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REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA

INSTITUTO UNIVERSITARIO ECLESIÁSTICO


“SANTO TOMÁS DE AQUINO”
PALMIRA - ESTADO TÁCHIRA

LAS DIFERENCIAS METAFÍSICAS DEL MISTERIO ONTOLÓGICO

Autor: Edgar José Pineda Gómez


Profesor: Lcdo. Pbro. Erwin Guerrero Apolinar

Santa Elena de Uairén, julio de 2022


Según la filosofía de nuestros días, como en toda la historia del
pensamiento, encontramos, en cuanto lo esencial, tres polos principales en torno
que se organiza la reflexión filosófica, a saber: el mundo, el alma y Dios. Si
queremos que nuestra problemática sea suficientemente englobante, conviene
tomar estos términos en su más amplia generalidad. Por el mundo, designamos
todo lo que rodea al hombre constituyendo así su situación objetiva, su cuadro
externo de referencia. Se trata, en primer lugar, de medio físico en el que el
hombre echa raíces y evoluciona, es decir, de la naturaleza.
Del mismo modo se trata del medio social y cultural en el que está
sumergida la humanidad, en el que la naturaleza e historia conjuntamente definen
el mundo del hombre. Por el sentido más amplio, designamos ya no lo que rodea
al hombre, su medio ambiente, sino lo que vive en él y constituye el misterio íntimo
de su espíritu, de su libertad, de la conciencia, de su subjetividad, Por alma
entendemos la dimensión interior o subjetiva de la existencia humana. Por la
palabra ente, designamos únicamente del ser subsistente y personal de la
divinidad. Designamos también por ella todo lo que el hombre reconoce del
mundo.
Por otra parte la idea de un Dios personal, al que los hombres se refieren
como un absoluto que no es, sin más, una parte del mundo o un producto de la
libertad humana, sino más bien cierta razón o valor transcendente, pocos ejemplos
bastan para mostrarnos que la reflexión filosófica tiene tres grandes temas: el
campo del mundo natural que rodea y sostiene al hombre en el ámbito del alma o
del espíritu, que está centrado sobre la libertad humana, en la esfera de lo
transcendental del absoluto, de Dios, en la razón, presenta el alma, el mundo y
Dios como las tres grandes Ideas de la razón, consagrando así a su estilo y la
convicción de que se trata de los temas principales, pero que es sobre todo una
reflexión sistemática sobre la significación y armonización.
Los tres términos principales de la reflexión filosófica se llaman, en Hegel,
el Logos, Naturaleza y Espíritu, que corresponden a la triada Dios, el autor
designa el pensamiento divino puro, Dios pensándose en sí mismo en su esencia
eterna antes de la creación de la naturaleza como un espíritu infinito, en cuanto a
los otros dos términos del sistema, Hegel los ve que es relativamente próxima de
lo que confesamos en la fe cristiana. El hecho de que Hegel consideraba su
filosofía como la trasposición racional (nosotros diríamos: gnómica), que según
esta, el mundo es creado por Dios y el hombre
Al analizar las diferencias metafísicas del misterio ontológico, se hace
referencia a la primera diferencia metafísica, que se basa en lo existencial
inmediato entre el Yo y el Tu, es cuando el ser humano logra comprender el
mundo y así poder expresar el lenguaje de la metafísica del ser. En cuanto este
aspecto los filósofos expresan una experiencia radical que consiste en descubrir
que todo lo que existe se debe a la fecundidad universal del ser: los entes son, el
sentido absoluto y participan de la riqueza del ser. En este sentido se puede decir
que, nuestra existencia en el mundo es origen de la fecundidad de los
progenitores gracias a su generosidad, quienes nos acobijaron como familia.
Con respecto a la segunda diferencia metafísica ontológica, que según
Heidegger, es la que se establece entre el ser y el ente, donde se plantea la
pregunta metafísica ¿Porque hay el ente en ves, de no haber nada? Es cuando el
yo soy es acogido a este mundo por un rostro sagrado, que ama y me reconoce mi
puesto en la existencia, mi madre quien es también acogida, mi familia, los demás
hombres, los animales, el mundo mismo, todos somos acogidos en la Luz
protectora del ser, es decir, la interacción del ser con la luz estableciendo la
relación con el pensamiento entre Los entes y el ser, en el horizonte, descubriendo
en el ser que es más bien aprehendido por el simple hecho de existir.
En este sentido se puede decir que, el hombre es el único ente en el
mundo que puede interesarse por el ser, percibir su riqueza interior y comprender
