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Seminario de Ciencias sociales

Curso 2021-22

El reinado de Isabel II (1833-1868) se divide en dos grandes etapas: las regencias, entre 1833
y 1843, y el reinado personal, entre 1843 y 1868. Durante este largo reinado se consolidó en
España el Estado liberal. En este proceso de consolidación destaca, por un lado, el
protagonismo del ejército y, por otro, el predominio en el gobierno de la corriente moderada
del liberalismo.
● La primera guerra carlista (1833-1340):
El establecimiento del régimen liberal en España, durante la minoría de edad de Isabel II
(1833-1843), comenzó con el estallido de la Primera Guerra Carlista (1833-1840).
El conflicto estalló por una cuestión sucesoria: los partidarios de don Carlos (hermano de
Fernando VII) consideran vigente la Ley Sálica y se niegan a reconocer la legitimidad de Isabel
como reina. Sin embargo, la guerra fue también un conflicto civil de fuerte contenido
ideológico, ya que el carlismo era enemigo del liberalismo y del centralismo político que este
suponía, y defendía el absolutismo real y el mantenimiento de los fueros vascos y navarros
(foralismo).
La guerra se desarrolló en tres etapas. En la primera (1833-35), el general Zumalacárregui
organizó un ejército de voluntarios carlistas y dominaron Navarra, el País Vasco y algunos
puntos de la Corona de Aragón. No consiguieron hacerse con ninguna capital de provincia y
Zumalacárregui muere en el sitio de Bilbao (1835). La segunda etapa se desarrolla entre 1835
y 1837 y en ella los carlistas llevan la iniciativa y emprenden expediciones para lograr apoyos
llegando hasta las puertas de Madrid. La última, entre 1837 y 1840, supuso la ofensiva
liberal, dirigida por el general Espartero, que consiguió poner fin a la guerra en el norte con el
Convenio de Vergara en agosto de 1839. Al año siguiente se rinde el general Cabrera en el
Maestrazgo finalizando la primera guerra carlista, cuyas consecuencias fueron: inestabilidad
política, protagonismo del ejército en la consolidación del estado liberal y la movilización de
recursos económicos (desamortizaciones, deuda…).
● Evolución política, partidos y conflictos. El Estatuto Real de 1834 y las constituciones
de 1837 y 1845:
Durante el reinado de Isabel II el liberalismo se organiza a través de partidos políticos. Hacia
1834 se funda el Partido Moderado (Martínez de la Rosa, Narváez) que defiende la soberanía
compartida entre el rey y las Cortes, el sufragio censitario muy restringido, la centralización
administrativa, el proteccionismo y los impuestos indirectos. Anteponen el orden a la libertad
limitando derechos, especialmente colectivos. El Partido Progresista, fundado en 1838
(Mendizábal, Espartero), prefiere restringir los poderes que se otorgan al rey, un sufragio
censitario más amplio, autonomía política de los ayuntamientos, Milicia Nacional, derechos
individuales y colectivos, el librecambismo y los impuestos directos. A partir de 1849 surge el
Partido Demócrata, como una escisión del Partido Progresista. Defienden el sufragio

