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Maestría virtual

El hecho político y la dimensión simbólica en el tejido social


Contenido

1. TEXTO Y SISTEMAS PARASITARIOS........................................................................................................... 2

2. TIPOS DE SISTEMAS PARASITARIOS.......................................................................................................... 9

3. TEXTO Y CONTRATEXTO ......................................................................................................................... 12

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1. Texto y sistemas parasitarios
Interesarse en los sistemas de signos de una sociedad implica un deslinde respecto
a los límites de la semiótica. Desde esta perspectiva, es conveniente precisar que
para nosotros, y según Umberto ECO:

«La semiótica es una disciplina que puede y debe ocuparse de toda la cultura».

Es decir, asumimos que en toda sociedad los sistemas de signos pueden ser
entendidos desde una perspectiva instruccional: todos los signos que nos rodean
—intencionales o no— influyen en nuestras conductas. Con lo cual
deliberadamente queremos poner énfasis en la concepción de estos sistemas de
signos que, en tanto vehículos de información, garantizan las relaciones entre los
miembros de una sociedad.

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Así, pues, las sociedades codifican sus experiencias comunitarias, en tanto
culturas, en estructuras semióticas expresadas en sistemas sígnicos. De allí la
importancia que cobran tales sistemas en una sociedad para comprender no solo el
hecho cultural aislado, sino, fundamentalmente, la red de relaciones que articula
los distintos hechos culturales y las conductas.

No todos los signos que configuran una sociedad están hechos para significar; ni
todos los signos que moldean una conducta son signos producidos
intencionalmente para decir algo.

Lo anterior nos lleva a distinguir, desde el punto de vista semiótico, dos conceptos:

 El concepto de pretextualidad.
 El concepto de textualidad.

La pretextualidad alude precisamente a todos aquellos elementos, fenómenos o


procesos que, no siendo producidos expresamente para significar, adquieren una
dimensión significativa porque los individuos los convierten en signos. Los
fenómenos naturales tienen significado para nosotros y regulan nuestra conducta;
las edificaciones de una sociedad nos dan información sobre ella; las costumbres y
vestimentas, igualmente; en fin, los seres humanos como productores de sentido
estamos en condiciones de leer una serie de fenómenos sociales que no están
hechos para significar como fenómenos informativos (reguladores de conductas).

Ahora bien, toda organización social estructura para sus miembros un sistema
instructivo formal y emplea signos para garantizar el cumplimiento de esta función.
Las sociedades codifican este sistema de instrucción básicamente a través del
derecho y de la educación. A este sistema de instrucción formal lo denominamos
textualidad.

En este contexto, ya la pragmática ha puesto particular énfasis en el rol que


cumplen los signos de esta naturaleza en el seno de la vida social y en la relación
existente entre estos signos y sus usuarios.

De acuerdo con Charles MORRIS:

«Los signos útiles para un organismo deben orientar como mínimo su conducta en espacio y
tiempo, y preparar de algún modo su proceder respecto a la región del ambiente que se
identifica».

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Es claro, entonces, que si leemos los sistemas de signos generados por un
organismo social en orden a su tarea instructiva, advertimos que estos signos
están orientados a situar a los miembros de una comunidad en un espacio y un
tiempo determinados, a reconocer sus intereses comunitarios y a operar de
acuerdo con ellos. La conducta social necesita, por tanto, dirección respecto de lo
relevante en función de sus objetivos, indicaciones acerca de cómo hallarlos, y
predicar respecto a la teleologicidad de estos.

Este comportamiento semiótico de la textualidad permitirá al individuo orientarse


en una determinada situación y, en ese sentido, los signos ofrecerán al usuario
huellas, ristras o instrucciones —según lo afirmó Harald WEINRICH— sobre cómo
ese individuo:

«Puede dominar y ordenar la extrema complejidad de datos primarios disponibles en una


situación que está en suspenso de manera que le sea posible una conducta y un actuar con
sentido».

De lograrse este sentido, esta suerte de «consigno» entre los intereses personales
y los comunitarios; es decir, de garantizarse el
entendimiento —como lo dice WEINRICH— sobre
la legitimidad de los valores y normas vigentes
de una comunicación perfectamente razonable,
también el actuar tiene que ser razonable.

Es claro que para el cumplimiento cabal de estas


funciones asignadas a la textualidad, se requiere
que esta se ajuste a la pretextualidad. Que
permita reconocer y ordenar a la vez las
dimensiones no significativas del quehacer
humano.

