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en la Argentina, 1880-1930*
* Boron, A. (1976) La formación y crisis del Estado oligárquico-liberal en la Argentina, 1880-1930. Tesis
doctoral, presentada a y aprobada por la Universidad de Harvard (Estados Unidos). Traducción del capí -
tulo final y del epílogo realizada por Atilio Boron (mayo, 2020).
1. Ver también Galleti (1961, pp. 27-50); Floria y García Belsunce (1971, pp. 310-365); Cantón, Moreno y
Ciria (1972, pp. 13-115).
Atilio Boron
errónea asunción que conecta los gobiernos radicales con una abrupta
crisis de la dominación oligárquica y con la irrupción, en el Estado, de
la hegemonía burguesa. Por el contrario, los gobiernos radicales fueron
solo un capítulo más en la larga historia de desintegración del Estado
oligárquico. Nada más erróneo que la débil conclusión adelantada por
el historiador estadounidense John J. Johnson (1958) cuando señaló que
las “elecciones de 1916 colocaron a Argentina bajo el mando de los grupos
medios” (p. 99). Más bien podríamos argumentar que no fue sino hasta
la recuperación del control del aparato estatal por el ala populista de los
radicales (paralela a la retirada de los elementos “aristocráticos” y oligár-
quicos en la reelección de Yrigoyen de 1928), cuando la crisis de la domi -
nación oligárquica pareció sobrepasar el punto de no retorno. A partir
de este, solo podría ser resuelta –en forma temporal, por supuesto– a
través del recurso reaccionario del golpe militar como se comprobaría el
6 de septiembre de 1930.
De hecho, los “grupos medios” nunca pudieron convertirse en frac -
ción hegemónica del Estado oligárquico; fueron, eso sí, los administra-
dores y la “clase política” que expulsó al personal y las fuerzas políticas
directamente ligadas a la poderosa burguesía agraria. Por eso aunque
lograron tomar los mandos del aparato de Estado convirtiéndose en
nueva “clase gobernante” no fueron capaces de –ni parece que se lo -hu
bieran propuesto– sustituir la hegemonía de la burguesía agraria. Hubo
razones estructurales que explican esta imposibilidad y algunas de ellas
serán examinadas a lo largo del capítulo. Pero el nudo central de nues -
tro argumento radica en que, a fin de reemplazar la hegemonía de los
capitalistas agrarios, era necesario contar con una burguesía industrial
relativamente bien desarrollada, capaz de organizar y dar vida a un nue -
vo bloque histórico apoyado en una amplia alianza de clases. Sin em -
bargo, y en función de las peculiaridades del desarrollo capitalista en
economías periféricas como la Argentina, la burguesía como clase es
un fenómeno de formación tardía e inacabada. En la época en que la
pequeña burguesía y el proletariado amenazaban la dominación oligár -
quica, la propia burguesía se mostró demasiado débil para convertirse
en la vanguardia de la rebelión contra el viejo patriciado y el modelo de
acumulación capitalista sobre el cual este fundaba su supremacía econó
-
mica, política y cultural.
2. Un análisis de las intervenciones federales entre 1916 y 1930 en Cantón, Moreno y Ciria (1972, p. 90).
Las políticas concretas desarrolladas por la administración radical
nada hicieron para cambiar la estructura de la sociedad dependiente.
La continuidad de las políticas públicas –referente a áreas tan sensiti-
vas como dinero, impuestos, tarifas y tenencia de la tierra– fue total y
no hubo ningún intento por reformar o cambiar seriamente alguno de
los pilares del capitalismo oligárquico. Por el contrario, debe señalarse
que los radicales tuvieron especial cuidado en propiciar la consolidación
y expansión de la ganadería y las industrias agrícolas. Gino Germani
(1969) ha enfatizado correctamente este punto al señalar: “el gobierno
de clase media no introdujo ningún cambio importante en la orienta -
ción económica y política del país. Hizo posible el advenimiento de nue -
vos hombres al poder, pero las líneas básicas del régimen precedente
permanecieron incólumes” (p. 52). El liberalismo conservador fue reem-
plazado, de esta manera, por el liberalismo populista dejando intacto el
fundamento básico de la formación social argentina.
