Está en la página 1de 26

Antecedentes

Alfonso X el Sabio, hijo primogénito de


Fernando III el Santo, recibió una esmerada
educación en múltiples campos con el fin de
prepararlo para la labor que había de
desempeñar: ser rey de Castilla y León.
Antes incluso de alcanzar el trono hubo de
echar mano de cuanto había aprendido, ya
fuera en armas o en letras, pues participó en
la campaña de Córdoba, fue uno de los
estrategas que propició la victoria en Jerez y
quien pacificó y repobló las tierras de Sevilla y
Murcia.
Ascendió al trono el 1 de junio de 1252,
un día después de la muerte de su padre,
y se conjuró para renovar y unificar los
fueros y leyes que regían sus dominios,
así como para establecer como lengua de
corte y de cultura el castellano, por lo
que decidió ponerse al frente de todos
sus estudiosos y eruditos, la llamada
Escuela de Traductores de Toledo, con la
intención de verter en nuestra lengua
cuanto mayor conocimiento fuera
posible.
Alfonso, «cabeza del reino» y «vicario de
Dios», trató de reforzar todo lo que pudo el
poder de la Corona. Para ello emprendió la
ardua labor de renovar el código legal y
adecuarlo a los nuevos tiempos. De ese
propósito y de las manos de sus juristas
salieron el Fuero real y las Siete partidas.
Supo, además, delegar en expertos y confió
en ellos, pero siempre se fio más de su
propio criterio y se impuso la obligación de
revisar y confirmar cuantos documentos o
textos surgieran de sus talleres o escuelas.
Cuando se puso al frente de la Escuela de
Traductores de Toledo, escuela creada un
siglo antes por el arzobispo Raimundo con
la intención de verter al latín las obras en
hebreo, griego o árabe que documentaban
el conocimiento de la época, decidió
eliminar ese paso previo de traducción al
latín y las mandó traducir directamente al
castellano.
Su avidez de conocimiento le llevó a intentar
abarcar el máximo: historia, botánica,
cosmología, juegos… Los traductores seguían
las directrices con las que él los guiaba y con
las que ordenaba los pasos que debían darse;
por eso decimos que las “obras” surgidas de
esa intención son “suyas”.
“El rey faze un libro non por quel él escriva con sus manos mas porque
compone las razones d'él e las emienda et yegua e endereça e muestra
la manera de cómo se deven fazer, e desí escrívelas qui él manda. Peró
dezimos por esta razón que el rey faze el libro”.
Alfonso X el Sabio, General estoria I, f. 216r.
Y, por eso, al conjunto de normas creadas
para la traducción de las obras al castellano
se le conoce como “norma alfonsí”.
De la Escuela de Traductores salió la General
estoria, sobre historia universal; El lapidario,
sobre las propiedades de los minerales; El
libro de los juegos, sobre temas lúdicos y de
entretenimientos, más o menos sesudos, de
la época, tales como el juego del ajedrez;

el Libro del saber de astrología así como El


libro de la ochava esfera, de cosmología.
Este interés intelectual y continuado que
ejerció sobre la astronomía le fue
recompensado en 1935, año en que le
pusieron su nombre a uno de los cráteres de
la luna.
Es evidente que el castellano ya era lengua de arte
y cultura en los cantares de gesta (Poema de mío
Cid, por ejemplo) y en las obras de clerecía
(Gonzalo de Berceo), que desde el Concilio de
Letrán de 1215 se había decidido que se
compusieran en roman paladino (“en cual suele el pueblo
fablar con su vezino”), y también que Fernando III, su
padre, ya había promovido algunos documentos
oficiales en lengua castellana, en detrimento del
latín y las otras lenguas romances, pero es Alfonso X
quien reivindica un espacio predominante para
nuestra lengua al intentarla modelar como
instrumento de identificación de un reino.
Su misión es literaria tiene mucho de
pedagógica, así como lo es la orientación
Sendebar de la mayoría de textos medievales, que
conllevan en sí mismos la intención
aleccionadora y la moraleja incorporadas
como elementos esenciales. Son los
exempla o exemplums, breves relatos que
pretenden guiarnos hacia el crecimiento
personal a través de analogías directas
donde los animales ejecutan muchas veces
el papel que les correspondería a los
hombres (fábulas).
Calila e
Dimna Alfonso X el sabio hizo traducir dos
antologías de cuentos (exemplums) que se
convirtieron en modelo para los escritores
que vendrían más tarde.
Ambas recopilaciones son de procedencia
oriental y ambas han pasado por el persa
(parsi) antes de ser traducidas al árabe, desde
donde los traductores de la Escuela de Toledo
las vierten al castellano. Ambas recopilaciones
utilizan también un relato marco o de cajas
chinas, donde, desde una historia lineal,
recurrente y externa, entramos en cada relato
ejemplificador para desglosar sus enseñanzas.

