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TEXTOS SOBRE SANTA TERESITA

1. El camino de la Infancia Espiritual

2. El Voto de Víctima de Holocausto

3. Ofrenda al Amor Misericordioso

4. Divini Amoris Scientia

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Contenido
EL CAMINO DE LA INFANCIA ESPIRITUAL ................................................................ 3
APÉNDICE El ofrecimiento al Amor misericordioso .............................................33
Voto de Víctima de Holocausto al Amor Misericordioso de Dios y Voto de Víctima
Inmolada a la Divina Justicia ......................................................................................39
OFRENDA AL AMOR MISERICORDIOSO ....................................................................53
ACTO DE OFRENDA AL AMOR MISERICORDIOSO .................................................58
JUAN PABLO II. «DIVINI AMORIS SCIENTIA» ............................................................60

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EL CAMINO DE LA INFANCIA
ESPIRITUAL
BREVE COMENTARIO A LA DOCTRINA DE SANTA TERESITA
Por el RVDO. EUDALDO SERRA BUIXÓ, PBRO.

El camino de la Infancia Espiritual según Santa Teresita

La infancia espiritual
La lección del divino Maestro

Entre las dulces y luminosas enseñanzas del santo Evangelio, no hay


ninguna tan suave y eficaz como la que nos manda que nos convirtamos y
hagamos como niños. No sólo se trata de un consejo de perfección, sino de
un medio de salvación, enseñado por el mismo Jesucristo, en el santo
Evangelio, y repetido por Él en diferentes ocasiones.
"En aquella hora se acercaron los discípulos a Jesús, y le hicieron esta
pregunta: "¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?" Y Jesús, llamando
a un niño; le colocó en medio de ellos. Y dijo: "En verdad os digo que, si no
os volvéis y hacéis semejantes a los niños no entraréis en el reino de los
cielos. Cualquiera, pues, que se humillare como este niño, éste será el
mayor en el reino de los cielos. Y el que acogiere un niño tal, en nombre
mío, a mí me acoge." (San Mateo, capítulo XVIII, v. 1-5).
"En verdad os digo, que quien no recibiere el reino de Dios como un
niño, no entrará en él." (San Lucas; cap. XVIII, v. 17.)
"Dejad en paz a los niños, y no les estorbéis de venir a mí; porque de los
que son como ellos es el reino de los cielos." (San Mateo, cap. XIX, v. 14.)
Sobre estas enseñanzas del buen Jesús, hace los siguientes comentarios
el Papa Benedicto XV, de feliz memoria.
"Conviene parar mientes en la fuerza de este lenguaje divino, pues no le
basta al Hijo de Dios afirmar, con acento positivo, que el reino de los cielos
es de los niños: de los tales es el reino de los cielos, o que aquel que se

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hiciere como un niño, será el mayor en el reino de los cielos; sino que
enseña de una manera explícita la exclusión de su reino de aquellos que no
se hacen semejantes a los niños. Cuando un maestro expone una lección en
formas tan variadas, ¿no quiere acaso significar que tiene, en ello, puesto
el corazón? Si se esfuerza tanto, en inculcarla a sus discípulos, ello es
debido a que desea, mediante una u otra expresión, dárnosla a entender
más seguramente. Debemos, pues, deducir que el divino Maestro intenta
expresamente que sus discípulos vean, en la infancia espiritual, la
condición necesaria para obtener la vida eterna."
"Ante la insistencia y la firmeza de estas enseñanzas, parecería
imposible encontrar un alma que descuidase todavía andar por el camino
de la confianza y del abandono; tanto más, repetimos, cuanto que la divina
palabra, no sólo por la generalidad de la forma, sino por una indicación
especial, declara que esta norma de conducta es obligatoria, aun para
aquellos que han perdido ya la ingenuidad infantil. Creen algunos que el
camino de la confianza y del abandono está reservado únicamente para las
almas candorosas, que todavía no han sido privadas de las gracias de la
edad juvenil por la malicia. No conciben posible la infancia espiritual en
aquellos que han perdido la primera simplicidad. Pero, ¿por ventura las
palabras del divino Maestro: Si no os volvéis y hacéis semejantes a los
niños, no indican la necesidad de un cambio, de un trabajo? Si no os
volvéis, he aquí señalado el cambio que han de realizar los discípulos de
Jesucristo, para convertirse en niños. Y ¿quién ha de convertirse en niño,
sino aquel que ya no lo es? Si no os hacéis semejantes a los niños, he aquí
ahora señalado el trabajo; porque se comprende que un hombre haya de
trabajar para ser o parecer lo que jamás ha sido o lo que ya no es; pero,
como sea que el hombre no puede no haber sido niño, las palabras: Si no
os hacéis como niños, importan la obligación de trabajar en la reconquista
de los dones de la infancia. Sería ridículo pensar en volver a adquirir el
aspecto y la debilidad de la edad infantil; pero no es contrario a la razón
descubrir en el texto evangélico el precepto igualmente dirigido a los
hombres de edad madura, de volver a la práctica de las virtudes de la
infancia espiritual."
Difícilmente encontraremos una explicación más clara y más
autorizada que ésta, sobre la infancia evangélica, propuesta por Jesucristo
a todos sus seguidores.

El secreto de la santidad para todos


El Papa Benedicto XV nos dice, en su hermoso discurso sobre la Santa

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de Lisieux, que "llegó al heroísmo de la perfección por la práctica de las
virtudes, que derivan de la infancia espiritual". Añade también que "todos
vemos cómo los fieles de todas las naciones, edad, sexo y condición, han de
entrar generosamente por este camino, por el cual Santa Teresa del Niño
Jesús llegó al heroísmo de la virtud". "Toda la vida de la, Santa está
caracterizada por los méritos de la infancia espiritual. AQUÍ ESTÁ EL
SECRETO DE LA SANTIDAD... para todos los fieles del mundo entero."
"Deseamos, pues, que el secreto de la santidad de Sor Teresa del Niño
Jesús, no quede oculto a ninguno de nuestros hijos."
"Tenemos motivos para esperar que el ejemplo de la nueva heroína
francesa hará que crezca el número de los cristianos perfectos. No
solamente en su nación, sino entre todos los hijos de la Iglesia Católica."
Con estas palabras tan alentadoras, el Papa Benedicto XV propone este
camino evangélico de perfección bajo la guía de aquella santa, que "no
cursó grandes estudios y, no obstante, poseyó tanta ciencia por sí misma,
que supo indicar a los de más el verdadero camino de la salvación. Y, ¿de
dónde proviene esta copiosa cosecha de méritos? ¿Dónde ha cogido frutos
tan maduros? En el jardín de la infancia espiritual. ¿De dónde recibe este
tan amplio tesoro de doctrina? De los secretos que Dios revela a los niños."
Son palabras textuales de este Papa.

La voz de la Iglesia
Bien podemos decir que es la voz de nuestra Santa Madre Iglesia la que
nos propone solemnemente la infancia evangélica, tal como la entendió,
propuso y practicó Santa Teresita.
El Papa Pío XI, que tuvo el gozo singularísimo de beatificar y canonizar
en pocos años a Santa Teresita, mostró un deseo vivísimo de que,
siguiendo las enseñanzas de esta santa, emprendiésemos el camino de la
infancia espiritual. Dice así en la Homilía del día de la canonización:
"Damos igualmente gracias a Dios, porque a Nos, que tenemos el lugar
de su Hijo Unigénito, ha permitido que hoy, desde esta cátedra,
repitiésemos e inculcásemos a todos, en el transcurso de esta ceremonia,
las enseñanzas saludables del divino Maestro."
"Como le preguntasen sus discípulos quién sería el mayor en el reino de
los cielos, llamando a un niño, lo puso en medio de ellos y les dijo estas
memorables palabras: En verdad os digo, que si no os cambiáis y os hacéis
como niños, no, entraréis en el reino de los cielos. La nueva Santa Teresa

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se penetró de esta doctrina y la trasladó a la práctica cotidiana de su vida.
Más aún, ella, con sus palabras y con sus ejemplos, enseñó a las novicias de
su monasterio este camino de la infancia espiritual, y lo reveló a todo el
mundo con sus escritos, que se han extendido por todo el mundo y que,
seguramente, nadie ha leído sin quedar encantado de ellos y sin leerlos y
releerlos con gran gozo y provecho."
"Esta cándida niña, flor abierta en el jardín cerrado del Carmelo, no
contenta con añadir a su nombre el del niño Jesús, copió en sí misma su
imagen viviente; y así podemos afirmar que quienquiera que venere a
Teresa, venera al mismo tiempo al divino Modelo que ella reproduce."
"Por esto hoy, Nos concebimos la esperanza de ver nacer, en las almas
de los fieles de Cristo, como una santa avidez de adquirir esta infancia
evangélica, la cual consiste en sentir y obrar, bajo el imperio de la virtud,
tal como siente y obra un niño llevado de su natural."
"De la misma manera que los niños pequeños, a los cuales ninguna
sombra de pecado ciega, ni ninguna concupiscencia de pasiones mueve,
gozan de la tranquila posesión de su inocencia, e, ignorando toda malicia y
disimulo, hablan y obran según piensan, y se revelan en su exterior tal
como son en realidad; de la misma manera, Teresa aparece más angélica
que humana y dotada de una sencillez de niña, en la práctica de la verdad
y de la justicia. Teresa de Lisieux tenía siempre presentes, en la memoria,
estas invitaciones y estas promesas del divino Esposo: "Si alguno es
pequeño, que venga a Mí”. "Seréis llevados sobre mi pecho y acariciados
sobre mis rodillas. Como una madre acaricia a sus hijos, así yo os
consolaré"
"Desde el fondo de su claustro —dijo, en otra ocasión, este Papa —
encanta al mundo con la magia de su ejemplo, ejemplo de santidad, que
todos pueden y deben seguir. Porque todos han de entrar por este camino
—camino de una simplicidad de corazón, que no tiene de infantil más que
el nombre—, por este camino de infancia espiritual. Lleno de pureza, de
transparencia de espíritu y de corazón, de amor irresistible de la bondad,
de la verdad y de la sinceridad".
"Y esta virtud de la infancia espiritual que reside en la voluntad del
alma, tiene como más bello fruto, el amor."
En estas palabras de Pío XI, conviene notar la manera cómo pondera la
importancia de su declaración, así por razón del cargo que ostenta, esto es,
de Vicario de Jesucristo, como por la solemnidad en la que lo predica, o
sea, en el acto de la canonización. Además, confía en que verá pro pagarse

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el deseo vivísimo de adquirir esta, infancia evangélica, en las almas de los,
fieles cristianos. Y, finalmente, da la definición exacta de la infancia
espiritual, cuando dice que consiste en hacer por virtud sobrenatural lo
mismo que hace el niño por natural sentimiento.
En verdad, es la voz de la misma Iglesia, Esposa de Jesucristo, que nos
propone el camino espiritual enseñado por Santa Teresita, para seguir
fielmente la doctrina evangélica del mismo Jesús.

La infancia espiritual de Santa Teresita


Oigamos cómo nos refiere la Santa la manera cómo ella encontró este
camino o ascensor que nos enseña, para que podamos subir hasta Jesús,
aunque seamos pequeños y débiles en la virtud.
"Mi constante deseo—dice ella— ha sido siempre llegar a Santa, mas
¡ay! cuantas veces me he comparado con los Santos, he constatado
siempre que entre ellos y yo existe la misma diferencia que observamos
en la naturaleza entre una montaña cuya cumbre se pierde en las nubes y
el oscuro grano de arena, pisado por los viandantes."
"En vez de desalentarme, me he dicho: Dios no inspira deseos
irrealizables; puedo, pues, a pesar de mi pequeñez, aspirar a la santidad.
¡Engrandecerme, es imposible! He de soportarme tal como soy, con mis
innumerables imperfecciones; pero quiero buscar la manera de ir al cielo
por un caminito muy recto, muy corto, por un caminito enteramente
nuevo. Estamos en un siglo de inventos: hoy día, no es menester ya
fatigarse en subir los peldaños de una escalera; en las casas ricas hay un
ascensor que lo substituye con ventaja. Quiero también encontrar un
ascensor para remontarme hasta Jesús, puesto que soy demasiado
pequeña para subir por la ruda escalera de la perfección."
"He pedido, entonces, a los Libros Santos que me indiquen el ascensor
deseado, y he encontrado estas palabras pronunciadas por boca de la
misma Sabiduría eterna: Si alguno es pequeñito que venga a mí. Me he
acercado, pues, a Dios, adivinando que había encontrado lo que buscaba, y,
al querer saber lo que hará Dios con el pequeñito, he proseguido
buscando, y he aquí lo que he encontrado: Como una madre acaricia a su
hijito, así os consolaré yo: a mi pecho seréis llevados, y os acariciaré sobre
mis rodillas."
"¡Ah!, nunca habían venido a alegrar mi alma unas palabras tan tiernas
y tan melodiosas. El ascensor, que me ha de subir al cielo, son vuestros

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brazos, ¡oh, Jesús! Para esto, no tengo ninguna necesidad de crecer, antes,
al contrario conviene que continúe siendo pequeña y, cada día, lo sea más.
¡Oh Dios mío!, habéis ido más lejos de lo que yo esperaba, y quiero cantar
vuestras misericordias: Vos me habéis instruido desde mi juventud, y
hasta ahora he publicado vuestras maravillas: yo continuaré publicándolas
hasta mi extrema vejez".
Esta relación, tan ingenua como sugestiva, se completa con una
definición que ella misma nos da de la infancia espiritual, según consta en
Novissima Verba, 6 de agosto.
—"Siempre procuráis asemejaros a los niños, —le dijeron—, pero
decidnos, ¿qué es menester para poseer el espíritu de infancia? ¿En qué
consiste ser pequeño?"
—"Ser pequeño — respondió la Santa— es reconocer su nada,
esperarlo todo del buen Dios, como un niño pequeño lo esperó todo de su
padre. Es no inquietarse por nada, no buscar fortuna.
Hasta entre los pobres se da al niño lo que le es necesario, pero en
cuanto se hace mayor, su padre ya no quiere mantenerle más y le dice:
"Trabaja ahora; ya te puedes bastar a ti mismo." Para no oír jamás tales
palabras, por eso no he querido ser nunca mayor, sintiéndome incapaz de
ganarme la vida, la vida eterna del Cielo. Me he quedado siempre pequeña,
no teniendo otra ocupación que la de coger flores, las flores del amor y del
sacrificio y ofrecerlas al buen Dios para complacerle."
"Ser pequeño, es también no atribuirse a sí mismo las virtudes que uno
practica, creyéndose capaz de alguna cosa, antes bien reconocer que el
buen Dios pone este tesoro de la virtud en la mano de su pequeño hijo
para que se sirva de él cuando lo necesite; pero siempre es el tesoro del
buen Dios.
En fin, es no desanimarse poco ni mucho por sus faltas, porque los
niños caen a menudo, pero son demasiado pequeños para hacerse mucho
daño".
Y que ella, por infancia espiritual, entendía la misma perfección y
santidad, lo demuestra la respuesta que dio, en cierta ocasión, en que se
hablaba, en su presencia, de los diferentes ejercicios de virtud, para
conocer su sentir acerca de cuál era el más eficaz para llegar a la
perfección:
"—Oh, no —dijo—, la santidad no consiste en tal o cual práctica;
consiste en una disposición del corazón, que nos hace humildes y

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pequeños, en manos de Dios, conscientes de nuestra debilidad y confiados
hasta la audacia en su bondad de Padre."
Es, pues, evidente, que la infancia espiritual, en el concepto de Santa
Teresita, significa que hemos de tener en nuestro corazón un vivo
sentimiento y un claro conocimiento de nuestra debilidad; lo cual ha de
hacernos humildes y pequeños en manos de Dios. Pero, además, hemos de
conocer y sentir igualmente, en nuestro corazón, la inmensa bondad
paternal de Dios; hemos de confiar en Él hasta la audacia.
Por esto, decía el Papa Benedicto XV que la infancia espiritual está
formada de confianza en Dios y de abandono absoluto en sus manos.
"La infancia espiritual —dice este Papa— excluye de hecho el
sentimiento soberbio de sí mismo, la presunción de conseguir, por medios
humanos, un fin sobrenatural y la engañosa pretensión de bastarse a sí
mismo, en la hora del peligro y de la tentación. Por otra parte, supone una
fe viva en la existencia de Dios, un práctico homenaje a su poder y a su
misericordia, un confiado recurso en la Providencia; de Aquel que nos da
la gracia de evitar todos los males y obtener todos los bienes. Así, las
cualidades de esta infancia espiritual son admirables, lo mismo si se miran
en su aspecto negativo que si se estudian en su aspecto positivo, y
entonces se comprende que nuestro Señor Jesucristo la haya indicado
como condición necesaria, para obtener la vida eterna."
La infancia espiritual, como dice Monseñor Gay, es el comienzo y la
consumación de la santidad. El comienzo, porque el buen Jesús dice que, si
no nos hacemos como niños, no entraremos en el reino de los cielos; y la
consumación, porque Él mismo nos dice que el que se humillare como un
pequeñuelo, éste será el mayor en el reino de los cielos.

II
El gran obstáculo de las almas piadosas
El desaliento
El obstáculo mayor y el más ordinario que suele oponer el demonio a
las almas que andan por el camino de la virtud y de la santidad, es el
desaliento ocasionado por sus recaídas en las faltas. El alma que ha
logrado salvar este obstáculo, ha andado la mitad del camino y disfruta de
la paz del corazón y de la tranquilidad de espíritu, que tanto ayuda y
consuela en las luchas que se han de sostener continuamente, en el camino
de la perfección. Por esto, son tan consoladoras las enseñanzas de los
santos sobre este punto; y, tratándose de andar por el camino de la

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infancia espiritual, no hay para qué decir que nuestra Santa Teresita nos
dio normas muy claras y alentadoras, para todas las almas que quieran
seguirla por este camino.
En el libro que escribió su hermana, aquella misma hermana, que,
según confesión de Santa Teresita, era la única que conocía todos los
repliegues de su alma, y al que puso por título: "En la escuela de Santa
Teresa del Niño Jesús, o sea su verdadero espíritu comentado por ella
misma y apoyado en los escritos de los doctores y teólogos de la Iglesia,"
hay también un fragmento dedicado a esta materia tan interesante, que
resumiremos aquí, para aprender cómo nos hemos de portar con respecto
a nuestras faltas, cómo nos hemos de aprovechar con humildad y
dulcemente, sin desalentarnos ni impacientarnos en lo más mínimo.
Siempre tendremos faltas y defectos
Hemos de estar prácticamente convencidos de que, en este mundo,
nunca llegaremos a servir a Dios, sin faltas ni imperfecciones. Así lo han
reconocido todos los santos, y la misma Iglesia Católica, al canonizarlos, no
nos dice que estuvieron exentos de faltas y defectos, sino que poseyeron
las virtudes en grado heroico, confirmadas con milagros. Si vivimos
convencidos de que hemos de continuar caminando, a pesar de nuestras
faltas y defectos, nos habremos librado del peligro del desaliento, que
tanto daña a las almas piadosas.
Santa Teresita, con una de aquellas graciosas comparaciones, tan
típicas en ella, lo enseñaba a una de sus novicias, que se desalentaba, al ver
sus imperfecciones. Le decía así: "Me hacéis pensar en un pequeñuelo, que
comienza a sostenerse en pie, pero que todavía no sabe andar. Queriendo
llegar de todas maneras hasta lo alto de una escalera, para reunirse con su
madre, levanta su piececito para subir el primer escalón. Trabajo inútil;
siempre cae, sin poder avanzar. Pues bien: procurad ser este pequeñuelo.
Por la práctica de las virtudes levantad siempre vuestro piececito para
subir por la escalera de la santidad, y no os imaginéis que podréis subir ni
siquiera el primer peldaño, no; Dios Nuestro Señor únicamente os pide
buena voluntad. De lo alto de esta escalera, os mira con amor; un día,
vencido por vuestros esfuerzos inútiles, bajará Él mismo y, tomándoos en
sus brazos, os llevará para siempre a su reino, donde ya no le dejaréis
más."
San Ligorio, en su libro de la Práctica del amor a Jesucristo, dice:
"Conviene advertir que hay dos clases de tibieza: una inevitable y otra
evitable. La inevitable es aquella de la cual ni los mismos santos se han

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visto libres; y ésta abarca todos los defectos, en que caemos, sin plena
voluntad, sino solamente por humana fragilidad. Tales son las
distracciones en la oración, las inquietudes interiores, las palabras ociosas,
la vana curiosidad, el deseo de figurar, el gusto en el comer y en el beber,
los movimientos de la concupiscencia no reprimidos enseguida, y otros
parecidos. Hemos de evitar estos defectos, en la medida de lo posible; mas,
por causa de la debilidad de nuestra naturaleza infestada por el pecado, es
imposible evitarlos todos. Pero hemos de aborrecerlos, después de
haberlos cometido, porque son desagradables a Dios; mas, según ya hemos
advertido en el capítulo precedente, hemos de procurar no inquietarnos
por ellos. San Francisco de Sales escribe estas palabras: Todos los
pensamientos que nos causan inquietud no son de Dios, que es el príncipe
de la paz, sino que siempre provienen del demonio o del amor propio o de
la estima de nosotros mismos.
Hemos de estar persuadidos de que siempre tendremos faltas; de que
éstas no estorban nuestra perfección y santidad; de que no impiden el
amor y la misericordia de Dios para con nosotros; de que Dios nos pide y
exige que vigilemos y luchemos: de que el salir victoriosos o vencidos no
son condiciones impuestas ni dependen solamente de nosotros o de
nuestra sola voluntad. Esta doctrina está admirablemente condensada en
aquellas reglas de la Suma Espiritual del padre Gaspar de la Figuera, S. J.,
en sus remedios contra las faltas, la primera de las cuales dice:
"Persuadirse de que las ha de haber, y que ha de andar con ellas, cayendo
y levantando; que si un niño no quisiera andar, por temor de que caerá a
cada paso, nunca vendrá a andar. Va mucho en saber esto, y persuadirse
de que ha de quebrar propósitos y ser vencido de pasiones, porque no se
admire cuando cae, y alabe a Nuestro Señor que le tiene de su mano."
Así se entiende por qué nuestra Santa Teresita se consuela pensando
que no son propiamente ofensas a Dios estas faltas de fragilidad. "Tendré
derecho —dice—, sin ofender a Dios, a hacer pequeñas tonterías hasta mi
muerte, si soy humilde y permanezco pequeña. Ved a los pequeñuelos; no
cesan de romper, de rasgar, de caer, a pesar de que aman mucho a sus
padres siendo muy amados de ellos."
"Ser pequeño es reconocer la propia nada, no desalentarse por las
faltas, pues, aunque los niños se caen con frecuencia, son demasiado
pequeños, para hacerse mucho daño." Y en este mismo sentido, decía: "Los
pequeñuelos no se condenan." Cuando le dijeron que hay pequeñas faltas
que no ofenden a Dios, se llenó de gozo y esto le ayudó a soportar el
destierro de la vida. Y recordaba aquellos textos de los Salmos: "El Señor

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ve nuestra fragilidad y se acuerda que no somos más que polvo". Al fin "se
levantará para salvar a los mansos y humildes de la tierra", sobre lo cual
hacía notar la santa: "No dice juzgar, sino salvar."

