo a su vida o a su integridad personal o patrimonial
como consecuencia de su intervención en el proceso, explica la resistencia que, en ocasiones,
muestran testigos y peritos a acudir al llamamiento judicial y prestar declaración, al tiempo
que justifica la articulación por el Estado de medidas tendentes a garantizar la singular
protección que, en estas circunstancias, precisan.

Consciente de esta realidad, el legislador español arbitra un cuadro de medidas al servicio de


esa finalidad, que configuran un singular estatuto jurídico para aquellos.

En particular, y de acuerdo con lo que dispone el art. 1 de la LOPTP, de apreciar el juzgador la


concurrencia de un peligro grave a la persona, libertad o bienes del testigo o perito, de su
cónyuge o persona unida por análoga relación de afectividad, y familiares más próximos,
puede el juzgador adoptar medidas, de distinta índole e intensidad entre las que cabe señalar
las siguientes:

1. La no constancia en las diligencias que se practiquen, del nombre, apellidos, domicilio,


lugar de trabajo y profesión del testigo o perito, ni cualquier otro dato que pudiera servir
para su identificación, pudiendo ser su identidad sustituida por un número o clave.
2. La autorización de su comparecencia para la práctica de cualquier diligencia utilizando
cualquier procedimiento que imposibilite su identificación visual normal (v.gr., el uso de
pantallas o distorsión de su rostro, su voz etc).
3. La fijación, como domicilio a efectos de citaciones y notificaciones, de la sede del Tribunal,
que las hará llegar de forma reservada a su destinatario.
4. La evitación de la toma de fotografías del testigo o perito, o de su imagen por cualquier
otro procedimiento.
5. La protección policial al testigo o perito, incluso, su conducción a las dependencias
judiciales, al lugar donde hubiere de practicarse alguna diligencia o a su domicilio en
vehículos oficiales, facilitándoles, durante el tiempo que permanezcan en dichas
dependencias, un local reservado para su exclusivo uso, convenientemente custodiado
6. En situaciones excepcionales, la atribución de documentos que acrediten una nueva
identidad del testigo o perito y, en su caso, de medios económicos que le permitan el
cambio de residencia o lugar de trabajo.

La condición de “testigo o perito protegido” corresponde a aquellos sujetos que, en esa


calidad, prestan declaración e intervienen en causas penales, y sobre los que se cierne el
peligro al que se refiere el art. 1 LOPTP.

Así, este singular estatuto jurídico puede atribuirse al tercero ajeno al hecho, que vierte en el
proceso una declaración de conocimiento y a quien, a pesar de no ser sujeto ajeno al hecho
delictivo, presta testimonio en la misma calidad, esto es, la víctima del delito, y el que se
conoce como “coimputado” o “coacusado” quien, en lo que atañe a los hechos relacionados
con la participación del resto de coimputados en la comisión del delito, declara investido del
status jurídico correspondiente al testigo; no en vano, el prestado por el coimputado delator o
colaborador es concebido jurisprudencialmente como testimonio “impropio” que exige la
observancia de especiales reglas de cara a valorar su verosimilitud, y la es claro que puede, por
consecuencia de esa cooperación con la Administración de Justicia, ver gravemente
amenazada su vida e integridad personal y, en consecuencia, acceder a las medidas de
protección previstas en las normas antedichas.

Tales medidas es claro que pueden ser acordadas por el Juez de Instrucción y mantenidas a lo
largo del proceso hasta su finalización excepción hecha de la ocultación de la identidad del
testigo o perito que, a diferencia del resto, ha de ser levantada al darse inicio al acto del juicio
oral, si la defensa lo solicita.

En conclusión, la protección conferida a testigos y peritos no puede tornar a estos en sujetos


anónimos que, en esta condición prestan declaración, como prueba, en el acto del juicio oral,
ni, por la misma razón, justificar su práctica, durante la instrucción, de forma anticipada.

6) EL CAREO COMO DILIGENCIA QUE INVOLUCRA AL TESTIGO

Regula la norma procesal penal española, en sus arts. 451 a 455, la llamada “diligencia de
careo”, distinta de la testifical pero que involucra en su desarrollo a los testigos, no en vano,
tiene por objeto confrontar, preferiblemente a dos sujetos, testigos o imputados entre sí, o
aquellos con estos cuando del resultado de sus declaraciones se desprenden contradicciones o
discordancias acerca de algún hecho o circunstancia que interese en el sumario, y que precisen
ser clarificadas.

En realidad, la práctica de este acto de investigación viene concebida en la norma como


excepcional o subsidiaria, no en vano, según dispone el art. 455 LECrim, únicamente debe el
juez acordarla si el objeto de la instrucción no logra ser acreditado a través de otra u otras
diligencias de investigación susceptibles de ser practicadas. También la Jurisprudencia prevé
como residual la celebración del careo que niega, incluso, su consideración como auténtico
medio de prueba.

Es, en cualquier caso, una diligencia propia de la investigación, si no directa, sí indirecta o de


comprobación, que viene regulada en la norma con particular detalle. Así, y tras determinar su
finalidad, señala el art. 452 LECrim que el careo tendrá lugar ante el Juez de Instrucción y en
presencia del LAJ, que dará lectura de las declaraciones realizadas por los careados con objeto
de poner de manifiesto las disonancias advertidas en sus relatos y lograr que estos se
ratifiquen en lo declarado, corrijan lo que proceda o aclaren las contradicciones en las que
hubieren incurrido; esto último, no sin advertir previamente al testigo de la obligación de decir
verdad que pesa sobre él, y la posibilidad de incurrir en responsabilidad penal en caso de
incumplirla.