Calila e Dimna
Don Juan Manuel (1282·1348)
Pertenecía a la familia real. Su padre, Manuel de
Castilla, era uno de los hermanos menores de
Alfonso X. Desde joven fue educado en un ambiente
propicio, propenso y proclive a la cultura en el que
el castellano había adelantado al latín y se erigía
como lengua de cultura y corte.
Como su tío, se entregó al arte de escribir y enseñar, aunque fue denostado y
criticado por ello, pero, sobre todo, al arte de tirar de los hilos de la política para
sacar provecho y beneficio para él y sus señoríos. Tanto es así que se convirtió en
uno de los hombres más poderosos de la época y llegó a poseer un ejército de más
de mil caballeros y a acuñar una moneda propia.
Hacia 1340 dejó los tejemanejes de la política y se retiró al Castillo de
Garcimuñoz, donde se dedicó a reunir y revisar sus obras con el fin de que no
sufrieran las alteraciones a que las sometían los copistas (consciencia de autoría).
Libro de los Estados
Escribió diferentes obras, aunque siempre con
intención aleccionadora. Bajo la apariencia de un
diálogo sostenido entre dos personajes que
pretenden representar perspectivas diferentes o
incluso antagónicas (tópico del puer senex), se
plantean unas cuestiones a las que se intenta dar
respuesta.

Para rematar la intención didáctica del texto, se


reduce a una breve máxima, que es la moraleja, en
la que, además, se confirma la autoría de Don Juan
Manuel citándolo expresamente.

Libro del caballero et el escudero


Libro de Patronio o El conde Lucanor (1335)
El libro consta de cinco partes,
pero es reconocido, sobre todo, por
la primera. La obra es un diálogo
entre el señor inexperto y un tutor
o ayo maduro, avezado a la vida y
sus inclemencias (puer senex). Se
compone de 51 exemplums que
siempre mantienen, en esencia, la
misma estructura narrativa.
Don Juan Manuel sigue el modelo narrativo
medieval de los llamados “espejos de príncipe”,
libros creados exprofeso con la intención de
enseñar y adoctrinar a un noble que heredará la
labor de gobernar o regir una hacienda o reino. El
autor extiende la enseñanza a cualquiera,
ampliando la idea inicial de estos libros
unipersonales.

Además, utiliza otro recurso recurrente: el marco


narrativo. Es decir, crea un espacio en el que el
conde y su ayo son los personajes principales que
narrarán los exemplas a los que darán también
solución con la moraleja.
Íncipit de El conde Lucanor
Conde Lucanor ¿?
Patronio √ MARCO

Historia ejemplificadora

EXEMPLUM

MORALEJA o DÍSTICO

Patronio √
Conde Lucanor !?

Don Juan Manuel


_______________________
_______________________
La estructura tripartida o de cajas chinas para
introducir una serie de relatos será recogida por el
italiano Giovanni Boccaccio en su Deccameron y por
Geoffrey Chaucer en Los cuentos de Canterbury.

