Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
44 Docentes Fantásticos
En la caja tenía todas las fotos de la escuela, primaria y secundaria, entre
las que en un momento encontró la de cuarto.
—Jaaaa, te lo dije, ves que en esta foto no está. Te dije que había entrado
después de cuarto.
El grito me sobresaltó un poco, pero viniendo de él todo era esperable así
que me repuse y le dije – Está bien, tenés razón, pero me queda la duda de que
ese día hubiera faltado o algo así.
— Claro, “o algo así”—me repitió socarronamente— Eso es una excusa de
perdedor. Está bien te dejo porque me están llamando. Nos vemos otro día.
Te llamo
Salí de su casa y me fui con la espina clavada en medio de la autoestima.
El muy desgraciado me había ganado, pero esto no iba a quedar así.
En cuanto llegué a mi casa me tiré sobre la caja donde guardaba las fotos
y estuve un largo tiempo buscando para sacarme la duda. De a una encontré
todas y cada una de las fotos de la primaria que, como imaginarán, no las tenía
tan ordenaditas como mi amigo Felipe.
Grande fue mi sorpresa cuando descubrí que en las fotos que yo tenía de
cuarto no aparecía registro de Adriana, ni en quinto, ni en sexto, ni en séptimo.
Agarré la pila de fotos y salí corriendo a la casa de Felipe sin darme cuenta
de que para ese momento se habían hecho las once de la noche y era difícil que
lo encontrara. Cuando estuve en la puerta me arrepentí y decidí dejar para el
día siguiente la charla para no sumar a Felipe a mi locura.
Al día siguiente me levanté un poco más tranquilo y llamé a Felipe para
contarle lo que había descubierto. Obviamente me trató de loco y se puso a
buscar las fotos que él tenía.
Después de una hora me llamó y me dijo:
—Tenemos que hacer algo, yo no la encontré.
Como siempre expeditivo, Felipe, sin pensarlo, organizó un viaje a la vieja
casa de los padres de Adriana para consultar sobre su paradero y, finalmente,
dilucidar la duda que nos había quedado planteada a partir de una tonta charla.
Ahora, a pesar de su seguridad inicial, Felipe empezó a dudar de sus pro-
pias fotos y le pareció un poco raro esto que había pasado, así que después de
tomarse unas horas para organizar su salida, que entre los dos era la más com-
plicada, estábamos de viaje antes del mediodía.
En menos de media hora estábamos frente al viejo local en el que el padre te-
nía su taller y que la madre alquilaba después de su muerte. Parecía que habíamos
Docentes Fantásticos 45
vuelto a la primaria, parados frente a ese inmenso local que todavía guardaba en
sus paredes algo de las letras que hacía casi 40 años nosotros usábamos como
referencia para encontrar la casa. Atrás, la casa que estaba separada de la vereda
por un alambrado rústico que cerraba una puerta atada por un alambre.
Después de buscar un timbre o algo con que anunciarnos, recordamos la
vieja forma que no era otra que golpear las manos.
Desde adentro y sin apuro, se acercó a nosotros un hombre alto, rubio,
algo encorvado y con un andar muy relajado. A medida que se acercaba lo
reconocimos como el hermano menor de Adriana que, junto con ella había
entrado a la escuela en el jardín y que por motivos que desconocíamos, nunca
había cursado su escuela primaria en el mismo colegio.
Por temor a equivocarnos preguntamos por la hermana como si no supié-
ramos quien era él.
—Buenas tardes, estamos buscando a Adriana González.
El hombre levantó la cabeza y por primera vez sostuvo su mirada en la
nuestra como no lo había hecho hasta ese entonces. Casi pidiéndole permiso a
las palabras nos dijo:
—Qué raro, mi hermana se llamaba así, pero no creo que la busquen a ella,
murió antes de cumplir los siete años.
Mi amigo Felipe y yo nos miramos y empalidecimos y enmudecimos al
unísono. Nuestras miradas hablaron por nosotros y cada uno entendió lo que
el otro estaba tratando de decir.
Agradecimos al hombre y un poco perturbados le dimos a entender que se-
guramente estábamos hablando de otra persona. Él no hizo más preguntas y antes
de que nosotros reaccionáramos desapareció por donde había venido. Nosotros,
después del sobresalto, caminamos en silencio hasta el auto y seguimos así hasta
cruzar el arco de entrada del palacio de gobierno. Antes de bajar, Felipe me miró y
dijo: —Mejor no hablar de ciertas cosas— haciendo referencia al tema de Sumo.
Yo esbocé una sonrisa, que se notó bastante nerviosa, y bajé del auto lle-
vándome conmigo mi opinión de la experiencia que nos había tocado vivir.
Durante un mes dejamos de hablarnos y creo que pasó más de un año para que
recordáramos nuestra escuela primaria.
Autor
Oscar Alfredo Moyano
46 Docentes Fantásticos