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1. Texto y sistemas parasitarios
Interesarse en los sistemas de signos de una sociedad implica un deslinde respecto
a los límites de la semiótica. Desde esta perspectiva, es conveniente precisar que
para nosotros, y según Umberto ECO:
«La semiótica es una disciplina que puede y debe ocuparse de toda la cultura».
Es decir, asumimos que en toda sociedad los sistemas de signos pueden ser
entendidos desde una perspectiva instruccional: todos los signos que nos rodean
—intencionales o no— influyen en nuestras conductas. Con lo cual
deliberadamente queremos poner énfasis en la concepción de estos sistemas de
signos que, en tanto vehículos de información, garantizan las relaciones entre los
miembros de una sociedad.
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Así, pues, las sociedades codifican sus experiencias comunitarias, en tanto
culturas, en estructuras semióticas expresadas en sistemas sígnicos. De allí la
importancia que cobran tales sistemas en una sociedad para comprender no solo el
hecho cultural aislado, sino, fundamentalmente, la red de relaciones que articula
los distintos hechos culturales y las conductas.
No todos los signos que configuran una sociedad están hechos para significar; ni
todos los signos que moldean una conducta son signos producidos
intencionalmente para decir algo.
Lo anterior nos lleva a distinguir, desde el punto de vista semiótico, dos conceptos:
El concepto de pretextualidad.
El concepto de textualidad.
Ahora bien, toda organización social estructura para sus miembros un sistema
instructivo formal y emplea signos para garantizar el cumplimiento de esta función.
Las sociedades codifican este sistema de instrucción básicamente a través del
derecho y de la educación. A este sistema de instrucción formal lo denominamos
textualidad.
«Los signos útiles para un organismo deben orientar como mínimo su conducta en espacio y
tiempo, y preparar de algún modo su proceder respecto a la región del ambiente que se
identifica».
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Es claro, entonces, que si leemos los sistemas de signos generados por un
organismo social en orden a su tarea instructiva, advertimos que estos signos
están orientados a situar a los miembros de una comunidad en un espacio y un
tiempo determinados, a reconocer sus intereses comunitarios y a operar de
acuerdo con ellos. La conducta social necesita, por tanto, dirección respecto de lo
relevante en función de sus objetivos, indicaciones acerca de cómo hallarlos, y
predicar respecto a la teleologicidad de estos.
De lograrse este sentido, esta suerte de «consigno» entre los intereses personales
y los comunitarios; es decir, de garantizarse el
entendimiento —como lo dice WEINRICH— sobre
la legitimidad de los valores y normas vigentes
de una comunicación perfectamente razonable,
también el actuar tiene que ser razonable.
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Y aquí nos encontramos con teorías de la comunicación, provenientes
fundamentalmente de la sociología, que versan sobre dos direccionalidades
posibles para la comunicación de un Estado:
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Dicho en términos prácticos, un Estado puede acudir a posicionar la textualidad
mediante teorías hipodérmicas
siempre y cuando dicha textualidad
responda realmente a la
pretextualidad y/o se arraigue en
insights profundos; pero las
sociedades democráticas y abiertas —
signadas ya por la electronalidad—
obligan al comunicador político a
pensar en la diversidad de su público-
objetivo. De modo que, más allá del
poder de los medios masivos, el
comunicador debe pensar en cómo
combinar estos con el uso de los
medios que permitan la activación
permanente del ciudadano-
prosumidor.
Ahora bien, cuando la textualidad propuesta por una sociedad a sus individuos
responde a las exigencias de orientar, proveer herramientas y poseer una telia
definida, los sistemas parasitarios funcionan —incluso en el caso de aquellos que
puedan ir en contra del texto— como redundantes respecto a él. Redundantes en
tanto confirmación de los valores oficialmente propuestos o como factores que, a
través de la retroalimentación (feedback) permiten demostrar la permeabilidad del
sistema textual o contribuir a su mejoramiento. Nótese que la expresión sistema
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parasitario no implica una calificación moral, sino da cuenta de un organismo que
se desarrolla a partir —y en referencia— a otro organismo.
«Las diferentes estructuras funcionan como fusibles; si el fusible de una estructura ha saltado, la
estructura o estructuras siguientes reparan el daño y garantizan el funcionamiento».
«La educación crea en nosotros unas creencias, unos hábitos y unos estereotipos que luego van
a dificultar la recepción de mensajes que no se hallen implícitos en el sistema».
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entre el texto y los sistemas parasitarios solo es posible si el texto garantiza esta
posibilidad de intercambio. Es decir, como lo afirma MORRIS:
«El texto tiene que tener la capacidad de ser el otro sin dejar al mismo tiempo de ser él mismo,
y ello presupone necesariamente una distinción conceptual entre uno mismo, quién es el otro y
la diferencia entre ambos».
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2. Tipos de sistemas parasitarios
La distinción conceptual que permita el conocimiento definido entre los sistemas
sígnicos que operan en una sociedad, permite, a su vez, el conocimiento semiótico
operativo de que en la vida social no hay algo que sea lo contrario de conducta. Es
decir, todo signo asumido como instructivo evidencia y orienta una conducta en
una u otra dirección.
«En otras palabras, no hay no conducta (sic), o, para expresarlo de modo aún más simple, es
imposible no comportarse. Ahora bien, si se acepta que toda conducta en una situación de
interacción tiene un valor de mensaje, es decir, es comunicación, se deduce que por mucho que
uno lo intente no puede dejar de comunicar».
