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©Tracy Campbell
Un amor más allá del tiempo
Primera Edición diciembre 2022
Sello: Independently published
 
Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las
leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita del copyright,
la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier método o
procedimiento, así como su alquiler o préstamo público.
Gracias por comprar este ebook.
 
 
 
A mi hermana Ana.
Por ser una luchadora nata,

Por demostrar lo que se puede lograr con voluntad,


Y por no perder nunca la sonrisa.
ÍNDICE
 
PRÓLOGO

CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6

CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8

CAPÍTULO 9

CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11

CAPÍTULO 12

CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14

CAPÍTULO 15

CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17

EPÍLOGO

NOTA DE LA AUTORA

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PRÓLOGO
 
 
 

Cementerio de Chicago
25 de febrero del 2022 (viernes)

D
esde que la tristeza llegó para instalarse en el corazón

de Christine ya nada había vuelto a ser lo mismo. Era


increíble cómo un simple acontecimiento podía cambiarte

la vida y hacer que esta dejara de ser apasionante, para


convertirse en una desolada sombra de lo que fue.

Por eso ahora, mientras caminaba por el cementerio abatida y sumida en

la nostalgia de los días felices, a Christine solo le quedaban los recuerdos.


Con cada paso que daba notaba la carga de una soledad cada vez más

pesada, al saber que nunca más volvería a estar entre sus brazos o a

escucharle decir cuánto la amaba.


Pero cómo podía olvidar a un hombre que la había enamorado con su

mirada, su sonrisa, su contagiosa alegría y su forma de hacerte sentir la

mujer más especial del universo. Una persona tan increíble que el mundo
debió detenerse cuando falleció en un accidente de coche mientras

regresaba a su hogar, justo ahora hacía un año.

Era imposible seguir adelante con la vida cuando él, con su muerte, se

había llevado su felicidad, su esperanza y todo el amor que había sido capaz

de entregar, pues estaba segura de que nunca volvería a querer como lo


había querido a él.

Christine jamás olvidaría cómo el ocaso de ese día no solo llegó con la

puesta de sol, sino con la noticia de que su marido la esperaba en el

depósito de cadáveres para la comprobación de sus restos.

Después de eso el tiempo se detuvo convirtiendo su vida en una


pesadilla, consiguiendo que cada día pasara sumergida en el dolor para

tratar de olvidar la ausencia de su esposo.

Y ahora, tras sobrevivir a los peores doce meses de su vida, solo podía

pensar en los innumerables momentos felices que pasó a su lado.

Cada instante, por simple que este fuera, se había convertido en su

sustento y también en su tormento. Todo ello gracias a que sabía que no

podría volver a sentirlo, aunque fuera lo que más necesitara y estuviera


dispuesta a cualquier cosa con tal de conseguirlo.

Revivió con una nostálgica sonrisa cuando un frío día de principios de

noviembre le conoció, y cómo este encuentro marcó el inicio de un amor

que lo cambiaría todo. Un amor que nació del calor de una mirada y del
escalofrío que esta le hizo sentir, pues esa mirada seguiría marcada a fuego

en su recuerdo hasta el final de su vida.

 
CAPÍTULO 1
 
 
 

Ciudad de Chicago
7 de noviembre del 2021

L
as gotas de agua resbalando por la ventana, le indicaron

a Christine que la lluvia se había tomado un respiro, igual


que iba a hacer ella. Suspirando de alivio, miró el tarea que

estaba casi acabado y estiró su cuerpo rígido para destensar


sus músculos.

Había estado trabajando en su cuadro toda la mañana y, ahora que era

por la tarde, su estómago gruñía de hambre.


—Creo que es hora de tomar algo —dijo par sí, sin importarle que

estuviera sola.

No dejó pasar un minuto más y se dirigió a la pequeña cocina del fondo


para buscar en la alacena algo que pudiera servirle. Por desgracia, solo

encontró un bote de sopa de tomate, por lo que se encogió de hombros y,

tras verterla en un bol, la metió en el microondas.


Un pequeño chasquido fue el único aviso antes de que la sopa explotara,

derramándose por todo el microondas.

—Maldita sea.

Enfadada consigo misma, abrió la puerta del microondas y se quedó

paralizada al ver cómo había quedado su comida. De su sopa de tomate solo


quedaba la mitad, y el interior del microondas parecía la escena de un brutal

asesinato.

Se sentía demasiado cansada para limpiarlo y demasiado hambrienta

para conformarse con lo poco que había quedado de su sopa.

—Menos mal que hay una pastelería cerca de mi casa.


Miró su pantalón vaquero y su camisa rosa y decidió que no hacía falta

cambiarse. Gracias al delantal que se ponía para pintar, su ropa estaba

limpia.

Se miró en el espejo y apartó el flequillo oscuro de sus ojos. El moño

que se había hecho esa mañana con una pinza del pelo ahora estaba a punto

de darse por vencido, dejando caer suelto su fino cabello. Se lo rehízo en

apenas unos segundos y sonrió a su reflejo. Con eso bastaría.


Mientras se dirigía a la pastelería, recordó cómo había cambiado su vida

desde que su abuela falleció, hacía ya más de cuatro años. Este cambio no

solo se debió a la casa que había heredado, así como todo cuanto tenía su

abuela, sino porque debió aprender a valerse por sí misma.


Por suerte, no tuvo problemas para terminar sus estudios de bellas artes,

aunque no pudo celebrar su triunfo con nadie de su familia. Su abuela era la

única pariente que tenía, y había muerto unos meses antes de la graduación

de Christine.

Sus estudios de bellas artes le habían impedido permanecer junto a su

abuela Corín para cuidarla, pero la anciana era una mujer obstinada, incluso
más que Christine, y había insistido en que lo primero era que su nieta

terminase la carrera para que esta lograra conseguir sus sueños.

Por desgracia, ninguna de las dos imaginó que el corazón de Corín le

tenía guardada una trágica sorpresa, pues este no aguantó el tiempo

suficiente para que ambas pudieran despedirse.

No haber estado al lado de la única persona que se preocupó por ella y

la crio como a una hija, más que como a una nieta, afectó mucho a

Christine. Su muerte fue un golpe muy duro que le costó superar, sobre todo

porque se sintió culpable por dejarla sola y no estar junto a ella cuando más

la necesitaba.
Su abuela Corín había representado toda su familia, ya que la madre

Christine, Evangeline, había sido repudiada por sus padres cuando esta se

quedó embarazada de un chico de su instituto a los diecisiete años. El gran

escándalo que se originó tras la noticia no tardó mucho en extenderse por

todo el barrio, y los que hasta ahora habían sido unos padres amorosos le
dieron la espalda tanto a su única hija como a la niña que esta tuvo y que

nunca consideraron como su nieta.

Después de esto, a Evangeline no le quedó más remedio que mudarse a


casa de Corín, la cual acabó convirtiéndose en su suegra tras una boda

apresurada para acallar los rumores.

Desde entonces, la vida de ambas pasó a ser un auténtico infierno

durante el año que aguantaron juntas. Sobre todo, debido a los continuos

cambios de humor que tuvo que soportar Corín de una adolescente, que

hasta entonces había vivido consentida.

Y es que Evangeline siempre fue una muchacha sin cabeza a la que le

gustaba vivir sin límites ni ataduras, y por eso no pudo con el peso de sus

obligaciones como madre. A nadie le extrañó que abandonara a Christine

cuando esta contaba con menos de un año de edad, sin que jamás volviera a

interesarse por su hija.

Como consecuencia, Christine nunca más volvió a verla o a tener

noticias de ella, convirtiéndose en un tema prohibido del que hablar, al

dolerle demasiado su abandono, pues nunca pudo perdonarle que no le diera

una oportunidad para quererla.

Por otra parte, su padre, un adolescente de dieciocho años al que nunca

le interesó la paternidad, acabó marchándose poco después del nacimiento


de Christine para buscarse un futuro mejor en el ejército, aunque, en
realidad, su partida fue más bien una huida de sus responsabilidades hacia

una niña que nunca quiso y con la que no sabía qué hacer.

La suerte siguió sin acompañar a esta familia cuando el padre de

Christine regresó a casa en un ataúd cinco años después, al fallecer a causa

de una herida mortal en una incursión secreta en un país cuyo nombre

nunca fue mencionado.

Fue entonces cuando Christine quedó bajo la tutela oficial de la única

pariente viva que se interesó por ella, convirtiéndose su abuela en la única

persona que se preocupó en darle un hogar y tanto amor como su viejo

corazón le permitió entregarle.


Sin padres ni otros parientes que se preocuparan por Christine, Corín se

convirtió en su mundo, transformando la relación de nieta y abuela en un

vínculo inseparable que las mantuvo felices y les permitió salir adelante, a

pesar de un dolor siempre oculto en su corazón. 

Sobre todo, cuando Christine contemplaba a las madres sonreír y jugar

con sus hijos.

Pronto aprendió a ser fuerte y a expresar el dolor de su abandono solo

en sus cuadros, ya que por nada del mundo quería que su abuela viera el

sufrimiento que encerraba en su interior. Christine fue creciendo hasta

convertirse en una hermosa mujer a la que le gustaba su vida sencilla y que

no sentía la necesidad de complicarse con una relación seria.


Sin duda, eso lo heredó del duro corazón de su madre.

Desde muy joven, comprendió que el amor solo le serviría para cortarle

las alas, al no necesitarlo para conseguir sus sueños. Se centró en su trabajo

y, dos años después de graduarse, de forma milagrosa, sus cuadros

empezaron a llamar la atención de los críticos, y Christine llegó a ser una

pintora de renombre bastante cotizada.

Por aquel entonces, ella creía que la causa de ese repentino éxito era su

abuela, quien, convertida en su ángel de la guarda, la cuidaba desde el cielo,

acudiendo a ella cada noche en sueños que Christine después plasmaba en

el lienzo.

Christine vio la pastelería y sonrió. El viejo edificio de ladrillo visto

siempre le alegraba, ya que le traía recuerdos de su infancia con su abuela.

Hambrienta, entró y se dirigió a la panadera quien, nada más verla, ya la

estaba saludando.

—Hola, Chris. ¿Cómo es que vienes a estas horas? —preguntó la mujer

con una sonrisa cariñosa en su rostro.

Christine correspondió a esta sonrisa con otra amistosa y se acercó a

ella.
—Hola, Kate, mi comida ha explotado en el microondas y me he

acordado de tus tartaletas de crema.

Kate se rio y se llevó las manos a las caderas.


—Conque ha explotado...

Con la mirada más inocente que pudo poner, Christine asintió y se

acercó más al mostrador.

—No se lo digas a nadie, no quiero que la gente piense que soy un 

desastre. Y ponme también un café bien cargado.

—No te preocupes, tu secreto estará a salvo conmigo.

Kate observó los pantalones vaqueros de Christine,  la camisa y su

recogido medio deshecho y tuvo que admitir que la muchacha poseía una
belleza tan marcada en sus rasgos y una elegancia en su forma de moverse,

que incluso desarreglada llamaba la atención.


A Kate le gustaba su forma de ser directa y su seguridad. Incluso podía

asegurar que era una de los pocos clientes que nada más entrar en su
pastelería, sabía exactamente lo que quería.

Con una sonrisa en los labios, Kate comenzó a prepararle su pedido.


—Te pondré el vaso más grande para el café. Se nota por tus ojos

clavados en los cruasanes que tienes hambre.


—Ni te imaginas cuánta.

Veinte minutos después, con el sabor del delicioso café y la tartaleta de


crema en su boca, Christine cruzó la calle de regreso a su casa. Hasta que
recordó que llevaba varios días posponiendo la recogida de un paquete.
Durante unos segundos, debatió consigo misma si ir o no, hasta que su
sentido común ganó. Además, no estaba tan lejos y era mejor que fuese

ahora, antes de que volviese a centrarse en su trabajo y lo olvidara de


nuevo.

Con la decisión tomada, siguió hacia adelante sin saber que esa simple
decisión cambiaría toda su vida.

A pesar de que la oficina de correos estaba ocupada con más clientes,


Christine no tardó mucho en llegar al mostrador para retirar su paquete.

Solo deseaba terminar cuanto antes, por lo que le entregó al empleado el


resguardo que guardaba en el bolso, quien enseguida  le dio su paquete.

Solo que el destinatario estaba equivocado.


—Ahhh... —empezó a decir para llamar la atención del empleado, que

ya había dado su servicio por resuelto—. Este paquete no es mío.


—¿Qué? —El hombre, alto, excesivamente delgado, con gafas y nariz

prominente, se deslizo las gafas sobre la nariz con un dedo y la miró como
si fuera un insecto molesto.

—No es mío —repitió Christine, y volvió a colocar el paquete en el


mostrador señalando el destinatario—. Esto es para un tal Brian Marlow.
El empleado delgaducho se acercó para verificar lo que le decía y, nada
más leer el nombre que aparecía en la etiqueta palideció y tragó con fuerza

antes de sacudir la cabeza.


Su rostro se volvió blanco, consiguiendo que Christine se asustara y

tuviera que comprobar el nombre de nuevo.


—¡Oh, mierda! Mierda, mierda, mierda —masculló el empleado

mirando a su alrededor con pánico. Acto que aumentó la preocupación de


Christine.

—No pasa nada, solo es un pequeño error. Deme mi paquete y quédese


con este —le dijo ella con una sonrisa en sus labios para tratar de

tranquilizarlo.
—Yo... yo debo de haberlos confundido —murmuró el hombre, más

para sí mismo que para ella.


—¿Que hizo qué? —le preguntó Christine, aunque él no pareció

percibirlo. Estaba demasiado ocupado mirando de izquierda a derecha con


los ojos abiertos de par en par, como si su vida dependiera de encontrar
algo.

—Me equivoqué de paquete —declaró él al fin con una voz más baja
que un susurro, a la vez que miraba por encima de su hombro—. Su

paquete. Se lo entregué a ese hombre.


—¿Qué quiere decir con que le entregó mi paquete? —preguntó

Christine, también en voz baja, al entender que el hombre no quería que


nadie supiera de su negligencia.

—Quiero decir que el señor Marl… Marlow  se llevó su paquete por


error —respondió el empleado, ajustándose el cuello de la camisa como si

le costara respirar.
Cuanto más tiempo pasaba frente a este hombre, más nerviosa se ponía
Christine, al no entender que fuera algo tan grave. Se había equivocado de

paquete, pero la solución era bastante sencilla.


—Um... de acuerdo. ¿Podemos contactar con él y hacerle saber que

hubo un error?
—Oh, no. No puedo hacer eso.

Christine tragó saliva, sintiéndose completamente estúpida.


—Ya veo. ¿No es su trabajo asegurarse de que el correo llegue a las

manos de la persona adecuada?


—Ah... un momento. —De forma apresurada, el empleado desapareció

de su puesto, sin ni siquiera prestarle atención a Christine, y se dirigió hacia


un hombre mayor que tenía la misma cara pálida que él.

A Christine, la situación le parecía cada vez más surrealista. Empezó a


pensar que ese día tenía la suerte en su contra, primero con la sopa de

tomate ,y ahora con el empleado negligente.


Un minuto después, el hombre delgado se acercó a ella, solo que esta

vez no parecía tan desesperado.


—Puedo darle su dirección y así usted misma podrá recuperar su

paquete.
—De acuerdo, pero ¿eso está permitido?

Christine vio la duda en su mirada y otra vez se puso pálido. En el acto,


ella comprendió que hubiese sido mejor callarse. Luego, como si su

pregunta no le importara, él bajó su mirada y comenzó a garabatear en un


papel.

—La verdad es que no. Pero hay circunstancias atenuantes.


—¿Como por ejemplo?

—Al señor Marlow no le gustan las visitas y tiene cierta aversión a los
empleados de correos.

—¿Pero le parece bien enviarme a mí?


Él tragó saliva, sin dignarse a mirarla, y le entregó la dirección en un
papel mientras sus palabras trataban de sonar tranquilizadoras.

—No haría daño a una mujer.


—¿Cómo lo sabe?

—Oh, simplemente lo sé. El siguiente, por favor —dijo el hombre,


haciendo una señal a la persona que estaba en la fila detrás de Christine,

zanjando así el problema.


Por unos segundos, ella miró el papel y luego al empleado, que aún no
se dignaba a mirarla. Así, Christine supo que, si quería su paquete con sus

pinturas, entonces tendría que ser ella misma quien fuera a por ellas.
Con la dirección entre sus dedos, se encogió de hombros, al no querer
seguir discutiendo. Estaba claro que ese hombre no iba a ayudarla, por más

que insistiera.
—Gracias..., supongo...

No obtuvo respuesta.
 
CAPÍTULO 2
 
 
 

En las afueras de la Ciudad de Chicago


7 de noviembre del 2021

Q
uince minutos después, Christine conducía su furgoneta,

dispuesta a no perder su paquete. En el interior de este había


una importante remesa de colores nuevos para el paisaje que

ella estaba pintando y que necesitaba con urgencia.


Miró al cielo, esperando que no le anocheciera cuando estuviera de

regreso, y mucho menos lloviera, pues odiaba conducir bajo la lluvia.

Conocía la dirección, ya que se había criado en la zona, pero, al no haber


ido nunca por esa parte de la montaña, por ser una propiedad privada, debía

tener cuidado de no saltarse el desvío.

Quince minutos más tarde, Christine por fin llegó al lugar que el
empleado de correos le había indicado, y contempló la preciosa cabaña de

madera que tenía ante ella. Con solo una mirada se podía  ver su

antigüedad, así como el hecho de que estuviera muy bien cuidada.


Poseía un encanto abrumador, con los árboles dándole sombra y la tenue

luz del crepúsculo que se colaba entre las ramas y caía sobre ella. Era una

estampa espectacular, aunque el cartel a la entrada avisando de que era una

propiedad privada y que por ello el propietario estaba en su derecho a

disparar, le quitaba algo de encanto al lugar.


Christine se bajó del coche y, un segundo después, oyó que alguien le

hablaba.

—Vuelve a tu camioneta y sal de mis tierras.

Al escuchar la amenaza, Christine se quedó de piedra, ya que ni siquiera

había conseguido dar dos pasos y no había visto a nadie. Asustada, decidió
que era más prudente olvidarse de sus pinturas y salir de ese lugar cuanto

antes.

—Oh... um... de acuerdo —dijo ella alzando las manos para que no le

disparasen.

—¿Quién eres? —alguien preguntó.

—Na... nadie. Lo siento. —Fue lo único que se le ocurrió decir.

Nunca antes había estado en una situación similar, y no le gustaba nada


que la amenazaran. Solo deseaba marcharse de ese lugar enseguida, por lo

que de forma apresurada se giró para dar la vuelta y tropezó con una piedra.

Christine apenas tuvo tiempo a reaccionar. Perdió el equilibrio y cayó al

suelo como un peso muerto.


—¡Ah! —gritó de dolor.

—¿Estás bien?

—¡No! Me he lastimado el hombro… —gimió, sentándose mientras se 

agarraba el brazo. Una aguda punzada le hizo olvidar la amenaza y su

urgencia por marcharse y maldijo por lo bajo su mala suerte.

—¿Quieres que le eche un vistazo?


En ese momento, lo único que deseaba era que la dejasen tranquila, pero

no fue capaz de decir nada cuando alzó la vista y vio a ese hombre.

Él estaba a pocos pasos de ella y se le veía muy preocupado, pero lo que

de verdad le impresionó a Christine fueron sus preciosos ojos verdes, que la

miraban fijamente.

Ella sintió un escalofrío por todo su cuerpo y no pudo articular palabra.

Era el hombre más atractivo que había conocido en su vida, y sin duda

debía de ser Brian Marlow.

Alto, corpulento, de estrechas caderas y hombros anchos, moreno y con

la boca que invitaba a ser besada, era la personificación de un sueño erótico.


Y ahora estaba ante Christine, mirándola  inquieto mientras ella estaba

sentada en el suelo y cubierta de polvo.

Quizás por ese motivo, a Christine  solo se le ocurrió decirle:

—¿Me vas a hacer daño?

—No —le aseguró él sonriendo y perdiendo parte de su inquietud.


—¿Ni a disparar? —volvió a preguntar Christine, ahora más tranquila,

al verlo sonreír.

—Como puedes ver, no llevo ninguna arma. —Su sonrisa se ensanchó y


se acercó más a ella.

—Gracias a Dios por eso. De todas formas, ¿qué demonios haces

amenazando con un arma a la gente que te visita?

—Pensé que eras otra persona —dijo él, agachándose junto a Christine

para poder ver mejor mi hombro.

—¿Como el empleado de correos?

—No. No tengo nada en contra de esos imbéciles.

—Él me dijo que no te gustan las visitas.

—Um… —Brian apretó los labios, visiblemente incómodo—. Es una

larga historia que tiene más que ver con citaciones de desahucio.

Sin previo aviso, él colocó la mano en el hombro de Christine,

tanteando, hasta que ella hizo una mueca de dolor.

—Creo que te lo has dislocado.

—Oh, genial. Simplemente maravilloso. Ahora sí que estoy perdida por

culpa de tus nefastos modales.

Los ojos azules de Brian brillaron con decepción y tristeza,

consiguiendo que Christine se sintiera mal.


—Puedo arreglarlo si me dejas —aseguró él, por lo que ella se sintió

aún más culpable.

Sabía que estaba siendo injusta al echarle la culpa, pero se sentía tan

frustrada, aturdida y dolorida, que era más sencillo pagarlo con él.

—¿Arreglarlo? ¿Cómo? ¿Tienes algún tipo de experiencia o

entrenamiento médico?

Brian no pareció escucharla y continuó hablando. Al parecer, había

decidido no hacer caso a los desplantes de Christine y centrarse en ofrecerle

su ayuda. Algo que hizo que ella se sintiera aún peor. Sobre todo, cuando él

le volvió a mirar a los ojos y ella se quedó sin habla.


—Tendrás que respirar hondo y relajarte. Cuando estés preparada,

inhala una bocanada profunda de aire, y aprovecharé ese momento para

devolverte el hombro a su sitio. Como ves, es muy sencillo.

—Oh, joder —jadeó ella—. Puede que a ti te resulte sencillo, pero a mí

me suena doloroso.

Brian la ayudó a levantarse y rodeó con uno de sus brazos su cintura.

—Luego tendremos que inmovilizarlo. Entra y te traeré algo para hacer

un cabestrillo.

—¡Oh no! No voy a entrar en tu cabaña, después de tu recibimiento.

Estoy bien aquí. Mejor aún, conduciré hasta mi casa y mantendré mi brazo

bien quieto. Gracias por tu ayuda.


Christine intentó apartarse de él, pero solo consiguió resbalarse y casi

caerse de culo al suelo. Solo los reflejos de Brian lo impidieron y acabó

sujeta entre sus brazos.

—No voy a dispararte ni nada por el estilo. Es una cabaña normal, y te

prometo que no te pasará nada.

Ella no estaba segura de si aceptar su ofrecimiento, pero lo cierto era

que el brazo le dolía cada vez más y ese hombre olía de maravilla.

—Estoy bastante segura de que eso es exactamente lo que dicen los

asesinos cuando intentan convencer a sus víctimas de que bajen la guardia.

—Christine intentó parecer seria, pero no pudo contener una sonrisa cuando

comprobó que él le sonreía.

—Puede que estés en lo cierto, pero ahora mismo no tienes otra opción

que confiar en mí.

Sin una palabra más, Brian la cogió en brazos, tan de improviso que

Christine comenzó a chillar. Se notaba por la expresión del rostro de Brian

que se estaba divirtiendo a costa de ella y que no pensaba dejarla marchar.

Se había propuesto no solo arreglarle el brazo antes de que ella se fuera,

sino además conocer un poco más a esa mujer que, no solo era preciosa,
sino que tenía un fuerte carácter que le hacía sonreír.

Según parecía, era una mujer de armas tomar, y a él le encantaban esa

clase de mujeres, fuertes, luchadoras y seguras de sí mismas.


Por su parte, a Christine solo le quedó rendirse y dejarse llevar en

brazos por ese hombre que la exasperaba y le atraía a partes iguales.

Debía reconocer que le intrigaba, al darle una primera impresión de

hombre rudo para después transformarse en un perfecto caballero.

No tardaron mucho en llegar al interior de la cabaña, donde a Christine

le esperaba otra sorpresa. El lugar era amplio, luminoso y estaba recogido y

limpio. Toda una proeza, al tratarse de la cabaña de un hombre que parecía

vivir solo.
—Es... agradable —indicó Christine, apartando su pelo de la cara

mientras miraba todo a su alrededor y él la dejaba con cuidado en un


cómodo sofá—. Es acogedora.

—¿Esperabas lámparas hechas de huesos llenas de telarañas? —


preguntó Brian con una sonrisa, sacando una vieja funda de almohada de un

cajón y rompiéndola.
—¿Puedes culparme, después de la bienvenida que recibí? Estaba

segura de que me ibas a disparar.


Brian se acercó con paso felino a ella para después colocar una rodilla

en el suelo y mirarla a los ojos fijamente. Con ello captó toda la atención de
Christine, dejándola además sin aliento, para después, con sumo cuidado,
colocar la funda de la almohada a un lado.

—¿Estás preparada?
A Christine se le ocurrió miles de cosas para la que estaba preparada
con ese hombre, pero por suerte no contestó en el acto. Antes, le miró a los

labios y preguntó:
—¿Para qué?

Con voz suave, pero profunda, Brian le respondió:


—Para colocarte el brazo en su lugar.

Eso hizo que Christine despertara de su aletargamiento y se irguiera,


avergonzada. Solo esperaba que ese hombre no pudiera leer su mente, o
tendría que salir corriendo de ese lugar. Desesperadamente.

Por suerte, Brian no hizo ninguna señal de haber sabido sus


pensamientos y Christine pudo serenarse.

—Tengo que respirar profundo y relajarme —recordó ella.


—Así es. Cuando estés preparada, me avisas.

Christine asintió y comenzó a respirar hondo, al querer acabar lo antes


posible con todo esto.

—Ahora —dijo tranquila cuando se sintió preparada. Acto seguido,


notó cómo Brian le cogía el brazo para alzárselo y girarlo, tras lo que

escuchó un crujido—. ¡Mierda! —no pudo evitar volver a decir.


Sin una palabra, Brian continuó con su trabajo y colocó la tela bajo su

brazo para poder atarla detrás del cuello.


—Ya pasó lo peor. Ahora solo sentirás un ligero dolor, que tras un poco
de reposo, irá desapareciendo en unos días.

—Gracias, supongo. Aunque esto sea culpa tuya.


—Admito que debí asustarte, pero no creo que tenga la culpa de que te

cayeras y te dislocaras el hombro. —Pero no tuvo más remedio que cambiar


de idea cuando Christine lo miró seria—. ¡Está bien! —dijo él, alzando las

manos en señal de rendición—. Todo es culpa mía.


En el acto, Christine se sintió mal, pues era cierto que él no la había

empujado al suelo. Eso lo había hecho ella solita con su torpeza.


—Dejémoslo en que no es culpa de nadie.

Brian pareció sorprendido al escucharla. Al parecer, no se había


esperado que ella cediera tan rápido y debió gustarle eso, pues le sonrió de

nuevo.
—¿En paz, entonces? —dijo extendiéndole una mano.

—En paz —le aseguró ella, tomando su mano para sellar el acuerdo.
—Por cierto. ¿Cuál es tu nombre? —preguntó él, visiblemente curioso.
—Christine. —Ella le sonrió—. Y ya sé que tú eres Brian. Nos hemos

confundido de paquete en la oficina de correos.


—¿Eres la dueña de las pinturas?

—Esa soy yo. Por suerte, no las llevaba encima cuando me caí al suelo.
—No te preocupes, las tengo guardadas en un lugar seguro. Espero que

no te importe que abriera el paquete, pero no me di cuenta de que no era


para mí.

—Tranquilo, lo comprendo —le aseguró ella, al notar su preocupación.


Por lo visto, no quería que ella pensara que era un entrometido. Aunque,

por su siguiente pregunta, si parecía bastante curioso respecto a ella.


—Las pinturas parecen muy profesionales y, si no te molesta la
pregunta, ¿para qué las quieres?

—Soy pintora. Estoy terminando una combinación de paisajes para una


exposición. —Christine hizo una pausa para mirarse el brazo—. Se supone

debo terminar el cuadro dentro de un mes, pero creo que eso ya no va a


suceder.

—No pareces molesta —continuó Brian sentándose frente a ella en una


mecedora, como si realmente estuviera interesado en lo que Christine le

decía. Algo que a esta le encantó, pues muchos hombres solo fingían interés
para llevársela a la cama.

—Oh, eso es porque no lo estoy. Estoy destrozada.


Brian pareció preocupado y culpable al escucharla, e inmediatamente

ella lamentó sus palabras.


—¿Tal vez debería llevarte al médico? Para que te revisen…, por si

tienes algo roto o estás sufriendo un shock.


Él estaba lo bastante cerca de ella como para tocarla, por lo que Brian

solo tuvo que alargar la mano para palparle la frente.


—Parece un poco caliente.

—No tengo tiempo para médicos. Lo que tengo que hacer ahora es
pensar cómo voy a continuar pintando con el brazo en cabestrillo.

Sin más, Christine se levantó de su cómodo asiento, aunque Brian no


tardó en detenerla y sostenerla con una de sus manos en su cintura.

—No puedes pintar en tu estado. Pasarán al menos dos semanas antes


de que puedas volver a hacer algo normal, e incluso entonces tendrás que

tener cuidado.
Christine se quedó pensativa durante unos segundos, hasta que se

desmoronó y aparecieron lágrimas en sus ojos.


—Pero... —susurró ella, después de sacudir la cabeza y respirar hondo

—. No. Encontraré la manera de hacerlo con un solo brazo.


—De acuerdo —dijo Brian, reconociendo la obstinación en sus ojos—.
Pero al menos déjame llevarte al médico. Solo para que compruebe que

todo está bien y  tal vez te dé algún consejo.


—De acuerdo —consintió Christine al fin, y Brian pudo respirar con

más tranquilidad. Estaba preocupado por ella y sentía una fuerte sensación
de protección con esta desconocida, que cada vez le intrigaba más.
Con cuidado, la ayudó a colocarse bien el cabestrillo improvisado,
deteniéndose frente a ella y mirándola a los ojos.

—¿Sabes una cosa? Tienes unos ojos increíbles.


—Gracias —dijo Christine en voz baja, al mismo tiempo que Brian
contemplaba sus labios carnosos y deseaba que estuvieran entre sus dientes

—. A mí también me gustan tus ojos. Me dicen mucho sobre ti.


—¿Como qué? —preguntó él.

—Que tienes un buen corazón y que puedo confiar en ti.


Sus palabras parecieron confundir a Brian, pues creía que ella le temía,

por lo que tuvo que volver a preguntárselo.


—¿De verdad confías en mí?

—Así es —le aseguró Christine, sonriendo.


Después de lo que había pasado, a Brian le encantó que ella confiara en

él. Se la quedó mirando y pudo ver que ante él tenía una mujer especial que
no se asustaba fácilmente y que, como le sucedía a él, parecía intrigada ante

su presencia.
Sin lugar a dudas, era una mujer interesante a la que quería seguir

conociendo.
 
CAPÍTULO 3
 
 
 

C
hristine notaba como el dolor del brazo se acentuaba
conforme se acercaban a la clínica. Sabía que era normal,

debido a su lesión, y por ese motivo no quería decirle nada


a Brian, al estar segura de que se preocuparía. No se hacía

falsas ilusiones con el interés de Brian por ella, pues estaba convencida de
que solo se trataba de una inquietud nacida de la culpabilidad y no de…

algún tipo de emoción por ella.


Se sentía estúpida al pensar en ello, más aún cuando le ponía tan

nerviosa estar a su lado.

Ella solo quería llegar cuanto antes a la clínica para dejar de pensar en
Brian y en cómo se sentía en su cercanía, o en cómo la había mirado él

directamente a los ojos.

Se recordó que era una mujer adulta con un problema más serio en ese
momento, pues su lesión podría imposibilitarle que se centrara en su trabajo

durante días, incluso semanas.


Tenía la esperanza de que el diagnóstico de Brian fuera equivocado,

aunque, si su lesión era tal como él le había dicho, siempre podría decirle a

su pasante que pensara en algo para la exposición.

Durante el trayecto, ninguno de los dos habló, quizás por no saber qué

más decir o porque el silencio entre ellos no era incómodo. Solo cuando
Brian detuvo el coche frente al edificio de aspecto moderno de la clínica, le

dirigió unas palabras, que le recordaron a Christine que el tiempo se le

escapaba de las manos.

—Bien. Ya hemos llegado.

—¿Crees que nos entretendrán mucho? —preguntó ella cuando él la


ayudó a salir de la camioneta.

Por recomendación de Brian, el coche de ella se había quedado en la

cabaña, ya que Christine no podría conducir a través de la montaña con una

sola mano. Esta no puso objeciones a ese plan, pues sabía que tenía razón,

pero ahora, por primera vez desde la muerte de su abuela, dependía de otra

persona.

Aunque, por muy extraño que pareciera, ese hecho no la inquietaba ni


incomodaba su lado feminista, al sentirse junto a él más a gusto de lo que

nunca había estado con un miembro del sexo opuesto.

—No podría decirlo —contestó Brian—. Solo hay un médico de guardia

a esta hora. Así que, si hay muchos pacientes, podríamos estar aquí un buen
rato.

Christine asintió, sintiendo el brazo de Brian de nuevo alrededor de su

cintura. Una sensación a la que ya debería estar acostumbrada, pero que

cada vez notaba con más intensidad. Incluso podría decirse que la sentía

como una ligera sacudida en el pecho que le ocasionaba un asfixiante calor.

—Tal vez deberíamos saltarnos la visita al médico… ¿Puedo volver


mañana? Además, tú mismo dijiste que era solo una dislocación. Así que

debería estar arreglada, ¿no?

Escuchó a Brian suspirar y se sintió como una niña pequeña.

—No nos iremos de aquí hasta que al menos te hayan hecho una

radiografía. Y como tengo las llaves y la camioneta, estás a mi merced.

—Hm… ¿Alguna vez te han dicho que eres un mandón? —Nada más

decirlo, Christine  se sonrojó, al pensar que se había excedido, ya que se

acababan de conocer y quizás se había tomado demasiadas confianzas.

Pero la sonrisa de él la sorprendió. Una sonrisa que la hizo estremecerse

al ver cómo le brillaban los ojos.


Christine no pudo remediarlo y también le sonrió mientras empezaban a

caminar hacia la entrada.

Una vez dentro, se dirigieron al mostrador de recepción. Ni siquiera

hizo falta que pidieran ver a un médico, al adelantarse la enfermera que

estaba de guardia.
—¿Qué te pasa, cariño? —preguntó una bonita rubia, que no dejaba de

mirar de arriba abajo a Brian.

—Uh-uh. —comenzó a decir Brian, visiblemente incómodo con el


escrutinio mal disimulado de la enfermera. Algo que alegró a Christine,

pues con ella no se había sentido incómodo—. Estamos aquí para que un

médico atienda a la señorita.

Nada más escucharlo, la rubia dejó de sonreír para mirar a Christine por

primera vez. Por supuesto, sin sonreírle, pero sí con unos ojos fríos que

Christine notó con un leve escalofrío.

—Oh. Comprendo. —Los ojos de la enfermera continuaron estudiando

a Christine mientras ella deseaba preguntarle qué era lo que comprendía—.

Qué lástima. —murmuró, entregando a Brian un portapapeles y pareciendo

repentinamente aburrida—. Rellénalo y tráemelo. El doctor Murphy está

ocupado, así que puede tardar un poco.

—Gracias —contestó Brian mientras lanzaba a la enfermera su mirada

más fría.

Christine se preguntó por qué ninguno de los dos había corregido el

error de la enfermera, cuando afirmó que era su novia, aunque lo que más le

asombraba era que él fuera tan protector con ella.

En silencio, los dos se alejaron y se sentaron en la sala, dejando atrás a


la enfermera, que les miraba de forma descarada.
—¿Siempre te pasa eso con las mujeres? —susurró Christine, mientras

miraba por el rabillo del ojo a la enfermera. Esta continuaba pendiente de

Brian con todo el descaro del mundo.

—¿A qué te refieres? —preguntó él a la vez que revisaba el formulario.

—A cómo te comen con la mirada.

Solo entonces Brian alzó la vista de los papeles y se fijó en la

enfermera, que le sonrió coqueta.

—No —dijo él sin más, como si fuera un tema que no le interesara—.

En ocasiones, las mujeres también se caen al suelo y se dislocan un hombro

al verme.
Al escucharlo, Christine frunció el ceño y se le quedó mirando muy

seria, hasta que pudo ver cómo los hombros de Brian empezaban a temblar.

No pasaron ni diez segundos cuando él no aguantó más y soltó una

carcajada, que apenas pudo disimular.

—No le veo la gracia —repuso Christine enfadada, intentando quitarle

los formularios para rellenarlos ella.

A Brian le costó contenerse, pero consiguió serenarse lo suficiente

como para continuar hablando.

—Lo siento, pero me lo has puesto muy fácil.

Aún con su sonrisa en el rostro, Brian continuó escribiendo los datos

que él conocía, por ejemplo, un resumen de cómo se produjo la lesión.


—¿Sabes que no es de buena educación reírse de los demás? —soltó

Christine mientras miraba la letra ligeramente ladeada de Brian.

—Te prometo que no volveré a reírme de ti. Palabra de explorador. —

indicó él seguro, dibujando una cruz sobre su corazón con un dedo.

—No creo que sea así como lo hacen los scouts, pero de acuerdo.

Dejando atrás ese tema, Brian le ofreció el formulario.

—Te he rellenado todo lo que sé. Si quieres, puedes decirme el resto y

lo terminamos juntos.

Christine solo tuvo que mirar su brazo en cabestrillo para saber la

respuesta.

—Bueno, te lo agradecería...

Sin más, Brian asintió y comenzaron a rellenarlo. Una vez terminado,

Brian se lo acercó a la enfermera, mientras Christine se quedó pensativa.

Hacía solo poco más de una hora que Christine conocía a este hombre, y

él ya sabía más cosas de ella que su último novio.

Brian podía ser un hombre que vivía apartado del mundo en su cabaña,

e incluso que algunos le temieran, como le ocurría al empleado de correos,

pero ella estaba segura de que no era alguien reservado o malhumorado.


Más bien, todo lo contrario.

Y estaba decidida a saber más de él, si Brian se lo permitía.

 
 

De camino a casa de Christine, Brian no pudo dejar de pensar en esa

mujer. Le resultaba preciosa y no podía evitar sentirse atraído por ella.

Sobre todo, por la energía que la envolvía y su entusiasmo contagioso. Sin

embargo, había algo dentro de ella triste y oscuro. Como si hubiera sufrido

muchas cosas malas en su vida que la hubieran marcado. Y aun así, no

dejaba de sonreír.
—¿Hay alguien que se ocupe de ti? —preguntó Brian al llegar a la casa

de ella y saber que, quizás, ya no volvería a verla.


—¿Qué quieres decir?

—Algún familiar o novio que te ayude con el brazo —dijo señalando el


cabestrillo. Según el médico, no estaba fracturado, pero de todas formas

deberías guardar reposo durante dos semanas.


—No tengo a nadie —contestó ella en voz baja y sin atreverse a mirarle

a los ojos. Como si se avergonzara de que él supiera que estaba sola. Algo
que no era cierto, sino más bien todo lo contrario, ya que eso le decía a

Brian que podría cortejarla, al tener su corazón libre.


Brian, comprendiendo que Christine podría estar a su alcance, sonrió
para sí y continuó haciéndole preguntas para asegurarse y evitar hacerse

falsas ilusiones.
—Pero tendrás a alguien en algún lugar que pueda venir a ayudarte…
Christine negó con la cabeza y Brian notó que se sentía incómoda.

Como si no quisiera que la vieran vulnerable.


—No te preocupes, podré cuidarme sola.

Se quedó mirándola pensativo, con una idea que empezó a formarse en


su cabeza.

—Es imposible que no tengas novio —acabó él soltando, lo que


consiguió que ella lo mirase con una sonrisa.
—Eres un cielo al decirlo, pero no es tan extraño. Estoy muy ocupada

con mi trabajo en este momento, y no tengo tiempo para nada serio.


El gruñido de Brian hizo que Christine escondiera su sonrisa y apartase

la mirada. Puede que Brian no se diera cuenta, pero sus preguntas y su


forma de observarla le indicaban su interés en ella. Y no podía estar más de

acuerdo con ello.


—Pues es una pena. Creo que eres una mujer con muchas cualidades.

—Los ojos de Brian recorrieron la longitud del cuerpo de Christine con


tanta intensidad que consiguió que ella lo notase incluso sin mirarlo—.

Estoy seguro de que hay un buen puñado de hombres que darían lo que
fuera por estar contigo. Yo estaría encantado de ser uno de esos hombres.

Sus palabras parecieron sorprenderla, al conseguir que por fin lo mirase,


enrojecida. Luego, como si hubiera recordado algo, Christine salió de la
camioneta a toda prisa.
—¿Qué sucede? —preguntó Brian mientras también salía del coche e

iba tras ella.


—Nada —dijo Christine después pararse y volverse hacia él.

¿Cómo podía decirle que lo que más deseaba era pasar tiempo con él,
pero que su vida estaba centrada en su trabajo? ¿Cómo decirle que ya lo

había intentado otras veces con otros hombres, y no había funcionado? Y lo


peor de todo, ¿cómo decirle que se sentía tan atraída por él, que temía

intentarlo y que su relación fracasara?


Estaba cansada de estar sola, pero estaba más cansada de sentir que

nadie podría amarla nunca. De ser abandonada.


Por ese motivo, buscó una estúpida respuesta. Algo que le diera tiempo

para pensar, para decidir si arriesgarse o no. Para intentar cambiar su suerte
con ese hombre.

—Es un mal momento para… —calló cuando vio cómo Brian curvaba
un lado de la boca en una sonrisa.
Este no quería demostrarle que estaba nervioso por su rechazo, y por

eso sonrió. No se había esperado sus dudas y no estaba dispuesto a


desaprovechar la oportunidad de conocerla. Pero sabía que debía ser

prudente y no imponerse.
—¿Un mal momento para…?
Visiblemente incómoda, ella le respondió:

—Sabes a lo que me refiero.


Apiadándose de Christine, Brian se le acercó, colocándose justo frente a

ella.
—Me gustas. —Sus palabras eran escasas, pero suficientes como para

poner el mundo de Christine patas arriba.


Con los ojos de Brian puestos en ella, a la espera de su respuesta,
Christine se sintió dividida.

¿Debía arriesgarse con ese hombre? ¿Saber más de él y descubrir por


qué le hacía sentir cosquillas en el estómago? O tal vez debería olvidarse de

él, puesto que le atraía tanto que, si se doblegaba a aceptarle, estaría perdida
para siempre.

Pero solo tuvo que mirarle a los ojos y ver la ansiedad y anhelo que
Brian sentía por saber su respuesta, para saber qué iba a responder.

—Tú también me gustas, Brian —declaró, ahora convencida. Sobre


todo, cuando su corazón dio un brinco de alegría que la hizo sonreír.

Encantado con su respuesta, Brian le devolvió la sonrisa y se le acercó.


No estaba seguro de qué debería hacer en ese instante para no asustarla,

pero no quería perder la oportunidad de estar con ella.


Cruzando los dedos, se atrevió a preguntarle:

—¿Quieres cenar conmigo mañana?


