Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
título original:
Pensées des hommes et foi en Jésus-Christ
Pour un discernement intellectuel chrétien
1980 Dessain et Tolra, París © 1985
A mis estudiantes
«Y el ser de Dios continúa sacando
incesantemente de su fuente eterna y de su
vida profunda y hace de sí mismo su
crecimiento, la salvación del hombre y la
fuerza del mundo».
PÉGUY
Ab exterioribus ad interiora
Ab interioribus ad superiora.
SAN AGUSTÍN
De la contraportada:
2
CONTENIDO
PRÓLOGO
INTRODUCCION: Fe cristiana y reflexión filosófica
4
B. La vía de inmanencia y la exaltación protestante de
la interioridad
1. Lutero y la justificación por la fe
2. Schleiermacher o la reducción de la fe al
sentimiento religioso
3. Bultmann o la reducción existencial del
cristianismo
C. La vía de inmanencia y el recurso católico a la
subjetividad
l. El modernismo y la glorificación de la necesidad
religiosa
2. Blondel y «el método de inmanencia»
3. Duméry y la crítica antropológica de la religión
4. Rahner y la antropología teológica
5. Los temas antropológicos de la teología cotidiana
D. Méritos y lagunas de esta búsqueda
6
PROLOGO
Sin prohibirles su lectura, no dirijo este trabajo a mis colegas
del mundo universitario. He escrito pensando en mis
estudiantes, en mis hermanos sacerdotes, en los profesores de
religión y, más en general, en todos y todas que, no
poseyendo una formación filosófica y teológica
especializada, deseen, sin embargo, situarse cristianamente
en esta inmensa feria de ideas que es hoy la cultura profana y
religiosa de Occidente. De ahí el subtítulo del libro: "Para un
discernimiento intelectual cristiano». Al contribuir así a una
mejor inteligencia de la fe cristiana, creo realizar un auténtico
servicio a la Iglesia y no únicamente hacer obra de
divulgación. En efecto, la crisis que ha sacudido la Iglesia
católica Occidental después del Concilio Vaticano II era y es
aún esencialmente una crisis intelectual, un poner a prueba la
sabiduría cristiana.
La idea esencial que me ha inspirado es que la manera que
tienen los cristianos de comprender su fe está a menudo
determinada por una filosofía implícita o explícita. Los
creyentes reflexionan su "fe en Jesucristo- y acentúan talo
cual dimensión en función de las ideas filosóficas que
forman, más o menos conscientemente, el horizonte de su
cultura. Con frecuencia esta reflexión permanece
inarticulada. Si, por el contrario, se organiza de manera
sistemática, engendra una teología.
Mi intención será, pues, poner de relieve los grandes temas
de la filosofía contemporánea y examinar su incidencia sobre
la manera que tiene la fe de comprenderse a sí misma. Y,
entonces, la confrontación entre la reflexión filosófica y la fe
cristiana consistirá esencialmente en hacer ver qué género de
teología se deduce de un determinado estilo de pensamiento
filosófico. Veremos que, en términos generales, la reflexión
filosófica se organiza siguiendo tres direcciones mayores que
7
podemos llamar, para abreviar, la vía cosmológica, la vía
antropológica y la vía metafísica, términos científicos que
serán explicados ulteriormente. Cada una de estas tres vías
será ilustrada con ejemplos significativos tomados de la
historia reciente de la filosofía, En la exposición científica de
estas doctrinas, la apreciación crítica tendrá siempre un
puesto. No obstante, teniendo en cuenta que la intención
esencial del trabajo es de orden eclesial, la obra de crítica sólo
ha sido sistemáticamente elaborada dentro del examen del
impacto teológico de estas corrientes filosóficas.
Así pues, cada una de las tres partes de este libro constará de
una parte filosófica y de una parte teológica. Cada vez, se
tratará de ver cómo la comprensión de la revelación cristiana
está influida, positiva o negativamente, por ciertas
concepciones filosóficas.
Como mi objetivo no es escribir una enciclopedia, sino
favorecer un justo discernimiento de espíritus, es evidente
que no hay que esperar encontrarse aquí un examen de todos
los grandes filósofos y teólogos modernos y contemporáneos.
Incluso pensadores muy presentes a nuestra «modernidad»
están, sencillamente, ausentes. Nietzsche, por ejemplo. La
naturaleza de mi intención me invitaba más a esclarecer con
orientaciones «típicas» que a hacer un inventario con
pretensiones
de exhaustividad. Este cuidado de indicar caminos, de hacer
descubrir lo que está en juego en una forma de pensamiento,
explica los límites inevitables del género «tipológico» que he
adoptado. Mi deseo es que el lector perciba, de manera
crítica, el alcance filosófico y, sobre todo, teológico de
algunos «tipos» de pensamientos. De ahí, esas clasificaciones
cuyo carácter más o menos artificial no escapará a nadie. De
ahí también, para seguir con el mismo ejemplo, la ausencia
de una filosofía tan difícilmente clasificable como la de
Nietzsche. Es verdad -lo espero-- que la sistematización
8
propuesta aquí está atenuada por múltiples matices, Sin
embargo, aún sin caer en el simplismo, mi presentación de
las cosas es una «simplificación». Pero, teniendo en cuenta el
objetivo preciso que he descrito, pienso que este
esquematismo era inevitable.
Por esta misma razón, no he expuesto escolarmente, punto
por punto, los autores de los que hablo. Sólo los pensadores
más austeros han sido estudiados de esa manera y, aún en'
este caso, no he recorrido la totalidad de sus obras sino en
raras excepciones. Generalmente, más que el contenido
detallado de un pensamiento, ha sido su orientación lo que
me ha interesado.
Presuponiendo legítimamente que, si mis lectores tienen ya
algún conocimiento de los autores o de los temas abordados
aquí, se tratara más bien de autores y temas teológicos,
intencionadamente he desarrollado más la parte filosófica de
la obra, ya que es en ella donde los imperativos pedagógicos
que me he impuesto eran los más apremiantes. Un
razonamiento análogo me ha llevado a utilizar de manera
diferente, según los casos, la técnica de las citas. He citado
los autores mismos cuando esta forma literaria me parecía
que era la que mejor aclaraba Al contrario me he contentado
con una exposición más impersonal cuando he juzgado que
este género académico era pedagógicamente más eficaz y
bastaba para una buena comprensión de la problemática
examinada.
