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1) En el colegio San José Obrero de Gonnet una alumna de tercer año fue víctima

de una doble situación de violencia: en primer lugar, el acoso propiamente dicho por
parte de otro estudiante; y, en segundo lugar, el accionar por parte de las autoridades de
dicha institución de culpabilizar a la estudiante por la situación vivida. Mientras que los
estudiantes reaccionaron a partir de un “pollerazo” que da cuenta del cuestionamiento al
binarismo impuesto por la institución, además de la defensa a una compañera y la
exigencia de la aplicación de la Educación Sexual Integral como una necesidad y una
urgencia.

Es menester comprender que el comportamiento tanto del estudiante como de las


autoridades del colegio está enmarcado en una forma de percibir a las mujeres que es
machista y que constituye una forma del ejercicio de la violencia de género.

Las mujeres se encuentran protegidas jurídicamente por normativa


supranacional, esta es, principalmente, la Convención sobre la Eliminación de todas
Formas de Discriminación sobre la Mujer (CEDAW), que busca eliminar la jerarquía
presente entre los géneros femenino y masculino (en términos binarios), a lo cual
entiende como una desigualdad contra la cual hay que accionar. Esta Convención que es
parte de la jerarquía máxima normativa de nuestro país, esgrime principios que deben
ser aplicados en todos los ámbitos, incluso en el educativo. Además, es aplicable
también la ley de Educación Sexual Integral (Lay Nacional N°26.150 (2006)) que tiene
como objetivos la igualdad de trato, el respeto hacia el otro/a y promover actitudes
responsables entre todos los miembros de la comunidad educativa.

Históricamente el espacio educativo se constituyo como un lugar que aborda


temáticas entendidas como “públicas” en oposición a aquello entendido como
“privado”, donde encontramos a la sexualidad. Pero que, a su vez, impone por medio
del “currículum oculto”1 ciertas formas de ser y actuar según el concepto binario de
género, construyendo una imagen del ser masculino y del ser femenino, y legitimando
lo hegemónico entendiendo por tal a lo heteronormativo (el ser cis y heterosexual). Esto
se traduce en normalizar situaciones y comportamientos que reproducen y acentúan la
desigualdad.

El accionar tanto del alumno que acosó a su compañera como el de las


autoridades del colegio Gonnet se explica en la naturalización de comportamientos que
1
Báez, J., “'Yo soy', posibilidad de enunciación de las sexualidades en la escuela”, Polifonías,
Universidad de Luján. Departamento de Educación, 2, 2013, pp. 115.
son machistas, en tanto posicionan en una situación de vulnerabilidad a la adolescente
en base a entender un hecho de violencia como responsabilidad de la femineidad y su
forma de vestir (que además es también impuesta por la institución).

Por lo tanto, la forma de resolver estos conflictos (entendiendo también que no


es un hecho aislado) es a partir de una mirada con perspectiva de género que genere el
cuestionamiento por parte de todos los miembros de la comunidad educativa de las
jerarquías de género y el sexismo dentro de la institución escolar. Pero que, además, se
articule con otras formas de opresión y discriminación que son condicionantes de las
realidades, a partir de la incorporación de las “pedagogías feministas interseccionales” 2,
sobre todo en esta situación donde se presenta un acoso y un abuso de autoridad. Por
ello, es esencial aplicar la Educación Sexual Integral (que, como vemos, es algo que
piden los propios estudiantes) que aborde las diversidades sexo-genéricas y que los
docentes se comprometan al cumplimiento de este derecho.

2) La utilización del uniforme en el ámbito educativo, según afirma Feminacida,


tuvo su justificación en la necesidad de buscar igualar a todos los estudiantes dentro del
espacio áulico. Igualar es sinónimo de borrar las diferencias, homogeneizar y no dar
espacio a la diversidad.

El uso del uniforme escolar, a la largo de la historia y hasta la actualidad,


funciona como mecanismo para el disciplinamiento de los cuerpos y se constituye como
una herramienta de control hacia las formas de expresión que pueden tener los niños,
niñas y adolescentes. Ante todo, si tenemos en cuenta que la utilización del uniforme es
más perjudicial para las mujeres, en tanto se busca que no “provoquen” y que, si es que
“provocan”, que las consecuencias se las banquen, como pasó en el colegio Gonnet
según la mirada de las autoridades.

Tiene, a su vez, varias consecuencias. En primer lugar, niega cualquier otra


forma de vivir la identidad y de expresarla en el espacio educativo, que debería ser el
lugar de reconocimiento y donde se promueva el respeto de las diferencias. Esto incluye
la utilización de aquella vestimenta que me representa sea como una expresión cultural

2
Troncoso Pérez, L., “Más allá de una educación no sexista: aportes de pedagogías feministas
interseccionales”, Pensamiento Educativo. Revista de Investigación Educacional
Latinoamericana, 56 (1), 2019, pp. 1-15.
(una remera de una banda de música que me gusta), por practicar determinada religión,
por tener una remeda de un club de futbol del cual soy hincha, etc.

