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Como Shakespeare

Salía de la escuela, llegaba a casa, leía, iba a entrenar y me bañaba. Tomaba el camión,
escuchaba unas cinco o seis canciones de la radio, llegaba a la vieja casa de Don Paco,
todos la conocen, es una casona estilo revolucionario, de ahí me iba caminando unas veinte
cuadras. Llegaba a su casa, no sé cómo describirla, pero me gustaba, su ventana estaba
viendo al baldío de atrás, le lanzaba una piedra a su ventana, a Dios gracias nunca rompí
nada y a pesar de las pocas casas que había ahí, mi anonimato permaneció intacto.

Nunca llevé rosas, ni chocolates, ni guitarra, ni mucho menos esos discursos ridículos, lo
que a veces llegaba a tener en el bolsillo trasero o de la chaqueta, era un papel y un
portaminas de esos pequeños, fuera de ello nunca llevé nada, nuevamente a Dios gracias el
que las hizo de mi suegro nunca supo de mí y nunca salió a correrme con la pistola, y yo
con mi espíritu cultivado extremadamente intelectualista ¿qué hubiera hecho en ese caso?

Cada tres días yo hacía maravillas, siete de la noche ahí estaba, tras la barda de ladrillo rojo
y recargado en un roble, ahí la esperaba, ella salía fresquísima, nunca me sentí elevado en
nada, solamente la veía, lo que me gustaba de ella era su pelo como quebrado y mal
alaciado, nada más, su voz medio chillona no me gustaba especialmente cuando se soltaba a
reír y se rompía el poco encanto.

Nunca fuimos nada, en las palabras vulgares de algunos camioneros yo estaba comiendo sin
permiso, de lo mejorcito, y deja de eso, sin avisar ni aprovechar, no había nada de
formalismos y romances entre ella y yo, habría que ponerle nombre a esto, sin embargo,
aún lo busco.

Escuchaba de otros, bueno, de los que tenían dinero, que en una fiesta se encontraban una
chica, le hacían mil cumplidos, y lo demás ya lo sabemos, algunos hicieron algo
comprometedor y tuvieron que comprometerse.

Yo nomás, lo de ella y lo mío, si es que fue algo, empezó como algo normal, pero vallamos
al grano, en aquel momento lo que me interesaba era escribir.

Días antes había salido una convocatoria para un concurso de escritura juvenil y estaba a
mis alcances, aspiraba a aparte de nada, a unas cuantas novelas que creo ya tenía, un papel
con mi nombre en dorado y un vidrio que decía: Premio Edgar Allan Poe para el mejor
escritor juvenil fulano de tal y así, bueno, no ganaba mucho, pero tampoco perdía nada.

Respecto a ella, es esos días me la encontré y cruzamos algunas palabras, en otro día
también, en algunas ocasiones alguna risa, eso era todo, un día me dijo donde vivía, y me
nació el ir a verla, por las malas lenguas me enteré de que su padre, un afamado profesor
conocidos de todos, era un total cabrón, claro, ella era su pequeña, la niña de sus ojos. A
pesar de eso, la fui a ver, hablamos, nos besamos, nos abrazamos y seguimos hablando
hasta que me despedí cerca de las nueve de la noche.

Por otro lado, mi frustración había alcanzado el límite, en mi egocentrismo, me sentía el


nuevo Borges, pero mi mente estaba seca, el tema de caballeros medievales se mi hizo muy
anticuado, no se me ocurría algo distinto de lo que estaba sonando en las actuales novelas y
colecciones de cuentos y no me inclinaría a hablar de temas cursis de enamorados, lejos de
eso, no había nada más.

Faltaba una semana para entregar mi novela y no tenía escrita alguna letra, entonces como
los últimos días, fui a visitarla, le conté, ella habló de películas románticas, de esas
corrientes que se basan en libros, qué porquería; debo admitir que me fastidia hablar de eso,
luego salió con el tema de Romeo y Julieta, solamente me acuerdo de ello, de milagro no
me dormí.

En ese momento nunca me pasó por la cabeza, pero de regreso se me ocurrió presentar un
tipo de parodia, plagio o algo así de Romeo y Julieta, pero modernizado, le pondría lo que
hay alcohol, vagos, ruido, balazos y rateros en cada esquina.

