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EL PRECIO DE LA TRAICIÓN

Cuando supo exactamente dónde estaba, en ese mediodía caluroso, sintió unos deseos
violentos de ir a buscarla y acabar con ella, no sabía si llamarlo traición, deseo desbocado por la
pasión o ganas locas de volver a vivir, pero fuera lo que fuera, acabó por estropear su almuerzo,
no tuvo ganas de terminar lo poco que restaba de su plato, solo sintió unos estallidos en el
estómago y sucesivos hincones en la cabeza.
Si ella estaba en ese lugar con toda seguridad que también estaría ese sujeto a quien había
aprendido a borrar de su mente y del corazón; sin embargo, había anocheceres en que parecía
escuchar su respiración detrás de la puerta del dormitorio matrimonial, ya en ese momento, a
pesar de haber transcurrido más de dos años desde el día en que ella se fue sin avisar, no sabía a
quién odiaba más en esta vida.
En los primeros días de aquel infame acto, los buscó con su vetusta escopeta de matar
venado por los lugares donde él se escondería si robase a una mujer, no aceptó ningún consejo ni
reflexionó en sus actos, solo se imaginaba dando justicia a aquella afrenta que a ningún hombre
de esta tierra se lo podía hacer.
Estaba seguro de que lo único que hablaba el vecindario por esos días era el cómo, el por
qué y demás pormenores de lo sucedido, pero lo que más le enrabiaba y le exasperaba la bilis era
lo que comentaban sus familiares más cercanos, sus tíos y primos, que nunca le habían servido
para el menor favor, seguramente se relamían en el gusto de la infame afrenta, solo su anciana
madre Rosa, al verlo con el arma en la mano, lloró e imploró para que no siga dándose esa cadena
de sucesivas tragedias, conociéndolo tan bien como nadie, no se atrevió a interceder, ni ella misma
pondría las manos al fuego por el hacedor de ese acto infame porque lo sucedido era una de las
cosas más descabelladas que podía hacer un ser humano en su sano juicio, ni ella misma
perdonaría un acto como ese, Marcial sintió aún más el golpe porque nadie, razón de por medio,
podía justificar lo sucedido, no había motivos para que ella se hubiera ido de esa manera y ello
le enfurecía aún más; tanto en el mercado como en la cantina de don Mario, en lugar de un
encarnizado debate, todos concordaban que lo sucedido era la peor vileza que le había tocado
vivir a ese hombre que se había pasado la vida trabajando para una vejez cómoda y sin sobresaltos.
Mientras veía la foto recordó el día en que ella abandonó la casa, no sabía exactamente
los pormenores pero cuando llegó a su hogar después de una semana de ausencia se quedó perplejo
al darse solo con lo frío y desolado de una relación de casi cuatro años, en apariencia ese lugar
parecía el mismo pero la desolación y repentina ajenidad, lo dejaron desconcertado, cuando dio
los primeros pasos en la habitación matrimonial confirmó el temblor de su corazón, no había
dudas, ella se había marchado de casa llevándose sus pertenencias, ante esa situación inesperada
no supo qué hacer, se limitó a mirar por todas partes como buscando una explicación pero solo el
silencio reconfirmó su nueva situación de hombre burlado por el destino y por una mujer que
alguna vez dijo quererlo.
No esperó que amaneciera y a pesar de su cansancio de siete días de continuo trabajo,
trató de solucionar ese impase antes que empeorase, no entendía por qué pero en el fondo sabía
que su problema iría a complicarse más de lo que ya estaba, trató de encontrar una razón para que
ella hubiera tomado la determinación de volver con su madre, no sabía qué había hecho
exactamente, quizá sus continuas ausencias e incomunicación le hicieron tomar esa decisión pero
quizá justificando su comportamiento ella iría a comprender y volvería con él esa misma mañana;
junto con la señora Consuelo y su persona le harían entrar en razón y Camila convenciéndose de
que si quería tener algo en la vida tenía que empezar por ceder en algunas cosas entonces volvería
con sus propios pies al lugar de donde no debió salir nunca y con esas mismas manos devolvería,
una a una, sus pertenencias a su respectivo lugar.