Provecho de nuestras caídas


Todavía es cosa más consoladora pensar que estas pequeñas miserias
no sólo no nos impiden ir al cielo, sino que aún debemos sacar de ellas un
provecho positivo para la santidad y unión con Dios.
Santa Teresita, a propósito de las imperfecciones, dice: "No me admiro
de nada; no me aflijo, al ver que soy la misma debilidad; al contrario, es en
ella que me glorifico, y espero descubrir cada día en mí, nuevas
imperfecciones. Confieso que estas luces sobre mí nada me hacen un bien
mayor que otras luces sobre la fe.
Realmente, lo que más falta nos hace es saber sacar provecho de
nuestras propias miserias y caídas. Humillarnos y confesar nuestra nada y
miseria; pedir perdón a Dios, y comenzar de nuevo sin desmayos: he aquí
el trabajo de toda nuestra vida.
La duda está en que, muchas veces, nuestras faltas no son tan
inadvertidas o involuntarias como las de los santos; nosotros nos sentimos
más culpables a causa de un mayor consentimiento. A pesar de esto, Santa
Teresita todavía nos consuela y nos dice que estas caídas reales y estos
descuidos más o menos consentidos no son obstáculo para la vida del
amor. Todo está en saberlos utilizar. Parece esto extraño, pero es San Juan
de la Cruz quien nos enseña que "el amor sabe sacar provecho de todo, del
bien y del mal que encuentra en nosotros".
Después de San Juan de la Cruz, escribe un piadoso teólogo: "Es cosa
cierta que, en los planes de Dios, las faltas en que permite que caigamos
han de servirnos para nuestra santificación y que sólo depende de
nosotros el saber sacar esta ventaja. No obstante, sucede lo contrario y
nuestras faltas, más que por sí mismas, nos perjudican por el mal uso que
de ellas hacemos... No son los más santos los que menos faltas cometen,
sino los que tienen más alientos, más generosidad, más amor, los que más
esfuerzos hacen sobre sí mismos, los que no temen tropezar ni caer, ni aun
mancharse, con tal que puedan avanzar. Dice San Pablo que todo se vuelve
en bien para aquellos que aman a Dios. Sí, todo redunda en bien, aun sus
mismas faltas y aun, algunas veces, las faltas más graves... No os
desalentéis por cualquier falta que cometáis, antes decíos a vosotros
mismos: Aunque cayese veinte veces, cien veces cada día, me levantaría

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cada vez y seguiría lo divino.
Mi camino. Al fin ¿qué importa haber caído en el camino, mientras se
llegue al término? Dios no nos lo echará en cara."
Y santa Teresita, hablando de sí misma: "Cuando me ocurre que caigo
en alguna falta, me levanto enseguida." "Una mirada a Jesús y el
conocimiento de la propia miseria lo reparan todo". "Cuando se acepta con
dulzura la humillación de haber sido imperfecta, la gracia de Dios vuelve
enseguida."
Sor Benigna Consolata, en aquellas ilustraciones con que Nuestro Señor
la favorecía, pone una comparación por demás clara y sugestiva. "Todo
contribuye a labrar el alma —le decía el Señor—; las mismas
imperfecciones puestas en mis divinas manos son otras tantas piedras
preciosas porque yo las cambio en actos de humildad, a los que muevo al
alma. Cuando el alma se entrega a los designios de mi amor, en un
momento, sus imperfecciones son transformadas. Si los que levantan
edificios pudiesen cambiar los desechos y lo que estorba en nuevos
materiales de construcción ¡por cuán felices no se tendrían! Pues bien: el
alma fiel puede hacerlo así, con mi gracia, y, entonces, las faltas, aún las
más graves y las más vergonzosas, se convierten en las piedras angulares
del edificio de su perfección."
Nadie es capaz de decir lo que vale delante de Dios un acto de
arrepentimiento amoroso. Decía la ya mencionada sor Benigna Consolata:
"Un solo acto de amor repara por mil blasfemias..." ¡Cómo, pues, no ha de
reparar el mal causado por faltas incomparablemente más leves!
Un gran teólogo de la piedad nos da de ello una razón, muy
convincente, por cierto, al hablar de la confianza filial que siempre hemos
de tener en Dios: "¿Faltas? —dice—, bien se cometen de cuando en
cuando; pero ni son graves ni plenamente admitidas, y el arrepentimiento
las sigue tan de cerca, que no tienen tiempo de cambiar el corazón de Dios
ni el vuestro."
Consolémonos, con tan hermosa doctrina, y aprendamos de Santa
Teresita la manera de recobrar todo lo perdido por las faltas y aún de salir
con ganancia, imitando sus ejemplos y siguiendo sus enseñanzas: "Es
verdad —dice— que no siempre soy fiel; pero nunca me desaliento; me
pongo en brazos de Jesús. Como una pequeña gota de rocío, me hundo en
el cáliz de la divina "Flor de los campos" y allí recupero todo lo perdido y
aun mucho más."
Lo mismo enseña santa Gertrudis, en sus revelaciones. Dice que, un día,

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se le apareció el Señor y le puso esta comparación: "El que se da cuenta de
que tiene una, mancha en las manos, enseguida se las lava. Al instante, no
sólo desaparece la mancha, sino que todas las manos quedan más limpias.
Esto es lo que les ocurre a mis elegidos: Permito que caigan, a veces en
faltas ligeras, para que su arrepentimiento y su humildad las hagan más
agradables a mis ojos. Pero no faltan quienes contrarían este designio de
mi amor, no apreciando la belleza interior que se adquiere por la
penitencia y les hace agradables a mis ojos, y buscan, en cambio, una
rectitud únicamente exterior, basada únicamente en los juicios de los
hombres."
Esta misma Santa rogaba un día al Señor por una persona acometida
por la tentación y recibió la siguiente respuesta: "Yo permito esta
tentación, para darle a conocer y para que deplore su defecto; ella se
esforzará en vencerlo, y será humillada, al no poderlo lograr del todo, y
esta humillación borrará, casi enteramente, a mis ojos otros defectos que
ella todavía no ha advertido. El hombre que ve una mancha en su mano, no
lava solamente la mancha, sino las dos manos. Así las purifica de todas las
manchas, que tal vez no hubieran desaparecido si aquella mancha más
visible no hubiese dado ocasión."
Haciéndolo así, no sólo encontraremos la paz y el gozo del espíritu, sino
que, además, creceremos en gracia y en mérito delante de Nuestro Señor,
pues valdrá mucho más lo que ganaremos con un acto de amoroso
arrepentimiento que lo que nos había hecho perder nuestra falta.

III
El gran remedio: la sencillez de los pequeñuelos
“Hemos de aceptar la humillación de nuestras faltas”
Este es el punto más difícil de entender y de practicar: estar contentos
de nuestra miseria; estar contentos de la humillación que las faltas
reportan, sin querer éstas y aún detestándolas. Nuestra Santa Teresita nos
lo enseñará, en su camino de la Infancia Espiritual. "También tengo
debilidades — nos dice — pera nunca me maravillo. Tampoco me
sobrepongo siempre a las pequeñeces de la tierra. Por ejemplo: a veces
estoy tentada de apurarme por alguna tontería que habré dicho o hecho.
¡Ah, he aquí que todavía estoy en el primer punto como antes!, me digo a
mí misma. Pero lo digo con gran dulzura y sin tristeza. ¡Es tan dulce
sentirse débil y pequeño!"
Da una regla que han de tener muy en cuenta, en esta materia, y que

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han de recordar cada día las almas pequeñas que quieren andar por el
camino de Santa Teresita: Lo importante para mantener el fervor, es
guardar el corazón para Jesús; y esto se hace, a pesar de las caídas y de
nuestra fragilidad, por la pureza de intención renovada cada día.
Corrobora esta hermosa doctrina de la Infancia espiritual, sobre la
conducta que hemos de observar en nuestras faltas y caídas, un texto del
Beato Eymard, trascrito en el libro de la hermana de la Santa.
...La perfección y sus progresos se encuentran en la humildad, que nos
hace soportar el estado humillante que procede de nuestra naturaleza, de
nuestras imperfecciones y, además, nos hace obrar y vivir en este estado.
Un ejemplo os dará a entender mi pensamiento: Ved al niño: está lleno de
defectos, es ignorante, no sabe nada, todo lo rompe, cae a cada momento
en las mismas faltas, y, no obstante, este niño es muy cándido, vive en paz,
se divierte y duerme tranquilo. ¿Sabéis por qué? tiene la simplicidad
interior, se conoce tal cual es, acepta en paz la humillación de su estado,
confiesa su ignorancia, su inexperiencia, sus defectos; a todo responde: "es
verdad", y, cuando ha hecho esta confesión, en lugar de avergonzarse, de
llorar, o de enfadarse por ello, se va a jugar, habla de otras cosas como de
ordinario. He aquí el secreto de la paz interior: la simplicidad de la
infancia... ¡Ah! creedme, poned vuestra paz interior en esta sencillez de
niño, y será inalterable. Si queréis ponerla en vuestra enmienda, en
vuestros progresos, en la perfección, no la tendréis nunca. He aquí una
razón profunda: es que, cuanto más nos acercamos a Dios, más
descubrimos nuestra miseria y nuestra nada y he aquí por qué cuanto más
santa es el alma, es también más humilde. Oíd a la Santísima Virgen,
cuando manifiesta su gratitud por haber sido elevada a la dignidad divina
de Madre de Dios. Mi alma —dice— glorifica al Señor, porque .ha mirado
la bajeza de su sierva. He aquí la simplicidad perfecta, que da a Dios todo
lo que le pertenece y no guarda para sí otra cosa que la bajeza."
Difícilmente se puede encontrar una explicación más clara y dulce, al
mismo tiempo, de cómo hemos de aceptar humilde y dulcemente nuestras
caídas, faltas y defectos, sin desalentarnos, ni amilanarnos, antes al
contrario, sabiendo gloriarnos por la humillación que nos causan.

No hay que desalentarse nunca


Lo dicho no significa que no sintamos la pena y la tristeza que nos
causan las caídas. La misma santa Teresita nos lo enseña con su
experiencia tan consoladora, cuando nos dice: "Por mi parte, procuro no

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desalentarme nunca. Cuando he cometido una falta que me hace estar
triste, sé muy bien que es la consecuencia de mi infidelidad. ¿Pero creéis
que me detengo aquí? ¡Oh! ¡No! Corro a decir a Dios: Dios mío, sé que he
merecido este sentimiento de tristeza, pero dejadme que os lo ofrezca,
como si fuese una prueba que Vos me enviaseis por amor. Me sabe mal lo
que he hecho, pero estoy contenta de tener esta pena para ofrecérosla."
"Si Vos os hacéis sordo a los plañideros gemidos de vuestra miserable
criatura, si permanecéis encubierto, acepto, a pesar de esto, estar transida
de frío y me regocijo en este sufrimiento, no obstante haberlo merecido."
"Puesto que, durante mucho tiempo, también yo, al ver caer mis flores
al suelo, me decía muy extrañada y triste: ¡Así, pues, nunca serán más que
deseos! Y repetía a Dios: Vos sabéis que a pesar de mis inmensas
aspiraciones de amor, no soy una águila capaz de volar siempre por las
alturas; al contrario, pobre pajarillo que soy, con harta frecuencia, me
distraigo de mi única ocupación, me alejo de Vos, mojo mis pequeñas alas,
apenas formadas, en los lodazales que encuentro en la tierra! Entonces
gimo como la golondrina, y mi gemido os lo da a entender todo, y Vos os
acordáis, ¡oh Misericordia infinita!, de que no habéis venido a llamar a los
justos sino a los pecadores."
También en las reglas de la Suma Espiritual antes citada, encontramos
estas enseñanzas sobre la tristeza que causan las faltas, cuando nos dice:
"Sepa de nuestras culpas, que tienen veneno, y forzosamente lo ha de
sentir el corazón con desmayos, bascas y amarguras; y, así, no desconozca
estos efectos, sino aprenda a sufrirlos, como penitencia justa de la culpa,
que en esto hay gran mérito."

Es preciso levantarse siempre


Esta doctrina tan delicada es corroborada por la Santa en una de las
cartas a sus hermanos espirituales, donde dice: "Soy enteramente de
vuestro parecer: el Corazón de Jesús se entristece mucho más de las mil
pequeñas imperfecciones de sus amigos que no de las faltas, aun graves,
que cometen sus enemigos. Pero... me parece que es únicamente cuando
los suyos se habitúan a sus indelicadezas y no le piden perdón, que Él
puede decir: Estas llagas que veis en mis manos las he recibido en la casa
de aquellos que me amaban. En cuanto a los que le aman y que, después de
cada falta se arrojan en sus brazos y le piden perdón, Jesús se conmueve
de gozo. Y dice a sus ángeles aquello que el padre del hijo pródigo decía a
sus criados: Ponedle el anillo en el dedo y alegrémonos".

16
Lo mismo decía muchos años antes el autor de la Suma Espiritual: “Es
muy poderoso remedio asegurar en su alma que le da grande gusto a
Nuestro Señor y grande honra el que le va a pedir perdón de su pecado.” Y
enseguida explica como el demonio pone tantos obstáculos al alma, para
estorbarla de que lo haga y hace notar los frutos que se siguen de vencer
esta repugnancia y no cansarse nunca de pedir perdón.
Exactamente se expresaba Santa Teresita, cuando decía: "¡Qué poco
conocidos son la bondad y el amor misericordioso del Corazón de Jesús! Es
cierto que, para gozar de estos tesoros, es necesario humillarse, reconocer
la propia nada, y esto es lo que muchas almas no quieren hacer..."

Una norma práctica


Resumamos esta materia con la definición de nuestra Santa Teresita, al
señalar cuál ha de ser la perfección de las almas pequeñas, que quieren
seguir su camino espiritual:
"Basta con humillarse, con soportar dulcemente sus imperfecciones: HE
AQUÍ LA SANTIDAD PARA NOSOTROS."
¿Hay cosa más sencilla?

Nos hemos de hacer pequeños


Santa Teresita, al explicar cómo encontró el camino de la infancia
espiritual, dice que había comprobado la gran diferencia que mediaba
entre ella y los santos, y que no podía hacerse grande como ellos, y por
esto buscó un ascensor, ya que "era demasiado pequeña para subir la ruda
escalera de la perfección"
Una cosa semejante le ocurre, cuando lee ciertos tratados, donde la
perfección es expuesta a través de mil obstáculos: su espíritu se fatiga y
cierra el libro demasiado sabio, que le quiebra la cabeza y le seca el
corazón. Y dice: "Felizmente el reino de los cielos consta de muchas
moradas; por que, si no hubiese más que aquellas, cuya descripción y
camino me parecen incomprensibles, es seguro que no entraría en ellas.
Pero, si hay la morada de las almas grandes, la de los Padres del desierto,
la de los mártires de la penitencia, también habrá la morada de los
pequeñitos: allí nos está reservado nuestro lugar"

Nada extraordinario

17
Nuestra Santa toma modelo de la Virgen Santísima en Nazaret,
contempla extasiada aquella vida perfectísima y, a ejemplo suyo, sigue un
camino, en el cual "nada hay que salga de lo ordinario, donde la perfección
se ejerce, antes que todo, en pequeños actos de virtud sencillos y muy
escondidos"
A propósito de haber caído enferma por haber llevado demasiado
tiempo una crucecita de hierro, dice: "Esto no me hubiera ocurrido por tan
poca cosa, si Dios no hubiese querido darme a entender que las
maceraciones de los santos no se han hecho para mí, ni para las almas
pequeñas, las cuales deben seguir el camino de la infancia espiritual, en el
cual nada sale de lo ordinario.
Durante su última enfermedad, le dijeron que podía confiar en morir el
día de la Virgen del Carmen, y respondió: "¡Morir de amor, después de la
Comunión! ¡Un día de gran fiesta! Es demasiado hermoso para mí; en esto
no podrían imitarme las pequeñas almas. En mi camino no hay sino cosas
muy ordinarias; ¡es menester que estas almas puedan hacer cuanto yo
hago!
Según este criterio, Santa Teresita prefería, entre los Santos, los que no
mostraban nada de extraordinario, y tenía un particular afecto y devoción
al beato Teofanio Venard, de las Misiones Extranjeras. "Me gusta —
decía— porque es un santo pequeño, porque su vida es toda ordinaria y
porque amaba mucho a su familia; no comprendo los santos que no aman
a su familia"
Al hablar de la fundadora del Carmelo de Lisieux, santificada por
virtudes ocultas y ordinarias, dice: “Oh, esta santidad me parece la más
verdadera, la más santa; es la que yo deseo, porque no hay en ella ilusión
alguna”.
Este concepto era el mismo o semejante al de Monseñor Gay, el cual
dice: "La santa infancia espiritual es un estado más perfecto que el amor
de los sufrimientos, porque nada inmola tanto al hombre como el ser
sincero y pacíficamente pequeño. El espíritu de infancia mata más
seguramente el orgullo que el espíritu de penitencia"
De manera que no hemos de creer que, practicando solamente las
pequeñas virtudes escondidas no podremos llegar a gran santidad; al
contrario, por este camino, como dice la Santa, estamos más seguros de no
tropezar con ilusiones que nos engañen o nos pierdan.

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Lo esencial: Dar gusto a Dios y amarle
Siguiendo, pues, las enseñanzas de Santa Teresita, no hemos de
trabajar para ser santos o santas de aquellos que la Iglesia canoniza y
propone, en los altares, a la veneración de los fieles, sino sencillamente
para complacer y dar gusto a Dios. Ofrezcámosle, pues, las obras de los
demás, y apliquémonos únicamente al amor. La santidad no consiste en
aquel brillo exterior de virtud, que, en la tierra, es el único capaz de
descubrir el heroísmo. No; la santidad es ante todo una disposición del co-
razón que nos hace humildes y pequeños en los brazos de Dios,
conscientes de nuestra flaqueza, confiados, hasta la audacia, en su bondad
de Padre, y delicadamente atentos a obedecerle y complacerle en todo.
Y esta disposición, mientras queda oculta en lo secreto del alma, es Dios
sólo quien puede apreciarla con certeza... Ved las estrellas, nosotros las
apreciamos según la distancia que las separa de nosotros, pero su
verdadera belleza es Dios quien la conoce. Las hay que nos parecen muy
pequeñas, o que ni siquiera las llegamos a ver, y no obstante son
incomparablemente más hermosas que aquellas que apreciamos como las
más bellas.
El programa de la verdadera santidad que Santa Teresita ha enseñado,
helo aquí: “Estar siempre alerta, levantar el piececito; caer, tal vez, por
flaqueza, pero levantándose siempre con humildad; trabajar sin cesar;
quedar cubierto de polvo pero limpiarse de él continuamente por el fuego
del amor y por los Sacramentos, que nos mantienen unidos al buen Dios;
ofrecerle, sin fin, sin cansarse jamás, si no los éxitos, a lo menos los
esfuerzos. Quien así lo hace, aun cuando ciertos defectos le impidan de
cosechar gloriosamente en el campo de las virtudes, y no deba llegar a la
gloria de los altares, es un santo delante de Dios, y lo es en un grado mayor
o menor, según la intensidad de su buena voluntad en el esfuerzo
cotidiano de su amor.
En el cielo tendremos muchas sorpresas, porque allí los Santos
canonizados no son siempre los más grandes... La canonización es una
aureola que Dios pone en la frente de algunos de sus hijos, para gloria
suya, edificación de sus hermanos en la tierra o para afianzar una misión
encomendada... Todo depende de la obra que Dios quiere conseguir, por
medio de ellos, en este mundo.
Es como un artista, que toma tal o cual pincel para realizar su obra...
¿Por qué toma éste y no aquél?... El que deja a un lado es, no obstante, tan
pincel y tal vez mejor, que el que toma..."