su diferencia ontológica con los entes, el hombre tiene la capacidad única de no
girar solamente en torno a los entes, el poder maravillarse ante el ser mismo es lo
que hace que el hombre tome conciencia y en su acción y esté abierto no solo a
los entes que están en estado de alerta y de una voluntad perfectamente
insaciable, puesto que buscan mitigar su sed de conocer; el lugar del ser. Solo
Dios podría reactivar infinitamente el dinamismo inagotable de su inteligencia y de
su voluntad, de esta manera el alma humana es como el reflejo espiritual del ser
que la luz que podría iluminar mil objetos distintos de aquellos que, efectivamente
presta vida y color, incluso el más humilde, en cuanto que existe, plenitud
indivisible del acto de ser, alberga un misterio insondable. Por ello el pensamiento
se hace metafísico cuando presta atención a este misterio del ser, cuando se abre
a esta plenitud escondida, omnipresente.
No obstante, cuando el pensamiento ha llegado a este grado de
profundidad, la pregunta inicial de metafísica ¿por qué hay el ente en vez de no
haber nada?, es entonces cuando la plenitud del ser, que es sobreesencial, no
puede ser considerada como la responsable de la existencia de las esencias
determinadas: es imposible hacer derivar de la riqueza infinita del acto del ser las
formal concretas de los entes. Una vez más, vemos que sucede con el ser como
con la luz. Así, los entes son los que son únicamente por participación en la
actualidad del ser, pero esta anualidad les es, al mismo tiempo, indiferente, por no
ser del mismo orden que las esencias, por esto, la comprensión del ser como tal
no aporta aún la respuesta a la interrogación fundamental de la metafísica y no
amortigua el asombro original de la razón humana.
Es allí donde se presenta la enigmática relación de los dos términos de la
diferencia ontológica: el ser y el ente, de lo cual la razón es que por un lado, el
espíritu humano únicamente existe como espíritu el ser no accede a la
manifestación y no subsiste en su espíritu, percibe como una indigencia
recíproca. Sorprendente la razón es la riqueza creadora omnipresente del sí es, al
mismo tiempo, a la manera de la luz, que produce incesantemente el brillo
tornasolado de la verdad que es una plenitud soberanamente real, absolutamente
inagotable e infinitamente rica, pero, como dice el autor Tomás de Aquino, es una
plenitud que no subsiste en sí misma, nadie se ha encontrado con el ser en la
esquina de la calle como tampoco ha visto la luz en sí misma y, sin embargo, es
el ser el que sobrepasa infinitamente todo lo que es el saber: la intima de los entes
y todo orden de esencias sólo puede ser encontrado en los entes, lo mismo que la
luz, cuya plenitud inagotable sólo resplandece en los objetos iluminados, el ser
sólo habita en los entes, y muy especial en el hombre, y, por encima de todos.
Percibir esta diferencia entre el ser y el ente al captar el enigma de su indigencia
reciproca es una tentativa capital del pensamiento metafísico,
Cabe destacar que, es comparable a la paradoja de la luz, esta es la
riqueza infinita gracias a la cual toda forma viva puede aparecer y mostrar su
resplandor, pero ella misma, en cuanto tal, no aparece y sólo subsiste como
luminosidad en los objetos que ella saca en evidencia igualmente, la luz es la
plenitud que colma el ojo humano y le da vida y actividad, pero, precisamente, su
riqueza no es percibida como tal como que en y por el ojo el cual, sin poder
agotarla, ve, no obstante, esta luz que no se ve en sí misma y por lo mismo es
superior a ella. Para vencer esta paradoja, el pensamiento metafísico ha ido
siempre mas allá de la simple diferencia ontológica entre el ser y el ente y se ha
elevado hasta la afirmación de Dios,
Por otra parte la afirmación de Dios, al descubrimiento de la tercera
diferencia metafísica la teológica, permite, en primer lugar, aclarar el origen de las
esencias en el plano de la diferencia ontológica, se encuentra más bien en la
indigencia divina. Las esencias no están contenidas en el ser como tal. Tampoco
están inscritas en la substancia divina; son, primero, el fruto de la imaginación
creadora de Dios en cuanto que éste conoce y quiere las múltiples formas en las
que puede ser en la plenitud de su ser, así la esencia de cada ente corresponde a
un pensamiento divino que la inventa creativamente y le pone género al ser,
puesto que Dios solamente puede ser llamado un ente en la medida en que
subsiste, diferenciándose así la plenitud no subsistente del ser como tal, pero en
