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DE QUIENES LA VIERON CRECER

Todos sueñan. Todos soñamos. Creemos en ese “amor verdadero” que ha de venir caminando un
día hacia nosotros con 90-60-90, cara bonita, cuerpo depilado y demás superficialidades. Yo tuve
un amor, verdadero, imperfecto, real.

Nació en la cuna de una familia jalisciense que vivía en la casa con fachada color azul ubicada
sobre Democracia No. 103. Ahí residía su abuelo materno, Don Julián con 78 años, bigote
refinado, cabello agua de horchata y acento regio. Su carácter era suave a pesar de haber tenido
una infancia difícil. Su abuela Doña Lucero, cinco años menor que su conyugue, pasaba su día
tejiendo suéteres y otros artículos para venderlos más tarde en la plaza Astros que se encontraba
a tres cuadras y media de su hogar. Era su manera de sentirse valiosa, aparte de que así ayudaba
a su nieta y no se aburría.

Su padre era un señor que se preocupaba por su familia, nunca habían padecido por la cuestión
económica, más sí por otras razones. Don Agustín pasaba el día en la cantina con sus “amigos”,
no importando que a su esposa enojara y a su hija las discusiones por tales motivos afectaran.
Él no comprendía que, a pesar de no tener aflicciones económicas, en lo sentimental (que daba
por sentado como satisfecho) ese comportamiento había estado mermando la relación entre los
integrantes de la familia a tal punto de dar lo mismo el estar o no estar.

Doña Margarita, mujer a quien la edad no le hacía frente pues, aunque estaba poniendo su pie
sobre el quinto escalón seguía con el fuego interno de sus 20. Activa, alegre, la mejor amiga de su
hija, siendo su pilar. Esto ayudaba a su ventana de escape para omitir en la medida de lo posible
las borracheras de su marido y a la vez comprender de mejor manera a su hija quien contaba con
24 primaveras.
ACERCA DE CÓMO LLEGA EL AMOR

Yo la conocí durante el atardecer de un frío mes. Ocurrió durante uno de mis paseos habituales,
me gustaba hacerlos cerca de las seis y media post-meridiano, cuando el jardín se encontraba
más vivo, pero aún con bancas desérticas desde las cuales imaginaba mil y un escenarios de
alguna película que nadie ve. La rutina iba de: llegar, pasear como quien busca si algo ha
cambiado, sentarme, dar un sorbo al café, avanzar tres líneas del libro favorito de alguien querido
y observar panorámicamente mientras escuchaba la Suite No.1 en Sol Mayor de Bach, versión en
cello por Mischa Maisky.

Todo iba tan natural: niños alegres sobre juegos metálicos (restaurados apenas hace unas
semanas), parejas de abuelos disfrutando Por una cabeza (Me sorprendía su destreza mostrada a
la edad que yo suponía debían tener), algunas parejas de jóvenes y adolescentes acumulando
recuerdos juntos, yo, apreciando aquello tan bello.

Alguien. Alguien se había sentado a mi lado izquierdo, alcancé a ver la figura por el rabillo del ojo,
así tan de repente. Observando discretamente me di cuenta que era una mujer, quizá entre los 24
y 28 años, cabello oscuro que llevaba suelto, lacio, nariz promedio, jeans y de calzado unos vans,
en la parte superior un suéter gris. También llevaba una bolsa de mano y sobre sus dedos se
hallaba un libro. Me encontraba más seguro al saber quién estaba a mi lado, pero me intrigaba
que estando justamente una banca disponible en su totalidad por mi lado derecho, ella hubiera
optado por elegir en la que me encontraba. Me concentré de nuevo, aunque por alguna razón no
quise escuchar más música y di pausa si quitarme los audífonos.

—Oye.
<<Tiene una dulce voz>>, pensé mientras sentí como un dedo tocaba mi hombro.
—Sí, dime —<<Atendí a ella y bendito Dios que permitió tal encuentro. El conocer su imagen y
poder apreciar más intensamente esa fragancia que había tratado de ignorar eran joyas. ¿Acaso
se había puesto lentes como intento de aumentar su belleza? Corrijo, ¿podía verse más bella?>>
—¿Es ese El cuaderno de Noah de Nicholas Sparks? —preguntó con una pacífica sonrisa.
—Así es, el favorito de una persona muy apreciada para mí —respondí un tanto nervioso,
<<Espero haber ocultado bien ese detalle>>
— ¿Ah sí? Pues ahora serán dos.
—Mi nombre es José, ¿cuál es el tuyo? —pregunté ansioso, como quien espera un concierto
desde seis meses antes.
—Frida, Frida Paulina.