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En la desolación de lo incierto y justo cuando estuvo por salir con dirección a la casa de
su suegra, encontró una hoja doblada por la mitad en medio de la cama, una vez más su cuerpo
cobró su propia independencia, quiso extender la mano para coger la nota, pero sintió que no
podía, se sintió incapaz, en el fondo sabía que esa nota no portaba nada bueno; sin embargo, no
tenía más solución que darse con su propia realidad, ante la resistencia de su ser, una fuerza
desconocida le hizo abrir el papel, sintió el mareo del garabateo y la confirmación de lo inevitable,
no había equivocación, lo que estaba escrito allí lo puso por un instante al borde del desmayo
impulsado por la rabia e impotencia.
—No me busques, me largo con el hombre de mi vida.
Se quedó un buen tiempo mirando por la pequeña ventana de marcos de madera, no había
duda, esa era su letra, ella misma había develado su verdad mediante esa frase, habían esperado
que se fuera a trabajar para llevar a cabo su plan; sin embargo, aquella deslealtad seguramente
databa de largo tiempo, ella no daba un paso sin estar segura de las consecuencias, miraba el
verdor de los cerros y el cielo azul despejado pero en su mente corría como un tren las distintas
escenas en que salía ella sirviendo la cena, sonriéndole, preparándole la maleta de viaje, la caricia
inesperada pero en un instante, previo a su partida, uno de sus gestos la puso al borde del desvelo
y el pánico, una pregunta inesperada la dejó descolocada y con el rostro pálido como de muerto.
—Ayer vi que te ibas y no regresabas más —le dijo de pronto. Ella se quedó impávida.
Él continuó convencido.
—Eso soñé noche.
Trastabilló por un momento, pero al descubrir que había sido un sueño que se lo contó
solo por decir algo le devolvió la tranquilidad; sin embargo, ahora él se daba cuenta, ahora
entendía muchas cosas, ahora encajaba su nerviosismo y sobresalto, ahora entendía sus
prolongadas distracciones y su repentino nerviosismo cada vez que alguien tocaba la puerta, una
y otra vez se le aparecía ese rostro pálido en el horizonte, ¿Qué estaría haciendo ahora?, ¿en qué
lugar estaría?, pero sobre todo ¿quién era ese sujeto con quién se había dado a la fuga? Por más
que quiso no pudo identificar a la persona, pero tarde o temprano, se sabría la verdad, no había
nada en este mundo cuyo misterio durase una eternidad, para atenuar la afrenta arrugó la nota
hasta dejarlo como una pelotita y lo guardó en el cajón de su mesa de noche, abrió como pudo el
baúl y de en medio de las ropas viejas sacó su escopeta, no quiso perder más tiempo en
cavilaciones, aquello no se resolvería pensando sino con acciones y para no perder más tiempo
porque quizá podrían estar cerca, se enrumbó hacia la casa de su suegra, cuando salió a la calle
sintió el frío del amanecer, algunas personas se quedaron perplejas al verlo escopeta en mano pero
él no los miró ni tampoco sintió nada, solo veía el camino estrecho y pedregoso que lo conduciría
a la casa en donde quizá, por algún motivo inesperado, estuviera su ahora desconocida Camila.
Tocó la puerta sin interrupción con la culata de la escopeta, la suegra aún en pijama y con el gorro
blanco de dormir, se inclinó por la ventana del segundo piso.
—Tu hija me ha abandonado —le gritó parándose firme y colgándose la escopeta en la
espalda—. He venido para llevármela a casa, haz que salga de inmediato.
La mujer desde arriba sintió el golpe de la desgracia y cubriéndose con un chal negro bajó
presurosa.
—No la he visto en dos días, pensé que estaba contigo en casa. —Dijo ella temblando de
miedo.
Vio en sus ojos y en su expresión la certificación de la sinceridad, siempre le había
impresionado su rectitud y severidad porque desde el día en que decidieron comprometerse ella
misma delante de todos dijo:

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—A partir de hoy no quiero saber de problemas, la mujer tiene la obligación de soportar,
en silencio, los sobresaltos de la vida conyugal, les deseo lo mejor, vivan su vida y de mí es mejor
que se vayan olvidando.
Consuelo había cumplido siempre con su palabra, nunca se había entrometido en los
avatares de la vida en pareja, más al contrario, cada vez que Camila iba a visitarla con la pena
retumbante en el corazón regresaba horas después resuelta y con ganas de empezar de nuevo. Él
no quiso decir nada de lo que informaba la nota, ello quizá se iría develando de manera progresiva,
quizá en el último instante algo inesperado hubiese ocurrido y estaría por allí divagando, prefirió
mantener en reserva el verdadero motivo de la desaparición, en contados segundos Consuelo salió
resuelta a solucionar el problema.