Cuando vio que Christine asentía, estuvo a punto de cogerla en brazos y

besarla, pero se contuvo a tiempo y simplemente se despidieron con un


dulce y fugaz beso en los labios, que a ambos les supo a poco.

Puede que solo fuera una cita, pero era un buen comienzo.
 

Cementerio de Chicago
25 de febrero del 2022

 
Sumida en los recuerdos de su primer encuentro, Christine caminaba de

forma automática por el sendero del cementerio como tantas otras veces
había hecho en ese año.

Vivir en el presente le dolía tanto, que su mente solía escapar de la


tristeza a través de las evocaciones de un pasado vibrante, del que solía
envolverse para considerarse protegida de la realidad.

Solo en el recuerdo se sentía otra vez cerca de su marido, y podía volver


a escucharlo o estremecerse con su cálida mirada. Y aunque una parte de

ella sabía que se estaba engañando y que la realidad tarde o temprano


acabaría encontrándola, no podía evitar regresar una y otra vez a esos días

donde el dolor y la tristeza eran solo palabras que jamás creyó comprender.
De esa manera Brian volvía cada día a estar vivo para ella,
percibiéndolo a su lado cada vez que caminaba despacio por ese lugar tan

tétrico, y que ahora se había vuelto tan cotidiano.


Notarlo tan cerca era un regalo demasiado valioso para dejarlo pasar, ya
que sabía que lo perdería para siempre si asumía su muerte y aceptaba una

existencia sin él.


Por eso prefería seguir engañándose, y aparentar que junto ella se

encontraba su esposo dispuesto a escucharla.


—Ayer me encontré al señor Ottis y volvió a preguntarme por ti —le

habló Christine a la nada aunque las palabras iban destinadas a Brian—. Sé


que debido a su enfermedad no puede acordarse de lo que sucedió, pero no

tuve el valor de recordarle que hacía un año que habías muerto.


Admitir que Brian había fallecido y que caminaba sola le hizo callar por

unos segundos, al haber vuelto a la fría realidad de su pérdida. Y es que ese


día era importante sentirlo cerca pues, a pesar del tiempo transcurrido, su

dolor aún no había mermado como le habían asegurado que ocurriría, y esa
mañana su pena se había vuelto más insoportable al ser el primer

aniversario de su muerte.
Claro que encontrarse cada pocos días a su anciano vecino preguntando

por él, tampoco era algo que la ayudara a pasar página, más aún cuando ella
misma buscaba excusas para no asumir su pérdida, aunque ello significara
seguir sumida en su tristeza.

—Ya sabes que su Alzheimer le juega malas pasadas y no quise que se


volviera a entristecer. Aún se acuerda de ti, ¿sabes? Te tenía mucho cariño.

No pudo evitar que una solitaria lágrima resbalara por su mejilla, como
tantas otras lo habían hecho antes.

—Le dije que estabas trabajando y que regresarías pronto a casa —no
logró contener el sollozo por más tiempo y un reguero de lágrimas empezó

a humedecer sus mejillas—. No pude decirle que nunca más regresarías y


que debía dejar de esperarte. Brian, no supe cómo decirle la verdad.

Ante ella apareció la tumba de su marido y tuvo que parar al ser


consciente de que no solo el señor Ottis vivía engañado esperando su

regreso, sino que ella también lo anhelaba con todo su corazón, pues le era
imposible seguir adelante en este mundo sin tener la esperanza de que él
regresaría algún día.
—Brian —susurró mientras contemplaba la lápida, y sentía por primera

vez el escozor de las espinas clavándose en su mano.


Había olvidado la rosa roja que le había traído a Brian por su
aniversario, y a la que se aferraba con fuerza como si fuera un amuleto
contra la nostalgia y la amargura.
Unas gotas de sangre cayeron al suelo, mientras ella las contemplaba
sumida en otros días ya lejanos. Unos días en donde Brian se proponía

conquistarla y donde una caricia suya significaba poner a sus pies todo el
universo.
El recuerdo de esa otra rosa roja le vino a la memoria, y Christine
volvió a evadirse de la realidad refugiándose en otro tiempo donde sonreír
era posible.

 
 
 
CAPÍTULO 4
 
 
 

Ciudad de Chicago
8 de noviembre del 2021

V
erlo frente a ella, esperándola impaciente, hizo que su

corazón diera un vuelco en su pecho. Había transcurrido


un día desde su primer encuentro, y durante ese tiempo

Christine no había podido dejar de pensar en él.


No era solo porque le pareciera atractivo o porque le hiciera sonreír,

sino porque algo dentro de ella le decía que ese hombre era diferente a

cuantos había conocido, y estar a su lado podría ser tan peligroso como
acercarse a un fuego que te consumiría hasta las cenizas.

Tratando de serenar su respiración, y procurando tranquilizarse para que

Brian no notara su nerviosismo, Christine inhaló profundamente y empezó a


caminar hacia él demostrando una fortaleza que en realidad no poseía.

Habían quedado en la farola que se encontraba a un par de metros de su

casa, justo en su misma acera, para no tener que invitarle a entrar y así
ahorrarse una situación embarazosa. No era la primera vez que quedaba con

un hombre en este lugar, para así poder mantener las distancias, hasta estar

bien segura de conocerle y de decidir por ella misma si quería algo más de

esa velada.

Una norma que había tomado después de tratar con unos cuantos
indeseables, que se tomaban la invitación como algo que no era, y desde el

principio le exigían un acercamiento que prefería reservarse. Desde

entonces se había vuelto una mujer más precavida, y ahora prefería una

actitud más recelosa hasta no estar segura de si ese hombre le interesaba.

Con el sonido de sus tacones de fondo y el viento helado de febrero que


le mecía los cabellos, Christine se fue acercando a su cita sin perderse

ningún detalle del hombre que la esperaba sumido en sus pensamientos. No

pudo evitar sentir un hormigueo al verlo apoyado en la farola con el abrigo

abierto como si estuviera retando al viento, con una mano dentro del

bolsillo del pantalón de su traje y con su otra mano llevándose un cigarrillo

a la boca.

Tuvo que tragar saliva tras el repaso que hizo por su cuerpo, y deseó
que los pasos que lo acercaban a él fueran más lentos para recrearse por

más tiempo ante su visión.

Debía reconocer que Brian sobresalía por su aspecto atractivo, pero

sobre todo por la seguridad que emanaba de él, haciéndote desear tener esa
fortaleza que a su lado parecía tan natural.

Pero el retumbar de sus tacones debió alertarle de su presencia, pues

giró la cabeza para mirarla, y durante unos segundos se quedó quieto con el

cigarrillo a escasos centímetros de sus labios. En ese momento todo pareció

detenerse alrededor de ellos, pues incluso el viento dejó de mecer sus

cabellos y de enfriar el ardiente calor que ambos comenzaron a sentir nada


más verse.

Por su forma tan descarada de contemplarla, supo con toda certeza que

la había reconocido, y casi la dejó sin aliento cuando vio formarse en sus

labios una ligera sonrisa.

Christine, nerviosa como nunca antes lo había estado, se preguntó por

qué Brian la estaba contemplando tan fijamente, y qué era lo que estaba

pensando al quedarse tan ensimismado, mientras la observaba acercarse.

Tras esos eternos segundos donde ambos se examinaron, Brian

reaccionó irguiéndose, para después tirar el cigarrillo al suelo y ampliar su

sonrisa de una manera que hizo que ella se tambaleara ligeramente.


Su pose era tan seductor, que cortaba la respiración con solo echarle un

vistazo, siendo imposible no sentirse atraída por ese hombre. Su mirada de

un azul penetrante, sus facciones varoniles, el ancho de sus hombros, su

complexión fuerte y musculosa, absolutamente todo en él, era sinónimo de

masculinidad y deseo.
Cuando Christine estuvo lo suficientemente cerca de él como para ver el

azul de sus ojos, se dio cuenta de que en la mirada de Brian se veía

reflejado un mar embravecido, indicándole lo mucho que le había


perturbado su llegada.

No hizo falta ninguna palabra para saber que él la había estado

devorando con la vista, como ella lo había hecho con él, y se sintió

poderosa al saber que había conseguido excitarlo con solo verla caminar.

Y ahora, cuando apenas los separaba un metro, notaba cómo sus ojos

recorrían su cuerpo quemando por donde pasaban, causándole un calor que

le resecaba la garganta. Lo sintió subiendo por sus piernas cubiertas de

medias, por su cuerpo tapado por su entallado abrigo y por su rostro al

sentirlo como se sonrojaba, y supo sin lugar a dudas, que la velada de esa

noche no sería como ninguna que hubiera vivido antes.

—Creía que ya no venías —le dijo Brian cuando por fin habló—. Me

alegro de haberme equivocado.

—Cuando se trata de la primera cita, no es elegante en una mujer ser

puntual.

—Tampoco creo que sea muy elegante hacer que tu cita se muera de

frío. Aunque después de calentarme la sangre al verte llegar con esos

andares, te lo perdono todo —señaló, mientras clavaba su mirada en la


suya.
—Muy amable por tu parte —le contestó, tratando de disimular el

estremecimiento que le atravesó hasta llegar a su corazón.

Estaban uno frente al otro sin que ninguno de los dos se atreviera a

hacer o decir nada. Ya no les importó el viento ni la espera, ni que todo a su

alrededor desapareciera, pues solo eran conscientes de que no volverían a

respirar con normalidad, hasta que el fuego de sus ojos no se extinguiera.

Christine notaba que él quería acercarse para besarla, aunque no estaba

segura de sí solo se conformaría con su mejilla, o si le exigiría algo más,

pero estaba convencida de que Brian estaba cavilando cómo conseguir ese

premio.
Lo sabía al ver el examen minucioso que hacía de sus labios, por su

boca entre abierta como si estuviera anticipándose a algo que ansiaba, y por

la forma en que tragó saliva como si estuviera a punto de degustar un

suculento manjar.

Pero lo más curioso fue darse cuenta de que ella también estaba

haciendo lo mismo que él, y sin embargo ninguno de los dos se atrevía a dar

ese paso que les conduciría a conseguir lo que tanto ansiaban.

Solo cuando la mirada azul de Brian dejó sus labios, y vio que él se

movía, se dio cuenta que sus inseguridades les habían hecho desperdiciar la

oportunidad de besarse. Algo que lamentó mucho más de lo que creyó que

haría.
El día anterior se habían sentido cómodos estando juntos, pero hoy

parecía que habían olvidado esa complicidad entre ellos. Esas sonrisas

divertidas y ese coqueteo disimulado.

Christine se imaginó que se debía al nerviosismo de ambos, y que poco

a poco se irían relajando y volverían a sentirse cómodos y a reír.

Ajeno a este pensamiento, Brian dejó atrás ese momento desperdiciado

al no querer atosigarla, metió una mano en uno de los bolsillos de su oscuro

abrigo, para segundos después sacar algo pequeño y colocarlo frente a ella.

—Por suerte el frío la ha conservado tan roja como tus labios —le dijo

mientras le mostraba una rosa.

Christine se quedó mirando la flor con un corto tallo que Brian le

ofrecía, sin saber qué hacer o decir por la sorpresa. La verdad es que jamás

se habría imaginado que fuera un hombre detallista, y menos aún que le

llevara una rosa que parecía recién cortada cuando estaban en pleno

invierno.

—Gracias —fue lo único capaz de decir casi susurrándole, mientras la

cogía con cuidado y se la acercaba a su nariz para olerla—. ¡Es preciosa!

—La primera vez que vi tus labios me recordaron al capullo de una rosa
recién abierta. Por eso no he podido resistirme a traerte una.

Christine le miró mostrando su curiosidad por Brian, al ser

completamente diferente de cualquier otro hombre con el que había salido.


—¿Dónde la has conseguido? —le preguntó para tratar de aligerar el

ambiente, aunque lo que de verdad deseaba era agradecerle el regalo como

se merecía, y volvió a recordar ese beso que habían desperdiciado hacía

escasos minutos y que jamás recuperarían.

—Uno de mis amigos trabaja en un invernadero y me ha conseguido

una.

—Pues dale las gracias de mi parte.

—¿Y a mí no me las vas a dar? —le preguntó con picardía, viendo por
fin un destello del Brian divertido del día anterior.

—Ya te las he dado antes —le indicó para después llevarse la rosa a los
labios, como defensa a un posible beso. Le gustaba este juego, donde él

posiblemente le robaría un beso.


—Pero prefiero hacerlo a mi manera —señaló Brian mientras se le

acercaba un poco más quedando a escasos centímetros de ella—. ¿Me dejas


hacerlo?

Christine estuvo a punto de decirle de inmediato que sí, pero decidió


mostrarse pensativa. Algo que consiguió que Brian sonriera, y ella se sintió

satisfecha por ese triunfo.


—Esa sonrisa se merece su beso. —afirmó ella mirándolo, para después
apartar lentamente la rosa de sus labios y así dejarle paso a su premio.
Cuando este se acercó calmado a su rostro, y sintió el aliento de su boca
cerca de la suya, Christine no pudo remediar cerrar los ojos y dejarse llevar

por los sentidos.


Cuando el roce de sus labios llegó a su destino se quedó expectante,

pero el beso en sus labios fue tan breve que apenas pudo saborearlo.
La sorpresa, unida al hormigueo que percibió en su piel, le hizo abrir los

ojos de golpe al mismo tiempo que Brian acercaba su aliento hasta su oído.
—Por esta vez me conformaré con este beso como premio, pero la
próxima vez que te bese no será tan tierno. No cuando ambos lo deseamos

tanto.
Christine se preguntó si estaba jugando con ella, hasta que vio su mirada

seria y lo supo. Brian no quería que ella pensara que era como cualquier
otro hombre que solo buscaba llevársela a la cama.

Sentirlo tan dulce y tan diferente le hizo darse cuenta, que si no apartaba
esos prejuicios de su mente y de su corazón, nunca llegaría a conocerlo.

Avergonzada por sus pensamientos, y manteniéndose en silencio al no


saber qué decir, decidió empezar desde cero justo en ese momento y darle la

oportunidad de demostrarle cómo era en realidad.


—Tranquila —le pidió tras contemplarla y ver su rubor.

A Brian no le hizo falta ser muy perceptivo para darse cuenta del
malestar que ella estaba sintiendo, y demostrando ser todo un caballero,
llevó con delicadeza su mano a su mejilla para acariciarla, y así tratar de
calmar sus remordimientos o temores.

—No pretendía ponerte nerviosa. Solo quiero ir despacio para darte


tiempo a conocerme y a la vez poder conocerte.

Brian sonrió para hacerla sentir cómoda, consiguiendo como


recompensa que Christine le devolviera la sonrisa.

—¿Te parece bien? —le preguntó a Christine logrando que sus ojos
brillaran emocionados, dejando a Brian sin aliento ante la belleza que estos

desprendían.
—Me parece una idea maravillosa —respondió Christine, viendo ante

ella al hombre que el día anterior se había preocupado por ella, la había
hecho reír y le había hecho sentirse relajada. Un hombre que ahora se

mostraba dulce y tentador y que estaba cautivando poco a poco el corazón


de Christine.

—Perfecto —dijo y soltó un suspiro sin dejar de contemplarla, para


después observarla con su mirada más pícara—. No me gustaría pasarme el
resto de la noche temiendo decir algo que te hiciera salir corriendo.

—No soy de las que salen huyendo —le respondió notando que la
tensión entre ellos desaparecía volviendo la conexión que habían sentido el

día anterior.
—Mejor, así me ahorro tener que perseguirte por toda la ciudad como

un loco —y ambos se echaron a reír disfrutando del momento—. ¿Nos


vamos a cenar? Tengo un hambre canina —le preguntó Brian a

continuación ofreciéndole la mano.


Christine no dudó en unir sus manos y un segundo después, colocó su

mano sobre la suya, consiguiendo que todo rastro de frío se alejara de


ambos cuerpos.
Sintiendo que el contacto de sus dedos entrelazados era algo a lo que

ninguno de los dos quería renunciar, comenzaron a caminar despacio sin


importarles las pocas personas que se cruzaban en su camino.

Era como si en esa calle, de ese barrio de Chicago, solo estuvieran ellos
y todo lo demás hubiera desaparecido.

—Por cierto, —comenzó a decir Christine rompiendo el silencio—. Soy


vegetariana.

La reacción de Brian fue mirarla con horror, consiguiendo que ella


soltara una carcajada que resonó por toda la calle.

—¿Estás de broma, verdad?


—Eso tendrás que averiguarlo.

La respuesta de Christine dejó con el ceño fruncido a un Brian que se


resistía a quedarse sin su entrecot.
Ese momento en la vida de Christine se convirtió en uno de sus

favoritos, junto con el de la cena de esa noche en el restaurante cargada de


sonrisas y de miradas picantes. Y por supuesto, jamás podría olvidar la cara

de alegría que puso Brian, cuando comprobó que Christine también era una
apasionada del entrecot.
 

CAPÍTULO 5
 
 

 
Cementerio de Chicago

25 de febrero de 2022
 

-S iempre supiste cómo hacerme sonreír —susurró Christine frente


a la lápida de Brian.

Los recuerdos de esa mágica velada le hicieron comprender que nunca


volvería a enamorarse, al no haber en el mundo un hombre igual a su

difunto esposo. Él fue desde el primer momento una persona cautivadora

que la hizo sentirse especial, al haberle robado el corazón en esa noche


inolvidable donde ya nada volvió a ser como antes.

Fue toda una sorpresa descubrir cada aspecto de su enigmática

personalidad, y notar cómo poco a poco iba cayendo presa de su encanto y


de un amor que fue creciendo con cada una de sus miradas, sus caricias y de

esa forma tan extraordinaria con que la trataba haciéndola sentir importante.
Brian fue, en esa ocasión y en otras muchas que se repitieron en los

cuatro años que pasaron juntos, el hombre más tierno, comprensible y a la

vez sinvergüenza que había conocido hasta entonces, y por eso resultaba

imposible dejar en el olvido esa primera cita que siempre estaría presente en

su memoria.
 

Ciudad de Chicago

8 de noviembre del 2021


 

Con el frío de la noche persiguiéndoles a cada paso y con sus manos

aún entrelazadas, Brian la condujo despacio hasta su coche tratando de

disfrutar al máximo de la dulce sensación de caminar a su lado.

Le gustaba sentir el roce de su mano junto a la suya, pero sobre todo le

encantaba comprobar como ella trataba de mirarle disimuladamente por el

rabillo del ojo, mientras él complacido la guiaba hasta su camioneta que


estaba aparcada a escasos metros de donde se encontraban.

—En coche tardaremos menos en llegar y estaremos más calientes —le

aseguró mientras le abría la puerta de su vehículo y esperaba a que ella

entrara.
—¿Vamos muy lejos? —le preguntó al mismo tiempo que se sentaba en

el asiento del copiloto, dejándole bien claro que era una mujer curiosa a la

que le gustaba tener el control, y por eso Brian decidió provocarla un poco

hasta que descubriera por ella misma a dónde la llevaba.

—Es una sorpresa —fue su única contestación, aunque durante todo el

trayecto Christine trató de sonsacarle alguna pista.


Por ese motivo, cuando llegaron a uno de los embarcaderos del lago

Michigan y aparcaron en él, la curiosidad de Christine se relajó al intuir lo

que Brian había pensado, y aunque nunca le había llamado la atención

surcar el lago mientras cenaba, se dio cuenta de que quería compartir con él

esa experiencia.

—No sé si ya has estado aquí antes, pero quería que nuestra primera cita

fuera en un sitio especial.

—Es la primera vez —declaró mirando al gran barco que tenía frente a

ella y consiguiendo que Brian sonriera al haber acertado.

Al ser nativa de Chicago Christine sabía que había barcos restaurantes


que surcaban cada noche el lago Michigan, ofreciendo cenas románticas

mientras navegaban rumbo al atardecer. Ahora le resultaba extraño que

nunca hubiera querido subir a uno de ellos, al parecerle una cursilería que

estaba pensada para atraer a los turistas, y sin embargo, al hacerlo con

Brian, no puso ningún impedimento.


Tuvo que reconocer que le gustó la idea de compartir una mesa con él,

preguntándose por qué nunca antes le había atraído hacer con un hombre

algo que fuera ligeramente romántico.


Al pensar en ello se alegró que fuera con Brian esa primera vez en la

que dejaría la lógica y lo seguro a un lado, dándole una oportunidad a esa

parte emocional que mantenía apartada de la gente por miedo a que la

dañaran.

Mientras cruzaba la pasarela y sentía el ligero vaivén del barco

haciéndola mecer, se dio cuenta que con Brian no estaba sintiendo ese

temor que siempre experimentaba en otras citas, y se propuso disfrutar de la

experiencia de dejarse conquistar por un hombre atractivo, que le estaba

rompiendo todos los esquemas sin que él lo supiera.

Fue con esta actitud abierta y decidida con la que se sentó a cenar en

una pequeña mesa colocada en una sala acristalada, y desde donde no se

perdería ningún detalle de la travesía, mientras la cálida luz del crepúsculo

la bañaba.

Acomodada allí mientras contemplaba la cercana costa, y sintiendo

como su piel se rizaba al notar el aire caliente de la calefacción, se dejó

llevar por una conversación abierta, divertida y en más de una ocasión

picante.
Una velada con un toque inesperado al ser acompañada por los últimos

rayos del sol, pues mientras el barco avanzaba derecho hacia el ocaso, el

luminoso astro moría para dejar paso a las sombras que fueron cubriendo

despacio la ciudad.

Cabe destacar que el vino y posteriormente el champán que se sirvió

durante la cena, al igual que las tórridas miradas que Brian le lanzó durante

la velada, hicieron que Christine disfrutara como nunca antes lo había

hecho. Pero lo más llamativo fue que a su lado se sintió como una mujer

deseada capaz de conquistar el mundo entero, y de paso, de seducir a ese

hombre que cada vez que la miraba se la comía con los ojos.
—Me gustaría enseñarte la sorpresa que te prometí —le dijo Brian una

vez que terminaron la copa de champán.

—Creía que la sorpresa era cenar en el barco —le contestó extrañada.

Brian le sonrió de esa manera que tanto enloquecía a Christine, al darle

un aire entre encantador y ladino, y tras dejar la servilleta sobre la mesa, se

levantó de la silla y fue hacia ella.

—No, la sorpresa viene ahora cuando te enseñe como la noche cubre

Chicago mientras te tengo a mi lado, —y extendiéndole la mano Brian la

invitó a participar de una experiencia que nunca olvidarían.

Sin poder negarse a acompañarlo, pues ella también deseaba vivir ese

momento, Christine colocó su mano sobre la de Brian y lentamente se


levantó hasta quedar frente a él, para después comenzar a caminar con sus

manos aún unidas.

Una vez que se pusieron los abrigos y dejaron atrás las mesas, así como

la comodidad del salón acristalado y caldeado, Brian guió a Christine hasta

la barandilla de proa donde la luz era más tenue y la niebla más espesa, y

donde las olas del lago Michigan rompían contra el casco.

Desde ahí, rodeados de unas pocas parejas, que como ellos ignoraban el

frío, pudieron contemplar la ciudad cubierta de pequeñas luces que parecían

luciérnagas.

—Una de las primeras cosas que hice cuando me mudé, fue subirme a

uno de estos barcos y contemplar Chicago mientras oscurecía —le susurró

al oído, una vez que se colocó tras ella—. Fue algo espectacular que me

conmovió por su belleza. Por eso quería compartirlo contigo, porque

cuando te miro me causas ese mismo efecto.

Christine escuchó silenciosa las palabras de Brian, las cuales le

causaron un escalofrío antes de que estas se alejaran con el viento. Sintió la

cercanía de él como algo más intenso que un simple deseo carnal, al notarlo

como una necesidad que tiraba de ella para cobijarse entre sus brazos.
Quería responderle con algo coherente que no la dejara como una boba

que se había quedado paralizada, pues era una mujer con experiencia en

citas y no quería quedar ante él como una novata. Sin embargo, a su lado
estaba sintiendo sensaciones completamente nuevas que la confundían, sin

dejarla pensar con claridad y consiguiendo que todo cuanto conocía se

quedara en nada.

Aun así, respiró profundamente para tratar de serenarse, y se propuso

mantener una conversación coherente con ese hombre que estaba poniendo

su mundo patas arriba con solo susurrar cerca de ella.

—¿Esta era la sorpresa que me querías enseñar? —le preguntó sin

atreverse a girarse para mirarle.


—Así es —le sintió decir más que escucharle, pues su aliento en su

cuello se estaba haciendo palpable.


—Pues me encanta. Todo parece bañado por un aro de luz que le da una

apariencia sobrenatural. Es como si estuviéramos navegando sobre una


nube y viéramos a lo lejos un centenar de puntitos que imitan a las estrellas.

—Me encanta descubrir como ves el mundo a través de tus ojos de


pintora. Sabes, —continuó diciendo Brian—. Cuando te vi por primera vez

me percaté de que eras diferente a las demás. Y cuando comenzamos a


hablar, aún noté más esa… energía que desprendes y que te hace tan

peculiar.
—Es la primera vez que alguien me dice algo así —le contestó en voz
baja, como si no supiera cómo debía actuar después de esa declaración.

—Me alegro de ser el primero.


Pero cuando Brian se dio cuenta de que ella permanecía en silencio, se
asustó, por si la había ofendido con su comentario, por lo que en seguida

trató de explicarse para que no hubiera ningún malentendido.


—Lo de que eres peculiar lo he dicho como un alago.

Al ver que ella seguía sin decirle nada y sin moverse, se reprendió, al
haber sido tan directo con sus palabras, y deseó poder tenerla frente a él

para saber por sus ojos si realmente la había incomodado.


Pero Christine permanecía en silencio al haberle emocionado lo que
acababa de escuchar, y se dio cuenta de que necesitaba mirarle a la cara

para decirle lo que pensaba y para que supiera que era sincera. Por eso,
lentamente se giró, y para su sorpresa se encontró con Brian a escasos

centímetros de su rostro.
Por suerte para el raciocinio de ambos, Brian retrocedió un paso

dándole espacio, para así poder mantener la conversación que a los dos les
interesaba y que habían pospuesto durante toda la cena, ya que hasta ahora

se habían limitado a hablar sobre sus gustos y aficiones.


—Claro que no me has molestado. La verdad es que me gusta la idea de

ser diferente a los demás. De hecho, siempre lo he sido, y me complace que


lo veas como algo bueno.

—Es que es algo bueno. Yo personalmente odio los clones que siguen a
los demás sin pensar y sin desarrollar su verdadera personalidad. Me gusta
la gente auténtica como tú —le dijo mirándola fijamente, para no perderse
ningún detalle de su expresión.

Christine no pudo hacer otra cosa más que sonreír, pues sus palabras la
habían hecho sentirse a gusto consigo misma y con él. Era muy agradable

que alguien quisiera conocerla como persona, y que la mirara como si fuera
única y especial y no como un bicho raro al que no entendían.

Algo que llevaba sufriendo toda la vida, pues solo su abuela se había
dado cuenta de que era una persona que siempre marcaría sus propias

normas, y le gustó que él hubiera visto en ella lo que nadie más había
conseguido vislumbrar, a pesar de hacer poco que se conocían.

Sabía que había aspectos de su vida que la hacían diferente a las demás
mujeres, como el hecho de que su carrera la llenara lo suficiente y por ello

no sintiera la necesidad de encontrar a un compañero que le diera un hogar


con hijos, o como que no le atrajera lo romántico en la vida real y sin

embargo le encantaran las novelas y películas románticas.


Además le agradaba decir lo que pensaba sin tener que preocuparse de
las consecuencias, así como tener una mente lógica y una vida ordenada que

se intercalaba con la faceta imaginativa y abstracta de su trabajo, como su


gusto por la ironía y la sonrisa fácil.

Todo ello hacía que muy pocos la entendieran, pues tenía unos gustos y
una forma de ser contradictorios, y por eso la consideraban una artista
excéntrica, a la que veían como una curiosidad o como un desafío.

—Debo confesarte que no siempre recibo a la gente que entra en mi


propiedad armado. Es solo que llevo una racha en que me acosan con

notificaciones de desahucio por parte de mi exnovia y estoy cansado de


todo este asunto.

—No tienes por qué disculparte conmigo.


—Lo sé, pero no quiero que pienses que soy un tipo violento.
—Te preocupaste por mí y me llevaste a la clínica. No creo que un

hombre violento hiciera algo así.


Brian sonrió y se la quedó mirando.

—Me imagino que te mueres de curiosidad por saber de qué se trata


todo este lío con mi ex.

Brian estaba en lo cierto, pero Christine no quería forzarle a compartir


algo que le hacía sentir incómodo.

—Reconozco que así es, pero no tienes por qué contarme nada si no
quieres.

Durante unos segundos, Brian permaneció en silencio, hasta que por fin
pareció decidirse. Lo cierto era que no había mucho en qué pensar, pues, sí

quería comenzar algo serio con Christine y que ambos fueran abiertos y
sinceros, él debía hablarle de esa parte de su pasado.
—Verás. Al principio, Elizabeth y yo solo éramos amigos. Nos

conocimos en la universidad de arquitectura de New York y, tras


graduarnos, decidimos montar juntos un estudio en esa ciudad. Nuestra

intención era comenzar con pequeños proyectos, y todo fue bien, hasta que
en uno de mis viajes me enamoré de Chicago y quise que compráramos la

cabaña. Por aquel entonces ya vivíamos juntos, y a Elizabeth no le gustó mi


idea. Ella venía de un ambiente más refinado y prefería adquirir algo más…

sofisticado.
Por unos instantes, Brian se quedó pensativo.

—Viéndolo ahora en retrospectiva, me doy cuenta de que nuestros


problemas comenzaron cuando nuestra relación de amistad se transformó en

algo más serio, pero por aquel entonces no supe verlo. Elizabeth siempre
fue una mujer obstinada que conseguía lo que quería, y me imagino que

solo me vio como algo más que adquirir. Creo que por eso le molestó tanto
que me empeñara en tener la cabaña. Era la primera cosa que deseaba por
mí mismo, y ella no estaba conforme.

Christine estuvo a punto de decir que lo lamentaba y que comprendía


cómo se sentía, pero calló, al darse cuenta de que Brian continuaba

hablando.
—Compré la cabaña sin su consentimiento, y fue entonces cuando

empezó a desmoronarse nuestra relación. Ella me acusaba de querer


alejarme de ella, y puede que fuera cierto. Nuestra relación se volvió tensa y
dañina, hasta que puse punto final a todo. Luego hice las maletas y me

mudé a la cabaña.
  »Creí que ella lo había comprendido y había seguido adelante, como
hice yo montando otro estudio de arquitectura en Chicago, pero tras diez

meses sin tener noticias suyas, recibí el primer aviso de desahucio de la


cabaña. Al parecer, el nuevo novio de Elizabeth es abogado y pretenden que

la pierda alegando que también es suya, al haberla comprado con dinero del
negocio de ambos. Ha conseguido que un juez apruebe la demanda y ahora

reclama por las malas su parte. De eso hace siete meses y todavía sigo
recibiendo notificaciones.

—¿Y qué vas a hacer? —preguntó Christine, inmersa en la


conversación y dolida por el comportamiento de Elizabeth.

—Todavía no he decidido si prenderle fuego a la cabaña o venderla. Por


el momento, me limito a recibir a los extraños armados por si me traen más

notificaciones de desahucio.
La sonrisa en sus labios indicó a Christine que estaba bromeando, pero

la tristeza en sus ojos le aseguró que él sabía que tarde o temprano perdería
su amada cabaña.

—Ojalá pudiera hacer algo para ayudarte —afirmó Christine en voz


baja, para acto seguido colocar su mano sobre el brazo de Brian.
Este la miró con tanta intensidad que Christine se estremeció.
—Ya me estás ayudando al escucharme.

Para Brian, Christine era un regalo que no esperaba haberse encontrado,


pues una mujer así solo aparecía una vez en la vida si la suerte te

acompañaba, y por eso él se sentía el hombre más afortunado de la tierra.


—Bueno, creo que ha llegado mi turno. Si quieres saber algo de mí,

solo tienes que preguntármelo —añadió ella mientras se miraban


mutuamente.

—¿Estás segura? —le retó, aunque en realidad no pretendía profundizar


demasiado en su vida. Por lo poco que sabía de ella, se había dado cuenta

de que era reservada y no quería que hiciera algo que no deseara.


—Completamente.

Brian se quedó callado mientras comenzaba a contemplar las luces de la


ciudad, pensando qué quería saber de ella que no la molestara.
—¿Siempre has vivido en Chicago? —terminó preguntando.
—Estuve viviendo fuera cuando me fui a la universidad. Pero siempre

consideré Chicago mi hogar y regresé en cuanto tuve mi título. —el


semblante de Christine se oscureció, al ser en esa época cuando había
perdido a su abuela y su simple mención la entristecía.
En el acto Brian se percató de que la conversación había girado hacia un

asunto que le era doloroso, y sabiendo que si continuaban por ese camino la
magia de la velada acabaría desvaneciéndose, decidió cambiar de tema.
—¿Qué lugares te gustaría conocer?

—Viena, La toscana, Venecia, París —dijo ella soñadora.


—Quizás algún día podríamos conocerlos juntos.
Christine le miró a los ojos y sonrió. La verdad era que no le importaría
visitar esos lugares con los que soñaba en su compañía.
—Quizás —le contestó guiñándole un ojo.

Ambos sonrieron levemente, y durante unos segundos se quedaron en


silencio mientras ella se alegraba de que él no escondiera nada de la vida
que había dejado atrás, y él se quedaba pensando cómo era posible que una
mujer tan sexy y enigmática como ella siguiera soltera.

Queriendo que el momento no acabara, Brian se dispuso a continuar la


conversación que estaban manteniendo.
—Esta noche, mientras te esperaba, hablé con un anciano muy
simpático que debe ser vecino tuyo. El señor Ottis, creo recordar que me

dijo que se llamaba.


—Sí, lo conozco. Es un anciano encantador que vive con su hija y
siempre está paseando a su perro.
—Me pareció un hombre muy simpático. Aunque me entristeció que

hubiera perdido a su perro y no pudiera ayudarle a encontrarlo.


—¿Querías ayudar al señor Ottis a encontrar a su perro? —le dijo entre
divertida e incrédula.

—Claro que sí, ¿O acaso crees que soy un mal tipo? —Sospechando de
que algo se le estaba escapando al ver como a Christine le estaba costando
contener la sonrisa, terminó curioseando—: ¿Por qué te sorprende tanto?
—Porque su perro murió hace más de diez años.

Nada más escucharla Brian se quedó muy serio contemplándola,


mientras ella hacía cada vez más esfuerzos por no reírse.
—¡¿Estás de broma?!
Christine comenzó a negar con la cabeza confirmando sus sospechas, y

Brian se dio cuenta de que ella no aguantaría mucho más antes de estallar
en carcajadas, por lo que decidió empujarla a que las soltara y rieran juntos.
—¡No me lo puedo creer! —Empezó a quejarse, aunque era evidente
que estaba sonriendo, pues él tampoco podía contenerse—. Le creí al llevar
la cadena del perro en la mano.

La risotada de Christine estalló tras escucharle y Brian quedó cautivado


al oírla mientras sonreía encantado y sin poder dejar de contemplarla.
—¡Pues no le veo la gracia! —señaló aparentando estar molesto, aunque
tenía que hacer grandes esfuerzos para no estallar en risas.

—¿Por qué no? Yo lo veo graciosísimo —indicó Christine y volvió a


partirse de risa. La verdad es que no hubiera podido parar aunque lo hubiera
deseado, no solo por lo irónico de la historia, sino al verle esforzarse por no

reírse como ella.


—Lógico, tú no te has pasado horas lamentando no haber podido ayudar
al pobre hombre a encontrar a su perro.
La carcajada que volvió a soltar Christine acabó con la poca resistencia
que le quedaba a Brian, y ambos se dejaron llevar llenando la cubierta del

barco con sus risas.


Cuando pasados unos minutos se hubieron calmado, ella pudo notar que
los ojos de Brian brillaban como no lo habían hecho hasta ahora, mostrando
una expresión en su cara de puro deleite.

—Hacía mucho que no me reía así —le confesó él mientras la


observaba como si ella hubiera conseguido hacer algo extraordinario—.
Eres toda una caja de sorpresas, señorita Christine.
—No lo creo. No suelo reírme tanto como lo hago estando contigo.

Además, no soy nada interesante —señaló, sin poder apartar su mirada de


los profundos ojos azules que la observaban.
—Permíteme dudarlo. Una mujer que hace reír a un desconocido al que
apenas conoce debe de ser como mínimo notable, —por la forma de

expresarlo, y sobre todo de devolverle la mirada, se advertía que lo estaba


diciendo completamente en serio.
—No olvides que también he aceptado una cita con un completo

desconocido que nada más verme me apuntó con un rifle. Eso significa que
además de notable tengo un ligero toque de locura.
—Por supuesto. ¿Qué sería del mundo sin mujeres atrevidas que se
lanzan sin miedo ante un desafío?

—Yo no diría que es un desafío cenar contigo. Aunque sí lo ha sido


subirme a un barco y permanecer en cubierta con este frío —le indicó
mientras le regalaba una dulce sonrisa y sus mejillas seguían sonrojadas.
—Lo que demuestra mi teoría de que eres especial, y por mucho que

digas, no lograrás convencerme de lo contrario —señaló acercándose más a


ella—. La verdad es que ahora que lo pienso no me extraña que seas una
artista, ya que no muchas mujeres estarían tan a gusto contemplando la
ciudad mientras se congelan de frío —le comentó, encantado de provocarle
un sonrojo tan delicioso y una expresión tan dulce e ingenua.

—Solo pinto cuadros que se venden bien, pero no sé si tengo ese toque
que convierte a una persona en artista —murmuró, sin poder aguantar por
más tiempo la mirada profunda de Brian, teniendo que apartar la cabeza
avergonzada al estar más acostumbrada a las críticas que a los elogios, a

pesar de haber alcanzado el éxito en su trabajo.


Brian advirtió que ella se sentía desamparada cuando la ensalzaban, y
notó una sensación de protección que nunca antes había experimentado.
Conmovido como nunca antes lo había estado, le levantó la barbilla con

el dedo índice para que le mirara a los ojos, y pudiera leer en ellos todas las
sensaciones que en esos momentos estaba sintiendo.
—Por la forma con que miras las cosas estoy seguro de que tienes ese
toque, e incluso me atrevería a decir que mucho más. Alguien con tu

dulzura y tu sonrisa tiene que tener una sensibilidad extraordinaria.


—¿Te gustaría ver mis cuadros? —soltó Christine sin pensar, pero no se
arrepintió por haberlo dicho.
—Me encantaría —le contestó Brian sin necesidad de pensarlo.

—Si quieres, cuando no tengas que trabajar, puedes acercarte a mi casa


y te los muestro.
No estaba segura de qué fue lo que la impulsó a hacer semejante
invitación, pero no se arrepintió de haberla hecho y menos aun cuando vio

la sonrisa que él le dedicó.


—Eso sería perfecto —le respondió Brian encantado de su suerte—.
Además, así me debes una cita y tendrás que acompañarme a conocer la
ciudad.

No estaba muy seguro de saber qué era lo que esa mujer le hacía sentir,
pero no podía negarse a sí mismo que le agradaba estar en su compañía y
que quería saber más de ella.
Le parecía una mujer enigmática, atractiva y con un carisma que le
desconcertaba, pues aunque emanaba de ella una gran fuerza, también se
podía distinguir en sus ojos una dulzura tan genuina que te pillaba por
sorpresa.

—Me gustaría ver la ciudad contigo —dijo Christine, decidida a dejarse


llevar por lo que su corazón sentía cuando estaba con él, ya que quería
descubrir qué le había impulsado a confiar tanto en ese hombre y a querer
estar en su compañía. Aunque debía admitir que esa sensación de un millar

de mariposas en su estómago cada vez que la miraba, había influido en su


decisión de volver a verlo.
Solo entonces Brian notó que había estado reteniendo el aire, pues ahora
pudo volver a respirar con facilidad tras saber que ella había aceptado.
—Entonces tenemos una cita pendiente —apuntó Brian sonriendo, y

hechizado por la dulce sonrisa de ella y por sus mejillas ligeramente


sonrojadas a pesar del frío.
Sin poder contenerse llevó su mano a la mejilla de Christine y la
acarició con delicadeza, como si fuera una nube que no quería deshacer.

Notó cómo su piel se erizaba allí por donde su tacto pasaba, y deseó como
nunca antes lo había hecho que en vez de sus dedos fueran sus labios los
causantes de ese estremecimiento. 
—Eres tan hermosa que me haces dudar de que esto no sea un sueño —
le susurró Brian mientras observaba el camino que seguía su mano y sus
cuerpos comenzaron a acercarse sin ser conscientes de ello.
Ambos sabían que permanecer medio a oscuras bajo las estrellas era

sinónimo de acabar besándose, pero no habían caído en ello hasta que la


conversación quedó a un lado, y solo existieron ellos sumidos en el silencio.
Nada más importó. Ante ellos solo se encontraba el deseo que sentían
de notar el roce de sus labios para saborearse, hasta que ambos acabaran

saciados y con el corazón latiendo desesperado.


Y en pocos segundos, sin tiempo para una retirada cobarde, sus bocas se
juntaron en un choque de voluntades, donde el ganador se llevaría el alma
del otro al haberla depositado en sus labios al besarse.

Durante un par de minutos el lago Michigan y la ciudad de Chicago


fueron testigos de cómo ambos se entregaban por entero, sin que en ningún
momento dejaran de abrazarse y de gemir a causa de un placer que les
encendía las entrañas, les consumía y les hacía exigir más.

En lo que pareció durar un instante, Brian y Christine fueron un solo


ser, unido por la necesidad de sentirse parte del otro, y solo entonces
comprendieron que negarse ese placer en el futuro sería una misión
disparatada, al haberse vuelto adictos a las sensaciones que estaban
sintiendo.
—Christine —le dijo él cuando por fin se separaron casi sin aliento—.
No estoy seguro de que es lo que me pasa cuando estoy junto a ti, pero
prométeme que mientras estemos juntos, no dejarás de ser tú misma, ya que

no soportaría descubrir un día que he estado viviendo en un engaño.


Emocionada por el estremecimiento de su cuerpo tras el beso y también
por su petición, Christine solo pudo asentir mientras seguía colgada de su
cuello.
Fue entonces cuando se dieron cuenta que el barco ya había atracado y

que eran los últimos que quedaban por desembarcar, notando lo tarde que se
había hecho y de que lamentablemente la cita estaba llegando a su fin.
—Será mejor que nos vayamos antes de que nos llamen la atención.
Sin resistencia Christine asintió, aunque en su interior lamentaba que

esa velada acabara, pues hubiera deseado permanecer en ese barco hasta
que las estrellas hubieran caído del cielo.
Solo entonces volvieron a darse la mano y juntos se encaminaron hacia
la pasarela. Aunque Christine no pudo evitar mirar hacia atrás para

contemplar una vez más la visión de las miles de luciérnagas que brillaban
ahora para ella.
 
CAPÍTULO 6
 
 

S
entados en el coche que les conduciría hasta el final de la

cita, no dejaron de lanzarse miradas fugitivas, mientras


ninguno de los dos quería que la velada acabara. Por ello

trataron de alargarla con una conversación trivial que les


permitiera olvidar que la despedida estaba  cerca, hasta que el tiempo se les

agotó y la calle de Christine apareció demasiado pronto ante ellos.


