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El aporte de Weber a las ciencias sociales no puede hacerse al margen de una nutrida
tradición alemana de filósofos de la ciencia que diferenciaron las “ciencias de la
naturaleza” respecto de las “ciencias del espíritu”.
La distinción entre ciencias naturales y ciencias sociales fue planteada por primera vez por
Dilthey, Rickert y Windelband. Se habló de ciencias ideográficas o del espíritu y ciencias
nomotéticas o generalizadoras. Sostiene Dilthey que “Por ciencia se entiende un uso del
lenguaje, un conjunto de proposiciones cuyos elementos son conceptos; es decir,
perfectamente determinados, constantes en todo el complejo del pensamiento y
universalmente válidos, cuyas relaciones están fundadas, en el cual, por último, las partes
están unidas en una totalidad con el fin de su comunicación, porque una parte constitutiva
de la realidad es pensada en su integridad mediante esta combinación de proposiciones”.
Las ciencias del espíritu estudian una realidad que se quiere comprender. En cuanto al uso
del método científico de estas ciencias llamadas “sociales”, por cierto que el carácter de
los materiales con los cuales ella trabaja no se corresponde con los materiales de la
“naturaleza”, por lo que habría un método propio para las “ciencias del espíritu”. El
material de estas ciencias está constituido por el material histórico social, en la medida
que se ha conservado como noticia histórica en la consciencia de la Humanidad,
haciéndose accesible a la ciencia como conocimiento social que se extiende al presente.
Las ciencias del espíritu abrazan tres importantes sectores, como sostiene Wilhelm
Dilthey. En primer lugar, un grupo de ellas expresan algo real que está dado en la
percepción y que contienen el elemento histórico del conocimiento. En segundo lugar,
otras explican el comportamiento uniforme de los contenidos parciales de esa realidad y
que se separan por abstracciones y que constituyen un elemento teórico. Finalmente,
otras expresan juicios de valor y prescriben normas y en ellas reside el elemento práctico
de las ciencias del espíritu. Agrega Dilthey que “el problema inmediato de las ciencias del
espíritu lo constituyen los sistemas de cultura, que están entretejidos en la sociedad, así
como la organización externa de esta, por tanto la explicación y dirección de la sociedad”.
La dicotomía entre las ciencias del espíritu y ciencias de la naturaleza persistió en la
filosofía de la ciencia. En el campo de las ciencias sociales el problema del objeto es el
problema del método y una de las propuestas para resolver el problema y dotar de
objetividad al conocimiento científico social es la de Max Weber.
Para Giovanni Sartori la distinción entre ambas ciencias se ha convertido ya en un
problema del tipo de explicación causal, es decir, que en las ciencias naturales se da una
determinación causal: dado A es B, donde la causa (A) es condición necesaria y suficiente
del efecto (B). Por el contrario, en las ciencias sociales se da una indeterminación causal:
dada una causa C no se puede saber por anticipado si se producirá un efecto E. En este
caso la causa es condición necesaria, pero no suficiente. Sartori afirma que es solo
probable porque la naturaleza del referente es simbólica, porque está constituida por
sujetos animados, capaces de reaccionar a los estímulos de modo imprevisible, anómalo, y
por lo tanto no necesariamente predeterminado.
El filósofo Wilhelm Dilthey elaboró su teoría de las ciencias del espíritu, reaccionando
contra el positivismo dominante en el siglo XIX. Para Dilthey, los hechos sociales no son
comparables, desde dentro, sino a través de un método intuitivo, distinto al de las ciencias
físicas, ya que la naturaleza nos la explicamos, mientras que, la vida del alma, la
comprendemos.
Es precisamente en este punto que cobra valor el intento de Max Weber de dotar de
objetividad al conocimiento de las ciencias sociales. Este punto se conecta con la disputa
entre positivistas e intuicionistas. Runciman sostiene: “los positivistas son aquellos que, en
general, consideran las ciencias sociales (entre las cuales muy bien se puede incluir a la
historia) como metodológicamente equivalentes a las ciencias naturales; es decir,
consideran las diferencias entre unas y otras de naturaleza puramente técnica. Los
intuicionistas rechazan rigurosamente este punto de vista, pero lo hacen basándose en
uno o ambos fundamentos principales que necesitan ser cuidadosamente distinguidos. El
primero, es que todo acontecimiento histórico es único de una manera que no lo son los
experimentos o las repeticiones de la ciencia natural: un experimento siempre puede ser
repetido, pero no puede repetirse nunca un segmento de la historia. El segundo
fundamento, que no deja, sin embargo, de tener relaciones con el primero, es que la
conducta humana tiene significado para los agentes que la realizan”.
