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2
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Staff

TRADUCCIÓN
Albaxxi
Danielle
OnlyNess

CORRECCIÓN
Jessibel
Mayra. D 3
Sand

LECTURA FINAL
Mary

DISEÑO
Bruja_Luna_
Índice
Staff __________________ 3 Capítulo 13 __________ 111
Sinopsis_______________ 5 Capítulo 14 __________ 119
Capítulo 1 _____________ 6 Capítulo 15 __________ 125
Capítulo 2 ____________ 11 Capítulo 16 __________ 134
Capítulo 3 ____________ 16 Capítulo 17 __________ 142
Capítulo 4 ____________ 27 Capítulo 18 __________ 149
Capítulo 5 ____________ 34 Capítulo 19 __________ 158
Capítulo 6 ____________ 43 Capítulo 20 __________ 166
Capítulo 7 ____________ 52 Capítulo 21 __________ 171
Capítulo 8 ____________ 61 Capítulo 22 __________ 178
4
Capítulo 9 ____________ 67 Capítulo 23 __________ 182
Capítulo 10 ___________ 75 Capítulo 24 __________ 189
Capítulo 11 ___________ 88 Siguiente Libro _______ 194
Capítulo 12 __________ 100 Sobre la Autora_______ 195
Sinopsis

Prohibido. Dominante. Misterioso.


Beau Rochester tiene toda una casa llena de secretos. Y esos secretos
están poniendo a Jane Mendoza en peligro.
Ella se enamoró del único hombre que no puede tener. Debería
abandonar Maine para proteger su corazón, pero el hilo se niega a ser
cortado. El melancólico señor Rochester y su afligida sobrina son más que
su trabajo. Son su nueva familia.
Ella corre contra el tiempo para encontrar respuestas y proteger a las
personas que ama. El acantilado se oscurece con las fechorías del pasado.
Su corazón y su cordura libran una batalla, pero ambos están en peligro. 5
¿Aprenderá el señor Rochester a confiar en Jane? ¿Y esa confianza la
destruirá?

Strict Confidence (Rochester Trilogy #2)


Capítulo 1
Jane Mendoza
Traducido por Danielle
Corregido por Jessibel

Sueño con ángeles con túnicas blancas y garras por manos. Me


arañan, furiosos, acusadores. Jadeo contra el dolor. Las llamas lamen mi
piel. Y todo el tiempo está la voz, baja y vibrando con furia. Podría haberte
amado, dice.
La conciencia baja una mano y me arrastra hacia arriba. Es como
romper la superficie del agua: la sal en mi lengua y el rocío del mar nublan
mi visión. Es demasiado. No puedo mover los brazos ni las piernas. No puedo
mantenerme a flote. Toso en el agua que sube.
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Estoy sola. Estoy sola en este lugar nebuloso y doloroso.
—Oye —viene una voz—. Tómalo con calma. Vamos a sentarte.
Hay un zumbido mecánico, y luego el mundo se inclina. Miro a unos
ojos verdes preocupados. Un desconocido. Mi mente anegada intenta
ubicarle. Lo he visto antes.
Siento los labios hinchados mientras murmuro algo. Un saludo. Una
súplica.
La enfermera se apresura a rodearme, enderezando la manta.
—No intentes moverte. Estás muy bien, pero quiero que el médico te
dé el visto bueno.
Aprieto los ojos con fuerza, intentando orientarme. Momentos
frenéticos en el hospital. Un médico gritando. El resto de los recuerdos caen
sobre mí como un maremoto.
Beau Rochester. El sexo. El fuego. Las palabras que pronunció en el
infierno cuando creí que iba a morir: Te amo, maldita sea.
Un pitido débil se acelera y el rostro de la enfermera vuelve a aparecer.
—Oye, espera. No te asustes. Te vas a poner bien. Inhalaste algo de
humo. Tienes algunas contusiones. No tendremos un ataque al corazón
mientras estás bajo mi cuidado, por favor y gracias. Arruinarás mis
estadísticas.
Sigue hablando, así que puedo oírla, sentirla, aunque ya no puedo
verla. Me gusta que tenga un toque de humor. Me ayuda a concentrarme en
el momento actual. Los pitidos vuelven a disminuir. Supongo que eso
significa que estoy tranquila, pero por dentro me siento frenética.
—Paige —digo, con la voz ronca.
—La niña —viene la respuesta—. Se encuentra dos pisos abajo de
nosotros. Se va a poner bien.
El alivio me invade.
—Gracias. 7
—¿Cuánto crees que tardará en llegar ese hombre guapo tuyo?
Insistió en que le enviara un mensaje de texto en cuanto despertaras, así
que lo hice. Supongo que se salta los ascensores. Son lentos. No,
probablemente esté subiendo las escaleras ahora mismo, lo que no es bueno
para su pierna, pero ¿alguien me escucha? No, está presionando todas las
fracturas lo que significa que en cualquier momento…
—Jane.
La pálida habitación del hospital se desvanece en el fondo. El pitido
se calma. El enfermero se retira a su trabajo, garabateando notas en un
portapapeles que está pegado a mi cama de hospital.
Solo está él. Rochester. Unos ojos oscuros. Una mandíbula cuadrada
cubierta por una barba de dos días. Parece desarreglado y fuerte. Pero
cuando entra en la habitación, cojea. Dios, su pierna ya estaba estropeada
por la caída. No se había curado del todo cuando ocurrió el incendio. Debe
dolerle mucho. Estoy segura de que no debería estar caminando, pero lo
hace. Subió las escaleras para llegar hasta mí en cuanto me desperté. Algo
me aprieta en el pecho.
—¿Estás bien? —susurro.
Las emociones relampaguean a través de una mirada nocturna
tormentosa. Alivio. Culpa. Y rabia. Es la última la que retiene mi aliento.
—¿Estoy bien? —Hace un movimiento cortante con la mano. Luego,
con un visible esfuerzo, refrena lo que sea que esté sintiendo. Se acerca a
mí a grandes zancadas, con su cojera es apenas visible; me doy cuenta de
que intenta ocultarla—. Estoy bien. La niña que está bajo mi custodia casi
muere en un incendio. Y su niñera acaba de despertarse, cuando pensé que
iba a.… —Si, bien.
Mi corazón se tambalea. Recuerdo su furia en medio del incendio. Su
angustia por no poder obligarme a salir mientras estaba inmovilizado.
—Siento no haberme ido cuando me lo pediste.
Una ceja oscura se levanta.
—¿Lo sientes?
Esa es la peor parte. No lo siento realmente, y él lo sabe. Lo volvería a
hacer sin dudarlo. ¿Cómo pude dejarlo morir? Sé lo que se siente al ser 8
abandonado. Nunca le haría eso.
—Siento que estés enojado por ello.
—Enojado. —Una risa áspera brota de sus labios. La inhalación de
humo le afecta. Su voz suena a grava. El agotamiento que siento debe estar
afectándole a él también, pero no parece demostrarlo. Está vibrando de
rabia—. La rabia ni siquiera roza lo que estoy sintiendo ahora mismo.
Quiero preguntar más sobre cómo se siente, sobre si lo que ha dicho
es en serio. Te amo, maldita sea. Busco su expresión, pero no encuentro
ningún amor allí. Nada suave o incluso amable. Parece tan duro y remoto
como el hombre que conocí en el acantilado.
—La gatita —jadeo.
—Está sana y salva —dice—. Mateo la recogerá del veterinario más
tarde.
—¿Quién?
Una ceja se levanta.
—¿Mateo Garza? ¿El famoso actor? Espero que no haya sufrido
pérdidas de memoria, porque te necesito entera y sana. Nos vamos esta
tarde.
Las palabras son una bofetada en el rostro. Tengo que luchar contra
el retroceso físico.
Nos vamos esta tarde. ¿Quiénes? ¿Él y Paige?
Todavía estoy aturdida por lo que sea que esté pasando por la
intravenosa conectada a mi mano. Apenas puedo levantar la cabeza.
Caminar se siente como un millón de millas más allá de mis habilidades.
Eso significa que me está dejando atrás. ¿Dónde está el hombre que
me abrazó con tanta fuerza que aplastó mi cuerpo? ¿Dónde está el hombre
que gritaba que me amaba como si pudiera contener las llamas por la fuerza
de la voluntad? Tiene los mismos ojos oscuros, la misma mandíbula
cuadrada. El mismo cabello caoba. Físicamente es el mismo hombre.
Emocionalmente es un extraño.
—Estaré bien —digo con el nudo en la garganta.
Es un hábito que me hace tranquilizarme un hábito que viene de estar
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sola y abandonada. Un hábito que debería haber sabido que no podía
esperar otra cosa.
En sexto grado, la asistente social debía recogerme de un hogar de
acogida y llevarme a otro. Se retrasó con otro caso. Hubo una llamada
telefónica en alguna parte, un mensaje de texto extraviado, pero el resultado
final fue que me senté en la acera bajo el sol abrasador, con el sudor cayendo
por mi rostro, metiéndose en mis ojos.
Y entonces se hizo de noche.
Hacía frío.
Me acurruqué con mi bolsa de basura negra llena de ropa y tareas
escolares, esperando. Sabía que no debía volver a entrar en la casa. La
puerta estaba cerrada con llave. No tenía teléfono ni ninguna forma de
localizarla, así que esperé. Arranqué briznas de hierba en finas rodajas.
Arrastré mi dedo por el áspero pavimento, siguiendo a las hormigas y a las
cochinillas que me aceptaban como una de ellos.
La asistente social se presentó a la mañana siguiente, horrorizada de
que hubiera estado esperando.
Usé la misma voz entonces que ahora. La misma expresión. Una falsa
luminosidad.
—Me las arreglaré bien por mi cuenta. No te preocupes por mí.
Beau me lanza una mirada incrédula.
—Vete.
Por un terrible segundo creo que me está hablando a mí. La enfermera
niega con la cabeza. Por el rabillo del ojo la veo salir de la habitación,
murmurando en voz baja.
Tengo un vago recuerdo de los bomberos entrando en la habitación.
Parecían marcianos con sus enormes trajes y cascos amarillos, blandiendo
hachas y mangueras. Hubo paramédicos que me subieron a una
ambulancia. Una avalancha de médicos cuando llegamos a la sala de
urgencias.
Y luego, cuando me desperté, estaba la enfermera. 10
No culpo a Rochester por no sentarse conmigo. Entiendo que tiene
sus propias heridas, su propio agotamiento, aunque lo más probable es que
estuviera con Paige. Él tiene una responsabilidad con ella. Por supuesto que
se quedaría con ella, pero significa que es la primera vez que estamos juntos.
La primera vez que estamos juntos desde que pensé que iba a morir.
Capítulo 2
Beau Rochester

Traducido por Danielle


Corregido por Jessibel

Sé que estoy siendo maleducado, pero ese conocimiento no es


suficiente para detenerme. Los ojos de Jane están rojos. Su voz es ronca.
Tiene un hematoma en la sien y vendas de mariposa bajo los labios. Está
herida, maltratada. Debería ser amable, pero me debato entre enviarla de
vuelta a Houston o exigirle que nunca, nunca, se vaya. No me gusta sentirme
tan fuera de control. Ella tiene mis emociones en una prensa. Incluso con
Emily, nunca fue así.
11
—Te vienes con nosotros —consigo decir, con un tono duro.
Ella parpadea, con esos ojos marrones tan abiertos que han visto
demasiado dolor para alguien tan joven. Quiero rodearla con mis brazos.
—Pero ¿qué pasa si el médico...?
—El médico te dará el alta. A menos que te estés desangrando, tiene
mejores cosas que hacer que cuidarte. —Deja de ser un idiota, Rochester—.
Además, Paige necesita a su niñera.
Los ojos de Jane se nublan con algo: ¿preocupación, dolor? No puedo
decirlo, pero no es nada bueno. No es nada bueno porque todo lo que digo
está mal.
—Por supuesto. ¿Cómo está? La enfermera ha dicho que se pondrá
bien, pero ¿cómo está emocionalmente?
Un desastre. No digo las palabras, porque siento que hablarlas lo
haría real. Me sentiría mejor si se enojara, gritara y llorara. ¿No es ese el
comportamiento normal de una niña que ha sufrido un trauma? En lugar
de eso, se retrae. Las enfermeras y los médicos de su planta llevan batas de
colores con personajes de dibujos animados. Llevan pegatinas y otras cosas
divertidas en los bolsillos, pero ella los mira con descarada desconfianza. Y
a Mateo. Apenas soporta estar en la misma habitación que él. No debería
haber convencido a Jane para que viniera a casa con nosotros, pero era la
verdad. Paige necesita su niñera. Yo también necesito a su niñera.
—Un bono —digo—. No había ninguna cláusula de incendio en el
contrato, pero es justo. Si decides quedarte con Paige, recibirás una
bonificación considerable.
Las lágrimas llenan sus ojos, pero no caen. Se quedan ahí, bailando
en sus pestañas oscuras.
—No voy a dejar a Paige. Un bono no es necesario.
—Te doy un consejo —digo, con voz cáustica—. Si tu jefe te ofrece una
bonificación, acéptala.
—De acuerdo —dice ella, con la voz grave.
Sé que estoy siendo un imbécil condescendiente. Alguien debería
12
llevarme detrás del hospital y darme una paliza. Tal vez Mateo lo haga
después. Probablemente me debe una patada en el trasero por algo. Por otra
parte, mi pierna ya me duele bastante. Tal vez es mi penitencia por ser un
idiota. Esta sensación punzante que nunca desaparecerá.
Pero no puedo actuar con normalidad sobre esto. Estaba en su cama
cuando empezó el fuego. ¿Habría sucedido igual si no hubiera estado
obsesionado con su dulce coño? El pensamiento me persigue. ¿Causé el
incendio por follarme a la niñera? No puedo dejar que ocurra de nuevo.
—Lo que hicimos esa noche... lo que hicimos antes...
—Sexo —dice, con la cabeza alta y la barbilla temblorosa. No deja que
la avergüence.
Buena chica.
—Así es. Sexo. No volverá a ocurrir.
Tira de la sábana blanca que la cubre, usándola como escudo. Porque
necesita protección. De mí. Me revuelve el estómago.
—De acuerdo —dice.
—No es que no seas hermosa. Lo eres. Es que...
—Déjame adivinar —dice, con la voz temblorosa—. No soy yo, eres tú.
—Correcto.
No es ella. Es hermosa, inteligente y amable. Tiene toda una vida por
delante. Mientras que yo soy un bastardo egoísta que la utilizó. El incendio
fue un desastre en diez formas diferentes, pero hay una pequeña y brillante
ventaja. También fue una llamada de atención que necesitaba
desesperadamente.
Ella logra una sonrisa irónica y acuosa.
—No te preocupes, Beau. Te escucho alto y claro. Y respeto tus límites.
No voy a aprovecharme de ti.
Oh, la maldita ironía. Y lo que es peor, ella lo sabe. Sabe que la estaba
utilizando. Es una pequeña broma a mi costa, y me lo merezco. ¿Qué puedo
decir a esa aguda conciencia? ¿Qué puedo hacer sino caer de rodillas y
pedirle perdón? No seré capaz de aguantar un día sin ella en mis brazos. No 13
podré mirarla sin desearla.
—Jane. Soy peligroso para ti. Mira lo que le pasó a Emily. Ahora
mírate, casi calcinada en un incendio, pequeña y frágil en una cama de
hospital... por mi culpa. —Su ceño se frunce y sé que quiere discutir
conmigo—. Dios, ni siquiera soy bueno para Paige. Tú lo sabes. Tú misma
lo has dicho. Le hablo con brusquedad. Discuto con ella. Yo soy el problema
aquí.
Sus ojos se llenan de lágrimas.
—Tú me quieres. Dijiste que me amabas.
Sería mejor negarlo, afirmar que no lo decía en serio, pero no me
atrevo a mentirle de esa manera.
—No importa. Mi amor es peligroso.
Llaman a la puerta.
Una mujer con una bata blanca de laboratorio. La doctora Gupta. La
conocí antes. Hice el ridículo insultándola y luego suplicándole, exigiéndole
que prometiera que Jane estaría bien.
Me dedica una sonrisa paciente y luego se dirige a Jane.
—Estás despierta. Bien. ¿Cómo te sientes?
—Cansada —dice Jane, ofreciendo una débil sonrisa. Dios, es fuerte.
Y valiente. Quiero protegerla del mundo, que es cruel y peligroso. Quiero
protegerla de mí.
—Por supuesto que sí —dice la doctora Gupta, levantando un gráfico
para tomar algunas notas—. La fatiga durará un par de semanas. Tu cuerpo
necesita tiempo para curarse. ¿Y qué hay del dolor?
La mirada de Jane se dirige a mí y se me hace un nudo en la garganta.
Le estoy causando dolor. —Estoy bien, —dice de esa manera engañosamente
real. Parece cierto, pero no lo es—. Aunque todavía no me he levantado de
la cama. Estoy un poco preocupada por cómo va a ir eso.
La doctora Gupta frunce el ceño.
14
—No te levantarás de la cama sin ayuda durante unos días.
—Nos vamos esta tarde.
La doctora mira la ventana donde el amanecer se ha colado a través
de las persianas de plástico barato.
—¿Adónde se van? ¿A bucear? ¿A escalar? No lo creo.
Mi pecho se aprieta. El pediatra ya me ha dicho que está listo para
dar de alta a Paige. ¿Qué pasará si Paige se va? Me iré con ella. Por supuesto
que lo haré. Nunca he pensado en la muerte. Nunca me preocupó. Nunca la
temí. No porque creyera que era invencible. El agua nos enseñó pronto que
no controlábamos nuestro destino. No le temía porque una parte de mí
agradecía la tranquilidad de las profundidades. Ya no. No ahora que Paige
depende de mí. Si hubiera muerto en ese incendio, no podría proteger a
Paige. Ni siquiera Jane podría haber conseguido su custodia. No, sé que mi
responsabilidad recae en esa niña.
Pero eso dejará a Jane sola en el hospital.
Ya veo el pánico en sus ojos oscuros, aunque intenta ocultarlo. Soy
un cabrón de diez maneras diferentes, pero me niego a dejarla en esta
habitación fría y estéril.
—Tiene unas horas, doctora. Utilícelas como quiera. Trátela.
Medíquela. Opérela, si quiere, pero esta tarde, nos iremos de aquí.

15
Capítulo 3
Jane Mendoza
Traducido por Danielle
Corregido por Jessibel

Solo después de que Beau se ha marchado y después de que el médico


ha realizado un examen exhaustivo, estoy completamente sola. Es entonces
cuando me doy cuenta de la gravedad de mi situación. Durante años
arrastré mis pertenencias en una bolsa de basura. Todo lo que llevaba
estaba raído y era demasiado pequeño. Pensé que ese era el punto más bajo
de mi vida. El fondo.
Me equivoqué. ¿El fondo? Es ahora mismo. 16
La familia que creía haber encontrado, el amor que tuve en mi mano
durante unos segundos... Se ha ido.
Mi amor es peligroso. Estoy sola, lo que siempre ha sido mi miedo más
profundo y oscuro.
Estoy en una habitación genérica del hospital. No hay un teléfono en
la mesita de noche, ni una chaqueta colgada en una silla. No hay un globo
de “Mejórate pronto” golpeando las baldosas del techo. Nada que demuestre
que alguien se queda aquí. Podría estar desocupada si no fuera por mí. Casi
parece que no estoy realmente aquí. Como si pudiera desaparecer. El mundo
no se daría cuenta.
El equipaje de mano que encontré en Goodwill estaba raído, pero era
mío. Contenía todo lo que tenía. Y ahora ha desaparecido. Quemado en un
incendio.
Mi respiración es más rápida. Y luego ya no. Jadeo, aprieto los dedos
en las toscas sábanas blancas, aprieto el rostro contra la almohada.
Pánico. La palabra se dispara en mi mente como un cometa, brillante
y caliente.
Siento como si tuviera una mordaza alrededor de la garganta, pero me
obligo a inspirar aire que parece estar hecho de cuchillos. Lo arrastro hacia
mis pulmones. Las lágrimas arden en mis ojos.
Recuerdo una técnica de afrontamiento que nos enseñó uno de los
terapeutas en las sesiones de grupo.
Cinco cosas que puedo ver. Mi bata de hospital, blanca con puntos
azul claro. Las marcas negras de las rozaduras en el suelo de goma blanca.
El plástico beige que rodea la base de la habitación, agrietado en los bordes.
Mis uñas, oscuras con hollín debajo de ellas. Raspaduras en las palmas de
mis manos.
Cuatro cosas que puedo tocar. Mi bata de hospital, fina y abrasiva. La
manta que me cubre. Las barandillas de plástico que me mantienen en la
cama. La cinta adhesiva que sujeta una vía a mi mano, cuyos bordes se
desprenden de mi piel.
Tres cosas que oigo. Un pitido constante de las máquinas. El 17
murmullo de las enfermeras en su puesto fuera de mi habitación. A lo lejos,
las risas de un programa de televisión diurno.
Dos cosas que puedo oler. A antiséptico. Y azúcar moreno.
Una cosa que puedo saborear: avena.
Hay una bandeja de comida hospitalaria fría en la bandeja a mi lado.
El médico me dejó con órdenes estrictas de comer algo. Me obligo a engullir
la espesa harina de avena con azúcar moreno y a tragarla, aunque apenas
registro sabor. No sé si eso es un comentario sobre la cafetería o sobre mi
estado emocional. Probablemente ambas cosas.
Llaman a la puerta.
Ya está entreabierta. Un hombre blanco con traje negro y expresión
severa entra, sin esperar respuesta a su llamada.

⎯¿Señorita Mendoza?

⎯Soy yo. ⎯Mi voz sale rasposa. Más que eso, me duele. Se siente
como si alguien tamizara trozos de papel de lija contra mis cuerdas vocales.
No quiero hablar con nadie, pero especialmente no quiero hablar con esta
persona. Una desconocida. Un intimidante.

⎯Detective Joe Causey. ⎯No se acerca a estrechar mi mano. O ha


leído el informe del médico sobre los arañazos o simplemente no lo hace.
Saca un pequeño cuaderno y un bolígrafo⎯. Estoy investigando el incendio
del lugar de Rochester.
Miro la libreta, donde ya ha empezado a garabatear algo. Todavía no
he dicho nada. ¿Qué está anotando?

⎯¿No serían los bomberos?

⎯El jefe de bomberos me llamó a las dos de la mañana para que


echara un vistazo a la escena.

⎯Oh. ⎯Tal vez por eso se ve tan severo. No ha dormido nada.


Técnicamente yo también dormí muy poco, pero no puedo imaginarme
durmiendo. Me siento frenética y nerviosa. Después de todo, el fuego empezó
cuando yo estaba dormida. El sueño ya no se siente seguro. Como si fuera
el sueño lo que provocó las llamas y el humo. Como si fuera el sueño, en
lugar del fuego, el enemigo. 18
⎯Solo unas preguntas. Su nombre es Jane Mendoza. Trabaja para la
familia. ¿Es eso correcto?

⎯Sí. Soy la niñera de Paige.

⎯Y anoche. ¿A qué hora cenaron?

⎯¿A las seis, tal vez? ¿A las siete? Era mi día libre, así que hicieron
espaguetis sin mí. ⎯Beau y Paige estaban bailando en la cocina cuando
llegué de la ciudad.

⎯Así que no cocinó

⎯No.

⎯¿Volvió a la cocina después de comer? ¿Hizo algo más?

⎯¿Por qué iba a...? ⎯Algo se me atasca en el fondo de la garganta y


toso. Me duele⎯. No lo hice, pero ¿por qué...?
⎯La mayoría de los incendios accidentales comienzan en la cocina. A
veces, mirando hacia atrás, una persona puede recordar haber dejado la
estufa encendida.

⎯No dejé la estufa encendida.

⎯¿Y dónde estaba usted cuando notó el fuego por primera vez?

⎯Noté el humo. ⎯Me di cuenta del calor, en realidad. En mis


sueños⎯. Me despertó. Humo en mi habitación. No estoy segura de qué hora
era.
Fue después de tener sexo.

⎯Así que no volvió a la cocina. Estuvo por la casa, yendo a la cama.

⎯Sí. Acostamos a Paige, y me fui a mi habitación y cuando me


desperté…

⎯¿Sola?
No estoy tratando de ser difícil, es solo que hay un clamor en mi
cabeza. Una sensación de urgencia que corre por mis venas. No conozco a 19
esta persona. ¿Detective? Sí. Claro. En mi mundo, la policía era la gente que
te alejaba de tus padres. Eran las personas que miraban para otro lado
cuando los padres adoptivos eran abusivos.

⎯¿Qué tiene esto que ver con el incendio?

⎯Estoy tratando de conocer los hechos, señora. ⎯Parece dejar de lado


la pregunta original⎯. ¿Cuánto tiempo lleva trabajando para Beau
Rochester?
Señora. Es la primera vez que me llaman así. La palabra pretende ser
respetuosa, pero la forma en que la dice se siente combativa. Se burla de mí
porque no estoy en una posición de respeto. No soy nadie.

⎯Unos cuantos meses. Creo. ⎯Froto mi frente⎯. No estoy segura. Si


reviso mi correo electrónico, lo sabría. No tengo mi teléfono. Estaba... en el
fuego.

⎯¿Y cuánto tiempo pasa con la familia?


⎯La mayor parte de mi tiempo. Como he dicho, soy la niñera de Paige,
así que estoy allí todo el tiempo, excepto en mis días libres. ⎯Tengo una
visión de este hombre rudo y serio interrogando a Paige y mi corazón se
acelera⎯. ¿Hablaste con ella? ¿Está bien?

⎯He hablado ya con Beau... ⎯Se da cuenta de lo dice⎯. Con el señor


Rochester.
Eso me hace parpadear. La forma en que dijo Beau fue casual.
Personal. Como si lo conociera.

⎯El señor Rochester creció por aquí. Lo dijo una vez.


Hace una pausa. Y luego asiente brevemente.

⎯Fuimos juntos a la escuela.


¿Cómo era él? Es como si tuviera una ventana a su infancia en este
momento.

⎯¿Instituto? ¿Escuela secundaria? ¿Cuánto hace que lo conoces?


Él ignora esto. 20
⎯¿Qué te hizo aceptar el trabajo?
Las palabras suben en mi garganta. Bueno, verás, detective, el mundo
requiere que trabajemos para comprar cosas. Como la comida. Me esfuerzo
por bajar mi rebeldía.

⎯Estoy ahorrando para la universidad, pero no veo qué relación tiene


eso con el incendio.

⎯¿Describirías su relación con Beau Rochester como estrictamente


profesional?
Mi pulso se acelera. Una fina línea de neón en una pantalla negra
salta.

⎯Eso no es asunto suyo.

⎯Esto es una investigación policial. Necesito que responda a mis


preguntas, aunque no le resulten cómodas. Y nos conocimos en la escuela
primaria.
Abro la boca. Y la cierro. Algo en mi interior me dice que no debo
confiar en este hombre. No me gusta la mirada dura de sus ojos ni la forma
presuntuosa en que habla. Pero no sé si ese miedo viene de mi pasado, de
toda una vida de no confiar en la autoridad.
O si se trata de un buen trastorno de estrés postraumático por el
fuego.

⎯Vivo en la misma casa ⎯digo con cautela⎯. Nos vemos todos los
días. Cenamos juntos. Hay una cercanía natural para una niñera que vive
en casa que no esperaba cuando acepté el trabajo. Así que no sé si lo
llamaría estrictamente profesional.
Un recuerdo se levanta, la oscura sombra del Sr. Rochester se posa
sobre mí.

⎯Dime que me detenga ⎯murmura contra mis labios.


Esas palabras ya son un beso. Cierro los ojos. Una lágrima se filtra por
un lado de mi mejilla. No es tristeza. Es más que eso. Es deseo. Es sentir
cualquier cosa después de haber estado adormecida durante tanto tiempo.
Tengo más miedo de esto que de una caída libre por el acantilado. 21
⎯No te detengas.
⎯Maldición ⎯dice, rodeando mi garganta con su mano. Asfixiándome,
pero sin la presión. No duele, pero me hace sentir extraña, como si estuviera
siendo poseída⎯. Eres demasiado inocente para las cosas que quiero hacerte.

⎯¿Qué quieres hacerme?


⎯Todo.
Mis mejillas arden. Estoy segura de que deben estar rosadas ahora
mismo, pero me obligo a seguir encontrando los ojos azul pálido del
detective.

⎯Ya veo ⎯murmura, y tengo la inquietante sensación de que sí ve⎯.


Es impulsivo. Siempre lo ha sido. Supongo que se podría decir que tenemos
eso en común, con una diferencia clave. Siempre quise hacer algo por mí
misma aquí.

⎯Y se fue a California.
⎯Su propia Fiebre del Oro personal, se podría decir.
Hay corrientes subterráneas en su voz. ¿Celos? ¿Resentimiento?
Supongo que sería duro ver que alguien a quien consideraba un colega se
convirtiera en un hombre rico. No soy inmune a la envidia. Hubo veces en
las que quise un sándwich y rollitos de fruta en lugar de un almuerzo
caliente que pagué con un número de almuerzo gratuito. Hubo veces en las
que quise una fiesta de cumpleaños o clases de gimnasia o todas las demás
cosas que tenían las chicas de mi clase. Los sentimientos de celos no me
hacen particularmente noble, pero sí me hacen humana.

⎯¿Lo odias? ⎯pregunto.


Me dirige una mirada impasible.

⎯Hasta hace muy poco no pensaba mucho en él. Aunque tenía


curiosidad por saber por qué tenía una niñera de diecinueve años viviendo
bajo su techo. ⎯Revisa su bloc de notas, aunque tengo la sensación de que
no está leyendo nada realmente⎯. Y tengo entendido que dormías enfrente
de él. Eso está... cerca.

⎯Esto no tiene nada que ver con el incendio. 22


⎯El jefe de bomberos cree que podría ser un incendio provocado.
La conmoción recorre mi sistema.

⎯Todavía no veo qué tiene que ver esto con el incendio.

⎯¿Dónde estabas cuando empezó el incendio?


⎯¿Cree que yo lo inicié?

⎯Creo que había tres personas en la casa cuando comenzó. Tengo la


intención de interrogar a todos ellos.

⎯¿Por qué iba a provocar un incendio? ¿Qué razón podría tener para
hacer eso?

⎯Esa es una pregunta interesante. Estoy seguro de que voy a pensar


en ello. Una pelea entre amantes, tal vez. ¿Creías que Rochester se casaría
contigo?
Se me escapa una risa de incredulidad.
⎯No tienes ni idea de lo que estás hablando.

⎯Tal vez pensaste que te quedarías con su dinero. Tú y Beau son


iguales. Una chica como tú se lo follaría por dinero y le prendería fuego a su
casa.
Mi corazón late ante el repentino cambio de tono. Este no es el
detective fríamente profesional que entró. Se trata de otra persona, alguien
con un interés personal en sus preguntas. Tengo una sensación de pesadez
en el estómago. De asombro. Y temor.

⎯Casi muero en ese incendio.

⎯Pero no lo hiciste.
Mi cabeza tiembla, de un lado a otro, de un lado a otro. Me da miedo
pensar que alguien pudo haber provocado ese incendio. ¿Quién pudo
haberlo hecho? Paige estaba dormida en su habitación. Y el Sr. Rochester
estaba en la cama... conmigo. Técnicamente ambos tenemos una coartada.
No pudimos provocar el incendio porque estábamos bajo la misma sábana,
con los miembros enredados, saciados. Sin embargo, no le digo nada de eso
al detective Causey. Ya parece sospechar de mi relación con Beau. 23
⎯Escucha ⎯digo, con la voz temblorosa⎯. Entiendo que tiene que
hacer preguntas e investigar, pero no ganaría nada si Beau o Paige murieran
en un incendio. No tengo ninguna ira contra ninguno de ellos. Han sido
como una familia para mí.
El detective asiente como si lo esperara, como si no acabara de hacer
esa fea acusación.

⎯Eso deja a las otras personas de la casa, entonces. Paige no se


presenta como una sociópata, así que queda Beau Rochester. ¿Sabías que
el motivo más común de un incendio provocado es cometer un fraude al
seguro?
Una mordaza se cierra alrededor de mis pulmones.

⎯¿Por qué haría eso?


El detective me dedica una fría sonrisa. Se me eriza el vello de la nuca.
Al vivir en hogares de grupo, adquieres un sentido del peligro. Sabes a qué
personas no debes darles la espalda. Él es uno de ellos.
⎯¿Por qué no? ¿Porque es rico? Nunca hay suficiente dinero, Sra.
Mendoza. Y una vez que le has agarrado el gusto a ganarlo, es difícil dejarlo.

⎯¿Hablas por experiencia? ⎯pregunto, con la voz ronca.


No sé de dónde viene la acusación. Los detectives no ganan
precisamente toneladas de dinero, ¿verdad? Pero tengo la sensación de que
habla por experiencia. Sus ojos se entornan.

⎯Todos hacemos cosas de las que no estamos orgullosos por el precio


adecuado, ¿no?
El corazón late en mi pecho. Si supiera de mi relación íntima con el
Sr. Rochester, estoy segura de que me acusaría de acostarme con él por
dinero. Trago alrededor del nudo en mi garganta.

⎯No todo lo que hacemos es por dinero.


Muestra una sonrisa severa.

⎯Es usted joven, señorita Mendoza. Tal vez todavía crea eso.
Hay un bullicio fuera. Gritos. Entonces Beau irrumpe en la
habitación, con las fosas nasales encendidas y sus ojos oscuros ardiendo.
24
⎯¿Qué demonios estás haciendo aquí?
La habitación estaba tensa antes: un derrame de gasolina. Beau
Rochester es la cerilla.

⎯Solo hago mi trabajo ⎯dice el detective Causey con una calma


engañosa. Engañosa porque puedo percibir el desafío bajo sus palabras. Es
un brillo en sus ojos azules.
Beau lleva una chaqueta beige informal sobre una camiseta blanca y
unos vaqueros. Trae consigo el fresco olor del aire libre de Maine. Junto con
el leve aroma de algo quemado. Es entonces cuando me doy cuenta de que
debe de venir de visitar Couch House. Disimula la cojera; su furia supera el
dolor que siente al caminar.
Entrecierro los ojos hacia Causey.

⎯Dijiste que acababas de hablar con Beau.


⎯Te dije que ya había hablado con él. Nunca he dicho que haya
hablado con él sobre el incendio.

⎯Escucha, Causey ⎯dice Beau, con la voz baja y la furia vibrando en


cada sílaba⎯. No hablas con ella. No hablas con Paige. ¿Tienes una
pregunta para ellas? Pregúntame a mí.
Eso hace que Causey sonría. No es una sonrisa agradable.

⎯¿Protegiendo a tu empleada? Eso es admirable. No estaba seguro de


que lo tuvieras. Pensé que la arrojarías a los lobos.

⎯Vete al infierno ⎯dice Beau, las palabras son un gruñido.

⎯Por otra parte, tal vez no la estás protegiendo tanto. Tal vez estás
guardando los secretos de la familia. Secretos que ella ha estado
aprendiendo mientras vive bajo tu techo.

⎯Vete. ⎯Beau se coloca entre la cama del hospital y el detective, como


si realmente me estuviera protegiendo. ¿Contra qué? ¿De un detective
demasiado entusiasta? ¿Una rivalidad de la infancia? Se siente peor que
eso. Más profundo que eso, aunque no puedo ver las corrientes 25
subterráneas. Solo puedo sentirlas⎯. No vuelvas sin una orden. No tenemos
nada que decirte.

⎯¿O qué? ⎯pregunta Causey, dando un paso hacia Beau. Hacia mí.

⎯O tendré tu maldita placa.


Rie con aspereza.

⎯Puedes haber sido una mierda caliente en California. Con tu dinero


y tus mujeres. Pero sigues siendo el chico de Rochester por aquí. No tengo
una maldita licencia, pero tengo todas las conexiones que podría necesitar
por aquí. No puedes tocarme.
Observo en silencio aturdido mientras Causey sale de la habitación
del hospital.
Beau se vuelve hacia mí, con sus ojos oscuros intensos.

⎯¿Qué te ha dicho? ⎯Su dura mirada recorre mi cuerpo cubierto por


la bata del hospital⎯. ¿Te ha hecho daño? ¿Te ha tocado?
¿Tocarme? Tal vez la línea de preguntas del detective fue grosera.
Incluso agresiva, pero no me tocó. ⎯Por supuesto que no. ¿Por qué estaba
tan... enojado?

⎯No tengo ni idea ⎯dice Beau, con voz sombría. Parece una mentira.
Se me revuelve el estómago. ¿Por qué mintió el detective Causey al
hablar antes con Beau? ¿Creía que era más probable que se me escapara
algo? ¿Por qué me miente ahora Beau? Estoy caminando a través de una
telaraña, ciega a los hilos, atrapada por su fuerza.
El olor a madera quemada me invade de nuevo, junto con los
recuerdos. Humo. Las llamas. Estar atrapada en la casa, creyendo que iba
a morir.

⎯¿Cómo está la casa? ⎯Consigo preguntar.


Beau pasa una mano por su cabello. Parece estresado. Distraído. Por
supuesto que lo está. Su casa acaba de arder hasta los cimientos. Y sé que
su pierna debe estar matándolo, incluso si se las arregla para ocultarlo. No
puedo creer que Causey haya sugerido que Beau podría ser el responsable.

⎯No es genial. Es una escena del crimen hasta que se cierre la


26
investigación, así que no podemos ni siquiera empezar las reparaciones.

⎯¿Dónde nos quedaremos? ⎯Tan pronto como las palabras salen de


mi boca, desearía poder retirarlas. Puede que ya no haya un nosotros. Por
lo que sé, me va a enviar de vuelta a Houston.

⎯Eso es lo que venía a decirte. Mateo nos encontró un lugar. El


hospital les está dando el alta a ti y a Paige ahora mismo. Nos vamos.
Capítulo 4
Beau Rochester
Traducido por Danielle
Corregido por Jessibel

Busco en el estacionamiento, pero no hay señales de Joe Causey.


Ahora es detective. No había escuchado que se había unido a la fuerza
policial, pero tiene sentido.
A los matones les gusta el poder.
Y Joe Causey siempre fue un matón.
Paige está de pie en un pequeño trozo de hierba, agarrando un oso de 27
peluche rosa de la tienda de regalos del hospital. El peluche parece grande
contra su cuerpo delgado. Lleva una camiseta blanca lisa con el logotipo del
hospital y un pantalón de chándal genérico demasiado grande que se le
amontona en los pies. Me hace sentir protector. Y muy enojado. ¿Cómo se
atreve Causey a interrogarla sin mí? Gracias a la mierda de Mateo. Se sentó
con ella durante la hora que tardó en reunirse con el jefe de bomberos en la
casa. Se las arregló para evitar que el personal del hospital dejara entrar a
Causey.
¿Cómo sabía Causey que estaría fuera? ¿Coincidencia? No es
probable. He estado al lado de Paige sin parar, solo tomando descansos para
ir al baño o ver cómo estaba Jane. Una de las únicas veces que salgo del
hospital, es cuando aparece Causey.
Probablemente es amigo de una enfermera o un médico de aquí.
Un Escalade negro se acerca a la acera. La ventanilla tintada de negro
baja. Mateo me mira por encima de sus gafas de sol.

⎯¿Alguien ha pedido un Uber?


⎯Gracias, hombre ⎯digo, con la voz baja⎯. Te debo una. O dos. O
tres.
Se baja y rodea el vehículo.
Paige se acerca a mí. Ella no confía en Mateo, a pesar de que lo conoció
en la cena. No confía en nadie desde el incendio. Los médicos, las
enfermeras, todos sospechan. Incluso el artista del globo que hizo las rondas
en la sala de pediatría fue objeto de su mirada.

⎯Hola, Paige ⎯dice Mateo con un pequeño saludo.


Ella esconde su rostro contra mis vaqueros.

⎯Apreciamos tu ayuda ⎯digo, más en su beneficio.


Él brinda una pequeña sonrisa, haciéndonos saber que no se ofende
por su desplante.

