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POESÍA ESPAÑOLA DESDE LA G.

CIVIL HASTA LA TRANSICIÓN


“Tal es mi poesía: poesía-herramienta”, Gabriel Celaya
En los primeros años de la posguerra se inició una depuración política de represión: ejecución, cárcel (Miguel
Hernández) o exilio. Los años 40 están marcados por el aislamiento internacional y la consiguiente autarquía.
Los poetas de la generación del 36 muestran su preocupación social por los temas humanos. Se dividen en dos
tendencias: la poesía arraigada y la poesía desarraigada, según etiqueta D. Alonso.
A la poesía arraigada pertenecen los poetas conformes con el régimen. Están vinculados a las revistas Garcilaso
y Escorial. Su estética es clasicista y se cobijan en una existencia agradable y ordenada que vuelve a los temas
tradicionales. Destacan Leopoldo Parnero o Luis Rosales (La casa encendida).
A la poesía desarraigada pertenecen los poetas contrarios al régimen. Están vinculados a la revista Espadaña.
Cultivan una línea existencialista, marcada por la angustia y la desesperación. Por ello, su tono es dramático y
desgarrado, con coloquialismos bruscos. Estos poetas pertenecen a diferentes épocas: D. Alonso (Hijos de la
ira) y Aleixandre (Sombra del paraíso) son de la generación del 27; Gabriel Celaya (“Poesía como arma cargada
de futuro") y Blas de Otero (Ancia), son de la generación del 36.
No debemos olvidar a los poetas en el exilio, como Emilio Prados (El jardín cerrado) o León Felipe (Español
del éxodo y el llanto).
Miguel Hernández representa un puente entre la generación del 27 y la poesía desarraigada de la generación del
36. Comienza con Perito en lunas, en el que fusiona tradición, gongorismo y poesía pura. En El rayo que no
cesa se ve la influencia de Neruda y Aleixandre. Con la llegada de la guerra, se embarca en la poesía social y
comprometida: Viento del pueblo. Alcanza su madurez, ya en la cárcel, con Cancionero y Romancero de
ausencias.
Durante los años 50, en este nuevo contexto sociopolítico, surge de nuevo la poesía social: retoma el
compromiso político, busca expresar su anhelo de justicia con un tono cotidiano y combativo. Destacan Gabriel
Celaya (Cantos íberos) y la 2º etapa de Blas de Otero (Pido la paz y la palabra).
Hay otras tendencias poéticas que no tendrán eco hasta finales de los sesenta. El “postismo” enlaza con la
experimentación vanguardista. Destaca Miguel Labordeta. El “grupo Cántico” surge en torno a la revista
Cántico.
En los años 60 se produjo en España un desarrollo económico acompañado de una cierta liberalización social.
Se aprobó la Ley de prensa de 1966. Es la etapa final del franquismo, conocida como la del “desarrollismo”.
Los poetas jóvenes de la generación del 50 muestran un cansancio con relación a la estética de la poesía social.
Son “los niños de la guerra”, que vivieron la contienda civil en su niñez o adolescencia. Abandonan el tono
épico de la poesía social y sus pretensiones políticas, pasando del “nosotros” al “yo”. Destacan José Hierro
(Libro de las alucinaciones); Ángel González (Tratado de urbanismo); José Ángel Valente (La memoria de los
signos); y sobre todo, J. Gil de Biedma, (Las personas del verbo).
En la segunda mitad de la década de los 60, un grupo de jóvenes poetas conocidos como los novísimos, rompen
con la estética anterior. José Mª Castellet escribe una antología: Nueve novísimos poetas españoles. El más
influyente de todos fue Pere Gimferrer (Extraña fruta). Vuelven al arte puro de las vanguardias, desaparece el
uso del “yo”, su poesía combina elementos culturales variados (mass media, cultura pop…).
Con la muerte de Franco en 1975, se produce la transición a la democracia. La poesía da paso a la
heterogeneidad de tendencias: el neosurrealismo de Blanca Andreu, el clasicismo de Luis Antonio de Villena
(Hymnica), la poesía erótica de Ana Rossetti, la poética del silencio de Jaime Siles…
La poesía de la experiencia absorbe el legado de la generación del 50 de J. Gil de Biedma. Destaca la poesía
elegíaca del poeta murciano Eloy Sánchez (Las cosas como fueron).
“Por el jardín, el ruido de los últimos pájaros”, Luís García Montero.

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