En definitiva, el propósito de su práctica no es otro que extraer de ese choque de


manifestaciones o versiones opuestas, como síntesis, si no la verdad, sí un mejor conocimiento
del hecho o hechos sobre los que versan las declaraciones recibidas de estos sujetos, a los que
no consentirá el juzgador que crucen amenazas o insultos durante el curso de la diligencia (art.
454 LECrim).

4. EL AGENTE ENCUBIERTO (NO SUELE SER HABITUAL EN LA PRÁCTICA) (NO IMP)

La delincuencia organizada o asociativa aprovecha los extraordinarios avances tecnológicos


para el desarrollo de su actividad, y encuentra en la “red” un medio idóneo para
desenvolverse, con el que logra ampliar el rédito de sus acciones, al tiempo que las
posibilidades de impunidad.

La singular estructura y modus operandi de esta forma de criminalidad genera enormes


dificultades probatorias y, antes, hace surgir nuevas necesidades en el marco de la instrucción
penal que no logran ser satisfechas con los métodos de investigación tradicionales o clásicos,
conforme abiertamente señala la EM de la Ley 5/1999, de 13 de enero, que introduce en la
LECrim el art. 282 bis, regulador de la figura del agente encubierto.

Un instrumento clave para las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado en la persecución de
sus actividades y su definitiva erradicación, y es la necesidad de averiguar las circunstancias
relativas a la propia estructura, características, medios y personas que forman el entramado de
la organización lo que justifica el empleo de técnicas con un claro componente personal, como
la que representa la intervención del llamado agente encubierto.

En definitiva, posibilitar la obtención de elementos probatorios bastantes acerca de la


existencia y autoría del delito o descubrir la acción delictiva desarrollada en el pasado, evitar la
futura y, erradicar la acción de estos grupos mediante el desmantelamiento definitivo de la
organización, es el objetivo último y también prioritario de una diligencia como la prevista en
el art. 282 bis LECrim.

4.1. Concepto

La infiltración del agente encubierto es un medio de investigación complejo, consistente en


integrar o incorporar a la estructura de una organización criminal, a un órgano policial, que
actúa bajo amparo judicial y una cobertura convenientemente preparada dirigida a recabar
información sobre los hechos investigados y sobre la estructura, financiación y funcionamiento
de la organización para conocer la actividad criminal que desarrolla y perseguirla, incluso, para
lograr su desmantelamiento.

Este acto de investigación refiere a la figura originaria o clásica del “agente encubierto” a la
que ha de sumarse la introducida por la Ley 13/2015, de 5 de octubre, de modificación de la
Ley de Enjuiciamiento Criminal para el fortalecimiento de las garantías procesales y la
regulación de las medidas de investigación tecnológica, esto es, la del llamado “agente
encubierto informático” al que dio carta de naturaleza la adición al art. 282 bis LECrim, de un
párrafo 6º que autoriza a los funcionarios de Policía Judicial, a actuar en la red, bajo identidad
supuesta, introduciéndose en canales cerrados de comunicación, a los efectos de esclarecer
alguno de los delitos cometidos por organizaciones criminales que, como seguidamente se
conocerá, el propio precepto señala. Este otro, pues, puede resultar específicamente
autorizado para intercambiar o enviar por sí mismo archivos de contenido ilícito o para analizar
los resultados de los algoritmos aplicados para la identificación de tales archivos (art. 282 bis 6,
in fine).

4.2. Presupuestos para el acuerdo

El acuerdo de esta medida exige la concurrencia de una suma de presupuestos, derivados del
principio de proporcionalidad y dispuestos en atención, tanto a la complejidad de la
investigación a llevar a cabo, como y fundamentalmente, a la índole del delito o delitos que se
persiguen.

Así, su articulación solo puede tener lugar en el seno de la investigación de delitos cometidos
por la delincuencia organizada que, a los efectos de esta medida, son los relacionados en el
apartado 4 del art. 282 bis LECrim, delitos, en definitiva, en los que se concreta la acción
delictiva de las organizaciones criminales.

Las conductas que integran ese listado son, los que siguen:

1. Delito de obtención, tráfico ilícito de órganos humanos y trasplante de los mismos,


previstos en el art. 156 bis CP.
2. Delito de secuestro de personas previsto en los arts. 164 a 166 CP.
3. Delito de trata de seres humanos previsto en el art. 177 bis CP.
4. Delitos relativos a la prostitución previstos en los arts. 187 a 189 CP.
5. Delitos contra el patrimonio y contra el orden socioeconómico previstos en los arts. 237,
243, 244, 248 y 301 CP.
6. Delitos relativos a la propiedad intelectual e industrial previstos en los arts. 270 a 277 CP.
7. Delitos contra los derechos de los trabajadores previstos en los arts. 312 y 313 CP.
8. Delitos contra los derechos de los ciudadanos extranjeros previstos en el art. 318 bis CP.
9. Delitos de tráfico de especies de flora o fauna amenazada previstos en los arts. 332 y 334
CP.
10. Delito de tráfico de material nuclear y radiactivo previsto en el art. 345 CP.
11. Delitos contra la salud pública previstos en los arts. 368 a 373 CP.
12. Delitos de falsificación de moneda, previsto en el art. 386 CP, y de falsificación de tarjetas
de crédito o débito o cheques de viaje, previsto en el art. 399 bis CP.
13. Delito de tráfico y depósito de armas, municiones o explosivos previsto en los arts. 566 a
568 CP.
14. Delitos de terrorismo previstos en los arts. 572 a 578 CP.
15. Delitos contra el patrimonio histórico previstos en el art. 2.1.e de la Ley Orgánica 12/1995,
de 12 de diciembre, de represión del contrabando.

La actuación del agente encubierto informático, según dispone el art. 282 bis 6 LECrim son los
delitos cometidos a través de instrumentos informáticos o de cualquier otra tecnología de la
información o la comunicación o servicio de comunicación.

