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(MÓDULO 3)

EL LEGADO DE KANT
La influencia de Kant es tan decisiva en el campo de la ética que no parece posible adentrarse en la reflexión
moral sin incursionar en sus imperativos o sus máximas a priori.
La filosofía práctica kantiana no lo abarca todo, aunque sí posee la capacidad de mantenerse viva como
centro operante de toda moral. Cortina afirma que filósofos decisivos en nuestro momento se dicen kantianos,
mientras que otros, que no se dicen, asumen buena parte de la herencia de Kant.
La vigencia de este legado kantiano en las últimas décadas favoreció el despliegue potente de la ética como
objeto de interés en una constelación cada vez más creciente de disciplinas científicas. También es conveniente
reparar en que las problemáticas que hoy atravesamos a nivel mundial nos invitan a que recuperemos la reflexión por
la autocomprensión del sujeto moral, el valor de la dignidad en la consideración de todo ser humano y la importancia
de principios exigibles a todos para la construcción de una sociedad más justa.
La segunda mitad del siglo XX ha asistido a la evidente recuperación de la teoría ética, la “filosofía primera”
ya no es metafísica o teoría del conocimiento, sino filosofía moral.
Esa inclinación de la filosofía hacia el discurso ético revela una actitud cada vez más frontal de la filosofía
moral respecto de la búsqueda de soluciones de una gran diversidad de problemas que, por su carácter global,
demandan la superación de ciertos límites divisorios artificiales y posturas marcadamente subjetivistas.
Es necesario un compromiso con realidades superiores a las de la subjetividad, y el imperativo categórico
permite acceder a este nivel ético.
(Kant Hoy) Desde esta perspectiva, algunas de las principales ideas de la filosofía de Kant que continúan vigentes son:
 Una filosofía moral: la convicción kantiana sobre el carácter y contenido fundamentalmente moral
de la reflexión filosófica debe subrayarse como primera lección de su obra. Esta concepción de la filosofía tendría que
resultar aleccionadora, ya que buena parte de la filosofía dejó de lado preocupaciones fundamentales y subestimó su
carácter normativo; pareciera haber olvidado que el hombre y sus necesidades vitales como ser humano debiera ser el
único objetivo real de sus esfuerzos en favor de formas racionales de vida.

 La idea de la dignidad de la persona, de la humanidad como fin en sí : esta idea se recoge en la


segunda formulación del imperativo categórico y constituye el contenido y justificación del criterio de universalidad
que exige el imperativo categórico en tanto mandato moral de la razón. La idea de la dignidad de la persona, de la
humanidad como fin en sí, representa la base normativa tanto de la ética como de la filosofía práctica kantiana en su
conjunto.
La idea de la humanidad como fin en sí dio lugar a una ética humanista fundada racionalmente y, por otro
lado, a una fundamentación objetiva de los derechos que corresponden a todos los hombres en virtud de su condición
de personas. Para Kant los derechos tienen un carácter “sagrado” y sólo es posible su respeto y realización en un
orden público de justicia, en un Estado de derecho.
En términos del orden jurídico-político actual se trata de una idea de que es capaz de sostenerse
racionalmente y ser objeto de consenso.
 Libertad como autonomía: Kant estableció el principio de autonomía como único principio de la
moral. Consiste en independizar a la ley de toda materia (cualquier objeto deseado) y en determinar el albedrío
mediante la simple forma legisladora universal que una máxima ha de adoptar. Esta propia legislación de la razón pura
práctica supone un sentido positivo de la libertad.
Los hombres son así definidos como sujetos autolegisladores y en esta capacidad radica su dignidad.
Con Kant, el problema de la libertad se vuelve el problema central de la filosofía práctica porque reconoce la
condición de libertad que define al hombre moderno.
Con la ley moral somos libres para ser conforme a un reino de los fines, para construir una comunidad de
voluntades libres autolegisladoras. Para Kant, el “contrato originario” es una idea de la razón que obliga al legislador a
promulgar sólo aquellas leyes que pudieran obtener el consenso ciudadano. Con ese “contrato originario” busca
pensar el requisito de universalidad en el contexto de la sociedad, como se sugiere en los principios metafísicos de la
doctrina del derecho: el poder legislativo sólo puede corresponder a la voluntad unida del pueblo. Es el criterio de
legitimidad de todo derecho.

