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UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE SALAMANCA

CENTRO TEOLÓGICO SAN AGUSTIN

Sobre las Virtudes


Una aproximación al pensamiento de San Agustín

Seminario
Teología de San Agustín

Profesor
Dr. P. Manuel Sánchez Tapia
Estudiante
Fr. Pablo Ojeda

El Escorial, 1.12.2023

0
Introducción
Los cristianos hemos sido llamados todos y cada uno de nosotros a una vocación
especial, y ya que hemos sido regenerados del pecado por el bautismo y por el mismo
formamos parte del Cuerpo Místico de Cristo, somos llamados a llevar en adelante una
“vida digna del Evangelio de Cristo” (Flp 1,27), para eso necesitamos las gracia y dones
que nos son conferidas por medio de los sacramentos y las oraciones.
Ser cristiano es el camino que busca la perfección, “sed perfectos, como vuestro
Padre celestial es perfecto” (Mt. 5,48), también sabemos que “Solo Dios es Bueno” (Cf.
Mt. 19,17) por tanto el camino de la perfección está hecho con buenas obras, la acción
constante y firme de obras buenas son llamadas “virtud”, así que si estos son los escalones
que nos llevaran al cielo, más nos vale conocerlos, no solo por nuestras salvación sino
también por la del prójimo, puesto que una vida virtuosa, siempre acompañada por la
gracia de Dios, es la que nos permitirá pasar por la puerta estrecha.
Por tanto, en el siguiente trabajo nos planteamos hacer un recorrido por el
pensamiento de San Agustín para ver como Él entiende esta realidad y contrastarlo con
lo que el catecismo de la Iglesia católica tiene que decirnos, viendo de esta forma como
es influenciada la Iglesia de nuestros días con las palabras de nuestro padre San Agustín.
Para esto vamos a dividir el trabajo de la siguiente forma:
1) Planteamiento de las virtudes cardinales según San Agustín.
2) Contraste con las virtudes cardinales según el catecismo.
3) Planteamiento de las virtudes teologales según San Agustín.
4) Contraste con las virtudes teologales según el catecismo.
5) Conclusiones.
De esta forma podemos tener una idea global de qué es lo que San Agustín pensaba
de las virtudes y de cómo seguimos aplicando su pensamiento en la contemporaneidad,
ejercicio necesario debido a la gran brecha de tiempo que hay entre el obispo de Hipona
y nosotros, pero bastante factible dada la influencia de este padre de la Iglesia Latina
sobre la teología occidental e incluso sobre nuestras vidas cotidianas. Por otro lado, este
trabajo se presenta sumamente gratificante por el hecho de tratar a las virtudes que se
pueden comparar con los valores, pero a diferencia de estos últimos, las virtudes no
cambian, un hecho esperanzador para una realidad llena de relatividad.

1) Planteamiento de las virtudes cardinales según San Agustín.


Para saber que pensaba San Agustín de las virtudes en general nos vamos al libro
primero de su obra “De las costumbres de la Iglesia Católica y de las costumbres de los
maniqueos” donde expresa:
“Como la virtud es el camino que conduce a la verdadera felicidad, su definición no es
otra que un perfecto amor a Dios. Su cuádruple división no expresa más que varios afectos
de un mismo amor, y es por lo que no dudo en definir esas cuatro virtudes como distintas

1
funciones del amor (…) Este amor, hemos dicho, no es amor de un objeto cualquiera, sino
amor de Dios, es decir, del sumo bien, suma sabiduría y paz”1.