—Ya hemos llegado —anunció Brian con voz apesadumbrada mientras

el coche paraba delante de la casa de Christine.


Despacio, como tratando de alargar el momento, ambos descendieron

del vehículo y caminaron pausadamente sin apenas soltarse de la mano

hasta llegar a la puerta. Después, como esperando ver en el otro la respuesta


que anhelaban, los dos se quedaron frente a frente sin apartar la mirada.

Ninguno de los dos supo muy bien qué fue lo que sucedió después, pero

lo cierto es que algo dentro de Brian estalló de pronto, y sin poder


contenerse rodeó la cintura de Christine con su brazo, le apretó la mano que

aún sostenía, y la besó con una pasión que nunca antes había

experimentado.
Un beso que los unió a través de sus labios, de sus cuerpos y de sus

corazones, y los llenó de algo que hasta entonces ninguno de los dos había

notado que les faltaba, pero que acogieron como si fuera el elixir de la vida.

Una caricia que acabó con sus barreras, y les hizo entender que ante ellos se

habría la oportunidad de hacer realidad sus sueños.


Sin apenas aliento, y sintiéndose perdidos tras la sacudida de

sensaciones, se dieron cuenta de que ninguno de los dos entendía qué les

estaba pasando, pero comprendieron sin necesidad de explicaciones que

merecía la pena intentar encontrar la respuesta.

Y así, tras un par de besos más, y una última mirada se despidieron


dejando atrás esta primera cita que nunca olvidarían.

Tras esta vinieron otras muchas donde marcaron Chicago con recuerdos,

y donde con el paso de los días, descubrieron que los sentimientos que les

unían ya nunca más los separarían.

Unas emociones que se fortalecieron cuando cinco meses después de

esta primera cita se casaron, y que les mantuvo juntos otros tres años hasta

que la fatídica noche del accidente llegó, dejando a Christine sin el amor de
su vida al tener que despedirse de él para siempre.

Ese fue su comienzo y su final, su historia de amor donde la felicidad

fue interrumpida quedando solo la amargura de la soledad, y la tristeza de


saber que nunca más volvería a sentir cómo una mirada lograba estremecer

todo su cuerpo.

Cementerio de Chicago
25 de febrero de 2022

Sentir cómo una lágrima caía por su mejilla la hizo volver al presente,

percatándose de que se encontraba frente a la tumba de Brian.

Atrás quedaron las noches pasadas entre sus brazos y las veladas frente

a unas velas consumidas junto a una buena botella de vino, donde hablaban

hasta bien entrada la noche entre arrullos y sonrisas, para después hacer el

amor sin premuras pero con la exigencia de una pasión encendida.

Su relación con Brian fue un sueño hecho realidad que le fue arrebatado

demasiado pronto, ya que hubiera dado cualquier cosa por haberle


entregado un hijo, y por haber pasado décadas enteras hasta que la vejez los

hubiera alcanzado. Sin embargo, se había visto obligada a enterrar con él

todos estos deseos, quedándose como única compañera una abrumadora

soledad y el recuerdo de los mejores años de su vida.


Esa era la prueba más dura a la que tenía que enfrentarse cada mañana

al despertar y cada noche al irse a dormir, pues saber que jamás volverían

los días junto a él era una auténtica agonía que la consumía.


Pero esa mañana le había costado más de lo normal levantarse, al tener

que enfrentarse al aniversario de la muerte del hombre que había dado

sentido a su mundo, al haberle ofrecido un futuro que pretendían disfrutar

juntos pero que el destino se negó a entregarles.

Perdida, solo supo que tenía que estar cerca de él para tratar de mitigar

el pesar que la estaba destrozando por dentro, al haber dejado de sentir los

latidos de su corazón en el mismo momento en que supo que él jamás

regresaría.

Y ahora, mientras se sentaba en el banco que se hallaba próximo a su

tumba, Christine contemplaba su lápida sin importarle la nieve ya caída, el

frío helado que la rodeaba y las sombras oscuras que se estaban acercando

indicándole que el sol pronto empezaría a retirarse.

Solo sabía que ese veinticinco de febrero tendría que pasarlo sin la

persona que lo había significado todo para ella, produciéndole esta certeza

un dolor tan fuerte, que no se sentía preparada para ello. Devastada, colocó

sobre la losa la rosa roja que le había llevado como regalo de aniversario, al

haberse convertido en un símbolo de su amor después de que él se la


ofreciera en su primera cita.
—¡Brian! —No pudo evitar llamarle aun sabiendo que él nunca más le

contestaría.

Estaba tan sumida en su pena intentando reunir las fuerzas necesarias

para seguir adelante, que no vio cómo una mujer se acercaba a ella.

—¡Tenga! —le dijo la desconocida mientras le ofrecía un pañuelo,

sobresaltándola con ello al no haberse percatado de su presencia.

En el acto Christine giró la cabeza para observarla, y pudo distinguir a

una mujer hermosa que le sonreía con dulzura, mostrando una expresión en

su rostro que reflejaba serenidad y ternura.

Al contemplar sus ojos detenidamente pudo apreciar que la desconocida


tenía una mirada acogedora de un azul celeste, que recordaban al color del

cielo en primavera, además de una cara que le resultaba familiar y le hacía

dudar de si la conocía.

Su piel era blanca y de apariencia suave, recordando a los copos de

nieve que hacía escasos minutos habían caído cubriéndolo todo. Daba la

sensación al mirarla de que no pertenecía al mundo de los vivos, al tener

una apariencia tan etérea y frágil, que daba la sensación de que en cualquier

momento pudiera desvanecerse.

Si Christine hubiera sido una mujer creyente o supersticiosa, cosa que

no era, hubiera creído que esa muchacha era un ángel o una especie de

aparición. Sobre todo teniendo en cuenta el lugar en donde se encontraban.


—No se preocupe, no soy un fantasma —le aseguró la muchacha

mientras esta le sonreía, como si hubiera adivinado lo que pensaba y le

resultara gracioso.

Fue entonces cuando Christine se percató de que se había quedado

fijamente mirándola con la boca abierta e inmóvil, como si le costara

creerse lo que estaba viendo. Menos mal que reaccionó a tiempo y le

ofreció una tenue sonrisa, acompañada de una disculpa que pretendía no

hacerla quedar como una estúpida.

—¡Lo siento! No esperaba encontrarme a nadie y me ha asustado.

—¡Tranquila! Es normal —trató de reconfortarla.

—Aun así, no ha estado bien que me quedara mirándola fijamente.

—Bueno, debo reconocer que no es la primera vez que me pasa. Suelo

venir a visitar a mi madre y en más de una ocasión me ha sucedido algo

parecido —le confesó con aire divertido—. ¿Se imagina que pasaría si

viniera vestida de blanco, con un vestido que me llegara hasta los pies y

algún tipo de calzado que me hiciera parecer que andaba descalza?

—Entonces creo que me habría dado un infarto —le aseguró mientras le

cogía el pañuelo que le había ofrecido, y le mostraba una tenue sonrisa


como muestra de gratitud por su amabilidad.

No estaba muy convencida de querer compañía en esos momentos, pero

la muchacha estaba siendo tan amable, y ella había sido tan mal educada al
quedársela mirando de esa manera, que no se atrevió a hacerle otro

desplante al pedirle que se marchara.

—Si quiere puede sentarse —le ofreció finalmente Christine.

—La verdad es que me vendría muy bien descansar un rato. Ya sabe,

eso de vagar por el cementerio durante la eternidad cansa un poco.

La sonrisa de la desconocida se acentuó, y Christine sonrió por primera

vez en meses con sinceridad, quizá porque había algo en esa mujer que le

hacía sentirse bien y le inspiraba confianza.


Debía reconocer que estar en su compañía le hacía sentirse tranquila y

segura por primera vez en meses, y al final se alegró de haberla encontrado


al ser un día demasiado duro para sentirse sola.

—Me llamo Geline —se presentó la mujer mientras la miraba.


—Yo soy Christine Marlow —le contestó y ambas quedaron un

momento en silencio contemplando la lápida—. ¿Vienes mucho por aquí?


No te había visto hasta ahora —le preguntó Christine haciendo un esfuerzo

por mantener una conversación. Algo poco frecuente en ella, ya que desde
la muerte de Brian rehuía el contacto con la gente.

—No tanto como quisiera, pero procuro acercarme en los días señalados
y siempre que tengo un ratito libre.
Christine asintió sin querer decirle que ella iba casi a diario ya que era

el único lugar donde su corazón no sangraba tanto. Sentada frente a la


tumba de su esposo, se sentía más cerca de él, y a pesar de la escasa fe que
aún le quedaba, le pedía a Dios el milagro de volver a verle o de poder

sentirse entre sus brazos. Un hecho que era evidente que jamás sucedería.
Sin querer llamar su atención la miró de reojo, percatándose de lo

mucho que se parecían físicamente. Ambas eran altas, de tez clara, con
ciertas curvas y con un tono de cabello color arena similar, aunque el pelo

de Geline tenía reflejos más rubios que los de Christine. Pero había algo en
la forma de su barbilla redondeada y en su nariz pequeña y coqueta que le
recordaban a la suya cuando se miraba al espejo, y decidió que debía hacer

algo para no sentirse tan sola si no quería acabar perdiendo la cabeza, al ver
cosas imposibles por donde mirara.

Pensar en su aspecto físico le hizo recordar las veces que Brian le había
insinuado que ella estaba hecha a su medida, pues de haber sido menudita

hubiera temido tocarla por miedo a romperla. La verdad es que Brian era un
hombre apasionado, musculoso e impulsivo al que le costaba contenerse, y

Christine se alegraba de tener la medida exacta para él. Es decir; “Con unas
curvas bien puestas en los lugares exactos”, según palabras textuales de

Brian.
—¿Por quién llorabas? —le preguntó Geline interrumpiendo así sus

pensamientos.
—Por mi marido. Hoy hace un año que murió —no pudo evitar decirle.
—Entonces todavía está cerca de ti —aseguró Geline, sorprendiéndola
con este comentario.

Por norma general cada vez que le decía a alguien que su marido había
fallecido, todos, sin excepción, le daban el pésame mientras la miraban con

compasión, y le aseguraban que con el tiempo el dolor se mitigaría y podría


seguir con su vida.

Escuchar esas mismas palabras siempre la enfadaban, al no soportar que


unos desconocidos le dijeran cómo debía sentirse, o trataran a su amor

como algo insignificante que pronto olvidaría. Era como si nadie entendiera
que para ella Brian lo había significado todo, y deseara tras su muerte

haberlo acompañado.
Era por eso que prefería mantenerse apartada de los demás, al sentirse

cansada de tener que sonreír y asentir ante sus consejos, como si nada
transcendental para ella hubiera pasado.

Pero Christine no vio nada de ello en la mirada de Geline, consiguiendo


que se relajara un poco más, y sintiendo por primera vez en mucho tiempo
ganas de hablar con alguien. Pero sobre todo, notó una necesidad urgente de

abrirse a ella, y contarle quién fue ese maravilloso hombre que tuvo la
suerte de conocer y que perdió por un estúpido accidente.

Un tema tabú hasta este momento.


—Se llamaba Brian y fue el amor de mi vida. No fue amor a primera

vista, por lo menos para mí, aunque no puedo negar que me atrajo su físico
desde el principio. Él era un hombre obstinado que se enorgullecía de

conseguir lo que quería, y no paró hasta que me tuvo completamente


enamorada —el recuerdo de esos días felices le oprimió el corazón—. Lo

que él nunca supo es que enseguida me di cuenta de que era un hombre


especial que estaba hecho a mi medida. Me encantaba como me miraba y
como me hacía sentir, como me escuchaba y me aconsejaba, pero sobre

todo me atraía la intensidad con que me amaba. La verdad es que no tardé


en enamorarme de él, aunque le hice sufrir durante un tiempo por ser tan

arrogante.
—Por tu forma de hablar de él se nota que lo querías muchísimo —

afirmó Geline sonriéndole, aunque Christine no pudo devolverle la sonrisa a


causa del dolor de su pecho.

Aun así, algo en su interior le obligaba a seguir hablando.


—Fue el mejor marido que una mujer puede tener. Dulce, amable,

aunque a veces se mostraba tan cabezota que te daban ganas de abofetearlo.


Pero si hubiera sido perfecto, entonces no se trataría de mi Brian.

Por un momento ambas callaron, dejando que solo se escuchara el


sonido del frío viento recorriendo el campo santo.
—Murió en un accidente de coche por mi culpa —no sabía por qué se lo

había dicho a una desconocida, pero la verdad es que al confesar lo que


escondía en su interior sintió como si le quitaran un peso de encima—. Ya

sé que es frecuente que se tengan sentimientos de culpabilidad cuando un


ser querido muere, pero en esta ocasión es la verdad.

El silencio volvió a reinar entre ellas, mientras Christine esperaba la


pregunta que nunca fue hecha.

—¿No vas a preguntarme qué pasó o porque creo que soy culpable? —
inquirió extrañada.

—Es un tema privado y no quiero que me cuentes algo que tú no


quieras decirme.

Christine asintió mientras la miraba preguntándose qué clase de mujer


sería esa desconocida de apariencia juvenil, pero con la serenidad y la

sabiduría de una anciana. Quizá fue esa libertad de poder decidir si lo


contaba o no lo que la relajó, y sintió la necesidad de seguir relatando su
historia.

—Había estado trabajando duro en su estudio de arquitectura durante


meses para un nuevo proyecto, al haber conseguido un cliente que podía

abrirle muchas puertas en los niveles más altos de la ciudad, y por eso se
quedaba hasta tarde para complacerlo. —Empezó a recordar Christine

mientras retorcía el pañuelo entre sus dedos—. Yo no paraba de decirle que


no hacía falta que se esforzara tanto ya que tenía el proyecto asegurado,
pero a Brian le gustaba ser perfeccionista y no le importaba quedarse hasta

tarde.
Temblando al recordarlo todo de nuevo, Christine necesitó parar unos
segundos para recobrar fuerzas y luego… siguió hablando.

—En esos días faltaba poco para nuestro aniversario de boda, y yo le


insistía para que no se olvidara de comprarme un regalo. Solía meterme con

él diciéndole que estaba tan ocupado con el proyecto que al final se le


olvidaría, pero lo que debió ser solo una broma para él fue algo más —y sin

apenas voz continuó diciendo—: Ya que llegó el día sin que me hubiera
comprado algo, y esa noche, aun saliendo tarde, quiso llegar a la tienda

antes de que cerrasen para que no me quedara sin mi sorpresa.


Tuvo que callar por un momento hasta que se sintió capaz de seguir

hablando. Era la primera vez desde el accidente que confesaba en voz alta
la culpabilidad que sentía y se le acumulaba en su pecho.

—Por desgracia se saltó un semáforo y un camión le arrolló. Ni siquiera


pude despedirme de él, ya que todos se empeñaron en no dejarme verle por

tener el cuerpo destrozado. Y todo por culpa de un maldito regalo que


nunca me atreví a abrir, —no pudo evitar echarse a llorar por el dolor que

sentía a causa de la culpa.


Geline se acercó más a ella y le pasó un brazo por sus hombros para
darle su apoyo, brindándole así un hombro en el que llorar.

—Tranquila Christine, no es malo llorar, pero lo que no debes hacer es


culparte por un accidente. Esas cosas pasan constantemente.

—Si me vas a hablar del destino o las razones que tuvo Dios para
llevárselo, ahórratelo, pues ya lo he oído mil veces y no me sirve de nada.

—Está bien, entonces no lo haré. Pero ten en cuenta que cada uno debe
tomar sus propias decisiones y vivir o morir por ellas.

—¡Morir por un estúpido regalo!, ¿eso te parece justo?


—Claro que no, lo que no me parece justo es que tú hayas dejado de

vivir por una culpa que no existe.


—Pero él acababa de salir de la tienda y como era tarde…

Un torrente de emociones se descargó dentro de ella y empezó a llorar


sin poder contenerse. Sintió cómo algo dentro de ella se rompía con un
dolor que hasta entonces no había sentido, y sin embargo, por primera vez
desde la muerte de Brian, notó cómo las lágrimas limpiaban su pesar e iban

mitigando la culpa que llevaba arrastrando desde el accidente.


Geline la abrazó con fuerza como si tratara de absorber su dolor entre
sus brazos, o como si supiera cuánto estaba sufriendo y quisiera cargar con
su pena. La abrazó como una madre que sabe del sufrimiento de su hija y
anhela consolarla con su cariño y su calor, ofreciéndole mucho más que
unos brazos donde llorar y poder reparar su alma herida.

Le rodeó con decisión y dulzura mientras callaba y dejaba que el dolor


de Christine se calmara, ofreciéndole con ello un consuelo que hacía mucho
que necesitaba y nadie más que Geline supo darle.
Si Christine no hubiera estado tan sumida en su tristeza, quizá se
hubiera percatado de lo raro que resultaba que una extraña quisiera

consolarla tan desesperadamente, o que sintiera como propio su dolor, pues


ningún ser humano podría percibir una empatía tan grande por otra persona
que acababa de conocer.
Ninguna de las dos supo cuánto tiempo estuvieron ahí sentadas mientras

dejaban que el corazón de Christine empezara a sanarse, pero llegado el


momento Christine se volvió a sentir capaz de hablar.
—¡Lo siento! Te estoy estropeando el día —le dijo cuando pudo
reponerse un poco.

Algo más calmada, y profundamente agradecida a esa desconocida que


le había brindado su comprensión sin conocerla, Christine se separó un
poco de ella y se secó las lágrimas con el pañuelo que antes le había
entregado Geline.

—Christine, no me estás estropeando nada, pero ojalá pudiera ayudarte


en algo —apuntó Geline, mientras le acariciaba el cabello con dulzura.
—Ya me estás ayudando, y te puedo asegurar que mucho más de lo que
imaginas.

—Me alegro —declaró sonriéndola y colocándole un mechón de cabello


detrás de la oreja. Un acto que a Christine le recordó a su abuela.
—¿Sabes? Ojalá fueras un ángel, un hada o algo parecido. Así podría
pedirte un deseo.

—¿Qué me pedirías? —quiso saber Geline mirándola atentamente.


La verdad es que Christine no tuvo que pensarlo mucho, ya que llevaba
deseándolo desde hacía un año.
—Me gustaría retroceder un año en el tiempo para volver a despertarme

el veinticinco de febrero.
—¿Para despedirte de Brian?
—¡No! —Señaló segura—. Para impedir que muriera.
Christine suspiró sabiendo que su deseo era un imposible, y miró a la
tumba de su marido con el anhelo de unirse a él cuanto antes. Estaba

cansada de echarle de menos, de intentar seguir adelante aun sabiendo que


era algo imposible y de continuar en un mundo que nunca volvería a ser el
mismo sin él.
—Es una lástima que no crea en los milagros —repuso apenada.

—Eso no importa, mientras que aquellos que los realizan sí crean en ti.
Las palabras de Geline le hicieron pensar y advertir que esa mujer era

mucho más de lo que aparentaba. Se dio cuenta por primera vez desde que
habían empezado a hablar, de que apenas sabía nada de ella y sin embargo
no le había importado revelarle datos privados que nadie más sabía y que
guardaba con recelo, preguntándose qué clase de muchacha andaría sola por
un lugar tan tétrico, en vez de estar en su casa junto a su familia.

Fue entonces cuando advirtió lo tarde que era y de que el cementerio


debería de estar a punto de cerrar. No quería ser maleducada ni
desagradecida, pero era evidente que deberían marcharse, aunque daba la
sensación de que Geline no quería irse.

La verdad es que la conversación que habían mantenido había mitigado


su tormento, y en cierta manera también lamentaba tener que dejarla, pues
algo dentro de ella le decía que lo más probable es que nunca más la
volvería a ver.

—Deberíamos irnos —anunció Geline.


—Sí, se me ha hecho tarde.
Christine suspiró aliviada al no ser ella la que pusiera fin al encuentro,
aunque aún le quedaba la parte más dura del día. Despedirse de Brian

dejándolo en ese lugar lúgubre la carcomía, al hacerla sentir que lo


abandonaba mientras ella se marchaba a su hogar para tratar de seguir
viviendo.
Aunque se dio cuenta que en esta ocasión el dolor en el pecho era más

pequeño, menos angustioso, y supo que todo ello se lo debía a la misteriosa


Geline.
—Gracias por tu apoyo, lo necesitaba.
Geline no le respondió y solo se levantó del asiento, le sonrió de una

manera que reconfortó a Christine y se despidió de ella con palabras de


esperanza.
—Regresa a casa y ya verás cómo mañana todo será diferente.
Y algo en el interior de Christine supo que así sería y que mañana

marcaría el principio de un nuevo destino.


Agradecida por todo lo que esa mujer había hecho por ella, se puso en
pie y la abrazó. No fue una sensación tan intensa como la anterior, pero
también consiguió reconfortarla y hacerla sentir con más ánimos para
enfrentarse a la larga noche que le esperaba.

—Me alegro de haberte conocido y espero que volvamos a vernos. —Le


dijo Christine absolutamente convencida.
—Tal vez algún día.
Y sin más Geline comenzó a andar entre las filas de tumbas que se

extendían delante de ella, adentrándose de esta manera cada vez más en el


cementerio. Sabiendo que cada vez le quedaban menos minutos antes de
que cerrasen, Christine se volvió hacia la lápida para despedirse de Brian.
—Hasta mañana amor mío y feliz aniversario —Y como era habitual en

ella, depositó un beso en su mano y luego lo lanzó al viento como si él


pudiera alcanzarlo.
Fue entonces cuando vio que aún tenía el pañuelo de Geline en su mano
y se giró para llamarla, pero por el camino por donde hacía escasos

segundos se había marchado ya no encontró a nadie.


Miró a su alrededor para localizarla, al resultarle imposible que tan
pronto hubiera desaparecido de su vista, pero solo sintió una brisa que le
acarició la cara con la suavidad de una tenue y cálida mano.

No estaba segura de que fue lo que había percibido en su rostro, al


notarlo como algo caliente en un entorno que estaba helado. Fue como
advertir la presencia de alguien cerca de ella, y no supo cómo tomarse lo
que acababa de suceder. Aturdida, se encaminó hacia la salida tratando de

encontrar una explicación al encuentro tan extraordinario que acababa de


vivir, y a la sensación tan sorprendente que acababa de sentir en el rostro y
que en vez de asustarla la había calmado.
Quizá los milagros sí existían, y esa mujer, con su presencia y su

enorme corazón, había conseguido que empezara a curar sus heridas y su


dolor.
“A lo mejor era un ángel”, pensó, pero después sonrió pues ella no creía
en ellos.
Aunque tal vez ellos sí creyeran en ella.
 
CAPÍTULO 7
 
 

 
Día del accidente

P
or quinta vez en esa hora, Christine volvió a comprobar

que su apariencia fuera perfecta. Esa noche iban a celebrar


su tercer año de casados, y por eso quería que todo saliera

como lo tenía planeado.

Habían reservado una mesa en uno de los mejores restaurantes de la


ciudad, donde cenarían en un reservado para que nadie les molestara. Para

esa ocasión, Christine se había comprado un ajustado vestido rojo que


esperaba dejar a Brian con la boca abierta, haciéndole desear no volver a

llegar tarde.

También había comprado champán para cuando regresaran del


restaurante, y tenía preparadas unas velas en el dormitorio para darle un

ambiente más romántico a la noche. Todo ello seleccionado para pasar un

encuentro especial donde pudieran dar rienda suelta a sus deseos y

pasiones, y en donde pudieran compartir un gran número de sonrisas.


Le encantaba la idea de ir formando recuerdos que fueran solo de los

dos, para que perduraran durante décadas y así, cuando fueran ancianos y

miraran hacia atrás, pudieran hablar delante de una buena copa de vino de

cómo había sido su vida juntos.

Lo malo era que Brian llegaba una hora tarde y ni siquiera se había
acordado de llamarla para avisar de que se retrasaría, y ese recuerdo no era

lo que tenía previsto para esa velada.

Sabía que llevaba unas semanas de mucho trabajo por culpa de un

nuevo proyecto, y por ello ya había contado con que llegaría con retraso,

aunque debía reconocer que Brian siempre había sido puntual, o por lo
menos hasta ese día siempre se había molestado en avisarla cuando se

quedaba en la oficina a terminar un trabajo. Algo que hasta entonces solo

había pasado en contadas ocasiones.

Conforme se fue impacientando le había intentado telefonear, pero

ninguna de las tres llamadas que le había hecho en el transcurso de la última

media hora tuvo respuesta. Debía reconocer que le extrañó que Brian no le

avisara con tiempo de su retraso, pero sobre todo le desconcertó que no le


devolviera las llamadas o que por lo menos le hubiera dejado el encargo a

su secretaria de informarla para no preocuparla.

Cada vez más nerviosa, y tratando de controlar su carácter para no

estropear la noche, Christine volvió a levantarse de su asiento para  mirar


por la ventana. Pero como en las veces anteriores, no logró ver nada que le

indicara que Brian había llegado.

No estaba segura de qué le estaba pasando, pero hacía un buen rato que

había empezado a percibir una inquietud en la boca del estómago que no le

permitía estarse quieta por mucho tiempo. Le costaba encontrar un motivo

para ese malestar, ya que algo dentro de ella le aconsejaba que no


averiguara de qué se trataba.

Por ello, se negó a pensar en nada malo que le hubiera podido pasar, y

simplemente acusó esa sensación que no sabía identificar a la mezcla de

nervios por la noche que les esperaba y por la tardanza de Brian.

De pronto, cuando no había hecho nada más que correr las cortinas para

asomarse de nuevo, escuchó el timbre de la puerta deteniéndola en el acto.

Algo dentro de ella se agitó de una manera tan intensa, que incluso sintió un

pequeño pinchazo en el pecho al haberse sobresaltado como nunca antes lo

había hecho.

No estaba segura de porqué había reaccionado así, pero no pudo evitar


que el miedo se empezara a apoderar de la razón y comenzara a temblarle

todo el cuerpo de forma descontrolada. Como si un miedo irracional se

hubiera apoderado de ella, indicándole que tras esa puerta se encontraba el

mayor temor al que tendría que enfrentarse en su vida.


Despacio, se giró hacia la puerta agitada y con la respiración acelerada,

preguntándose cómo podía ser tan estúpida de asustarse por escuchar el

sonido de un simple timbre. Respirando profundamente para intentar


serenarse, se dijo que lo más seguro es que fuera Brian, que con las prisas

se habría olvidado las llaves y ahora vendría agobiado por llegar tan tarde.

Decidida a no dejarse llevar por esa sensación que la mantenía asustada

y en alerta, se encaminó hacia la puerta. Mientras caminaba trató de que las

piernas no le flaquearan a causa de lo mucho que le temblaban, y anheló

que tras la puerta, estuviera Brian a salvo y mostrando esa sonrisa que tanto

le gustaba.

Algo desconcertante sucedió cuando ya frente a ella, cogió el pomo, e

inmediatamente comenzó a notar una especie de escalofrío que le empezaba

a subir por la espalda poniéndole el vello de punta. Fue un estremecimiento

que la hizo sentir frío y le acentuó el miedo, advirtiendo que nunca antes

había percibido algo así, y por eso no supo cómo definirlo.

Pero, sin que le hubiera dado tiempo a reponerse de los temblores que la

agitaban, también notó una sacudida tan intensa que le hizo dudar de si en

ese instante se encontraba sola. Fue tan fuerte esa sensación de que algo o

alguien la observaba y le susurraba, que tuvo que asegurarse de quién

estaba llamando al otro lado de la puerta antes de abrirla, pues en su cabeza


no dejaba de aparecer la idea de que una vez abierta ya nada volvería a ser

lo mismo.

Despacio, Christine se asomó temblorosa, y ante ella se encontró una

imagen que no olvidaría durante el resto de su vida, recordándola cada

noche en sus pesadillas. Por un momento, se quedó petrificada mirando sin

querer reaccionar ante lo que sus ojos le mostraban, pues era como si algo

dentro de ella se paralizara, al no querer asumir lo que estaba a punto de

sucederle.

Un segundo timbrazo la asustó consiguiendo que diera un respingo, y 

tuvo que llevarse la mano a la boca para sofocar el grito que a punto estuvo
de escaparse de ella. Asustada por lo que le esperaba al otro lado de la

puerta, retrocedió un paso, tratando por todos los medios de volver a

respirar con normalidad para tranquilizarse, pues sentía como si su corazón

estuviera a punto de salírsele del pecho.

Aún sobrecogida miró la mano que sostenía el pómulo, sabiendo que no

podía posponer por más tiempo aquello que le esperaba y que seguro le

provocaría un profundo sufrimiento. Resignada a no poder cambiar aquello

que hubiera sucedido se armó de valor y, despacio, abrió la puerta dispuesta

a enfrentarse a su destino.

Ante ella aparecieron dos hombres que permanecían callados. Parecían

que estaban a la espera de que les preguntara quién eran o les hiciera pasar,
pero tuvieron que conformarse con su silencio. Christine se negaba a ver la

realidad que sus ojos le mostraban y no estaba dispuesta a ponérselo fácil.

—Señora Marlow. Soy el detective Carter y el hombre que está a mi

lado es mi compañero el detective Williams. ¿Podríamos pasar para hablar

con usted?

Christine había oído cada una de sus palabras, pero su mente aún no

conseguía reaccionar a lo que estas significaban. En su cabeza solo aparecía

una idea que ocupaba cada uno de sus pensamientos, y estos eran repetirse

una y otra vez dónde se había metido Brian; aunque una parte de ella supo

la respuesta en cuanto vio a esos dos hombres.

—Señora Marlow, ¿se encuentra usted bien?

Por primera vez consiguió reunir las fuerzas necesarias para mirarles a

los ojos, y tratando de aparentar una calma que estaba muy lejos de sentir,

confirmó despacio al asentir con la cabeza, para después seguir en silencio

y con la mirada perdida observando la calle.

 —¿Podemos entrar? —escuchó como el otro hombre le preguntaba.

De forma automática volvió a asentir, pues en ese momento no era

capaz de articular ni una sola palabra. Se negaba a reconocer que esos dos
detectives debían traer malas noticias, ya que era muy sospechoso que

aparecieran el mismo día en que Brian se retrasaba sin avisar por primera

vez desde que lo conocía.


Los dos hombres se miraron serios y algo cohibidos por el frío y

peculiar recibimiento que habían tenido, para después entrar con paso

decidido hacia el interior de la vivienda, dejándola a ella sola en la puerta y

con la mirada perdida en el exterior de la casa.

Christine empezó a notar cómo las lágrimas caían por su mejilla,

mientras sus ojos vagaban por la calle ansiando encontrar a Brian que

regresaba a ella como cada noche.

—Brian, ¿dónde estás? —susurró la pregunta al viento.


Sabía que esos dos hombres la estaban esperando, como también era

consciente de que en cuanto se girara y los tuviera en frente, le dirían algo


que no quería creer. Esa noche no debería acabar así, no de esa manera, y

por eso se negaba con todas sus fuerzas a enfrentarse a ello.


Un gemido de su garganta salió sin que pudiera detenerlo, y sin ser

capaz de soltar el pomo se agarró con más fuerza a este para tratar de no
caerse. Era inútil esperar por más tiempo pues, aunque las lágrimas le

impedían ver con claridad, era evidente que Brian esa noche no regresaría a
su hogar.

Se lo decía esa voz que le susurraba al oído desde que había intuido que
algo malo había sucedido, como también se lo decía su corazón, al notar
como este se empezaba a sentir roto por un dolor que la oprimía y no la

dejaba respirar con normalidad.


Despacio, pues sabía que no podía posponerlo por más tiempo,
Christine se giró pidiendo encontrar las fuerzas necesarias para enfrentarse

a la verdad.
Y así, con el acto más valiente que había hecho en su vida, alzó la

mirada y la mantuvo erguida, mientras se les acercaba para escuchar cómo


había perdido al amor de su vida.

—Señora Marlow, lamento comunicarle que su esposo ha sufrido un


accidente de tráfico mortal. Si pudiera acompañarnos para…
Hasta ahí pudo soportar escuchar, antes de que su cuerpo cediera al

dolor y todo a su alrededor dejara de tener luz para volverse oscuridad.


Solo unos segundos antes de caer inconsciente al suelo pudo formar un

pensamiento, y por eso justo antes de desmallarse dijo su nombre, con la


esperanza de que en cualquier momento Brian regresaría junto a ella.

 
Un grito desgarrador intentó salir de la garganta de Christine, pero esta

estaba tan seca y cerrada que el chillido nunca llegó a salir, teniendo que
conformarse con un lamento.

Aturdida, temblorosa, y con la cara húmeda por las lágrimas, se


incorporó sentándose en la cama mientras trataba de serenar su respiración
acelerada. Le costaba saber dónde se encontraba y qué le había pasado, al
notarse todavía aturdida tras lo que acababa de revivir. No fue hasta que se

dio cuenta de que estaba en su habitación, acostada en su cama, cuando su


respiración empezó a serenarse.

Había vuelto a tener esa horrible pesadilla donde la policía le


comunicaba la muerte de Brian, y esa noche en especial la evocación había

sido muy intensa.


Se imaginó que el recuerdo fue más vivido a causa de la conversación

con esa mujer en el cementerio, pero aun así le costaba calmarse debido a la
intensidad con que lo había sentido.

Viendo que los rayos del sol se colaban a través de la ventana, Christine
dedujo que un nuevo día ya había empezado y agradeció no tener que

volver a dormirse. Se alegró también de haber descorrido las ventanas, pues


ver el sol tras esa horrible pesadilla la había tranquilizado un poco.

De lo que no lograba acordarse era de cuándo lo había hecho, pues tenía


la costumbre de cada noche, antes de ir a acostarse, cerrar las cortinas de su
habitación para que los primeros rayos del sol no la despertaran.

Una manía que le fastidiaba a Brian y él, lo primero que hacía nada más
levantarse, era abrirlas de par en par antes de ir al baño para dejar paso al

sol y para que ella se fuera despejando.


De forma automática miró el reloj de su mesita, deteniéndose primero

en el pañuelo que esa mujer misteriosa llamada Geline le había entregado.


Lo había colocado antes de acostarse al lado de la cama, pensando que

quizá le traería suerte, pero por la forma tan aterradora de despertarse, era
evidente que no había funcionado.

De pronto cayó en la cuenta de algo que hasta el momento no había


notado, y se recriminó por ser tan estúpida. Había estado tan centrada en esa
pesadilla que no había escuchado como caía agua de la ducha, y ahora se

preguntaba cómo era posible que hubiera estado funcionando toda la noche
sin que lo hubiera notado.

Cuanto más lo pensaba menos sentido tenía, ya que le resultaba


imposible de creer que lo hubiera dejado abierto toda la noche sin haber

escuchado caer el agua desde su habitación. Más aún con el silencio que
reinaba en su casa desde el ocaso hasta el alba, y porque además no

recordaba haberse duchado antes de ir a acostarse.


Le resultaba tan ilógico estar escuchando la ducha, que incluso se

empezó a plantear si aún seguía despierta o estaba soñando, hasta que una
extraña sensación empezó a apoderarse de ella.

Algo en su interior le decía que no estaba sola en la casa y empezó a


temblar al recordar que ya había notado antes algo parecido. Había

sucedido el día del accidente, justo unos instantes antes de que llegara la
policía, cuando una especie de escalofrío se apoderó de su cuerpo y le hizo

erizar cada parte de su piel.


Y ahora, mientras se sentía asustada al percibir que no estaba sola,

empezó a notar el olor tan característico de Brian, y estuvo a punto de llorar


agradecida al volver a olerlo, ya que había creído que nunca más volvería a

hacerlo.
Lo había echado tanto de menos que casi le dolía percibirlo, pues era

una de las cosas que más echaba en falta cuando se acostaba en la cama o
entraba en la casa, al haber sido siempre lo primero que notaba de él.

La extraña sensación, el olor de Brian y la misteriosa mujer del día


anterior, eran demasiadas casualidades que habían pasado con pocas horas

de diferencia. Christine se dio cuenta de que esa mañana estaba sucediendo


algo extraño, pero no lograba encontrar ninguna explicación coherente.

De improviso, la profunda voz de un hombre se escuchó en el baño y


Christine estuvo a punto de salir corriendo para pedir ayuda. Solo el terror
que la inmovilizaba se lo impidió, y oyó con toda claridad cómo esa voz

maldecía para después dejar de oír como el agua caía de la ducha.


Aterrada, no sabía qué podía hacer hasta que advirtió que reconocía esa

dicción. Era típica del sur del país, y la había estado escuchando durante
años, pues era la misma que tenía Brian al hablar.
Pero hubo otra cosa que vino a su cabeza en un flashback, y la dejó
paralizada por lo que podía significar.

Sin poder apartar los ojos de la puerta cerrada del baño, Christine
revivió las veces que Brian se levantaba cada mañana, descorría las
ventanas para dejar pasar la luz, se marchaba al baño para ducharse dejando

su olor, y se ponía a hablar consigo mismo cuando creía que nadie le


escuchaba.

Lo había vivido durante los cinco meses que vivieron juntos antes de
casarse, y en los tres años que estuvieron casados. Y ahora, a causa de un

milagro que no comprendía, volvía a revivirlo.


Fue entonces cuando, en cuestión de tres segundos, todo su mundo se

vino abajo. Sin previo aviso, y sin estar preparada para lo que iba a pasar, la
puerta del baño se abrió de repente, y ante ella apareció Brian con el cabello

aún mojado y la toalla sujeta a sus caderas.


—Veo que ya te has despertado, dormilona. —le dijo mientras salía del

baño, la miraba y se acercaba a ella—. Me alegro, así podré besarte hasta


que me supliques que pare.

Christine no pudo hacer nada cuando lo vio al sentirse paralizada a


causa del shock. Le hubiera gustado lanzarse a sus brazos, gritar a pleno

pulmón o simplemente saltar como una loca sobre la cama de pura


felicidad, agradecida por la más maravillosa alucinación que jamás había
tenido.

Pero no pudo hacer nada de eso, ya que su cuerpo se negó a obedecerla,


y sin poder hacer otra cosa se quedó sentada sobre la cama sin ser capaz ni

de respirar. Inmóvil contempló como Brian se le acercaba con andares de


felino, para después ver como se sentaba a su lado, se inclinaba, y justo

antes de besarla, le decía mostrando una gran sonrisa:


—¡Feliz aniversario, princesa!

Después de eso no pudo percibir nada, pues todo se volvió oscuridad.


CAPÍTULO 8
 
 
 

C
uando Christine abrió los ojos toda la ansiedad y el
desconcierto volvió a apoderarse de ella. Le resultaba

imposible creer que Brian siguiera vivo y que ahora


estuviera a su lado como si nada hubiera pasado.

Pero a pesar de que la lógica le decía que debía estar soñando, no podía
apartar de su cabeza la sensación de que algo extraordinario estaba

sucediendo. A pesar de darse cuenta de que todo le indicaba que estaba en


un sueño, también era evidente que había vuelto al día en que Brian murió

marcando su vida para siempre.

No estaba segura de cómo había sucedido, pero tras lo que había visto y
escuchado, todo señalaba que ahora se encontraba un año atrás en el tiempo

al haber retrocedido hasta el día del accidente. Aunque eso en la vida real

era imposible.
Se había dado cuenta de ello cuando escuchó a Brian felicitándola por

su aniversario, y por una extraña sensación de déjà vu que la hizo recordar

como fue esa mañana cuando, un año atrás, Brian salió del baño tras su
ducha diaria, la despertó acariciando su mejilla con suavidad, para después

entregarle un apasionado beso que la hizo comenzar la mañana con una

sonrisa.

Sentía ese momento como algo lejano que pertenecía a sus recuerdos, y

por eso revivirlo ahora de nuevo se le antojaba como algo insólito que le
costaba asimilar. Tal vez por ese motivo había perdido el conocimiento, al

no saber su mente qué estaba pasando y no poder razonarlo.

Ver frente a ella a Brian había sido un shock, ya que durante unos

segundos no supo dónde, cuándo, o cómo estaba. Solo fue consciente de

que podía verlo, escucharlo y sentirlo.


Por eso, todos los malos recuerdos junto al dolor y la pérdida habían

quedado suspendidos en un futuro incierto, y solo volvía a contar estar de

nuevo con él. No quería desaprovechar esta oportunidad que se le ofrecía, y

se aferró con todas sus fuerzas a Brian antes de que este pudiera

desvanecerse.

Pero lo que de verdad estaba notando era el miedo más aterrador que

nunca antes había sentido, al no dejar de pensar que en cualquier instante


podría desaparecer llevándose con él su cordura. Aun así, pese al pavor que

sentía, su corazón le gritaba repleto de alegría que aprovechara el milagro

de volver a besarlo y de perderse entre sus brazos.


—Cariño, ¿estás bien? —el tono alarmado de Brian la hizo sonreír, al

sentirse de nuevo protegida.

Christine seguía tumbada en la cama, como lo había hecho un año atrás,

solo que ahora se estaba despertando de ese pequeño desmayo, y no de

pasar unas horas durmiendo tras una noche de sexo que la había dejado

exhausta y satisfecha. Aunque por lo demás se parecía demasiado a ese


primer día del aniversario.

En esta ocasión se encontraba entre los brazos de Brian y con la cara de

este a escasos centímetros de la suya. La estaba estrechando con todas sus

fuerzas, y la contemplaba como si fuera la cosa más maravillosa del

universo.

Había echado tanto de menos esa mirada y sus abrazos, que notaba

como se le resecaba la garganta impidiéndole articular palabra, aunque

tampoco estaba segura de que podía decirle. Y es que, ¿qué se le dice al

amor de tu vida que ha vuelto de la muerte como si nada hubiera pasado?

Por eso solo fue capaz de adentrarse en el azul cielo de sus ojos, y de
dejarse llevar por la dulce sensación de sus caricias.

—Christine, princesa, me estás asustando —le dijo Brian cada vez más

perdido al no saber qué le estaba sucediendo a su mujer.

—¡Brian! ¡Brian! —Pudo decir por fin entre hipitos—. ¡Te he echado

tanto de menos!
—¡Pero si solo he ido al baño! —repuso incrédulo.

Christine se negó a pensar en nada, pues cuantas más vueltas le daba a

todo lo que estaba ocurriendo, menos lo entendía, y simplemente se dejó


llevar hasta que su cabeza volviera a pensar con claridad.

Cuando pasados unos minutos se sintió más calmada, aflojó su agarre y

se le quedó mirando fijamente para tratar de asegurarse de que era real.

Después, despacio, como temerosa de que se desvaneciera, empezó a

pasarle la mano por la cara, los hombros y el pecho, mientras Brian se

dejaba hacer atónito.

—¿Te pasa algo, pequeña? —inquirió Brian cada vez más intrigado.

Christine, distraída por el roce de su tacto negó con la cabeza, hasta que

alzó la vista y volvió a contemplar sus ojos. La alegría que brillaba en ellos

hasta hacia unos minutos había desaparecido y ahora solo podía verse el

temor en ellos.

Sin querer que ese momento se amargara, Christine decidió sosegar la

preocupación de su marido, y de paso también serenarse ella, antes de que

la magia se desvaneciera y Brian desapareciera o de que ella despertara del

profundo sueño que seguramente estaba viviendo, pues su mente lógica no

lograba encontrarle otra explicación posible, a pesar de estar tocándole con

sus propias manos.


—No tienes de qué preocuparte —pudo por fin contestar—, todo está

bien.