Un claro ejemplo de ello puede observarse en el análisis que realizó
Peter Smith (1975) sobre las leyes que se propusieron para favorecer los
intereses de los ganaderos. Durante los catorce años de gobierno radical
(1916-1930) se aprobaron noventa de estas leyes: el 29% fue propuesta,
lógicamente, por senadores o diputados conservadores; el 6% por -so
cialistas; 5% por demócrata progresistas; y un sorprendente 60% por
legisladores radicales. Pero lo interesante es que fue durante las dos
presidencias de Yrigoyen cuando los senadores y diputados radicales
introdujeron la mayor proporción de proyectos de ley: 70% en 1916-1922
y 75% en 1928-1930. Durante la administración de Alvear los legisladores
radicales introdujeron solo el 52% de los proyectos (p. 307).
3
3. Para una discusión más general sobre las relaciones entre los terratenientes y los radicales ver Allub
(1973, pp. 132-143).
Atilio Boron
4. Ver Díaz (1970, p. 52), Tornquist (1919, p. 141), Di Tella y Zymelman (1967, p. 266), Tulchin (1970).
“en la medida en que la economía continuara expandiéndose el radica-
lismono planteaba ninguna amenaza a las clases dominantes” (Corradi,
1974, p. 341).
5
Hacia 1922 los grupos de clase media habían logrado ocupar una
posición política completamente diferente en comparación con el
período de oro de la dominación la oligárquica. Estaban completa
y directamente involucrados en las actividades del Estado y habían
llegado a ser uno de sus principales beneficiarios. Más allá de al-
gunos episodios dramáticos –la ya mencionada Semana Trágica, la
Reforma Universitaria que estallara en Córdoba (1918) y las matan-
zas en la Patagonia (1922)– los cambios se produjeron gradualmen -
te y sin ninguna amenaza seria a la estabilidad del nuevo sistema
político (p. 117, traducción nuestra).
Entre 1916 y 1930 los gobiernos radicales hicieron poco por cambiar
la tradicional política arancelaria de la Argentina, que los intereses
6. Para un mejor análisis sobre la relación entre la integración de los sectores medios al Estado y la expan
-
sión del aparato estatal ver Ratinoff (1967).
ganaderos habían históricamente conformado para adaptar a sus
necesidades ... en general, la política arancelaria del partido radi-
cal no contempló los intereses de los consumidores sino los de la
Sociedad Rural ... Al menos en lo concerniente a la política aran-
celaria las administraciones de Yrigoyen representaron primero y
principalmente a los intereses ganaderos (p. 284).7
7. Ver también Díaz (1970, pp. 277-308), Dorfman (1970, pp. 151-173), Gallo (1970, pp. 13-16).
8. Allub (1973, pp. 142-143), Jorge, (1971, pp. 88-105), Sommi (1949, pp. 42-93), Phelps, (1938, pp. 239-263).
9. En dieciséis años el gobierno radical fue incapaz de ganarse un lugar dentro del movimiento obrero.
Un muy buen análisis de las relaciones contradictorias entre el movimiento obrero y el gobierno radical
puede encontrarse en Rock (1975, pp. 117-200).
Atilio Boron
10. Algunos líderes radicales eran miembros activos de dos asociaciones privadas represivas y anti obre
-
ras y representaban la otra cara del populismo radical. Ver Bagú (1961, p. 76).
de políticas que habían comenzado en el siglo XIX (pp. 137-138, tra
-
ducción nuestra).
11.Romero (1963, pp. 224-225), Rennie (1945, p. 221), Rock (1975, pp. 218-240).
12. La Vanguardia, 25 de noviembre de 1923 (Citado en Rock, 1975, p. 228; traducción nuestra).
Atilio Boron
Tabla IX. 1.