—Si no está en el hospital entonces está en la morgue. Acompáñame.
Fueron presurosos rumbo al hospital, Consuelo iba adelante pidiendo a todos los santos
que Camila estuviera hospitalizada o muerta, no había, fuera de ello, otra explicación, en lo que
iba de sus años se había cuidado tanto para que a esas alturas de su vida se tornara en comidilla
de la gente, no estaba dispuesta a aceptar aquello que por un instante se le cruzó por la cabeza,
primero muerta antes que la deshonra, Marcial también iba detrás, obnubilado, deseando en el
corazón saber quién era esa persona con el cual se había fugado su esposa, más que vergüenza
sintió impotencia, Camila nunca dejó entrever el menor signo de infidelidad, pero ¿qué estaba
pasando?, o quizá todo ello se debía a una burla y que en la tarde todos estarían en casa riendo de
felicidad; sin embargo, la verdad era más cruenta de lo que parecía; camilla por camilla registraron
el hospital, ella sentía que se le acaba la respiración, para eliminar cualquier duda se acercó al
médico de turno, éste le confirmó la sospecha, en ese lugar no había nadie con esas características,
cuando fueron a la morgue y les reconfirmaron lo que ya suponían, Consuelo lloró llena de rabia
e impotencia, para redondear la tragedia Marcial agregó casi sin querer algo que en el fondo de
su corazón le habría gustado mantener en reserva; sin embargo, se dejó vencer por la rabia.
—Se ha ido llevándose todas sus ropas —dijo mirando a cualquier otro lugar menos a la
suegra—. Se fue con otro hombre. Dice que no volverá nunca más.
Consuelo no necesitó de más detalles, en ese momento supo que la aberración y la locura
tenían un nombre, hizo rechinar sus dientes, eso sí que nunca le iría a perdonar, ella que siempre
la había educado bajo principios sólidos, ella que se había pasado la vida entera aconsejándola,
ella que le había dicho mil veces que lo más valioso de una mujer era su dignidad, ella que conocía
por experiencia vivida las distintas penurias que les tocó pasar para llevarse un pan a la boca, ella
que sabía de lo difícil de la soledad y el precio del dolor, ella que estaba casi impelida de romper
ese vergonzante círculo vicioso de cometer los mismos errores de sus antepasados, ahora con ese
acto no solo confirmaba su esencia perversa y maldita, sino que inmediatamente pasaba a perderlo
todo, en efecto, lo que había construido a base de esfuerzo a lo largo de tantísimos años se iba por
el desfiladero, no solo le inquietó la mala suerte que le seguiría a su hija sino que a partir de ese
momento la gente empezaría a especular y suponer hasta el delirio menos imaginado, ¿qué
argüirían sus vecinas?, ¿qué diría su comadre? Flagelada por el suceso se refugió a la sombra de
un nogal y allí lloró amargamente hasta el cansancio. Marcial también quedó sobrecogido, se
sintió inútil y burlado, aborreció su dedicación y esmero, se recriminó una y otra vez su tesón
por el trabajo, en esos casi cuatro años se había esforzado en dar lo mejor de sí, trató de ser siempre
comprensivo, porque en el fondo, en lo más recóndito de su ser, sabía que a pesar de haberla
cortejado, mostrándose siempre dispuesto y dadivoso, el día que le pidió la mano, ella había
aceptado tan solo llevada por la resignación y el cansancio, y como impulsada por la fuerza de la
costumbre, lo abrazó como se abraza a los amigos en los momentos trágicos y ahogó un suspiro
largo y profundo, fue en ese momento en que él también entendió que si Camila había dado el sí
no era tanto por amor sino porque no había otra persona en este mundo que se atreviera a tanto, o
la persona que ella habría deseado se encontraba demasiado distante como para hacerle una
propuesta de esa magnitud, quizá en su corazón habría albergado un secreto apasionado y
ardiente, quizá habría amado en silencio a alguien, pero como esa persona por nada del mundo se
atrevería a rozar el deseo de lo supremo, empezó por resignarse, quizá esa no habría sido la

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primera resignación, pero sí una de las más importantes, no solo por las circunstancias que le
había tocado vivir sino también por su madre que creía que no había mejor opción amorosa en
todo el pueblo que el siempre sano y correcto Marcial, ese joven sí valía la pena, ella lo había
visto crecer desde que era un mozalbete, siempre formal y respetuoso, nunca se supo de él el
menor escándalo, siempre dedicado al trabajo y a su madre, por esa razón si había un hombre en
todo Ciudad de Dios ese era Marcial, desde el momento en que la vio hizo lo posible por
complacerla, se aparecía, de pronto, por los lugares donde ella frecuentaba, trataba de coincidir
hasta en los sitios menos imaginados, hasta se apersonaba por motivos ínfimos a la casa de
Consuelo, había dado tanto de sí que al cabo de siete meses de continua insistencia y sin obtener
la más mínima sonrisa, decidió darse por vencido, Camila nunca sentiría la más mínima
conmiseración por él, decidió darse por vencido, estaba convencido que en esta vida se podía
comprar todo pero menos amor, así que en una noche de profunda soledad se resignó, ella nunca
sería para él.