Sin poder contenerse por más tiempo, y decidida a dejar atrás cualquier

pregunta, Christine alargó su mano y tocó con suavidad el rostro de Brian;

ese que tanto había ansiado besar y contemplar cada mañana.

Volver a notar el roce de su piel en la punta de sus dedos, sentir su

respiración acelerada, oler su piel recién duchada y notar el profundo calor

que le otorgaba su mirada, era como volver a sentirse viva, al mismo tiempo

que entendía lo vacía y desesperada que se había encontrado ese año sin

Brian.
—Solo pido que esta vez cuando despierte, el dolor de perderte no

vuelva a partirme el corazón —le pidió con la voz entrecortada, pues sabía

que si eso sucedía le sería imposible soportarlo.

La caricia de Christine siguió su camino por la mandíbula, mientras una

lágrima se le escapaba resbalando por su mejilla. Era tan intensa la

sensación, tan pura su cercanía, que deseaba morirse mil veces antes que

despertar de esta maravillosa visión que no comprendía, pero que deseaba

con todas sus fuerzas que fuera real.

Fue entonces cuando estuvo segura que por mucho que lo intentara no

podría volver a perderlo, pues no podría soportar de nuevo la tortura de no

volver a estar a su lado.


—¡Brian, te amo tanto! ¡Por favor, no vuelvas a dejarme!

Brian no entendía qué era lo que estaba pasando. Había amanecido

como cada día, pero con la diferencia de que era su tercer aniversario de

bodas. Habían pensado celebrarlo cenando en un restaurante de lujo, para

seguir con una velada donde la intimidad le permitiera demostrarle cuánto

la quería.

También tenía pensado comprarle un regalo especial, cuando saliera del

trabajo, aunque para ello tuviera que cruzar toda la ciudad hasta

conseguirlo.

Pero lo que nunca se imaginó fue que su esposa se despertara

angustiada por una pesadilla, que la estaba afectando hasta el punto de no

saber diferenciarla de la realidad. O al menos él pensaba que se trataba de

un mal sueño, ya que solo esa opción tenía sentido.

Quería poder consolarla y hacerla entender que todo había pasado, y

que él se encargaría de apartar sus temores y protegerla como llevaba

haciendo desde que se conocieron. Christine se había convertido en lo más

importante de su vida, y le dolía verla tan angustiada por algo tan ridículo

como un mal sueño.


Sin más dilación Brian la acercó a su pecho y la abrazó con fuerza para

tratar de reconfortarla, ya que sabía que el refugio de sus brazos siempre la

había consolado. Pero por primera vez la sintió temblar como nunca antes
lo había hecho, al mismo tiempo que notaba como las lágrimas caían por su

rostro y acababan mojando su hombro.

—Ya está cariño, ya pasó —intentó tranquilizarla poniendo su amor en

cada palabra.

Christine no perdió la oportunidad que tanto había ansiado y se abrazó

con más fuerza. Trató de memorizar cada sensación que le producía tenerlo

tan cerca, ya que conforme se iba despertando, más convencida estaba que

era un sueño y de que en cualquier momento la ilusión se desvanecería y lo


volvería a perder.

Por ello, y sin querer soltarse, hundió su rostro en el hueco de su cuello,


para después cerrar los ojos y así sentirlo de forma más profunda, dejándose

llevar por su calor y el latido de su corazón; que milagrosamente esa


mañana volvía a latir.

Solo cuando hubieron transcurrido unos minutos fue capaz de volver a


hablar.

—Llévame contigo, Brian, por favor. No quiero estar otra vez sin ti —
su llanto hizo que detuviera su súplica.

—Ssssh! Cálmate cariño.


—Por favor Brian, te lo suplico, no permitas que despierte y te vuelva a
perder.
—Christine, solo has tenido una pesadilla, pero ya estás despierta —
trató de calmarla al verla tan desesperada.

—No, es imposible. Si estuviera despierta tú estarías muerto.


Al escucharla Brian se estremeció, al mismo tiempo que notó un ligero

hormigueo por su nuca. Cada vez más extrañado por todo lo que estaba
ocurriendo, se separó de ella para mirarla a la cara y así tratar de calmarla,

pero sobre todo para acabar cuanto antes con este asunto que empezaba a
asustarle.
—Mírame, Christine —le pidió imperativo—. Estás despierta y yo estoy

aquí contigo. No sé qué es lo que has soñado esta noche, pero como puedes
ver estoy vivo y no pienso dejarte.

Christine se fue apartando poco a poco de su abrazo y se le quedó


mirando, como tratando de comprobar si sus palabras eran ciertas. No podía

negar que todo resultaba muy real y que se sentía aturdida por la gran
cantidad de sensaciones que estaba percibiendo en ese momento, y la duda

de no saber qué creer la estaba destrozando.


Brian parecía estar vivo y no saber nada de su accidente, y posterior

muerte, y daba la sensación de sentirse confundido y algo asustado por lo


que estaba sucediendo. Además, no había desaparecido cuando había

despertado del desvanecimiento, haciéndole pensar a Christine que esta vez


había algo diferente a las demás veces que había soñado con él; algo que
hacía muy a menudo, aunque nunca lo había hecho con tanta intensidad.

Lo único claro que tenía en su mente era que todo lo que estaba
sucediendo debía de tener una explicación lógica, al estar segura que la

muerte de Brian no era una alucinación producto de una mala noche;


aunque él le asegurara que ese era el motivo.

—Pareces tan real —le indicó aún desconcertada—, pero es imposible


que me haya imaginado algo así.

Sin saber muy bien qué más hacer para que Christine entendiera que ya
había despertado de la pesadilla, Brian cogió una de sus manos, y

besándosela primero, la llevó después a su mejilla para que le tocara.


—Soy real, Christine, ¿o es que no me sientes?

Ella solo pudo afirmar, pues no sabía qué más podía decirle para hacerle
comprender que aunque lo estuviera tocando, estaba segura de que tanto

dolor no había sido una alucinación.


Entendiendo que a Christine le costaba asimilar que estaba en un error,
Brian se llevó su mano a su pecho, para así demostrarle como este se movía

y hacer crecer la duda.


—¿Notas mi respiración? ¿Cómo late mi corazón? ¿Acaso podría

hacerlo si estuviera muerto?


Christine se sentía cada vez más perdida al ver las evidencias que le

mostraba, pero aun así un millón de preguntas en su cabeza seguían sin


tener respuesta.

—Pero sé que hubo un accidente —insistió ella—. Nunca podré olvidar


lo duro que fue tu entierro, ni las noches que pasé llorando deseando ser yo

la que hubiera fallecido. Pero sobre todo, jamás podré quitarme la culpa que
aprisionó mi corazón al saber que fui responsable de tu muerte.
—No, Christine. Como puedes ver estoy vivo y no eres culpable de

nada. ¿O es que acaso no me sientes? —Le volvió a pedir mientras le


apretaba la mano que sujetaba contra su pecho—. Estoy a tu lado y nunca te

dejaré. Te lo prometo.
Christine estaba cada vez más perdida, pues era verdad que notaba cada

latido de su corazón pero, ¿acaso no latería si fuera todo producto de un


sueño? Necesitaba una evidencia más fiable antes de que las dudas la

hicieran enloquecer.
Sin saber cómo encontrar una respuesta a tanta incertidumbre, de pronto

se acordó de un detalle que podía aclararlo todo.


El día del aniversario de la muerte de Brian, en el cementerio, ella había

hablado con esa misteriosa mujer y esta le había entregado un pañuelo para
que se secara las lágrimas. Luego, en un instante la mujer había

desaparecido sin dejar rastro, y Christine se había quedado con dicha


prenda en la mano al no poder devolvérsela, llevándosela a casa cuando

había regresado.
Por lo tanto, si como decía Brian todo había sido un mal sueño; y él era

real, entonces ese pañuelo no existiría al no haber sucedido nunca el


encuentro entre esa mujer y ella frente a la tumba. Como también

significaría que la muerte de Brian había sido el producto de una pesadilla,


y todo habría acabado al despertarse.

Queriendo descubrir la verdad, pues la esperanza de que él viviera era lo


más importante para ella en ese momento, miró hacia la mesita de noche

donde había dejado el pañuelo antes de ir a acostarse.


Paralizada por lo que sus ojos le mostraban, Christine contempló como

junto a su reloj se encontraba el blanco pañuelo que la noche anterior le


había entregado Geline. No tuvo dudas de ello, pues estaba colocado en el

mismo lugar donde ella lo había puesto la noche anterior, y además era
evidente de que se trataba de la misma prenda.
—¡Dios mío, no ha sido un sueño! ¿Pero entonces…?

De pronto recordó otro dato importante que había sucedido esa tarde en
el cementerio, y que podía hacer que todo cobrara sentido.

En su cabeza volvió a repetirse el encuentro con Geline, y rememoró


cuando le había preguntado, casi al final de su encuentro, cuál sería su

deseo en caso de que algo o alguien pudiera concedérselo. Ella le había


respondido sin dudarlo que regresar al día del accidente de Brian para
intentar salvarlo y ahora se preguntaba si le habían concedido este deseo.

Deseosa de saber la verdad, empezó a recordar cada palabra que habían


hablado y cómo podía interpretarse. Ya en su momento, cuando escuchó su
pregunta le había parecido extraña, pero nunca se imaginó que algo tan

imposible se pudiera hacer realidad.


Emocionada por todo lo que aquello podía significar, comenzó a montar

las piezas del puzle en su cabeza, dándose cuenta de que su deseo se había
cumplido, y empezando a entender muchos elementos que hasta ahora no

lograba descifrar.
Indudablemente no podía tratarse de una casualidad que ahora se

encontrara en los brazos de Brian, justo en la fecha en la que ella había


pedido regresar.

—No Brian, no me he inventado nada. Llevas un año muerto —le


aseguró Christine, ya que tras ver el pañuelo sus dudas se aclararon,

mientras que para él todo comenzó a volverse irracional.


 
CAPÍTULO 9
 
 
 

E
l ambiente en la habitación había pasado de romántico y
cándido a gélido e incoherente en apenas unos minutos. Por

un lado Brian contemplaba a Christine sorprendido por lo


que le acababa de decir, ya que le parecía insólito que ella

creyera que él hubiera muerto cuando podía comprobar con sus propios ojos
que estaba vivo. Era evidente que esa mañana estaba pasando algo extraño

que no lograba comprender, y se propuso no marcharse de ahí hasta que


estuviera todo arreglado y su esposa se hubiera tranquilizado.

Por otra parte, Christine empezaba a comprender qué era lo que estaba

ocurriendo, ya que todas las pruebas le indicaban que no se trataba de un


sueño, como Brian tanto insistía, sino de un auténtico milagro que por algún

motivo le habían concebido.

Algo dentro de ella le decía que escuchara a su corazón, pues este


reconocería la verdad de lo que estaba pasando, y podía llevarla a resolver

todo este misterio que resultaba inverosímil.


Sentada en la cama frente a él, encogió sus piernas para poder acercarse

un poco más y le agarró de las manos para no perder su contacto.

Había llegado el momento de hablar claramente de lo que estaba

ocurriendo, y tenía que hacer todo lo posible para que aceptara un hecho

que hasta hacía unos instantes ni ella misma creía. Aun así, no tenía otra
opción, si quería aprovechar esta nueva oportunidad que se le había

ofrecido para salvarle la vida.

—Brian, sé que no entiendes nada de lo que está pasando, y aunque te

puedo asegurar que a mí también me cuesta asimilarlo, no puedo pasar por

alto las evidencias.


Brian negó con la cabeza como diciéndole que no entendía nada de lo

que le estaba contando. Para él lo ocurrido solo había sido un sueño,

negándose a aceptar cualquier otra explicación que se alejara de esta

evidencia, aunque ella le asegurara que había retrocedido un año en el

tiempo.

—Quiero que me escuches atentamente, porque tengo que decirte algo

muy importante. Tú me conoces bien y sabes que soy una mujer que se basa
en la lógica y las pruebas empíricas, por lo que no soy dada a fantasear —

Christine detuvo su discurso para que Brian le confirmara estas últimas

palabras.
Él, aún perplejo, solo pudo asentir en silencio y dejar que ella hablara

para tratar de llegar a la raíz de este disparate.

—Necesito que mantengas tu mente abierta a todo lo que te cuente, por

muy inverosímil que te parezca, pero te juro que lo que te voy a explicar no

me lo he imaginado, como también te puedo asegurar que no lo he soñado.

—Christine, no entiendo qué está pasando, pero estoy seguro de que


todo esto es solo fruto de un mal sueño que te ha parecido muy real.

—Por favor Brian, solo concédeme quince minutos, y luego te prometo

que contestaré a todas tus preguntas y haré lo que me pidas. Pero ahora te

ruego que simplemente me escuches.

Brian se quedó pensativo por unos segundos tratando de encontrar una

salida para todo este sin sentido, pero al mirar a Christine comprendió que

para ella era importante que le diera la oportunidad de explicarse. Pensó que

tal vez si hablaban de ello, y ella oía en voz alta sus ideas descabelladas,

comprendería lo ilógico que eran y por fin entendería que no tenía sentido

temer una pesadilla.


—Está bien princesa, si es tan importante para ti, te escucharé.

Christine le regaló una dulce sonrisa pues si lugar a dudas ese

maravilloso hombre que tenía frente a ella, y que ahora se aferraba con

fuerza a sus manos, era su amado esposo. Ese que tanto había echado de

menos y por el que pensaba luchar hasta el final.


—Para que lo entiendas todo, voy a empezar por el principio. —Y fue

justo en ese momento, cuando Christine se percató que tenía que convencer

a Brian de un hecho que a ella misma le costaba asimilar—. Como sabes


hoy es nuestro aniversario de bodas y pensábamos celebrarlo esta noche con

una cena.

Tuvo que detenerse al notar cómo se le empezaba a formar un nudo en

la garganta. Esta iba a ser la primera vez que contaría lo sucedido en voz

alta, y estaba convencida que le costaría revivir los momentos más trágicos

de su vida, a pesar de saber que estos podían cambiarse al tener ante ella a

Brian, el cual la miraba con una mezcla entre recelo y expectación.

Las imágenes y sensaciones de lo que sucedió aquel día volvieron a su

mente, y apretando las manos de Brian para darse fuerza comenzó a

relatarle lo sucedido.

—Pero nunca llegamos a celebrarlo, porque tuviste un accidente de

coche y jamás llegaste a casa —no pudo evitar sollozar al decirlo y notar

cómo sus lágrimas resbalaban por sus mejillas.

Brian no pudo ver por más tiempo el dolor en los ojos de su esposa y,

pasándole una mano por su nuca, la acercó hasta que notó como se sentía

protegida entre sus brazos.

Contemplando como ella trataba de serenarse para seguir hablando unió


sus frentes, mientras una mano permanecía aferrándola a la nuca y la otra
acariciaba su mejilla para tratar de atrapar sus lágrimas.

—Sé que lo que te voy a contar es difícil de creer, pero tienes que

confiar en mí. Los recuerdos que tengo de esa noche son tan intensos, y me

causan tanto dolor, que es imposible que solo sean un sueño. Además, tengo

pruebas que demuestran que todo es cierto, pero antes de enseñártelas, me

gustaría seguir contándote lo que sucedió esa noche en que nunca regresaste

a casa.

—Te he dicho que te escucharía y así lo haré, pero por favor, no quiero

verte llorar —le pidió, al ver la pena que ella arrastraba y que, impotente, él

solo podía contemplar.


Christine sintió la inmensa necesidad de besarlo al darse cuenta de su

preocupación, y sin poder contenerse por más tiempo se acercó más a él,

primero para unir sus labios, y después para perderse en ellos. Luego,

cuando ambos estuvieron más calmados, Christine volvió a situarse en la

noche del accidente, justo momentos antes de que la policía llamara a su

puerta.

—Lo que voy a contarte no se lo he dicho a nadie. Durante este año ha

sido mi gran secreto al no saber cómo explicarlo, y sobre todo porque sabía

que no me creerían. Pero sé que tú sí podrás hacerlo y además necesito

contártelo.
Durante unos segundos ambos permanecieron en silencio, él por no

saber qué decir, y ella por no encontrar las palabras apropiadas para

empezar.

—No sé cómo sucedió, pero te presentí justo antes de que la policía se

presentara en casa para decirme que estabas muerto. Yo te noté…

—Tranquila, pequeña —le susurró haciendo que callara, ya que estaba

temblando y le costaba pronunciar las palabras.

—Viniste a mí para despedirte, para que dejara de esperarte, pero no he

podido dejar de aguardarte desde entonces. No puedo hacerlo cuando te

amo con toda mi alma.

Sin poder soportarlo por más tiempo Christine se lanzó a sus brazos

sollozando, para tratar de cerrar un dolor que la estaba consumiendo desde

hacía demasiado tiempo y que por fin podía sacar de su corazón.

Brian se quedó sin saber qué hacer. Estaba tan confundido y perdido por

lo que acababa de escuchar, que solo se le ocurrió abrazarla con todas sus

fuerzas para que entendiera que estaba a su lado y que nada malo les iba a

pasar.

Empezaba a creer que ella había tenido una especie de sueño


premonitorio en donde él moriría, y por eso estaba tan alterada al temer que

era algo que pronto se iba a hacer real.


—Christine, tienes que calmarte. Entiendo lo que me quieres decir. Sé

que tú crees que lo que has soñado es real, pero no es cierto. Seguro que

hay una explicación razonable para todo esto, y si nos tranquilizamos,

juntos podremos encontrarla.

Al escucharle Christine comprendió que le costaría convencer a Brian

de que le decía la verdad, y decidida a hacerse entender; pues se estaban

jugando demasiado, se dispuso a mostrarle los hechos conforme habían

sucedido, con la esperanza de que comprendiera que, en el caso de que


fuera un sueño, no podría haber recordado tanto.

El tiempo de ser sutil había acabado, pues era urgente que él


comprendiera el riesgo que corría, por si todo volvía a suceder como la

primera vez. Algo que ella estaba dispuesta a que no ocurriera, aunque para
ello pusiera en riesgo su propia vida,

Mirándolo fijamente a los ojos, y haciendo lo posible por no temblar, le


contó cómo murió ese veintidós de febrero sin ocultarle nada, por muy

doloroso que les resultara a los dos.


—Brian. Esta noche morirás cuando por culpa de las prisas entres en un

cruce sin comprobar si todo está bien, y no veas a un camión que se ha


saltado el semáforo. Este te arrastrará doscientos metros por el asfalto
destrozando el coche, y causándote unos daños irreparables por todo el

cuerpo. —por cómo Brian la miraba sabía que estaba siendo demasiado
dura, pero debía continuar—. Según el médico forense, tus heridas fueron
tan graves, que solo aguantaste cerca de diez minutos hasta que moriste

asfixiado por la sangre que se te empezó a acumular en tus pulmones.


Algo extraño le pasó a Brian al escucharla, al empezar a sentir una

especie de escalofrío que le dejó helado en segundos y le estremeció todo el


cuerpo. No estaba seguro de que había percibido, pues nunca antes había

experimentado algo semejante, pero de lo que sí estaba seguro era que fue
la sensación más espeluznante que había notado en su vida y que esta iba en
aumento.

Empezó a sentir como el aire le faltaba y la vista se le nublaba, e incluso


un dolor lacerante se instaló en su pecho atravesándoselo hasta acabar en la

espalda. Segundos después, y sin que le hubiera dado tiempo para


reponerse, percibió como si algo en su interior gritara y muriera

desgarrándole por dentro, mientras su mente solo podía pensar en volver a


ver a Christine por última vez, antes de que la oscuridad que se aproximaba

le alcanzara.
Un miedo aterrador le invadió por completo al verse envuelto en una

oscura agonía, hasta que un espasmo doloroso le sacudió haciéndole sentir


el frío más intenso que nunca antes había experimentado.

—Sé que te cuesta creerme, pero te juro que todo cuanto he dicho es
cierto. Morirás en ese accidente y unos policías aparecerán en mi puerta
para informarme de tu muerte. —Le dijo ella cuando él se mantuvo en
silencio y con la mirada perdida, al no percatarse Christine de la siniestra

sensación que acababa de sufrir, e interpretando su silencio como


incredulidad.

Tratando de no mostrar el terror que sentía en ese momento, Brian


empezó a hablar como si no hubiera percibido su propia muerte, ya que

algo dentro de él le decía que eso era precisamente lo que había sentido,
aunque no quisiera admitirlo en voz alta.

—Acabas de decirme que has soñado que voy a morir esta noche —
indicó sin querer admitir lo que acababa de percibir, pero sin poder impedir

que su voz delatara su miedo—. Como podrás imaginar, me cuesta un poco


creer en ello.

—No. Lo que estoy tratando de decirte es que no ha sido ningún sueño.


Tú morirás esta noche y una parte de mi morirá contigo.

Christine lamentó ser portadora de estas malas noticias, además de


causarle a Brian este dolor, pero había demasiadas cosas en juego y no
debía callarse. Tenía una segunda oportunidad para salvarle y debía ser

tajante, aunque notaba que le estaba hiriendo con su confesión.


Pero algo más había acontecido mientras Christine relataba la historia.

Al ir contándole a Brian lo sucedido, algo en su cabeza comprendió que


tenía la oportunidad de hacer algo para cambiar el destino, pues era la única

explicación para el milagro de volver atrás en el tiempo.


Con cada palabra veía todo mucho más claro, y cada vez estaba más

decidida a hacerle ver a Brian la verdad de lo que había sucedido. Por ello,
y sabiendo que el reloj corría en su contra, siguió relatando su historia.

—No sé cómo es posible, No creo en los milagros ni la magia, pero para


ti el accidente sucederá esta noche, causándote la muerte, mientras que 
para mí todo ocurrió hace justo un año.

Pero Brian se negaba a creerla. Que hubiera sentido como su cuerpo


moría, y que en estos momentos estuviera aterrado no era relevante para él,

ya que su razón le indicaba que lo que su esposa le decía no podía ser


verdad, cerrándose a cualquier posibilidad que no fuera que había sufrido

una pesadilla.
—No comprendo lo que me quieres decir —y sin poder aguantar por

más tiempo se levantó de la cama cada vez más confundido y horrorizado.


Sabía que se estaba dejando llevar por la angustia de Christine, pero a

cada segundo que pasaba esa sensación de frío intenso se estaba apoderando
de él, y estaba empezando a percibir como le volvía a faltar el oxígeno.

—Solo ha sido un sueño y no quiero seguir hablando de este tema tan


absurdo —señaló, empezando a notar como se le entumecían las manos.
—Sé que es algo desagradable para ti, pero es importante que te siga

contando qué está sucediendo, para que así comprendas el peligro que
corres.

Christine no podía dejar de observar a Brian mientras este caminaba


nervioso de un lado a otro de la habitación, mientras miraba al suelo absorto

en sus pensamientos y se pasaba la mano por el cabello. Había dejado la


pena a un lado para pasar a estar preocupada por él, pues era evidente que

algo le estaba ocurriendo.


—¿Brian, te encuentras bien?

—Sí. Es solo que quiero acabar con este tema cuanto antes. —Dijo
mientras se pasaba de nuevo la mano por el cabello para tratar de

tranquilizarse.
Christine se levantó de la cama y se le acercó despacio, pues se dio

cuenta de que lo estaba pasando cada vez peor y la necesitaba. Lo notaba


por cómo se movía y por cómo el cuerpo de su esposo temblaba, y le echó
la culpa a la conversación que estaban manteniendo y que sin duda le estaba

afectando mucho más de lo que quería admitir.


—Lo sé cariño, yo también quiero dejar atrás todo esto cuanto antes,

pero es importante que me escuches.


—¿Aún hay más? —preguntó con cierta ironía para intentar quitarle

importancia a lo que estaba sucediendo. Aun así agradeció que ella se le


acercara, pues la necesitaba con desesperación.
—Sí, hay algo más. Pero te va a costar creerlo.

Christine le abrazó pasando sus brazos alrededor de su torso, y cobijó su


cabeza en el hombro de Brian mientras este correspondía a su abrazo.
—Entonces acabemos con esto cuanto antes —señaló, para después

apoyar la cabeza con delicadeza sobre la de Christine, y así empaparse de


su cercanía, su fuerza y su aroma.

Anhelaba con urgencia sentirla cerca, pero sobre todo deseaba dejar de
notar como la muerte le llamaba y tiraba de él hacia el frío y la oscuridad.

—Cuando tú… te fuiste, me quedé destrozada. Durante meses solo


lograba salir de casa para estar contigo en el cementerio y así poder estar

junto a ti. No conseguía dormir, apenas comía y me pasaba las horas


abrazando tus camisas o cualquier cosa que tuviera tu olor. Fueron los

meses más amargos de mi vida y nunca creí que sobreviviera a ellos. Pero
un día, al despertarme, me di cuenta de que había pasado un año y volvía a

ser nuestro aniversario, solo que esta vez tú no te despertaste a mi lado, ni


me besaste para darme los buenos días como lo hiciste esa primera vez —se

paró y, apartándose de su abrazo para poder mirarlo a los ojos, le siguió


diciendo—: Como lo has vuelto a hacer hoy.

—¿Qué estás tratando de decirme? —quiso saber Brian cada vez más
perturbado por lo que le estaba diciendo, al darse cuenta por primera vez de
la pena que ella había experimentado; ya fuera en la pesadilla o en la
realidad de su viaje por el tiempo.

—Tras tu defunción los días fueron pasando sin que quisiera seguir
adelante con mi vida. El dolor era demasiado grande para soportarlo y por

ello me negaba a admitir que nunca más volverías. Pero los días fueron
convirtiéndose en meses y con ello llegó el primer año tras tu muerte, y

justo ese día, algo pasó cuando fui a verte al cementerio. No sé muy bien
cómo ha sucedido o el porqué, pero ha conseguido traerme de vuelta a este

veintidós de febrero y a ti.


La cara de incredulidad de Brian no mermó las ganas que Christine

tenía de convencerle. Sabía que era una tarea casi imposible de realizar,
pero ahora más que nunca sentía que estaba por buen camino pues todo

estaba empezando a cobrar sentido para ella.


Tenía una misión que realizar, y nada ni nadie le impediría que la
cumpliera, por lo que siguió diciéndole decidida:
—He retrocedido un año en el tiempo para salvarte la vida.
CAPÍTULO 10
 
 
 

B
rian no estaba seguro de haber comprendido lo que
acababa de decirle su esposa, al resultarle imposible creer

en los viajes en el tiempo. Se sentía demasiado alterado


como para asimilar lo que estaba sucediendo, y en especial

para entender qué tenía que ver esa sensación de terror, oscuridad y asfixia
que acababa de experimentar hacía escasos minutos con todo ello.

En su cabeza no paraba de darle vueltas a la misma idea una y otra vez,


pues si ya le resultaba ilógico que ella hubiera tenido un sueño

premonitorio, mucho más absurdo era creer que había retrocedido un año

para salvarlo de su muerte.


—Christine, espero que entiendas que sea escéptico con esto.

—Sé que suena a una especie de desvarío, pero tú me conoces bien y

sabes que yo nunca diría algo así si de verdad no lo creyera.


Tratando de buscar una respuesta a tanto absurdo, Brian se separó un

poco de Christine, al necesitar espacio para aclararse. Era cierto que ella

siempre había sido una mujer racional y muy poco dada a lo espiritual, pues
desde que la había conocido hasta ahora nunca le había dado muestras de

que creyera en temas relacionados con el más allá, y por eso le costaba

tanto asimilar que fuera ella quien le hablara de estos temas.

También era cierto que él nunca había creído en lo paranormal, y por

eso no conseguía entender cómo en unas horas ella podía haber cambiado
tanto. Descubrir la causa de esta transformación tan repentina le asustaba,

pues tuvo que ser algo muy grave para que en tan solo una noche la

mentalidad de Christine se transformara y ahora dijera algo tan disparatado.

Que él hubiera muerto, y que ella hubiera viajado en el tiempo era algo

difícil de encajar, por mucho que confiara en su esposa y en su raciocinio,


por lo que una gran parte de él se negaba a aceptarlo.

—Lo sé, conozco muy bien tu forma de pensar, y por eso me cuesta

entender qué ha debido suceder para que me pidas algo así.

—Lo que sucedió es que descubrí como era la vida sin ti y no pude

soportarlo. Brian, admito que te estoy pidiendo un imposible, pero tengo

una prueba que demuestra que tengo razón, —confesó mirándolo fijamente

a los ojos para que no viera duda o recelo en ellos.


Nada más escucharla la cara de Brian cambió, pues asumir que todo

podía ser cierto era algo para lo que aún no estaba preparado.

—¿Tienes una prueba que se pueda tocar y comprobar?

—Sí —le indicó ella sin pensarlo, pues era cierto.


—Entonces tendría que creerte —aunque el tono receloso de Brian

indicaba lo contrario.

Sabiendo que solo tendría una oportunidad para convencer a su marido,

y que debía hacerlo por el bien de ambos, Christine se preparó para encarar

la verdad con todas las consecuencias.

—Brian, todo esto es tan difícil para mí como lo está siendo para ti. Yo
no soy tu enemiga ni quiero gastarte una broma, pues solo deseo entender

qué está pasando y, si tengo razón y las cosas van a suceder como te he

contado, entonces debemos aprovechar la oportunidad de cambiar el futuro

y salvarte. —Y tras abrirle su corazón para intentar convencerlo, Christine

empezó a llorar de nuevo—. ¿No crees que si hay una posibilidad de que

esto sea cierto, no merece la pena intentarlo? ¿Te arriesgarías a perder tu

vida por no confiar en mí, y por no darme la oportunidad de demostrarte

que es cierto?

Brian se quedó contemplando a su mujer sintiéndose perdido, pues cada

lágrima suya le partía el corazón y le hacía sentirse culpable. Con solo


mirarla era evidente que creía que él había muerto ese día y que podía

salvarlo, como también estaba convencida de que había retrocedido un año

en el tiempo con el fin de salvarle.

No lograba comprender cómo había llegado a esa conclusión, pero si

escuchándola conseguía que ella volviera a sonreír, entonces creería en


cualquier cosa que le dijera. Al fin y al cabo estaba haciendo esto por él, y

lo menos que podía hacer era concederle unos minutos y tomárselo en serio.

—Perdóname pequeña. No quise hacerte llorar —le dijo mientras se


volvía a acercar a ella para acobijar su rostro entre sus manos—. Sabes que

por ti haría cualquier cosa y que confío en ti como nunca antes lo he hecho

con nadie.

Se sintió tan miserable por ser la causa de su dolor, que se olvidó de

todo lo que no fuera consolarla y darle lo que ella le pedía, aunque no

estuviera seguro que fuera algo bueno seguir adelante con esta ilusión, pero

por ella valía la pena intentarlo.

—Solo dime qué quieres que haga y te prometo que lo haré —le

susurró, volcando en cada palabra todo su amor.

—Pero supones que no es verdad lo que te he dicho. Lo único que

quieres es darme la razón para que me tranquilice, pero es cierto Brian, y

espero por el bien de los dos que acabes creyéndome.

—Te prometo que haré lo posible por considerarlo y que mantendré mi

mente abierta, pero también te pido que entiendas que necesitaré tiempo

para… asimilarlo —le indicó Brian tras meditarlo unos segundos.

Christine suspiró sabiendo que había ganado una batalla, pero temiendo

que la victoria final sería mucho más difícil de conseguir. Conocía muy bien
a Brian, y aunque sabía que él sería capaz de hacer cualquier cosa por ella,
también estaba al corriente de su recelo a admitir que ese día se tendría que

enfrentar a su muerte.

—Si no puedes aceptar que todo esto es verdad, entonces solo confía en

mí.

—Eso sí te lo puedo prometer.

Christine le sonrió regalándole una sonrisa cargada de esperanza, y

agradeció al cielo haber puesto en su camino a un hombre tan maravilloso y

comprensivo como él. Tener a alguien que la amara de una manera tan

sincera y plena le llenaba el corazón de felicidad, y le daba la seguridad que

necesitaba para seguir adelante y conseguir encontrar la manera de salvarle.


—Ven Brian, será mejor que nos sentemos. Para lo que tengo que

contarte necesito mirarte a la cara —le indicó, mientras le cogía de la mano

y lo conducía hacia la cama.

Una vez en ella ambos se sentaron y durante unos segundos un denso

silencio se apoderó de la habitación.

Christine sabía que el momento había llegado. Tenía a su alcance el

deseo que tanto había pedido para poner punto final a tanto lamento, aunque

para ello tuviera que dejar al descubierto su corazón, pero sería un precio

muy pequeño a pagar con tal de salvarle.

Escogiendo muy bien por dónde empezar su historia, y seleccionando

las palabras apropiadas, empezó a decir:


—Si quiero que comprendas cómo ha sucedido todo esto, y que es lo

que me ha llevado a creer que vengo del futuro con una misión, entonces

será mejor que te cuente qué pasó el día del aniversario de tu muerte.

—Es decir, lo que viviste ahora hace un año, justo antes de retroceder en

el tiempo, —afirmó Brian más que preguntar.

—Así es.

Tras suspirar y aferrarse con más fuerza a la mano de Brian siguió con

su relato.

—Como cada día iba a visitarte al cementerio, pero esa vez llegué algo

más tarde que de costumbre al haber salido con retraso de casa.

A Brian le costaba mirarla al ver el sufrimiento en sus ojos, ya que le

hacía sentirse inútil por no saber cómo consolarla.

—Caminaba por el sendero que conducía hasta tu tumba, mientras

hablaba contigo y recordaba cómo nos habíamos conocido. Me gustaba

hacerlo cuando iba a verte porque me ayudaba a sentirte más cerca, y a

hacerme olvidar el dolor que solía oprimirme el pecho cuando me daba

cuenta de que nunca más volvería a verte.

Brian comprendió perfectamente a qué se refería, pues él también solía


recordar a menudo esos primeros días en que se conocieron, y cómo la

necesidad de estar con ella había crecido tanto que en solo cinco meses

decidieron casarse.
Algo increíble al tratarse de Christine, al ser una mujer tan

independiente y tan poco acostumbrada a las relaciones largas y serias, que

lanzarse sin miedos ni recelos a un compromiso formal le había demostrado

a Brian que sus sentimientos debían ser muy profundos; justo como los que

él sentía por ella.

Recordando esos días felices experimentó un anhelo urgente por notarla

cerca, y sin poder resistirse la cogió entre sus brazos para colocarla sobre su

regazo.
—¿Hablabas conmigo? —le susurró a su oído mientras la abrazaba para

pegarla a él.
—Sí —le contestó también en un murmullo, al sentirse abrumada al

encontrarse entre sus brazos.


—¿Y te contestaba?

—Siempre —le dijo mientras buscaba sus ojos y se perdía en su mirada


—. Me decías que me querías y que estarías hasta la eternidad conmigo.

—Entonces es verdad que te hablaba, porque si pudiera comunicarme


desde la otra vida te diría exactamente esas palabras.

Advirtiendo como su ser clamaba por tenerla cerca la besó,


demostrándole con sus labios todo lo que su cuerpo sentía por ella. Pasión,
entrega, ternura, amor, fe y necesidad, eran solo una pequeña muestra de lo

que encerraba en su interior en ese momento.


La acarició, la abrazó y se perdió en su sabor olvidándose por unos
instantes de todo lo que no fueran ellos, pues solo Christine conseguía hacer

que su corazón latiera con tanta fuerza a causa de su amor, que todo lo
demás dejaba de tener importancia.

Cuando ambos volvieron a mirarse, esta vez con sus respiraciones


agitadas, algo en sus ojos les indicó que ese beso había despertado en ellos

un anhelo por descubrir la verdad, antes de que el destino pudiera


arrebatarles la felicidad que estaban sintiendo.
Dándose cuenta de que no podía posponer por más tiempo su relato,

Christine siguió con su historia antes de que su voluntad se quebrara de


nuevo y terminara perdida entre sus brazos.

—Brian, ese día en el cementerio sucedió algo extraño, y desde


entonces nada es lo que parece —le contó, pues necesitaba abrirle el

corazón y escuchar de sus labios como le decía que todo iba a salir bien.
—Aquí me tienes, pequeña, cuéntame lo que sucedió y seguro que

juntos encontramos una explicación —le indicó Brian, todavía convencido


de que había sido una pesadilla, en donde él había muerto y ella le visitaba

en el cementerio.
—Ese día, frente a tu lápida, se presentó una mujer joven que empezó a

hablar conmigo. Era la primera vez que la veía, aunque algo en ella me
resultaba familiar, y quizá por eso me sentí cómoda a su lado. El caso es
que empecé a contarle cosas sobre ti, y como solía sucederme cada vez que
te recordaba, acabé llorando. —Brian aprovechó la pausa que hizo para

besarla en la mejilla y así animarla a que continuara—. Fue entonces


cuando me entregó un pañuelo, y recuerdo que tras secarme las lágrimas, lo

sostuve entre mis manos mientras conversábamos.


—No hay nada extraño en ello —le indicó Brian.

—No, lo insólito no fue que me diera el pañuelo, sino que me


preguntara antes de desaparecer si creía que algo o alguien podía hacer

realidad los deseos. Yo le dije que no creía en los milagros, pero si lo


hiciera tendría muy claro que era lo que pediría.

—Espera, ¿desapareció? ¿Así sin más? —le preguntó escéptico, aunque


una parte de él se alegró al escucharlo, al poder ser una muestra de que

había sido un sueño ya que algo así no sucedería en la vida real.


—Bueno, no exactamente.

—¿Y pedirle a quién? —continuó preguntándole sin darle tiempo a


responder, ahora más animado al tener algo que le podía dar la razón.
Christine sonrió sintiendo unas ganas enormes de abrazarle, pues así era

su Brian. Impulsivo, curioso y escéptico como nadie, pero sobre todo capaz
de sacarte de quicio por cualquier motivo, o de entregarse en cuerpo y alma

por la cosa más insignificante.


Un hombre capaz de hacerte sentir la mujer más feliz del universo, o de

hacerte exasperar hasta desear cerrarle la puerta en las narices.


—Si me dejas terminar de contarte la historia, entonces podrás enterarte

de todo —le dijo seria, aunque la ternura que estaba sintiendo por él en esos
momentos se lo estaba poniendo difícil.

—Está bien, me callo —le dijo con una sonrisa cargada de amor.
—Como te iba diciendo, esa mujer me entregó el pañuelo para que
secara mis lágrimas y continuamos hablando. Fue entonces cuando salió el

tema de qué deseo pediría si fuera posible que algo o alguien los
concediera. —Christine aprovechó ese momento para comprobar cómo se

lo estaba tomando, pero Brian solo le indicó con un gesto de la cabeza que
continuara—. Yo le aseguré que no creía en milagros, pero que tenía claro

que era lo que más anhelaba en el mundo.


Y ahora, sabiendo que venía la parte más importante, lo miró

directamente a los ojos mientras le pasaba la mano por su mejilla.


—Le dije que deseaba retroceder en el tiempo para volver al día de hoy

y salvarte la vida.
Brian suspiró y sin apartar su mirada le contestó:

—Christine, eso no prueba nada. Pudo ser perfectamente un sueño que


te ha parecido muy real. Además, lo que me acabas de contar no demuestra

que viajaras en el tiempo o que yo vaya a morir esta noche.


—Lo sé. Esa no es la prueba. Solo es un punto a tener en cuenta, ya que

pienso que esa conversación en el cementerio tiene algo que ver con mi
regreso a este año. No puedo apartar de mi cabeza de que debe de ser más

que una simple coincidencia que le dijera que deseaba regresar a este día
para salvarte, y esa mujer me comentara que para conseguirlo solo debía

tener fe.
—Pero tú no crees en esas cosas —insistió él.

—Hasta esta mañana no creía en ángeles, espíritus, milagros, el cielo o


Dios, pero ella me aseguró que no hacía falta que creyera en ellos, sino que

solo importaba que ellos creyeran en mí. Además, esa mujer me hizo notar
como si una herida en mi interior dejara de sangrar y empezara a curarse.

Consiguió hacerme sentir bien por primera vez desde tu muerte y me dio
esperanzas.

—Christine cariño, no quiero que pienses que no creo en ti, pero esto
que dices no prueba nada.
—Ella desapareció, Brian. Nada más hablar sobre pedir el deseo y

contarme lo de tener fe, se despidió y desapareció. Te juro que en cuestión


de segundos ella empezó a caminar y por más que la busqué no logré

encontrarla.
—Nena yo…
—Pero hay algo más —le dijo levantándose de su regazo—. Ese
pañuelo que me entregó, según tú en un sueño, no se lo pude devolver al no

encontrarla.
Despacio se fue acercando a su mesita de noche sin dejar de mirar el
trozo de tela que se encontraba en ella, y que constituía la prueba de que no

se estaba inventando nada.


Sintiendo cómo le temblaban las piernas y le sudaba las manos,

Christine cogió el pañuelo entre sus manos, sabiendo de la importancia de


tenerlo en su poder. Luego, reconociendo que el momento de la verdad

había llegado, regresó junto a Brian y colocándose frente a él le dijo:


—Brian, si esta historia es producto de mi imaginación y no es real, si

es solo una pesadilla debido a algo que he visto o sentido, entonces tú no


habrías fallecido, no habría pasado un año desde tu muerte, yo no habría ido

al cementerio y esa mujer no me habría dado este pañuelo.


Nada más decirlo Christine extendió su mano, la abrió, y ante Brian

apareció la prueba de que todo lo que le había contado era cierto.


—Esa mujer que me lo entregó se llama Geline, como indican las letras

bordadas del pañuelo.


Sin poder creérselo Brian se quedó mirando la mano que Christine

mantenía extendida ante él, para después despacio, coger la prenda entre sus
dedos con delicadeza, e inspeccionarla minuciosamente como si se tratara
de un misterio.

—Hay mil explicaciones para esto —consiguió pronunciar segundos


después, a pesar de tener la garganta reseca y sentir un ligero temblor por

todo el cuerpo, así como notar cómo su seguridad se hundía en la duda.


—Sí. Y yo sé cuál es la verdadera porque he estado ahí —le aseguró

cada vez más convencida, y señalando el pañuelo continuó—: Esto prueba


que lo que te he dicho es cierto y que he venido para salvarte.

—Christine, yo… —no supo qué más decir, pues aunque ese pañuelo
podría ser una evidencia, también podría tener muchas otras explicaciones,

aunque en este momento no se le ocurriera ninguna al estar abrumado por el


temor que acababa de apoderarse de su mente y de su cuerpo.

Christine veía las dudas en la cara de Brian, y sabiendo lo mucho que se


jugaba se agachó frente a él, le agarró las manos con fuerza; las cuales aún
sostenían el pañuelo, y le dijo con tono seguro pero a la vez suplicante:
—Necesito que me creas. Si no lo haces volveré a perderte y no

sobreviviré esta vez, no cuando ya sé el dolor que me espera y sé que nada


podrá calmarlo. Por favor Brian, ¡confía en mí!
Brian se quedó mirando el pañuelo que aferraban entre sus manos y
sintió algo en su interior que le asustó. Había una parte de él que creía en lo

que Christine le estaba contando, y en la extraña sensación de asfixia que


había experimentado hacía pocos minutos. Pero no podía creer en ello sin
más, ya que pensar que le quedaba unas horas de vida le hacía sentir

verdadero terror.
De pronto anheló con urgencia estar cerca de Christine, de acariciarla y
besarla como si no hubiera un mañana, de sentirla cerca, de poseerla y de
estar tan adentro de ella, que nada ni nadie pudiera alcanzarlo.
El miedo se fundió con el deseo y la necesidad se unió al desamparo. Se

sintió tan perdido e indefenso en ese instante, que estuvo seguro que solo su
mujer lograría salvarlo de esa agonía en la que se estaba sumergiendo, y que
solo sabría detener protegido en los brazos de la mujer que amaba.
—Christine por favor, no me preguntes ahora qué es lo que pienso de

todo esto, porque no podría darte una respuesta. La verdad es que estoy
asustado y no sabría qué decirte.
Christine comprobó al mirar su rostro que le estaba diciendo la verdad.
Sabía que le estaba costando aceptar su historia como cierta, al ser tan

inverosímil, pero ella percibía que no podía rendirse. Debía mantenerse


fuerte por él, ya que eso lo salvaría y además con ello protegería su futuro.
—Lo entiendo Brian, a mí también me está costando asimilar lo que nos
está pasando, pero hay demasiado en juego para dejarlo pasar sin más.