Deccameron (1351·53)

Diez jóvenes, siete chicas y tres chicos,


huyen de la peste que asola Florencia
en 1348. Se refugian en una villa a las
afueras donde vivirán diez días y sus
diez noches y para entretenerse se irán
explicando relatos. Al final de la
reclusión saldrán de nuevo hacia
Florencia, sanos y salvos y,
probablemente, más sabios.
Los cuentos de Canterbury
(1387·1400 aprox.)

Los peregrinos que viajan desde Londres a la abadía


de Canterbury se paran en una posada donde pasan
el tiempo explicándose relatos entre ellos. La idea
del autor era, probablemente, dar voz (y, por lo
tanto, relato) a cuantos personajes aparecen, pero
no pudo completar la labor y solo aparecen
veinticuatro relatos.
La muerte del autor impidió la conclusión del libro,
que ha visto cómo, con el paso del tiempo, muchos
otros autores se han valido para ampliarlo.
Tanto el Deccameron como Los cuentos de
Canterbury, deudores de El conde Lucanor, hacen
gala de una frescura impropia para la época
Tanto el Deccameron como Los cuentos de
Canterbury, son deudores de El conde Lucanor, y
hacen gala de una frescura impropia para la época.

Así como El conde Lucanor es deudor, sobre todo en la


estructura, de una de las recopilaciones de cuentos más
famosa de todos los tiempos: Las mil y una noche.
De lo que aconteció a una mujer que le decían doña Truhana (I)

Otra vez hablaba el conde Lucanor con Patronio en esta


El conde Lucanor,
guisa:
-Patronio, un hombre me dijo una razón y mostrome la
Don Juan Manuel
manera cómo podía ser. Y bien os digo que tantas maneras (1335)
de aprovechamiento hay en ella que, si Dios quiere que se
haga así como él me dijo, que sería mucho de pro pues
M tantas cosas son que nacen las unas de las otras que al cabo
A es muy gran hecho además.
R Y contó a Patronio la manera cómo podría ser. Desde que
C Patronio entendió aquellas razones, respondió al conde en
O esta manera:
-Señor conde Lucanor, siempre oí decir que era buen seso
atenerse el hombre a las cosas ciertas y no a las vanas
esperanzas pues muchas veces a los que se atienen a las
esperanzas, les acontece lo que le pasó a doña Truhana.
Y el conde le preguntó cómo fuera aquello.
De lo que aconteció a una mujer que le decían doña Truhana (II)
Señor conde -dijo Patronio-, hubo una mujer que tenía nombre doña Truhana y era
bastante más pobre que rica; y un día iba al mercado y llevaba una olla de miel en la
cabeza. Y yendo por el camino, comenzó a pensar que vendería aquella olla de miel y
que compraría una partida de huevos y de aquellos huevos nacerían gallinas y después,
de aquellos dineros que valdrían, compraría ovejas, y así fue comprando de las ganancias
E que haría, que hallóse por más rica que ninguna de sus vecinas.
X Y con aquella riqueza que ella pensaba que tenía, estimó cómo casaría sus hijos y sus
E hijas, y cómo iría acompañada por la calle con yernos y nueras y cómo decían por ella
M cómo fuera de buena ventura en llegar a tan gran riqueza siendo tan pobre como solía ser.
P Y pensando esto comenzó a reír con gran placer que tenía de su buena fortuna, y riendo
L dio con la mano en su frente, y entonces cayóle la olla de miel en tierra y quebróse.
U Cuando vio la olla quebrada, comenzó a hacer muy gran duelo, temiendo que había
M perdido todo lo que cuidaba que tendría si la olla no se le quebrara.
Y porque puso todo su pensamiento por vana esperanza, no se le hizo al cabo nada de lo
que ella esperaba.
De lo que aconteció a una mujer que le decían doña Truhana (III)