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universal, la soberanía nacional, la república, la intervención del estado en economía y
educación, la separación Iglesia-Estado, las desamortizaciones y los derechos colectivos. Por
último, en 1854, el general O´Donnell fundó la Unión Liberal, un partido de centro,
partidario de conservar la monarquía liberal, con soberanía compartida y las inversiones del
Estado en economía.
Entre 1833 y 1843 se desarrolló un periodo de regencias. La reina Mª Cristina de Borbón,
madre de Isabel II, ejerció de regente hasta 1840. Los primeros gobiernos estuvieron
protagonizados por monárquicos reformistas como Francisco Cea Bermúdez (1832-34), que
liberalizaron el comercio, otorgaron libertad de imprenta y crearon una nueva división
provincial (Javier de Burgos). En 1834, el moderado Martínez de la Rosa elaboró el Estatuto
Real. Era una Carta otorgada que solo regulaba la convocatoria y funcionamiento de las
Cortes, no regulaba los poderes del rey ni del gobierno, ni recogía declaración de derechos ni
libertades. La reina tiene poder legislativo y ejecutivo. Las Cortes son bicamerales (Estamento
de Próceres y Estamento de Procuradores) y el sufragio es muy restringido. La llegada de los
progresistas al gobierno (rebelión de los Sargentos de la Granja, 1836), obligó a la reina a
jurar la Constitución de 1812. Este nuevo gobierno (Calatrava) elaboró la Constitución de
1837 inspirada en la de Cádiz aunque más breve y moderada. Constaba de 77 artículos, se
basaba en el principio de la soberanía nacional, aunque la potestad de hacer las leyes residía
en las Cortes con el rey. Se reconocía la división de poderes pero la corona conservaba
atribuciones tales como la iniciativa legislativa, derecho de veto y designación de senadores.
Las Cortes eran bicamerales y sus miembros elegidos por sufragio censitario algo más amplio
que el recogido en el Estatuto Real. Se reconocían los derechos individuales y sus aspectos
más progresistas fueron: la libertad de prensa, la autonomía política de los ayuntamientos y
la Milicia Nacional dependiente del poder local. Tras la aprobación de la constitución,
Espartero es nombrado presidente del gobierno.
Los progresistas (Mendizábal) promulgaron decretos de disolución de conventos, expropiación
y desamortización de sus bienes, con el objeto de paliar el déficit de la Hacienda, obtener
apoyo político de los compradores y recursos para ganar la guerra. La reina devolvió el poder
a los moderados (1838) y aprobó una ley de ayuntamientos que vulneraba el artículo 77 de la
constitución. Se generalizaron las protestas por toda España y Mª Cristina renunció a la
regencia y huyó a Francia (1840). El general Espartero fue nombrado regente (1840-43) y
gobernará de forma autoritaria. Su regencia finalizó los últimos días de julio de 1843 con un
nuevo pronunciamiento de Narváez, que puso de manifiesto que apenas le quedaban
partidarios.
El reinado efectivo de Isabel II (1843-1868) se divide en tres etapas. En la primera, la
década moderada (1844-54), el general Narváez formó gobierno en 1844 y su acción política
se centró en la aprobación de una nueva Constitución, el control de la Administración,
centralizándola gracias a la figura del gobernador civil, la unificación legislativa, la reforma de
la Hacienda, que fue modernizada con la aprobación de la ley Mon-Santillán, y el
acercamiento a la Iglesia Católica, con la firma del Concordato de 1851 por el que se
paralizaban las desamortizaciones y el Estado se comprometía a sostener el culto y clero
católicos.
La Constitución de 1845 reforzaba los elementos conservadores de la de 1837. Sus
contenidos básicos fueron: la soberanía compartida, una declaración de derechos muy
teórica, la exclusividad de la religión católica, la eliminación de los límites al poder del rey que
establecía la Constitución del 37, el Senado con miembros vitalicios de designación real,
sometimiento de los ayuntamientos al poder central, capacidad de la corona para disolver el
congreso y, por último, supresión de la Milicia Nacional.
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Al incrementarse el autoritarismo de los gobiernos moderados (años 50), la oposición
progresista organizó un pronunciamiento para derribar al gobierno de Narváez. La
sublevación, dirigida por el general O’Donnell, se inició en Vicálvaro (29/6/54) y los
insurrectos publicaron el Manifiesto de Manzanares (Ciudad Real, 7/7/54) en el que recogían
algunas propuestas progresistas como programa de gobierno: reforma de la ley electoral y de
imprenta, la descentralización del poder estatal y el restablecimiento de la Milicia Nacional.
Se inicia así el Bienio Progresista (1854-56), en el que el general Espartero formó un nuevo
gobierno que llevó a cabo las siguientes actuaciones: restauración de la ley de imprenta, de la
ley electoral, del gobierno local y Milicia Nacional, elaboración de un proyecto de Constitución
similar a la de 1837- (Nonnata 1856), culminación del proceso desamortizador (Pascual
Madoz 1855) y reordenación económica (ley de Ferrocarriles 1855 y leyes bancarias 1856).
La inestabilidad social llevó a Espartero a dimitir y O´Donnell accedió al gobierno (1856). La
preocupación de los gobiernos de esta tercera etapa (1856-68) en la que se produce la
alternancia en el gobierno entre la Unión Liberal y los Moderados, fue mantener el orden.
Destacaron en estos años Serrano, Prim, Topete y Cánovas del Castillo.
La actuación del gobierno se fundamentó en la Constitución de 1845; no obstante, fracasó en
la consecución de la alternancia pacífica con el poder. Insistió en el programa económico
como objetivo supremo de la política y, en política exterior, se trabajó por restablecer el
prestigio de España.
Prosiguieron las insurrecciones de los grupos que se consideraban marginados del poder
(Noche de San Daniel, 1865; Cuartel de San Gil, 1866).
La oposición (Progresista y Demócratas) promovió el Pacto de Ostende (1866), al que también
se adhirieron los Unionistas tras la muerte de los principales apoyos de la reina: Narváez, y
O’Donnell. Este pacto buscaba el fin del régimen moderado y el derrocamiento de Isabel II.
Por último, la recesión económica de 1866-1868 aumentó el descontento general que
desembocó en la Revolución de septiembre de 1868. Con ella se puso fin al reinado de Isabel
II que partió para el exilio el 30 de septiembre.

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