Se puede decir que en este pasaje San Agustín está haciendo una pequeña referencia
a la filosofía griega (con la εὐδαιμονία) ya que el referirse a la felicidad a través de las
virtudes es un campo griego sumamente conocido, pero esta felicidad está redirigida hacia
Dios, como se hace notar al hablar de “la verdadera felicidad” dándonos un indicio de
que es pensamiento paulino, del que San Agustín bebe; dándonos a entender algo clave,
que las virtudes cardinales se arraigan de las teologales, porque ¿cómo voy a amar a Dios
si no lo conozco? Y ¿Cómo lo voy a conocer si no creo en Él? Y ¿cómo voy a creer en Él
si no tengo fe? Por tanto, las virtudes cardinales, para San Agustín, son las formas en que
nuestras potencias (memoria, inteligencia y voluntad) se alinean a los dones de Dios, para
amarlo y hacerlo de la forma más perfecta posible y así poder que “La culminación de
todas nuestras obras es el amor. Ese es el fin; para conseguirlo, corremos; hacia él
corremos; una vez llegados, en él reposamos”2 y no podemos hacer esto si no nos
ejercitamos en la virtud, primero por medio de los dones naturales que tenemos y luego
por las gracias salvíficas que no cesamos de pedir a Dios para poder gozar con el de los
bienes celestiales.
Ahora bien, siguiendo el documento, San Agustín nos da también definiciones de las
cuatro virtudes cardinales acompañadas de ejemplos de ellas en las Sagradas Escrituras,
también afirma que todas y cada una de las virtudes cardinales son formas especificas en
las que se expresa el amor de Dios, “varios afectos del mismo amor”.
Empezamos por la templanza que el hiponate define como “el amor que totalmente
se entrega al objeto amado (…) el amor que se conserva integro e incorruptible porque es
solo para Dios”3, y más adelante nos da un ejemplo para luminar su función:
“Esta es la función de la templanza: despojar del hombre viejo y renovarnos en Dios, es
decir, despreciar todos los placeres del cuerpo y las alabanzas humanas y referir todo su amor
a las cosas invisibles y divinas. Todo esto es lo mismo que de modo admirable dice en otro
lugar: Aunque el hombre exterior se destruya, pero el interior se renueva de día en día (Cf.
2Co 4,10); y el profeta: Mi Dios, cread en mí un corazón puro y renovad en mis entrañas el
espíritu de justicia (Sal 50,12). Decidme ahora si puede hablar alguien contra la armonía de
las Escrituras, como no sean los ciegos detractores”4.

Con esto ya tenemos suficiente material para tener una pista de lo que el obispo de
Hipona entendía por la virtud de la templanza, sus funciones y sus promesas. Ahora
pasaremos a la fortaleza que define como “el amor que todo lo sufre sin pena, con la vista
fija en Dios (…) es el amor que se despega de los bienes terrenos”5 el doctor de la Gracia
no hace mucho énfasis en la fortaleza, el mismo dice “poco tengo que decir sobre la
fortaleza”6, mas sí nos regala las causas del misma:
“El alma se pega al cuerpo por la fuerza del hábito, sin comprender siempre que, si de él
se sirve bien y con sabiduría, merecerá un día, sin molestia alguna, por voluntad y ley divinas,

1
Costumbres de la Iglesia, XV, 25.
2
SAN AGUSTÍN, tratado sobre la primera carta de San Juan, 10, 4.
3
Costumbres de la Iglesia, XV, 25.
4
Ibid, XIX, 36.
5
Ibid, XXII, 40.
6
Id.

2
gozar de su resurrección y transformación gloriosas; pero si, comprendiendo esto, arde toda
entera: en amor de su Dios, en este caso no sólo no temerá la muerte, sino que llegará hasta
ansiarla con ardorosos deseos”7.

La debilidad nos lleva a complacer al cuerpo en cada uno de sus deseos, como el bebe
que llora porque desea ser amamantado o el perro que se revuelca en el piso por la picazón
causada por las pulgas, la fortaleza es la virtud que nos permite desapegarnos de todas
estas necesidades básicas, de forma que a en cuanto mayor sea nuestra fortaleza mayor
será nuestro desapego de las cosas terrestres y más cerca estaremos de gozar en la gloria
de Dios la cual es prometida a todo el género humano por la preciosísima sangre que
nuestro Señor Jesucristo derramó en la cruz.
Aunque fue poco sobre la fortaleza, es suficiente; proseguimos con la justicia que San
Agustín define como “el amor que no sirve más que a Dios, y por esto ejerce señorío,
conforme a razón, sobre todo lo inferior al hombre”8 después afirma:
“Esta es la regla de vida que la justicia prescribe al alma amante, de que se trata: servicio
pronto y con la mejor buena voluntad al Dios de sus amores, que es sumo bien, suma sabiduría
y paz; y todas las demás cosas, las rija y gobierne, parte de ellas como sujetas a él y parte
como previendo que algún día lo estarán. Esta regla de vida la confirma, como decimos, el
testimonio de ambos Testamentos”9.