Y vos, señor conde, si queréis que los que os dijeren y lo que


M vos pensareis sea todo cosa cierta, creed y procurad siempre
A todas cosas tales que sean convenientes y no esperanzas vanas.
R Y si las quisiereis probar, guardaos que no aventuréis ni
C
pongáis de los vuestro, cosa de que os sintáis por esperanza de
O
la pro de lo que no sois cierto.
M
Al conde le agradó lo que Patronio le dijo e hízolo así y hallóse
O bien por ello.
R Y porque a don Juan contentó este ejemplo, hízolo poner en
A
L este libro e hizo estos versos:
E A las cosas ciertas encomendaos
J
A y las vanas esperanzas, dejad de lado.
Comparativa

La olla rota,
Fábulas, El conde
Calila e Dimna Lucanor,
Esopo (traducido por la Don Juan Manuel
(siglo VI) Escuela de
(1335)
Traductores)

La lechera y el
A las ilusiones
militares,
cántaro de La lechera,
leche, Samaniego
Rey de Artieda
La Fontaine (XVIII)
(XVI)
(XVII)
Fábulas,
Esopo (siglo VI)

Una lechera llevaba en la cabeza un cubo de leche recién ordeñada y caminaba hacia su
casa soñando despierta. "Como esta leche es muy buena", se decía, "dará mucha nata.
Batiré muy bien la nata hasta que se convierta en una mantequilla blanca y sabrosa, que
me pagarán muy bien en el mercado. Con el dinero, me compraré un canasto de huevos y,
en cuatro días, tendré la granja llena de pollitos, que se pasarán el verano piando en el
corral. Cuando empiecen a crecer, los venderé a buen precio, y con el dinero que saque me
compraré un vestido nuevo de color verde, con tiras bordadas y un gran lazo en la cintura.
Cuando lo vean, todas las chicas del pueblo se morirán de envidia. Me lo pondré el día de
la fiesta mayor, y seguro que el hijo del molinero querrá bailar conmigo al verme tan guapa.
Pero
La no voycomenzó
lechera a decirle aque sí de buenas
menear a primeras.
la cabeza para decirEsperaré
que no,a yque me lo pida varias veces
y, al principio,
entonces le diré
el cubo de que nocayó
leche con la
alcabeza.
suelo, yEso es, le se
la tierra dirétiñó
quede
no: "¡así! "
blanco. Así que la lechera se quedó sin nada: sin vestido, sin
pollitos, sin huevos, sin mantequilla, sin nata y, sobre todo, sin
leche: sin la blanca leche que le había incitado a soñar.
Por eso digo yo: El que hace sobre el porvenir proyectos
irrealizables se queda blanco como el padre de Somasarmán.
La olla rota
(Calila e Dimna)
En cierto lugar vivía un brahmán llamado Svabhakripana, que tenía una olla llena de arroz que le habían
dado de limosna y que le había sobrado de la comida. Colgó esta olla de un clavo de la pared, puso su cama
debajo y pasó la noche mirándola sin quitarle la vista de encima, pensando así:
–Esa olla está completamente llena de harina de arroz. Si sobreviene ahora una época de hambre podré
sacarle cien monedas de plata. Con las monedas compraré un par de cabras. Como estas crían cada seis
meses, reuniré todo un rebaño. Después con las cabras compraré vacas. Cuando las vacas hayan parido
venderé las terneras. Con las vacas compraré búfalas. Con las búfalas, yeguas. Cuando las yeguas hayan
parido tendré muchos caballos. Con la venta de estos reuniré gran cantidad de oro. Por el oro me darán una
casa con cuatro salas. Entonces vendrá a mi casa un brahmán y me dará en matrimonio a su hija hermosa y
bien dorada. Ella dará a luz un hijo y le llamaré Somasarmán. Cuando tenga edad para saltar sobre mis
rodillas cogeré un libro, me iré a la caballeriza y me pondré a estudiar. Entonces me verá Somasarmán y
deseoso de mecerse sobre mis rodillas, dejará el regazo de su madre y vendrá hacia mí, acercándose a los
caballos. Yo, enfadado, gritaré a la brahmana: “¡Coge al niño!” Pero ella, ocupada en las faenas, no oirá mis
palabras. Yo me levantaré entonces y le daré un puntapié. Tan embargado estaba en sus pensamientos, que
dio un puntapié y rompió la olla y él quedó todo blanco con la harina de arroz que había dentro y que le cayó
encima. Por eso digo yo:
El que hace sobre el porvenir proyectos irrealizables
se queda blanco como el padre de Somasarmán.
A las ilusiones militares, Andrés Rey de Artieda (XVI)