⎯El hotel está preparado para ustedes. Tienen habitaciones


contiguas. Tienen vistas al agua.
Ella lo ignora. 28
⎯Espera aquí con Mateo ⎯le digo a Paige, separándola suavemente⎯.
Tengo que buscar a Jane.
Hay un silbido de aire detrás de mí. Las grandes puertas correderas
se abren. Un asistente empuja una silla de ruedas. Jane parpadea contra el
sol. También lleva ropa del hospital, ya que apareció en ropa de dormir
destrozada por el fuego. Parece pequeña y demasiado delgada sentada allí.
Delicada. Frágil.
La preocupación lucha con la frustración en mi interior.

⎯Te dije que me esperaras. Iba a ir a buscarte.


Sonríe débilmente, lo que se supone es tranquilizador.

⎯Esto fue más fácil. ⎯Luego se dirige a Paige⎯. Hola, cariño. ¿Cómo
estás?
Paige se encoge de hombros con timidez. Atrás queda la chica que
sonreía a Jane, que la desafiaba, que pintaba cada roca y árbol y superficie
a la vista. Ahora solo hay una sombra.
Hay un destello de dolor en el rostro de Jane. Luego lo disimula. Es
exactamente la niñera que Paige necesita. El cuidado que se merece. ¿Cómo
pude arriesgar eso acostándome con Jane? ¿Cómo puedo mantener a Jane
en Maine, sabiendo que la he puesto en peligro? Ella podría haber muerto.
Lo mejor sería que la enviara de vuelta a Houston.
Nunca la volvería a ver. El pensamiento susurra en mi cabeza, como
el tenue aroma de la sal en la brisa del océano. Es el egoísmo lo que la
mantiene aquí. Mi egoísmo.
Ella es tan fuerte. Me rompe el corazón que yo necesite que ella sea
fuerte. Una parte de mí quiere llevársela a alguna isla paradisíaca, lejos de
los fríos y lluviosos acantilados. Lejos del fuego. Paige me necesita. Le hice
una promesa cuando sus padres murieron.
Y hay una investigación en curso sobre el incendio.
En lugar de llevarla a una isla paradisíaca, la ayudo a levantarse.
Ella tiembla ligeramente en mi mano antes de apartarme.

⎯Estoy bien, ⎯dice con solo una fracción de su voz normal. Ese fuego
la ha sacudido.
29
Ha sacudido su cuerpo y su espíritu.
Sus pestañas oscuras bajan. Se balancea suavemente. Es Mateo
quien está allí para alcanzarla y acompañarla al asiento del copiloto.

⎯Oye, ahora. Cuidado. No te preocupes. No soy un superhéroe, pero


hago de uno en la televisión.

⎯Pensaba que salías en las películas ⎯dice Jane, con la voz tenue
por un hilo de humor.
Se hace el ofendido.

⎯¿Pensabas? ¿Pensabas? ¿Significa eso que no has visto mis


películas? ⎯continúa burlándose de ella mientras la ayuda a subir al
todoterreno.
Tengo que morder el impulso de advertirle que se aleje. No la toques.
Es mía. No hay lugar para payasadas cavernícolas, no cuando tengo
responsabilidades.
⎯Vamos ⎯digo, llevando a Paige al otro lado⎯. Sube.
Ella frunce el ceño, claramente pensando en hacer tiempo. Luego
levanta las manos vacilantemente. Ha estado de mal humor desde el
incendio. No puedo culparla exactamente. La acomodo en un asiento
envolvente y abrocho el cinturón de seguridad. Luego me subo al asiento
trasero junto a ella, conteniendo la mueca de dolor cuando mi pierna
protesta. Está agarrotada y me duele. Las muletas que me dieron después
de la caída, el bastón que a veces utilizaba, todo eso se consumió en el
incendio. Lo cual me parece bien. Podría haber conseguido unas nuevas,
pero no las quiero. No los necesito. Una vez me atraparon desprevenido. No
va a suceder de nuevo.
Mateo guía el Escalade fuera del aparcamiento del hospital y hacia la
carretera.

⎯Tengo hambre ⎯dice Paige, cuando llegamos a la carretera.

⎯Cenaremos pronto ⎯digo, aunque solo son las tres de la tarde.

⎯Tengo hambre ahora.


La miro. No suele ser tan exigente. Y sé que se ha comido toda la
30
hamburguesa que nos dieron en la cafetería para el almuerzo. No creo que
tenga hambre, pero necesita... algo. Quizá un consuelo, aunque no sé cómo
dárselo.

⎯Macarrones con queso ⎯añade en tono imperioso.


Dudo. Ya ha sido bastante difícil encontrar un lugar donde alojarse,
un lugar seguro y protegido, y tratar con los funcionarios. Ya es bastante
difícil sin tener que asegurarse de que la cocina tenga sus productos
esenciales. ⎯Tal vez puedan hacer macarrones con queso. Preguntaremos.
Las cejas rubias como plumas se levantan.

⎯¿Preguntaremos a quién?

⎯Al encargado.

⎯Creía que íbamos a casa.


⎯No ⎯digo suavemente⎯. ¿Recuerdas que hablamos de esto? La
casa va a necesitar trabajo. Trabajo de construcción. Llevará mucho tiempo.
Mientras tanto, nos quedaremos en el hotel.
Su rostro se pone rojo. He visto este color antes. Exactamente una vez
antes.
Estábamos en el velatorio de sus padres. Ella había superado el
funeral con grave obediencia. Párese aquí. Camina hacia allá. Despídete.
Todos los momentos en los que hubiera esperado que se enfureciera,
mantuvo la compostura. Solo al final, cuando las familias se reunieron en
la cochera, cuando ofrecieron palabras vacías de consuelo y cacerolas,
perdió la compostura.

⎯¡Fuera! ⎯había gritado, con el rostro rojo y manchado, y las


lágrimas cayendo por sus mejillas. Nadie pudo consolarla. Nadie pudo
reprenderla. Al final se fueron, uno a uno, lanzando miradas de
preocupación entre ella y yo. En la casa hueca, una vez que todos se habían
ido, golpeó sus puños contra mí y sollozó en mi pecho durante horas. Hasta
que se durmió en mis brazos.
Ahora tiene el mismo aspecto. Amotinada. Enojada.
31
Consumida por la pena.

⎯Quiero a Gatita.

⎯Está en el veterinario, ¿recuerdas? La recogeremos pronto.

⎯Quiero macarrones con queso. Y quiero ir a casa.


A pesar de mi ineptitud general como tutor, lo he intentado. He leído
libros y escuchado podcasts. No levantes la voz, dicen. Baja la voz y el niño
te imitará.

⎯No podemos ir a casa ⎯digo, mis palabras son tranquilas⎯. Hay


cinta amarilla por todas partes. Es la escena de un crimen.
Esto, a pesar de los libros y los podcasts, es lo que no hay que decir.
Lo sé cuándo sus ojos se abren de par en par. Veo el blanco alrededor de
sus pupilas azules. Sus pequeños orificios nasales se agitan.

⎯No ⎯dice⎯. No. No. No voy a ir a ningún otro sitio. Me voy a casa.
Estamos a unos segundos de la orilla. Puedo ver la cascada, la larga
caída y las afiladas rocas del fondo, pero no tengo un maldito remo.
Jane se da la vuelta en su asiento, su cabello oscuro cae como la seda
sobre su hombro.

⎯Paige ⎯dice. Eso es todo. Paige. Hay una gran cantidad de


emociones en esa palabra. Dolor y simpatía.
El labio inferior de Paige tiembla.

⎯Odio esto.

⎯Sí ⎯dice Jane.

⎯No quiero quedarme en un hotel. Quiero ir a casa.

⎯Quieres ir a casa ⎯dice Jane⎯. Donde sea seguro. Porque tienes


miedo.

⎯No lo entiendes ⎯dice Paige, con la voz vacilante.

casa?
⎯Entonces dime ⎯dice Jane, persuadiendo⎯. ¿Por qué quieres ir a
32
⎯Si no estoy allí, mi mami no sabrá dónde encontrarme.
Las palabras susurradas hacen que se me apriete la garganta. Dios.
Como si la niña no tuviera suficiente preocupación con un maldito incendio
que destruye su casa y sus pertenencias. ¿También cree que su madre va a
volver? Lucharía contra un maldito ejército por ella. Me zambulliría bajo un
camión de dieciocho ruedas si eso la mantuviera a salvo, pero no puedo
protegerla de las falsas esperanzas.

⎯Tu madre siempre sabe dónde estás ⎯dice Jane, acercándose a ella.
Tras una breve pausa, Paige le toma la mano. Se quedan así, enlazadas⎯.
Ella te quiere, esté donde esté. Estés donde estés. Nada puede impedirlo. Ni
un fuego, ni el océano, nada.
Un resoplido. Un sollozo. Y entonces Paige se rompe.
No grita a todos para que se vayan de su casa. En lugar de eso, llora
lágrimas silenciosas, con su pequeña mano apretada alrededor de la de Jane
con tanta fuerza que sus nudillos se vuelven blancos, como si Jane fuera lo
único firme en un mar tormentoso. La posición de Jane en el asiento del
copiloto es incómoda, pero no intenta enderezarse. En su lugar, apoya la
frente en el asiento de cuero y una lágrima se desliza por su mejilla. Este es
un vínculo que comparten, ambas son huérfanas. No importa que quiera a
Paige como a mi propia hija. O que me haya enamorado de Jane. Esto es
algo fuera de mi experiencia. Ambas están sufriendo en este momento.
Ambas encuentran esperanza en ese vínculo.
Permanecen así todo el trayecto hasta la pensión, Paige ahogándose
en silencio, Jane manteniéndola a flote. Yo solo puedo mirar desde fuera,
inútil, incapaz de proteger a ninguna de las dos. No mentía cuando le dije a
Jane que no era ella. Soy yo. Mi amor es peligroso. Es peligroso para Jane.
Es peligroso para Paige. Debería mantener mi distancia con Paige por su
propio bien.
Esto se siente como algo más que un momento. Se siente como un
presagio.
Como si el incendio fuera solo el principio.
Alguien puede haber iniciado el fuego en esa casa. El jefe de bomberos
lo sospecha. No tengo ni idea de quién encendió una cerilla, pero sé una
cosa: no se encontraron cuerpos entre los restos carbonizados.
33
Quienquiera que haya provocado el incendio sigue ahí fuera.
Capítulo 5
Jane Mendoza
Traducido por Danielle
Corregido por Jessibel

Desde el exterior, el Lighthouse Inn parece una gran casa de campo.


Las columnas blancas sostienen un balcón envolvente. Una espesa hiedra
con flores moradas trepa por el lateral. Una valla protege el camino de hierba
que lleva a la playa. Una vez que te acercas, una vez que entras, parece
menos una casa de campo. No hay almohadas bordadas ni superficies de
madera rugosa. Los tablones de madera oscura del suelo brillan. Los vasos
de cristal de Waterford están junto a una jarra de agua de pepino. La
propietaria, una mujer delgada llamada Marjorie, nos registra
34
personalmente. Se acerca a la encimera de mármol para estrechar la mano
de Beau.
Se arrodilla frente a Paige.

⎯Hola, cariño. ¿Quieres algo? ¿Quizás un poco de chocolate caliente?


¿O unas galletas de azúcar frescas?
Paige gira su rostro hacia mi estómago, escondiéndose. Tiene el mérito
de que Marjorie no parece enfadada por el desaire. Pero me lanza una
mirada curiosa. Y luego una a Beau. Se me hace un nudo en la garganta.
¿Está especulando que algo está pasando entre nosotros? Siento como si
hubiera una letra A escarlata en mi ropa, especialmente después de que el
detective hiciera sus acusaciones.
Mientras tanto, Beau parece impasible. La cojera apenas se nota.
Echa un vistazo al vestíbulo con una expresión remota.

⎯¿El equipo de seguridad ha terminado de trabajar?


Una serie de expresiones revolotean por los delicados rasgos de
Marjorie: preocupación, tensión, vergüenza.
—Han instalado todo un sistema. Tienen este lugar más cerrado que
Fort Knox.
Mi corazón da un latido de aviso. ¿Un sistema de seguridad? Me giro
para mirar a Beau. Mi voz suena extraña a mis propios oídos.

⎯¿Por qué íbamos a necesitar un sistema de seguridad?

⎯Siempre es bueno estar seguros ⎯dice, con un tono despreocupado.


Antes de que pueda interrogarle más, Mateo entra desde el exterior
con una ráfaga de aire frío.

⎯Me dirijo al centro comercial después de esto para reponer tu


armario, así que avísame si tienes alguna petición especial.

⎯No ⎯digo, dando vueltas.


Todos se detienen y me miran. El gran espacio se queda en silencio.
Se oye el tic-tac de un ornamentado reloj de pie. Parece que esto se está
saliendo de control.
35
⎯No puedes comprarme ropa nueva ⎯digo, luchando por sonar
tranquila por encima del latido de la sangre en mis oídos. Me sentía bastante
tranquila cuando salíamos del hospital, pero no lo entendía.
No podía entender lo mucho que iba a cambiar todo hasta que estaba
aquí, a punto de dormir en una habitación que nunca había visto, a punto
de llevar ropa que no es mía. A punto de convertirme en una persona
diferente.
Es como si realmente hubiera muerto en ese incendio. Alguien más
está aquí ahora.
No es Jane Mendoza. Una desconocida.
La preocupación oscurece los ojos de Mateo, pero no responde.
Marjorie mira hacia otro lado como si se avergonzara de mí. Beau lleva la
misma expresión impasible que estoy empezando a odiar. Tenía sentido
cuando era nueva en Maine. Entonces no me conocía. Ahora me ha
abrazado, tratando de proteger mi cuerpo con el suyo. Me dijo que me
amaba, pero está ahí tan distante como... un jefe. Eso es lo que es para mí.
Mi jefe.
Hay un tirón en mi mano. Miro hacia abajo. Paige tiene una expresión
solemne.

⎯Se quemaron en el fuego. Tu ropa vieja. El tío Beau me lo explicó.


Ya no están.
Tal vez me vea ridícula por hacer una postura sobre la ropa. Son solo
cosas, ¿no? Es que son mis únicas posesiones en todo el mundo. Mi única
herencia. Nuestras vidas son lo más importante. Logramos salir, sanos y
salvos.
La tranquilidad viene de los ojos de Paige, azules como el cielo.

⎯Tienes razón ⎯logro decir⎯. Por supuesto que tienes razón.


Gracias, Mateo, por conseguirme ropa. Y por conseguirnos habitaciones
aquí. Te lo devolveré.
Mateo niega con la cabeza.

⎯Irá en una tarjeta de crédito de Rochester. Negra, por supuesto. 36


Beau no me mira. No es mi imaginación. Una parte de mí se
preguntaba si había estado evitando mi mirada, pero ahora estoy segura de
ello. Se queda mirando la pared, como si el patrón del papel pintado de
encaje verde cazador contuviera los secretos del universo.

⎯Entonces te lo devolveré ⎯digo, deseando que me mire.


Y lo hace, con una mirada tan atormentada que se me corta la
respiración. No es que no le importe. Es que está lleno de ella, rebosante de
preocupación, angustia y miedo. Se cuece a fuego lento en su corazón, tan
caliente como el fuego del que apenas escapamos, el humo llena mis
pulmones.
No dice que no. No tiene que hacerlo. Está ahí en la habitación, su
negativa. Su desafío. Ni siquiera intentes devolvérmelo. No se lo permitiré.
No sabe lo mucho que necesito estar en igualdad de condiciones con él, lo
mucho que necesito no deberle. La ropa no es parte del paquete de
compensación. Si dejo que me compre ropa, entonces me permito
convertirme en una puta.
⎯Bueno ⎯dice Marjorie, todavía con esa media sonrisa avergonzada,
sin encontrar mis ojos. Yo soy la loca a sus ojos. Ni siquiera se equivoca⎯.
Estoy segura de que Beau Rochester puede permitirse unos cuantos pares
de vaqueros. He leído el artículo sobre él en Forbes. ¿Puedes creerlo? El hijo
de un pescador.

⎯Las llaves de la habitación ⎯dice él, con voz suave, casi


amenazante. No reconoce su efusividad. ¿Lo incomoda? Se siente como si
algo más profundo estuviera sucediendo.
El rosa inunda las mejillas de Marjorie.

⎯Por supuesto. Las tengo aquí. Todos ustedes están en el segundo


piso para darles privacidad. Mateo ya está instalado en una de las
habitaciones de la derecha. Habitaciones frente al mar, por supuesto. Todas
ellas. El desayuno es a las ocho de la mañana.... bueno, normalmente lo es.
Normalmente somos bastante estrictos al respecto, pero supongo que ahora
que has alquilado todo el hotel podemos hacerlo cuando te venga mejor.
¿Alquiló todo el hotel? Debe haber veinte habitaciones para huéspedes
aquí. Lo busqué cuando la cena pasó. Una habitación es cara. No puedo
imaginar cuánto cuesta todo el lugar. Y el incendio solo ocurrió hace tres
37
días. Es hermoso junto a la playa. Temporada alta de turismo. Solo que
ahora se registra el estacionamiento vacío.

⎯¿No tienes reservas?


Ella agita una mano.

⎯Los trasladamos al Black Point Resort, en la costa. Un lugar


hermoso, por supuesto. No es tan bonito como el mío, pero estarán bien
atendidos, especialmente con el crédito del resort que les dio Beau. El spa
es extremadamente agradable.
Todavía me cuesta entender esta cantidad de dinero. Sabía que era
rico, por supuesto. Sabía que era exitoso, pero es otro nivel verlo en acción.
Verlo cambiar los planes de otras parejas, otras familias, simplemente
porque es... rico.
Hay otro tirón en mi mano. Paige parece preocupada ahora.

⎯Esto está bien, ¿no?


La preocupación brilla en sus ojos azules. Es casi como si pensara
que podría irme. Que, si no me gustan los arreglos, me iré. ¿Y no lo haría?
No estoy ligada a esta familia por nada más que un contrato de trabajo.
Funciona en ambos sentidos. Él puede despedirme mañana, pero yo puedo
renunciar con la misma facilidad. Me arrodillo para estar más bajo que ella,
mirando su dulce rostro. No hay ni un solo rasguño del fuego. Beau la sacó
rápidamente.

⎯No voy a ir a ninguna parte ⎯prometo⎯. Vamos a estar muy


cómodos aquí. Y muy seguros.
Por encima de su hombro me encuentro con los ojos oscuros de Beau.
Hay un parpadeo antes de que se dé la vuelta. Como si no creyera que es
una promesa que puedo cumplir. El corazón golpea contra mis costillas.
¿Qué peligro corremos?
La paz no dura mucho.
Paige tolera la gran cama con su edredón de felpa y sus chirriantes
sillas antiguas.
Se queda ominosamente callada cuando ve la bandeja de comida que
38
le han enviado con sándwiches de pepino, queso crema e hinojo. También
hay bollos de fresa y albahaca. Y una sopa cremosa de champiñones.
Se niega a probarla. Nada de eso. La estoy convenciendo de que
pruebe el bollo cuando llaman a la puerta. Mateo está allí, con los brazos
cargados de grandes bolsas de la compra blancas con el logotipo de
Nordstrom.

⎯Entrega personal ⎯dice con esa sonrisa de mil millones de dólares.


Mis ojos se abren de par en par. Nunca había visto tantas compras en
un solo trayecto. En realidad, no tengo una historia con las bolsas de la
compra. Por lo general, he usado ropa de segunda mano o ropa del estado.

⎯¿Todo esto? ⎯pregunto, con voz débil⎯. ¿Algo de esto es para Beau?

⎯No, le subo la suya en un segundo. ⎯Levanta un hombro


musculoso⎯. Perdona si he elegido las cosas equivocadas. He agarrado todo
lo que parecía que iba a encajar. Tendremos que volver cuando haga frío,
pero esto debería servirte para el verano.
Se va en un torbellino de energía masculina, dejándonos solas con las
bolsas.
Paige y yo intercambiamos una mirada cargada de preocupación.
Sonrío con falsa alegría y abro la primera. Hay una selección de
camisetas de manga corta en un arco iris de colores: gris cuero, azul marino
y rubor pálido. Solo son camisetas. Me he puesto miles de ellas antes, pero
nunca fueron así. Suave como el terciopelo. De alguna manera, más gruesas
y sustanciosas que cualquier cosa que haya tenido antes. Pero ligeras como
una pluma. La etiqueta del precio hace que mi corazón lata. Pagó esto... por
camisa.
Tiene que devolverlas. No hay manera de que pueda devolverle a Beau
esto. Froto la exuberante tela entre el pulgar y el índice. Por un momento,
la aprieto contra mi pecho, imaginando que la llevo puesta, imaginando que
soy el tipo de mujer que debe estar aquí.
La fantasía se rompe cuando Paige abre otra bolsa.
Saca muchos vestidos que parece que le quedarán perfectamente. Son
de la talla correcta... pero equivocados en todos los demás aspectos. Son de 39
niña y juguetones, con emojis de unicornios guiñando el ojo y volantes de
color rosa intenso.

⎯Esta no es mi ropa ⎯dice, con la voz temblorosa como si estuviera


a punto de llorar.

⎯Creía que lo sabías ⎯digo en voz baja⎯. Pensé que el tío Beau lo
había explicado.

⎯Dijo que mi ropa había desaparecido. La que tenía la mancha de


gelatina de uva y los vaqueros con un agujero que me corté. Dijo que tendría
ropa nueva. Pensé que serían como las antiguas. ⎯Hay pena en su voz.
Aquellas camisetas del Monopoly que tanto le gustaban. La falda negra de
tul.
Ella amaba su ropa, y ya no está. Ya no están.
Mi ropa no era tan genial. La compré en Goodwill y Walmart, pero era
mía. El único refugio que me acompañó desde el hogar de acogida hasta mi
propio apartamento en Maine.
La ropa es más que un objeto. Eran parte de mí. Una extensión de mi
cuerpo. Parte de mi identidad en un mundo que tan a menudo se olvida de
que existo. Paige lo entiende, porque es como yo. Tenemos esto en común.
Somos transeúntes en este mundo, sin un lugar propio.

⎯Lo siento ⎯susurro, y su barbilla se estremece.


Intento darle un abrazo, pero ella aparta su rostro.
Aguanta hasta que llega la hora del baño. Da un paso sobre la baldosa
de mármol y se queda paralizada. La bañera de cobre con patas brilla bajo
la luz. Levanta la barbilla.

⎯¿Qué es eso?

⎯Es una bañera. Como la que tienes en casa. ⎯Tan pronto como las
palabras salen de mis labios, sé que no es lo correcto. La que tiene en casa
se ha quemado hasta los cimientos. Pero no estoy segura de que haya algo
correcto que decir en esta situación.
Las lágrimas brillan en sus ojos.

⎯¿Por qué tiene ese aspecto? 40


Su voz se ha vuelto chillona, y mi timbre de voz es tranquilizador.

⎯Tiene pies, ¿ves? Para que sea más alto. Es muy bonito. Un poco
anticuado, pero bonito.

⎯Ni siquiera puedo ver el interior. ¿Cómo voy a entrar? Me voy a


ahogar.
Es definitivamente más alta que su bañera en casa.

⎯Encontraré un banco ⎯digo⎯. Seguro que hay uno en algún sitio.


Y no haremos que el agua llegue hasta arriba.
Ver este derrumbe es como ver un volcán en erupción. No hay forma
de protegerse. Ningún lugar para correr. Solo puedo quedarme aquí y arder.
Ella grita lo suficientemente fuerte como para que yo haga una mueca de
dolor. La única gracia salvadora, lo único positivo que se me ocurre es que
somos los únicos en esta posada. Beau y Mateo están en algún lugar del
edificio. Marjorie mencionó que duerme en el lugar, pero eso es todo. No hay
otros huéspedes que se quejen del niño que grita cada palabra.
Me arrodillo en el suelo de mármol. El movimiento desencadena mil
dolores en mi cuerpo, que no se ha recuperado del todo del incendio.

⎯Veo que estás alterada. Vamos a respirar profundo. No hace falta


que nos bañemos ahora. Déjame preguntar si hay otros baños que podamos
usar.

⎯No los hay ⎯dice ella, con los ojos desorbitados⎯. No los hay. No
hay.

⎯Paige. Cariño. Vamos a sentarnos juntas en la cama.


Está claro que un baño no va a ocurrir en este momento, y mi
preocupación ahora mismo es ayudarla a calmarse.
Excepto que ella se acerca al pánico, su amplia mirada recorre la
habitación, sus pequeñas fosas nasales se agitan mientras jadea. Lucha o
huida.

⎯No quiero sentarme en la cama. No quiero bañarme. No quiero hacer


nada, nada, nada.
Las últimas palabras van aumentando hasta un tono que me hace 41
estremecer.
Es como si estuviera reflejando sus propios sentimientos, porque el
pánico aumenta en mí. Lógicamente, sé que estoy a salvo en este piso del
baño, pero frente a su ansiedad y el miedo persistente del fuego, no se siente
así.

⎯Paige. ⎯Mi voz se quiebra, suplicante⎯. Por favor.


Ella está más allá de la atención.

⎯No puedes obligarme. No eres mi madre. No eres mi padre. Eres una


extraña. Ni siquiera perteneces aquí.
Las palabras me roban el aire. Lo aspiran de mis pulmones,
dejándome sin aliento. Las lágrimas escuecen mis ojos. Lo sé, sé que solo lo
dice para arremeter. Era un estribillo bastante común en el grupo y en los
hogares de acogida. No es algo personal; solo lo siento así. Hay un apretón
en mi pecho. Tan fuerte que agacho la cabeza antes de pensar en algo que
decir.
Pum. La puerta del dormitorio se abre de golpe. Beau está de pie, con
una expresión oscura en su apuesto rostro.

⎯Paige Louise Rochester, discúlpate ahora mismo.


Ella lo mira con una expresión de rebeldía.

⎯No.
Me pongo de pie, tratando de evitar el desastre. Beau Rochester es
terco y feroz, la fuerza de su voluntad solo es superada por la de su sobrina.
Si se enfrentan, me temo que ninguno de los dos quedará en pie.

⎯Ella no tiene que disculparse. Estoy bien. De verdad.

⎯Su comportamiento está completamente fuera de lugar.


Inaceptable.
El labio inferior de Paige se tambalea, y contengo la respiración. Si ella
rompe a llorar, definitivamente voy a empezar a llorar también. Los tres
seguimos oliendo a desinfectante del hospital. Las vendas tiran de mi piel
cada vez que me muevo. Todo lo que quiero es un baño caliente y una larga
noche de sueño. He llegado al final de mi camino y mi respiración se siente 42
temblorosa. No llores, cariño. No llores.
Paige no llora. Ella grita.
Capítulo 6
Beau Rochester
Traducido por Danielle
Corregido por Jessibel

Maldito Mateo. Quizás sea una completa coincidencia que haya


puesto mi habitación junto a la de Jane, pero lo dudo. El hombre sabe que
me volverá loco.
Debería estar en un piso diferente al de ella. Es demasiado fácil fingir
que estamos de vuelta en la casa antes del incendio. Demasiado fácil
imaginar que la acorralo en el pasillo. Cada suite tiene una zona de estar
con vistas al océano. Me reclino en un sillón de flores que parece demasiado
pequeño, demasiado frágil para mi tamaño, observando el horizonte infinito.
43
Hay un suave zumbido de voces, de pies en el suelo de madera. Toda
la posada susurra desde la rabieta de Paige, temerosa de volver a despertar
a la bestia. Lloró hasta quedarse dormida. Observé cómo Jane mecía su
pequeño cuerpo. De alguna manera terminaron acurrucados contra los
zócalos en un rincón. Suplicando. Pidiendo. Regateando. Lo intentamos todo
para que Paige se detuviera, pero al final fue la cuna de los brazos de Jane
lo que funcionó.
Gracias a Dios por el servicio de habitaciones. Y los sándwiches de
mantequilla de maní y mermelada, que Paige se comió, aunque la
mantequilla de cacahuete era del tipo crujiente. Luego cayó agotada, en un
sueño profundo y encima del edredón. Hoy no hay baño. Tendremos que
volver a enfrentarnos a ella mañana, pero todos estaremos más tranquilos.
A veces, el camino más sabio en una batalla es la retirada.
El agua resuena por las tuberías. Lucho contra las imágenes que me
vienen a la cabeza: Jane recostada en la bañera de cobre con patas de garra,
con el agua deslizándose sobre su hermosa piel. Un grifo ancho se derrama
en la bañera. En su lugar hay un accesorio que se puede sujetar. Me la
imagino sosteniéndolo entre las piernas, el chorro masajeando su clítoris,
sus muslos temblando mientras se corre.
Dios mío. Ahora estoy duro.
Sexo. No volverá a suceder. Brillante idea, Rochester.
Sé que debo alejarme de ella, pero es difícil recordar las razones
cuando estoy dolorido en mi calzoncillo. El sol se repliega, agazapado bajo
el agua, solo un inquietante resplandor púrpura se extiende sobre la
superficie. Para esto vienen los turistas. Por eso alquilan esta habitación,
por esta vista de una hermosa puesta de sol. Mi mente lo sabe. Solo mis
bajos instintos lo ven como algo siniestro. Esta es la bahía que se cobró la
vida de mi hermano. Esta es el agua que golpea contra el acantilado, inútil,
indiferente, incluso cuando casi nos quemamos.
Llaman a la puerta. Me quedo quieto un momento, esperando que se
vaya. Es ella. Por supuesto que es ella. La persona que más ansío ver. La
persona de la que tengo hambre. La persona a la que apenas puedo soportar
estar cerca. El resentimiento aumenta, que ella venga a mí. Junto con una
anticipación nefasta.
44
El momento se alarga, y la imagino esperando, esperando, esperando.
¿Cuánto tiempo esperará?
Probablemente tenga los pies desnudos sobre el frío suelo de madera.
Sus brazos cruzados en un inútil intento de comodidad. Sus pezones son
probablemente guijarros bajo su ropa.
Me pongo de pie y cruzo la habitación. Abro la puerta.
Mi imaginación podría haberla conjurado, excepto por su expresión.
Es reservada. Recelosa. Y agotada. Parece tan reacia a verme como yo me
siento hacia ella. No puedo evitar mirar su cuerpo con esta ropa nueva, la
forma en que la camisa rosa pálido se amolda a sus pechos, la forma en que
los pantalones negros elásticos abrazan sus muslos. Su cabello oscuro cae
alrededor de su rostro, cayendo sobre sus hombros.
No creí que estuvieras tan enfadada, dijo en el hospital. Ira es una
palabra demasiado simple para lo que siento. Miedo, lujuria y posesión. Es
una forma de locura, realmente. No puedo dejar que tenga tanto control
sobre mí, pero incluso mientras pienso las palabras, me preocupa que sea
demasiado tarde.

⎯¿Sí? ⎯digo, con la voz baja como advertencia.


Hay una lucha interna. Los argumentos oscurecen sus ojos. Entonces
se pone más recta.

⎯Necesito hablar contigo.

⎯¿Paige?

⎯Ella está bien. Dormida.


⎯Entonces esto puede esperar hasta la mañana.
Cuando no estemos solos. Cuando no se vea tan pequeña, cansada y
frágil. Dios, ¿por qué no puedo dejar de mirar su cuerpo?
Lleva una camiseta de algodón y pantalones de yoga. No es la ropa
más atractiva. He llevado a mujeres a galas y las he desnudado después. He
salido con una modelo de Victoria's Secret, pero nunca he estado más
tentado que ahora. 45
Huele ligeramente al jabón de naranja dulce que descansa en las
encimeras del baño. Quiero recorrer los mechones húmedos de su cabello
sobre mi pecho y mis abdominales. Quiero respirar a lo largo de cada plano
de su piel, siguiendo las sombras hasta su sexo. Quiero lamer, lamer, lamer
hasta que atraiga su excitación, sustituyendo el olor a jabón por el suyo
propio.

⎯No puede esperar ⎯dice⎯. Necesito hablar contigo sin que Paige
esté cerca.
Se me revuelve el estómago. Necesitaría hablar conmigo a solas si
fuera a renunciar. Me alejo para que pueda entrar. Solo cuando está en mi
espacio, la puerta cerrándonos, el calor de su cuerpo como un canto de
sirena, me doy cuenta de que podría haberla llevado abajo. La cama grande
se asoma. Me llama. Puedo saborear el dulce salado fantasma de ella en mi
lengua.
Me aclaro la garganta.

⎯Siéntate, entonces.
Ignora los dos sillones que hay junto a la ventana y se sienta en un
pequeño taburete acolchado junto a la cómoda. Un pie pisa el otro. Nerviosa.
Está nerviosa. Me dirijo al minibar. Algo me dice que voy a necesitar un
trago fuerte para esta conversación.

⎯Necesito preguntarte sobre el fuego ⎯dice ella.


Definitivamente es vodka. Saco una botellita, le quito el tapón y me la
bebo de un trago.

⎯¿Quieres algo? ⎯pregunto, mientras busco una gaseosa para bajar


el trago.

⎯¿Alguien ha provocado el incendio?

⎯Te dije que no escucharas a Causey.

⎯¿Porque está equivocado? ¿O porque no te gusta lo que dice?


Es demasiado inteligente. Me enfrento a ella con toda la fuerza de mi
voluntad. Los hombres poderosos se han echado atrás en una sala de
juntas, pero ella no parece acobardada.

⎯Porque está mintiendo.


46
⎯Me ha dicho que fueron juntos al colegio.

⎯Por eso sé que es una mentira. Era el tipo de chico que robaba el
dinero del almuerzo de alguien y luego lo pateaba solo para demostrar que
podía.
Se mueve nerviosamente.

⎯Un bravucón.
⎯Sí.

⎯Teníamos bravucones en los hogares de grupo. Siempre era bueno


ir en parejas.

⎯Eso también habría funcionado en mi escuela. Excepto que Joe era


amigo de mi hermano.
Sus ojos se ensanchan, oscuros y sin fondo.

⎯¿Tu hermano le dejaba hacerlo?


⎯Mi hermano ayudó.

⎯¿Cómo pudo?
Mi pierna palpita, un eco del dolor de hace mucho tiempo.

⎯No quiero tu compasión, cariño. Dejaron de meterse conmigo


cuando dejó de importarme el daño que me hacían; no importaba lo que
hicieran, me levantaba. Los perseguí tanto y durante tanto tiempo que
tuvieron que pasar a una presa más fácil.

⎯Odio que te haya pasado eso.


Mi cabeza tiembla. ¿Cómo diablos puede tener empatía por alguien
más? Sé lo que le pasó a ella. Perder a sus padres ya fue bastante malo. El
abuso que sufrió en el sistema de acogida es insoportable.

⎯No voy a ganar la competencia por la peor infancia.

⎯No es una competencia.

⎯Además, lo que sea que haya pasado antes, lo he superado.


Murmura algo en voz baja.
47
Debería ignorarlo.

⎯¿Qué?

⎯He dicho que está mintiendo.


Una carcajada de sorpresa. ¿Cómo se supone que voy a resistirme a
ella? ¿Cómo voy a resistirme a ella cuando es fuerte y frágil, inteligente y
delicada? Me llama la atención sobre mi mierda incluso mientras la
incertidumbre brilla en sus ojos de medianoche.

⎯¿Es así?

⎯Quizá hayas superado a Joe Causey, pero no a tu hermano. Te


mudaste a Maine para cuidar de su hija Has estado viviendo en su casa. ¿Y
ahora me dices que tu rivalidad con él incluía la violencia y el acoso?

⎯No se puede guardar rencor a un hombre muerto.


Una sonrisa triste se dibuja en sus labios.
⎯¿No puedes? Todavía le guardo rencor a mi padre. No me
malinterpretes. Le quería más que a nada, pero no sé si podré perdonarle
alguna vez que me abandonara.
Mi corazón se aprieta.

⎯Jane.
Se levanta, sus movimientos son bruscos y rápidos. Agitada. Está
agitada y camina por la pequeña habitación.

⎯No he venido aquí para hablar de mis sentimientos.

⎯Ahora eres tú la que está mintiendo.


Eso me hace ganar una mirada severa. Esta mujer será formidable.
Ya lo es.

⎯Independientemente de si Joe Causey es una buena persona o no,


dijo que el jefe de bomberos cree que es un incendio provocado.

⎯La investigación está en curso.

⎯Suenas como una especie de portavoz de relaciones públicas. ¿Es


48
cierto?
Dios. Esperaba evitar una pregunta directa.

⎯El jefe de bomberos no ha descartado que el incendio haya sido


provocado.

⎯Entonces eso significa que sí. Alguien estuvo en la casa. Alguien


provocó el incendio.

⎯Eso no lo sabemos.

⎯Tú lo crees. Puedo verlo en tus ojos.


Eso me hace apartar la mirada. El sol ha caído por debajo del
horizonte, dejando a su paso solo un océano negro como la tinta. La única
luz que hay aquí proviene de una pequeña lámpara, cuya pantalla es difusa
y onírica.

⎯No quería que te preocuparas.

⎯Por eso le ocultas cosas a Paige. Ella es una niña. Yo no lo soy.


Entonces tengo que mirarla, sus ojos serios y su boca tensa, su cuerpo
vestido con ropa informal elegida por Mateo. Que me jodan por estar celoso
de que él pueda elegir lo que se pone. ⎯Claro que no eres una niña. ¿Crees
que no lo sé? Eres una mujer hermosa, inteligente y deseable, y me está
costando mucho trabajo mantener mis manos lejos de ti.
Sus mejillas se oscurecen.

⎯Merezco saber lo que está pasando.

⎯Tal vez sea cierto ⎯concedo⎯. Eso no me impide querer protegerte.


Protegerte de la fealdad del mundo. No porque no puedas soportarlo. Porque
no deberías tener que hacerlo.
Se ríe tan bajo y ronco que mi polla se da cuenta.

⎯¿Esta es tu idea de terminar las cosas entre nosotros?


Dejo escapar un gruñido.

⎯Tú eres la que llama a mi puerta a medianoche. Tú eres la que no


lleva sujetador. Tú eres la que tiene un aspecto tan condenadamente
tentador que apenas puedo soportarlo. 49
⎯Los sujetadores que me regalaste no me quedan ⎯dice, con las
mejillas ensombrecidas.

⎯Demonios ⎯respiro, luchando contra el deseo. No me queda fuerza


de voluntad. Cruzo la habitación en dos largas zancadas. Sus ojos se abren
de par en par. Es la única oportunidad que tiene de decir que no. No la
aprovecha. Mis palmas agarran su rostro y luego la beso. Consumiéndola.
Murmuro contra sus labios⎯. ¿Qué se supone que debo decirte? ¿Que
alguien provocó un incendio mientras te follaba? ¿Que no te protegí, que no
protegí a Paige, cuando ambas me necesitaban más?
Se retira, probablemente para decirme que no es mi culpa. Ese es el
tipo de cosas que Jane Mendoza diría. Ella es tan rápida para perdonar a
un bastardo como yo. Esa es la única razón por la que se me permite tocarla,
meter mis manos por debajo de la suave camiseta hasta su cintura desnuda,
deslizar mis manos hacia arriba. Mis pulgares rozan la parte inferior de sus
pechos y ella gime.
⎯Maldita sea, no encajan ⎯digo, acunándola en mi mano⎯. No sabe
cómo se sienten, la suavidad de ellos, su peso. Él nunca ha hecho esto.
Inclino la cabeza y beso su pezón. Se endurece contra mis labios. La
tentación es nefasta. La acaricio y ella se estremece en mis brazos. La luz
de la luna proyecta un pálido resplandor sobre su piel. Trazo las letras en
la pendiente afelpada de su pecho. Lo siento. Lo siento. Lo siento.
Sus ojos son lúgubres.

⎯Beau.
La chupo de nuevo, hasta que sus ojos se cierran. Hago girar su dura
protuberancia con mi lengua. Dios, sabe delicioso. Mujer y calor. Sal y mar.
Quiero tragármela entera.

⎯Señor Rochester.
La formalidad me detiene en mi camino. Es como si me hubiera
echado un cubo de agua fría encima. Me enderezo y me retiro.

⎯¿Te he hecho daño?