Fue entonces cuando Consuelo decidió interceder a favor del desahuciado; pobre joven,
solo él se había portado a la altura de las circunstancias, siempre atento y respetuoso, cada detalle
ofrecido había conmovido a muchas, pero jamás a la elegida, a una persona como él sí valía la
pena tener como esposo, además reunía todo lo que un hombre ya quisiera tener: inteligencia,
belleza y solvencia, la madre estaba emocionada, ya le hubiera gustado a ella tener un novio como
él.
—Hay hija —dijo suspirando de emoción—. Tu padre no fue ni la mitad de lo que es
Marcial y como si fuera poco es de buena familia.
Camila intentó refutarla, quiso decirle que el amor no se imponía ni se obligaba, sino que
surgía como impulsado por una inspiración divina, como la llegada repentina de las mariposas
blancas en invierno, pero conociendo a su madre, prefirió callarse; quizá Consuelo por ser madre
y mujer con experiencia, sabía por qué decía que No se vive de amor, entonces prefería el silencio,
si se tenía que dar algo que se diera pero que fuera con toda la premura y contundencia del caso
porque en el fondo de su corazón sabía que la persona que a ella le hubiera gustado que la cortejara
no sería admitido por nadie y mucho menos por su siempre severa y selectiva madre, entonces
una vez más prefirió el olvido y la resignación, qué más podía hacer una joven sino obedecer la
imposición del destino porque en el fondo sabía que nunca podría con su madre y mucho menos
con lo prohibido.
Entonces empezó a mirarlo de otra manera, ante un saludo ya no le estiraba la mano fría
sino la tibieza de su rostro, aprendió a ser cordial y a sonreírle cada vez que podía, se mostraba
siempre atenta a las conversaciones y hasta intervenía haciendo preguntas o pidiendo más detalles
lo cual fortalecía la conversación de manera que en menos de un mes Marcial nuevamente volvió
a creer en los milagros del amor; sin embargo, cuando a veces se quedaba cavilando en el silencio
de su habitación, era consciente que una persona no podía cambiar de noche a la mañana, hasta
pensó que toda esa cordialidad y admiración era producto de la obligación, pero en lugar de
rendirse y dar su brazo a torcer, doblegó esfuerzos, estaba convencido que al sentir tanto amor
Camila también terminaría enamorándose, si ya no lo estaba. De manera que seis meses después,
acompañado de su señora madre y de su hermano Elías, decidió pedirle la mano, pero ahora a la
luz del tiempo se daba cuenta de lo equivocado que había estado, nada de lo que había hecho en
esos cuatro años le había servido para nada, y lo único que había conseguido no había sido más
que una amarga traición de alguien que no supo decirle a tiempo la verdad, tener que esperar tanto
para que las cosas terminaran de esa manera, quizá si hubiera primado la sinceridad él lo hubiera
comprendido, pero era demasiado tarde para todo, ahora no solo se sentía burlado sino también
traicionado. Sintió rabia y desprecio, por un momento se sintió abatido y con profundas ganas de
vomitar. En lo más profundo de su ser solo deseó que esa pesadilla terminara pronto, aunque todo
ello recién estaba empezando.
—Nunca tuve una hija —dijo Consuelo con un odio que le venía del estómago— y si fue
así, al menos para mí, ella murió para siempre.

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Sintiéndose como la peor persona del mundo se alejó de Marcial rumbo a su casa con el
deseo supremo de no salir nunca más de allí.