—Pequeña, solo sé que te amo con locura y que no deseo hacerte daño,
pero me estás pidiendo que crea en cosas imposibles —le dijo con la voz
cargada de emoción, pues la ternura en los ojos de ella le estaba llegando
hasta lo más profundo de su alma.

—Lo sé, yo también te quiero y no quiero que te pase nada malo. Por
eso, si hay una sola posibilidad de que sea cierto tenemos que tomárnoslo
en serio y hacer algo al respecto.
—No voy a morir esta noche, ya lo verás.

Y lo estaba diciendo en serio, pues por nada del mundo iba a permitir
que los separaran o que su esposa sufriera, aunque para ello tuviera que
desafiar al mismísimo cielo.
—Necesito que me lo prometas —le pidió deseosa de que él encontrara

una solución para todo esto.


—No solo te lo prometo mi vida, también te garantizo que haré cuanto
esté mi mano para impedir que sufras.
Deseando de forma desesperada estar dentro de ella se levantó, la cogió
en brazos y se dirigió hasta la cama, donde la besó con pasión antes de

depositarla sobre ella con cuidado.


—Pienso hacerte el amor hasta que no tengas ninguna duda de que voy
a permanecer a tu lado, por mucho que las estrellas se empeñen en
distanciarnos. Te amo mi cielo, y no permitiré que nada ni nadie nos separe.

Te lo juro.
Y sin más se tumbó sobre ella dispuesto a demostrarle que estaba

hablando en serio, y que desde ese mismo instante, dejaba de tener


importancia si todo lo ocurrido había sido producto de un sueño, de un
milagro o del destino.
Ahora solo contaba que ambos estaban juntos y se amaban con un amor
tan fuerte que nada podría separarles. Pero sobre todo, Brian estaba seguro

de que pasara lo que pasase, siempre lucharían unidos para salvar ese amor
que sentían.
 
CAPÍTULO 11
 
 

T
umbados en la cama piel con piel y corazón con

corazón, se dejaron llevar por la necesidad de sentirse parte


del otro. Ninguno de los dos estaba seguro de cuál era el

motivo exacto, pero algo en su interior les indicaba que


estaban a punto de vivir una experiencia que los cambiaría para siempre.

Sintiendo la urgencia de evadirse de las dudas y el temor, se dejaron

llevar por las caricias, consiguiendo en segundos que la sangre de ambos


hirviera de deseo.

Nada importaba ya, a parte de la pasión que provocaba el roce de sus


labios y el calor que emanaba de sus manos cuando se tocaban. Esta era su

oportunidad para decirse lo mucho que se amaban, no solo con palabras, y

para dejar atrás tantas lágrimas derramadas.


Había llegado el momento de dejarse llevar por el anhelo que sentía por

su mujer, para así perderse dentro de su cuerpo, hasta alcanzar el oasis de

paz que tanto buscaba y nadie más que ella podía entregarle.
Solo Christine tenía el poder de calmarlo, reconfortarlo y salvarlo de un

océano de dudas y temores, pues solo ella había logrado conocerlo de una

forma tan intensa que hasta sus almas se reconocerían aunque hubieran

pasado mil años sin verse.

Desde que la conoció se había convertido en su fortaleza, su coraje, su


pasión y su felicidad, y estaba seguro que entre sus brazos conseguiría

encontrar la verdad que ahora tanto les angustiaba, pero que juntos sabrían

cómo enfrentarse a ella.

Anhelando sus besos se adentró en su boca, y la degustó deseoso de

transformarla en un volcán con el roce de su lengua.


—Te amo Christine, y te necesito —le susurró mientras esta movía sus

caderas al ritmo de sus embestidas, consiguiendo que Brian enloqueciera al

ir aumentando su placer, hasta profundizar tanto en ella que por un

momento no supo dónde terminaba él y empezaba ella.

Solo entonces se dejó llevar por la pasión desatada de su locura,

desencadenando el caos de su deseo cuando escuchó a Christine gritar su

nombre tras un gemido.


Fue su momento de adentrarse en el paraíso de la carne, y sin poder

controlarse por más tiempo, derramó su resistencia en el interior de la mujer

a la que amaba por encima de cualquier cosa.


Y así, perdido en su propio edén, disfrutando de encontrarse entre sus

brazos y con su cuerpo cubriendo el de ella, Brian descubrió por fin la paz

que tanto anhelaba después de una mañana tan intensa

Despacio, como resistiéndose a dejarse vencer por el sueño, la fue

acariciando mientras disfrutaba de tenerla acurrucada a su lado. Luego,

decidido a hacer de esos minutos los más tiernos hasta la fecha, le dedicó
sus más apasionados besos hasta que agotada, a Christine se le empezaron a

cerrar los ojos quedándose dormida con una sonrisa complacida.

Sabiendo que esta podía ser la última vez que la contemplaba entre sus

brazos, se la quedó mirando, pidiendo al destino que no fuera tan cruel

como para separarles.

Y sin saber cómo una bruma de ensoñación se apoderó de él, dejándolo

en pocos minutos yaciendo junto al cuerpo de su esposa.

 
«Iba a llegar tarde».

Con ese pensamiento se adentró con su coche en el tráfico, donde

centenares de conductores se afanaban por restarle un segundo al tiempo

que tardarían en llegar a sus hogares.


Brian había tenido un día muy duro entre reuniones y ajustar algunos

planos, además de perder un tiempo muy valioso al salir a comprar el regalo

de aniversario para Christine.


Había cometido el error de esperar hasta el último día para acercarse a

la joyería, pensando que con una hora lograría tenerlo todo arreglado. Pero

con lo que no contó fue con que tardaría un buen rato hasta dar con la joya

que andaba buscando, ya que quería algo especial para esa celebración.

No fue hasta que vio un precioso reloj de oro cuando supo que había

encontrado el regalo perfecto, pues le pareció una manera muy elocuente de

decirle que a su lado cada segundo era puro oro.

Pero su caótico día no había terminado ahí. Para su sorpresa cuando

llegó a su despacho unos clientes le estaban esperando, sin importarles que

faltara poco para la hora del cierre.

Ese fue el motivo de que saliera más tarde de lo normal de su trabajo,

olvidándose incluso de que él o su secretaria avisaran por teléfono a

Christine de su retraso, consiguiendo que sus nervios llevaran un rato

crispados a causa de las prisas.

Estaba visto que hoy su Karma iba en contra de él, pues desde que se

había despedido de ella esta mañana dándole un beso, nada le estaba

saliendo como debía ser.


Exasperado, en esos momentos estaba saliendo por fin del centro de

Chicago para dirigirse a su urbanización, suspirando al haber dejado atrás la

parte más concurrida de toda la ciudad.

Aun así, para su sorpresa se encontró con más tráfico de lo normal; a

pesar de no ser hora punta, temiendo que a ese ritmo les quedaría muy poco

margen para llegar al restaurante que habían elegido para cenar, por lo que

su impaciencia iba en aumento.

Pensando que por nada del mundo le estropearía a su mujer esta velada,

y sabiendo que con una simple llamada podía solucionarlo, se decidió a

avisar al restaurante de que llegarían tarde. Luego, con un simple mensaje


le comunicaría a Christine que no se preocupara y que estuviera preparada

para cuando él llegara.

Decidido, y aprovechando que su semáforo se había puesto en rojo, se

inclinó para coger el móvil de su cartera y marcó el número. Se sintió algo

más tranquilo al haber encontrado una salida a su problema, y se centró en

la llamada y en raspar unos segundos a ese tiempo que hoy se le escapaba

de entre las manos.

—Restaurante Sottoul, ¿en qué puedo ayudarle?

Nada más escuchar la voz al otro lado del móvil suspiró, pues por fin las

cosas volvían a funcionar con normalidad. El semáforo cambió a verde y

Brian puso el coche en marcha sin importarle estar al teléfono.


—Tengo una reserva para dentro de media hora a nombre de Brian

Marlow, y me gustaría posponerla treinta minutos.

La carretera se iba despejando y el tráfico comenzaba a estar más fluido,

haciéndole pensar que definitivamente su suerte había cambiado. Queriendo

aprovechar su buena estrella aceleró decidido mientras suspiraba algo más

calmado, sin dejar de estar pendiente de la conversación que mantenía por

teléfono.

—No hay problema señor Marlow, le retraso su reserva y le esperamos

para dentro de una hora.

Conduciendo algo más rápido de la velocidad permitida para así raspar

al tiempo unos pocos segundos, vio cómo el semáforo que estaba frente a

él; a pocos metros de distancia, se ponía en ámbar para en breve cambiar a

rojo, y aceleró el coche para tratar de cruzarlo mientras continuaba

hablando por el móvil.

—Perfecto, gracias —respondió satisfecho, pues su cena estaba salvada

y concluyó la llamada.

Ahora solo le quedaba avisar a Christine y todo estaría solucionado.

Pensó en el mismo momento en que veía por su lateral izquierdo cómo el


coche que estaba a su lado daba un frenazo.

Todo sucedió tan rápido, que Brian no entendió qué pasaba hasta que la

luz cegadora de unos enormes faros le hizo girar la cabeza. Ante él vio
como algo grande se le echaba encima, dándose cuenta de que ya era

demasiado tarde para esquivarlo; o como debió haber hecho en su

momento, para frenar a tiempo.

Lo siguiente que pasó fue que escuchó un fuerte ruido, seguido de un

impacto tan rotundo que sacudió su vehículo, para después notar como este

era arrastrado mientras los cristales saltaban frente a él y la chapa se

arrugaba aprisionándolo. Un fuerte dolor se extendió por el cuerpo mientras

se sentía como un muñeco de trapo, incapaz de hacer algo que no fuera


sacudirse y golpearse.

En esos últimos instantes de coherencia apretó el móvil que aún sostenía


en su mano, y pensó que nunca más hablaría con su esposa, ni compartirían

esa cena con la que celebrarían su tercer y al parecer último aniversario.


Había creído que su karma había cambiado trayéndole la suerte, sin

imaginar que el destino no le permitiría regresar junto a su mujer, al perder


la vida por raspar unos segundos que ahora se le escapaban de las manos sin

poder remediarlo.
—Christine —fueron sus últimas palabras antes de que su cuerpo dejara

de obedecerle.
Contorsionado entre cristales rotos y metal aplastado, Brian sintió como
todo su cuerpo le dolía como si fuera una sola herida lacerante, notando
como la sangre le caía por la cabeza, y como se iba empapando de un
líquido pegajoso que se le escapaba por los múltiples cortes y heridas.

Resistiendo el deseo de moverse, pues le resultaba además de doloroso


imposible, pasó a estarse quieto al notar como si un millar de agujas le

pincharan por todo el cuerpo y un frío aterrador le envolviera.


Después de eso percibió como poco a poco cada parte de su cuerpo se

iba adormilando y apagando, hasta que empezó a costarle respirar y a sentir


que se ahogaba al faltarle aire en los pulmones, mientras escupía por la
boca bocanadas de sangre que le impedían volver a coger oxígeno con

regularidad.
Llegado a este punto supo que estaba perdido, y se centró en tratar de

respirar sin prestar atención a los gritos de los transeúntes, que ahora
escuchaba lejanos, al saber que había llegado a un punto donde toda ayuda

resultaría imposible.
Fue entonces cuando apartó de su mente cualquier cosa que no fuera

Christine, y en lo mucho que le hubiera gustado envejecer a su lado, pero


sobre todo en cómo había perdido la oportunidad de pasar más años con

ella.
Ya no tendrían hijos ni nietos, ni volverían a pasear por el parque ni

comer palomitas mientras veían una película. Nunca más volvería a hacer
con ella esas cosas triviales a las que no le había prestado importancia, pero
que conseguían alegrar sus vidas haciéndolas únicas.

Ahora solo le quedaba un tiempo limitado para estar en este mundo, y


su único deseo era volver a verla y pedirle perdón por haber perdido la

oportunidad de estar con ella.


Advirtió como el dolor se apagaba y que sus ojos solo distinguían

sombras y luces sin forma, al mismo tiempo que el latido de su corazón se


ralentizaba. «Christine, perdóname» pensó al saber que su cuerpo se rendía

y no le daría tiempo para volver a verla.


Las sombras se encogieron y la luz blanca se volvió más intensa. Sus

pupilas se dilataron y su corazón intentó desesperado seguir latiendo,


mientras la sangre envolvía sus pulmones impidiendo que respirara.

  «Te amo y te amaré siempre» fue su último pensamiento coherente


antes de que la luz cegadora de sus ojos se apagara y su pulso callera en

picado.
Y así, mientras se sentía caer en un abismo de paz y oscuridad, deseó
con todas sus fuerzas poder volver a ver a Christine para llevarse al cielo el

recuerdo permanente de su sonrisa.


Un segundo después, o tras toda una eternidad, Brian despertó a la

consciencia y vio como una luz se extendía ante él. Se dio cuenta de que ya
no estaba aprisionado en el coche y que su cuerpo no presentaba ninguna
herida, al encontrarse de pie en medio de ninguna parte y completamente

solo.
La sangre ya no se le escapaba por la boca llenándola de un sabor

metálico, sino que sentía el sabor de algo fresco y agradable que no lograba
distinguir. No había dolor, ruidos o angustia, tan solo el deseo de caminar

hacia la claridad que cada vez era más brillante y se abría solo para él.
Dentro de él sabía que le estaban esperando y que cruzando ese puente
encontraría la paz que tanto anhelaba, pero durante una fracción de segundo

un pensamiento se coló en su mente, creciendo hasta convertirse en una


necesidad.

«Christine». De pronto la luz ya no le pareció tan brillante, ni percibió


la urgencia de cruzarla para juntarse con los suyos. La imagen de una

hermosa mujer sonriéndole y mirándole con amor le inundó, y no deseó otra


cosa más que reunirse a su lado sin importarle nada más.

No necesitaba encontrar el paraíso si ella no estaba en él, porque sabía


que estando sin ella nunca lograría encontrar la serenidad de la que gozan

los eternos.
«Christine». Volvió a repetir su mente y su corazón la reconoció en ese

instante. Él amaba a esa mujer, habría dado su vida por ella, y ahora estaba
dispuesto a entregarle la inmortalidad de su alma.
Sintió la urgencia de tocarla, aunque sabía que eso sería imposible, pero

estaba dispuesto a pagar cualquier precio con tal de volver a sentirla.


De pronto le vino una idea. Sabía que ella también lo amaba y el dolor

de su pérdida le sería desolador. Quizá incluso se culpara por su muerte


resultándole imposible comenzar de nuevo con su vida, por lo que no podía

marcharse sin más sabiendo que le causaría un gran sufrimiento.


No podía irse sin antes intentar consolarla, y sobre todo, sin decirle que

la estaría cuidando en lo que a ella le quedara de vida.


Y por primera vez desde hacía años rezó con toda su alma, para que le

permitieran regresar por una sola vez y decirle que no llorara por él, pues
siempre estarían juntos hasta que sus destinos se volvieran a juntar al otro

lado.
La necesidad de su deseo por estar con ella fue tan intensa, que notó

cómo el cielo comenzaba a temblar bajo sus pies y la luz que tenía ante él
se volvía cegadora.
«Solo dame unos segundos para decirle que la amo y poder tocarla. No

dejes que pierda su corazón por mi culpa». Fue la súplica de un hombre


desesperado que se negaba a rendirse, al sentir que aún le quedaba algo por

hacer en este mundo.


De pronto percibió como se iba consumiendo y dejaba de tener esencia.
«¡No! ¡Por favor, un segundo! ¡Déjame decirle que la amo!» y aunque
sus ojos no pudieron llorar al saber que nunca más la volvería a ver, su alma

sí lloró por su ausencia.


 

 
Un segundo.

Solo pidió un segundo de entre toda la eternidad, pero, ¿cómo se puede


medir el tiempo en un lugar donde no existe el principio y el fin?

Sin saber cómo lo había conseguido Brian notó como despacio su


esencia comenzaba a materializarse en su hogar, dejando atrás ese otro sitio

lleno de luz y esperanza, pero que él no sentía como algo suyo. Sin
embargo, al percibir que se encontraba en el salón de su casa; justo detrás

de Christine, la cual estaba mirando por la ventana sin percatarse de su


presencia, notó una felicidad tan plena que por un instante se olvidó de lo

que había sucedido y de porqué estaba ahí.


Anhelando hablar con ella y decirle todo lo que le había pasado esperó a

moldearse con su nueva forma, ya que ahora no mostraba su carne al estar


constituido solo por su alma.

Fue en ese momento cuando supo que el cielo lo había escuchado,


concediéndole ese segundo que tanto había deseado.
Decidió aprovechar la oportunidad que le ofrecían para calmar el dolor
de Christine, al decirle que su amor siempre la acompañaría, aunque no

creyera en la otra vida ni en nada que tuviera que ver con lo paranormal,
pues él tampoco había creído en ello cuando estaba vivo, y sin embargo

ahora no tenía ninguna duda de que todo era real.


Una vez con su forma definida, y sintiéndose como si estuviera cargado

de energía, miró a su alrededor y percibió que todo estaba estático; como si


estuviera en un museo de cera y él fuera un visitante. Se acercó a Christine

despacio para notar si le percibía, pero solo pudo ver preocupación en su


rostro mientras miraba hacia la calle como si estuviera buscando a alguien.

Brian se imaginó que estaba esperándole y por eso se la veía tan 


preocupada, notando además como del cuerpo de ella emanaba inquietud y

miedo. Se dio cuenta entonces de que Christine estaba como suspendida en


ese segundo mientras contemplaba la calle, ya que no percibió ningún
movimiento ni respiración en ella, ni en los objetos que los rodeaban; como
el viejo reloj de cuco que no marcaba los segundos.

Comprendió entonces que el tiempo se había detenido para ella, aunque


para él seguía en movimiento. Pensó que él debía de estar en otra dimensión
y por eso no coincidían, aunque en realidad no entendía nada de lo que
estaba pasando.
—Christine —la llamó, pero al darse cuenta de que no le escuchaba
comprendió que no había usado su voz para hablar.

Se le acercó emocionado hasta estar a escasos centímetros tras ella para


así poder sentirla, y poder percibir por última vez el olor de su cabello y de
su piel, así como esa conexión que notaba cada vez más fuerte conforme se
le acercaba.
En lo más profundo de su corazón sabía que había llegado el momento

de decirle adiós, y por mucho que le doliera la despedida no podía


desaprovechar la oportunidad que se le estaba ofreciendo.
Por ello, con toda la dulzura que emanaba de su alma le dijo:
—Te amo, no lo olvides nunca —suspiró y percibió la esencia de su

aroma—. Yo seguiré a tu lado aunque no puedas verme, pues tú serás desde


ahora mi paraíso y permaneceré en él hasta que te reúnas conmigo.
Sintiendo el amor de su interior en estado puro, canalizó su deseo de
tocarla, y con la suavidad de una pluma, le pasó la mano por su cabeza

hasta bajarla por su espalda, sabiendo que esta sería la última vez que
podría sentirla.
—Mi princesa, lamento dejarte sola en esta vida, pero te prometo que
no me alejaré de ti —y con cada fibra de su ser temblando de pena le

confesó—: Aunque tú no me notes, cuidaré siempre de ti.


Algo de sus anhelos tuvo que traspasar el velo que los separaba, pues
advirtió como Christine se estremecía y se le rizaba el vello. Percibió que

ella le presentía y sonrió, pues solo un amor tan fuerte como el suyo
lograría atravesar las puertas de otras dimensiones.
—Te amo —le repitió para despedirse de ella, al intuir que el segundo
llegaba a su fin.

Se centró en volver a canalizar sus sentimientos y se los envió para que


ella los guardara en su corazón en forma de esperanza, hasta que algún día
lejano volvieran a reunirse en el cielo. Tal vez estos lograrían calmarla en
los momentos de soledad y dolor que le quedaba por vivir, y le dieran la

fortaleza que necesitaría para seguir adelante durante el entierro.


Brian no quería que ella le llorara ni dejara de buscar la felicidad en la
nueva vida que se le presentaba, pero la conocía lo suficiente para saber que
eso resultaría un imposible.
«Si pudiera retroceder en el tiempo y volver a empezar este día…» Dejó

ese pensamiento suspendido entre el más allá y la tierra, a la espera de que


alguien lo escuchara y le otorgara el milagro que ansiaba.
Sabiendo que debía dejar que la vida fluyera se acercó a ella para
besarla, consiguiendo que Christine se estremeciera al notarlo cerca.

«Adiós mi amor, hasta siempre»


Y así Brian se fue apartando de ella mientras el segundo acababa y la

realidad volvía a marcar el minutero. De pronto todo comenzó poco a poco


a cobrar vida, y escuchó como alguien llamaba a la puerta de su hogar
trayendo consigo un aura de infortunio y desasosiego.
Siguió alejándose para darle más espacio a Christine a pesar de no
desear apartarse de ella, y pudo ver cuando esta se volvió, como sus

lágrimas marcaban sus tristes ojos, al igual que pudo comprobar como su
rostro mostraba una seriedad y una pena que nunca antes había visto en ella.
Y entonces lo supo; ella sabía que había muerto.
Sintiéndose perdido al querer quedarse para consolarla, pero sabiendo

que su tiempo había terminado, siguió apartándose despacio al ser lo único


que podía hacer a pesar de no desearlo.
Se percató de que ahora era él quien se movía a una velocidad mucho
más lenta, mientras que para Christine todo comenzaba a ir cada vez más

rápido. Era como si se hubieran intercambiado las realidades y ahora él se


veía obligado a observarla de forma acelerada, como si esta pudiera
moverse a través de los años a su propio ritmo, mientras que para él el
tiempo había dejado de correr, y por muchas décadas que pasara, siempre

pensaría que habían transcurrido unos pocos segundos cuando volvieran a


encontrarse.
La vio como comenzaba a caminar hacia la puerta e hizo el inmenso

esfuerzo de acercarse a ella. Entonces sucedió algo extraño, al percibir sin


saber cómo había sucedido que ella ahora podía notarlo con más intensidad.
Era como si antes en la ventana él solo hubiera sido un pensamiento o
un sueño, mientras que ahora ella podía sentirlo como una presencia.

Observó como un escalofrío recorría el cuerpo de Christine, e


inmediatamente Brian se concentró en estar a su lado para que le sintiera
con más fuerza.
Se empezaba a notar cansado pero no le dio mucha importancia, ya que

su único objetivo era conseguir que le notara y así poder comunicarse con
ella.
Pero a pesar de sus esfuerzos Christine siguió caminando sin dar más
muestras de percibirlo, hasta que esta llegó a la puerta y alterada miró por la
mirilla.

En ese mismo instante algo cambió en ella, pues ahora podía advertir 
cómo el pánico comenzaba a envolver su corazón apartando la esperanza.
Aunque Brian estaba a un escaso metro pudo sentir los temblores que
sacudían el cuerpo de Christine, y hubiera entregado su alma a Lucifer con

tal de poder decirle que no se preocupara, que él estaba bien y que pronto
todo pasaría.
El sonido distorsionado de un segundo timbrazo consiguió que ambos

se sobresaltaran, e hizo que Christine retrocediera un paso asustada y se


acercara más a él.
«Tranquila pequeña, cálmate». Le dijo para tratar de serenarla un poco,
a pesar de saber que no podía escucharle. Estaban a escasos pasos de

distancia, por lo que pensó que si se esforzaba pronto llegaría hasta ella.
Sin querer perder ni un solo instante se concentró en su necesidad de
tenerla cerca, para así poder tocarla y tratar de trasmitirle paz antes de
marcharse.

Reparó en que Christine estaba respirando profundamente con el fin de


tranquilizarse, y se preguntó si le habría escuchado de alguna manera. 
Ella parecía que estaba haciendo el esfuerzo de controlar sus nervios, y
aparentando lo que no sentía, abrió la puerta de su casa a unos extraños a

pesar de intuir que le traían malas noticias.


Fue entonces cuando Brian se dio cuenta de que él percibía las cosas de
manera diferente a cuando estaba vivo.
Esos dos hombres que debían ser policías los notaba como sombras

luminosas envueltas en un arcoíris, percibiéndolos como algo lejano a los


que no se sentía unido, mientras que a Christine la veía con su forma de
siempre pero rodeada de un aro de luz blanca, y sentía las emociones que
emanaban de ella como si hubiera algo invisible que los conectara.
Era como si algo los mantuviera unidos, a pesar de que él estaba
muerto, pudiendo ver ahora con sus propios ojos como el amor se
materializaba a su alrededor, mostrándose como una fuerza asombrosa que
los envolvía, y que había estado uniéndolos sin saberlo desde que ambos

habían nacido y hasta que se reunieran una vez muertos.


Era algo tan poderoso y profundo que sin dudarlo ni un segundo por él
serías capaz de dar la espalda al mismísimo cielo, para pasar toda la
eternidad junto a la persona a la que te ataba, aunque con ello te condenaras

al infierno.
Advirtió también que ella estaba como ausente. Era como si no le
interesara lo que esos hombres le decían, pues en su pensamiento solo
estaba él. Quizás ese fuera el motivo de que Brian no se hubiera ido para
poder atender su llamada, al estar ella reteniéndole mediante su deseo de no

perderle y al estar convencida de no poder seguir adelante sin él.


De pronto, Brian sintió una vibración en el aire que los rodeaba, y vio
como Christine gesticulaba con la boca pero sin llegar a oír su voz. En
cuestión de un segundo observó perplejo como una onda expansiva  iba

directa hacia él, atravesándole con la dulzura de una pluma y la potencia de


un rayo, mientras sentía por todo su ser; más que escuchar, como la voz de
ella le decía: «Brian, ¿dónde estás?».
La sensación fue tan intensa y las ganas de abrazarla tan fuerte, que
estuvo a punto de estallar en mil pedazos al no poder contenerse. Nunca
antes había experimentado algo parecido mientras estuvo vivo,
provocándole la necesidad de que ella se percatara de que estaba cerca y así

demostrarle lo mucho que la quería diciéndole: «Estoy a tu lado pequeña»


No supo si sus palabras llegaron hasta ella, pero si vio las lágrimas que
emanaban de sus ojos.
Sin nada más que él pudiera hacer, solo le quedó observar como

Christine aún permanecía mirando hacia la calle como buscándolo, y


lamentó con toda su alma no poder complacerla al serle imposible regresar
junto a ella.
«Lo siento». Fue lo único que pudo decir, pues sabía que cualquier otra

disculpa sobraría.
Despacio Christine se giró, dejando atrás la esperanza de que él
regresara, mientras poco a poco iba siendo cada vez más consciente de que
lo había perdido. Fue justo en ese instante cuando el corazón de ella se

rompió en mil pedazos, y deseara con todas sus fuerzas que el mundo se
detuviera al dejar de tener sentido su vida.
Cuando Brian pudo verle el rostro se dio cuenta por su palidez y su
expresión de sufrimiento que algo dentro de ella se había desgarrado,
dejando un rastro en su mirada de puro dolor y abatimiento.
Brian distinguió el sonido de uno de esos hombres hablando, pero ni
quiso ni pudo averiguar lo que decía. Solo fue el sonido de una voz lejana y
distorsionada que nada le unía a él, y por tanto no estaba dispuesto a gastar

las pocas energías que le quedaban en averiguar qué le estaban diciendo.


Sin saber el motivo se percató que cada vez se sentía más débil, y tras
hacer un último esfuerzo por tocarla, notó como su forma corpórea era cada
vez más gaseosa y frágil. Se estaba disolviendo quedándole cada vez menos
tiempo, por lo que agrupó toda su esencia en una parte de su ser con la

intención de acariciarla para consolarla.


Todo sucedió tan rápido, y él se sentía tan exhausto, que no pudo hacer
nada cuando por fin lo consiguió y descubrió el destrozado corazón de
Christine. Solo fue un roce que lo conectó directamente con sus

sentimientos y emociones, pero con la intensidad de un volcán de


sensaciones que no cesaban de emanar de ella.
Pena, soledad, angustia, temor, rabia, todo ello estaba en el interior de
Christine. Notarlo le causó tal dolor a Brian, que solo pudo dar un grito

desgarrador mientras percibía como ambos se rompían por dentro hasta


quedar destrozados, para después, con el bramido aún tronando en sus
oídos, ceder ante lo que sentían mientras aterrado observaba cómo ella caía
desmayada al suelo.
Y justo en ese mismo momento Brian se desvaneció volviendo a la
nada, llevándose consigo el inmenso amor que sentía por su mujer, y el
desconsuelo de saber que ella quedaría indefensa ante su muerte.

 
CAPÍTULO 12
 
 
 

E
l atronador grito aún resonaba en su cabeza cuando
Brian se incorporó sudoroso y aterrado. Durante unos

segundos le costó darse cuenta de dónde se encontraba o


qué sucedía, pues su mente seguía sumergida entre las

brumas de ese brutal recuerdo donde se  desvanecía para siempre.


Cuando por fin pudo serenarse se percató de que las luces del medio día

atravesaban las ventanas, demostrándole que sus miedos estaban infundados


al tratarse tan solo de una pesadilla. De forma automática miró hacia el lado

donde Christine siempre se acostaba, volviendo a respirar tranquilo cuando

comprobó que estaba profundamente dormida.


Contemplarla le dio la serenidad que necesitaba para calmar sus

temores, y decirse un centenar de veces que ya había pasado y el sueño

jamás regresaría; aunque en su interior sentía que algo de real había en él y


que tarde o temprano este le alcanzaría.

Tratando de buscar una salida lógica a lo que le estaba pasando, pensó

que debió de haberse quedado dormido; tras haberle hecho el amor a


Christine, y la conversación que ambos habían mantenido debió de haberlo

sugestionado.

Quería creerlo con todo su ser, pues admitir que había sido una visión

premonitoria de lo que podría pasarle esa noche sería impensable. Pero no

podía olvidar que había otra explicación para lo que le había sucedido, y era
la que Christine le había dicho y él se negaba a aceptar por ser la más

inverosímil.

Y es que le resultaba imposible ceder ante la idea de que ella había

retrocedido un año en el tiempo para salvarle de la muerte, pues eso podría

significar que su destino ya podría estar escrito, quedándole unas horas para
que su vida acabara, o para que en otra dimensión ya estuviera muerto.

Un pensamiento aterrador a pesar de que él no creyera en asuntos

paranormales, pero era evidente que esa mañana estaban sucediendo cosas

que no lograba entender al escaparse de lo razonable.

Estremecido y con la garganta reseca ante estos pensamientos se centró

en contemplar a su esposa, ya que necesitaba con urgencia saber que ella se

encontraba bien y que ese día seguiría transcurriendo con normalidad.


Verla dormir le dio la fortaleza que en esos momentos necesitaba, y se

tumbó pegado a ella para sentir el calor de su cuerpo junto al suyo.

Despacio, pues no quería despertarla, le apartó de su cara un mechón de su

cabello y con delicadeza acarició su mejilla.


Ella era lo más importante para él y no quería verla sufrir por su culpa.

La había escuchado escéptico cuando se había despertado asustada, y

aunque estaba dispuesto a creerla dándole una oportunidad, una parte de él

sabía que le estaba pidiendo algo impensable, al no poder creer en otra cosa

que no fuera que había tenido un mal sueño.

Por eso ahora, tras haber pasado él por algo similar, comprendió el
terror que debió pasar al despertar del sueño y la urgencia de tenerlo cerca.

Sin poder contener la necesidad de sentir el sabor de su boca se acercó a sus

labios, y con una suavidad extrema, los unió a los suyos perfilando con su

lengua sus contornos.

Fue entonces cuando notó que Christine se había despertado, pues cedió

ante su beso y abrió su boca para acogerle.

—No quería despertarte —le dijo Brian, mientras ella rodeaba su cuello

con los brazos para retenerle cerca de su rostro.

—Pues yo no lo lamento —fue su respuesta, acompañada de una 

sonrisa satisfecha.
De pronto Christine notó que algo no andaba bien en Brian, al notar su

cabello sudoroso y su mirada preocupada, además de por la manera de

aferrarse a ella con fuerza. Todo ello le indicaba que mientras había estado

dormida, a él debió sucederle algo que lo había alterado dejándolo

preocupado.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó, al mismo tiempo que él se

mantenía pegado a su cuerpo y la observaba sin querer perderse ningún

detalle de su rostro.
—Estoy genial teniéndote tan cerca —le contestó para después quedarse

callado contemplándola, como si quisiera memorizar cada detalle de su

cara.

Brian no podía apartar su mirada de ella, e intentó formar una sonrisa en

sus labios para demostrarle que no sucedía nada. Aunque Christine le

conocía demasiado como para poder engañarla y ese truco no le sirvió de

nada.

—Pues creo que me ocultas algo —le indicó enfrentándose a su mirada

preocupada, retándolo así a que lo negara.

Sabiéndose vencido, pues le era imposible ocultarle algo a su esposa,

suspiró resignado y por unos segundos escondió su rostro en el cuello de

ella. Quería perderse en su aroma para así recuperar el valor que necesitaba

para enfrentarse a lo que les estaba pasando, y sabía que solo de esta

manera lo conseguiría, ya que ella siempre había sido su fortaleza.

Reticente a separarse, aunque sabía que era necesario, Brian se

incorporó quedándose sentado en la cama junto al cuerpo de Christine,

tratando de reunir toda su seguridad para enfrentarse a lo que les estaba


pasando.
Christine enseguida comprendió que necesitaba de alguna manera

sacarse de su interior aquello que lo había perturbado, al haber algo que lo

estaba consumiendo por dentro, quizá al no poder admitir que ella había

retrocedido en el tiempo, por lo que supo que solo ella podría ayudarle a

aceptar lo que era evidente.

Por eso también se incorporó a su lado dejando su pecho desnudo al

descubierto, y apoyando el peso de su cuerpo en su brazo dispuesta a

escucharle y a ser su apoyo.

—He tenido un sueño —fueron sus primeras palabras y, por la forma de

decirlas, Christine supo que en ellas guardaba muchos significado.


Sin atreverse a mirarla para así no perder la voluntad que necesitaba,

comenzó su historia con su mirada fija al frente y las manos sudorosas.

—Salía del despacho con prisas y me metí en el coche para regresar a

casa. Recuerdo que pensaba que no llegaríamos a tiempo al restaurante por

mi culpa, y cuando estaba parado en un semáforo llamé para retrasar la cita

media hora.

La parte fácil del relato había llegado a su fin, y suspirando supo que lo

que tenía que contarle ahora le causaría un gran dolor a ambos.

—Luego todo sucedió muy rápido. Recuerdo que aceleré pensando que

tenía suerte al no encontrarme con mucho tráfico. Estaba a punto de


llamarte para avisarte de que iba a llegar tarde, cuando entré en un cruce a

toda prisa y algo grande que apenas pude ver se abalanzó sobre mí.

—Fue un camión —le cortó Christine, y él se giró para contemplarla

con una mirada que indicaba que no entendía cómo podía saber qué había

sucedido en su sueño—. Leí el informe de la policía, y al parecer un camión

se saltó el semáforo y arremetió contra ti, poco después de que tú hubieras

acelerado para que no te pillara el semáforo en rojo.

El silencio se apoderó de la habitación por unos segundos, mientras

Brian trataba de asimilar como era posible que ella supiera lo que había

sucedido en el sueño que acababa de tener. Se dio cuenta de que la única

explicación lógica era que su teoría de que había retrocedido en el tiempo

fuera cierta, y por eso sabía todo lo que iba a pasar en ese día; incluido el

accidente donde perdería la vida.

Pero su mente se negaba a creer en esa opción, necesitando

desesperadamente más pruebas que lo refutaran, consiguiendo que cientos

de dudas surgieran en su cabeza solicitando respuestas, como por ejemplo la

pregunta que no pudo remediar decirle a Christine.

—¿Leíste el informe policial?


—Tarde unas semanas en estar preparada, pero necesitaba saber qué te

había ocurrido y se lo pedí al detective que investigaba las causas de tu

accidente.
La forma de hablar era tan convincente que realmente parecía que lo

había vivido. También comprobó que aunque Christine quería sonar

tranquila, en cada palabra era evidente que guardaba un gran dolor y que le

costaba decirle lo que había sucedido por miedo a asustarle, aunque para ser

honestos, él ya se encontraba bastante aterrado.

—Pero, lo que he soñado parecía tan real. Las sensaciones, el dolor, el

sabor de la sangre… pero tú ya lo sabías. ¿Cómo puede ser posible si solo

fue un sueño? Es imposible que…


De pronto calló al comprender que lo que ella le había dicho desde el

principio sobre su viaje en el tiempo era cierto, por mucho que él se negara
a creerla, y algo dentro de él se hundió en un mar de desesperación.

—No puede ser cierto —señaló mientras la miraba a los ojos viendo en
ellos la confirmación de sus sospechas.

Un escalofrío recorrió su espalda, justo en el momento en que


comprendió que allí jugaban unas fuerzas que él no entendía, asimilando

por primera vez que Christine estaba en lo cierto y él estaba en peligro.


Sin poder aguantar ni un minuto más sobre la cama se levantó de golpe,

sin darle importancia al hecho de estar desnudo, pues estaba tan alterado
que ni siquiera se dio cuenta.
—Solo fue un sueño. El accidente solo fue producto de nuestra charla,

¡nada más! —su voz sonaba desesperada al no querer reconocer la verdad.


Christine lamentaba que Brian estuviera pasando este mal momento, al
saber lo aterrador que resultaba averiguar que ibas a perderlo todo en pocas

horas, sintiéndote impotente y perdido al no concebir qué hacer o qué creer.


Lo sabía por el simple hecho de que ella también lo había vivido cuando

había despertado esa misma mañana, y se había sentido completamente


perdida al no entender cómo había vuelto de nuevo a revivir ese día. Por lo

que comprendía que ante la perspectiva de la muerte Brian tendría que estar
aún más horrorizado.
Además, en su caso pudo recapacitar y comprobar en lo más profundo

de su interior lo que realmente estaba pasando, al tener en el pañuelo la


prueba de que era cierto y no producto de un mal sueño.

Pero Brian solo la tenía a ella para hacerle entender que no se estaba
volviendo loco, y lo soñado esa mañana era la única forma que tenía el

destino de hacerle ver que le iba a pasar esa noche.


—Brian, sé que cuesta asimilarlo, pero es imposible que los dos estemos

pasando por esto por una simple coincidencia. Debe de haber una
explicación para ello, y las pruebas indican que mi teoría es la más

probable.
Él seguía caminando de un lado a otro del cuarto sin prestar atención a

las últimas palabras de Christine, ya que trataba de encontrar una


explicación lógica a todo lo que estaba sucediendo.
De pronto una idea se le pasó por la cabeza, y paró de golpe en medio
de la habitación, para después girarse buscando a Christine con la mirada.

—Acabas de decirme que leíste el informe policial. Si como dices fue


real, entonces sabrás lo que me pasó.

Brian se la quedó contemplando con un brillo de esperanza en sus ojos,


y como si la estuviera retando a que le demostrara que estaba en lo cierto y

no había sido fruto de una pesadilla conjunta.


Christine no estaba segura de qué era lo que quería conseguir con esta

prueba, ya que si ella le relataba los sucesos que él creía producto de su


sueño, esto le confirmaría que ella tenía razón, y era algo que había

sucedido en un futuro que para él aún no había llegado.


Por otro lado también podía significar que ambos habían tenido el

mismo sueño premonitorio, pero entonces le quedaba descubrir de dónde


había salido el pañuelo de esa tal Geline, por lo que llegaban al mismo

punto de partida en que la teoría de ella era la cierta y había retrocedido en


el tiempo.
Sin querer pensar más en esto Christine supo que solo relatándole lo que

sucedió ese día él se quedaría conforme, al ser una evidencia sólida de que
ella estaba en lo cierto. Por ello suspiró y cerró los ojos, preparándose para

retroceder en sus recuerdos.


—Un camión se saltó el semáforo y te embistió. Arrastró tu coche unos

doscientos metros y moriste unos minutos después, cuando te ahogaste con


tu propia sangre.

Trató de verlo todo de una forma imparcial y fría, pero volver a pensar
en ello le causó el mismo dolor que sentía siempre que lo hacía. No pudo

evitar que las lágrimas picaran en sus ojos, y tuvo que hacer un enorme
esfuerzo para no lanzarse a los brazos de Brian en busca de consuelo.
—No puede ser —susurró Brian bajito con la mirada perdida.

Estaba tan pálido y asustado, que Christine no lo soportó por más


tiempo y se levantó de la cama para dirigirse hacia él.

—Te perdí ese día Brian, pero tenemos otra oportunidad para empezar
de nuevo —afirmó mientras se le acercaba.

—Pero es algo imposible. Yo lo acabo de soñar justo como tú lo has


dicho. Recuerdo perfectamente el camión arrollándome, el dolor, a ti ante la

ventana…
Y el universo de Brian cambió para siempre al asumir, por primera vez

sin dudas, que ella estaba en lo cierto y había retrocedido en el tiempo.


—¡Todo es verdad! —logró susurrar, mientras contemplaba como

Christine se le acercaba despacio. —¿Pero cómo…? —empezó a decir


angustiado.
—Tranquilo Brian, encontraremos la manera de salir de esta —le

aseguró convencida, logrando que la mirada de Brian se suavizara y abriera


los brazos para que se refugiara en ellos.

Sin pensárselo dos veces Christine se cobijó buscando su calor y su


consuelo, acallando un poco esa necesidad que tenía de estar cerca de él

cada vez que recordaba ese día. Lo abrazó con todas sus fuerzas
resguardando su corazón entre ambos, con la esperanza de que no volviera a

ser dañado.
Lo quería tanto y le había echado tanto de menos, que le costaba no

permanecer para siempre a su lado.


—No sé qué pensar Christine. Estoy tan confuso.

—Lo sé, yo también me siento así, pero estoy segura de que hay un
motivo para todo esto.

Brian la abrazó aún más fuerte y la besó en el cuello. Por algún motivo
que no comprendía no podía apartar de su cabeza el momento en que
falleció, sintiendo además la urgencia de compartirlo con Christine.

Quizá algo dentro de él le decía que solo ella le entendería y le podría


ayudar, o tal vez solo buscaba desahogarse al sacar de su mente y de su

corazón todo lo que sintió tras el accidente.


—Cuando mi cuerpo cedió a lo inevitable y dejé de sentir, me invadió

una gran paz. No sé muy bien dónde estaba o cómo llegué hasta allí, pero
recuerdo perfectamente la luz, la calma y a ti, —calló unos segundos
mientras trataba de poner en orden sus emociones—. Era como si formaras

parte de mí y no pudiera marcharme dejándote atrás, ya que sabía que


nunca encontraría la paz si no conseguía verte otra vez. Lo sentí de una
forma tan potente, que todo lo demás dejó de tener importancia, y ni

siquiera entrar en el cielo me tentó lo suficiente como para no volver a verte


por última vez.

