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¿Será un sueño?

Una de esas raras noches de melancolía que suelo tener cada tanto, me de-
cidí a salir a dar un pequeño paseo por las oscuras calles de mi ciudad. Al pasar
por el antiguo cementerio escuché voces y risas lejanas, me tenté a entrar. Me
escondí tras de unos tilos. A lo lejos logré divisar un grupo de niños jugando
entre las tumbas. No pude evitarlo y curiosa me acerqué para observarlos más
de cerca. Estaban vestidos con esmoquin y galeras, estaban reunidos alrede-
dor de una fogata, cantaban, gritaban y aullaban…
De pronto, todos se agacharon. Yo los miraba desde una distancia conside-
rable, ahora escondida entre unos arbustos. Comenzaron a pelearse entre ellos.
Al ver esas escenas, con cuidado, saqué mi celular y grabé todo lo que sucedía.
Uno de los niños se dio cuenta de mi presencia y corrió hacia mí, yo co-
mencé a retroceder atónita, una mordida en mi pantalón me paralizó por un
instante, instintivamente le di una patada y logré separarlo de mí. Los aullidos
del muchacho, llamaron la atención del resto, quienes acudieron a su auxilio.
Ninguno hablaba, sólo le lamían el rostro. Luego todas las miradas se tornaron
hacía mí. Yo traté de dialogar con ellos pero ninguno hablaba, solo se compor-
taban como animales. De pronto una mujer que llevaba una negra piel en el
cuello, dio un agudísimo aullido. Tras el cual todos comenzaron a perseguirme
en cuatro patas. Yo corrí con todas mis fuerzas hacía la salida del cementerio
que aún estaba lejos. Al voltear para ver si me seguían, me di cuenta de que
una auténtica manada de lobos me perseguía. No podía creer lo que veía, se
habían acabado de transformar en animales, yo no alcanzaba a entender cómo,
escapaba a mi lógica. Tal vez la magia sí existía.
Con las pocas fuerzas que me quedaban me trepé a un árbol. En la copa no
me podían atrapar. Allí me quedé toda la noche, viendo a los lobos saltar una
y otra vez para morderme y tirarme.
Al alba comencé a quedarme dormida, cuando terminó de salir el sol y ya
no escuché movimientos, ni aullidos, me decidí a bajar…
A los pies del árbol estaban varios niños vestidos completamente de negro con
sus ropas rasgadas y manchadas por el barro y el pasto. En la boca de uno de
ellos, un trozo de mi pantalón.
22 Docentes Fantásticos
Sigilosamente me alejé, al pasar junto al enterrador éste me miró con sor-
na. Clavó su oscura mirada en mis ojos y solo me dijo que nunca olvidara que
la curiosidad es muchas veces lo que mata.
Yo regresé a casa, me recosté agotada...
De repente un beso húmedo de mi hijo menor en la mejilla y un abrazo
en el cuello de mi hijo mayor, me despertaron. Yo solo sonreí, mientras ellos
reclamaban su desayuno.

Autora:
Mónica Elena Proverbio

Docentes Fantásticos 23

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