II

Siempre erguido y con el mentón levantado frente a la ventana seguía mirando el


horizonte, aún continuaba pensando en lo sucedido como si todo aquello hubiera ocurrido a tan
solo unas horas atrás, trató de continuar firme, la foto de la fachada de la casa donde
presumiblemente compartía la pareja, le había devuelto esa pesadumbre y malestar milenario,
como si se hubiera vuelto a activar en él un odio ancestral.
Él que se había pasado los últimos meses mirando el horizonte, se percató por esos días
de lo cambiante y misterioso que podía ser la naturaleza, luego de una mañana soleada y
transparente, a eso de la una de la tarde, el cielo de manera repentina, se tornó oscura y tenebrosa
y como impulsado por el misterio desconocido y sin fin, empezó a llover muy lentamente pero de
manera periódica, con rayos y truenos, antes se hubiera maravillado pero ahora contemplaba el
horizonte absorto en sus pensamientos, los fines de cada mes de setiembre, inicio del verdor y de
lluvias, lo trasladaba de manera inmediata a su infancia, quizá esa fue una de las mejores etapas
de su vida, la naturaleza y la soledad lo habían hecho sentir siempre en armonía, desde siempre
le había gustado hacer sus cosas solo; sin embargo, su hermano Elías, mayor que él por tres años,
siempre trataba de comprometerlo en los juegos de su preferencia, entonces le decía que en tal
juego debía de buscarlo mientras que él aprovechaba el tiempo para esconderse, si había que jugar
al policía y ladrón, Marcial siempre salía sorteado para hacer de policía y Elías de rufián, en los
mandados de igual manera, era el encargado de hacer los trabajos más difíciles y pesados,
mientras que a Elías le tocaba siempre el papel de ser el guía y canalizador de lo que estaba
finiquitado; ya era costumbre que Marcial hiciera lo más difícil mientras que el hermano
disfrutaba el gozo de la tarea cumplida, y aunque se daba cuenta prefería no hacerse problemas,
pero a veces explotaba.
—Ahora lo haces tú y mañana lo haré yo —le replicaba Elías cuando lo veía con mal
genio.
Pero nunca llegaba ese día, hasta en las tareas de colegio, con gran pericia, mientras que
el otro leía revistas de chistes o aventuras, Marcial resolvía las tareas pendientes.
—Si desarrollas esos ejercicios con los años serás un maestro, agradece el favor que te
hago.
Entonces Marcial lo hacía porque en el fondo no le costaba nada, estaba convencido que
su hermano no tenía el temple para las grandes cosas y que estaba acostumbrado a lo fácil, siempre
supo de su viveza, pero prefirió quedarse callado, prefería mil veces que siguiera creyéndose el
inteligente y que de su perversidad nadie se percataba. Siempre lo disculpó y perdonó por la paz
y tranquilidad de su enfermiza madre, no quería que ella se pasara la vida sufriendo, ya había
tenido demasiado con sus dolores y con la muerte de su esposo, algún día sería la vida misma
quien se encargase de enseñarle, él no movería un dedo para incrementar la desgracia ajena, pero
desde el día que le hizo pagar por una culpa que no había cometido supo que Elías podía ser
cualquier cosa pero menos su hermano, desde ese momento lo trató con desconfianza, siempre
pendiente a un sagaz ataque y si no reaccionaba como debía ser era para no seguir martirizando a
su madre, siempre le había acompañado la maldad y el infortunio, entonces se le venía a la mente
el rostro de Camila y los instantes en que la encontraba en casa, siempre hacendosa, atenta, cada
vez que se iba al trabajo, ella se esmeraba por darle sus alimentos, siempre caliente y a su hora

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como a él le gustaba y cuando regresaba encontraba también sus ropas lavadas y dobladas para
que él pudiera escoger, admiraba su limpieza y orden casi maniaca, a veces hasta discutían dado
que él tenía la mala costumbre de poner sus prendas donde no correspondía, pero luego
conversaban y se ponían de acuerdo, no valía la pena discutir por pequeñeces, no podía quejarse
en lo que se refería a los menesteres de la casa, ella había hecho todo lo posible para que estuviera
contento; sin embargo, muy pocas veces había salido de su corazón un Te amo, por más que se
esforzó casi nunca lo estrechó entre sus brazos, ni dijo adorarlo tanto, en el lecho matrimonial, se
ponía sus ropas oscuras, se colocaba hasta el fondo su gorro de dormir, le daba un beso en la
frente, se volvía para el lado contrario y en menos de dos segundos estaba profundamente
dormida, en el apuro de la oscuridad, trataba de despertarla, pero siempre era en vano, y cuando
lo conseguía, solo lograba despertar una jauría de recriminaciones y malestares, aun así trató de
entenderla, en su orgullo deseaba que ella misma lo buscara y lo animase, por esa razón, él
también se daba media vuelta, cerraba los ojos y se ponía a pensar horas de horas, hasta que
ganado por el cansancio se quedaba dormido, así fue siempre, una vida ordinaria que a veces se
alborotaba con la llegada de la señora Consuelo, hasta tenían que suplicarla para que los fuera a
visitar, entonces ella, conocedora por experiencia de las circunstancias de la vida matrimonial,
empezaba por aconsejarles, todo hombre deseaba ser amado igual que una mujer, les recomendaba
respeto de lo contario terminarían separándose, ello era una formula básica para conservar una
relación armónica, así como se afanaban para que Consuelo les fuera a visitar también iba de vez
en cuando la señora Rosa, la llevaban casi a rastras porque siempre decía estar ocupada en sus
menesteres.
