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TEMA 6: LA FASE DE INSTRUCCIÓN

1. La instrucción: concepto, clases y finalidad. 2. Los plazos de la instrucción. 3. Sujetos de la


instrucción. 3.1. El juez instructor. 3.2 El Ministerio Fiscal. 3.3. El investigado. 3.4. La policía
judicial. 4. Principios generales: investigación de oficio, escritura y secreto.

1. LA FASE DE INSTRUCCIÓN: CONCEPTO, CLASES Y FINALIDAD

La vigencia del principio acusatorio en el proceso penal obliga a dividir el proceso en dos fases:
la fase de instrucción (fase instructora o también conocida como fase de investigación) y la
fase de enjuiciamiento. Y ello sin perjuicio de la existencia de una fase intermedia más o
menos acentuada o prolongada en el tiempo en función del tipo de procedimiento concreto
ante el que nos encontremos.

La existencia de distintos tipos de procedimientos penales dará lugar al establecimiento de


unas características propias que determinarán concretas peculiaridades de la fase instructora
en cada uno de los procedimientos.

1.1. Concepto

Si la vigencia del principio acusatorio obliga a dividir el proceso en dos grandes fases, con la
intención de salvaguardar la independencia del Juez o Tribunal que haya de dictar la Sentencia,
la finalidad de la fase instructora no puede ser otra que la de preparar la fase de
enjuiciamiento concretando la existencia del hecho delictivo y la determinación de la persona
que, presuntamente, lo cometió o participó en su comisión.

La razón es obvia: para proceder al enjuiciamiento del caso será necesario que haya unos
hechos aparentemente delictivos (si no hay hecho o los que hay no constituyen delito, no
habrá enjuiciamiento) y que se haya determinado la persona que, presuntamente, los hubiera
podido cometer (si no hay presunto autor (acusado), tampoco habrá enjuiciamiento). Sin
hecho presuntamente delictivo o sin persona presuntamente responsable, no puede abrirse el
juicio oral.

La fase de instrucción es aquella fase del proceso encaminada a preparar el enjuiciamiento


mediante la determinación del hecho delictivo y la persona de su presunto autor.

El objetivo de la fase instructora es investigar los hechos delictivos y la posible participación en


ellos de determinados sujetos; pero los datos recabados, lejos de constituir prueba alguna, son
el resultado de meras investigaciones que habrán de ser probadas ante el Juez o Tribunal que
haya de dictar sentencia. Como norma general, pues, las diligencias de investigación llevadas a
cabo durante la instrucción carecerán de valor probatorio. Esos hechos y la participación que
en ellos haya podido tener el acusado habrán de ser objeto de prueba ante el órgano de
enjuiciamiento, que es el que dictará sentencia.

Por tanto, la vigencia del principio acusatorio no solo obliga a distinguir dos grandes fases en el
proceso (instrucción y enjuiciamiento) sino que obliga igualmente a entregar la dirección de
estas dos fases, a órganos públicos del Estado diferentes. El enjuiciamiento ha de corresponder
a los órganos jurisdiccionales del Estado (jueces y magistrados) porque así lo exige principio de
exclusividad jurisdiccional en su vertiente positiva (monopolio estatal de la jurisdicción, art.
117.3 CE). Mayores controversias suscita la determinación de cuál debe ser el órgano
encargado de la dirección de la fase instructora o fase de investigación.

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Es por eso que nuestro ordenamiento jurídico ha optado por encomendar la dirección de la
fase instructora, también a los órganos judiciales (concretamente, al Juez instructor) no es esta
la única posibilidad, ni siquiera la más común.

En función de cuál sea el órgano encargado de dirigir la fase de investigación penal se diseñan
dos grandes modelos: el de los ordenamientos de corte anglosajón en los que la dirección de la
instrucción recae sobre el Ministerio Fiscal y el de los ordenamientos de corte napoleónico
(España), en los que la dirección de la fase instructora se otorga a órganos jurisdiccionales. La
competencia para dirigir la fase de instrucción recaerá, en nuestro ordenamiento, sobre el Juez
instructor garantizándose así la imparcialidad del órgano enjuiciador que no habrá tenido,
tampoco, ninguna competencia durante la fase investigadora.