Es fácil decirlo, pero difícil practicarlo, para ello se necesita la templanza y la


fortaleza, que, sin la meta de la justicia, servir a un solo Dios, en mal terreno se plantará
la semilla del amor de Dios y esta nunca dará los frutos debidos. Y, finalmente, pasamos
a la prudencia que el tratado define como “el amor que sabe discernir lo que es útil para
ir a Dios de lo que le puede alejar de Él.”10, en este punto el mismo San Agustín nos dice
“Poco será también lo que diga de la prudencia”11 siendo esta:
“El descubrimiento del objeto de nuestros amores y de nuestros odios. Bástenos saber que
sin ella no se puede hacer bien nada de lo anteriormente dicho. Es propio de ella la vigilancia
y diligencia para no ser seducidos, ni de improviso ni poco a poco; y es por lo que el Señor
muchas veces nos repite: Estad siempre en vela y caminad mientras dura la luz, para que no
os sorprendan las tinieblas (Cf. Jn. 12,35); y lo mismo San Pablo: ¿No sabéis que un poco
de levadura basta para inficionar toda la masa? (1Co 5,6). Contra esta negligencia y sueño
del espíritu, que apenas se da cuenta de la infiltración sucesiva del veneno de la serpiente, son
clarísimas estas palabras del profeta que se leen en el Antiguo Testamento: El que desprecia
las cosas pequeñas caerá poco a poco (Si 19,1)”12.

Estas son las virtudes por las que el esfuerzo humano trata de llegar a Dios, sin
embargo, esto no es suficiente, ya llegaremos a las virtudes teologales, por las que Dios
ilumina nuestra vida y da la mano a nuestros esfuerzos.

7
Id.
8
Ibid, XV, 25.
9
Ibid, XXIV, 44.
10
Ibid, XV, 25.
11
Ibid, XXIV, 45.
12
Id.

3
2) Contraste con las virtudes cardinales según el catecismo.
Es importante exponer el primer punto que el catecismo nos brinda sobre las virtudes
cardinales porque en este se sintetiza mucho conocimiento, para después comentarlo y
contrastarlo con lo que hemos percibido del pensamiento de San Agustín:
“Las virtudes son actitudes firmes, disposiciones estables, perfecciones habituales del
entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían
nuestra conducta según la razón y la fe. Proporcionan facilidad, dominio y gozo para llevar
una vida moralmente buena. El hombre virtuoso es el que practica libremente el bien. Las
virtudes morales se adquieren mediante las fuerzas humanas. Son los frutos y los gérmenes
de los actos moralmente buenos. Disponen todas las potencias del ser humano para
armonizarse con el amor divino”13.

Ya vimos como San Agustín entendía las virtudes cardinales, ahora vamos a ver la
inspiración agustiniana que puede existir debajo de cada uno de los números del
catecismo que estén dedicados a estas virtudes, primero vamos a empezar viendo qué son,
el Catecismo de la Iglesia Católica se refiere a ellas como “actitudes firmes, disposiciones
estables, perfecciones habituales del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros
actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la fe”
mientras para San Agustín serán más bien la tendencia del alma, que por sus potencias
impulsadas por los dones celestiales quiere alcanzar constantemente; y en el recorrido de
la santidad va cumpliendo mediante el amor a Dios; por tanto, “es amar y hacer lo que
queramos”14 porque si estamos encaminados hacia Dios todo lo que hagamos tendrá como
raíz la caridad, entonces se puede decir que son “disposiciones estables” ya que sí están
presentes en todo momento de nuestro peregrinar no cabe duda de que son estables y que
“guían nuestras conducta según la razón y la fe” ya que estas van de la mano en la vida
virtuosa cristiana donde la naturaleza humana y divina se encuentran para hacer simbiosis
sobrenatural de la que resulta la salvación del hombre.
El catecismo prosigue diciendo “El hombre virtuoso es el que practica libremente el
bien.” Nada se puede parecer más al enunciado anterior “ama y haz lo que quieras”, solo
que en uno se hace énfasis en la libertad y el otro en el amor, pero es tan sencillo como
pensar que en aquello que amas es en lo que dirigirás tu libertad.
Y finalmente, para no extendernos más en este muy jugoso punto, estas “Disponen
todas las potencias del ser humano para armonizarse con el amor divino.” He aquí dos
puntos clave para nuestro padre Agustín, la naturaleza humana y el amor divino, un por
el otro y el otro por el uno, juntos siempre en su basto pensamiento.
Con esto ya tenemos suficiente material contrastado sobre qué son las virtudes, por lo
que vamos a pasar al siguiente punto declarando que tanto para el catecismo como para
San Agustín las virtudes cardinales son cuatro, como lo indica su nombre, porque estas
como los cuatro puntos cardinales que abarcan toda la tierra, abarcan a todo el resto de
las virtudes humanas, ya que todas ellas están concentradas en estas cuatro. Pero un
elemento en el que difieren San Agustín y el catecismo es el orden en que presentan las
virtudes, el santo lo hace: templanza, fortaleza, justicia y prudencia; esto lo hace porque