La medida precisa ser autorizada judicialmente siempre que en el desarrollo de esta labor, el
agente encubierto lleve a cabo actuaciones que impliquen la limitación de derechos
fundamentales. A pesar del silencio de la norma, la posibilidad de autorización por el Fiscal
parece limitada a la actuación del agente encubierto físicamente infiltrado en la estructura de
la organización criminal. La resolución por la que se acuerde será reservada, debiendo
conservarse fuera de las actuaciones.

4.3. Desarrollo e incorporación al proceso de los resultados de su actuación.

Su valor o eficacia probatoria. El agente encubierto actúa bajo una identidad ficticia, otorgada
por el Ministerio del Interior y, en esa condición, opera en el tráfico jurídico y social; puede así,
adquirir y transportar los objetos, efectos o instrumentos del delito, o diferir su incautación,
debiendo poner en conocimiento de quien hubiere autorizado la medida el resultado de su
labor, para su incorporación al proceso.

Si el traslado de esta información es el primer paso, el segundo en el que se resuelve la


intervención del agente encubierto, es su comparecencia en el acto del juicio oral en calidad
de testigo, pudiendo mantener oculta en él su verdadera identidad que, conforme señala el
art. 282 bis LECrim, no está obligado a revelar si el juez de instrucción así lo autoriza.

Esta solución legal implica una clara modificación respecto del régimen al que viene sujeto en
el Ordenamiento procesal español, el testigo protegido, cuya identidad puede mantenerse
oculta durante la fase de instrucción, no así en la fase de juicio oral, en la que, a petición de las
partes, el órgano judicial debe levantar la medida y desvelar la real identidad del sujeto que
depone, con el fin de posibilitar el ejercicio del derecho del sujeto investigado a interrogar a
los testigos o, si se prefiere, para dotar de efectividad a la garantía de contradicción y asegurar
el más amplio ejercicio del derecho de defensa (vide supra).

5. LA DETERMINACIÓN E IDENTIFICACIÓN DEL INVESTIGADO

Uno de los fines perseguidos con la instrucción es la averiguación o determinación de la


presunta autoría del hecho delictivo investigado, de ahí que la norma procesal penal articule
una suma de posibles diligencias a practicar con objeto de lograr la determinación y/o
identificación del posible autor del mismo. A esos efectos, se distingue entre actos o diligencias
de investigación tendentes a determinar al presunto o presuntos partícipes en la comisión del
hecho delictivo, y los actos dirigidos a su identificación, una vez determinado/s. En la mayor
parte de supuestos, en el momento o inmediatamente después de ser cometido el delito no se
conoce a quién ha de atribuirse su autoría, siendo excepcional o, cuando menos, poco usual
que la persona resulte determinada ab initio e, incluso, identificada de forma clara.

5.1. La determinación del investigado

1) Concepto y naturaleza. Finalidad

La determinación persigue señalar un sujeto y distinguirlo del resto a partir de la indicación de


los que son sus rasgos externos, haciendo coincidir una persona física con la que se sospecha
que ha cometido el hecho delictivo.

La importancia de la previa determinación del investigado, es indiscutible; en realidad, todos


los actos de investigación a practicar requieren de la previa determinación del sujeto
investigado, incluso, la sola imputación la precisa, toda vez que ha de dirigirse frente a persona
determinada, siendo imposible su formulación contra uno o varios sujetos en abstracto (art.
118. II LECrim).
El legislador arbitra diversas formas de determinación del sospechoso de la comisión del hecho
delictivo: el “reconocimiento en rueda” prevista en la LECrim como forma ordinaria de
determinación junto a la declaración testifical y la propia confesión del presunto autor; y, la
que parece haberse impuesto en la práctica: el “reconocimiento fotográfico”. Además de: la
suma de diligencias de naturaleza técnica o científica que son, a un tiempo, diligencias de
identificación, tales como el análisis de huellas o restos biológicos, cuya fiabilidad es absoluta.

2) Formas de determinación

La rueda de reconocimiento

Bajo esta denominación, regulan los arts. 369 y ss. LECrim esta diligencia de investigación
dirigida a posibilitar la determinación o individualización, en el sentido antes visto, del
presunto autor del hecho delictivo, consistente en la observación o examen visual por parte
del sujeto que presencia su comisión, de una suma de sujetos de características físicas
similares, puestos ante sí, con el fin de que señale si entre ellos se encuentra el sospechoso.

Como quiera que el transcurso del tiempo puede afectar a la memoria del testigo que ha de
efectuar el reconocimiento e, incluso, la fiabilidad de la diligencia corre peligro si, como es
claramente factible, el aspecto físico del sujeto sometido a reconocimiento puede alterarse, no
solo por el solo paso del tiempo, sino por voluntad del propio sujeto que intenta no ser
reconocido, y, puesto que además puede el testigo recibir presiones dirigidas a evitar que
señale al que, entre los que conforman la rueda, reconoce como partícipe en la comisión del
delito, es acto propio de la instrucción cuya práctica, en caso de ser interesada en el acto del
juicio oral como medio de prueba, ha de rechazarse por inidónea o impertinente.

En definitiva, es un acto sumarial con el que, en ocasiones, arranca precisamente la


investigación y al que, a pesar del silencio de la norma, cabe atribuir naturaleza de acto de
preconstitución de prueba, de suerte que, si se practica con todas las garantías legalmente
exigidas, goza de valor probatorio una vez ratificado el reconocimiento por quien lo efectúa, en
el acto del juicio oral o a través de la lectura del acta en el que se hizo constar el resultado de
la diligencia practicada ex art. 730 LECrim, con el fin de posibilitar la contradicción para el caso
de que el testigo no llegue a comparecer en el acto del juicio.