⎯Sí ⎯susurra.
50
⎯Dios. ⎯Paso las manos por sus pechos, por su vientre plano. Busco
algo. Un corte, un moretón. Algo que haya quedado del fuego que toqué⎯.
¿Dónde?
Ella toma mi mano entre las dos suyas. Me hace parecer bastante
gigante, mi pesado puño encerrado en sus pequeños y delicados dedos. Mi
palma se posa en su pecho. Su corazón late bajo el esternón. ⎯Aquí,
⎯susurra⎯. Me haces daño aquí.
No es que no seas hermosa. Lo eres.
Le dije que la amaba en el incendio. Luego traté de dejarla tranquila
en el hospital. No hay ninguna razón para ello. No hay razón. El mundo no
puede reordenarse para que esta relación funcione. ¿El jefe y la niñera? No.
Está mal, pero a mi cuerpo no le importa. A mi corazón tampoco le importa.
La quiero de cualquier manera que pueda tenerla: secreta, prohibida, tabú.
Lo que quiero no importa.
No si Paige puede estar en peligro. Jane podría estar en peligro,
también.

⎯Lo siento ⎯digo, pero no es una disculpa verdadera. No estoy


retirando mi negativa. Lo estoy afirmando. No puedo estar con ella, no
mientras haya alguien que intente hacernos daño. Esta familia es pequeña
y está rota, pero es mía.

51
Capítulo 7
Jane Mendoza
Traducido por OnlyNess
Corregido por Mayra. D

Ya hay luz afuera cuando me despierto. Hay una fuerte sensación de


cansancio, como dijo el doctor Gupta. Pero tengo un trabajo que hacer. Una
niña que cuidar. Así que me ducho con cautela y bajo las escaleras.
Beau ya se fue de Lighthouse Inn.
Visitando la casa, me dice Marjorie.
Mateo también se ha ido, para hacer negocios, sea lo que sea que eso 52
signifique.
Solo quedamos Paige y yo, y en el aparador hay un desayuno que
podría alimentar a un ejército.
Hay grandes bollos de canela pegajosos y huevos benedictinos.
Gruesas rebanadas de tocino. Patatas fritas caseras. Mi estómago ruge
mientras preparo un plato, recordándome que, en realidad, no hemos
comido mucho desde el incendio.
Paige desmenuza un muffin de arándanos en trozos. Me doy cuenta
de que no ha comido mucho, pero no quiero presionarla.
—¿Quieres comer algo más? La ensalada de frutas se ve bien.
Ella niega con la cabeza.
—No, gracias.
El tono pequeño y educado hace que mi corazón se estruje. ¿Dónde
está la niña salvaje y desafiante que aprendí a cuidar en la casa? Se esconde
en algún lugar detrás de esos ojos azules.
—Le preguntaré si puede hacer avena mañana. Como la que sueles
desayunar.
Un encogimiento de hombros. Nunca la había visto tan callada. Tan
retraída.
Casi prefiero la rabieta a gritos a esta versión tranquila.
Por supuesto, también tiene un aspecto diferente, lleva una camisa
azul cielo con volantes y con dibujos botánicos de flores y un par de jeans
ajustados. La ropa nueva abastece nuestros guardarropas, pero no hay nada
de tul negro, nada con figuras del Monopoly.
Beau dejó un sobre con mi nombre garabateado. Jane. Nunca había
visto su letra. Es fuerte y desordenada, muy parecida al hombre que la
escribió. Mis mejillas se calientan. Dentro hay una AMEX negra con mi
nombre y un post-it en el que se me dice que compre lo que necesitemos.
Así que me siento en el rincón de la pequeña empresa con su elegante
MacBook y empiezo a comprar. Unas bonitas camisetas que digan Soy la
dueña de la cuadra y voy a ir directamente a la cárcel, No pasar, no van a
arreglar realmente su conmoción y trauma por el incendio, pero es todo lo 53
que puedo hacer ahora mismo. Me he gastado 500 dólares en ropa bonita
con temática del Monopoly en Etsy que definitivamente no tiene licencia.
Por supuesto, no solo le encanta la ropa. Es el propio juego en sí.
Eso se convierte en un problema, porque hay muchos tipos de
Monopoly. Eso es algo que descubro rápidamente. Paige no quiere el Maine-
opoly ni el Ultimate Banking Edition, ni siquiera la versión de lujo de madera
maciza que cuesta 500 dólares.
—No es lo mismo —dice, con una expresión de horror por el hecho de
que yo sugiera algo así.
Tampoco quiere la versión digital de Nintendo para Switch.
Por desgracia, ya no hacen la versión tan específica del Monopoly. Es
una de las líneas clásicas, el Monopoly normal, básicamente, pero no la
versión actualizada y mejorada que se vende en Target y en las tiendas de
juguetes ahora mismo.
Así que navego por eBay tratando de encontrar la combinación
correcta de palabras clave que me proporcionen el juego de mesa exacto que
le gusta a Paige para reemplazar el que se quemó.
Aunque nada arreglará realmente el hecho de que su Vermont Avenue
tenía una esquina doblada. O que su baraja de cartas Chance había sido
masticada por gatita. O que se trate del mismo juego que heredó de su
padre, Rhys Rochester, quién había jugado a ese juego cuando era niño.
Era una reliquia, y ha desaparecido.
Beau entra en la habitación mientras yo estoy ocupada buscando en
eBay y en un millón de publicaciones de Facebook Shopping. Me pongo
tensa, porque no estoy segura de quién es él para mí ahora. No estoy segura
de lo que espera de mí ahora. No sexo, eso está claro.
Pero no sé cómo pasar de ser amante a extraña.
¿Es Beau o es el Sr. Rochester?
Lo llame como lo llame, es un hombre que me importa mucho más de
lo que debería.
54
Dijo que me amaba cuando la casa estaba en llamas, pero tal vez no
lo decía en serio. Tal vez es algo que dijo en el calor del momento. Los
hombres dicen te amo durante el sexo. Podría ser que creer que vas a morir
sea lo mismo: una emoción temporal impulsada por la adrenalina. Pero yo
sé la verdad. Lo dijo en serio.
Dijiste que me amabas, le dije.
No lo había negado. No importa. Mi amor es peligroso.
Se ve agitado por el viento y severo, aunque considerablemente menos
intimidante cuando Gatita camina detrás él, con el mismo aspecto.
—Gatita —susurro, y ella da un salto hacia mí. Presiono mi rostro
contra su pelaje supersuave y respiro su aroma. Aunque está teñido de algo
medicinal—. ¿El veterinario le dio el visto bueno?
—Sí —dice en voz baja, con sus ojos oscuros tormentosos.
—Entonces ¿qué pasa?
Mira hacia donde duerme Paige, en el asiento de la ventana frente a
mí.
No hay ningún desliz en su expresión. Puede que un extraño no vea
la preocupación, el miedo, la profunda esperanza que tiene en su
recuperación emocional, pero yo sí. Es posible que un extraño no vea el dolor
que tira de él, que lo apuñala, el dolor en su pierna que parece decidido a
ocultar. No lo ocultó después de la caída. Usó las muletas, aunque las
maldijera. Es solo ahora, después del incendio, como si pensara que él
mismo provocó el desastre con su frágil humanidad.
Paige ha estado durmiendo la siesta la mayor parte de la tarde. Eso
es normal, según mis búsquedas preliminares en Google sobre la
recuperación de traumas. El cuerpo necesita dormir para curarse. También
el cerebro, dice. Pero me pregunto si necesitamos hacer algo por ella. Un
terapeuta, tal vez. No estoy segura de lo que pensará Beau al respecto.
Él se acerca, murmurando en voz baja para no despertarla.
—El jefe de bomberos me dejó entrar y tomar algunas cosas del lugar,
así que revisé los restos. No había mucho que se pudiera salvar, pero guardé
lo que pude encontrar. Lo apilé en la parte de atrás.
55
—¿Qué dijo él?
—No dijo nada todavía. Reunieron pruebas, pero aún no ha tomado
una determinación. Me reuniré con él en un par de días y obtendré su
decisión final cuando libere la escena.
El malestar aprieta mi estómago. Quiero un fallo, porque me
tranquilizará. Pero ¿y si el fallo no es el que yo quiero?
—Veré si alguna de sus cosas está ahí. Podemos lavar el humo.
—Demonios, cómprale toda la mierda nueva. Que sea jodidamente
caro. —Le da otra mirada a la niña dormida. Y suelta un suspiro—. Pero sí,
ella preferiría tener su ropa vieja.
—Quizá yo también preferiría tener mi ropa vieja.
Me mira con dureza. Todo lo que llevaba antes era de Walmart o
Goodwill, desgastado o de segunda mano, excepto lo que él me dio.
—¿Qué perdiste?
Niego con la cabeza.
—No es nada.
—Es algo. —Su gravedad me atrae hacia él—. Dime, Jane.
—Era una foto. La guardaba en el fondo de mi maleta. Antes utilizaba
una bolsa de basura para llevar mis cosas. Así que estaba arrugada y
doblada y desgastada, pero era la única foto que tenía. —Las lágrimas se
acumulan en mis ojos, calientes y punzantes. No quiero llorar.
Definitivamente no delante de Beau, pero se desbordan de todos modos. Era
la única foto que tenía, con su letra ilegible garabateada en el reverso. La
única semblanza de una reliquia familiar que existía en mi vida.
Desapareció.
—La encontraré —dice, con los dientes apretados.
—No lo hagas. —La palabra sale como una orden—. No hagas
promesas que no puedas cumplir.
Estoy hablando de algo más que de una vieja fotografía doblada. Estoy
hablando de nosotros. De este extraño purgatorio que estamos viviendo
desde el incendio. Él lo entiende. La comprensión se asienta en sus ojos
56
oscuros.
—No te estoy mintiendo, Jane.
—Tampoco me estás diciendo toda la verdad.
Él mira hacia otro lado. Es una admisión. Una negativa. Mi corazón
se aprieta, pero entonces vuelve a mirarme y me inmoviliza con la mirada.
—Te lo contaría todo si no pensara que saldrías corriendo.
—¿Se supone que eso es reconfortante?
Un indicio de sonrisa aparece en su rostro.
—La verdad es que no.
Miro a Paige, porque es más fácil hablar de ella. Es más fácil usarla
como una brecha entre nosotros. Irónico, porque ella también es el
pegamento que nos mantiene unidos.
—Tendré que revisar las cajas de los juegos. No hay nada en internet
que coincida exactamente. Hasta ahora ella niega con la cabeza todo lo que
le muestro.
—Es imposible que el juego haya sobrevivido al fuego. Me pondré en
contacto con Hasbro para ver si tienen algo en algún almacén. O al menos
una línea con un coleccionista.
Una risa suave me hace toser. Mis ojos arden mientras me obligo a
ser lo más silenciosa posible.
—A veces pareces casi normal. Y otras veces, eres…
Sus labios se curvan.
—¿Soy qué?
—Rico.
Frunce el ceño como si hubiera dicho algo malo, aunque no puede ser
sorprendente que sea rico.
—Ropa. Juegos de mesa. Para eso sirve el dinero. No sirve para las
cosas importantes.
57
—¿Cómo qué? —Pregunto, con un tono desafiante.
Mira de nuevo a Paige. Baja el tono de voz.
—Como mantenerla a salvo.
La preocupación corre por mis venas.
—¿Qué significa eso?
—Estamos en un lugar nuevo. Ya sabes que le gusta esconderse.
Tendremos que vigilarla de cerca. Eso es todo lo que quiero decir. —Parece
sincero. Suena sincero.
Trago con fuerza.
—Beau, ¿alguien provocó ese incendio?
—Te dije que Causey es un bastardo. No dejes que se meta en tu
cabeza.
—Entonces, ¿qué lo inició?
—Todavía no lo saben, y no tiene sentido asumir lo peor. Hay un
millón de opciones en una casa vieja. Cableado defectuoso y materiales que
no están en regla.
—O alguien puso los productos químicos allí para provocar un
incendio. —Mi corazón late con fuerza ante esa posibilidad. Ha estado en mi
cabeza desde que el detective Joe Causey me interrogó.
—Éramos los únicos en la casa.
Me estremezco.
—Que nosotros sepamos.
—Era mitad de la noche. Estuvimos fuera de la casa y no vimos a
nadie de pie sosteniendo una lata de gasolina o encendiendo una cerilla.
—Cierto —digo, con la garganta seca. Excepto que esa noche estaba
muy oscura. Es aterrador pensar que podría haber alguien en los árboles
observándonos. Esperando a ver si moríamos en el fuego o salíamos vivos.
Tal vez queriendo acabar con nosotros, si el camión de bomberos no hubiera
llegado a tiempo.
58
—Tienes frío —dice, levantándome del sofá. Sus brazos me rodean,
pero no siento su calor. No tengo frío, precisamente. Tengo miedo. ¿Qué
clase de loco incendia una casa?
—¿Qué vamos a hacer? —Susurro.
—Vamos a contratar una empresa de construcción. Reconstruir.
Restaurar. Volver a mudarnos. Pagaré lo suficiente como para que dejen sus
otros trabajos para trabajar en el mío.
Entonces sabremos cómo sucedió, pero ¿cómo encontraremos a la
persona que lo hizo? Supongo que esa es una pregunta para la policía, pero
aprendí pronto a no confiar en la policía. O en los maestros. O en las
enfermeras. Tienen demasiado poder. Y los niños tienen muy poco. Miro a
Paige, preocupada por ella.
—Ella está bien —dice Beau, leyendo mi mente—. No quiero que se
preocupe. Tampoco quiero que tú te preocupes, pero tienes que mantener
la guardia alta. En caso…
—¿En caso de qué? —En caso de que quien haya provocado el incendio
lo intente de nuevo. Las palabras penden entre nosotros. Desearía que sus
ojos oscuros fueran burlones. Que estuviera burlándose. Haría que esto
fuera una broma, en lugar de algo serio.
Parece grave como la noche.
—En caso de que el detective Causey venga.
—Ya me interrogó.
Esboza una sonrisa sombría.
—No tengo ninguna duda de que volverá. Y basándome en la forma en
que trató de emboscar a Paige cuando salí del hospital, probablemente
también tratará de atraparte a ti sola.
—No dejaré que se acerque a Paige. —El detective me hizo sentir
incómoda. No sé si es mi viejo miedo a la autoridad o algo más profundo. En
cualquier caso, no voy a dejar que interrogue a Paige—. ¿Por qué es tan
sospechoso? Incluso si alguien provocó el incendio, debería estar
interrogando a otras personas. No solo a nosotros.
59
Beau se encoge de hombros.
—Está en su naturaleza.
Desvío la mirada, un poco nerviosa. Un poco asustada.
—La protegeré.
—Confío en que protegerás a Paige, pero necesito que hagas algo más
que eso. Necesito que te protejas a ti misma.
Un escalofrío recorre mi espalda.
—¿Crees que él es peligroso?
—Creo que no confío en nadie hasta que sepamos qué pasó esa noche.
—Eso solo hace que surjan más preguntas. Más preocupaciones. Cada cosa
que aprendo sobre Beau Rochester solo me arrastra a aguas más turbias.
Él debe verlo en mi rostro, porque da un pequeño respingo—. De todos
modos, Paige está descansando. Tú también deberías descansar.
—No, estoy bien.
Una mirada oscura.
—Eso no fue una sugerencia. Fue una orden.
Recuerdo las palabras de la señora Fairfax. Veo la forma en que lo
miras. Y más importante, veo la forma en que él te mira. Ahora me está
mirando, su mirada es un oscuro charco de secretos. ¿Qué piensa realmente
de mí? ¿Qué quiere de mí?
Lo mismo que yo quiero de él, posiblemente.
O nada en absoluto.
Te amo, maldita sea. Me dijo esas palabras cuando estábamos dentro
de la casa en llamas. Y lo peor es que las dijo en serio. Me dijo que su amor
es peligroso, pero se equivoca. Su amor no inició el fuego. Su amor no mató
a Emily Rochester.
—Un jefe no podría decirme que descanse —digo, casi gentil en mi
desaire—. Solo un amante podría hacerlo. Y tú ya has dejado claro que no
serás mío. Tu amor es peligroso, ¿recuerdas? Tu amor provoca incendios y
guerras. Tu amor es un huracán categoría cinco.
60
Su mirada se vuelve mordaz.
—Esto no es un juego.
Mis mejillas se calientan. Me va a romper el corazón.
—Aunque no me quieras, no puedes seguir creyendo eso. Olvídate de
mí. Paige te necesita.
Al escuchar su nombre murmurado, ella se revuelve. Hay un
murmullo, y luego sus ojos parpadean. Se está despertando. Beau la mira,
y en sus ojos oscuros, veo el amor que siente por ella. El miedo que siente
por ella, porque lo cree. Mi amor es peligroso.
Él sale de la habitación antes de que Paige se estire y se incorpore.
Vuelvo a sentirme rechazada, igual que en la cama del hospital. Avergonzada
y pequeña. Sobre todo, sola. Salvo que ahora tengo una niña pequeña
conmigo, con el cabello revuelto y ojos somnolientos. Ella me necesita.
Capítulo 8
Jane Mendoza
Traducido por OnlyNess
Corregido por Mayra. D

Al día siguiente me siento un poco más normal. Más bien como si me


hubieran golpeado con un martillo normal en lugar de un mazo. Los
moretones en mi cuerpo por la caída de escombros se están volviendo de un
feo color verde.
—Más jarabe que eso —dice Paige.
Está sentada en la isla de la cocina, con la mirada clavada en la mini
jarra que tengo en la mano. El jarabe ámbar se derrama sobre la pila de
61
panqueques que le he preparado. Marjorie se ha tomado la mañana libre,
dijo que tenía una cita, así que solo estamos nosotras en la cocina.
—Más que eso.
—Tus panqueques van a flotar.
—Entonces haz que floten —dice, con expresión seria.
Vierto lentamente hasta el borde, casi haciendo flotar los panqueques
en la resistente vajilla que utiliza Marjorie, y luego dejo de verter con una
carcajada.
—Vamos a guardar un poco para mí.
—¿Se ha acabado todo? —pregunta Beau desde la puerta. Tiene una
pila de papeles en las manos. No sé cómo puede estar leyéndolos, caminando
ida y vuelta al ritmo que lo hace. Vuelve a la cocina, se detiene en la puerta
y se va de nuevo.
—No del todo. —Dirijo mi mirada hacia el armario. Marjorie es una
propietaria demasiado competente como para quedarse sin jarabe—. Pero
podríamos estar cerca si Paige necesita que sus panqueques naveguen en
un océano de jarabe.
Ella me sonríe con la boca llena de panqueques. Mi corazón se estruja.
Ha estado tan pálida, callada e inquieta desde el incendio, pero esta mañana
parece que está empezando a acostumbrarse. Quizá todos lo estemos
haciendo. Tan pronto como lo pienso, vuelvo a ser consciente de mi ropa.
Tejido grueso, caro y suave. No es el algodón resistente del que están hechas
la mayoría de las prendas usadas.
Desde fuera, nadie podría decir que no pertenezco realmente a este
lugar con Beau y Paige. Todo lo que verían, si miraran por la ventana, sería
a una mujer y una niña preparando el desayuno, y un hombre rondando
como una polilla atraída por una llama una y otra vez. Probablemente verían
una pequeña familia.
No hay nadie ahí fuera, pero cuando me doy la vuelta para voltear los
panqueques, miro por la ventana. Nada más que un día fresco y despejado.
Ya hace calor fuera. La luz del sol es muy agradable. Las plantas comienzan
a florecer tímidamente. Hace un calor inusual, según Marjorie. Lo
suficientemente cálido como para que la gente se bañe en el océano. Yo no. 62
Iré a la playa con Paige, pero nos limitaremos a hacer castillos de arena lejos
de la orilla del agua fría.
Beau se apoya en el marco de la puerta y examina los papeles que ha
traído.
—¿Quieres panqueques? —Paige estira el cuello para mirarlo.
Sus ojos abandonan los papeles para encontrarse con los de ella, y
luego se dirigen a los míos. Se me acelera el pulso. ¿Hay anhelo en sus ojos?
¿Beau Rochester quiere que lo inviten a sentarse a desayunar con nosotras?
Eso es lo que pasaría en esa familia tan perfecta. Les serviría panqueque en
la isla de la cocina. Él se sentaría junto a Paige y se burlaría de la cantidad
de jarabe que había en su plato. Me reiría. Seríamos felices.
Beau parpadea como si estuviera despejando una visión similar de su
mente.
—Estoy bien. Gracias, cariño.
Paige frunce los labios con un mohín, pero éste desaparece con la
misma rapidez. Los pasos de Beau suben las escaleras hasta el segundo
piso. Una puerta se cierra con un suave chasquido justo cuando se abre la
puerta trasera.
Mateo entra desde el exterior, bañado por la luz dorada de la mañana,
con el mismo aspecto que una estrella de cine ultra-caliente.
Porque él es una estrella de cine ultra-caliente.
En este momento, tiene aspecto de serlo. Tiene una toalla colgando de
sus caderas, sostenida en su lugar con uno de sus puños, y su cabello
oscuro brilla. Se pasa una mano por él, despeinándolo, y me muestra una
sonrisa que parece tan cara como sus abdominales esculpidos.
Sus abdominales.
Que están en exhibición. Completamente. Si la toalla se moviera un
centímetro más…
—Buenos días, Jane. Hola, Paige.
Recuerdo que estoy mirando a un ser humano y no a un cartel de cine
y casi dejo caer la espátula en la sartén. Mi rostro se calienta. No es que me
atraiga Mateo. Simplemente es atractivo. Es una reacción natural en 63
presencia de un hombre magnífico como él.
—Buenos días, Mateo. ¿Cómo estuvo tu nado?
Estimulante —responde. No se ha secado del todo, a pesar de la toalla.
Las gotas de agua aún se adhieren a sus hombros y a las crestas de sus
abdominales. Tengo que dejar de mirarlo inmediatamente—. Despeja mi
cabeza despertar de esa manera. Directamente de la cama al mar.
—¿Lo hace? Creo que me congelaría.
—No te congelas si tu cuerpo se mantiene en movimiento. Además, el
océano es más cálido de lo que parece en esta época del año. Una vez que
estás dentro no es tan malo.
—Sí, pero esos primeros pasos son suficientes para hacer que una
chica cambie de opinión.
—Siempre es más duro por debajo de la cintura —dice Mateo.
—¿Qué cosa? —Pregunta Beau desde la puerta—. Piensa tu respuesta
antes de decirla, Mateo.
Beau Rochester

Volví aquí por unos malditos panqueques, y qué encuentro… a Mateo


semidesnudo en la cocina, coqueteando con su trasero.
Con Jane. Mi Jane.
Y sé que ella no es mía. Sé que tal vez nunca lo sea. Pero que me jodan
si dejo que esto suceda bajo el techo de esta posada. Que me jodan si dejo
que esto suceda mientras estoy en la misma casa.
Jane se sonroja.
—¿Te decidiste por los panqueques después de todo?
64
—Sí. —Entro a grandes zancadas en la cocina, tiro la carpeta al otro
lado de la isla y tomo asiento junto a Paige—. Si todavía las estás haciendo.
O tal vez quieras algunos.
Ella muerde su labio.
—Sí quiero, pero los haré al mismo tiempo que los tuyos.
—Beau —dice Mateo. Sus palabras significan: Cálmate de una maldita
vez.
—¿Y tú? —Lo miro a los ojos y trato de controlar esta sensación de
irritación. No me gusta la forma en que miró a Jane. No me gusta la forma
en que le habló. Y no tengo derecho a decir nada—. ¿Estás aquí para comer
panqueques?
—Sí —dice Paige—. ¿Y tú?
Él está parado allí con una toalla, y es obvio que estoy enojado y trato
de ocultarlo. Todo esto es tan ridículo que podría reírme. Excepto que lo que
quiero hacer es sujetar a Jane al mostrador y besarla delante de él para que
quede claro a quién debe pertenecer.
—Por supuesto —dice Mateo—. Siempre que esté bien para todos.
—Por supuesto. —Lo digo demasiado alto y Jane mira entre Mateo y
yo. Es como si no pudiera decidir si sonreír o fruncir el ceño. No puedo
decidir si este es el momento más incómodo de mi vida o si es algo normal.
Mateo echa un vistazo a la escena frente a él. Paige, con el tenedor en
el puño. Yo, con las dos manos sobre la mesa, intentando no darle un
puñetazo.
—Déjame ir a cambiarme, y volveré para los panqueques.
—Genial.
Se va, y la tensión disminuye en la habitación. Jane vuelve a la cocina
y pone tres panqueques más en un plato. Lo desliza frente a mí.
—¿Estás bien?
—Sí. Todo está bien. La casa se quemó y Mateo anda por aquí
desnudo.
—Tenía una toalla puesta. 65
—Estaba coqueteando contigo con ella puesta. —Paige está absorta
en sus panqueques, cortándolos en trocitos y sumergiéndolos en el jarabe,
tarareando una canción en voz baja.
—¿Y? —Jane arquea una ceja y sus mejillas se vuelven rosas—. No
significa nada. Así es como es él. Y además, está soltero.
—Siempre está soltero. Siempre está lo suficientemente soltero como
para ir detrás de la mujer disponible más cercana.
Su mirada oscura me desafía a decirlo. Me quedo congelado con el
tenedor a medio camino de los panqueques. Quiero mi boca en la suya.
Quiero su cuerpo contra el mío. No quiero nada más.
—Esa sería yo —dice. Su timidez se desvanece poco a poco. No puedo
evitar sentirme orgulloso de ella, aunque eso rompa mi sensación de
control—. La mujer disponible más cercana.
—¿Crees que estás disponible para él?
—No lo sé. Dígamelo usted, señor Rochester.
Paige levanta un bocado de panqueque en su tenedor y lo sostiene a
la luz. Diez segundos más de Jane mirándome así y terminaré esto, aquí y
ahora, malditas sean las consecuencias. Le diré la verdad, que ella es mía,
y Mateo Garza, el actor ganador del Oscar y rompecorazones nacional, en
una maldita toalla nunca cambiará eso. Incluso si me equivoco con ella. Mi
amor es peligroso, pero es jodidamente real.
—No pienses ni por un instante, Jane, que estás…
—Estoy de vuelta —anuncia Mateo, tras ponerse una camiseta sin
secarse. La tela de red se amolda a sus músculos. Se desliza en el taburete
junto al mío.
Me obligo a relajarme. Esta tensión no era entre él y Paige. Es entre
nosotros dos. Eso es lo que siento en esta habitación.
—¿Cómo están los panqueques? —pregunta.
Me trago el resto de la oración.
—Deliciosos —le digo, manteniendo mi mirada en Jane—. Saben
mejor que cualquier cosa que haya comido.
66
Capítulo 9
Beau Rochester
Traducido por OnlyNess
Corregido por Mayra. D

El océano avanza, avanza, avanza, siempre moviéndose por encima de


la orilla, pero sin llegar nunca a alcanzarla. La luz de la luna parpadea en
la superficie. Vuelvo a estar sentado en el sillón, esperando a Jane, si soy
sincero. Escucho el sonido del agua en las tuberías. Pasos en el suelo.
Y luego toda la posada se silenció.
Pasó una hora.
67
Luego dos.
Ella no vendrá a visitarme de nuevo, para reprenderme y, desde luego,
no para tener sexo conmigo. Solo puedo culparme a mí mismo, pero eso no
detiene la frustración. Ahora tengo que imaginarla llamando a la puerta de
Mateo. Eso no hace que mi polla esté menos dura. Está palpitante,
hambrienta, anhelando estar dentro de cierta mujer que está a pocos
metros.
El océano proporciona la banda sonora rítmica a mi deseo.
Tal vez me quede dormido. Me despierta el sonido de un grito en el
pasillo. Mis articulaciones se han entumecido con el aire fresco de la noche,
mi pierna grita en señal de protesta, pero atravieso la habitación a grandes
zancadas. Solo hay un pensamiento: Paige. Tuvo pesadillas cuando sus
padres murieron.
Tal vez el fuego las haya despertado de nuevo.
El pasillo es de un negro asombroso, como sumergirse en el océano.
No hay ventanas. No hay luz de luna. Me muevo por el sentido y el tacto.
Encuentro la veta de la madera de su puerta debajo de la palma de mi mano.
Tanteo el papel pintado hasta llegar al interruptor.
La lámpara proyecta un resplandor amarillo en la habitación.
Una pequeña figura duerme bajo las sábanas, muy quieta. Me acerco.
Unas pálidas pestañas descansan contra su mejilla. Los rizos rubios se
extienden por la almohada. Una pequeña mano está entreabierta,
desprotegida en este momento. Siento una punzada de protección. La
certeza de que me arrojaría delante de un tren por esta niña. Que bajaría la
luna si ella lo necesitara.
Se ve dulce, pero también profundamente dormida. Incluso pacífica.
¿Terminó su pesadilla? ¿Me lo imaginé?
Gatita levanta la vista de su letargo, sus ojos de gato brillan en la
oscuridad. Está acurrucada contra el costado de Paige. La gatita también
parece somnolienta. Como si fuera yo quien la molestara. Ella ya estaría
despierta si Paige hubiera estado dando vueltas en la cama.
El grito vuelve a sonar, esta vez más fuerte y claro. No venía de esta
habitación en absoluto. Viene de la habitación de al lado, y a través de la
68
pared, puedo sentir la urgencia. El miedo. Salgo de la habitación, con
cuidado de apagar la luz y cerrar la puerta. Silencio, silencio.
Me detengo justo delante de la puerta de Jane, preguntándome si debo
llamar, debatiendo la conveniencia de entrar. Por supuesto, no hay debate.
No es apropiado. Soy su jefe. No tengo derecho a entrar en su habitación.
El pomo gira en mi mano. Abro la puerta de un empujón y me
encuentro con la oscuridad más absoluta. Alguien ha cerrado las cortinas
de esta habitación. La luz de la luna apenas penetra en la tela. Esta vez no
me molesto en encender la luz. No es lo que ella necesita.
En vez de eso, me muevo por la habitación, dejando que mis ojos se
adapten a la luz de la luna.
Las sombras cubren la gran cama. Ella parece más grande que Paige,
pero no mucho. Sigue siendo pequeña y vulnerable. Jane hace aflorar en mí
el instinto protector, aunque es muy diferente con esta mujer adulta. Se
siente más oscuro. Posesivo. Sexual. Excepto, por supuesto, que no puedo
tener sexo con ella. Por su propio bien. Por el mío. Por la seguridad de esta
pequeña familia disfuncional.
Un suave grito proviene de la cama, y apoyo una rodilla sobre el
colchón. Eso la hace rodar hacia mí. Agarro su brazo y lo sacudo.
Ella se agita en la cama, luchando contra las sábanas, luchando
contra mí. Luchando contra demonios invisibles.
—Jane —digo, sacudiéndola más fuerte—. Despierta.
Un puño aterriza en mi pecho. Mi mandíbula. Gruño cuando consigue
darme un rodillazo en el estómago.
Agarro las manos y las sujeto contra la cama.
—Maldita sea, despierta.
Un grito ahogado. Entonces abre mucho los ojos. Puedo ver el blanco
en la oscuridad, el miedo que vibra en su cuerpo. La miro fijamente,
abrazándola, deseando que sepa que está a salvo. El alivio la golpea como
un maremoto. Sus ojos se cierran. Su cuerpo se relaja en mis brazos.
—Beau —dice, con voz ronca e íntima. Es el sonido de una mujer que
69
acaba de despertarse en la misma cama. El sonido de una mujer con su
amante.
Mi polla se endurece. Su dulce aroma somnoliento, su cálida
suavidad, todo ello hace que el hambre apriete en mi cuerpo. Quiero besar
cada pensamiento oscuro. Quiero acabar con sus pesadillas. Me conformo
con retroceder con un asentimiento formal.
—Has tenido una pesadilla.
Ella extiende su brazo. Su mano se detiene en el aire, es detenida por
cada barrera entre nosotros. Es mucho más joven que yo. Demasiado
inocente para las imágenes que pasan por mi mente. Quiere consuelo, no
sexo, pero es demasiado ingenua para saber la diferencia.
Tal vez yo también sea ingenuo.
Un fuerte latido corre por mis venas. Tomarla. Marcarla. Hacerla mía.
Me he alejado de tratos millonarios, pero me parece imposible alejarme de
ella. Ella es una sirena. Me arrojaré contra los acantilados escarpados,
tiñendo el océano de rosa con mi sangre.
Su mano flota en el aire. Indecisión. Incertidumbre.
Un suspiro sale de ella.
—¿Puedes abrazarme?
¿Puedo abrazarla sin follarla? No estoy seguro. Es una petición de
pureza, pero no hay nada puro en mis pensamientos. Aléjate mientras
puedas. Demasiado tarde para eso. Presiono mi rostro contra su mano,
respirando el aroma salado de su piel, presionando un beso en el pulso
agitado de su muñeca. ¿Cómo puedo apartarme de ella cuando necesita
algo, cualquier cosa?
Esto no tiene nada que ver con Beau Rochester. Eso es lo que me digo
a mí mismo. Soy un cuerpo cálido. Una cura temporal para la soledad y el
miedo. Así que me deslizo debajo de la manta floreada. Su cuerpo se
acurruca en mis brazos como si estuviera hecho para ser abrazado por mí.
Apoyo la barbilla en la parte superior de su cabeza, con los ojos muy
abiertos en la oscuridad. ¿Cómo diablos voy a alejarme? ¿Cómo puedo vivir
sin abrazarla cada segundo de cada maldito día?
—Te abrazaré hasta que te duermas —murmuro, sabiendo que tendré
70
que irme.
—Gracias —susurra, su cálido aliento golpea contra mi pecho.
El terror se despliega en mi estómago. Así fue como empezó el fuego.
Me perdí en ella y bajé la guardia. Si cedía y la tocaba, o peor aún, si dormía
la noche con ella en mis brazos, volveríamos a estar en peligro. Tal vez no
esta noche o mañana por la noche, pero solo sería cuestión de tiempo.
¿Cuándo aprendí que el amor significaba peligro?
Antes del incendio. Antes de que los padres de Paige se ahogaran. No,
lo aprendí de niño, cuando me daban una paliza detrás de la escuela
primaria. Cuando tosí mi propio diente, cuando luché con tanta fuerza que
hasta Joe Causey, el matón dos años mayor y unos buenos quince kilos más
pesado, retrocedió, con mi hermano observando con oscura fascinación.
Jane se mueve en mis brazos, inquieta. Está buscando algo.
¿Comodidad? ¿Seguridad? Mi cerebro primitivo cree que está buscando
placer, y yo estoy condenadamente dispuesto a dárselo.
—¿De qué trataba tu pesadilla? —pregunto. Es una pregunta cruel.
Una pregunta capciosa, porque no hay nada más que salpique con agua fría
mi lujuria que escuchar su miedo.
—Tú —susurra, y me quedo inmóvil en shock.
Hay una verdadera tragedia en su pasado. Abusos y penurias. Apenas
salimos de un maldito infierno, pero no son esas cosas con las que sueña.
—¿Yo?
—Estabas enojado conmigo.
Enojado porque casi muere en el incendio. Enojado porque no pude
salvarla. No hay aire en mis pulmones. Se siente como si me hubieran dado
un puñetazo en mi estómago. Duele más que cualquier cosa que Joe Causey
pudiera hacerme.
—Cariño.
—No podía dejarte.
Un escalofrío recorre mi cuerpo. 71
—Dios, cariño. Por supuesto que no podías. Era demasiado pedirte,
vivir con ese conocimiento. Y era demasiado pedirme a mí, ver cómo te
quemabas. Fue una maldita noche nefasta ambos arruinados. Perdóname,
perdóname.
—Sí —dice ella con un susurro entrecortado—. Sí. Sí. Sí. —Debería
estar aterrorizada por mis divagaciones cargadas de culpa, pero parece
entender. Se mueve como para acercarse, aunque apenas parece posible. Se
meterá dentro de mí. Ella se enterrará debajo de mi piel.
La abrazo tan fuerte como lo hice en el fuego, mis dedos
probablemente dejen moretones. No hay llamas. No hay cenizas que caigan.
Solo la certeza de que si no la sostengo, la perderé.
—Déjame —le digo, pasando una mano por su cadera y entre sus
muslos. Estoy rompiendo mi propia regla, pero no me importa—. Déjame
hacerlo mejor. Te tocaré hasta que te vengas en la palma de mi mano, hasta
que estés resbaladiza y desordenada. Te tocaré hasta que te olvides de la
pesadilla.
Sus caderas se alejan de mis manos inquisitivas. Y luego vuelve. Esta
mujer, esta diosa, está asustada. Yo la hice así. Acaricio su sexo en señal de
disculpa. Para tranquilizarla. Puedo ser un bastardo de corazón frío, pero
su cuerpo confía en mí. Ya está mojada. ¿Estaba resbalosa cuando soñaba
conmigo? ¿Mientras se retorcía en su pesadilla? ¿Sabía, incluso entonces,
que yo la besaría mejor? Paso mi dedo medio por la piel resbaladiza. Mi polla
se flexiona en mis jeans, deseando esa humedad, deseando este calor. No.
Esto no se trata de mí. Se trata de Jane.
La yema de mi dedo hace círculos alrededor de su clítoris. Una vez.
Dos veces. Tres veces y ella mueve sus caderas. Ella está tan hambrienta.
Tal vez esta es la medicina que necesita. No los frascos de pastillas naranjas
que el hospital envió a casa. Ni las vendas mariposa o el bálsamo. Necesita
que folle su coño con mis dedos, con mi lengua. Mi polla. Cualquier cosa
funcionará.
—Beau —dice, la palabra termina con un gemido—. Necesito...
necesito…
—Dilo por mí, cariño. Dime lo que necesita este pequeño coño.
Sus manos se aferran a mi camisa, a mi cabello. Se está ahogando en
72
sensaciones, y yo soy la corriente que la arrastra al fondo.
—A ti —musita.
Mi respiración se entrecorta ante la admisión. Solo hay una pequeña
pausa, una fracción de segundo en la que me pregunto qué demonios estoy
haciendo aquí, en la que navego por el acantilado, en mi camino hacia abajo.
Luego estoy encima de ella, rodeándola, besándola como si esta fuera la
última oportunidad que tendré. Introduzco dos dedos en su dulce coño. Sus
músculos internos me empujan más profundamente, y gimo por la dulce
sensación. Quiero sentirla alrededor de mi polla, pero sé que no me lo
merezco. Todavía no.
Desciendo por su cuerpo y abro sus piernas. Se retuerce, sintiendo a
dónde voy, lo que estoy haciendo. Ya la he probado antes, pero entonces
estaba borracha. Ahora está sobria. Y tímida. Eso me pone más duro, por
supuesto. Todo lo que ella hace me pone más duro. Estoy decidido a hacer
esto, a mostrarle mi disculpa de esta manera. Mis palmas separan sus
muslos y me la revelan, toda una rendición oscura y almizclada. Presiono
mi rostro contra su sexo y me acurruco entre sus rizos, deleitándome con
su aroma salado. Dios, es deliciosa. Mujer y deseo. Encuentro su centro
resbaladizo. Deslizo mi lengua de abajo hacia arriba, sintiendo su suavidad,
su piel secreta. En la parte superior, golpeo su clítoris, el lugar que toqué
con mi dedo medio, hago círculos con mi lengua. Ella gime.
Sus caderas se balancean con pequeños movimientos desesperados.
No tengo ningún deseo de apresurarla hasta la línea de meta. No cuando mi
polla palpita contra las sábanas de la cama, goteando liquido preseminal
sobre ellas. Quiero prolongar esto, para su placer y mi dolor.
Escribo un mensaje en su clítoris, el lugar más sensible de su cuerpo
con la parte más táctil del mío, dibujando cada letra con un latigazo. TE
AMO.
Y luego continúo, MALDITA SEA.
Al final emite pequeños sollozos. Tengo que sujetar sus caderas para
mantenerla estable. Su cuerpo se ondula contra el colchón. Está
malditamente cerca de rogarme que la folle, y mi polla quiere hacerlo, pero
algo me detiene. Culpa. Miedo. La sensación de que, si me la follo, si duermo
en su cama, volveremos a despertar en un furioso incendio.
73
Ataco su clítoris con concentración, con la intensidad que no puedo
darle. Deletreo las palabras que no puedo decir, hasta que se deshace en
mis brazos, su coño húmedo contra mi boca, su deseo dulce mientras lo
lamo. Se derrumba en la cama, con el cuerpo flácido. Me muevo para
acostarme a su lado. Sí, mi polla jodidamente duele. También me duele la
pierna. Es un dolor que me he ganado. Dolor que merezco. No estoy seguro
de cuándo comenzaron mis delitos. ¿Fue cuando arriesgué la vida de Jane
en el incendio? ¿O fue antes, cuando me alejé de Emily cuando ella me
necesitaba? No puedo ser lo que una mujer necesita. Solo la lastimaré. Es
inevitable.
Ella se inclina sobre mi cuerpo, con sus piernas a horcajadas sobre
mí, una diosa emergiendo del agua, toda piel bronceada y cabello oscuro,
sus manos inseguras están sobre mi polla. Gruño contra el repentino placer,
las urgencia de venirme aquí mismo. Observo por debajo de mis ojos
entrecerrados mientras levanta su cuerpo.
—¿Esto está bien? —pregunta, sin aliento, ajustando la cabeza de mi
polla contra su centro resbaladizo.
Si fuera un mejor hombre, un buen hombre, tomaría sus caderas en
mis manos. Me colocaría sobre ella y la follaría, lo haría más fácil, pero en
lugar de eso la veo luchar. Disfruto de cada roce de sus suaves y torpes
dedos contra mi dureza. Disfruto del incómodo ángulo de su cuerpo
mientras monta a un hombre por primera vez. Por un momento, parece que
no va a suceder, que vamos a estar siempre en este precipicio, el ángulo
equivocado, con el más leve mordisco de dolor… y entonces, de repente, se
desliza hacia abajo. Estamos completamente conectados, sin esfuerzo, su
cuerpo envuelve completamente el mío, sus caderas se apoyan sobre mí.
—Oh —dice, con los ojos muy abiertos de asombro.
—Sí —gruño—. Así.
No hay un ritmo constante. Ella aún no lo sabe, y esa pizca de
inocencia hace que me duela el pecho. Dejo que me monte en arranques
abruptos y ansiosos. Mi polla no nota la diferencia. Solo quiere estar dentro
de ella. Dentro de su dulce calor. Sus manos se apoyan en mi pecho,
tomando fuerza de mí. Así es como quiero que esté, siempre apoyada en mí,
siempre necesitándome.
Coloco mi pulgar contra su clítoris, ligeramente, sin esfuerzo. Solo lo
74
suficiente para que pueda rozarme cada vez que se balancea hacia delante.
Se queda sin aliento. Ahora que tiene el incentivo adecuado, encuentra el
ritmo, presionando su clítoris contra mi pulgar, una y otra vez, su suave
perla contra mi yema callosa, volviéndose cada vez más resbaladiza
alrededor de mi polla. Sus ojos se cierran mientras se pierde en el placer,
pero yo no puedo hacer lo mismo. No puedo cerrar los ojos. No puedo apartar
mi mirada de la diosa que me cabalga, sus pechos se mueven con una gracia
erótica, su rostro es hermoso mientras alcanza el clímax. Su coño aprieta
con fuerza, arrastrándome a un orgasmo, ordeñando mi polla mientras me
estremezco y siento dolor debajo de ella.
Capítulo 10
Beau Rochester
Traducido por OnlyNess
Corregido por Mayra. D

