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Terror y Asco en Shimoda

Cuando Lola e Isa llegaron a Shimoda ya era de noche y só lo había un triste taxi en
la estació n. Para colmo, no sabían si tendrían suficiente dinero entre las dos para
pagar el taxi así que acordaron con el conductor que les llevara hasta dó nde
pudieran pagar y luego ya si eso, ellas se las apañ arían.

Al final, tuvieron la infinita suerte de llegar a la puerta del hotel con los fondos que
les quedaban. Mientras entraban en el hotel tirando de sus maletas se arrepentían
de haberse comprado esos helados “jumbo”, no sabían que en unos instantes
tendrían muchas cosas má s de las que arrepentirse.

Lo poco que podían ver debido a la casi ausencia de iluminació n, parecía el típico
hotel tradicional de pueblo, un sitio pintoresco y muy japonés. Por dentro ya era
otra cosa y el estupor dio lugar a una risa floja de incredulidad mientras se
preguntaban si habían cruzado el portal a un universo paralelo.

El vestíbulo tenía un techo inusualmente alto para ser la típica casa antigua
japonesa y lo suficientemente bajo como para que las arañ as polvorientas del techo
estuvieran tan cerca de ellas que hasta podían calentarse las orejas con el calor que
desprendían las bombillas.

Mientras se alejaban de las arañ as ya que temían por su vida estando debajo de
esas moles, un ser en kimono se les acercó . Parecía el típico espectro que sale en
las películas de terror, con la cara embadurnada en polvo blanco, un moñ o bien
colocado con palitos y un kimono rosa de antes de la guerra, de la guerra de hace
dos siglos, claro.

Como estas dos chicas eran muy educadas y está feo hacerle ver claramente a un
ser humano de avanzada edad que te asusta, las dos optaron por quedarse
clavadas en el suelo sin mover un mú sculo mientras se dirigían miradas nerviosas
la una a la otra. Entonces la señ ora, empezó a hablar y casi les da un infarto porque
con una vocecilla de ultratumba y lenguaje arcaico las instó a que la acompañ aran
para registrarse.

Mientras estaban con el papeleo y les daban las llaves, apareció otro ser,
aparentemente humano, que iba encorvado como si estuviera todo el rato
buscando monedillas en la alfombra de un dudosísimo gusto e higiene descuidada.

Quasimodo, que es así como decidieron apodarlo, agarró sus maletas y echó a
andar por un pasillo extrañ amente parecido a la caverna de los Goonies solo que
tenía una colecció n de fotos impresionante de tenores como Pavarotti, Plá cido
Domingo o la Callas entre otros.

Al final del tú nel, no vieron la luz, si no unos bañ os de los que podría
perfectamente salir Gozilla, La cosa del pantano, el Cracken o algú n monstruo de la
fauna local, daba igual. Lo peor de todo es que su habitació n estaba justo encima y
la ambientació n era tan buena que hasta habían conseguido recrear el olor a
pantano. Supusieron que así La Cosa se sentiría a gusto.

Al entrar en la habitació n, el olor no parecía disiparse pero prefirieron pensar que


alguien había tenido su momento “All Bran”. Segú n iban deshaciendo las maletas se
dieron cuenta de que aquello no se iba, no importaba que echaran ambientador,
desodorante o colonia Nenuco, especialista de toda la vida en ocultar el olor a
deposició n humana.

–Lola, no importa cuá nto lo queramos posponer –dijo Isa mientras se ponía un
calcetín recién lavado en las fosas nasales– tenemos que entrar en ese bañ o…

–Ay, Isa, no… ¿Por qué no vamos a los bañ os comunes?

–No sé qué es peor.

Ambas quedaron en silencio pensativas. Isa dirigió su mirada hacia los futones ya
tendidos en el suelo y captó unas leves manchitas marrones en la almohada. Se
acercó para ver má s de cerca y cuando cerró las puertas correderas tras de sí
descubrió una mancha del mismo tono marró n en forma de abanico, como si fuera
arte contemporá neo gestual, o lo que es lo mismo, tirar un bote de pintura como si
dieras una bofetada a mano abierta, sobre la puerta.

Al ver la cara de estupor de Isa, Lola se acercó a ver lo que pasaba y ahogó un grito
sobre su mano.

–¡Sangre!

–Bueno, yo creo que nos estamos precipitando, Loliñ a. Puede ser que al anterior
inquilino se le haya caído el colacao.

–Sí, claro, colacao en Japó n ¡Esto es sangre!

–O algo peor…

Ambas se miraron fijamente unos instantes sin decir nada hasta que Lola susurró :

–¿Como qué?

–Caca.
Lola se quedó pá lida, las piernas le flojearon y se tuvo que sentar mientras Isa se
acercaba a la puerta del bañ o con un pañ uelo desechable en la mano para agarrar
el pomo.

–Tenemos que abrir esa puerta.

–No por favor, Isa… ¡Vá monos! –sollozó Lola.

Pero la curiosidad, esa misma curiosidad que mató al gato, estaba reconcomiendo
por dentro a Isa que giró el pomo y tuvo que retirar enseguida la cara por el
pestazo que arremetió contra sus fosas nasales como un ariete de roble macizo.
Con un desodorante de barra bajo la nariz, volvió a abrir la puerta y lo que vio la
dejó aterrorizada, tanto que no podía ni gritar porque el aullido le iba hacia
adentro. En la bañ era de su cuarto de bañ o había un cadá ver, algo que no era
humano, ni tampoco de este mundo, era un lagarto antropomó rfico del tamañ o de
un niñ o que flotaba en un líquido putrefacto y fangoso.
Antes de que Lola pudiera ver nada, Isa cerró la puerta, volvió a meter
apresuradamente las cuatro cosas que habían sacado de la maleta y tiró de Lola.

–No preguntes, no quieras saber, nos vamos.

Lola asintió mordiéndose el labio y salió de la habitació n detrá s de Isa. Miraron a


ambos lados comprobando que no había nadie cerca y salieron corriendo por el
pasillo. Las ruedas de las maletas hacían demasiado ruido y pronto se encontraron
con que Quasimodo iba tras ellas, persiguiéndolas a trompicones por el lú gubre
pasillo.

No miraron atrá s hasta que estaban en la parada del autobú s. Se sentaron para
respirar apoyá ndose en sus maletas y mientras se recuperaban, un coche paró
frente a ellas. Ambas se acercaron pensando que se trataba de su salvador pero
cuando se bajó la ventanilla, el blanco semblante de la recepcionista apareció ante
ellas.

Los gritos de las muchachas resonaron por todo el valle hasta que el coche se puso
en marcha, luego ya só lo hubo silencio y oscuridad.

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