• Requisitos y garantías que han de rodear su práctica

La diligencia ha de practicarse poniendo a la vista de quien haya de verificarlo, a la persona


que ha de ser reconocida, en unión de otras personas de características físicas externas
semejantes, con objeto de que el primero, desde un punto o lugar en que no pueda ser visto, y
tras la observación de todas ellas, manifieste si en la rueda o grupo se halla la persona a la que
haya hecho referencia en sus declaraciones, designándola, en caso afirmativo, con claridad y
contundencia.

No precisa el número de personas que deben conformar la rueda para que se considere
regularmente constituida. La Jurisprudencia ha admitido como suficientes dos personas más al
reconocido (distractores), dada la compatibilidad de este número con el vocablo “otras”
legalmente empleado, aun cuando lo aconsejable es un número mayor (STS de 3 de junio de
2009).

En caso de ser varias las personas (testigos) que deban efectuar este reconocimiento, como
bien señala el art. 370 LECrim, la diligencia se practicará separadamente con cada una de ellas,
debiendo impedirse la comunicación entre sí hasta la realización del último de los
reconocimientos.

La exigencia de integrar la rueda con personas de características físicas semejantes ha de ser


rigurosamente observada; no hacerlo genera un serio riesgo de error en la identificación que
puede desembocar en error judicial.

A los efectos de asegurar la fiabilidad y éxito de la diligencia, prevén los arts. 371 y 372 LECrim
la adopción de ciertas cautelas tendentes a evitar que el sujeto detenido o preso haga en su
persona alteraciones que puedan frustrar el reconocimiento, incluso, conservar para su uso
durante el acto, las prendas o vestimenta con las que haya sido detenido o fuera ingresado en
prisión y puedan ser recordadas por quien ha de verificar su presencia en la rueda.

Ahora bien, garantía inexcusable jurisprudencialmente exigida es la práctica del


reconocimiento en rueda en presencia tanto del defensor del sujeto a reconocer y cuya
ausencia implica su nulidad, cuanto y fundamentalmente, del órgano judicial, de manera que
ha de entenderse carente de valor probatorio el practicado en dependencias policiales sin la
intervención judicial.

A la observancia de esta doble garantía condiciona la Jurisprudencia el valor o eficacia procesal


de su resultado para, en principio, dirigir la imputación frente al sujeto reconocido y, llegado el
momento, posibilitar la formulación de acusación en su contra y apertura de juicio oral. Una
vez ratificado el reconocimiento en el acto del juicio oral, a través de la declaración testifical de
quien lo efectuó en la instrucción, en la medida en que posibilita al sujeto reconocido
interrogar o hacer que este sea interrogado adquiere pleno valor probatorio.

Es claro, pues, el diferente valor o eficacia procesal del resultado del reconocimiento en rueda
practicado ante el Juez de Instrucción, que el que cabe otorgar a su ratificación en el plenario,
en condiciones de contradicción, valor de prueba apta para desvirtuar la presunción de
inocencia y, en consecuencia, fundamentar una sentencia de condena.

Sin embargo, junto a esta, que puede entenderse la ordinaria o más frecuente de las formas de
reconocimiento del imputado, aparecen como viables otras plenamente válidas, con
independencia del alcance de su valor o eficacia probatoria futura.

Otras formas de reconocimiento del presunto autor del hecho delictivo, como puede ser el
reconocimiento fotográfico, pero este no tiene validez probatoria al no estar presente ni el
Juez, ni el abogado del investigado. Ni siquiera el policía en el atestado tiene que hacer
mención en el atestado de esta diligencia.

5.2. La identificación del imputado (NO IMP)

Diversas actuaciones tendentes a determinar su identidad, a partir del nombre y apellidos y la


indicación de otros datos relativos a la personalidad, como la edad y la filiación e, incluso, si
pesan o no sobre él antecedentes penales.

1. Determinación del nombre y apellidos : la fórmula más sencilla es la aportación a los autos
de su DNI o de otro documento oficial acreditativo de su identidad entendido bastante
(art. 9 LO 1/1992, 21 de febrero).
2. La edad: los arts. 373 y 376 LECrim regulan la diligencia consistente en el acceso, por el
LAJ, al Registro Civil y obtención de la inscripción de su nacimiento o, en su defecto, de la
partida de bautismo (art. 375 LECrim).
3. Los “antecedentes penales” del imputado: el histórico de delitos que obra y expide el
Registro Central de Penados, antecedentes a los que ha de atenderse, incluso, al inicio del
proceso y de cara a la eventual adopción de la medida cautelar de prisión provisional si,
junto al riesgo de fuga, concurre reincidencia en su conducta y en la medida en que, como
agravante, eleva el quantum de pena a imponer y, en consecuencia, su mayor interés a
eludir la acción de la Justicia (art. 503.1 LECrim).
4. La reincidencia: es una circunstancia agravante de la responsabilidad criminal, que ha de
ser tenida en consideración por el juzgador a la hora de determinar la concreta pena a
imponer al sujeto que resulte autor del delito objeto de condena.
5. Análisis de huellas dactilares, la identificación a través de la voz, la identificación a partir
de grabaciones video-gráficas y la identificación a través de marcadores de ADN , prevista
en el art. 363 LECrim, diligencias estas que son objeto de estudio en la tercera de las
lecciones dedicadas en esta obra a los diferentes actos de investigación susceptibles de
práctica en el proceso penal español.