Jane Mendoza es una de esas mujeres que obtienen energía del sexo
intenso. Sus ojos están muy abiertos en la oscuridad. Y es parlanchina.
Encuentro este hecho sobre ella increíblemente caliente. Me hace querer
follarla de nuevo solo para saber qué más compartirá.
Desafortunadamente, está bastante cansada. Y necesita descansar.
No voy a follarla hasta un estado de agotamiento deshidratado en el que
tenga que regresar al hospital. 75
—Deberías dormir —digo, presionando un beso en su frente.
—No quiero.
Entrecierro los ojos.
—¿Quién es la niñera aquí?
Ella se estira, sus extremidades son largas y sinuosas a la luz de la
luna, su piel es del color de la arena por la noche.
—En serio, siento que podría correr una maratón ahora mismo.
—Y algún día, te follaré tan bien, tan fuerte y durante tanto tiempo,
luego te enviaré con una botella de agua y veremos si funciona. ¿Pero ahora
mismo? Necesitas dormir.
—Espera. —Sus ojos parecen serios ahora. Se mueve para que
estemos frente a frente. Sus extremidades se mueven contra las mías debajo
de las sábanas, sus piernas se sienten suaves contra mis vellos ásperos, el
suave roce hace que mi polla se agite. Quiero que se abra debajo de mí.
¿Podré tener suficiente de ella?
Ese pensamiento me da hambre y miedo a la vez.
¿Y si siempre estoy tan desesperado por probarla? ¿Qué pasa si
siempre me cuesta tanto meterme dentro de ella? Cada vez que la toco, mi
necesidad parece crecer. Mis sentimientos por Emily eran abrumadores.
Obsesivos. Y casi me matan. Hay una posibilidad real de que la hayan
matado. Lo que siento por Jane es mucho más profundo, mucho más
oscuro. ¿Y si nunca salimos del abismo?
—¿Qué? —Murmuro, incapaz de mirarla a los ojos, incapaz de
apartarme. La envuelvo con fuerza en mis brazos, lo suficiente como para
esperar que se retuerza o jadee. No hace ninguna de las dos cosas.
—Me viste soñando.
—Estaba oscuro, pero técnicamente, sí.
—Y tú conoces mis… secretos. —Su voz se vuelve baja, pero de una
manera sensual. Está asustada. Como si estuviera pensando en aquella
noche del fuego, cuando me contó cómo perdió la virginidad. Con el bastardo
que se suponía que debía cuidarla.
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—Y ahora quiero buscar a alguien y dispararle. —Voy a hacerlo, en
realidad. No con una pistola, aunque suena divertido. Tal vez con mis puños
desnudos. O tal vez lo aplastaré con dinero. Todos suenan como un
momento divertido. Voy a disfrutar arruinando absolutamente a ese
hombre. Pero ella no necesita saber nada de eso.
Sus pestañas rozan sus mejillas. No quiere mirarme. Es tímida,
incluso cuando su coño está todavía húmedo e hinchado por mi polla. Es
desgarrador.
—Quiero que me cuentes algo sobre ti. Algo que los demás no sepan.
—¿Es una especie de juego?
—No, es una especie de intimidad. Para que no me sienta tan…
desnuda.
—Me gustas desnuda —digo, mirándola para probar el punto. Dios,
es hermosa. Esas pequeñas tetas, el tamaño perfecto, justo para tocar y
pellizcar sus pezones rosa oscuro. Quiero venirme en ellos la próxima vez.
Quiero mucho más que eso, pero tengo miedo de asustarla. Así que le doy
un dato muy básico y aburrido sobre mí que nadie conoce—. Odio la
langosta.
—¿Odias las langostas?
—No, quiero decir que las odio como animales, claro, pero
específicamente odio su sabor. Básicamente se alimentan en el fondo, por
lo que obtienes toda la contaminación del océano. Concentrada en unas
pocas onzas de carne. Y simplemente la untan con mantequilla para que
nadie note el sabor de los residuos químicos.
—Pero a todo el mundo le gusta la langosta.
—Cuando Maine todavía era una colonia, solo los pobres comían
langosta. El ganado comía langosta. Los prisioneros comían tanta langosta
que se consideraba un castigo cruel e inusual.
—Está bien, pero esto no cuenta como intimidad.
—¿Qué? Nunca le dije eso a nadie.
—Porque es un dato aleatorio. No porque sea importante para ti. 77
Suspiro.
—Odio este juego.
—No es un juego —dice, dándome una palmada en el pecho—. Ya te
lo he dicho. Intimidad.
—Bien. Bien. Aquí hay algo que nadie sabe. Y algo que es importante
para mí. Solo uso calzoncillos bóxers. Los bóxers comunes son demasiado
flojos. Los calzoncillos son demasiado apretados. Los calzoncillos bóxers son
perfectos.
—Oh Dios —dice ella, exasperada.
—¿Qué?
Aspira una bocanada de aire, como si estuviera reuniendo coraje.
—Háblame de Emily.
Dejo de moverme. Todos los músculos de mi cuerpo se paralizan.
Incluso mi corazón.
—¿Qué pasa con ella?
—No lo sé. Dime cualquier cosa. Háblame de ella.
Creí entender lo que era para Jane compartir esa historia conmigo.
Sería difícil. Se sentiría nerviosa, naturalmente. Eso fue aparentemente un
enorme eufemismo.
En realidad, compartir cosas duras se siente como cuchillos dentro de
mi estómago. Supongo que esto es la intimidad, abrir tus viejas cicatrices
para mostrarle a la gente el interior de ellas.
—Ella se mudó a la ciudad. Me enamoré de ella. Con fuerza.
—¿Era hermosa?
—Era todo lo que yo creía que debía ser una mujer, a pesar de que en
ese entonces solo teníamos diecisiete años. Hermosa. Inteligente. Tenía una
forma de comportarse que hacía que todo el mundo la mirara dos veces. —
Esbozo una sonrisa triste—. Y tal vez me gustaba porque me hizo trabajar
por ello. La perseguí durante todo el último año, pero no me dejó pasar de
la segunda base.
78
Jane hace una mueca.
—No tan fácil como yo.
—Nada en ti es fácil —digo con un suspiro, presionando mi rostro
contra su estómago.
—Solo lo dices porque quieres que vuelva a tener sexo contigo.
—Oh, definitivamente vas a tener sexo conmigo otra vez. Pero no te
pareces en nada a ella. Era un juego. Ella sabía que era un juego. Las dos
lo sabíamos. Coquetear con todos los chicos y ver quién gana una cita.
—¿Y tú fuiste el ganador?
—Pensé que lo era. Me sentí como un ganador. Ella era mía. Mi novia.
Estábamos saliendo juntos. Pero ella quería más que una casa frente al mar.
Más que una vida de langosteros. Entonces comencé a construir mi negocio.
Los inversores me querían en Los Ángeles, donde pudiera establecer
contactos con las personas de financiación adecuadas y formar un equipo
de desarrolladores. Dejé el anillo de mi graduación en su dedo.
—¿Como un anillo de compromiso?
—Un anillo de promesa, como mínimo. Pensé que me esperaría. O al
menos llamar si se cansaba de esperar. —Es una tontería, pero me
encuentro tocando su dedo. Su cuarto dedo, donde iría un anillo.
Ella entrelaza su mano con la mía.
—Fui lo suficientemente engreído como para no esperar una carta de
Querido John, pero seguro que no esperaba que viniera de mi hermano. Me
llamó para decirme que se habían comprometido.
—Oh, Beau.
—No es una historia triste. Bueno, fue triste en ese momento. Estaba
enojado. Y luego borracho. Y luego enojado de nuevo. Pero en realidad fue
la culminación natural de lo que habíamos estado haciendo todo el tiempo.
Ser unos imbéciles a los que les importaba más ganar que cualquier otra
cosa.
—¿Alguna vez hablaste con ella de eso?
—El negocio ya era exitoso. Después de que pasó eso, presioné con 79
fuerza para obtener una compra. Un gran día de pago para todos. Quería el
dinero, el éxito, para mostrarle lo que se estaba perdiendo. Pero entonces,
en un abrir y cerrar de ojos, ella estaba casada con él, y ya no importaba
una mierda.
—Por supuesto que importaba. La amabas.
—El amor. Qué idea tan extraña.
Ella pone una mano en mi pecho. Emoción. Eso es lo que ella quiere
decir. Lo que sucede en lo más profundo de mi corazón, en los huesos y los
tendones de mi cuerpo, pero en cambio solo siento lo que está en la
superficie. El ligero peso de su mano, la suavidad de su palma, las ganas
que tengo de que siga bajando el brazo.
—La amabas. Y querías a Rhys. Si no, no te habría dolido cuando te
traicionaron.
—O tal vez simplemente no me gustaba perder. Sea cual sea la razón,
tenía más dinero que sentido común. Ya conocía a Mateo. Era fácil caer en
su grupo con dinero para tirar.
—Y de repente desapareciste.
Sus ojos están tan oscuros y tan abiertos. Luminosos. Aparto un
mechón de cabello de su rostro.
—La forma en que me miras… con tanta confianza. Y amabilidad. Es
solo porque crees que soy otra persona. Si conocieras mi verdadero yo, me
mirarías de otra manera.
Pone los ojos en blanco.
—Podría decir lo mismo.
Excepto que ella está equivocada. Ya he visto su esencia. Su bondad
inherente. Esto no es un juego para ella. Debería haberlo sabido. Nunca debí
haberla tocado. Esto no ha sido un juego para ella, y lo peor, tampoco lo ha
sido para mí.
—Un día Emily se presentó en mi ático. Yo estaba borracho. Y
completamente sorprendido. Ella había estado discutiendo con Rhys, dijo.
Se estaban divorciando.
Jane toma aire. Ella puede ver a dónde va esto. 80
—Sí. —Dejo caer mi cabeza sobre la almohada, sintiéndome como un
bastardo por millonésima vez—. Me acosté con ella. Fue una estupidez. Y
fue malo. Y fue un engaño.
—Porque ella en realidad no se estaba divorciando, ¿verdad?
—No. Quiero decir, tal vez ella pensó en eso, pero no iba a suceder.
Incluso mientras me la follaba, ella tenía que saber que era un polvo por
venganza. No me iba a casar con la ex de mi hermano. La envié de vuelta
con él.
—Por eso te duele tanto —dice, plantando un beso en mi brazo—. Te
sientes culpable.
—Claro que me siento culpable. Así es como deberían sentirse las
personas culpables. Culpable.
—Él te la robó primero.
—Eso no lo hace mejor. Nunca hablé con él después de ese día. No
pude. No sé si incluso quería que lo llamara. Al final éramos básicamente
extraños.
—Eras de la familia.
—Cuando recibí la llamada sobre el accidente, me juré a mí mismo
que si se despertaba del coma, lo hablaríamos. Le contaría lo que había
pasado, para ver si todavía quería ser mi hermano. Pero nunca se despertó.
Finalmente, los médicos me aconsejaron que lo desconectara.
—Oh, Dios mío.
—Allí mismo, en el Hospital Regional, caminando por los mismos pisos
de baldosas azules y rojas que recorrí para encontrarte aquella noche. Me
dieron unos minutos para hablar con él antes de hacerlo. Podría habérselo
dicho entonces. En realidad, no habría importado. Juraron que no había
actividad cerebral. Pero entonces pensé, ¿y si se equivocan? ¿Y si hay una
posibilidad de que se equivoquen, y él me escuche, pero no pueda
insultarme? Se veía tan jodidamente pequeño en esa cama. No podría
haberme golpeado, y yo merecía ser golpeado. Así que no se lo dije. Me fui
con ese secreto.
81
—Oye —dice, apoyando la barbilla en la palma de su mano. Su cabello
hace esta cosa de caída sexy sobre mi pecho—. Tenías una relación tóxica
con tu hermano. Estas cosas pasan, pero no eres una mala persona.
Reaccionaste por dolor. No querías hacerle daño, y desearías retractarte...
dondequiera que esté, lo sabe ahora.
Rhys es un bastardo, y sea cual sea el infierno en el que esté, espero
que arda. No le digo eso. No le digo lo que descubrí en el diario de Emily el
día después de desconectar a mi hermano. En vez de eso, le digo:
—Algún día serás una increíble trabajadora social.
Ella me ofrece una media sonrisa.
—¿De verdad?
Deletreo las letras en su hombro. De verdad.
Ella es cálida y sexy y todo lo que quiero en mi propia cama, pero
tengo cosas que hacer. Personas que ver. Seguridad que concertar. No puedo
atraerla hacia mí y alejarme del frío.
—Necesitas dormir —le digo—. Tus ojos ya se están cerrando.
Mi niña somnolienta rueda y se pone de lado, con la palma de su mano
debajo de su rostro, mientras me mira vestirme.
Primero encuentro los jeans. Luego la camisa, que está sobre una silla
junto a la ventana.
Cuando salgo del dormitorio, ya se ha dormido. En la habitación de al
lado, compruebo cómo está Paige, pero todavía está durmiendo. Eso es
bueno. Los médicos dicen que es normal. Yo también debería estar
durmiendo, ¿y no me encantaría estar envuelto alrededor de Jane?
No puedo dormir en su cama. Mira lo que pasó la última vez. Un
incendio. Devastación. Muerte.
Mateo está en la cocina, lo cual es predecible. Por lo general, se lo
puede encontrar en cualquier lugar donde haya comida, incluso en medio
de la noche. Es un milagro que se mantenga tan en forma como está, incluso
con entrenamientos regulares. Hay un plato de bollos frente a él, un plato
de crema aglutinada, pero los ignora porque está con su teléfono. Hay una
discusión sobre lo que constituye la exclusividad en su contrato con una 82
importante productora.
Me ve y finaliza la llamada.
—Mi agente —dice.
—¿Quieres que mi abogado le eche un vistazo?
—No. Solo me están tocando las pelotas porque quieren que acepte
una oferta de mierda para la secuela, pero voy a aguantar hasta que me den
lo que valgo.
Tomo uno de los bollos y lo devoro en dos bocados.
—¿Alguna vez te hubieras imaginado a los dos así cuando
compartíamos una pocilga?
—Este era el plan. Hacerse rico. Apoderarse del maldito mundo.
El viento golpea algunas flores del exterior contra la ventana.
—¿Recuerdas que hace unos años tuviste ese acosador chiflado? ¿El
que te enviaba animales muertos?
—Intento olvidarme de eso, sinceramente. Todavía me estremezco
cuando veo un mapache.
—¿La policía encontró alguna vez al tipo?
—Hubo un perfilador que pensó que era una mujer. Y no. Después de
un tiempo, los paquetes dejaron de llegar, y no había razón para continuar.
Dijeron que tal vez encontró un nuevo objetivo.
—El jefe de bomberos cree que el fuego puede haber sido provocado a
propósito.
No hay cambio en su expresión. Es por eso le pagan mucho dinero por
actuar.
—Maldita sea.
—Sí.
—¿Quién demonios lo hizo?
—No lo sé. Tal vez nadie. Podría haber sido solo una casa vieja.
—Pero no crees que haya sido eso. 83
Hay un bar en el restaurante. Me dirijo hacia allí para servirme un
trago de whisky, ignorando el latido de mi pierna. Es peor después de follar
con Jane, pero no lo cambiaría por nada del mundo.
Mateo me sigue, esperando pacientemente a que me explique. No es
un whisky increíble. Quema todo el camino hasta el final.
—No lo sé, pero no quiero arriesgarme con Paige ni con Jane.
Quienquiera que haya hecho esto, sean cuales sean sus motivos, claramente
no les importa lastimar a las personas cercanas a mí.
—¿Por qué asumes que eres el objetivo?
—Había tres personas en esa casa. Definitivamente soy el más grande
imbécil.
—No voy a discutir eso. —Mira hacia las escaleras—. ¿Jane?
Quiere decir que tal vez Jane provocó el incendio. Una parte de mí se
revuelve ante la mera sugerencia. Quiero gruñir en su defensa, pero me
obligo a mantener la calma.
—Ella entró después de mí. No tenía por qué hacerlo. Esas no son las
acciones de alguien que me quiere muerto. Podría haber exhalado mi último
aliento si ella no hubiera estado allí.
—Estás envuelto en ella bastante fuerte.
—¿Lo estoy?
—Ella va a salir herida.
—No me obligues a golpear tu rostro. —Quiere decir que voy a herirla
emocionalmente, aunque soy muy consciente de que también podría
resultar lastimada físicamente. Ella podría haber muerto en ese incendio
tan fácilmente como yo—. Ella es la niñera, y claro que tengo debilidad por
ella. Pero también tengo debilidad por la gatita que ama Paige. No significa
nada.
Su mirada me llama mentiroso.
—Entonces, ¿quién crees que provocó el incendio?
—Vas a pensar que estoy loco.
—Ya pienso eso.
84
—¿Recuerdas cuando salíamos de fiesta en Los Ángeles? Si yo moría
en ese entonces, ¿quién se quedaría con mi dinero?
—Tu hermano.
—Ya lo sabes, pero ¿qué pensarían los demás? No nos habíamos
hablado en años. Todo el mundo sabía que él me había robado la mujer.
Cualquiera pensaría que preferiría darle el dinero a una caridad al azar que
a él. O tal vez a alguna stripper que me mostrara una buena noche.
—Entonces, si mueres, tu dinero desaparece. —La comprensión
agudiza su mirada—. Pero ahora todo el mundo sabría que va todo para
Paige. Básicamente es una heredera.
—Y quien tenga la custodia de ella controla el dinero.
—Entonces, ¿quién se queda con su custodia si tú mueres?
—Esa es la cuestión. Joe Causey peleó conmigo por la custodia. Es su
tío, técnicamente. El patrimonio era bastante modesto cuando murieron sus
padres, pero ahora que incluye mi dinero, es una maldita fortuna.
—Joder. ¿Puedes hacer que otra persona obtenga la custodia si
mueres?
—En realidad no. Puedo nombrar a alguien en mi testamento, pero
son los tribunales los que deciden quién se queda con ella, y van a elegir
primero a la familia. Sobre todo, porque es de aquí. Y la cosa se pone peor.
Él es el detective asignado al caso.
—¿Me estás diciendo que la persona que investiga el incendio puede
ser la persona que lo provocó?
—Te estoy diciendo que es una posibilidad.
Él toma la botella de whisky y se sirve un trago.
—Esto es una locura.
Trago el resto de lo que hay en mi vaso.
—Sí.
—¿Se lo has contado a los superiores?
—Sí, pero es un departamento pequeño. No hay un exceso de 85
personas disponibles para investigar. Y el jefe de policía es buen amigo de
Joe Causey. Van a pescar juntos.
—Esto es una mierda.
—Todo lo que digo es que, si tienes un minuto antes de que empiece
tu próxima película, me gustaría que te quedaras. No hace daño tener a otra
persona de confianza cerca.
—Claro, hombre. Pero sabes, podría haber sido yo. Podría haber
querido vengarme de ti después de nuestra discusión. —Su ceja se levanta.
Tal vez piense que le daré un golpe. Tal vez piensa que soy estúpido.
—Si estabas tratando de matarme, perdiste tu oportunidad. Cuando
estábamos de fiesta en Los Ángeles, cuando me emborrachaba tanto que no
sabía dónde estaba, tú eras el beneficiario de mi testamento.
—Cristo —dice, sujetándose el pecho como si estuviera herido—. Era
un heredero y ni siquiera lo sabía.
—Resulta que sí tenías algo en común con Isabella Bradley —digo,
nombrando a la preciosa joven con la que salió una vez. Era la heredera de
una enorme fortuna hotelera. La prensa se divirtió sacando fotos de ellos.
Nadie sabía que su relación era falsa. Una farsa cuidadosamente orquestada
entre una chica fiestera que quería que los chicos dejaran de coquetear con
ella y un actor que necesitaba un descanso de las especulaciones para
centrarse en su trabajo.
Mateo me muestra el dedo medio.
Recojo una gruesa tarjeta de lino con mi nombre garabateado con letra
femenina. Beau Rochester.
—¿Qué es esto? —Pregunto—. ¿La factura?
—Eso me recuerda. Marjorie tomó una llamada por ti. Parecía
bastante molesta por eso. Estuve tentado de abrirla y leer lo que decía, pero
supuse que me lo dirías tú.
En el interior hay palabras escritas entre comillas, como si se
transcribieran exactamente como fueron pronunciadas. “Vas a arruinar su
vida, del mismo modo que arruinaste la mía”.
El corazón se acelera en mi pecho. La sangre sube a mis oídos.
86
—¿Qué mierda es esto?
Mateo me quita la nota, pero no necesito verla para saber lo que hay.
Hay un nombre garabateado debajo de las palabras. Zoey Aldridge. Ella es
la que dejó el mensaje. Aparentemente me odia. Probablemente me lo
merezco.
—Cristo —murmura Mateo, tirando la tarjeta a un lado—. Está loca.
—Esquivé una bala.
Mateo se queda pensativo.
—¿Y qué pasa si no lo hiciste? Pensé que había regresado a Los
Ángeles. ¿Y si no lo hizo? ¿Y si fue ella la que provocó el incendio?
La alarma corre por mis venas.
—Ella usa un jet privado. Averiguaremos dónde está.
—De cualquier manera, este es un maldito mensaje loco.
—Pero ella tiene razón.
—No vayas allí, hombre. No dejes que te joda la cabeza.
—Tú mismo lo has dicho. No soy el tipo malo obvio, ¿recuerdas? Soy
del tipo que no ves en la niebla hasta que es demasiado tarde. Excepto que
no es demasiado tarde para Jane.

87
Capítulo 11
Jane Mendoza
Traducido por OnlyNess
Corregido por Mayra. D

Después de una hora buscando en cajas, he encontrado el sombrerito


plateado y la carretilla. Los únicos hoteles rojos y las casas verdes que he
encontrado se han derretido. Están carbonizados en negro. De alguna
manera, las tarjetas de Pennsylvania Railroad, Baltic Avenue y Marvin
Gardens han conseguido salir relativamente indemnes. También hay un
puñado de billetes de cien dólares arrugados y manchados por el fuego.

nido.
Recojo esto en una pila de aspecto triste como un cuervo haría un 88
Nunca encontraremos suficientes piezas para hacerlo jugable, por
supuesto, pero pienso en enmarcar lo que hay. Será una reliquia para que
Paige la conserve.
Posiblemente el último vestigio físico de su padre.
Como la foto que tenía de mi padre.
Las cajas están apiladas en el patio trasero de la posada, un lugar con
piso y techo, pero sin paredes exteriores. Un viento fuerte se llevaría todo lo
importante, pero no queremos meterlas dentro. No con el increíblemente
fuerte olor a humo que emana de ellos.
Mientras trabajo aquí, Paige juega en el jardín. Llamé a la pequeña
juguetería donde compramos las pinturas y le entregaron un nuevo juego.
Ella ha estado pintando los duendes que se utilizan generosamente en todo
el jardín. Antes eran de un gris piedra muy aburrido. Espero que no les
moleste demasiado que ahora sean brillantes y alegres con naranjas, rojos,
verdes, azules y estallidos de rosa. En realidad, es mi trabajo evitar que ella
estropee la propiedad privada, pero lo ha pasado tan mal últimamente, y
finalmente está mostrando curiosidad e interés, que creo que merece la pena
pagar la tarifa de reemplazo.
Estoy bastante segura de que los niños no están permitidos en el
Lighthouse Inn, por lo general.
Tampoco se permiten mascotas, pero eso no impide que Gatita intente
abalanzarse sobre las lagartijas. Hasta ahora no ha atrapado ninguna.
Definitivamente está hecha para vivir en un hogar cómodo como el de Beau
Rochester, porque no sobreviviría ni un día en la naturaleza.
Hay montones de cajas, pero algo azul oscuro me llama la atención.
El diario. Lo recojo. De algún modo, ha escapado ileso del incendio,
las páginas están húmedas por los bomberos que apagaron el fuego. La
cubierta de terciopelo ni siquiera se ha chamuscado.
Abro las páginas y toco el guión.
Hoy hemos ido de picnic R, P y yo. Ha sido bonito, casi como si fuéramos
una familia de verdad. Fuera de casa casi parece que nos queremos.
89
Entre las páginas hay fotografías tomadas con una cámara polaroid,
el cuadrado de color saturado enmarcado en un borde blanco, tiene un
elegante garabato negro en el espacio inferior. Hay una hermosa mujer rubia
con ojos azul hielo. Ella mira fijamente la cámara, con glamour y sin sonreír.
El hombre que está a su lado lleva un traje. Tiene los rasgos de Beau,
afilados y refinados. Si Beau es el salvaje y escarpado acantilado de Coach
House, este hombre es la cuidada costa cercana a la posada.
Primer aniversario, dice la hermosa letra. No hay felicidad entre las
dos personas de esta fotografía. La siguiente foto muestra a la misma pareja
con otra ropa, igual de hermosa, igual de inmaculada, sosteniendo a una
niña pequeña. Paige. Su rostro era de querubín y sus ojos inexpresivos.
Llevaba un vestido con tantos volantes y lleno de encaje que me da picazón
solo de verlo. Primer cumpleaños, dice el garabato.
Hojeo el diario con creciente urgencia, sintiendo cómo aumenta su
temor, su inseguridad sobre su matrimonio, su distancia con su hija.
R me golpeó hoy. Me ha golpeado de verdad. Estaba demasiado
sorprendida para decir algo.
Oh, Dios.
—Jane.
Me levanto apresuradamente y vuelvo a meter el diario en la caja,
empujando algo insignificante y medio quemado encima. La culpa sube a
mi garganta. No debería estar leyendo eso.
Marjorie sale, con su cabello rojo ondeando al viento.
—¿Cómo estás? —pregunta, con una brillante sonrisa. Supongo que
no ha visto los duendes.
—Hola —digo, señalando las cajas como distracción. Estoy bastante
segura de que así es como los magos hacen que no te des cuenta de que no
están cortando a una persona por la mitad. Distracción—. Lo estamos
haciendo bien. Estoy revisando las cajas ahora. Deberíamos ser capaces de
sacarlas del camino lo suficientemente pronto.
Ella suelta una pequeña risa.
—Oh, eso está bien. Sabes que Beau Rochester está pagando un buen
dinero por el uso de la propiedad, incluyendo el patio. 90
—Correcto. Dinero. —Ella tiene lo que he aprendido como el acento de
Maine. Dice Rochester como Rochestah y propiedad como pra-piedad.
Una taza de té rota se encuentra cerca de la parte superior de una
caja abierta. Marjorie se inclina para recogerla.
—Ella utilizaba este juego para el té de la tarde. Le encantaban las
reuniones formales como esa.
—¿Te refieres a Emily Rochester? —Su imagen pasa por mi mente, los
rasgos exquisitos, el cabello rubio perfectamente rizado, los ojos que
contienen una tristeza infinita.
Ella tiene una expresión lejana.
—Éramos amigas.
—No lo sabía. Lo siento.
—No éramos exactamente cercanas, pero aun así fue un golpe cuando
murió. Estaba tan llena de vida. —Su mirada azul pálido encuentra a Paige
en el jardín—. Y Paige sigue siendo tan joven.
Hay un desgarro en mi corazón.
—Lo siento mucho.
Una pequeña risa.
—Rochester pagó más que suficiente para cubrirlos. Es realmente
increíble. Un chico de por aquí… Convirtiéndose en esa clase de rico.
—Es salvaje. —No es que yo lo sepa. Claro, vivo en la posada. Como
la comida que él compró. Llevo ropa pagada con su dinero. Todo es temporal.
Nada de esto es mío.
—No como nosotros —dice ella.
Mi estómago se aprieta. Soy como ella, una persona a la que Rochester
paga para que haga lo que él quiere. Puede ser generoso con su dinero, pero
sigue siendo suyo. Sigue siendo nuestro trabajo mantenerlo contento.
Dejar que su sobrina pinte los duendes del jardín.
O en mi caso, dejarlo tener sexo con la niñera.
La bilis sube por mi garganta. ¿Y si él consideraba el sexo como parte 91
de mi trabajo? ¿Y si lo consideraba como algo que le correspondía por pagar
un sueldo tan bueno al final?
—Sí —digo, ahogándome con la palabra—. No como nosotros.
Marjorie dice algo sobre la buena hospitalidad de Maine. Se supone
que debo avisarle si necesito algo, pero sobre todo, si Paige necesita algo.
Cuando se va, vuelvo a sacar el diario. Emily Rochester se está
convirtiendo en una persona tridimensional para mí. No es solo la madre de
Paige. No es solo la mujer que Beau amaba. Ahora es alguien con sus propios
sueños y esperanzas, sus propios miedos.
Es su diario privado. Sus pensamientos. Sus secretos. No está
destinado a ser compartido con nadie, pero definitivamente no conmigo, una
completa extraña. Honestamente, ni siquiera debería mostrarle esto a Beau.
Probablemente solo lo enfurecería si descubriera que Rhys había golpeado
a Emily.
Leo las páginas cada vez más deprisa, saltándome algunas. Pasando
por su embarazo y su matrimonio problemático y sus últimos días...
R adivinó la verdad hoy. Descubrió que mi viaje de fin de semana
ocurrió cuando me quedé embarazada. Paige se parece a él. Tienen los
mismos ojos. No sé qué le hizo sospechar, pero perdió los estribos. Tengo
miedo por mí. Casi tengo miedo por Paige. Tal vez no esté a salvo de él si sabe
que en realidad es hija de B. Nos mira con puro veneno en los ojos, como si
fuéramos el enemigo. Ahora siempre hay silencio en la casa. Se siente como
si se estuviera gestando una tormenta.
Mi corazón late con fuerza cuando dejo el diario. Esa es la última línea
que escribió en este diario. Se siente como si se estuviera gestando una
tormenta. Ya sea que se refiera a una tormenta figurativa o literal, ella
decidió salir en un barco con Rhys. Su marido. ¿Él la lastimó? ¿Tuvieron
una discusión que terminó de la peor manera posible? ¿Ella estaba ella
luchando por su vida en ese puerto?
Tengo un nudo en el estómago. No es la sobrina de Beau. Es su hija.
¿Él lo sabe? Debe saberlo. Nueve meses después de que durmieran
juntos, nació una niña. Él tuvo que haberse preguntado. ¿Por qué la dejó
crecer en la casa de otro hombre?
¿Por qué estaba tan reacio a reclamarla?
92
No sé por qué me golpea con fuerza el hecho de que Beau pueda ser
el verdadero padre de Paige. Quizás porque yo perdí a mi padre. Tal vez
porque no lo he superado y nunca lo superaré. No tengo familia. No a mi
padre, y definitivamente no Beau. Estoy sola, y la comprensión me golpea
como un maremoto muy poco oportuno.
Me estaba engañando a mí misma pensando que podíamos jugar a las
casitas.
Los ladrillos rojos que forman el patio trasero se convierten en líneas
onduladas. Siento que voy a vomitar. Esto es malo. No sé si puedo fingir, si
puedo rebobinar los últimos quince minutos en mi mente.
Debería haber tenido más miedo de ese diario de terciopelo azul. No
porque contenga los secretos de Emily Rochester. Sino porque también
contiene los secretos de todos los demás.
Paige corre hacia mí, cubierta de pintura. Me siento como si fuera un
robot haciendo los movimientos mientras la llevo dentro y lavo su rostro en
la cocina.
—¿Estás bien? —pregunta Marjorie—. Te ves un poco verde.
Realmente no estoy bien. Mi respiración se acelera. Realmente creo
que voy a vomitar. ¿Cómo puede la lectura de unas pocas palabras cambiar
completamente todo? Siento que no conozco a Beau Rochester en absoluto.
Claro que no lo conozco. Tuvimos sexo. No significa nada.
Dios, ¿por qué pensé que significaba algo?
Entonces Mateo está allí. Pone una mano entre mis omóplatos,
haciendo suaves círculos.
—Oye —dice—. Probablemente, has estado trabajando demasiado. La
inhalación de humo no es algo con lo que se pueda jugar. ¿Quieres subir a
descansar? Yo vigilaré a Paige.
Le ofrezco una débil risa.
—Creo… creo que he comido algo de marisco en mal estado. Quizá un
poco de aire fresco aclare las cosas. ¿Crees que puedes vigilarla unos
minutos?
—Por supuesto. ¿Debo llamar a Beau? 93
—No —digo, y luego con más suavidad—. No, en realidad solo necesito
aire fresco.
Salgo a trompicones de la posada y bajo por un camino de grava.
Conduce a la playa. No es el acantilado rocoso que tenía Coach House. Hay
dunas de arena y juncos y una línea de agua espumosa.
El viento azota mi cabello alrededor de mi rostro, dejándome ciega.
El agua debe estar helada ahora mismo, y eso suena como una
bendición. Estaría helada, tan fría que podría volver a entumecerme. Ya me
estoy replegando dentro de mí, convirtiéndome en quien era antes de pisar
Maine. Me permití sentir demasiado con Beau: curiosidad, deseo y
comodidad. Me dejé enamorar por él, y ahora me estrellaré contra el
acantilado rocoso.
—Jane.
Me giro y ahí está Beau, como si lo hubiera conjurado con mis
pensamientos.
—Señor Rochester.
Su voz llega suavemente sobre el viento.
—Así que ahora soy el señor Rochester de nuevo.
—Siempre has sido el señor Rochester.
—¿Qué ocurre?
—Nada. —Pensé que podría vivir con su frialdad, con sus secretos,
con su culpa. Como si fuera una especie de mujer madura, capaz de manejar
hombres que son agujeros negros. No soy Zoey Aldridge que puede salir con
la barbilla en alto. Voy a ser absorbida por él. Nunca formaré parte de ese
tres por ciento de chicos que salen del sistema de acogida y se gradúan en
la universidad. Voy a morir en estos acantilados. La certeza se hunde en mí,
con miedo y resignación en partes iguales.
—Jane.
Se me escapa una pequeña risa histérica.
—No sé qué estoy haciendo aquí, 94
—Muriendo de frío, posiblemente. Volvamos dentro y sentémonos
junto al fuego.
—¿Sabías que era tu hija? ¿Paige?
Silencio.
—Lo sabía.
—¿Por qué no hiciste algo antes de que sus padres, no, antes de que
Rhys muriera? Ella merecía saber quién era su verdadero padre. Ella
merecía tener a sus dos padres.
—¿Cómo diablos descubriste esto?
—Emily tenía un diario. —Mi voz es hueca—. No debería haberlo leído.
—Cuando me enteré, ella ya había tenido el bebé. Paige tenía ocho
meses para entonces. Ella conocía a Rhys como su padre. Emily parecía
bastante feliz de tener un nuevo bebé. Eran una familia. Cualquier cosa que
hubiera hecho lo habría arruinado.
—Él la golpeaba.
Un músculo de su mandíbula se mueve.
»A Emily. Rhys la golpeaba cuando se enojaba.
—Lo descubrí demasiado tarde.
—¿El diario?
—Lo leí. —Él emite una risa quebradiza—. Pues de poco le ha servido,
lo leí cuando llegué a la casa. Estaba en su mesita de noche. Cuenta una
gran historia.
—No lo sabías.
—Rhys era un bastardo conmigo, porque éramos competitivos y
éramos hermanos y nos odiábamos un poco, pero él nunca golpearía a una
mujer. Adoraba a Emily. Por eso dejé que se quedara con ella. Al menos eso
es lo que yo pensaba.
—No sé lo que él sentía por Emily, pero sí sé que los hombres, incluso
los que son buenos, los que aman a sus familias en todos los sentidos,
pueden golpearlas. —Los secretos en la familia Rochester se sienten como
la niebla, cada vez más espesa. Es más difícil respirar. 95
—Ni siquiera sé si golpeó a Paige. El diario no lo dice.
Mi garganta se siente hinchada y cerrada.
—Lo siento.
—No te disculpes conmigo. Es mi culpa que ella esté muerta. Debería
haber sacado a Emily de esa casa. Debería haber reclamado a Paige como
mía. Debería haber…
—No. —Hay mariposas con alas hechas de cuchillas de afeitar en mi
estómago. Aprieto mis manos alrededor de mi cintura como si eso pudiera
mantenerme firme—. No te culpes por eso. No sabías lo que estaba pasando
en esa casa.
—Ella vino a mí, ese fin de semana en que Paige podría haber sido
concebida. Me pidió que huyera con ella. Sentí desesperación en ella, pero
pensé que finalmente se había dado cuenta de su error al elegir a Rhys.
Pensé que me quería a mí. Pensé que quería mi dinero. Pensé que podría
probar un punto follándola y luego enviándola lejos a la mañana siguiente.
Me estremezco.
—No lo sabías.
—Ese es el problema, Jane. Debería haberlo sabido.
Niego con la cabeza.
—Tu hermano es el responsable de sus actos.
—La única razón por la que persiguió a Emily fue porque yo la quería.
Por nuestra rivalidad. Lo mires como lo mires, yo soy la razón por la que ella
está muerta ahora.
—Beau.
—No soy Beau cuando quieras, cariño.
—Señor Rochester. No fue tu culpa.
—Una mujer está muerta por mi culpa. Tú podrías ser la siguiente. —
Se mueve como si fuera a tocarme, y yo retrocedo. No puedo dejar que me
toque de nuevo. Se sentirá demasiado bien. Siempre se sentirá demasiado
bien, excepto cuando me enfrente a la realidad. Ahí es cuando duele—. Soy 96
un monstruo que destruye todo lo que toca. Y tú y yo sabemos que te toqué.
Minuciosamente.
—Deja de intentar asustarme.
—¿Está funcionando?
—No, y que Dios me ayude. De todos modos, confío en ti.
—Jesucristo ¿Cuándo vas a verlo? Yo soy el jefe. Tú eres la niñera.
Estamos follando porque es fácil. Es conveniente. Como comer las sobras
porque están en la nevera.
Me estremezco.
—No. No lo dices en serio.
Su rostro se oscurece y se vuelve fría, casi como lucía cuando lo
conocí.
—¿Creías que íbamos a ser pareja? ¿Que íbamos a casarnos?
—No, pero pensé que nos preocupábamos el uno por el otro.
—Te importa una mierda lo que siento por ti cuando tengo mi pulgar
contra tu clítoris.
Se me escapa una risa un poco maniática.
—Eso es bastante cierto. Habría pensado que era una persona fuerte.
Una persona con principios. Y lo soy, excepto cuando me tocas. Entonces
me convierto en alguien que ni siquiera reconozco.
—¿Es tan jodidamente malo, entonces? ¿Tener sexo?
—Lo es cuando estoy encerrada durante un año. No puedo irme, pero
puedes despedirme cuando quieras. Me lo dijiste, ¿recuerdas? Puedes
despedirme cuando quieras si no hago un buen trabajo.
—¿Crees que te despediré si no chupas mi polla?
Miro hacia abajo.
—¿Por qué no puede ser más? ¿Por qué no puede ser una relación?
Sus ojos siempre han sido antinaturalmente opacos. Ahora parecen
tan duros como el granito. 97
—¿Es eso lo que quieres? ¿Una declaración pública? ¿Tal vez un
pequeño artículo en la prensa sensacionalista?
—Me importa una mierda la prensa sensacionalista.
—¿Qué pasa con el dinero?
—No quiero tu dinero.
—Todo el mundo quiere mi dinero. Esa es la única constante
verdadera. —Cuando hago un sonido de desacuerdo, resopla—. Incluso tú.
¿Quieres que te pague la cantidad completa ahora mismo?
Aprieto los labios. Por supuesto que sí. Excepto que aquí no hay una
respuesta correcta.
Todo está mal, mal, mal.
—No estás cuidando a Paige por la bondad de tu corazón. Esto es una
transacción. Siempre ha sido una transacción. Así que no le mientas a un
mentiroso. Veo a través de ti.
Las lágrimas arden en mis ojos. Tal vez él puede ver a través de mí.
Me siento como si estuviera hecha de papel de seda que se ha mojado con
el rocío del mar. Me voy a partir en dos. Verá todo lo que temo: quedarme
sola, no tener familia, pasar hambre. Todos mis miedos expuestos para que
los ridiculice.
—Beau, me preocupo por ti.
—¿Cuál es, cariño? ¿Soy Beau o señor Rochester? ¿Vas a ponerte de
rodillas o vas a abrir las piernas? De cualquier manera, voy a conseguir lo
que quiero.
El dolor me atraviesa.
—Detente.
—No, tenías razón. Yo debería hacer estas preguntas. ¿Qué estamos
haciendo juntos? Como niñera estás haciendo un gran trabajo, pero como
compañera de sexo, bueno, digamos que estoy acostumbrado a un poco más
de emoción. Entonces, ¿por cuál te pagan?
Agua y sal. No sé si es el mar o mis lágrimas. Lamo mis labios
temblorosos.
98
—No podemos volver a tener sexo. No puedo volver a sentirme así.
Una sonrisa fría.
—Eso responde a mi pregunta.
—Beau…
—¿Y si yo terminara nuestro contrato?
—No.
—La ironía es que sería por tu propio bien. Mateo me advirtió. Incluso
te advirtió a ti, aunque no sirvió de nada. Pensaste que podrías hacer que
me enamorara de ti.
—Dijiste que me amabas. —Te amo, maldita sea.
—Pensé que ibas a morir. Ahora no lo estás. El momento pasó.
Deseo tanto estar adormecida, tener ese hielo alrededor de mis
sentimientos. Las palabras que está diciendo son como atizadores calientes,
quemando en mi corazón, dejando marcas para siempre.
—Solo lo dices para protegerme. Para protegerte a ti mismo. –Las
lágrimas lo convierten en una figura ondulada contra el telón de fondo del
océano—. Porque crees que no mereces ser feliz. Sí lo mereces. Te amo,
Beau. Te amo.
— He escuchado eso antes. Emily me dijo que me amaba antes de que
me fuera a California. Luego se folló a mi hermano. —Lanza una mirada
mordaz por todo mi cuerpo, una mirada que recuerda cada uno de los besos
y caricias que hemos compartido juntos—. A Rhys le habrías gustado.
Es como una bofetada en mi rostro. Me tambaleo hacia atrás como si
fuera algo físico en lugar de un puñado de palabras.
—Este no eres tú. Y yo no soy ella.
—No —asiente—. Me habría ocupado de ella, incluso después de que
se casara con mi hermano. Si hubiera sabido lo que estaba pasando en esa
casa, me la habría llevado. La hubiera protegido. La habría salvado. Pero tú 99
no eres ella, ¿verdad?
Mis lágrimas se sienten como ácido, quemando mis ojos.
—Detente.
—No voy a rescindir el contrato —dice suavemente—. Pero eso ya lo
sabías. Porque Paige te necesita. Y lo más loco de todo es que creo que yo
también te necesito.
Se da la vuelta y regresa a la posada, sin cojear en absoluto,
dejándome tambaleante, con el mundo inclinado, mis pies tropiezan en la
arena fina como el polvo, casi sin poder respirar por lo mucho que duele
Me dijo que su amor era peligroso.
Quizá decía la verdad. No provoca incendios. No inicia guerras.
Rompe corazones. Y el mío se siente destrozado.
Capítulo 12
Beau Rochester
Traducido por OnlyNess
Corregido por Mayra. D

