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CO M U N I C A C I Ó N POLÍTICA E INCLUSIÓN

Comunicación Política e Inclusión

Módulo 4
La comunicación política y la dimensión
simbólica de lo político en el tejido social
REV 102022

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Contenido
INTRODUCCIÓN ..................................................................................................................................... 4

1. TEXTO Y SISTEMAS PARASITARIOS ..................................................................................................... 5

1.1. TIPOS DE SISTEMAS PARASITARIOS ........................................................................................................... 11

2. TEXTO Y CONTRATEXTO ................................................................................................................... 14

3. DISCURSO POLÍTICO Y COMUNICACIÓN POLÍTICA ............................................................................ 22

3.1. UN PÚBLICO-OBJETIVO INFIEL ................................................................................................................. 25

4. PARA REFLEXIONAR: PALABRA PÚBLICA, CREDIBILIDAD Y CIUDADANÍA .......................................... 29

4.1. PERTINENCIAS Y FUNCIONES ................................................................................................................... 30


4.2. SISTEMA CERRADO Y SISTEMA ABIERTO ..................................................................................................... 33
4.3. LA ESCRIBALIDAD DE LA VIDA REPUBLICANA PERUANA .................................................................................. 35
4.4. LA ADMINISTRACIÓN DE LA JUSTICIA EN CULTURAS ORALES ........................................................................... 37
4.5. LO SIMBÓLICO Y LO SIMBOLIZADO............................................................................................................ 38
4.6. UNIDAD PRODUCTIVA FAMILIAR .............................................................................................................. 38
4.7. REIVINDICACIÓN DE LA CREDIBILIDAD ....................................................................................................... 39
4.8. PERSPECTIVISMO CULTURAL ................................................................................................................... 39

CONCLUSIÓN ....................................................................................................................................... 41

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS ............................................................................................................ 42

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Introducción

Así como los signos que produce cada hablante compiten por otros por su
reconocimiento y aceptación, lo mismo ocurre con los signos que exporta el
Estado. Sabemos que hay una comunicación oficial del Estado y Gobierno, pero
sabemos también que diferentes sectores sociales (la prensa, los partidos
políticos, las religiones, en fin) también se comunican con sus públicos. ¿Cuándo
la instrucción social (textualidad) proveída por el Estado es considerada “sana” y
cuándo es considerada “patológica” ¿Qué relación hay entre una textualidad
“patológica” y la subversión? Como gestores políticos entendamos
particularmente fortalezas y debilidades de la comunicación oficial. A sus
oportunidades y amenazas.

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1. Texto y sistemas parasitarios


Interesarse en los sistemas de signos de una sociedad implica un deslinde
respecto a los límites de la semiótica. Desde esta perspectiva es conveniente
precisar que para nosotros, y para decirlo con palabras de Umberto ECO:

«La semiótica es
una disciplina
que puede y
debe ocuparse de
toda la cultura».

Es decir, asumimos que en toda sociedad los sistemas de signos pueden ser
entendidos desde una perspectiva instruccional: todos los signos que nos rodean
—intencionales o no— influyen en nuestras conductas; con lo cual
deliberadamente queremos poner énfasis en la concepción de estos sistemas de
signos que, como vehículos de información, garantizan las relaciones entre los
miembros de una sociedad.

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Así, las sociedades codifican sus experiencias comunitarias en estructuras


semióticas expresadas en sistemas sígnicos. De allí la importancia que cobran
estos sistemas sígnicos en una sociedad para comprender no solo el hecho
cultural aislado, sino, fundamentalmente, la red de relaciones que articula los
distintos hechos culturales y las conductas.

Ciertamente, no todos los signos que configuran una sociedad están hechos para
significar, ni todos los signos que moldean una conducta son producidos
intencionalmente para decir algo.

Lo anterior nos lleva a distinguir, desde el punto de vista semiótico, dos


conceptos: el concepto de pretextualidad y el concepto de textualidad.

Veamos sus detalles:

 La pretextualidad alude precisamente a todos aquellos elementos,


fenómenos o procesos que sin ser producidos expresamente para
significar adquieren una dimensión significativa porque los individuos los
convierten en signos. Los fenómenos naturales tienen significado para
nosotros y regulan nuestra conducta; las edificaciones de una sociedad
nos dan información sobre ella; las costumbres y vestimentas, igualmente;
en fin, los seres humanos como productores de sentido estamos en
condiciones de «leer» una serie de fenómenos sociales que no están
hechos para significar como fenómenos informativos, reguladores de
conductas.

 Toda organización social estructura para sus miembros un sistema


instructivo formal y emplea signos para garantizar el cumplimiento de esta
función. Las sociedades codifican este sistema de instrucción básicamente
a través del derecho y de la educación. A este sistema de instrucción
formal lo denominamos textualidad.

En este contexto, ya la pragmática ha puesto particular énfasis en el rol que


cumplen los signos de esta naturaleza en el seno de la vida social y en la relación
existente entre estos signos y sus usuarios.

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De acuerdo con Charles MORRIS:

«Los signos útiles


para un organismo
deben orientar
como mínimo su
conducta en
espacio y tiempo, y
preparar de algún
modo su proceder
respecto de la
región del
ambiente que se
identifica».

Es claro, entonces que, si leemos los sistemas de signos generados por un


organismo social en orden a su tarea instructiva, advertimos que estos signos
están orientados a situar a los miembros de una comunidad en un espacio y un
tiempo determinados, a reconocer sus intereses comunitarios y a operar de
acuerdo con ellos. La conducta social necesita, por tanto, dirección respecto de
lo relevante en función de sus objetivos, indicaciones acerca de cómo hallarlos,
y predicará respecto a la teleologicidad1 de estos.

Este comportamiento semiótico de la textualidad permitirá al individuo orientarse


en una determinada situación; en ese sentido, los signos ofrecerán al usuario
huellas, ristras o instrucciones sobre cómo ese individuo «puede dominar y
ordenar la extrema complejidad de datos primarios disponibles en una situación
que está en suspenso de manera que le sea posible una conducta y un actuar
con sentido», en palabras de Harald WEINRICH.

De lograrse tal sentido, esta suerte de «consigno» entre los intereses personales
y los comunitarios, surge el entendimiento; como lo dice WEINRICH:

«Sobre la
legitimidad de los
valores y normas
vigentes de una
comunicación
perfectamente
razonable, también
el actuar tiene que
ser razonable».

1
Teleología: doctrina de las causas finales.

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Es claro que para el cumplimiento cabal de estas funciones asignadas a la


textualidad se requiere que esta se ajuste a la pretextualidad, que permita
reconocer y ordenar a la vez las dimensiones no significativas del quehacer
humano.

A nivel de la organización política de los Estados, corresponde a estos la


codificación de la textualidad que —como se verá en un gráfico más adelante—
ofrece instrucciones a sus miembros a través de la Constitución, los códigos o
leyes fundacionales, la ritualidad oficial, los sistemas educativos y los medios
oficiales de comunicación.

Y aquí nos encontramos con teorías de la comunicación —provenientes


fundamentalmente de la sociología— que versan sobre dos direccionalidades
posibles para la comunicación de un Estado. Una de estas es la teoría de la
comunicación hipodérmica y la otra es la teoría de los efectos limitados
de la comunicación.

La comunicación hipodérmica, llamada también en su origen teoría de la bala,


se desarrolla originalmente para sociedades masificadas, y parte del principio de
que con el poder, precisamente de los medios masivos de comunicación, es
posible alcanzar con el mismo mensaje los mismos efectos en todos y cada uno
de los individuos del público-objetivo.

Es claro que esta concepción de la comunicación supone la nula respuesta del


receptor, su nula participación y, por ende, concebirlo esencialmente como un
mero consumidor pasivo de signos.

Por contraste, las teorías de los efectos limitados subrayaban —aun en tiempos
de la propia masificación— que pese al poder de los medios, diferentes razones
(como credo, ideas políticas, costumbres, tradiciones, etc.) mediatizan la
posibilidad del mismo efecto en el público-objetivo.

