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Observando las actividades diarias que se llevan a cabo en cualquier escuela, incluidas
las infantiles, es obvio que en la mayoría de ellas se pide a los niños y niñas que
permanezcan sentados, quietos, contenidos, durante demasiadas horas. Seguimos viendo
el movimiento como un elemento antagónico a la disciplina, a pesar de que nos parece
igualmente evidente que los niños, sobre todo en la etapa infantil, necesitan del
movimiento para expresarse, para sentirse bien y ser felices.
Quizás por eso mismo me impactó tanto la primera vez que vi una sesión de Práctica
Psicomotriz Aucouturier, puesto que en ella se respira una libertad y una autonomía
(Fuente de la imagen)
Creación: D. Nº 19-86-ED, Fecha: 30/12/86 | Reinscripción: D.S. Nº 050-2002-ED, Fecha: 12/12/2002
Revalidado: Resolución Directoral N° 224-2016-MINEDU / VMGP /DIGEDD /DIFOID
Acreditado: Resolución de Presidencia del Consejo Directivo Ad Hoc N° 267-2017-SINEACE/CDAH-P
Después de la grata sorpresa inicial, y tras un poco de indagación, pude comprobar que
esta actividad es algo más que una simple aula donde los niños juegan con libertad y
disfrutan del placer del movimiento. Por si esto fuera poco, descubro que el dispositivo
y las estrategias docentes utilizadas están diseñadas con la intención de encaminar a los
niños hacia su desarrollo, y no sólo a su desarrollo físico, que no estaría mal como
objetivo, sino también y sobre todo a su desarrollo cognitivo. Sin embargo, al
presenciar una sesión de Práctica Psicomotriz Educativa, es difícil llegar a esa misma
conclusión, puesto que en apariencia es una actividad con grandes dosis de caos e
improvisación. Por mucho que exista una serie de fases diferenciadas en las que las
consignas no cambian, ninguna de las sesiones es igual a la anterior.
(Fuente de la imagen)
Para mí, la Práctica Psicomotriz Aucouturier abre una puerta que conduce hacia un
espacio donde por fin cada niño realmente puede aprender jugando. Jugando de
verdad, a lo que él quiera y como él quiera, respetando únicamente unas pocas normas
de convivencia. Y no sólo jugando sino además a su propio ritmo. Es el único espacio
en el que de verdad he visto estas grandes premisas de la Educación Infantil dibujadas
ante mis ojos. Y a la vez, la actividad por la que he sentido la motivación más intensa
por parte de los propios niños. Y no es para menos. Es el único espacio en el que se les
permite demostrar sus capacidades, tanto físicas como cognitivas, y mostrarse tal y
como son; en el que pueden romper ese orden artificial, tan alejado de sus
características psicológicas, que todavía impera en la Educación Infantil; en el que
realmente tienen libertad y en el que no importa el caos que se genere; el único lugar
donde pueden de verdad elegir su forma de relacionarse y de actuar en función de su
estado emocional, puesto que a nadie le va a molestar que no participen, que lo hagan
muy activamente, que se pasen la mayoría del tiempo tumbados, o incluso escondidos.
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Pero si no quieres quedarte en la superficie, sino que te gustaría indagar un poco sobre
cómo funciona y por qué, sigue leyendo ;)
Por tanto, hemos de pensar en la Práctica Psicomotriz como una metodología que
favorece que el niño experimente a través del movimiento, perciba su propio cuerpo y
construya su propia identidad, facilitando el estímulo de los procesos que abren a la
comunicación, la expresión, a la simbolización y a la descentración, factores todos
ellos necesarios para acceder al pensamiento operacional. Es por ello que, como
diría el propio Bernard, “se propone a los niños y niñas desde el periodo evolutivo en el
que hacer es pensar hasta el periodo en el que pensar es sólo pensar el hacer y más
allá del hacer, aproximadamente hasta los 7 años”. De la misma manera que las
actividades físicas que se practican habitualmente en la etapa de primaria no tienen
cabida en la psicomotricidad infantil, esta práctica psicomotriz tampoco tendría sentido
en el momento en el que los niños ya han superado el estadio preoperacional.