6. LOS ACTOS DE INVESTIGACIÓN PERICIALES

6.1. Naturaleza y finalidad

El acto de investigación pericial guarda semejanza con la diligencia testifical, en la medida en


que involucra en su desarrollo a un sujeto ajeno al hecho, el perito que vierte su informe, con
el fin de auxiliar al órgano jurisdiccional en la labor de averiguación o toma de conocimiento
acerca de la comisión del hecho delictivo y su autoría. De ahí su naturaleza mixta, personal y
material.

La pericia es la diligencia de investigación mediante el cual, el juzgador se sirve de un sujeto


que goza de conocimientos científicos, técnicos o artísticos especializados, de los que
profesionalmente el juez carece, y que aplica en el análisis que se le confía, con el fin de
suministrar al juzgador información útil al conocimiento del hecho delictivo investigado y/o la
responsabilidad de su autor.

Es diligencia cuya práctica no parece concebida en la LECrim como necesaria, sino antes,
excepcional o extraordinaria según dispone el art. 456 LECrim.

Las periciales tienen alto grado de conocimiento que ofrecen y la fiabilidad de sus resultados
no pueden sino entenderse actos de investigación, si no inexcusables, sí necesarios en la
mayor parte de los casos, para vencer las limitaciones que, en lo que atañe a eficacia o certeza
de la información que arrojan, padecen otros actos de investigación como las declaraciones
vertidas por testigo o, cómo no, las que presta el propio sujeto investigado.

La certeza o seguridad del resultado del análisis de un rastro genético o de huellas dactilares
halladas en el lugar de los hechos, para acreditar la presencia en él de una determinada
persona, frente a la que, por alta que sea, ofrece la manifestación del testigo que señala haber
visto a ese mismo u otro sujeto en la escena del crimen, justifica y avala sobradamente esa
consideración, que obliga a la crítica de la regulación de este acto de investigación en la
LECrim, nada acorde con la evolución experimentada y posibilidades que ofrece su práctica,
regulación, en definitiva, que difícilmente puede responder a las necesidades que impone la
investigación criminal del siglo XXI, a pesar del retoque recibido en lo que atañe a su práctica
en sede de procedimiento abreviado y juicios rápidos, en un intento, aunque insuficiente, de
acomodo a las surgidas en ese marco.
La pericial, como prueba indiciaria, puede en la actualidad afirmarse como “prueba reina” del
proceso penal.

6.2. Concepto y clases de peritos

El perito se identifica tradicionalmente con el profesional o experto en determinadas artes,


ciencias o técnicas, que vierte en el proceso una declaración de ciencia sobre hechos de los
que, no conoce directamente, sino como resultado del examen que practica, en el que aplica
tales conocimientos y máximas de experiencia.

El perito es persona física que goza o no de titulación, de ahí la distinción entre peritos a los
que se refieren los arts. 457 y 458 LECrim, que disponen de un título oficial que acredita su
conocimiento en una determinada ciencia, técnica o arte, que les habilita para el ejercicio de la
profesión, y peritos “no titulares” que, si bien carecen de título oficial, poseen los
conocimientos que precisa el desarrollo de su labor, siendo clara en la norma la preferencia
por el perito titulado frente al que no lo es, como evidencia lo dispuesto por el art. 458 LECrim.

El nombramiento de los peritos sigue pautas propias del proceso civil, toda vez que, ante el
silencio de la LECrim al respecto, el régimen al que ha de ajustarse es el previsto en el art. 341
LEC. Sí detalla, en cualquier caso, la norma procesal penal el número de peritos a designar para
la realización de la pericia, dos, en sede de proceso ordinario, salvo que no resulte posible, en
cuyo caso será solo uno (art. 459 LECrim) y un solo perito en el marco del procedimiento
abreviado (arts. 785.7ª y 793.5 (arts. 785.7ª y 793.5), y una vez comunicado su nombramiento
a quien corresponda, la obligación de este de acudir al llamamiento judicial, so pena de
sanción en caso de incumplimiento (arts. 462 y 463 LECrim).

En lo que atañe a la designación, ha de distinguirse entre la que se hace recaer sobre el


denominado “perito oficial” que es la que, de oficio, efectúa el Juez de Instrucción (arts. 467 y
ss. LECrim) y la llevada a cabo sobre del llamado “perito privado” a instancia de parte.

En el proceso penal, los peritos son designados de oficio, si bien, junto al nombrado por el juez
de instrucción, pueden tanto el acusador particular como el investigado designar perito
privado que intervenga, a su costa, en el desarrollo de la diligencia, en principio, para el caso
de que la pericia no pueda ser reproducida en el acto del juicio oral (vid. arts. 459 y 471
LECrim).

6.3. Estatuto jurídico del perito

Una vez designado judicialmente, es obligación del perito la aceptación y el cumplimiento fiel
del encargo recibido (art. 462 LECrim). El perito puede abstenerse de intervenir en esta calidad
y puede ser recusado.

Deberes del perito:

1. Tras la aceptación del nombramiento, comparecer al llamamiento judicial


2. para realizar la pericia (arts. 462 y 463 LECrim)
3. Prestar juramento o promesa de proceder bien y fielmente en sus operaciones, esto es,
con absoluta imparcialidad, no proponiéndose otro fin en el desarrollo de su labor que el
de descubrir y declarar la verdad (art. 474 LECrim).
4. Ajustarse en el desarrollo de la pericia al encargo recibido del Juez de Instrucción, esto es,
realizar su análisis sobre la materia, objeto o persona que se le indique, de acuerdo con las
indicaciones que, en relación con su objeto, reciba del juzgador, reflejando en su informe
las conclusiones alcanzadas a ese respecto (arts. 463 y 475 LECrim).

Es derecho del perito ser retribuido por la realización de su pericia; recibirá, así, la
compensación económica que corresponda al trabajo realizado, a no ser que esté retribuido
salarialmente en su condición de funcionario público (art. 465 LECrim).

