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Construir la paz desde la escuela pública

De acuerdo con los datos del conflicto armado compilados por la Comisión de la Verdad (p. 139 –
178), entre los años 1986 a 2021 se registraron, al menos 881 casos de afectaciones a las
instituciones educativas; evidenciando que la infancia escolarizada y el magisterio padecieron con
especial rigor los avatares de la violencia armada en el país, afectando la vida en las aulas, pese a
los ingentes esfuerzos de las comunidades educativas apostando por construir la paz desde la
escuela pública.

Si bien la escuela constituye un lugar privilegiado y excepcional para la difusión de las diferentes
interpretaciones, posiciones y perspectivas respecto del conflicto armado, sus actores han
permanecido en vigilancia constante por parte de quienes consideran que la promoción crítica del
pensamiento constituye un laboratorio para la difusión de ideologías adoctrinantes y una factoría
para la conversión de niñas y niños en “máquinas de guerra”, tal como se afirma con perversidad
entre las principales figuras de la derecha recalcitrante.

Como se lee en el informe que narra las violencias contra niños, niñas y adolescentes en el
contexto de la escuela y sus entornos, los Comisionados escucharon “una y otra vez historias que
contaron cómo la escuela dejó de ser el lugar comunitario de enseñanza, juego y reunión para
convertirse en uno de peligro por la presencia y acción de los actores armados en ella o en sus
alrededores”, producto de “los ataques, el uso , la ocupación y el control de instituciones y centros
educativos por parte de actores armados” en varios departamentos en los que se acumularon las
quejas por violaciones reiteradas a los derechos humanos y las libertades ciudadanas.

En las aulas se han vivido diferentes dramas humanos que ponen en jaque su carácter de territorio
protector. Desde la deserción por acoso, intimidación, intentonas o amenazas hasta la directa
vinculación a agrupaciones partícipes de la conflagración, que se suman a enfrentamientos,
desapariciones, torturas y muertes que convirtieron las edificaciones educativas en escenarios
para la muerte y la pernoctación, invasión o emplazamiento de actores armados.

La escuela, espacio natural para la congregación comunitaria, ha padecido señalamientos,


disparos, vigilancias, cierres, prohibición de asistencia, control a sus contenidos, bloqueo a la
movilidad de sus actores, minado de sus alrededores, acoso sexual a niñas y adolescentes,
violación de maestras, asesinatos, hostigamiento, conscripción, y ocupación por los diferentes
ejércitos armados; poniendo en riesgo la cohesión social, la construcción colectiva y la articulación
de la confianza que implican sus aulas. Tales acciones distorsionan el principio de distinción por el
que sus actores no deberían ser considerados objetivos militares, ni verse tratados como
combatientes, ni tomar parte o encontrarse involucrados en situaciones de combate.

La escuela para la paz total necesita sanarse de las heridas de la guerra. El cúmulo de horrores
padecidos en décadas de un conflicto armado desregulado que todavía respira y se asoma
virulento en cada territorio, lleva a la escuela a miles de desterrados, a reinsertados, a firmantes
de la paz, a víctimas sufrientes y victimarios arrepentidos, que habitan la escuela en sus distintas
modalidades y niveles. También en las aulas se camuflan todavía personas vinculadas en oficios de
inteligencia y contrainteligencia, seguimiento, perfilamiento, asesoría, colaboración y
reclutamiento al servicio de actores armados de distintas banderas y tendencias.
Tal como lo ha mencionado el Ministro Alejandro Gaviria, también creemos que la escuela puede
contribuir en “aclimatar la paz y la reconciliación en un país lleno de conflictos”, pese a que ella
misma ha padecido las circunstancias más demenciales y beligerantes de un conflicto abyecto. Son
múltiples las experiencias y evidencias de cómo las aulas han consolidado rutas sanadoras del
dolor, la tensión y la inseguridad que dejan las secuelas del odio y la violencia armada, no sólo en
los muros de las aulas, sino especialmente en los ojos asustadizos y en la vida incierta de sus niños,
niñas y adolescentes.

En el camino hacia la confección de la paz total, la escuela pública tiene un inmenso compromiso
con la preservación de la memoria, la recuperación de las narrativas territoriales, la socialización
de historias de vida y la difusión de las diversas experiencias vividas por niñas, niños, adolescentes
y adultos escolarizados, madres, padres y cuidadores, familias, docentes, directivas y asesores
externos; que permiten asomarse de modos variopintos al atiborrado caleidoscopio de las
violencias escenificadas en el país.

Una escuela pública comprometida con la superación de las situaciones de conflicto padecidas en
el país, se implica en la consolidación de la paz total de manera radical. Tal escuela asume como
propia la tarea de investigar, narrar, promover y difundir el conocimiento de la verdad sobre el
conflicto armado y sus consecuencias. Este es el pilar de la construcción de la paz en escenarios
educativos públicos que fomenten la convivencia y estimulen la transformación dialógica de los
conflictos, hilvanando acuerdos afincados en el buen vivir como finalidad posible para la
afirmación de la concordia humana.

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