Esta forma de control y disciplinamiento no sólo difunde los estereotipos de


género en tanto las chicas usan esto y los chicos esto otro, sino que reproduce en el
ámbito escolar el sistema binario de entender los cuerpos, no dando espacio para otras
expresiones que no se sienten identificadxs con aquello que le fue impuesto. No hay, en
este sentido, espacio para el “Yo soy” 3 de los y las adolescentes. Esto que no se puede
expresar porque está prohibido es, a su vez, lo que sigue mostrándonos que existe una
forma “normal” de ser y de actuar y que es impuesto de forma implícita.

Entonces, si bien a todos y a todas nos puede perjudicar más o menos la


utilización del uniforme escolar, hay otras personas a las que directamente las excluye:
aquellas que no se sienten identificadas con el género que les fue asignado o impuesto al
nacer a raíz de portar determinado sexo en un sistema donde lo hegemónico es lo
heteronormativo. Esto no es más que discriminación y exclusión.

Por ello, es necesario que se respete la identidad de género dentro de la escuela,


siendo los directivos y autoridades los principales responsables de que ello así suceda.
Al igual que es importante lo que plantea Feminicida en cuanto propone que se abra el
debate en la comunidad educativa para que se puedan escuchar opiniones, argumentos y
llegar a acuerdos. Dejando de lado esa mirada adultocéntrica de imposición y coerción,
e impulsando un paradigma de inclusión, que tenga en cuenta las diversidades que
inevitablemente se van a encontrar en el colegio. Con una mirada interseccional hacia
todo aquello que nos hace diferentes y que posiciona a algunos en una situación de
privilegio para con otro que cuenta con condicionantes que los hacen poseer cuerpos
más difíciles de habitar.

3) Curse los estudios secundarios en un colegio de administración privada, donde


era común que los preceptores y directivos acusaran a las adolescentes de tener la
pollera muy corta o el pantalón de gimnasia muy ajustado al cuerpo. Eran frecuentes,
también, las amonestaciones por ir con pantalón en vez de pollera los días de invierno.
Es cierto, como plantea Feminacida, que las recriminaciones o retos las reciben más

3
Báez, J., “'Yo soy', posibilidad de enunciación de las sexualidades en la escuela”, Polifonías,
Universidad de Luján. Departamento de Educación, 2, 2013, pp. 114-126.
frecuentemente las estudiantes, en cuanto se ven obligadas a utilizar un uniforme que
está lejos de resultar cómodo, sobre todo en invierno.

En una ocasión se presentó una situación donde un estudiante trans tuvo


conflictos con la dirección a raíz de que estos lo sancionaron por no ir con la vestimenta
establecida para el género femenino. Esto tuvo como consecuencia la citación a los
padres y la “propuesta” de cambiarse de colegio por no aceptar la normativa, como una
respuesta al conflicto. Esto genera un espacio donde no hay debates ni
cuestionamientos, y las normativas se acatan sólo por el hecho de ser tal sin pensar en
que vulnera y discrimina a algunas personas negándoles su identidad.
Claro está que, más allá de las críticas al uniforme escolar planteadas en los
puntos anteriores, la falta de respeto y entendimiento hacia las personas no binarias,
trans o travestis genera consecuencias que son responsabilidad de la institución por su
propio accionar y que no deberíamos considerar como posible forma de resolución el
cambio de la forma de actuar del estudiante, sino de la forma de abordar los directivos a
estas situaciones.
Esta forma de tratar estas situaciones por parte de los directivos y autoridades
debería tener como principio el respeto a la identidad en general, y a la de género en
particular. No sólo por el cumplimiento de la normativa vigente (que lo convierte en su
obligación en tanto garantes de derechos) sino también para desnaturalizar ellos mismos
las preconcepciones tradicionales que tienen incorporadas en su inconsciente que son
binarias y reproducen las jerarquías entre los sexos. Esto ayudaría a dar soluciones que
no promuevan la exclusión de los estudiantes, sino que también incentive el respeto y
generen rupturas con los estereotipos de género vigentes que son limitantes de las
identidades.

Personalmente creo que la perspectiva de género podría ayudar a deconstruir y, a


su vez, trasformar teniendo como horizonte una educación que sea inclusiva, donde
exista el diálogo y que tenga como principio la equidad. Es esencial la función que le
corresponde a la educación en esta tarea, y son las autoridades de las instituciones las
que deben comenzar a replantearse su forma de mirar al mundo a partir de capacitación
y la inclusión de la perspectiva de género.

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