—Pero madre —le decía Marcial—, siempre es bueno distraerse, parece que tú me has
olvidado como si yo estuviera muerto.
En efecto, la señora Rosa salía muy poco de casa, le costaba mucho desplazarse debido a
su dolor de cintura, entonces llegaba de la mano de su hijo Elías que se mostraba siempre
dispuesto a ayudarla.
—Casi tengo que obligarla a salir —decía Elías—, por ella se pasa todo el día en casa.
Elías por esos meses había retornado al hogar materno debido a los problemas con su
pareja y aunque nunca había contado nada, se sabía que la relación con Margarita iba cada vez de
mal en peor, los que más sufrían eran los dos pequeños aunque más el último, José, que de cuando
en cuando era presa de los reveces de la milenaria epilepsia y no había manera de ayudarlo,
flagelado por el dolor, horas después, recién se restablecía a base de masajes y era allí cuando
deseaba más estar junto a su padre, pero éste no podía soportar un minuto la presencia de
Margarita, por esa razón prefería estar en la calle o en la casa de su madre. En lugar de tornarse
impaciente y amargado, como por contraposición, se volvió más servicial y comprensivo, de
pronto, parecía tener todo el tiempo del mundo, entonces se ofrecía a reparar las instalaciones
eléctricas o las cañerías sin que alguien le dijera nada, parecía que la separación con su mujer le
había vuelto demasiado servicial y si ignoraba algo veía la forma de cómo arreglar el desperfecto
y en contadas horas después, ya estaba solucionado, se había ganado el cariño y la confianza de
mucha gente, parecía otra persona, los vecinos lo llamaban para cualquier favor y él siempre
gustoso se apersonaba de inmediato, fue así como nuevamente se volvió a ganar el cariño de su
hermano Marcial, éste incluso había perdonado todo lo ocurrido anteriormente, como nunca, se
sentaban a la mesa a tomar café o a jugar, en el ajedrez era un adversario digno a tener en cuenta,
el hermano, antaño despreciable, se había convertido en un buen amigo, fue el mismo Marcial
que les había pedido que fueran a visitar a su esposa en los días de su ausencia, así, tanto Rosa
como Consuelo, se distraerían un poco. Al paso de los días hasta la joven esposa le llegó a tener
confianza, admiraba su habilidad y sentido del humor, con él era imposible sentirse triste, era
bastante ocurrente y muy ingenioso, por esa razón Elías se había convertido de noche a la mañana
en alguien esencial, llegaba a casa cuando quería y se iba también cuando lo deseaba, de alguna
manera ello había repercutido en el carácter de Camila, se la veía más risueña, y en las
profundidades de las noches ardientes, se revolvía insaciable en el deseo prolongado de una pasión
extenuante y sin límites, y entonces Marcial, en la felicidad de los días, se ponía a pensar en la

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posibilidad de prolongar su existencia; sin embargo, ese sereno y silencioso momento, se veía
interferido por algo que hasta su madre lo había advertido con un temblor en el corazón, como si
una fuerza oscura y demoniaca, se apoderara de la casa y de pronto, como de la nada, se escuchaba
el quejido agudo de un lamento como si alguien estaría siendo ahorcada, era la voz débil de una
mujer desgarrada, también, de pronto, aparecía el tintinear de llaves por el pasadizo como si
alguien estaría a punto de abrir la puerta, pero así como aparecía el tintineo, poco a poco se iba
alejando hasta difuminase por completo. La primera vez en que Marcial lo vio con sus propios
ojos fue cuando se disponía a salir de un momento a otro y al levantarse de la cama, sintió el
desliz apresurado de unos pasos, como cuando alguien está viendo lo prohibido por el agujero de
la puerta y se viera sorprendido, cuando salió a verificar no percibió nada pero sí sintió el viento
fresco de la noche, como si alguien acabase de salir de la casa, en otra ocasión, cuando abrió, de
pronto, la ventana de su habitación, creyó ver una sombra alejándose rauda por el jardín de la
casa, hasta el perro del vecino, repentinamente, luego de ladrar, empezó a aullar, a lo lejos la
sombra se deshizo en la penumbra, como si fuera poco, después de excesos y extravíos, sintió
que alguien fisgoneaba el interior de su habitación, no sabía si era por la rendija de la puerta o por
la ventana pero en lo más profundo de su ser sintió que alguien lo había estado observando,
siempre escabullido en la penumbra, conteniendo la respiración.