Y así, tan simple como eso fue el comienzo o quizá ya había comenzado y este solamente era el
capítulo en que ambos corazones ya maduros daban paso a reconocerse entre la gente. Durante
el tiempo siguiente coincidimos en aquella banca que nos vio nacer (al nosotros), como si lo
hubiéramos acordado, motivándome a olvidar con dolo mis audífonos y anexar nuevas prendas a
mi armario. Y no pasaron sino dos semanas para atreverme a pedirle una cita. Desde la primera
quise hacerlo, pero le habría vendido desesperación.

—Tengo que hacerte una pregunta —dije.

—Y yo darte una respuesta.

—¿Quieres salir conmigo mañana? —lancé como se lanza la flecha contra una manzana.

—Pues yo encantada.

—Paso por ti al caer el sol.

—¿Y quién te dijo que te daría mi dirección?

—Entonces nos vemos en Allegro a eso de las ocho y treinta p. m.

—¿No insistirás?

—No —contesté en tono serio que culminó con una sonrisa compartida. Así nos gustaba tontear.
La verdad que nunca me había interesado flirtear de esa manera, antes le hubiera preguntado
“¿Por qué no?” pero con ella era todo distinto.

Y pasé a cierta casa con cierto número y de cierta calle. Ella vestía un radiante vestido negro,
collar aperlado al cuello y zapatos negros con tacón. Se había colocado lentes de contacto, a
pesar de su desagrado por ellos. Su cabello jugaba como marco y sus labios complementaban
aquella escultura más bella que una griega.

Me había impactado. Adoraba cómo se veía despeinada o cuando lo amarraba torpemente, con
aquellos anteojos a veces sucios por la tierra y el uso diario, sus jeans rotos que mostraban una
de sus rodillas, justo donde una pequeña cicatriz se asomaba curiosa al mundo tras la mezclilla.
No creí encontrarla más hermosa y me supo callar la boca.
—“Hola, buenas noches” podrías decirme. —Paula.

—Ho…ho…hola-

—¿Por qué tartamudeas?

—Perdona te encuentro diferente.

—¿Cómo? — contestó tonteando.

—Brillas interesante, más que la estrella más irradiante,

—… ¡Calla!

Su rostro enrojeció y ni yo supe dar explicación. No era normal en ella, posiblemente le impactó
que me diera cuenta de los cariños que se hizo y alabara su esfuerzo. Después me acerque para
besarle la sien y terminamos abrazándonos.

—Ya, ya, suficiente.

—Arruinando el momento.

—Sí, pero ya se hace tarde.

Tomada de mi brazo la llevé hasta el carro, abrí la puerta, entró y proseguí a conducir.

—¡Qué caballeroso!

—Así deberíamos serlo todos.

—No cambies.

—No —sonreí.

Suspiraba mentalmente al observarla sentada al lado mío, esa silueta que llegó un veinte y
conmigo ahora viene. Ese conjunto de torpezas y destrezas, ese universo inexplicable.
Aprovechaba cada semáforo para verla, ella se daba cuenta y me pedía que no lo hiciera, pero era
inevitable, linda obra de arte.

Y llegamos. Ahí nos esperaban con une exquisito café apenas sentar a la mesa, un pedazo de
pastel de chocolate y uno de tres leches fueron cortesía del lugar.
—Qué elegancia la de Francia. —murmuró.

—¡Jajajajajajajajajaja!

—¡José! —dijo y me pellizco del brazo.

—Tú me hiciste reír.

La conocí. Su vida era compleja, para finales de noviembre su padre prometió dejar el alcohol,
basado en que ya no estaba para esas andadas y claro, una cirrosis había ya mermado su calidad
de vida. Los pronósticos no eran muy buenos, le quedaban tan sólo unos meses de vida, tal vez
un año, pero ese tiempo restante pudo aumentar si él no hubiera callado algunos síntomas que
padecía y a los cuales no dio importancia; su anterior pareja le había marcado con buenos
recuerdos, pero también con discusiones fuertes, infidelidad y todo aquello que la sociedad marca
como “normal”, aquello que no se esfuerza por corregir.