Durante aquella semana no fui a visitarla, ya que andaba corriendo y ni para el camión me
alcanzaba, me compré un montón de libros, excepto uno, una edición de lujo de Romeo y
Julieta de William Shakespeare preciosa, de esos libros algunos no los leí, durante mis
estudios muchas veces hice eso, compraba libros que no leía, aunque a veces no tenía ni
para comer y claro que me sirvieron de algo, diez años después cuando los vendí todos a
precio de remate saqué más de treinta mil pesos salvando la hipoteca de mi casita que en
cuestión de días la iban a embargar.

Debo admitir que de lo que pasaba entre ella y yo nadie supo, solamente Dios, ella y yo.
En aquella semana, en los pasillos de la escuela, me miraba con algo de indiferencia, hasta
que algún día me tope con ella en un pasillito de esos donde casi nadie pasa y me dijo- te
espero hoy-, yo la miré con unos ojos algo despectivos y sarcásticos. Y en la tarde fui a
verla.

En aquella tarde hablamos donde habíamos estado hablado, su amado padre no estaba en
casa, desde luego le creí, su padre no era rico pero si un conocido de todos y casi todos
sabían lo que hacía; es aquella ocasión a pesar de que su padre no estaba en casa, no me
invitó a pasar, ella se metió, tardó unos minutos y después de eso salió con una botella de
vino o champagne finísimo ella me dijo, y ahí donde siempre, bajo el roble, me recargué en
el tronco, muy varonil y muy soberbio al querer abrir la botella, la incliné hacia mí,
presioné con poca fuerza el corcho, luego con un poco más y más y luego se dispara y
mierda me dio en la nariz, después me queriéndome sobar y dejé caer la botella, desde
luego se rompió, pero afortunadamente solo vio ella.

Ella me dijo que no me preocupara, entró de nuevo a la casa y salió con un par de billetes
de quinientos pesos en la mano y me mandó a una vinatería que estaba cerca, como a dos
cuadras y media.

Cuando iba de camino, me seguía sobando la nariz y reflexionaba acerca de mi novela, el


vino que tiré, en ella, el dinero; y llegué a una conclusión, me pasé de largo cuando llegué a
la vinatería, fui a la librería y compré Romeo y Julieta de William Shakespeare edición de
lujo y otros dos libros más, el resto lo utilicé en comprar unos tacos de res e irme a casa en
camión, después hablaría con ella, ahorraría, le pagaría, sería mi novia oficialmente y san se
acabó, todos felices y contentos, ella comprendería.

Días después me tope con ella en el mismo pasillo solitario, cruzamos una leve mirada y en
sus ojos había odio auténtico, luego comenzaron unos rumores de mí en la escuela, pero en
cuestión de días desaparecieron al igual que ella.

Cierto día me enteré de que ella ya no estaba ni en su casa, ni de su amado padre conocido
de todos se sabía algo. Después me enteré de que había otro cabrón más cabrón que yo -
todo esto según las malas lenguas de mi escuela-, que la iba a visitar al igual que yo lo
hacía, su amado padre algo intuía de esto, pero nunca se cercioró de ello, pero un día quiso
quitarse la espina y como era más cabrón que el otro cabrón y yo juntos, y con su espíritu
de revolucionario vigiló un noche desde su ventana o su azotea con escopeta en mano y
cuando llega el otro cabrón, el señor queriendo asustarlo jala el gatillo y se escucha el
balazo, luego el grito de la muchacha y luego estaba un cristiano tirado en un charco de
sangre y dicen que se escucharon unos chillidos.

El día se llegó, llevé mi novela a una oficina y lo recibieron, el concurso fue un éxito,
terminé ganando, fui el nuevo Edgar Allan Poe, pero tenía el corte de William Shakespeare,
en cuanto a ella no la volví a ver. Supe de ella días después, llegaron nuevos chismes
diciendo que aquella noche, ella se iba a fugar con el otro cabrón, luego lo del señor
asesino, el cabrón muerto, el berrinche de la muchacha, la fuga de la familia, después
vinieron otras cosas que dejaban ver muy en claro que eran producto de la imaginación.

Concretamente, dicen que tal fue el berrinche de la señorita, que en medio de su


desesperación hizo una de las siguientes cosas: se cortó las venas, se tomó un montón de
pastillas, se aventó de la azotea de su casa, se dio un tiro, se fugó y luego se lanzó de un
puente o se fugó y luego se fue de prostituta. De todas formas, la di por muerta y hoy pido
por su eterno descanso.

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