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TEMA 44. La prosa medieval. La escuela de traductores de Toledo.

Alfonso X. Don Juan Manuel.

1. La prosa medieval

Los primeros testimonios de la prosa romance no se presentan hasta


comienzos del siglo XIII y no deben ser anteriores al reinado de San Fernando.
Hasta dicha centuria, tanto los documentos – oficiales o privados- como las
historias, leyes libros de religión y de moral, se siguen redactando en latín,
pues a la lengua romance no se le reconoce todavía la categoría o calidad para
esa especie de escritos. En el ámbito literario, el naciente romance carecía en
sí mismo de posibilidades para ser utilizado en la prosa, tanto por su rigidez
sintáctica como por la escasez de vocabulario y la anárquica diversidad propia
de un idioma no sometido aún a ninguna disciplina. Por todo esto el latín,
aunque corrompido, seguía siendo el instrumento único de la prosa escrita.
Sin embargo, por entre aquella capa artificiosa del latín oficial, se iba
filtrando la realidad del romance hablado. Frecuentemente se escapaban
palabras del lenguaje vulgar, bien por la inadvertencia del escritor, bien por la
necesidad de designar nuevas realidades, desconocidas en el idioma clásico.
Otras veces, sobre los mismos documentos latinos, alguien iba anotando la
traducción vulgar de ciertos vocablos, esto se conoce como glosas.
Las glosas, tan rudimentarias manifestaciones de la prosa escrita, nunca
tuvieron pretensiones literarias, y ni siquiera llegan, en muchos de los casos, a
constituir frases completas. Solo en dos ocasiones el texto romance añadido
alcanza a tener cierta estructura: son las Glosas Emilianenses y Silenses, así
llamadas por los monasterios en que fueron encontradas.
Durante el reinado de San Fernando, como decíamos, aparecen estas
primeras manifestaciones de la prosa, que podemos dividir en dos grupos:
obras de tendencia didáctico-doctrinal, y obras de forma narrativa. Destacan
entre las primeras Disputa del cristiano y el judío y El libro de los doce sabios;
de las obras narrativas, El libro de Calila e Dimna.

2. La escuela de traductores de Toledo

En el siglo XI, Toledo –reconquistada por Alfonso VI- empezó a ser un


centro cultural donde se encontraban intelectuales árabes, judíos y cristianos.
En el siglo XII aumentó su importancia al recibir a numerosos judíos que allí se
refugiaron huyendo de los almohades.
Fue entonces, bajo la protección del Arzobispo y Gran Canciller de Castilla,
don Raimundo, cuando se constituyó en Toledo un centro de traducción que la
historia ha recogido con la denominación de <<Escuela de Traductores de
Toledo>>. Allí se tradujeron libros de matemáticas, medicina, alquimia, física,
política, y numerosas disciplinas más.
Difundida por Europa la fama de la Escuela de Traductores de Toledo,
acudían a ella estudiantes e intelectuales decididos a penetrar en la ciencia
árabe y conocer los textos griegos, que se hubieran perdido de no haber sido
recogidos por los árabes.
Así pues, Toledo se convierte en puente que conecta el mundo clásico con
Europa, y les acerca aquellos textos originales que tanto influyeron para lograr
el florecimiento filosófico, literario y artístico del Renacimiento.

3. Alfonso X el Sabio

Alfonso X el Sabio sucedió en el trono de Castilla a su padre Fernando III en


1252, y reinó hasta 1284. A principios de su reinado gozó de ciertas victorias
de conquistas y reconquistas, pero luego fracasó sucesivamente en una serie
de empresas. Frente a estos fracasos políticos, en cambio, su papel en la
historia de las letras españolas fue excepcional.
Alfonso X representa una de las cimas culturales más elevadas de la Edad
Media europea. Agrupó en su corte a numerosos sabios de todas las razas,
religiones y nacionalidades, y con su auxilio y colaboración prosiguió la gran
tarea de reunir, sistematizar y traducir toda la ciencia conocida en su tiempo,
con un criterio de tolerancia y universalidad que constituyen su mayor gloria.
En cuanto al idioma, se dice que Alfonso X es el creador de la prosa
castellana. En tiempo de su padre se escriben las primeras obras en prosa
romance; pero tan solo bajo la dirección y el impulso de su hijo adquiere esta
prosa la categoría de idioma nacional.
La gran tarea del monarca no es original, sino en lo que atañe a los
problemas de la lengua. Los sabios musulmanes y judíos le traducían los textos
árabes y hebreos, donde a su vez se habían recogido la casi totalidad de la
cultura griega, y el monarca los seleccionaba y hacía escribir (o escribía el
mismo) en castellano. Luego, ponía todo su cuidado en la mayor perfección de
esta prosa que él estaba imponiendo como lengua oficial.
Las obras del rey Sabio, por la variedad de sus asuntos, por la multiplicidad
de sus fuentes, obligaban a la creación de un vocabulario abundante. Así, los
se traducían multitud de palabras árabes y latinas, pero huía de todo cultismo o
latinismo innecesario y utilizaba las voces castellanas obtenidas por evolución
popular. También por otro lado, echaba mano de expresiones tomadas a los
juglares. La lengua del rey Sabio, en su conjunto, tiene un carácter más
reflexivo y estudiado que la espontánea de las gestas o de la lírica.
Este intenso trabajo de adaptación a la que somete a la lengua la deja apta
para la expresión de todo el caudal de realidades nuevas y expresarlas con tino
y propiedad.
No fue el monarca realizador directo de todas las obras que habitualmente
se acogen a su nombre, sino su inspirador y su arquitecto; pero como tal, a él
se deben con absoluta propiedad. No solo por el carácter de su trabajo, sino
por la eficacia de sus realizaciones.
4. Don Juan Manuel