Estos dos grandes modelos admiten todavía una tercera variante con tendencia a la expansión
en los últimos tiempos y que, sobre la base del diseño procesal Inglés, hace recaer la
competencia efectiva para la dirección de la investigación criminal directamente sobre la
policía. Todos aquellos ordenamientos que prescinden del juez instructor han de ver
completado el organigrama de los sujetos instructores con la presencia de un Juez de garantías
que autorice, durante la fase instructora, la práctica de cualquier diligencia de investigación
limitativa de Derechos Fundamentales.

En conclusión, pues, la instrucción es aquella fase del proceso penal, dirigida por el Juez
instructor y encaminada a preparar el enjuiciamiento mediante la determinación del hecho
delictivo aparentemente cometido (si existió el hecho en sí y si reúne los caracteres de delito) y
la determinación de su presunta autoría.

1.2. Clases

La instrucción se regulaba en el Libro II de la LECrim, intitulado “Del Sumario” (arts. 259-648),


pero se ha ido completando con otros procedimientos más modernos. En consecuencia, cada
tipo de procedimiento tendrá su propia regulación de la instrucción a la que los mencionados
preceptos serán, según se indicaba, de aplicación supletoria.

La fase de instrucción recibirá, además, una denominación específica en cada procedimiento


concreto. Así, la instrucción en el Procedimiento común ordinario por delitos graves (delitos
con penas superiores a 9 años de privación de libertad) recibe la denominación de “sumario”;
“diligencias previas” será la denominación que la fase instructora reciba en el procedimiento
abreviado (delitos cuyo enjuiciamiento compete a los Juzgados de lo Penal o a la Audiencia
provincial siempre que no sean superiores a 9 años de pena privativa de libertad; art. 744 y ss.
LECrim); “Diligencias urgentes” (del art. 797 LECrim) será la denominación de la instrucción en
los “juicios rápidos” (para los delitos y en los supuestos, contemplados en el art. 795); y, por
último “instrucción del Tribunal del Jurado” para el procedimiento ante el Tribunal del Jurado
(regulada en los arts. 24 y ss. de la LOTJ).

1.3. Finalidad

La existencia de distintas regulaciones para esta fase investigadora en función del tipo de
procedimiento de que se trate, hace pensar que la instrucción tendrá una finalidad diferente
en cada procedimiento concreto. Sin embargo, esto que inicialmente pudo ser así,
especialmente por lo que respecta a la regulación del Sumario y a las diligencias previas del
procedimiento abreviado ha decaído notablemente tras la reforma de la LECrim operada por la
Ley 38/2002 que vino a limar gran parte de estas iniciales diferencias.

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Así, el sumario (fase instructora del procedimiento ordinario por delitos graves) tendrá como
finalidad la preparación del juicio según establece el art. 299. Ello supone que durante la
instrucción se llevarán a cabo todas las actuaciones encaminadas a tal fin y concretamente: a)
cualesquiera actos encaminados a la averiguación del delito y de todas las circunstancias que
puedan influir en su calificación; b) cualesquiera actos encaminados a la averiguación de la
culpabilidad de los delincuentes; c) actos de aseguramiento de los delincuentes (adopción de
medidas cautelares personales) y de la responsabilidad pecuniaria que les sea exigible
(medidas cautelares reales).

Las diligencias previas del procedimiento abreviado han sufrido una importante evolución
legislativa y si bien hasta el año 2002, la instrucción en este ámbito quedaba limitada a la
práctica de aquellas diligencias esenciales para el sostenimiento de la acusación y tan solo
cuando fueran efectivamente necesarias, tras la mencionada reforma, el art. 777 LECrim
contempla la práctica de las diligencias necesarias para: a) determinar la naturaleza y
circunstancias del hecho; b) determinar las personas que hayan participado en él; c)
determinar el órgano judicial competente para el enjuiciamiento.

La finalidad, pues, de ambas instrucciones tiene un contenido, hoy, ciertamente similar.

Más distinta resulta, sin embargo, la regulación de la instrucción prevista para los conocidos
como “juicios rápidos”. En este procedimiento, la clave fundamental de la celeridad que el
legislador quiso imprimir reside, precisamente, en la instrucción. La tramitación de este
procedimiento exige que la instrucción pueda practicarse durante la guardia del Juzgado y para
que ello sea posible, el legislador ha establecido todo un conjunto de actuaciones que la policía
judicial debe llevar a cabo en el tiempo mínimamente imprescindible y, en todo caso, en el
plazo que dura la detención.