13
CEC, 1804.
14
Cf. SAN AGUSTÍN, tratado sobre la primera carta de San Juan, 7, 8.

4
une la templanza con la fortaleza, dándole más peso a la templanza, y a la justicia con la
prudencia; mientras el catecismo las ordena: prudencia, justicia, fortaleza y templanza,
justamente al contrario lo cual nos puede dar una pista a la interpretación.
Ya que estamos confrontado el pensamiento de San Agustín con el catecismo, vamos
a usar el orden del catecismo, primero viene la prudencia del que define como “la virtud
que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a
elegir los medios rectos para realizarlo.”15 Que está en total sintonía con las palabras de
San Agustín “El descubrimiento del objeto de nuestros amores y de nuestros odios.”
Siendo “nuestro verdadero bien” lo mismo que “nuestros amores” es decir lo que tenemos
que hacer “los medios” y lo que tenemos que evitar “nuestros odios”.
Los siguiente será la justicia, que el catecismo define como “la virtud moral que
consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido.”
Mientras el doctor de la gracia dice “el amor que no sirve más que a Dios, y por esto
ejerce señorío, conforme a razón, sobre todo lo inferior al hombre”; a primera vista
pareciera que no están hablando de lo mismo uno habla de “voluntad de dar” y el otro de
servir a Dios, pero si nos ponemos a pensar, acaso el “dar a Dios y al prójimo lo que les
es debido” no es en sí un gran servicio a Dios y sus amores, y este dar no se refiere solo
a cosas materiales, sino a todo tipo de beneficios, pues es así la voluntad de Dios.
Ahora vamos con la fortaleza, el catecismo la define como “la virtud moral que
asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien”16. Mientras
San Agustín dice de ella “el amor que todo lo sufre sin pena, con la vista fija en Dios (…)
es el amor que se despega de los bienes terrenos”; son palabras diferentes, pero tanto “en
las dificultades” como “sufre” se refieren a una confrontación que se ha de tener, y tanto
“la búsqueda del bien” como “la vista fija en Dios” están referidos a la meta, al fin que
busca esta virtud; así que se puede decir que compaginan muy bien en la definición.
En los efectos el catecismo nos indica que esta “Reafirma la resolución de resistir a
las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral (…) hace capaz de vencer el
temor, incluso a la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones. Capacita
para ir hasta la renuncia y el sacrificio de la propia vida por defender una causa justa.”17
Con lo que San Agustín estaría muy de acuerdo al decir que “si el alma arde toda entera
em amor a Dios, en este caso no sólo no temerá la muerte, sino que llegará hasta ansiarla
con ardorosos deseos”18 expresando las dos renuncia y sacrificio para llegar a Dios.
Y, finalmente, la templanza, que para el catecismo “es la virtud moral que modera la
atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados.”19
Mientras San Agustín lo define como “el amor que totalmente se entrega al objeto amado
(…) el amor que se conserva integro e incorruptible porque es solo para Dios”, aquí si
podemos apreciar una gran diferencia entre las definiciones, porque si bien los dos
rechazan “la atracción de los placeres” lo que San Agustín entiende como templanza va
mucho más allá, ya no solo rechaza placeres, sino que hace todo lo que tenga que hacer

15
CEC, 1806.
16
CEC, 1808.
17
CEC, 1808.
18
Costumbres de la Iglesia, XXII, 40.
19
CEC, 1809.

5
para conservarse integro e incorruptible, esa es la esencia de la “entrega al objeto amado”,
es lo que tenemos que hacer para realizar la perfecta consagración a Dios.