Los argumentos de los intuicionistas demuestran que en ciencias sociales no se puede ser
un positivista completo, pues se puede establecer explicaciones causales generales, pero
el hecho social no es reducible por completo a éstas. Y además, la intencionalidad de la
acción social no hace imposible la ciencia social, como ocurre con la idea de Weber de
“comprensión” (Verstehen). Para Weber, la comprensión interna y la confirmación
externa son necesarias para justificar toda explicación sociológica. De este modo, la
“acción social” para Weber se orienta por las acciones de “otros”, las cuales pueden ser
pasadas, presentes o esperadas como futuras. Los “otros” pueden ser individualizados y
conocidos o pueden ser una pluralidad de individuos indeterminados y desconocidos. La
conducta es acción social cuando está orientada por y para las acciones de “otros”. La
Acción Social no es idéntica, en primer lugar, ni a la acción homogénea de muchos ni, en
segundo lugar, a la acción de alguien influido por conductas de otros. Así las cosas, la
acción social puede ser:
1. Racional con arreglo a fines: es decir, determinadas por expectativas en el
comportamiento tanto de objetos del mundo exterior como de otros hombres, y
utilizando esas expectativas como condiciones o medios para el logro de fines
propios racionalmente sopesados y perseguidos.
2. Racional con arreglo a valores: esto es, determinada por la creencia consciente en
el valor -ético, estético, religioso, entre otros- propio y absoluto de una
determinada conducta, sin relación alguna con el resultado, o sea puramente en
méritos de ese valor.
3. Afectiva, especialmente emotiva, determinada por afectos y estados sentimentales
actuales.
4. Tradicional: que se determina por una costumbre arraigada.
La “relación” social debe entenderse como una conducta plural que se presenta como
recíprocamente referida, orientándose por esa reciprocidad, es decir, un mínimo de
reciprocabilateralidad en la acción es una característica conceptual, con lo cual se puede
señalar que el contenido de la acción social es, al mismo tiempo, el “sentido” de la misma.
Estamos hablando de un sentido empírico y que resulta mentado por los participantes de
la relación. La relación social consiste sola y exclusivamente en la probabilidad de que una
forma de determinada de conducta social, de carácter recíproco en su sentido, haya
existido o exista. Puede tener un carácter transitorio o bien implicar permanencia, esto es,
que exista en este caso la probabilidad de la repetición continuada de una conducta con el
sentido de que se trate. El sentido que constituye de un modo permanente una relación
puede ser formulado en forma de “máximas” cuya incorporación aproximada o en
término medio pueden los partícipes esperar de la otra u otras partes, y a su vez orientar
por ellas su propia acción. El sentido de una acción puede ser pactado por declaración
recíproca.
La acción y la relación social pueden orientarse en la representación de la existencia de un
orden legítimo. La probabilidad de que esto ocurra -de hecho- se llama “validez” del orden
en cuestión. Al “contenido de sentido” de una relación social se llama, en primer lugar,
“orden” cuando la acción se orienta por “máximas” que pueden ser señaladas y sólo
hablaremos de, en segundo lugar, de “validez” de este orden cuando la orientación de
hecho por aquellas máximas tiene lugar porque en algún grado significativo aparecen
válidas para acción, es decir, como obligatorias o como modelos de conducta. Es muy
interesante la terminología weberiana y la influencia que ella tiene en la comprensión
sociológica y comunicativa que emplea décadas después Jürgen Habermas. Para Weber un
“orden” debe llamarse “convención” cuando su validez está garantizada externamente
por la probabilidad de que, dentro de un determinado círculo de personas, una conducta
discordante habrá de tropezar con una relativa reprobación general y prácticamente
sensible. Se llamará “Derecho” cuando está garantizado externamente por la probabilidad
de la coacción ejercida por un cuadro de individuos instituidos con la misión de obligar a la
observancia de ese orden o de castigar su transgresión.
El “poder” es para este autor “(…) la probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro
de una relación social, aun contra toda resistencia y cualquiera que se el fundamento de
esa probabilidad (…)” (Economía y Sociedad, Weber: 43).
Weber está consciente que cualquiera uno de los tipos de dominación se define no sólo
por la naturaleza de la razón por la cual las personas obedecen, cuestión consustancial al
fenómeno, sino además por otro factor: la legitimidad. Sobre este asunto, Weber nos
señala que: “De acuerdo con la experiencia ninguna dominación se contenta
voluntariamente con tener como probabilidades de su persistencia motivos puramente
materiales, afectivos o racionales con arreglo a valores. Antes bien, todas procuran
despertar y fomentar la creencia en su “legitimidad”. Según sea la clase de legitimidad
pretendida es fundamentalmente diferente tanto el tipo de la obediencia, como el del
cuadro administrativo destinado a garantizarla, como el carácter que toma el ejercicio de
la dominación. Y también sus efectos. Por eso, parece adecuado distinguir las clases de
dominación según sus pretensiones típicas de legitimidad (…) (Economía y Sociedad,
Weber: 170).
Estas pueden ser consideradas las ideas claves del aporte weberiano a la comprensión de
la sociedad en tránsito del siglo XIX al siglo XX.