Sabemos, sin embargo, que con el advenimiento de la electronalidad


(particularmente el uso de Internet y redes sociales) el hombre deja de ser un
consumidor pasivo de signos para convertirse en un prosumidor. Como lo hemos
señalado antes, el sistema cultural de la electronalidad crea prosumidores y no
solo consumidores. Lo que mediatiza aún más los efectos que pueda alcanzar un
mensaje apelando a las teorías hipodérmicas.

Dicho en términos prácticos, un Estado puede acudir a posicionar la textualidad


mediante teorías hipodérmicas siempre y cuando dicha textualidad responda
realmente a la pretextualidad y/o se arraigue en insights profundos; pero las
sociedades democráticas y abiertas, signadas ya por la electronalidad, obligan al
comunicador político a pensar en la diversidad de su público-objetivo. De modo

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que más allá del poder de los medios masivos, el comunicador debe pensar en
cómo combinar estos con el uso de medios que permitan la activación
permanente del ciudadano-prosumidor.

Es evidente que aparte de las dimensiones instructivas de la pretextualidad, y a


menos que se trate de un grupo muy restringido de personas o medie una
situación patológica, los valores instructivos de una sociedad no solo se expresan
o transmiten a través de la textualidad, sino a través de lo que denominaremos
sistemas parasitarios.

Desde la perspectiva comunicativa, y teniendo como referencia el funcionamiento


de la textualidad, los medios masivos de comunicación, el discurso religioso, el
discurso político, la crítica y aun eventualmente un sistema sígnico opositor a la
textualidad, constituyen sistemas parasitarios. Ello porque, por un lado, desde la
funcionalidad instructiva de sus signos, el valor de estos se define en referencia
al valor poseído por los signos del sistema textual; y, por otro lado, porque se
presentan como subproductos (no necesariamente a favor) del propio texto.

Cuando la textualidad propuesta por una sociedad a sus individuos responde a


las exigencias de orientar, proveer de herramientas y poseer una telia definida,
los sistemas parasitarios funcionan (aun en el caso de aquellos que puedan ir
contra del texto) como redundantes respecto a él. Redundantes en tanto
confirmación de los valores oficialmente propuestos o como factores que a través
de la retroalimentación (feedback) permiten demostrar la permeabilidad del
sistema textual o contribuir a su mejoramiento. Nótese que el término sistema
parasitario no implica una calificación moral, sino da cuenta de un organismo que
se desarrolla a partir y en referencia a
otro organismo.

En ciertas sociedades industrializadas,


por ejemplo, se constituyen grupos
denominados contestatarios cuyos
miembros se declaran como
opositores a la textualidad
establecida. Alrededor de ellos puede
crearse, incluso, una subcultura en la
cual la suscripción a revistas
especializadas, la asistencia al cine
club de moda vanguardista, la
apariencia física descuidada, se convierten en signos integradores que gobiernan
homogéneamente la cultura del grupo heterogéneo. Sin embargo, ante una
textualidad semióticamente sana —como lo veremos— esta subcultura no hace
sino redundar finalmente acerca de la permeabilidad de la textualidad.

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En este sentido, el comportamiento de los sistemas o estructuras parasitarias


revela que, tal como lo dice Kurt BALDINGER:

«Las diferentes
estructuras funcionan
como fusibles; si el
fusible de una
estructura ha saltado,
la estructura o
estructuras siguientes
reparan el daño y
garantizan el
funcionamiento».

De allí que, en tanto instrumentos portadores de valores educativos, y en


condiciones normales, los sistemas parasitarios no solamente se complementen
entre sí, sino contribuyan a la vigencia de la textualidad. La redundancia permite
asegurar la continuidad operativa del sistema sígnico textual; no debemos olvidar
que en ese contexto, como lo afirma Luis GONZÁLEZ SEARA en Opinión pública y
comunicación de masas:

«La educación crea


en nosotros unas
creencias, unos
hábitos y unos
estereotipos que
luego van a dificultar
la recepción de
mensajes que no se
hallen implícitos en el
sistema».

Textualidad y sistemas parasitarios, por lo tanto, en circunstancias de alternancia


normal, establecen una relación de complementariedad; finalmente, esta relación
reposará en la intercambiabilidad significante de los valores instructivos que
transitan alternativamente entre el texto y el sistema parasitario. Sin embargo, y
como lo podremos comprobar más adelante, la complementariedad de valores
entre el texto y los sistemas parasitarios solo es posible si el texto garantiza esta
posibilidad de intercambio. Es decir, como lo afirma Morris:

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«El texto debe tener


la capacidad de ser el
otro sin dejar al
mismo tiempo de ser
él mismo».

Ello presupone necesariamente una distinción conceptual entre uno mismo, quién
es el otro y la diferencia entre ambos.

1.1. Tipos de sistemas parasitarios

La distinción conceptual que permita el conocimiento definido entre los sistemas


sígnicos que operan en una sociedad permite, a su vez, el conocimiento semiótico
operativo de que en la vida social no hay algo que sea lo contrario de conducta.
Es decir, todo signo asumido como instructivo evidencia y orienta una conducta
en una u otra dirección.

De acuerdo con Paul WATZLAWICK:

«En otras palabras, no


hay no-conducta, o, para
expresarlo de modo aún
más simple, es imposible
no-comportarse. Ahora
bien, si se acepta que toda
conducta en una situación
de interacción tiene un
valor de mensaje, es
decir, es comunicación,
se deduce que por mucho
que uno lo intente no
puede dejar de
comunicar».

Desde esta perspectiva, y partiendo de la clasificación de la conducta social


recíproca establecida por Charles MORRIS y en el contexto de general de la no
conducta aludida, podemos establecer que entre la textualidad y los sistemas

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parasitarios se plantea tres tipos de relación: cooperativa, competitiva o


simbiótica:

 La relación será cooperativa cuando la conducta de un sistema


parasitario determinado implica cumplir con los mismos objetivos del
sistema textual.
 Es competitiva si el sistema parasitario implica obstaculización respecto
a la finalidad textual.
 La relación simbiótica supondrá que el sistema sígnico parasitario,
aunque influido por el textual, no opera conductualmente ni de modo
cooperativo ni de modo competitivo respecto a la textualidad.

Los sistemas parasitarios desempeñan así una conducta cooperativa cuando


constituyen un discurso que apoya la textualidad. Estuvo muy de moda, por
ejemplo, acusar al pato Donald de ser agente del imperialismo, ya que
evidentemente esa historieta cómica expresa los valores de una sociedad
capitalista. Pero de este segundo hecho no se puede concluir el primero porque
es pecar de ingenuo suponer que un cómic producido en un sistema —y dentro
de él— exprese valores ajenos al mismo. Igual ocurriría con una historieta que
corresponda a otro sistema.

Lo importante en todo caso es percibir los mecanismos a través de los cuales el


sistema parasitario del mundo del cómic tipifica una conducta cooperativa
respecto a un texto dado. Proponemos llamar sistemas de reúso a aquellos
sistemas sígnicos parasitarios cuya conducta implica cooperación explícita
respecto a la textualidad. Tomamos el término de Heinrich LAUSBERG, quien nos
señala:

«Toda sociedad de una


cierta fuerza e intensidad
conoce estos discursos
de reúso que son
instrumentos sociales
para el mantenimiento
[...] de la plenitud y de la
continuidad del orden
social y a menudo
también del carácter
social de la humanidad
en general».

Se debe precisar que las sociedades en situaciones de cambio deben saber


también de la formulación de los llamados discursos de consumo, destinados a
hacer frente justamente a la situación cambiante.

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Indicábamos que los sistemas parasitarios pueden también ser competitivos, es


decir, implicar de alguna manera obstaculización. En el ejemplo de la historieta
cómica que mencionábamos anteriormente, esta funcionaría como un sistema
competitivo para una textualidad definida a partir de la abolición de la propiedad
privada de los medios de producción.