 Un derecho cosmopolita: el criterio de universalidad coloca el problema de la justicia en primer


plano y la filosofía práctica de Kant sólo concluye con la idea de un derecho cosmopolita, es decir, con la garantía
jurídica de la libertad de todos los hombres. El establecimiento de un Estado de ciudadanía mundial constituía para
Kant el último eslabón necesario para garantizar jurídicamente la libertad de personas consideradas como fines en sí
mismas, para alcanzar un derecho público de la humanidad. Sin este elemento la libertad sería siempre precaria,
sujeta a las relaciones entre los Estados.
El mundo sólo tendrá futuro como obra común de la humanidad entera, no como sistema de regiones
organizado en torno al frágil equilibrio de la competencia. Esto sólo puede tener como punto de partida un régimen
global de derechos.

LA JUSTICIA
En el campo del pensamiento ético contemporáneo, uno de los más grandes exponentes es el filósofo
norteamericano JOHN RAWLS (1921 – 2002). La teoría que este autor propone representa una renovación de la ética
deontológica kantiana y, por lo tanto, un distanciamiento del empirismo utilitarista. La Teoría de la Justicia, publicada
en 1971, se propone brindar, en el contexto de la filosofía moral, una visión en la que la identificación de lo bueno y lo
justo se presenta como un aspecto central y polémico. Elaborar una concepción de la justicia desde un fundamento
deontológico implica esgrimir una idea de justicia sostenible en principios aceptados y compartidos por todos, no
derivables de preferencias o apreciaciones particulares ni tampoco de consideraciones relacionadas con la corrección
de las acciones a la luz de sus consecuencias.
La centralidad de las teorías del contrato social (Rousseau, Locke, Hume) se recupera en la visión de Rawls
como un referente clave a nivel argumental para desarrollar su formulación moral de los principios de la justicia: el
propósito de la doctrina del contrato es dar cuenta del carácter estricto de la justicia mediante la suposición de que
sus principios provienen de un acuerdo entre personas libres e independientes en una posición originaria de igualdad
y, en consecuencia, refleja la integridad y soberanía equitativa de las personas racionales que son los contratantes.
Su empleo de la propuesta contractualista no implica hacer algún tipo de concesión a una determinada forma
de gobierno o de estructura social, sino destacar el hecho de que, en tal situación de acuerdo hipotético, las
diferencias particulares no gravitan en la elección de los principios fundamentales de la justicia. De ello se deriva la
idea central de justicia como equidad: todos y cada uno de sus miembros elegirán unánimemente esos principios de
justicia.
La tesis rawlsiana sobre la justicia enfatiza la presencia de exigencias que intentan superar las insuficiencias
de una mirada utilitarista, que está regida por el principio del mayor beneficio al mayor número. Estas exigencias son:
 Generalidad: aparece el llamado velo de ignorancia acerca de las características o las circunstancias
particulares de los que participan en tal situación. El carácter general de los principios es asegurado por la presencia
de este velo, que impide que las partes dispongan de información específica acerca de sí mismos y los otros y esta
ausencia de información evita que los principios se muestren influenciados por preferencias particulares. Se garantiza
la imparcialidad. Se trata de una elección justa que no procede en detrimento de nadie y que, por lo tanto, alude a la
equidad de los principios de la justicia.
 Universalidad: la concepción de la justicia deber ser universalizable, aceptable por todos.
 Carácter público: los principios de la justicia deben ser compartidos por todas las personas que
integran el mundo social.

Rawls propone dos principios sobre los cuales debe basarse la noción de justicia:
 Cada persona ha de tener un derecho igual al más amplio sistema total de libertades básicas,
compatible con un sistema similar de libertad para todos.
 Las desigualdades económicas y sociales han de ser estructuradas de manera que sean: a) mayor
beneficio de los menos aventajados, de acuerdo con un principio de ahorro justo, y; b) unido a que
los cargos y las funciones sean asequibles a todos, bajo condiciones de justa igualdad de
oportunidades.