19
Una exhortación de Santa Teresita
Para terminar, nada mejor que transcribir la última página del libro "A
l'école de Sainte Thérese de l'Enfant Jésus", o sea su verdadero espíritu
comentado por ella misma, en el cual hacen constar las Carmelitas de
Lisieux que las respuestas de Santa Teresita que contiene el libro, están
casi exclusivamente compuestas por sus propias palabras, sacadas de la
"Historia de un alma", de "Novissima Verba", y de recuerdos inéditos.
Al decir que debemos ser santos según el beneplácito y querer de Dios,
hacen que la Santa se exprese en estos términos:
"No deseemos otra cosa que la gloria de Dios, siendo igualmente
nuestro contento, ya venga por medio de los demás, ya por medio de
nosotros..., y aspiremos sencilla mente a ser santos por el corazón,
obscuros, siempre ignorados, si así place a Dios; aceptemos también que
aun las flores de nuestros deseos y de nuestra buena voluntad caigan al
suelo, sin que produzcan nada en este mundo; esto es muy provechoso
para nuestra humildad."
"Recordad que me gustaba repetir a mis novicias: Pongámonos
humildemente entre los imperfectos, tengámonos por almas pequeñas.
Pero, al mismo tiempo, hemos de pensar que, si esto entra en sus
designios, sabrá Dios igualmente levantarnos entre los héroes de la
santidad. Ved lo que la gracia ha hecho en mí."
"Acordaos de que el único verdadero y ardiente deseo que ha de
inflamar vuestro corazón, como inflamaba el mío, es el de amar a Dios
cuanto podáis, y procurar ser como Él desea que seáis, santa gloriosa o
santa desconocida sobre la tierra —poco importa— mientras seáis santa
según su gusto, y su amor quede plenamente satisfecho."
"Todas las flores creadas por Él son bellas: el brillo de la rosa y la
blancura del lirio no disminuyen el perfume de la pequeña violeta, ni nada
quitan a la arrebatadora sencillez de la margarita... Cuanto más contentas
están las flores de cumplir su voluntad, más perfectas son."
"Con vuestros generosos esfuerzos alcanzaréis la dicha de sostener, y
quizá en muy grande medida, el edificio espiritual de la Iglesia, como
aquella humilde mujer que, queriendo contribuir a la construcción de una
catedral, emprendida con ostentación por un grande y rico señor, no
encontró otra cosa mejor en su pobreza, que llevar un manojo de heno
para alimentar y aliviar una de las bestias de carga que arrastraban los
materiales. Cuando se terminó la iglesia, mientras el señor pretendía, no
sin razón, ser él quien la había construido, un celestial prodigio reveló, con

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admiración de todos, que a los ojos de Dios, había sido aquella pobre
mujer."
"Con frecuencia mira más Dios estas acciones insignificantes de un
alma débil, estas pequeñas nonadas, como coger una paja o un alfiler por
su amor, que otras obras magníficas."
"No es la grandeza ni aún la santidad de la obra en sí misma, lo que vale
a sus ojos, sino solamente el amor con que se hace, y nadie puede decir
que no puede dar esas pequeñas cosas al buen Dios, porque están al
alcance de todos."
"Alistaos, pues, en la legión de las almas pequeñas consagradas al amor;
ingresad en la compañía, y si en la hora de vuestro juicio todavía estáis
tentada de temer, acordaos, entonces, de la historia que voy a contaros:
"San José de Cupertino era de mediana inteligencia y estaba muy poco
instruido; toda su ciencia quedaba reducida a saber leer bastante mal y a
escribir todavía peor. Nunca pudo explicar ninguno de los Evangelios del
año, excepto aquel que empieza con las palabras: "Beatus venter qui te
portavit (Luc., XI, 27.) Bienaventurado el seno que os llevó".
“Como no podía pasar al Diaconado ni al Sacerdocio sin pasar por el
examen acostumbrado, se presentó a él lleno de confianza en Dios y
asegurado interiormente con la protección de la Virgen Santísima. Tomó el
Obispo el libro del santo Evangelio y lo abrió; parecía que un ángel le
guiara la mano, porque el pasaje hallado fue precisamente aquel que
empieza con las palabras: Beatus venter. Dijo a José que lo explicara, y éste
lo hizo tan bien, que todos quedaron admirados".
Después de haber sido aprobado como por milagro en el examen
exigido para ser admitido al Diaconado, se presentó, lleno de confianza en
Dios al examen que precede a la admisión al Sacerdocio. El examinador
era el Obispo de Castro, prelado severo y temido de los ordenandos. José
se dirigió a Bogiardo, en compañía de otros jóvenes estudiantes, sus
hermanos del convento de Lecce, todos ellos muy seleccionados. Los
primeros en ser preguntados respondieron tan bien, que el prelado creyó
inútil preguntar a los demás; admitió indistintamente a todos los
candidatos, incluso a nuestro santo, que llegó a ser sacerdote de Dios, en
cierta manera, por el mismo Dios."
"Asimismo yo responderé por usted; y de igual modo que nuestro Santo
fue sacerdote de Dios, en cierta manera por el mismo Dios, también usted
será santa de Dios por Dios mismo, que vive en su alma de buena voluntad,
porque se acordará, si necesario fuese, que yo he pasado el examen por

21
usted"
Esta historia fue contada por Santa Teresita a una de sus novicias, que
se desolaba al sentirse siempre imperfecta; y bien se puede aplicar a todas
las almas que se encuentran en parecidas circunstancias... ¡y son tantas!
Es una invitación a su devoción y a que sigamos sus pasos por el
camino de la infancia espiritual, que claramente nos enseña a imitar a los
santos únicamente en aquellas cosas que no salen del curso ordinario y
corriente de la vida.

IV
Normas prácticas
El alma que sintiéndose pequeña, quiera seguir por el camino de la
infancia espiritual evangélica trazado por Santa Teresita, debe tener
discreción en entender bien la doctrina de la santa y en la manera de
ponerla en práctica, evitando así que, equivocada en el modo de buscarla,
pierda la paz y sencillez que desea encontrar. Resumiremos en breves
normas prácticas las enseñanzas evangélicas vividas por esta santa.
1ª Pequeños. Lo primero que reclama de nosotros la santidad es el
reconoci-miento de nuestra pequeñez, de nuestra miseria, de nuestra
culpabilidad, de nuestra impotencia, de nuestra nada, esto es, la humildad.
Nunca jamás se ha levantado sobre otro fundamento la santidad
verdadera. Nos hemos de reconocer pequeños espiritualmente, es decir,
incapaces de alcanzar nada por nuestras solas fuerzas; sentirnos pequeños
y tenernos por pequeños prácticamente, no buscando nunca nuestro
honor, nuestro interés, en una palabra, nuestro amor propio; pasando
desapercibidos como niños, sin reclamar derechos y atenciones de los
demás, a quienes hemos de tener por mayores que nosotros; no
molestarnos porque no nos atienden, ni nos aman, ni tan siquiera nos ven
cuando, tal vez, pasan por nuestro lado sin hacer caso alguno de nosotros.
Si consideramos bien nuestro interior, y reflexionamos cuánta verdad
es que somos incapaces de sostenernos en el camino del bien, quebrando
los propósitos a cada paso; cuán impotentes para luchar contra las
pasiones y tentaciones que nos derriban con tanta frecuencia; cuán
culpables en nuestros pecados; cuán incapaces de amar y corresponder al
amor de Dios, a pesar de quererlo con toda el alma; cuán fríos nos
sentimos con Él, y cuán desagradecidos e ingratos e injustos nos encon-
tramos; si bien reflexionamos toda esta miseria y flaqueza nuestra, no nos
ha de costar mucho reconocernos pequeños, sentir sinceramente que lo

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somos, tenernos por tales, y no aspirar a ser tratados, tenidos y
considerados de modo distinto del que realmente merecemos.
2a Confiados hasta la audacia. La confianza plena y absoluta que Santa
Teresita reclama de las almas pequeñas, para andar por el caminito de la
infancia espiritual, no se refiere a los bienes materiales, como suele
figurarse la gente mundana, de religión poco ilustrada; se trata de bienes
infinitamente más elevados, de las aspiraciones a la vida eterna y feliz en
el amor de Dios; es decir, el reino de Dios en nosotros por la santificación.
Lo demás, como dice el Evangelio, se nos dará por añadi-dura. Así se
expresa claramente la Santa: “Comprendo tan claro que sólo el amor es
capaz de hacernos agradables al buen Dios, que es el único tesoro que
ambiciono. "No son riquezas ni gloria —ni siquiera la gloria del cielo— lo
que anhela mi corazón... Lo que yo pido es amor.”
Tratándose por una parte de almas tan pequeñas que se reconocen
pura nada, del todo ineptas para practicar las grandes virtudes de los
Santos, y de otra, con aspiraciones sublimes y pretensiones tan altas como
la de amar a Dios con el mayor y más puro amor, se comprende que la
Santa diga que nuestra confianza debe llegar hasta la audacia.. Ella confía
llegar al más encendido amor divino, a pesar de sentirse tan pequeña e
incapaz, y expresa esta audacia en forma poética, con estas palabras:
"¿Cómo puede aspirar a la plenitud del amor un alma tan imperfecta como
la mía? ¿Qué misterio es éste? ¡Oh único Amigo mío! ¿Por qué no reserváis
estas inmensas aspiraciones para las almas grandes, para las águilas que
se ciernen en las alturas? ¡Ay!, soy un pobre pajarillo cubierto sólo de un
ligero plumón: no soy un águila, únicamente poseo de ella los ojos y el
corazón... ¡Sí; a pesar de mi extrema pequeñez, me atrevo a mirar
fijamente el Sol divino del amor, y ardo en deseos de lanzarme hasta Él!
Quisiera volar, quisiera imitar a las águilas, pero sólo sé levantar mis
pobres alas; no está al alcance de mi pequeño poder echarme a volar. ¿Qué
va a ser, pues, de mí? ¿Moriré de dolor al verme tan impotente? ¡Oh!, no, ni
siquiera me afligiré. Con audaz confianza allí me quedaré contemplando
fijamente mi divino Sol hasta la muerte. Nada podrá arredrarme, ni el
viento ni la lluvia. Y si espesos nubarrones ocultan el Astro del Amor, si me
parece que no creo en la existencia de otra cosa que la noche de esta vida,
éste será el momento de la dicha perfecta, el momento de extremar mi
confianza hasta el último límite, guardándome de desertar de mi sitio,
sabiendo que tras esos tristes nubarrones sigue brillando mi amado Sol."
Lo mismo que ella se propone de perseverar hasta la muerte, con audaz
confianza, aspirando a la plenitud del amor, lo aconseja a los otros en

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forma no tan poética pero más concisa y didáctica, al decir: "Ofrezca a Dios
el sacrificio de no recoger nunca frutos, es decir, de sentir durante toda su
vida repugnancia en sufrir, en ser humillada, en ver todas las flores de sus
buenos deseos y buena voluntad caer en tierra, sin producir nada. En el
momento de la muerte, en un abrir y cerrar de ojos, Dios sabrá hacer
madurar hermosos frutos en el árbol de su alma."
Ella decía a sus novicias: Jamás se tiene demasiada confianza en Dios,
tan potente y misericordioso como es. ¡Se obtiene de Él todo cuanto de Él
se espera!
En la doctrina espiritual del Venerable Ludovico Blosio se halla esta
comparación:
"Suponed dos personas que ruegan al mismo tiempo; una pide una cosa
casi imposible, pero con la certeza de que Dios la escuchará; la otra no
solicita más que un favor de poca importancia, pero sin esta plena
confianza en el Señor: la primera lo obtendrá mucho más pronto, por el
mérito de su fe, que la otra que vacila."
3ª Entero abandono en brazos del Padre celestial. La confianza audaz
de alcanzar la más íntima unión con Dios, se extiende, como bálsamo de
suavísimo perfume, a todos los actos internos y externos del alma pequeña
en su caminito de infancia espiritual. Ella sabe que tiene un Padre en los
Cielos, que la ama entrañablemente, no sólo a pesar de su pequeñez sino
por esta su pequeñez precisamente, y por esto la lleva en sus brazos
paternales, porque sabe su Padre que no puede valerse de sus fuerzas, que
es incapaz de andar, y de subir, por más que levante el pie y lo intente. Con
esta infalible convicción, ella, el alma pequeña, se deja llevar
tranquilamente como un niño dormido en brazos de su Padre. ¡Oh, qué
dulce vivir es el abandonarse completamente al Amor y a la Providencia
paternal de Dios! El pequeñuelo no teme nada de nadie, ni tan siquiera se
preocupa de temer, porque no sabe ni conoce peligros. No espera ni pide
nada, si no es de su Padre, y en su Padre espera y confía para todas las
cosas, y en su Padre descansa y se alegra. "La única cosa que incumbe al
niño es abandonarse, dejar que flote al viento su vela.” "Quedarse niño es
no inquietarse por nada."
Este abandono y confianza filial del alma en el Padre celestial no
suprime ciertamente el esfuerzo y el dolor, pero asegura en todo caso la
paz. Sufrir en paz no es siempre sufrir con consuelo. "Quien dice paz no
dice alegría, o por lo menos alegría sensible; para sufrir en paz basta
querer firmemente todo lo que quiere Nuestro Señor".

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El total abandono en Dios significa, en realidad, confiarse enteramente
al Corazón paternal de Dios; y eso, no solamente por lo que afecta al alma
y a la vida espiritual, sino también por lo que atañe al cuerpo y a la vida
terrena. Es fiarse de Él completamente, sin angustiarse por temores sobre
el porvenir o sobre el pasado. “Sólo me guía la absoluta confianza en Dios;
no tengo otra brújula. No sé ya pedir nada con ardor, excepto el perfecto
cumplimiento de la voluntad de Dios en mi alma.” Así, pues, abandonarse a
Dios, es aceptar de buen grado y con el mismo amor, lo dulce y lo amargo,
lo próspero y lo adverso, sin temerlo ni esquivarlo, pues el alma
abandonada a Dios sabe que "la única felicidad aquí bajo, es aplicarse a
encontrar siempre deliciosa la parte que Jesús nos da."
4a Esfuerzo personal; levantar continuamente el piececito. Aun cuando
los cristianos ignorantes y mundanos quieran creer que el ascensor divino
propuesto por Santa Teresita, consiste en dejarse llevar dulcemente sin
ningún esfuerzo, en realidad, la doctrina y el ejemplo de la Santa son de un
esfuerzo constante y de un sacrificio absoluto. Recordemos, si no, cómo
dice a la novicia que levante continuamente el piececito, para subir la
escalera de la santidad por la práctica de todas las virtudes. La renuncia de
sí mismo es elemental en la ciencia de la santidad; y sólo las más
ignorantes son capaces de creer que pueden pasarse sin ella. Y esta
renuncia requiere esfuerzo personal constante, sin intermisión, durante
toda la vida.
El caminito que nos propone nuestra Santa no es para ahorrarnos el
sacrificio y el esfuerzo, sino al contrario, para hacérnoslo amable, y
enseñarnos una forma más asequible para practicarlo con constancia. Y
creer lo contrario es falsear la doctrina de la Santa y el concepto de la
santidad cristiana. "Es necesario —dice ella— hacer todo lo que está en
nuestra mano, dar sin contar, renunciarse a sí mismo constantemente, en
una palabra, dar prueba de nuestro amor, por medio de todas las buenas
obras que estén a nuestro alcance." "Muchas almas se excusan con estas
palabras; yo no tengo fuerzas para hacer tal sacrificio. Pero ¡que hagan
esfuerzos para hacerlo! Esto, algunas veces, es difícil; no obstante, el buen
Dios no niega jamás la primera gracia que en cada ocasión da la fortaleza
para vencerse; si el alma corresponde a ella, se encuentra inmediatamente
en la luz, entonces el corazón se fortifica y se camina de victoria en
victoria."
"¡Qué importa que no sienta valor —decía a una novicia— con tal que
obre como si le tuviera! ¿Dónde estaría su mérito si sólo debiera combatir
cuando se siente animosa? Si estando sin ánimo para recoger una hilacha

25
del suelo, lo hace por amor de Jesús, consigue mucho más mérito que
realizando un acto más importante en momentos de fervor." La misma
Santa "tuvo que luchar para renunciarse a sí misma constantemente y
necesitó valor para defender en ella la causa de Dios contra las acometidas
de las inclinaciones contrarias."
Dios no nos pide sino buena voluntad; ésta, la hemos de demostrar con
el fervor de nuestro deseo y con la sinceridad de nuestro esfuerzo. "Y
tanto más gozaremos esa perfección en la eternidad, cuanto con mayor o
menor deseo, aquí la hubiéramos procurado. Pues por los deseos santos,
nos dará Dios premio eterno, aunque no alcancemos lo que deseamos”.
5ª Toda por amor. Esta es la divisa fundamental de la Santa. Por la
práctica de las virtudes y de la perfección podemos llegar a un grande
amor de Dios; pero también por el amor de Dios podemos llegar a la
práctica de las virtudes y de la perfección. Y este camino es el preferido
por la Santa, extremándolo deliciosamente. Ella no pretende más que
complacer a Jesús, agradarle, darle gusto, en amarle hasta lo imposible. Un
holocausto, y sólo practicará todas las virtudes, salvará innumerables
almas, ejercerá todas las vocaciones, dones y apostolados de la Iglesia. Ella
ora, enseña, trabaja, sufre, en una palabra, vive sólo por el amor; no detalla
sus intenciones como otros Santos, que sufrían para aplacar la justicia
divina o para expiar por los pecados, o para vencer las pasiones, o por
otros fines santos y necesarios. Ella misma dice que "no hubiera querido
recoger una aguja para evitar el Purgatorio. "Los grandes Santos han
trabajado por la gloria de Dios —decía ella— pero yo, que no soy más que
un alma pequeñita, trabajo únicamente para darle contento. Yo quiero ser
en la mano del buen Dios, una florecilla, una rosa inútil, pero cuya vista y
perfume, sin embargo, sean para Él como un alivio y un pequeño goce de
más." "Yo quiero trabajar sólo por vuestro amor, con el único fin de
agradaros, de consolar vuestro Sagrado Corazón y salvar almas que os
amen eternamente." "Jesús me enseña a hacerlo todo por Amor." Y,
próxima a morir, confiesa que "nunca ha dado al buen Dios más que
amor." Sin el amor, todas las obras, incluso las más extraordinarias, no son
nada." Mientras nuestras acciones, aun las más pequeñas, no se salen del
foco del Amor, la Santísima Trinidad les da un tinte y belleza admirables, y
Jesús encuentra siempre hermosas nuestras obras"."Si quieres ser santa
—dice a una de sus hermanas—, te será cosa fácil: no te propongas sino un
fin: complacer a Jesús, unirte siempre más íntimamente con Él..." "El alma
más fervorosa es la más humilde, la más unida a Jesús, la más fiel en hacer
todos sus actos por amor."

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6ª Las flores del sacrificio y del amor. Amar a Jesús y complacerle,
consolarle y salvarle almas, he aquí el ideal de las almas cristianas. “Pero
¿cómo demostraré mi amor, ya que el amar se prueba con obras? Pues
bien; la niñita echará flores... No tengo otro medio para demostraros mi
amor que echar flores; es decir, no escatimar el menor sacrificio, no dejar
perder ninguna palabra, ninguna mirada, aprovechar las menores
acciones y ejecutarlas todas por amor. Quiero sufrir y hasta gozar por
amor; así echaré flores; cuantas encuentre, sin exceptuar una sola, las
deshojaré en vuestro obsequio... Además cantaré, cantaré constantemente,
aunque tenga que sacar mis rosas de entre las espinas; cuanto más largas
y punzantes sean éstas, más melodioso será mi canto." Esta es la parte más
típica y sugestiva de la doctrina espiritual de Santa Teresita: el camino de
la santidad más heroica, por las cosas pequeñas hechas con grande amor.
Esto anima extraordinariamente a las almas pequeñas que, sintiéndose
incapaces de grandes austeridades, ven posible y hacedera la subida a la
perfección y santidad.
Imitando a la Santa, ejercitaremos los actos de virtud:
a) En cosas pequeñas y sencillas, pues ella misma aconseja practicar
las pequeñas virtudes, ya que "si pretendemos hacer cosas grandes
aunque sea con el pretexto de celo, Dios nos dejará solas." Y dice que sus
mortificaciones consistían únicamente en quebrantar su voluntad, en
retener una palabra de réplica, prestar pequeños servicios sin
encarecerlos, y otras mil cosillas por el estilo. "Mortificar mi amor propio
(únicas mortificaciones que se me permitían) me hacía más bien que las
penitencias corporales", decía la Santa.
b) Cosas no buscadas, corrientes, las que se presentan a cada
momento en el curso ordinario del día, y en las contingencias de la vida de
familia o de comunidad; son como traídas por la Providencia divina y
cogidas como naturalmente, al azar; por ser cosas pequeñas y no buscadas
por nuestro parecer y voluntad, no están expuestas a la vanidad, al amor
propio y a la vana complacencia.
"En mi caminito, dijo la Santa, no hay sino cosas muy ordinarias: es
preciso que todo lo que yo haga, puedan hacerlo igualmente las almas
pequeñas"
Aceptadas generosamente siempre, todas, y con amor. Aquí está la
base del heroísmo de Santa Teresita. Todo el mundo es capaz de hacer
alguna vez pequeños actos de virtud, Pero practicarlos todos, sin
exceptuar uno solo, como dice ella, los que se presenten en la vida

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ordinaria, y mantenerse con este espíritu de abnegación constante, y
perseverando en ello hasta la muerte, es realmente heroico y de una
santidad consumada. Si no llegamos a tanta perfección, con buena
voluntad llegaremos por lo menos a ser fieles en la mayoría de los casos.
Esto implica prácticamente la renuncia de su propia voluntad, es decir,
negarse a sí mismo constantemente, y "esta mortificación —dice el
Venerable Blosio— verdaderamente es difícil y penosa al principio, pero
cuando se ha perseverado con valor en ella durante algún tiempo, la gracia
de Dios la torna facilísima y dulcísima; efectivamente, el arte de
mortificarse es como todos los otros: si se practica a menudo y con
esmero, se hace como natural el hombre, por su continuidad"
c) Actos ocultos, es decir, sólo de Dios conocidos, sin querer ni
pretender por ellos ninguna retribución humana, ni de agradecimiento, ni
de admiración o alabanza, por lo cual deben permanecer ignorados de
todos.
Para llegar a este grado de amor y fidelidad de no negar a Dios ningún
trabajo o sacrificio que nos pida, se requiere prácticamente negarnos a
nosotros mismos con un completo desasimiento de las criaturas, hasta
llegar al olvido de sí mismo, y así encontrarnos dispuestos en todo
momento a aceptar y ofrecer a Dios cualquier sacrificio que le pluguiere,
por grande que fuese. No suele pedirnos Dios grandes cosas, pero reclama
de nosotros esta disposición de espíritu, pronto a sacrificarlo todo, incluso
la vida, si fuera necesario. Lo que hemos dicho en la norma anterior, sobre
ofrecer las flores de los pequeños sacrificios de cada momento, sin
exceptuar ninguno, ya es evidentemente esta renuncia y olvido de sí
mismo, practicado a pequeñas dosis, que no le quitan mérito si son
cumplidas con amor. El no negar nada absolutamente a Dios de lo que nos
pida, nos da la máxima seguridad de tener nuestra voluntad enteramente
unida a Él, que es la verdadera santidad. Y esto es una demostración
palmaria de nuestro amor a Dios y por lo tanto, el mayor de los consuelos.
"Una de las señales ciertas de amor a Dios, es la prontitud con que se
acepta y el gozo que se experimenta en ofrecer a Dios un sacrificio que nos
pide y que es costoso a la naturaleza."
8ª Celo sacerdotal de las almas. Es maravilloso el intenso deseo de
Santa Teresita de ser sacerdote, si hubiera sido posible, para llevarle las
almas a Dios. Y dar Jesús a las almas. Todo ello era movido por su
exclusivo amor a Dios: pues el conquistarle y salvarle almas, era para darle
consuelo, satisfacción y el más grande placer. Y ya que ella no podía ser
sacerdote rogaba a Dios por ellos, sabiendo que son los encargados por