Don Juan Manuel, sobrino del rey Sabio y nieto de San Fernando, nació en
Escalona, en 1282. Por la importancia de su persona y de su linaje, desempeñó
desde muy joven importantes cargos políticos. Intervino activamente en las
luchas nobiliarias tomando partido según las conveniencias del momento y los
intereses de su casa. Siendo de avanzada edad se retiró al Monasterio de
frailes predicadores de Peñafiel para entregarse al reposo y al cuidado de su
obra. Murió probablemente en 1349.
Don Juan Manuel - junto con el Canciller Ayala- representa una nueva
aristocracia letrada y cortesana, que en este siglo XIV comienza a sustituir a la
nobleza, ruda y campesina, de las épocas precedentes. Se inicia con él la serie
de escritores que hermanan armas y letras y que en las centurias inmediatas
han de encarnar el ideal de hombre del Renacimiento.
Él es el primer escritor castellano preocupado por la posteridad y por la
conservación y transmisión de sus escritos. Paralelo al cuidado por la
integridad y conservación de su trabajo, está el afán por disponer de un estilo
propio. Alfonso X el Sabio había tratado de dar el máximo realce posible al
idioma de Castilla y de no emplear sino las palabras vulgares utilizadas por las
gentes. Su sobrino es en esto su directo discípulo.
La claridad de estilo es el objetivo fundamental de Don Juan Manuel, que él
estima esencial en todo buen lenguaje. Sin embargo, la claridad y parquedad
de palabras no le impiden a este la selección y cuidado literario de su prosa.
En conjunto, la prosa de Don Juan Manuel, aunque todavía enclavada en la
órbita de su tío, representa un notable avance sobre la de Alfonso el Sabio, y
presenta una gran originalidad personal. La variedad de asuntos que trató le
obligó a usar un abundante vocabulario y a formar frases para cuya formación
carecía de modelos.
En la obra de don Juan Manuel predomina el elemento didáctico-moral,
fundamentalmente inspirado en la religión cristiana y en los conceptos
tradicionales de la Edad Media. Desea que se entienda bien la finalidad
moralizadora de sus libros que no se confundan con un puñado de relatos de
mero entretenimiento. Por eso en el prólogo del Libro del Conde Lucanor
explica que lo escribe en forma de cuentos porque así, con el señuelo de la
amenidad, puede ser leído por toda clase de lectores.
Sus obras capitales quedan reducidas a tres: el Libro del Caballero et del
Escudero, el Libro de los Estados, y el Conde Lucanor o Libro de Patronio.
El Libro del Caballero et del Escudero trata de diversos problemas del arte
de la caballería en forma de consejos que da un caballero anciano a un
escudero joven de humilde condición, pero de nobles cualidades. Se trata de
una especie de enciclopedia de los conocimientos de su tiempo sobre filosofía,
teología y ciencias naturales, y viene a ser a la vez una pintura interesante de
las costumbres de aquella sociedad. El autor está influido especialmente por el
Llibre del ordre de cavalleria, de Raimundo Lulio, y por las obras de San
Isidoro, de Alfonso el Sabio y de Vicente de Bauvais.
En el Libro de los Estados se cuenta la educación de Johás, hijo del rey
pagano Morován, por el maestro Turín, que debe ocultarle a su pupilo las cosas
desagradables de su existencia, sobre todo la muerte. Pero en cierta ocasión
encuentran un difunto y Johás insta con sus preguntas a Turín, y no pudiendo
este responder a todas las cuestiones, llama en su auxilio a su ayo cristiano
Julio, que explica los misterios de su religión, y acaba por convertir al
cristianismo a los tres personajes.
El Conde Lucanor o Libro de Patronio, la obra más importante y popular
de Don Juan Manuel, es una colección de cincuenta ejemplos en que se dan
consejos para muy diversos problemas. Cada cuento consiste en un problema
que plantea el Conde Lucanor a su ayo Patronio. Este le contesta con un
ejemplo, al cabo del cual añade una moraleja en forma de dístico, que lo
resume.
Los cuentos son de tipo muy vario; hay fábulas, alegorías, relatos
fantásticos y heroicos, parábolas y cuentos satíricos. También son diversas sus
fuentes: fábulas clásicas, libros árabes u orientales, relatos evangélicos,
crónicas, etc. Sin embargo, don Juan Manuel dista infinitamente de ser un
mero coleccionista refundidor de obras ajenas; él sabe recrear y dar nueva
dimensión a cada asunto vistiéndolo de observaciones particulares, rasgos y
detalles de su propia mente, aspectos de la vida diaria. Pero, sobre todo,
convierte en suyo propio cada asunto que toma por el acento inconfundible de
su estilo de su encanto en el que debe destacarse su intencionada y fina ironía.

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