De conformidad con lo previsto en el art. 796 LECrim la policía judicial deberá acompañar al
atestado el parte médico de asistencia, deberá informar al presunto responsable de los
derechos que le asisten, solicitar el nombramiento de abogado de oficio realizar las citaciones
de quienes deban comparecer ante el Juzgado de guardia (denunciado, testigos...), remitir la
droga (o sustancias aprehendidas) para su análisis y practicar las pruebas de alcoholemia...

Realizadas todas estas actuaciones, la policía aportará el resultado de todo ello al Juzgado de
guardia planteándose así, en ese momento, cuatro situaciones posibles:

1. Que la información aportada se suficiente para formalizar la acusación, en cuyo caso se


prescindirá de cualquier actuación instructora adicional y se dará por concluida la
instrucción.
2. Que la información no sea suficiente en modo alguno para el sostenimiento de la
acusación en cuyo caso procederá el sobreseimiento de la causa.
3. Que las actuaciones no sean suficientes para formalizar la acusación, pero no proceda el
sobreseimiento de la causa en cuyo caso, el juez instructor podrá llevar a cabo
cualesquiera diligencias instructoras (las contenidas en el art. 797 o cualesquiera otras que
considere adecuadas) siempre que no se exceda del marco temporal en que debe llevarse
a cabo la instrucción en estos procedimientos y que no es otro que el de la guardia del
Juzgado.
4. Que proceda la transformación del juicio rápido en procedimiento abreviado ante la
necesidad de llevar a cabo determinadas diligencias instructoras que excederán del marco
temporal de la guardia.

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La instrucción del jurado, por último, se configura de forma muy similar a la del procedimiento
abreviado porque, aunque el art. 27 LOTJ limite la práctica de diligencias a tan solo aquellas
que sean solicitadas por las partes y que resulten imprescindibles para decidir sobre la
apertura del juicio oral, el propio precepto, más adelante, habilita al Juez instructor para
practicar todas aquellas que considere necesarias para la comprobación del hecho y de su
presunta autoría.

2. LOS PLAZOS DE LA INSTRUCCIÓN

El sometimiento de la instrucción a un plazo determinado es una decisión no exenta de


problemas por cuanto son muchos los intereses y derechos en juego a favor de una u otra
posición (instrucción con o sin plazos).

Por un lado, la posibilidad de que una instrucción esté ilimitadamente abierta genera un
estigma en la persona del investigado, acrecentado además por la posible presión y difusión
mediática que puede acompañar al caso; mantener una investigación abierta durante años o
décadas incluso, genera asimismo una situación de inseguridad jurídica para el investigado que
lejos de ser transitoria se va prolongando en el tiempo y va condicionando el desarrollo de su
vida. Pero, junto con ello, es cierto que el interés público exige también que el Estado pueda
tomarse el tiempo que resulte necesario para la averiguación de los hechos delictivos y el
consiguiente castigo del culpable, sin verse constreñido a tener que ofrecer unos resultados en
un momento determinado. Desde la perspectiva favorable a la inexistencia de plazos
instructorios se ha sostenido igualmente que someter a plazo la investigación supone
fomentar la impunidad de los delitos más complejos y de instrucción más complicada (que
normalmente, tienen que ver con corrupción) fomentando así la impunidad de los
delincuentes más poderosos.

Esta es la tesitura a la que se enfrentó el legislador en 2015 cuando, finalmente, optó por
introducir un sistema de plazos que pusiera fin a la posibilidad de prolongar la instrucción
ilimitadamente en el tiempo forzando bien al archivo de la causa, bien a la apertura del juicio
oral, una vez transcurrido el plazo fijado por la Ley.

Los plazos establecidos se regulan en el art. 324 LECrim y responden al siguiente esquema
general:

 La instrucción durará seis meses desde la incoación del sumario o de las diligencias previas.
 El plazo de seis meses podrá prorrogarse hasta 18 meses si la instrucción fuera declarada
compleja. Y lo será cuando (art. 324.2): a) recaiga sobre grupos u organizaciones
criminales; b) tenga por objeto numerosos hechos punibles; c) involucre a gran cantidad de
investigados o víctimas; d) exija pericias que impliquen el examen de abundante
documentación o complicados análisis; e) implique la realización de actuaciones en el
extranjero; f) precise la revisión de la gestión de personas jurídico-privadas o públicas; o g)
se trate de un delito de terrorismo.
 El plazo de 18 meses podrá prorrogarse por otros 18 meses más a instancia del Ministerio
Fiscal
 Este último plazo de 18 meses podrá prorrogarse, a petición de las partes, sin sujeción a
límite legal; si bien el juez deberá acordarlo de forma motivada y estableciendo el nuevo
plazo con determinación del momento de conclusión del mismo.