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Desde esta perspectiva, y partiendo de la clasificación de la conducta social
recíproca establecida por Charles MORRIS, y en el contexto general de la no
conducta aludida, podemos establecer que entre la textualidad y los sistemas
parasitarios se plantea tres tipos de relación:
«Toda sociedad de una cierta fuerza e intensidad conoce estos discursos de reúso que son
instrumentos sociales para el mantenimiento (...) de la plenitud y de la continuidad del orden
social y a menudo también del carácter social de la humanidad en general».
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Se debe precisar en este punto que las sociedades en situaciones de cambio deben
saber también de la formulación de los llamados discursos de consumo, destinados
a hacer frente justamente a la situación cambiante.
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3. Texto y contratexto
A propósito de una investigación sobre el asunto ortográfico en el Perú, su
concepción como factor de discriminación social y la ubicación del problema en el
contexto general de la educación peruana, tuvimos la oportunidad de señalar que:
«Los signos de un individuo y una comunidad son sanos en cuanto ofrezcan una sistemática y
permanente posibilidad de mejoramiento; se tornarán patológicos si presentan una resistencia a
tal corrección y mejora».
Señalábamos, entonces, que los sistemas sígnicos de una sociedad, y a partir del
concepto de patología de MORRIS, podrían orientar su comportamiento. Y así,
cuando estamos frente a un sistema de signos sanos, estaremos frente a
estructuras que posibilitan una permanente conducta adaptativa, mientras que en
otro caso (la patología), los signos operarán en contra «de que la conducta se
adapte al manejo de los objetos» (BIONDI y ZAPATA).
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Es en este sentido, pues, que una textualidad puede ser, según sea el caso, sana o
patológica.
«(...) Susceptibles de ser producidos por los miembros de una familia de intérpretes y con el
mismo significado para los productores que para los demás intérpretes. Los consignos son
actividades de los organismos mismos (tales como los gestos) o bien los productos de tales
actividades tales como los sonidos, las huellas que quedan en un medio material o los objetos
construidos».
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del texto patológico. Es decir, los usuarios reciben pautas, propuestas, valores,
patterns, a través de distintos canales,
pero les son ofrecidos de una manera
inarticulada, fragmentada, dada la
pérdida de finalidad social.
«La contrainformación tiene peso cuando trabaja sobre la definición de los puntos débiles del
poder».
El contratexto es, entonces, un sistema sígnico que —ante una situación patológica
e independientemente de su origen competitivo, cooperativo o simbiótico— e
independientemente de su origen cooperativo, competitivo o simbiótico, puede
convertirse en alternativa textual (es decir, de reemplazo de la textualidad).
De allí que cuando esa textualidad es patológica, todos los sistemas parasitarios
pueden convertirse en contratextuales, con la diferencia de que unos (básicamente
los de origen cooperativo) asumen el papel instructivo oficial, con las
características de inarticulación señaladas, mientras que cualquier sistema de
origen competitivo puede convertirse en contratexto alternativo, cuya conversión
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en textualidad dependerá de la relación entre la afirmación de su propia salud y la
patología del sistema matriz.
Es claro que en el marco de una sociedad signada por una textualidad patológica,
cualquier sistema competitivo semióticamente sano tiene posibilidades de
convertirse en texto.
«Si todos los fusibles han saltado (incluido el sistema de referencias a la situación), hay
malentendido: la comunicación fracasa».
«Para estudiar adecuadamente una ruptura en las comunicaciones, es preciso haber entendido
previamente la naturaleza y la estructura del modo particular de comunicación que ha dejado de
funcionar».
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más de las debilidades de la textualidad propia que de las fortalezas del discurso
competitivo.
Aquí conviene, entonces, tener muy claro que una textualidad signada por la
patología o por la resistencia al cambio deviene en autosubversión gubernamental.
Y esta es la verdadera matriz de todas las
subversiones. Fácil es comprobar cómo la
terca resistencia al cambio genera en muchas
sociedades graves contradicciones internas en
la propia textualidad. Esto, a su vez, genera la
pérdida de teleología y los propios sistemas
parasitarios, supuestamente competitivos, van
saltando gradualmente como fusibles hasta
consumir su capacidad de instrucción social.
«Es preciso entender la naturaleza y estructura del modo particular de comunicación que ha
dejado de funcionar».
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Así, y siempre en el terreno de los sistemas sígnicos como sistemas educativos,
debemos entender que los sistemas parasitarios funcionan como redundantes
respecto a la textualidad cuando esta se presenta ante sus usuarios como capaz de
orientarlos, ofrecerles herramientas operativas y como poseedora de una telia
definida.
Para que esto ocurra; es decir, para que un sistema de signos sea percibido por los
usuarios como poseedor de estas características, la textualidad debe responder a
tres exigencias: ser autocoherente, exhaustiva y simple. Veamos sus detalles:
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Textualidad. Debe ser simple; con el menor número de conceptos se debe
explicar el mayor número de elementos. En tal sentido, se orienta a la
formulación de modelos y leyes generales, respecto a los cuales los casos
particulares funcionarán a modo de ejemplificación.
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MEDIO, MENSAJE
Discurso y
representación
CONFIGURA
DISCURSO POLÍTICO
PRETEXTUALIDAD.
Representación factual
simbólica convertida en
discurso.
Constitución
Códigos
TEXTUALIDAD Leyes fundacionales
Representación simbólica, Discurso de
Ritualidad oficial
discurso oficial gobierno
Sistema educativo
Medios de comunicación
oficial
COMPETITIVOS
SIMBIÓTICOS
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