Una cosa es saber que la casa se quemó hasta los cimientos. Una cosa
es verla caer sobre nosotros como el infierno al revés.
Mirar los restos carbonizados es otra cosa completamente distinta.
Todavía no me he acostumbrado.
Puedo ver desde el camino de grava en el que estoy junto a mi auto
con las manos metidas en los bolsillos de mis jeans. Hace un siglo que nadie
mira el océano desde este punto de vista. Cuando se construyó por primera
100
vez, Coach House debió parecer una intrusión. Una barrera antinatural
entre la planicie del acantilado y la vista más allá.
Ahora su cáscara quemada es un compromiso terrible. No ha devuelto
la tierra a su estado de reposo, pero tampoco está entera.
Pide ser reconstruida. O nivelada por completo.
Queda muchísimo más de lo que uno pensaría que quedaría en una
casa incendiada. Las vigas de soporte atraviesan los marcos de las ventanas
vacías como si fueran dientes rotos. El antiguo aislamiento hierve sobre las
grietas de las paredes. El techo se derrumbó por el centro, dejando un
camino libre hacia el océano.
El fuego masticó la casa y la escupió.
Casi me lleva con él. Casi se lleva a Jane.
Existe la sensación de que la casa trató de comerse a sí misma para
tragarse sus secretos. Me parecería una locura decirlo en voz alta. La casa
no es sensible, pero así se siente. Sin embargo, no hizo un trabajo
particularmente bueno en el proyecto. Queda demasiado. Demasiada
madera chamuscada, aislamiento reventado y restos de papel enroscados
por todas partes.
En lugar de consumir sus secretos, los ha dejado al descubierto: sus
restos carbonizados flotan en el viento teñido de sal, esperando a que
alguien los lea.
Sería lo más inquietante de hoy si no hubiera dejado a Jane en la
playa.
La dejé allí, con lágrimas en los ojos y su cuerpo medio doblado como
si la hubiera golpeado. No la golpee. No lo haría. No soy mi hermano. No soy
Rhys.
Pero eso es una mierda, porque soy igual de malo. Igual de
impredecible. Peor aún.
Dije que no la amaba. Le mentí a Jane en la cara. Lo que dije en el
calor literal del momento en que la casa se estaba quemando era verdad,
pero lo llamé mentira.
¿Qué clase de bastardo consumado sigue a eso con te necesito?
101
El tipo que soy, aparentemente.
He estado mirando a través del agujero perforado en los restos de la
casa durante demasiado tiempo. No es para lo que vine aquí. Durante varios
largos minutos, no recuerdo por qué he venido. ¿A quién le importa? Nunca
debería haberme alejado de Jane de la forma en que lo hice.
Mi primera prioridad debería ser volver a bajar de los acantilados y
ofrecerle una explicación. Pero no hay ninguna explicación que esté
dispuesto a dar. No someteré a ninguno de los dos a esa escena.
Paige es la que la necesita, no yo.
Y lo último que necesita Jane es que el imbécil de su jefe vaya a llamar
a su puerta con el corazón en la mano, rogando por su bondad y su cuerpo.
Ella también me perdonaría. Esa es la parte que más me enferma de
todas. Ese diario hizo un agujero en su comprensión del pasado. Luego dije
cosas que lo empeoraron.
Las cosas que salieron de mi boca. Jesús.
Doy la vuelta a la esquina de la casa, descubriendo el paisaje abierto.
Los vellos de mi nuca se erizan… como si alguien me observara.
Miro a lo largo de la línea de los acantilados.
A lo largo de la línea de árboles. En todos los lugares donde podría
estar una persona.
Hay demasiada destrucción como para ver algo con claridad. En los
dormitorios las paredes interiores permanecen parcialmente en pie. Todo lo
que se necesita para entrar es empujar el revestimiento dañado. Se
desmorona bajo mis manos. Un reloj de bolsillo me mira desde el suelo de
la habitación. Este era el dormitorio de Rhys y Emily. Camino hacia dentro
y la sensación de ser observado se disipa.
Paranoia provocada por el estrés. Eso es todo.
Mis pies se hunden en la madera debilitada por el calor. Si no tengo
cuidado, caeré directamente al sótano. Hay que tener en cuenta cada paso.
No se va de mi cabeza la sensación de cosquilleo que recorre toda mi
columna vertebral. Si hay alguien aquí, en la propiedad…
Una ráfaga de viento se mueve a través de los huecos de la estructura.
102
Su contacto me hace sentir un escalofrío en la nuca. Debajo de mi camisa.
Por debajo de mi abrigo. Siento como si un fantasma me hubiera atravesado.
Siento que un fantasma le hubiera hecho menos daño a Jane, a menos que
fuera un fantasma quien prendió el fuego.
He vuelto a la escena una vez antes. Un ayudante me acompañó
mientras yo tiraba todo lo que encontraba en cajas para llevarlo a la posada,
pero esta es la primera vez que tengo vía libre.
Entonces me restringieron la parte menos dañada de la casa. Ahora
me adentro en la zona ennegrecida y debilitada por el fuego, siete días
después todo sigue oliendo a humo.
El brillo de la madera de cerezo refleja la luz del sol a través de su
capa de hollín. Trepo por encima de los escombros y los muebles quemados
irreconocibles. Es mi escritorio. El escritorio de Rhys, técnicamente. No
quise cambiar demasiado cuando me mudé. Paige ya había sufrido
suficientes cambios en su vida como para verme redecorar la casa de su
infancia. Pero nunca había estado completamente cómodo en la casa de otro
hombre. Especialmente ese hombre. Mi hermano. En el mejor de los casos,
habíamos sido competitivos. Tóxicos y violentos en el peor de los casos.
Siempre sentí la energía oscura persistente, una especie de amenaza sutil.
El conocimiento de que él jodería a alguien si pudiera salirse con la suya.
De alguna manera, la luz ha ahuyentado esa sensación.
El hollín baila al sol, sorprendentemente activo, casi juguetón. Las
habitaciones que estaban cargadas de historia son ahora un montón de
maderas y telas, convertidas en algo ordinario por la ruina.
El incendio fue devastador, pero una cosa buena salió eso.
Limpió la casa, más eficazmente que un maremoto.
El escritorio cayó por el techo del comedor. Trepo por encima de las
sillas chamuscadas y la gran mesa agrietada para llegar hasta aquí. Mi
pierna protesta por cada maldito cráter. Solía esquiar con tablas black
diamonds en Vail. Ahora me veo reducido a apoyarme pesadamente en
muebles desarticulados para moverme. Cuando me fracturé la pierna por
primera vez, la recuperación fue sencilla. La tensión del incendio, de estar
atrapado debajo una viga, la ha jodido irremediablemente. Necesito semanas
de reposo en cama, según los médicos. Meses de fisioterapia. En vez de eso, 103
me había enfrentado a sus consejos al día siguiente. Paige me necesita. Jane
también me necesita.
Sobre el escritorio había dos grandes monitores de pantalla plana. La
torre de mi computadora debajo. Nada de eso está a la vista. Probablemente
esté debajo de algunos de estos otros escombros. Los papeles en los que
había estado trabajando ya no están. Quemados hasta convertirse en polvo,
probablemente.
La parte inferior del escritorio se ha arrugado como un acordeón.
La parte superior sigue intacta. Abro el primer cajón y veo un teclado
que parece apenas magullado por la caída. El siguiente cajón solía contener
carpetas de manila apiladas ordenadamente. Ahora están abarrotados de
papeles que se desparraman unos sobre otros. Tomo una hoja de papel. Son
los documentos judiciales que me conceden la tutela de Paige. Su certificado
de nacimiento. Recojo los papeles con brusquedad y los meto en la carpeta
manila. El hecho de que hayan conseguido escapar tanto del fuego como de
los productos químicos que los bomberos han utilizado para apagar las
llamas es un pequeño milagro.
—No es seguro que estés trepando por ahí.
Doy un giro brusco al escuchar la voz. Mi pie cruje en el suelo y casi
se me cae la carpeta. No es un fantasma el que está de pie frente a la ventana
del comedor, o la pared donde antes estaba la ventana. Es el jefe de
bomberos. Detrás de él está el imbécil de Joe Causey.
—No, jefe —digo—. No lo es. —Alan Diebold ha sido el jefe de bomberos
de Eben Cape desde que tengo uso de razón. Ha asistido personalmente a
la mayoría de los incendios de la zona. La gente todavía habla del incendio
que se perdió. La vieja librería, en la calle principal del pueblo. Él estaba en
el hospital con un infarto—. Solo quería ver lo que quedaba.
—No mucho —dice Diebold, con un tono sombrío.
La comisura de la boca de Joe se curva hacia abajo. Da un paso atrás
para dejarme salir. Me reconoce con un gruñido sin palabras. Le devuelvo
una breve inclinación de cabeza. Eso es más o menos el grado de cortesía
entre nosotros, y es solo para beneficio de Diebold.
El jefe de bomberos tiene más de sesenta años. Debe de estar a punto
de jubilarse, pero sus ojos oscuros lo captan todo igual que antes. 104
—Como le dije por teléfono, la escena ha sido liberada. Eso significa
que hemos recogido todas las pruebas que necesitábamos. Eres libre de
traer un equipo de limpieza para ver qué puedes rescatar. Imagino que
querrán derribar todo y comenzar de nuevo. La propiedad valdrá mucho,
incluso vacía.
—Aún no lo he decidido —digo, con un tono evasivo. Soy muy
consciente de que Causey está escuchando, consciente de que utilizará
cualquier cosa que diga en mi contra si tiene la oportunidad. Los conduzco
unos pasos lejos de la casa y me siguen—. ¿Qué dicen las pruebas?
—Incendio provocado —dice el jefe, con ojos solemnes—. Rastros de
acelerante en el ático. No está cerca de ninguno de los puntos de origen que
esperaríamos para un incendio accidental. No hay estufas ni enchufes
eléctricos. Sabes que la mayoría de nosotros vemos bromistas por aquí.
Turistas iniciando hogueras que se salen de control. No es frecuente que
nos encontremos con un caso como este. Tengo un par de investigadores de
incendios a mi cargo, pero tomé este yo mismo. Los conozco a los dos desde
que eran bebés.
Mi estómago se contrae. Acelerante en el maldito ático. Sabía que
posiblemente era un incendio provocado. Probablemente, si fuera honesto,
pero esperaba que no lo fuera.
—Lo aprecio.
Sus ojos son de un pálido sobrenatural entre las tupidas cejas grises.
Él posa una mirada en mí que envía un rayo de frío por mi columna
vertebral.
—No habrás guardado nada inflamable ahí arriba, ¿verdad?
—Cristo.
—Tengo que preguntar.
—La verdad es que no sé todo lo que había allí arriba —admito, con
voz ronca—. Estaba lleno de muebles y cajas cuando llegué. Realmente
nunca revisé todo.
—Triste asunto —dice, mirando las ruinas—. Primero pierde a sus
padres. Luego casi se quema. Es bueno que hayas intervenido. Ella te
necesita, Rochester. 105
La tensión vibra en el aire. ¿Sabe el jefe que está tomando partido en
un conflicto que se remonta a décadas atrás? Diablos, puede que sí. Siempre
ha visto demasiado con esos ojos azul pálido. Levanta un grueso dedo hacia
el cielo.
—Ahí es donde comenzó, en la parte de atrás, cerca de la pared
exterior.
Había una ventana en esa parte del ático. No había nada allí arriba.
Pero había alguien.
No escuché pasos en medio de la noche. Ni crujidos suaves a lo largo
del antiguo piso. Ni una sola vez durante una tormenta, cuando la lluvia
hubiera amortiguado el sonido. Si me pregunto sobre eso ahora, si escucho
el eco inquietante en mi mente, eso es solo paranoia superponiéndose a mi
memoria.
Es solo porque no he estado allí arriba en semanas. Meses, tal vez.
No puedo recordar la última vez.
—¿Cuándo fue la última vez que dijiste que hablaste con Em? —Joe
dice, con su block de notas fuera como si fuera normal preguntar por una
mujer muerta. Incluso si esa mujer es su hermana.
De todas las cosas que odio de Joe, este es el hecho que más odio.
Acechaba en el trasfondo de mi relación con Emily. Ofuscado.
Frunciendo el ceño. Observándome como si yo representara una amenaza.
Trató de atraparme durante años, cuando era Rhys el peligroso. Por
supuesto, él probablemente me culpa por eso, también. Me culpo por ello.
Todos sabemos que ella nunca habría acabado con Rhys si yo no me hubiera
ido a la Costa Oeste.
El viento del océano se calma. Todo el lugar está escuchando ahora,
incluso los árboles. Joe levanta la mirada de su cuaderno y arquea una ceja
en señal de acusación.
—Emily se ha ido hace años —digo, y un músculo de su mandíbula
se flexiona—. Cualquier conversación que haya tenido con ella no tiene nada
que ver con esto.
Alan aclara su garganta. 106
—Hay quienes en esta profesión hablan de la psicología de los
pirómanos. Perfiles, lo llaman. No sé si siempre me lo creo, pero si lo
hiciera…
Me tenso.
—¿Sí?
—La ubicación del incendio sugiere que es más probable que el
pirómano sea una mujer.
Mi pulso cae hasta la punta de mis dedos.
—¿Cómo? Un incendio es un incendio.
El jefe de bomberos le lanza una mirada a Joe.
—Las mujeres pirómanas suelen provocar incendios que son llamadas
de auxilio. No por la atención, no por el amor al fuego. No para convertirse
en una heroína sacando a las personas de la casa. Normalmente,
encontramos ese tipo de incendios en la cocina. En la planta baja.
Un incendio en la cocina nos habría matado a todos. Las llamas
habrían devorado los techos hasta el segundo piso, bajando por el cableado
eléctrico y subiendo por las paredes antes de que pudiéramos bajar. Habría
significado saltar por las ventanas del segundo piso.
O morir antes de poder hacerlo.
No. Este fuego estaba destinado a hacernos salir. Ahuyentarnos.
—¿Investigaste a Zoey Aldridge? —Pregunto, mordiendo las palabras,
forzándome a decirlas. No quiero creer que ella haya provocado el incendio.
No creí que tuviera eso en ella, pero no voy a correr ningún riesgo. Alguien
provocó el incendio, y ahora parece que fue una mujer—. Ella dejó una nota
amenazante en la posada.
—Ella tiene una coartada —dice Causey—. Aunque tuve una
interesante conversación con ella. Parece que dejaste una cadena de
corazones rotos por Los Ángeles. Un montón de mujeres a las que les
gustaría derribarte. Muchas mujeres con motivos.
—¿Y el dinero del seguro? —Digo, levantando una ceja—. Parecías
muy empeñado en eso cuando intentaste entrevistar a mi niñera sin que 107
estuviera presente un abogado.
—Los culpables no necesitan abogados —dice Causey, y resoplo. Lo
necesitan cuando hay policías cuestionables como Causey, gente que ama
el poder más que la paz.
Diebold se aclara la garganta.
—El dinero siempre es un motivo. Pero no veo cómo podrías estar
sufriendo por medio millón de dólares cuando tienes muchas veces más que
eso en tus cuentas.
Paso una mano por mi rostro. Se siente mugriento. Caminar por la
casa empapada de humo ha dejado un residuo de hollín en mi piel.
— Entonces estás diciendo que el fuego se inició en el ático. Eso
significa que había alguien dentro de la casa. ¿Cómo llegaron allí?
—No podría decirlo —dice Diebold—. Buscamos signos de entrada
forzada, pero no había mucho. No hay marcas de cerraduras forzadas, por
si sirve de algo.
Dios. La idea de que alguien caminando por los pasillos oscuros hace
que me quede inmóvil. Estaba envuelto en la cama con Jane. Paige estaba
en su habitación, indefensa. ¿El intruso abrió su puerta? ¿Miraron a la niña
dormida antes de encender una cerilla?
Joe da golpecitos con su bolígrafo en su cuaderno.
—¿Cuándo fue la última vez que viste a Emily?
—Ya hemos hablado de esto —digo, con los dientes apretados—.
¿Quieres a alguien a quien culpar de su muerte? Habla con Rhys. Eras
amigo de él. Él es quien la llevó en ese barco. Todo el mundo sabe que a ella
nunca le gustó estar en el agua.
—Eso es correcto —dice Causey, con un tono es frío—. Culpa a un
hombre muerto.
—Esto es historia antigua. La única pregunta que necesitamos
responder ahora es quién provocó el incendio. Ese es su trabajo, detective
—digo, añadiendo sarcasmo al título—. Paige es tu sobrina. Tal vez si te
preocupa su seguridad, puedas centrarte en la investigación.
Sus ojos se entrecierran, tan azules como los de Emily. Tan azules
108
como los de Paige.
—Nunca te preocupaste por ella. ¿Apareciste en sus cumpleaños? No,
enviaste una maldita tarjeta. Un cheque.
La culpa me devora. Se funde con el olor amargo de las cenizas del
fuego, con la visión de los ojos de Jane llenándose de lágrimas en la playa.
Hay un millón de cosas que lamento, lo cual es prueba suficiente de que
debería dejar a Jane en paz.
—Vine aquí para hablar con el jefe de bomberos. Si quieres tirarme
mierda por ser un imbécil, tendrás que ponerte en la fila.
Joe cierra su cuaderno y le da una palmada en el hombro a Alan.
—Mantenme informado. —Se aleja por los surcos en la hierba que
dejaron los vehículos de emergencia.
Alan protege sus ojos con una mano y lo ve partir.
—Nunca volvió a estar bien desde que murió su hermana.
Antes tampoco estaba bien, pero no me molesto en corregirlo.
—Quizá sea una mujer —digo–. Tal vez no. Pero ¿cómo sabes que no
es un adolescente pidiendo ayuda?
—No lo sé —dice Diebold—. Podría ser cualquiera. En realidad, no es
mi competencia, pero el departamento de policía suele compartir sus pistas
conmigo. No en este caso.
—Porque no tienen pistas —digo, con los dientes apretados.
Diebold se pasa una mano por el brazo. Tengo un vago recuerdo de
que una vez se lesionó en un incendio, más o menos cuando consiguió su
ascenso. Tenía quemaduras en todo el lado izquierdo. Ahora están cubiertas
por su uniforme.
—Pasé algún tiempo revisando los escombros. Cuando vives en un
lugar como Eben Cape, algo como esto, es personal. Fue interesante no
hubiera signos de allanamiento.
—Usted mismo dijo que el fuego destruyó todo. Incluyendo las
pruebas.
109
Él mira hacia el océano.
—¿Dices que a Emily Rochester nunca le gustó estar en el agua?
—Ella lo odiaba. Decía que le encrespaba el cabello. Y que se mareaba.
—Siempre pensé que era interesante que nunca encontraran su
cuerpo —dice, su pálida mirada acuosa se encuentra con la mía.
—Muchos cuerpos no se encuentran después de los accidentes de
navegación.
—Ella habría conocido todos los caminos hacia la casa.
Un escalofrío recorre mi espalda.
—¿Sugieres que sigue viva?
—No estoy sugiriendo nada. —Suelta una risa repentina, ligeramente
maníaca—. Solo son imaginaciones de un viejo. Probablemente debería
hacerle un favor al departamento y retirarme ya.
En el silencio aturdidor mi mente procesa los siguientes hechos: que
Emily Rochester amaba esta casa. Ella no se iría voluntariamente. Solía
señalarla cuando paseábamos por la playa del otro lado. Yo solía soñar con
comprarla para ella. Por supuesto, fue Rhys quien finalmente lo hizo. Fue
Rhys con quien finalmente se casó.
¿Por qué dejaría que todos creyeran que murió?
Mi hermano era contador. No un pescador, ni siquiera un aficionado
a la navegación. Emily no creció alrededor del océano. Y se mareaba.
A pesar de esas cosas, alquilaron un barco.
Salieron al mar y nunca volvieron.
—No —digo, la palabra prolongada y final—. No creo en la gente que
vuelve de entre los muertos. No creo en fantasmas. Tuvimos un funeral para
Emily Rochester. Ella se ha ido.
—Estoy seguro de que si —dice Diebold, serio ahora—. Pero quien
quiera que haya provocado el incendio no se ha quemado. Están caminando
alrededor del acantilado. Caminando por la playa. Caminando por los
mismos lugares que tú y yo, así que cuida de Paige. Y cuídate.
110
Miro el sinuoso camino por el que el Taurus negro de Joe Causey
desciende por la carretera.
—No crees que él vaya a atrapar a la persona que lo hizo.
Se rasca la cabeza.
—No estoy del todo convencido de que no haya sido él.
Capítulo 13
Jane Mendoza
Traducido por Albaxxi
Corregido por Sand

Hago la rutina del baño de Paige con el corazón afligido.


Como si Beau lo hubiese tomado y aplastado cuando se fue.
Cada latido de mi corazón me obliga a recordar sus palabras en la
playa. El hombre que dijo esas cosas era el jefe casual y cruel para el que
comencé a trabajar, no el amante en mi cama. Después de todo, sigue siendo
doloroso. Quería hundirme de rodillas en la arena y sollozar.
111
No con Paige esperando en la casa.
No con todo sintiéndose tan tenue como cuando llegué aquí.
Ahora se da vuelta en la bañera y patea. Paige dudaba de la bañera
hasta la primera vez que la probó. Luego cambió completamente.
—¡Es como una piscina! —exclamó, con sus ojos amplios del
asombro—. O una bañera caliente. Soy una sirena. Mírame, soy una sirena.
Hay espacio más que suficiente para que ella estire las piernas. Pasa
una mano por el agua y hace olas en el costado de la bañera.
—Diez minutos más —dice.
Y lo entiendo. Hay una tienda de juguetes allí para ella. Todo lo que
habíamos conseguido de una pequeña tienda en el centro para intentar
convencerla de que entrara. Un baño de burbujas que hace que la superficie
del agua brille con arcoíris. Botes de juguete. Pinturas para el baño, que
parece que van a frustrar el propósito, pero permanecen milagrosamente
fuera de su cabello.
—Cinco minutos —ofrezco como compromiso.
Mis sienes palpitan por el estrés de la discusión. Beau dijo que me
necesitaba. No le impidió darme la espalda. Afirmó que no lo decía en serio
cuando dijo que me amaba. Un momento que pasó, lo llamó. No tengo la
energía para luchar contra él.
—Siete —dice Paige, y vuelve a hundir la cabeza. Aprendió a hacer tratos mientras
jugaba al Monopoly. Ella te hará una oferta por St. Charles Place por más de lo que
vale. Parece una buena idea hasta que se pone en marcha y te lleva a la bancarrota unos turnos
más tarde.

—Está bien —respondo cuando reaparece—. Siete minutos.


Voy al dormitorio de Paige. La mayoría de las veces quiere estar sola,
así que le doy espacio. Ya lavé su cabello. Pronto estará lista, pero no quiero
presionarla demasiado. Así que me apoyo en el borde de la cama y la
escucho arrastrar los botes de juguete por el agua. Por los sonidos, hay un
barco pirata en batalla con una cala de sirenas. Gatita duerme
tranquilamente en la almohada de Paige, sin ser molestado por la batalla.
Un movimiento fuera de la ventana me llama la atención. Corro la 112
cortina unos centímetros, esperando ver la luz de la luna en las olas.
Hay alguien ahí fuera.
Una mujer, caminando lentamente por la playa. Me da la impresión
de un cabello rubio platino por la luna. Un camisón largo y claro. La
inquietud me recorre la columna. La mujer no parece dejar huellas en la
arena, o tal vez estoy demasiado lejos para verlas. Es casi como si estuviera
flotando sobre la playa, a la deriva hacia el agua.
—¿Cuántos minutos? ¿Cuántos minutos quedan? —La voz de una
niña llamando desde el baño.
Miro por encima del hombro a Paige, que está pasando el bote de
juguete sobre el borde de la bañera.
—Cinco minutos —digo, mi voz suena apagada. Asustada.
Cuando miro de nuevo, la playa está vacía. Eso no me hace sentir
mejor. Para nada. No caminaba lo suficientemente rápido como para
desaparecer. Acerco la cabeza a la ventana y miro hacia arriba y hacia abajo
la orilla. No hay nadie.
Corro de nuevo la cortina y me froto los ojos con la mano. Fue un
evento traumático, el incendio de la casa. Está haciendo volar mi
imaginación.
Un truco de la luz. Eso es todo. Estrés y un truco de la luz.
Regreso al baño.
—Es hora de salir y secarse.
—Diez minutos más. —Paige se aferra al borde de la bañera, solo sus
ojos se asoman por el costado.
—Voy a preparar tu pijama.
Un pijama nuevo aguarda en el cajón superior de la cómoda de
Paige. Quito las etiquetas una por una y las arrojo a su pequeña papelera.
—Diez minutos más —llama Paige, aunque no he vuelto para
advertirle. No debería seguir regateando con ella, pero es difícil ser estricta
con una chica que ha pasado, por tanto. Primero perder a sus padres. Luego
un incendio. La dejo disfrutar de sus baños, si eso es lo que le gusta.
—Ya casi termino —respondo.
113
Una sombra oscurece la puerta. Su olor le sigue un momento después.
Viento y océano y… humo. Beau me observa con ojos sombríos que se
vuelven más intensos por sus pensamientos.
—Jane —dice.
Mi mano aprieta el pijama.
—Paige se está bañando.
En el baño, hacen un ruido como el de un cañón.
Beau se endereza y se aclara la garganta. A pesar de su fuerza, su
ferocidad, todo contenido en ese cuerpo musculoso, se ve… vulnerable.
Como si recientemente se hubiera quemado tanto como la casa.
—Necesito disculparme contigo por mi comportamiento anterior. —
Cada palabra es dura. Incómoda—. No debería haberte dicho esas cosas. Lo
siento.
Luego asiente con la cabeza y se gira para irse.
Debería dejarlo. Debería dejarlo salir de aquí e irse a cambiar de ropa
y seguir siendo mi jefe frío y distante. Podríamos tener el tipo de relación
neutral jefe-empleada que deberíamos haber tenido siempre. Su amor es
peligroso. Me lo demostró en la playa.
Pero hay algo en la postura de sus hombros que habla de
pérdida. Está despojado. No sé de qué. ¿De la casa? ¿Su antigua vida? ¿O
de alguna otra cosa, una chispa más evasiva?
No lo sé, y quiero saberlo desesperadamente.
Me muevo tras él con pasos rápidos.
—Espera.
No dice una palabra mientras lo sujeto del brazo en el pasillo. Los ojos
oscuros de Beau se abren por una fracción de segundo, y luego su mirada
se desliza hacia mi mano en su manga. El olor a sal del océano es más fuerte
aquí. Sus ojos son más profundos. La luz del cuarto de baño se refleja y
desaparece en sus ojos. Es más difícil respirar con él mirándome así.
Como si fuera una decisión monumental para él.
114
Se me seca la boca.
—¿Qué dijo el jefe de bomberos?
Sus cejas se fruncieron con algo parecido al dolor. Quiere
mentir. Puedo verlo en sus ojos. También puedo verme reflejada allí. Estoy
vestida con toda la ropa cara que me dio. Un pedazo de su mundo, ahora. En
la superficie, encajo aquí, pero no quiero que me sujete por el brazo. No
quiero que me deje fuera.
—Dime la verdad —exijo en un susurro. A mitad de camino se
convierte en una súplica—. Confía en mí.
Aparta mi mano y me apoya contra la pared en un solo latido. La gran
mano de Beau ahueca mi mandíbula. No es como en la playa. No se está
alejando de mí. Está empujando con fuerza, su boca confiada en la
mía. Caliente, posesiva. Es como si tomara mis palabras como un desafío,
como si la verdad que ofrece está en cada roce de su lengua contra la mía,
en cada aliento que compartimos.
Su otra mano sostiene mi cadera. Mi corazón late con fuerza ante el
contacto. No puede esconderse de mí así. No se esconde de mí de esta
manera. Quizás del resto del mundo. Nadie puede vernos aquí en la
penumbra del pasillo. Solo existe la dolorosa verdad entre nosotros. Él me
necesita. Lo quiero.
Beau mete una rodilla entre mis piernas. Mi cabeza se inclina hacia
atrás a pesar de mí misma. Guarda silencio. Tengo que permanecer callada,
aunque me está dando el contacto suficiente para ponerme los nervios de
punta. Es más sucio que tocarme con los dedos. Más vergonzoso.
Una parte de mí ama esa vergüenza. Preferiría sentirme así cada
minuto durante el resto de mi vida que verlo alejarse de mí otra vez.
La idea de hacer ese intercambio (mi vergüenza y sumisión para que
él se quede, se quede, se quede) me deja sin aliento.
—Eso es —dice, cerca de mi oído. No debería dejarlo hacer
esto. Debería mantenerme firme y exigir terminar la conversación en mis
propios términos. Exigirle más que una dura disculpa. Ni siquiera puedo
intentar alejar mi cuerpo del suyo. Lo quiero demasiado.
115
Dejo que todo mi peso cayera sobre su pierna. Dejo que su mano
mueva mis caderas para que se mezan contra él. El resto de mí le
sigue. Quiero mis manos en su camisa, mis labios en los costados de su
cuello. Quiero más de él. Más de él de lo que posiblemente pueda tener en
el pasillo. Más de él de lo que tengo tiempo para tomar en este
momento. Presiono un beso en su cuello. Arrastro la punta de mi lengua a
través del sabor a sal marina de su piel. Ahogo otro jadeo.
Solo cuando estoy casi frenética por la necesidad de correrme, se
aparta, con los ojos llenos de advertencia.
—El jefe de bomberos dijo que fue a propósito.

Es humillante lo cerca que estoy de llegar. Me da esta noticia justo


cuando voy al límite, así que no tengo más remedio que escucharlo mientras
me estremezco con el tipo de orgasmo necesitado que hace que mi rostro
arda. No me sacia. No cuando lo sigue tan de cerca el conocimiento de lo
que dijo.
Mis nervios contra su pierna me hacen subir una y otra vez. Lo está
haciendo a propósito. Me está haciendo venir porque tiene más que decir.
La horrible anticipación se ve invadida por el placer.
—Alguien estuvo en la casa esa noche. —Su voz firme tiene un borde
de certeza. Un toque de ira mientras me frota hasta el clímax—. Alguien
encendió un maldito fósforo.
Sorpresa me recorre, persiguiendo el placer. Luego viene el
miedo. Frío en mis venas. Por supuesto que era posible. Era posible que
alguien más entrara a la casa e iniciara el fuego. Esperaba que no fuera
así. La idea de que alguien caminara sobre nuestras cabezas mientras
dormíamos, incluso mientras estábamos teniendo sexo, hace que se me
erice la piel.
No había sospechado nada, tan consumida por Beau Rochester.
Quienquiera que fuera, se aprovechó de nosotros. El recuerdo parece
infringido de alguna manera. Estaba en los brazos de Beau mientras alguien
conspiraba para matarnos en su casa.
No sé qué hacer. ¿Arrojarme completamente a sus brazos o
alejarme? No puedo hacer ninguna de las dos. Todavía estoy inmovilizada
por sus piernas. Sus manos en mis caderas me sostienen en mi lugar. 116
Lleva una mano a mi mejilla.
—Jane...
—Quiero salir. —La voz de Paige se convierte en un chillido agudo, y
el golpe del agua de la bañera golpeando el suelo llega un segundo después—
. Jane. Jane. Jane.
Me aparto de Beau y regreso al cuarto de baño. Paige está de pie en la
bañera, con los brazos cruzados sobre el pecho. Es la pose de una niña
enojada, pero su rostro no está molesto. Casi se siente aliviada. Como si me
hubiera ido un segundo más de lo que ella podía soportar. Tomo una toalla
de la percha y se la tiendo, con los brazos abiertos.
Paige sale de la bañera y me deja envolverla en el suave algodón. Sus
pequeños hombros se ven aún más pequeños a través de la toalla.
—¿Dónde pusimos ese cepillo? —reflexiono, sobre todo para mí. Sobre
todo, para calmar mi corazón acelerado. El calor hormonal de dos orgasmos
calienta mis venas.
—En el cajón superior. —Paige aprieta más la toalla alrededor de ella
mientras recupero el cepillo.
Concentro toda mi atención en peinarla. Todo, excepto la parte que
todavía escucha las palabras de Beau desde el pasillo. Alguien estaba en la
casa esa noche. Da más miedo que el inicio del fuego. Sabiendo que alguien
estaba ahí. Alguien más podría haber pasado de puntillas por mi
habitación. Alguien podría haber pegado la oreja a la puerta,
escuchándonos juntos.
Alguien podría haber usado ese hecho en nuestra contra.
Ahora se me ocurre que Joe Causey sabía que Beau y yo teníamos
sexo. Lo supo desde la primera vez que lo conocí en el hospital. ¿Cómo lo
supo?
—¿Jane? —pregunta la pequeña niña frente a mí.
—¿Sí? —respondo, demasiado rápido, sonriéndole un poco demasiado
tarde al reflejo de Paige en el espejo.
—¿Puedo tomar un vaso de leche antes de acostarme?
117
Descarto el impulso de decirle que no. No quiero ir a la cocina de la
posada. Ante la noticia de Beau, lo que quiero hacer es encerrarnos detrás
de la puerta del dormitorio más cercano y no salir hasta que la policía haya
encontrado a la persona.
Mientras tanto, ¿y si vienen a buscarme?
Podrían.
Alguien estaba en la casa esa noche.
—Por supuesto que puedes. —No mostraré mi miedo repentino e
irracional. Beau tiene sistemas de seguridad instalados en la posada. Nadie
va a entrar aquí sin que suene la alarma. Es perfectamente seguro para mí
caminar hasta la cocina y servirle un vaso de leche a Paige.
Paso el cepillo por su cabello una vez más, apartándolo de su rostro.
Paige me estudia en el espejo.
—¿Jane?
—¿Sí? —No tiene sentido molestar a Paige con esto, así que le doy mi
sonrisa más grande y cálida.
Ella me devuelve la sonrisa. No es una sonrisa completamente cursi,
pero después de todo lo que ha pasado, no puedo decir que lo esperaría. La
sonrisa de Paige aprieta mi corazón.
—¿Podemos jugar al Monopoly mañana?