Christine se separó de él lo suficiente como para mirarle a los ojos,


dejando al descubierto las lágrimas que mojaban sus mejillas.

—¿Querías verme antes de morir?


—No solo eso, princesa. Era más bien que no habría un paraíso para mí

si tú no estabas en él —y tratando de secar con sus pulgares las lágrimas de


ella le siguió diciendo—: Te amo tanto, que no soportaba estar alejado de ti

ni un segundo más.
Con un amor tan grande que se le escapaba de su pecho, la volvió a

estrechar entre sus brazos con la esperanza de no perderla jamás, pues sin
ella estaría completamente perdido.

—Te quiero Brian, te quiero muchísimo.


—Yo también, mi cielo.

Durante unos minutos ambos permanecieron en silencio, ya que


ninguno de los dos quería romper la magia en la que estaban envueltos.
Para Christine sentirse así fue como volver a nacer, pues ahora estaba
convencida de que el destino había obrado el milagro de volver a unirlos, y

por nada del mundo iba a permitir que nadie los separara, aunque para ello
tuviera que enfrentarse a todos los ángeles del cielo.

Por otro lado a Brian le costaba asimilar todo lo que estaba sucediendo,
pero no podía desechar las evidencias de que algo fuera de lo normal estaba

ocurriendo. Debía asumir que él podría acabar muerto sin remedio esa
misma noche, dañando a Christine con ello de una manera irreparable.

Solo la voz de ella consiguió devolverle al presente, y al recuerdo de ese


día en que lo había perdido todo y sin embargo aún no había sucedido.

—Te presentí —afirmó Christine con su rostro resguardado en el pecho


de Brian—. Justo antes de que la policía se presentara en casa para decirme

que habías muerto, percibí que estabas a mi lado.


—Quería verte por última vez. Lo deseé con todas mis fuerzas y sin
saber cómo, regresé a casa —le contestó, sabiendo que para ella era
importante recordarlo.

—Yo estaba mirando por la ventana buscándote.


—Y aparecí detrás de ti. Estaba dispuesto a entregar mi alma por poder
tocarte una última vez.
Christine se separó para mirarle a los ojos.

—¿Y lo hiciste?
Brian sonrió levemente mientras se perdía en la mirada de ella y le
contestaba:

—Sí. Logré acariciarte y tú te estremeciste —nada más decirlo ella


sonrió, y él sin poder resistirse le acarició con dulzura la mejilla—. Sentí tu
angustia y tu preocupación y quise consolarte.
Christine cerró los ojos para concentrarse en el roce de su mano por el
rostro, volviendo a sentir ese escalofrío al que se refería Brian.

—Lo recuerdo. Sentí como si algo me tocara por dentro y supe en ese
mismo instante que eras tú. —Luego volvió a mirarlo con la pena marcada
en sus ojos—. Fue entonces cuando supe que habías muerto.
Brian solo pudo asentir, pues tras el sueño que acababa de tener

recordaba con todo lujo de detalles ese encuentro.


Se percató de que cuanto más recordaba lo sucedido más evidente
resultaba la teoría de Christine, al comprender que esa emoción tan fuerte
que sintió cuando la percibió, jamás hubiera sido capaz de imaginarla, y que

si nada cambiaba, la volvería a sentir en pocas horas.


—¿Te das cuenta que solo podía saber esto si realmente sucedió? ¿Qué
no puede ser solo un sueño? —le preguntó ella con la voz tomada por las
sensaciones que estaba sintiendo, e indicando que estaban pensando en lo

mismo, es decir, que estaban en medio de un ciclo que volvería a repetirse


por segunda vez.
Él asintió al percatarse de que era cierto, pues solo si ella lo había
vivido podría saber tantos detalles de lo que había sucedido. No cabía otra

explicación, pues no solo se refería a los hechos del accidente, sino a


situaciones donde ella estaba sola y donde sintió como él la tocaba.
También supo que era la única explicación para que él recordara con
tanta nitidez cada segundo y cada sentimiento. Lo veía en su mente como

una película donde cada sensación la sentía amplificada, y donde las


imágenes pasaban a un segundo plano como si no tuvieran importancia.
—Recuerdo haber rogado para poder verte por última vez, y antes de
eso, recé para que me dieran otra oportunidad de volver a la vida.

Los ojos de Christine de pronto se iluminaron de esperanza, y sonriendo


por primera vez en ese año de forma plena, ya que por fin entendió lo que
había sucedido.
—Yo también recé para que nos dieran otra oportunidad. Aquel día en el
cementerio, le dije a Geline que mi único deseo era retroceder en el tiempo

para poder salvarte. Además, recuerdo que me habló de los milagros y de


creer en ellos. ¿Crees que nos escucharon?
Brian le devolvió la sonrisa, sin poder resistirse a cogerle el rostro entre
sus manos para besarla en la boca.

—Es evidente que nos escucharon o no estaríamos aquí.


Con una amplia sonrisa, y el sabor del beso de Brian aun en sus labios,

Christine se lanzó a sus brazos sin poder evitar sentirse feliz.


—¡Dios mío Brian, nos han escuchado!
—Así es, princesa. Así es —susurró mientras la estrechaba entre sus
brazos y le daba las gracias al Dios que rezaba de pequeño.
Cuando por fin pudieron serenarse, y asimilaron lo que esto significaba,

ambos se dieron cuenta de que habían tenido esta conversación desnudos y


se rieron por ello.
—Espero que no nos estén observando en estos momentos —dijo Brian
mientras le guiñaba un ojo.

Christine se sonrojó al mismo tiempo que miraba a su alrededor, como


si esperara que en algún momento un coro de ángeles saliera de debajo de la
cama o del armario, para regañarles por ser tan impúdicos.
—¡Eh! —Exclamó Brian para llamar su atención—. No tienes de qué

preocuparte, seguro que en el cielo están acostumbrados a ver ángeles tan


preciosos como tú.
Christine le sonrió sintiendo como su corazón se ensanchaba al
escucharle. Había echado tanto de menos esa manera tan suya de hacerla

sentir única y especial, que le costaba creérselo.


—Pues tú deberías taparte un poco, ya que no creo que en el cielo se
vean muchos hombres tan bien dotados —indicó guasona, mientras fijaba
su mirada en el pene de él—. Algo así debe ser pecado y solo deben verse

en el infierno.
La carcajada de Brian no se hizo esperar, y tirando de Christine la
refugió en sus brazos para después besarla con toda su pasión,
demostrándole con todo su corazón lo mucho que la amaba.

—Princesa, ¿cómo no te iba a echar de menos en el cielo?


—Entonces no me dejes nunca —le pidió ella, volviéndose otra vez
seria.
—Nunca más lo haré —le respondió convencido, y por unos segundos

la habitación volvió a sentirse fría.


Fue entonces cuando la magia de su amor se desvaneció, apareciendo en
su lugar esa extraña emoción que les indicaba que aún estaban en peligro.
—¿Qué vamos a hacer ahora? —quiso saber Christine, volviendo a
sentirse insegura y asustada.

—No tienes de qué preocuparte. Tenemos la ventaja de saber qué es lo


que va a suceder y solo tenemos que evitarlo —le comentó para tratar de
calmarla, aunque en realidad no sabía qué hacer para detener el ciclo.
—¿Te refieres al accidente? —le preguntó esperanzada.

—Exacto. Sabemos que ese día salí tarde del trabajo y dónde sucedió
todo. Por lo que estaré más atento y…
—¡No! —Le cortó ella sobresaltada—. No es suficiente. Tenemos que

cambiar todo lo referente a esa tarde, porque no sabemos si alterando algo


puede impedir el accidente, o si por el contrario solo se alterará la hora o la
forma en que mueras. No debes coger el coche y no tienes que acercarte a
esa parte de la ciudad. Tenemos que ser muy precavidos con todo esto.

Christine comenzó a caminar por la habitación tratando de encontrar la


forma de romper la cadena. Debía de pensar en algo que lo mantuviera a
salvo de todo riesgo, no solo cuando llegara la hora en que murió, sino
durante lo que quedaba de día, ya que no podían cometer ningún error  pues

cualquier pequeño descuido podría ser crucial.


Brian mientras tanto la observaba convencido de estar a salvo, al saber
qué era lo que no debía hacer; como evitar estar en el coche cuando llegara
la hora del accidente. Aun así, estaba dispuesto a hacer todo lo que ella

quisiera con tal de tranquilizarla y de asegurarse de que no le ocurriría nada


malo.
—Déjame pensar un minuto —le pidió ella—. El accidente sucedió en
la ciudad cuando tú saliste del trabajo y cogiste el coche. Sabemos hacia

dónde ibas y qué estabas haciendo, así que tenemos que hacer todo lo
posible para que no sigas cualquiera de estos pasos.
—¿Qué quieres decir?
—Si no vas a trabajar y salimos ahora de la ciudad, a la hora del
accidente no estarás conduciendo y estarás a salvo. Además, debemos ir a
un lugar seguro, donde nada pueda pasarte hasta que todo esto suceda.
Brian se quedó pensando en lo que esto significaba. Si hoy no iba a

trabajar podría perder un tiempo muy valioso que le podía costar su nuevo
proyecto. Reconocía que correría mucho riesgo si se empeñaba en hacerlo,
pero no creía que por acercarse unas cuantas horas para dejarlo todo
preparado se pusiera en peligro.

Pero solo tuvo que mirar a Christine para darse cuenta de que esa idea
era descabellada, pues lo único que conseguiría era angustiarla y complicar
las cosas. Se recriminó por ser un estúpido que anteponía el trabajo a su
seguridad, arrastrando con ello a su mujer, cuando ella debía ser en todo
momento lo más importante.

Se juró en ese mismo instante que a partir de ahora cambiaría su forma


de ver la vida, aprovechando esa segunda oportunidad que se le presentaba
para estar más tiempo con su esposa, y de paso, para formar la familia que
ella tanto anhelaba, pero que siempre posponían hasta haber alcanzado los

objetivos que se habían fijado en sus trabajos.


—Tienes toda la razón. Si nos alejamos del foco del accidente, y nos
refugiamos en un sitio seguro, entonces no me pasará nada —y tras decirle
estas palabras sonrió para infundirle seguridad—. Además, tengo el sitio
perfecto a donde podemos ir.
—Yo también creo que lo tengo —repuso Christine, aunque sin llegar a
estar tan segura como Brian de que todo acabaría pasando sin

repercusiones.
—¿La cabaña? —le preguntó él, aunque sabía que la respuesta era
afirmativa.
—¡La cabaña! —confirmó ella al saber que era el lugar perfecto.

—Entonces decidido. Voy a llamar al restaurante para anular la reserva


y preparamos las maletas para pasar unos días en nuestro refugio.
Christine sonrió al darse cuenta de que iban a preparar una escapada al
lugar que más amaban de toda la ciudad. Esa cabaña al lado del lago, era su

lugar especial al haber sido donde se conocieron.


Les había costado mucho recuperarla tras la orden de desahucio, pero
por suerte pudieron probar que no había sido comprada con el dinero de la
empresa.

Desde el principio se había convertido en su refugio especial al que


acudían siempre que podían, sobre todo desde que tras cenar una noche, se
colocaron frente a la chimenea para hacer el amor lentamente, y Brian
aprovechó ese momento inolvidable para pedirle en matrimonio.
Sin ninguna duda, si había un lugar sobre la faz de la tierra donde se
sentían seguros, ese era su cabaña a las orillas del lago Michigan. Un lugar
perfecto para esperar a que pasara la hora del accidente y la muerte pasara

de lejos.
—Mientras llamas al restaurante voy a coger provisiones —señaló ella
al mismo tiempo que salía disparada hacia la cocina sintiendo por fin que
todo podía acabar bien.
—Que no se te olvide el champán para brindar por nuestro aniversario

—apuntó Brian sonriendo al verla marchar tan feliz.


Pero algo dentro de él le impedía sentirse a salvo, y decidió no contarle
nada a Christine para no preocuparla. Al fin y al cabo la decisión de alejarse
de la ciudad y refugiarse en ese lugar era una idea brillante, y  no tenía

porqué preocuparse de que el destino le jugara una mala pasada y le negara


la posibilidad de salvarse.
A causa de esa extraña sensación que le oprimía el pecho y le hacía
dudar, decidió estar atento y no permitir que un descuido le volviera a

costar la vida. Esta vez sabía lo que se jugaba, y no estaba dispuesto a


perderlo todo por una imprudencia, más aún cuando conduciría junto a
Christine y no quería ponerla en peligro.
Sintiendo que ante él se habría una oportunidad de dejar atrás el dolor se

aferró a la esperanza, y se propuso disfrutar del aniversario de boda


convirtiéndolo en un acontecimiento especial que siempre recordarían.
CAPÍTULO 13
 
 
 

E
ran las primeras horas de la tarde cuando Brian y
Christine llegaron a la cabaña. La claridad de esa hora de la

tarde todavía dejaba ver como los rayos del sol se filtraban
por los árboles desnudos de hojas, y el sonido del viento

meciéndolos llenaba el ambiente con un singular encanto.


La calma que emanaba ese lugar se palpaba nada más llegar a él,

contagiándote de su encanto con solo respirar la fresca fragancia del bosque


y del lago. Además, la luz de últimos de febrero le daba un aire mágico a

las tranquilas aguas, las cuales se hallaban en calma al ser surcadas solo por

una suave brisa, que aunque resultaba algo fría, también te revivía al rozarte
las sonrojadas mejillas.

Lo primero que hicieron al llegar fue aparcar frente a la entrada de la

cabaña, para que así les fuera más sencillo descargar el coche. Nada más
pisar el suelo se dieron cuenta de que tenían que pasar por encima de una

gruesa capa de hojas, al haber transcurrido buena parte del otoño y estar en

pleno bosque.
Era por eso que allá donde miraran descubrían que cada rincón de tierra

estaba cubierto por un manto de múltiples tonos de marrones y amarillos,

haciendo juego con las luces de la tarde, y consiguiendo que ese lugar se

quedara arraigado en el corazón con una simple mirada.

La cabaña se alzaba ante ellos dándoles la bienvenida, como si los


hubiera reconocido y su presencia fuera motivo de júbilo. Lo primero que

hicieron nada más saber que por fin era suya, fue reformarla y ampliarla,

convirtiéndose en una construcción de dos plantas en madera que encajaba

perfectamente con su entorno. 

Habían elegido un estilo rustico pero elegante, donde las formas y el


color de la casa se adaptaban a las del bosque. También habían añadido

unos grandes ventanales para poder disfrutar en cualquier momento de la

belleza que les rodeaba. Disponían de todas las comodidades de los nuevos

tiempos, como por ejemplo la calefacción, el aire acondicionado, un

generador, una antena parabólica y una cocina eléctrica con todo lo

necesario.

Ambos habían insistido en que querían una especie de híbrido entre lo


clásico y lo moderno, donde el estilo no estuviera en contra de lo funcional

y donde pudieran sentirse en su propio hogar.

Una de las cosas que notaron nada más llegar fue la buena energía que

transmitía ese sitio, y por primera vez en ese día pudieron relajarse y
respirar con normalidad. A cada paso que daban más agradecían haberse

acercado a este rincón especial para pasar esta terrible experiencia,

percibiendo en él la esperanza que tanta falta les hacía.

Christine no pudo resistirse por mucho tiempo a esa calma que emanaba

de cada rincón de ese lugar, y tuvo que acercarse al embarcadero para ver

de cerca las tranquilas aguas del lago Michigan. Con solo respirar
profundamente ese aire que les rodeaba, sintió como una parte de la

tranquilidad que los envolvía se filtraba por cada poro de su piel, dándole

una sensación de frescor y serenidad que le hizo cerrar los ojos y dejarse

llevar.

Mientras, Brian empezó a sacar las maletas y las bolsas del coche, para

después dejarlas dentro de la cabaña, como hacía cada vez que pasaban

unos días en ese refugio alejado de la ciudad, y donde podían relajarse y ser

ellos mismos.

Pensó que a Christine le vendría bien permanecer unos minutos a solas

frente al lago, para así poder dejar atrás la locura de las primeras horas de la
mañana, y para que pudiera reponerse de la triste experiencia que había

vivido al creerlo muerto.

Por ello no le pidió que le ayudara como hacía en otras ocasiones, pues

sabía que había sido difícil para los dos todo por lo que estaban pasando,
pero algo le decía que para ella era el final de un largo camino del que

necesitaba reponerse.

Cuando todo estuvo recogido, y sabiendo que ese tenue sol no era
suficiente para calentar un cuerpo, Brian se acercó a Christine y la abrazó

por detrás para cobijarla y compartir su calor.

Christine suspiró encantada de sentirse entre los brazos de su marido,

dejándose llevar por la calidez que manaba de él y que ella tanto necesitaba.

No solo por el frío que empezaba a filtrarse por sus ropas, sino también por

esa sensación de la que por mucho que lo intentaba no podía desprenderse.

—Nunca me canso de contemplar el lago —confesó Brian cerca de su

oído, mientras ella reposaba la cabeza en su hombro.

—Es precioso —le contestó ganándose con ello un beso en la mejilla.

Durante unos breves minutos ambos se mantuvieron en silencio,

contemplando la espectacular vista del sol acercándose despacio al ocaso.

Un escalofrío de Christine hizo que Brian se percatara de la temperatura

que cada vez descendía más rápido, al ir perdiendo intensidad el sol, y al

estar levantándose cada vez más viento helado.

Fue entonces cuando decidió que había llegado el momento de poner fin

a esa espléndida contemplación y refugiarse frente a un buen fuego.

—¿Qué te parece si nos vamos a dentro y encendemos la chimenea? —


le preguntó abrazándola con más fuerza, como si quisiera protegerla de las
ráfagas de aire frío que atravesaban el lago.

—Me parece una idea brillante.

Y así, sin soltarse de la mano al sentir la necesidad de no separarse, se

encaminaron hacia la cabaña que les esperaba para refugiarles, no solo del

viento sino también de sus temores.

—¿Tienes hambre? —le preguntó Brian cuando ya se estaban

acercando.

—No. Aún tengo sin digerir ese chuletón que me has obligado a comer

por el camino —le contestó consiguiendo que él soltara una carcajada.

—No seas exagerada, ¡si apenas podía considerarse un filete! —le dijo
divertido para después seguir diciendo—. El que sí era grande era el que me

han puesto a mí.

—El tuyo no era un chuletón, cariño, sino más bien media vaca.

Los dos soltaron una carcajada al recordar el intento de Brian por

terminarse la enorme pieza de carne, pues si lo conseguía no tenían que

pagar el menú, por lo que intentó por todos los medios terminarse su plato.

Llevaban probando suerte desde la primera vez que pararon en ese

restaurante de carretera, y descubrieron encantados que a todo aquel que se

terminara su menú especial no tendría que pagarlo.

Está de sobra decir que para comerte semejante chuletón tenías que

haberte pasado una semana entera sin probar bocado, o tener un silo por
estómago al que podías echar todo lo que quisieras sin que este se llenara.

—La próxima vez que paremos pienso conseguirlo —comentó Brian y

fue como si algo dentro de ellos estallara en mil pedazos.

Al instante de decirlo a los dos se les pasó por la cabeza que quizá

nunca más Brian volvería a entrar en ese restaurante, consiguiendo que toda

la alegría que hasta entonces estaban sintiendo se acabara dejándoles

inquietos.

Brian se percató de que una suave capa de duda había caído sobre ellos,

y se dispuso a apartarla pues no estaba dispuesto a volver a pasar miedo, o

por lo menos no volver a sentir el terror que había notado tras despertar del

sueño de esa mañana.

Por eso, en un impulso salido del corazón, y estando ya frente a la

puerta de entrada, cogió a Christine en brazos tomándola por sorpresa, y la

adentró en la cabaña cargándola con cuidado.

—Brian, ¿pero qué haces? —le preguntó riendo mientras se agarraba a

su cuello.

—Estoy metiendo a mi esposa en nuestro hogar —le indicó categórico

para después besarla.


—Estás loco cariño, eso solo lo hacen los recién casados —repuso

cautivada por el arrebato romántico de su marido.


—Bueno, hoy celebramos nuestro tercer aniversario de bodas, así que

prácticamente es como si volviéramos a ser recién casados.

La sonrisa pícara de Brian volvió a enamorar a Christine, la cual no

tuvo más remedio que rendirse ante el encanto de su esposo.

Una vez dentro de la cabaña Brian la dejó en el espacioso salón, desde

donde se podía ver la cocina americana a la derecha, y una amplia chimenea

a la izquierda. Esta era de piedra rústica y bastante grande, que estaba

flanqueada por un conjunto de anchos y cómodos tresillos.


Todo en el interior de la habitación era de madera clara que le daba una

sensación de amplitud y calidez. Gracias al buen gusto de Christine la


estancia estaba adornada de forma que los muebles resultaran cómodos y

funcionales, donde los colores y adornos se adaptaban a la idea de hacerla


más hogareña.

Nada más entrar resultaba evidente que más que una simple vivienda de
campo era un hogar diseñado para relajarse. Un refugio frente al mundo,

pues era donde podían ser ellos mismos y disfrutar de las cosas sencillas
que ofrecía la naturaleza.

Christine se quedó parada observando cada detalle que la rodeaba, al


mismo tiempo que recordaba como en todo el año que estuvo de luto no
tuvo las fuerzas necesarias para enfrentarse a este sitio. Se había negado a

pasar unos días en este lugar, como le habían aconsejado que hiciera, pues
para ella esa cabaña representaba algo muy especial que solo podía
compartir con Brian.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó al verla inmóvil mientras lo


observaba todo.

—Te parecerá estúpido, pero tengo la sensación de no haber estado aquí


desde hace mucho tiempo.

Brian intuyó a qué se refería y temió preguntar. Por lo que le había


dicho al despertarse, para ella había pasado un año desde esa misma fecha
donde tendría el accidente, y estaba convencido de que en la mente de

Christine aún perduraban los recuerdos de esa experiencia tan dura.


—Ya sé que para ti solo han pasado dos semanas desde que estuvimos

aquí por última vez, pero no puedo evitar sentir lo que siento, al notar que
para mí ha transcurrido poco más de un año. —Le siguió comentando ella.

Brian vio el dolor que volvía a aparecer en sus ojos y, sin querer que
este se apoderara de ella, se la acercó y la besó con toda la pasión que

emanaba de su interior. Estaba dispuesto a apartar todo aquello que les


recordara lo que habían vivido esa mañana, con la esperanza de dejar atrás

el peligro que los acechaba.


  —¿Te acuerdas de cuando nos hicimos esa foto? —le dijo Brian con

ella aún en sus brazos, y señalando con su mirada una pequeña foto
enmarcada sobre la chimenea, donde se les podía ver riéndose a carcajadas.
Christine se giró para mirarla; había cinco fotos juntas en la repisa, pero
nada mas ver esa imagen supo que Brian se refería a ella en concreto. Ese

día siempre lo recordaría como uno de los más felices de su vida, pues
marcó un antes y un después en su relación.

Llevaban saliendo poco tiempo cuando Christine fue a pasar unos días
en la cabaña de Brian. Recordaba muy bien las risas y los abrazos que poco

a poco comenzaron a excitarles, y como acabaron haciendo el amor frente


al lago. Todo era perfecto hasta que el ruido de un coche les avisó de que no

estaban solos. Sintiéndose atrapados se vistieron deprisa; ella muerta de


vergüenza y él de risa.

Por suerte solo era su anciano vecino, que de vez en cuando se pasaba
por la propiedad de Brian para pescar. Al verlos les dirigió una socarrona

sonrisa, al estar medio desnudos, y tuvieron que aguantar la burlona


respuesta del anciano cuando se colocaron frente a él.

—Joven, creo que tendremos buena pesca gracias a tu espectáculo


frente al lago —le soltó a Brian sin poder contener por más tiempo la
carcajada.

El anciano era un viudo llamado Marcus de cabello cano, que por el


brillo burlón de sus ojos debía de tener un espíritu alegre, a pesar de haber

algo en su mirada que delataba su soledad.


—Me alegro de haberte servido de utilidad. Pero me temo que esta tarde

estaré ocupado y no podré acompañarte a pescar.


—Ya me he dado cuenta.

—Pero sí puede acompañarnos a cenar —intervino Christine, al notar la


soledad del anciano.

Ese fue el comienzo de innumerables veladas donde los tres pescaban y


luego compartían la cena entre risas, charlas y anécdotas de Marcus con su
amada esposa Lucy.

La foto fue hecha por Marcus esa misma noche donde los pilló haciendo
el amor frente al lago, justo después de brindar frente al fuego.

Tres meses más tarde, con la cabaña siendo ya de su propiedad, Brian le


pedía matrimonio a Christine frente a esa chimenea con la esperanza puesta

en que ella aceptara, para dos meses después; ya de recién casados, hacer
una pequeña escapada antes del viaje de novios, convirtiéndose ese pequeño

rincón en algo que representaba su amor.


—¿En qué estabas pensando? —quiso saber Brian al observar la mirada

perdida de Christine con un brillo especial en sus ojos.


Christine salió de sus recuerdos cuando escuchó la voz de Brian, y

volvió a refugiarse entre sus brazos al notar la necesidad de tenerlo cerca.


—Estaba recordando ese día en la cabaña, y también cuando me pediste

en matrimonio.
Brian sonrió al evocar ese momento, y abrazó con fuerza a la mujer que

había puesto patas arriba su mundo, consiguiendo que este cobrara sentido
desde que compartían sus vidas.

—Recuerdo que habíamos hecho el amor frente a la chimenea y que te


estaba contemplando desnuda. Fue entonces cuando me armé de valor y me

dije: Chico, como se te escape esta preciosidad no vas a levantar cabeza.


Christine se separó de él inmediatamente mientras se le quedaba

mirando con los ojos como platos.


—¡¿En serio pensaste eso?!

—Prácticamente —le respondió él sonriendo—. ¿De verdad quieres


saber lo que pensé en ese momento? —le susurró mimoso acercando su

boca a la de ella.
Christine se quedó paralizada al sentir su cercanía, pero sobre todo al

notar como su cuerpo reaccionaba ante él. Sin poder hacer otra cosa solo
asintió, y se lamió los labios a la espera de su explicación.
—Me dije; Brian, has tenido la inmensa suerte de conocer a esta mujer

y de hacer que se abra a ti. Así que da el paso para hacerla tu esposa antes
de que descubra que solo eres un pobre hombre, y que lo único de valor que

puedes entregarle es tu vida y tu corazón.


Sus miradas se unieron en ese instante, reflejando en ella todo el amor

que ambos sentían. Si poder contenerse, Brian acarició el rostro de


Christine, como tratando de memorizarlo, mientras observaba embelesado
como la piel de ella se erizaba a su paso.

—Menos mal que fui una chica lista y te dije que sí —le contestó ella,
regalándole una brillante sonrisa tras sus palabras.
—Menos mal, sino te hubieras perdido a un tío tan encantador como yo.

Ambos rieron y Brian no pudo evitar besarla con toda la fuerza y la


pasión que sentía. La amaba tanto y la necesitaba con tanta intensidad, que

le resultaría imposible seguir adelante en un mundo donde ella no estuviera.


—Te amo Brian. Y nunca me arrepentiré de haberte dicho que sí ese

día.
El pecho de Brian se hinchó de puro amor al escucharla, y la abrazó con

fuerza agradecido por haberla encontrado. Con ella entre sus brazos trató de
llenarse con el dulce aroma que emanaba de su piel, mientras evocaba ese

momento que siempre permanecería grabado en su corazón.


—Según recuerdo, no solo me dijiste que sí, sino que te abalanzaste

sobre mí sin que apenas pudiera reaccionar, y me tuviste haciéndote el amor


toda la noche sin darme descanso. —Le dijo tratando de darle a su

comentario un tono lastimero.


—Pobrecito —señaló ella disimulando su sonrisa mientras se colgaba

de su cuello—, cuánto te hice sufrir esa noche al someterte a mis bajos


deseos.
Brian tuvo que hacer serios esfuerzos para no echarse a reír, o para no
comérsela a besos al ver su mirada remilgada que intentaba provocarlo.

—Mucho, así que sería un detalle por tu parte, si esta noche dejas que
sea yo quien te adentre en mis más bajas pasiones.

Los dos no aguantaron por más tiempo y acabaron soltando una


carcajada, para después perderse en un profundo beso que los dejó sin

apenas aliento, y en donde se dijeron sin palabras que se encontraban en el


preludio de una velada que iba a resultar inolvidable.

—Esta noche seré completamente tuya y podrás hacer conmigo lo que


quieras.

Brian sonrió con su peculiar mirada pícara, y observando por la ventana


como la tarde iba avanzando le comentó:

—Entonces será mejor que nos pongamos manos a la obra. Tenemos


que encender la chimenea y preparar la cena antes de tenerte solo para mí.
Y pequeña, voy a necesitar toda la noche para mostrarte algunos de mis
secretos. —Señaló alzando una ceja y riendo como si fuera el villano de un

cuento.
Luego, le dio un cachete en el trasero, y antes de que ella pudiera
reaccionar, se dirigió a la puerta para ir a por leña al cobertizo que estaba
cerca.
—Por cierto —comenzó a decir cuando estaba ya frente a la salida—,
prepara una cena rápida que no podemos perder ni un minuto.

Christine no pudo evitar reírse al darse cuenta de las ganas de jugar de


Brian, y se le quedó mirando mientras este cerraba la puerta.
Durante unos minutos permaneció quieta y en silencio disfrutando de
esa maravillosa sensación que estaba sintiendo, y que tanto había echado de
menos durante ese año de luto. Volver a estar a su lado, ser parte de su vida,

reír junto a él, compartir esos momentos donde la chispa de su pasión


saltaba, era lo más parecido a la plena felicidad que conocía.
Sin querer que el dolor volviera a aparecer por esa noche apartó de su
mente los malos recuerdos, y se dirigió a la cocina decidida a que esa

velada fuera un nuevo comienzo.


Suspirando trató de llenarse de la tranquilidad que emanaba de la
cabaña, y comenzó a sacar la comida de la nevera para tenerlo todo
preparado. Sabía que Brian tardaría aproximadamente un cuarto de hora en

regresar cargado del leñero, y así, mientras él encendía la chimenea y


guardaba la ropa de las maletas, a ella le daría tiempo de preparar la cena.
Esa noche Christine sentía que sería una velada que nunca olvidarían, y
por eso quería que todo fuera perfecto. Pero lo que no se imaginaba era que

el destino aún no se había olvidado de ellos, y les tenía preparada una


última jugada donde lo volverían a arriesgar todo.
 
CAPÍTULO 14
 
 
 

N
o tardaron mucho tiempo en tenerlo todo preparado,
ya que ambos sentían una urgencia feroz en que llegara la

noche, para así perderse entre los brazos del otro y


demostrarse su amor.

Pronto Brian empezó a preparar la leña para que el calor del fuego se
convirtiera en una luz que cubriera sus cuerpos, cuando estos se colocaran

frente a la chimenea olvidándose de todo su pudor.


Brian quería revivir entre los brazos de su esposa esa ocasión en la que

tumbados frente a la lumbre le había pedido matrimonio, y habían

consumado su amor hasta que el amanecer tiñó de mil colores el cielo.


Quería que esta noche de vital importancia para ellos tuviera el mismo

final, pues en ella celebrarían que habían ganado a las fuerzas del destino

gracias a su amor.
Christine también se hallaba pletórica de felicidad al encontrarse en un

lugar donde se sentía a salvo. Si bien era cierto que algo dentro de ella le
decía que el final de tanto espanto aún no había llegado, también era verdad

que creía que permaneciendo dentro de esa cabaña nada podría dañarlos.

Es por eso que se dispuso a preparar una rápida cena a base de ensalada

y pasta, con el fin de nutrir sus cuerpos como después se nutrirían con sus

besos.
Para acompañar este ambiente de júbilo Brian puso música de fondo,

que pronto llenó sus corazones de esperanza. La música se extendió por la

habitación consiguiendo que Christine sonriera y se meciera mientras la

tatareaba encantada.

Brian mientras tanto observaba embelesado como ella se movía por la


cocina preparándolo todo, sin dejar de contemplar como movía las caderas

al ritmo de la canción que tatareaba.

—¿Vas a quedarte ahí parado toda la noche? —le preguntó coqueta.

—Aún no lo he decidido. Estoy esperando a que tú me des la respuesta

—le comunicó sin perderla de vista, mientras la observaba desde el otro

lado de la habitación apoyado en la chimenea, con los brazos cruzados

sobre su pecho y una mirada de lobo hambriento.


—¿Yo? —le provocó Christine, sin querer mirarle para que no viera su

sonrisa.

—Sí. Si sigues moviéndote así tengo muy claro lo que voy a hacer

contigo.
Christine soltó una carcajada al sentirse pletórica de felicidad. Deseaba

con todas sus fuerzas estar sometida al placer que su marido le daba con su

cuerpo, pero sabía que tendrían toda la noche para disfrutar de él.

No le quedó más remedio que hacerse con una gran cantidad de fuerza

de voluntad para no sucumbir a la necesidad de sus caricias, pues ahora

había llegado el momento de una cena romántica frente al fuego. Algo que
también había añorado cuando tuvo que vivir bajo la ausencia de Brian.

—¿Y por qué no te acercas y me echas una mano con la cena?

—Princesa, si me acerco en estos momentos, las manos te las voy a

echar a ti y no a la cena.

—¡Serás bobo! —le dijo ella sin dejar de provocarle con el movimiento

de sus caderas.

Christine siguió con sus tareas pensando que Brian se habría marchado

a la habitación para deshacer las maletas, pero cuál fue su sorpresa cuando

ni un minuto después, sigiloso, se había acercado por detrás y sin previo

aviso la rodeó con sus brazos.


El grito de sorpresa no se hizo esperar, y Christine vació sus pulmones

al compás de una especie de alarido, a medio camino entre el susto y la

sorpresa.

—Ahora ya no te ríes tanto —le señaló burlón, mientras arrimaba el

cuerpo de Christine al suyo.


—Me has dado un susto de muerte —le contestó enojada, acompañando

sus palabras con un manotazo en el brazo de Brian que solo le causó una

sonrisa.
—Te lo tienes bien merecido por provocarme —le indicó, para después

besarla por el cuello—. Así aprenderás a no jugar con fuego a menos que

quieras quemarte. Porque te aseguro princesa, que como sigas con este

jueguecito, no vas a salir ilesa.

—El que no va a salir ileso eres tú, si te vuelves a acercar de esa manera

cuando estoy manejando un cuchillo.

Estando aún a sus espaldas la aferró fuerte entre sus brazos, para

después darle un último beso cargado de deseo y decirle con un tono que

pretendía ser afligido:

—No hay nada que enfríe más rápido el calentón de un hombre, que ver

a su mujer amenazándole con un cuchillo.

Christine no pudo evitar reír ante el comentario burlón de su marido, y

disfrutar de esos momentos junto a él. Brian era un hombre que desde el

primer día había conseguido ganársela con su encanto y su picardía, y jamás

se cansaría de ser el centro de todas ellas.

Lo amaba tanto y estaba tan dispuesta a hacer lo que fuera por él, que

incluso había atravesado el tiempo para volver a su lado.


Sin poder perder la oportunidad de besarlo se giró despacio, y

rodeándole el cuello con todas sus fuerzas se perdió entre sus brazos.

—¿Ya me has perdonado? —le susurró Brian aún rozando sus labios.

—Cómo no iba hacerlo si solo tú consigues que mi corazón se vuelva

loco.

Los dos quedaron en silencio perdidos en sus miradas, dejando atrás la

música, el fuego y la cena. En esos momentos en todo el universo solo se

encontraban ellos sin que nada más les importara, y sin que nada pudiera

interferir en sus elecciones.

Pegados cuerpo con cuerpo, unieron sus respiraciones en una sola, para
que desde ese instante sus corazones latieran bajo un mismo ritmo. Algo

que les hizo sentirse parte del otro, y en silencio sus almas se juraron que

nunca más se separarían.

—Te amo Christine, y no pienso dejarte jamás.

—Prométemelo. Necesito oírte decir que pase lo que pase tú siempre

lucharás por permanecer a mi lado.

—Te lo prometo, princesa.

Con todo su amor emanando de sus cuerpos se abrazaron, dejando que

las lágrimas de ella y el pulso acelerado de él marcaran sus emociones.

Habían sellado un pacto en ese lugar que consideraban sagrado, con la

esperanza de crear un vínculo tan fuerte que nunca más las fuerzas
celestiales osarían separarles.

—Si te perdiera… —murmuró Christine, aún entre los brazos del

hombre que había cambiado su vida.

—Nunca pasará. Vamos a envejecer juntos y vendremos a esta cabaña

con nuestros hijos —le aseguró Brian, para después besar sus labios con un

dulce y ligero beso.

Luego, separándose de ella el espacio suficiente para que le mirara a los

ojos, le siguió diciendo:

—Además, aún tenemos por delante una larga lista de cosas por hacer, y

cuando seamos unos ancianitos con largas historias que contar a nuestros

nietos, vendremos a este refugio para hacer el amor en el embarcadero y

escandalizar a los peces.

Christine rió ante estas palabras que deseaba hacer realidad.

—No sé si me convencerás para hacer eso último, pero estoy dispuesta a

vivir todas esas aventuras a tu lado.

—Entonces, cerremos el trato con un beso. —Y Brian se dispuso a

demostrarle a su esposa todo el amor que guardaba solo para ella.

Llevados por el calor que emanaba de ellos se perdieron entre besos y


caricias, sin darse cuenta del paso de los minutos ni de otra cosa que no

fueran los jadeos del otro.


Durante unos apasionados minutos sus bocas solo pronunciaron

palabras de amor, que fueron selladas con el fuego de su deseo. Una locura

donde cada vez más se perdían, olvidando en esos instantes sus planes para

una noche inolvidable.

—Tenemos que parar —señaló entre beso y beso Brian, cuando se

percató que cada vez se le hacía más difícil pensar en detenerse.

—¿Por qué? —replicó ella.

—Porque quiero hacerte el amor durante toda la noche de una forma


que nunca olvidarás. Y encima de la encimera no me parece un sitio muy

romántico —le explicó sin separarse ni un centímetro de ella y sin dejar de


besarla.

Christine sonrió dejándose llevar por las incesantes caricias de su


marido, mientras exponía su cuello para que él lo besara al no querer que se

detuviera.
—¿Quién te ha dicho que no es romántico? —le preguntó cegada por

ese arrollador deseo, consiguiendo que Brian sonriera.


—Eres única, princesa —y haciendo acopio de toda su fuerza de

voluntad Brian se separó, antes de que la pasión le impidiera ver con


claridad—. Y ahora sé buena y termina de preparar la cena mientras yo
pongo la mesa.
Brian no quería privar a su esposa de esa noche tan especial y romántica
que había planeado esa misma mañana, al ser lo único que podía ofrecerle

para esa ocasión tan especial. No estaba dispuesto a negárselo, menos aún
al dejarse llevar por un arrebato de pasión.

Christine se merecía el firmamento entero después de todo lo que había


sufrido, y él estaba dispuesto a dárselo aunque para ello tuviera que alejarse

de ella en esos momentos.


Habiendo decidido el paso a tomar, y dispuesto a no caer en la
tentación, Brian se separó de ella sintiéndose como si le faltara una parte de

su ser.
—Voy a preparar la mesa —volvió a decir, pero esta vez sonó como si

tratara de convencerse a sí mismo de lo que tenía que hacer.


—Tú te lo pierdes, machote —afirmó Christine sin más, al mismo

tiempo que se daba la vuelta para seguir con su tarea como si nada hubiera
pasado. Aunque todavía le estuvieran temblando las piernas y no

consiguiera respirar con normalidad.


Y es que a ella también le estaba costando separarse de él al desearlo

con desesperación, por lo que tuvo que girarse para no verle. De lo


contrario, no estaba segura de haber podido permanecer separada de sus

labios.
El gruñido que Brian le dedicó a modo de respuesta le confirmó que él
tampoco quería parar, pero entendía que Brian quisiera que esa noche fuera

algo especial para ambos.


Además, no muchas veces un hombre quiere regalarte las estrellas en

una velada con velas, sin conformarse con desnudarte con prisas y poseerte
como si la vida le fuera en ello. Brian sabía que a Christine como a otras

muchas mujeres le gustaba el romanticismo, y por eso no quería


precipitarse y ofrecerle a Christine una noche especial como regalo.

Al fin y al cabo Brian no había tenido la ocasión de comprarle el reloj


esa mañana antes de viajar a la cabaña, y había pensado que una velada

romántica sería un regalo perfecto para su aniversario.


Christine reconocía que la idea de pasar una noche especial le

encantaba, aunque no podía evitar provocarle, pues le gustaba verle 


deseoso de tenerla entre sus brazos.

Tratando de no pensar en la sensual mujer que tenía delante, Brian


empezó a coger los cubiertos para preparar la mesa, y queriendo crear un
ambiente divertido se puso a bailar mientras se dirigía a la mesa.

Para asegurarse de que Christine le viera y se riera de su ocurrencia, se


puso a canturrear la melodía a la misma vez que colocaba todo en su sitio.

Luego, sabiendo que ella ya lo estaba observando, siguió con el juego


contoneándose torpemente frente a la mesa.
—¡Ves como yo también sé provocar! —le dijo al mismo tiempo que se

iba acercando a ella bailando.


—Cielo, ¡estás loco! —le contestó ella sin poder dejar de reír.

Brian fue acercándose poco a poco acompañando sus movimientos con


su voz hasta llegar a Christine, que embelesada no podía dejar de mirarle y

de reír encantada con su sentido del humor.


A un escaso metro se paró ofreciéndole su mano, invitándola de esta
manera a que se acercara a él y empezaran a bailar juntos.

Sin pensárselo dos veces ella aceptó encantada el ofrecimiento,


dispuesta a aprovechar cada oportunidad que tuviera de disfrutar a su lado.

Cuando Brian tuvo la mano de Christine encima de la suya tiró de ella,


para después unirla a su cuerpo y pasarle el otro brazo por su cintura. De

esta manera quedaron bailando unidos al son de la música, sin cesar de girar
por la sala, de reír encantados, y como punto final, de hacer una pirueta

donde él tuvo que agarrarla con fuerza para inclinarla hacia atrás sin que
esta se cayera.

Luego, despacio, la volvió a elevar dejándola frente a sus ojos, los


cuales se perdieron en la profundidad de su mirada de color miel.

—Tenemos que bailar más a menudo. Me gusta tenerte entre mis brazos
—le susurró Brian.
—Lo que de verdad te gusta es tenerme a tu merced —le contestó

Christine, con unos ojos brillantes a causa de la felicidad que sentía.


—Eso también —confirmó Brian divertido, para después regalarle un

beso en la punta de la nariz y soltarla de su agarre—. Y ahora bella dama, si


me permite, seguiré con mis tareas antes de que vuelva a importunarme.

—¡Tendrás cara! ¡Pero si has sido tú quien me ha provocado con tu


jueguecito! —Exclamó Christine colocándose en jarras delante de él,

haciendo un gran esfuerzo para no echarse a reír por su osadía.


La carcajada que escuchó de Brian le confirmó que estaba tratando de

provocarla, y sin pensárselo dos veces, le tiró el trapo de cocina que tenía
delante.

—Da las gracias al cielo de que solo tenía a mano ese trapo y no un
cazo. ¡Caradura!