A nivel de la organización política de los Estados,


corresponde a estos la codificación de la
textualidad que —como se verá en un gráfico
Harald WEINRICH
más adelante— ofrece instrucciones a sus
miembros a través de la Constitución, los códigos
o leyes fundacionales, la ritualidad oficial, los sistemas educativos y los medios
oficiales de comunicación.

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Y aquí nos encontramos con teorías de la comunicación, provenientes
fundamentalmente de la sociología, que versan sobre dos direccionalidades
posibles para la comunicación de un Estado:

 La teoría de la comunicación hipodérmica.


 La teoría de los efectos limitados de la comunicación.

La comunicación hipodérmica —llamada también en su origen teoría de la


bala— se desarrolló originalmente para sociedades masificadas. Parte del principio
de que con el poder,
precisamente de los medios
masivos de comunicación, es
posible alcanzar con el
mismo mensaje los mismos
efectos en todos y cada uno
de los individuos del público-
objetivo.

Es claro que esta concepción


de la comunicación supone
que el receptor no pueda
emitir respuesta, que no
participe, y —por ende—
concebirlo esencialmente
como un mero consumidor
pasivo de signos.

Por contraste, la teoría de los efectos limitados subraya —aun en tiempos de


la propia masificación— que, pese al poder de los medios, diferentes razones
(como credo, ideas políticas, costumbres, tradiciones, etc.) mediatizan la
posibilidad del mismo efecto en el público-objetivo.

Sabemos, sin embargo, que con el advenimiento de la electronalidad


(particularmente el uso de Internet y las redes sociales), el hombre deja de ser un
consumidor pasivo de signos para convertirse en un prosumidor. Como lo hemos
señalado antes, el sistema cultural de la electronalidad crea prosumidores
y no solo consumidores. Lo que mediatiza aún más los efectos que pueda
alcanzar un mensaje apelando a las teorías hipodérmicas.

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Dicho en términos prácticos, un Estado puede acudir a posicionar la textualidad
mediante teorías hipodérmicas
siempre y cuando dicha textualidad
responda realmente a la
pretextualidad y/o se arraigue en
insights profundos; pero las
sociedades democráticas y abiertas —
signadas ya por la electronalidad—
obligan al comunicador político a
pensar en la diversidad de su público-
objetivo. De modo que, más allá del
poder de los medios masivos, el
comunicador debe pensar en cómo
combinar estos con el uso de los
medios que permitan la activación
permanente del ciudadano-
prosumidor.

Es evidente que aparte de las


dimensiones instructivas de la
pretextualidad —y a menos que se trate de un grupo muy restringido de personas
o medie una situación patológica— los valores instructivos de una sociedad no solo
se expresan o transmiten a través de la textualidad, sino a través de lo que
denominaremos sistemas parasitarios.

Desde la perspectiva comunicativa, y teniendo como referencia el funcionamiento


de la textualidad, los medios masivos de comunicación, el discurso religioso, el
discurso político, la crítica y aun eventualmente un sistema sígnico opositor a la
textualidad, constituyen sistemas parasitarios. Ello porque, por un lado, desde la
funcionalidad instructiva de sus signos, el valor de estos se define en referencia al
valor poseído por los signos del sistema textual; y, por otro lado, porque se
presentan como subproductos (no necesariamente a favor) del propio texto.

Ahora bien, cuando la textualidad propuesta por una sociedad a sus individuos
responde a las exigencias de orientar, proveer herramientas y poseer una telia
definida, los sistemas parasitarios funcionan —incluso en el caso de aquellos que
puedan ir en contra del texto— como redundantes respecto a él. Redundantes en
tanto confirmación de los valores oficialmente propuestos o como factores que, a
través de la retroalimentación (feedback) permiten demostrar la permeabilidad del
sistema textual o contribuir a su mejoramiento. Nótese que la expresión sistema

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parasitario no implica una calificación moral, sino da cuenta de un organismo que
se desarrolla a partir —y en referencia— a otro organismo.

En ciertas sociedades industrializadas, por ejemplo, se constituyen grupos


denominados «contestatarios» cuyos miembros se declaran como opositores a la
textualidad establecida. Alrededor de ellos puede crearse, incluso, una subcultura
en la que la suscripción a revistas especializadas, la asistencia al cine club de moda
vanguardista, la apariencia física descuidada, se convierten en signos integradores
que gobiernan homogéneamente a la cultura del grupo heterogéneo. Sin embargo,
ante una textualidad semióticamente sana —como lo veremos—, esta subcultura
no hace sino redundar finalmente acerca de la permeabilidad de la textualidad.

