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VOCES Y SEMILLAS

Un espacio de encuentro para aprender


y transitar por un camino distinto

Como hemos ido comprendiendo, el Mindfulness se trata de un entrenamiento, que


consiste en atender y observar a la experiencia del momento presente, sea la que sea, de
forma intencionada y con aceptación.

Qué observamos: cualquier experiencia, interna o externa que “suceda” en el presente.


Podemos decir que prestamos atención a nuestro cuerpo y a cualquier sensación que de
él nos venga, a través de los sentidos, todo aquello que se presenta en el campo de
-Nuestra experiencia sensorial. Lo que oímos, vemos, olemos, sensaciones de tacto o del
gusto.
- El mundo físico interno: sensaciones propioceptivas de músculos, articulaciones,
sensaciones viscerales, la información del sistema vestibular acerca de la postura o de los
movimientos.
a nuestra mente y a cualquiera de los contenidos que aparezcan en ella.
- La actividad mental, que incluye emociones, sentimientos y pensamientos. Incluso
cuando se refieren al pasado, se actualizan en este momento, por lo que la atención los
observa aquí y ahora, aunque provengan o se refieran a episodios pasados. También cuando
surgen de forma espontánea, sin que sepamos qué los origina.
-El exterior y todo lo que percibimos de él.

Se trata de ser consciente, de observar, de constatar, lo que está haciendo la mente en el


instante en el que lo está haciendo, sin engancharse, solo constata y sigue observando.
Ejemplos: ahora me duele el brazo, ahora siento tristeza, estoy pensando en lo que tengo
que hacer mañana, me viene el recuerdo de la discusión de ayer, huelo a incienso, oigo a
los del piso de arriba.

Cómo lo observamos: la atención plena o mindfulness propone que observemos la propia


experiencia con una postura interna precisa. No observamos para juzgar lo que sucede, sino
que nos acercamos con curiosidad; no descalificamos o arrinconamos algunas de las
experiencias, sino que cultivamos una apertura en la que todo pueda presentarse; no
pretendemos luchar contra nada de lo que aparece, sino que ensanchamos el campo de
nuestra aceptación; no nos esforzamos porque algo cambie, sino que soltamos nuestras
expectativas y ese tipo de “esfuerzo”.

Esto es lo que los autores llaman las “actitudes” desde las que realizamos nuestra práctica.
Con algunas variantes, casi todos coinciden en las actitudes básicas: aceptar (no oponer
resistencias a lo que aparece), soltar (no quedarse enganchado a lo que aparece, es decir,
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desapegarse), confianza (en ti, sin maestros exteriores), distensión (sin esforzarte por
cambiar nada), no juicio (percibir lo que hay sin interpretarlo), curiosidad o mente de
principiante (liberarse de las influencias del aprendizaje para ver “ahora” con apertura a la
novedad), y por último, amor o compasión (una actitud amable hacia lo que observamos).
Las actitudes se apoyan unas a otras y están profundamente interconectadas, de tal forma
que practicar una conduce a las demás. Podemos acercarnos a ellas separadamente para
comprenderlas con más detalle.

En esta ocasión vamos a iniciar con:


No juzgar: Meditar con atención plena significa cultivar una actitud libre de juicios hacia
lo que emerge en la mente, sea lo que sea. Sin esa actitud, no estamos meditando. Eso no
significa que no vayan a seguir emergiendo juicios. Por supuesto que emergerán, porque,
por naturaleza, la mente compara, juzga y evalúa. Cuando esto ocurre no intentamos
detenerlo ni ignorarlo más de lo que intentaríamos detener cualquier otro pensamiento que
nos pueda pasar por la cabeza.
El enfoque que adoptamos en el mindfulness consiste simplemente en ser testigos de
cualquier cosa que emerja en la mente o en el cuerpo y observarlo sin condenarlo ni
fomentarlo, teniendo presente que nuestros juicios son pensamientos inevitables y
restrictivos acerca de la experiencia. Lo que nos interesa es el contacto con la experiencia
en sí, tanto si se trata de una inspiración, una espiración, una sensación, un sentimiento, un
impulso, un pensamiento o un juicio, sea cualquiera de ellos positivo o negativo, nos cause
dolor o nos haga sentir bien. Observar, nada más. El maestro tibetano Chögyam Trungpa,
que decía que el mindfulness es una especie de cirugía cerebral sin anestesia, describía
metafóricamente este proceso como estar obligado a escuchar, sin responder, insulto tras
insulto.
Nuestros pensamientos tiñen y determinan toda nuestra experiencia, pero tienden a ser muy
poco precisos. Por lo general, no son más que opiniones personales no fundamentadas,
reacciones y prejuicios basados en un conocimiento limitado, e influidos principalmente
por nuestros condicionamientos pasados. Cuando no los reconocemos como tales y no les
damos nombre, nuestros pensamientos pueden impedirnos ver con claridad en el momento
presente. Nos quedamos atrapados en pensar que sabemos qué estamos viendo y sintiendo,
en proyectar nuestros juicios en todo lo que vemos a la más mínima. El mero hecho de
familiarizarnos con este patrón tan profundamente arraigado y observarlo mientas ocurre
puede conducir a desarrollar receptividad y aceptación mayores y libres de juicios. En el
mindfulness, los pensamientos y las emociones se observan como eventos, no como
hechos. Van y vienen. Y se observan con “mente de principiante”, como si contempláramos
las cosas por primera vez.
Es importante cultivar la confianza, ya que, si no confiamos en nuestra capacidad de
observar, de estar abiertos y atentos, de reflexionar sobre la experiencia, de crecer, de
aprender gracias a la observación y la atención y de llegar a conocer las cosas con
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profundidad, difícilmente perseveraremos en el cultivo de cualquiera de estas habilidades