Los sistemas parasitarios simbióticos no operan cooperativa ni competitivamente


respecto al discurso textual. Se trata de sistemas parasitarios que, siendo
subproductos de lo textual, tienen una finalidad que no está formalmente
relacionada con la finalidad de la textualidad. Retomando un ejemplo anterior,
constituirían conducta simbiótica los sistemas de signos que regulan el
comportamiento de un grupo que, aun declarándose opositor al texto, ni
colaboran ni compiten con él. Buena parte del arte contemporáneo, en general,
puede ser incluido en este tipo de conducta semiótica.

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2. Texto y contratexto
A propósito de una investigación sobre el asunto ortográfico en el Perú, su
concepción como factor de discriminación social y la ubicación del problema en
el contexto general de la educación peruana, tuvimos la oportunidad de señalar:

«Los signos de un
individuo y una
comunidad son sanos en
cuanto ofrezcan una
sistemática y
permanente posibilidad
de mejoramiento; se
tornarán patológicos si
presentan una resistencia
a tal corrección y
mejora».

Señalábamos, entonces, que los sistemas sígnicos de una sociedad, y a partir del
concepto de patología de MORRIS, podrían orientar su comportamiento. Así,
cuando estemos frente a un sistema de signos sanos, estaremos frente a

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estructuras que posibilitan una permanente conducta adaptativa, mientras que


en otro caso —la patología—, siguiendo BIONDI y ZAPATA2:

«Los signos operarán en


contra de que la
conducta se adapte al
manejo de los objetos».

Es en este sentido, pues, una textualidad puede ser, según sea el caso, sana o
patológica.

Cuando el sistema sígnico textual es sano, los sistemas parasitarios en general,


sean cooperativos, competitivos o simbióticos, colaboran con la textualidad. En
tal sentido, cuando en una sociedad el texto tiene claramente marcada su
finalidad, ofrece las herramientas para cumplirla y permite operar sobre los
objetos, los sistemas parasitarios (discurso político, religioso, medios masivos,
discurso jurídico, discurso económico, etc.) funcionan como redundantes
respecto a la textualidad.

Vale decir, los sistemas parasitarios —cuando la textualidad es sana— se


convierten en una compleja red de elementos iterativos respecto al texto. Así,
por ejemplo, una parte de la prensa puede repetir constantemente lo que la
textualidad ya manifiesta, mientras que otra puede discutirlo e incluso
denunciarlo hasta llegar (hay muchos ejemplos históricos al respecto) al
escándalo público, que comprometería aparentemente elementos fundamentales
de esa sociedad: cuestionar la figura misma de un presidente, por ejemplo.

Sin embargo, cuando la textualidad es sana, el periodismo opuesto a dicho texto


opera redundantemente, en vista de que la existencia misma de la crítica y la
denuncia reiteran la permisividad sígnica de la textualidad. Frente a un sistema
textual sano, por lo tanto, los sistemas parasitarios cooperativos, competitivos o
simbióticos se constituyen en consignos, es decir en signos.

2
BIONDI y ZAPATA (1988). Ortografía: ¿error o problema? Lima.

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Siguiendo a Charles MORRIS:

«[…] signos susceptibles de


ser producidos por los
miembros de una familia de
intérpretes y con el mismo
significado para los
productores que para los
demás intérpretes. Los
consignos son actividades
de los organismos mismos
(tales como los gestos) o
bien los productos de tales
actividades tales como los
sonidos, las huellas que
quedan en un medio
material o los objetos
construidos».

Cuando el sistema textual es patológico, se puede observar que los sistemas


parasitarios cooperativos pierden teleología social; esto es, pierden la articulación
redundante entre ellos que caracteriza su comportamiento cuando la textualidad
es sana. Y desde esta perspectiva, gradualmente cada uno va adquiriendo
autonomía, convirtiéndose cada sistema en compartimiento estanco respecto al
otro. Pese a ello, en virtud de que el grupo social requiere de pautas, estos
sistemas parasitarios —aun con su inarticulación y telia social— asumen el rol del
texto patológico. Es decir, los usuarios reciben pautas, propuestas, valores,
patterns, a través de distintos canales, pero les son ofrecidos de una manera
inarticulada, fragmentada, a raíz de la pérdida de finalidad social.

Ante una textualidad patológica, los sistemas sígnicos parasitarios cooperativos


se convierten así en opción instructiva y real que la sociedad ofrece a sus
usuarios. Por otra parte, los sistemas parasitarios simbióticos —que operaban
como cooperativos cuando el texto era sano— pueden desplazarse bien sea hacia
la cooperación inarticulada o hacia la competitividad.

En lo que se refiere a los sistemas parasitarios competitivos, y aprovechando la


debilidad de la textualidad de la cual son subproductos, pueden convertirse con
mayor facilidad en alternativos, es decir, adquirir la categoría de contratexto.

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En ese sentido, los sistemas competitivos operan análogamente a como Pío


BALDELLI en Informazione e controinformazione entiende que opera la
contrainformación:

«La
contrainformación
tiene peso cuando
trabaja sobre la
definición de los
puntos débiles del
poder».

El contratexto es, entonces, un sistema sígnico que —ante una situación


patológica e independientemente de su origen competitivo, cooperativo o
simbiótico— puede convertirse en alternativa textual (es decir, de reemplazo de
la textualidad).

De allí que cuando esa textualidad es patológica, todos los sistemas parasitarios
pueden convertirse en contratextuales, con la diferencia de que unos
(básicamente los de origen cooperativo) asumen el papel instructivo oficial, con
las características de inarticulación señaladas, mientras que cualquier sistema de
origen competitivo puede convertirse en contratexto alternativo cuya conversión
en textualidad dependerá de la relación entre la afirmación de su propia salud y
la patología del sistema matriz.

La afirmación de la salud de un sistema de signos estará en relación con la


precisión de su propia finalidad, con su carácter instrumental y con su posibilidad
de operar sobre los objetos. En este contexto, por ejemplo, un discurso
económico de origen competitivo, que pretenda convertirse en discurso oficial o
textualidad y gire en torno a la propiedad privada de los medios de producción,
no logrará este objetivo si no traza límites conceptuales acerca de este principio
de propiedad.

Es claro que en el marco de una sociedad signada por una textualidad patológica,
cualquier sistema competitivo semióticamente sano tiene posibilidades de
convertirse en texto.

Mencionábamos anteriormente que los sistemas parasitarios operan


originalmente como fusibles. Ahora estamos en condiciones de entender que,
cuando la textualidad es patológica, los sistemas parasitarios de origen
cooperativo van desempeñando uno a uno el papel de fusibles.

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Conviene observar que, tal como lo afirma BALDINGER:

«Si todos los fusibles han


saltado (incluido el
sistema de referencia a la
situación), hay
malentendidos, la
comunicación fracasa».

De allí que ante la comprobación de un texto patológico y ante la inminencia o


evidencia de que los fusibles saltan, es indispensable comprender que,
recordando a Roman JAKOBSON en Fundamentos del lenguaje:

«Para estudiar
adecuadamente una
ruptura en las
comunicaciones, es
preciso haber entendido
previamente la naturaleza
y la estructura del modo
particular de comunicación
que ha dejado de
funcionar».

Las sociedades, pues, no pueden concebir la subversión meramente como


externidad. Es decir, reducir la subversión a sistemas parasitarios competitivos
cuya finalidad puede —con legitimidad o no— ser la captura del poder. Pues la
subversión y las condiciones para el cambio de una textualidad dada dependen
más de las debilidades de la textualidad propia que de las fortalezas del discurso
competitivo.

Aquí conviene, entonces, tener muy claro que una textualidad signada por la
patología o por la resistencia al cambio deviene en autosubversión
gubernamental; esta es la verdadera matriz de todas las subversiones. Fácil es
comprobar cómo la terca resistencia al cambio genera en muchas sociedades
graves contradicciones internas en la propia textualidad. Esto, a su vez, genera
la pérdida de teleología y los propios sistemas parasitarios supuestamente
competitivos van saltando gradualmente como fusibles hasta consumir su
capacidad de instrucción social.