En este sentido, el comportamiento de los sistemas o estructuras parasitarias


revela que, tal como lo dice Kurt BALDINGER:

«Las diferentes estructuras funcionan como fusibles; si el fusible de una estructura ha saltado, la
estructura o estructuras siguientes reparan el daño y garantizan el funcionamiento».

De allí que, en tanto instrumentos portadores de valores educativos, y en


condiciones normales, los sistemas parasitarios no solamente se complementen
entre sí, sino que contribuyan a la vigencia de la textualidad. La redundancia
permite asegurar la continuidad operativa del sistema sígnico textual; no debemos
olvidar que en ese contexto, según afirma Luis GONZÁLEZ SEARA en Opinión pública
y comunicación de masas.

«La educación crea en nosotros unas creencias, unos hábitos y unos estereotipos que luego van
a dificultar la recepción de mensajes que no se hallen implícitos en el sistema».

Textualidad y sistemas parasitarios, por lo tanto, en circunstancias de alternancia


normal, establecen una relación de complementariedad; finalmente, esta relación
reposará en la intercambiabilidad significante de los valores instructivos que
transitan alternativamente entre el texto y el sistema parasitario. Sin embargo, y
como lo podremos comprobar más adelante, la complementariedad de valores

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entre el texto y los sistemas parasitarios solo es posible si el texto garantiza esta
posibilidad de intercambio. Es decir, como lo afirma MORRIS:

«El texto tiene que tener la capacidad de ser el otro sin dejar al mismo tiempo de ser él mismo,
y ello presupone necesariamente una distinción conceptual entre uno mismo, quién es el otro y
la diferencia entre ambos».

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2. Tipos de sistemas parasitarios
La distinción conceptual que permita el conocimiento definido entre los sistemas
sígnicos que operan en una sociedad, permite, a su vez, el conocimiento semiótico
operativo de que en la vida social no hay algo que sea lo contrario de conducta. Es
decir, todo signo asumido como instructivo evidencia y orienta una conducta en
una u otra dirección.

De acuerdo con Paul Watzlawick:

«En otras palabras, no hay no conducta (sic), o, para expresarlo de modo aún más simple, es
imposible no comportarse. Ahora bien, si se acepta que toda conducta en una situación de
interacción tiene un valor de mensaje, es decir, es comunicación, se deduce que por mucho que
uno lo intente no puede dejar de comunicar».

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Desde esta perspectiva, y partiendo de la clasificación de la conducta social
recíproca establecida por Charles MORRIS, y en el contexto general de la no
conducta aludida, podemos establecer que entre la textualidad y los sistemas
parasitarios se plantea tres tipos de relación:

 Cooperativa. Cuando la conducta de un sistema parasitario determinado


implica cumplir con los mismos objetivos del sistema textual.
 Competitiva. Si el sistema parasitario implica obstaculización respecto a la
finalidad textual.
 Simbiótica. Supone que el sistema sígnico parasitario, aunque influido por
lo textual, no opera conductualmente ni de modo cooperativo ni de modo
competitivo respecto a la textualidad.

Los sistemas parasitarios desempeñan así una conducta cooperativa cuando


constituyen un discurso que apoya la textualidad. Estuvo muy de moda, por
ejemplo, acusar al Pato Donald de ser agente del
imperialismo, dado que evidentemente esa historieta
cómica expresaba los valores de una sociedad
capitalista. Pero de este segundo hecho no se puede
concluir el primero porque es pecar de ingenuo
suponer que un cómic producido en —y dentro de—
un sistema exprese valores ajenos a este. Igual
ocurriría con una historieta que corresponda a otro
sistema.

Lo importante, en todo caso, es percibir los


mecanismos a través de los cuales el sistema
parasitario del mundo del cómic tipifica una conducta
cooperativa respecto a un texto dado. Proponemos
llamar sistemas de reúso a aquellos sistemas sígnicos parasitarios cuya conducta
implica cooperación explícita respecto a la textualidad. Tomamos el término de
Heinrich LAUSBERG, quien nos señala:

«Toda sociedad de una cierta fuerza e intensidad conoce estos discursos de reúso que son
instrumentos sociales para el mantenimiento (...) de la plenitud y de la continuidad del orden
social y a menudo también del carácter social de la humanidad en general».