Riéndose con más fuerza Brian cogió el paño, y precavido, se lo llevó


consigo por si su esposa se lo volvía a tirar como forma de castigo.
—Princesa, eres una mala perdedora.

—¡Yo no he perdido nada! —aseguró, mientras le dejaba por imposible


y se volvía a la cocina para terminar de preparar la salsa de los espaguetis.

El ambiente relajado había sustituido con este despliegue de sonrisas al


que antes había sido erótico, y ahora la alegría de ambos inundaba la

cabaña.
—Ya está puesta la mesa —le dijo Brian acercándose despacio para
colocarse detrás de ella y poder ver por encima del hombro qué estaba

cocinando—. Tiene una pinta buenísima.


—En cinco minutos estará terminada —le aseguró Christine.
—Entonces aprovecho ahora para ir a por más leña. Así no tendré que ir

en bolas cuando se nos agote esta noche —comentó divertido, al mismo


tiempo que elevaba una ceja dándole un toque pícaro a su mirada.

Christine rió por su ocurrencia y se giró para echarle de la cocina.


—Date prisa Casanova, no vaya a ser que termine enfriándose.

—Princesa, en esta cabaña, esta noche, nada ni nadie va a enfriarse —le


señaló burlón.

Dispuesto a seguir provocándola se acercó a la ensalada, y con todo el


descaro que pudo cogió un trozo de tomate llevándoselo a la boca.

—¡Eh! ¡Deja en paz a mi ensalada! —le dijo Christine dirigiéndose a él


para empujarle y así conseguir alejarlo.

—¡Es que está buenísima! —afirmó con la boca llena, mientras seguía
robando trozos de lechuga y aceitunas.

Divertida por fin pudo apartarlo de su ensalada, antes de que este


acabara con ella.

—Está bien, me marcho, pero te advierto que me muero de hambre, y si


para cuando vuelva no está la cena terminada, ¡te comeré a ti! —le aseguró
lanzándose a ella para abrazarla y después morderla en el cuello.
Christine no pudo evitar soltar un grito y luego una carcajada, mientras

veía como Brian la soltaba y se dirigía a la puerta.


—Te doy cinco minutos —le indicó cuando ya estaba prácticamente

fuera.
—Con dos me sobran —le aseguró ella.

—Eso ya lo veremos —le contestó guiñándole un ojo y terminando de


cerrar la puerta.

Y con una sonrisa Christine se quedó sola en la cabaña, mientras


terminaba de preparar la cena y el sol empezaba su ocaso.

 
CAPÍTULO 15
 
 
 

Y
a hacía más de veinte minutos que Brian se había
marchado a por la leña, y aún no había regresado. En la

cabaña todo estaba dispuesto para la cena, y Christine


temía que la salsa para la pasta se enfriara si tenía que

esperarlo por más tiempo.


Algo inquieta se asomó por la ventana para comprobar si desde ahí

podía verlo, pero la puesta de sol ya estaba muy avanzada y los escasos
rayos de luz apenas iluminaban la parte del cobertizo, al estar rodeado de

árboles grandes y frondosos.

Miró hacia el lago con sus tranquilas aguas de color turquesa, y de


pronto empezó a nacer en ella una intensa inquietud, al sentir una especie

de presentimiento de que algo no estaba bien. Volvió a mirar hacia el lado

por donde Brian tenía que aparecer, pero no vio ningún rastro de él,
consiguiendo que ese extraño nerviosismo se acrecentara en su pecho.

Tenía la sensación de que se le olvidaba algo; como cuando sales de

casa y de pronto miras por si llevas las llaves, aunque Christine no sabía por
qué motivo sentía esa intranquilidad que la estaba asustando. Solo sabía que

Brian le había dicho que volvería pronto, y sin embargo, aún no había

regresado.

De pronto recordó un detalle que la dejó paralizada. Hacía justo un año

que Brian había salido por la puerta de la habitación como cada mañana,
despidiéndose de ella con un beso y diciéndole que esa noche llegaría

temprano para ir al restaurante, pero nunca cumplió su promesa por culpa

del accidente.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo y se preguntó el motivo por el cual

su mente trajo en ese instante ese recuerdo. Volvió a mirar a través de la


ventana, pero las sombras cada vez eran más espesas y no pudo ver nada.

Con su mente tratando de entender lo que sentía, intentó centrarse para

buscar la explicación que se le escapaba.

Esa fatídica mañana Brian se había marchado ajeno a lo que le

sucedería, asegurándole que llegaría temprano, pero el accidente le impidió

llegar a tiempo sin que pudiera avisarla. Aun así, ella también había

presentido algo en el ambiente a última hora de la tarde, que como ahora le


indicaba que algo no andaba bien, enterándose por las malas que ese

perturbador presentimiento había sido producido por la muerte de Brian.

Pero hoy Brian no había ido a trabajar para romper la cadena de

acontecimientos que le llevaría al accidente, y se hallaban en un lugar


seguro alejados de la ciudad y del tráfico. De hecho, él estaba cogiendo leña

y no conduciendo, por lo que estaba convencida de que habían roto el

círculo y no debía tener miedo al estar a salvo. ¿O acaso se equivocaba?

Con su mente pensando a mil por hora, y sus ojos buscándolo a través

de la ventana cada vez más inquieta, Christine volvió a tratar de encontrar

una explicación para la sensación que cada vez era más fuerte en su pecho.
La idea de ir a la cabaña era para alejarse de la ciudad, del tráfico y con

ello del peligro pero, ¿acaso podía morir por cualquier tipo de accidente o

solo por uno de tráfico? ¿Y si se habían precipitado al creerse seguros y

Brian aún estaba en peligro? ¿Y si la muerte le acechaba ese día sin

importar el lugar, el modo o la hora?

Y de pronto palideció. ¡La hora!

Con un último vistazo contempló el lago, y descubrió que el sol se había

ocultado mientras las sombras empezaban a extenderse. Había cometido un

error que podría ser imperdonable, al no recordar que en la ciudad el

anochecer llegaba antes que en el campo.


Eso quería decir que Brian tuvo que morir cerca de la hora del ocaso,

justo en el momento en que se encontraban, y no cuando la oscuridad cubría

el bosque. La sensación de inquietud se triplicó en su pecho asfixiándola, y

sin perder ni un segundo más salió corriendo hacia la puerta, dispuesta a

encontrarlo antes de que fuera demasiado tarde y fracasara en su misión.


Nada más llegar al linde del bosque las sombras la envolvieron, dejando

atrás la seguridad de la cabaña que se encontraba a escasos metros.

Sorprendida, Christine notó que esa negrura no la ocasionaba los escasos


rayos de luz, sino que más bien procedía de una espesa bruma que la

envolvía, saliendo de la nada y sumiéndola en el terror.

Miró en todas direcciones sin verle aparecer, y cada vez más

desesperada, comenzó a gritar su nombre en pleno ataque de pánico. Por

desgracia, el bosque, ajeno a su reclamo no le devolvió ninguna respuesta,

obteniendo de él únicamente el silencio perturbador y escalofriante.

Angustiada, decidió caminar hacia el cobertizo donde estaba la leña,

con la esperanza de encontrarlo dentro sano y salvo. Aunque no conseguía

ver el edificio a causa de la niebla, sabía que estaba a escasos metros yendo

en línea recta, por lo que no perdió más tiempo y se encaminó decidida en

esa dirección.

En sus ansias por llegar cuanto antes no vio una piedra que tenía

delante, y cayó al suelo al tropezar con ella. Resignada y con ganas de gritar

de frustración, trató de situarse, pues no estaba dispuesta a rendirse tan

fácilmente.

Sin comprender cómo era posible, se dio cuenta de que la oscuridad era

cada vez más espesa, e incluso hubiera jurado que el sol esa tarde se había
retirado con más rapidez que de costumbre, como si tratara de impedir que

encontrara a Brian.

Decidida a seguir adelante, se levantó del suelo sin importarle el

rasguño de sus manos ni el dolor en la cadera a causa del golpe, ya que en

ese instante en lo único que pensaba era en encontrar a Brian, y nada ni

nadie la detendrían.

Tras haber conseguido avanzar un par de metros localizó ante ella el

cobertizo, y respiró aliviada al ver que las luces estaban encendidas. Con

más ímpetu que antes corrió hacia sus puertas, mientras gritaba con todas

sus fuerzas el nombre de Brian. 


La esperanza que hasta hacía poco se le había empezado a marchitar

volvió a florecer de nuevo, al creer que Brian estaba dentro entretenido con

cualquier cosa, y por eso no se había percatado del tiempo transcurrido ni

de sus gritos. Ya que, ¿qué otra explicación tendría que estuvieran las luces

encendidas y él no contestara?

Pero su mente le volvió a jugar una mala pasada y empezó a descubrir

peligros donde antes no estaban. Deseó poder correr más rápido para

descubrir el misterio de la desaparición de su esposo, y aceleró el paso al

anhelar con todas sus fuerzas que esta pesadilla acabara.

Por algún extraño motivo parecía que el destino estaba en su contra,

pues el escaso recorrido que la separaba del edificio le pareció alargarse a


cada paso que daba. Aun así, no tardó mucho en encontrarse frente al

cobertizo, y sin pensarlo dos veces cruzó sus puertas.

Necesitaba saber que su esposo estaba bien, que simplemente se había

entretenido, pero cuál fue su sorpresa cuando al mirar por todas partes no lo

encontró. Si antes Christine había sentido pánico al pensar que estaba en

peligro, ahora, al no saber dónde estaba y no tener respuesta suya cuando le

llamaba, la sensación de terror se quedaba en nada.

—¡Brian! —gritó con todas sus fuerzas, mientras las lágrimas cubrían

su cara y cada músculo de su cuerpo se tensaba.

Se acercó a cada esquina, hueco y altillo, buscando desesperada por

toda la habitación alguna pista que le indicara que había sucedido, y sobre

todo que le mostrara hacia donde se había ido. Y es que si de algo estaba

segura era de que Brian había estado en su interior, pues era la única

explicación para que la luz estuviera encendida.

Pero por mucho que revisó por todas partes no encontró ni rastro de él,

empezando a sentir como la esperanza volvía a desaparecer para tomar su

lugar la incertidumbre.

Cada vez más desesperada, lo volvió a llamar sin obtener respuesta, e


inmediatamente miró su reloj para comprobar el tiempo que llevaba

desaparecido.
—Ya hace más de media hora —susurró asustada, pues a cada segundo

que pasaba sabía que más cerca estaba de perderlo—. Aquí dentro no está y

lo habría visto si hubiera regresado a la cabaña —se lo dijo a sí misma, ya

que necesitaba serenarse para pensar con claridad.

Su cabeza empezó a pensar en posibilidades, quedándole en poco

tiempo con solo una opción, aunque era la que menos le gustaba, pues era la

que más dificultad le traería para encontrarle.

—Tengo que ir al bosque, debe de haber escuchado o visto algo para


adentrarse en él, y ahora no sabrá volver. Debe de ser esa la explicación. —

Se volvió a decir para convencerse.


Aun así, sin querer perder la poca seguridad que le quedaba, decidió

probar por última vez antes de adentrarse en el bosque para buscarlo.


Decidida pero muy asustada, salió del cobertizo y con todas sus fuerzas

le llamó una vez más. El silencio fue la única contestación que obtuvo en
cada intento, sabiendo que cada segundo jugaba en su contra y la sensación

de peligro aumentaba.
No pudo evitar sentir náuseas al percatarse que debía estar lejos para no

escucharla, y convencida de que el tiempo estaba en su contra se dispuso a


buscarlo, aunque para ello tuviera que andar en círculos toda la noche.
Fue una suerte que su mente tuviera un segundo de lucidez y se

detuviera unos segundos para coger una linterna, pues de lo contrario no le


hubiera sido posible avanzar por el bosque sin caerse, y tarde o temprano
hubiera tenido que regresar.

Solo cuando estuvo equipada de algo de luz y unas cuerdas salió


decidida a encontrarlo, dispuesta a enfrentarse a cualquier adversidad que se

le cruzara por el camino, aunque tuviera que emplear hasta sus últimas
fuerzas para conseguirlo.

Fue entonces, en ese justo segundo en que decides hacer algo, enciendes
la linterna y te giras para ponerte a andar, cuando tropezó con unos troncos
que había en el suelo. No los había visto al entrar, al estar apartados a un

lado, y por ello la caída resultó más aparatosa al acabar sobre ellos.
Esta vez con el resbalón se hizo más daño, y Christine lloró al sentirse

la mujer más estúpida del mundo al no haber tenido cuidado. Le dolía uno
de los tobillos al habérsele enganchado el pie entre unos troncos, y

aguantando el dolor trató de incorporarse despacio al no poder perder más


tiempo.

En ese instante en que tomaba aliento para continuar advirtió un detalle.


Desde que había salido de la cabaña era como si todo a su alrededor se

pusiera en su contra, al no ser normal que encontrara tantas dificultades


desde que se había acercado al bosque.

Era cierto que estaba muy oscuro y que estaba nerviosa, pero caerse dos
veces seguidas, las sombras que la envolvían obstaculizando su avance y
esa extraña sensación que le decía que llegaba tarde por mucho que
corriera, le hizo soltar toda su frustración con un grito.

—¡¿Por qué quieres que muera?! ¡Él es todo lo que tengo! ¡Por qué lo
haces!

No estaba segura de a quién le gritó desesperada o si alguien le


escuchaba, pero necesitaba desesperadamente rebelarse ante todo lo que

estaba sucediendo. Solo de esa manera consiguió soltar toda la frustración,


el dolor y la angustia que sentía, quedándose después sin apenas fuerzas,

tanto mental como físicamente.


—No me lo vuelvas a quitar, por favor —consiguió decir entre lágrimas,

mientras miraba al interior del oscuro bosque como si esperara a que


alguien le contestara.

De pronto, en su interior, notó como poco a poco se iba serenando, y


como esa inquietud que solo había aumentado desde que había salido para

buscarle se iba diluyendo.


No sabía a qué se debía ese cambio, ya que no vio nada, ni escuchó
nada a su alrededor, pero estaba segura de haber percibido una especie de

presencia positiva, la cual solo quería apoyarla y conseguía que sus miedos
disminuyeran.

Alguien que estaba segura de que no era Brian, pues era una sensación
completamente diferente a la que había sentido la noche de su muerte.
—Si eres real, ayúdame a encontrarlo.

Una ráfaga de viento se levantó de pronto y sintió como si algo le rozara


la mejilla con sumo cuidado, consiguiendo que se estremeciera al notarlo

como si fuera algo muy íntimo y muy humano.


Rodeada de una densa oscuridad, y percibiendo que no estaba sola, lo

único que fue capaz de hacer fue quedarse paralizada. Algo en lo más
profundo de ella le dijo que esa presencia que estaba a su alrededor no
quería dañarla, al sentirlo como algo completamente diferente a esa otra

sensación que había experimentado desde que había salido al bosque.


Aun así le costó tomar la decisión de seguirla adentrándose aún más en

lo que la oscuridad escondía, y extrañada contempló como un remolino de


hojas muertas se formaba en el suelo ante ella.

Resultaba curioso como esas hojas pasaron a ser mecidas por el viento
con suavidad, dejando un reguero de hojas por el suelo que iba formando un

camino que se alejaba unos metros en dirección a un viejo pozo.


Y de forma instintiva lo supo. Brian estaba ahí.

Con la linterna aún en sus manos, pues no la soltó en ningún momento,


Christine siguió el remolino de hojas mientras trataba de ignorar el dolor

que sentía en su tobillo.


Fue avanzando lo más rápido que pudo al sentir una urgencia desmedida

por encontrar a Brian, pero a unos escasos metros el remolino se deshizo


ante sus ojos quedando solo una ligera brisa. Un hecho que a Christine no le

importó, pues ya sabía hacia dónde debía dirigirse.


Recordó el día en que Brian le enseñó los alrededores de la cabaña y le

habló de un pozo que estaba algo alejado de la propiedad. Mencionó que


era un peligro al encontrarse tapado solo con unas viejas tablas de madera,

que en cualquier momento podían ceder con facilidad.


Brian hacía tiempo que no pasaba por ahí y por eso nunca se acordaba

de arreglarlo, y con el tiempo, lo fueron dejando al centrarse en las reformas


de la casa, ya que no lo consideraron importante al no tener hijos.

Lo que Christine no lograba entender era cómo Brian se había podido


dirigir hacia ese lugar, cuando sabía que era un sitio peligroso y ese día él

debía de cuidarse de cualquier accidente.


—Tal vez no esté ahí, sería un estúpido si se hubiera arriesgado tanto.

—Le habló al viento por si este volvía a contestarle, pero esta vez no
obtuvo respuesta y aceleró el paso.
Cuando se fue acercando al pozo observó que en ese lugar se estaba

empezando a levantar una espesa bruma, y supo con toda certeza que Brian
estaba cerca al comprobar que volvían a empeñarse en retenerla.

Era como si dos fuerzas ocultas lucharan juntas, una para ayudarla y la
otra para entorpecerla, y se preguntó si alguna vez entendería todo lo que

estaba sucediendo. Aun así estaba decidida a seguir adelante, dispuesta a


enfrentarse a las fuerzas que jugaban en su contra con tal de conseguir
salvar a su marido.

—Brian —le volvió a llamar, mientras con la linterna enfocaba por


todas partes y avanzaba despacio para no volver a tropezar.
Sabía que estaba cerca del pozo y que era cuestión de segundos que se

lo encontrara, por lo que decidió tener cuidado, por si era ella la que caía en
él y definitivamente perdía a Brian al no poder ir a socorrerle.

—Brian —insistió en el silencio de la noche, hasta que escuchó una


especie de gruñido y se detuvo en seco.

Por unos segundos dudó de lo que había escuchado. ¿Era un sonido


humano? ¿Era animal? Aun así iluminó por donde lo había oído, y siguió

caminando en esa dirección intentando demostrar un valor que en realidad


no sentía.

Estaba tan asustada que le temblaba todo el cuerpo, aunque el frío y el


dolor también la hacían sacudirse. Necesitaba saber qué había sido ese

ruido, saber si era o no Brian, pues debía de estar muy cerca y no quería
pensar que se había alejado y un animal salvaje le había atacado.

Si eso era verdad y ese animal aún estaba junto al cuerpo, el hecho de
que Brian no le contestara solo podía significar que… Pero tuvo que apartar

ese pensamiento, pues no pudo soportarlo.


—Brian —gritó desesperada, en un intento de apartar de su mente la
locura.

Y otra vez escuchó ese sonido, solo que esta vez fue más claro y supo
con total certeza que era humano.

—¡Brian! —gritó sabiendo que estaba cerca, y sobre todo, que estaba
vivo.

Acelerando el paso se dirigió hacia el lugar desde donde provenía el


ruido, y alumbró cada hueco, árbol y roca que se encontró a su paso.

El extraño sonido volvió a escucharse por el bosque y Christine supo


que estaba cerca.

—Ya voy Brian, aguanta un poco más.


—Chris... —le pareció escuchar y su corazón estuvo a punto de salirse

de su pecho.
—Estoy cerca —no pudo evitar llorar—. Puedo oírte.
—Chris…
Y de pronto vio un oscuro agujero en el suelo con tablas de madera

rotas a su alrededor.
—¡Brian! —lo llamó desesperada, pues supo a ciencia cierta que él
estaba dentro y podría estar muy grave.
En realidad, que se hubiera caído y aún estuviera vivo era todo un

milagro, ya que el pozo tenía mucha profundidad y estaba recubierto con


piedras. La posibilidad de golpearte en la cabeza con un saliente o contra el
suelo era tan elevada, que daba las gracias al cielo por haber sido tan

vehemente.
Christine iluminó bien el pozo para no caerse también en él, al estar el
suelo recubierto de hojas húmedas debido a la niebla y la proximidad del
lago. Era consciente de que si no tenía cuidado podían acabar los dos
muertos, ya que Brian solo contaba con ella para salvarlo, y destrozada por

la caída no podría ser de mucha ayuda. 


Solo cuando se acercó unos pasos pudo ver con claridad que era lo que
había sucedido, y se quedó inmóvil y espantada al comprobar lo cerca que
había estado Brian de morir en ese lugar apartado y solitario.

De pie frente al pozo, mientras iluminaba la negrura de su interior, pudo


comprobar con espanto como las manos de Brian se aferraban con todas sus
fuerzas a un saliente, el cual estaba formado por raíces que daban la
impresión de que en cualquier momento podrían romperse, y con ello hacer

que Brian se precipitara al fondo del abismo.


Ver sus manos ensangrentadas agarradas con desesperación a ese
saliente, el cual estaba a punto de ceder llevándose consigo a su esposo,
hizo que el corazón de Christine dejara de latir por unos segundos.

Mientras, un ligero mareo hacía que se tambaleara y temiera por su


equilibrio.
Sin pensarlo ni por un instante y olvidándose del dolor de su tobillo, del
frío que la invadía y el desfallecimiento que aún sentía, se tiró al suelo al

darse cuenta de que no podía perder ni un solo segundo. Luego, decidida,


agarró por las muñecas a Brian, rezando para tener las fuerzas necesarias
para sostenerlo.
—¡Ya estoy aquí cariño! ¡Ya estoy aquí! —Solo fue capaz de decir, pues

tras mirarle a los ojos y ver el terror reflejado en ellos no se sintió capaz de
pronunciar más palabras.
 
CAPÍTULO 16
 
 
 

H
abía sido un estúpido al haberse alejado del cobertizo.
Recordaba con toda claridad haber salido cargado con los

troncos, cuando le pareció escuchar a una mujer pidiendo


auxilio no muy lejos de donde él se encontraba. Sin

embargo ahora, después de lo sucedido, estaba convencido de que tan solo


debió tratarse del bramido de algún animal nocturno.

Sabía que había cometido un error imperdonable y por eso no podía


dejar de reprocharse ese impulso sin sentido, cuando ese día había tantas

cosas en juego y el destino parecía dispuesto a no concederle una segunda

oportunidad.
Estuvo convencido de ello cuando se había alejado unos metros, y la luz

había sido cubierta en cuestión de segundos por una espesa niebla. Pero

sobre todo lo había comprendido cuando al adentrarse unos metros en el


bosque, y tras haber dado unos pasos inseguros, había escuchado el crujir

de unas tablas mientras sentía como el suelo se hundía bajo sus pies.
Fue entonces cuando entendió que había vuelto al momento donde

debía enfrentarse al hecho de perder la vida.

Por suerte esta vez el ingenio y los sentidos estuvieron atentos, y pudo

aferrarse con todas sus fuerzas a un saliente. Fue pura suerte encontrar esta

sujeción, pues pudo escuchar perfectamente como las tablas que antes le
mantenían caían a bastantes metros de profundidad en el interior del pozo.

De eso hacía más de media hora a juzgar por la escasez de luz en esos

momentos, y por las limitadas fuerzas que aún le quedaban.

Al principio, tras el inicial susto al sentir que caía, había conseguido

serenarse confiado en poder salir ayudándose de sus manos y sus piernas.


Pero no contó con no hallar ningún punto de apoyo bajo sus pies, y que esas

ramas que habían sido su salvación, fueran cediendo con cada uno de sus

intentos por subir.

También tenía que enfrentarse con otra dificultad, pues con cada

impulso sus fuerzas mermaban, y las manos se le iban raspando hasta

conseguir que sangraran.

Y ahora, a causa de esa sangre que empapaba las raíces, estas se habían
vuelto más difíciles de agarrar, y poco a poco se iba escurriendo sin poder

remediarlo.

Se sentía un inepto por haber pedido al firmamento una segunda

oportunidad y haberla desaprovechado de una forma tan necia. Solo le


quedaba la esperanza de que alguien le encontrara antes de que fuera

demasiado tarde, aunque sabía que por los alrededores solo se hallaba

Christine, y ella jamás sospecharía que había sido tan iluso de adentrarse en

el bosque a la hora del ocaso.

Por desgracia, con el sol ya oculto y al encontrarse apartado de la

cabaña y del camino, la posibilidad de que ella lo localizara, aunque


sospechara que se había adentrado en el bosque, era escasa.

Por eso fue una sorpresa cuando la creyó escuchar en la lejanía, y se

resistió a contestar por miedo a que solo fuera una ilusión y agotara su

escasa resistencia al responder.

Tuvo que oírla un par de veces más, hasta que empezó a dudar de si se 

trataba de un delirio al encontrarse tan cansado, o si por el contrario podría

ser cierto lo que estaba sucediendo.

Su cabeza empezó a pensar en las posibilidades, y cayó en la cuenta de

que había varias. Por un lado podía haber calculado mal la distancia que lo

separaba de la cabaña, o quizás estaba empezando a perder la noción del


tiempo.

Aun así, su alivio fue tan grande que estuvo a punto de llorar, pero se

contuvo por miedo a demostrar un desahogo precipitado. Antes tenía que

asegurarse que no pasara de largo, o que callera por el mismo agujero

arrastrándolos a ambos a una muerte segura.


Sacando fuerzas de donde ya no le quedaban la llamó, con la esperanza

de que le escuchara esta vez con más claridad, y así poder poner punto final

a esa pesadilla.
Pero estaba tan agotado, y se sentía tan confundido, que todo se

transformaba en bruma. Sabía que se acercaba al haber escuchado su voz, al

igual que sabía que él había conseguido llamar su atención. Pero a pesar de

las pruebas su mente aún seguía dudando, pues le costaba distinguir si todo

era real, o si solo era el deseo de volver a verla antes de precipitarse al

vacío.

No fue hasta que vio el resplandor de una linterna y la escuchó con más

claridad, cuando su mente despertó del infierno donde se hallaba y supo con

certeza que lo había encontrado.

Percibió el tacto de sus manos sobre las suyas y, aunque tenía los brazos

entumecidos, notó cómo su esposa le aferraba con fuerza de las muñecas

mientras le decía:

—¡Ya estoy aquí, cariño! ¡Ya estoy aquí! —y fue justo en ese instante

cuando estuvo a punto de llorar de alivio.

—¿Christine? —logró decir, pues necesitaba confirmar que ella

realmente estaba frente a él.

—Sí, soy yo, mi amor. Te he encontrado —Christine no quería llorar ya


que era su turno de ser fuerte, pero verle en esas condiciones tan
lamentables le impedía mostrarse serena.

No estaba segura de cuánto tiempo había pasado Brian luchando por su

vida en ese pozo, pero calculaba que a esas alturas debía estar cerca de una

hora.

No podía verle con claridad, ya que tenía todo el cuerpo metido en el

interior del agujero negro, quedando solo a la vista su cabellera oscura y sus

manos ensangrentadas. Pero lo que más le asustó era escucharle, pues

resultaba evidente su profundo agotamiento y su desesperación por salir de

ahí.

Pero tras contemplarle lo que más la aterró fue saber que si él no la


ayudaba ella sola jamás lograría sacarlo de ese lugar, y no estaba

convencida de tener las fuerzas necesarias para alzarlo y ponerlo a salvo.

—Ahora solo tienes que impulsarte para salir. Yo estoy aquí para

ayudarte y juntos lo lograremos —trató de infundirle ánimos, aunque ella

también los necesitara.

—De acuerdo, pero estoy muy cansado.

—Lo sé, mi amor. Solo tienes que esforzarte un poco más y todo habrá

acabado.

El silencio, solo roto por el sonido de sus respiraciones aceleradas, dejó

a Christine angustiada, al no poder saber qué estaría pensando Brian en ese


momento. Lo que sí notó fue como él se debatía por luchar o rendirse, y

temió haber llegado demasiado tarde para ayudarle.

Un centenar de imágenes viendo caer a Brian al no poder sacarle le

atormentaron, y temió que él también pensara que sus esfuerzos serían

inútiles.

—Está bien Chris, lo intentaremos juntos —dijo por fin, aunque su voz

no sonara muy convincente.

Aun así el alivio de ella fue evidente, y con todas sus fuerzas le agarró

por sus muñecas, decidida a no rendirse por ningún motivo.

—A la de tres impúlsate hacia arriba, y no te preocupes, yo te ayudaré

para que te sea más fácil salir. —Estaba tan nerviosa y le temblaba tanto las

manos, que no estaba segura de ser de gran ayuda, pero sabía que no era el

momento de tener dudas sino de hacer por él hasta lo que creyera imposible

—. Una, dos y tres.

Ambos volcaron toda su voluntad en salir de ese pozo oscuro, pero

Christine vio espantada cómo la tierra cedía cayendo sobre la cabeza de

Brian, y cómo este iba perdiendo el agarre de la raíz donde se sujetaba

arrastrándole más hacia el interior del agujero.


Lo escuchaba gruñir y notaba como él intentaba elevarse mermando las

pocas fuerzas que le quedaban, al mismo tiempo que la tierra caía sobre él

impidiéndole respirar con normalidad. Oía también como sus pies raspaban
la pared del pozo buscando un enganche, mientras la desesperanza cada vez

iba ganando más terreno.

Pero ella no estaba dispuesta a rendirse a pesar del terror que estaba

sintiendo. Se aferró a sus muñecas, aun cuando empezó a darse cuenta de

que él no lograría salir, pues era evidente que estaba perdiendo sujeción.

Lentamente el cuerpo de Brian comenzó a retroceder al interior de su

prisión, llevándose con él a Christine.

Por unos segundos el pánico se apoderó de ellos, pues Brian notó como
por su culpa la estaba arrastrando hacia dentro. Por otro lado Christine se

dio cuenta del peligro, pero sabía que si en esos momentos lo soltaba, él
caería sin remedio al interior del pozo y volvería a perderlo para siempre.

Fueron unos instantes que parecieron eternos hasta que el cuerpo de


Christine hizo de freno, cuando este ya tenía su cabeza, sus brazos y sus

hombros dentro del pozo que parecía querer tragársela.


El alivio que notó Christine al percibir como su caída cesaba le hizo dar

las gracias al cielo, pues por unos segundos creyó que había llegado su hora
y moriría en ese lugar.

Pero Brian no obtuvo ningún consuelo al haber puesto en peligro a


Christine, ya que por unos segundos estuvo seguro de que su cuerpo al caer
arrastraría al de su esposa, y ambos acabarían en el fondo del pozo.
El pánico que sintió al darse cuenta de que ella no iba a soltarle le hizo
desear desasirse de sus manos para que no cayera con él, pues por nada del

mundo estaba dispuesto a que sacrificara su vida para salvarle.


Cuando la tierra dejó de caer sobre la cabeza de Brian y las

respiraciones de ambos lograron serenarse un poco, fue el momento de


enfrentarse a la verdad. Brian se había hundido aún más en el pozo, y 

Christine podía retroceder sin problemas para encontrar en una posición


más segura.
—¿Estás bien? —logró decir Brian, pues la tierra en su boca le

provocaba tos y sabía que si cedía a sus espasmos los arrastraría hacia la
muerte.

—Sí, ¿y tú?
Por unos segundos él calló, pues no sabía cómo decirle lo que para él

era evidente. Estaba convencido de que para su esposa sería muy duro de
asimilar que apenas tenía fuerzas para sostenerse, y por lo tanto no habría

un final feliz para ellos.


—Estoy muy cansado.

—Lo sé Brian, pero no podemos rendirnos ahora.


Christine tenía la cabeza dentro del pozo, y aunque la luz de la linterna

era escasa, cuando el polvo se aplacó pudo distinguir la cara de Brian.


Su rostro estaba manchado de tierra y sangre a causa de múltiples
arañazos, pero lo que más la impresionó fue la tristeza que vio en sus ojos.

Nada más contemplarlo se percató de que Brian ya se había rendido, y


ahora le tocaba la doble misión de convencerlo para hacer otro intento

además de sacarlo del hoyo.


Sentía cómo algo húmedo empezaba a mojar sus manos haciéndole más

difícil el agarre, por lo que supo que estas seguían sangrando y no le serían
de mucha ayuda al ser escurridizas. No pudo evitar sentir un fuerte deseo de

llorar y de gritar de frustración, pero no podía permitirse aparentar


debilidad ante Brian, al estar solo ella para inspirarle confianza.

Decidida a no dejarse vencer por las dificultades y permanecer a toda


costa junto a su marido, Christine guardó toda la pena y desolación que

sentía en lo más profundo de su corazón y se centró solo en la esperanza.


—Brian, tenemos que probar otra vez, ya que estoy segura que esta vez

lo lograremos.
—Christine, suéltame —apenas logró decirle.
Ella no podía creer que Brian le pidiera algo así, y menos sabiendo lo

mucho que lo amaba y lo mal que lo había pasado el año tras su muerte.
—¡No! —exclamó categórica.

—Christine, por favor, no puedo condenarte a caer conmigo —su voz


sonó desesperada y se notaba que estaba apenas sin aliento.
—No vamos a caer ninguno de los dos. No pienso consentirlo —y como

prueba de ello le agarró de las muñecas con más fuerza.


—Princesa, mírame —le imploró al no poder permitir que se sacrificara

por él, no cuando la amaba más que a su propia vida.


Pero Christine se negó a mirarle, al saber que si lo hacía ella también

sucumbiría a su deseo y ambos necesitaban de su fortaleza para salir


adelante.
—No voy a dejarte —repitió Christine como prueba de su obstinación,

aunque su voz temblorosa y sus manos sudorosas no eran prueba de su


determinación.

—Mi amor, por favor. Mírame —la dulce voz de Brian bañada en
súplica le hicieron ceder a su petición, pues algo en su interior le decía que

tal vez esos momentos serían los últimos que compartiría con su esposo.
Cuando sus ojos se enfrentaron a la verdad al ver a Brian sucio,

agotado, y con una tristeza tan profunda en su mirada que le cortaba la


respiración, se dio cuenta de que estaba convencido de que caería y no

quería arrastrarla con él.


—Lo siento, mi vida. Siento volver a fallarte pero no hay otra salida.

—No puedes hacerme esto, otra vez no —las lágrimas empezaron a


rodar por su rostro, pues ya no pudo seguir siendo valiente.
—Lo siento, lo siento mucho —siguió lamentando al mismo tiempo que

acompañaba las lágrimas de Christine con las suyas.


—¡Me lo prometiste! ¡Dijiste que lucharías por mí, que siempre estarías

a mi lado!
—Lo sé princesa, pero no puedo hacerte esto. No creo que aguante

mucho más y no puedo…


—Intentémoslo otra vez. Por favor. Hazlo por mí.

—Christine no me pidas eso. No puedo arrastrarte conmigo.


Desesperada, trataba de encontrar algo que le convenciera para que se

arriesgara a salir sin importar que ella cediera, por lo que necesitaba hallar
una sola idea que le volviera a dar esperanzas. Pero estaba tan agotada;

tanto mental como físicamente, y se sentía tan enfadada con el destino por
volver a ponerlo en peligro, que no se le ocurría nada más que seguir

insistiendo en que lo intentaran.


—Suéltame, por favor —susurró Brian sin dejar de mirarla, para que
comprobara que por nada del mundo estaba dispuesto a ponerla en peligro.

Fue al mirarle cuando comprendió que él solo estaba pensando en ella, y


por nada del mundo la pondría en peligro para salvarse. Pero Christine

estaba decidida a ello, y haría todo lo posible para demostrarle que aunque
él se opusiera, ella terminaría sacándole de ese pozo.
—No voy a soltarte. O lo intentamos de nuevo, o nos quedamos aquí
toda la noche hasta que lo comprendas.

La mirada de Brian no le dio buena espina, al dar la impresión de que él


estaba contemplando su rostro por última vez, o como si quisiera que su
cara fuera lo último que viera al caer. En solo un segundo el cuerpo de

Christine se tensó al comprender qué pretendía hacer, consiguiendo que el


pánico se apoderara de ella.

Sin pensárselo dos veces empezó a tirar con fuerza de él hacia arriba,
antes de que a Brian le diera tiempo a soltarse las manos y cayera al vacío.

—¡No! —gritó Brian cuando notó el empujón y la tierra volvió a caer


sobre su cabeza.

Pero Christine no logró su objetivo, y solo consiguió asustar a Brian, al


ver como ambos cuerpos eran arrastrados unos centímetros más hacia el

interior.
—No seas tonta y suéltame —le pidió cuando pudo volver a respirar,

pero sobre todo cuando se hubo serenado del susto que experimentó al ver
cómo ella cedía al abismo.

—No voy a perderte de nuevo —le respondió Christine seriamente.


—Y no lo harás pequeña, yo siempre estaré a tu lado cuidándote.

Christine, cariño, mírame —le rogó él de nuevo—. Te he amado con todo


mi corazón y me niego a ser la causa de tu muerte. No me pidas eso por
favor. Déjame morir sabiendo que tú te has salvado.

—Es que no comprendes que no puedo hacerlo. Me hablas de que me


amas con todo tu ser, pero, ¿qué quedaría de mí si tú te murieras? Me

estarías condenando a una muerte en vida y sé que no podría volver a pasar


por eso. Por favor, te suplico que no me lo pidas.

—¿Acaso me estás pidiendo que te mate? ¡Porque es eso lo que estás


haciendo! —le reclamó, sintiendo como algo dentro de él se rompía en mil

pedazos, al pensar que por su culpa ella también podría morir.


—Te estoy pidiendo que luches por nosotros. Que nos des otra

oportunidad, y si no lo conseguimos, te ruego que respetes mi decisión y me


dejes morir contigo.

—Pero no puedo permitir…


—¡Por favor! Déjame decidir a mí.
Durante unos segundos todo quedó en silencio. Brian se sentía
entumecido, exhausto y muerto de miedo por ella. No soportaba la idea de

caer al interior del pozo, pero menos aún toleraría matar en su caída al amor
de su vida.
Tenía las manos sangrando, el cuerpo magullado y la cabeza a punto de
explotarle. Le costaba respirar y tenía que hacer grandes esfuerzos para no
toser, pues de lo contrario caerían ambos sin remedio. Sabía que hacer otro
intento por salir sería un suicidio, y era inaceptable dejar que ella muriera.

—Christine, ¿de verdad crees que esta segunda oportunidad nos fue
dada para que tú también murieras? ¡Porque yo no lo creo! —fue su último
intento para convencerla y con ello salvarla.
—No sé cuál fue el motivo, solo sé que no puedo volver a perderte. Tú
no sabes lo duro que fue, por lo que no me puedes pedir que vuelva a pasar

por eso.
Brian comprendía perfectamente lo que ella sentía, pues él se angustiaba
solo de pensar en que le pasara algo malo. Debió ser un auténtico infierno
para Christine pasar sola por eso, pero estaba convencido que con el tiempo

el dolor cedería y volvería a ser feliz, aunque no fuera a su lado.


Pero debía reconocer que en el caso de que las tornas fueran diferentes,
y hubiera sido su princesa la que hubiera muerto, él jamás se repondría de
su pérdida y también preferiría haber muerto con ella.

Sé sentía tan confuso, tan cansado y lamentaba tanto verla sufrir, que
cuando Christine le volvió a hablar sintió en su pecho la necesidad de
complacerla. Se lo debía al recordar todo el amor que le había entregado
desde que se habían conocido, así como por el sacrificio que estaba

dispuesta a hacer por él, y por supuesto, por la forma tan desesperada de
luchar para conseguir salvarle.
—Brian. Tú siempre has sido un hombre de convicciones, un luchador.
Por eso te pido, por el amor que sientes por mí, que no te rindas. ¿Me oyes?

—Esta vez fue Christine quien lo miró a los ojos desafiándolo—. ¡Lucha!
Por mí, por nuestro amor, pero sobre todo por nuestro futuro. ¡Lucha!
La rabia en la mirada de Christine y las palabras dichas entre lágrimas
de frustración, consiguieron que aparecieran algunas dudas en la resolución

de Brian. Empezó a pensar que tal vez ella tuviera razón y debían intentar
salir por última vez antes de rendirse, ya que habían caminado juntos un
camino demasiado largo, como para darse por vencidos en el último
minuto.

Aun así el precio a pagar era excesivo, y por ello la incertidumbre


seguía atormentándole.
—¿Y si no lo conseguimos? —le preguntó angustiado y con las manos
resbalando a causa de la sangre que empezaba a manar cada vez con más
fuerza.

—Entonces, caeremos los dos.


—¡No! —se resistió a ceder al no soportar que en caso de que fallaran
ella lo pagaría con su vida.
—En lo bueno y en lo malo. En la salud y en la enfermedad. Pero esta

vez no permitiré que la muerte nos separe —y desafiándolo con la mirada le


dijo absolutamente convencida—: Si tú caes yo también lo haré, porque no

pienso soltarte.
La lucha de miradas fue encarnecida, ya que ninguno de los dos quería
ceder en algo tan importante. Hasta que Brian se dio cuenta de que ella
nunca cedería y el tiempo jugaba en su contra.
—¿Cómo puedes ser tan cabezona?

—¡Porque no me querrías si fuera de otra manera!


Ambos se miraron ya sin el desafío en sus miradas, pues en sus ojos
solo podía verse el gran amor que ambos sentían.
—Te amo con toda mi alma, ¿lo sabes verdad? —le preguntó él.

—Lo sé, como tú también sabes que lo eres todo para mí.
Decidir si tu mujer muere contigo o si se salva es una decisión sencilla,
ya que por nada del mundo le harías daño. Pero decidir si la dejas cumplir
su deseo de matarse contigo, o por el contrario la dejas vivir con el dolor de

saber que no pudo ayudarte, era la cosa más difícil a lo que jamás una
persona podía enfrentarse, y ahora Brian estaba en esa vicisitud, al tener
que decidir en pocos segundos sobre la vida o la muerte de la mujer que
amaba.

Era una deliberación tan drástica y dolorosa, que aunque le hubieran


dado mil años para deliberar sobre ella no lo hubiera logrado. Hasta que
solo le quedó un camino para seguir.
—Lo intentaremos de nuevo —afirmó resuelto.

 
CAPÍTULO 17
 
 
 

L
a sonrisa en el rostro de Christine le dio a Brian la
esperanza que tanto necesitaba para seguir adelante, y rogó

al cielo para que volvieran a ayudarles sacándoles de ese


apuro.

Por su parte Christine sintió un gran alivio, al estar convencida de que


su historia de amor no podía acabar de una manera tan dramática. Algo en

su interior le hacía confiar en esas fuerzas misteriosas que les habían dado
una nueva oportunidad para permanecer juntos, pues para ella no tenía

sentido que tanto sacrificio solo se quedara en otra forma de matar a su

marido.
No podía dejar de pensar que debía haber una razón para todo esto, ya

que de otra manera el destino no le hubiera preparado esta dura prueba.

Reconocía que su fe hacía años que se había disipado, pero tras


presenciar sucesos sin explicación que le habían hecho dudar de todo lo que

ella creía conocer, estaba convencida de que había algo más grande y

complejo que regía su vida. Sintió que la fe era la única conclusión posible
para todo este enigma, y esa fe que ahora sentía renacer en su corazón era la

que impulsaba su esperanza.

—Vamos a conseguirlo Brian, estoy segura. —Aun así no era ninguna

ingenua, y una parte de ella sabía que todo podía acabar en el fondo de ese

oscuro pozo—. Pero si no lo logramos no te culpes de nada. Fue mi


decisión y prefiero morir a tu lado que vivir mil vidas sin ti.

—No voy a dejarte caer. Si ves que no puedes sacarme y notas que tu

cuerpo cede, entonces suéltame antes de que te arrastre conmigo.

—Pero no puedo…

—Por favor, Christine, no condenes mi alma. No soporto la idea de ser


el causante de tu muerte, por mucho que no quieras verlo de esa manera.