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Tomemos como ejemplo a Sendero Luminoso; en la medida en que la presencia


de este movimiento opera sobre una «ruptura en las comunicaciones» que la
sociedad peruana establece oficialmente respecto a sus individuos; como se vio,
cualquier sistema competitivo puede convertirse en contratextual ante una
textualidad patológica, y siguiendo a JAKOBSON:

«Es preciso entender la


naturaleza y estructura del
modo particular de
comunicación que ha
dejado de funcionar».

De allí nuestro interés en analizar el sistema educativo y de observar en él los


factores de perturbación que le impiden constituirse en un sistema de signos
sano.

Independientemente de cualquier ideología, un sistema educativo debe otorgar


a sus usuarios sistemas de simulación válidos para predicar respecto a la realidad
y que respondan a sus expectativas. De allí que esta aproximación que trazamos
respecto a Sendero Luminoso como sistema alternativo de educación nos lleve a
considerarlo científicamente como un sistema coyunturalmente sano frente a la
patología del sistema oficial, con todas las implicaciones que ello conlleva.

Así, y siempre en el terreno de los sistemas sígnicos como sistemas educativos,


debemos entender que los sistemas parasitarios funcionan como redundantes
respecto a la textualidad cuando esta se presenta ante sus usuarios como capaz
de orientarlos, ofrecerles herramientas operativas y como poseedora de una telia
definida.

Para que esto ocurra, es decir para que un sistema de signos sea percibido por
los usuarios como poseedor de estas características, la textualidad debe
responder a tres exigencias: ser autocoherente, exhaustiva y simple:

 Autocoherente. El sistema de signos textual debe estar libre de


contradicción interna, es decir, sus elementos deben forman una
estructura exenta de incoherencia. Así, por ejemplo, si uno o varios de los
elementos del sistema propiciasen el hábito de la lectura, y otro —u
otros— de los elementos del sistema hiciesen percibir al usuario que para
el sistema la lectura no es relevante, existe una contradicción interna. Esto

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explica fácilmente, desde el punto de vista del comportamiento sígnico


inherente a la estructura, cómo horas dedicadas al cultivo del
razonamiento verbal y al cultivo de la lectura pueden ser percibidas como
inútiles, si la superación de otros cursos se hace prescindiendo de dicho
razonamiento y del cultivo del hábito de la lectura o si —y esto es más
grave— los actantes del proceso educativo, quienes también son
elementos significativos del sistema, no muestran ante los receptores
poseer el hábito de la lectura, bien sea porque no leen o porque lo hacen
deficientemente.

 Exhaustividad. Supone que el sistema de signos debe ser capaz de


explicar el mayor número de fenómenos ocurrentes en una sociedad. Así,
por ejemplo, si la textualidad no ofrece herramientas para valorar en su
exacta dimensión algún elemento tecnológico que se presente como
novedoso en una sociedad, esto afectará no solo el aprovechamiento del
fenómeno ocurrente, sino repercutirá en la teleologicidad del sistema. Esto
está ocurriendo con el sistema cultural de la electrónica.

 Textualidad. Debe ser simple: con el menor número de conceptos se


debe explicar el mayor número de elementos. En este sentido, se orienta
a la formulación de modelos y leyes generales, respecto de los cuales los
casos particulares funcionarán a modo de ejemplificación.

Si el sistema de signos textual satisface estas exigencias será capaz de garantizar


la intercambiabilidad y, por lo tanto,
tendrá la capacidad de ser el otro sin
dejar al mismo tiempo de ser él
mismo, es decir, se planteará una
relación redundante y
complementaria entre la textualidad
y los sistemas parasitarios.

DISCURSO POLÍTICO Y COMUNICACIÓN POLÍTICA

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MEDIO / MENSAJE

SISTEMA CULTURAL SISTEMA CULTURAL


SISTEMA CULTURAL ESCRIBALIDAD
ORALIDAD ELECTRONALIDAD

Discurso y representación

DISCURSO POLÍTICO

Configura Configura
- Constitución
- Códigos
Pretextualidad Textualidad
- Leyes fundacionales Discurso de
Representación factual Representación
- Ritualidad oficial
simbólica convertida en simbólica/ gobierno
- Sistema educativo
discurso. discurso oficial
- Medios de
- comunicación oficial

Sistemas parasitarios COOPERATIVOS

COMPETITIVOS

SIMBIÓTICOS

Discurso Discurso Discurso Discurso Discurso Discurso de


político social judicial religioso económico los medios

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3. Discurso político y comunicación


política
Ahora estamos en mejores condiciones para entender no solo lo que es la
comunicación política, sino los contextos sígnicos que la rodean e influyen sobre
ella; en condiciones de valorar, entonces, la operatividad real e importancia de
la palabra pública.

Lo primero que debemos tener claro, a estas alturas, es la diferencia que


debemos hacer entre los conceptos de discurso político y comunicación
política, entre el todo y la parte, para anticiparlo y decirlo preliminarmente:

 El discurso político comprende la dimensión simbólica —intencional o


no— que adquieren tanto la pretextualidad misma como el decir y el
quehacer de los actores sociales en orden a la acción colectiva del acto de
gobernar los asuntos públicos. El discurso político, entonces, contempla
tanto los procesos transmisivos como los procesos comunicativos.
Comprende la dimensión instructiva proveída por la pretextualidad, la
textualidad, los sistemas parasitarios y la comunicación política misma. De
estos procesos brota información proveniente aun de las personas y los
grupos sociales que —estando dedicados a actividades religiosas,
culturales, económicas, en principio ajenas al acto de gobernar— generan

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información que afecta intencionalmente —o no— al acto mismo de


gobernar.

Es un hecho, por ejemplo, que las actividades económicas son realizadas


por individuos y grupos sociales para satisfacer sus necesidades. No
tienen, pues, en principio, vínculo explícito con el gobierno de los asuntos
públicos; pero la manera en que esa actividad se realice —por ejemplo,
formal o informalmente— genera información al ciudadano común sobre
la validez o no, la legitimidad o no, la vigencia real o no, de la propia
textualidad (o pautas conductuales oficiales del Estado) o del discurso de
gobierno. Conceptos ya vistos anteriormente.

Lo mismo ocurre con las religiones. Salvo en aquellas que aspiran a


gobiernos teocráticos, su finalidad transita fundamentalmente por el
cultivo espiritual del ser humano. Pero en ciertas circunstancias,
determinados principios de una religión pueden entrar en conflicto con
categorías dispuestas por la propia textualidad de Estado o el discurso de
gobierno.

 La comunicación política, siendo parte del discurso político, sí


presupone necesariamente intencionalidad. Hablar de comunicación
política es —por ahora— aludir a aquel conjunto de signos que un Estado
exporta a sus ciudadanos a través de lo que hemos llamado textualidad,
en la búsqueda de incluirlos política, social, económica y culturalmente en
un todo unitario.

Pero es claro también que los partidos u organizaciones que se conforman con
aspiraciones de alcanzar el poder público también comunican políticamente. Y
esta comunicación puede ser:

 Como discurso de gobierno. Si es que el partido u organización ha


accedido al ejercicio del poder institucionalizado constitucionalmente. Sea
este nacional, regional o municipal.
 Como institución política en sí. Por el hecho de serlo, esta
comunicación —como es evidente— puede estar dirigida a:

 A toda la comunidad. Como en el caso, por ejemplo, de un


pronunciamiento institucional sobre X o Z temas.
 A sus propios adherentes. Para garantizar su identificación
permanente, propiciar su participación y/o convocarlos a acciones
concretas.

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Un caso en apariencia excepcional —veremos luego por qué solo en apariencia—


lo constituyen las campañas electorales. Aquí el partido o la organización se dirige
a toda la población y a sus afiliados, buscando su adhesión a través de la
captación del voto ciudadano.

Aquí aclaramos que el carácter excepcional de la comunicación política en el caso


de las campañas electorales no debe ser tan excepcional. Pues las campañas
electorales, cuando son debidamente planificadas, instrumentalizan también la
comunicación política que hemos tipificado hace unos instantes. Es decir, ya que
el objetivo de un partido u organización política es alcanzar el poder, tanto sus
pronunciamientos puntuales sobre X o Z temas, o lo que se dice a sus militantes,
regularmente debe considerarse no solo como la expresión ideológica de la
institución, sino como parte de una campaña electoral. Lo cual no significa
oportunismo, sino verdadera organización política, verdadera acción conjunta y
coherencia ideológica.