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Se debe precisar en este punto que las sociedades en situaciones de cambio deben
saber también de la formulación de los llamados discursos de consumo, destinados
a hacer frente justamente a la situación cambiante.

Indicábamos que los sistemas parasitarios pueden también ser competitivos; es


decir, implicar de alguna manera obstaculización. En el ejemplo de la historieta
cómica que mencionábamos anteriormente, esta funcionaría como un sistema
competitivo para una textualidad definida a partir de la abolición de la propiedad
privada de los medios de producción.

Los sistemas parasitarios simbióticos no operan cooperativa ni competitivamente


respecto al discurso textual. Se trata de sistemas parasitarios que, siendo
subproductos de lo textual, tienen una finalidad que no está formalmente
relacionada con la finalidad de la textualidad. Retomando un ejemplo anterior,
constituirían conducta simbiótica los sistemas de signos que regulan el
comportamiento de un grupo que, aun declarándose opositor al texto, ni colaboran
ni compiten con él. Buena parte del arte contemporáneo, en general, puede ser
incluido en este tipo de conducta semiótica.

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3. Texto y contratexto
A propósito de una investigación sobre el asunto ortográfico en el Perú, su
concepción como factor de discriminación social y la ubicación del problema en el
contexto general de la educación peruana, tuvimos la oportunidad de señalar que:

«Los signos de un individuo y una comunidad son sanos en cuanto ofrezcan una sistemática y
permanente posibilidad de mejoramiento; se tornarán patológicos si presentan una resistencia a
tal corrección y mejora».

Señalábamos, entonces, que los sistemas sígnicos de una sociedad, y a partir del
concepto de patología de MORRIS, podrían orientar su comportamiento. Y así,
cuando estamos frente a un sistema de signos sanos, estaremos frente a
estructuras que posibilitan una permanente conducta adaptativa, mientras que en
otro caso (la patología), los signos operarán en contra «de que la conducta se
adapte al manejo de los objetos» (BIONDI y ZAPATA).

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Es en este sentido, pues, que una textualidad puede ser, según sea el caso, sana o
patológica.

Cuando el sistema sígnico textual es sano, los sistemas parasitarios en general,


sean cooperativos, competitivos o simbióticos, colaboran con la textualidad. En tal
sentido, cuando en una sociedad el texto tiene claramente marcada su finalidad,
ofrece las herramientas para cumplirla, y permite operar sobre los objetos; los
sistemas parasitarios (discurso político, religioso, medios masivos, discurso jurídico,
discurso económico, etc.) funcionan como redundantes respecto a la textualidad.

Vale decir, los sistemas parasitarios, cuando la textualidad es sana, se convierten


en una compleja red de elementos iterativos respecto al texto. Así, por ejemplo,
una parte de la prensa puede repetir constantemente lo que la textualidad ya
manifiesta, mientras que otra puede discutirlo e incluso denunciarlo hasta llegar
(hay muchos ejemplos históricos al respecto) al escándalo público que
comprometería aparentemente elementos fundamentales de esa sociedad:
cuestionar la figura misma de un presidente, etc. Sin embargo, cuando la
textualidad es sana, el periodismo opuesto a dicho texto opera redundantemente,
dado que la existencia misma de la crítica y la denuncia reiteran la permisividad
sígnica de la textualidad.

Frente a un sistema textual sano, por lo tanto, los sistemas parasitarios


cooperativos, competitivos o simbióticos, se constituyen en consignos, es decir en
signos, según Charles MORRIS:

«(...) Susceptibles de ser producidos por los miembros de una familia de intérpretes y con el
mismo significado para los productores que para los demás intérpretes. Los consignos son
actividades de los organismos mismos (tales como los gestos) o bien los productos de tales
actividades tales como los sonidos, las huellas que quedan en un medio material o los objetos
construidos».

Cuando el sistema textual es patológico, se puede observar que los sistemas


parasitarios cooperativos pierden teleología social; esto es, pierden la articulación
redundante entre ellos, lo cual caracteriza su comportamiento cuando la
textaulidad es sana. Desde esta perspectiva, gradualmente cada uno va
adquiriendo autonomía, convirtiéndose cada sistema en compartimiento estanco
respecto al otro. Pese a ello, dado que el grupo social requiere de pautas, estos
sistemas parasitarios —incluso con su inarticulación y atelia social— asumen el rol

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del texto patológico. Es decir, los usuarios reciben pautas, propuestas, valores,
patterns, a través de distintos canales,
pero les son ofrecidos de una manera
inarticulada, fragmentada, dada la
pérdida de finalidad social.