Como, a su parecer, la bruja vuela,


y untada se encarama y precipita,
así un soldado, dentro una garita,
esto pensaba haciendo centinela:

"No me falta manopla, ni escarcela,


mañana soy alférez, ¿quién lo quita?,
y sirviendo a Felipe y Margarita,
embrazo y tengo paje de rodela.

Vengo a ser general, corro la costa,


a Chipre gano, príncipe me nombro,
y por Rey me corono en Famagosta.

Reconozco al de España, al turco asombro..."


Con esto se acabó de hacer la posta
y hallose en cuerpo, con la pica al hombro.
La lechera y el cántaro de leche, Jean de La Fontaine

Había una vez una muchacha, cuyo padre era lechero, con un cántaro de leche en la
cabeza.
Caminaba ligera y dando grandes zancadas para llegar lo antes posible a la ciudad, a
donde iba para vender la leche que llevaba.
Por el camino empezó a pensar lo que haría con el dinero que le darían a cambio de la
leche.
-Compraré un centenar de huevos. O no, mejor tres pollos. ¡Sí, compraré tres pollos!
La muchacha seguía adelante poniendo cuidado de no tropezar mientras su imaginación
iba cada vez más y más lejos.
-Criaré los pollos y tendré cada vez más, y aunque aparezca por ahí el zorro y mate
algunos, seguro que tengo suficientes para poder comprar un cerdo. Cebaré al cerdo y
cuando esté hermoso lo revenderé a buen precio. Entonces compraré una vaca, y a su
ternero también….
Pero de repente, la muchacha tropezó, el cántaro se rompió y con él se fueron la ternera,
la vaca, el cerdo y los pollos.
Llevaba en la cabeza Llevarélo al mercado,
una Lechera el cántaro al mercado La lechera, sacaré de él sin duda buen dinero;
con aquella presteza, compraré de contado
aquel aire sencillo, aquel agrado, Samaniego una robusta vaca y un ternero,
que va diciendo a todo el que lo advierte que salte y corra toda la campaña,
(XVIII)
«¡Yo sí que estoy contenta con mi suerte!» hasta el monte cercano a la cabaña.»
porque no apetecía Con este pensamiento
más compañía que su pensamiento, enajenada, brinca de manera,
que alegre la ofrecía que a su salto violento
inocentes ideas de contento, el cántaro cayó. ¡Pobre Lechera!
marchaba sola la feliz Lechera, ¡Qué compasión! Adiós leche, dinero,
y decía entre sí de esta manera: huevos, pollos, lechón, vaca y ternero.
«Esta leche vendida, ¡Oh, loca fantasía!
en limpio me dará tanto dinero, ¡Qué palacios fabricas en el viento!
y con esta partida Modera tu alegría
un canasto de huevos comprar quiero, no sea que saltando de contento,
para sacar cien pollos, que al estío al contemplar dichosa tu mudanza,
me rodeen cantando el pío, pío. quiebre su cantarillo la esperanza.
Del importe logrado No seas ambiciosa
de tanto pollo mercaré un cochino; de mejor o más próspera fortuna,
con bellota, salvado, que vivirás ansiosa
berza, castaña engordará sin tino, sin que pueda saciarte cosa alguna.
tanto, que puede ser que yo consiga No anheles impaciente el bien futuro;
ver cómo se le arrastra la barriga. mira que ni el presente está seguro.

También podría gustarte