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El tema general que discutimos en este repartido tiene que ver con la relación entre
aquello que se pretende conocer y los hechos en que se fundamenta. Si la relación entre
estos elementos no fuera compleja la humanidad hubiera conocido desde siempre que la
tierra es redonda y no plana, por ejemplo. Resolver esa relación fuera de las ciencias
naturales tiene dificultades adicionales que se relacionan con disponer de conceptos
específicos sobre lo social, esto es, sobre algo que tiene cualidades comunes a los
individuos y que no es meramente la suma de individuos. Pero también hay
concepciones que afirman que solo puede conocerse la suma de atributos de los
individuos.
Una de las discusiones que se produjeron en la historia tiene que ver con la concepción
que propuso Comte y que se denominó positivismo. Según el Diccionario Filosófico de
Ferrater Mora el positivismo es una noción que refiere a las doctrinas filosóficas que
promueven que las ideas deben fundarse en los hechos o realidades accesibles a los
sentidos. La denominación es postulada por Comte en Francia en el siglo XIX.
Podemos hacer una primera distinción entre el positivismo del siglo XIX y el
Positivismo Lógico (o Neopositivismo o Empirismo Lógico) que es el intento de unir el
empirismo con los recursos de la lógica formal simbólica. Esta denominación refiere al
“Círculo de Viena para la concepción científica del mundo” y surge como un ataque a la
metafísica especulativa. Esta corriente de pensamiento propone elaborar un solo
lenguaje de significado unívoco para todas las ciencias basándose en el lenguaje de la
lógica y la matemática; sostiene que un enunciado es cognitivamente significativo si
posee un método de verificación empírica o si es analítico (como sucede en la lógica y
la matemática). Esta perspectiva se desarrolla en Austria entre 1929 y 1939.
Los hechos sociales se imponen debido al prestigio de que están investidas ciertas
representaciones colectivas, por lo que no puede observarse a no ser por sus efectos;
paradójicamente lo específico de la realidad social procede de la idea que los individuos
se hacen de ella.
En “De la división del trabajo social” se teoriza sobre los tipos de solidaridad que están
presentes en toda sociedad. Una vez más la relación entre el concepto teórico del que se
quiere dar cuenta (el tipo de solidaridad) y la externalidad que la indica (el tipo de
derecho) supone un desarrollo argumental.
Por otro lado, las normas del derecho restitutivo (que comprende el derecho de familia,
el contractual, el comercial, el de los procedimientos, el administrativo y el
constitucional) expresan una sanción a estados que no hiere estados esenciales a la
sociedad y que pueden ser reparados mediante restituciones a estados equivalentes al
anterior; corresponden a la violación de las normas que afectan la solidaridad orgánica
(basada en la diferencia, que se impone en las sociedades con creciente división del
trabajo).
Otro tipo de relación entre los conceptos y los hechos es la que propone Max Weber.
Toma de Dilthey la distinción entre las ciencias naturales y ciencias del espíritu (que
luego se llamarán sociales y de la cultura). Mientras que las primeras conocen mediante
explicación (erklaren), las segundas lo hacen mediante comprensión (verstehen).
Weber propondrá como método de las ciencias sociales la construcción de tipos ideales.
En ellos el centro no está puesto en los hechos sino en la construcción conceptual que
permita entender el sentido que el actor (colectivo) pone en su acción. Esta idea la toma
de Rickert, para quien la diversidad empírica sólo podía ser superada por conceptos que
la abarquen.
Así en “La ética protestante y el espíritu del capitalismo” construye el tipo ideal de
comportamiento protestante y el de capitalismo. Weber argumenta que las señales de ser
salvo en las religiones protestantes están ligadas al éxito, por lo que su ética religiosa
lleva a una metodización de la conducta y al férreo control de uno mismo,
imponiéndose la idea de dedicación abnegada al trabajo profesional. La visión
protestante estimula la noción de trabajo productivo y de ahorro oponiéndolo al gasto
dispendioso. Así la ética religiosa favorece la formación de una conducta laica burguesa
y racional que incide en la formación del capital.