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Los nú meros rojos son como las orejas del lobo, no los ves hasta que no los
tienes peligrosamente cerca. Era algo que Elvira llevaba temiendo desde hacía dos
añ os, cuando su novio, Diego, había muerto en un concierto. El muy estú pido se
había subido al escenario y se tiró al pú blico pensando erró neamente que no se
iban a apartar. Sin los ingresos de Diego y con su trabajo precario de tele
operadora, no le llegaba para comer y pagar el alquiler.
Diego tenía que moderarse con sus apariciones, no querían asustar a esta chica
así que Elvira le advirtió y durante la primera semana estuvo muy tranquilo hasta
que volvió a las andadas. La primera vez que se manifestó , fue girando trescientos
sesenta grados la cabeza de la Nancy que Estefanía conservaba con cariñ o, regalo
de primera comunió n, con su velito, su vestidito blanco, un cirio, la biblia y el
rosario todo incluido en el pack. Elvira salvó la situació n cogiendo la muñ eca y
haciendo preguntas sobre ella, lo que no gustó demasiado a Estefanía que se
enfureció .
Cada vez que intentaba evitar que Estefanía percibiera las manifestaciones de
Diego, Elvira le hacía enfadar má s y má s. Había notado un brillo extrañ o en los ojos
de aquella joven pero pensó que era producto de su imaginació n. Nadie podía
cambiar su color de ojos hacia el amarillo.
La gota que colmó el vaso fue cuando Estefanía puso la cope en el rezo del
á ngelus. La radio voló por la ventana antes de que el cura pronunciara la primera
palabra y empezó la catá strofe en el saló n de la casa. Resulta que Estefanía estaba
poseída por uno de los demonios má s poderosos del averno: Asmodeo. Diego lo
sabía porque lo había visto en el plano espiritual y había tratado por todos los
medios de alertar a Elvira sobre ello. Si no hubiera tirado la radio por la ventana,
posiblemente la reacció n de Estefanía hubiera sido mucho peor que poner la casa
perdida a escupitajos con aspecto de puré de guisantes, probablemente le hubiera
prendido fuego o algo peor.
Mientras Elvira buscaba por toda la casa una maldita radio para poner el
á ngelus y exortizar de forma algo rudimentaria a Estefanía, Diego intentaba
aplacar al demonio en el plano espiritual aunque le estaba dando una paliza de
muerte. El muchacho nunca fue un culturista en vida y en la muerte se había
quedado como la piltrafilla escuá lida que era al morir.
Para cuando el Elvira encontró la radio, el á ngelus se había acabado, iban a morir
entre ríos de vó mito demoníaco con olor a azufre.