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La política de hacer pasar a los ejecutivos por las experiencias de sus empleados de
base no es nueva, ya que se viene desarrollando desde los 90 en varias compañías.
Si tiene fines publicitarios (algo así como vean cómo todos nuestros muchachos se
arremangan), la experiencia no pasará de ser momentos inusuales y tal vez
divertidos, como sacarse una foto vestido de camarero u operario. Por el contrario, si
la idea está motorizada por Recursos Humanos, la cosa puede ser bastante más
seria, si se quiere. Por empezar, abre posibilidades de afirmar el liderazgo, teniendo
presencia codo a codo con las personas que son la puerta de entrada de todos los
ingresos de la compañía.
En vez de encerrarse en las torres de marfil -hoy de vidrio y con vista panorámica- se
ponen a trabajar ensuciándose las manos y necesitados de descansar, como Patricia
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Abril. Confirman su existencia real, no son seres invisibles dictando resoluciones
masivas que pueden afectar la vida personal de todos los empleados.
Sirva como paralelismo lo que sucede con frecuencia en el ámbito académico, donde
los profesores titulares ponen su nombre y los alumnos toman contacto con ellos a
través de fotos públicas. Estar presente es una tarea indelegable, en cualquier ámbito
organizacional. En suma, en cualquier empresa, por más grande que sea, hay que
estar disponible todo el tiempo que se pueda a través de todos los niveles jerárquicos.
Las estadísticas, las encuestas o los gráficos que se manejan en las esferas de la alta
dirección son útiles, pero reflejan una realidad parcial, abstracta. Entonces, si alguien
se quiere enterar de lo que verdaderamente pasa por su empresa es inevitable
complementarlo con incluir la propia vida en medio de las operaciones y los procesos.
En qué medida se pueden capitalizar estas experiencias depende de la sensibilidad e
inteligencia con que se elaboren a posteriori