Rawls hace referencia a una especie de ordenamiento jerárquico entre estos principios: el primero tiene
prioridad sobre el segundo, y la segunda parte del segundo principio tiene prioridad sobre la primera y es conocida
como principio de la diferencia.
El primer principio hace referencia a la igualdad en la distribución de la libertad, que es concebida como un
bien social primario. El derecho por igual a libertades básicas (derecho al voto, libertad de expresión, conciencia,
pensamiento e integridad personal) queda asegurado en la formulación de este primer principio, como condición
necesaria no solo para la realización de cualquier plan de vida, sino también para la emergencia y el fortalecimiento
del respeto o la valoración personal.
El segundo principio, una vez establecidas las libertades básicas, afirma que las desigualdades económicas y
sociales están justificadas si se generan para mejorar la situación de los miembros menos favorecidos de la sociedad y
si están asociadas a cargos y posiciones accesibles en todos en condiciones de igualdad de oportunidades.
Estos principios de la justicia representan la centralidad de un sentido moral que incluye la capacidad de
establecer lazos de cooperación para conformar una estructura social justa en la cual vivir y desarrollar nuestras
expectativas y oportunidades.
Rawls concibe al ser humano como un ser con capacidad de cooperar. La personalidad moral, además de
racional, es razonable. La concepción de Rawls es liberal: la unidad social se basa únicamente en el acuerdo sobre lo
que es justo, el acuerdo mínimo imprescindible para que podamos hablar de sociedad moral.

LA FORMACIÓN DE ACUERDOS
Cuando hablamos de las raíces de la llamada ética dialógica o ética comunicativa, los trabajos del filósofo y
sociólogo alemán Jürgen Habermas (1929) aparecen con todo su vigor. La obra de este autor es de una extensión
asombrosa en su riqueza temática. Sus principales contribuciones son la teoría de la acción comunicativa y el concepto
de democracia deliberativa.
La disposición al diálogo como una pieza central de la ética de Habermas no puede reconocerse sin
comprender cuál es el alcance que le otorga a la dimensión pragmática del lenguaje. Empezaremos por remarcar la
idea misma de acción comunicativa como elemento crucial del consenso. Habermas afirma que hay algo en el uso del
lenguaje, inscripto en esta dimensión pragmática, que es universal. Ese elemento universal se expresa en el supuesto
de un entendimiento mutuo, en la competencia que todos poseemos de acordar con otro. Esta propuesta clave de
Habermas le confiere al uso del lenguaje una importancia decisiva para el acuerdo.
Hablar es querer estar de acuerdo. No en un sentido intencional, sino en un sentido sustantivo: cualquier uso
del lenguaje presupone la vocación de acordar con otro acerca de hechos o estados de cosas del mundo.
Hay un a priori del acuerdo moral, es decir, un elemento universal y común en el acto del habla que hace
posible que el entendimiento y el consenso primer sobre dogmatismos e imposiciones. Se trata de una situación ideal
del habla en la que se presupone la posibilidad de un entendimiento racionalmente motivado: hablar es querer estar
de acuerdo. Si en el uso del lenguaje reside esa posibilidad, el tipo de racionalidad que emerge es esencialmente una
racionalidad comunicativa.
Desde esta concepción, la reflexión ética es necesariamente intersubjetiva o dialógica: la ética comunicativa
nos proporciona el fundamente antropológico de la ética como búsqueda de consenso y, al mismo tiempo, nos brinda
el criterio trascendental que permite identificar la acción comunicativa racional de la que saldrán acuerdos legítimos.
Para comprender este elemento universal, ese criterio trascendental, hay que tener en cuenta que en el uso
del lenguaje se pone en juego aquello que Habermas denomina pretensiones de validez y debemos distinguir varios
niveles, según el tipo de enunciado que se emplea en la comunicación. Estos enunciados dependerán de cuál sea el
mundo al que hacemos referencia. Habermas distingue tres grandes estructuras del mundo:
 Mundo objetivo: compuesto de hecho o entidades;
 Mundo social: compuesto de normas, valores, significados culturales, instituciones sociales, etc.;
 Mundo subjetivo: compuesto de sensaciones, emociones, ideas, etc.