118
Capítulo 14
Beau Rochester
Traducido por Albaxxi
Corregido por Sand

Marjorie se sobresalta cuando entro a la cocina. Sus hombros se


tensan ante una tabla que cruje bajo mi pie, y gira la cabeza con los ojos
muy abiertos.
—Señor Rochester.
Ella se está enjuagando las manos en el fregadero. El paño de cocina
que alcanza ha sido planchado y colgado cuidadosamente sobre un colgador
cerca del fregadero. Es el tipo de posadera que presta atención a detalles
119
como paños de cocina que combinan con las cortinas.
Me imagino que es una de las únicas cosas que no hemos
interrumpido.
—¿Hay algo que pueda hacer por usted?
Mi propia sangre late en mis venas. Quiero volver arriba con
Jane. Quiero tomar su rostro entre mis manos y besarla como lo haría si
tuviéramos todo el tiempo del mundo.
—Tomaste un mensaje para mí. Necesito saber más al respecto.
Sus manos revolotean hasta su falda. Las emociones cruzan su rostro
en una rápida secuencia: miedo, desafío, culpa. La culpa es interesante.
—No quería escribirlo.
—Pero lo hiciste.
—Era una locura. —Me mira a los ojos con una especie de
desesperación. Marjorie no es del tipo que se mezcla en algo como esto. Ella
es estricta en su posada. No importa que no la culpe porque alguien deje un
mensaje—. Decidí tirarlo mientras estaba fuera, pero ya lo había encontrado
para cuando regresé.
La misma paranoia punzante que sentí en la casa me golpea la nuca.
—¿Cómo sonaba ella? ¿Hubo ruidos de fondo?
Los ojos de Marjorie se agrandan.
—¿Cree que vendría aquí a buscarlo? Simplemente asumí que era una
de sus… —Un rubor asciende por sus mejillas.
Ella está hablando de las fotos mías que llegaron a los tabloides.
Malditas sean esas fotos.
En ese momento, ser fotografiado así se sentía como un éxito. Sentí
que finalmente había llegado. Pintó un cuadro que no me importó. Que
disfruté de una hermosa mujer todas las noches en mi cama. Que tenía el
dinero y la habilidad para ser buscado. Era una mierda tan vacía en
comparación con lo que quiero ahora: solo una mujer hermosa.
Jane. Arriba ahora mismo. Sus mejillas se tiñeron de rosa por cómo
120
la hice venir en el pasillo, apoyada contra el pasillo. Fuera de los
límites. Completamente fuera de los límites.
Cuantas más veces me enfrento a ese límite, más quiero derribarlo. Ya
lo he hecho más que una vez. Siempre jurando que será la última vez.
Nunca es la última vez. Incluso ahora, me muero por su sabor. Esta
cocina parece otro mundo en comparación con el pasillo oscuro de
arriba. Comparado con su cama.
—¿No escuchaste ningún sonido de fondo que te dijera dónde
estaba? ¿Nada en absoluto? ¿Personas en una oficina? ¿En un club? ¿El
océano? ¿Un tren?
—No. Pensé que sabía quién era ella. Ella dejó su nombre.
—Zoey Aldridge afirma que no llamó.
Sus ojos verdes pálido se agrandan.
—No creo...
—Incluso cualquier otra voz. Cualquiera intentando hablar con ella.
—No sé qué me diría, incluso si alguien se hubiera parado detrás de la
misteriosa persona que llama y susurrara una dirección. Ella podría estar
en cualquier lugar, llamando desde cualquier teléfono celular, con cualquier
otra persona del planeta.
Pero cualquier información no es mejor que no tener nada. No puedo
vivir en esta casa sabiendo que he dejado una piedra sin remover cuando se
trata de averiguar quién diablos está detrás de nosotros.
Y demostrar que no es Emily que ha vuelto de la tumba para
perseguirnos.
Suena absolutamente ridículo. Y de alguna manera razonable al
mismo tiempo.
Emily está muerta. Por eso tengo la custodia de su hija. No existen los
fantasmas, pero han sucedido cosas más extrañas en el mundo. Nunca
encontraron su cuerpo.
Pero si es así, ¿por qué diablos iba a encender fuego en la casa donde
dormía su hija? Cada vez que pienso en esto, encuentro otro ángulo que no 121
encaja. Lo único que encaja es el miedo asentándose en mí. Está aquí para
quedarse hasta que pueda resolver esto.
—No estoy segura, señor Rochester. No podría decirlo. —Marjorie se
muerde el labio inferior. Su mirada mira furtivamente al anticuado teléfono
de disco—. No estoy segura de querer hacerlo.
La preocupación se ha hundido tan profundamente en mis huesos
que la ira se apodera fácilmente. Me invade. Primero Joe Causey siendo un
idiota en la casa, y ahora Marjorie, queriendo ocultarme cosas.
Los secretos son mortales. Ella debería saber eso.
—¿No quieres decir qué?
—No sé nada de la mujer que llamó. —Ella cuadra los hombros. Alza
el mentón—. La única persona que conozco en esta situación es usted.
—¿Qué sabes de mí? —Nada, excepto que soy el hermano de
Rhys. Nada, salvo lo que el resto del pueblo ya sabe. En un lugar como este,
es imposible mantener el pasado en secreto. Sé lo que va a decir Marjorie
antes de que lo diga.
—Que rompe corazones. —¿Cómo diablos ha llegado esta
conversación a este lugar?—. No solo de esa mujer, sino también de Emily.
—Las comisuras de su boca se arquean hacia abajo y su mirada baja al
suelo por un breve instante—. Ella te amaba y te fuiste. Si te hubieras
quedado, ella nunca se habría casado con tu hermano. —Marjorie toma una
respiración profunda mientras llega a un punto inevitable—. Si te hubieras
quedado, ella todavía estaría viva.
—No soy yo quien la mató. Culpa a su esposo que la sacó en el
bote. Culpa al océano. —Mantengo mi tono tranquilo, pero ella tiene
razón. Si me hubiera quedado, Emily todavía estaría aquí. Nunca habría
tenido que buscar una agencia de niñeras. Nunca habría conocido a Jane—
. Vine por detalles sobre un mensaje perturbador que anotaste. No
acusaciones.
Me he hecho esas mismas acusaciones suficientes veces. Me he
tragado las historias de los tabloides muchas veces. No necesito escucharlas
ahora, cuando todo lo que me importa en el mundo está en peligro por un
enemigo que no quiere mostrar su rostro.
Joe Causey es el que sigue apareciendo, una y otra vez. Para
preguntarme por la casa. Para preguntarme por Jane.
122
Parece que Marjorie quiere decir más. No lo hace. Aprieta los labios,
me da un breve asentimiento y sale de la habitación. Lo cruzo en dos pasos
largos, abriendo el armario sobre el fregadero. Escocés. Un vaso. El cambio
en el aire ocurre cuando sirvo el whisky. Hace que mis músculos se tensen.
—¿Cuánto escuchaste? —pregunto a la habitación vacía.
La cocina está vacía, pero no el pasillo de afuera. Lo supe tan pronto
como Marjorie se fue. Jane entra en la puerta, con los brazos cruzados
alrededor de su vientre.
—Lo suficiente.
Bebo el whisky.
—¿Suficiente sobre qué?
—Suficiente para saber por qué sigues alejándome. —Podría escuchar
su voz, tranquila y baja, por el resto de mi vida. Excepto cuando quiero que
ella gima por mí. Excepto cuando quiero que ella haga esos pequeños ruidos
entrecortados que hacen que mi polla se contraiga. Excepto entonces.
—¿Porque eres muchos años más joven que yo?
—Aparte de eso.
Dejo mi vaso sobre la encimera. Lavaré la maldita cosa de nuevo tan
pronto como termine con esta conversación. Y espero que esta conversación
nunca termine.
—¿Porque estás contratada por mí, y probablemente estoy rompiendo
un centenar de leyes solo pensando en lo que quiero hacerte ahora mismo?
—Aparte de eso.
—¿Necesitamos otra razón?
Ella viene hacia mí, y en sus ojos oscuros veo una dulce compasión
que un hombre como yo nunca merecerá. Ni siquiera si pasara cien
años arreglando las cosas con ella.
—Tienes miedo de que salga lastimada —dice Jane en voz baja—. No
morí en ese incendio, pero es más que eso. Te sientes responsable por lo que
123
le pasó.
Le doy la espalda a ella y a la verdad. No puedo mirarla por
otro segundo. Es una responsabilidad demasiado pesada junto con todo lo
demás y duele. Se siente como si me hubiera atravesado las costillas con un
cuchillo. Puedo sentir el punto clavándose en mi corazón. A continuación,
escucharé sus pasos, alejándose de la habitación. Jane volverá arriba. No
tendremos que hablar de esto. No hablaremos sobre la forma en que estoy
tratando de dejarla fuera de nuevo. Los muebles de la cocina, una sola mesa
y cuatro sillas de madera a juego, se sienten como una audiencia. Quiero
cincuenta puertas cerradas entre Jane y yo y el resto del mundo.
En cambio, su cuerpo se encuentra con el mío. Jane me rodea con
ambos brazos por detrás. Me hace estremecer. Es deseo puro, limpio,
disparado directamente a mis venas. Ojalá pudiera levantar un auto o
escalar una montaña. Algo, cualquier cosa que tenga que ver con esta
lujuria. Cualquier cosa menos follar con Jane sobre la encimera de esta
posada. No sería nada levantarla e inclinarla de la manera que quiero. No
sería nada separar sus muslos y acariciar su centro para poder sentir cómo
todavía está mojada desde que la hice venirse. Ella lo estaría. Ella lo está
ahora. Lo sé.
La mano de Jane se mueve sobre mi pecho, tentadora y vacilante
también, y la inocencia del gesto me pone más duro. No puedo alejar el
sentimiento. No puedo alejarla. Es como el oleaje del mar. Puedes luchar,
pero te cansarás y te ahogarás. Casi siempre es mejor dejar que la corriente
te lleve a donde quiere ir y esperar hasta que estés en tierra para luchar. Así
que ignoro la advertencia en el fondo de mi mente y me giro en sus brazos
para enfrentarla.
—Tienes razón. —Rozo mis nudillos sobre su garganta, huesos de
hierro duro contra la suavidad aterciopelada. Jane traga mientras lo hago—
. No quiero que salgas lastimada. Y hay alguien ahí fuera que quiere
matarnos. Quien ya lo intentó.
—¿Zoey Aldridge? —Un poco de ceño fruncido en las comisuras de
la boca. Jane odiaba cuando Zoey estaba en la casa. Intentó con todas sus
fuerzas no mostrarlo. Casi desearía que lo hubiera hecho para poder verla
sonrojarse y alzar el mentón, como lo está haciendo ahora.
—Quizás. Tengo gente investigando su paradero, pero
124
su avión privado voló de regreso a Los Ángeles la mañana después de la
cena. Ha estado en Hollywood, supuestamente. Si fue ella, tal vez le pagó a
otra persona para que lo hiciera.
Jane frunce el ceño, como si no pudiera creer lo que estoy
diciendo. Como si, después de todo, no quisiera creer lo peor de la
gente. Pero ella sabe más que eso. Su vida le ha enseñado lo contrario.
—¿Ella te odia tanto? ¿Suficiente para pagarle a alguien por hacer
eso?
No quiero decirle lo peor de mí, así que no lo hago. Ahora no. La
sonrisa apenas llega a mis labios.
—Ella no es la primera mujer que me odia. Y probablemente, no será
la última. Deberías tomarlo como una advertencia, Jane. No soy bueno para
ti. No soy bueno para nadie.
Capítulo 15
Beau Rochester
Traducido por Albaxxi
Corregido por Sand

Puedo no ser bueno para Jane, pero eso no impide que la noche se
vuelva la mañana. Me siento atraído por la posada. A esta rutina que Jane
y Paige están empezando a armar. Jane, que perdió todo, está haciendo algo
de la nada para Paige.
Bueno, no de la nada. Veo a Jane observando su ropa nueva. La
atrapo disfrutándola. Pasa las yemas de sus dedos por el dobladillo de su
camisa y pasa la palma de su mano por la suave tela que cubre su estómago.
Como si no pudiera creer que fueran tan suaves.
125
Toda la mañana, ella y Paige están ocupadas. Están coloreando en el
patio trasero. Pintando en la mesa del comedor. Leyendo libros juntas,
acurrucadas en el sofá.
Luego, en el almuerzo, Paige deja su sándwich de mantequilla de maní
y mermelada.
—Quiero jugar al Monopoly ahora. Dijiste que podíamos.
La nueva caja brillante ya llegó de Amazon. No es la versión exacta
que tenía Paige, pero supongo que está lo suficientemente desesperada como
para jugar y aceptarla.
—¿Justo ahora? —pregunta Jane.
Esta es la Paige más animada que he visto desde el incendio. Ella luce
alegre de nuevo. Viva.
—Ahora —dice Paige, su mirada fija en mí—. También quiero que
juegues. Quiero que todos juguemos.
Mi instinto es retroceder y dejar que Jane y Paige vivan en el pequeño
mundo que han creado. En el que están a salvo de mí. Pero Paige se ve tan
esperanzada. Todavía la recuerdo de pie en la noche, con la lona enrollada
a su alrededor como una manta improvisada.
—¿Dónde jugamos? —pregunto, resignado.
Paige me sonríe. Se baja de su taburete en la isla de la cocina y sube
las escaleras de dos en dos. Vuelve a bajar un minuto después con una serie
de golpes y va a la amplia mesa de café en medio de la sala de estar.
Marjorie mantiene el espacio ordenado, limpio y cómodo. Me alegro de
tener todo el lugar para nosotros. Paige necesita la menor fricción posible
en su vida en este momento. Dejar que ella elija dónde jugamos y dónde nos
sentamos sin interferencias externas es bueno para todos.
Jane pone los platos en el fregadero y la sigue, y yo sigo a Jane, con
las manos doloridas por tocarla. Paige está de pie en la mesa de café, el juego
en sus manos, mirando sospechosamente el juego.
—Esto no está bien —dice ella.
—Abrámoslo y veamos. —Jane le quita el juego a Paige, abre la
126
envoltura de plástico con una uña y coloca la caja en el borde de la mesa.
Paige desliza la parte superior y frunce los labios en la pieza.
—Aún no se ve bien.
—No es el mismo set que tenías antes —coincide Jane—. Será
diferente. Pero las reglas seguirán siendo las mismas.
—¿Y si no son iguales? —Paige se inquieta cuando Jane coloca el
tablero y desenvuelve las pilas de cartas de su plástico—. ¿Qué pasa si
cambiaron las reglas y cambiaron todo al respecto?
—No cambiaron todo —menciona Jane. Se sienta en el taburete y
toma la primera pieza—. ¿Ves? Aquí está el zapato y el sombrero de copa.
Paige los prueba en la palma de su mano.
—No se sienten bien. —Sus mejillas se enrojecen y Jane pone una
mano en su codo—. No se sienten bien en absoluto. Creo que son
diferentes. Son demasiado diferentes. Mira esto, hay un dinosaurio. No
debería haber un dinosaurio en Monopoly.
—Es difícil cuando las cosas no son como esperábamos —explica
Jane—. Querías que las piezas fueran iguales, pero este no es tu viejo
juego. Este es nuevo y tiene diferentes partes. Pero las reglas siguen siendo
las mismas. Todavía nos divertiremos jugando juntos.
—No lo quiero así —dice Paige, pero su voz permanece tranquila. No
se está preparando para gritar. En cambio, toma aire por la nariz y lo deja
salir por la boca—. Las piezas son diferentes.
Jane sonríe, el orgullo brilla en su rostro.
—Pero las reglas siguen siendo las mismas.
—Está bien —responde Paige—. Está bien. — Ella pone el zapato y el
sombrero de copa en la pizarra y mira las tarjetas, pareciendo reconfortarse
con los colores familiares y los nombres de las propiedades.
Me siento en el sofá y Jane acerca un taburete al otro lado de la
mesa. Paige se pone de pie en un extremo y preparamos el tablero. Paige es
la banquera, naturalmente. Y el pequeño sombrero de copa plateado. Decide
que yo me encargaré de las tarjetas inmobiliarias. Eso deja a Jane para
controlar las pequeñas casas verdes y los hoteles rojos. Escojo el acorazado 127
y Jane toma al gato. Esconde al dinosaurio. Paige ha tenido suficientes
cambios por el momento.
Paige lanza los dados en su primer turno.
—Esto es lo que hacen las familias —dice, su voz cuidadosamente
despreocupada—. Juegan juntos. Somos como una familia.
Los ojos de Jane se encuentran con los míos desde el otro lado de la
mesa, y luego vuelve a mirar a Paige.
—Es como una familia. ¿Cómo te sientes con eso?
—Me gusta —admite Paige, y mi corazón se aprieta.
La verdad es que a mí también me gusta. Más de lo que es seguro para
mí admitir.
Paige lanza primero. Ella aterriza en Chance. La tarjeta naranja le
permite avanzar al ferrocarril más cercano. Eso la pone en Pennsylvania
Avenue.
—No lo sé —reflexiona—. Los ferrocarriles son difíciles porque no hay
forma de construir casas, incluso si obtienes un monopolio.
—Podrías pasar —dice Jane.
—Yo lo compraría —menciono porque me siento más cómodo
gastando este brillante papel moneda. También me siento más cómodo
gastando dinero verde real. Jane está mucho más nerviosa por gastar. ¿Y
Paige? Ella es estratégica. Ella se enfoca en construir monopolios.
Jane lanza a continuación. Aterriza en Oriental Avenue, donde hace
una pausa para mirar su dinero y considerar el costo, pero finalmente decide
comprarlo.
—¿Somos una familia? —pregunta Paige.
La mano de Jane se detiene en su camino para tomar la tarjeta con la
franja azul pálido de Oriental Avenue y luego continúa.
—Beau es tu familia —dice, manteniendo su tono ligero.
Gatita elige este momento para correr por la habitación y saltar a la
mesa en el medio del tablero, derribando mi acorazado. Jane levanta a la 128
gatita y la regresa al suelo mientras yo pongo mi pieza en posición vertical
de nuevo.
Por fuera, probablemente parezca tranquilo.
Por dentro, me estoy tambaleando.
¿Somos una familia? Me sorprende que Paige hiciera la pregunta. Y
me sorprende lo fuerte que es mi deseo de decir que sí.
—¿Qué hay de ti? —Paige mira entre nosotros dos—. ¿Son como una
mamá y un papá?
Jane traga.
—Los dos te cuidamos. Puedes confiar en nosotros y pedirnos
ayuda. Eso es algo que tenemos en común con las mamás y los papás.
Sus preguntas tocan un nervio más profundo.
Algo que trato de mantener en el fondo de mi mente.
Paige podría ser mi hija. Podría ser su padre. Siempre supe que era
posible, basándome en cuando Emily me visitó. Cuando dormimos juntos. A
pesar de eso, pensé que era mejor que creciera con una familia real, con
Rhys y Emily. Sentado aquí con ella ahora, podría convencerme de que ella
es mía. Ella se parece un poco a mí. Tiene un temperamento como yo.
Ella es buena con el dinero como yo, incluso si es dinero de Monopoly.
Saco doble cinco, lo que me pone en la parte de la cárcel de “Solo
visita”.
Paige observa cada uno de mis movimientos. Si fuera cierto, ¿qué
significaría? ¿Debería hacerme una prueba de ADN? ¿Importaría, dado que
ya soy su tutor?
Incluso si tuviera pruebas contundentes, nunca podría decírselo a
Paige.
Siempre conoció a Rhys como su padre. No le quitaré eso.
La haría sufrir, y la idea de causarle más daño hace que me duela el
pecho. Tener que presenciar su dolor por perder a su mamá y a su papá fue
lo más difícil que tuve que ver. Descubrir que Rhys ni siquiera era su padre
129
competiría con eso. Sería como perderlo dos veces.
—Eres como mi padre de reemplazo —dice Paige.
—Lo soy. —Realmente no tiene mucho sentido negarlo. Soy lo más
parecido a un padre que jamás tendrá ahora que Rhys se ha ido. ¿Estaría
tan mal apoyarse en esa idea?
Convertirme en su tutor me aterrorizó al principio. Me mantuvo
despierto por la noche. ¿Cómo diablos se suponía que iba a saber qué
hacer? Me mantuvo despierto por la noche, lo mucho que le fallé al
principio. No estoy seguro de tener éxito ahora, pero ha habido mejoras.
Jane ha sido una mejora.
Paige juega con los dados en su mano.
—Se supone que hay dos padres.
—No siempre —señala Jane—. Algunas personas tienen padres
solteros. O viven con un solo padre. Cada familia es diferente, pero lo
importante es que hay personas que te quieren.
—¿Y si quisiera tener dos padres? ¿Te quedarías?
La dulce mirada marrón de Jane se encuentra con la mía. Se ve
indefensa, animada por las palabras de Paige, de alguna manera herida por
ellas también, porque cree que no es posible.
—Jane tiene sus propios sueños —digo, manteniendo mi voz casual—
. Ella va a la universidad. Se convertirá en trabajadora social para ayudar a
los niños que lo necesiten.
—Ella podría ser una trabajadora social aquí —indica Paige.
Ella es terca. Estoy seguro de que ella obtuvo eso de nuestro lado de
la familia.
—Jane está aquí solo temporalmente. Hablamos de esto cuando llegó
aquí, ¿recuerdas? ¿Cómo se quedaría con nosotros durante un año?
Paige asiente decepcionada y la tensión se desvanece.
Con una sonrisa, lanza los dados. Aterriza en New York Avenue y la
compra. Seguimos jugando durante algunas rondas, comprando
propiedades cuando aterrizamos en ellas. 130
Paige toma una ventaja temprana en el juego. No me sorprende.
Ella es muy buena en el juego.
Lo que sí me sorprende es lo mucho que quiero estar en este momento
con ella y con Jane. Es fácil caer en esta fantasía de pensar que Paige es
realmente mi hija.
Se siente... cálido pensar en ella así. Correcto. Y complicado.
Quizás mi amor no tiene por qué ser peligroso.
Tener a Paige conmigo ha iluminado todas las piezas de mí que
todavía están dobladas o rotas. Las partes que aún no saben qué hacer con
toda la complejidad del mundo. Hay una cierta culpa que viene al saber que
no puedo ser perfecto para ella.
Pero también hay un profundo sentimiento de amor. Y en momentos
como este...
Felicidad.
Paige solo tiene siete años, pero eso no la frena en Monopoly. Ella sabe
la renta en Pacific Avenue con tres casas sin siquiera mirar la
tarjeta. Calcula la cantidad a devolver cuando le damos al banco dinero para
la propiedad en un abrir y cerrar de ojos. Cuanto más dura el juego, más
concentrada se vuelve. Trabaja para reunir monopolios, y una vez que los
tiene, gasta todo su dinero en construir casas. Es una estrategia
inteligente. Ella tiene menos dinero que nosotros en este momento, pero
todo lo que se necesita es aterrizar en su hotel una vez para llevarnos a la
bancarrota.
Muy pronto ella será dueña de todo el lado izquierdo del tablero.
Podría dejarla ganar. Me pregunto si eso me convertiría en un mejor
tío. O un mejor padre, susurra una voz dentro de mi cabeza.
Por otra parte, probablemente se daría cuenta si renunciaba. ¿Por qué
no darle un desafío?
Ella ya es dueña del lado de menor costo de la junta, que debo admitir
que es la mejor posición. Es más fácil construir casas y hoteles. Y es
probable que todos los que pasen por la casilla de salida aterricen en algo
antes de pasar por el estacionamiento gratuito.
131
Así que me concentro en las propiedades más exclusivas, las amarillas
y las verdes. Pronto seré dueño de una esquina entera. Estoy tomando el
alquiler con la mano empuñada con una sola casa en cada una.
—Eres un arrendador duro —dice Jane, hipotecando sus propiedades
para pagarme.
—Es un mundo cruel —concuerdo, aceptando la pila de cincuenta y
veinte.
En el siguiente turno, Jane aterriza en Baltic Avenue con un
hotel. Propiedad de Paige. No queda suficiente propiedad sin hipotecar para
pagarla, así que ella se retira.
Eso nos deja a Paige y a mí peleando.
Hay momentos en los que parece que va a ganar, pero tengo la suerte
de obtener el impuesto sobre la renta en lugar de sus hoteles. Pagar $200
es más barato que sus exorbitantes rentas. Se las arregla para evitar el
ahora llamado rincón de la perdición al aterrizar en la cárcel, enviándola de
regreso a un lugar seguro.
En los momentos finales, mi acorazado está listo para entrar en su
lado. Parece casi imposible que pueda permanecer a salvo otro
momento. Ambos estamos igualados, pero nuestras propiedades están tan
apostadas que un solo movimiento en falso terminará el juego.
Entonces es su turno. Ella todavía está en los espacios naranjas, en
relativa seguridad.
Ella lanza. Es un doce.
Ninguno de los dos esperaba un par de seis Eso la lleva hasta Pacific
Avenue, donde tiene que desembolsar 1.400 dólares de alquiler. Eso hace
mella en su efectivo. También tiene que vender algunas casas, pero sigue en
pie. Me las arreglo para evitar sus espacios aterrizando en Community
Chest.
Luego aterriza en el espacio definitivo: Boardwalk.
Eso acaba con la mayoría de sus casas y la obliga a hipotecar algunas
de sus propiedades. Con tanto dinero en mis arcas, el juego esencialmente
132
ha terminado.
—Me ganaste —dice Paige, sonando más sorprendida que
frustrada. Hay una especie de asombro a regañadientes en sus ojos—.
Normalmente gano.
—Sé que sí. Lo sacaste de nuestro lado de la familia.
—Lo hiciste bastante bien —menciona Paige—. ¿Papá y tú solían
jugar?
—Éramos bastante competitivos —respondo, lo cual es quedarse
corto. Era normal que nuestros juegos terminasen en peleas, con las piezas
del tablero desparramadas mientras lanzábamos puñetazos.
—¿Qué hay de ti? —pregunta a Jane—. ¿Solías jugar cuando eras
niña?
Me tenso, preguntándome si la pregunta la molestará. Mi infancia no
fue exactamente sol y galletas, pero no es nada comparado con la de
ella. Perdió a su padre y luego se vio envuelta en un sistema plagado de
abusos. Pero ella no parece molesta por la pregunta.
—Sí, y también perdía —dice riendo. Me sentaba aquí jugando al
Monopoly con ella para siempre solo para escucharla reír—. Se terminó. En
quiebra. Es como en la vida real.

133
Capítulo 16
Jane Mendoza
Traducido por Albaxxi
Corregido por Sand

Un iPhone, es el teléfono más elegante que he tenido. Se siente


robusto e increíblemente frágil en mis manos, incluso protegido en su nueva
y brillante funda. No puedo dejar de pasar la punta de los dedos por los
bordes. Es hermoso, honestamente. Demasiado hermoso para ser un
teléfono. Y es mío.
En mi habitación de la posada tengo unos minutos libres para
dedicarle. Al principio no quería sacarlo de la caja. Se parecía demasiado a
la ropa. Demasiado como entrar en la vida de otra persona.
134
Jane Mendoza no puede pagar el último iPhone con su elegante y
cuidado embalaje.
Incluso abrir la caja se sintió bien. Retirar la película protectora de la
pantalla fue una experiencia mejorada. Diez minutos con él y ya se siente
como en casa en mi mano. Es fácil acostumbrarse a este tipo de cosas. Está
hecho para ser así.
Me acurruco en la cama y restablezco todas mis contraseñas mientras
Paige juega en su habitación. Le gusta tener unos minutos antes de empezar
el día. Y mis horas no empiezan oficialmente hasta las ocho.
Solo se necesitan unos minutos para iniciar sesión en Facebook.
Las notificaciones aparecen en el segundo que se carga la
pantalla. Mensajes. Para mí. De Noah.
No he tenido noticias tuyas desde hace mucho tiempo, ¿estás bien?
¿¿Pasó algo??
Si no respondes, volaré a Maine para asegurarme de que estés bien.

Marco su número tan pronto como leo el último mensaje. Lo último


que nadie necesita es que Noah vuele a Maine en ese estado mental. Me
encontraría en la posada, con ropa que nunca podríamos permitirnos, y...
—¿Jane?
—Soy yo, Noah. Soy yo.
Él maldice, alivio y frustración en su voz. El ruido de fondo se hace
más intenso. Alguien gritando. Debe estar en su trabajo en el almacén ahora
mismo.
—No cuelgues —dice sobre él, con la voz rota por los golpes. Una voz
en el fondo se acerca y luego se desvanece. El resto del ruido también se
disipa con él hasta que apenas puedo escuchar el zumbido a través de los
altavoces. Sé cómo se vería Noah, saliendo a una mañana bochornosa de
Houston, con las manos temblorosas mientras sacaba un cigarrillo para
fumar—. ¿Qué diablos pasó?
—Hubo un accidente. —Mentira, mentira, mentira. No fue un
accidente. Alguien prendió fuego a la casa mientras estábamos en ella. Ha
135
sido confirmado por el jefe de bomberos—. Un incendio. Perdí mi teléfono.
—¿Qué? ¿Qué mierda? —Su respiración se acelera. Estará
caminando en este momento. Alejándose de donde sea que haya estado—.
Dime qué diablos pasó, Jane. Dímelo ahora mismo. Joder.
—Estoy bien. —No estoy bien. Nada está bien. La casa se quemó y
paso todos los días respirando con miedo y frustración—. Estoy bien. Todos
salimos a tiempo.
—¿La casa entera? —Está horrorizado—. ¿Todo se vino abajo?
Primero cayó sobre Beau. El calor me quema las mejillas. Sus ojos
oscuros me habían mirado desde un océano de naranja. Ese rayo que lo
inmoviliza contra el suelo. Su furia, como el fuego mismo. Te amo, maldita
sea. No había tenido suficiente voluntad para salvarse a sí mismo, pero la
encontró para protegerme del techo que caía. Cada respiro que doy se siente
caliente. Ajustado. Me duelen los pulmones.
—Sí. Todo, y yo perdí… —Las lágrimas arden en las comisuras de mis
ojos. Me he centrado en Paige. En Beau. En mantenernos unidos mientras
estamos aquí en este horrible espacio intermedio. No me he permitido
pensar en lo que perdí. El teléfono se siente demasiado resbaladizo en mis
manos. Demasiado bien. Lo cambiaría para recuperar mi foto—. Perdí la
foto, la única que tenía.
—¿La de tu papá? —pregunta con voz suave. Él sabe lo que esa foto
significa para mí. Lo que significaba para mí, antes de que se convirtiera en
un rizo de papel de desecho en una pila de escombros.
—No tuve tiempo de sacar nada.
Beau estaba en mi cama esa noche. Estábamos en mi
habitación. Podría haber tomado la foto al salir, pero no lo hice. Podría
haber agarrado mi billetera, pero no lo hice. Aspiré humo y nos
fuimos. Siempre pensé, si me despertaba en un incendio, recordaría tomar
la única evidencia de mi papá. Estaba equivocada. Cuando una casa se
incendia así, no piensas. Solo corres.
—Lo siento, Janie.
—No es solo eso. Es todo. Mi billetera. Ya ni siquiera tengo
identificación. —La frustración se siente mejor que el dolor. Al menos puede 136
cubrirlo por un minuto—. Es todo un proceso para demostrar quién eres. Es
como si no fuera nadie. No puedo probar quién soy sin una prueba de quién
soy. Y no estoy seguro de en quién confiar aquí, ya que quienquiera que
haya encendido el fuego...
Noah maldice de nuevo. La vergüenza ardiente recorre mis
mejillas. Un frío pavor en la boca del estómago.
—Noah, no...
—Tienes que estar jodidamente bromeando. —Su voz se volvió grave,
la ira no se oculta en absoluto. Solo está diseñada para evitar ser detectada
por padres adoptivos demasiado entusiastas que no se preocupan por las
emociones. Me sacude hasta la médula—. ¿Alguien intentó llegar a ti?
—No es como…
—¿Y qué estaba haciendo ese imbécil rico, Jane? ¿Estaba haciendo
algo para protegerte?
Lágrimas bajan por mis mejillas. Mi mano tiembla sujetando el
teléfono demasiado bueno.
—No fue su culpa. No te enfades con él. O conmigo. No fue culpa de
nadie.
Fue culpa de alguien. Alguien inició el fuego. Una parte de mí quiere
aceptar parte de la culpa. ¿Cabreé a alguien del pasado de Beau?
Noah deja escapar un suspiro al otro lado de la línea.
—Lo siento. Lo siento. Pero entiendes por qué tengo que salir. No es
seguro ahí. Estas personas con dinero se vuelven locas. No les importa a
quién ponen en riesgo en el proceso. Es una trampa.
—No lo hagas, no hay necesidad de venir aquí. Estoy bien.
—No estás bien. Estás llorando. No tienes ninguna de tus cosas, esa
maldita casa se quemó... —Otra respiración profunda. Apenas tiene control
de sí mismo. Ha comenzado a caminar de nuevo. Sus pasos resuenan en la
acera. No puedo imaginarme dónde está. No hace mucho, le habría
preguntado dónde estaba. Ahora solo me hará sentir peor imaginar a Noah
caminando solo por una calle que solía conocer—. Tienes que volver a casa.
La palabra hogar me hace retroceder ante el teléfono como si me
hubiera gritado. ¿Dónde está mi hogar? No en Houston. Ya no. Esta posada
137
tampoco.
Pensé que no pertenecía a ningún lugar antes del incendio. Ahora es
aún más cierto.
No tengo ninguna de las piedras de toque que me recuerden quién
soy.
De quien se supone que debo ser.
Todo ha sido quemado y arrojado al fuego. Vine aquí porque tenía un
objetivo claro en mente. Trabajar. Conseguir dinero. Ir a la universidad,
convertirme en trabajadora social y romper el ciclo que me trajo aquí
en primer lugar, sola y más que un poco desesperada por un trabajo bien
remunerado.
Nada de esto ha salido como pensaba. No esperaba amar a Paige tanto
como lo hago. No esperaba enamorarme de mi jefe. Y que todo se
desvanezca...
—No lo sé. Quizás lo haga. —Él me conoce. Me ha visto en mi peor
momento. En mis días más oscuros y horribles. Es tentador creer que Noah
tiene las respuestas a la tormenta constante en mi mente. Hace años,
cuando lo conocí por primera vez en el hogar de acogida, estaba triste por
dejar mi último lugar. Me consoló. Gente como tú y yo, no nos quedamos en
un mismo lugar por mucho tiempo. Si te vas lo suficientemente temprano, no
los extrañarás cuando te vayas—. Tal vez sea una señal de que debería volver
a casa. Realmente pensé que era seguro aquí.
¿Cómo pudo haber resultado ser menos seguro que toda una vida en
hogares de acogida? Cada nueva dirección era otra tirada de dados. Se
suponía que tenía una mejor oportunidad aquí.
—Ven a casa —dice de nuevo, y quiero ceder. Me duele pensar en
ceder. Es doloroso imaginar la escena con Paige. Ella podría doblar sus
bracitos sobre su pecho y darme la espalda, con cara de piedra y
silenciosa. O podría derrumbarse con su cara roja y sus gritos
frenéticos. ¿Cómo puedo alejarme de eso? Le prometí que me quedaría. Le
hice una promesa.
Se siente como si dos lados de mi corazón estuvieran siendo separados 138
por manos fuertes. Noah está esperando a un lado y Paige y Beau al otro. Un
sollozo se me escapa.
—Noah, yo...
—Solo ven a casa. Podemos resolver las cosas cuando llegues. No
tienes que pensar en eso. Simplemente compra un boleto de avión de regreso
a Houston.
Suena la alarma de mi teléfono, interrumpiendo nuestra
conversación. Lo tengo programado para las ocho todas las mañanas,
aunque Paige suele venir a buscarme antes de esa hora.
Es hora de trabajar.
—Tengo que irme —menciono.
—No. Jane. Necesitamos hablar de esto. No cuelgues. No...
Termino la llamada y guardo el teléfono en mi bolsillo, luego voy a
buscar a Paige.
Ella no está ahí. Su cama está vacía. La puerta de su baño está
abierta, la pequeña habitación a oscuras por dentro. No está en su
habitación, ni en la de Beau, ni en ninguna de las otras habitaciones de
invitados.
Limpio mis lágrimas con el dobladillo de mi camisa. Mi corazón late
con miedo renovado ante su ausencia. ¿Y si ella se ha alejado? Oh no.
Estamos en un lugar nuevo. Ya sabes cómo le gusta esconderse.
Ella no está en el piso superior. Reviso cada habitación y el armario
de la ropa blanca. El único acceso al ático es a través de una escalera
desplegable, por lo que no puede estar allí. Uno de mis pies resbala en las
escaleras que bajan al primer piso, pero me agarro a la barandilla.
No en la cocina. No en la sala de estar.
—¿Paige?
Sin respuesta.
La posada tiene un sótano terminado, y dudo entre mirar hacia afuera
y mirar hacia abajo. ¿Fuera o abajo? Dios, no lo sé. Tengo que hacer ambas 139
cosas, así que bajo las escaleras a toda velocidad. Aquí abajo hace fresco y
está quieto. El escaso mobiliario está cuidado, como todo en la posada, pero
no es un espacio que hayamos usado.
Ella no está en la sala principal, con dos sofás y estantes llenos de
juegos de mesa.
Estoy a punto de darme por vencida, de correr escaleras arriba y
buscarla en la playa, cuando escucho el sollozo del lavadero.
Junto a la lavadora y secadora industrial se encuentra la salida del
conducto de lavandería, cubierta por una puerta que se puede abrir con una
perilla. Está abierto una pulgada.
Puedo ver los dedos de los pies de Paige a través de la grieta.
Se queda absolutamente quieta cuando abro la puerta. Paige se ve
afectada por la tenue luz que entra por una ventana en lo alto del techo. Sus
mejillas están rojas. Si está a punto de tener otro colapso, puedo manejarlo,
pero esto se siente diferente. Abro los brazos de par en par para ella y
retrocedo unos pasos para darle espacio.
—Ven aquí, cariño.
Ella duda durante unos dolorosos segundos. Pero luego sale del
conducto de la ropa sucia y se lanza sobre mí.
Bajo al suelo con ella y me apoyo contra la pared de enfrente. Apoya
la cabeza en mi pecho, respirando con dificultad.
Paige se relaja un poco cuando la rodeo con mis brazos y me recuesto
en las almohadas. Paso mis dedos por su cabello, deshaciendo los pequeños
enredos que se han acumulado en el transcurso de la mañana. No digo
nada. A veces es mejor presionar a una persona cuando está molesta. A
veces es mejor mantener la boca cerrada. Al menos quedarme callada me da
la oportunidad de recobrarme.
Paige toma un suspiro tembloroso.
—No quiero morir.
Oh, duele escucharla decir esas palabras. No debería estar pensando
en la muerte tan joven, pero no puede evitarlo. Sus padres están muertos.
—Vas a vivir mucho, mucho tiempo —prometo, aunque no puedo 140
hacerlo.
—Está bien, pero no quiero que mueras. —El temblor de su voz casi
hace que las lágrimas se derramen de nuevo, pero no voy a romperme. Ya
ha experimentado demasiadas pérdidas y ahora tiene aún más miedo. Es
terrible. Tengo que ser fuerte por ella.
—No planeo morir pronto. —Ésta es la verdad, al menos. No lo
planeo. Ahora mismo planeo vivir para siempre si eso significa hacerla sentir
mejor. Paso una mano por su espalda—. ¿Estás preocupada por eso?
—Sí —responde en voz baja—. Si tú y Beau mueren, ¿quién me
cuidará?
Una pregunta verdaderamente imposible. No sé qué dice el
testamento de Beau, pero si él muere, no sería yo. Volvería a Houston y una
vez más me convertiría en nadie.
—Alguien siempre estará aquí para cuidarte. Pero los dos vamos a
vivir mucho tiempo. Hasta que seas mayor.
Una pausa. Mis respuestas pueden salir mal bastante pronto si ella
sigue así. Realmente lloraré. No sé cómo explicar el proceso de encontrar
sus propios sustitutos para la familia. No sería reconfortante para ella.
—Cuando sea mayor —dice Paige—, ¿todavía puedo jugar en la playa?
—Sí, por supuesto. —Dulce alivio—. No tienes que esperar hasta
entonces. ¿Deberíamos jugar en la playa esta tarde?
—Castillos de arena —indica Paige—. Quiero hacer las torres.
—Haré las paredes.
—No demasiado cerca del agua. —Ella toma un gran respiro y lo deja
salir—. No quiero que las olas lo derriben antes de que terminemos.
—No demasiado cerca —concuerdo.
Vuelve a haber silencio entre nosotras, y le aliso el cabello. Jugar
Monopoly con Beau y Paige ayer se sentía como esto. Eso es lo que sería
tener una familia. Ella todavía no ha levantado la cabeza de mi pecho. Así
sería tener una hija. Todos estos momentos difíciles y dolorosos
con preguntas imposibles escondidas junto a las dulces e inocentes. 141
—¿Crees que volverá? —pregunta Paige.
—¿Quién?
—La mujer en el acantilado. La que lleva el camisón. Ella solía
caminar fuera de nuestra vieja casa, antes de que se incendiara.
Capítulo 17
Beau Rochester
Traducido por Albaxxi
Corregido por Sand