3) Planteamiento de las virtudes teologales según San Agustín.


Para saber que pensaba San Agustín de las virtudes teologales nos referiremos a su
obra “Manual de la fe, de la esperanza y de la caridad (Enquiridon)” destinado a Lorenzo
donde expresa: La buena voluntad del hombre precede a muchos de los dones de Dios
(xxxii), reforzando el enfoque hecho al principio; primero tenemos las virtudes
cardinales, que son propias de la naturaleza humana y después tenemos la fe, la esperanza
y la caridad, que San Agustín en ningún momento las llama virtudes, contrario a lo que
nos dicen las traducciones disponibles, él usa las expresiones “tria ista”20y “tria illa”21
por tanto, si bien San Agustín habla mucho de la fe, la esperanza y la caridad, no es
correcto decir que habla de las virtudes teologales, porque él no las reconocía como
nosotros lo hacemos en la actualidad, sin embargo, sí que lo hacía como dones de Dios.
Mas es imposible, e incluso necio, declarar que San Agustín no aportó de su
pensamiento a esta benigna triada, es más el Enquiridon nos enseña que toda nuestra
vocación cristiana puede enmarcarse en este triángulo excelentísimo, porque “por medio
de él nosotros adoramos a Dios”22, esto se dice rápido, pero es la razón de ser de la
humanidad: vivir y participar del amor de Dios en un eterno ciclo, pues fuimos “creados
para alabar, hacer reverencia y servir a Dios Nuestro Señor”23.
El Enquiridon nos enseña lo que tenemos que creer, esperar y amar; en la primera
parte, que abarca la gran parte del libro (cc. 9-113) San Agustín explica el Símbolo de la
fe, este gran apartado, si bien es un tesoro de ejemplos, razonamientos y sana doctrina, en
los cuales explica los principales dogmas del cristianismo, tocando una gran diversidad
de temas morales, después de todo estas disciplinas están íntimamente identificadas en
esta obra, hablando desde el aborto hasta la mentira, de crimen y pecado, de orden y
desorden este gran tratado es ciertamente una joya en el que se ven reflejadas gran parte
de las doctrinas y pensamientos del Santo.
Con todo lo expuesto es difícil pensar que San Agustín no haya expuesto lo que son
las virtudes teologales, y lo cierto es que sí lo hace, pero no las presenta como las
conocemos en la actualidad, lo cierto es que resulta más económico hacer una lista de las
cosas que tenemos que “creer, esperar y amar”24. Primero hablaremos del creer, y para
esto vamos a resaltar las palabras del Santo de Hipona para que iluminen nuestra
búsqueda:
“Cuando se investiga lo que se ha de creer, en lo que se refiere a la religión, no es, necesario
escudriñar la naturaleza de las cosas, del modo que lo hacían aquellos a quienes los griegos
llamaban físicos; ni es para inquietarse el que un cristiano ignore algo referente a la esencia y
número de los elementos, al movimiento, orden y eclipse de los astros, a la configuración del
cielo, a los géneros y especies de los animales, árboles, piedras, fuentes, ríos y montes; a las
medidas de los lugares y tiempos; que ignore los próximos indicios manifestativos de las

20
E., III.
21
Ibid, VII.
22
Ibid, III.
23
SAN IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios espirituales, Madrid 1999, 23.
24
Cf. E., IV.