Cada vez que hacemos referencia a estas estructuras del mundo, aquello que decimos implica la existencia de
un oyente. Los actos de habla se vinculan con diferentes pretensiones de validez: *al hacer referencia al mundo
objetivo y emplear enunciados constatativos, pretendemos que aquello que decimos es verdadero; *al aludir al mundo
social y emplear enunciados regulativos, pretendemos que aquello que decimos es recto o normativamente aceptable;
* y al hacer referencia al mundo subjetivo y emplear enunciados expresivos, pretendemos que aquello que decimos es
sincero o veraz. En todos los casos, independientemente de que se cumplan estos requisitos de validez o no, al hablar
sobre el mundo ponemos en marcha estas pretensiones, es decir, la construcción de un vínculo entre comunicación y
entendimiento mutuo.
La capacidad para crear este vínculo a través del lenguaje se presenta como un aspecto constitutivo de la
naturaleza humana y una competencia del acto de habla que es base y punto de referencia de la posibilidad de
acordar con otro y, por lo tanto, de una racionalidad comunicativa: hacer uso del lenguaje es poner en juego la
potencialidad de un acuerdo racional, es decir, la posibilidad de una comunicación libre de dominaciones, de
asimetrías y de injusticias, es una comunicación ideal.
Así, cobra sentido la posibilidad de la ética como búsqueda de consenso.
La ética comunicativa aparece ligada a la existencia de una comunidad de diálogo en la que las pretensiones
de validez se desenvuelven en el plano de la formación de acuerdos y estos dan cuenta de la coordinación de
acciones. Quien entabla un diálogo considera al interlocutor como una persona con la que merece la pena entenderse
para satisfacer intereses universalizables.

RAZÓN CORDIAL
Dos pilares fundamentales de esta ética son el sujeto autónomo kantiano y la teoría de la pragmática
universal de Habermas. Cuando se habla de razón cordial se alude a un pensamiento ético que afirma con vigor la
centralidad de la autonomía de las personas y el reconocimiento recíproco. Estas dos grandes cuestiones se
concentran para expresar un punto de vista singular sobre la ética como formación y cultivo de valores de
empoderamiento para construir planes de vida dignos y valiosos (en consonancia con lo que para la ética aristotélica
es la educación moral). La cordialidad es fruto de una moral entrenada, en virtud de la importancia de asumir
responsablemente la tarea de modelar nuestras facultades y educar nuestras emociones para ser personas y
ciudadanos capaces de apreciar la vida desde un profundo sentido de la justicia, la solidaridad y la compasión.
El espectro reflexivo de esta mirada ética está guiado por corrientes de pensamiento que parecen aunar tres
grandes procesos: el de la conciencia personal y autónoma, el de la conciencia intersubjetiva y dialógica, y el de la
conciencia educada en valores morales compartidos como ciudadanos activos. Estos componentes estructurales de la
razón cordial se integran para conformar una visión sobre las normas morales en la que la autonomía, la racionalidad
comunicativa y la cordialidad se constituyen en los principios rectores de una vida moral plena.
Es clave la filósofa española Adela Cortina, cuya obra, “Ética de la razón cordial: educar en la ciudadanía en
el siglo XXI” (2007), opera como una guía capaz de abrir senderos de reflexión sobre la moralidad, profundamente
sostenidos por la afirmación de un sí participante de las interacciones sociales en tanto ciudadanos y ciudadanas
comprometidos con la construcción de un mundo más humano. El análisis del quehacer cívico constituye el punto de
referencia de un horizonte de condiciones concretas para el desarrollo social y personal para asumir la responsabilidad
de cada uno con el otro y proyectar planes de vida en máximas de vida buena con una ética mínima de base y
compartida.
El valor de la ciudadanía penetra la vida cotidiana de manera decisiva para la construcción de compromiso e
integridad social. La ciudadanía se forja en el entendimiento de forma recíproca y en el ejercicio moral de virtudes que
nos disponen para obrar y pensar bien; en tales virtudes se reconocen intereses universalizables sin los cuales la
convivencia social sería inviable.
En Cortina esta tesis se expresa en términos de una transformación pedagógica y social atenta a la transición
hacia una ciudadanía global que ya no puede (ni debe) indicarse opciones normativas que sean preponderantemente
concebidas desde la autonomía ejercida por individuos aislados y absortos en la satisfacción de sus propias
necesidades.
Esta mirada de la ciudadanía está sustentada por la razón cordial e impregnada de un ethos comunicante,
dialogante e intersubjetivo que constituye un marco de referencia básico para la consideración del ser humano como
ciudadano. “Enseñar civismo es enseñar ética”.