6.4. La práctica de la pericial: momento y lugar. Su desarrollo

El examen del perito tiene lugar, generalmente, en la fase de instrucción y en cualquier


momento anterior al acto del juicio oral. El tiempo que requiere la realización de las
operaciones que este comporta, incompatibles con la necesaria concentración de la vista, hace
precisa su práctica con antelación a esta y de forma inmediata, a los efectos de evitar que se
destruya, desaparezca o altere su objeto y, en consecuencia, se desvirtúe o disminuya la
fiabilidad de su resultado.

Este análisis o reconocimiento ha de ser desarrollado ante el juez, si bien, es claro que las
singulares condiciones en que ha de desarrollarse la pericia generalmente lo impiden, de
suerte que suele ser realizado, no a presencia judicial, sino en dependencias específicas (art.
353 LECrim) o sede distinta de la judicial, o en el lugar de los hechos, conforme prevén los arts.
328 y 336 de la LECrim.

En realidad, la pericia es un acto estructurado en dos momentos, el primero, el análisis o


examen de la materia, objeto o persona por el perito, el segundo, la emisión del informe en el
que deja constancia del resultado obtenido y conclusiones que de este infiere.

La práctica de la diligencia se inicia con la determinación y, en su caso, entrega al perito de


aquello que constituye el objeto de la pericia. Pueden ser objeto de pericia una extraordinaria
variedad de materias o elementos, también de objetos e, incluso, la persona, siendo
igualmente amplia la variedad de circunstancias relativas a la comisión del hecho delictivo que
interese examinar o pretendan descubrirse.

La misma norma señala que al desarrollo de la pericia pueden acudir las partes, que tienen
derecho a ello, pudiendo formular a los peritos las preguntas u observaciones que entiendan
oportunas, si la pericia no pudiera repetirse en el acto del juicio oral, sin embargo, a los efectos
de asegurar la garantía de contradicción, ha de reconocerse a las partes la facultad de estar
presentes e intervenir en el desarrollo de la diligencias, sin más límite que el que impone la
naturaleza del acto y la necesidad de asegurar su eficacia.

Realizado el examen sobre el objeto de la pericia, extiende el perito su informe. Su contenido


(art. 478 LECrim) ha de ser:

1. La descripción del objeto de la pericia y el estado en que se encuentra antes de ser


analizada.
2. La indicación de las operaciones realizadas y los resultados que arrojan.
3. Las conclusiones que se obtengan.

El informe emitido que, se insiste, refleja por escrito las conclusiones alcanzadas acerca del
objeto de la pericia, es incorporado a las actuaciones e introducido en el juicio oral, a partir de
la declaración del perito sometida a contradicción a través del pertinente interrogatorio que le
dirigen las partes y, si procede, el propio órgano judicial (arts. 724 y 725).
El análisis o reconocimiento ha de tener lugar ante el juez, sin embargo, las singulares
condiciones en que ha de desarrollarse la pericia generalmente lo impiden, de suerte que lo
usual es su realización, no a presencia judicial, sino en dependencias específicas (art. 353
LECrim), en sede distinta de la judicial e, incluso, en el lugar de los hechos, conforme prevén
los arts. 328 y 336 de la LECrim. De igual forma, el examen del perito es generalmente llevado
a cabo en la fase de instrucción y, en cualquier caso, con anterioridad al acto del juicio oral, no
en vano, el tiempo que requiere la realización de las operaciones que la pericial comporta
resultan incompatibles con la necesaria concentración de la vista, de ahí su práctica con
antelación a esta y la mayor inmediatez con el fin de evitar que se destruya, desaparezca o
altere su objeto y, en consecuencia, se desvirtúe o disminuya la fiabilidad de su resultado.

Lo cierto es que esta realidad de la práctica no encuentra respaldo en la LECrim, que acoge una
regulación de las periciales en la instrucción obsoleta y nada acorde con las necesidades que,
en la actualidad, esta impone.

La ventaja o ventajas que genera esta fórmula a la que invita el legislador y se ha llegado en la
práctica del foro no se ven, sin embargo, compensadas a la vista del déficit de contradicción y
defensa que comporta. El carácter eminentemente técnico de su práctica, por órganos
dotados de especialización determina hace que, por lo general, tenga lugar sin la presencia del
sujeto investigado, al tiempo que esa misma razón parece a invitar a la no exigencia de
comparecencia en el acto del juicio oral, del sujeto que lo practica. De ser ello así, la ausencia
de contradicción en el momento de su práctica difícilmente podrá asegurarse a posteriori,
permitiendo a la defensa formular al perito cuantas cuestiones entienda oportunas para
contradecir el contenido de su informe, razón por la que, a pesar del silencio de la norma, ha
de entenderse que, si la defensa interesa su presencia, el perito habrá necesariamente de
intervenir en acto del juicio, dando razón del informe que obra en las actuaciones.

Se apuesta por la no intervención de estos funcionarios en el acto del juicio oral, resulta
inexcusable una reforma procesal que garantice a la defensa de la intervención en el desarrollo
de la diligencia.

6.5. Periciales singulares o complejas, en particular, la autopsia

En el marco del proceso penal puede resultar necesaria la práctica de diligencias periciales de
especial singularidad: la autopsia, las periciales de carácter psicológico o psiquiátrico, la
pericial de ADN o de análisis químicos, o las denominadas periciales “de inteligencia” que
tienen en común su relativa complejidad y su realización por funcionarios públicos que
desarrollan su labor al servicio de los Órganos Judiciales y las Fiscalías en distintas materias o
disciplinas, pero, también presentan entre ellas diferencias notables.

