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Joaquín Costa Oligarquía y Caciqiusmo
Joaquín Costa Oligarquía y Caciqiusmo
3.- CONTEXTUALIZACIÓN
Con la reposición de los Borbones en la figura de Alfonso XII, hijo de Isabel II, como Rey de España, y con
Antonio Cánovas del Castillo, como su máximo defensor, se iniciaba el periodo de la Restauración (1874-
1923), por supuesto con el “sistema canovista” como forma de Gobierno.
Este gobierno trataba de regresar al periodo anterior a la Revolución de 1868, al periodo de la Unión Liberal.
Para ello, Cánovas, defendía la necesidad de una Constitución moderada y flexible, símbolo del equilibrio, que
estableciera la soberanía compartida entre el Rey y las Cortes. De esta manera el orden político y público
quedarían garantizados.
El sistema canovista se basó en dos pilares: la Constitución de 1876 y el bipartidismo turnista. Por un lado, el
partido conservador de Cánovas y, por otro, el fusionista de Sagasta. Se elaboró una Constitución de carácter
moderado que no reconocía la soberanía nacional de modo suficiente y que mantenía los derechos tradicionales
de la Iglesia Católica. Los artículos de la Constitución fueron aprobados en breve tiempo y con pocos debates.
Fue promulgada en junio de 1876, establecía la “soberanía compartida” (Cortes y Rey) y una práctica política
basada en la existencia de unos partidos oficiales que aceptasen los reglamentos de la legalidad constitucional.
Serían partidos de “notables” elegidos por sufragio censitario.
Estos dos partidos intentaron sin éxito imitar el sistema parlamentario inglés. Mediante un pacto establecieron
el turno pacífico para gobernar. De esta manera, a pesar el resultado de las elecciones, el partido al que tocase
gobernar tenía garantizada la victoria electoral. Esto sólo podía lograrse mediante el caciquismo. Los
“caciques” pertenecientes a la oligarquía poderosa e influyente, controlaban la vida política, económica y
social, sobre todo en el campo. Compraban votos y manipulaban las elecciones y las decisiones de gran parte
del electorado para favorecer al partido al que le correspondiese gobernar. En algunas ocasiones, recurren al
“pucherazo” o falsificación del censo y el resultado electoral.
Este bipartidismo turnista mantuvo fuera del gobierno a los partidos antidinásticos como los carlistas o
republicanos que, junto con el anarquismo y socialismo y los regionalismos y nacionalismos, configuraron la
oposición al sistema canovista.
Pero, como ya sabemos, a finales de siglo el sistema político estaba en crisis por varios factores: los
nacionalismos periféricos (Cataluña, País Vasco, Galicia y Andalucía), la cuestión colonial (desastre de 1898)
y militar (desprestigio del ejército) y el movimiento obrero (PSOE, UGT, Anarquismo) caminaban en otra
dirección. Añadamos la semana trágica de 1909, la crisis de 1917 y la muerte de los líderes (Cánovas y
Sagasta) que no encontraron sustitutos capaces de formar mayorías estables en el Parlamento.
Cierto es que hubo voces que se levantaron contra esta deriva del sistema de la Restauración. Es lo que
conoceremos como Regeneracionismo, definido como un movimiento político, social e intelectual, cuyo
objetivo fue modernizar el sistema desde dentro y de forma gradual, revitalizando la idea liberal y las
instituciones parlamentarias, sin estar sujetos a vaivenes y sobresaltos revolucionarios. Políticos como Silvela,
Maura o Canalejas, los intelectuales agrupados en la Generación del 98 y librepensadores como Lucas Mallada
- dura crítica a las instituciones educativas de la época - Rafael Altamira - defensa del concepto de la patria, el
cual había sido desprestigiado tanto desde el interior del país como desde el exterior - y, sobre todo, Joaquín
Costa buscarán democratizar el sistema, para éste último sobre la base de “la escuela y la despensa, la despensa
y la escuela”. Pero el sistema estaba herido de muerte. Y si los sucesos de 1917 aceleraron su inviabilidad, el
golpe de estado de Primo de Rivera certificaría su defunción en 1923.
4.- CONCLUSIONES
A comienzos del siglo XX, tras el desastre del 98, se consideraba que el régimen de la Restauración estaba
agotado. La corrupción, el caciquismo, el falseamiento electoral, la distancia entre la España “oficial” y la
“real”, la cuestión social, el agotamiento de los partidos tradicionales y la irrupción de otros con una “nueva
política” dejaron al régimen inmerso en una crisis de legitimidad, representación y funcionamiento. El turno
entre dinásticos, certificado en el Pacto de El Pardo, había muerto. Era preciso, decían todos, cambiar el
régimen para regenerar el país. Y es aquí donde colocamos a Joaquín Costa. Contrario al régimen de la
Restauración quiso mostrar sus ideales denunciando la corrupción del sistema y liderando ese
“Regeneracionismo” que hemos tratado y que defendía la necesidad que tenía España de “reiniciarse” desde
otros parámetros para alcanzar el desarrollo y prosperidad necesarios. Pero la historia nos cuenta que el sistema
pervivió algunos años más, hasta el golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera (1923).
En esa regeneración intervinieron y fallaron todos: el rey, los partidos dinásticos, los emergentes, y los
intelectuales. No todo fue una pendiente inevitable hacia la dictadura: hubo varias opciones y se eligió la peor.