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El cómputo de los plazos citados se suspenderá cuando se decrete el secreto del sumario o se
acuerde el sobreseimiento provisional de la causa. La reanudación del cómputo se hará por el
tiempo que falte hasta concluir el plazo de que se trate.

3. SUJETOS DE LA INSTRUCCIÓN

La forma en que se diseña y estructura la instrucción en el proceso penal español será


determinante del tipo de sujetos que intervienen en ella. Así, la concepción napoleónica de la
instrucción como una fase del proceso cuya dirección se encomienda al órgano judicial
convertirá al Juez instructor en el sujeto fundamental de esta fase del proceso sin desmerecer,
en absoluto, el papel que pueda jugar el Ministerio Fiscal o, desde luego, el propio investigado.
Y junto con ello, la vigencia del principio de oficialidad en su desarrollo, relegará a un papel
muy secundario la función que durante la instrucción puedan desempeñar otros acusadores
(particulares, populares o el actor civil) frente a la importancia que asumirá el Ministerio Fiscal
como acusador público y la policía, sobre cuya actuación práctica pivotara la eficacia real de las
investigaciones realizadas.

Así, como sujetos de la instrucción y en méritos al carácter relevante de la función que


desempeñan durante su curso se referirán, a continuación, los siguientes: El juez instructor, el
Ministerio Fiscal, el investigado y la policía judicial.

3.1. El juez instructor

El Juez instructor es el director de esta fase procesal y quien se encargará, por tanto, de
ordenar que se practiquen todos los actos que considere necesarios para el cumplimiento de
los fines de la instrucción.

Pese a que la LECrim establece (art. 777) que “el Juez ordenará a la policía judicial o practicará
por sí las diligencias necesarias”, resulta evidente que la realización práctica de todas las
diligencias necesarias para la averiguación del hecho y de su autoría se ordenarán siempre a la
policía judicial siendo, en la actualidad, prácticamente nulos los supuestos en los que el Juez
practicará por sí dichas investigaciones.

Junto con las actuaciones que el Juez instructor considere necesario llevar a cabo, deberá
acordar también la práctica de todas aquellas que le soliciten las partes personadas siempre
que no las considerara inútiles o perjudiciales (art. 311 LECrim)

Por último, no puede olvidarse la trascendental función del Juez instructor como órgano
garante del respeto a los Derechos Fundamentales. En ese sentido, cualquier diligencia de
investigación que pudiera resultar lesiva o atentatoria contra los Derechos Fundamentales del
investigado habrá de ser necesariamente autorizada por el Juez que emitirá un auto motivado,
acordando y justificando la medida. De no contar con dicha autorización judicial la información
obtenida no podrá surtir efectos en proceso y desde luego, no podrá en modo alguno alcanzar
valor probatorio, al considerarse que ha sido obtenida con vulneración de Derechos
Fundamentales (art. 11.1 LOPJ).

3.2. El Ministerio Fiscal

El art. 1 del Estatuto Orgánico del Ministerio Fiscal reconoce que es misión de este, entre
otras, promover la acción de la justicia en defensa de la legalidad, de los derechos de los
ciudadanos y del interés público tutelado por la ley. Consecuentemente y para el

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cumplimiento de dicha misión, el art. 3 le reconoce competencia para ejercitar las acciones
penales (y civiles) dimanantes del delito.

En tanto en cuanto el Ministerio Fiscal es quien ejerce la acción penal en nombre del Estado, se
constituye éste en parte acusadora en la práctica totalidad de los procesos penales y, como
parte, podrá solicitar del Juez instructor la práctica de diligencias e intervenir en la práctica de
todos los actos de investigación que se lleven a cabo.