Por tanto, los objetivos de esta psicomotricidad o práctica psicomotriz, según el propio
Aucouturier, son: ayudar a los niños en su desarrollo de la función simbólica (es decir,
de la capacidad de representación), y favorecer el desarrollo de los procesos de
segurización y de descentración indispensables para acceder al pensamiento operatorio
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y al placer de pensar, todo ello a partir del placer que les proporciona el movimiento y el
juego libre. De esta manera, la práctica psicomotriz se constituye como una práctica
preventiva y educativa, uno de los medios fundamentales para ayudar al niño a vivir
más armónicamente su itinerario madurativo.
Así, como decía unos párrafos más arriba, se hace necesaria la implantación de
un marco metodológico que haga todo esto posible. Es aquí donde Bernard
Aucouturier nos ofrece una solución en forma de itinerario que el niño recorre hacia su
maduración mental, y no sólo eso sino que además propone un recorrido ajustado al
proceso madurativo de cada niño, para lo que se establece una distribución
de espacios en la sala de psicomotricidad, la diferenciación de una serie de momentos o
fases mediante ciertas estrategias que dirigirán las sesiones, y unas actitudes concretas
por parte del psicomotricista, todo ello dirigido a favorecer el paso “del placer de hacer
al placer de pensar”, en palabras del señor Aucouturier.
Pese a que los dispositivos cambian con la edad de los niños para que pueda tener lugar
esa deseada adaptación al estadio madurativo de las criaturas que son objeto de
desarrollo, aquí se hablará únicamente de la adaptación para niños a partir de 3 años,
puesto que en edades anteriores, sinceramente, no tengo demasiada idea.
RITUAL DE ENTRADA
En esta fase el psicomotricista acoge a los niños, que se sientan en bancos, visualizando
la sala y si es posible ante un espejo donde se puedan ver todos juntos. Se recuerdan
las normas que han de respetar: básicamente no hacerse daño y no hacer daño a los
demás, así como respetar los materiales. Se recuerda la sesión anterior (lo que nos
gustó, la evolución de las competencias que se observó, así como lo que no nos gustó,
puesto que se trata de cosas que limitan la evolución del grupo), y se anticipa lo que
ocurrirá la sesión actual. Lo ideal es que en este proceso sean los niños quienes
intervengan, con el psicomotricisa en el papel de guía.
FASE DE EXPRESIVIDAD MOTRIZ
El ritual de entrada da paso a la fase de expresividad motriz, en la que los niños se
preparan para derribar un muro o castillo construido por el adulto mediante todas las
piezas geométricas de gomaespuma presentes en la sala.
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(Imagen sacada de la web del colegio de Educación Especial Gloria Fuertes)
El espacio está diseñado expresamente para la liberación de la expresividad motriz,
porque aunque lo pueda parecer, no se trata de una improvisación, todo está muy bien
estudiado y nada es gratuito. Se trata de un espacio donde el niño puede correr, saltar,
dar volteretas, hacer equilibrios, trepar, rodar, caer… y todos los rincones tienen
funciones concretas que desembocan hacia el desarrollo total del niño. Hay espacios de
contraste blando-duro, como el plinto y los colchones para saltar, en los que el niño
experimenta este contraste que le ayuda a ser más consciente de su propio cuerpo, a
reafirmar el equilibrio. También hay espacios senso-duros, como la rampa o las
espalderas, donde los niños están preparados para trepar cuando empiezan a querer
crecer. Pero también hay espacio para el recogimiento, en lo que parece un estadio
previo a cualquier tipo de contraste: suele representarse en forma de saco, un espacio
que los abraza, que les da paz, que los contiene.