En cuanto al estilo, he sacrificado deliberadamente la
elegancia a la claridad. He excluido toda forma de «argot».
Cierto, no se puede hablar de filosofía y de teología sin
introducir términos técnicos. No obstante, cada uno de estos
términos ha sido debidamente explicado e ilustrado a menudo
con ejemplos. No se ha supuesto de antemano ninguna
cultura filosófica o teológica desarrollada. Escribo para
lectores que han hecho estudios secundarios y que puede
9
hacer un seno esfuerzo intelectual. Si, a pesar de todo,
algunos términos permanecen quizás enigmáticos, bastará un
buen diccionario para aclararlos.
No me queda más que dar las gracias a los y las que ha~
hecho posible la concepción y la elaboración de este trabajo.
El conjunto de mi obra manifestará mi deuda intelectual para
con Hegel y Balthasar.
Agradezco a sor Maria-Sther Briso-Montiano el haber.
traducido, el libro al castellano y a Pilar Maicas, adjunto en
la Universidad Católica de Louvain-la-Neuve, el haber
revisado la traducción. Doy también las gracias a mis
seminaristas, a los auxiliares del apostolado y a las
Carmelitas de Louvain-la-Neuve por la magnifica ayuda que
me han prestado en los trabajos de intendencia, Por lo demás,
el libro, en razón de su lógica interna, se terminará por otra
«acción de gracias» dirigida a Aquél a Quien el Prefacio de
Navidad da gracias con fervor porque, en su paternal
generosidad, ha iluminado los ojos de nuestro espíritu con
una nueva irradiación de su esplendor en el misterio de su
Verbo encarnado.
Seminario Saint-Paul
B-1348 LOUVAIN-LA-NEUVE
Navidad 1984
André LÉONARD
10
INTRODUCCION
FE CRISTIANA
Y REFLEXION FILOSOFICA
Como hemos indicado en el prólogo, nuestro fin es favorecer
una mejor inteligencia de la fe cristiana evaluando, de manera
crítica, la influencia, negativa y positiva, que ejercen sobre
ella los temas más importantes del pensamiento filosófico.
Por "filosofía» entendemos, como se hace comúnmente, un
esfuerzo de reflexión sistemática y racional sobre el sentido
global de la existencia humana y del mundo que nos rodea.
La filosofía es, pues, en primer lugar, un «esfuerzo», un
proyecto jamás enteramente realizado; como lo indica su
etimología, es amor de la sabiduría y no sabiduría
definitivamente acabada. Luego es un esfuerzo de
«reflexión»: su cometido es examinar de nuevo la
experiencia común o los resultados de la cultura y de la
ciencia a fin de aclararlos determinando, tanto cuanto sea
posible, su sentido y su alcance últimos, velados aún en el
nivel de la práctica corriente. Esta reflexión será
«sistemática», no se contentará con consideraciones
inconexas, sino que buscará una totalidad organizada y
coherente, en la medida en que la materia estudiada se preste
a ello. Esta reflexión será también «racional», no le bastará
con intuiciones gratuitas, y no fundadas, por geniales que
puedan a veces ser, ni se apoyará, sin más, sobre la autoridad
de una revelación religiosa, por elevada que sea; sino que
intentará dar cuenta de lo que afirma recurriendo a las luces
naturales del entendimiento humano en su discursividad
metódica. La filosofía es, finalmente, un esfuerzo de
reflexión sistemática y racional sobre el «sentido global» de
la existencia humana y del mundo que nos rodea. A
diferencia de las ciencias humanas (psicología, lingüística,
sociología, etc.) o de las ciencias naturales (física, química,
biología, etc.), la filosofía no se limita a un aspecto
11
determinado del hombre ni a una porción o estratificación
determinada de su mundo, se aplica más bien al sentido
global del hombre y del universo histórico y natural en el que
él se sitúa.
Así pues, nuestro fin será establecer una confrontación entre
la fe cristiana y las grandes articulaciones del pensamiento
filosófico. Antes de entrar en el detalle de esta confrontación,
es conveniente que nos interroguemos sobre la existencia
misma de un nexo entre la fe cristiana y la reflexión
filosófica, así como sobre la naturaleza eventual de este nexo.
Tal es el propósito de esta introducción que, precisamente por
esta razón, hemos titulado: "Fe cristiana y reflexión
filosófica".
12
Capítulo Primero
PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA
Algunos textos del Nuevo Testamento parecen disuadir de la
búsqueda de un nexo cualquiera entre la fe cristiana y el
caminar de la filosofía. ¿No escribe San Pablo a los
Colosenses: «Tened cuidado no vaya a haber alguno que os
engañe con la filosofía, que es una insulsa patraña forjada y
transmitida por hombres, fundada en los elementos del
mundo y no en Cristo» (Col, 2, S)? y en un. célebre pasaje de
su primera epístola a los Corintios (1 Cor 1,17-2,5), ¿no ha
opuesto vigorosamente la locura de la predicación a la
sabiduría del mundo? Sin duda alguna. Hay que tener en
cuenta, sin embargo que, en la epístola a los Colosenses,
como lo indica el contexto, Pablo, al hablar de "filosofía», se
refiere más a las especulaciones religiosas esotéricas que a
un sistema de pensamiento racional. Y, en su carta a los
Corintios, si quita la máscara a la falsa sabiduría de los
inteligentes y presenta la predicación cristiana como una
locura, es únicamente para mostrar a continuación cómo este
Cristo crucificado, que es locura para la sabiduría griega, es
en verdad potencia de Dios y sabiduría de Dios, «porque la
locura de Dios es más sabia que los hombres y la debilidad
de Dios más potente que los hombres» (1 Cor 1,25). Y un
poco más adelante, en un pasaje menos célebre, pero
igualmente importante (1 Cor 2, 6-16), Pablo afirma que lo
que él enseña a los cristianos adultos es una sabiduría, mas
no una sabiduría puramente humana, sino una sabiduría
inspirada por el Espíritu de Dios. En otro lugar se apoya
explícitamente sobre el «conocimiento» del Misterio que le
ha sido comunicado por revelación e invita audazmente a sus
cristianos a caer en la cuenta de la «inteligencia" que posee
del Misterio de Cristo (Ef 3, 2-4).