Pero la intervención del Ministerio Fiscal durante la fase instructora no está exenta de matices
y peculiaridades; y, de hecho, como defensor que es de la legalidad, es una parte “imparcial”
cuyas investigaciones deben ir encaminadas a la averiguación de lo ocurrido, exentas de
cualquier interés de parte. En este sentido, el Ministerio Fiscal puede ordenar a la policía
judicial la práctica de cualesquiera diligencias que considere necesarias a los fines de la
instrucción siempre que no sean limitativas de Derechos Fundamentales (en cuyo caso
requerirán de la pertinente autorización judicial) y con independencia del que resultado de las
mismas pueda resultar de cargo o de descargo.

3.3. El investigado

Pese a la finalidad investigadora y el carácter de oficialidad de que goza dicha investigación en


la fase instructora, con el devenir de los tiempos y la interpretación de la normativa procesal
de conformidad con los dictados constitucionales, la fase de instrucción ha adquirido carácter
contradictorio. Así, la presencia y actuación del imputado y su abogado se ha potenciado y
reforzado convirtiéndose en indispensable (so pena de nulidad de las actuaciones) desde el
primer momento del proceso penal.

Esta evolución da cuenta del marcado carácter garantista del proceso penal español pero cabe
dejar constancia de la existencia, siempre, de una tensión latente en toda esta materia que
oscila entre la necesidad de garantizar el derecho de defensa del investigado en su máxima
expresión y la necesidad de garantizar una cierta ventaja investigadora del Estado con la que
tratar de paliar o compensar, la mejor posición desde la que parten los autores de los hechos
delictivos cometidos siempre con afán de impunidad. En todo caso, como se verá, es lo cierto
que el Derecho de defensa impregna hoy el espíritu de la fase instructora garantizando la
presencia del investigado y de su abogado, desde el primer momento procesal y en todas las
actuaciones que se practiquen.

Al margen de cierta normativa dispersa que cabe encontrar a lo largo del articulado de la
LECrim, los preceptos fundamentales que regulan la intervención y los derechos del
investigado durante la fase instructora son los arts. 118, 520 y 775. De la lectura conjunta de
dichos preceptos cabría destacar los siguientes extremos:

1. El derecho de defensa nace desde el momento de la imputación , entendiendo esta en un


sentido amplio, que supone la atribución a una persona, por cualquier vía, de la comisión
de un hecho punible (véase en la lección correspondiente, el desarrollo de la adquisición
de la condición de imputado)
2. El derecho de defensa se traduce, entre otros que no se detallan pero que están
legalmente previstos (véanse los arts. 118, 520 y 775 LECrim), en el derecho del imputado
a: A) ser informado de sus derechos; B) tomar conocimiento de las actuaciones —salvo
que fueran declaradas secretas—; C) estar asistido de abogado, que puede ser libremente
designado o designado de oficio; D) a entrevistarse con su abogado desde el primer
momento, con anterioridad, incluso, a la toma de declaración policial; E) a intervenir en la

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práctica de todas las diligencias judiciales que se practiquen; F) a solicitar la práctica de
diligencias de investigación; y G) a recurrir las resoluciones judiciales en los términos
legalmente previstos.

3.4. La policía judicial

Las funciones de la policía judicial durante la fase instructora han experimentado una notable y
paulatina ampliación en los últimos tiempos cuyo comienzo global puede fijarse con la entrada
en vigor del Procedimiento abreviado en 1988, y cuyo máximo exponente se da en la
regulación prevista para la tramitación de los juicios rápidos año 2003.

Tal y como establece el art. 282 LECrim la policía judicial deberá llevar a cabo todas las
actuaciones necesarias para la averiguación y comprobación de los delitos, el descubrimiento
de los delincuentes y el acopio de cualesquiera efectos, instrumentos o pruebas del delito que
deberá poner a disposición judicial. Tras la reforma operada el dicho precepto como
consecuencia de la entrada en vigor del estatuto de la Víctima en el año 2015, cuando la
policía entre en contacto con las víctimas del delito deberán informarles de los derechos que
les asisten así como hacer una valoración inicial de sus circunstancias a fin de realizar una
primera determinación de las medidas de protección que cabe adoptar.

En consonancia con ello, tres son los grandes ámbitos de actuación de la policía judicial:

1. Actuaciones de averiguación del delito y de los delincuentes .


2. Actuaciones en relación con la recogida de efectos y aseguramiento de pruebas (ya sean
de carácter o material).
3. Actuaciones de asistencia y protección a las víctimas .

