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CARLISMO Y
GUERRA CIVIL. CONSTRUCCIÓN Y EVOLUCIÓN DEL ESTADO LIBERAL
INTRODUCCIÓN
La muerte de Fernando VII (1833) supone el comienzo de la construcción del régimen liberal en España. Para ello, la reina regente
María Cristina tuvo que apoyarse en el ejército y políticos liberales para garantizar así el trono de su hija Isabel. Se intentó sustituir
la sociedad feudo-señorial del Antiguo Régimen por una nueva sociedad liberal-burguesa y capitalista. Los cambios fueron
profundos, tanto en lo político como en lo económico. Pero la debilidad del sistema político fue evidente: constituciones y medidas
políticas de escasa vida y frecuentes pronunciamientos militares. Esto último marcará la intervención del ejército en la vida política
de España durante décadas.
En una primera fase, los carlistas dominaron el territorio antes citado, excepto las capitales vascas y el sur de Navarra. Después,
quisieron dominar las capitales. En el sitio de Bilbao (1835) perdió a su principal militar y estratega, Zumalacárregui, y al año
siguiente, tras la batalla de Luchana, el general Espartero levantó el sitio de Bilbao. Entre 1836 y 1837 dos expediciones carlistas
intentaron, sin éxito, crear nuevos frentes y fracasaron en el intento de tomar Madrid.
En la última fase se negoció la paz con el Convenio de Vergara, entre el general carlista Maroto y el liberal Espartero. El gobierno
mantuvo los fueros y los militares carlistas se podrían integrar en el ejército nacional, o bien retirarse a sus casas. Carlos Mª Isidro
no aceptó el acuerdo y se refugió en Francia. Tampoco aceptó el acuerdo Cabrera, que prolongó la guerra en el Maestrazgo hasta
1840.
Entonces se nombró presidente el progresista Mendizábal, quien asumió también el ministerio de Hacienda e inició la
desamortización, pero una revuelta de los moderados provocó su caída y su sustitución por el moderado Istúriz. La inestabilidad,
la crisis de la Hacienda, y el clima creciente de anticlericalismo provocaron una se rie de rebeliones. El pronunciamiento de La
Granja (1836) obligó a la Regente a restituir la Constitución de 1812 y asumió el gobierno el progresista Calatrava.
La Constitución de 1837 proclamaba la soberanía nacional, la división de poderes, sufragio restringido y un amplios derechos y
libertades. Se mantuvo la Milicia Nacional y los ayuntamientos eran elegidos por el vecindario. El Estado mantenía el culto y los
ministros de la Iglesia. La alternancia en el gobierno de moderados y progresistas se fracturó cuando los moderados aprobaron la
una Ley de Ayuntamientos que no dejaba a los vecinos a elegir al alcalde. Los progresistas lo entendieron como traición a la
Constitución y promovieron un alzamiento, que obligó a Mª Cristina a renunciar a la Regencia en octubre de 1840.
La reforma de la Administración se centró en varios frentes. En el orden jurídico, se deseaba eliminar los fueros y costumbres,
para lo cual se proyectó un Código Civil, que no vio la luz hasta 1889, y un Código Penal, que se publicó en 1848. En cuanto a la
centralización administrativa, la división provincial de Javier de Burgos (1833) se completó con la regulación de los gobernadores
civiles, de los que dependerían los alcaldes. También se centralizó la Instrucción Pública (Ley Moyano, 1857), y se reformó la
Hacienda (Mon Santillán), racionalizando los impuestos directos y creando el impuesto indirecto de consumos.
No se consiguieron los ingresos suficientes para sanear la Hacienda. El fracasado intento de casar a Isabel II con su primo carlista
Carlos Luis de Borbón llevó al estallido de la Segunda Guerra Carlista (1846-1849), de mucho menor alcance que la primera.
Finalmente, Isabel se casó con otro primo, Francisco de Asís de Borbón en octubre de 1846.
La política económica se centró en la desamortización municipal del ministro Madoz a partir de 1855. La Ley de Ferrocarriles
suponía el despegue ferroviario en España y se creó el Banco de España (1856).
En este periodo surgieron dos nuevos grupos políticos: los demócratas y los republicanos, y se empezó a desarrollar el movimiento
obrero y la prensa vinculada a este.
O’Donnell volvió al poder en 1858 y presidió el gobierno más largo de todo el periodo (1858-1863). La favorable situación
económica y con la ayuda francesa se realizaron intervenciones coloniales de escaso éxito, pero que intentaron exaltar el
patriotismo: la guerra de Marruecos, expediciones a Cochinchina y México, la Guerra del Pacífico y la reincorporación de Santo
Domingo a la Corona. .
El moderantismo de Narvaéz no consiguió responder a las demandas sociales ni a la demanda de participación política de los
ciudadanos, ganándose el descrédito de la Reina en un clima de crisis industrial, financiera y de subsistencia. A ello se sumaron la
dura represión estudiantil de la Noche de San Daniel y la sublevación de los sargentos del cuartel de San Gil (agosto 1866), alentada
por el general Prim.
El progresista Prim urdió una serie de fracasados pronunciamientos militares, que le llevaron a unir al mayor número de fuerzas
políticas para derrocar la monarquía borbónica. Así, en el Pacto de Ostende (agosto 1866) consiguió una alianza con el Partido
Demócrata, al que se sumó la Unión Liberal a principios de 1868, ya fallecido O’Donnell. Este mismo año falleció Narváez, por lo
que la reina se quedaba prácticamente sin apoyos. Finalmente, en septiembre de 1868, la sublevación del almirante Topete en
Cádiz, que secundaron Prim y Serrano, triunfó en toda España y la reina Isabel partió al exilio a Francia.
CONCLUSIÓN
El reinado de Isabel II trajo consigo el intento de construir un Estado liberal-burgués, pero la constante oposición de los grupos
privilegiados provocó que los cambios fueran lentos e insuficientes. La revolución de septiembre significó la afirmación de un
nuevo sentido del liberalismo, opuesto al moderantismo anterior, y el triunfo de la sociedad civil. No obstante, el intento de
construir un Estado democrático terminó fracasando y habría que esperar a la Restauración para que terminara de consolidarse el
sistema político demoliberal.