28
Dios de guiar y salvar las almas, con tanto ahínco, que constituía el fin
primordial de su profesión religiosa: He venido, dijo, para salvar almas, y
sobre todo para rogar por los sacerdotes.” Por la oración y el sacrificio, ella
ha sido el apóstol de los apóstoles; ella ha merecido ser nombrada Patrona
celestial de las misiones y de los misioneros. "Roguemos por los
sacerdotes, decía a su hermana Celina, que nuestra vida esté consagrada a
ellos" "No pudiendo ser misionera de acción, quise serlo por el amor y la
penitencia", escribía ella a uno de sus Misioneros. Al desposarse la joven
Carmelita con el Rey de los Cielos, según ella escribe, su único objeto era
salvar almas, sobre todo almas de apóstoles". También pueden imitarla
fácilmente las almas pequeñas, en este apostolado, por sus pequeños
sacrificios ocultos y pequeños actos de virtud. No descuidemos ningún
sacrificio, dice la Santa. Recoger un alfiler por amor, puede convertir un
alma. Sólo Jesús puede dar tal precio a nuestras acciones; amémosle, pues,
con todas nuestras fuerzas.
Imitemos, pues, a la Santa que con el amor pudo cumplir tantas
vocaciones y apostolados como su corazón deseaba. Con nuestro amor
sincero, nuestra oración sencilla y nuestros pequeños y humildes
sacrificios, podremos también salvar muchas almas y conquistarlas al
Amor de Jesús.
9ª La sencillez y la paz del alma. Es el sello distintivo de las almas que
siguen el caminito de la infancia espiritual; son sencillas y humildes de
corazón, bondadosas, pacíficas, tranquilas, fáciles de contentar. Es el
mismo espíritu de Jesucristo, como encarnado de nuevo en ellas. "Santa
Teresa del Niño Jesús ha tenido el insigne privilegio de presentar la
santidad bajo su aspecto verdaderamente evangélico, despojándola de
todas las complicaciones con que el espíritu humano la había envuelto a
través de los siglos. Y en este sentido decía recientemente un docto
teólogo: Santa Teresa del Niño Jesús nos ha allanado el camino del Cielo. Y
un eminente príncipe de la Iglesia: Lo que gusta, en esta Santita, es su
encantadora sencillez. En nuestras relaciones con el buen Dios, ella ha
suprimido las matemáticas."
Por miserables que seamos, por torpe que sea nuestro entendimiento,
por escasa que sea nuestra energía, mientras tengamos buena voluntad
sincera, podemos contentar a Jesús y hacernos Santos. Oigamos las
palabras de la Santa: "¡Qué fácil es agradar a Jesús y ganarle el Corazón! No
hay más que amarle, sin mirarse a sí mismo, sin examinar demasiado los
propios defectos..." "Cuando ocurre que caigo en alguna falta, me levanto
inmediatamente." “Una mirada a Jesús y el conocimiento de la propia

29
miseria, lo repara todo.” "Una sola cosa hay que hacer aquí en la tierra:
echar las flores de los pequeños sacrificios a Jesús, y ganarlo con
caricias..." "Cuando se acepta dulcemente la humillación de haber sido
imperfecta, la gracia del buen Dios, vuelve inmediatamente..."
El camino propuesto por Santa Teresita no requiere nada
extraordinario ni complicado. Todo lo que ella hace y propone es lo que
pueden hacer todas las almas pequeñitas: todo es ordinario, usual,
corriente. Por eso dice cuánto le gusta y cuánto bien le hace el considerar
la vida de la Sagrada Familia en Nazaret, completamente ordinaria sin
distinguirse en nada de los demás.
Firmemente arraigada en el amor, la paz del corazón no abandona
nunca a la Santa ni en las contrariedades, ni en los sufrimientos físicos, ni
en las luchas y oscuridades de espíritu porque está firmemente
fundamentada en el Amor. Cuando le preguntaron cómo se lo arreglaba
para estar siempre igualmente alegre y serena, respondió: “Desde que
nunca me busco a mí misma llevo la vida más feliz que pueda imaginarse."
Durante su última enfermedad, le preguntaron como lo hizo para llegar a
esta inalterable paz tan suya. Y contestó: "Me olvidé de mí, y procuré no
buscarme en nada." Cuando, pocas semanas antes de morir, le expresó su
hermana, M. Inés, la pena que sentía al verla sufrir tanto, exclamó: “Sí,
pero ¡qué paz también!”
Otra cualidad suele enriquecer a las almas sencillas, pacíficas, humildes,
pequeñas: Dios se inclina bondadosamente con preferencia a ellas y les da
a conocer el reino de Dios con más claridad que a los otros. Lo que dice el
Evangelio, que se complace en revelarlo a los párvulos y lo esconde a los
sabios y prudentes. Los pequeñuelos, en su pacífica sencillez, saben amar a
Dios mejor que los sabios y grandes según el mundo. “Santa Teresita —
dice el Papa Benedicto XV— no hizo intensos estudios; no obstante
adquirió ciencia tan alta, que acertó a conocer para sí, y aun supo mostrar
a los demás, el camino recto y seguro para la salvación.” "¿De dónde
procedía aquel vasto arsenal de doctrinas? Sin duda de los arcanos que se
complace Dios en revelar a los pequeñuelos.” "Santa Teresita recibió la
misión de enseñar a amar a Jesucristo.” No solamente a sus novicias, sino
al mundo entero ha sabido adoctrinar en el amor. Pidamos al Señor que la
sepamos imitar en sus virtudes y nos dé, como a ella, esa intuición de la
verdadera santidad, que es una segura discreción de espíritus.
10ª Víctima del Amor misericordioso. Era aspiración constante de la
Santa el morir mártir de sangre o morir de amor en duro lecho. "No tengo
más que un solo deseo: Amar hasta morir de amor." Para alcanzarlo, ella

30
hizo el acto de ofrecimiento como víctima de holocausto al Amor
misericordioso, suplicándole que dejara desbordar los raudales de su
infinita ternura en ella, que la consumiera continuamente y así la hiciera
morir mártir de Amor.
En este acto, entendido en la forma expuesta por Santa Teresita, no es
propiamente nuestro amor a Dios, el que nos consume, sino el amor de
Dios a nosotros que con su ternura y misericordia infinita nos va
trasformando y consumiendo. Por eso no se necesita ser un alma perfecta
para hacer esta ofrenda a Dios, sino que por el contrario “cuanto más débil
y miserable sea uno, tanto más apto es para las operaciones de este Amor
que consume y trasforma”. "Pues para que el Amor quede plenamente
satisfecho, tiene que abajarse hasta la nada y transformar en fuego esa
misma nada.”. Y de ella misma decía: "Es mi debilidad misma la que me da
la audacia de ofrecerme Víctima a vuestro Amor ¡oh Jesús!"
Esta ofrenda como víctima de holocausto al Amor misericordioso es el
punto culminante de la doctrina de Santa Teresita sobre la infancia
espiritual; y es también para las almas pequeñas que no serían capaces de
hacer cosas extraordinarias, una manera fácil y sencilla de consumar su
santificación, por medio de los pequeños actos de amor y sacrificio que les
enseña. La Santa deseó y pidió siempre conocer bien su nada, y fue
escuchada, y proclamó muy alto que "la mayor gracia que el Señor me ha
hecho es la de haberme mostrado mi pequeñez, mi incapacidad para todo
bien." Lo esencial para hacer debidamente este acto de ofrenda, es
entregarse al amor divino enteramente para que nos consuma en sus
llamas, purificándonos constantemente de nuestras faltas y miserias, y
preparándonos para presentarnos, al morir, completamente purificados
ante la Divina Majestad. Y el fruto recogido de esta ofrenda nuestra, será
mayor o menor, según será más o menos completa nuestra entrega al
Amor. Así como el fuego sólo consume lo que se le entrega, así también,
como dice Santa Teresita: "En tanto uno es consumido por el Amor, en
cuanto se entrega al Amor”. Y entregarnos al Amor quiere decir hacerlo
todo por amor, no preocuparnos más que del amor, vivir de amor,
procurando constantemente y en todo satisfacer al amor de Jesús, darle
contento, consolarle, satisfacerle, adorarle, rogarle, cumplir su querer, a
cada momento y en cada ocupación del día y en todas las circunstancias de
la vida, ofreciéndole las mil y una pequeñeces de la vida ordinaria, con
toda sencillez de corazón, con filial confianza, tal como seamos, santos o
miserables, perfectos o defectuosos; pensando que cuanto más miserables
y pecadores hemos sido, tanto más aptos somos para las operaciones del
Amor misericordioso, que se abaja hasta lo más bajo y humilde, para más

31
gloriarse y satisfacerse. "Creedme —nos dice la Santa— para amar así a
Jesús, para ser su víctima de amor, cuanto más débil y miserable es uno,
más apto es para las operaciones de este Amor que consume y
transforma... El solo deseo de ser víctima basta; pero es preciso consentir
en quedar siempre pobre y sin fuerza, y he aquí lo difícil, porque "el
verdadero pobre de espíritu, ¿dónde hallarlo? Es preciso buscarlo muy
lejos, dice el autor de la Imitación. Muy lejos, es decir, muy bajo, muy bajo
en su propia estima, muy bajo por su humildad; muy bajo, es decir, alguien
muy pequeño. Ah, quedaos, pues, muy lejos de todo lo que brilla, gozaos en
vuestra pequeñez, complaceos en no sentir nada; entonces seréis pobre de
espíritu y Jesús vendrá a buscaros por lejos que estéis, y os transformará
en llama de amor... La confianza, y sólo la confianza es lo que nos debe
conducir al Amor. Dios está más contento de lo que obra en vuestra alma,
a pesar de vuestra pequeñez y de vuestra pobreza, que de haber creado
los millones de soles y la extensión de los cielos...”.

***
Tengamos presentes las palabras evangélicas de que en el Cielo, en la
casa del Padre celestial, hay muchas moradas, entre las cuales hemos de
pensar que se encuentra la nuestra, la de los pequeños, aunque nos
veamos incapaces de alcanzar aquella perfección heroica de nuestra Santa
Protectora y Modelo; alcanzaremos ciertamente la que Dios nos destine, y
esa será la mejor para nosotros. El camino de la infancia espiritual está
abierto a toda alma de buena voluntad, sea la que fuere y como fuere, y
tanto más fácil y ancho es este camino cuanto esta alma es más pequeña a
sus propios ojos. Es lo que nos repite la Santa; y también lo que nos enseña
la Iglesia por boca de sus Supremos Jerarcas, quienes nos dicen: "La
infancia espiritual es un camino que, sin permitir a todos, ciertamente,
llegar a las alturas a las que Dios condujo a Santa Teresita, ES NO
SOLAMENTE POSIBLE, SINO TAMBIEN FÁCIL PARA TODOS."

32
APENDICE
El ofrecimiento al Amor
misericordioso
Este acto de ofrecimiento como víctima de holocausto al amor
misericordioso del buen Dios, fue escrito por Santa Teresita inflamada
enteramente de amor divino; y, lo mismo que el libro del Santo Evangelio,
lo llevaba constantemente sobre su corazón.

OFRECIMIENTO DE MI MISMA COMO VICTIMA DE HOLOCAUSTO


AL AMOR MISERICORDIOSO DEL BUEN DIOS
¡Oh Dios mío, Trinidad beatísima! deseo amaros y hacer que os amen;
deseo trabajar por la glorificación de la Santa Iglesia, salvando las almas
que viven en la tierra y librando a las que sufren en el Purgatorio. Deseo
cumplir perfectamente vuestra voluntad y llegar al grado de gloria que me
habéis preparado en vuestro reino. En una palabra: deseo ser santa; pero
siento mi impotencia, y os suplico, oh mi Dios, que seáis Vos mismo mi
santidad.
Puesto que me habéis amado hasta el punto de darme vuestro Hijo
unigénito como Salvador y Esposo mío, los tesoros infinitos de sus méritos
me pertenecen. Os los ofrezco, llena de alegría, suplicándoos que no me
miréis sino a través de la Faz de Jesús, y dentro de su Corazón ardiente de
amor.
Os ofrezco también todos los méritos de los Santos, tanto de los que ya
están en el cielo como de los que viven en la tierra, así como sus actos de
amor, y juntamente los de los santos Angeles; y finalmente os ofrezco, oh
beatísima Trinidad, el amor y los méritos de la Virgen Santísima, mi amada
Madre, y a Ella abandono mi ofrenda, rogándole que os la presente a Vos.
Su divino hijo, y Esposo mío amadísimo, nos dijo en los días de su vida
mortal: “Todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo concederá.”
Sé, pues, con toda seguridad que oiréis mis deseos; sé muy bien, oh Dios
mío, que cuanto más queréis dar, más hacéis desear. Yo siento en mi
corazón deseos inmensos, y os pido confiadamente que vengáis a tomar

33
posesión de mi alma. ¡Ay! no puedo recibir la Sagrada Comunión tan a
menudo como quisiera; mas, acaso no sois, Señor, omnipotente? Quedaos
dentro de mí como en el sagrario, no os alejéis nunca de vuestra pequeña
hostia.
Quisiera consolaros de la ingratitud de los pecadores, y os suplico que
me quitéis la libertad de desagradaros. Si caigo alguna vez por flaqueza,
que vuestra divina mirada purifique enseguida mi alma, consumiendo
todas mis imperfecciones, como el fuego lo transforma todo en sí mismo.
Os doy gracias por todos los beneficios que me habéis concedido, y en
particular de haberme hecho pasar por el crisol del sufrimiento. En el
último día os contemplaré lleno de gozo, llevando el cetro de la cruz; y ya
que os habéis dignado hacerme partícipe de esta cruz preciosa, espero que
en el cielo me asemejaré a Vos y veré brillar en mi cuerpo glorificado los
sagrados estigmas de vuestra pasión.
Después del destierro de este mundo, espero ir a gozar de Vos en la
Patria; mas no quiero atesorar méritos para el Cielo, sino trabajar
exclusivamente por vuestro amor, con el único fin de complaceros, de
consolar vuestro sacratísimo Corazón, y de salvar almas que os amen
eternamente.
Al atardecer de mi vida, compareceré ante vuestra presencia con las
manos vacías, porque no os pido, Señor, que contéis mis acciones.
"Nuestras justicias son todas manchadas a vuestros ojos". Yo quiero, pues,
revestirme de vuestra propia justicia, y recibir de vuestro amor la
posesión eterna de Vos. ¡Amado mío! no quiero más trono ni coronas que
Vos mismo.
A vuestros ojos el tiempo no es nada; "un solo día es como mil años".
Vos podéis, pues, prepararme en un solo instante a comparecer ante
vuestra presencia.
A fin de vivir en un acto de perfecto amor, me ofrezco como víctima de
holocausto a vuestro Amor misericordioso, suplicándoos que me
consumáis sin cesar, dejando desbordar en mi alma los torrentes de
infinita ternura que están recluidos en Vos, y que así ¡oh Dios mío! sea
mártir de vuestro amor.
Haced que este martirio, después de haberme preparado a comparecer
ante vuestra presencia, por último me haga morir, y mi alma se lance sin
tardar al eterno abrazo de vuestro misericordioso Amor.
Quiero, Amado mío, a cada latido de mi corazón renovar infinitas veces

34
este ofrecimiento hasta que, desvanecidas las sombras, pueda repetiros mi
amor cara a cara eternamente.
María-Francisca-Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, religiosa
carmelita indigna.
Fiesta de la Santísima Trinidad, día 9 de junio del año de gracia de
1895.

35
Deprecaciones a la Santísima Trinidad
para pedir las virtudes de la Infancia espiritual
enseñadas por Santa Teresita Del Niño Jesús
Oh Padre eterno; por la intercesión de la Virgen Santísima y de Santa
Teresita y a imitación suya, os pido la gracia de serviros por el camino de
la infancia espiritual con humildad de corazón y sencillez infantil;
Confiando hasta la audacia en vuestra Providencia paternal;
Abandonándome a ella como un niño dormido en brazos de su Padre;
Levantando el pie constantemente para subir a Vos y corresponder
siempre a vuestra gracia.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Oh buen Jesús, por la intercesión de la Virgen Santísima y de Santa
Teresita y a imitación suya, os pido la gracia de amaros con. todo mi
corazón;
Haciéndolo todo puramente por vuestro amor, de tal manera que el
amor sea el móvil de todas mis acciones;
Ofreciéndoos las flores de los pequeños sacrificios de cada momento,
cumpliendo fielmente todos mis deberes de cada día, y de cada momento.
Sin negaros nada de cuanto me pidáis con perfecta abnegación y olvido
de mí.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Oh Espíritu Santo, por la intercesión de la Virgen Santísima y de Santa
Teresita y a imitación suya, os pido la gracia de abrasarme en el celo de las
almas:
Con espíritu de misionero para obtener la conversión de todos los
infieles y pecadores y la santificación de los sacerdotes;
Con inalterable paz del alma y discreción de espíritus a fin de bien
conducirme a mí mismo y ayudar a los demás;
Y finalmente ser una víctima del Amor misericordioso, de manera que,
purificado y preparado con este martirio, llegue a morir de amor.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jaculatoria

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Oh Dios, que habéis inflamado con vuestro Espíritu de Amor el alma de
Santa Teresa del Niño Jesús, concedednos la gracia de amaros también
nosotros y de haceros amar mucho. Así sea.

Dedicación del alma piadosa a Santa Teresa del Niño Jesús


Compuesta por el P. Ignacio Casanovas, S. J.
¡Gloriosa Santa Teresa del Niño Jesús! Dios os creó para su gloria, os dio
al mundo para enseñarle el camino evangélico de la infancia espiritual, y
para derramar sobre él una lluvia de gracias. Yo quiero aprender y
practicar vuestra doctrina de santidad, y ponerme bajo vuestra amable
providencia, que es la imagen luminosa de la amorosísima Providencia de
Dios.
Alcanzadme pues, en primer lugar, aquella luz del Cielo que sólo
reciben las almas humildes, que me enseñe a hacerme muy pequeño para
alcanzar el reino de los Cielos. Que mi corazón, como el vuestro, sienta
verdadero amor de Dios, y que por este amor lo dé todo con agrado, lo
acepte todo, lo espere todo, y sea el único principio, medio y fin de mi vida.
En segundo lugar, tomadme como a cosa vuestra, y sed para conmigo
una madre amorosa y providente, tal como lo prometisteis en vida y tal
como lo demostráis ahora desde el Cielo con esta milagrosa influencia que
derramáis por el mundo entero. Soy pequeño, soy pobre y miserable, estoy
lleno de grandes necesidades y rodeado de peligros. Por otra parte, quiero
estar totalmente dedicado a la gloria de Dios, y vivir exclusivamente de la
Bondad divina. Ya veis pues, que podéis tomarme como a cosa vuestra
para ser mi Ángel de bendición. Devotamente me pongo bajo vuestro
patrocinio y os encomiendo todas y cada una de mis empresas y
necesidades a fin de que viviendo en este mundo como un niño sencillo,
puro y enamorado de Dios, pueda gozar eternamente con vos de la eterna
bienaventuranza. Así sea.

ORACIÓN
¡Oh admirable Santa Teresa del Niño Jesús! que en vuestra breve
carrera mortal fuisteis espejo de angélica pureza, de fuerte amor y
generoso abandono en Dios: ahora que gozáis el premio de vuestras
virtudes, dirigid una benigna mirada hacia nosotros que confiamos en Vos.
Alcanzadnos la gracia de conservar, a imitación vuestra, la pureza de
intención y de corazón; y la de aborrecer con sincera voluntad todo

37
aquello que, aun levemente, pudiera ofender esta sublime virtud, que nos
hace ser tan amados de vuestro divino Esposo.
¡Oh amada Santa! hacednos experimentar el poder de vuestra
intercesión en todas nuestras necesidades, consiguiéndonos el consuelo
en todas las amarguras de esta miserable vida, y especialmente en nuestra
muerte, para que podamos participar con vos de la eterna felicidad en el
Paraíso. Así sea.
Rogad por nosotros, Santa Teresa. Para que seamos dignos de las
promesas de Jesucristo.

ORACION. —¡Oh Señor! que dijisteis: Si no os hacéis como, niños no


entraréis en el reino de los cielos; concedednos, os suplicamos, que de tal
modo sigamos con humildad y sencillez de corazón las huellas de Santa
Teresa virgen, que alcancemos los premios eternos. Vos que vivís y reináis
por los siglos de los siglos. Así sea.
Oración por los sacerdotes y misioneros
¡Oh Santa Teresa del Niño Jesús! que merecidamente habéis sido
proclamada Patrona de las Misiones católicas de todo el mundo, acordaos
de los ardentísimos deseos que manifestasteis aquí en la tierra de querer
plantar la Cruz de Jesucristo por doquier, y anunciar el Evangelio hasta la
consumación de los siglos; ayudad, os lo suplicamos, según vuestra
promesa, a los sacerdotes, a los misioneros y a toda la Iglesia.