manto que no tiene el ser a la manera de los entes, en cuanto que, más bien, es,
por encima y más allá del ser inherente a los entes, la plenitud subsistente del
mismo ser en su riqueza Fontal, Dios no puede ser nombrado como un ente, es
Ser subsistente, Dios no es un ente, en la medida en que Él es el ser que subsiste
particularmente se asemeja a un ente, precisamente en la medida en que
subsiste, en que es algo o alguien a la manera de los entes y del ser, no lleva
consigo necesariamente el olvidos del ser como acto común a todos los entes y
que lo transciende la riqueza infinita, pero que es inferior a ellos en cuanto que
ellos no subsisten.
Por otro lado el sol reúne en si la doble perfección de la luz y de los objetos
iluminados: igual que la luz, es una plenitud inagotable; pero, al igual que los
objetos iluminados, subsisten, no obstante la luz que emana del sol es pura
mediación, es un flujo absolutamente transparente que los objetos iluminados
acaparan totalmente aunque estos no la agoten, sino que la reciban como una
riqueza desbordante que los obliga a irradiar generosamente la inagotable plenitud
como el ser que emana de Dios en su primera creación no se mueve entre Dios y
los entes como un intermediario replegado sobre sí, ni es un mediador sino una
mediación pura y solamente en los entes y en el hombre está presente como una
plenitud que les transciende y cuya inagotable superabundancia es en ellos el
signo de su origen divino.
Por consiguiente la diferencia asombrosa que se abre entre Dios y el ser en
la diferencia teológica no es la que puede separar dos substancias, la diferencia
totalmente fluida que distingue el donante y su don. Dios es el Ser como dador de
toda riqueza, mientras que el ser es esta misma riqueza como don, pero como don
tan enteramente dado que no subsiste en si mismo y sólo manifiesta su
transcendencia en el seno de los beneficiarios de su donación de sí; en el corazón
de los entes y del hombre en su misterio insondable. Sin duda alguna se puede
decir que, el pensamiento tomista nos invita en este sentido a discernir en el
abismo del ser un misterio de riqueza y de pobreza. Un misterio de riqueza porque
ser es acto primero de lo real, la humildad de las relaciones reciprocas que
constituyen en tres personas totalmente relativas unas a otras. En la paradoja
central del misterio ontológico que el Ser que emana de Dios como su efecto
propio no se hace ser él mismo sino que únicamente manifiesta su gloria en la
humilde fecundidad por la que hace que todo sea, para hacer presentir a qué
profundidad puede conducir una meditación metafísica del misterio ontológico, con
evidente predilección. Recordemos que en este mundo, el hombre es el lugar
privilegiado del ser y que por eso la manera inmediata de la fe es descubrir la vida
y la plenitud del misterio teológico, mirar a su hermano en humanidad, por lo que
la filosofía va valorizando su alteridad, directamente al centro del pensamiento
metafísico.
Por esta razón, este misterio de plenitud y de humildad se convierte, en el
hombre, en una experiencia propiamente espiritual, puesto que el hombre es
precisamente el don del ser llegado a la conciencia de mi más que cualquier otro
ente, es de una manera incomparable, el hombre experimenta su propia existencia
como plenitud y pobreza, no sólo con recibir el don de la riqueza del ser, como
cualquier ente, sino que es su pastor espiritual y puede percibir conscientemente
la riqueza de este don. Pobreza porque sólo es el lugar del ser y porque, de
nuevo, de una manera consciente, a la luz del misterio ontológico, el amor que
trabaja por promocionar al otro por el mismo, haciéndose cerca de él el
continuador de la fecundidad temerosa del ser, el amor propiamente metafísico
del prójimo de la existencia humana. Despojándose de sí en el amor al otro, el
hombre acoge de una manera adecuada, en el reconocimiento y el compartir, la
pobreza: la plenitud del ser y, al acogerla, testifica la humildad infinita del Creador
quien, igualmente ha dado que es riqueza perfecta, no se aferra a sí mismo y
puede libremente hacer ser a otros entes fuera de él. Por eso el ser en si mismo
podría ser considerado como una semejanza de la bondad divina, el hombre que
vive espiritualmente del misterio ontológico puede ser llamado una viva imagen de
Dios.

Referencia Bibliográfica
André Leonard. Pensamiento contemporáneo y fe en Jesucristo. Discernimiento
intelectual cristiano). Encuentro Ediciones. Madrid Primera edición Española
1985.

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