6
tempestades y otras mil cosas acerca de lo que aquellos descubrieron o creen haber descubierto;
porque ni aun ellos mismos, no obstante estar dotados de tan grande ingenio, de ser tan amantes
del estudio, de disfrutar de tanto reposo para dedicarse a tales elucubraciones, indagando unas
cosas por humana conjetura, otras mediante la experiencia del pasado, a pesar de todo eso, digo
que en estas mismas cosas, que se glorían haber descubierto, opinan más bien que conocen”25

I. Lo primero a señalar, en orden de aparición, será “a los testigos que redactaron


aquella Escritura que ha merecido llamarse divina, quienes pudieron ver o tener
conocimiento de estas cosas, bien por su espíritu, bien por los sentidos, ayudados
por el Espíritu Santo”26. La Sagrada Escritura es uno de los fundamentos de nuestra
fe, pues en esta “es la palabra de Dios en cuanto se consigna por escrito bajo la
inspiración del Espíritu Santo” (DV 9) y en ella se contienen y manifiestan todas las
verdades reveladas por Dios (Cf. DV 11).
II. Otro tema fundamental que el águila de Hipona trae a colación a pesar de ser una
obviedad es que “el fundamento evidente y característico de la fe católica es Cristo,
como escribió San Pablo a los Corintios: Nadie puede poner otro fundamento sino
el que está puesto, que es Jesucristo (1Co 3,11)”27 es esencial que en todo tratado
sobre la fe cristiana aparezca Cristo de una forma u otra.
III. A continuación, no por orden de importancia sino de redacción, San Agustín afirma
“Basta al cristiano creer que la causa de todas las cosas creadas, celestes o terrenas,
visibles o invisibles, no es otra que la bondad del Creador, Dios único y verdadero;
y que no existe substancia alguna que no sea El mismo o creada por El, y que es
también trino: el, Padre, el Hijo, engendrado por el Padre, y el Espíritu Santo, que
procede de los dos, pero único y el mismo Espíritu del Padre y del Hijo”28.
IV. En pocas palabras, el Símbolo de la fe resume todo lo que debemos creer, pero en
este tratado didáctico nuestro Padre San Agustín se desvive desmenuzando todo lo
que este tiene para ofrecernos, en este proceso obtenemos:

1) Que el mal no existe, solo el bien. 10) Que por el bautismo morimos al
2) Que no todo error es pecado. pecado y renacemos en Cristo.
3) Que el justo vive de la fe. 11) Que nadie se libra de la condenación
4) Que toda mentira es pecado. de Adán si no renace en Cristo.
5) Que las cosas buenas vienen de Dios. 12) Que la cruz, la sepultura y la
6) Que las cosas malas vienen de las resurrección de Cristo son imágenes
deficiencias humanas. de la vida cristiana.
7) Que todo pecado conlleva un castigo. 13) En el juicio final.
8) Que la reparación del pecado es obra 14) Perdón en la Iglesia por medio de la
de la misericordia de Dios. penitencia.
9) Que la verdadera libertad consiste en 15) La resurrección de la carne y la vida
la alegría del buen obrar. eterna.
Con este listado que sintetiza lo que el obispo de Hipona determina que debe creer
todo cristiano, podemos resumir todo el manual de la fe, de la esperanza y de la caridad
en este, no porque desestime la esperanza y la caridad sino porque no se puede tener estas

25
Ibid, IX.
26
Ibid, IV.
27
Ibid, V.
28
Ibid, IX.

7
dos sin primero creer, “¿puede alguno esperar lo que no cree? (…) La esperanza no versa
sino sobre cosas buenas y futuras y que se refieren a aquel de quien se afirma que posee
la esperanza de ellas”29 por tanto la esperanza es la espera, paciente y amorosa, de las
cosas futuras que, por la fe, creemos.
Y sobre la caridad, San Agustín afirma “Todos los preceptos divinos se dirigen a la
caridad”30 es decir, todo lo que hacemos, porque en ello creemos, lo debemos hacer con
fines caritativos, lo debemos hacer con amor a ser humano y con amor a Dios.

4) Contraste con las virtudes teologales según el catecismo.