Durante la fase instructora y en su labor de averiguación del delito y su autoría, la policía


judicial desarrolla sus funciones con sumisión a los órganos jurisdiccionales y al Ministerio
Fiscal. Pero son muchas las situaciones en las que la actuación de la policía comienza sus
actividades con carácter previo a la puesta en marcha de una actuación judicial. En estos casos
la policía actúa mediante lo que se conoce como “diligencias a prevención” o actuaciones
investigadoras llevadas a cabo por esta cuando tiene conocimiento de la comisión de un delito
público (art. 284 LECrim).

Tras la reforma operada en el art. 284 LECrim en el año 2015 se reconoce la posibilidad de que
la policía no remita el atestado a la autoridad judicial, ni al Ministerio en aquellos casos en que
no exista autor conocido y con las salvedades que el propio precepto regula.

Pero como se sostuvo inicialmente, tras la entrada en vigor del procedimiento abreviado es en
la instrucción de los juicios rápidos el ámbito en el que la actuación de la policía judicial alcanza
su mayor desarrollo. Y ello porque para imprimir celeridad a este proceso el legislador concibió
una instrucción concentrada en el momento de la guardia que solo podrá tener éxito si, con
carácter previo, la policía judicial ha llevado a cabo una importante actuación procesal que
excede con mucho, de la mera actividad investigadora.

La tramitación de los juicios rápidos solo será posible (art. 795 LECrim) para delitos cuya pena
no supere los cinco años de privación de libertad (o 10 años si se trata de penas privativas de
otros derechos), comiencen con atestado policial, se haya dado la detención o puesta a
disposición judicial del sospechoso y, además, o bien se trate de delitos flagrantes, o de alguno
de los delitos contemplados en el art. 795.2, o de un delito de instrucción presumiblemente
sencilla.

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Para todos estos supuestos, el art. 796 LECrim regula detalladamente cuál debe ser la
actuación de la policía judicial a fin de poder dar trámite a un juicio rápido y así, la margen de
las genéricas diligencias de investigación que se regulan en los arts. 770 y 771 LECrim, la policía
judicial deberá, además, ordenar la actuación pericial, realizar actos de citación y llevar a cabo
determinadas actuaciones relacionadas con el derecho de defensa del investigado.

 En relación con las actuaciones periciales, la policía judicial deberá:


1. Remitir las sustancias aprehendidas al instituto de toxicología, al de medicina legal
o al laboratorio correspondiente para la realización del análisis pertinente
indicando que los resultados deberán remitirse al Juzgado de guardia por la vía
más rápida posible y, en todo caso, antes del día y hora en que haya procedido a
citar, para ante el Juzgado, al investigado y a los testigos.
2. Realizar por sí misma el análisis anterior cuando no fuera posible remitir la
sustancia al instituto correspondiente en el plazo previsto.
3. Solicitar informe pericial sobre cualesquiera objetos que debieran ser tasados y
que no fuera posible remitir al Juzgado de guardia.
4. Practicar las pruebas de alcoholemia, drogas tóxicas, estupefacientes y sustancias
psicotrópicas conforme a la normativa legalmente prevista teniendo en cuenta que
si el interesado solicitara análisis de sangre u orina de contraste, deberá requerir a
los facultativos para que remitan el resultado al Juzgado de guardia dentro del
plazo que les indiquen (y que no podrá ser superior al de citación del investigado y
los testigos).
 En relación con los actos de citación, la policía judicial procederá a citar a las personas
que a continuación se detallarán para que comparezcan estas ante el Juzgado de
guardia. Así, citará para comparecencia en un día y hora determinado al investigado no
detenido, a los testigos, a las víctimas del delito, a los ofendidos o perjudicados por el
delito y a las compañías aseguradoras.
 En relación con las actuaciones de la policía judicial que inciden directamente en el
derecho de defensa del investigado, deberá informarle de los derechos que le asisten,
así como solicitar el nombramiento de abogado de oficio en los supuestos en los que
no nombrara uno de confianza.

4. PRINCIPIOS PROCESALES DURANTE LA FASE INSTRUCTORA

Si bien tanto los principios del proceso cuanto los del procedimiento fueron objeto de estudio
en una lección específica, conviene recordar ahora cuáles de los estudiados rigen en este
momento del proceso penal.