Ante una textualidad patológica, los


sistemas sígnicos parasitarios
cooperativos se convierten así en
opción instructiva y real que la
sociedad ofrece a sus usuarios. Por
otra parte, los sistemas parasitarios
simbióticos —que operaban finalmente
como cooperativos cuando el texto era
sano— pueden desplazarse bien sea
hacia la cooperación inarticulada o
hacia la competitividad.

En lo que se refiere a los sistemas parasitarios competitivos, y aprovechando la


debilidad de la textualidad de la cual son subproductos, pueden convertirse con
mayor facilidad en alternativos; es decir, adquirir la categoría de contratexto. En
ese sentido, los sistemas competitivos operan análogamente a como Pio BALDELLI
en Informazione e controinformazione entiende que opera la contrainformación:

«La contrainformación tiene peso cuando trabaja sobre la definición de los puntos débiles del
poder».

El contratexto es, entonces, un sistema sígnico que —ante una situación patológica
e independientemente de su origen competitivo, cooperativo o simbiótico— e
independientemente de su origen cooperativo, competitivo o simbiótico, puede
convertirse en alternativa textual (es decir, de reemplazo de la textualidad).

De allí que cuando esa textualidad es patológica, todos los sistemas parasitarios
pueden convertirse en contratextuales, con la diferencia de que unos (básicamente
los de origen cooperativo) asumen el papel instructivo oficial, con las
características de inarticulación señaladas, mientras que cualquier sistema de
origen competitivo puede convertirse en contratexto alternativo, cuya conversión

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en textualidad dependerá de la relación entre la afirmación de su propia salud y la
patología del sistema matriz.

La afirmación de la salud de un sistema de signos estará en relación con la


precisión de su propia finalidad, con su carácter instrumental y con su posibilidad
de operar sobre los objetos. En este contexto, por ejemplo, un discurso económico
de origen competitivo, que pretenda convertirse en discurso oficial o textualidad, y
gire en torno a la propiedad privada de los medios de producción, no logrará este
objetivo si no traza límites conceptuales acerca de este principio de propiedad.

Es claro que en el marco de una sociedad signada por una textualidad patológica,
cualquier sistema competitivo semióticamente sano tiene posibilidades de
convertirse en texto.

Mencionábamos anteriormente que los sistemas parasitarios operan originalmente


como fusibles. Ahora estamos en condiciones de entender que, cuando la
textualidad es patológica, los sistemas parasitarios de origen cooperativo van
desempeñando, uno a uno, el papel de fusibles. Conviene observar que, tal como
lo afirma BALDINGER:

«Si todos los fusibles han saltado (incluido el sistema de referencias a la situación), hay
malentendido: la comunicación fracasa».

De allí que, ante la comprobación de un texto patológico, y ante la inminencia o


evidencia de que los fusibles saltan, es indispensable comprender que, siguiendo a
Roman Jakobson en Fundamentos del lenguaje:

«Para estudiar adecuadamente una ruptura en las comunicaciones, es preciso haber entendido
previamente la naturaleza y la estructura del modo particular de comunicación que ha dejado de
funcionar».

Las sociedades, pues, no pueden concebir la subversión meramente como


externidad. Es decir, reducir la subversión a sistemas parasitarios competitivos
cuya finalidad puede —con legitimidad o no— ser la captura del poder. Pues la
subversión y las condiciones para el cambio de una textualidad dada dependen

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más de las debilidades de la textualidad propia que de las fortalezas del discurso
competitivo.

Aquí conviene, entonces, tener muy claro que una textualidad signada por la
patología o por la resistencia al cambio deviene en autosubversión gubernamental.
Y esta es la verdadera matriz de todas las
subversiones. Fácil es comprobar cómo la
terca resistencia al cambio genera en muchas
sociedades graves contradicciones internas en
la propia textualidad. Esto, a su vez, genera la
pérdida de teleología y los propios sistemas
parasitarios, supuestamente competitivos, van
saltando gradualmente como fusibles hasta
consumir su capacidad de instrucción social.

Tomemos como ejemplo a Sendero Luminoso.