Diferencia
Atilio Boron
Las elecciones de 1930 constituyeron una seria derrota para los radicales:
perdieron en la ciudad de Buenos Aires, donde ganaron la mayoría los so -
cialistas independientes (una fracción que habría aparecido con los gru -
pos conservadores en la década de 1930); perdieron también en Córdoba
ante los conservadores y en Entre Ríos frente a los antipersonalistas,
mientras que en la provincia de Buenos Aires los radicales tuvieron que
realizar grandes esfuerzos para impedir la derrota ante los conservado-
res. El traspié electoral de 1930 fue una clara advertencia: las políticas po
-
pulistas implementadas por Yrigoyen –que constituían la médula de su
supremacía política– ya no podían ponerse en práctica por mucho tiem -
po más. La crisis económica en la que se encontraba sumida la economía
capitalista internacional cobraba también tributo en Argentina mientras
que el tejido social del Partido Radical se deshilachaba velozmente. No
podemos más que coincidir con las conclusiones señaladas por David
Rock cuando dice que:
Pero el gobierno no solo fue derrotado en las urnas; también vio evapo -
rarse su popularidad y su ascendiente institucional. Su influencia en otras
áreas del aparato de Estado comenzó a resentirse también; una crítica se -
ñal de ello fue la relación entre el ejército e Yrigoyen. Recién en 1901 aquel
había comenzado a ser una institución profesional cuando con anteriori-
dad a esa fecha era una pequeña fuerza armada compuesta de voluntarios
sin mucho prestigio ni poder.15 Cuando el coronel Pablo Ricchieri retornó
15.Para los militares argentinos ver Cantón (1969), Potash (1969), Goldwert (1972).
a la Argentina luego de catorce años de servicios como agregado militar
en Prusia logró profesionalizar al ejército, también, y el promulgamiento
-
de una ley que establecía el servicio militar obligatorio para todos los ciu
dadanos argentinos. En la medida en que el país enfrentaba la posibilidad
real de una guerra con Chile (por viejos irresueltos litigios de demarcación
de fronteras), sus propuestas fueron rápidamente aceptadas por el enton -
ces presidente Julio A. Roca. En 1901 se promulgó la ley que comisionó a
Ricchieri para montar una moderna Academia de Guerra, con avanzados
programas de estudios obligatorios para los oficiales superiores, siguiendo
el modelo prusiano (Potash, 1969, p. 3). Cuando inició sus cursos el director
y cuatro de sus diez profesores eran oficiales alemanes. La influencia ger-
mana creció considerablemente entre las filas del nuevo ejército. Tanto los
consejeros militares como el entrenamiento en el extranjero y las armas y
municiones eran suministrados por los alemanes (pp. 3-4).
El primer gobierno radical casi no tomó en cuenta las demandas y
la situación del ejército; Yrigoyen nombró un ministro de Guerra civil,
rompiendo con la práctica de designar un oficial de alto rango para ese
puesto. A fin de promover amigos o ex revolucionarios, pasó por enci -
ma de oficiales elegibles por escalafón; ascendió a oficiales retirados y
promulgó pensiones y beneficios de retiro sin tener en cuenta las re -
gulaciones legales existentes. En otras palabras, extendió al ejército el
clientelismo político que practicaba en la burocracia estatal. El enojo y
las críticas de muchos oficiales y líderes conservadores crecieron desor-
bitadamente cuando Yrigoyen propuso un proyecto por el cual la parti -
cipación en los levantamientos radicales de 1890, 1893 y 1905 debían ser
considerados como actos de “servicio a la nación”. Al definir que existían
“obligaciones primordiales al país y a la constitución muy por encima de
todas las reglamentaciones militares”, Yrigoyen y los radicales, tal como
remarcara el historiador estadounidense Robert Potash:
16. (Potash, 1969, p. 11). Sobre la logia, ver Orona (1958, pp. 73-94). Para contar con una fuente de primera
mano sobre esta evolución.
17.Godio (972, pp. 179-186); Rock (1975, pp. 180-183).
