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El caso de Miwa Sado fue la crónica de una muerte anunciada.

En 2013 el corazón de la
periodista de 31 años se detuvo. Sado, que trabajaba en 'NHK', la mayor emisora pública
del país, se desplomó en su apartamento mientras sostenía uno de los tres teléfonos que
utilizaba para trabajar.

Fue solo hasta 2017 que su fallecimiento fue catalogado por el Gobierno como "karoshi", o
muerte por exceso de trabajo. Situación que las autoridades y las compañías, en su apatía,
no logran detener. "Miwa estuvo cubriendo elecciones. Estaba sana pero trabajó varios
meses seguidos sin fines de semana", explicó su madre, Emiko Sado.

Tras una investigación se concluyó que la reportera laboró 159 horas y 37 minutos de horas
extras el mes que falleció, un exceso abrupto de responsabilidades que la empresa no vigiló
con cuidado.

En Japón, la jornada oficial de trabajo comprende 40 horas, pero como en la ley no está
establecido un límite estricto de horas extras a cumplir, las empresas han utilizado ese
vacío jurídico en beneficio propio, tema que el Gobierno ha intentado regular sin mucho
esfuerzo.

Una tóxica cultura laboral y una industria que no descansa, combinación mortal en Japón

El primer caso de karoshi surgió en 1969, pero la historia se remonta a principios de 1950.
Después de sufrir los efectos de la Segunda Guerra Mundial, el primer ministro japonés
Shigeru Yoshida se propuso reconstruir el país. Yoshida reclutó grandes corporaciones y les
pidió que contrataran a los ciudadanos a cambio de su lealtad y entrega laboral.

Con el paso del tiempo y la consolidación del país como una potencia industrial, comenzó a
tejerse un peligroso sistema laboral en el que los empleados, movidos por un profundo
sentido del deber, empezaron a medir su nivel de productividad en función del número de
horas trabajadas. De modo que, en los tiempos que corren, el trabajo duro se convirtió en
una muestra de ambición y lealtad a los superiores, un precio que se paga con la muerte.

"El karoshi se trata de una decisión del trabajador, no es trabajo forzado, es un acuerdo al
que el empleado llega con su jefe", señaló el sociólogo Kinoshita Takeo, criticando cómo el
hecho de trabajar hasta morir se ha normalizado profundamente en el imaginario de la
sociedad japonesa.

En 2015, dos años de la muerte de Sado, las autoridades registraron 2.310 suicidios
relacionados al estrés y agotamiento producidos por la excesiva carga laboral. Pese a las
elevadas cifras reportadas, limitar sustancialmente las horas extras no es solo un tema
espinoso para las empresas y el Ejecutivo, sino un hecho al que se resisten miles de
trabajadores.

Samuráis modernos para quienes la resistencia física y mental, como en el pasado, se


vuelve una suerte de recompensa honorífica y un modo de aceptación social por la que lo
sacrifican todo.

Calidad de vida versus capital, ¿batalla perdida?

El primer ministro Shinzo Abe, intentó promover una ley para reducir a 100, el número de
horas extras que un empleado debe trabajar, pero para Emiko Teranishi, directora de la
Asociación de Víctimas de Karoshi, el proyecto "es una tontería". Para los médicos,
alcanzar las 80 horas extras aumenta considerablemente el riesgo de muerte por exceso de
trabajo.

Japón ni siquiera ocupa los primeros cinco puestos en el ranking de los países con las
jornadas laborales más extensas. Corea del Sur, México, Rusia y Estados Unidos están por
encima. Pero, el kiroshi, para la asociación de victimas, cobra más vidas que los accidentes
de tránsito.

"He intentado suicidarme varias veces. Renuncié porque mi jefe me acosaba laboralmente.
Tenía una relación enfermiza con los empleados", explicó el joven Yamato Nakamura. Su
jefe registraba que su jornada laboral se reducía a ocho horas y media, cuando en realidad
trabajaba más de 11.

Yumiko Iwasaki intenta revolucionar la forma en la que se concibe el trabajo en su país.


Hace 13 años creó una empresa de cosméticos y eliminó las horas extras. Trabaja con
mujeres en jornadas limitadas de trabajo, sobre todo para ayudar a las que tienen hijos, sin
que esto afecte el crecimiento económico de su compañía.

Así, trata de debilitar la cultura laboral en Japón en la que el descanso es sinónimo de


pereza. Pero a fin de cuentas, el ocio, entendido como un espacio para la reflexión y la
creatividad, da réditos mayores que los que un contador podría calcular.

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