Así pues, no hay que oponer la fe cristiana a toda forma de
sabiduría o de conocimiento. El problema consiste más bien
13
en saber si, con algunas condiciones, la sabiduría humana
puede contribuir a la elaboración de esta sabiduría de Dios
que Pablo enseña a los cristianos adelantados. En el caso
mismo de Pablo, la respuesta es ciertamente positiva cuando
vemos el provecho que él ha sacado de su amplia cultura
humana en la exposición del misterio cristiano. Pero, más allá
del caso de Pablo, nos es necesario ahora plantear el
problema en su generalidad y ver cómo está ligado a la
naturaleza misma de la afirmación cristiana.
14
(cf. Rm 8, 18-23), está invitado a entrar en la intimidad
misma de Dios y a ser de este modo divinizado compartiendo
la felicidad del mismo Dios. Y esto no vale solamente para
«la humanidad» en general, el individuo mismo es llamado a
la glorificación:
Dios ama tanto al hombre que éste es llamado, incluso en su
cuerpo, (y ¿qué hay de más propio a cada uno que su
cuerpo?), a ser divinizado viviendo de la misma vida de Dios.
Sí, "lo que ojo nunca vio, ni oído oyó, ni hombre alguno ha
imaginado, Dios lo ha preparado para los que le aman" (1 Cor
2,9).
Esto es lo que introduce, en las perspectivas humanas y
religiosas de la Antigüedad, una conmoción inimaginable, la
conmoción de la amistad.
2. La conmoción de la amistad
2
Sobre este tema de la humildad de Dios, d. el trabajo de F. VARILLON, L'humilité
de Dieu, París, Le Centurion, 1974.
3
«El hombre que somos cada uno de nosotros es, en primer lugar, ese pagano
admirable cargado de riquezas, de gloria, de esperanzas fundadas, prometido a la
alegría pura de la vida soberana. El cristiano nace en nosotros cuando en las
profundidades de hace reconocer en este hombre, Jesucristo, a aquél que nos libera
de nuestra propia grandeza y que nos revela el misterio de la pobreza, no la nuestra,
que es bien insignificante, que no es verdaderamente pobreza, sino la suya, que es
la pobreza de Dios.» (J. LADRIERE, Pourquoi la foi, en La science, le monde et la
foi, Tournai, Casterman, 1972, p. 220).
17
B.- La inevitable confrontación
5
CL ARISTOTELES, Metafísica, libro XII, cap. 9, I074b-l075a.
20
los cristianos dicen de Jesús es indigno de Dios y manifiesta
un antropomorfismo inaceptable para la razón filosófica.
Dios debe ser transcendente, inmutable, impasible. ¿Cómo
reconocerle en un hombre frágil de la historia?
Esta eterna objeción es la del racionalismo de todos los
tiempos. Entendiendo por ello, en este caso, una concepción
tal de la razón que, en su nombre, se limita, a priori, el
ejercicio de la libertad divina al prohibirle talo cual forma de
revelación o de acción: Dios es eterno, por consiguiente no
puede entrar en la historia; es transcendente, luego no puede
encarnarse; es impasible y no puede sufrir, etc.
El callejón sin salida de! racionalismo ha sido bien estudiado
por Claude Bruaire en un librito suyo que lleva el sugestivo
título de «El derecho de Dios-"6. La tesis defendida por e!
autor puede resumirse brevemente.
Ciertamente, ante el tribunal de la razón filosófica, parece
que el Dios cristiano ha perdido su proceso. ¿Por qué? Porque
a los ojos del racionalismo moderno, como ya al juicio de
Celso, el cristianismo no respeta el derecho más estricto de
Dios, a saber, el de ser Dios, el de ser el Absoluto y, por lo
tanto, el de no ser confundido con lo que no es Dios, con lo
finito, lo temporal, lo contingente. En efecto, ¿qué hace el
cristianismo? Defiende exactamente lo contrario del derecho
de Dios al identificar a Dios con un individuo cuando El es
infinito, al reconocerle en un hombre de la historia cuando El
es eterno, etc. El resultado del juicio es inevitable: en e!
tribunal de la razón, el Dios de Jesucristo no puede sino
perder su proceso. La intención de Bruaire es mostrar que hay
que volver a abrir el proceso de Dios y que e! cristianismo
tiene todas las probabilidades de ganar la apelación. A
condición de mostrar con precisión, con rigor, en qué
consiste el verdadero «derecho de Dios». Entramos aquí en
6
CLAUDEBRUAIRE, Le droit de Dieu, París, Aubier, 1974.
21
la idea central de la obra: el resultado negativo de! proceso
de Dios en e! mundo contemporáneo, como en el tiempo de
Celso, descansa en un grave equívoco en cuanto al derecho
de Dios. En reacción contra el racionalismo, Bruaire intenta
restaurar el verdadero derecho de Dios, el de ser libre, libre
incluso de establecerse en e! tiempo, libre, en fin, con
relación a su propio carácter de Absoluto. Sólo una razón
demasiado limitada, sólo la razón demasiado simple, prohibe
a Dios la entrada en la historia representándose
equivocadamente la trascendencia, la eternidad o la infinidad
divina bajo la forma vacía de una ausencia total de
determinaciones. Una razón más verdaderamente racional (y
aquí el autor se inspira visiblemente en Hegel) puede, por el
contrario, reconocer el auténtico derecho de Dios, el de ser
Trinidad y el de encarnarse en Jesucristo. Basta para ello con
pensar, en verdad, la libertad del Absoluto.
El interés de este debate es evidente. Es claro -volveremos
sobre ello ulteriormente- que la razón filosófica debe
desempeñar un papel crítico para con la fe viva,
particularmente purificándola de algunos antropomorfismos.
