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Dos del veintinueve

Antes del gran crack de la bolsa en 1929, Christian era un joven


ejecutivo en lo má s alto de su carrera al frente de una pequeñ a
empresa que desapareció a consecuencia del crack bursá til.
Cuando má s de la mitad de sus compañ eros decidieron tirarse por la
ventana o suicidarse por la desesperació n de perderlo todo tan
repentinamente, Christian había decidido seguir adelante porque con
29 añ os tenía aun toda una vida por delante para remontar. Siempre
había sido un luchador y no iba a abandonar ahora al primer obstá culo
que se le presentaba en el camino.
Todos los días solía acudir a un comedor social al que cada vez asistían
má s personas ahogadas por las deudas, familias enteras que no podían
ni alimentar a sus hijos.
Muchos días había pensado en ceder su sitio, al fin y al cabo estaba
fuerte aun para poder aguantar algú n día sin comer. No… en realidad
asistía todos los días só lo para verla a ella, se había enamorado
perdidamente de una voluntaria que servía en el comedor. Lo má s
probable es que fuera una chica de buena familia a la que seguramente
habría cortejado sin dudar antes de quedarse en la calle. Ahora só lo
podía suspirar mirá ndole desde lejos y recibiendo sus sonrisas con un
vuelco en el corazó n.
La situació n llegó a tal punto que Christian se encontró un día con que
el comedor no daba abasto y la cola daba una vuelta a la manzana. Se
pasó todo el día esperando y aunque pensó en abandonar, la idea de no
verla aunque só lo fuera por un día, era terrible para él.
Pasó todo el día en la cola esperando, pensando en que la vería, eso era
lo ú nico que le disuadía de abandonar e irse a buscar otro comedor que
no estuviera tan repleto.
Finalmente, llegó la hora del cierre y Christian estaba ya casi en la
puerta. Pensó que al quedar un grupo reducido harían una excepció n y
cerrarían un poco má s tarde aquel día para dar de comer a las diez
personas contadas que ahí quedaban. Sin embargo, la puerta se cerró a
su hora ante el desconcierto y la desesperació n de algunos que se
quedarían sin comer ese día.
Para Christian el golpe había sido má s duro porque necesitaba verla
má s que comer. Era como si su presencia bastara como para
alimentarle y darle fuerzas para seguir adelante. Era alimento para su
espíritu, lo que consideraba por encima de su mera necesidad
fisioló gica de ingerir alimentos.
Intentó recuperarse del golpe, sacar fuerzas y seguir adelante, no era la
primera vez ni sería la ultima que algo se interponía en su camino pero
esta vez se sentía casi peor que cuando lo había perdido todo meses
atrá s.
No iba a permitir que se repitiera, no iba a dejar que una larga hilera se
interpusiera entre su amada y él así que decidió ser el primero al día
siguiente, se quedaría durmiendo en la puerta. Al fin y al cabo ya se
había acostumbrado a dormir en la calle y aunque había encontrado
un albergue donde dormir, prefería volver a quedarse en la calle que
vivir un día má s sin verla.
Consiguió quedarse dormido a pesar del frío y a la mañ ana siguiente le
despertó el murmullo de los primeros indigentes que se acercaban al
comedor para coger sitio antes de que abriera.
Cuando por fin se abrieron las puertas, para Christian fue ver el cielo
abierto. Allí estaba ella, al fondo, tras una gran olla de potaje y con su
sonrisa dibujada en carmín brillante.
Se fue directo hacia ella sonriendo como un tonto. En el fondo, se
avergonzaba de dirigirse a ella con esa cara pero no podía evitarlo y
ademá s ella, esta vez, había reparado en él. Eso le envalentonó y se
lanzó finalmente a hablarle.
- Buenos días – hizo una pausa para buscar su nombre en el
broche prendido de su blanco delantal – Lucy…
- Buenos días, Christian – le tendió sonriente un plato de potaje –
espero que disfrutes hoy de la comida.