En el siguiente apartado vamos a confrontar las virtudes teologales presentadas por el
catecismo de la Iglesia con el pensamiento de San Agustín expuesto en el apartado pasado.
Lo primero que nos expone el catecismo sobre las virtudes teologales es la relación
que tiene con las humanas, cosa que también hace San Agustín, afirmado que “la virtud
humana precede a muchos dones de Dios”31, ahora bien, el catecismo afirma que “Las
virtudes teologales se refieren directamente a Dios”32 cosa que San Agustín no afirma,
pero sí que hace referencia, ya que él dice que por estas tres se alaba a Dios, siendo estas
las que “fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano. Informan y vivifican
todas las virtudes morales. Son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos
capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna.”33 Son todas cosas que se
pueden ver reflejadas en el Enquiridon, sin necesidad de que aparezcan textualmente, mas
es cierto que San Agustín hizo mucho más énfasis en la fe, pero por la fe se alcanzan a
las otras, dos, además dijo que “nadie se atribuya a sí mismo aun la misma fe de modo
que no entienda haberle sido donada por disposición divina”34 y si esta viene de Dios, y
por esta encontramos las otras dos, solo queda pensar que las otras dos también son
donadas por disposición divina.
Cuando el catecismo habla sobre la fe afirma: “La fe es la virtud teologal por la que
creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y revelado, y que la Santa Iglesia nos
propone, porque Él es la verdad misma”35. Cuando el obispo de Hipona habla de la fe lo
hace desde la pregunta ¿en qué debo creer? Y lo responde con el Símbolo de la fe; me
parece que, si bien no es exactamente lo que quiere expresar el catecismo, se puede
afirmar que la fe es creer, y si hay que creer en algo, será en Dios Trinitario, su revelación
y la Iglesia que la custodia, la interpreta y la comparte con el mundo.
Tratando la esperanza el catecismo nos ilumina diciendo que “es la virtud teologal por
la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo
nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino
en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo”36 todo lo expresado en este pasaje no solo
es bueno, sino lo mejor que puede existir, y si algo dijo el águila de Hipona fue que la

29
Ibid, VIII.
30
Ibid, CXXI.
31
Cf. E., XXXII.
32
CEC, 1812.
33
CEC, 1813.
34
E., XXXI.
35
CEC, 1814.
36
CEC, 1817.

8
esperanza solo espera cosas buenas, y ya vemos que lo son, y ciertamente es un don
celestial al ir por la mano de la fe porque no se puede esperar lo que no se cree, por tanto,
una donación divina se nos da al poder aspirar al Reino de los cielos y encaminar nuestra
vida hacia ella durante este primer estado en el que peleamos con la muerte.
El hiponate afirma que “cuando la mente está penetrada por los principios de la fe que
obra por el amor, tiende, viviendo bien, llegar hasta la visión, donde se halla la inefable
belleza, conocida por los santos y perfectos corazones, cuya plena visión constituye la
suprema felicidad”37 Esto se puede compaginar con lo que nos da a conocer el catecismo
al decir que “la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el
corazón de todo hombre”38 ya que es por la felicidad, la suprema felicidad que el ser
humano sigue esperando con el corazón en alto las glorias de los bienes futuros que la
santa conservación atrae al ser humano. En otro punto leemos “La esperanza cristiana
recoge y perfecciona la esperanza del pueblo elegido que tiene su origen y su modelo en
la esperanza de Abraham en las promesas de Dios; esperanza colmada en Isaac y
purificada por la prueba del sacrificio (cf Gn 17, 4-8; 22, 1-18)”39. “Esperando contra
toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones” (Rm 4, 18). Cristo es el
gran sintetizador de la historia de la salvación, él es la puerta que hay que cruzar para
salvarnos, y por Él heredamos la fe de Abraham y la vivimos paso a paso en este caminar,
después de todo “no hay ningún hombre que no sea iluminado por El”40.
Subsiguientemente leemos:
“Podemos, por tanto, esperar la gloria del cielo prometida por Dios a los que le aman (cf
Rm 8, 28-30) y hacen su voluntad (cf. Mt 7, 21). En toda circunstancia, cada uno debe esperar,
con la gracia de Dios, “perseverar hasta el fin” y obtener el gozo del cielo, como eterna
recompensa de Dios por las obras buenas realizadas con la gracia de Cristo. En la esperanza,
la Iglesia implora que “todos los hombres se salven” (1Tm 2, 4)”. (CEC, 1821)