Han de destacarse las diligencias periciales confiadas a organismos especializados


dependientes del Ministerio de Interior, dando cumplido desarrollo a lo dispuesto por el art.
11.1 g) de Ley de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, que atribuye a los órganos
policiales, la función de “elaborar los informes técnicos y periciales que resulten procedentes”.

La autopsia es, en particular, una diligencia pericial de singulares características cuya práctica
ha de tener lugar en todo caso en que se adviertan signos de una muerte violenta o
sospechosa de criminalidad, consistente en la realización de un exhaustivo análisis sobre el
cadáver tendente a determinar la causa y circunstancias en las que se produjo la muerte del
sujeto (art. 343 LECrim). Se permite al legislador obviar su realización si del simple examen o
inspección exterior del cadáver puede el médico forense o facultativo en quien delegue,
determinar la causa de la muerte (Art. 778.4 LECrim).

La diligencia viene ordenada por el Juez de Instrucción y ha de ser practicada por un médico
forense o, en ausencia de este, por el facultativo designado por el juzgador, según dispone el
legislador, a presencia de este o de persona en quien delegue, con la intervención del LAJ que
ha de levantar acta correspondiente (Art. 353 II LECrim). El desarrollo de la autopsia no suele
ser presenciado por el instructor y, aunque la norma dispone igualmente que puede llevarse a
cabo en el lugar que este estime: Institutos de Medicina Legal y Ciencias Forenses (art. 479
LOPJ).

El art. 353 LECrim detalla las normas y condiciones que han de rodear la práctica de este
particular acto de investigación que, por razón de su irrepetibilidad o, si se prefiere, su
imposible reproducción o práctica en el juicio oral, deviene en acto de prueba preconstituida.

7. LA VIDEOVIGILANCIA

La videovigilancia constituye una actividad policial, claramente reglada, consistente en la


captación de imágenes y sonidos relativos a hechos o actos, en principio, propios de la
cotidianeidad de la ciudadanía, entre los que, obviamente, pueden hallarse hechos
penalmente relevantes que deban ser perseguidos.

La finalidad a la que sirve la filmación de la actividad que desarrollan las personas en lugares
públicos, ya sean abiertos, ya cerrados, es doble, persigue tanto la prevención de la comisión
de delitos, cuanto su averiguación, en la medida en que permite tomar conocimiento de la
existencia del hecho y su forma de comisión, así como de su presunto autor. Es por ello
actividad al servicio de la investigación delictiva, de innegable utilidad y eficacia procesal, en su
caso, siempre que su práctica se ajuste a los límites que detalla la LO 4/1997, de 4 de agosto y
su norma de desarrollo, RD 596/1999, de 16 de abril, en las que se contiene su regulación.

La LO 5/2015, de Seguridad Ciudadana, en su art. 22, autoriza a las Fuerzas y Cuerpos de


Seguridad del Estado, a la instalación de cámaras que permitan la grabación de imagen y
sonido de personas, lugares u objetos.

Por su parte, el art. 588 quinquies a) de la LECrim, prevé la obtención y grabación, por la Policía
Judicial, “por cualquier medio técnico, imágenes de la persona investigada cuando se
encuentre en un lugar o espacio público, si ello fuera necesario para facilitar su identificación,
para la localización de instrumentos o efectos del delito o para obtener datos de relevancia
para el esclarecimiento de los hechos”.

Consciente de su incidencia sobre los derechos fundamentales de las personas cuya imagen
y/o voz resulta grabada, el legislador marca los requisitos y condiciones a las que ha de
sujetarse el desarrollo de esta actividad.

En principio, la colocación de estos dispositivos aptos para la grabación audiovisual obedece a


una finalidad preventiva, si bien, el resultado de esa actividad adquiere trascendencia procesal
desde el momento en que la filmación revele la comisión de un hecho aparentemente
delictivo. En ese caso, la grabación obtenida ha de ser incorporada a un atestado policial y
este, ser remitido al Juzgado de Instrucción que se halle de Guardia dentro de las 72 h
siguientes al momento en que las imágenes hayan sido captadas (art. 7). Se configura así,
como fórmula o mecanismo de transmisión de la noticia criminis, a la autoridad judicial, a la
que el material captado ofrece sólido fundamento. Ello explica que la medida, siempre que la
videovigilancia se desarrolle en espacios públicos, no requiera de autorización judicial previa;
no suele ser el órgano judicial quien la ordena, sino quien recibe de las Fuerzas y Cuerpos de
Seguridad del Estado la grabación o captación de imágenes relacionadas con la comisión de un
posible delito. No sucede así, en cambio, cuando la grabación audiovisual se efectúe en lugares
o espacios privados, supuesto en que la jurisdiccionalidad de la medida resulta inexcusable.

8. LA CIRCULACIÓN Y ENTREGA VIGILADA DE DROGA Y OTROS EFECTOS (NO IMP)

La LO 5/1999, de 13 de enero, con la articulación de un nuevo instrumento, la circulación o


entrega vigilada de drogas u otros efectos ilícitos, cuya regulación acoge el art. 263 bis LECrim.

8.1. Concepto y Fundamento legal

El art. 263 bis 2 LECrim establece la entrega y circulación vigiladas se concibe como la técnica
(de investigación) consiste en permitir que remesas ilícitas o sospechosas de drogas tóxicas,
sustancias psicotrópicas u otras sustancias prohibidas, los equipos, materiales y sustancias.

8.2. Objeto y finalidad

Constituye un acto de investigación al servicio de la lucha frente a la delincuencia organizada


relacionada con el lucro ilícito ampliamente entendido, que aprovecha la libertad que le
brindan las redes del comercio internacional y la libertad de las comunicaciones postales, para
la consecución de sus fines delictivos.