La conexión entre esta propuesta y la racionalidad comunicativa es que ésta última involucra el
reconocimiento recíproco basado en el diálogo y la intersubjetividad, que es una cuestión central para la ética cordial.
El hallazgo kantiano del sujeto moral autónomo constituye otra motivación fundamental para la ética cordial.
Es ese uso de la razón el que afirma la primacía de la voluntad: el poder de cada uno de darse a sí mismo, en su
carácter de autolegislador, máximas y principios morales universales. Sin embargo, para Cortina el juicio moral
autónomo se desenvuelve en la experiencia del reconocimiento mutuo y una relación en la que las capacidades pueden
ser empoderadas y enriquecidas por una moral auténtica y comprometida.
El valor de la educación moral es clave para la ética cordial. Hay un sentido de formación que implica un
esfuerzo continuo por aprender cómo apreciar los valores morales.

(MÓDULO 4)
EL CONTEXTO GLOBAL DE LA ÉTICA

El vínculo entre ética y globalización es una de las cuestiones más debatidas en las últimas décadas. La
interdependencia económica, la expansión global de la tecnología y la información, la interconectividad creciente de
las sociedades, etc., promueven un abordaje ético cada vez más instalado en la realidad cotidiana como un ejercicio
crítico indispensable para la convivencia social.
Las polémicas sobre migración, terrorismo, refugiados, guerras nucleares y problemas ecológicos revelan la
importancia de una relación cada vez más significativa con la teoría ética. La falta de acuerdo y el desconcierto
respecto de cuáles son los principios morales a los que debemos apelar es una actitud dominante en muchos casos.
Conformar una ética para estas problemáticas implica ensanchar su alcance para afirmarla en un sentido cada vez más
global y más próximo a la cooperación, la participación ciudadana y la responsabilidad que nos compete a todos.
La ética experimenta profundos cambios. Peter Singer los sintetiza en los siguientes términos:
Los trabajos recientes en filosofía moral se caracterizan por su aplicación a otras tres cuestiones:
1- Se está realizando un gran número de trabajos sobre temas sociales y políticos de actualidad…las
cuestiones relativas al aborto, la ética ambiental, la guerra justa, el tratamiento médico, las prácticas de
los negocios, los derechos de los animales y la posición de las mujeres y los niños ocupan una
considerable parte de la literatura y la actividad académica identificada con la filosofía moral o la ética.
2- Se ha registrado una vuelta a la concepción aristotélica de la moralidad como algo esencialmente
vinculado a la virtud, en vez de a principios abstractos. Alasdair MacIntyre y Bernard Williams, entre
otros, intentan desarrollar una concepción comunitaria de la personalidad moral y de la dinámica de la
moralidad…
3- Se ha registrado un rápido auge del interés por los problemas que plantea la necesidad de coordinar la
conducta de muchas personas para emprender acciones eficaces. Muchas cuestiones, como la
conservación de los recursos y el entorno, el control de población y la prevención de la guerra nuclear
parecen tener una estructura en la que es difícil decidir qué hacer, y los filósofos morales, así como
muchos economistas, matemáticos y otros especialistas están dedicando su atención a ellas.

La categoría desastres recorre un espectro de acontecimientos cada vez más amplio. En su Análisis sobre la
sociedad de riesgo, Ulrich Beck (1998) destaca cómo las amenazas producidas por el uso de la tecnología se
expandieron enormemente y produjeron una transformación en la conciencia global sobre el alcance de las prácticas
que degradan el medio ambiente y ponen en peligro nuestra subsistencia. Estas prácticas contribuyeron a la transición
de una época caracterizada por la industrialización capitalista a una en la que predomina el riesgo, se produce la
emergencia de un nuevo tipo de sociedad. Hablar de cambios sustanciales en los dispositivos de prevención o
minimización de riesgos cuando se discute sobre los problemas que enfrenta actualmente el planeta se instaló como
una cuestión de primerísima importancia a nivel mundial.
Esta sociedad emergente presenta las siguientes características:
 Una segunda modernidad que reemplaza a la de la industrialización capitalista;
 Una sociedad global del riesgo que conlleva una incertidumbre creciente. El riesgo ahora proviene
en menor medida de los peligros naturales, y en mayor medida de las nuevas tecnologías que creamos. La vida se
volvió insegura, incierta y llena de riesgos.
 Una sociedad reflexiva en la que las personas son cada vez más conscientes de los problemas
inherentes a la primera modernidad. La vida se dio cuenta de la dificultad de vivir.
 Una sociedad individualista. Ahora el mundo es mucho menos estable, sumamente individualista y
se vuelve más individualizado en lugar de colectivo. Vida del tipo hágalo usted mismo, el trabajo está troceado y
envasado, y el consumo es omnipresente.
 Una sociedad cosmopolita. Cada uno mira más allá de las fronteras, los países y las identidades;
mira hacia un futuro en el que “en un mundo radicalmente inseguro, todos son iguales y cada uno es diferente”.