Está de más decir que su abuelo se encontraba en el hospital, curiosamente a cinco minutos en
vehículo desde donde estábamos. Su vida se encontraba fragmentada cuando la encontré, y no
podía omitir esa vocecilla interna que me sugería cuidado, prefiriendo la soledad antes de la
inestabilidad emocional y de lo que viene con ello. Y sí, tal vez Paula (como le nombré de cariño)
estaba buscando realmente un salvavidas en su mar de la soledad, una ventana de escape y me
veía como el marco ideal, pero yo también quería ayudarla, aunque me aterraba ser cuál luz de
supernova.

29/Noviembre

—¡Feliz cumpleaños Doña Margarita! —exclamé al tiempo que estreche la mano para saludarle
y posteriormente darle un abrazo.

—Muchas gracias José, es un gusto tenerte con nosotros —respondió con una amable y sincera
sonrisa, <<aunque sé la fingía pues hacía dos días del diagnóstico de Don Agustín.>>

—¿Y Don Julián y Doña Lucero?

—Ellos están fuera, salieron a México para unos chequeos.

—Ya veo, espero que todo salga bien.

—Pero ven aquí muchacho —alcancé a escuchar detrás de mí.


—Don Agustín, ¿cómo está? —atiné a decir sin mostrar mi preocupación por su estado y le saludé
con un fuerte (suave para evitar lastimarlo) abrazo. <<El señor mostraba signos de gran esfuerzo
por aparentar que estaba bien, pero tan sólo lograba remarcar más su lamentable situación.>>

—Muy bien, ¿qué no me ves de pie cual Roble?

—¡Claro que sí! Pero que ni diez hombres juntos igualan su fuerza.

—Jajajajaja, qué hombre. Acompáñame —terminó la frase mientras un pie suyo avanzaba.
Llegamos a un cuarto que aparentaba ser oficina por la temática del espacio.

—¡No soy un idiota! —lanzó con coraje Don Agustín.

—Disculpe Don Agustín, no comprendo a lo que se refie…

—¡Vamos! ¡Dímelo! ¡¿Qué tan jodido me veo?! —No olvidaré su semblanza al terminar de hablar.

—Se ve mal, la enfermedad le ha devaluado su calidad considerablemente.

—Ni en la familia se puede confiar— se quiso decir para sí mismo, aunque alcancé a escucharlo.

—¿De qué habla?

—De nada José, de nada. —Cortó.

Un silencio lúgubre nos envolvió en aquel instante, en aquella habitación, como separándonos del
exterior.

—Sabes, nunca fui un buen hombre. Siempre con mis “amigos”, siempre en las borracheras y con
alguna que otra mujer que quisiera juguetear. Aunque no falté a mi casa en lo económico sí lo hice
en lo más importante, les faltó un esposo, un padre, un yerno. Sé que si me odiaran, incluso si tú
lo hicieras estarían todos en su derecho por la vida que llevé.

—Pero….

—¡Silencio! —gritó. Volvió a mostrar ese carácter duro.

—Perdona muchacho, sólo quiero que me escuches. Mi vida se acaba y lo mucho o poco que
pueda hacer será valioso para quienes se quedan. ¡Cuida de Frida como si fuera tu vida! Y espero
que cuides bien de tu vida.
—Señor… —un sentimiento de tristeza me invadió. ¿Por qué? No era nada mío, apenas si le
conocí unas semanas atrás. Adjudico al miedo sobre la muerte, saber que al igual que él un día
tendría yo que partir.

—Dejemos los sentimientos para después, ahora escucha. Frida ha sufrido mucho, a pesar de que
su madre y abuelos le brindaron amor, siempre le faltó un padre, ese hombre que llenara su
sinsentido.
Debes saber acerca del cabrón de Alberto… Pues de ese hijo de su chingada madre, de ese
pendejo quiero que la salves. ¡Bah! De tan sólo pensar en él hace revolver mi estómago de coraje.
Yo sé lo difícil que puede llegar a ser Frida, que no es luz total y hay cosas que te pueden hacer
alejar, pero… —Don Agustín quebró. Cayó al suelo, llorando e intentando no gritar.