La tenencia, tráfico y depósito de armas, municiones y explosivos, armas químicas o desechos


nucleares, son muestra de ello, y un fenómeno creciente ante el que los Estados precisan
reforzar sus mecanismos de prevención y represión penal, a partir de medidas como la prevista
en el art. 263 bis LECrim.

8.3. Presupuestos para su acuerdo y práctica

La regulación de esta diligencia, contenida en el art. 263 bis LECrim presenta deficiencias que
dificultan la necesaria acomodación de las condiciones que rodean su acuerdo y práctica a las
exigencias derivadas del principio de proporcionalidad, de inexcusable observancia.

1) Ámbito de operatividad de la medida

El alto valor de los bienes e intereses en juego inclina la balanza del lado de su consideración
como medida “extraordinaria” en el sentido de su reserva para la averiguación de conductas
de enorme capacidad lesiva como las llevadas a cabo por las grandes organizaciones
criminales.

2) Reserva jurisdiccional en la adopción de la medida, como regla.

El desarrollo de la medida es susceptible de adoptar doble forma. Puede hablarse de una doble
modalidad de “circulación o entrega vigilada”, a saber, la mera circulación o entrega vigilada
“simple”, que no es sino la operación que no implica alteración o manipulación del contenido
del envío, y la que puede considerarse “compleja”, consistente en permitir la circulación
vigilada, cierto que de una sustancia, pero no la ilícita hallada oculta en el interior de un envío,
por otra inocua que es la que se hace circular bajo control de las autoridades.

3) Contenido y requisitos del auto. La exigencia de motivación


El art. 263 bis LECrim dice que “la medida deberá acordarse por resolución fundada en la que
se determine explícitamente, en cuanto sea posible, el objeto de la autorización o entrega
vigilada, así como el tipo y cantidad de la sustancia”; resolución, pues, que ha de ser
individualizada o, si se prefiere, dictada “caso por caso” en evitación de autorizaciones
genéricas o indiscriminadas que habiliten el desarrollo de entregas vigiladas para todo tipo de
operación de tráfico ilegal o toda actividad de esta naturaleza llevada a cabo por una
determinada organización criminal. La resolución que autorice la medida ha de venir
“suficientemente motivada”, de suerte que resulte expresiva de la concurrencia de las
condiciones y presupuestos que han llevado a su acuerdo y legitiman su articulación.

4) Las exigencias de necesidad, idoneidad y proporcionalidad stricto sensu de las


operaciones de circulación o entrega vigilada

Art. 263 bis 1 LECrim: para adoptar esta medida se tendrá en cuenta su necesidad a los fines
de la investigación en relación con la importancia del delito y con las posibilidades de
vigilancia”. No ha de perderse de vista el auxilio que representa el llamado “balizamiento” o
instalación de dispositivos de seguimiento o localización que permitan conocer la ubicación, en
todo momento, de la remesa que transita. Esta posibilidad, el uso de medios técnicos tales
como GPSs, balizas etc, ausente en la regulación de esta diligencia, encuentra refrendo en el
art. 588 quinquies b) LECrim, introducido por Ley 13/2015, de 5 de octubre, objeto de estudio
en la lección correspondiente.

9. LOS DOCUMENTOS EN EL PROCESO PENAL (NO IMP)

9.1. Concepto y relevancia del documento en el proceso penal

Documento: representación, a través de cualquier medio y su plasmación en papel o distinto


soporte, de una idea o realidad preexistente al proceso e independiente del mismo, que se
aporta a él con fines esencialmente probatorios.

La documental es la “prueba reina”. A las partes o sujetos de un negocio o relación jurídica


interesa efectivamente su publicidad y eficacia frente a todos, sin embargo, cosa distinta
sucede en relación con los asuntos sobre los que versa el proceso penal.

Los delitos se cometen en la clandestinidad y bajo secreto con objeto de posibilitar, en la


medida de lo posible y desde un principio, su impunidad, de ahí lo extraordinario de que la
conducta punible se halle documentada, cualquiera que sea la forma.

A pesar de ser esta la realidad no encuentra fácil o suficiente justificación que la LECrim no
regule la documental como diligencia de investigación y solo contenga una deficitaria
regulación de la misma como acto de prueba, ya en el capítulo III, del Título III (Libro también
III), junto a la inspección ocular, y particularmente, en el art. 726 LECrim.

9.2. Aportación, práctica y valoración del documento

Los documentos han de ser aportados o pueden obtenerse:

1. A partir de la aportación o entrega por las partes, de forma voluntaria, al responsable de la


instrucción, de acuerdo con lo previsto en los arts. 277 y 311 LECrim.
2. A resultas de la práctica de diferentes actos de investigación, v.gr., el registro practicado
tras la entrada en un determinado espacio o lugar cerrado (diligencia a la que se refieren
los art. 567 y ss., LECrim).
3. En cumplimiento de la orden de entrega extendido por el responsable de la instrucción, de
acuerdo con lo dispuesto por el art. 557 LECrim (en desarrollo del más amplio deber de
colaboración del art. 118 CE), de obligado cumplimiento para el sujeto al que se dirige, so
pena, en otro caso, de incurrir en la posible comisión del delito de desobediencia
sancionado en el art. 556 CP.

Durante la fase de investigación o instrucción a las partes les interesa con frecuencia hacer
llegar al Tribunal determinados documentos cuya admisión ha de ajustarse a criterios a los que
el legislador no presta especial atención, lo que genera no pocos problemas en la práctica.

La LECrim la que les dota de esa calidad, como sucede, en particular, con ciertos informes de
carácter técnico que, a pesar de su distinta naturaleza son convertidos y tratados cual
documental en lo que a valoración y eficacia probatoria se refiere. En el documento de la fase
de instrucción o sumarial, el silencio de la norma es insólito.

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