Todo esto, entonces, no solo es un factor básico para posicionar coherencia ante
los diferentes públicos-objetivo, no solo es una sana práctica democrática; se
trata de un ineludible deber de una organización política que busca que una
campaña electoral sea exitosa, que busca alcanzar el poder para —desde su
visión ideológica y técnica—
propugnar que el vehículo de acción
colectiva llamado Estado propicie el
crecimiento y el bienestar individual y
colectivo de los ciudadanos.

De no integrarse en una sola


estrategia comunicativa lo que el
partido u organización política dice
ocasionalmente, con aquello que dice
regularmente a sus militantes, una
vez que llegue el momento de una
campaña electoral habrá que vencer
más obstáculos.

Los movimientos políticos exitosos


deben concebir la comunicación
política como un todo estratégico para garantizar identidad institucional e
imagen, y para facilitar el acceso al poder.

Es claro que ese todo estratégico que debe regular la comunicación política debe
atender sistemáticamente a todos los factores concurrentes en el discurso político
y la comunicación política, y debe atender a todos los factores de optimización
de la comunicación que hemos trabajado a lo largo del curso.

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3.1. Un público-objetivo infiel

Cuando se hace un análisis lingüístico de frecuencia léxica y semántica en la


comunicación política, las palabras sostenibilidad e institucionalidad ocupan
los primeros lugares.

Ambas palabras constituyen ya un lugar común en la reflexión y la comunicación


de los analistas. Y, ciertamente, ambas palabras y aquello a lo que se refieren
son ausencias constatables en nuestra frágil democracia y peligros que asoman
en sociedades con democracias de mayor estabilidad. Allí está la inoperancia de
un Estado insostenible para recordárnoslo; allí está —entre nosotros— la poca
independencia de poderes, sustento de una democracia declarada; allí, los
tránsfugas de todos los días.

No parecen, pues, nuestras organizaciones políticas ni nuestras instituciones


llamadas democráticas, existir bajo el signo de la institucionalidad. De esta
ausencia se deriva la poca fe en su sustentabilidad.

«Por mi mejoría mi casa dejaría», decía ayer una vieja expresión popular. Y
ahora, de pronto, nos vamos quedando sin «productos de bandera» en la
televisión, la radio, la prensa escrita y hasta en la propia opinología oficial. Hoy
las voces identificatorias de ayer migran con
extrema facilidad.

Los jóvenes ingresan a un trabajo pensando ya en


otro. Los juramentos de amor «Hasta que la muerte
nos separe» no conocen tampoco de
institucionalidad ni sostenibilidad. Las adhesiones a
nobles causas y cruzadas saben también de
duraciones efímeras. Los enamoramientos no pasan
tampoco de simples «clics» transitorios. Los
trabajos son todos, casi sin excepción, instantáneas
que no duran ya más de dos años. El Estado —
¡cómo no admitirlo!— no tiene adherentes
permanentes. Las naciones, en fin, se diluyen en
intereses acaso realizables en otras naciones.

La vida nos va poniendo, entonces, ante la evidencia de que la institucionalidad


y la sustentabilidad parecen ya especies en extinción que no son categorías sine
qua non de las democracias. Pareciera que más bien transitamos por los senderos
de democracias sin instituciones, y el fenómeno parece ir afectando globalmente
a las democracias en su conjunto.

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¿No será, acaso, que la cultura de la instantaneidad y del «discurso sin fin» de la
electronalidad viene ya signando nuestras interacciones? ¿No será que la
velocidad y ubicuidad electronales nos dificultan ser fieles a la pareja, a la familia,
al trabajo, a la causa noble (o innoble), a la ideología, al propio Estado?

Los comunicadores de verdad lo saben. Posicionamiento y fidelidad hacia los


productos son exigencias del mercado hoy más que nunca, pues estamos ante
un público-objetivo «por naturaleza» infiel.

De allí que hoy más que nunca debamos no solo diferenciar los procesos
informativos transmisivos de los procesos informativos comunicativos. Debamos
analizar y conceptualizar la comunicación política en el contexto del discurso
político en su conjunto. Lo que supone —lo vimos ya también— un análisis frío y
científico de las relaciones entre textualidad y sistemas parasitarios.

Precisamente como consecuencia de lo anterior, la comunicación política no debe


perder de vista, nunca, los factores por los
cuales las personas adquieren los signos.
Los partidos y organizaciones políticas
deben entender la comunicación política
como un permanente ejercicio —para los
propios adherentes y para las personas
ajenas— de posicionamiento, bien sea si se
forma parte de la administración pública,
bien sea desde el propio partido u
organización política.

Posicionamiento en la comunicación
política significa —para decirlo con una
palabra usual— inclusión, exportación del
punto de vista ideológico que subyace a la
comunicación (lo que no quiere decir
proselitismo), diálogo permanente con
propios y extraños, e invitación sistémica a la participación ciudadana.

DISCURSO POLÍTICO Y COMUNICACIÓN POLÍTICA

PRETEXTUALIDAD TEXTUALIDAD SISTEMAS PARASITARIOS

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CONTEXTUALIZA

COMUNICACIÓN DE ORGANIZACIONES POLÍTICAS

DISCURSO PARTIDIARIO DISCURSO DE GOBIERNO


- Adhesión electoral - Textualidad como energía
- Militancia - Instrumentalización sistemas parasitarios
- Militancia en acción

INCLUSIÓN

CIUDADANO CIUDADANO
CONSUMIDOR PROSUMIDOR

Es claro que el cuadro presentado antes constituye el esquema del discurso y la


comunicación política en un momento dado. Es decir, todos y cada uno de los
elementos a considerar tanto cuando se analiza y dimensiona un fenómeno
político, como cuando se pretende establecer propiamente la comunicación
política.

Desde un punto de vista lingüístico o semiológico, es lo que se denomina un


estado de cosas, un corte objetivado de los factores que hay que atender en
simultaneidad al codificar o decodificar tanto el discurso como la comunicación
políticos. Es lo que se llama un corte sincrónico en el devenir de los hechos
políticos.

Sin embargo, un estado de cosas es, a la vez, producto y anuncio de otros


estados de cosas porque la historia ha devenido en el hecho sincrónico que
estamos objetivando. Este comportamiento de los signos políticos, en el presente,
dependerá del funcionamiento de discursos y comunicaciones políticos ulteriores.
A este aspecto la lingüística y la semiótica lo denominan una mirada diacrónica
—en el transcurso del tiempo— del acontecer político.

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Para el análisis de discursos y para la comunicación política es indispensable partir


del corte sincrónico, del estado actual y de la operatividad del signo político en
un momento dado, porque a veces cometemos el error de acudir a lo que en la
historia se denomina ego-historia, personal o partidaria, y nos refugiamos en el
análisis o la propuesta que fueron —y tal vez tuvieron validez— en tiempos idos.

Subrayamos, entonces, que tanto el análisis del discurso político como el de la


comunicación política misma deben partir de una mirada sincrónica: cómo operan
todos los signos políticos que la sociedad produce en un momento dado, e
insertar allí nuestra comunicación política.

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4. Para reflexionar: palabra pública,


credibilidad y ciudadanía
El Estado, en tanto construcción simbólica, es un producto. Como tal, está
inmerso en la oferta y demanda; sometido al consumo, a la constante verificación
de su eficiencia e inevitablemente sometido a la obsolescencia, al desgaste.

La atención al mercado no significa solamente qué signos utilizo para vender un


bien o servicio, sino compromete la conceptualización misma del producto. Si
vale la pena hacerlo y qué características debe tener.

En la lógica de la producción y consumo de signos, y para que el signo se


posicione e institucionalice entre los usuarios, nadie prescinde de estos para la
construcción misma del bien o servicio. De hecho, a nadie se le ocurre definir un
producto y sus características sin trazar un perfil de expectativas del consumidor.