Existe una inmensa variedad de éticas aplicadas (ambientales, políticas, educativas, etc.) que manifiestan una
inquietud creciente por la solución de problemas morales concretos. Para muchos autores, lo característico de estos
enfoques éticos sobre problemas prácticos morales no solo es el método empleado, sino también el tipo de conexión
que mantienen con exigencias y demandas diversas del mundo social. Siguiendo a Cortina, se puede decir que las
éticas aplicadas son poliárquicas porque están siendo reclamadas, además de por los filósofos morales, por los
gobiernos nacionales e internacionales, por los expertos o profesionales de distintas actividades y por la opinión
pública.
Esta poliarquía, junto con los métodos que proponen para su desarrollo, configuran los rasgos más
novedosos del pensamiento de las éticas aplicadas.

ÉTICA APLICADA
No hay una definición consensuada acerca de qué es la ética aplicada. Sin embargo, el interés por esta área
nos enseña que la forma en que resuelve sus aplicaciones a cuestiones prácticas delimita un nivel común de
elaboración entre sus distintas ramas y, en virtud de esto, un estatus propio.
La separación entre la ética pura o normativa (teoría) y la ética aplicada (práctica) complejizó la
conceptualización de esta última pero, a la vez, promovió la necesidad de demarcar, con elementos más precisos, en
qué consiste su contribución singular y a qué cuestiones dirige su explicación y análisis: “la “ética aplicada” se ocupa
de sintetizar los intentos de dar solución, o al menos de minimizar, los múltiples conflictos actuales, y en particular los
abundantes conflictos que no se dejan evitar ni resolver mediante la aplicación de criterios tradicionales, y que genera
una peculiar perplejidad en el hombre contemporáneo. Su relevancia ha crecido con la crisis contemporánea. Todavía
se discrepa acerca de cómo se la debe entender; pero en general se está de acuerdo en que con ella se trata de
enfrentar diversos problemas actuales y urgentes de la praxis pública de un modo más contundente que como se lo
había hecho en el pasado”.
Una característica importante de las múltiples situaciones que reclaman una reflexión moral es que las
reacciones que pueden desencadenar están acompañadas de tal grado de variabilidad que la aplicación de criterios
morales debe ser mirada como la resultante de muchos y variados factores.
En este punto, se presenta una de las principales tensiones relacionadas con la aplicabilidad. Las dos grandes
opciones que pueden distinguirse son las siguientes:
 Casuismo: afirma que, si las normas son válidas, tienen que poder aplicarse a todo acto particular. El código
moral debe prever todos los casos posibles: dada una situación, esta debe poder ser submisible bajo una
norma moral.
 Situacionismo: afirma que, siendo las situaciones radicalmente distintas, no puede haber normas válidas para
todos. Existe una contingencia inherente a las situaciones que establece un límite a la vigencia de las normas
universales.

Una cuestión crucial de la articulación entre una esfera de la vida social, el mundo empresarial, y la
formación de agentes morales comprometidos con la construcción de la ciudadanía es el valor de una educación
moral de mínimos, es decir, una educación capaz de integrar la ética a nuestra vida cotidiana como algo que nos
pertenece a todos. Estos mínimos éticos compartidos entre ciudadanos de democracias pluralistas son los valores de
libertad, igualdad, solidaridad, tolerancia activa y ethos dialógico.
La mirada que propone Adela Cortina de la ética empresarial desde esta definición de ética “de mínimos”
reconoce los siguientes valores fundamentales para este campo de la ética aplicada: * la calidad en los productos y la
gestión; *la honradez en el servicio; * el respeto mutuo en las relaciones internas y externas de la empresa; * la
cooperación por la que conjuntamente aspiramos a la calidad; * la solidaridad al alza que consiste en explotar al
máximo las propias capacidades de modo que el conjunto de personas pueda beneficiarse de ellas; * la creatividad; *
la iniciativa; * el espíritu de riesgo.
En síntesis, abordar la ética empresarial desde una ética aplicada a las personas como ciudadanos
comprometidos con la convivencia social y la construcción de condiciones políticas, económicas y sociales en general,
que permiten la realización de proyectos democráticos que promueven la inserción y la participación, supone
reconocer la necesidad común de unos mínimos morales (“valores y normas a los que una sociedad no puede
renunciar sin hacer dejación de su humanidad”)