(Fuente de la imagen)
Durante esta misma fase, conforme los niños crezcan y se sientan reafirmados y sin
limitaciones a la hora de disfrutar de su propio cuerpo, va a ir apareciendo poco a poco
el juego simbólico, es decir, la capacidad de utilizar un objeto pretendiendo
deliberadamente que represente otro. Empiezan así a realizar juegos de identificación
parental, de identificación con personajes imaginarios o de la vida social. Aucouturier
los denomina “juegos se segurización profunda”, puesto que considera que son
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escudos imaginarios que protegen a los niños de los conflictos más recientes, y al
contrario que los de segurización superficial, varían según la cultura. La aparición
progresiva de la simbolización implica que el niño está entrando en un estadio
cognitivo superior. El propio Aucouturier asegura que “la integración progresiva de
los juegos de aseguración profunda en los juegos de aseguración superficial pone de
manifiesto la fluidez entre las representaciones inconscientes y las conscientes, lo que
es un interesante indicador de maduración psicológica”, pero hemos de ser conscientes
de que nos encontramos en un primer nivel de simbolización, aquél que se expresa por
la vía del movimiento.
Para ayudar a que se produzca este itinerario natural, es decir, el paso de los juegos de
segurización superficial (o sensoriomotrices) a los juegos de segurización profunda (o
simbólicos), el psicomotricista suele dividir esta fase en dos, marcando la transición
mediante la adición de material pensado para impulsar la simbolización aunque muy
poco figurativo, como telas, cuerdas… de manera que sean los propios niños quienes
elijan utilizarlo de manera más sensorial o más simbólica. Según su nivel de madurez,
los niños usarán las cuerdas para jugar a tirar de ellas, o para simular que les ataca una
serpiente.
Un prisma de gomaespuma puede servir para saltar encima de él, pero también para
imaginar que vamos en coche…
(Imagen sacada de un artículo de la web del colegio Arturo Soria)
FASE DE LA HISTORIA
Cuando se ha vivido plenamente el descontrol y la emoción del primer tiempo, es hora
de subir un nivel más en esa simbolización, un nivel en el que ésta se distancia del
movimiento, pasando del placer de jugar al placer de pensar y favoreciendo de esta
manera la representación mental. La fase de la historia se desarrolla en el mismo
espacio que la anterior, y en el que el psicomotricista cuenta un cuento.
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Esta historia debería estar relacionada directamente con las emociones de los niños y
sus miedos, y además ser contada en presente para favorecer la identificación con el
protagonista. Aucouturier recomienda, además, que se utilicen dos registros distintos al
contar la historia: uno de subida hacia la angustia para añadir valor dramático, y otro de
vuelta a la seguridad emocional para el final, siempre con variaciones en el tono de voz,
gesticulaciones, silencios tensos… Todo esto favorece que en el niño se dé un proceso
de descentración que facilitará la evolución cognitiva. Aquí, Aucouturier diferencia a
los iniciados en este proceso de los no iniciados mediante la observación de su
expresividad motriz, puesto que aquellos en los que la sesión está despertando la
descentración cognitiva, muestran una atención sostenida y manifiestan sus emociones
sin excesos, frente a aquéllos que imitan al protagonista, gesticulan, interrumpen e
incluso gritan, porque todavía no han llegado a ese nivel. Gracias a esta fase se produce
una reaseguración profunda por medio del lenguaje en lugar de por el movimiento
como en aquel primer tiempo. En realidad, este proceso es paralelo a la maduración
global, puesto que en general, el acceso al lenguaje trae como consecuencia una
disminución en la actividad motriz de los niños.
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(Fuente de la imagen)
El psicomotricista debe acompañar la acción del niño, debe interactuar sin invadir su
autonomía. No se trata de estimular, sino de inducir y favorecer tanto los juegos de
segurización profunda como los de segurización superficial, ajustándose a las
acciones de los niños. El psicomotricista debe reaccionar con gestos y palabras
afectuosos, pero a la vez firmes. También ha de saber dinamizar la comunicación y, por
supuesto, facilitar la resolución de conflictos, pero sólo facilitar, puesto que son los
propios interesados quien debe resolverlos. En definitiva, el psicomotricista debe ser el
Creación: D. Nº 19-86-ED, Fecha: 30/12/86 | Reinscripción: D.S. Nº 050-2002-ED, Fecha: 12/12/2002
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