Pero con la condición de que esta misma razón acoja
la complejidad de lo real y no sucumba a prejuicios
mezquinos sobre lo que la realidad puede ser o sobre lo que
Dios está autorizado a hacer. En una palabra, la razón debe
permanecer flexible, debe entregarse a una perpetua
autocrítica para no cerrarse prematuramente y para seguir
siendo lo que es por definición: la apertura infinita de!
espíritu a lo real. Su vocación es de ser racional, ciertamente,
y en todo su rigor, pero no de ser racionalista. De lo contrario,
corre e! riesgo de negarse a sí misma en e! mismo momento
en que limita a priori lo real y prohíbe a Dios ser Dios.
22
2. La transformación de la fe en gnosis o en ideología
7
Sobre la oposición irreductible de la auténtica fe cristiana y de la gnosis, antigua y
moderna, se puede leer con gran provecho la obra fundamental de M.J. LE
GUILLOU, Le Mystère du Père, París, Fayard, 1973.
23
«espirituales» e! conocimiento salvador de su naturaleza
puramente espiritual.
La versión contemporánea de la gnosis más ampliamente
extendida hoy es la ideología, es decir, una doctrina cuyo
objetivo es social o político, pero que se apoya en una amplia
visión del mundo presentada como garantizada por la ciencia
y mereciendo, a causa de su infalibilidad, casi mágica, una
adhesión absoluta de naturaleza casi religiosa. De esta
manera, muchas doctrinas que nos prometen «cambiar la
vida» se apoyan sobre ideologías ruidosas que son otras
tantas pseudo-ciencias: la ideología comunista, la ideología
psicoanalírica (e! freudismo vulgar), la ideología
estructuralista, etc. El gnosticismo cristiano contemporáneo
consistirá, pues, en abandonar el magisterio auténtico de la
Iglesia como criterio de la verdad cristiana para buscar el
lugar de interpretación en una o en otra de estas ideologías.
Es el caso de todos los cristianos que practican lo que M. J.
Le Guillou llama "la hetero-inrerpretación» de la fe cristiana,
es decir, que interpretan la Revelación no ya según la regla
de la misma fe cristiana, sino según las exigencias de una
cultura ajena al cristianismo ortodoxo: así, por ejemplo,
interpretarán e! Evangelio «a la luz» de un marxismo, de un
nierzscheanismo o de un freudismo de bolsillo. En vez de
bautizar o de transubstanciar dentro de la fe cristiana la parte
de verdad que contienen estas ideologías o, en el mejor de los
casos, filosofías, disuelven la verdad de la Iglesia en un
sistema intelectual impermeable al misterio del Padre que se
revela en Jesucristo, Entonces, el nombre de Jesús «venido
en la carne» (1 Jn 4,2) ya no es sino un pretexto para una
visión del mundo que podría igualmente prescindir de él. El
conflicto entre la fe cristiana y la cultura humana queda así
solucionado, pero es por la reabsorción de! cristianismo
auténtico dentro de un sistema ético, sicológico, filosófico o
24
político donde, sin ser explícitamente repudiado, está, no
obstante, alienado.
25
famosa paradoja de la fe: Credo quia absurdum «<creo pues
to que es absurdo»8.
De hecho, Tertuliano, fuertemente influido por los estoicos,
ha buscado muy a menudo hacer la síntesis de su cultura
pagana y de su fe cristiana, y .su oposición retórica a la
filosofía se explica en parte por sus Polémicas contra los
herejes. Esto no impide que haya en él una severidad
incontestable con relación al pensamiento filosófico y que
esta actitud hostil no sea totalmente ajena a su incapacidad de
agrupar sus opiniones dispares en un sistema teológico
coherente.
Tal actitud de recelo con respecto a la razón filosófica, e
incluso de puro y simple rechazo, se vuelve a encontrar en
todas las épocas de la historia de la Iglesia, Uno de los
ejemplos más eminentes de esta manera de resolver e!
conflicto es e! de Lutero, a quien su antihumanismo nutrido,
es cierto, por los excesos opuestos de! Renacimiento condujo
a tratar a la razón de «prostituta» dispuesta a venderse a'
cualquier tesis. Según él, la Palabra de Dios solamente
resuena en su estado puro en la Escritura, y toda intervención
de la razón humana para comprenderla o explicada no haría
sino contaminada y pervertirla. El protestantismo de estricta
observancia se hará eco frecuentemente de esta posición
característica de la Reforma. Su testigo más fuerte en nuestro
tiempo ha sido Karl Barth, del que hablaremos más adelante,
detalladamente, aportando los matices necesarios.
. Entre las actitudes de sub-estimación de la filosofía,
podemos aún citar, pero en un nivel completamente diferente
y de una gran mediocridad, el fundamentalisrno americano,
cuyas posiciones estrictamente conservadoras se apoyan en
8
Sin embargo, TERTULIANO recurre, por procedimiento retórico, a fórmulas
parecidas, gravemente provocantes: «El Hijo de Dios ha muerto: es creíble, porque
es inep.to. Enterrado, ha resucitado: es cierto, pues es imposible. (De carne Cbristi,
5,4).
26
una interpretación literal de la Biblia, excluyendo todo
método crítico y racional.
Más ampliamente, sería necesario citar aquí, de la misma
manera, todas las corrientes de inspiración fideísta, según las
cuales las verdades de la fe no descansan sobre ningún
preámbulo racional y no requieren ninguna justificación ante
la razón, siendo la fe su propia razón y su propia justificación.