Esas fuerzas extrañas y misteriosas ahora tenían la certera explicación de lo aberrante, así
fueron por aquellos tiempos los días enigmáticos e ilógicos. Pasado el tiempo él continuaba
yéndose lejos, a seguir administrando tierras de algunos hacendados que le habían dado toda la
confianza para seguir desarrollándose, seguía empeñoso reuniendo moneda tras moneda, con el
sueño de comprar algunas propiedades para una vejez holgada y apacible, por ello la traición de
Camila le resultó como una estocada directa al corazón, impulsado por el delirio sin control, en
los primeros días del vejamen, los buscó con ganas de acabar en ellos todas sus oxidadas balas,
como si ello fuese el último recurso, por momentos no quería seguir martirizándose pensando en
su traición ni mucho menos lo que harían en los días de ausencia, habían abusado tanto de su
confianza que habían violentado lo divino y lo fraterno, sintió una amargura extrema por todo lo
que había sucedido, cómo no haberse dado cuenta si había sido tan obvio, por eso cuando los
vecinos lo veían en las inmediaciones de la plaza de armas a las horas menos pensadas con el
arma en la mano, en lugar de mostrarse contrariados, parecían estar todos de acuerdo, hasta don
Pedro, hombre pacífico que nunca había matado una mosca, fue sincero con él.
—Bien merecido se lo tendría, nadie le mandó llevarse mujer ajena.
No solo tenía la culpa él sino también ella, en su perversidad de hombre pudo haber
prometido mil cosas pero quien tuvo la decisión final siempre fue ella, pero ¿quién había sido
Camila?, había convivido con ella pero ahora le parecía demasiado ajena y extraña, de cuando en
cuando su rostro se le intercambiaba con la mirada sagaz y terrorífica de la serpiente, en el fondo
se sentía impotente, bloqueado, atado de pies y manos, ella, en su frase final, había decidido y
sentenciado por completo, no había lugar a dudas, esos largos años solo habían sido por
obligación, no había logrado enamorarla, ella ni por compasión se había doblegado a esos
sentimientos sinceros, ¿cómo hacerlo si ella en el fondo quizá amaba a otro? Dichas verdades le
produjeron cierta desazón, como hombre se sintió fracasado; sin embargo, no podía pasarse la
vida entera llorando por alguien que no lo merecía, su madre, con la convicción y la gravitancia
que el caso merecía, fue esencial.
—Tanto ya quisiera la gente que te desmadres por una mujer, no te rindas, sigue adelante
así tengas las tripas entre las manos.
Aunque en los primeros meses vivió la pesadilla de su vida, hasta el punto de no poder
dormir en semanas, luego, de manera progresiva, empezó a dedicase a sus labores como nunca,
cada día se probaba a sí mismo que podía estar por encima de sus limitaciones y fue con los días
en que también encontró la paz interior, tanto se entregó a lo suyo que ahora se dormía pensando
en las sendas obligaciones a realizar hasta que ocho meses después del suceso, en la premura del
amanecer, se llenó de tristeza cuando le comunicaron la muerte de Consuelo, mujer que en vida
le apreció tanto, asistió al entierro completamente de negro y dio un sentido discurso porque

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independientemente a lo ocurrido, la señora Consuelo había sido muy buena con él, con las
últimas lampadas de tierra él también enterró toda relación con dicha familia y cuando le dijeron
que Consuelo había muerto en el delirio de la locura no se sorprendió mucho como tampoco le
sorprendió la ausencia de la mujer cuyo nombre se había prohibido así mismo de pronunciar.