El hecho de que supiera cuá l era su nombre, le dejó mudo, le desarmó
por completo. Intentando que no se le saliera el corazó n de la caja
torá cica, se fue hacia una mesa.
Los demá s comensales no repararon en él hasta que acabaron su plato
y vieron que Christian no había ni empezado con el suyo.
- ¿Te vas a comer eso? – Musitó alguien a su lado.
- Ah sí, sí – susurró despertando de su ensoñ ació n, llevaba un
buen rato en la estratosfera.
Al terminar de comer, devolvió el plato pero se quedó merodeando por
ahí. No quería ocupar ningú n sitio para dejar que los demá s
necesitados tuvieran su primera y ú nica comida del día. El seguiría
alimentá ndose, contemplá ndola todo el día.
Se lanzaban miradas furtivas el uno al otro y cuando se encontraban,
intentaban disimular, sobre todo Christian, que no quería ser
descubierto al principio, pero segú n iba avanzando el día y má s se
acercaba la hora de la separació n, cuando ella tendría que volver a su
casa, má s quería tomar cartas en el asunto. Era como arrojarse de un
tren en marcha pero para alguien que lo había perdido todo menos la
esperanza, se aferraba a ella con todas sus fuerzas. Esperanza era lo
ú nico que le quedaba y lo má s importante para seguir viviendo.
Pero al fin llegó la hora y los guardias que se ocupaban de mantener el
orden dentro del comedor le obligaron a marcharse.
Fue un duro golpe, volvía a sentirse aterrorizado por la idea de no
volver a verla en Dios sabe cuá nto tiempo. No podía permitirlo, ese era
el empujó n que necesitaba para armarse de valor y hacer lo que tenía
que haber hecho el primer día que la vio y ella le deslumbró con su
presencia.
Buscó la puerta trasera, por donde salían todas las voluntarias y
mientras la esperaba, cortó unas flores del parque que había en las
inmediaciones del comedor.
Por fin salió Lucy, resplandeciente, despidiéndose de sus compañ eras.
La veía preciosa con su sencillo traje de chaqueta azul marino y eso
estuvo a punto de hacerle perder una oportunidad ú nica.
Lucy empezó a alejarse de camino a casa y Christian corrió hacia ella
protegiendo las flores que había cortado con la solapa de su chaqueta.
Ella se detuvo al darse cuenta que alguien la estaba siguiendo y se dio
la vuelta con una expresió n mezcla de temor y sorpresa. Enseguida
esbozó una sonrisa en cuanto se dio cuenta de que se trataba de
Christian.
- Lucy… - jadeó intentando recuperar el aliento – yo… yo… -
tartamudeaba nervioso, no era capaz de hablar.
- ¿Christian? – Susurró preocupada al verle así - ¿Te encuentras
bien?
Se mordió el labio mirá ndola con decisió n y le tendió el ramo de flores
que había improvisado con margaritas y pensamientos arrancados de
un parterre.
Al principio Lucy se quedó inmó vil unos segundos pero lentamente,
sus manos se cerraron en torno al ramo y volvió a sonreír mientras
aspiraba el aroma de las flores.
- Gracias… - susurró sin dejar de mirarle.
Se quedaron los dos ahí callados, só lo mirá ndose sin decir nada
durante unos minutos que parecían horas y en los que Christian había
pensado en mil cosas.
- Lucy … - Christian rompió ese silencio que se estaba haciendo
eterno – Yo… no tengo nada pero…
- ¿Qué sucede? – preguntó al ver que Christian volvía a quedarse
sin habla.
- ¿Te casarías conmigo? – Le cogió la mano mirá ndola decidido.
Fue ella la que esta vez se quedó sin habla y apartó la mirada
ruborizada.
- Pero Christian… casi no nos conocemos…
- Bueno, ¿Por qué no empezamos ahora? – respiró hondo y besó
sus nudillos – Me llamo Christian Jones, encantado de conocerla,
señ orita.
Ella se rió al ver que Christian hacía una reverencia y le tendió la mano
para que caminara a su lado.
- Yo soy Lucy Smith… y también estoy encantada de conocerle,
señ or Jones.
Ni Cristian ni Lucy volvieron a ser vistos por el comedor desde aquel
día.

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