La actitud fideísta ha sido recientemente ilustrada con brío
por Maurice Clavel en su célebre Lo que yo creo9. El objetivo
del libro es liberar a los cristianos franceses intimidados por
filosofías o ideologías ruidosamente ateas y
escandalosamente a la moda. La tesis es radical: la fe no tiene
nada que temer a esos cocos, pues ningún pensamiento
humano tiene ascendiente legítimo sobre ella con tal que ella
misma se abstenga de filosofar y se mantenga en el puro don
de la Revelación. El grito de Clavel es efectivamente
liberador, puesto que deshace el engaño de las «vacas
sagradas» de la Universidad francesa y ajusta las cuentas al
«marxo-freudo-sartro-husserlo-heideggero-nietzscheo-
estructuralismo de la Sorbona». Pero, en cuanto se ha
terminado de aspirar a pleno pulmón esta bocanada de aire
fresco -lo cual sienta estupendamente bien- las dificultades
del fideísmo reaparecen: a fuerza de injuriar a la Razón
(“laRazón es un pecado”; "Cuando yo pienso, soy ateo”,
etc.), a fuerza de repetir que la fe sólo puede comentarse por
sí misma, ¿no se pisotea la universalidad del espíritu y se
encierra uno en el ghetto de las convicciones inverificables e
incomunicables? Vamos a ver cómo la posición
auténticamente católica en la materia es infinitamente más
flexible y se mantiene armoniosamente a igual distancia del
racionalismo que del fideísmo.
9
MAURICE CLAVEL, Ce que je rcois, París, Grasset, 1975.
27
4. La búsqueda de una armonía entre fe y filosofía
10
Esta palabra significa literalmente «tapicerías». Hoy hablaríamos de «Ensayos».
29
llamara también: pues ella conducía a los griegos hacia
Cristo como la Ley a los Hebreos. Y, todavía ahora, la
filosofía es una preparación que orienta a aquel que es
perfeccionado por Cristo» (Stromata, 1,5,28).
Siguiendo las huellas de pensadores como Justino y
Clemente, llegará a desarrollarse la comprensión católica del
célebre adagio fides quaerens intellectum: la fe es un don de
Dios, pero, en su esfuerzo por comprenderse a sí misma,
recurre legítimamente a las luces de la razón filosófica. Como
veremos en seguida, esta posición fue canonizada por Tomás
de Aquino en el siglo XIII y, hoy todavía, define la actitud
católica en la materia.
30
Capítulo Segundo
PRINCIPIOS DE SOLUCION
11
No entraremos más en el detalle de esta complejísima problemática. Se puede
encontrar un estado de la cuestión y una solución equilibrada de las dificultades en
KARL RAHNER, Écrits théologiques, J. De la relation de la nature et de la grâce,
Desclée de Brouwer, 1963, pp. 9·33.
37
humana. Lejos de competir con ella, la pide. Tal es el sentido
del célebre adagio de Santo Tomás de Aquino, según el cual
«la gracia supone la naturaleza» (ST, I, q.1, a.8, ad 2) y «lejos
de suprimirla, la eleva» (ST, I, q.2, a.2, ad 1). O según la bella
fórmula de Ireneo «la gloria de Dios es el hombre que vive y
la vida del hombre es la visión de Dios» (Adv, Haer., IV,
20,7). Resumiendo, la gloria de Dios no resplandece sobre las
ruinas del hombre y su gracia no construye sobre la base de
la inconsistencia humana.
Esto implica incluso que el hombre puede ser ateo y que
puede prescindir de su destino sobrenatural y de la revelación
que le esclarece sin perder por ello todo su sentido, sin
hacerse enteramente incoherente. Existe, ciertamente, una
incoherencia dramática para el hombre en desconocer su
único destino real, pero, por grave que sea, esta incoherencia
no es absoluta. Se puede ser inteligentemente no cristiano e,
incluso, ateo12 Desconocer el destino sobrenatural del
hombre es, en verdad, una terrible y ruinosa abstracción, pero
es una abstracción necesariamente posible y cuya posibilidad
forma parte de la dignidad del hombre y de la gloria de Dios,
pues Dios se revela mejor como Dios creando un hombre
capaz de ateísmo que creando un esclavo que le adoraría sin
libertad.
Quizás es este uno de los significados del fenómeno actual de
la secularización y, más ampliamente, de la desacralización,
que consiste en que el hombre y, a través de él, el mundo
(saeculum, en latín) tomen conciencia de su autonomía
“secular”, de su consistencia propia frente a la esfera de “lo
sagrado”.
El pagano en el hombre no es un pobre pagano inconsistente,
es, en muchos aspectos, un pagano admirable. Cierto, la única
12
Pascal ha dicho todo sobre este punto cuando ha escrito: “Ateísmo, signo de fuerza
de espíritu, pero sólo hasta cierto punto.” (Pensées, Édition Lafuma, no 157; Édition
Brunschvicg, n° 225).
38
vocación del hombre y del mundo es la de ser divinizados por
el amor transfigurante de Dios y entrar así en el templo de su
gracia pero, aun antes de entrar y durante todo el tiempo que
permanezca «delante del templo» (profanum, en latín), el
mundo «profano» tiene ya en sí mismo una cierta coherencia.
Dentro de la lógica de lo que hemos dicho sobre la relación
de la naturaleza y de la gracia hay que decir aún que esta toma
de conciencia de la autonomía relativa del mundo y del
hombre puede ser una condición positiva de su libre apertura
al don siempre indebido de la gracia. El hombre
contemporáneo, que ha caído en la cuenta del valor de su
consistencia propia y esto hasta el callejón sin salida del
ateísmo, tiene, por lo mismo, una oportunidad de poder
volverse libremente hacia Dios, no principalmente por
indigencia, por tapar los agujeros de una naturaleza humana
que falla, sino sencillamente porque el amor libre de Dios
merece la pena de ser amado y porque allí se encuentra, para
el hombre, el secreto de una alegría inesperada.
Teilhard de Chardin pensaba sin duda en esta situación
cuando decía que después de nuestro siglo de ateísmo, el
siglo XXI sería probablemente el siglo de la adoración.
13
Cf., sobre ello, el artículo de KARL RAHNER titulado Philosophie el théologie, en
Écrits théologiques 7, Desclée de Brouwer, 1967, pp. 39-52.
14
Esta actitud positiva frente a la razón humana es, lo sabemos, la posición
típicamente católica, adoptada por el Concilio Vaticano I, en la 3a sesión en abril
1870 en la Constitución dogmática sobre la fe católica. Releer especialmente el
capítulo 4, titulado «de la fe y de la razón». Es la única posición que hace justicia
simultáneamente a la gloria de Dios y a la grandeza del hombre. Se aparta tanto del
41
Creemos que de esta manera hemos demostrado, por una
argumentación teórica, y no únicamente histórica, que la fe
cristiana no excluye la reflexión filosófica, sino, al. contrario,
la presupone, la promueve e, incluso, la suscita.
