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El duende matemático

Juan no era bueno en matemática y siempre fallaba en las evaluaciones.


Aún, desde pequeño le había costado reconocer los números y ni qué ha-
blar cuando llegó el momento de las operaciones de sumar y restar. Veía cómo
sus compañeros participaban en la clase o pasaban al pizarrón para resolver
cuentas y situaciones problemáticas.
Situación problemática es la mía, se decía Juan, mientras una voz le repe-
tía: “pensá Juan, pensá”. La maestra ya le había advertido que iba a tener que
asistir a la escuela de verano y rendir examen de matemática en febrero del
año siguiente. Si no cumplía con los objetivos, repetiría de grado. Así fue como
matemática se convirtió en una amenaza: adiós vacaciones, adiós regalos de
Navidad, adiós, adiós y adiós.
Y una noche estando en su cuarto, cuando casi estaba por resignarse, una
voz le dijo: “no pasarás por eso”. Luego, se durmió. Al día siguiente, durante el
Taller de Matemática, la maestra preguntó quién quería pasar al frente a com-
pletar la tabla pitagórica. Siempre que alguien tenía que trabajar en el pizarrón,
Juan se hacía chiquitito, sólo que en esa ocasión, su mano se levantó y una voz
que no pudo reconocer como suya, gritó: “Yo, seño, yo.”
—¿Estás seguro, Juan?, preguntó, asombrada, la maestra. Pero Juan ya ha-
bía sido llevado al frente. Y sin más palabras, la tiza en su mano comenzó a
completar, sin errores, la tabla. Su cuerpo flotaba y una fuerza exterior mane-
jaba su mano.
—Muy bien, ¡excelente!, la maestra festejó su hazaña. Juan la miraba des-
de su pupitre.
Durante toda la semana siguiente, la inminencia de la evaluación de ma-
temática del último trimestre fue un fantasma que lo perseguía. La noche an-
terior al examen, cuando apoyó la cabeza sobre la almohada, escuchó: “todo
depende de cómo lo mires” y cayó en un sueño profundo.
A la mañana ni siquiera quiso desayunar, tenía mucho apuro en llegar a la
escuela. En un abrir y cerrar de ojos, estuvo en el aula con el examen frente a
él. Al verlo, se dio cuenta que ya estaba hecho. Inmediatamente lo tomó y se lo
entregó a la maestra cuando aún ninguno de sus compañeros había terminado.
—Pero… ¡Qué maravilla, Juan! ¡No puedo creerlo! —le dijo la seño y agregó.
—Está perfecto, tenés un… ¡Sobresaliente!

Docentes Fantásticos 15
En un tiempo que le pareció un segundo, Juan entró a su casa.
—Hola hijo ­—lo saludó su mamá—. Y antes que él le respondiera, le escu-
chó decir:
—Fui a cambiar las sábanas de tu cama y encontré un muñeco horrible
debajo de tu almohada. Era de color verde, con un sombrero que dejaba ver
unas orejas grandes y en punta, con una sonrisa entre pícara y burlona que le
ocupaba casi toda la cara. Me dio tanta impresión que lo tiré.
Juan corrió hasta el cesto de los residuos a buscar el muñeco del que su
mamá le hablaba. Mientras revolvía, pensó: mejor que lo encuentre, sino chau
matemática…

Autora:
Andrea Silvia Altomare

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