Al margen de los principios de contradicción e igualdad que por ser inherentes a la propia
estructura del proceso concurrirán en todo caso, distinguimos entre aquellos principios que
rigen y configuran la estructura del proceso civil y los que lo hacen respecto del proceso penal.
Pero, junto a ello, la propia división funcional del proceso penal en dos fases diferenciadas
hace que cada una de ellas se inspire en principios procesales no siempre coincidentes en
ambas.

En consonancia con ello, cabría afirmar que durante la fase de instrucción es posible apreciar
la vigencia del principio acusatorio como principio estructurador del proceso penal en su

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conjunto y, junto con él y en relación con el procedimiento, la vigencia de los principios de
oficialidad, escritura y secreto.

4.1. El principio acusatorio: vigencia y manifestaciones durante la instrucción

Se ha referido ya que la vigencia del principio acusatorio en el proceso penal condiciona la


propia estructura del mismo estableciendo, entre otras cuestionas, una división funcional de
este en dos fases: la de instrucción y la de enjuiciamiento, cuya dirección se encomienda a
órganos (jurisdiccionales ambos, en nuestro ordenamiento) diferentes.

La propia existencia de la fase instructora debe su razón de ser a la vigencia del principio
acusatorio que pretende garantizar la posición de independencia del juez o tribunal que ha de
dictar la sentencia evitándole cualquier posible intervención durante la fase de investigación
que pudiera condicionar, mermar o influir en su debida imparcialidad.

La actuación del juez instructor conllevará la adopción de decisiones en muy diversos ámbitos
que, en cierto modo, condicionaran el transcurso del proceso. Así, adoptará decisiones en
relación con la estrategia investigadora que debe seguirla policía, en relación con la práctica de
determinados medios de investigación para los que se requiere de su autorización motivada
(se pronunciará sobre la adopción de medidas investigadoras limitativas de derechos
fundamentales como la entrada y registro, la intervención de las comunicaciones), en relación
con la adopción de determinadas medidas cautelares que pueden ir desde la libertad
provisional o una orden de alejamiento hasta la prisión provisional, etc... Es decir, que el juez
instructor intervendrá en el proceso adoptando toda una serie de medidas que, en cierto
modo, le colocan en una necesaria situación de prejuicio que podría condicionar su objetiva
visión de los hechos en el caso de que tuviera que ser él quien dictara la sentencia.

Precisamente por lo anterior se configura como causa de abstención y, en su caso, recusación


el que el juez que ha de dictar sentencia o alguno de los magistrados integrantes del Tribunal
que ha de dictarla hubiera participado con anterioridad en la instrucción penal de la causa (art.
219.1.11ª LOPJ).

4.2. Investigación frente a aportación de parte

La división funcional del proceso penal en dos fases hace que, en ocasiones, sean distintos los
principios que predominan en cada una de estas fases procesales. Así, por contraste con el
proceso civil en el que el carácter privado de los derechos que se enjuician y la vigencia del
principio dispositivo condicionan, necesariamente, la vigencia del principio de aportación de
parte en relación tanto con los hechos como con las pruebas, en el proceso penal el principio
de aportación de parte tendrá un claro predominio en, tan solo, la fase de enjuiciamiento.

La fase instructora se presenta presidida por el principio de investigación de oficio de los


hechos. Dada la naturaleza pública del proceso penal, así como, en general, el carácter público
de los delitos que se enjuician, son muchas las formas de incorporación al proceso de los
hechos y de las personas que, presuntamente, pudieran haberlos cometido. Al margen de la
información que pueda llegar al Juez a través del atestado, la denuncia del perjudicado o las
primeras diligencias a prevención que hubiera podido practicar la policía, es lo cierto que esta
primera aportación de hechos en modo alguno vincula a la autoridad judicial que, como
directora de la instrucción, podrá ampliarla o restringirla en función de las distintas
averiguaciones a que la propia investigación le vaya llevando. Podrá, de esta manera, acordar
todas las diligencias de investigación que, de oficio, considere precisas para una adecuada

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averiguación de los hechos y de su autoría (no se olvide la finalidad del sumario declarada en el
art. 299 LECrim: preparar el juicio, averiguar la perpetración de los delitos y la participación en
ellos de los delincuentes).

Junto con las diligencias de investigación que practique el juez instructor de oficio y las que
acuerde a instancia de las partes del proceso, no puede obviarse la capacidad investigadora del
Ministerio Fiscal que podrá contribuir a delimitar el objeto del proceso con las diligencias que,
de oficio y autónomamente decidiera este practicar.