Esta es la opción de aquellos, como categoriza el santo hiponate, han llegado al “tercer
estado del hombre”41 que se da en aquellos que logran vivir por la fe, es decir, los justos
“en cuanto que no se somete a la mala concupiscencia, saliendo vencedora la delectación
de la justicia (…) y con piadosa perseverancia progresa en la virtud” 42 hasta el final de
su peregrinación a la casa del Padre, donde obtendrá los gozos eternos del cielo.
En lo que refiere a la caridad el catecismo afirma que “es la virtud teologal por la cual
amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros
mismos por amor de Dios.”43 Lo cual es un testimonio sumamente evangélico, es la ley
dada por nuestro Señor Jesucristo a cuál San Agustín también hizo mención al decir “Esta
caridad es el amor de Dios y del prójimo”44, pero todo ya estaba dicho “Este es el
mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 15, 12).

37
E., V.
38
CEC, 1818.
39
CEC, 1819.
40
E., CIII.
41
Ibid, CXVIII.
42
Id.
43
CEC, 1822.
44
E., CXXI.

9
En cuanto a la caridad San Agustín solo escribió lo esencial en este tratado
(Enquiridon) de la caridad, que se remite a actuar según la fe que se nos ha sido dada.
“Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor” (Jn
15, 9-10; cf Mt 22, 40; Rm 13, 8-10).

5) Conclusiones.
- Para San Agustín las virtudes son el camino a la verdadera felicidad, por tanto, el
camino de un perfecto amor a Dios, mientras para el catecismo son actitudes firmes
del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras
pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la fe.

- Para San Agustín hay una cuádruple división de las virtudes: templanza, fortaleza,
justicia y fortaleza; el catecismo señala a estas mismas como cardinales, haciendo la
salvedad que todas las demás se agrupan en torno a ellas, y otro detalle, es el hecho
de que lo organice justamente al revés que San Agustín, dándonos a entender que
tienen prioridades diferentes.

- San Agustín empieza con la templanza que trata de despojarnos del hombre viejo y
renovarnos en Dios, es decir, despreciar todos los placeres del cuerpo y las alabanzas
humanas y referir todo su amor a las cosas invisibles y divinas; yendo más allá que el
catecismo que dice virtud que modera la atracción de los placeres y procura el
equilibrio en el uso de los bienes creados, quedándose en el ámbito material de la
concepción agustiniana.

- El Doctor afirma que la fortaleza es el amor que todo lo sufre sin pena, con la vista
fija en Dios; mientras el catecismo dice la virtud que asegura en las dificultades la
firmeza y la constancia en la búsqueda del bien, refiriéndose los dos a las
confrontaciones que nos aguardan si queremos llegar a Dios.

- La Justicia para el hiponate es el amor que no sirve más que a Dios, y por esto ejerce
señorío, conforme a razón, sobre todo lo inferior al hombre, para el catecismo la virtud
que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es
debido a primera vista pareciera que no están hablando de lo mismo uno habla de
“voluntad de dar” y el otro de servir a Dios, pero si nos ponemos a pensar, acaso el
“dar a Dios y al prójimo lo que les es debido” no es en sí un gran servicio a Dios y
sus amores, y este dar no se refiere solo a cosas materiales, sino a todo tipo de
beneficios, pues es así la voluntad de Dios.

- La prudencia es para San Agustín el descubrimiento del objeto de nuestros amores y


de nuestros odios, y para el catecismo la virtud que dispone la razón práctica a
discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos
para realizarlo; siendo lo mismo.

- La gran diferencia entre el Doctor de la gracia y el catecismo es que para el primero


la fe, la esperanza y la caridad no son virtudes, o por lo menos no las reconoce como
tal, las clasifica como dones de Dios y afirma que la buena voluntad del hombre
precede a muchos de los dones de Dios.

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Bibliografía
SAN AGUSTÍN, Manual de la fe, de la esperanza y de la caridad (Enquiridon), versión
online acceso (30.09.2023) = E.
SAN AGUSTÍN, De las costumbres de la Iglesia Católica y de las costumbres de los
maniqueos, versión online acceso (30.09.2023) = Costumbres de la Iglesia.
SAN AGUSTÍN, tratado sobre la primera carta de San Juan, versión online acceso
(30.09.2023).
Catecismo de la Iglesia Católica = CEC.
SAN IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios espirituales, Madrid 1999.

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