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Historia de la Belleza

Umberto Eco - Introducción

«Bello» —al igual que «gracioso», «bonito», o bien «sublime», «maravilloso»,


«soberbio» y expresiones similares— es un adjetivo que utilizamos a menudo
para calificar una cosa que nos gusta. En este sentido, parece que ser bello
equivale a ser bueno y, de hecho, en distintas épocas históricas se ha establecido
un estrecho vínculo entre lo bello y lo bueno.

Pero si juzgamos a partir de nuestra experiencia mcotidiana, tendemos a


considerar bueno aquello que no sólo nos gusta, sino que además querríamos
poseer. Son infinitas las cosas que nos parecen buenas —un amor correspondido,
una fortuna honradamente adquirida, un manjar refinado— y en todos estos casos
desearíamos poseer ese bien. Es un bien aquello que estimula nuestro deseo.

Asimismo, cuando juzgamos buena una acción virtuosa, nos gustaría que fuera
obra nuestra, o esperamos a llegar a realizar una acción de mérito semejante,
espoleados por el ejemplo de lo que consideramos que está bien. O bien
llamamos bueno a aquello que se ajusta a cierto principio ideal pero que produce
dolor, como la muerte gloriosa de un héroe, la dedicación de quien cuida a un
leproso, el sacrificio de la vida de un padre para salvar a su hijo…

6. La adecuación al fin
En la fase más madura del pensamiento medieval, Tomás de Aquino dirá que,
para que haya belleza, hace falta que haya no sólo una adecuada proporción,
sino también integridad (esto es, que cada cosa tenga las partes que le
corresponden, de ahí que un cuerpo mutilado sea considerado feo), claridad
(porque se considera bello lo que tiene un color nítido) y proporción o
consonancia. Ahora bien, para Tomás de Aquino la proporción no es solamente
la disposición correcta de la materia, sino también la perfecta adaptación de la
materia a la forma, en el sentido de que es proporcionado un cuerpo humano que
adapta las condiciones ideales de la humanidad. Para Tomás, la proporción es un
valor ético, en el sentido de que la acción virtuosa es de realización de una justa
proporción de palabras y actos según una ley racional, y por eso hay que hablar
también de la belleza (o de infamia) moral. El principio es el de la adecuación
al fin al que está destinada la cosa, de ahí que Tomás de Aquino no dude en
considerar feo un martillo de cristal porque, a pesar de la belleza superficial de la
materia de que está hecho, resulta inadecuado para su función. La belleza es
colaboración mutua entre las cosas, con lo que se puede considerar «bella» la
acción recíproca de las piedras que, sosteniéndose y empujando mutuamente,
sustentan sólidamente el edificio. Es la relación correcta entre la inteligencia y la
cosa que la inteligencia comprende. En resumen, la proporción se convierte en
principio metafísico que explica la unidad misma del cosmos.

Proporción

Lo bello consiste en la debida proporción

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