38
Voto de Víctima de Holocausto
al Amor Misericordioso de Dios
y Voto de Víctima Inmolada
a la Divina Justicia
El Divino ascensor y la Ofrenda al Amor Misericordioso de
Dios

Cuando un alma, ha practicado con una generosidad sin


desfallecimientos y una delicadeza siempre despierta el ejercicio de la
caridad, parece que debía llegar al mismo tiempo a la perfección del amor.
Pero este Divino Amor que tiene exigencias increíbles, tiene necesidades
todavía mayores. Por más que haga un corazón de santo por darse,
abnegarse y prodigarse sin medida, jamás se ve satisfecho. Jamás dice:
Basta. De por sí ya tan grande, aspira a agrandarse, por decirlo así, hasta el
infinito. Las energías del amor creado no le bastan ya. Demasiado coartado
en sus límites humanos, trata de salir de ellos para perderse en el abismo
sin fondo del Amor Eterno. Pero aquí ya no es la criatura a quien le toca
obrar. Es preciso que su acción desaparezca ante la del Omnipotente.
En el “Caminito” de Infancia, este punto de vista de la Acción Divina en
el alma es muy importante. No es que esta doctrina sea particular a
nuestra Santa, siendo como es tan antigua como la Doctrina de la Gracia.
Pero lo nuevo es la manera de presentárnosla, es la aplicación tan
oportuna que de ella hace para las Almas Pequeñitas, dándoles así a todas,
hasta las más débiles, el medio de llegar hasta las más altas cimas del
Divino Amor. Es lo que puede llamarse la teoría del Ascensor Divino, la
cual, como toda teoría bien comprendida, lleva consigo una aplicación
práctica que es el Acto de Ofrenda de sí misma, como Víctima de
Holocausto al Amor Misericordioso de Dios.

El Ascensor Divino

39
Para comprender lo que va a seguir, son antes necesarias algunas
explicaciones preparatorias.
Todas las Virtudes Sobrenaturales tienen su fuente primera en Dios, y
su gracia es la que en el Bautismo deposita los gérmenes de aquéllas en
nuestras almas. Estos gérmenes sólo piden expansionarse y hacerlas
crecer hasta su completo desarrollo; tal es el fin de la vida cristiana. El
cristiano es perfecto cuando ha alcanzado la perfección de todas las
virtudes.
Ahora bien; las virtudes crecen en nosotros de dos maneras: ya sea por
nuestros esfuerzos, ayudados de la Gracia, o bien por un puro efecto de la
liberalidad de Dios obrando directamente en el alma. La primera exige
mucho tiempo; la segunda, muy poco. Pues todo es posible a Dios y su
acción no está subordinada al tiempo como la nuestra. Así pudo, desde el
instante en que la creó, enriquecer el Alma de su Santísima Madre de una
Plenitud de Gracias y de virtudes a la cual jamás podrán acercarse ni los
Ángeles ni los Santos. Así también, un instante le bastó al Espíritu Santo
para transformar los Apóstoles en hombres nuevos y hacer de aquellos
tímidos e ignorantes, almas de fuego y luz, de indomable valor.
Es evidente que pensando en esta acción maravillosa y omnipotente de
la gracia escribiera Santa Teresita: “Creo que Dios no necesita años para
realizar su Obra de Amor en un alma; un rayo de su Corazón puede en un
instante hacer abrir su flor para la eternidad.” (Carta 6 de Santa Teresita a
su Hermana Celina)
Estas palabras merecen que nos detengamos a meditarlas, pues ellas
demuestran que, a juicio de la Santa, la Obra de nuestra Santificación esta
en las Manos de Dios antes que en las nuestras y que su éxito depende de
él más que de nosotros, puesto que ella llama a esto: “su Obra de Amor”.
Sin duda que también es obra del alma. Conocemos ya bastante los
sentimientos de Santa Teresita en este asunto para no dudar de ello.
Sabemos hasta dónde, en lo que le concierne, llevó la Generosidad, la
Delicadeza, el Espíritu de Renunciamiento y de Sacrificio en la práctica de
un Amor siempre ocupado en olvidarse por Dios. Pero aunque “desde la
edad de tres años no le hubiese rehusado nada” (escribe en sus Consejos y
Recuerdos) no se apoyaba ni en sus buenas obras ni en sus presentes
disposiciones para llegar a la plenitud del amor. Sólo contaba con Dios.
Cuando teniendo en el corazón “el deseo de llegar a ser una gran santa,
se vio por vez primera al pie de la elevada montaña de la santidad”,
comprendió que siendo la flaqueza y la misma impotencia, “era demasiado

40
pequeñita para subir por la ruda escalera de la perfección.” (Historia de un
Alma, c. IX) Sin desalentarse, pues sabía “que Dios no inspira deseos
irrealizables”, se puso inmediatamente en busca de “una senda del todo
nueva, muy recta, muy breve, para ir al cielo”. Pensando entonces en
aquellos ascensores que se ven en las casas de los ricos, soñó también para
sí misma con un “ascensor” celestial. Pero ¿en dónde encontrar este
ascensor misterioso? Buscó en los libros sagrados; rememoró sus
recuerdos, y le vino sin duda el pensamiento de aquella escena patética y
tierna, que describe en alguna de sus páginas, de un niño pequeñín al pie
de una escalera que quiere subir, mas sin poder lograr, tan chiquitín es,
alcanzar siquiera la primera grada. Entonces llama, grita, se agita; óyele su
madre y baja; le toma en sus brazos y le lleva... Los brazos de la madre, tal
es el ascensor del pequeñín. Pues bien: los brazos de Jesús serán el
ascensor de Teresita....
Pues Jesús es más tierno que una madre. Él es la Eterna Sabiduría. Y
esta misma Sabiduría ha dicho: “Si alguien es pequeño, que venga a mí”, y
también: “Así como una madre acaricia a su hijo, yo te consolaré, te
recostaré y te meceré en mi regazo.” Y en esto, creemos nosotros, consiste
la principal originalidad del “Caminito” de Infancia y lo que constituye un
“caminito nuevo, muy breve y muy recto” para llegar a la perfección;
ponerse entre las Manos de Dios, y a fuerza de confianza, de amor y de
abandono, hacerse llevar por Él, por medio de una perfecta
correspondencia a la Gracia, hasta las más altas cimas de la Caridad. Así
Dios es quien lo hará todo. En cuanto al alma, no hará más que ser dócil a
los movimientos interiores que le imprima su Divino Portador y no tendrá
más preocupación que la de amarle. Se empleará sencillamente en
contentarle mientras la lleve en sus Brazos Omnipotentes. Sin embargo, es
preciso advertir que no podría agradarle si se durmiese en un quietismo
indolente.
El sueño del alma en los Brazos de Dios no excluye la vigilancia.
“Duermo, pero mi corazón vela” (Cant. V, 2), dice la Esposa en el Libro de
los Cantares. Duermo: es el abandono; mi corazón vela: es la parte de
actividad del alma y su correspondencia a la gracia. Hasta en el grado más
elevado del abandono subsiste esta actividad. No basta entregarse una vez
por todas a la Acción Divina. Como esta acción se ejerce de continuo, es
preciso aportar también una cooperación continua.
Era necesaria esta advertencia para evitar errores de interpretación.
Pero hecha esta reserva, es exactísimo decir que cuando un alma ha
tomado sitio en el “Ascensor Divino”, la única cosa que su Padre Celestial

41
exige de ella es que se entregue sin reserva a su Amor para que la consuma
enteramente, como también sin resistencia a su Providencia para que
pueda conducirla libremente. El alma se entrega al Amor ofreciéndose a él
como Víctima; se entrega a la Providencia estableciéndose en un total
abandono.

La Ofrenda como Víctima de Holocausto


al Amor Misericordioso de Dios

Así es como la Ofrenda al Amor Misericordioso de Dios y la vida de


abandono, forman como el fin o consecuencia natural de la vida de
infancia espiritual. Tal vez no sea inútil hacer primero notar que esta
Ofrenda, con todas sus consecuencias, no es en el “Caminito” algo
accesorio o complementario que puede o no añadirse a lo restante, pero
que no tiene al fin sino una importancia secundaria. Representa, por el
contrario, a los ojos de Santa Teresita del Niño Jesús y según sus decires,
“el fondo mismo de los sentimientos de su corazón” (Historia de un Alma,
c. XI); resume toda su “pequeña doctrina”; es el “sueño mas consolador de
su vida”. Tales son las expresiones que ella emplea cuando al principio del
tercero y último manuscrito que termina la Historia de su alma, aborda el
asunto que aquí tratamos.

De cómo fue impulsada Santa Teresita a hac er este Acto de


Ofrenda

¿Por qué motivo fue atraída Santa Teresita del Niño Jesús a ofrecerse
como Víctima de Holocausto al Amor Misericordioso de Dios? Fue, a no
dudarlo, porque el Maestro interior, Jesús, que ama revelarse a los
pequeños y humildes, le enseñó Él mismo este Secreto de Perfección. Mas
es fácil seguir en la “Historia de un Alma” la trama del trabajo interior que
tan rápidamente la condujo a este extremo. Es, como todo cuanto Dios
hizo en ella, Obra del Amor.
Dos grandes amores, en efecto, el que ella sentía por Dios y el que
conocía bien que Dios tenia por ella, uniéndose en su corazón e
inflamándose uno por otro, excitaron primero en ella un ardiente deseo de
quedar toda transformada en Amor para poder volver a Jesús Amor por
Amor, es decir, para amarle si fuera posible tanto como se veía amada de

42
Él.
De ahí nació aquel su primer deseo de nunca jamás rehusarle nada, de
echarle siempre las flores de los pequeños Sacrificios; de sufrir por amor,
de gozar por amor, de hacerlo todo por amor. Pero, como ya lo hicimos
notar, ¿qué vienen a ser tales obras para satisfacer semejante necesidad
de amar?
En una página ardiente, escrita con rasgos de fuego y una de las últimas
que trazara, la Santa nos dice cuáles son, frente a su incapacidad, las
ambiciones de su corazón y cómo sintiéndose a la vez todos los deseos y
todas las Vocaciones, hubiese querido para dar a Jesús todas las pruebas
posibles de su amor, poder combatir con los Cruzados y caer como ellos
sobre el campo de batalla; iluminar a las almas como los Doctores y con
los Apóstoles y Misioneros de todos los siglos, predicar sin interrupción y
por toda la tierra el Nombre Bendito de Jesús para plantar su Cruz en
todas las playas del mundo; sufrir, en fin, los tormentos de todos los
Mártires y morir con todas sus muertes.
Pero estas son cosas imposibles, pues la Obediencia la retiene,
impotente, en el fondo de su Carmelo. Sin embargo, si no puede obrar,
predicar, derramar su sangre, al menos puede amar... y como el amor es el
que anima a todos los Santos, hasta el punto que si el “amor llegase a faltar
en el corazón de la Iglesia, los Apóstoles dejarían de anunciar el Evangelio,
y los Mártires rehusarían dar su sangre”, ella comprende que “el amor
encierra todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que abraza todos los
tiempos y todos los lugar es, porque es eterno.” Ella comprende que por el
amor realizará todos sus deseos, y que, todo lo que deseaba tan
ardientemente ser y hacer, lo será y lo hará si logra convertirse en “amor”,
es decir, ser transformada en amor. Entonces es cuando se le aparece el
amor como su vocación propia y exclama: “¡Ya encontré por fin mi
vocación! ¡Mi vocación es el amor! Sí, ya encontré mi lugar en el seno de la
Iglesia y este lugar, ¡Oh Dios mío!, Vos me lo habéis dado. En el corazón de
la Iglesia mi Madre yo seré el amor. Así lo seré todo; así se realizará mi
sueño.” (Historia de un Alma, c. XI)
¿Pero el mejor medio de transformarse en amor, no es el de atraer
hacia sí para quedar abrasado, el amor que hay en Dios o más bien que es
Dios mismo? Pues Dios es Caridad (Io. IV, 16). Como tal es fuego y fuego
que abrasa (Deum. IV, 24). Ahora bien: cuando se pone leña al fuego, arde.
Si del mismo modo un alma se pusiera en las llamas de amor que están
aprisionadas en el Divino Corazón y no desean sino saltar de allí ¿no
quedaría igualmente abrasada?

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Y así como la leña se convierte en fuego en contacto con el fuego, ¿no se
convertiría ella en amor al contacto del Amor? No se podría dudar de ello
si se considera el ardor de la Divina Caridad. Pues bien: hacer esto no es
otra cosa más que ofrecerse en Holocausto al Amor Misericordioso de
Dios. De esta manera, el alma podrá devolver al Padre Celestial amor por
amor y amarle como ella es amada de Él, puesto que así habrá hallado el
medio de apropiarse las llamas cuya hoguera reside en la Santísima
Trinidad. Para amar a Dios tendrá a su disposición su propio amor, y si
puede decirse, el corazón mismo de Dios.
Al mismo tiempo satisfará uno de los deseos más ardientes de ese
Adorable Corazón que es el de expansionar su Amor. La necesidad de
amar y ser amado es infinita en Dios y esa necesidad, en verdad está
plenamente satisfecha en el seno mismo de la Trinidad Beatísima. Pero el
amor, como todo lo que es bueno – y él es Sumo Bien – tiene una tendencia
extrema a comunicarse y para poder dilatar el suyo creo Dios el mundo, y
en particular los Ángeles y los hombres. Ahora bien: entre los Ángeles, ya
se sabe, muchos rehusaron la oferta que se les hacía de sus Divinas
Ternuras, y ahora completamente y para siempre cerrados al amor, no son
más que odio y objeto de odio. En cuanto a los hombres, la mayor parte
desechan con desprecio las finezas del amor. Así hacen no sólo todos los
discípulos del mundo, sino un número demasiado grande entre los
mismos discípulos de Jesucristo. En efecto: ¡son tan raros los que se
entregan sin reserva a la ternura de su Amor Infinito! Con todo, Dios no
cesa de solicitarlos de la manera más patética. Continuamente desechado,
vuelve de continuo a la carga, multiplica las delicadezas, los llamamientos
y los perdones; pero lo más frecuente es que todo sea en vano. ¿Qué va a
ser de este amor infinito con que Jesús quiere abrasar a la tierra y del cual
la tierra no quiere nada? ¿Va a quedar para siempre encerrado, impotente,
en el seno de la Adorable Trinidad? Ya se conoce la palabra de Nuestro
Señor a Santa Margarita María: “Busco un corazón puro donde pueda
descansar mi amor doliente, que el mundo desprecia.”
Nuestra Santa también ha comprendido la queja del Divino Corazón.
Díjose que si hubiera almas que se ofrecieran como Víctimas de
Holocausto a su Amor, Dios Nuestro Señor, feliz de no comprimir las
llamas de Ternura Infinita que en Él se encierran, no dejaría de
consumirlas rápidamente, e inmediatamente se ofrece para recibir en su
corazón todo el amor que los pecadores desprecian. Entonces exclama:
“¡Oh Jesús, sea yo esa dichosa víctima! Consumid vuestra pequeñita hostia
por el fuego de vuestro divino amor.” (Historia de un Alma, c. VIII)

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Fue el día 9 de junio de 1895, en la fiesta de la Santísima Trinidad,
cuando la Santa pronunció su acto de Ofrenda como Víctima de Holocausto
al Amor Misericordioso de Dios.
La fecha merece ser retenida. Pues para las almas pequeñitas llamadas
a caminar en pos de su “caminito de amor” consagra un día memorable: el
que vio hacerse en la tierra y ratificarse en el cielo la consagración de la
primera de las Víctimas del Amor Misericordioso. A las víctimas ofrecidas
e inmoladas a la Justicia de Dios, se añadirán desde ahora en la Iglesia las
Víctimas consagradas e inmoladas a su Amor infinito. Y ésta será,
eternamente la gloria de Santa Teresita del Niño Jesús, de haberles abierto
y trazado el camino, por un designio particular de la Divina Providencia,
haciéndolo accesible hasta a las almas más humildes y frágiles, con tal de
ser generosas y confiadas y que consientan en entregarse sin reservas a la
Misericordia Infinita de Dios.

¿En qué consiste el Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso?

Para hacerse una idea exacta, lo mejor es atenerse a la fórmula que la


Santa compuso para sí misma y que nos descubre enteramente su
pensamiento. Transcribimos aquí las últimas líneas que son la parte
esencial.
“¡Oh, Dios mío, Trinidad Beatísima! para vivir en un acto de perfecto
amor, me ofrezco como Víctima de Holocausto a Vuestro Amor
misericordioso, suplicándoos que me consuma continuamente, dejando
desbordar en mi alma los raudales de Infinita Ternura que en Vos se
encierran. Sea yo de este modo, ¡Oh Dios mío!, mártir de amor. Finalmente,
después de haberme preparado este martirio a comparecer ante vuestra
presencia, hágame morir y arrójese mi alma sin demora en el abrazo
eterno de vuestro Amor Misericordioso. Quiero, ¡Oh Amado mío!, en cada
latido de mi corazón, renovaros esta ofrenda infinitas veces, hasta que al
declinar de las sombras pueda expresaros de nuevo mi amor, Cara a Cara
en la Visión Eterna.”
Notemos primeramente que se trata de una ofrenda de sí misma al
Amor Misericordioso de Dios y que al hacerla, se ofrece a este Amor
Infinito para atraerlo hacia sí. Si es escuchada, su primer efecto debe ser
hacer rebasar el Amor del Corazón de Dios en el alma que se ha ofrecido.
Como consecuencia de esto, el alma permanece ante Él, como estaría un
vasito ante el océano: el acto de ofrenda ha abierto la esclusa y cavado el

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canal por donde las aguas van a pasar sin cesar. Desde ahora esta alma
afortunada va a ser inundada de amor. Inundada también de
Misericordias, pues en Dios el amor, cuando se dirige a las criaturas, no
puede ser “sino Amor Misericordioso”. Atraer hacia si el amor es, pues,
atraer la abundancia de las divinas misericordias.
Santa Teresita emplea aún otra expresión que tuvo cuidado de
subrayar. Habla de ternura. Pide a Dios “que deje rebasar en su alma las
olas de infinita ternura que en Él se encierran.” Es que Ella no olvida que
Dios es Padre y que el Amor que desciende del Corazón del Padre al
corazón del hijo, se presenta bajo la forma suavísima de ternura. Esta
infinita ternura es la que pide para su alma, y a la cual se entrega.

Comparación con la Ofrenda de Víctima a la Justicia Divina

Se ve, desde luego, la diferencia que hay entre una ofrenda a la Justicia
de Dios y la ofrenda a su Amor Misericordioso.
Ofrecerse a la Justicia, es llamar sobre sí los castigos reservados a los
pecadores y permitir así que la Justicia Divina se satisfaga al mismo
tiempo que perdona a los culpables. En virtud de esta ofrenda el alma
Víctima aparece en la Iglesia cual pararrayos elevado hacia el cielo para
atraer el rayo y preservar los edificios vecinos, y como lo advierte la Santa,
esta ofrenda es grande y generosa, pues por ella se pide sufrir para que los
demás sean perdonados. No se puede, en efecto, servir de pararrayos sino
aceptando servir de blanco a la ira de Dios irritado contra los crímenes de
la tierra.
Las víctimas de amor, no se consagran a la Justicia de Dios, sino a la
Ternura Infinita. Ellas no se ofrecen directamente para sufrir, sino para
amar y ser amadas; ni como Víctimas de expiación para reparar, sino como
Víctimas de Holocausto para ser enteramente consumidas. No son el
pararrayos que llama al rayo, sino la Víctima expuesta al fuego del cielo
para recibir sus llamas. (Mach., lib. II, c. I)
No queremos establecer comparaciones desde el punto de vista de la
excelencia entre estas dos ofrendas, sino tan sólo hacer notar que, si a
causa de las consecuencias posibles, es preciso reflexionar dos veces, y
mostrarse muy prudente antes de ofrecerse como Víctima a la Justicia
Divina, no sucede lo mismo cuando se trata de la Ofrenda al Amor
Misericordioso. Pues ésta nada tiene que pueda ser capaz de aterrorizar a

46
las almas, cualesquiera que sean: ni las que son pequeñas y frágiles, puesto
que su fin es atraer olas de Infinita Ternura y que nadie tiene más
necesidad de ternura que los pequeñuelos; ni las que se ven todavía muy
imperfectas y pobres de virtudes, puesto que tiene por efecto hacer
sobreabundar la Misericordia donde abundaba la miseria; ni las que,
medrosas, temieran acaso las consecuencias de este acto de ofrenda.
Es cierto que se trata aquí de Víctima y de Víctima de Holocausto, lo
cual se entiende de una Inmolación total, y también se habla de martirio.
Pero hay que tener en cuenta: que se trata no de un Martirio de
Sufrimiento, sino de un Martirio de Amor, es decir, de un Martirio que es
obra directa del Amor, en el cual, por consiguiente, es el mismo amor el
que inmola y consume la Víctima.
La Santa lo da a entender muy claramente por las expresiones que
emplea en su Acto de Ofrenda, cuando habiendo suplicado a Dios que la
consuma sin cesar, dejando desbordar en su alma las olas de ternura
infinita, que en Él se encierran, añade en seguida: “y que así llegue yo a ser
mártir de vuestro amor ¡Oh Dios mío!”. La expresión “y que así” es
preciosa y debe retenerse. Demuestra que en el pensamiento de la Santa,
el Martirio de Amor viene directamente al alma, de la abundancia misma
de las olas de Infinita Ternura que desciendan sobre ella, y cuyo peso e
intensidad no podría soportar sin sufrir un verdadero Martirio.
Pero ¡quién no ve también que tal Martirio debe aportar austera
dulzura en medio de sus inevitables rigores! ¡Cuán bueno debe ser vivir de
ese Martirio y cuanto mejor morir en él! Tal era la idea que se hacia
nuestra Santa cuando escribía: “Morir de amor, ¡dulcísimo martirio! Mi
vida yo he pasado en desearlo.”

El Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso


y sus consecuencias desde el punto de vista del Sufrimiento

Ahora aquí se plantea una cuestión: ¿Este Martirio de Amor está, pues,
exento de sufrimiento? O si se halla el sufrimiento ¿qué papel desempeña?
Digamos pronto que ningún Martirio va exento de dolor, ni siquiera el
Martirio de Amor. Pues si es verdad, según el testimonio de la
“Imitación”(De la Imitación de Cristo del Beato Tomás Hermerken de
Kempis), que no es posible vivir en el amor sin padecer, menos posible
aún es vivir y morir de amor sin padecer. Pero aquí, ante todo, es bueno

47
recordar la hermosa palabra de San Agustín: “Cuando se ama, nada
cuesta.” O si algo cuesta, llega a ser una pena amada, y esta pena es dulce a
los ojos del amor.
Además, hay que advertir que aquí el sufrimiento no es el fin ni el
efecto directo del Acto de Ofrenda. Puede llegar a ser la consecuencia. Pero
no es ni al sufrimiento ni en vista del sufrimiento a lo que uno se consagra;
se consagra uno al Amor en vista del Amor. Claro está que el Amor lleva en
sí un germen de sufrimiento y que este germen de ordinario se desarrolla
con él. Es imposible amar ardientemente a Dios sin padecer.
El primer dolor es ver cuán poco es amado y lo mucho que es ofendido.
Otro es no amarle uno mismo en la medida de sus deseos. Se apena
entonces de la estrechez e incapacidad de un corazón que no puede ya ser
suficiente para contener las olas de ternura que le vienen del Corazón de
Dios de las que está como anegado.
El alma que ama a Jesús sufre también, o por mejor decir, aspira a
padecer y se dirige ella misma hacia el sufrimiento, porque el penar no es
a sus ojos esa cosa repulsiva, tan dura a la naturaleza, del cual todo el
mundo huye: es Jesús doliente que le tiende los brazos. El amor invita a la
semejanza y Jesús es un “Esposo de Sangre”. El amor excita a la
generosidad, y hay cambios de amor que no pueden realizarse más que
sobre la Cruz. Finalmente, el amor tiende con todas sus fuerzas a la Unión
y desde que la Cruz fue el Lecho de Muerte de Jesús ha llegado a ser la
Mansión Sagrada adonde el Divino Rey de Amor convida a sus castas
esposas, las almas, para que vengan a consumar la unión con Él, en el
dolor y en la muerte.
Hay además otro motivo por el cual toda alma que ama a Jesús, ama
también el dolor y acepta el padecer con alegría. Es porque halla en cada
Cruz que a ella se presenta un medio muy eficaz “de comprarle almas”.
Amar a Jesús no basta a su amor; quiere a todo trance ganarle otros
corazones que le amen eternamente. Quiere salvar pecadores; mas los
pecadores no se salvan si no es por la aplicación que se les haga de los
Méritos Infinitos del Salvador. Sólo la Gracia puede convertirles, y la
Gracia, Fruto del Sacrificio Sangriento del Calvario, llega con frecuencia
hasta su alma por un canal misterioso que cavan y entretienen las
voluntarias inmolaciones por las cuales, almas puras continúan en el
Cuerpo Místico de Cristo, el Sacrificio de la Cruz. A los que Jesucristo ha
rescatado por su muerte, se les salva por el dolor.
Por todos estos motivos el padecer es compañero inseparable del amor.

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Sin embargo, por grandes que sean su necesidad y su importancia, en las
Víctimas de Amor desempeña el papel de compañero y no va sino en
segundo lugar y bajo la conducta del amor.
Precisa responder aquí a una objeción. Dios Nuestro Señor, a quien nos
entregamos por la ofrenda al Amor Misericordioso, ¿no va al menos a
aprovechar la ocasión para mandarnos Cruces y Pruebas sin medida?....
¿Sin medida? ¡No, ciertamente! Las pruebas queridas por Dios, nunca son
sin medida, sino proporcionadas siempre a las energías Sobrenaturales
que una Gracia siempre atenta tuvo esmero en desarrollar anteriormente
en el alma. Siempre hay proporción entre la prueba y el Auxilio Divino.
Pero al menos ¿no va Dios a enviar penas excepcionales que jamás
hubiera exigido sin esta Ofrenda al Amor? Este es el Secreto de Dios y
depende de los designios que tiene sobre cada alma en particular.
Digamos solamente que esto no es una consecuencia obligada del acto de
Ofrenda.
Es verdad que la Santa ha escrito que “entregarse como Víctima de
Amor es ofrecerse a todas las angustias, a todas las amarguras, porque el
Amor vive de sacrificios y que cuanto más se entrega uno al Amor mas
debe entregarse al sufrimiento.” (Consejos y Recuerdos)
Pero esta palabra, que fue dicha en un caso particular para consuelo de
una persona muy tentada, no es la que hacía oír habitualmente la Santa a
las almas a quienes quería conducir a proferir el Acto de Ofrenda. Insistía,
por el contrario, con ellas para persuadirles que nada debían temer y
mucho que ganar, asegurándoles que el resultado directo de esta donación
no era atraerse Cruces, sino abundantes Misericordias.
Indudablemente que Dios es Dueño y Señor de todo y que, siendo la
Cruz uno de sus preciosos tesoros, la da de ordinario con más abundancia
a sus predilectos. Pero esto sucede cualquiera que sea el camino espiritual
que se siga. Y aquí, la gran ventaja, es que la Cruz, al ser fruto del Amor,
llega a ser suave y dulce como él. En este sentido puede decirse que lo que
resulta del Acto de Ofrenda no es siempre mayor padecimiento, sino más
fuerza y facilidad para soportar alegremente la medida de penalidades que
Dios nos destina.

He aquí cómo suceden las cosas en la práctica.

Cuando un alma se ha entregado como Víctima al Amor Misericordioso,

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debe creer, porque es cierto, que todo cuanto la Providencia le envía como
respuesta a su Ofrenda, es Obra del Amor, es decir decidido, querido,
elegido por el Amor. Por consiguiente, la Voluntad de Dios debe
aparecérsele como impregnada y radiante de Amor y es preciso que se
entregue a ella como se ha entregado al Amor mismo, filialmente,
amorosamente y con entera confianza, con los ojos cerrados sin querer
penetrar los Secretos que su Padre Celestial quiere tenerle ocultos. Que
tenga sólo por cierto que éste, en su Sabiduría y en su Infinita Bondad, no
le pedirá jamás sacrificios sobre sus fuerzas. El Amor sabrá hacerse
paciente en sus exigencias y siempre las proporcionará, a los tesoros de
energía que su gracia misma haya desarrollado en ella.
Que si Dios Nuestro Señor tiene, sin embargo, sobre esta alma
designios más altos de perfección, si sobre todo se propone asociarla
eficazmente a su obra redentora por la conversión de los pecadores y la
santificación de otras almas, hay motivo de creer que la conducirá poco a
poco hacia mayores sufrimientos. Pero sabrá, hacerlo con una dulzura
fuerte y suave a la vez, y le hará experimentar la austera y profunda
alegría de Padecer por Amor y así le inspirara el deseo tan ardiente, que
solo grandes y continuos sufrimientos podrán contentarla. Ya se vio en la
Santa. A medida que Jesús le enviaba Cruces, aumentaba su sed de
padecer. Pero también, finalmente, había llegado, decía, a no poder ya
sufrir, ¡tan dulce era para ella el sufrimiento! Entonces sólo las penas y
trabajos eran capaces de ocasionarle alegría y el Sufrimiento unido al
Amor le pareció la única cosa deseable en este valle de lágrimas. ¿Cómo
hubiera podido sentir entonces las consecuencias de su donación al Amor,
por dolorosas que fuesen? Esto explica que en lo más fuerte de una agonía
sin consuelos, estando lleno el cáliz hasta el borde, y el dolor tan fuerte
que la santa moribunda confesaba no haber creído jamás que fuera posible
sufrir tanto, dijo también y repitió muchas veces que no se arrepentía de
haberse entregado al Amor.
Así sucederá con todas las almas que Dios lleve a la Cruz por el Amor.
Ni una siquiera se arrepentirá jamás de haberse entregado al Amor,
cualesquiera que sean las pruebas que deban resultar para ella.

Los principales efectos del Acto de Ofrenda

Sin embargo, los designios de la Providencia no son los mismos para


todas las pequeñas Víctimas del Amor Misericordioso y habrá muchas de

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ellas que jamás conocerán ni esas grandes pruebas ni esos grandes deseos
de padecer. No dejarán por eso de ser verdaderas Víctimas de Holocausto,
muy agradables a Dios, pues a juicio de la Santa no son estos deseos los
que cautivan el Corazón de Nuestro Señor. Lo que más le agrada en un
alma es verla amar su pequeñez, es la confianza ciega que tiene en su
Divina Bondad. El Amor del Sufrimiento no es sino un efecto accidental del
Martirio de Amor.
Su resultado esencial y mucho más deseable es hacer vivir el alma en el
ejercicio continuo de la Caridad, la Santa dice, “en un Acto de Perfecto
Amor”. Ahora bien: cuando el Amor se enseñorea hasta ese punto de un
alma, se hace dueño de todas sus potencias y anima todas sus obras. En
consecuencia, todas las acciones que produce, aun las más indiferentes,
están marcadas con el Sello Divino del Amor y su valor llega a ser inmenso
a los ojos de Dios. Esto no es todo. El Divino Amor no puede soportar la
presencia, ni siquiera la huella del pecado en un alma que del todo se le
entrega.
Sin duda que la Ofrenda al Amor Misericordioso no hace impecable, no
impide todas las caídas. Una pequeña Víctima puede aún cometer
infidelidades. Pero el Amor que la penetra y la cerca, “la renueva, por
decirlo así, a cada instante y no cesa de consumirla destruyendo en ella
todo cuanto pueda desagradar a Jesús.” (Historia de un Alma, c. VIII)
Se puede entrever según esto cuál será la muerte de una Víctima del
Amor Misericordioso que haya sido hasta al fin fiel a su Ofrenda: muerte
digna de envidia si las hay, y la experiencia prueba que así sucedió
siempre. En cuanto al juicio que debe seguir a esta afortunada muerte, la
Santa pensaba en su confiada sencillez que sería como si no lo hubiera;
pues Dios se apresuraría a recompensar con Delicias Eternas su propio
Amor que vería entonces arder en aquella alma.
Sin embargo, sería temerario pensar que basta haber pronunciado la
fórmula del Acto de Ofrenda para escapar a toda condenación y así evitar
el Purgatorio. La Santa tuvo cuidado de advertir que las palabras solas no
bastan: “Hay que entregarse real y totalmente. Pues en tanto uno se abrasa
de amor en cuanto se entrega al amor.”
Es preciso también haber vivido según las santas exigencias del Amor y,
en el ejercicio de la Caridad haber unido el amor del prójimo al Amor de
Dios. Así una vez más puede admirarse con que prudente discreción sabia
Santa Teresita permanecer en los justos límites de la verdad y estar al
abrigo de toda exageración aun en lo más fuerte de su confianza.

51
Todo cuanto precede permite juzgar cuán excelente es en sus efectos el
Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso de Dios. Digamos al terminar este
importante asunto, que no es un favor reservado exclusivamente a algunas
almas privilegiadas. Un número inmenso está llamado a beneficiarse. Tales
eran al menos el pensamiento y los deseos de Teresita, y las líneas que
terminan la historia de su vida nos dicen que tal fue también sobre la
tierra y que tal debe ser aun en el Cielo el objeto de su ardiente plegaria:
“Te suplico que inclines tus divinos ojos a todas las almas pequeñitas y te
escojas en este mundo una legión de pequeñas víctima as dignas de tu
amor.” (Historia de un Alma, c. XI fin)
Además, la Santa Sede, al enriquecer con preciosas Indulgencias el Acto
de Ofrenda al Amor Misericordioso, tal como fue compuesto por Santa
Teresita, estimula manifiestamente a que se recite. Nada – parece – será
más capaz de hacer caer un prejuicio demasiado extendido, según el cual
esta Ofrenda solo convendría a una pequeña selección de almas ya
perfectas. Las Indulgencias en cuestión se ofrecen a los fieles del mundo
entero, y así todos los fieles están invitados a ofrecerse como Víctimas de
Holocausto al Amor Misericordioso de Dios. De ese modo se ven
admirablemente secundados los deseos y aprobada la Oración de la Santa,
“suplicando a Jesús que se elija en este mundo una legión da pequeñas
victimas dignas de su amor.”
¿Por qué, entonces, cada uno de los que lean estas líneas, si siente
interiormente el llamamiento de la gracia que le invita, por qué vacilaría
en repetir después de ella y con ella: “Haz, oh Jesús, que sea yo esa dichosa
Víctima?”

El Caminito de Infancia Espiritual, Según la vida y escritos de Santa


Teresita del Niño Jesús, del Padre Martin, Artes Gráficas, Sucesores de
Henrich, año 1926

52
OFRENDA AL AMOR
MISERICORDIOSO
«Oh Dios mío, Trinidad Beatísima… Me ofrezco como víctima de
holocausto a vuestro Amor Misericordioso».
Nada mejor para terminar estas páginas que comentar la ofrenda de
Teresa al Amor Misericordioso.
Este acto me parece admirable; admirable en su sencillez, sinceridad y
plenitud. En él está compendiado el camino de Teresa; su deseo de amar,
humilde y confiado, sostenido por su fe en el Amor Misericordioso.
Unas palabras aclaratorias. Teresa se ofrece, no a la Majestad Divina,
sino al Amor; no como víctima a la Justicia Divina, sino a su Amor
Misericordioso.

1. Expliquemos estos dos conceptos: Amor Misericordioso.

En concreto, ¿qué significa este acto? Es sencillamente la expresión más


adecuada, la palabra más indicada para manifestar el deseo de amar a Dios
y agradarle en todo. Cuando este deseo despierta en un alma y ésta se deja
invadir por él, se siente impotente para amar. Y se resuelve a aprovechar
todas las ocasiones u oportunidades de sacrificarse para agradar a Dios;
toda su vida se orienta en este sentido. Y no pudiendo satisfacer
cumplidamente sus inmensos deseos, acaba por ofrecerse. Y ¿a quién se
ofrece? ¿A la santidad para reparar? No. ¿A la justicia para satisfacer?
Tampoco. Al Amor para que se vuelque en ella.
¡Qué bien comprendió el corazón de Dios! Dios es Amor, dice San Juan.
Tiene sed de ser amado y experimenta la necesidad de comunicarse y de
ser correspondido. Y la criatura reconociendo su nada, exclama: «¡Oh
Amor, haced en milo que os plazca, venid a mí, para que Vos mismo os
améis en mí con vuestro Amor infinito!»
Esto es lo que hizo Teresa. Viéndose pobre e impotente para amar, no
ofreció a Dios su amor. Le ofreció su indigencia para que sobre ella volcara
El su amor. Sabía que el deseo Divino de comunicarse a nosotros es
infinitamente mayor que nuestro deseo de recibirle. «El Bien tiende a

53
comunicarse».
Así pues, sencillamente, para demostrar a Dios que le comprende, y
para complacerle, le muestra el vacío de su pobre corazón creado, y le
abre de par en par las puertas de su alma presentándosela como vaso
vacío para que El lo llene; en una palabra, se ofreció al Amor.
Teresa sintió profundamente la palabra de San Pablo: «La caridad de
Dios ha sido derramada en nuestros corazones por medio del Espíritu
Santo que se nos ha dado» (Rom. 5, 5).
Esta ofrenda es en realidad una petición; la más desinteresada, la más
pura, la más sobrenatural que darse puede. Al ofrecerse, Teresa pide a
Dios quiera complacerse a Sí mismo, satisfaciendo en ella su sed infinita de
ser amado. Este acto de ofrenda parece la realización concreta y viviente
de la descripción que hace San Pablo cuando habla de esas oraciones y
gemidos inenarrables con que el Espíritu Santo dama en las almas fieles a
sus mociones: el mismo Espíritu aboga por nosotros con gemidos
inenarrables (Rom. 8, 26). Esos gemidos sin fórmulas, indecibles, no son
sino el deseo profundo de amar que sólo puede traducirse en ofrenda al
Amor poniéndose a su disposición para que ese Amor Infinito haga en ella
cuanto El quiera, en actitud de sumisión perfecta a su divino querer en
todo.
Teresa comprendió que ahí está la esencia de la oración que siempre
encuentra eco en el Corazón de Dios: Aquel que penetra a fondo los
corazones, conoce bien qué es lo que desea el Espíritu; el cual no pide cosa
alguna para los santos, que no sea según Dios (Rom. 8, 27). En esta sencilla
ofrenda, exenta de fórmulas y de peticiones, se pide más que en cualquiera
otra oración concreta; se pide, «al modo divino», porque intercede por los
santos según Dios. Y al ofrecerse, Teresa deja a Dios, en cierto modo, el
camino expedito, para que su Amor Infinito pueda, en cuanto cabe,
satisfacer en ella su ansia incontenible de ser amado.
En verdad que nuestra Santa comprendió a Dios mejor que muchos
teólogos que creen conocerle. Le comprendió por intuición, con humildad,
sencillez y candor. Y reconoció que aquel su deseo de amar provoca, en
cierta manera al Amor Infinito, al mismo Dios para que colme su deseo de
ser amado hasta el fin, si es que se puede hablar de límite en este deseo
divino. Su acto de ofrenda no tiene otra explicación.
Pero hay más todavía. Una idea que proyecta nueva luz sobre las
muchas que ya hemos recibido.

54
2.

¿Qué es lo que se interpone con frecuencia entre las almas y el acto de


amor puro? Esta vulgar objeción: «Esto es demasiado hermoso para mí; no
he llegado al nivel necesario para vivir de amor, no soy digna». Teresa ha
previsto esta dificultad. Siempre deseosa de animar a las almas pequeñas,
añade en su ofrenda al Amor una palabra importante y decisiva; la palabra
«Misericordioso». Esto es ¡infinitamente alentador y evangélico!
Sin peligro de ilusión, hemos de ver en nuestras miserias e
imperfecciones, no una razón en contra, sino un motivo para entregarnos
al Amor, puesto que es «Misericordioso». Se comprende que nos
juzguemos indignos de ofrecernos como víctimas a la Justicia Divina. Pero
aquí se trata de ofrecerse al Amor. Se le ofrece la miseria, que es el objeto
propio de la Misericordia, y cuanto más abunda esta miseria, mayor es la
aptitud del sujeto para la manifestación de la Misericordia Infinita.
Podemos, pues, ofrecer osadamente nuestras miserias a la Misericordia
que necesita de ellas para tener en qué ejercerse, y mejor manifestarse.
Una vez más hemos de reconocer que Teresa ha comprendido a Dios. Sus
designios al crear el mundo actual (incluido el pecado y sus
consecuencias) no han sido otros que manifestar y glorificar su Amor, en
cuanto es infinitamente Misericordioso.
Nuestro orgullo se resiste a creerlo prácticamente. Ofrecer a Dios
nuestras miserias es glorificarle, es complacerle, es ofrecerle una ocasión
de manifestar el atributo de la Misericordia que tanto le glorifica. Ofrecer a
Dios las propias miserias es sentirse liberado y curado de ellas, no por
nuestro mérito, sino por el Amor de Dios que gusta de manifestarse tal
cual es; es decir, Misericordioso.
Al llegar a este punto se nos ofrece una consideración. Este es
ordinariamente el único medio de liberarnos de nuestras tenaces y
múltiples miserias. Preciso es confesarlo; existen cantidad de
imperfecciones obstinadas, sutiles, casi imperceptibles, que a pesar de
nuestros esfuerzos, de nuestro trabajo y de nuestros sinceros propósitos
no llegaremos a corregir, cuanto menos a extirpar; restos de egoísmo, de
amor propio disfrazado, de vanidad, aficioncillas más o menos
conscientes. No queda más camino que confiar en la Misericordia de Dios y
esperarlo todo de su Amor Infinito y siempre Misericordioso. Es nuestro
último recurso que siempre resulta infalible. La ofrenda al Amor
Misericordioso es, pues, el remedio supremo de nuestras miserias.

55
La miseria se fía de la Misericordia. ¿De qué medio se valdrá el Amor
Misericordioso para liberarnos de ella? ¿Pruebas? ¿Penas interiores o
exteriores? No nos preocupemos; fiémonos del Amor Misericordioso. Si El
quiere realizar su obra por medio del sufrimiento, ¡bendito sea! Pero no es
a la Justicia, sino a la Misericordia a quien nos ofrecemos. Y posiblemente
Dios no espera sino este acto, esta ofrenda para llevar por los caminos del
Amor, muy alto y muy lejos, a muchas almas temerosas que se sienten
incapaces o indignas de caminar por esa senda, a causa de sus miserias.
Creo que esta palabra, «Misericordioso», debe meditarse despacio
pidiendo al Espíritu Santo ilumine nuestra alma. En esa palabra, en efecto,
está toda la fuerza y el sentido de esta ofrenda. Así lo entendió Teresa:
«Sabed que para ser víctima de Amor, cuanto más débil y miserable es un
alma, tanto más apta es para las operaciones de este amor que consume y
transforma. El solo deseo de ser víctima basta, pero el alma ha de
consentir en permanecer siempre pobre y débil, y esto es lo difícil». Quien
se ofrece con humildad (condición indispensable) al Amor Misericordioso,
será elevado por ese Amor Omnipotente, que se deja cautivar por la
miseria del alma humilde que en El pone su confianza.
El rasgo genial de Teresa ha sido inspirar a las almas pequeñas la
audacia, la osadía, el deseo de amar a pesar de la propia miseria; más aún,
sacando de la misma un derecho al Amor Misericordioso. ¿No es ésta la
misma entraña del Evangelio? ¿No vino Cristo para que los pequeños, los
miserables, los humildes se sintieran invitados al amor?
La mejor manera de responder a esta invitación es que el alma,
consciente de su nada, se ofrezca al Amor Misericordioso, con la seguridad
de que, por pura Misericordia, volcará en ella las oleadas de su Amor. Este
sentimiento fue el que inspiró a Teresa la idea audaz, atrevida, de
ofrecerse como víctima al Amor Misericordioso. ¡Comprendió el Evangelio
porque creyó!