Tal temor a la “chusma” urbana era naturalmente alimentado por
las noticias que en esa época daban los diarios sobre las insurrecciones
comunistas en Berlín y Munich, la sangrienta guerra civil en Rusia y
la caída y desintegración de reinos e imperios seculares en Europa (el
zarismo; el imperio austro-húngaro; el imperio alemán y, antes, el de-
rrumbe del imperio otomano), noticias que propalaban con tonos catas -
tróficos los desmanes de frenéticas multitudes que, a fines de la guerra
europea, se tomaban revancha sobre sus tradicionales gobernantes. Fue
en esa atmósfera de miedo y descontento que tuvieron lugar los suce -
sos de la Semana Trágica. La desconfianza en el gobierno radical facilitó
la politización de los oficiales que habían aportado su experiencia para
ayudar a la organización de despiadados grupos paramilitares, finan-
ciados por las clases capitalistas y constituidas a partir de una peculiar
combinación de oligarquía y pequeño burguesía. Tales grupos se convir -
tieron en una especie de organización proto-fascista que dirigió sus ata -
ques contra comunistas, obreros y judíos (Rennie, 1945, pp. 214-215, 217).
No resulta extraño entonces que los fundadores de la Logia tuvieran que
ver tanto con la represión de los levantamientos populares como con la
supresión de supuestas actividades de al menos dos supuestos “soviets”
de soldados y suboficiales (Potash, 1969, p. 12).
La Logia ganó poder y, cuando Alvear fue elegido presidente, logró
impedir el nombramiento del general Luis Dellepiane como ministro de
Guerra. Dellepiane era considerado yrigoyenista y la Logia no lo quería;
Alvear los escuchó y nombró en su lugar a otro oficial, el general Agustín
P. Justo, un antiyrigoyenista bien reconocido como tal. Menos de diez
años después Justo se convertiría en presidente “electo” bajo un sistemá -
tico fraude organizado por la dictadura que derrocó a Yrigoyen. En el in-
terín, Justo se dedicó a reequipar el ejército; Alvear, por su parte, estuvo
siempre predispuesto a reconocer el nuevo “factor de poder” emergente.
Al respecto, las cifras del presupuesto constituyen un claro indicador de
la creciente importancia adquirida por los militares. La siguiente tabla
sintetiza la información básica para el período 1919-1930.
Atilio Boron
Tabla IX. 2.
20. Para un análisis de la ideología fascista ver Nolte (1966), Hayes (1973).
Atilio Boron
21. Sobre los nacionalistas ver Hernández Arregui (1965), Navarro Gerassi (1960).
de determinantes y condicionantes que culminaron en el colapso del
Estado oligárquico y el golpe militar.
Para empezar, resulta esencial identificar, lo más claramente posible,
la naturaleza de la crisis política que estalló en 1930. En este sentido, hay
que decir que el golpe de Estado de 1930 fue la expresión de una crisis
terminal en el funcionamiento y evolución del Estado oligárquico y, des -
graciadamente, el inicio de un largo ciclo de inestabilidad, crisis políticas
y sucesivos golpes de Estado en la Argentina. No se trató de otro golpe de
Estado latinoamericano más; representó, por el contrario, algo mucho
más profundo: la imposibilidad de las clases dominantes para continuar
su dominio a través de la democracia burguesa y el abierto repudio a las
elecciones como el mecanismo de acceso al gobierno. A fin de mantener
su supremacía sobre el resto de la sociedad, las clases dominantes debie -
ron destruir las instituciones políticas y la democracia burguesa. La dic-
tadura militar entre 1930 y 1932 y la democracia fraudulenta entre 1932 y
1943 no fueron sino dos regímenes políticos establecidos con el mismo
propósito: la restauración de la hegemonía de la burguesía agraria. Los
intelectuales orgánicos de la vieja oligarquía soñaban con una especie
de restauración “metternichiana” delancien regime , una vez sofocada la
rebelión plebeya. Por supuesto, se trató solo de sueños y fantasías pues
el régimen oligárquico estaba herido de muerte y recibiría la estocada
mortal con la llegada de Perón.