—Entonces haremos un pacto —le desafió mirándolo a los ojos—. Tú

pondrás todo de tu parte por salir, y yo a cambio te ayudaré hasta que me

vea en peligro. Pero solo te soltaré cuando no nos quede otra opción, así

que será mejor que te esfuerces al máximo.

En ese instante contempló sus ojos color ámbar mirándolo con todo su

amor, y se dio cuenta que por ella debía intentar salvarse. Rezó por segunda
vez en su vida encomendando su alma a un Dios que le estaba dando

pruebas de su existencia, y le pidió que no le dejara morir para poder tener

una vida al lado de una mujer tan maravillosa como la suya.


—Trato hecho —solo pudo decir confiando en que sus fuerzas aún

resistieran otro intento, y que Christine cumpliera su promesa de soltarlo.

El alivio de Christine fue más que evidente, y cerró sus ojos para

agradecer al cielo esa segunda oportunidad. Dedicó sus últimos segundos

para rogarles su ayuda, pues sabía que ellos solos no lo conseguirían,

aunque se empeñara con todo su alma en creer lo contrario.


—A la de tres tiramos con todas nuestras fuerzas —le dijo ella sin

querer perder más tiempo, pues sabía que a cada segundo que pasaba ambos

se sentían más cansados. Además, no quería que Brian recapacitara y se

negara a volver a intentarlo.

—De acuerdo —aunque el tono cansado de su voz no inspiraba mucha

confianza.

Fue entonces cuando un miedo atroz se apoderó de su resolución

llenándola de dudas, al fijarse en las muestras de agotamiento de Brian, en

sus manos ensangrentadas, su respiración agitada, y en su mirada asustada y

dudosa que quería aparentar fortaleza.


Por primera vez se preguntó si realmente había vuelto al pasado para

salvar a su marido, o si por el contrario solo le habían concedido su deseo

para que pudiera despedirse de él antes de que este muriera.

Pero se negó a pensar en ello en un momento tan decisivo, ya que estaba

convencida de que necesitaría de toda su voluntad y coraje para sacar a


Brian del pozo. Por ese motivo decidió apartar de su cabeza cualquier duda

al ser lo que menos necesitaban.

De pronto, cuando ya se disponía a agarrarle con todas sus fuerzas para


tirar de él, se acordó de la mujer del cementerio, y de cómo estaba

convencida de que ella tenía algo que ver con su viaje al pasado.

Recordó como la hizo sentirse segura con solo hablar con ella, y

necesitando toda la ayuda que fuera posible, la invocó para volver a percibir

esa magia que le había ofrecido en un momento tan desesperado.

—Geline, si puedes oírnos, ayúdanos. Ponte de nuestro lado una vez

más y protégenos.

Sin nada más por hacer o a quién acudir, y sabiendo que estos podían

ser sus últimos minutos juntos, Brian y Christine se contemplaron con todo

el amor que sentían fluyendo de sus miradas. Ninguno de los dos quiso ser

el primero en romper el contacto, no cuando aún les quedaba tanto por

decirse y tan poco tiempo para hacerlo.

—Te quiero, princesa.

—Te quiero, mi amor.

Se dijeron con lágrimas en los ojos y con el anhelo de que esa noche

terminara para siempre y nunca más volviera a repetirse. Que ambos

acabaran entre los brazos del otro estando vivo o muerto, era ya cosa del
destino.
Brian notó cómo Christine le aferraba con fuerza de las muñecas, y se

preparó agarrándose a la rama más cercana para ayudarse de ellas en el

impulso. Estaba dispuesto a darlo todo por la mujer que amaba con todo su

ser, aunque para ello tuviera que desgarrarse las manos.

Sin decir ni una palabra, pues estas ya no eran necesarias, ambos

comprendieron que el momento de intentarlo había llegado. Sin apenas

pestañear, ya que querían que el rostro del otro fuera su último recuerdo

sobre la tierra, se prepararon, y en cuestión de segundos, a la par, hicieron

acopio de todas sus fuerzas e impulsados por un ansia luchadora lo

entregaron todo.
Brian tiró con ahínco hacia arriba ayudándose de sus pies, que hacían lo

posible por aferrarse a la pared de piedra del pozo. Por suerte un pequeño

agujero le permitió tener un punto de apoyo, y su impulso cobró más fuerza

pudiendo alzarse unos centímetros hacia arriba.

Christine por su parte le agarró convirtiéndose en su apoyo para que no

retrocediera, y volcó todas sus energías en tirar de él para sacarlo en cuanto

notó como se elevaba un poco.

No le importó la punzada de dolor en los brazos y en la espalda, pues en

su mente no había cabida para ello al estar más pendiente de lograr sacar a

Brian. Proyectó toda su rabia y su desesperación en aferrarse a sus manos,


notando con alivio que el cuerpo de Brian empezaba a deslizarse despacio

hacia arriba.

La esperanza empezó a surgir entre ellos cuando vieron que realmente

era posible salir de esa experiencia con vida, y reanudaron los envites con

más fuerza para acabar con esa pesadilla.

Pero la suerte se resistía a estar de su lado, y el agarre del pie de Brian

cedió, consiguiendo que este se deslizara peligrosamente hacia el interior

del pozo, arrastrando en su caída a Christine junto a raíces, tierra y rocas.

En cuestión de segundos todo había cambiado, ya que ahora era

evidente que ambos se despeñarían sin remedio encontrando la muerte,

apareciendo en sus miradas un terror tan intenso que toda muestra de

esperanza desapareció en el acto. 

Al verle ceder Christine gimió resistiéndose a soltarlo, mientras

contemplaba impasible como Brian iba perdiendo agarre y se adentraba

despacio en ese agujero oscuro sin que pudiera impedirlo, y con la agonía

de reconocer que no habría posibilidad de salir de ahí con vida.

Lo más duro de todo fue ver en la mirada de Brian la súplica de sus ojos

pidiendo que cumpliera su promesa de soltarle, ya que parecía inevitable


que él terminara aplastado en el fondo del pozo.

Resistiéndose a dejarle morir gritó un no rotundo, que le desgarró el

corazón al comprender que iba a volver a perderlo sin que por segunda vez
pudiera impedirlo. Recordó en un solo instante la agonía que sintió al saber

que había muerto, y cómo estuvo a punto de desfallecer al vislumbrar un

futuro sin la persona que lo era todo para ella.

Fue entonces cuando supo, de forma instintiva y sin ninguna duda, que

había llegado el momento de cumplir su promesa y soltarle.

Quería decirle que lo sentía por haberle fallado, que siempre le amaría y

que cada noche lo esperaría en sus sueños, pero solo pudo mirarle entre

lágrimas al quedarse sin palabras, mientras los ojos de Brian le aseguraban


que él también sabía que había llegado la hora de la despedida.

Y entonces algo pasó.


De pronto sintió como el tiempo se paraba y Brian quedaba suspendido

en el aire, como si estuviera sujeto por unas manos invisibles que impedían
que se moviera.

El ambiente se electrizó volviéndose caliente y pesado, así como los


ruidos del bosque cesaron de pronto y el viento simplemente se calmó.

Todo se paralizó por un segundo, hasta que el latido del corazón de


Christine palpitó al unísono con el de Brian, consiguiendo que la realidad

volviera a ponerse en marcha.


Pero esta vez había algo diferente en el ambiente y en ellos, pues ahora
para Christine el cuerpo de Brian no le resultaba tan pesado, y ella misma se

notaba más cargada de energía y mucho menos dolorida.


Por otro lado Brian no entendía qué era lo que le estaba pasando, ya que
en solo un segundo pasó de estar cayendo; mientras se negaba a apartar la

mirada del rostro de su esposa, a estar suspendido en el aire para después


percibir cómo era impulsado hacia arriba por una energía extraña.

Podría jurar sin temor a equivocarse que notaba unas manos sujetando
sus pies, pero en vez de tirar de él hacia el interior, lo que hacían era ser un

soporte que lo impulsaba hacia arriba.


No tenía ni idea de qué podría tratarse, pero no quiso mirar hacia abajo
para comprobar si realmente había alguien o algo ahí con él que lo estuviera

ayudando.
Se conformó con saber que gracias a esa fuerza misteriosa que le servía

de apoyo, estaba consiguiendo un agarre seguro y la fuerza necesaria para


subir, negándose a pensar en ese momento si era obra de alguna clase de

estímulo infundado por el miedo, de algún ángel o enviado, o quizá se


tratara de una fuerza misteriosa procedente de un ser superior.

Ahora lo único que contaba era que le parecía posible salir de esa
pesadilla, al sentir cómo unas fuerzas que creía perdidas le hacían

afianzarse en el agarre para poco a poco ir subiendo por el agujero.


Se dio cuenta complacido y maravillado que las manos seguían

sangrando pero no le dolían, al igual que la respiración ya no le resultaba


tan costosa y los pies no perdían la sujeción.
No tenía ni idea de a quién le debía este extraordinario milagro, pues lo
único que en ese momento le importaba era que tanto Christine como él

salieran de allí con vida. Aun así, una parte de su cabeza no podía olvidar
que justo en el instante en que sintió esas manos ayudándole, la esperanza

había vuelto a inundar cada hueco de su mente, de su cuerpo y de su alma


cambiándolo todo.

Poco a poco fue ascendiendo con la ayuda de su esposa y de esas manos


misteriosas que le impulsaban hacia arriba, y así, con cada centímetro

ganado al destino, Brian logró contra todo pronóstico salir de lo que sin
duda hubiera sido su tumba.

Exhaustos, sudorosos y bañados en lágrimas se arrastraron por el suelo


hasta estar bien seguros de estar fuera de peligro, y solo entonces dieron

rienda suelta a su alegría abrazándose entre risas y temblores.


—Brian, Brian, Brian —repetía una y otra vez Christine, sin poder

creerse que lo hubieran conseguido.


—Ya pasó todo —le indicó a su mujer mientras la abrazaba, aunque en
realidad también lo dijo por él, al necesitar oírlo para creérselo.

Ninguno de los dos sabía qué había sucedido realmente en ese lugar,
pero en las circunstancias en las que se encontraban no les importaba, pues

lo único que querían era sentir que estaban a salvo y que habían vuelto a
vencer a la muerte.
—¡Dios mío, Brian! ¡Creí que te había vuelto a perder!

—Esta vez no, princesa. Esta vez no.


Sin poder soltarse se besaron con la determinación de un amor que

rompe todas las barreras haciéndote más fuerte, y es capaz de enfrentarse al


destino con ilusión y esperanza.

Ambos sintieron como sus manos les temblaban, pero a pesar de ello
necesitaban con urgencia recorrer el cuerpo del otro en busca de rasguños y
heridas. Sollozaban, reían y suspiraban sin comprender qué había pasado,

pero se sentían profundamente agradecidos por esa ayuda que


milagrosamente les había salvado, poniendo a su alcance una nueva

oportunidad de permanecer juntos por muchos años.


Cuando quedaron convencidos de estar a salvo, y la adrenalina  empezó

a desaparecer de su organismo, se percataron del frío y del cansancio que


sentían, llegando a la conclusión de que sin esa ayuda que les habían

ofrecido ellos nunca hubieran logrado salvarse.


Como si fuera un acto reflejo ambos se volvieron hacia el pozo, y un

escalofrío les recorrió la espalda dejándolos helados. Sabían que en ese


lugar había sucedido algo inexplicable, ya que esa ayuda que consiguieron

y esas sensaciones que sintieron no tenían una explicación lógica.


—¿Qué fue lo que pasó? —le preguntó Christine, pues sabía que era

imposible que Brian detuviera su caída y se impulsara de pronto hacia


arriba sin ayuda.

—No lo sé, pero alguien me ayudó ahí abajo y le estaré eternamente


agradecido —fue lo único capaz de decir, al no saber cómo explicar lo que

le había ocurrido.
En ese momento se sentía tan confuso y tan cansado, que prefirió

apartar todo este asunto para cuando se sintiera más preparado para
pensarlo y asumirlo, ya que ahora lo que más anhelaba era estar con su

esposa.
Abrazados, pues se resistían a separarse, se volvieron a mirar

perdiéndose en la mirada del otro.


—Te amo —le confesó Brian y Christine solo pudo pegarse a su cuerpo

para abrazarle con fuerza.


—Prométeme que nunca más te pondrás en peligro —le rogó ella aún

temblando entre sus brazos.


—Te lo prometo siempre y cuando tú también me lo prometas.
—Te lo prometo —le juró ella, convencida de que cumpliría su

promesa, ya que por nada del mundo estaba dispuesta a volver a perderle.
Tras unos minutos dedicados a sentir el calor que emanaba del cuerpo

del otro volvieron a mirarse, y Brian no pudo resistirse a contemplarla


mientras acariciaba su rostro y le besaba los labios con dulzura.

—Gracias por quererme tanto —le dijo Christine emocionada.


Brian le dedicó esa sonrisa que ella tanto amaba y que creyó que nunca
más vería. Esa que le hizo enamorarse de él hasta el punto de entregárselo

todo sin importarle perder su propia vida. Estaba convencida de que se


encontrarían en el cielo, al nacer este en el azul celeste de los ojos de Brian,
y en esa sonrisa traviesa que desde ahora siempre la acompañaría.

Luego, tras darle un ligero beso en los labios y secarle una lágrima de su
mejilla, Brian le respondió emocionado al haber sido testigo del inmenso

amor que le procesaba:


—Gracias a ti por amarme de una forma tan intensa, que incluso has

conseguido romper las barreras del tiempo, pero sobre todo, gracias por
seguir luchando cuando parecía que todo estaba perdido.

—Siempre lucharé por nosotros —le confesó sin apartar su mirada, pues
aún le costaba asimilar que habían vencido al destino.

Christine comenzó a pensar cómo era posible que después de tanto


sufrimiento hubieran conseguido sobrevivir a esa terrible experiencia,

percatándose de que quizá todo ello había sido una prueba para determinar
el alcance de su amor y de su sacrificio. Esa suposición consiguió que un

escalofrío recorriera su cuerpo, al intuir que solo su obstinación les había


hecho aprobar el examen.

Sin querer pensar más en ello, al sentirse cansada tras un día tan largo y
dramático, Christine se perdió en un beso donde expresó toda su gratitud y
su amor, sellando por fin un capítulo de su vida que nunca podría olvidar al
haberla marcado para siempre.

Ambos eran conscientes de que se les había ofrecido la oportunidad de


demostrarse cuánto se amaban, y de cómo deberían aprovechar cada

segundo del día al ser la vida algo demasiado frágil y valiosa.


Después del beso y sintiéndose ahora más tranquilos, decidieron dejar

atrás ese lugar que siempre permanecería en sus pesadillas, para regresar al
calor de la cabaña sin querer soltarse de las manos.

Abrazados, no volvieron a hablar de lo que ahí abajo había sucedido


hasta horas más tarde, ya que por el momento no necesitaban una respuesta

a sus miles de preguntas, sino sentir que todo había pasado y estaban a
salvo.

Esa noche, tras ducharse juntos, hicieron el amor con lentitud y anhelo
recorriendo cada tramo de sus cuerpos, saciándose de ellos y de esa nueva
oportunidad que tenían por delante. Después, exhaustos, permanecieron
abrazados entre las sábanas revueltas mientras contemplaban en silencio la

salida del sol.


Habían sobrevivido a ese día tan terrorífico, y esperaban que la muerte
no les volviera a perturbar durante muchos años.
De madrugada, con los rayos de luz anunciando un nuevo comienzo,

hablaron entre susurros de lo que había ocurrido, y decidieron guardarlo


solo para ellos aunque sabían que no lo podrían olvidar jamás.
La suerte que tuvieron de ser ayudados, hasta en dos ocasiones por una

fuerza misteriosa, era algo que agradecerían siempre, y por ello acordaron
que ese día lo celebrarían no solo como su aniversario de boda, sino como
la vez en que su ángel de la guarda les había concedido de nuevo la vida.
Una vida que pensaban disfrutar y compartir hasta el fin de sus días,
cuando la vejez llevara años siendo su compañera, y rodeados de nietos e

hijos que se despidieran de ellos con una sonrisa en los labios.


Ellos guardarían en sus corazones el secreto de que ni el mismísimo
cielo consiguió separarlos, y por eso ya no temerían a la muerte, pues
estaban convencidos de que se estarían esperando al otro lado del tiempo y

de las nubes.
 
EPÍLOGO
 
 
 

Cementerio de Chicago
25 de Febrero del 2022

H
abía pasado un año desde aquel veintidós de febrero

en que había cambiado su vida. Aún podía recordar con


total nitidez esa ocasión en la que caminó sola por el

cementerio para visitar la tumba de su esposo, al igual


que nunca podría olvidar la tristeza y la soledad que la acompañaron a cada

instante durante su año de duelo.

Un largo y desolado periodo que marcó un antes y un después en su


forma de ser y de sentir, pues desde entonces le habían sucedido tantas

cosas extraordinarias, que jamás podría volver a ser la misma. Ahora creía

en sucesos inexplicables, en las segundas oportunidades y en que el amor


era la mayor fuerza del universo capaz incluso de desafiar el espacio y el

tiempo.
Ese era el motivo por el que Christine se encontraba de nuevo en el

cementerio en esa fecha tan señalada, al querer saldar la deuda de gratitud

que sentía por esa fuerza misteriosa que los había ayudado.

Y es que si de algo estaba convencida tras haberlo pensado durante días,

era de que la mujer del cementerio era la clave para resolver el misterio, de
qué o quién les había ofrecido una segunda oportunidad para permanecer

juntos.

Por eso ahora, justo doce meses más tarde, Christine volvía en busca de

una tumba cargada de preguntas y de deseos, aunque esta vez no caminaba

sola y abatida por el dolor, sino que andaba cogida de la mano de su marido
Brian.

Ambos habían decidido que era necesario saber si la pesadilla había

terminado y por fin estaban a salvo, y por ello habían pensado ir al

cementerio esa mañana, en busca de esa mujer que en su corazón la

evocaban como a su ángel de la guarda.

—Aún recuerdo el dolor que sentía cuando venía a verte a este lugar, y

sin embargo, era donde más cerca de mí te percibía. En casa me hacía daño
tu ausencia, pero aquí te notaba a mi lado —le confesó Christine mientras

caminaban.

Como un acto reflejo Brian apretó su mano para demostrarle que él

permanecía cerca, y para mostrarle que no debía temer al futuro pues él


siempre lucharía por estar con ella.

—Ya no volverás a estar sola —le aseguró—. Además, pienso estar a tu

lado durante los próximos sesenta años.

—Eso espero, porque voy a obligarte a cumplir tu promesa.

Brian comprendía lo duro que debió ser para Christine ese año de luto

por su muerte, pues cada vez que él pensaba en perderla se le oprimía el


corazón. Por eso no le extrañaba que su esposa hubiera desarrollado una

especie de fobia al futuro, al temer que transcurrido un año y volver a esa

fecha, algo volvería a cambiar y Brian acabara muerto.

Sabía que ese miedo a que el pasado se repitiera y él volviera a morir, se

iría desvaneciendo con el paso del tiempo, pero entendía la necesidad de

poner un broche a todo lo que les había pasado desde su accidente de

tráfico.

Ese era el motivo de estar esa tarde en el cementerio, pues necesitaban

poder mirar con ilusión y sin miedo al futuro.

—Además, ahora no solo me tendrás a mí, sino también a nuestro hijo


—le aseguró Brian para calmarla, ya que en las pocas ocasiones en las que

habían vuelto a hablar de ese día ella se alteraba mucho.

Christine se llevó la mano a su vientre plano para tocarse el lugar donde

su hijo crecía, y no pudo evitar sonreír al saber que dentro de ella se estaba

produciendo un nuevo milagro. Hacía solo dos meses desde su embarazo, y


desde entonces cada vez sentía más la necesidad de volver a mirar sin

miedo hacia adelante.

No quería volver a temer cada vez que Brian llegaba tarde, o cuando
cogía el coche o tenía una pesadilla. Necesitaba darle a su hijo la seguridad

de un mañana junto a unos padres cariñosos, y no tener que conformarse

con una madre recelosa de cada sombra.

—Lo sé, y te prometo que desde hoy mismo, pase lo que pase en este

lugar, pienso dejar atrás el pasado para empezar a mirar al futuro sin miedo.

Brian la detuvo en medio del camino y, sin soltarla de la mano, le

acarició la mejilla.

—Te amo sin importarme tus miedos, porque para mí siempre serás esa

mujer valiente que me dio las fuerzas para luchar y seguir hacia adelante.

Puede que tú aún no la veas, pero te aseguro que yo sí puedo contemplarla

cada vez que te miro a los ojos.

Y sin poder resistirse a la mirada de su esposa, Brian la besó, para

demostrarle que sus palabras eran ciertas, y que su amor por ella era cada

vez más fuerte.

—Te doy mi palabra de que a partir de hoy dejaré de comportarme

como una cobarde.

—¿Y me dejarás hacer paracaidismo? —le preguntó Brian con tono


divertido.
La cara pálida que puso Christine contestó a su pregunta maliciosa, y no

pudo hacer otra cosa más que reírse y abrazarla con todas sus fuerzas.

—Tranquila pequeña. Yo tampoco me atrevería a desafiar así a la suerte

—y besándola en la punta de la nariz continuó diciendo—: Puedes estar

segura de que lo más arriesgado a lo que me subiré será al metro en hora

punta.

Ambos sonrieron y volvieron a caminar en busca de una tumba situada

en un lugar exacto, pero cuyo nombre desconocían.

—¡Esa es! —indicó Christine minutos después señalando a una lápida.

Con aire solemne los dos se acercaron despacio a la tumba, sintiendo un


escalofrío al hallarse ante ella.

Era la primera vez que Brian se acercaba a ese lugar, al no haber

querido saber dónde lo habían enterrado tras su muerte. Por eso ahora, le

resultaba extraño contemplar lo que en otro espacio y tiempo había

albergado los restos de su cuerpo, estremeciéndose al ver ese trozo de tierra

que antes tenía su nombre.

Christine, nada más llegar a la tumba, había notado como Brian se

tensaba poniéndose rígido, comprendiendo lo duro que debía estar siendo 

para él estar frente a lo que había sido su tumba. Es por eso que permaneció

en silencio a su lado sin querer soltar su mano, y sin dejar de contemplar la


lápida repitiéndose por milésima vez lo afortunados que eran por seguir

juntos.

—Tu nombre ya no está inscrito, ¿crees que significa que no vas a morir

hasta dentro de muchos años, o que quizá mueras pero te entierren en otro

lugar?

Durante unos segundos Brian se quedó mirando el nombre del fallecido

que habían enterrado en esa tumba, mientras pensaba en la pregunta de su

esposa y recapacitaba sobre cómo se sentía.

—No estoy seguro, pero dentro de mí intuyo que tengo una segunda

oportunidad, y quiero pensar que eso significa que me quedan muchos años

por delante.

—Yo también quiero pensar que es así, pero no puedo evitar temer

perderte.

—Lo sé, cariño, pero la vida sigue y debemos aprender a no tener miedo

a lo que nos depare el futuro —le dijo Brian mientras se colocaba tras ella y

la cobijaba entre sus brazos.

El viento frío de febrero les rodeó haciéndoles estremecer, llevándose

con él un centenar de deseos.


—¿En qué estás pensando? —le preguntó Brian al notarla callada y

abstraída.

Christine soltó un suspiro y mirando a su alrededor le contestó:


—Creía que al regresar en esta fecha volvería a ver a Geline. Supuse

que estaría aquí visitando la tumba de su familia, como lo hizo la vez en

que la conocí.

—Tal vez esté pero no la veamos. O tal vez su futuro haya cambiado y

hoy no haya podido venir.

—Tienes razón. La verdad es que no lo había pensado de esa manera —

Christine se giró y quedó frente a su marido, que la miraba sin querer

perderse ni un detalle de su rostro—. Tenía tantas cosas que preguntarle y


tantas ganas de verla.

—Entonces esperaremos un poco más —indicó Brian al ver que era


importante para ella.

—No hace falta, además, estoy empezando a sentir frío.


Sin poder remediarlo la besó en la frente y la estrechó contra su cuerpo

para darle parte de su calor.


—Esperaremos cinco minutos y luego nos vamos a casa —afirmó Brian

dándole tiempo a que esa misteriosa mujer apareciera.


Durante esos minutos los dos miraron esperanzados en todas

direcciones, mientras se sentían protegidos al estar en los brazos del otro.


Pero el tiempo fue pasando sin que nadie apareciera y poco a poco la
ilusión de Christine se fue marchitando.
—Lo siento, cariño —le dijo Brian cuando ya habían esperado bastante
tiempo, y el frío se empezaba a notar más severo—. Si quieres podemos

venir a probar suerte mañana.


—No hace falta, en realidad ha sido una idea estúpida. Será mejor que

regresemos a casa.
—¿Estás segura? A mí no me ha parecido una tontería venir a buscarla.

De hecho, ha sido una idea brillante comprobar si esa mujer es real o si es


nuestro ángel de la guarda.
Christine le sonrió, pues le encantaba esa forma de ser de su marido. Él

siempre la había apoyado en todo, incluso cuando se presentó ante él con la


historia increíble de su accidente y muy pocas personas hubieran dado

como válida.
—Regresemos a casa —le aseguró, pues empezaba a comprender que

los milagros debían considerarse un regalo del cielo sin explicación y sin
condiciones.

Dispuestos a dejar atrás el pasado comenzaron a caminar, pero el


destino aún no había terminado de jugar con ellos, y justo en ese instante le

pareció percibir la silueta de una mujer que estaba parada tras ellos.
Era como si hubiera salido de la nada, pues estaba convencida que al

girarse para alejarse de la tumba no había visto a nadie que viniera hacia
ellos, y sin embargo ahora, justo detrás suyo, había alguien de pie quieta y
en silencio mientras les observaba.

Fue entonces cuando las pulsaciones se le aceleraron, y hubiera jurado


como escuchó pronunciar su nombre al viento.

En un acto reflejo Christine se paró, y mirando recelosa sobre su


hombro comprobó si realmente ahí había alguien o se lo había imaginado.

Despacio siguió girando hasta que apareció ante ella una mujer joven
vestida de blanco, con el cabello largo y suelto y la mirada fija en ellos.

Brian no pareció darse cuenta de esa presencia, pues le pilló por


sorpresa que su esposa se detuviera, y la observó extrañado sin percatarse

de la mujer que estaba parada de pie tras ellos.


Con solo observar a Christine, Brian advirtió que algo estaba

sucediendo, y se quedó sorprendido cuando al girarse vio a una mujer que


les sonreía a escasos dos metros y no había visto antes.

—¿Puedes esperarme aquí? Necesito hablar con ella —le pidió


emocionada, y para su sorpresa sin nada de miedo o recelo.
—¿Es ella? —Christine asintió con la cabeza, y Brian le soltó de la

mano al no ser capaz de hacer o decir nada más.


Despacio Christine acortó la distancia que las separaban, y colocándose

justo frente a ella le dijo:


—Me alegro de que hayas venido.
La mujer simplemente asintió, confirmando que era la misma persona

que había conocido un año antes y supo, por la forma misteriosa de


aparecer ante ellos, que algo tenía que ver con su viaje en el tiempo.

—Quería darte las gracias por todo lo que has hecho por nosotros. Sé
que fuiste tú quien me dio la oportunidad de regresar para salvar a mi

marido.
Las dos permanecieron en silencio mirándose, sin que ningún ruido se
atreviera a interrumpir el silencio del campo santo.

Christine se preguntaba cada vez más alterada por qué en esta ocasión
no le hablaba. Ella tenía tantas cosas que preguntarle y tanto que

agradecerle, que no sabía por dónde empezar. Quería acercarse a ella y


tocarla, pero le parecía en esta ocasión tan etérea, que temió que se

desvaneciera con un simple roce perdiendo así la oportunidad de obtener


respuestas.

Decidida a no esperar por más tiempo para saber la verdad, se decidió a


ser ella la que empezara con las preguntas.

—Me gustaría saber…


—¿Es ese tu marido? —la interrumpió con su voz dulce y aterciopelada.

Christine se giró y observó cómo Brian las contemplaba atónito.


—Sí. Es Brian.

—¿El hombre al que amas?


—Sí.

Geline se quedó mirando por unos segundos a Brian, para después


sonreírle y volver a mirar a los ojos a Christine.

—Se nota que te quiere mucho —le dijo Geline al fin.


Christine solo pudo asentir, pues en ese momento se percató que había

algo diferente en esa mujer. No estaba segura de lo que era, pero resultó
curioso que no lo hubiera percibido la primera vez que la vio.

—Sé que tienes muchas preguntas, pero yo no tengo las respuestas.


Tendrás que aprender a vivir con las dudas, y con el tiempo, tratar de

contestarlas por ti misma.


—¿Entonces por qué has venido?

Geline sonrió y se acercó un paso más a ella.


—Siempre te ha gustado ser directa —comentó Geline sorprendiendo

con estas palabras a Christine—. Pero hay muchas cosas que no sabes y que
es mejor que nunca sepas, aunque también hay otras que desconoces y me
gustaría decirte.

Christine simplemente asintió sintiéndose cada vez más confusa, ya que


la forma en que Geline se refería a ella implicaba que la conocía desde

hacía años, y sin embargo, ella no la recordaba.


—Quería darte un mensaje de parte de tu madre.
—¿De mi madre? —preguntó extrañada y sintiéndose cada vez más
perdida al comprender cada vez menos lo que pasaba.

Geline asintió y le sonrió.


—Así es. Ella nunca te abandonó, Christine.
Por unos instantes el corazón de Christine se detuvo al escucharla.

Desde la adolescencia no había vuelto a hablar de ella apartándola de su


mente, para nunca más volver a querer saber qué le había sucedido o qué le

había impulsado a abandonarla.


Le resultaba demasiado doloroso pensar que la mujer que le había dado

la vida la había abandonado sin regresar jamás a buscarla, y por eso le


extrañaba que esa desconocida sacara el tema, y más que la conociera, pues

era algo que pertenecía a su pasado y siempre lo había mantenido en


secreto.

Sin embargo algo en la mirada de Geline le hizo sacar de su corazón esa


amargura que siempre la había acompañado, y por primera vez en muchos

años, habló de su madre.


—Me dejó cuando solo contaba con unos meses y nunca más regresó ni

supe de ella —le dijo resentida por esa mujer que nunca conoció.
—Ella se asustó y se marchó, pero en realidad no quiso dejarte.

—Entonces, ¿por qué no volvió nunca? —le preguntó cada vez más
enojada.
—Ella murió, Christine, por eso nunca regresó a tu lado. Pero antes de
morir comprendió su error y quería volver contigo —Geline con sumo

cuidado acarició su mejilla como tratando de consolarla—. Te quería


muchísimo, pero era demasiado joven y le dio miedo afrontar las

responsabilidades.
A Christine le dolía escucharla hablar y más cuando le estaba diciendo

que la habían querido. Durante toda su vida su mayor deseo fue tener una
madre, pero solo pudo contar con el amor incondicional de su abuela,

sintiendo un gran pesar al saber que ninguno de sus padres la había querido.
Por eso se había convertido en una mujer desconfiada, y por eso le

agradecía tanto a Brian que le hubiera dado su amor, pues sin él estaba
convencida que hubiera pasado la vida sola, desconociendo lo que era la

felicidad de ser amada y de amar.


—Tienes que comprender que cuando te tuvo era muy joven, y tardó en
averiguar lo que significaba ser madre. Pero lo entendió, Christine, ella
supo lo que era entregarse sin esperar nada a cambio. —Sin apartar su

mirada de la suya, y mostrando la ternura que guardaba en sus ojos, Geline


le siguió diciendo—: Su último deseo antes de morir fue cuidarte, y es a ella
a quien tienes que agradecérselo todo.
—¿Te refieres a que ella me hizo regresar al pasado? —le preguntó

tratando de retener las lágrimas.


—Me refiero a que fue ella la que te cuidó desde que eras una niña, la
que te animaba en sueños a que siguieras adelante, y la que te apoyó

dándote su energía cuando te sentías decaída. Ella siempre ha estado


contigo en todos los momentos de tu vida, aunque no pudieras verla.
—No lo sabía —consiguió decir antes de que las lágrimas comenzaran a
resbalar por su mejilla—. Siempre pensé que ella…
—Lo sé, mi niña, pero tú para ella siempre fuiste su alegría.

—Esa frase también me la decía mi abuela —le contestó con una


pequeña sonrisa al mencionarla.
De pronto, al contemplar cómo Geline la miraba con cariño, sintió la
necesidad de saber algo sobre su madre, a pesar de estar segura que conocer

la verdad de lo sucedido la dañaría.


—¿Cómo murió?
—Eso ya no importa y saberlo solo te traerá dolor. Solo te diré que el
mundo es un lugar muy duro para una muchacha sola y confiada.

—¿Sufrió? —necesitó saber, a pesar de que intuía que así había sido.
—Solo cuando en sus últimos instantes de vida comprendió que nunca
más volvería a verte.
Christine asintió sin poder evitar llorar, por esa madre a la que nunca

pudo abrazar y que sin saber había odiado durante años por haberla
abandonado, cuando en realidad, de alguna manera, siembre había estado
con ella.

Pensó que quizá su madre Evangeline al morir se había transformado en


su ángel de la guarda, y una idea se le empezó a formar en la cabeza.
—Geline, ¿cómo pudo hacer ella todo eso, cómo me cuidó y me ayudó
a regresar junto a Brian?

—Porque te ama muchísimo y el amor lo puede todo.


La contestación la dejó sin aliento, al imaginarse la profundidad de ese
amor para conseguir semejantes logros.
—Podrías decirle que yo también la quiero y que lamento haber

pensado mal de ella durante todos estos años.


Geline asintió, y Christine notó como si un enorme peso se le quitara de
encima. Fue entonces cuando comprendió que ese ángel de la guarda que
tanto les había ayudado en realidad había sido su madre Evangeline.
Ella la había hecho retroceder un año en el tiempo, la había guiado hasta

Brian en el bosque, y le había sostenido e impulsado para que este saliera


del pozo. Todo lo había hecho su madre por amor, cuando ella solo le había
guardado reproches.
—Ojalá pudiera rectificar tantos años de acusaciones y de dolor. Me

gustaría poder mirarla a los ojos y decirle que lo siento.


—Sé que lo sientes mi niña, y por eso estoy hoy aquí.
—Gracias Geline. No sé cómo podré compensarte por ser su mensajera.

Geline sonrió y le dijo:


—¿Qué te parece si le pones el nombre de tu madre a tu tercer hijo?
Christine sonrió llevándose la mano a su vientre pues le resultaba
extraña esa petición cuando ya estaba embarazada. Y más cuando se
suponía que Geline, como mensajera celestial debería saberlo.

—¿Y por qué no se lo pongo al primero?


Geline soltó una carcajada y le dijo entre susurros:
—Porque no quedaría bien que un niño se llamara Evangeline —y
acercándose a su oído le murmuró para que nadie la escuchara—: Prefiero

esperar a tu tercer hijo que será una niña.


La cara de Christine se volvió blanca al comprenderlo. Iba a tener como
mínimo tres hijos y los dos primeros serían varones, por eso tendría que
esperar a que naciera su hija en tercer lugar. Al pensar en ello sonrió

encantada, al imaginarse a Brian y a ella formando una gran familia llena de


niños; un sueño que ambos querían y que al parecer tendrían la suerte de
conseguir.
—Así que vas a ser un niño —le habló a su hijo no nato mientras seguía

acariciando su barriga.
Cuando volvió a mirar al frente vio como Geline se había girado y
estaba alejándose despacio de ella como si flotara ayudada por el viento.
Christine avanzó unos pasos como queriendo retenerla, ya que aún tenía

que preguntarle muchas cosas que eran importantes para ella.


—¡Espera!, aún tengo muchas cosas que decirte —pero la mujer siguió
caminando sin detenerse—. Geline, por favor, dime por lo menos si mi
madre seguirá estando a mi lado.

Geline se volvió despacio mientras el viento la envolvía removiendo su


cabello y su vestido blanco, y mirándola a los ojos con una dulzura
inmensa, le mandó en un susurro su respuesta para que solo ella pudiera
escucharla.

—Yo siempre estaré a tu lado.


Y entonces las piezas del rompecabezas encajaron de golpe. Geline era
el diminutivo de Evangeline, el nombre de su madre. Había sido ella desde
el principio y ni siquiera se había dado cuenta, a pesar de que al mirarla
veía algo familiar en ella.

Ese era el motivo por el cual se sentía tan a gusto a su lado y no la


temía, la causa de que solo ella la escuchara cuando susurraba, y por eso
había aparecido cuando más la necesitaba.
Esa mujer misteriosa que creyó una desconocida en realidad era la

madre a la que siempre reprochó que la hubiera abandonado, cuando en


realidad siempre estuvo a su lado convirtiéndose en su guía y su guardiana.
—¡Mamá! —La llamó cuando vio que volvía a girarse para marcharse

—. Te quiero.
Geline le sonrió diciéndole sin palabras que ella también la amaba, para
después simplemente girarse, y comenzar a caminar hasta desvanecerse
llevada por el viento.

Christine no supo cuánto tiempo se quedó ahí parada esperando a que


ella volviera, ya que transcurrido algún tiempo solo fue consciente de los
brazos de Brian sobre ella para cobijarla, y de las sombras que poco a poco
empezaban a cubrirles.

—Tenemos que marcharnos preciosa, está oscureciendo y cada vez hace


más frío —le dijo Brian bajito en su oído, aún impactado al haber visto
desaparecer a esa mujer ante sus ojos.
—Era mi madre —le susurró ajena a la llegada del ocaso y la posterior

bajada de las temperaturas, pues en esos instantes se encontraba sumida en


sus propios pensamientos al tratar de asimilar todo lo que había descubierto.
—Lo sé cariño. Escuché como la llamabas así.
—Fue ella quien nos ayudó —le aseguró tras volverse para mirarle a los

ojos—. En realidad, ella siempre me protegió de todo, aunque nunca lo


supe.
—Entonces tienes suerte de tenerla como ángel de la guarda.
—Sí, ella me dijo que siempre estaría a mi lado.
Le costaba hablar al notar un nudo en el pecho a causa de la inmensa
emoción que estaba sintiendo, pero sobre todo al percibir cómo el dolor que
había guardado toda la vida se iba transformando en una inmensa alegría, al
saber que su madre siempre la quiso y había estado cerca.

Suspirando se abrazó a Brian, y sin poder evitar sonreír al recordar todo


lo que había hablado con Geline, le dijo a su marido:
—Ella siempre me quiso. Pensé que era mi abuela la que desde el cielo
me guiaba, al haber creído que mi madre se había olvidado de mí. Pero no

fue así, y me alegro que sea ella la que me cuide, aunque sé que mi abuela
también está en el cielo ayudándonos.
Emocionada, se abrazó con más fuerza a su esposo al necesitar sentirle,
permaneciendo así durante unos segundos hasta que por fin pudo seguir
hablando.

—Brian, ahora sé que no tengo de qué preocuparme. Te tengo a ti y las


tengo a ellas, pronto también tendremos una gran familia, y estoy segura de
que seremos muy felices durante el resto de nuestras vidas.
—Yo también lo creo princesa, y estoy seguro de que tendrás que

soportarme durante muchos años.


Ambos sonrieron y se besaron, marcando así un nuevo comienzo en sus
vidas, donde cualquier cosa era posible y donde juntos lograrían salir
adelante.
Cargada de esperanzas e ilusiones para el nuevo futuro que les esperaba,
Christine dejó atrás los miedos, y se juró a sí misma que nunca más se
dejaría llevar por el dolor y las dudas, confiando más en las personas que
estaban a su lado y la querían.

Estaba convencida de que desde ese mismo instante el destino solo


dependía de Brian y de ella, pues solo ellos podían decidir la manera de
vivir su vida, y ella, después de lo ocurrido, estaba decidida a ser feliz cada
día, por lo que le dedicó a su marido una gran sonrisa y le dijo:

—Entonces regresemos a casa —y tirando de él se encaminaron hacia la


salida—. Además, tengo muchas cosas que hacer, como pintar la habitación
del niño en azul.
—¿Estás segura? Creí que ibas a pintarla de amarillo al no saber si será

niño o niña —le preguntó cogiéndola de la mano, y sonriéndola encantado


con esa actitud alegre que no mostraba desde lo ocurrido en la cabaña, hacía
justo un año.
—Sí. Según mi madre, ese color quedará perfecto.

—¿Y qué más te ha dicho? Desde donde yo estaba apenas he podido


escuchar gran cosa.
—Cariño, tendrás que esperar hasta que lleguemos a casa para que te lo
cuente.
Y sin más salieron del cementerio para no volver a visitarlo, pues sabían
que en él ya no encontrarían respuestas. Para ello solo tendrían que mirar
hacia el futuro, y preguntarle al corazón qué deseos guardaba en su interior

para cumplirlos.
Christine nunca más volvió a temer al destino, y mucho menos a
sentirse sola, pues ahora tenía a una familia que la adoraba y a una madre
que estaría por siempre cuidándola. Pero sobre todo porque tenía el amor de
un hombre que le hacía comprender que por ella, vencería a las barreras del

tiempo y de la muerte.
Lo sabía porque ella así lo había hecho, y lo volvería a hacer si fuera
necesario.
NOTA DE LA AUTORA
 
 
 

U
n amor más allá del tiempo es la primera novela
paranormal que escribo, por lo que os pido perdón si no

os ha convencido.
Quería mostrar un amor tan fuerte que incluso

venciera a la muerte, dando esperanzas cuando todo parecía perdido.


También quería hacer pasar a los protagonistas por unas situaciones que

solo el amor podía hacer llevaderas, no solo haciéndoles más fuertes, sino
también enseñándoles lo afortunados que son por tener a alguien a su lado.

Soy consciente de que esta historia que os relato es imposible que

suceda en la vida real, pero lo que sí quería mostrar es la fuerza del amor y
la familia.

Sé que muchas de vosotras habéis sufrido una enfermedad o, como en

mi caso, habéis tenido a un familiar que ha pasado por ello. Yo tuve la


suerte de que mi hermana saliera adelante y se le haya ofrecido otra

segunda oportunidad, y por eso quería dedicar este libro no solo a ella, sino

a ese Dios o destino que fue indulgente con nosotros.


La fuerza del amor es algo maravilloso que puede hacerte la persona

más fuerte del mundo, o conseguir que desesperes y desfallezcas. Este libro

es un canto a esa fuerza, a ese valor y a esa resistencia, que te da saber que

tienes a alguien que te ama y que está dispuesto a todo por ti.

Me gustaría que cada una de vosotras sintiera lo que es ese amor, ya sea
mediante un esposo, un hijo, una abuela, una madre o una hermana. Pero, si

por desgracia os resulta imposible tener a vuestro lado a esa persona

especial que os dé apoyo y consuelo, aquí os dejo esta novela para que

podáis amar a través de ella.


Si te ha gustado este libro también te
gustará
 
 

Siempre me han parecido irresistibles los hombres irlandeses.

¿Y Devin?
Es el más sexy de todos.

 
Perdí mi inocencia con Devin en la noche de San Patricio hace cuatro

años.
Durante una temporada lo nuestro parecía perfecto, hasta que descubrí

que me era infiel.

Si despedirme, me marché guardando el secreto de que estaba


embarazada.

Ahora, lo he vuelto a ver y, aunque las chispas saltan entre nosotros, me

ha dejado claro que odia a los niños.


Por desgracia Devin se ha enterado que tengo un hijo, pero me da miedo

decirle que es suyo.


Y el día que se entere….

¡Oh cielos!

ª Un romance con contenido erótico.


 
 

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