Volvamos ahora al Carmelo de Lisieux, en la fiesta de la Santísima


Trinidad, 9 de junio de 1895. Representémonos a Teresa del Niño Jesús en
el momento de realizar su ofrenda como víctima de holocausto al Amor
Misericordioso. Nos parece ver su alma inundada de paz. Paz que es fruto
de su humildad, de su serena Fe en el Amor Misericordioso, de su
confianza inquebrantable, de su inmenso deseo de amar.

Procuremos como ella obtener esta paz. Creamos en el Amor de Dios.

56
Confianza. Humildad. Deseo de amar. Es el «Caminito» de nuestra Santa. Y
una vez más: es la esencia del Evangelio.

P. Liagre, en
www.abandono.com/santa-teresa-de-lisieux/ofrenda-al-amor-
misericordioso/

57
ACTO DE OFRENDA AL AMOR
MISERICORDIOSO
Ofrenda de mí misma,
como víctima de holocausto,
al amor misericordioso de Dios.

¡Oh, Dios mío, Trinidad Bienaventurada!, deseo amaros y haceros amar,


trabajar por la glorificación de la Santa Iglesia, salvando las almas que
están en la tierra y librar a las que sufren en el purgatorio. Deseo cumplir
perfectamente vuestra voluntad y alcanzar el puesto de gloria que me
habéis preparado en vuestro reino. En una palabra, deseo ser santa, pero
comprendo mi impotencia y os pido, ¡oh, Dios mío!, que seáis vos mismo
mi santidad.
Puesto que me habéis amado, hasta darme a vuestro único Hijo como
Salvador y como Esposo, los tesoros infinitos de sus méritos son míos; os
los ofrezco con alegría, suplicándoos que no me miréis sino a través de la
Faz de Jesús y en su Corazón ardiendo de Amor.
Os ofrezco también todos los méritos de los santos (los que están en el
cielo y en la tierra), sus actos de amor y los de los Santos Ángeles; en fin,
os ofrezco, ¡oh Trinidad Bienaventurada!, el amor y los méritos de la
Santísima Virgen, mi Madre querida; en sus manos pongo mi ofrenda,
rogándola que os la presente. Su divino hijo, mi Amado esposo, en los días
de su vida mortal, nos dijo: «Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os
será concedido». Estoy, pues, segura que escucharéis mis deseos; lo sé, ¡oh,
Dios mío!, cuanto más queréis dar, más hacéis desear. Siento en mi
corazón deseos inmensos y os pido con confianza que vengáis a tomar
posesión de mi alma. ¡Ah!, puedo recibir la sagrada comunión con tanta
frecuencia como lo desee; pero, Señor, ¿no sois vos Todopoderoso?…
Permaneced en mí, como en el sagrario, no os apartéis jamás de vuestra
pequeña hostia…
Quisiera consolaros de la ingratitud de los malos y os suplico que me
quitéis la libertad de ofenderos; si por debilidad, caigo alguna vez, que
inmediatamente vuestra divina mirada purifique mi alma, consumiendo
todas mis imperfecciones, como el fuego, que transforma todas las cosas
en si mismo…

58
Os doy gracias, ¡Dios mío!, por todos los favores que me habéis
concedido, en particular por haberme hecho pasar por el crisol del
sufrimiento. Os contemplaré con gozo el último día, cuando llevéis el cetro
de la cruz. Y ya que os habéis dignado hacerme participar de esta preciosa
cruz, espero parecerme a vos en el cielo y ver brillar sobre mi cuerpo
glorificado las sagradas llagas de vuestra Pasión…
Después del exilio de la tierra, espero ir a gozar de vos en la Patria, pero
no quiero amontonar méritos para el cielo, sólo quiero trabajar por
vuestro amor, con el único fin de agradaros, de consolar vuestro Sagrado
Corazón y salvar almas que os amen eternamente.
A la tarde de esta vida, me presentaré delante de vos con las manos
vacías, pues no os pido, Señor, que tengáis en cuenta mis obras. Todas
nuestras justicias tienen manchas ante vuestros ojos. Quiero, por tanto,
revestirme de vuestra propia Justicia, y recibir de vuestro amor la
posesión eterna de vos mismo. No quiero otro trono y otra corona que a
Vos, ¡oh Amado mío!
A vuestros ojos el tiempo no es nada, un solo día es como mil años; vos
podéis, pues, prepararme en un instante, para presentarme ante vos…
Para vivir en un acto de perfecto amor, ME OFREZCO COMO VÍCTIMA
DE HOLOCAUSTO A VUESTRO AMOR MISERICORDIOSO, suplicándoos que
me consumáis sin cesar, dejando desbordar, en mi alma, las olas de
ternura infinita que tenéis encerradas en vos y que, de ese modo, me
convierta en mártir de vuestro amor, ¡oh, Dios mío!
Que este martirio, después de prepararme para presentarme ante vos,
me haga finalmente morir y que mi alma se lance sin tardanza en el abrazo
eterno de vuestro amor misericordioso…
Quiero, ¡oh, Amado mío!, a cada latido de mi corazón, renovar esta
ofrenda un número infinito de veces, hasta que las sombras se hayan
desvanecido y pueda repetiros mi amor en un cara a cara eterno…

MARÍA, FRANCISCA, TERESA DEL NIÑO JESÚS Y DE LA SANTA FAZ,


rel. carm. ind.
Fiesta de la Santísima Trinidad, 9 de junio del año de gracia de 1895

59
JUAN PABLO II
«DIVINI AMORIS SCIENTIA»
Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz es declarada Doctora de la
Iglesia universal

1. La ciencia del amor divino, que el Padre de las misericordias derrama


por Jesucristo en el Espíritu Santo, es un don, concedido a los pequeños y a
los humildes, para que conozcan y proclamen los secretos del Reino,
ocultos a los sabios e inteligentes: por esto Jesús se llenó de gozo en el
Espíritu Santo, y bendijo al Padre, que así lo había establecido (cf. Lc 10,
21-22; Mt 11, 25-26).
También se alegra la Madre Iglesia al constatar que, en el decurso de la
historia, el Señor sigue revelándose a los pequeños y a los humildes,
capacitando a sus elegidos, por medio del Espíritu que «todo lo sondea,
hasta las profundidades de Dios» (1 Co 2, 10), para hablar de las cosas
«que Dios nos ha otorgado (...), no con palabras aprendidas de sabiduría
humana, sino aprendidas del Espíritu, expresando realidades espirituales»
(1 Co 2, 12. 13). De este modo el Espíritu Santo guía a la Iglesia hacia la
verdad plena, la dota de diversos dones, la embellece con sus frutos, la
rejuvenece con la fuerza del Evangelio y la hace capaz de escrutar los
signos de los tiempos, para responder cada vez mejor a la voluntad de
Dios (cf. Lumen gentium, 4 y 12; Gaudium et spes, 4).
Entre los pequeños, a los que han sido revelados de manera muy
especial los secretos del Reino, resplandece Teresa del Niño Jesús y de la
Santa Faz, monja profesa de la orden de los Carmelitas Descalzos, de la que
este año se celebra el centenario de su ingreso en la patria celestial.
Durante su vida, Teresa descubrió «luces nuevas, significados ocultos y
misteriosos» (Ms A 83 v) y recibió del Maestro divino la «ciencia del
amor», que luego manifestó con particular originalidad en sus escritos (cf.
Ms B 1 r). Esa ciencia es la expresión luminosa de su conocimiento del
misterio del Reino y de su experiencia personal de la gracia. Se puede
considerar como un carisma particular de sabiduría evangélica que
Teresa, como otros santos y maestros de la fe, recibió en la oración (cf. Ms
C 36 r).

60
2. La acogida del ejemplo de su vida y de su doctrina evangélica ha sido
rápida, universal y constante en nuestro siglo. Casi a imitación de su
precoz maduración espiritual, su santidad fue reconocida por la Iglesia en
el espacio de pocos años. En efecto, el 10 de junio de 1914 Pío X firmó el
decreto de incoación de la causa de beatificación; el 14 de agosto de 1921
Benedicto XV declaró la heroicidad de las virtudes de la sierva de Dios,
pronunciando en esa ocasión un discurso sobre el camino de la infancia
espiritual; y Pío XI la proclamó beata el 29 de abril de 1923. Un poco más
tarde, el 17 de mayo de 1925, el mismo Papa, ante una inmensa multitud,
la canonizó en la basílica de San Pedro, poniendo de relieve el esplendor
de sus virtudes, así como la originalidad de su doctrina, y dos años
después, el 14 de diciembre de 1927, acogiendo la petición de muchos
obispos misioneros, la proclamó, junto con san Francisco Javier, patrona
de las misiones.
A partir de esos reconocimientos, la irradiación espiritual de Teresa del
Niño Jesús ha aumentado en la Iglesia y se ha difundido por todo el
mundo. Muchos institutos de vida consagrada y movimientos eclesiales,
especialmente en las Iglesias jóvenes, la han elegido como patrona y
maestra, inspirándose en su doctrina espiritual. Su mensaje, a menudo
sintetizado en el así llamado «caminito», que no es más que el camino
evangélico de la santidad para todos, ha sido objeto de estudio por parte
de teólogos y autores de espiritualidad. Se han construido y dedicado al
Señor, bajo el patrocinio de la santa de Lisieux, catedrales, basílicas,
santuarios e iglesias en todo el mundo. La Iglesia católica en sus diversos
ritos, tanto de Oriente como de Occidente, celebra su culto.
Numerosos fieles han podido experimentar el poder de su intercesión.
Muchos, llamados al ministerio sacerdotal o a la vida consagrada,
especialmente en las misiones y en la vida contemplativa, atribuyen la
gracia divina de la vocación a su intercesión y a su ejemplo.
3. Los pastores de la Iglesia, comenzando por mis predecesores los
Sumos Pontífices de este siglo, que propusieron su santidad como ejemplo
para todos, también han puesto de relieve que Teresa es maestra de vida
espiritual con una doctrina sencilla y, a la vez, profunda que ella tomó de
los manantiales del Evangelio bajo la guía del Maestro divino y luego
comunicó a sus hermanos y hermanas en la Iglesia con amplísima eficacia
(cf. Ms B 2 v - 3 r).
Esta doctrina espiritual nos ha sido transmitida sobre todo en su
autobiografía que, tomada de los tres manuscritos redactados por ella en
los últimos años de su vida y publicada un año después de su muerte con

61
el título: Historia de un alma (Lisieux 1898), ha despertado extraordinario
interés hasta nuestros días. Esta autobiografía, traducida, al igual que sus
demás escritos, a cerca de cincuenta lenguas, ha dado a conocer a Teresa
en todas las regiones del mundo, incluso fuera de la Iglesia católica. A un
siglo de distancia de su muerte, Teresa del Niño Jesús sigue siendo
considerada una de las grandes maestras de vida espiritual de nuestro
tiempo.
4. No es sorprendente, por tanto, que hayan llegado a la Sede apostólica
muchas peticiones para que se le conceda el título de Doctora de la Iglesia
universal.
Desde hace algunos años, y especialmente al acercarse la alegre
celebración del primer centenario de su muerte, esas peticiones han
llegado cada vez en mayor número, incluso de parte de Conferencias
episcopales. Además, se han realizado congresos de estudio y abundan las
publicaciones que ponen de relieve el hecho de que Teresa del Niño Jesús
posee una sabiduría extraordinaria y, con su doctrina, ayuda a muchos
hombres y mujeres de cualquier condición a conocer y amar a Jesucristo y
su Evangelio.
A la luz de estos datos, decidí encargar un atento estudio para saber si
la santa de Lisieux cumplía los requisitos para poder ser declarada
Doctora de la Iglesia universal.
5. En este marco, me complace recordar brevemente algunos
momentos de la vida de Teresa del Niño Jesús. Nace en Alençon (Francia)
el 2 de enero de 1873. Es bautizada dos días más tarde en la iglesia de
Notre Dame, recibiendo los nombres de María Francisca Teresa. Sus
padres son Louis Martín y Zélie Guérin, cuyas virtudes heroicas he
reconocido recientemente. Después de la muerte de su madre, que
acontece el 28 de agosto de 1877, Teresa se traslada con toda la familia a
la ciudad de Lisieux donde, rodeada del afecto de su padre y sus hermanas,
recibe una formación exigente y, a la vez, llena de ternura.
Hacia fines de 1879 recibe por primera vez el sacramento de la
penitencia. En el día de Pentecostés de 1883 recibe la gracia singular de
curar de una grave enfermedad, por intercesión de Nuestra Señora de las
Victorias. Educada por las benedictinas de Lisieux, recibe la primera
comunión el 8 de mayo de 1884, después de una intensa preparación,
coronada por una singular experiencia de la gracia de la unión íntima con
Jesús. Pocas semanas más tarde, el 14 de junio del mismo año, recibe el
sacramento de la confirmación, con viva conciencia de lo que implica el

62
don del Espíritu Santo en la participación personal en la gracia de
Pentecostés. En la Navidad de 1886 vive una experiencia espiritual muy
profunda, que describe como una «conversión total». Gracias a ella, supera
la fragilidad emotiva derivada de la pérdida de su madre e inicia «una
carrera acelerada» por el camino de la perfección (cf. Ms A 44 v - 45 v).
Teresa desea abrazar la vida contemplativa, como sus hermanas
Paulina y María, en el Carmelo de Lisieux, pero se lo impide su corta edad.
Con ocasión de una peregrinación a Italia, después de visitar la santa Casa
de Loreto y los lugares de la ciudad eterna, en la audiencia que el Papa
concede a los fieles de la diócesis de Lisieux, el 20 de noviembre de 1887,
con filial audacia pide a León XIII el permiso para entrar en el Carmelo a la
edad de 15 años.
El 9 de abril de 1888 entra en el Carmelo de Lisieux, donde recibe el
hábito de la orden de la Virgen el 10 de enero del año siguiente, y emite su
profesión religiosa el 8 de septiembre de 1890, fiesta de la Natividad de la
Virgen María. En el Carmelo emprende el camino de la perfección trazado
por la madre fundadora, Teresa de Jesús, con auténtico fervor y fidelidad,
cumpliendo los diversos oficios comunitarios que se le confían. Iluminada
por la palabra de Dios y probada de modo particular por la enfermedad de
su amadísimo padre, Louis Martín, que muere el 29 de julio de 1894,
Teresa se encamina hacia la santidad, insistiendo en la centralidad del
amor. Descubre y comunica a las novicias encomendadas a su cuidado el
caminito de la infancia espiritual, progresando en el cual ella penetra cada
vez más en el misterio de la Iglesia y, atraída por el amor de Cristo, siente
crecer en sí misma la vocación apostólica y misionera, que la impulsa a
llevar a todos hacia el encuentro con el Esposo divino.
El 9 de junio de 1895, en la fiesta de la Santísima Trinidad, se ofrece
como víctima de holocausto al amor misericordioso de Dios. El 3 de abril
del año siguiente, en la noche entre el Jueves y el Viernes santo, tiene una
primera manifestación de la enfermedad que la llevará a la muerte. Teresa
la acoge como la misteriosa visita del Esposo divino. Al mismo tiempo,
entra en la prueba de la fe, que durará hasta su muerte. Al empeorar su
salud, a partir del 8 de julio de 1897, es trasladada a la enfermería. Sus
hermanas y otras religiosas recogen sus palabras, mientras los dolores y
las pruebas, sufridos con paciencia, se intensifican hasta culminar con la
muerte, en la tarde del 30 de septiembre de 1897. «Yo no muero; entro en
la vida», había escrito a uno de sus hermanos espirituales, don Bellière
(Carta 244). Sus últimas palabras: «Dios mío, te amo», son el sello de su
existencia.

63
6. Teresa del Niño Jesús nos ha legado escritos que, con razón, le han
merecido el título de maestra de vida espiritual. Su obra principal es el
relato de su vida en los tres Manuscritos autobiográficos (A, B y C),
publicados inicialmente con el título, que pronto se hizo célebre, de
Historia de un alma.
En el Manuscrito A, redactado a petición de la hermana Inés de Jesús,
entonces priora del monasterio, y entregado a ella el 21 de enero de 1896,
Teresa describe las etapas de su experiencia religiosa: su infancia,
especialmente el acontecimiento de su primera comunión y de la
confirmación, y su adolescencia, hasta el ingreso en el Carmelo y su
primera profesión.
El Manuscrito B, redactado durante el retiro espiritual de ese mismo
año, a petición de su hermana María del Sagrado Corazón, contiene
algunas de las páginas más hermosas, conocidas y citadas de la santa de
Lisieux. En ellas se manifiesta la plena madurez de la santa, que habla de
su vocación en la Iglesia, Esposa de Cristo y Madre de las almas.
El Manuscrito C, redactado en el mes de junio y en los primeros días de
julio de 1897, pocos meses antes de su muerte, y dedicado a la priora
María de Gonzaga, que se lo había pedido, completa los recuerdos del
Manuscrito A sobre su vida en el Carmelo. Estas páginas revelan la
sabiduría sobrenatural de la autora. Teresa narra algunas experiencias
elevadísimas de este período final de su vida. Dedica páginas
conmovedoras a la prueba de la fe: una gracia de purificación que la
sumerge en una larga y dolorosa noche oscura, iluminada por su confianza
en el amor misericordioso y paternal de Dios. Una vez más, y sin repetirse,
Teresa hace brillar la resplandeciente luz del Evangelio. Aquí encontramos
las páginas más hermosas, dedicadas al abandono confiado en las manos
de Dios, a la unidad entre el amor a Dios y el amor al prójimo, y a su
vocación misionera en la Iglesia.
Teresa, en estos tres manuscritos diversos, que coinciden en una
unidad temática y en una progresiva descripción de su vida y de su camino
espiritual, nos ha entregado una original autobiografía, que es la historia
de su alma. En ella se pone claramente de manifiesto que en su existencia
Dios ofrece al mundo un mensaje preciso, al señalar un camino evangélico,
el «caminito», que todos pueden recorrer, porque todos están llamados a
la santidad.
En sus 266 Cartas que conservamos, dirigidas a familiares, a religiosas
y a los «hermanos» misioneros, Teresa comunica su sabiduría,

64
desarrollando una doctrina que constituye de hecho un profundo ejercicio
de dirección espiritual de almas.
Forman parte de sus escritos también 54 Poesías, algunas de las cuales
entrañan gran profundidad teológica y espiritual, inspiradas en la sagrada
Escritura. Entre ellas merecen especial mención «Vivir de amor» (Poesías,
17) y «Por qué te amo, María» (Poesías, 54), síntesis original del camino
de la Virgen María según el Evangelio. A esta producción hay que añadir 8
Recreaciones piadosas: composiciones poéticas y teatrales, ideadas y
representadas por la Santa para su comunidad con ocasión de algunas
fiestas, según la tradición del Carmelo. Entre los demás escritos, conviene
recordar una serie de 21 Oraciones y la colección de sus palabras
pronunciadas durante los últimos meses de vida. Esas palabras, de las que
se conservan varias redacciones, son conocidas como Novissima verba o
Últimas conversaciones.
7. El análisis esmerado de los escritos de santa Teresa del Niño Jesús, y
la resonancia que han tenido en la Iglesia, permiten descubrir los aspectos
principales de la «doctrina eminente», que constituye el elemento
fundamental en el que se basa la atribución del título de Doctora de la
Iglesia.
Ante todo, se constata la existencia de un particular carisma de
sabiduría. En efecto, esta joven carmelita, sin una especial preparación
teológica, pero iluminada por la luz del Evangelio, se siente instruida por
el Maestro divino que, como ella dice, es «el Doctor de los doctores» (Ms A
83 v), el cual le comunica las «enseñanzas divinas» (Ms B 1 r). Siente que
en ella se han cumplido las palabras de la Escritura: «El que sea sencillo,
venga a mí...; al pequeño se le concede la misericordia» (Ms B 1 v; cf. Pr 9,
4; Sb 6, 6) y sabe que ha sido instruida en la ciencia del amor, oculta a los
sabios y a los inteligentes, que el Maestro divino se ha dignado revelarle a
ella, como a los pequeños (cf. Ms A 49 r; Lc 10, 21-22).
Pío XI, que consideró a Teresa de Lisieux como «estrella de su
pontificado», no dudó en afirmar en la homilía del día de su canonización,
el 17 de mayo del año 1925: «El Espíritu de la verdad le abrió y manifestó
las verdades que suele ocultar a los sabios e inteligentes y revelar a los
pequeños, pues ella, como atestigua nuestro inmediato predecesor,
destacó tanto en la ciencia de las cosas sobrenaturales, que señaló a los
demás el camino cierto de la salvación» (AAS 17 [1925] p. 213).
Su enseñanza no sólo es acorde con la Escritura y la fe católica, sino que
también resalta por la profundidad y la síntesis sapiencial lograda. Su