Si aceptamos que el Estado es una construcción simbólica que implica el


establecimiento de una serie de funciones, redes y relaciones políticas y sociales,
entendidas como un vehículo de acción colectiva para la solución de problemas
públicos, las funciones, relaciones e instituciones para la solución de esos
problemas no pueden siquiera conceptualizarse sin tomar en cuenta aquello que

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puede ser percibido como útil, aceptado por el usuario y consecuentemente


creíble y sustentable. No es asunto, entonces, de idear o actuar un signo
arbitrario y llamar luego a los comunicadores. Es urgente conocer con antelación
las condiciones semióticas en las que se desarrollará el consumo de signos.

Desde esta perspectiva, lo simbolizado (el hecho social organizado políticamente


en términos de funciones) y el símbolo —en aras de una toma de decisiones
eficiente— son como una hoja de papel. No se puede cortar el anverso sin hacerlo
con el reverso.

4.1. Pertinencias y funciones

En la actualidad, el ideal de globalización asumido como un orden mundial


fundamentado en la democracia, en la libertad, en la tecnología informativa y en
el libre mercado ha llevado a que los Estados comprometidos con este ideal
busquen asegurar funciones e indicadores que permitan el flujo transparente,
inmediato y generalizado de información como base para la toma de decisiones
sobre los problemas públicos. En este contexto, la palabra pública y la gestión
estratégica vienen entendidas como el establecimiento de corredores de
información/intervención oportuna.

Esta concepción supone la posibilidad de identificar variables y funciones


análogas para los Estados de diferentes países, de manera tal que los indicadores
permitan —a través del acceso a la información— la solución de los problemas
públicos por parte de un servicio civil (nacional y transnacional), en principio
altamente calificado. Se garantizaría, así, el fin del Estado: la generación de
condiciones para el bien común y la convivencia civilizada.

Dada la filiación bibliográfica de esta concepción globalizante, así como el intento


de una identificación transcultural de funciones, cabe asumir que la concepción
misma y sus componentes corresponden a Estados que guardan entre sí una
cierta homogeneidad (política, social, económica y cultural) que hace factible la
extrapolación mecánica de variables. Es importante considerar que estas
variables y estos Estados corresponden al mundo «occidental», desarrollado y
concebido como una «idealización democrática».

Conviene señalar aquí, sin embargo, que las funciones en las sociedades
devienen de pertinencias y se expresan en símbolos de instrucción para sus
habitantes. Pertinencia, función y símbolo constituyen una secuencia que asegura
la coherencia del sistema interno. Y, finalmente, definen el valor de la palabra
pública y la credibilidad.

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La institución matrimonial cumple, por ejemplo, la función de la procreación y


crianza de los hijos. Y esto corresponde a la pertinencia supervivencia de la
especie; su obligatoriedad e instrucción social es proyectada a través de símbolos
más o menos coercitivos. Pero el matrimonio obviamente no solo cumple esas
funciones, sino también otras (alianzas interpersonales o económicas, por
ejemplo) que corresponden a otras pertinencias del colectivo social. Las funciones
cambian con el tiempo al modificarse las pertinencias; hoy es un hecho evidente
en los países desarrollados que la pertinencia supervivencia de la especie no se
asegura únicamente a través de la procreación natural garantizada en el
matrimonio. Obviamente, este cambio de pertinencia/función ha cambiado el
simbolismo del matrimonio, institución que ahora adhiere a otras pertinencias y
funciones. No está de más anotar la coercitividad que sobre la institución
matrimonial y sus funciones ejerce la prevalencia de un sistema económico dado.
El sistema económico puede hacer que sea importante —o no— tener hijos desde
la perspectiva del costo/beneficio.

Subrayamos que, más allá de la utilidad de emplear ratios referenciales de


credibilidad y gestión, resulta indispensable repensar culturalmente el soporte de
estas ratios en términos de pertinencia/función/símbolo para las diferentes
sociedades; repensar el hecho de que estas mismas relaciones no resultan
inmutables ni aun en esas propias sociedades desde donde se le pretende
importar. Por lo demás, también es importante considerar la «democratización»
idealizada de Estados en los cuales no se toma en cuenta muchas veces
indicadores claros de democraticidad negativa, tales como:

 La discriminación.
 La xenofobia.
 El antiecologismo.
 Los índices generalizadamente mediocres de escolaridad real.
 La violencia generalizada.
 La participación ciudadana mediatizada.

La «universalización» de ratios de desarrollo, con prescindencia de pertinencias,


funciones y símbolos valederos para la diversidad cultural, puede llevar
precisamente a obtener el efecto opuesto al deseado: obstaculizar el desarrollo.
Este efecto puede ocurrir —como hay síntomas evidentes— en las propias
sociedades desarrolladas, en las que la globalización está generando a ritmo
acelerado diversidades culturales cada vez más crecientes y heterogéneas que,
a riesgo de reducir la ciudadanía al consumo económico, no pueden ser
desatendidas, pues el propio sistema económico colapsaría.

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A este punto conviene señalar que, si bien una gestión estratégica del Estado
supone establecer —como se señaló— corredores de información/intervención
oportuna en base a una información transparente derivada a su vez de la
transparencia de funciones, esto de por sí no garantiza el concepto de la
ciudadanía. A no ser, lo reiteramos, que se entienda bajo ese concepto el simple
consumo —sea de información, bienes o servicios— en el marco de un sistema
cerrado, y no se conciba al ciudadano como un individuo que, aparte de la
apropiación material (no reductible al consumo tampoco) es capaz de una
apropiación simbólica para lo cual debe ser capaz de contribuir a la construcción
permanente del sistema como productor de este.

Aquí volvemos a la misión del Estado: propiciar condiciones para el bien común
y la convivencia civilizada. En función de lo argumentado y desde una visión
exclusivamente funcionalista de la gestión del Estado, no se suele poner énfasis
en la ciudadanía como construcción —como producción de signos, bienes y
servicios—, sino solo como un simple consumo de estos.

Un ciudadano es un propietario de su vida personal y económica y, por lo tanto,


no un simple engranaje de un sistema
ajeno. La propiedad le garantiza la
capacidad de ser productor en el sentido
amplio del término de coconstructor del
sistema. Así, el propio concepto bien
común —ciertamente
bienintencionado— puede oscurecer la
noción de ciudadanía porque —siempre
desde la perspectiva de los países
desarrollados— concibe al individuo
como beneficiario provechoso y no
necesariamente activo del Estado. Y
esto, es claro, significa reducir a los individuos a la dimensión de consumo
económico (tal vez valedera transitoriamente para el mantenimiento del sistema
en los países desarrollados vía la adquisición de acciones, la participación
mediática o económica), pero muy lejana del ejercicio real de la ciudadanía en
países que no participan de la mismas pertinencias, funciones y símbolos de los
países desarrollados; donde el sistema tiene que construirse sobre la base de una
realidad cultural distinta.

Muchos teóricos han anotado ya la diferencia que hay entre la gestión de una
empresa y la gestión del Estado. Particularmente, poniendo énfasis en que
mientras una se orienta hacia la productividad en sí; la otra, sin excluir la
productividad, apunta al bien común. A esto habría que añadir otras diferencias;
mientras la empresa actúa sobre un universo de actores homogéneos, el Estado

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opera cada vez más sobre un universo de actores heterogéneos. En el caso de


los países subdesarrollados, una heterogeneidad preglobal y postglobal. Si bien
la empresa puede prescindir de la heterogeneidad de sus actores, el Estado —si
quiere ciudadanía, democracia, gobernabilidad, institucionalidad y credibilidad—
no puede prescindir de ella para definir sus funciones, para convocar e instruir ni
para llevarlas a cabo.

No olvidemos, finalmente, que mientras la empresa opera sobre pertinencias y


funciones predeterminadas demostrativamente a las que hay que añadir algunas
otras demostraciones (bajo fórmulas reales o ficticias de
participación/argumentación, pero teleológicamente orientadas a lo
predeterminado) el Estado solo podrá operar bajo formas reales de participación
ciudadana. No solo por un deber ser, sino porque solo así es factible que funcione
un sistema institucionalizado para mantener una textualidad sana.