4.3. Escritura frente a oralidad

La exigencia constitucional de que “el procedimiento será predominantemente oral, sobre


todo en materia criminal” (art. 120.2 CE) no debe hacer caer en el error de tratar de potenciar
la oralidad a toda costa y en todas las fases del procedimiento penal.

Cabe entender que un proceso es oral cuando la resolución judicial del mismo viene fundada
en materias (pruebas) aportadas oralmente al proceso. Y en tal sentido, el proceso penal
español es claramente un proceso inspirado por el principio de oralidad.

Pero hay determinadas actuaciones procesales y, muy especialmente las que tiene lugar en la
fase instructora, que, necesariamente, han de transcurrir en forma escrita (por ejemplo, una
querella o cualesquiera otros modos de iniciación de proceso penal). Por otra parte, por la
propia naturaleza de los actos que tiene lugar durante la fase de investigación, estos
necesariamente tendrán carácter escrito y, de hecho, los intentos históricos de fomentar la
oralidad en esta fase procesal (es el caso de la LOTJ, cuyos arts. 24 y 31 trataron de introducir
determinadas “comparecencias” o “audiencias” durante la fase instructora) han devenido en
infructuosos intentos de agilización que en modo alguno dieron los resultados esperados.

Así, la finalidad propia de la instrucción que, en esencia, reside en la preparación del juicio oral
y paralelamente, la necesidad de asegurar la prueba y dejar constancia de lo actuado por los
diversos órganos intervinientes en la misma (policía judicial, Ministerio Fiscal, Juez instructor...)
convierten el principio de escritura en un principio irrenunciable de esta fase procesal por
mucho que, en su conjunto, pueda afirmarse que el proceso penal español es un proceso
predominantemente oral.

4.4. Secreto frente a publicidad

El art. 120 CE consagra el principio de publicidad de las actuaciones judiciales, como garantía
de control de la sociedad frente a la actuación del poder judicial, cabe tener en cuenta que
dicha publicidad no puede ser entendida de forma absoluta y, de hecho, así lo matizan las
propias normas de enjuiciamiento.

En este sentido, dentro de la publicidad de las actuaciones judiciales se distingue entre una
publicidad absoluta, aun reconociendo la posibilidad de admitir ciertas limitaciones (regiría
esta en el proceso civil en el que, salvo por circunstancias legalmente muy restringidas (art.
138 LEC) se admitiría el secreto en la práctica de determinadas actuaciones, juicios,
comparecencias o vistas) y una publicidad relativa limitada a, tan solo las partes del proceso y
quienes puedan resultar legalmente interesados: es la publicidad que se reconoce durante la
fase instructora en relación con las partes del proceso. Durante la investigación rige el
principio de secreto del sumario para la sociedad en general (art. 301 LECrim) y publicidad
relativa, limitada a las partes del proceso (art. 302 LECrim).

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Así, las partes del proceso pueden acceder a todos los datos obrantes en el expediente y tomar
conocimiento de todas las actuaciones y diligencias practicadas. Ello no obstante, cabe la
posibilidad de que incluso esta publicidad relativa, limitada a tan solo las partes del proceso
pueda poner en riesgo las investigaciones que se están llevando a cabo; en tal caso, el juez
instructor puede decretar el secreto del sumario (art. 302.2 LECrim) si bien, dicho secreto
deberá alzarse con, al menos, diez días de antelación a la conclusión del sumario a fin de que,
para dar cumplimiento a las exigencias del derecho de Defensa, las partes puedan tomar
conocimiento de las diligencias practicadas y el resultado de las mismas.

Más extraño, por contraste con lo que sucede en la práctica cotidiana de la información vertida
a diario en los medios de comunicación, es reconocer que los sumarios son secretos para la
sociedad en general. Efectivamente y por extraño que parezca a la vista de las noticias que
cada día dan los periódicos, el art. 301 LECrim así lo consagra al establecer que “las diligencias
del sumario serán reservadas y no tendrán carácter público hasta que se abra el juicio oral”. De
hecho sanciona con multa de 500 a 10.000 Euros al abogado procurador o tercero que revelare
el contenido del sumario. Recuérdese que esa misma actuación si se tratara de funcionarios
públicos es constitutiva de responsabilidad criminal.

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