15
Se encontrará un ejemplo sugestivo de esta actitud amablemente crítica con relación
a la teología en la obra de GEORGES VAN RIET, Philosopbie et religion,
44
Se adivina al punto lo que semejante crítica de la religión
puede tener de superficial si la filosofía que la inspira carece
de tacto. Pero vemos también el beneficio que la fe y la
teología pueden sacar de estas críticas, sobre todo si están
matizadas, e incluso cuando son excesivas. Los ejemplos de
filosofías de la religión que han ejercido, más o menos bien,
esta función son numerosos en la historia.
Citemos solamente, en el siglo XVII, Spinoza en su Tratado
teológico-político, en el XVIII, Kant en su obra La religión
en los límites de la sola razón; en e! XIX, Fichte y su
Iniciación á la vida bienaventurada, Schelling y su Filosofía
de la mitología, Hegel y sus Cursos sobre la filosofía de la
religión; en la época contemporánea, Blande! en La Acción
de 1893, así como en sus escritos ulteriores, y Bergson en Las
dos fuentes de la moral y de la religión. Más recientemente
aún dos filósofos franceses de nuestros días, Henry Duméry
y Paul Ricoeur, han publicado una obra considerable que
gravita en torno al problema filosófico de la religión.
Ulteriormente tendremos ocasión de abordar, con cierto
detalle, el pensamiento de la mayor parte de estos filósofos
de la religión.
45
reconocer que; por definición, la filosofía corre siempre el
riesgo, no obstante su. valor indispensable e inalienable, de
quedarse muy corta frente a la libertad soberana de Dios que
se revela y cuyo misterio insondable trastocará siempre todo
lo que podamos decir de él. Hay que tener también en cuenta
el hecho de que nuestra naturaleza humana está herida por el
pecado. Sin duda alguna, ella conserva su consistencia, como
lo hemos visto anteriormente, y el catolicismo afirma con
fuerza que la naturaleza humana está solamente herida por el
pecado original~ y o totalmente corrompida, como lo quería
el protestantismo radical16. Si bien es verdad, que nuestra
inteligencia está oscurecida por nuestro orgullo nativo y que,
en consecuencia, la filosofía, con las mejores intenciones del
mundo, puede, a veces, extraviarse recíprocas dentro de
construcciones especulativas que dañan la revelación al
mismo tiempo que la comprensión del hombre por sí mismo.
Por esto, la palabra de Dios, continuada por la fe de la Iglesia
y aclarada por la teología, estará llamada con frecuencia a
representar un papel crítico y liberador con respecto a la
filosofía y, más exactamente, con respecto a ciertas filosofías
situadas históricamente. Sin embargo, esta función crítica
tendrá un matiz muy diferente según se ejerza a la manera
protestante o a la manera católica. Veamos de qué se trata.
16
CL en este sentido las célebres declaraciones del Concilio de Trento de· Ener 1547,
en el Decreto sobre la justificación. Ver especialmente el capítulo 1 sobre la
impotencia de la ~atu.rale.za y de la ley para salvar a los hombres. Cf. G. DUMEIGE,
La Foi catholique, París, Edmons de I'Oranre, 1975, p. 346.
46
del papel crítico ejercido por la fe con respecto a la filosofía:
la autoridad absoluta de la Palabra de Dios tendrá que
arrancarla de su innata marcha errante y despertarla de su
sueño dogmático.
El ejemplo contemporáneo más representativo de esta
postura es el del célebre teólogo suizo Karl Barth (1886-
1968), en su gran obra, de varios volúmenes, titulada
Dogmática eclesiástica17, Su posición es particularmente
interesante por el hecho de que, dentro del antihumanismo de
la Reforma, es relativamente matizada. Contra ciertos
excesos protestantes, él afirma, al menos a partir de una
determinada época, que existe una esencia creada del
hombre, una estructura funda- mental de la humanidad y que,
por muy profunda que sea la corrupción introducida por el
pecado, la perversión de! hombre no puede hacer mala la obra
fundamentalmente buena del Creador. Hasta aquí su posición
es conciliable con la fe católica. Sólo que Barth precisa que
no conocemos ni poseemos esta naturaleza buena sino en
Jesucristo, mientras que lo que nosotros poseemos y
conocemos en nosotros mismos es únicamente nuestra
naturaleza corrompida y rota. Esto le lleva a una posición
muy dura frente a la antropología, es decir, frente a la
doctrina filosófica sobre el hombre. Barth excluye toda
teología natural o, en otros términos, todo conocimiento
filosófico de Dios y asimismo rechaza toda antropología
filosófica autónoma. No solamente el hombre no puede, por
sus propios recursos, hablar sobre Dios (ya que sólo Dios
puede hablar de Dios, y el hombre puede únicamente
escuchar la Palabra de Dios) sino que el hombre no está
tampoco en condiciones de elaborar por sí mismo un discurso
17
En lo que toca a Barth, consúltese la obra fundamental de H. BOUILLARD,Karl
Bartb, 3 volúmenes, París, Aubier, 1957.
47
pertinente sobre el hombre!18. Sólo en Jesucristo conocemos
verdaderamente lo que es el hombre, su destino divino, su
relación con el prójimo, su temporalidad. Por lo tanto, es la
filosofía la que, según Barth, está encerrada en su ghetto
humanista y la que debe ser sometida a prueba, en vertical,
por la pura transcendencia de la palabra de Dios.
Ciertamente, nuestros discursos filosóficos dicen algo sobre
el hombre, pero no alcanzan al hombre real: no entregan más
que fenómenos de lo humano en los que se pueden reconocer,
como máximo, algunos indicios o síntomas de! hombre real.
Pues el hombre tal cual es verdaderamente sólo lo conocemos
en su relación histórica con Jesucristo. En realidad, para
Barth, la antropología debe estar estrictamente cimentada
sobre la cristología. En la elaboración de esta antropología
cristológica, la filosofía podrá y deberá aportar su
contribución, pero las indicaciones que dé para el
conocimiento del hombre permanecerán enteramente
sometidas al juicio de la Palabra de Dios y no tendrán sentido
sino en su referencia al hombre real conocido en Jesucristo19.
