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GUATEMALA
La corrupción es un fenómeno que está presente en todos los países del mundo,
independientemente si son desarrollados o no, de su cultura o de su religión. Sin
embargo, en la medida en que se vuelve normal y sistematiza en una sociedad, se
convierte en un freno al desarrollo y crecimiento económico, que conduce a una
menor eficiencia de las instituciones públicas y privadas, y constituye un obstáculo al
incremento de la calidad de vida de su población. A pesar de ello, la corrupción
existe dentro de un buen número de instituciones públicas y empresas privadas.
Si bien la corrupción está desde hace décadas en Guatemala, los flujos de dinero
ilegal que circularon en las redes de corrupción del gobierno del general Otto Pérez
Molina, según las investigaciones de la Comisión Internacional Contra la Impunidad
en Guatemala (CICIG) y el Ministerio Público (MP), fueron de tal magnitud que le
otorgaron al presidente y vicepresidenta Roxana Baldetti un poder corruptor letal,
generando dominación, putrefacción de algunas instituciones públicas y
posiblemente más pobreza.
Dominación porque se demostró que la corrupción pudo doblegar la voluntad de la
verdad y justicia, putrefacción porque usaron a algunas instituciones públicas para
cumplir con sus intereses personales, y pobreza porque en 2014 la pobreza total
aumento a 59.28%, según la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (ENCOVI)
de ese año.
Guatemala vive una coyuntura crítica que está poniendo a prueba su sistema
democrático. El «descubrimiento» de gigantescas redes de corrupción que
atraviesan todos los niveles del Estado –sumadas a la violencia que azota al país–
ha dado lugar a movilizaciones ciudadanas inéditas en la historia reciente que ya han
provocado la renuncia de la vicepresidenta Roxana Baldetti Elías y han dejado al
derechista Otto Pérez Molina como una figura con escasa capacidad de juego a la
cabeza del Poder Ejecutivo, a la espera de un final de mandato próximo a llegar.
El remolino crítico afectó las estructuras institucionales en las que se articula el poder
del Estado: la Presidencia de la República, el Ministerio de la Gobernación y la
policía. Desde el mes de abril, una ola de manifestaciones populares y los efectos
desorganizadores que estas producen debilitaron aún más al Poder Ejecutivo y
volvieron incierto su funcionamiento; el ejercicio de la autoridad, en consecuencia,
hizo perder legitimidad a los aparatos comprometidos con el uso del poder, mientras
que la economía empezó a experimentar desequilibrios que parecen resultado de
fenómenos asociados a la crisis.
El sábado 25 de abril se produjo por primera vez en muchísimos años –tal vez unas
tres décadas– una irrupción de las masas en la calle, convocada casi de manera
espontánea por grupos anónimos de jóvenes descontentos: una silenciosa
convocatoria y una explosión de protesta, con música y gritería. Por primera vez en
Guatemala se utilizan como instrumento movilizador los medios electrónicos –
Facebook, Twitter y otros–, que facilitaron la constitución de un conjunto de redes
sociales movilizadoras que se agruparían bajo el lema «#RenunciaYa».
La intensa capacidad de información intergrupal que permite internet, pero sobre
todo millares de teléfonos celulares y otros artilugios electrónicos orientados en la
misma dirección, facilitó el inicio y luego la multiplicación de contactos informativos y
acuerdos que culminaron en la decisión de marchar. ¿Quiénes se comprometerían?
¿Cuántos irían? Allí estaba también el temor íntimo de muchos frente a la posible
actuación de la policía, o de las otras fuerzas del orden que en tiempos pasados
disparaban, mataban, herían a la sociedad.
La maldición del escándalo que persigue a la política en estos días estaba activa
trazando un oscuro horizonte: el 20 de mayo, el Ministerio Público y la cicig
denunciaron la existencia de un contrato fraudulento firmado entre el Instituto
Guatemalteco de Seguridad Social y la Droguería pisa, que daba servicios médicos
al Instituto: las aparentes irregularidades involucran la muerte de unos 17 pacientes
renales4. El principal encausado es el presidente de la institución, el teniente coronel
Juan de Dios de la Cruz Rodríguez, estrecho amigo del presidente Pérez. Esta
estructura criminal se habría repartido 16% del contrato de 116 millones de quetzales
(15,2 millones de dólares estadounidenses). Los directivos del Instituto (incluidos el
presidente del Banco de Guatemala, el representante de las Cámaras Empresariales
y la delegada de los sindicatos) están procesados y en la cárcel, lo que ha motivado
la protesta de los medios empresariales.
Las consecuencias
De acuerdo con los datos del ranquin, en 2015, antes de que Jimmy Morales
asumiera la Presidencia de la República, el país se ubicaba en el puesto 136 de
todos los evaluados. Pero en el informe del IPC de 2019, Guatemala se ubicó en el
escalón 146.
Edie Cux, presidente de AC, indicó que, como consecuencia de esta percepción de
corrupción, las posibilidades de nuevas inversiones masivas en el país se reducen.
Agregó que la situación es preocupante porque también impacta en la educación,
salud y acceso a servicios básicos, especialmente de seguridad alimentaria.
Cux también cuestionó que, desde 2004, los gobiernos guatemaltecos ensayaron
diferentes modelos de comisiones contra la corrupción, pero estas resultaron “fallidas
e infructuosas” porque todas carecían de autonomía, eran financiadas por el
gobierno y eran integradas por personas afines al Ejecutivo, “este modelo de
comisión es el que ha acompañado el fracaso histórico de la lucha contra la
corrupción”, sostuvo el presidente de AC.
De cara al futuro
A decir del politólogo Renzo Rosal, los números del IPC refrendan que la corrupción
en Guatemala se ha convertido en un fenómeno cada vez más alarmante, debido a
estructuras que han cooptado las instituciones públicas.
En tanto que, sobre la Comisión Presidencial Contra la Corrupción, recién creada por
el presidente Alejandro Giammattei, Rosal cuestionó que esta difícilmente contribuirá
con un verdadero combate a la corrupción porque únicamente parece “un ente
simbólico”, puesto que carecerá de independencia.
“Habría que dejar de crear comisiones y hacer reformas profundas a las leyes de
Contrataciones del Estado y de Probidad. En la parte operativa se debe combatir a
las estructuras que siguen minando las instituciones del Estado y se siguen
beneficiando de aspectos como la obra pública y otras contrataciones”, agregó el
politólogo.
Contra la CICIG
Esto se puede ilustrar perfectamente con el ejemplo del presidente Jimmy Morales.
Este fue elegido en 2015 tras una campaña electoral anticorrupción. Luego se
arrepintió, cuando la CICIG empezó a investigar, primero a su hijo, y luego a su
hermano, por delitos de corrupción, y más tarde a él mismo. Así que, en 2018,
Morales decidió no extender el mandato de la CICIG. Incluso le negó al jefe de la
CICIG, Velázquez, el regreso a Guatemala después de un viaje al extranjero,
despojando de facto a la Comisión de su jefe.
Tampoco está claro qué será del personal de la CICG, numerosos investigadores y
expertos que han acumulado una enorme experiencia a lo largo de los años, un
conocimiento que ahora podría perderse con el fin del mandato de la CICIG.
Originalmente, al menos una parte del personal iba a ser absorbida por la FECI, pero
según los informes de los medios de comunicación guatemaltecos, al parecer ya no
es así. "Lo que me preocupa es que las personas que antes estaban a cargo de la
investigación ya no estén allí", agregó Cux. (Reischke, 2019)