65
doctrina es, a la vez, una profesión de la fe de la Iglesia, una experiencia
del misterio cristiano y un camino hacia la santidad. Teresa ofrece una
síntesis madura de la espiritualidad cristiana: une la teología y la vida
espiritual, se expresa con vigor y autoridad, con gran capacidad de
persuasión y de comunicación, como lo demuestra la aceptación y la
difusión de su mensaje en el pueblo de Dios.
La enseñanza de Teresa manifiesta con coherencia y une en un
conjunto armonioso los dogmas de la fe cristiana como doctrina de verdad
y experiencia de vida. A este respecto, no conviene olvidar que, como
enseña el concilio Vaticano II, la inteligencia del depósito de la fe
transmitido por los Apóstoles progresa en la Iglesia bajo la asistencia del
Espíritu Santo: «Crece la comprensión de las palabras e instituciones
transmitidas cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en
su corazón (cf. Lc 2, 19 y 51), y cuando comprenden internamente los
misterios que viven, cuando las proclaman los obispos, sucesores de los
Apóstoles en el carisma de la verdad» (Dei Verbum, 8).
Tal vez en los escritos de Teresa de Lisieux no encontramos, como en
otros Doctores, una presentación científicamente elaborada de las cosas
de Dios, pero en ellos podemos descubrir un testimonio iluminado de la fe
que, mientras acoge con amor confiado la condescendencia misericordiosa
de Dios y la salvación en Cristo, revela el misterio y la santidad de la
Iglesia.
Así pues, con razón se puede reconocer en la santa de Lisieux el
carisma de Doctora de la Iglesia, tanto por el don del Espíritu Santo, que
recibió para vivir y expresar su experiencia de fe, como por su particular
inteligencia del misterio de Cristo. En ella confluyen los dones de la ley
nueva, es decir, la gracia del Espíritu Santo, que se manifiesta en la fe viva
que actúa por medio de la caridad (cf. santo Tomás de Aquino, Summa
Theol. I-II, q. 106, art. 1; q. 108, art. 1).
Podemos aplicar a Teresa de Lisieux lo que dijo mi predecesor Pablo VI
de otra joven santa, Doctora de la Iglesia, Catalina de Siena: «Lo que más
impresiona en esta santa es la sabiduría infusa, es decir, la lúcida,
profunda y arrebatadora asimilación de las verdades divinas y de los
misterios de la fe (...): una asimilación favorecida, ciertamente, por dotes
naturales singularísimas, pero evidentemente prodigiosa, debida a un
carisma de sabiduría del Espíritu Santo» (AAS 62 [1970] p. 675).
8. Con su peculiar doctrina y su estilo inconfundible, Teresa se presenta
como una auténtica maestra de la fe y de la vida cristiana. Por sus escritos,

66
al igual que por las afirmaciones de los Santos Padres, pasa la vivificante
linfa de la tradición católica, cuyas riquezas, como atestigua también el
concilio Vaticano II, «van pasando a la práctica y a la vida de la Iglesia que
cree y ora» (Dei Verbum, 8).
La doctrina de Teresa de Lisieux, si se analiza en su género literario,
correspondiente a su educación y a su cultura, y si se estudia a la luz de las
particulares circunstancias de su época, coincide de modo providencial
con la más genuina tradición de la Iglesia, tanto por la profesión de la fe
católica como por la promoción de la más auténtica vida espiritual,
propuesta a todos los fieles con un lenguaje vivo y accesible.
Ella ha hecho resplandecer en nuestro tiempo el atractivo del
Evangelio; ha cumplido la misión de hacer conocer y amar a la Iglesia,
Cuerpo místico de Cristo; ha ayudado a curar las almas de los rigores y de
los temores de la doctrina jansenista, más propensa a subrayar la justicia
de Dios que su divina misericordia. Ha contemplado y adorado en la
misericordia de Dios todas las perfecciones divinas, porque «incluso la
justicia de Dios, y tal vez más que cualquier otra perfección, me parece
revestida de amor» (Ms A 83 v). Así se ha convertido en una imagen viva
de aquel Dios que, como reza la oración de la Iglesia, «manifiesta
especialmente su poder con el perdón y la misericordia» (cf. Misal
romano, oración colecta del domingo XXVI del tiempo ordinario).
Aunque Teresa no tiene propiamente un cuerpo doctrinal, sus escritos
irradian particulares fulgores de doctrina que, como por un carisma del
Espíritu Santo, captan el centro mismo del mensaje de la Revelación en
una visión original e inédita, presentando una enseñanza cualitativamente
eminente.
En efecto, el núcleo de su mensaje es el misterio mismo de Dios Amor,
de Dios Trinidad, infinitamente perfecto en sí mismo. Si la genuina
experiencia espiritual cristiana debe coincidir con las verdades reveladas,
en las que Dios se revela a sí mismo y manifiesta el misterio de su
voluntad (cf. Dei Verbum, 2), es preciso afirmar que Teresa experimentó la
revelación divina, llegando a contemplar las realidades fundamentales de
nuestra fe encerradas en el misterio de la vida trinitaria. En la cima, como
manantial y término, el amor misericordioso de las tres divinas Personas,
como ella lo expresa, especialmente en su Acto de consagración al Amor
misericordioso. Por parte del sujeto, en la base se halla la experiencia de
ser hijos adoptivos del Padre en Jesús; ese es el sentido más auténtico de
la infancia espiritual, es decir, la experiencia de la filiación divina bajo el
impulso del Espíritu Santo. También en la base, y ante nosotros, está el

67
prójimo, los demás, en cuya salvación debemos colaborar con Jesús y en él,
con su mismo amor misericordioso.
Con la infancia espiritual experimentamos que todo viene de Dios, a él
vuelve y en él permanece, para la salvación de todos, en un misterio de
amor misericordioso. Ese es el mensaje doctrinal que enseñó y vivió esta
santa.
Como para los santos de la Iglesia de todos los tiempos, también para
ella, en su experiencia espiritual, el centro y la plenitud de la revelación es
Cristo. Teresa conoció a Jesús, lo amó y lo hizo amar con la pasión de una
esposa. Penetró en los misterios de su infancia, en las palabras de su
Evangelio, en la pasión del Siervo que sufre, esculpida en su santa Faz, en
el esplendor de su existencia gloriosa y en su presencia eucarística. Cantó
todas las expresiones de la caridad divina de Cristo, como las presenta el
Evangelio (cf. Poesías, 24 «Acuérdate, mi Amor»).
Teresa recibió una iluminación particular sobre la realidad del Cuerpo
místico de Cristo, sobre la variedad de sus carismas, dones del Espíritu
Santo, sobre la fuerza eminente de la caridad, que es el corazón mismo de
la Iglesia, en la que ella encontró su vocación de contemplativa y
misionera (cf. Ms B 2 r - 3 v).
Por último, entre los capítulos más originales de su ciencia espiritual
conviene recordar la sabia investigación que Teresa realizó sobre el
misterio y el camino de la Virgen María, llegando a resultados muy
cercanos a la doctrina del concilio Vaticano II en el capítulo VIII de la
constitución Lumen gentium y a lo que yo mismo expuse en mi carta
encíclica Redemptoris Mater, del 25 de marzo de 1987.
9. La fuente principal de su experiencia espiritual y de su enseñanza es
la palabra de Dios, en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Ella misma lo
confiesa, especialmente poniendo de relieve su amor apasionado al
Evangelio (cf. Ms A 83 v). En sus escritos se cuentan más de mil citas
bíblicas: más de cuatrocientas del Antiguo Testamento y más de
seiscientas del Nuevo.
A pesar de que no tenía preparación y de que carecía de medios
adecuados para el estudio y la interpretación de los libros sagrados,
Teresa se entregó a la meditación de la palabra de Dios con una fe y un
empeño singulares. Bajo el influjo del Espíritu logró, para sí y para los
demás, un profundo conocimiento de la Revelación. Concentrándose
amorosamente en la Escritura -manifestó que le hubiera gustado conocer
el hebreo y el griego para comprender mejor el espíritu y la letra de los

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libros sagrados- puso de manifiesto la importancia que las fuentes bíblicas
tienen en la vida espiritual, destacó la originalidad y la lozanía del
Evangelio, cultivó con sobriedad la exégesis espiritual de la palabra de
Dios, tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo. De esta forma,
descubrió tesoros ocultos, asumiendo palabras y episodios, a veces con
gran audacia sobrenatural, como cuando, leyendo los textos de san Pablo
(cf. 1 Co 12-13), intuyó su vocación al amor (cf. Ms B 3 r - 3 v). Iluminada
por la palabra revelada, Teresa escribió páginas admirables sobre la
unidad entre el amor a Dios y el amor al prójimo (cf. Ms C 11 v - 19 r) y se
sumergió con la oración de Jesús en la última Cena, como expresión de su
intercesión por la salvación de todos (cf. Ms C 34 r - 35 r).
Su doctrina coincide, como ya he dicho, con la enseñanza de la Iglesia.
Ya desde niña, sus familiares le enseñaron a participar en la oración y en el
culto litúrgico. Al prepararse para su primera confesión, para su primera
Comunión y para el sacramento de la confirmación, mostró un amor
extraordinario a las verdades de la fe, y se aprendió casi al pie de la letra el
Catecismo (cf. Ms A 37 r - 37 v). Al final de su vida, escribió con su propia
sangre el Símbolo de los Apóstoles, como expresión de su adhesión sin
reservas a la profesión de fe.
Teresa no sólo se alimentó con las palabras de la Escritura y la doctrina
de la Iglesia, sino también, desde su niñez, con la enseñanza de la
Imitación de Cristo, que, como confiesa ella misma, se sabía casi de
memoria (cf. Ms A 47 r). En la realización de su vocación carmelita fueron
decisivos los textos espirituales de la madre fundadora, santa Teresa de
Jesús, especialmente los que explican el sentido contemplativo y eclesial
del carisma del Carmelo teresiano (cf. Ms C 33 v). Pero de modo muy
especial Teresa se alimentó de la doctrina mística de san Juan de la Cruz,
que fue su verdadero maestro espiritual (cf. Ms A 83 r). Así pues, no es
sorprendente que, siguiendo la escuela de estos dos santos, declarados
posteriormente Doctores de la Iglesia, también ella, óptima discípula, se
haya convertido en maestra de vida espiritual.
10. La doctrina espiritual de Teresa de Lisieux ha contribuido a la
extensión del reino de Dios. Con su ejemplo de santidad, de perfecta
fidelidad a la Madre Iglesia, de plena comunión con la Sede de Pedro, así
como con las particulares gracias que ha obtenido para muchos hermanos
y hermanas misioneros, ha prestado un servicio particular a la renovada
proclamación y experiencia del Evangelio de Cristo y a la difusión de la fe
católica en todas las naciones de la tierra.
No es necesario insistir mucho en la universalidad de la doctrina

69
teresiana y la amplia aceptación de su mensaje durante el siglo que ha
transcurrido desde su muerte, pues están muy bien documentadas en los
estudios realizados con vistas a la concesión del título de Doctora de la
Iglesia a esta santa.
Reviste particular importancia, a este respecto, el hecho de que el
Magisterio de la Iglesia no sólo ha reconocido la santidad de Teresa, sino
que también ha puesto de relieve su sabiduría y su doctrina. Ya Pío X dijo
de ella que era «la santa más grande de los tiempos modernos». Acogiendo
con alegría la primera edición italiana de la Historia de un alma, quiso
destacar los frutos que se obtenían de la espiritualidad teresiana.
Benedicto XV, con ocasión de la proclamación de la heroicidad de las
virtudes de la sierva de Dios, ilustró el camino de la infancia espiritual y
alabó la ciencia de las realidades divinas, concedida por Dios a Teresa,
para enseñar a los demás los caminos de la salvación (cf. AAS 13 [1921]
pp. 449-452).
Pío XI, tanto con motivo de su beatificación como de su canonización,
quiso exponer y recomendar la doctrina de la santa, subrayando la
particular iluminación divina (Discorsi di Pio XI, vol. I, Torino 1959, p. 91)
y definiéndola maestra de vida (cf. AAS 17 [1925] pp. 211-214). Pío XII,
con ocasión de la consagración de la basílica de Lisieux en el año 1954,
afirmó, entre otras cosas, que Teresa había penetrado con su doctrina en
el corazón mismo del Evangelio (cf. AAS 46 [1954] pp. 404-408). El
cardenal Angelo Roncalli, futuro Papa Juan XXIII, visitó varias veces
Lisieux, especialmente cuando era nuncio en París. Durante su pontificado
manifestó en diversas circunstancias su devoción por la santa e ilustró las
relaciones entre la doctrina de la santa de Ávila y la de su hija, Teresa de
Lisieux (Discorsi, Messaggi, Colloqui, vol. II [1959-1960] pp. 771-772).
Durante la celebración del concilio Vaticano II, varias veces los padres
evocaron su ejemplo y su doctrina. Pablo VI, con motivo del centenario de
su nacimiento, el 2 de enero de 1973, dirigió una carta al obispo de Bayeux
y Lisieux, en la que destacaba el ejemplo de Teresa en la búsqueda de Dios,
la proponía como maestra de oración y de esperanza teologal, y modelo de
comunión con la Iglesia, recomendando el estudio de su doctrina a los
maestros, a los educadores, a los pastores e incluso a los teólogos (cf. AAS
65 [1973] pp. 12-15).
Yo mismo, en varias circunstancias, me he referido a la figura y a la
doctrina de la santa, de modo especial con ocasión de mi inolvidable visita
a Lisieux, el 2 de junio de 1980, cuando quise recordar a todos: «De Teresa
de Lisieux se puede decir con seguridad que el Espíritu de Dios permitió a

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su corazón revelar directamente a los hombres de nuestro tiempo el
misterio fundamental, la realidad del Evangelio (...). El "caminito" es el
itinerario de la "infancia espiritual". Hay en él algo único, un carácter
propio de santa Teresa de Lisieux. En él se encuentra, al mismo tiempo, la
confirmación y la renovación de la verdad más fundamental y más
universal. ¿Qué verdad hay en el mensaje evangélico más fundamental y
más universal que ésta: Dios es nuestro Padre y nosotros somos sus
hijos?» (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de junio de
1980, p. 15).
Estas breves referencias a una ininterrumpida serie de testimonios de
los Papas de este siglo sobre la santidad y la doctrina de santa Teresa del
Niño Jesús y a la difusión universal de su mensaje, expresan claramente
hasta qué punto la Iglesia ha acogido, en sus pastores y en sus fieles, la
doctrina espiritual de esta joven santa.
Signo de la aceptación eclesial de la enseñanza de la Santa es el hecho
de que el Magisterio ordinario de la Iglesia en muchos documentos ha
recurrido a esa doctrina, especialmente al tratar de la vocación
contemplativa y misionera, de la confianza en Dios justo y misericordioso,
de la alegría cristiana y de la vocación a la santidad. Lo atestigua la
presencia de su doctrina en el reciente Catecismo de la Iglesia católica (nn.
127, 826, 956, 1.011, 2.011 y 2.558). Ella, que tanto se esforzó por
aprender en el catecismo las verdades de la fe, ha merecido ser incluida
entre los autores más destacados de la doctrina católica.
Teresa tiene una universalidad singular. Su persona y el mensaje
evangélico del «caminito» de la confianza y de la infancia espiritual han
encontrado y siguen encontrando una acogida sorprendente en todo el
mundo.
El influjo de su mensaje abarca ante todo a los hombres y mujeres cuya
santidad o virtudes heroicas la Iglesia ha reconocido, pastores de la Iglesia,
teólogos y autores de espiritualidad, sacerdotes y seminaristas, religiosos
y religiosas, movimientos eclesiales y comunidades nuevas, hombres y
mujeres de cualquier condición y de todos los continentes. A todos Teresa
les ofrece su personal confirmación de que el misterio cristiano, del que es
testigo y apóstol mediante la oración al convertirse, como ella afirma con
audacia, en «apóstol de los apóstoles» (Ms A 56 r), debe tomarse al pie de
la letra, con el mayor realismo posible, porque tiene un valor universal en
el tiempo y en el espacio. La fuerza de su mensaje radica en que explica de
modo concreto cómo todas las promesas de Jesús se cumplen plenamente
en el creyente que acoge con confianza en su vida la presencia salvadora

71
del Redentor.
11. Todas estas razones constituyen un claro testimonio de la
actualidad de la doctrina de la santa de Lisieux y del particular influjo de
su mensaje en los hombres y mujeres de nuestro siglo. Además, concurren
algunas circunstancias que hacen aún más significativa su designación
como maestra para la Iglesia en nuestro tiempo.
Ante todo, Teresa es una mujer que, leyendo el Evangelio, supo captar
sus riquezas escondidas con la forma concreta y la profunda resonancia
vital y sapiencial propia del genio femenino. Entre las innumerables
mujeres santas que resplandecen por la sabiduría del Evangelio ella
destaca por su universalidad.
Teresa es, además, una contemplativa. En el ocultamiento de su
Carmelo vivió de tal modo la gran aventura de la experiencia cristiana, que
llegó a conocer la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del
amor de Cristo (cf. Ef 3, 18-19). Dios quiso que no permanecieran ocultos
sus secretos, por eso capacitó a Teresa para proclamar los secretos del Rey
(cf. Ms C 2 v). Con su vida, Teresa da un testimonio y una ilustración
teológica de la belleza de la vida contemplativa, como total entrega a
Cristo, Esposo de la Iglesia, y como afirmación viva del primado de Dios
sobre todas las cosas. Su vida, a pesar de ser oculta, posee una fecundidad
escondida para la difusión del Evangelio e inunda a la Iglesia y al mundo
del buen olor de Cristo (cf. Carta 169, 2 v).
Por último, Teresa de Lisieux es una joven. Alcanzó la madurez de la
santidad en plena juventud (cf. Ms C 4 r). Como tal se presenta como
maestra de vida evangélica, particularmente eficaz a la hora de iluminar
las sendas de los jóvenes, a los que corresponde ser protagonistas y
testigos del Evangelio entre las nuevas generaciones.
Santa Teresa del Niño Jesús no sólo es, por su edad, la Doctora más
joven de la Iglesia, sino también la más cercana a nosotros en el tiempo;
así se subraya la continuidad con la que el Espíritu del Señor envía a la
Iglesia sus mensajeros, hombres y mujeres, como maestros y testigos de la
fe. En efecto, a pesar de los cambios que se producen en el decurso de la
historia y de las repercusiones que suelen tener en la vida y en el
pensamiento de los hombres de las diversas épocas, no debemos perder
de vista la continuidad que une entre sí a los Doctores de la Iglesia: en
cualquier contexto histórico, siguen siendo testigos del Evangelio que no
cambia y, con la luz y la fuerza que les viene del Espíritu, se hacen sus
mensajeros, volviendo a anunciarlo en su integridad a sus

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contemporáneos. Teresa es maestra para nuestro tiempo, sediento de
palabras vivas y esenciales, de testimonios heroicos y creíbles. Por eso, es
amada y aceptada también por hermanos y hermanas de otras
comunidades cristianas e incluso por muchos no cristianos.
12. En este año, en que se conmemora el centenario de la gloriosa
muerte de Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, mientras nos
preparamos para la celebración del gran jubileo del año 2000, habiendo
recibido numerosas y autorizadas peticiones, especialmente de muchas
Conferencias episcopales de todo el mundo, y habiendo acogido la petición
oficial, o Supplex Libellus, que me dirigieron el 8 de marzo de 1997 el
obispo de Bayeux y Lisieux, el prepósito general de la orden de los
Carmelitas Descalzos de la Bienaventurada Virgen María del Monte
Carmelo, y el postulador general de la misma orden, decidí encomendar a
la Congregación para las causas de los santos, competente en esta materia,
«después de haber obtenido el parecer de la Congregación para la doctrina
de la fe, por lo que se refiere a la doctrina eminente» (constitución
apostólica Pastor bonus, 73), el peculiar estudio de la causa para conceder
el título de Doctora a esta santa.
Reunida la documentación necesaria, las dos citadas Congregaciones
abordaron la cuestión en sus respectivas Consultas: la de la Congregación
para la doctrina de la fe el 5 de mayo de 1997, por lo que atañe a la
«doctrina eminente», y la de la Congregación para las causas de los santos
el 29 de mayo del mismo año, para examinar la especial «Positio». El 17 de
junio sucesivo, los cardenales y los obispos miembros de esas
Congregaciones, siguiendo un procedimiento aprobado por mí para esa
ocasión, se reunieron en una Asamblea interdicasterial plenaria y
discutieron la Causa, expresando por unanimidad un parecer favorable a
la concesión a santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz del título de
Doctora de la Iglesia universal. Dicho parecer me fue notificado
personalmente por el señor cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la
Congregación para la doctrina de la fe, y por monseñor Alberto Bovone,
arzobispo titular de Cesarea de Numidia, pro-prefecto de la Congregación
para las causas de los santos.
Teniendo todo eso en cuenta, el pasado 24 de agosto, durante la
plegaria del Ángelus, en presencia de centenares de obispos y ante una
inmensa multitud de jóvenes de todo el mundo, reunida en París para la
XII Jornada mundial de la juventud, quise anunciar personalmente mi
intención de proclamar a Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz Doctora
de la Iglesia universal con ocasión de la celebración de la Jornada mundial

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de las misiones (en Roma).
Hoy, 19 de octubre de 1997, en la plaza de San Pedro, llena de fieles
procedentes de todo el mundo, y en presencia de numerosos cardenales,
arzobispos y obispos, durante la solemne celebración eucarística, he
proclamado Doctora de la Iglesia universal a Teresa del Niño Jesús y de la
Santa Faz, con estas palabras: «Acogiendo los deseos de gran número de
hermanos en el episcopado y de muchísimos fieles de todo el mundo, tras
haber escuchado el parecer de la Congregación para las causas de los
santos y obtenido el voto de la Congregación para la doctrina de la fe en lo
que se refiere a la doctrina eminente, con conocimiento cierto y madura
deliberación, en virtud de la plena autoridad apostólica, declaramos a
santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, virgen, Doctora de la Iglesia
universal. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».
Realizado ese acto del modo debido, establecemos que esta carta
apostólica sea religiosamente conservada y produzca pleno efecto tanto
ahora como en el futuro; y que, además, según sus disposiciones se juzgue
y se defina justamente, y que sea vano y sin fundamento cuanto alguien
pueda atentar contra las mismas, con cualquier tipo de autoridad, tanto
conscientemente como por ignorancia.
Dado en Roma, junto a San Pedro, bajo el anillo del Pescador, el día 19
del mes de octubre del año del Señor 1997, vigésimo de mi pontificado.

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Santa Teresita del Niño Jesús,
Ruega por nosotros

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