Las contribuciones del médico norteamericano Van Rensselaer Potter son inseparables del desarrollo de la
bioética. En 1971 publicó “Bioethics: Bridge to the Future” (La Bioética: un puente hacia el futuro) que hizo de la
bioética una problemática central y que requiere de una pesquisa científica constante y cultivadores seriamente
comprometidos con una supervivencia humana digna.
Esa fusión entre bios (vida) y ethos (comportamiento) se convirtió en una corriente de investigación
potentísima que, en la obra de Potter, expresaba la importancia de integrar a los avances médicos la consideración
por los valores humanos, ya que los conocimientos y las prácticas de la ciencia no están exentos de problemas éticos:
“La humanidad necesita urgentemente de una nueva sabiduría que le proporcione “el conocimiento de cómo usar el
conocimiento” para la supervivencia del hombre y la mejora de la calidad de vida”.
La dilucidación de los principios que deben guiar las prácticas médicas constituye uno de los problemas más
ampliamente debatidos en el campo de la bioética. En 1978, en Estados Unidos, la Comisión Nacional para la
Protección de los Sujetos Humanos bajo Experimentación Biomédica redactó el Informe Belmont, en el que se
definen “las directrices que se deben seguir en experimentación con humanos y establece las normas para la
protección de individuos que participan en experimentaciones biomédicas basados en tres principios: autonomía,
beneficencia y justicia”, que son tres principios generales de resolución de conflictos éticos en medicina. Después, se
agregó a estos tres el principio de no maleficencia.
 Principio de autonomía: hace referencia a la potestad de todo ser humano de decidir sobre su
propia vida en tanto ser racional y consciente de sí mismo. De este principio se deriva el consentimiento libre e
informado de la ética médica actual. Se distinguen tres tipos de consentimiento: expreso, tácito y presunto.
 Principio de beneficencia: prioriza “la obligación moral de actuar en beneficio de los otros”.
 Principio de justicia: hace referencia a la distribución equitativa de los recursos médicos y la
regulación del acceso a los servicios sanitarios, para evitar la discriminación por motivos de raza, religión,
económicos, etc., y las situaciones de desigualdad concomitantes.
 Principio de no maleficencia: implica no producir daño al paciente y se encuentra en el juramento
hipocrático.

DEONTOLOGÍA PROFESIONAL
Los deberes de los que se ocupa la deontología profesional están inmersos en el terreno de las profesiones.
Dentro del campo de la ética aplicada ubicamos la tematización sobre los profesionales y sus campos de aplicación en
función de los servicios que prestan a la sociedad.
Las asociaciones y los colegios profesionales, y la propuesta y la publicación de códigos deontológicos o de
conducta profesional constituyen dos grandes expresiones de la importancia concedida a la especificación de los
compromisos que conforman la identidad de las profesiones y la regulación de su ejercicio mediante la formulación de
normas relacionadas con el quehacer profesional.
El compromiso vocacional está implicado en un ethos que organiza la conducta y, por lo tanto, se constituye
en un móvil clave para la actuación profesional. Sin embargo, el ejercicio de la profesión no comprende únicamente

Para comprender a qué hacemos referencia con la expresión deontología profesional, es fundamental dirigir
nuestra atención a una reflexión ética que esté fundada en obligaciones o deberes. La palabra deontología
deriva de los vocablos griegos deón (deber) y logos (ciencia o conocimiento). Se trata de una disciplina que
estudia los deberes de comportamiento de las personas que se desempeñan en un campo o cuerpo
profesional. Fusiona dos grandes vertientes de reflexión: por un lado, los mismos criterios y principios aportados
por la ética básica o normativa, y, por el otro, los criterios o principios específicos de cada profesión, en la que se
toma en consideración tanto la teoría como la práctica sobre la que se asienta. La necesidad de los códigos
deontológicos descansa, entonces, en la importancia de aplicar principios éticos básicos y en la observancia de
normas que apuntan al resguardo de los derechos legítimos de los profesionales y de los clientes o usuarios de
éstos.
disposiciones, creencias, convicciones o puntos de vista particulares, sino que se espera del profesional una serie de
principios que corresponden al ámbito de la ética profesional, y que presentan gran actualidad en las sociedades de
nuestro tiempo por la particular sensibilidad y rechazo sociales que producen hoy las faltas de moralidad en la vida
pública y en el ejercicio de las profesiones.