Desde el punto de vista católico, hay aquí un exceso,
ciertamente. Barth hace bien en subrayar vigorosamente la
transcendencia de Dios y de su revelación. Si quitamos esto,
el cristianismo pierde seriedad. Pero queda aún que la
revelación supone un sujeto capaz de recibirla y por lo
mismo, lo hemos visto, un hombre capaz de conocerse
realmente, aunque imperfectamente, a sí mismo en su
verdadera realidad.
18
Barth hace pensar aquí en las palabras profundas, pero excesivas de Pascal: «No
solamente no conocemos a Dios más que a través de Jesucristo, sino que sin Jesucristo
no nos conocemos a nosotros mismos. Sólo en Jesucristo conocemos la vida, la
muerte. Fuera de Jesucristo no sabemos lo que es nuestra vida ni nuestra muerte, ni
lo que es Dios, ni lo que somos nosotros mismos» (Pensées, Édition Lafuma, n" 417;
Édition Brunschvicg n° S48). .
19
Para la doctrina antropológica de Barth, d. Die Kirchliche Dogmatik, IIl, 2: Die
Lebre VOn der Schopfung (das Gescbopf), Zürich, Evangelischer Verlag, 1948.
48
Pues bien, es justamente lo que Barth rechaza: según él, el
hombre sólo conocería de él mismo por sí mismo una “no-
naturaleza” o una “desnaturaleza”. (Unnatur). Además la
posición barthiana implica una dificultad importante: ¿Cómo
es posible situarse de buenas a primeras y constantemente en
el punto de vista de Dios sobre el hombre escamoteando el
punto de vista del hombre sobre sí mismo y sobre Dios?
Es cierto que la cumbre de la inteligencia humana es abrirse,
a la Palabra transcendente de Dios, pero el caminar racional
a través del cual el hombre se abre libremente a esta palabra
y puede dar cuenta. filosóficamente de la legitimidad de esta
adhesión, no puede ser omitido, ni siquiera minimizado,
como lo exige Barth.
De todo esto se desprende una actitud característica frente a
la filosofía a saber: negarse absolutamente a apoyar la
teología sobre una filosofía e incluso a justificada ante ella.
La cuestión de saber qué juicio debe emitir la filosofía sobre
la teología no tiene ningún sentido para Barth. Sólo tiene
sentido la pregunta invertida: ¿qué juicio debe emitir la
teología sobre la filosofía y sobre sus pretensiones de
autonomía? Evidentemente, no está prohibido que el teólogo
«se sirva» de la filosofía -es casi inevitable- pero con la
condición expresa de que los esquemas de pensamiento
sacados de ella permanezcan enteramente sometidos a la
autoridad crítica de la pura y desnuda palabra de Dios en la
Escritura20.
Nuestra conclusión en cuanto a Barth será muy matizada.
Quizás su actitud excesivamente crítica proviene de que
piensa demasiado en talo cual filosofía determinada,
incompatible con la fe, sin tener suficientemente en cuenta la
20
Para la actitud de Barth con respecto a la filosofía, cf. sobre todo el volumen
1, 2 de Die Kircbliche Dogmatik, titulado Die Lehre vom Wort Gottes, Zürích, 1938,
pp. 86S-867.
49
exigencia filosófica en general, en cuanto que ésta forma
parte necesariamente de las condiciones de posibilidad de la
acogida de la Revelación como don gratuito dirigido a un
hombre libre. Pero si se prescinde de las polémicas inútiles y
de las evidentes incomprensiones de Barth, entonces su
posición firmemente teocéntrica y cristocéntrica y
fuertemente crítica para con la filosofía puede ser
reintegrada, en lo esencial, en la teología católica. Teniendo
muy en cuenta dos condiciones: que los excesos barthianos
sean corregidos y que la teología católica se inspire en el
cristocentrisrno del gran teólogo protestante. Esta
convergencia, factible desde el punto de vista barthiano y
católico, ha sido magníficamente subrayada y realizada por
Hans-Urs von Balthasar, otro teólogo suizo en su gran obra
sobre Karl Barth21. Su posición en la materia nos servirá de
ilustración para la mannera católica de comprender el papel
crítico y liberador de la fe con respecto a la filosofía.
2. A la manera católica
22
Cf. lo que hemos dicho más arriba sobre la unicidad del destino humano.
23
H.U. VON BALTHASAR, Karl Barth, pp. 389-393.
24
Sobre estos dos puntos, d. especialmente Herrlicbkeit llIlI. 1m Raum der
Metaphysik. Einsiedeln, Johannes Verlag, 1965, pp. 974-983.
51
degradarse en simple admiración ante el orden de los seres.
Entonces la filosofía se convierte en un sistema cerrado que
encierra lo real en un juego de conceptos en lugar de
permanecer abierta al misterio del ser. Es aquí donde, según
Balthasar, la fe cristiana debe cumplir una misión crítica y
liberadora para con la filosofía. En virtud de su fe el cristiano
vive pendiente de la maravilla imprevisible, inagotable y
siempre «incalculable» de la gloria de Dios y de su amor
loco. Por eso, el cristiano es, en principio, más apto que
ningún otro para asombrarse ante el misterio de la existencia
y por lo mismo para suscitar y reactivar indefinidamente la
capacidad de maravillarse que es el centro de la interrogación
filosófica.
Desde este punto de vista, el cristiano es en este mundo el
guardián del asombro metafísico, el pastor de la filosofía.
Enfrentado a una filosofía excesivamente sistemática, él
preguntará: «Filósofo, ¿no has cerrado demasiado pronto tu
sisterna?». Frente a una filosofía que se encierra en la no-
sistematización absoluta o en la pura interrogación, el
preguntará: «Filósofo, ¿no has hecho del destello del
pensamiento el blando almohadón del intelecto, no has
encarcelado la interrogación humana al no perrnitirle ir más
allá de sí misma?» Otro ejemplo: el problema del mal.