y, por consiguiente, se atrofiarán o permanecerán latentes.
Me gusta pensar en la meditación como un camino o modo de vida más que como una
técnica. Es una manera de estar, una forma de escuchar y de encontrarse en armonía con
las cosas tal como son. Esto significa en parte reconocer que a veces, por lo general en los
momentos críticos, realmente no tenemos ni idea de a dónde nos dirigimos, o ni siquiera
dónde se encuentra el camino. Al mismo tiempo, es muy posible que sepamos algo acerca
de dónde nos encontramos ahora (aunque eso, a veces, consista en saber que estamos
perdidos, confundidos, enfurecidos o faltos de esperanza). La observación que trae consigo
el mindfulness nos permite actuar con mucha más claridad en nuestra vida, porque nos
permite ver esos caminos en los que podríamos quedarnos atascados o aquellos en los que
lo hicimos en el pasado.

Recuerda que Mindfulness no es una teoría ni unos conceptos, Mindfulness es


una experiencia.

La Práctica:
Cuando hablamos de la práctica de Mindfulness, tradicionalmente diferenciamos dos
formas diferentes de hacerlo. Ambas se complementan, y permiten que la atención plena
no sea un compartimento estanco, algo que hacemos al margen de nuestra vida cotidiana.
Así, distinguimos la práctica formal de la práctica informal.
La práctica formal es aquella que realizamos reservando un tiempo concreto para ella, en
un lugar y una postura que determinamos según nuestras posibilidades, con una regularidad
también predeterminada.
La práctica informal es aquella que podemos realizar en cualquier momento, mientras
realizamos nuestras actividades cotidianas, en las que elegimos mantener la atención
centrada en vez de dispersa como nos sucede muchas veces.
Se trata de algo muy sencillo: ser conscientes de lo que hacemos al tiempo que lo estamos
haciendo: si cocino, soy consciente de que estoy cocinando, y centro en ello mi atención
sin perderme en pensamientos de divagación, en planes futuros o recuerdos pasados; soy
consciente de lo que mis sentidos sienten y del fondo emocional en el que estoy ahora
mismo, sin interferencias, sin juicios, con aceptación. Y soy también consciente de “quién”
lo hace, del sujeto que lo realiza que soy yo: el que observa. Y así con cualquier actividad.
Se trata de que la mente se habitúe a la atención en vez de a la divagación errática a la que
está acostumbrada.

La práctica formal: para ella reservamos un tiempo concreto (constante en el tiempo) y


un lugar adecuado. Debes tener en cuenta estas condiciones para la práctica formal.
En primer lugar, tener un espacio físico para ello, a fin de evitar el tener que decidir cada
día dónde realizarla. Es suficiente un rincón sencillo, limpio y ordenado.
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Es también necesario reservar un tiempo concreto en tu día, puede ser al comienzo o al


final de tu jornada. Depende de tus biorritmos y de tú agenda, escoge el momento para ti
idóneo.
Una postura estable, en la que nos sintamos razonablemente cómodos, y que nos permita
la quietud durante el tiempo que vayamos a tener la práctica. En general, las posturas más
utilizadas son la de acostado, sentado en una silla o sentado en un cojín de meditación. Es
esencial que nuestra espalda esté recta, para facilitar el flujo de energía, el cuello recto y la
nuca desbloqueada, para lo cual recogemos un poco la barbilla hacia la garganta. Los
hombros permanecen relajados, para lo que los separamos de las orejas.

EL SECRETO DE LA FELICIDAD
Cuento extraído del alquimista.

Cierto mercader envió a su hijo a aprender el Secreto de la Felicidad con el más sabio de
todos los hombres. El muchacho anduvo durante cuarenta días por el desierto, hasta llegar
a un bello castillo, en lo alto de una montaña. Allí vivía el sabio que el muchacho buscaba.

No obstante, en lugar de encontrar a un hombre santo, nuestro héroe entró en una sala en
la que se deparó con una enorme actividad: mercaderes que entraban y salían, personas
conversando por los rincones, una pequeña orquesta tocando suaves melodías, y una mesa
muy bien servida con los más deliciosos platos de aquella región del mundo.

El Sabio conversaba con todos, y el muchacho tuvo que esperar durante dos horas hasta
que pudo ser atendido. Con mucha paciencia, el Sabio escuchó atentamente el motivo de la
visita del chico, pero le dijo que en ese momento no tenía tiempo para explicarle el Secreto
de la Felicidad. Le sugirió que diese un paseo por su palacio, y regresase al cabo de dos horas.
“De todas maneras, voy a pedirte un favor - añadió, entregándole al muchacho una cucharita
de té en la que dejó caer dos gotas de aceite-. Mientras estés caminando, lleva contigo esta
cuchara sin derramar el aceite”.

El joven empezó a subir y a bajar las escalinatas del palacio sin apartar la mirada de las
gotitas de aceite. Dos horas más tarde, regresó ante la presencia del Sabio.
“Entonces - preguntó el sabio - ¿Ya has visto los tapices de Persia que están en mi comedor,
y el jardín que al Maestro de los Jardineros le llevó diez años concluir? ¿Y te has fijado en los
hermosos pergaminos de mi biblioteca?”
El muchacho, avergonzado, confesó que no había visto nada de eso. Su única preocupación
había sido no derramar las gotas de aceite que el Sabio le había confiado.
“En ese caso vuelve y conoce las maravillas de mi mundo - dijo el Sabio -. No puedes confiar
en alguien hasta que no conoces su casa”.
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El presente escrito, retoma apartes de:


Escuela transpersonal, (2014). Curso consultor en Mindfulness.

KABAT-ZINN, Jon. 2009. Mindfulness en la vida cotidiana. Buenos Aires (Argentina). Editorial Paidós.

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