Los códigos deontológicos suelen funcionar como un modo de integración de la profesión o como indicadores
de profesionalidad o reputación sustancial. Están elaborados con el propósito explícito de delimitar con claridad
principios responsables de acción dentro de un campo particular; son una pieza clave para el estatus profesional o el
tipo de percepción de calidad de los servicios prestados.
La deontología señala el camino obligado a seguir en la actividad profesional, en la conciencia de que, si se
sigue la senda del deber marcado, se está dentro del obrar correcto.
Los principios fundamentales de la ética profesional son:
 Respetar la dignidad de la persona humana, la igualdad y los derechos humanos de todas las
personas;
 Proceder siempre conforme a la justicia;
 Poner los conocimientos y las habilidades profesionales al servicio del bien de los clientes o usuarios;
 Proceder siempre con conciencia y responsabilidad profesional, es decir, con competencia
(cualificación, formación continua y evaluación) y dar un servicio de calidad.

El primer principio hace referencia al elemento básico y universal de la ética, sobre el que se asienta el
fundamento de los demás. Debe manifestarse en el quehacer profesional, como así también en los códigos
deontológicos como orientación fundamental y rectora de cualquier actuación.
EDUCACIÓN MORAL Y CIUDADANÍA
Para Adela Cortina, hablar de educación moral implica pensar una educación basada en la razón sentimental,
es decir, una enseñanza que recupera el legado del pensamiento ético de la Antigüedad, en el que la ética forja el
carácter y precisa entrenamiento, también reconoce la importancia de una ética cordial para modelar facultades y
emociones, y nos transforma en personas y ciudadanos capaces de apreciar la vida desde un profundo sentido de
justicia, dignidad y compasión.
La educación moral debe concebirse como un valor en sí misma. Es un instrumento indispensable para la
formación del carácter, formación que es esencial para alcanzar una moral alta, que debe cultivarse a lo largo de toda
la vida con firmeza y entrega.
El carácter se va forjando mediante la toma de decisiones justas y felicitantes para ir encarnando en la vida
un conjunto de valores positivos que sirven para condicionar el mundo y hacerlo habitable. Esos valores son los
valores de justicia, prudencia y solidaridad. Es impensable un mundo humano en el que nunca se hablara de justicia,
solidaridad e igualdad. Un mundo sin valores sería un mundo inhumano que no nos podemos representar.
Estamos altos de moral cuando nos sentimos capaces de convivir con un sentido de responsabilidad
constructivo, que nos permite crecer como personas, salvaguardar nuestra integridad y la de los demás, colaborar de
forma honesta y con entusiasmo y poseer una gran sensibilidad para sentar las bases de la confianza necesarias para
empoderar a las personas y sus capacidades. Así, una educación moral basada en la razón sentimental es aquella
que apunta al desarrollo de una sensibilidad que expande nuestro crecimiento personal y el de los demás.
Por todo ello, Cortina defiende la idea de que la ética debe enseñarse y que es fundamental cultivar la
determinación de forjarnos un carácter con un sentido irrevocable para orientar nuestra existencia a la realización de
un mundo más humano. Esto requiere de una ética cordial que esté fundada en la importancia del reconocimiento
mutuo.
La educación moral es una educación cívica: se aprende cómo ser ciudadano. Los valores constitutivos de la
ciudadanía requieren entrenamiento y perseverancia. Están inmersos en la afirmación de un sentido de compromiso
abierto al diálogo, la reducción de las desigualdades, el potenciamiento del respeto por los demás y la participación
responsable en decisiones que se orientan al logro de una convivencia más pacífica y solidaria.

Camps afirma que los tres valores básicos que deben guiar el desarrollo de las actitudes cívicas son la
responsabilidad, la tolerancia y la solidaridad.
Desde esta mirada clave de la ética cívica, el civismo hace referencia concretamente a un conjunto de
capacidades que las personas emplean para desarrollar su quehacer diario en comunidad como sujetos activos en la
instauración y el respeto de normas de convivencia pacífica.
La práctica ética no puede sustraerse de la tarea de educar la ciudadanía: en cuanto al civismo, es necesario
que las personas adecuen su manera de ser/su carácter/su ethos a las condiciones de la vida en común; que asuman
unos cuantos valores fundamentales, pero no sólo formalmente, sino de verdad.

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