En la medida en que la presencia de este
movimiento opera sobre una «ruptura en las
comunicaciones» que la sociedad peruana
establece oficialmente respecto a sus
individuos, en tanto que —como se vio— cualquier sistema competitivo puede
convertirse en contratextual ante una textualidad patológica, y siguiendo a
JAKOBSON:

«Es preciso entender la naturaleza y estructura del modo particular de comunicación que ha
dejado de funcionar».

De allí nuestro interés en analizar el sistema educativo y de observar en él los


factores de perturbación que le impiden constituirse en un sistema de signos sano.

Independientemente de cualquier ideología, un sistema educativo debe otorgar a


sus usuarios sistemas de simulación válidos para predicar respecto a la realidad, y
que respondan a sus expectativas. De allí que esta aproximación que trazamos
respecto a Sendero Luminoso como sistema alternativo de educación nos lleve a
considerarlo científicamente como un sistema coyunturalmente sano frente a la
patología del sistema oficial, con todas las implicaciones que ello conlleva.

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Así, y siempre en el terreno de los sistemas sígnicos como sistemas educativos,
debemos entender que los sistemas parasitarios funcionan como redundantes
respecto a la textualidad cuando esta se presenta ante sus usuarios como capaz de
orientarlos, ofrecerles herramientas operativas y como poseedora de una telia
definida.

Para que esto ocurra; es decir, para que un sistema de signos sea percibido por los
usuarios como poseedor de estas características, la textualidad debe responder a
tres exigencias: ser autocoherente, exhaustiva y simple. Veamos sus detalles:

 Autocoherente. Porque el sistema de signos textual debe estar libre de


contradicción interna; es decir, sus elementos deben forman una estructura
exenta de incoherencia. Así, por ejemplo, si uno o
varios de los elementos del sistema propiciasen el
hábito de la lectura y otro u otros de los elementos
del sistema hiciesen percibir al usuario que para el
sistema la lectura no es relevante, existiría una
contradicción interna.

Lo previo explica fácilmente, desde el punto de vista


del comportamiento sígnico inherente a la estructura,
cómo horas dedicadas al cultivo del razonamiento
verbal y al cultivo de la lectura pueden ser percibidas
como inútiles, si la superación de otros cursos se
hace prescindiendo de dicho razonamiento y del
cultivo del hábito de la lectura; o si —y esto es más
grave— los actantes del proceso educativo —que también son elementos
significativos del sistema— no muestran ante los receptores poseer el hábito
de la lectura, bien sea porque no leen o porque lo hacen deficientemente.

 Exhaustividad. Supone que el sistema de signos debe ser capaz de


explicar el mayor número de fenómenos ocurrentes en una sociedad. Así,
por ejemplo, si la textualidad no ofrece herramientas para valorar en su
exacta dimensión algún elemento tecnológico que se presente como
novedoso en una sociedad, esto afectará no solo el aprovechamiento del
fenómeno ocurrente, sino que repercutirá en la teleologicidad del sistema.
Este evento está ocurriendo con el sistema cultural de la electrónica.

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 Textualidad. Debe ser simple; con el menor número de conceptos se debe
explicar el mayor número de elementos. En tal sentido, se orienta a la
formulación de modelos y leyes generales, respecto a los cuales los casos
particulares funcionarán a modo de ejemplificación.

Si el sistema de signos textual satisface estas exigencias será capaz de


garantizar la intercambiabilidad y, por lo tanto, tendrá la capacidad de ser el
otro sin dejar al mismo tiempo de ser él mismo; es decir, se planteará una
relación redundante y complementaria entre la textualidad y los sistemas
parasitarios.

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MEDIO, MENSAJE

SISTEMA CULTURAL SISTEMA CULTURAL SISTEMA CULTURAL


ORALIDAD ESCRIBALIDAD ELECTRONALIDAD

Discurso y
representación

CONFIGURA

DISCURSO POLÍTICO
PRETEXTUALIDAD.
Representación factual
simbólica convertida en
discurso.

 Constitución
 Códigos
TEXTUALIDAD  Leyes fundacionales
Representación simbólica, Discurso de
 Ritualidad oficial
discurso oficial gobierno
 Sistema educativo
 Medios de comunicación
oficial

Sistemas parasitarios COOPERATIVOS

COMPETITIVOS

SIMBIÓTICOS

Discurso Discurso Discurso Discurso Discurso Discurso de


político social judicial religioso económico los medios

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