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El color de las armas en Colombia

Arleison Arcos Rivas

Tras dos siglos de instalación republicana, el arrojo castrense de las y los


afrodescendientes que han empuñado las armas y vestido los uniformes
institucionales, no sólo resulta desestimado sino, además, precariamente valorado
en términos de prestancia y ascenso a la alta oficialidad militar y de policía. De
hecho, en la historiografía colombiana se extiende una mancha sangrienta y
luctuosa contra quienes, en la bandera de la República, enaltecieron su propio
color y empeñaron el destino de su gente.
Manuel Carlos Piar Gómez fue acusado y fusilado en 1817, al señalarle de
conspirar contra Bolívar. Este es el primero y más contundente caso que refleja el
temor de “El Libertador” por el manifiesto poderío de los “Pardos” entre la
guerrillerada independentista. Con un creciente prestigio ganado en el arrebato
militar, Piar fue acusado de conspiración e insubordinación, condenándole a morir
frente a sus propias tropas, quedando en evidencia que la única motivación real de
semejante acción fue contener la ferocidad racial de sus proclamas en Angostura,
ciudad que libertó.
En 1826, el Coronel Leonardo Infante sería sometido a un juicio alevoso que
finalizó en su condena a muerte. Sin que apareciera prueba sobre un supuesto
asesinato que le endilgaron, la suerte final de un héroe de muchos quilates fue el
fusilamiento; al igual que Padilla, poco después, en 1828, acusado de liderar una
conspiración de la que nunca participó.
José Prudencio Padilla, injustamente asesinado por órdenes de Bolívar, pese a
ser el héroe afrodescendiente e indígena más destacado, en la gesta de
independencia colombiana, dijo al Sargento encargado de tal vileza y de retirarle
las condecoraciones e insignias conquistadas en fieras batallas, que los honores
recibidos “no me los dio Bolívar, sino la República”. A su grito de “Viva la Libertad
y Viva la República”, resonaron los fusiles.
Estos tres magnicidios evidencian el talante cizañero y miserable con el que
Santander y Bolívar se encarnecieron contra los líderes afrodescendientes que
representaban un enfrentamiento racial en las alturas del gobierno republicano;
pese a los muchos y memorables servicios prestados a la patria. Basta decir que
en varias ocasiones Bolívar pudo salvarse de la muerte por la decidida acción de
Infante y Padilla, quienes en su momento le socorrieron, facilitándole una pronta
montura o con el filo de su espada. Más que su heroísmo e intrepidez, pesó la
amenaza que representaban en una temida guerra étnica posterior a la derrota de
la corona española en tierra americana.
En estos tres asesinatos emblemáticos, bien revestidos de una falsa juridicidad o
producto del arbitrario juicio sumario, se evidencia la tensión con el proyecto
hegemónico de élite en el que la africanía resulta negada y marcada por la
omnipresencia de la esclavización como alimento de la revuelta popular. “La
temida pardocracia” evidencia los temores de un inminente levantamiento gestado
por afrodescendientes, constructores de una ciudadanía étnica en medio de los
fragores de las batallas por la independencia, que se asienta en la constante
manifestación por la vida en libertad y la negativa a permanecer encadenados,
menos aún en la vigencia de la república.
Al decir de Franco Vargas, “a la altura a que habian llegado los acontecimientos,
(…) Murió Piar, porque Bolívar o era mas coloso o mas dilijente para no permitir
que sus glorias se menoscabaran en lo mas mínimo, siendo el fusilamiento de
aquel Titan de la guerra la crisis patética de la historia de nuestra independencia, i
el hecho mas característico de cuantos se sucedieron en las filas republicanas en
aquella época tempestuosa”. Franco, que registra la muerte aleve de Piar e
Infante, no atendió en su obra la más que lamentable ejecución antijurídica de
Padilla.
Revisitando la historia, bien podemos decir que de tal destino se salvó el hijo de
esclavos y manumiso Coronel Juan José Rondón, héroe del Pantano de Vargas,
quien murió por una herida infectada, en 1822. Es posible afirmarlo puesto que
también Rondón participaba de la oficialidad que se activó en la gesta de
independencia con una fuerte consciencia de pertenecer al pueblo de
descendencia africana, desde sus tiempos de conformación de la “La Legión
Infernal” que batallaba a muerte por su libertad desencadenada, hasta su decidida
incorporación al cuerpo de Lanceros, en los ejércitos libertarios.
Los asesinatos de Piar, Infante y Padilla reflejan una delimitación racial de la
naciente república, por la que se perpetraron asesinatos sistemáticos y selectivos
contra adalides afrodescendientes, mientras figuras como Mariño, Páez, Montilla y
Santander fueron tratados con benevolencia y desproporción, conmutando por
destierro su condena a muerte, pese a las pruebas y evidencias de los graves
delitos cometidos.
Hoy, con sobradas evidencias, puede decirse que las armas tienen color. En las
fuerzas militares y de policía, la piel sigue jugando en contra del brío y la
prestancia demostrada en todos los frentes, reflejando el perfilamiento racial con el
que se diseñan y designan los destacamentos, repartos, grados y ascensos en
esas fuerzas, en las que resulta extraño sumar mujeres y hombres
afrodescendientes en los altos rangos oficiales al servicio de la nación. Ojalá,
también aquí, lleguen los vientos del cambio.
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Referencia: Constancio Franco Vargas. Rasgos biográficos de los próceres y
mártires de la independencia, 1880.

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