En este sentido, el golpe de 1930 es una línea divisoria en el proceso de
democratización del Estado oligárquico. Es el año en que se marcaron
los límites; después de este nada sería igual. En los 46 años transcurridos
hasta 1976 solo dos presidentes lograron completar sus períodos consti -
tucionales: ambos fueron generales, Agustín P. Justo (1932-1938) y Juan
D. Perón (1946-1952), y ambos fueron elegidos bajo régimen militar que
sucedía, a su vez, a otro régimen militar. De hecho, y a decir verdad, solo
Perón fue elegido en elecciones libres y populares a pesar del gobier -
no de facto establecido el 4 de junio de 1943. Hay que reconocer que la
elección organizada por el régimen fue impecable, con pleno ejercicio
de las libertades establecidas por la constitución y las leyes. En cambio,
Justo fue elegido en “comicios” cuya legalidad y rectitud nadie creyó. El
“fraude patriótico” fue la fórmula política inventada por la oligarquía
Atilio Boron
22. Ver Ciria (1964, pp. 16-17), Rock (1975, p. 256), Halperín Donghi (1964, pp. 19-28), Germani (1969, p. 61).
Sobre la “década infame”, nombre con el que se conoce al período comprendido entre 1930 y 1943, ver
Ciria (1964), Puiggrós (1967), Romero (1963, pp. 227-241).
al golpe el máximo apoyo posible por parte de las “fuerzas vivas”. Weil
señalaba al respecto que, si bien fue la burguesía agraria la que creó el
golpe:
rodeado por entusiasta apoyo del pueblo. Sin embargo, tales alegatos no
resisten ninguna prueba empírica seria. Sánchez Sorondo habla de una
jubilosa y masiva bienvenida a los “revolucionarios”, con hombres, mu -
jeres, ancianos y niños tirando flores a los sonrientes cadetes del Colegio
Militar. Julio A. Quesada, otro nacionalista de finales de la década de
1920, no ahorra palabras para elogiar la entrada de Uriburu en Buenos
Aires. Para Quesada, las escenas de fervor popular merecían ser pinta-
das con mayor entusiasmo y fuerza que las clásicas ilustraciones de la
Revolución Francesa (Sánchez Sorondo, 1958, p. 101; Quesada citado en
Ciria, 1964, p. 21).
Respecto a esa intervención de muchedumbres en el golpe de 1930,
Félix Weil (1944) señaló que los líderes de la asonada lograron crear la
impresión de un apoyo popular a los rebeldes. Pero –añadió– el golpe
“no fue más ‘popular’ que el silencio desesperante, el letargo y la deses-
peranza pudieran ser vistos como consenso” (p. 39). La multitud había
saqueado la Confitería del Molino, frente al Congreso, un lugar predi-
lecto de los legisladores radicales y también las casas de los ministros
radicales, además de invadir “el miserablemente pobre departamento
de Yrigoyen tirando por la ventana y quemándolos en la calle todos los
muebles, libros y papeles del presidente, junto al resto de sus pertenen -
cias” (Rennie, 1945, p. 224; White, 1942, p. 148). Sin embargo, toda esta
“venganza popular” contra Yrigoyen y los radicales tuvo lugar después
que la revuelta había tenido éxito. Lo que sucedió fue que:
Los líderes de la revuelta hicieron correr la voz entre los miles deso
-
cupados por la represión y entre los numerosos empleados de go -
bierno con sueldos impagos que habría distribución de empleos
entre los primeros que salieran a la calle a dar la ‘bienvenida al ejér
-
cito’. De esta forma lograron acarrear una multitud de buscadores
de empleos para que saludasen a las tropas en la periferia de la ciu -
dad (pp. 40-41).
en expansión. Los fascistas serían usados más bien como puntas de lanza
contra el gobierno constitucional para que, posteriormente, otros pudie -
ran hacerse cargo de la situación a fin de retrotraerla “a la normalidad”
(Ciria, 1964, p. 19). La línea de la “democracia fraudulenta”, por su parte,
contaba con un amplio apoyo entre los oficiales superiores del ejército
y los civiles opositores a Yrigoyen. Este grupo tenía fuertes lazos con al-
gunos partidos políticos (conservadores, antipersonalistas y socialistas
independientes). Además, estaban estrechamente ligados a la burguesía
agraria y a los grandes negocios del comercio exterior. El líder visible era
el general Agustín P. Justo, ex primer ministro de Guerra de Alvear. La
estrategia del grupo no era introducir cambios profundos en la estruc -
tura institucional del Estado (como anhelaban hacer los corporativistas
de Uriburu). Preferían, en cambio, remover de los círculos gobernantes a
los plebeyos incorporados al Estado por los radicales y tomar ciertas pre -
visiones que aseguraran que el funcionamiento formal de la democracia
burguesa impidiera la participación “excesiva” de las clases subordina -
das y otras consecuencias por el estilo, como una eventual reelección de
Yrigoyen (p. 19).