Así pasaron los días y aunque cada vez que lo veían creían ver en él el espectro de la
traición. Se planteó de manera decidida superar el momento y por ende superarse así mismo, la
vida no tenía por qué acabar de esa manera y menos por alguien que no merecía, sabía que, con
disciplina y perseverancia, podía continuar, no sería el primero ni el último a quien le ocurría
dicha desgracia, cuánta gente se había echado a perder, pero ahora tenía la oportunidad de
reivindicarse, no le daría el gusto a nadie, menos a ellos y como siempre no movería un dedo para
causarles daño, sería la vida misma que se encargase hasta que de pronto volvió a presentarse lo
inesperado.
No había lugar en el mundo en que la gente se pudiera escapar de la verdad, no había
cueva ni montaña en las que se pudiera ir y ser olvidado por todos y para siempre, por
circunstancias de la vida, el día menos pensado, don Pablo llegó con la fatiga y desesperación de
una noticia sin precedentes, no sabían cuándo, pero sí estaban convencidos que en cualquier
momento aquello que se estaba dando en ese momento iría a suceder.
—Me di cara a cara con los fugados, dicen que él se gana la vida como mercachifle y ella
se pasa casi todo el día en casa.
La noticia del nuevo paradero de la pareja corrió por todo Ciudad de Dios y en menos de
tres días, tal como el día en que se fugaron, el pueblo entero estaba al tanto de los pormenores de
la vida compleja y azarosa de los fugados.
Antes que le llegara la noticia, Marcial supo, por el dictado de su corazón, que ese día,
cambiante y tenebroso, iría a suceder algo, lo había visto en sus sueños, hasta sintió el momento
en que tocarían la puerta y no se equivocó, su compadre don Pablo a las 12:40 tocó insistentemente
la puerta, venía como loco y sin aliento, como prueba, ante una noticia de esa envergadura, le
mostró una foto como confirmación de lo irrefutable.
—No tuve tiempo de tomarles a ellos, pero él al reconocerme, se metió rápido a la casa y
cerró la puerta como para que nunca lo abriera nadie.
Don Pablo abundó en detalles sin que Marcial se lo pidiera y cuando vio que ya no tenía
nada que decir salió de la casa tal como llegó.
La gente creyó que en ese mismo momento Marcial se dirigiría al lugar señalado para
acabar con ellos dado que en todo ese tiempo no había hecho más que abrigar el sueño de la
venganza, el momento que tanto había estado esperando, tras larga agonía, por fin había llegado;
sin embargo, la misma foto le confirmó la mala vida que estaban llevando, sabía que ella había
envejecido de noche a la mañana y él de igual manera, los ojos saltones y desesperados, daban
cuenta de una serie de problemas en la que estaba metido.
Cuando logró la calma y el silencio, volvió a mirar la foto de la casa pequeña de una sola
puerta y con las ventanas clausuradas como para que no se escapara ni los sueños, por fuera
parecía a punto de desplomarse, allí habían llegado a parar, quizá eso fue lo que en el fondo
siempre habían querido, entonces quién era él para interponerse, por esa razón era mejor el olvido
que saberse un asesino, quizá con la violencia inusitada de los primeros días solo causaría su
desgracia, sacó la bola de papel donde ella había escrito esa infame despedida y junto a la foto lo
sometió al fuego, con ello no quedaría un rastro de ellos, en el fondo se sintió aliviado, se le fue
la vinagrera y los hincones en la cabeza y hasta soltó una sonrisa de satisfacción, después de todo
ellos habían conseguido lo que tanto habían anhelado, sintió, con el olor a tierra mojada, que ya
no los odiaba, había aprendido con el tiempo a olvidar, quizá habrían pensado en ganarlo todo
huyendo lejos pero lo que ellos no sabían era que habían perdido hasta el aprecio de sus seres
queridos, solo lamentaba la pequeña desgracia de no haber podido descifrar esa mirada vacía y

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sin esperanzas de José quien hasta su último suspiro había pronunciado el nombre de su padre,
pero éste estaba demasiado lejos, pagando poco a poco, el destino que había construido con sus
propias manos.

(26 de setiembre, 2019)

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