—Pero no la dejes, por favor, no la dejes —prosiguió con voz temblorosa y entre cortada.
—No sé qué pasará, qué será de ustedes, pero intenta con todas tus fuerzas mantenerte a su
lado, aunque ella te aleje, aunque no te quiera… Sí, lo que te pido es algo muy difícil, lo más difícil
y desgastante y comprendo si declinas, sin embargo, quisiera que lo intentaras, que te dieras
oportunidad de quererla, aunque haya días en lo que ataque como fiera. No dejes sola a mi niña.
—apenas terminó y me abrazó, pude sentir su dolor.

—Don Agustín, no le prometo falsos, pero sí tenga tranquilidad en que lo voy a intentar, será el
camino más largo y doloroso, pero intentaré quererla de verdad.

Y así, sin una contestación abrió la puerta y con lenguaje corporal me indico que le dejara solo.
¡Wow! No sabía que existía esa parte en él, no sabía que tanto quería a su familia y lo arrepentido
que estaba. Y es interesante cómo los humanos cambiamos ante algún acontecimiento, sobre
todo ante uno de tal magnitud: la muerte. Esa renovación, intentando enmendar los daños.

Diciembre.
—José, este fin de semana saldré.
—¿Irás con Irving y Aurora? —pregunté.
—No, será sola, para disfrutar de mí misma un tiempo, espero comprendas.
—Claro, tan sólo cuídate y regresa con algo en mano —atiné a expresar para desviar mis
emociones.
—Eres tan comprensivo —dijo al momento en que se acercaba para besarme.
Si pudiera detallar el momento sería como la excitación simultánea de cada poro corporal que
poseo, junto a un calor conocido recorriendo mi cuerpo entero. Sentir la forma de su boca
acoplarse con la mía era más que celestial. Poseía los labios más jugosos, más que manzana
roja, rojos carmesíes, que con los míos sincronizaban pues sabíamos cuando morder, cuando
chupar, cuando simplemente dejarnos llevar y con nuestras lenguas jugar.
Me encantaba admirarlos cuando se encontraba distraída, apreciar la textura y permitirme excitar
de tan sólo imaginar probar tal manjar. Ella también lo hacía, alguna vez comentó, sus pétalos se
hinchaban por el beso tomado.

Lo malo del asunto es que no éramos algo. Actuábamos como novios, hacíamos cosas de novios,
la gente nos veía como novios, pero nada. Si se busca culpable sería su miedo a revelarse ante
su fantasma amoroso, ese terror a querer, a enamorarse, dejarse llevar para luego al suelo volver
a dar. Y comprendo, ¿cuántos chicos no habrían llegado así a ella? Vendiendo momentos felices y
escribiendo mensajes acaramelados que al final carecían de genuinas emociones, buscando
satisfacer de la carne las pasiones.

Si algo podía hacer, era mostrar con hechos que lo mío era diferente, quizá torpe, quizá aburrido,
pero de buen sentimiento, triunfar donde otros fallaron. Porque para comenzar, Paula resultaba
muy “seca” en ocasiones, siendo yo el de “biblias largas” y ella utilizando, a veces, sólo un gracias.
Me dolía. ¿Quién dijo que amar a un ser imperfecto sería hermoso? Pero ahí era mi oportunidad
(pueda que me lo dijera en búsqueda de autocomplacencia emocio-mental) de mostrar que no era
uno más que hoy dormía en su cama y mañana amanecía elevando anclas.

Creí tontamente que ese día llegaría con alguna película y una botana, al fin de cuentas era 28 de
diciembre y podía ser broma su partida, pero no. Era realidad y yo estaba en mi habitación dando
vueltas a la cama, pensando en si lloraba o se atacaba a carcajadas. Fue un largo día sin
comunicarme con Paula, sin saber de su día, su vida. Pero lo tomaba a bien, un rato para ella
misma era lo que necesitaba, o eso me decía mí mismo, era un proceso para auto descubrirse
nuevamente, sentirse feliz con ella misma, divertida.

— ¡José! —gritó efusiva al verme y entre sus brazos y con un beso largo continuó.
—¡Ho… —me quito la palabra de la boca, pero a cambio me dio a probar la suya.
Me contó todo su fin de semana, que había ido a un spa donde se liberó de tensiones, que se
había comprado un libro que nos haría feliz, su título Nuevas posiciones. Que lloró el sentimiento
amargo de su antiguo amor y se encontraba mejor.