Ahora que la Coach House ya no es una escena del crimen, me veo


obligado a tratar con la compañía de seguros. Podría pagar para que lo
reemplazaran ya mismo, pero es complicado porque la casa está
técnicamente en el fideicomiso que tiene Paige. Luego trato con los
contratistas. Quiero que reconstruyan la casa para poder llevar a Jane y
Paige a algún lugar que no se sienta tan expuesto. Por lo menos, quiero que
los escombros acusadores se despejen del acantilado.
Las llamadas telefónicas consumen la mayor parte de la tarde
142
mientras Jane y Paige están en la playa. Todo el maldito asunto es un
ejercicio de frustración. Odio sentarme tanto tiempo por llamadas
telefónicas, pero mi pierna palpita cuando estoy de pie o camino. Las dos
regresan de la playa con las mejillas rosadas por el sol. Jane está callada en
la cena. Las sombras de sus ojos me corroen.
La quiero sola en una habitación para poder apoyarla contra la pared
y escribir preguntas en su piel. Ella me dará las respuestas. Solo hay que
sacárselas. Acostamos a Paige, rodeando la preocupación de la que no
hablará.
Jane entra en mi habitación unos minutos después de que Paige se
haya quedado dormida. Estoy en la cómoda, poniéndome un suéter.
Por el cambio en el aire, creo que podría estar llorando. Hay un cierto
alivio en eso. Puedo abrazarla fuerte. Puedo secar sus lágrimas.
Probarlas en sus labios.
Pero cuando me doy la vuelta para mirarla, no está llorando. Jane
junta sus manos frente a ella, y hay una indecisión dolorosa en su rostro.
—¿Qué es? ¿Qué ocurre?
—Esto puede sonar… —Ella niega con la cabeza—. Anoche, mientras
estaba bañando a Paige, vi a esta mujer caminando por la playa. Ella estuvo
allí un segundo, y luego simplemente... se fue.
—Probablemente era Marjorie que hubiese salido a dar un paseo.
—¿En camisón blanco? ¿Con cabello rubio?
Es como si hubiera volcado una jarra de hielo en mis entrañas.
—No es Marjorie, entonces. —Ella es pelirroja—. Un invitado de uno
de las otras posadas, Jane. La gente camina por la playa.
—Esa es la cosa. —Palidecen aún más sus mejillas—. Paige mencionó
a una mujer esta mañana. Dijo que una mujer solía caminar por el
acantilado junto a la casa antes de que se incendiara. —Jane traga—. Dijo
que la mujer también vestía un camisón blanco.
Mierda.
143
Quiero alejarme de ella, pero no queda espacio en la habitación para
hacerlo. La ventana es la única ilusión de escape. Un tramo de arena vacío
aguarda frente a olas ondulantes. Hace que sea difícil ver si hay algo en el
agua. No puedo salir de esto con lógica. Sería fácil descartarlos a
ambos. Súmalo a estar cansado y estresado.
Mi estómago da un vuelco.
Jane toca mi codo, con las yemas de los dedos ligeras sobre la tela. Me
siento como un incendio en una casa esperando por iniciar. Sus ojos
oscuros encuentran los míos.
—¿Qué deberíamos hacer?
Ella está ansiosa. Asustada. Quiero calmarla, no asustarla.
Pero debería estar asustada. Mi corazón bombea pura adrenalina a
mis venas. Ya instalé un sistema de seguridad. No hay mucho más que
pueda hacer para proteger la casa que no sea contratar guardias armados
para que permanezcan en una playa casi vacía.
¿Qué diría eso sobre mi cordura, si rodeara este lugar con
mercenarios? ¿Qué le haría a la cordura de Jane? ¿A la de Paige? Solo sería
una confirmación de que no estamos a salvo. Confirmación visible e
inevitable.
Por otra parte, tal vez no estemos a salvo. Puede que solo confirme la
verdad.
Su voz tiembla.
—¿Quién podría estar haciendo esto?
Si los avistamientos en la playa están relacionados, entonces es una
mujer rubia.
—Podría ser Zoey Aldridge. Pensé en ella desde el principio, pero tiene
una coartada. La policía ya la revisó. Pero siempre existe la posibilidad de
que la haya inventado.
—¿Qué podemos hacer al respecto?
—Seguiré empujando a los detectives en
su dirección. Desafortunadamente, es un departamento pequeño. Sería 144
fácil para ella crear una carta falsa para su jet.
—¿De verdad crees que es ella?
—No lo sé, pero funciona. Zoey tiene una razón para odiarme.
—¿Porque... dejaste de salir con ella?
—Nunca empecé a salir con ella, no realmente. —Ante la mirada
incrédula de Jane, continúo—. Salimos un par de veces en Los Ángeles. Ella
quería más. Yo no. Ella siguió enviándome mensajes de texto todo el maldito
tiempo, incluso cuando la evadí por completo. Había banderas rojas por
todo el lugar.
—Entonces, ¿por qué la llamaste?
—Porque me estaba acercando demasiado a ti —admito, mi tono
sombrío—. Te estabas acercando demasiado a mí. Y pensé que traer a un
tercero, una mujer que iría y haría suposiciones, de alguna manera podría
detener lo inevitable.
La mirada que me lanza es puro orgullo herido.
—Esto está hecho un desastre.
—Sí. Te advertí sobre mí.
—Pero si tiene un historial de mala conducta, entonces debería estar
en el tope de la lista de sospechosos.
—A Joe Causey no le importa una mierda lo que digo. Está decidido
a meterme en esto de alguna manera. Pero puede reducirse a eso. Iré a la
cárcel por fraude de seguros y terminaré con esto.
—¿Por qué? —exhala—. ¿Por qué Joe Causey te odia tanto por algún
problema de la infancia?
—Porque no es solo un problema de la niñez. Es el hermano de Emily.
La boca de Jane se abre. De hecho, da un paso atrás, dejando espacio
entre nosotros. Bien. Bien. Finalmente se está dando cuenta de dónde está
el peligro aquí. Soy yo y todos estos enredos del pasado.
—¿Qué?
—Sí. Me culpa de su muerte. Y de que ella terminara con Rhys. 145
Sus mejillas han tomado color. Su mano va a su garganta.
—Eso significa que es el tío de Paige.
—Sí. Luchó contra mí por la custodia. —El tribunal de familia es el
infierno en la tierra. Apesta a chismes de pueblos pequeños y viejas
venganzas. Todo depende del estado de ánimo del juez, que pretende ser
imparcial con su túnica negra y pasa todos los miércoles por la noche en un
juego de cartas con el alcalde y el director de la escuela. Siempre le agradó
Joe—. Pero Emily me nombró en su testamento, lo que probablemente lo
tomó por sorpresa. Me tomó por sorpresa. Amaba a su hermano. Lo
consintió, en realidad. Era muy protectora con él. Nadie se sorprendió más
que yo al descubrir que ella me había nombrado. El juez tomó la decisión
final, pero basándose en sus deseos, me concedió la custodia.
Los ojos de Jane se suavizan y frunce el ceño. No sé qué tipo de
cálculos hace en momentos como este. Probablemente tengan más que ver
con lo buena que es, lo inocente, que los que yo hago.
—Tenemos que contarle a la policía sobre la mujer en la playa.
—Es un bastardo y un abusivo.
Su mentón se alza un poco.
—Sé que no confías en él, pero es la única oportunidad que tenemos
de atrapar a quien haya hecho esto. Porque creo que todavía lo están
haciendo. Creo que todavía nos siguen.
—¿Sabes lo que me dijo el jefe de bomberos? No. No importa.
—Dime. —Sus ojos se clavaron en mí—. Merezco la verdad, recuerda.
Sí, se merece todo eso de mí. Más, en realidad.
—Pensarás que estoy loco si te lo digo. Incluso yo creo que estoy loco.
—Me siento así ahora. Como si la viga hiciera más que joderme la rodilla y
atraparme en un edificio en llamas. Como si hubiera dejado algo suelto en
mi mente. Sin embargo, la viga es solo una excusa. He tenido esta sospecha
recurrente durante meses. Desde el accidente.
—¿Qué es?
Jane es tan dulce. Tan esperanzada. Es un maldito milagro, es lo que
es. El tipo de vida que ha vivido, tan duro y tan doloroso. No debería haberla
146
dejado confiar en mí. No debería verme sus grandes ojos oscuros que me
miran como si tuviera alguna de las respuestas. Como si pudiera
mantenerla a salvo, si tan solo pudiera resolver este problema.
—¿Y si Emily sobrevivió?
Su rostro palidece.
—¿Emily, la mamá de Paige? ¿Emily Rochester?
—No lo sé. Sí. —Miro hacia la playa de nuevo. Nada más que arena
vacía. Ninguna mujer en camisón blanco. Lo visual es espeluznante como el
infierno. ¿Un camisón en el acantilado? ¿Un camisón en la playa?—. Ella
tenía rizos rubios así. Y sigo teniendo este sentimiento de pavor. Como si
alguien estuviera mirando.
Ojos en la parte de atrás de mi cuello. No solo en la casa. Aquí
también.
—¿Le dijiste esto a la policía? —pregunta.
—Cristo. Por supuesto que no. Buscan a una persona real. No a un
fantasma. —Aparto la mirada como un cobarde. La sinceridad en sus ojos
es demasiado para ver en este momento. Mi corazón se acelera—. No he
estado llamando a la policía. Lo contrario. Los he estado evitando. Exigen
una entrevista con Paige. Mi abogado ha logrado evitarlo hasta ahora porque
necesita tiempo para recuperarse, pero él insiste. Tendremos que
dejarlo. Y… —Entre todas esas llamadas telefónicas con la compañía de
seguros de hoy, hubo otra. La petición de Joe Causey en mi buzón de voz—
. Quiere entrevistarte de nuevo.
Las emociones destellan a través de sus ojos oscuros. Miedo. Y luego
una hermosa resolución.
—Está bien.
—No lo quiero cerca de Paige. No lo quiero cerca de ti.
—Podríamos ser los únicos —dice.
Los únicos en el mundo. Los únicos que quedan. Cuando ese fuego
descendía a nuestro alrededor, éramos los únicos en el mundo. La cara de
Jane era lo último que iba a ver antes de morir. Jane, muriendo ella misma, 147
por amor a mí. Ella lo había aceptado. Su muerte. Pero yo no pude. No podía
aceptar una maldita cosa cuando se trataba de ella. No de la forma en que
me sentí. No de la forma en que la quería. Al final, no importaba si lo
aceptaba o no. No ha cambiado nada.
La quiero y no es bueno para ella. Nada de esto es bueno para ella.
Es peligroso.
—Los únicos testigos —continúa—. Podríamos ser los únicos testigos
que pueden colocar a esta persona en la casa y en la playa. Paige y yo.
Mis venas arden con lo mucho que odio esto. Cuánto odio la idea
de dejar a Joe sentado en una mesa frente a Paige o Jane. No quiero sus
ojos en ellas, ni sus preguntas en sus recuerdos. No quiero que sus
retorcidas sugerencias de culpa se cuelen bajo su piel, o bajo de la mía. Pero
si tienen razón y hay alguien aquí, entonces alguien nos sigue...
¿Qué otra opción tengo? No puedo detenerlo para siempre. Y no puedo
empacarnos y desaparecer en la noche. Paige no podría manejarlo.
—Ojalá te detuvieras.
Los ojos oscuros de Jane se iluminan con la lámpara de mi mesita de
noche. Ella tiene ambos brazos cruzados frente a su estómago. Un escudo.
—¿Detener qué?
—Deja de mantenerte tan lejos. Es como si te hubieras ido y
estuviéramos en la misma habitación. —Ella toma una respiración
temblorosa—. No me estás protegiendo de nada cuando haces eso.
—No te estoy protegiendo de nada, nunca. —Hay una persona en la
playa. Una persona en el acantilado. Alguien encendió un fuego sobre
nuestras cabezas. Joe Causey está respirando en nuestros cuellos.
No puedo hacer que se detenga.
—No de pie allí, no lo haces.
Hago lo que he querido hacer desde que ella entró en la
habitación. Dos pasos y ella está lo suficientemente cerca como para
aplastarla contra mi cuerpo. Jane suspira, como si esto fuera algo bueno,
como si fuera una mejora y no un bote salvavidas defectuoso de un barco
que se hunde. Huele como el champú de la posada y el sol de la tarde en la
playa. Es un olor inocente.
148
—Me prometí a mí mismo que no volvería a tocarte —quiero
lamerla. Inhalar hasta que no quede nada. Con su cuerpo contra el mío así,
quiero hacerle cien promesas. Quiero decirle que no se preocupe. El impulso
es tan fuerte que casi lo digo. No te preocupes, Jane. Arreglaré todo. Pero
estoy fallando miserablemente. Mi amor es peligroso, pero es imparable.
—La vi —dice contra mi pecho, y escucho la más mínima vacilación en
su voz. Como si estuviera segura de que no le creeré. Estoy seguro de que
se las arregló en su vida anterior manteniendo la boca cerrada. Lo sé por la
forma en que sus brazos se aprietan alrededor de mi cintura.
No quiero tener que hacerle esto. Sentarla en esa habitación frente a
Joe Causey y dejar que la desacredite. Pero está llegando. Lo único que
puedo hacer es intentar controlar un poco dónde sucede y cuándo.
—Te creo —respondo. Jane aprieta más fuerte—. Haremos esto
rápido. Terminará pronto.
Capítulo 18
Jane Mendoza
Traducido por Albaxxi
Corregido por Sand

Se necesitan un par de días de negociación entre los abogados y el


departamento de policía, pero finalmente se acordó que Joe Causey vendrá
aquí. Tomó un tiempo, pero todavía se siente demasiado pronto.
Paige va primero, con la cara roja y en silencio, con los brazos
cruzados sobre el pecho. Ojalá pudiera estar allí para recibir apoyo moral,
pero aparentemente es importante que nos interroguen por separado. Al
menos Beau está dentro con ella, pero eso presenta su propio tipo de peligro. 149
Es volátil cuando está cerca del detective.
No puedo pensar por los fuertes latidos de mi corazón. El filo de la voz
de Joe es todo lo que puedo oír a través del suelo. Caminar sería muy
ruidoso, pero quedarse quieto es su propia forma de tortura.
Estoy preparada para los gritos de hombres o los alaridos de una niña
asustada.
Ellos nunca llegan.
—¿Jane? —Mateo está al pie de las escaleras, Paige a un pie de él con
la mandíbula desencajada. Voy a encontrarme con ellos con el pulso
acelerado. El sudor me pica en la línea del cabello. No confío en la policía. Se
siente horrible tener a Joe en esta casa—. Están listos para ti.
Al final de los escalones, me agacho sobre una rodilla para mirar a
Paige a los ojos.
—¿Cómo estás, cariño? ¿Puedo darte un abrazo?
Ella sacude rápidamente la cabeza. No. Es justo. Supongo que
también refleja lo que siento por esto. No. No ahora, ni hoy, ni nunca. Pero
como ella, no tengo elección al respecto.
—¿Qué tal si vamos a comprar un helado en la tienda del centro? —
sugiere Mateo.
Paige le echa una mirada. Será mejor si ella no está aquí para lo que
suceda a continuación. Mejor para ella estar lejos de la densa tensión en la
casa.
Estoy dividida entre no querer perderla de vista y no querer que esté
aquí mientras me cuestionan. Entrevistan. Interrogan.
Como sea que lo llames cuando no eres un sospechoso...
Pero tal vez sea un sospechoso.
—Puede tener jarabe de chocolate extra —digo—. Y todas las chispas
que quieras. Te estaremos esperando cuando llegues a casa. Esperaré en el
porche delantero.
—¿Lo prometes? —susurra, apenas audible. 150
—Lo juro. —Una pequeña parte de mí piensa que podría pasar algo
grande. Joe Causey podría anunciar que tienen pruebas de que soy
responsable del incendio. Podría arrestarme antes de que ella regrese. No,
eso es una locura—. Justo en la puerta. Te estaré esperando cuando
regreses.
Paige duda, y también mi corazón. No puedo alejarme de ella si se
derrumba. Y no puedo sostenerla en mi regazo mientras me enfrento a Joe
Causey.
—Bien. —Da un pequeño paso hacia Mateo.
Él deja escapar un suspiro. —Jarabe de chocolate extra será.
—Y chispas —escucho que ella le recuerda, su voz es solo una sombra
de su fuerza habitual.
Salen de la posada y no tengo más remedio que entrar en la
habitación.
Una mesa rectangular se encuentra en el medio de la habitación,
separada de la pared donde normalmente descansa. Suele ser inocuo. Un
lugar para jugar al ajedrez normalmente está ahí. En algún lugar para dejar
una taza de té mientras lees un libro.
Ahora se ha convertido en el centro de la habitación con sillas a cada
lado.
Es una madera teñida de oscuro en lugar de acero inoxidable, pero
aún puedo imaginarla como una sala de interrogatorios. Especialmente
con Joe Causey dándome una mirada fría y evaluadora.
—Buenas tardes, señorita Mendoza —dice con falsa cortesía.
O tal vez sea una verdadera cortesía. Tal vez sospecho demasiado por
todos los policías que vi sacando a los niños de las casas familiares,
alejándolos de las madres que tenían los únicos trabajos que podían,
desnudándose o prostituyéndose o vendiendo drogas, para alimentar a sus
hijos. Y luego, la ironía es que el gobierno daría dinero a los padres
adoptivos. No ayudarían a una familia real a permanecer unida, pero
complementarían el fondo de licor de algún alcohólico al azar si tuviera un
dormitorio libre. ¿Qué tipo de sistema era ese?
151
Vi a policías llevar a la cárcel a jóvenes de dieciséis años cuando lo
que realmente necesitaban era una comida caliente y un mentor. Vi a
policías disparar a niños adoptivos en la calle por no hacer nada en
absoluto, mientras que los niños ricos en la televisión se dedicaban al robo
y al homicidio.
Lógicamente sé que algunos policías son buenos, pero el problema es
que cuando te enfrentas a uno de ellos, no hay forma de saber si este es uno
de los buenos o no.
—Hola —respondo, mi tono cauteloso. Me paro en la puerta.
El primer hombre que noto es Edward Basil, el abogado que apareció
esta mañana. Tiene un aire paternal y una mirada amable. Se sentó
conmigo durante unos minutos antes de que llegara Causey. Solo di la
verdad. Si no recuerdas algo, dile que no recuerdas. Si te hace preguntas
rápidamente, puedes tomarte todo el tiempo que necesites para
responder. Querrá que parezca que está a cargo, pero realmente tú diriges el
espectáculo, Jane.
Era un sentimiento bueno, incluso si no puedo creerlo.
Beau saca una silla para mí. En sus ojos encuentro tranquilidad y un
sentido de pertenencia. Puede que sea el tío de Paige, el tutor de Paige, pero
es mi jefe. Él me protegerá de esto, sea lo que sea.
—Esto no debería tomar mucho tiempo —dice en un tono de
advertencia dirigido a los detectives.
Solo entonces noto al otro detective en la habitación. Una mujer de
cabello rubio corto y traje pantalón de raya diplomática nos observa.
—Por supuesto que no queremos molestarles —indica, su tono
tranquilizador es un fuerte contrapunto a la mirada oscura de Joe
Causey. Ella me da una pequeña sonrisa profesional—. Soy la detective Nell
Moss, y creo que ha conocido a mi socio, el detective Joe Causey.
Tal vez sea algo de policía bueno/policía malo.
Me deslizo en el asiento que Beau me ofrece y pongo las manos sobre
la mesa. Eso se siente raro, así que las pongo en mi regazo. No puedo evitar
imaginarme luces brillantes en la cara y paredes de bloques de
cemento. Una cámara grabando todos mis movimientos en la esquina. Y un
152
espejo unidireccional donde un fiscal mira, listo para presentar cargos. Sé
que la posada es cómoda, acogedora, pero no puedo sentir nada de su
calidez cuando los policías se sientan frente a mí.
—¿Puede indicar su nombre para el registro? —pregunta la mujer.
—Jane Elizabeth Mendoza.
La detective lo escribe en un antiguo bloc de notas.
—Entiende que no está bajo arresto. Sus respuestas aquí se dan por
su propia voluntad y son verdaderas en la medida de sus posibilidades.
Escuchar las palabras bajo arresto de un detective me acelera el
pulso. Miro al abogado. Él asiente con la cabeza alentadora y agrega:
—No está bajo juramento —explica suavemente, con una mirada de
reojo a los detectives—. Y no hay razón para sospechar de ella.
Joe Causey se inclina hacia adelante.
—Yo no iría tan lejos. No estás bajo arresto. No bajo juramento. Solo
porque no tenemos pruebas suficientes para retenerla.
—Si fastidia a mi cliente, terminaré esta entrevista —dice el abogado
con voz severa.
Beau se pone rígido, cada músculo se tensa en defensa. O ataque.
Debería hacerme sentir más segura, pero en cambio me da más miedo,
como si estuviera atrapada en una batalla entre lobos y osos, como si fuera
un ratón destinado a ser destrozado por ambos lados.
La detective Moss se aclara la garganta.
—Tenemos entendido que fue testigo de que alguien caminaba por la
playa. ¿Puede hablarme de eso?
La forma en que lo dice es agradable... pero un poco
condescendiente. Como si pensara que estoy hablando de un turista en la
playa.
—Quizás no sea nada —digo, mi voz se entrecorta, vacilante—. Estoy
un poco nerviosa después del incendio. Un poco alterada. 153
—Estás bien —dice Beau, su voz dura—. Los detectives solicitaron
esta reunión.
Correcto. Solicitaron esta reunión. Me siento un poco más alto en la
silla y levanto la barbilla. No es fácil para mí enfrentarme a ellos, pero estoy
decidida a hacerlo con la cabeza en alto.
—Le estaba dando un baño a Paige. A ella le gusta tomarse su tiempo,
por lo que es una hora completa de chapoteo. Por lo general, trato de darle
privacidad y al mismo tiempo me aseguro de que esté a salvo, así que me
asomo en el baño y también paso algún tiempo en el dormitorio con la
puerta abierta. Doblo la ropa y preparo su ropa mientras espero.
Tomo un respiro y miro al abogado para tranquilizarme. Me asiente
con la cabeza para que continúe.
—Esa noche miré por la ventana. Había una mujer caminando sobre
la arena. Me dio la impresión de qué tenía el cabello rubio tal como lo
reflejaba la luz de la luna. Pero lo extraño era que llevaba un camisón largo
y blanco. Parecía fuera de lugar en la playa.
—¿Hizo algo sospechoso? —Esto lo dice él detective Causey.
Mi piel pica como lo hizo cuando la vi.
La verdad es que ella no era necesariamente sospechosa, pero de
alguna manera mis instintos me advirtieron que esto no estaba bien. Me
advirtió que esto no era... seguro.
—No, solo pensé que era extraño. Estoy acostumbrada a las parejas
que caminan juntas o a alguien que pasea a un perro. Luego miré a Paige,
y cuando miré hacia atrás, ella se había ido.
—Un camisón blanco —dice la detective Moss, con la pluma preparada
para escribir más.
—Estaba muy lejos, pero parecía algo largo. Le pasaba los pies. —No
comparto que parecía que estaba flotando en la playa. No creo que reciban
bien esa información. Probablemente me encerrarían en un manicomio—. Y
era de manga larga.
—Aunque es verano —murmura el detective Moss.
La verdad es que las noches aquí siguen siendo tan frías como las 154
noches de invierno en Houston. Pero he aprendido que la gente aquí
considera que cualquier cosa que no sea una congelación profunda es un
clima templado. Al menos llegué a principios de la primavera, cuando había
pasado la nieve. Lo único que tuvimos fue la lluvia helada.
—¿Se lo mencionaste a Rochester? —Esto de Causey.
—No —respondo, mis mejillas arden al recordar lo que pasó cuando
apareció.
Dime la verdad. Confía en mí. Me había dado más que palabras en esos
escalofriantes momentos. Me había tocado. Me probó. Me hizo jadear y
gemir de deseo antes de apartarme. Sus palabras habían apagado las brasas
en un solo instante.
Alguien estaba en la casa esa noche. Alguien encendió un maldito
fósforo.
—No pensé que fuera importante —digo—. No hasta que Paige me
contó que había visto a una mujer en camisón en el acantilado, cerca de
Coach House. Era bastante extraño verla en un solo lugar… ¿pero en dos
lugares diferentes? Parecía sospechoso.
El detective Causey me da una sonrisa fría.
—Eso, señorita Rochester, es lo que nosotros en la profesión policial
llamamos circunstancial. No significa nada.
Mis mejillas se calientan.
—Mi apellido es Mendoza.
—Oh —dice Causey con una disculpa falsa—. Por supuesto que
todavía es la Señorita Mendoza. Todavía no le ha dado un anillo de
compromiso, ¿verdad?
Rochester lo mira, pero no quiero que diga nada. No quiero que me
defienda. No cuando puedo defenderme.
Extiendo mis manos sobre la mesa como diciendo, ¿qué sigue?
—Si es circunstancial, ¿por qué me pregunta al respecto? ¿Tiene
algunas preguntas que sean relevantes? 155
Desafío parpadea en los ojos azules de Causey.
—Aquí hay algo directamente relacionado con el incendio. ¿Sabe que
Rochester cambió su testamento?
Miro a Beau, pero ahora está tenso. Y callado.
—No —digo—. No es de mi incumbencia.
La detective Moss me observa con atención, como si estuviera
tratando de mirar a través de mí. A mi corazón muy roto.
—En realidad, tiene mucho que ver contigo. Solo unos días antes del
incendio, Beau Rochester agregó un apéndice a su testamento
otorgándole una gran suma de dinero cuando muriera. Podría convertirse
en multimillonaria si moría en ese incendio.
Algo se aprieta alrededor de mi garganta. ¿Él hizo eso? ¿Por qué
tendría que hacer eso? ¿Por qué no me lo diría? Lo miro.
—¿Es eso cierto? —susurro.
No encuentra mi mirada. Está ocupado observando a Causey.
—Te dije que ella salvó mi maldita vida.
El detective Causey hace un alarde de comprobar algunas notas.
—Según tengo entendido, los bomberos te salvaron la vida. La
Señorita Mendoza estaba en la casa contigo, eso es cierto. Quizás ella solo se
estaba asegurando de que no pudieras escapar.
El horror corre por mis venas. ¿Y si Beau cree eso? Lo miro, pero está
furioso. Ya no me preocupa que sospeche de mí, pero ahora estoy
preocupada por una razón diferente. Parece que está a un pelo de lanzarse
sobre la mesa. Puede que esta no sea una sala de interrogatorios real, pero
estoy segura de que agredir a un oficial de policía no funcionará bien en
ningún entorno.
—Maldita sea —dice Beau—. Te dije que investigaras a Zoey Aldridge.
—Lo hicimos —responde la detective Moss, luciendo seria
—A él no le importa una mierda—dice Beau—. Causey no está
comprobando ninguna pista.
El detective Moss ni siquiera lo niega. 156
—Revisé la pista. Minuciosamente. Volé a Los Ángeles. Encontré
imágenes de clubes y restaurantes que prueban que ella estaba en la
ciudad.
Causey sonríe.
—Perdiste tu chivo expiatorio, ¿no?
Algo pasa por encima de la expresión de Beau. Algo venenoso.
—Demonios, tal vez hemos estado buscando a las personas
equivocadas todo este tiempo. Mujeres. Siempre culpando a las mujeres,
pero la persona que más quiere hacerme daño, eres tú.
—¿Eso crees? —cuestiona Causey, con un toque de burla en su voz—
. ¿Dónde está tu evidencia?
—Ignóralo —digo, tocando el brazo de Beau. Está temblando con una
amenaza enroscada, sus músculos tensos—. Solo está tratando de
asustarnos. No dejes que te afecte.
Causey mira hacia donde nos tocamos.
—¿Fue así como consiguió que te convirtiera en
beneficiaria? Definitivamente funcionó. ¿Cuántas veces tuviste que
acostarte con él? ¿Una vez por cada mil millones? Debes tener un buen coño
para tanto.
Beau se lanza sobre la mesa. El abogado lo detiene en seco, que es
sorprendentemente rápido para su cabello gris y su comportamiento
afable. Se inclina sobre la mesa, atrapando a Beau antes de que pueda
atacar a un oficial de policía.
—No —dice, respirando con dificultad. Luego se gira hacia
los detectives—. ¿Mencionamos que hemos estado grabando la
entrevista? Creo que el jefe de policía tendrá algo que decir sobre la forma
en que acaba de hablar con un testigo.
Causey parecía presumido cuando Beau reaccionó a sus burlas, pero
ahora se pone rojo.
—¿Nos estabas grabando sin consentimiento? Eso es ilegal.
—No me amenace —dice el abogado, bajo y feroz. Se ha transformado
en alguien intimidante, y ahora veo por qué Beau lo contrató—. Tuvimos el 157
consentimiento de al menos una persona que participó en la
comunicación. Además, la conversación era audible por el oído normal, sin
ayuda. Y además de eso, había un aviso de que podría estar grabado en la
entrada de la posada. ¿O no leyó la letra pequeña, detective?
Causey mira al abogado. Luego a Beau. Entonces su mirada oscura y
acusadora se vuelve hacia mí. Sus ojos permanecen enfocados en mí a pesar
de que sus palabras están destinadas a otra persona.
—Si ella vale tanto para ti, Beau, deberías cuidarla mejor.
Beau deja escapar un gruñido.
—Déjala en paz. Sé que solo la estás amenazando para vengarte de
mí, porque eres un maldito matón. Yo soy el que quieres.
Causey le da una media sonrisa.
—No me culpes. Le diste el motivo más grande del mundo. Y ella
estaba en la casa. Y como dijo el jefe de bomberos, es una mujer. Es solo
cuestión de tiempo hasta que encontremos una conexión más. Solo es
cuestión de tiempo hasta que obtengamos una orden de arresto.
Capítulo 19
Jane Mendoza
Traducido por Albaxxi
Corregido por Sand

Estoy paseando por mi habitación, incapaz de calmarme. Respiro con


dificultad, sudo, me asusto tanto que veo los colores del arcoíris en lugar de
la habitación tranquila y silenciosa a mi alrededor.
Beau irrumpe a través de la puerta, su expresión oscura como una
nube de tormenta.
—Yo no inicié el fuego —expreso, sin aliento, temblando—. Te lo
juro. Nunca haría nada para lastimarte, y Dios, nunca lastimaría a Paige.
158
Extiende la mano hacia atrás y cierra la puerta de un empujón con la
palma de la mano plana. El ruido penetra incluso en mi mente frenética y
llena de pánico.
—Sé que no prendiste el maldito fuego —dice—. Esta es la forma en
que Causey está tratando de llegar a mí. A través de ti.
—No tuve nada que ver con eso, y ni siquiera sabía sobre el testamento
y... ¿por qué hiciste eso, Beau? ¿Por qué cambiaste tu testamento?
Ambas manos están sobre mis hombros, su agarre tan intenso como
su expresión. Es fuerte, casi amoratado, pero no quisiera que se volviera
más suave. Este no es un momento para la gentileza.
—Quería que lo tuvieras. El dinero. ¿De qué sirve el dinero si no puede
hacer tu vida más fácil? ¿Si no puede enviarte a la universidad? ¿Si no
puede darte todo lo que sueñas?
No sueño con dinero. No estoy soñando con nada en este
momento. Estoy nerviosa y tengo miedo en un cuerpo que está fuera de mi
control. Siguen acusándome de cosas que no hice y no puedo evitarlo.
No quiero detener a Beau.
—Dame esto —digo. Ni siquiera estoy segura de lo que estoy
pidiendo. Más. Más de su intensidad y su tempestad. Dejar que se rompa
sobre mí. Mis dientes castañetean con la adrenalina. Necesito su rudo
control para enfrentar lo que sea que sea este torbellino—. Por favor.
Sus ojos oscuros se abren de par en par.
—Dime que quieres decir. Dime exactamente, Jane.
—Necesito… —No tengo las palabras para eso. Solo puedo sentirlo
bajo su piel. Enroscado y esperando. Tan duro y posesivo como es, con sus
grandes manos sobre mis hombros y su cuerpo generando calor en la
habitación.
»No quiero pensar más. Por favor.
No tengo respuestas. No las tenía abajo y no las tengo ahora. 159
Debe verlo en mi cara.
—Joder —dice, con una expresión aún más oscura. Una nube de
lluvia a punto de abrirse y derramarse. El océano a punto de estrellarse
contra la costa. Toma mi rostro con ambas manos y me da un beso que es
más duro que cualquiera que hayamos compartido antes. Sabe a sal y
furia. Como el regusto metálico de un rayo.
El beso es tan absorbente que atrae a mi cuerpo a una nueva
respuesta. Antes temblaba de terror. De pánico por esa entrevista. Ahora es
pura necesidad.
No necesito lo que me puede dar.
Necesito lo que pueda tomar.
Todos estos pensamientos turbulentos. Todo este miedo. Él puede
aceptarlo.
—¿Me quieres? —pregunta, caminando hacia mí. Me veo obligada a
retroceder, retroceder, retroceder, hasta que la pared me detiene. Es genial
e impersonal, esa pared, manteniéndome pegada al duro cuerpo de
Beau. Sujeta mi mentón. Su pulgar recorre mis labios temblorosos—. ¿Me
quieres en tu boca? ¿Lamerme? ¿Chuparme con esta linda boquita?
Las palabras se me han escapado. Han salido volando de mi cabeza,
dejando solo sensación. La sensual y delicada sensación de su toque en mis
labios. La longitud de hierro de su erección contra mi estómago. No puedo
responderle con palabras.
En lugar de eso, saco la lengua contra la almohadilla de su pulgar.
Sus ojos se vuelven negros como la medianoche. Es una amenaza, ese
color. El tipo de noche en la que sopla el viento, haciendo que los árboles
centenarios se balanceen con el viento. No hay una sola estrella en su cielo.
—Ponte de rodillas —ordena, su voz baja y aterciopelada.
Por un momento creo que quiere decir que dará un paso atrás. No se
mueve. Su pulgar golpea mis labios una, dos, tres veces, y entiendo que
quiere que me deslice por la pared. Mis rodillas golpean el suelo. Apoya la
mano en la pared sobre mí, mirando hacia abajo, con los ojos brillantes.
—Tu pierna —me las arreglo para decir, mi preocupación por él
160
prevalece sobre mi lujuria.
—Sobreviviré —responde, con una media sonrisa burlona en el
rostro—. Sigue.
Levanto la mano y busco a tientas su cinturón. Mis dedos se sienten
gruesos bajo esta neblina de excitación. Torpes. Finalmente, me las arreglo
para abrir la hebilla. Luego bajo la cremallera de sus vaqueros sobre una
excitación dura como una roca. Es difícil al principio, la mezclilla se estiró
tensa, y luego rápidamente el resto del camino hacia abajo. Todavía hay una
capa de tela negra que protege mi vista.
Sus palabras vuelven a mí apresuradamente. Solo uso calzoncillos tipo
bóxer. Los bóxers están demasiado sueltos. Los calzoncillos son demasiado
ajustados. Los calzoncillos tipo bóxer son perfectos. Me había estado
tomando el pelo, ofreciéndome esa intimidad superficial, pero ahora me
parece un conocimiento profundamente personal, que sé lo que prefiere
ponerse. Que lo estoy tocando, doblando mis dedos sobre la parte superior,
tirando del elástico hacia abajo.
Su polla brota, pesada y casi dolorosamente caliente contra el dorso
de mi mano. Deja un rastro de líquido preseminal en mi muñeca.
Lo sujeto con el puño y lo miro. Tiene los dientes apretados. Parece
dolor, pero sé que es otra cosa. Es ese dolor singular que siento entre mis
piernas, querer tanto que duele.
Tan cerca, en el diminuto espacio entre él y la pared, todo lo que puedo
ver es su polla. Todo lo que puedo oler es su almizcle salado. Dejo un beso
vacilante en el costado de su erección.
Salta en mi mano, sobresaltándome.
—No juegues conmigo —dice en voz baja.
Él nunca ha sido así conmigo, tan intenso, tan severo. Debería tener
miedo, pero de alguna manera me envalentona. Lo he traído a este campo.
—¿O si no qué?
—O de lo contrario te van a follar.
Un escalofrío me recorre, aunque no entiendo completamente la
advertencia. Pensé que eso era lo que estábamos haciendo aquí.
161
Luego tira de mi mano. Se mete el puño en su propia polla, follándose
a sí mismo.
—Abre —dice, y ahora lo entiendo.
No me dejará chuparlo. No podré lamer ni besar. No podré jugar con
él. En cambio, me dará su polla. Abro los labios y él empuja hacia
adelante. Mi boca está inundada de sal, de excitación. Estoy llena,
jadeando, casi con náuseas, y luego se retira.
—De nuevo—, murmura. Esa es la única advertencia que recibo, la
fracción de segundo de conocimiento antes de que me llene de nuevo, mis
ojos llorosos por la presión contra mi garganta, lágrimas corriendo por mis
mejillas. Mantiene más tiempo dentro de mi boca. Cuando se retira, estoy
jadeando por aire.
—De nuevo.
Esta vez va demasiado lejos. Mi garganta se tensa a su alrededor. Mis
manos vuelan hacia arriba, sin pensarlo, sin planear. No quiero detenerlo
necesariamente, pero mi cuerpo reacciona. Intento retroceder, pero la pared
me bloquea. Mis manos empujan sus muslos. Es como intentar mover una
pared de ladrillos.
Se echa hacia atrás, mirándome y menea la cabeza.
—No, señora.
Su tono es suavemente amonestador, juguetón y serio al mismo
tiempo. Es humillante para él castigarme de esta manera, pero mi cuerpo
reacciona como si me pasara un dedo por el clítoris. Inmediatamente estoy
más caliente, más húmeda. Mis muslos se aprietan juntos.
—Dame las manos —indica.
Las levanto y él clava mis muñecas en la pared a ambos lados de mi
cabeza. Luego vuelve a empujar hacia adelante. Su progreso es lento pero
inexorable. Intento abrirme de par en par, someterme a él. No luches, no
luches. Hay un momento de pánico, pero murmura palabras de elogio
y aliento.
—Respira por la nariz. —Las palabras son como una música baja, casi
inaudible en la habitación—. Relájate. Puedes hacer esto, cariño. Puedes
162
tomarme.
Lágrimas corren por mis mejillas. Las siento gotear por mi mentón y
caer sobre mi pecho. Permanece dentro de mi garganta. Trago a su alrededor
convulsivamente, una y otra vez. Mis pulmones arden sin aire. Se cierra un
círculo de oscuridad. Luego se retira y el aire me llena, casi violento en su
regreso.
—O tal vez no sobreviviré —murmura, sus ojos de
medianoche mirándome.
Una mano se clava en mi cabello. Lo usa como manija para
levantarme del suelo, subir y bajar hasta que puede besarme de nuevo. Sus
dientes recorren mi labio inferior, un destello de dolor, y luego me
desnuda. Rápido. Eficiente.
Mi camisa me cubre la cabeza. Mis pantalones de yoga. Nada se le
resiste.
—Más —dice. Nada más. Solo mas. Va a tomar más.
—Sí —exhalo—. Tómame. Toma todo.
Respira más fuerte mientras pasa sus manos sobre mis hombros, mis
pechos. Esto es tan dulce como está dispuesto a ser ahora. Tan lento como
esté dispuesto a hacerlo.
No quiero que sea cuidadoso conmigo.
No lo es.
Nos lleva a mi cama, me da la vuelta para verlo y me empuja hacia el
colchón. Ahora no hay duda. Me mueve como me quiere y, oh, Dios, es un
gran alivio.
Finalmente, finalmente. No tengo que pensar. Solo puedo sentir.
Me separa las piernas, acomodándome como quiere. Y quiere que me
abra.
Dos dedos se burlan de mi entrada. Es como si estuviera probando lo
mojada que estoy. Cuán hinchado. Cuál preparada. Luego introduce dos
dedos, rápido, implacable, y todo mi cuerpo se arquea por la
conmoción. Incluso tan excitada como estoy, todavía se siente demasiado. 163
Se arrodilla a mi lado, inclinado sobre mí. Me siento dominada, ya sea
contra la pared o contra la cama. Es mi propio acantilado personal. Me lleva
al borde y luego me empuja.
Encuentra un punto dentro de mí que me hace jadear.
—¿Qué estás haciendo? —Me las arreglo para preguntar en un
gemido.
—Escribiéndote un mensaje —dice, con un conocimiento sensual en
sus ojos. Él sabe exactamente cómo me hace sentir, lo difícil que es
quedarse quieta.
Está escrito en diferentes partes de mí: mi brazo, mi estómago. Dibuja
palabras secretas. Esta es la primera vez que escribe dentro de mí, sus
dedos acariciando un lugar sensible, haciéndome retorcerme y suplicar.
—Por favor, por favor, por favor.
—Espera hasta que termine —advierte—. O no obtendrás tu
recompensa.
—¿Qué estás escribiendo?
Sus dedos trabajan adentro, diestros y despiadados.
—Presta atención. Dímelo tú. Tienes que decirme lo que dice si
quieres que te deje venir.
—Nooo —gimo, moviendo mis caderas, inquieta y hambrienta.
El mensaje sigue, letra por letra, una tortura exquisita. Me acerca al
clímax. Me estoy acercando al límite, luchando contra él. Mis talones se
clavan en la cama como si pudiera detener la caída. Luego, termina la última
carta con una floritura que gira en el fondo.
Me vengo con tanta fuerza que mi visión se vuelve tan negra como sus
ojos.
Antes de que pueda recuperarme por completo, me da la vuelta para
que quede boca abajo. Mi cuerpo está hecho de líquido, cargado de sal como
el océano, espumoso e indistinto en los bordes. Sus manos cubren las mías
mientras las coloca en la cabecera. Esas mismas palmas en mis caderas,
llevándolas de regreso al ángulo que él las quiere. Abre mis muslos. No
puedo recuperar el aliento.
164
—Espera —dice.
Espero que me tome entonces. Incluso me preparo para eso.
En vez de eso, me encuentro con la parte plana de su lengua a lo largo
de mi centro. Mojado, áspero, caluroso. Es tan diferente de lo que esperaba
que me vengo en su lengua al instante. Gime por el sabor. El sonido apaga
la parte de mí que ya estaba pensando.
Luego está de rodillas detrás de mí.
—Espera, espera —indica, y su cabeza gruesa está en mi apertura.
No espera a que encuentre el ángulo correcto ni a que me preocupe
por él.
Toma lo que quiere.
Y lo que quiere es estar dentro de mí hasta el punto de
estirarme. Hasta el punto de doler. No tengo tiempo para adaptarme a él y
no lo quiero. Roza un punto en lo profundo de mi interior que me detiene la
respiración, y mi próxima prueba de oxígeno me envía en espiral hacia un
placer irreflexivo y sin sentido.
Antes de venir aquí, me habría avergonzado de los sonidos que estoy
haciendo. Gimoteos de animales y mendicidad sin palabras. Pero no
importa, porque Beau es un rival para mí. Gruñe de una manera que me
recuerda a las ramas iluminadas por la luna y las alfombras de musgo. No
somos personas en este momento. Hemos sido reducidos a nuestro yo
primordial.
—¿Qué hiciste…? —Mi voz se quiebra en un gemido. Tengo que
empezar de nuevo. Mendigar por lo que no gané, porque me vine cuando se
suponía que no debía hacerlo—. ¿Qué escribiste antes? ¿Dentro de mí?
Su respuesta es un gruñido sin palabras.
—Por favor —pido, sin aliento—. Quiero saber.
—No te vayas —responde con un gruñido—. No me dejes nunca.
Por un momento creo que se niega a decírmelo, pero luego me doy
cuenta de que esta es la respuesta. Eso es lo que escribió dentro de mí, con
los dedos en mi piel interior hinchada, haciendo que mi orgasmo.
165
NOMEDEJESNUNCA
Me vengo de nuevo, y su ritmo natural comienza a romperse como el
océano en medio de una tormenta. Me folla como las olas rompen en la
playa, una tras otra, rápido y fuerte.
No les importa alterar la arena prístina.
—Esto es mío —dice Beau—. Esto. Es. Mío.
La cruda posesión en su voz me hace apretarme a su alrededor de
nuevo y él maldice y luego él se corre también, todo él está caliente y duro y
moviéndose sobre mí como si le perteneciera.
Capítulo 20
Jane Mendoza
Traducido por Albaxxi
Corregido por Sand