4.2. Sistema cerrado y sistema abierto

La ciudadanía a plenitud —que supone credibilidad y perdurabilidad de la


institucionalidad democrática— depende de que se conciba a la democracia y su
gestión como un sistema cerrado o como un sistema abierto:

 Como un sistema cerrado, análogo al de un circuito electrónico, en el que


pertinencias y funciones vienen predeterminadas, configuradas y soldadas
en un tablero que de preferencia debe ser sellado para excluir la
manipulación humana. Un sistema, en fin, en el que curiosamente se
cumpliría escrupulosamente los requisitos de que la información fluya libre
y transparentemente, sin ruidos ni interferencias y en la cual la información
sea decodificada inteligentemente por cada funtivo3 o elemento que sabe
de antemano lo que tiene que hacer y se autorregula automáticamente.

 Hablar de la democracia como sistema abierto significa hablar de


pertinencias, funciones y símbolos que se construyen en el proceso
cotidiano. Aquí el ciudadano es hacedor de ciudadanía y de sistema y,
ciertamente, resulta importantísimo determinar pertinencias y funciones
en el tejido social (y no en el laboratorio) para hacer eficiente el sistema.
Esta eficiencia solo podrá ser en la medida en que se admita que
pertinencias y funciones son abiertas y mutables. En tal sentido, el sistema

3
Un funtivo es toda entidad (simple o compleja) que esté capacitada para contraer o desempeñar una
función lingüística.

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debe prever su propia contradicción interna, lo cual significa atender al


perspectivismo cultural.

E. R. CURTIUS, el introductor del concepto de topos o lugares comunes en los


análisis lingüísticos o literarios (extrapolable por lo demás a otras ciencias
sociales) advierte que tanto un lector que los conoce como uno que no los conoce
pueden caer en errores. Uno porque, conociéndolos, no les da importancia y los
considera una simple repetición permanente; el otro, porque, sin conocerlos, los
considera una novedad creativa sin antecedente alguno. Esto es muy válido para
el lugar común en que se están convirtiendo los conceptos de globalización y
gestión estratégica o institucionalidad, gobernabilidad y credibilidad; porque,
para quienes creen conocerlos, la validez de estos conceptos ha existido desde
hace mucho tiempo bajo las mismas o análogas formas, careciendo entonces de
la originalidad absoluta que se les atribuye, lo que incapacita finalmente el
descubrimiento de los matices de lo nuevo. Para quienes no conocen estos
términos, estos resultarán elementos de deslumbramiento o espejitos de colores
porque recién existen. Sin embargo, la lingüística ya descubrió hace tiempo que
las palabras no son ni hacen las cosas.

La retórica clásica nos había enseñado la diferencia entre dos conceptos que, a
este punto, nos parecen muy importantes: la quaestio finita y la quaestio infinita:

 El primer concepto alude a un tema concreto a tratar relacionado con


circunstancias específicas de tiempo y espacio.
 La quaestio infinita, en cambio, es un objeto o tema abstracto relacionado
con situaciones asumidas como típicas, sin alusión a tiempo o espacio. La
quaestio infinita resulta un patrimonio común, no discutible, por lo menos
para ciertos estratos sociales homogéneos que habitan en una cierta área
cultural, integrados por medio de la educación o por efecto de análogas
instancias educativas (congresos, libros de moda o medios de
comunicación hoy, por ejemplo).

Por la vía de la demostración —adoptada por las instancias educativas o


académicas— la quaestio infinita se convierte en una figura de abstracción que
parece aplicable a todo. Con el riesgo, como lo señalaban los propios retóricos,
de que estas quaestionae infinitae son mucho más fáciles de tratar que las
quaestionae finitae, porque son aprendidas más allá de cualquier contacto con la
vida concreta y no tienen por qué estar en permanente confrontación con esta.

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4.3. La escribalidad de la vida republicana peruana

No deja de ser ilustrativo en lo político que en la Grecia clásica (donde la retórica


era la ciencia de la argumentación) el ascenso del demos en contra de la
aristocracia estuviese vinculado con una lucha de la argumentación frente a la
demostración. A la lucha, en fin, entre quaestio finita y quaestio infinita asumidas
como un orden inmutable y de validez universal. Como señala Henry WALD:

«La democracia es
favorable a la retórica,
mientras que la
aristocracia le es
profundamente hostil. La
aristocracia es dogmática,
de ninguna manera
retórica; autoritaria y no
abierta; apologética, no
heurística; sentenciosa no
argumentativa;
uniformizante, no
diferenciadora».

La democracia republicana en el Perú ha estado —y está— fundada en la


demostración, instrumento básico de una cultura escribal que no fue ni es
mayoritaria. De allí que la institucionalidad democrática por reformas que se
hayan hecho, todas basadas en quaestionae infinitae demostrativas, no hayan
funcionado, imposibilitando la credibilidad en la palabra pública, y generando la
fragilidad institucional del Estado.

De hecho, en lo político, el Estado peruano no ha respetado ni en pertinencias,


ni en funciones ni en símbolos, la realidad cultural del país, pues siendo el país
un conjunto eminentemente oral y argumentativo (y hoy ya con fuerte presencia
electronal) se le ha pretendido imponer funciones provenientes de pertinencias
de la escribalidad y la demostración. Ajenas aun, para buena parte, de las clases
dirigentes y ajenas aun —lo cual es dramático— a muchos de los formuladores o
difusores de esas funciones.

El concepto de representación proviene culturalmente de la representación en


caracteres gráficos de los sonidos (delegar a distancia una representación). El
fracaso de la democracia representativa es un fracaso de adaptación cultural

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respecto al mercado de los usuarios del Estado y una evidencia del fracaso de la
supuesta superioridad de la demostración sobre la argumentación.

Aún hoy, después de las crisis sufridas, es fácil advertir cómo los
constitucionalistas (algunos bien intencionados hombres escribales) acuden a
plantear y replantear fórmulas escribales de supuesta validez universal para hacer
frente al cambio.

Muchos analistas llegan a plantear el concepto y ejercicio de ciudadanía desde


relaciones abstractas basadas en proximidades o lejanías respecto al Estado
oficial. Eso puede ser valioso, pero también puede oscurecer el hecho de que
pobres o extremos pobres son más ciudadanos en el Perú —como agentes
económicos y productores de signos con reglas propias— que muchos de los
«formalmente» adheridos al sistema.

Largas discusiones importadas de los Estados-nación occidentales planteaban


para el Perú el rol del Estado benefactor y asistencialista, así como hoy se plantea
unilateralmente una función desreguladora, olvidando el hecho concreto de que
los actores andinos, al estar atados a una economía de autoconsumo pero de
amplia capacidad articulatoria (secuencialidad pertinencia/función) no esperan ni
lo uno ni lo otro en términos de exclusión. Basta con realizar pequeños trabajos
de campo para comprobar que estos actores esperan alimentación, salud y
educación para los niños, pero no interferencia en los sistemas de intercambio
económico. Allí funciona la otra regulación (democrática y argumentativa)
producto de su propia organización. El concepto de propiedad —adaptable por
tratarse de una cultura oral— lo tienen claro las comunidades andinas. Y eso los
lleva aspiraciones de libre actuación y disponibilidad, reflejadas en la migración.

En realidad, aun con los indicadores de pobreza y pobreza extrema de las zonas
rurales, los actores rurales son más ciudadanos que otros connacionales en el
sentido de que tienen un empoderamiento basado en la propiedad privada y en
la solidaridad comunitaria vía la organización que perpetúan cuando migran.

La palabra pública y la simbología política no dicen absolutamente nada


instructivo a los sectores rurales o migrantes del país. Un simple ejemplo es que
mientras demográficamente «pequeñas zonas del Perú» siguen la telenovela de
la corrupción, la mayoría ya conoce el principio y el final de ella.

La quaestio finita sobre la quaestio infinita, este espacio y tiempo, estos factores
políticos y económicos concretos frente a la abstracción llamada Estado.

