Está en la página 1de 3

Del dicho al hecho

Por: Arleison Arcos Rivas

Dos situaciones escolares difundidas por las redes han alcanzado decenas de miles de
comentarios en los últimos días, dibujando de nuevo el puente que va del dicho al hecho
en la formación de las nuevas generaciones. Al tiempo que se levantan acaloradas
manifestaciones de aprobación y desaprobación, estos cuadros reflejan la perplejidad con
la que sociedad, familia y escuela han construido una lectura dispar del acompañamiento
educativo en la vida de niños, niñas y adolescentes, que cuestiona los procesos de
socialización y la idea misma de humanidad.
En el primer video, vemos a una rectora que se dirige a padres y madres, acompañada de
un agente policial y varias personalidades en una mesa principal, usando el micrófono en
una asamblea escolar para preconizar prohibiciones de celulares y tecnológicos, pelo
largo, piercing, joyas finas, suéteres de varios colores pretextando el control de
situaciones disciplinarias, amoríos y la prevención de embarazos adolescentes. El
aplauso de muchas y muchos espectadores se hace sentir, al tiempo que continúa la
rectora cuestionando esas manifestaciones como correspondientes al libre desarrollo de
la personalidad e invitando a quien esa institución “no le sirve”, que lo retire o lo lleve para
cualquier otra institución, insistiendo en que dichas medidas tienen interés formativo y de
mejoramiento de la presentación personal.
En el segundo video, vemos a un docente exaltado, reprendiendo a un estudiante por sus
continuas muestras de grosería, enumerando los momentos en que previamente se ha
dirigido a dicho estudiante adolescente y los diferentes espacios escolares que han
propiciado previas reconvenciones. Al parecer, la ofuscación del docente es producto de
la desidia del estudiante al que en numerosas ocasiones le ha reiterado que modifique
sus reacciones o comportamientos. “¿Y cómo te lo tengo que decir, así, hasta que
entendás?”, afirma el docente, consciente de estar gritando durante el sermoneo al
estudiante. El docente acalorado invita a respetar, e insiste en que “va para todos los que
dicen grosería”, dado que el acto de reprensión ocurrió en público y en presencia de otros
estudiantes y docentes.
Es claro que alzar la voz no es lo deseable en un maestro que intenta formar en valores y
actitudes para la vida. También es evidente que una escuela propositiva no debería
alentar prohibiciones ni recortes a la expresión libre de la personalidad. Sin embargo, la
pregunta que dejan estos dos videos es ¿qué está pasando con la capacidad de
negociación y respeto de acuerdos en las nuevas generaciones? ¿Cómo se están
tramitando las tensiones formativas entre las generaciones nuevas y precedentes?
¿Cuáles son los acumulados dialógicos que los desencuentros entre jóvenes y adultos
dejan en la tramitación de los conflictos escolares?
Pese a que las normas vigentes promueven canales argumentativos para dirimir toda
situación tirante y conflictiva en el escenario escolar, la tendenciosa frecuencia con la que
están apareciendo estos registros audiovisuales hace evidente que las y los maestros
están fatigados de intentar transformaciones en la negociación de las normas sin que
haya reciprocidad en las generaciones jóvenes, siendo muchas y muchos los escolares
que obran animados por la idea de que sus acciones no tienen consecuencia.
Curiosamente es la misma percepción que los medios exhiben respecto del delito y la
corrupción en los mundos de la vida.
Por otra parte, en escritos, entradas en redes y notas de prensa se registra fragilidad e
incompetencia emocional como características crecientes en sujetos enérgicos,
informados, contradictoriamente empáticos, reactivos y con sobrecarga sensorial, cuya
generación, se dice, parece de cristal.
Si bien Vigotski, Freire, Habermas y otros expertos en la comprensión socio cultural
dialógica invitan a leer los momentos históricos de quienes son acompañados en
procesos de aprendizaje, hoy la infancia y la juventud que habita la escuela se encuentra
fuertemente estimulada a exhibir su voluntad y capricho por sobre el compromiso, el
deber, la reciprocidad o el acuerdo. Sensibles a la crítica y al rechazo, actúan con desdén
ante la voz de los adultos. Reclamando justicia, obran con intolerancia y al límite del
descaro. Altamente demandantes, sacan el cuerpo a compromisos que les demandan
esfuerzo y dedicación. Abiertos emocionalmente, cuestionan las restricciones y límites a
sus hazañas y retos. Mucha negatividad en el comentario, es cierto, lo que evidencia que
escribo desde mi inquieta condición adulta.
Las maneras como las nuevas generaciones parecieran percibir el mundo son tan
fragmentarias, solipsistas y egóticas que bien podríamos afirmar con Norbert Elias, Carlos
Charry, Danilo Martuccelli entre otros, que estamos en pleno despliegue de la sociedad de
individuos ingobernables. Habríamos producido seres humanos a los que, en apariencia,
ya no alumbra la llama de otros seres humanos, ni siguen la estela de quienes
estamparon sus huellas para la posteridad; y se fatigan pronto, se desinteresan rápido, se
desentienden prestamente, tanto como se quiebran fácil.
En la era de los individuos, es claro que entre la postura atrabiliaria de la Rectora y la
energúmena salida en falso del Profesor hay varios mundos y modelos societales que
tienden a verse reflejadas en los sonoros aplausos y multitudinarios mensajes de
aprobación, que chocan y colapsan a la hora de aplicar las normas vigentes para orientar
la convivencia escolar. Incluso, podría decirse que asistimos a una cierta dictadura de la
minoría de edad, una extraña era estimulada por sensores sociales en la que, perdido su
propio rumbo, las generaciones viejas deben admitir que desconocen cómo seguir siendo
adultos frente a niños, niñas y jóvenes a los que habría que poder enseñar con corrección
y adhesión para que aprendan a actuar con autonomía y solidaridad.
Tal como escribía una década atrás, la sociedad occidental se encuentra en un enorme
dilema: o reconoce que no tiene idea de cómo enfrentar la educación de sus nuevas
generaciones o advierte que dar un paso atrás para encontrar el rumbo podría ser sensato.
Resulta claro que quedaron atrás los tiempos en que la letra con sangre entraba; cuando los
castigos físicos, la demonización de la infancia y la arbitrariedad del mundo adulto se
imponían sin más a las y los niños y jóvenes, prisioneros por lo mismo de la razón sin razón.
Sin embargo, de manera abrupta la sociedad aceptó que las razones podían justificar el
comportamiento errático de las y los niños y adolescentes quienes, sorpresivamente,
terminaron por imponer en poco tiempo la "dictadura de los inimputables" como la denomina
el periodista Saúl Hernández.
Ojalá encontremos, pronto, un rumbo sensato que llene de coherencia al dicho tanto como de
consecuencia al hecho; antes de que sea demasiado tarde para la escuela y para la
humanidad.

También podría gustarte