Poco después de que el gobierno golpista se instaló, se vio claramente
que el grupo liderado por Justo y los conservadores (para distinguirlos
de los fascistas) ganaba espacio rápidamente y que los planes de reor -
ganización corporativa del Estado deberían ser pospuestos por algún
tiempo. La presión para un inmediato llamado a elecciones –expresada
por la coalición de partidos antiyrigoyenistas llamada Concordato– cre -
ció en fuerza y poder, y Uriburu finalmente debió ceder a sus demandas.
El golpe de gracia a las ilusiones corporativistas lo dio la elección para
gobernador en la provincia de Buenos Aires, considerada por Uriburu
y su ministro Sánchez Sorondo como un barómetro para “conocer el
estado de opinión” de la nación. El experimento, montado el 5 de abril
de 1931, terminó en un completo fracaso para las esperanzas fascistas.
Contra todas las previsiones, los radicales –autorizados a participar en
los comicios– arrasaron con una aplastante victoria electoral: “solo siete
meses después de que el gobierno radical había caído en desgracia, los
radicales obtuvieron 56 electores, los conservadores 49, y los socialistas 9”
(Rennie, 1945, p. 225). Poco después las elecciones de Buenos Aires fueron
anuladas. El ministro del Interior renunció, las elecciones programadas
para otras provincias fueron suspendidas y el gobierno aclaró que llama
-
ría a elecciones presidenciales en pocos meses. José Luis Romero (1963)
resumió estas alternativas en los siguientes términos:
Tabla IX.
Externa
C. Producto bruto interno
Fuente:
Notas:
1.Cifras dadas en millones de pesos de oro
Para una economía como Argentina, tan estrechamente ligada a los mer-
cados externos, la depresión fue un severo revés. Vernon Lowell Phelps
–el economista estadounidense que escribió uno de los más notorios
Atilio Boron
23. Sobre las ollas populares ver Rock (1975, pp. 252-253).
Atilio Boron
Epílogo
24. En este libro, terminado en diciembre de 1920, Bryce encuentra la lista de naciones que efectiva -
mente merecen el adjetivo de democráticas “Reino Unido y los dominios británicos con gobierno pro -
pio, Francia, Italia, Portugal, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Suecia, Noruega, Grecia, Estados Unidos,
Argentina, y posiblemente Chile y Uruguay”. Varias de estas naciones, sin embargo, están lejos de ser
ejemplos de democracias políticas estables. Italia, Portugal y Grecia han tenido un prolongado parénte -
sis fascista y los tres ejemplos de América Latina ya no son válidos. Se puede comparar la lista de Bryce
con la de Robert Dahl de sus poliarquías (1969) para cotejar que pocos adelantos se produjeron. Dahl
encuentra 29 poliarquías pero hoy tampoco Chile, India, Líbano, Filipinas y Uruguay pueden mantenerse
Todo lo cual significa que la difusión del capitalismo a la periferia
no reprodujo las instituciones políticas del Estado democrático bur-
gués. Antes bien, la regla parece ser, al menos en América Latina, que
el desarrollo del capitalismo ha requerido de la protección autoritaria o
de gobiernos de tipo fascistas; si el desarrollo de las naciones capitalis-
tas del centro crearon las condiciones de la revolución democrática, la
evidencia parece indicar que en las naciones periféricas recortaron las
pocas oportunidades que el establecimiento de la democracia podrá ha -
ber tenido en estas naciones. Esto no es tan sorprendente si recordamos
que, aun en Europa, países como Alemania e Italia, han pasado por la
pesadilla de la dictadura fascista antes de establecer de alguna manera
un Estado democrático burgués más o menos sólido y eso recién des -
pués de los horrores de dos guerras mundiales. Hasta cierto punto, la
democracia burguesa llegó a estos países “desde afuera” como resultado
de la derrota en la Segunda Guerra Mundial; lo mismo es válido en el
caso de Japón.