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4.4. La administración de la justicia en culturas orales

La confrontación entre la pertinencia administración de justicia en el Perú y los


llamados órganos jurisdiccionales resulta ilustrativa.

Estando basada la justicia peruana oficial en códigos escribales y en el poder de


los jueces, estos resultan un símbolo de la justicia ante la opinión pública. Del
análisis del uso del lenguaje de un juez, cualquiera infiere inmediatamente que
dicho personaje carece de capacidad para la lectura e interpretación de códigos
(de hecho, no hay Facultades de Derecho en el sistema universitario peruano que
tengan cursos de hermenéutica, indispensables para administrar una justicia
escribal).

¿Otorgará ese símbolo credibilidad a la función o más bien la descalificará de


antemano para la mayoría de la gente?

¿Son las subfunciones mejoramiento de sueldos, de infraestructura y capacitación


permanente, la tecnificación de procesos, los elementos que asegurarán que el
símbolo guarde relación con lo simbolizado, si el juez no sabe leer?

¿En una cultura oral como la peruana, por qué no hay oficialmente jurado, que
sería una subfunción para lograr credibilidad ante individuos orales y también de
los otros?

Las insuficiencias de la administración de justicia han generado la conciliación.


La conciliación es un subproducto de la administración clásica de justicia
(admisión de su propia falencia); al tenerse que «calificar» a los conciliadores se
ha acudido a criterios escribales para hacerlo, ¿resulta entonces esta conciliación
ajustada a las pertinencias de todos los colectivos que integran la
multiculturalidad del Perú?

Recordemos las investigaciones empíricas que muestran que en las sociedades


orales, y ahora en las electronales, una tercera persona gramatical (ajena al yo
y al tú) no existe. De allí que la justicia no pueda estar en libros ni en un tercero
singular (y no plural) ajeno al yo y al tú. Menos si es un tercero tributario de esos
libros o ignorante de la cultura de ellos; a lo cual debemos añadir que en el caso
peruano la escasa alfabetización de la población y, por lo tanto, la incomprensión
de los papeles que circulan en los procesos, hasta una nula comprensión para los
hablantes de lenguas amerindias, requerirán traductor.

En vez de adaptar el sistema a la multiculturalidad (pasada y futura) se trata de


reducir la multiculturalidad a un sistema rígido y unicultural, totalitariamente
planteado e incluso ajeno a las tradiciones que hablan de la participación de las
comunidades en la administración de justicia.

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4.5. Lo simbólico y lo simbolizado

Haciendo referencia a otro aspecto social, esta vez a la denominada función


educativa, nos encontramos con la quaestio infinita de moda, la de la educación
de calidad. Que debería implicar definir qué se quiere con la educación, pero que
se reduce a símbolos carentes de sustento y, por lo tanto, de credibilidad.

Con ocasión de una tragedia natural, un ministro de Educación realizó hace


algunos años —es práctica repetida hasta hoy— una evaluación sumaria «para
reconstruir la infraestructura que asegure una educación de calidad para los
estudiantes», y estimó en 200 millones de dólares la inversión. El ministro creía
que, para asegurar la función (no definida), bastaba con reconstruir el símbolo.
Es decir, no importa lo simbolizado —educación—, sino lo simbólico. En este caso,
de la manera más primitiva, el símbolo es la cosa para el funcionario público.

4.6. Unidad productiva familiar

Otro caso que vincula cultura, salud y economía es aquel referente a la salud
preventiva integral vinculada con el número de hijos que la mujer «idealmente»
debe tener.

Desde universales supuestamente indicadores de desarrollo y que se adhieren al


resguardo de la salud de la mujer, se plantea indiscriminadamente en zonas
rurales campañas de planificación familiar destinadas a que la mujer tenga un
máximo de dos hijos. Si bien, este aspecto último no se explicita verbalmente
muchas veces; la iconografía sí lo hace.

Como cualquier profesional medianamente conocedor del medio sabe, las


economías rurales campesinas son básicamente de autoconsumo, la mujer es la
responsable familiar, junto con los hijos, de la unidad productiva familiar; el
hombre —para este fin— constituye la fuerza bruta factible de ser adquirida por
diversas vías.

Nuevamente se plantea aquí, en estas campañas, una ruptura entre el símbolo y


lo simbolizado. La pertinencia de la unidad productiva familiar no presupone al
hombre en cuanto esposo. Los menores son quienes desempeñan funciones
económicas y se plantea así la paradoja de que si la campaña tuviese éxito no
solo se estaría atentando contra la unidad productiva familiar, sino contra
economías regionales basadas en ella.

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4.7. Reivindicación de la credibilidad

Ya hemos subrayado que el Estado es una construcción artificial y que opera


necesariamente sobre un universo multicultural (personal, nacional y global), lo
que nos indica que la propia identificación de funciones y el hecho de afrontarlas
debe contemplar que las funciones no brotan de un tejido social homogéneo y
que deben atenderse, entonces, pertinencias valederas para los colectivos.

En este contexto, y para recuperar el sentido del Estado y la credibilidad, es


indispensable reconciliar, desde un punto de vista técnico, la sucesión coherente
entre pertinencias y funciones, no emanadas de quaestio infinitae demostrativas,
supuestamente valederas para todas las culturas, sino de quaestio finitae; es
decir, vinculadas con el espacio y tiempo en que se va a intervenir. Ciertamente,
la experiencia de trabajo en varios países, cuando ha sido hecha desde una óptica
de apertura multicultural, será útil como insumo, pero no podrá suplir la realidad.

Ya desde un punto de vista de operatividad social y en aras de la debida


instrucción que el Estado debe ofrecer a sus usuarios, esta secuencialidad debe
incluir a los símbolos que expresarán y configurarán funciones y pertinencias.
Recordemos que según las leyes para la adquisición de los signos, ningún símbolo
será interiorizado —con aquiescencia real, social e individual— si el símbolo no
aparece como gratificante y económico, pero ante todo predicativo: lo que
aprendo sirve para decir algo sobre mi entorno inmediato y la posibilidad de su
modificación.

Sobre estas bases, la reconciliación entre el símbolo y la cosa simbolizada


posibilitará la credibilidad en la palabra pública y solo así será posible la
institucionalidad del Estado.

4.8. Perspectivismo cultural

La reconciliación entre sentido y Estado en orden a credibilidad e institucionalidad


de este, pasa —en sociedades como la peruana— por reconciliar lo propio entre
sí y admitir, entonces, los beneficios de la diversidad; pasa por ajustar el discurso
global a la realidad sociocultural, por concebir el sistema democrático como un
sistema abierto y por alentar —por esta vía de razonamiento— la participación
ciudadana en la construcción del Estado. Esto es lo que denominamos
perspectivismo cultural. Atender, entonces, a la quaestio finita para desde allí
atender a la quaestio infinita; de lo contrario, mantendremos un Estado de hecho
frente a un Estado de derecho, tal vez formal, con una oferta de servicio civil
«altamente calificado e informado», satisfactorio para los menos, pero incapaz
de satisfacer/articular los derechos de los más.

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En suma:

Los actos y la
comunicación política
eficaces requieren,
entonces, no solo una
codificación profesional de
signos, sino —con
anterioridad— una
decodificación profesional
de los signos que nos
rodean.

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Conclusión

Luego de la lectura de los diferentes módulos –y particularmente de este último-


cabe preguntarse ¿La textualidad o propuesta oficial de signos que el Estado
peruano provee a sus ciudadanos es ´sana´ o ´patológica´? ¿Qué debemos
hacer para que tengamos una textualidad sana? ¿Qué pasaría si persistimos en
la patología? No está demás subrayar –a estas alturas esto debe ser más que
evidente- que oralidad no es simplemente hablar, escribalidad no es solo escribir
y electronalidad no es ´uso´ de instrumentos digitales (sino poseer un software
y un hardware determinados). La palabra textualidad no la debemos identificar
con ´texto´ o libro o impreso. Simplemente es un término metalingüístico para
aludir a la instrucción oficial que un grupo social dominante en sus sociedades
ofrece a sus individuos para orientarlos en un espacio/tiempo dados y darles un
fin determinado.

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