También el mal es un misterio ante el cual el hombre
permanecerá siempre boquiabierto, entregado a una perpetua
pregunta: ¿por qué? La filosofía no puede conocer peor
tentación que la de querer resolver el problema del ma125. Sin
embargo, regularmente y de diferentes maneras, cae en ella.
Ya declarando que el mal es un absurdo puro y simple y por
lo tanto irrecuperable: es la solución llamada
«existencialista»: ya haciendo depender el mal de un fallo de
25
Cf., a este propósito, el librito estimulante de ÉTIENNE BORNE, Le problème du
mal, París, P.U.F., 1960.
52
la libertad humana: es la solución «ética» o «moral»; ya
haciendo del mal un momento inevitable de una ley necesaria
ordenada armoniosamente a un bien mayor: es la solución
«racionalista» o «estética». La fe cristiana impide que la
filosofía pierda su potencia interrogativa y que se pose en una
de las tres «soluciones». El misterio del mal, el cristiano lo
descifra indefinidamente, a partir de la cruz. Ahora bien, la
Cruz propone un sentido que excluye el absurdo absoluto,
pero se trata de un sentido del cual no «disponemos» porque
está habitado por una libertad que excluye cualquier ley
estéticamente calculable y por una amplitud cósmica que
transciende el juego de la única libertad moral del hombre.
En la Cruz de Jesús brilla la gloria cada vez mayor del amor
eterno. La Resurrección que es su fruto es ciertamente una
promesa de integración. Pero ¿quién dispone de la potencia
pascua! del Resucitado? Frente a la Cruz, nos descubrimos
pecadores, pero el drama que ahí tiene lugar sobrepasa
nuestra simple responsabilidad ética y deja entrever un
misterio de iniquidad en el que también trabaja el príncipe de
este mundo. Y ante la Cruz gloriosa, podemos exclamar:
«Feliz culpa que mereció tal Redentor», sin embargo, la
armonía así entrevista, lejos de entenderse como una ley
necesaria del ser, aparece como el final imprevisible del
encuentro entre dos abismos: la locura del pecado del hombre
y la locura, mayor aún, del Amor misericordioso. Ante el
enigma del mal, la fe cristiana no abdica, pero rechaza las
falsas «soluciones» filosóficas del problema: ella vive de una
experiencia de la que no dispone conceptualmente, pero cuya
prueba le es ya ofrecida en el misterio pascual de Jesús.
Así pues, la fe y la teología tienen verdaderamente una
misión crítica y profética frente a la filosofía. Aquí, Balthasar
se une a Barth en la convicción de que el cristiano no debe
ponerse ante la filosofía en una actitud de pseudo-humildad.
La Palabra de Dios tambalea a menudo las construcciones
53
demasiado sistemáticas de los filósofos, esta Palabra debe
resonar y la teología que la expresa no debe avergonzarse de
ello. Sin embargo, hay que tomar en serio y respetar en su
propia dignidad al compañero que se critica, tanto más cuanto
que, desde el punto de vista católico -lo hemos visto-, el acto
filosófico está reclamado por el acto de fe y es, por lo mismo,
intrínseco al acto teológico, aunque conservando su
consistencia propia. Sobre este punto Balthasar sería sin duda
más exigente que Barth, En todo caso, es muy duro con los
teólogos que juegan frívolamente con los sistemas
filosóficos. El cristiano no está autorizado en nombre de la
Palabra transcendente de Dios a hacer pasar rápidamente las
filosofías por el tribunal de la teología. Como hombre, el
cristiano continúa siendo determinado por el acto filosófico,
no puede dispensarse de la metafísica. Antes de juzgar las
filosofías, debe, para respetarlas en su consistencia propia,
repensarlas desde dentro y esforzarse por pensar él mismo de
una manera auténticamente filosófica. Sólo con esta
condición podrá y deberá conducir las filosofías a interrogar
más profundamente aún. Entonces estará capacitado para
someterlas a lo que Balthasar llama una «prueba decisiva» o
un «criterio refrigerante»: el absoluto, de cualquier orden sea,
que los filósofos presentan al hombre, ¿es de tal naturaleza
que éste pueda vivir o, lo que es lo mismo, morir por él?26 Es
el criterio del martirio. La fe cristiana auténtica sostiene este
criterio: el cristiano que confiesa la fe de la Iglesia (no una
ideología inspirada en el cristianismo) puede vivir y morir
por el Dios de Jesucristo. Pero ¿quién se inflamará de amor
por el primer Motor de las esferas celestes (Aristóteles)?
¿quién morirá por la Substancia única de infinitos atributos
(Spinoza)? ¿quién entregará su vida al Espíritu absoluto
(Hegel)? ¿quién danzará o llorará de alegría ante el Ser
26
Cf. HANS-URS VON BALTHASAR, Cordula ou l'épreuve décisive, París,
Beauchesne, 1968, p
54
heideggeriano? Aquí aparece la verdadera misión crítica y
liberadora de la teología para con las filosofías. Esta no
consiste en que la teología tendría «respuestas» a las
«preguntas» no resueltas por los filósofos. Su función
consiste más bien en realizar uno mismo el acto del
pensamiento, en asumirlo, desde dentro y en volver a lanzar
eventualmente la interrogación filosófica preguntándose si a
la luz de la revelación cristiana del Dios siempre mas grande
no se manifiesta que el filósofo ha puesto fin prematuramente
a un sistema o ha vuelto a cerrar apresuradamente el
horizonte de su interrogación. Esta es la manera típicamente
católica de la que, en lo concreto de la historia, podría
ejercerse la función critica de la fe con respecto a la filosofía.
Con el examen de esta cuestión, hemos terminado el
recorrido de los temas esenciales que jalonan la problemática
general del nexo entre fe cristiana y reflexión filosófica.
Ahora entraremos en el meollo del tema y examinaremos de
manera crítica, es decir, intentan formarnos un juicio, el
impacto ejercido por e! pensamiento filosófico sobre nuestra
manera de vivir y de comprender la fe cristiana.
Empezaremos por indicar los grandes temas de la, reflexión
y su manera de articularse. Será el último punto de este
capitulo introductorio y al mismo tiempo e! comienzo de las
partes siguientes.
55