Así, si en los países donde se produjo la industrialización capitalis-
ta originaria (y sus “fragmentos” fuera de Europa: Australia, Canadá,
Nueva Zelandia y Estados Unidos) la democracia burguesa llegó como
coronación de la revolución burguesa y del impulso plebeyo desde aba -
jo, en los “países de industrialización tardía” –Alemania, Italia, Japón–
la democracia burguesa se impuso por la fuerza luego de una tragedia
histórica. Finalmente, entre los países de la “tercera ola” de desarrollo
industrial capitalista estableció límites muy estrechos al proceso de de -
mocratización; más, la nueva tendencia parece favorecer la constitución
de regímenes dictatoriales que son la esencia misma de los valores an -
ti-liberales. Si el capitalismo competitivo favoreció el advenimiento de la
“era de la revolución democrática”, parece que ahora, en “la era del impe -
rialismo”, lo que ha favorecido el desarrollo capitalista ha sido el retorno
en ese listado. El resto de la lista está compuesta por naciones ya incluidas en la lista de Bryce más los
Estados europeos nuevos independientes como “República Federal Alemana, Finlandia, Islandia, Irlanda
y Luxemburgo, más Israel y Japón, más los más dudosos casos de Costa Rica, Jamaica y Trinidad Tobago.
Estas últimas tres podrían entonces ser solamente casos exitosos de democratización burguesa en la pe -
riferia del mundo capitalista. Ver para más detalles y una interesante discusión Dahl (1969, pp. 246-249).
Atilio Boron
25. Ver, por ejemplo, los recientes trabajos de Fernando H. Cardoso(1973)y Guillermo O’Donnell (1975 y
1972 a y b).
el desarrollo capitalista dependiente, en lugar de crear fuentes alterna -
tivas de riqueza y poder, consolidó el monopolio económico y político de
los terratenientes aburguesados, una condición que difícilmente podría
considerarse favorable al fortalecimiento de una democracia burguesa.
Como hemos visto, las contradicciones en el desarrollo del capitalis -
mo argentino hicieron florecer otras circunstancias que eventualmente
condujeron a la extensión de la ciudadanía y la ampliación de las bases
sociales del Estado oligárquico. El éxito de la economía orientada a las
exportaciones creó una considerable pequeña burguesía que, para 1890,
había comenzado a presionar al régimen. Hacia 1910, las protestas con -
juntas entre los sectores más articulados del proletariado urbano y la
pequeña burguesía ampliada alcanzaron una dimensión de intensidad
tal que la oligarquía terrateniente fue forzada a rendirse ante las pre-
siones populares y garantizar una reforma política. La consecuencia de
esto fue que la clase política tradicional, a cargo del aparato del Estado,
fue reemplazada por otra reclutada mayormente en las filas de la peque -
ña burguesía y de los sectores marginales de las clases terratenientes del
interior, es decir, más allá de las fronteras de la Pampa Húmeda. Esta
sustitución, sin embargo, no significó cambio alguno en las políticas pa-
trocinadas por el gobierno y la burguesía agraria observó con benepláci -
to la continuidad de las políticas tradicionales dellaisse faire.
La heterogénea coalición, que bajo el Partido Radical había ocu -
pado el aparato del Estado en 1916, colapsó en 1930, y fue incapaz de
resistir el repentino deterioro de las condiciones económicas del país
luego de la Gran Depresión. La debilidad estructural de los estratos
medios, una “clase media” que falló en su intento por convertirse en
burguesía; la fragilidad de la burguesía industrial en sí misma y el rol
relativamente marginal del proletariado y las clases trabajadoras en
general en el marco del gobierno radical inclinó la correlación de fuer -
zas a favor de la oligarquía y cincuenta años de lento progreso hacia
una democracia burguesa terminaron abruptamente.
En cierto modo, 1930 marcó el derrumbe del estado oligárquico-li -
beral. Pero la burguesía agraria se mantuvo como fracción hegemónica
dentro del bloque de poder que incluía a una poderosa (si bien antinacio -
nal) “burguesía compradora” y los terratenientes atrasados del interior,
Atilio Boron
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