Y sí, hubo un parteaguas: se comportaba menos seca, más detallista, para mí explotó su lado
artista cuando un pequeño dragón me obsequió. No había palabras acarameladas, pero no hacían
falta si con sus acciones me demostraba que me quería, que le gustaba, que a sus sentidos yo
enamoraba.

Pasé enero con mi familia unos días y ella no soportó, luego me contó. <<Se había sentido igual
que yo>> Ese mes y parte de febrero hicimos demasiadas cosas, aunque, a veces le venía una
leve nostalgia, bueno, comprensible, ¿no?

Día 28
En un segundo se tornó inestable, cual reacción con proporción no-equilibrante. Aquí se rompería
la tela con hilos de falacia en una manera inevitable. Tuvo la valentía y cobardía simultánea de
contármelo, como dualidad putrefacta, argumentando que lo hacía como “res-pe-to” por lo que yo
sentía hacia ella, por los pocos o muchos momentos vividos.

—José —me nombró, pero lo hizo sin vida, seca, tal vez con algo de tristeza…
—¿Qué pasó?
— Salí con Alberto…, de primera instancia repudié la idea de aceptar su invitación, pero volvieron
cual Judas aquellos momentos bellos cuando estaba sola en mi habitación y…acepté —buscaba
en mis ojos compasión y piedad, pero le pedí continuara sin piedad.
—Y entonces…
—¿Entonces qué? —para este punto me estaba exaltando.
—Regresamos, renovamos algunas promesas e imaginamos otras nuevas. Me invito a pasar con
él un día, en su cumpleaños, ahí sucedió.

<<Yo sabía que mi cuerpo no iba a ser mutilado, que no moriría de manera agonizante, que nadie
me golpearía con objetos punzocortantes y contundentes, pero aquellas últimas líneas me hicieron
vivir lo anterior descrito, multiplicado por una potencia 100.
Ahora puedo imaginar el por qué de Nuevas posiciones, claro que derramó líquido, pero no vino
de sus glándulas lagrimales.>>
—¿Te encuentras bien?
—¿Oh sí Paula! Me encuentro jodidamente bien
—No es para…
—¿No es para qué? ¡¿Acaso no es para tanto?! Yo sé que no soy perfecto y que incluso los
puede haber mejores —contraargumenté con aquella frase trillada, ¡vaya! Realmente no sabía qué
decir, había perdido parte de mi racionalidad—, pero nadie habría soportado tanto como yo, nadie
habría aguantado todas esas imperfecciones tuyas, tus pecados, tus defectos, inseguridades…
¡Tu maldita oscuridad!
—¡Yo nunca pedí que me aguantaras! Es más, no sé siquiera por qué discutimos si tú y yo
N O S O M O S N A D A.

Habría preferido ser muerto en 1000 formas diferentes, ¡por Dios que lo habría elegido! Por
primera vez acepté aquello que sabía internamente, lo que en una ocasión mi inconsciente
advirtió: Yo fui el puente, no el destino. Fui el puto salvavidas. ¿Quién iba a salvarme? No me
arrepentía de lo que hice por ella, de todo lo sucedido, porque quise hacerlo, si tan sólo me
hubiera recalcado la advertencia, si se hubiera tomado la molestia no existiría dolor ante la mental
remanencia.

Hubiera tenido oportunidad de formar un “callo” mental y emocional para evitar la fragmentación.
Aunque igual, aún sabiendo esto el callo no se habría formado, porque entonces ¿cómo
demostraría ser distinto? ¿Cómo le ayudaría si no daba mi 100%? Mi error fue actuar como Jesús,
querer salvarla a costa de mi propio bienestar, ¿no? Pues aún reflexionando esto, seguía viéndola
tan hermosa como la primera ocasión y extrañamente había un sentimiento de paz al saber que
ella se encontraba (al menos imaginaba) feliz.

—Tiene razón Srita. Paula, usted y yo no nos pertenecemos, en realidad nadie debería buscar
pertenecerse pues no somos objetos, complementarse sería entonces lo correcto. Y si acaso la
ocasión lo permite, doy gracias por lo vivido y pido perdón si he ofendido —Paula no supo qué
hacer ante tal respuesta. Ella ya tenía planeados mil y un contra-argumentos ante lo que esperaba
que dijera, pero sólo calló. Calló y me observó, haciendo visible el nacimiento de sus lágrimas. Me
fui.
Me fui porque era lo mejor para ambos, cualquier otro movimiento resultaría en algo siniestro y
perverso.

