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¿El rearme de la derecha?

Arleison Arcos Rivas

La radiografía del actual momento político refleja el alto nivel de beligerancia con
el que diferentes facciones de la derecha colombiana vienen calculando los
impactos y las variaciones de un juego belicoso ante el primer gobierno de
izquierda en el país. Sin pasiones de pitoniso, debemos prestar mayor atención a
los anuncios en redes y medios que permiten identificar sus posiciones y los
riesgos que parecen estar dispuestos a asumir, buscando el rápido desgaste de la
actual administración, e incluso la activación y compromiso con nuevas realidades
políticas, entre las que no han descartado las prácticas de rearme de antiguos
militares y estructuras, nuevas y viejas, paramilitares.
Si bien la derecha tiene asiento y protagonismo en los diferentes escenarios
democráticos representativos locales, departamentales y nacionales, el uso de
todas las fuerzas y su combinación para sostener la lid electorera, fortalecer la
presencia territorial y asegurarse resultados mayoritarios, había contado hasta
ahora con el accionar de diferentes e impetuosos agentes al frente de las
entidades públicas y organismos estatales, dispuestos incluso a establecer
alianzas y acuerdos con actores desregulados para sostener la estructura
corporativa del Estado, disponiendo para su servicio del erario, de los recursos
institucionales y de la capacidad ejecutiva de diferentes dependencias del
establecimiento.
Con el bloqueo a sus intereses, que es lo que en principio representa el
gerenciamiento de tales entidades ahora en manos de contradictores políticos con
agenda y propósitos diferenciadores, se evidencia el cambio de rumbo hacia una
propuesta estructural diferenciados, jalonada desde la Presidencia hasta el último
de los funcionarios adeptos al proyecto del Pacto Histórico y el Frente Amplio
conformado para asegurarse las mayorías en el congreso y la administración del
aparato burocrático.
Estos nuevos agentes institucionales constituyen potenciales enemigos, a los que
habría que desobedecer, resistir y combatir por distintas vías y con diferentes
estrategias escalonadas, en un proyecto, no uniforme ni unitario, que apenas
empieza a desplegarse, ocupando incluso la calle con convocatorias a marchar,
cuando hace apenas algunos meses promovían el “yo no marcho, yo produzco”.
La virulencia con la que toda salida en falso de los actuales funcionarios y
ministros es publicitada y cuestionada en la prensa y los medios televisivos y
radiales privados, o sometida a la inclemente burla y desprecio de las “bodegas”
en redes sociales, configura un primer nivel de acción encaminado a controlar la
narrativa informacional de las distintas operaciones de vilipendio y desgaste del
gobierno del cambio ante la opinión pública. La idea es afirmar que nada ha
cambiado, ningún cambio llegará y, por lo contrario, todo será peor, como se lee
obsesivamente en columnas, notas de prensa, emisiones televisivas, podcast,
transmisiones radiales, memes y entradas en redes virtuales.
En un segundo nivel y con magnitud más compleja, se dejan sentir las voces de
antiguos militares de alto rango que, por haber tenido mando y conducción de
estructuras castrenses, influyen todavía en las reservas de las fuerzas armadas y
cuerpos de policía. Si bien los llamamientos a dichos colectivos han resultado
hasta ahora lastimeros e incluso de dudoso liderazgo, no puede descartarse que
al incrementarse su volumen e intensidad se produzcan actos de desobediencia al
interior de los cuarteles, o que se promuevan acciones para proveer armas y
suministros bélicos a civiles, en zonas estratégicas del país que favorezcan la
agitación guerrerista que, por muchos años, alimentó el proyecto uribista.
No puede olvidarse que parte del mensaje de dicha organización convirtió en
auxilio de soldados e informantes de la fuerza pública a buena parte de sus
partidarios, so pretexto de sostener la lucha contra la delincuencia imperante y la
amenaza terrorista. Tampoco debemos ignorar que extender de manera irrestricta
el porte de armas en manos de la ciudadanía ha sido una permanente insistencia
de esa organización política y sus querientes. De este modo se ha estimulado que,
en estratos sociales altos en varias ciudades, especialmente Cali, ciudadanos
armados se hayan mostrado al lado de la fuerza pública como cooperadores, en
eventos de protesta y resistencia urbana. Del mismo modo, las autoridades y los
medios registran una pluralidad de detenciones arbitrarias, operativos
parapoliciales y acciones luctuosas perpetradas por cuerpos de civiles armados.
De mayor calado, los continuos llamados a que el ejército utilice las armas durante
acciones de protesta, se usen los cuerpos de vigilancia privada como
microejércitos de informantes articulados a la policía o el ejército, se conformen
organizaciones urbanas y rurales para “protegerse” y se hayan rearmado antiguas
estructuras paramilitares, en apariencia desarticuladas una década atrás,
anuncian el sintomático incremento de fuerzas armadas desreguladas que ya
circulan en territorios en los que la gente ha vuelto a sentir el peso de la
persecución a contradictores, el desarraigo de comunidades campesinas y la
incesante muerte de líderes y activistas sociales y firmantes de la paz.
Los llamados del cuestionado José Félix Lafaurie para que se constituyan “grupos
de ganaderos de reacción solidaria inmediata”, revelan lo que, si no es un plan de
agitación y respuesta armada orquestado desde la igualmente cuestionada
Fedegan, advierten de un disimulado llamado a actuar en paralelo al orden
constitucional, tal como otrora ocurrió con la instalación de grupos de Convivir y
agrupaciones paramilitares por todo el país. De hecho, Lafaurie y otros ganaderos
vinculados a esa organización han sido señalados como auspiciadores de tales
grupos.
Finalmente, aunque la llegada del gobierno de Gustavo Petro y Francia Márquez,
pese a ser alternativo y discordante con el eje de poder tradicional en Colombia,
no parece haber alentado intentonas de alzamiento y golpe de estado por parte de
activos en las fuerzas armadas. Pese a que el excomandante de las fuerzas
armadas Eduardo Zapateiro y algunos activistas ultraconservadores como Enrique
Gómez han sido señalados de estimular una salida desinstitucionalizada como
esa, rápidamente se han zafado de la posibilidad de ser acusados por sedición,
alegando que tal variante “nos colocaría a la altura de cualquier republiqueta, esas
que son reconocidas por su inestabilidad política”. Sin embargo, nada les ha
impedido continuar su tarea de diligentes agitadores del desgano frente a las
políticas promovidas por el actual mandatario.
Para muchos analistas, este sería el peor de los escenarios posibles que podría
alimentar la proclividad belicosa de las facciones de derecha en el país. En ese
sentido, la depuración y renovación de las fuerzas militares y de policía parece
haber sido, hasta ahora, una medida eficaz para disipar la tentativa golpista. Sin
embargo, todavía es temprano para asegurar que el cuerpo uniformado
permanezca durante estos cuatro años bajo la obediencia del Comandante en
Jefe, si es que sigue tomando fuerza el juego de rearme de la derecha.

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