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Hacer trizas la guerra

Arleison Arcos Rivas

Los desafueros y la impertinencia de la derecha opositora en Colombia resultan rayanas


con la estulticia y la mendacidad. Ante la decidida reactivación de los diálogos para
negociar la paz con el ELN, las declaraciones de Paloma Valencia elevan una talanquera
de cese al fuego unilateral que resultaría infranqueable con esa guerrilla, mientras la
incendiaria senadora María Fernanda Cabal insiste no en el diálogo sino en el combate
esa agrupación. Ante la evidencia, queda claro que la oposición sigue jugando a hacer
trizas la paz, tal como insistieron en hacer cuando fueron gobierno, mientras la nueva
administración se empeña con ahínco en hacer trizas la guerra.
Desde su curul como Senador, Gustavo Petro defendió la necesidad de que el país
avanzara hacia una rigurosa implementación de los acuerdos de paz con las extintas
FARC, compromiso incumplido por el mandatario Iván Duque. De igual manera, como
Presidenta del Consejo Nacional de Paz, Reconciliación y Convivencia, Francia Márquez
planteó la urgencia de desinstalar la guerra y “pasar la página de la violencia” en el país.
Hoy, con todas las evidencias de lentitud, desatención, desajustes, omisiones, raponeos y
ligerezas en el manejo de los recursos para la paz, se anuncia una reingeniería completa
a las instituciones ejecutoras de los proyectos que se han implementado y que han sido
objeto de fuertes señalamientos por corrupción.
De hecho, un informe del Monitor Ciudadano de la Corrupción lanzado por Transparencia
Colombia, identifica desde 2020 serios riesgos de podredumbre en la implementación de
los acuerdos de paz, especialmente en los PDET y PNIS, los cuales han sido objeto de la
acción purulenta de una red de funcionarios cacos de diferentes entidades estatales, que
se habrían apropiado de más de 500.000 millones de pesos., según denuncias hechas
por Valeria Santos y Sebastian Nohra, periodistas de la Revista Cambio.
Recomponer la ejecución de los recursos que diligentemente capturó la anterior
administración en diferentes escenarios internacionales, recuperar lo que pudieron
haberse robado y reinvertir lo poco que queda disponible, parece urgente para apuntalar
acciones de varios de los capítulos pendientes por desarrollar, entre ellos, el capítulo
étnico, que esta semana ha recibido el espaldarazo de la administración Biden, con
nuevos recursos para su implementación en favor de las víctimas.
El segundo gran movimiento para hacer trizas la guerra en el gobierno del Cambio se ha
concentrado en distensionar las relaciones con guerrillas y grupos armados organizados,
buscando diferentes escenarios para avanzar hacia la paz total.
Con el ELN, se ha firmado esta semana un acuerdo por el que se decide reinstalar la
Mesa de conversación con sus respectivas delegaciones, retomando los avances en la
agenda del 2016 que quedaron en el congelador al que los sometió el gobierno Duque. En
la primera semana de noviembre se debe concreta la nueva ronda de diálogos, con una
significativa participación de la sociedad en este proceso de “cambios que necesita
Colombia para construir la paz”.
La derecha ha elevado nuevamente pastosas críticas contra el gobierno venezolano que
figura como garante, junto a Noruega y Cuba, insistiendo en tildar de dictador al
Presidente Nicolás Maduro. Esta es una postura que, resulta harto, en nada contribuye a
canalizar el nuevo aliento que el país espera darle a la salida negociada del conflicto
armado; pues lo que se impone es agilizar la negociación de la dejación de armas y la
reincorporación de las guerrillas al ahondamiento de la democracia.
Un tercer eje sobre el que se construye la operación hacer trizas la guerra resultará
mucho más complejo y requerirá del gobierno Petro - Márquez y su Comisionado de paz
dotes de meticulosos cirujanos, dado que deberán diseñarse estrategias novedosas para
dialogar y establecer compromisos de sometimiento integral a la justicia, con ofertas de
acogimiento y dejación de acciones criminales, mercenarias y narcotráfico por parte de
disidencias, grupos armados organizados, paramilitares y narcotraficantes que han
manifestado su intención de acogerse al llamado de paz total.
Si bien ayer mismo empezó la discusión de las propuestas de modificación a la ley 418,
presentando los mecanismos con los que se espera afinar la política gubernamental de
paz y avanzar hacia la rendición y capitulación de una enrevesada pluralidad de facciones
armadas al margen de la ley con presencia en diferentes territorios del país, queda por
verse en qué condiciones y bajo qué acuerdos políticos deberá establecerse el margen de
interacción de los equipos que parlamentarán con estas organizaciones.
Este asunto no es nada fácil, pues deberán evitarse las irregularidades que se han
presentado en otras ocasiones en las que diferentes criminales han aprovechado el
contexto de las discusiones para asentar pactos y acuerdos irregulares como los de El
Ralito, desarmar a ficticias unidades beligerantes como la “Cacica Gaitana” que metió en
líos judiciales a Luís Carlos Restrepo, y sonados escándalos en procesos de
sometimiento a la justicia como el del narcotraficante Pablo Escobar Gaviria.
El enrarecimiento que el narcotráfico genera en estos prometidos diálogos, no será cosa
menor, como quiera que ese negocio pesa significativamente en la economía nacional, se
expresa en facciones multicrimen irregulares que no persiguen fines comunes, y congrega
a fuerzas violentas de muy distinto orden, nacionales e internacionales.
En últimas, el propósito de poner a punto los diferentes componentes de la paz total
implicarán del gobierno, de los gremios y del conjunto de la sociedad colombiana el
levantamiento de compromisos sociales, políticos y económico que hagan sostenible lo
pactado, conjurando de una vez por todas la guerra que, ojalá, parece que podría hacerse
trizas en Colombia.

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