Ella intentó detenerme, sosteniendo mi brazo con fuerza. Conforme avanzaron los segundos, y me
atrevo a pensar en que también fueron minutos, esa fuerza disminuyó mientras en ella la realidad
iluminaba su pensamiento. Y puede que sí le importara o que le daba pánico el pensar que había
ponchado su salvavidas.

DE LOS TIEMPOS QUE EXISTEN

No mentiré con los “estoy bien”, “ya la superé”, “hay muchos peces en el mar” … esas no son más
que autoengaños. La realidad es que sufrí, grité, lloré, me revolqué entre las sábanas de mi cama,
y sí, no soy un puberto ni un adolescente para realizar aquellas inmadureces, pero me hicieron
sentir mejor, aparte de que no gastaría mi dinero en alcohol ni otras drogas. Lógicamente me
parecía más sano y económico el inmadurar.

Tardé tiempo en aprender a vivir sin ella, comer sin ella, bañarme sin ella, desayunar, cenar, reír,
llorar, disfrutar de mi sexo sin ella. Pero lo logré. Porque al terminar una relación debemos
reconocernos nuevamente como seres completos, no como “midis nirinjis” (medias naranjas).
No somos frutas, sino personas completas que por el mero hecho de estar vivos deberíamos
sentirnos felices, aunque fuera un poquito. La relación en pareja va de acuerdo a compartir, yo
comparto mi felicidad con la tuya, mis miedos con los tuyos, mi oscuridad con tu claridad, como
ying-yang.

Claro que conmigo no aplica, pues no fuimos algo, por tanto, mis acciones detalladas arriba
parecen meros caprichos, como quien sembró en terreno ajeno por amor a la naturaleza. Aún con
todo esto le deseo bienestar a Paula, porque si bien no fue real, ha sido el más hermoso
espejismo ilusorio. Cada noche solía rezar por ella, ahora lo hago de vez en cuando, con más
fuerza, tratando de equilibrar que si rezo menos, cuando lo haga será más intenso.
DE UN MES LLAMADO ABRIL

Me enteré por amistades en común que se formaron durante nuestro tiempo, que su padre había
fallecido el mes pasado, justo veinticuatro horas después de cumpleaños, 21 de marzo… ella no
me avisó... Por gracia de Dios su abuelo se encontraba más fuerte que un roble, siendo él quien
se encargaba de sostener junto a “su niña” la economía familiar con sus manualidades.

De Paula supe cosas tristes: Alberto había fallado, nuevamente (!) Paula le perdonó errores viejos,
errores nuevos y me daba tristeza por su falta de autoestima, de amor propio, por su ceguera ante
quién era ella, cuánto valía. Todo lo que había logrado reverdecer con la lluvia de mis acciones, el
cabrón había nuevamente secado con el herbicida de su forma de amar.

Y Paula se lo permitía, porque con él experimentó muchas cosas, pero no entendía que eso no
era amor, era aferración y si acaso, era amor a lo que fue una vez y no será más, a los recuerdos,
al aprendizaje, no a él.

“Don Agustín. Espero se encuentre disfrutando del cielo, de un mejor lugar. Perdón por no
cumplirle, por no ser tan fuerte. La verdad es que… no intenté. Ella me detuvo y yo pude
quedarme, pero mis emociones me lo impidieron. Llamó tantas veces que la contestadora llenó,
pero…
Disculpe, disculpe por fallarle a lo que prometí iba a intentar, por desproteger a su niña, por no
sacrificarme. Igual se hubiera quedado conmigo. Le pido haga oración por ella junto a mí, de pasó
una por mí para tener más sabiduría y saber qué hacer, porque ya no sé.” —Amén.

23 del mes

Un sobre para carta. Un blanquillo sobre se encontraba apenas pasando tras la puerta principal.
DE LO QUE SERÍA

Todos sueñan. Todos soñamos. Aún pienso en ella, aún siento que fue apenas ayer cuando se
fue. Hace ya medio año que perdí todo el contacto, más bien pedí no saber de ella, pues perdía un
poco de racionamiento al ver una nueva huella. Aún tengo la esperanza de reconocernos, quizá
otra banca, otro jardín, otra tarde un mes frío, esperaré hasta abril.
PAULA ABRIL
Juan Sayavedra

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