La entrevista con Joe Causey fue terrible. Horrible. Pero después, con
Beau, eso era algo que ambos necesitábamos. Necesitaba que él fuera
así. Necesitaba que yo fuera así. Dócil. Sumisa. Me entregué a él con total
y absoluta confianza. No fue amable conmigo. No me trató como porcelana,
pero tampoco soy porcelana fina. Estoy forjada en fuego.
Sabía que podía ser duro conmigo.
Sabía que no me rompería.
166
Es temprano cuando escucho los pasos de Paige fuer a de mi
habitación. La cama se siente vacía sin Beau, pero no se siente tan lejos
como antes. Hemos encontrado un término medio. Podemos hacer esto. Me
aparto el cabello del rostro y balanceo las piernas por un lado de la cama
justo cuando el pomo de la puerta gira.
—Hola —digo—. ¿Estás lista para el desayuno?
Ella asiente con los ojos azules brillantes.
Me pongo uno de los suéteres de cuello redondo que Mateo trajo de
Nordstrom. Está destinado a ser casual. Sigue siendo un millón de veces
más bonito que la mayoría de los vestidos que he tenido en mi vida. Todavía
nuevo y suave. Creo que será así de suave incluso cuando se haya lavado
unas cincuenta veces.
Un cambio rápido de pantalones cortos de dormir a pantalones de
yoga, y estoy lista. Hacemos un desvío en el camino a la planta baja para
lavarnos los dientes.
La puerta de Beau todavía está cerrada. Ha estado tenso
últimamente. Estresado. Si puede dormir, lo dejaré.
Marjorie ya está en la cocina cuando entramos. Son poco más de las
siete, así que está preparando el desayuno. Se aparta de la encimera y le
sonríe a Paige.
—Estoy haciendo waffles—expresa—. ¿Quieres un poco?
—Con almíbar extra —responde Paige, subiéndose a uno de los
taburetes de la isla.
—Por supuesto. —Marjorie le guiña un ojo y luego se gira hacia una
plancha para waffles que se encuentra junto a la estufa—. Haré tocino y
huevos junto con eso, y el café también está listo. Compré esta nueva crema
el otro día que es absolutamente deliciosa si te gusta la avellana.
Estoy acostumbrada a tomar mi café solo, por qué siempre fue la
forma más barata de tomarlo cuando podíamos. Había una tienda de
conveniencia en la que Noah y yo nos deteníamos de camino a casa desde
la escuela.
El café aromatizado siempre estuvo fuera de nuestro presupuesto.
167
—Me gustaría un poco. —Sobre todo porque mis párpados todavía
están pesados por la noche anterior. Dormí profundamente, pero es
temprano y las últimas semanas han sido difíciles.
Encuentro la nueva crema de Marjorie en la nevera. Es una marca
boutique con un logotipo elegante y una lista de logros en la parte delantera.
Orgánico. Prensada a mano. Superalimento. Esto último me hace enarcar
una ceja, pero la sirvo en mi taza de todos modos.
La crema hace que el café tenga un color arenoso. Probablemente sea
demasiado, pero ya estoy vestida con esta nueva vida. Mi nuevo teléfono
está en el bolsillo de mis pantalones de yoga. No debo sentirme culpable por
disfrutar de la costosa crema de café.
Y sabe muy bien. Debo hacer algún sonido, porque cuando abro los
ojos de nuevo, Paige me está haciendo una mueca.
—El café es asqueroso —dice.
—No este café. —Da miedo lo fácil que es acostumbrarse a la buena
vida. ¿Cómo volveré a los botes de pólvora negra en un Mr. Coffee que
compramos en una venta de garaje?
Un golpe en la puerta principal de la posada hace que los ojos de Paige
se agranden.
—¿Qué fue eso?
Marjorie le sonríe por encima del hombro.
—El periódico de la mañana. Me gusta tener uno para los
invitados. ¿Quieres ir a agarrarlo, Paige?
Paige se baja del taburete, ansiosa por ayudar.
Apoyo la cadera en la encimera y tomo otro sorbo de café. Dios, es
bueno. El sol entra suavemente a través de la ventana sobre el lavabo. Un
nuevo día. Con suerte, uno sin Joe Causey.
Las cosas no terminaron bien con Joe ayer, pero no hay nada más que
pueda decirle a la policía. Dudo que Beau los deje volver. Deberíamos poder
respirar. 168
Al menos por este día.
La máquina para hacer waffles suena. Marjorie inclina un waffle en
un plato con una espátula.
—¿Tienes planes para el día? El clima se ve hermoso hasta ahora.
—Quizás vayamos a la playa. —Es difícil no disfrutar de lo fácil que
es esta pregunta. Esto es lo que Marjorie preguntaría si realmente nos
quedáramos aquí de vacaciones y no viviéramos aquí debido a un incendio
en la casa. Si yo fuera la versión de mí misma que usa suéteres de cuello
redondo que cuestan setenta dólares y pantalones de yoga que cuestan más
que mi presupuesto de ropa durante años enteros. Si Beau era mío, la forma
en que estoy empezando a pensar que le pertenezco—. Quizás…
El grito del exterior comienza a ser agudo, se corta abruptamente y
comienza de nuevo.
Paige.
Empujo mi café sobre la encimera con tanta fuerza que se vuelca y
corro hacia la puerta principal. Ella la dejó abierto. El corazón late en mi
garganta. La punta del pie golpea contra el marco de la puerta y salgo a
trompicones al porche, buscando a la mujer del camisón, frenética por si
Paige está herida. Escucho pasos detrás de mí, pesados y desiguales en las
escaleras. Beau viene.
—Jane...
—Cariño.
Paige está de pie en medio del porche, con los hombros encorvados
hacia adelante. Agarra la bolsa transparente en la que vino el periódico, un
aerosol de plástico que se eleva de dos puños que no han perdido toda su
gordura de la infancia. Su pecho se agita, y cuando doy el último paso hacia
ella, otro grito sale de ella.
—Jane —grita—. Jane, Jane.
La giro hacia mí y la traigo conmigo. Al otro lado del porche.
Lejos de lo que la hizo gritar.
169
Beau sale disparado por la puerta tan pronto como nos apartamos y
mira.
—Cristo. —Levanta la cabeza y mira a nuestro alrededor. No hay
nadie. No hay nadie a la vista. Sus ojos se posan en nosotras dos. Paige, su
cara presionada contra mi vientre, su cuerpo entero temblaba.
—¿Qué fue eso? —Cada palabra se interrumpe con un sollozo—. ¿Qué
fue, Jane?
Ella ya lo vio, así que no voy a mentir.
—Era un... un animal.
Una rata muerta. Y no una rata que se había arrastrado por el suelo
y había muerto por causas naturales. Ni una rata que nos hubiera traído
como regalo el gatito.
Una rata asesinada en su propio charco de sangre.
Me encuentro con los ojos de Beau al otro lado del porche. Hay furia
en su expresión. Y miedo.
—¿Estás bien? —pregunta con voz ronca. Suena preocupado. Más
preocupado de lo que nunca lo escuché.
Porque no era solo la rata. Había una nota. Decía Jane.
Era para mí. Estaba destinado a que yo la encontrara y la viera.
Estaba destinada a asustarme. Y está funcionando.
Definitivamente no estoy bien. Froto una mano por la espalda de
Paige, entre sus pequeños omóplatos.
—Vamos a estar bien —le digo a Beau en voz baja—. Fue aterrador,
pero estaremos bien.
La expresión de su rostro me asusta más que la rata. Puedo verlo
alejarse, construyendo ese muro entre nosotros. Aquí en el porche, con su
cuerpo bloqueando la horrible vista de la vista.
—Es hora de entrar. —Suena definitivo, en ese tono. Como si
finalmente hubiéramos llegado al final de algo—. Tenemos que entrar. Justo
ahora.
170
Capítulo 21
Beau Rochester
Traducido por Danielle
Corregido por Jessibel

Jane lleva a Paige al interior.


Dan el primer paso por la puerta principal y Paige empieza a sollozar.
Es peor que los gritos que dio cuando llegamos aquí. Es peor que los gritos
de terror que me hicieron bajar corriendo las escaleras. Me recuerda a la
forma en que lloró después del velatorio, los sollozos consumieron todo su
cuerpo. Marjorie está allí, con el rostro blanco. Las tres van al salón y Jane
se deja caer en el sofá, arrastrando a Paige con ella. 171
¡Qué demonios!
Una rata muerta. En el porche. Para Jane.
¿Por qué?
Tiro tan firmemente del cabello en mi nuca que duele. Puedo sentir
los ojos en mí desde todos los ángulos, pero no puedo ver a una maldita
persona. Los sollozos de Paige atraviesan la brisa de la mañana una y otra
vez. Empieza a disminuir, pero la tormenta en mi cabeza no lo hace.
Joe Causey hizo esto.
Esa es la conclusión lógica. Causey hizo esto. Puso la rata allí para
aterrorizar a Jane y que confesara algo. Quiere que ella se derrumbe y
admita que provocó el incendio en la casa. O diablos, probablemente se
conformaría con alejarla de mí.
Ni siquiera puedo llamar a la policía. Causey es la policía. Incluso si
otro oficial toma la llamada, él será el que investigue su propio maldito
crimen.
Mateo se reúne conmigo afuera, tranquilo y calmado en esa forma
suya.
—¿Qué puedo hacer? —pregunta.
—Enterrarlo —digo, apretando los dientes contra lo que tengo que
hacer. Será mucho más difícil que cavar un agujero, pero no puedo
posponerlo más.
—He comprobado la cámara. Quienquiera que haya sido se ha
ocultado de pies a cabeza. Sabían que el timbre era una cámara, y lo
hicieron cuando estaba oscuro.
—No actúes como si fuera un misterio —digo—. Joe Causey sabe que
tenemos vigilancia en el hotel. Se enfadó cuando se enteró de que lo
habíamos grabado.
Una pausa.
—Yo me encargo de esto. ¿Qué vas a hacer con Jane?
No me he hecho ilusiones con Jane. Soy peligroso para ella. El jefe
que no podía mantenerse alejado de ella. Incluso ahora, no quiero alejarme 172
de ella.
La quiero en mi casa, en mi cama.
—Haré lo que tenga que hacer —digo, aunque las palabras se sienten
como trozos de cristal dentro de mi garganta—. Lo que sea necesario para
mantenerla a salvo.
—La enviarás a casa. —Mateo me mira fijamente, con la mandíbula
desencajada.
—No, no lo haré. —Siento que mi pierna se está desmoronando por
estar aquí afuera. El hueso de mi muslo podría partirse por la mitad. Lo
ignoro. —¿De qué diablos serviría eso? No puedo protegerla en Houston.
Los ojos de Mateo se abren de par en par.
—Me estás mintiendo. Tienes que enviarla a casa.
—No estará segura sola.
—No está segura contigo —estalla, apenas logrando mantener la voz
baja—. Estás jugando con ella. Ya es tu empleada. Y es una década más
joven que tú. Ahora las cosas se ponen peligrosas, ¿vas a mantenerla cerca
para poder follártela?
Las palabras caen como una maldita flecha. Justo en el centro. En la
diana. No, ella no está a salvo conmigo. Eso no significa que pueda dejarla
ir.
—No puedo hacer nada por ella si la envío fuera de aquí.
—Eso es todo lo que puedes hacer por ella. Maldita sea, Beau. Eso es
todo lo que puedes hacer. Devuélvele a Jane su vida. Deja de robársela. No
seas un imbécil egoísta con esto.
Me enfrenté a él.
—No me digas lo que es bueno para ella.
—¿Cómo te atreves a arriesgarla? —Parece dolido al decirlo—. ¿Cómo
te atreves a arrastrarla en tu mierda? Siempre supe que tenías equipaje, y
lo acepté. También acepté que Emily sabía lo que hacía contigo, pero esto
es diferente. Jane es inocente. Es joven.
—Ella es... 173
—Es demasiado joven para verse envuelta en esto. —La voz de Mateo
se atenúa—. Sé que es una mierda. Pero tienes que enviarla de vuelta a casa.
Cualquier otra cosa que le ocurra a ella, y estarás en el anzuelo para ello.
Quizá no legalmente, pero sí moralmente. No podrás vivir contigo mismo.
—Yo… —Tiene razón. Eso es lo que duele más que todo lo demás. Eso
es lo que detiene mi maldito corazón—. Lo sé. Sí. Tienes razón.
Mateo asiente.
—La llevaré al aeropuerto. Tienes que ir a decirle.
Vuelvo a cruzar la puerta y entro en el salón.
Paige está tranquila ahora, pero es solo porque ha llorado hasta
quedarse dormida en el regazo de Jane. Sus brazos acunan el periódico de
la mañana en su bolsa de plástico. Jane se apoya en el respaldo del sofá y
pasa los dedos entre el cabello de Paige. Traga saliva.
—¿Crees que deberíamos llamar...?
—No vamos a llamar a nadie. —No podemos. Joe Causey hizo esto, y
Joe Causey lo sabrá si llamamos a la policía. ¿De qué serviría? Tengo que
resolver esto por mi cuenta—. Jane.
—¿Sí? —Ella mira a Paige en su regazo. Una rata muerta para ella, y
está más preocupada por Paige que por ella misma. Dios, ¿en qué estaba
pensando al dejarla quedarse aquí? Debería haberlo sabido. Debería haber
sabido desde la primera noche que entró en mi casa que no sería sencillo.
Mi amor es peligroso. Eso ha quedado demostrado hoy.
—Es hora de irse.
Su ceño se frunce, sin dejar de acariciar el cabello de Paige.
—¿Qué quieres decir?
—Tienes que irte.
Causey no vendría tras un niño. No vendría tras su propia sobrina.
No se da cuenta de que está lastimando a Paige de todos modos. No tiene
idea del dolor que esto causará. Está cegado por el rencor, y algo lo ha
llevado al límite. No me importa analizarlo ahora. Todo lo que sé es que tengo
que alejarla de este lugar. Cuando Jane esté en un lugar seguro, podré hacer
174
creer a Joe que no me importa. Me aseguraré de que la investigación
encuentre al verdadero pirómano aquí en Maine.
Jane sacude la cabeza. No lo entiende.
—¿Subir al piso de arriba? ¿Viene alguien a ocuparse de la rata?
—No. Te vas a casa. De vuelta a Houston. Tienes que empacar tus
cosas y prepararte para irte. Mateo te llevará al aeropuerto.
—Beau —susurra sorprendida—. ¿Qué estás diciendo? No me voy a
ir.
Es una lucha para mantener mi voz en control. No quiero sobresaltar
a Paige de su sueño. Ya le ha pasado suficiente a esa chica como para durar
varias vidas. Estoy a punto de empeorar las cosas. Paige podría no
perdonarme nunca por haber enviado a Jane lejos. No tenía otra opción no
será una explicación lo suficientemente buena. Apenas suena como una en
mi propia cabeza.
Pero es la única manera de mantenerla a salvo.
—Te irás en el primer vuelo que salga.
Una lágrima resbala por la mejilla de Jane, pero no solloza. Apenas se
mueve.
—Tú no harías esto. Sé que te preocupas por mí. Sé que me amas.
—Sí te amo. —Es un cuchillo en la garganta decirle las palabras así.
Maldito seas, Rochester. Maldito seas por dejar que se salga de control—.
Eso no cambia nada.
Jane se queda con la boca abierta.
—Lo es todo.
—No lo cambia. —Soy un imbécil, de pie junto a ella para decir esto.
Debería arrodillarme y tomarla de la mano. Debería suplicar. Pero si Jane
ve esa clase de suavidad en mí, no se irá. Y tiene que irse. Tiene que irse
hoy. Antes de que esto vaya más allá. Saco mi teléfono—. Las personas que
se aman no siempre terminan juntas.
Jane parpadea y otra lágrima cae por su mejilla. Sacude la cabeza.
Dios, puedo verlo en sus ojos. Lo que está pensando. Está pensando que 175
esto tiene que ver con Emily, y con el hecho de que no obtuve lo que quería
de esa relación.
Está equivocada. Esto no es sobre Emily, y no puede ser sobre Emily.
Nunca iba a conseguir lo que quería de ninguna relación con Emily porque
a quien quiero es a Jane. Solo que aún no lo sabía. Ella no había entrado
en mi vida todavía. No podía saberlo.
—¿Qué estás haciendo?
—Te estoy reservando un vuelo.
Jane se permite un único sollozo ahogado, pero luego traga con fuerza
y hace desaparecer el resto.
—No te voy a dejar —dice, con la mirada hacia el techo. Pero luego la
devuelve a mí—. No voy a dejar a Paige.
—Lo harás. —Mi única consideración para el vuelo es lo rápido que
puede llevarla de vuelta a Houston—. Porque ya no trabajas para mí.
Sus ojos se abren de par en par. El primer día que conocí a Jane
Mendoza, me despreocupé de mi poder sobre ella. Está atrapada durante un
año. Yo no. Puedo despedirte cuando quiera. Debe estar recordándolo ahora.
Sigue siendo cierto. Según los términos de nuestro contrato, Jane es una
empleada a voluntad. El contrato de la agencia está diseñado a favor de
todos menos de ella. Solo tengo que hacer un gesto de insatisfacción para
despedirla. Ni siquiera requieren una explicación por escrito.
Todo lo que se necesita es un correo electrónico. Lo tecleo y le doy a
enviar.
—Tu vuelo está reservado. He notificado a la agencia que tu empleo
se ha terminado con efecto inmediato. Estoy transfiriendo el pago completo
ahora.
Jane levanta una mano de la pequeña espalda de Paige y le quita las
lágrimas de las mejillas.
—Quizá esta sea tu oportunidad.
—¿Para qué? —Esta no es mi oportunidad de hacer nada, excepto
seguir respirando una y otra vez. Esto es lo último que quería decirle. La 176
última maldita cosa.
—Emily —dice, encogiéndose de hombros de una forma tan
despreocupada que me saca el aire de los pulmones—. Si sigue viva, podrías
estar con la mujer que siempre quisiste.
—Jane.
Me ignora. Se aparta de Paige, que se gira hacia el respaldo del sofá y
sigue durmiendo. Pronto se despertará y tendré que explicarle por qué Jane
se va. Pasa una mano por su hombro, luego se endereza y me mira.
—No tengo nada que llevarme. Todo se quemó en el incendio.
Dios.
—Llévate tu ropa. Y tú teléfono. No te voy a enviar con las manos
vacías.
Jane se mira como si viera la ropa por primera vez. Deja escapar una
risa que suena casi amarga. Mi pecho se aprieta. Esa amargura es un sonido
dolorosamente desconocido.
—Estoy segura de que encajaré en casa.

177
Capítulo 22
Jane Mendoza
Traducido por Danielle
Corregido por Jessibel

El aeropuerto de Houston está repleto de niños en vacaciones de


primavera. Algunos de ellos, grupos mayores, se dirigen a las playas. Otros
con niños pequeños, ya vestidos con ropa de Disney.
Una niña pequeña corre hacia los brazos de su madre, y mi pecho se
estremece. Echo de menos a Paige. Solo han pasado horas desde que le di
un abrazo de despedida, pero me duele. Se negó a moverse. O a hablar. O a
reconocer lo que le estaba diciendo. Se siente horrible haberla sorprendido 178
con la noticia.
No volveré a verla.
Gatita se apartó de mi abrazo, sin entender por qué la sujetaba tan
fuerte ni por qué mis ojos goteaban. Yo tampoco la volveré a ver.
Las gafas de sol disimulan mis ojos hinchados y rojos. Nadie se
pregunta por qué las llevo puestas dentro de casa. Me alejo de la puerta de
embarque con mi equipaje arrastrándose detrás de mí. Fuera hay gente que
se abraza y exclama al encontrarse con sus seres queridos. Busco un Nissan
Versa rojo según la aplicación, pero el mapa dice que aún está a quince
minutos.
—Jane.
Levanto la vista para ver a Noah caminando hacia mí.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Me enviaste tu número de vuelo. No podía esperar a verte.
Me envuelve en un abrazo cálido y familiar, y suelto un suspiro. No
estoy segura de poder hablar de ello sin romper a llorar. Las escenas
públicas no son exactamente lo mío. No quiero llorar delante de todos estos
desconocidos. Ni siquiera quiero llorar delante de Noah.
—¿Quieres hablar de ello? —pregunta, con palabras suaves.
Hemos pasado por muchas cosas juntos, pero no sé ni por dónde
empezar con esto. Quiero gritar y sollozar, pero, sobre todo, no quiero
hacerle daño. Noah. El único chico que ha estado conmigo durante todo este
tiempo. No necesita saber que me acosté con Beau.
—Me han despedido.
—Bueno —dice—. No era seguro estar ahí.
Las palabras de Beau resuenan en mi cabeza. Mi amor es peligroso. Al
principio no le creí, pero al final sí. Maine no es seguro para mí. ¿Es seguro
para él? ¿Para Paige? Ya no estoy ahí para protegerlos. Me golpea como un
cuchillo en el pecho.
—Bien.
179
Toca el lado de mis lentes de sol.
—¿Esconden algo?
Miro por encima de su hombro, donde su antiguo camión espera
contra la acera.
—Sigo sin entender cómo estás aquí. ¿No tienes que trabajar ahora
mismo?
—Cambié los turnos, y no, no vas a cambiar el tema.
Una exhalación temblorosa sale de mi.
—Todavía no saben quién provocó el incendio, pero no importa. Ya no
estoy allí. Y realmente, realmente... —Mi voz se quiebra—. Realmente me
importa esa niña. Lo he arruinado. Me acerqué demasiado. Me dijiste que
no lo hiciera, pero lo hice de todos modos.
—Te tocó.
Demasiado para guardar secretos. Al parecer, incluso llevando lentes
de sol oscuras y envuelta en un gran jersey, soy un libro abierto.
—Lo siento, Noah.
—No lo sientas, maldición. Se aprovechó de su posición.
—No puedo escuchar otro sermón sobre la gente rica en este
momento. No es.... No es mi vida. Me confundí por un minuto, me dejé llevar
por algo, pero ya se acabó. He vuelto al lugar al que pertenezco.
Me estudia.
—Nunca encajaste con nosotros, Jane.
—No. —Nunca encajé en ningún sitio. Nunca tuve una familia, y
probablemente nunca la tendré.
—Pensé que te habías ido para siempre.
—Mala suerte para ti.
Pasa el brazo por mi cabeza y me atrae para darme un beso en la
mejilla.
—No, cariño. Es buena suerte para mí, mala suerte para ti, pero el
mundo nunca ha jugado limpio, ¿verdad? 180
Hay gritos a nuestro alrededor mientras la gente discute sobre dónde
puede detener su auto. Hay un atasco de vehículos, una mezcla de gente
que recoge a sus seres queridos y conductores de Uber. Un par de policías
de tráfico con chalecos naranja brillante hacen señas a la gente para que
siga adelante.
Hay carteles de “prohibido estacionarse” colocados por todas partes,
aunque no sé cómo se puede recoger a los pasajeros sin parar.
Es un sistema roto.
Recuerdo que Noah me dijo algo una vez. Si el único castigo es una
multa, entonces la norma solo existe para los pobres. En aquel momento me
encogí de hombros, pero ahora lo entiendo mejor, ahora que he vivido bajo
el techo de Beau Rochester durante seis meses.
Habría ignorado las señales sobre la parada. Probablemente no
multarían a un todoterreno Porsche, pero si lo hicieran, perder unos cientos
de dólares no significa nada para él.
Sin embargo, sí multarían a un camión viejo y rayado.
Podría pagar la multa con el dinero que la Agencia Basset depositó en
mi cuenta bancaria esta mañana. Me quedé mirando durante cinco minutos
antes de poder moverme. Nunca había visto tantas comas en mi saldo. Me
ha pagado la cantidad completa a pesar de que no he trabajado todo el año
según los términos del contrato. No me hace sentir mejor. En todo caso, me
siento peor.
El dinero se siente sucio ahora.
—Vamos —digo, enlazando mi brazo con el de Noah.
—Tenemos que seguir adelante. Yo también necesito avanzar. Superar
a Beau Rochester. Olvidar a Paige. Tampoco volveré a ver a Gatita.
Las lágrimas ruedan por mis mejillas.
El olor a escape inunda mi boca. No estoy segura de que sea posible
seguir adelante. Subimos y cerramos las puertas de golpe, pero los gritos
continúan. Alguien en un BMW discute con alguien en un Ford. Los dos
agitan las manos con fuerza.
Noah gira la llave. El camión se pone en marcha. Pasamos por delante
de ellos y nos incorporamos al tráfico, entrando en el corazón de Houston,
181
pero mi alma sigue en Maine.
Capítulo 23
Beau Rochester
Traducido por Danielle
Corregido por Jessibel

En el momento en que el auto de Jane se aleja, Paige se queda en


silencio.
Su rostro se pone rojo. Se queda parada en la acera, mirando las luces
traseras hasta que se pierde de vista. Sus hombros se hunden. Sus dientes
chasquean, pero su barbilla no se tambalea. Todo el color escapa de su
rostro, excepto las dos manchas rojas en lo alto de sus mejillas.
Se queda ahí, mirando la curva vacía de la carretera.
182
—Paige, es hora de entrar.
Ella me ignora.
Se lo pido. La convenzo. Le ordeno. Nada de eso funciona.
Se queda ahí como una estatua afligida y enojada. Al principio intento
convencerla de que se calme. Cuando eso no funciona, me siento en los
escalones del porche. Si necesita tiempo, le daré tiempo.
Quince minutos se convierten en treinta.
Los treinta minutos se convierten en cuarenta y cinco.
A la hora me planteo levantarla en brazos y meterla en casa. Nunca le
he puesto las manos encima con ira, y no me siento enojado ahora, solo
siento una profunda preocupación por su bienestar. Sé que lo que está
pasando no es bueno. No está bien, pero tampoco sé cuál es la mejor manera
de manejarlo. ¿Qué pasa si ella necesita este tiempo para procesar?
Técnicamente no se está haciendo daño a sí misma.
Es un hermoso día ventoso. Las gaviotas gritan desde el océano. Hay
un grito de alguien en la playa. El tenue rumor del océano lo subyace todo.
Una hora y veinte minutos. Eso es lo que tarda Paige en romperse.
Después de todo, su terquedad viene del lado de la familia Rochester.
Se gira para mirarme, con las manos cerradas en puños.
–Dijo que no se iba a ir. Ella lo prometió, lo prometió, lo prometió.
Me lanza la acusación y tiene razón en hacerlo. Yo fui quien hizo que
esto sucediera. Yo fui quien hizo que Jane se fuera.
—A veces los planes tienen que cambiar, cariño.
Sus ojos azules se quedan en los míos mientras procesa lo que he
dicho.
Me duele la cabeza. No estoy seguro de qué ha provocado el dolor de
cabeza. ¿Los gritos de Paige de esta mañana? ¿O empezó ayer, cuando
esperábamos que Joe Causey apareciera en la posada? ¿O empezó mucho
antes, cuando estaba inmovilizado bajo una viga derrumbada en mi propia
casa, mirando los ojos de Jane y suplicándole que viviera?
183
No tengo ni la más remota idea. He perdido la cuenta.
—¿Dijo que no se iba a ir? —Ahora es más una pregunta.
No creí que mi corazón pudiera reducirse a más cenizas. Me
equivoqué. Y ahora estoy deseando que Jane esté aquí. Ella sabría qué
decirle a Paige, cuya angustia se desprende de ella en oleadas.
Verla con el corazón roto y llorando ya es bastante malo.
Este silencio estoico es peor.
—Lo sé. —¿Qué demonios decía Jane para calmarla? No puedo volver
a los viejos hábitos que tenía antes. No ahora que tengo mejores métodos.
Pero no tengo tiempo para estudiar ahora. El examen ya está aquí—.
Querías que se quedara, pero ella tenía que irse. Es la única manera de que
esté a salvo, y queremos que esté a salvo, ¿no es así?
Paige entrecierra los ojos. Para mi infinita vergüenza, no siempre fui
así con ella. Los dos estábamos atrapados en la misma tormenta en
diferentes barcos. Si ella me gritara ahora, me lo merecería.
—¿Por qué no podríamos mantenerla a salvo aquí?
Es demasiado para explicar. Demasiado para explicar la oscura y
terrible historia que hace que su mera presencia en Maine sea un riesgo.
¿Cómo puedo decirle que su tío Joe quiere encerrar a Jane?
—Es un problema de adultos, Paige. Sé que es difícil de aceptar, pero
necesito que confíes en mí.
Su barbilla tiembla, pero Paige mantiene los dientes apretados. Me
sentiría mejor si golpeara, gritara y llorara. Si se enfadara conmigo.
La luz parpadea en el espejo lateral de un auto en la esquina, y ambos
nos giramos hacia él.
Si es Mateo quien trae a Jane de vuelta, entonces lo aceptaré. No estoy
seguro de tener la fuerza para despedirla de nuevo. Tendría que mantener
mi cuerpo entre ella y cualquier amenaza que venga hacia nosotros. Estaré
frente a Paige y Jane por el resto de mi maldita vida si es necesario.
El auto aparece completamente a la vista.
No es de Mateo. La decepción late en mi pecho, incluso cuando sé que 184
es lo mejor.
Es el auto negro de un detective con Joe Causey en el asiento del
conductor.
Voy a matarlo. Aplastarlo, como mínimo.
La puerta principal de la posada se abre. Marjorie debe haber visto el
auto. Parece preocupada.
—¿Paige? ¿Quieres algo de beber? ¿Algunas galletas, tal vez?
Ella parece vagamente interesada ante la mención de las galletas, pero
su ceño sigue fruncido. Creo que estará así durante mucho tiempo. Al
menos mientras Jane no viva con nosotros. Tal vez más.
El auto se detiene en la entrada de la posada. Por supuesto que sí.
Después de la forma en que transcurrió la entrevista de Jane, él no vendría
aquí a menos que sea para molestarme. Bueno, ya no puede tocarla.
—Entra y toma unas galletas —le digo a Paige—. Ahora mismo voy.
¿De acuerdo?
Ella toma una respiración profunda y temblorosa.
—¿Lo prometes?
Jane le hizo promesas similares y la obligué a no cumplirlas. Si fuera
un hombre mejor, sería honesto con Paige. Nadie puede garantizar que se
quedará en tu vida. Nadie puede realmente prometerte una eternidad.
—Lo prometo.
Paige pasa corriendo a mi lado hacia la casa.
—Ya has hecho bastante, ¿no crees? —El tono ácido probablemente
no es adecuado para un policía, pero no me importa. La ausencia de Jane
es como una herida abierta. Mi maldita pierna palpita. Me duele la cabeza—
. Si quieres otra entrevista, entonces necesito un aviso previo.
—No necesito hablar con Paige o Jane. Necesito hablar contigo.
—He respondido a tus preguntas.
Se detiene frente a mí en la acera y lo veo por primera vez. Pálido y
sudoroso. No es el bastardo engreído que vino a sentarse al otro lado de la
mesa durante las entrevistas. Se frota la nuca, parece inseguro,
185
conmocionado.
¿Qué demonios está pasando ahora? ¿Es una especie de truco?
—Dime por qué estás aquí antes de que te ayude a desaparecer de mi
vista. —Necesito ir a un lugar para estar solo, aunque sea por unos minutos.
Siento que estoy teniendo un maldito ataque al corazón.
—Tengo pruebas —dice Joe, casi para sí mismo.
—¿De qué? —espeto—. ¿Pruebas sobre Jane? Demasiado tarde. La
envié lejos. Ya no puedes acosarla. No más mensajes en el porche delantero.
Déjanos en paz.
Parpadea hacia mí.
—¿De qué estás hablando?
Algo está mal. No solo está pálido con una capa de sudor en la frente.
Sus ojos azul pálido han adquirido un tono gris a la luz del día, como si un
fantasma los atravesara y les robara el color. Parece atormentado.
—Estoy hablando de Jane. Hablo de todo lo que has hecho para
asustarla. Para intimidarla. Una maldita mujer inocente.
Joe niega con la cabeza. Es como si no hubiera escuchado una
palabra de lo que he dicho.
—No. No sobre Jane. Estoy hablando de Emily. Ella está viva, maldita
sea.
Mi estómago da un vuelco.
—No juegues a este maldito juego conmigo.
—Puedo mostrarte.
Ya estoy negando con la cabeza.
—¿Te has vuelto loco? Ni siquiera sé si crees lo que dices. Sé que
querías a tu hermana, pero tienes que dejarla ir.
—Toma. —Joe me mira a los ojos. Un frío temor cae sobre mí como
una lámina de agua helada del océano. Podría arrestarme por sospecha de
asesinato si encontraran un cuerpo. Es lo suficientemente sospechoso como
para hacerlo aquí mismo, en la acera. ¿Qué le haría eso a Paige?— La
186
encontraron aquí, Beau. Viva.
Parece serio. Está completamente loco.
O está diciendo la verdad.
Todo este tiempo hubo esta inquietante posibilidad de un fantasma.
Como si hubiera regresado de entre los muertos para perseguirnos.
Imposible, por supuesto. No creo en fantasmas.
—¿Dónde? —Me encuentro preguntando.
—Aquí en Eben Cape. En el centro. —Suelta una risa hueca—. Ella
ha estado justo debajo de mis narices todo el tiempo. No estoy seguro de
haberlo creído si no hubiera visto el vídeo yo mismo.
Una parte de mí pensó que sería más fácil si hubieran encontrado un
cuerpo. Tendríamos un mayor cierre. Paige tendría un mayor cierre, incluso
si la respuesta dolía como un hijo de puta. Va a doler de todos modos.
Porque algún día voy a tener que decirle a Paige lo que le pasó a su madre.
Que ella fingió su propia muerte, aparentemente. Todavía parece imposible.
—¿Cómo la encontraron? —Parpadeo para volver a mirarlo a los ojos.
El sol se siente demasiado caliente en mi piel ahora. Arde, como un incendio
en una casa—. ¿Y qué quieres decir con pruebas?
Joe saca su teléfono del bolsillo, pasa por la pantalla un par de veces
y me lo entrega.
—Esta grabación fue tomada por una cámara de seguridad de una de
las tiendas esta mañana temprano. El propietario siguió el caso cuando la
estábamos buscando activamente. Llamó a la línea de información porque
recordó nuestra solicitud original de avistamientos de mujeres que
coincidieran con la descripción de Emily.
Al principio no hay nadie en la pantalla. Solo una vista de gran
angular del escaparate de la panadería del centro. La grabación es de
primera hora de la mañana, según la marca de tiempo. A los diez segundos,
se abre la puerta principal y entra el panadero. Pasa por delante del
mostrador y desaparece de la vista.
Y entonces una señora se pasea frente al escaparate desde el lado
izquierdo de la pantalla.
187
Es ella.
La reconozco al instante por su perfil y su forma de caminar. Emily
lleva un vestido blanco largo con pequeños tirantes. Pasa por delante del
segundo escaparate de la panadería y se detiene.
Mi visión se vuelve blanca. Todo este tiempo, me he estado
preguntando. Pensando en las posibilidades. Tratando de decidir cuál sería
menos impactante de descubrir. Es esta.
Mis labios se han entumecido. Ella no murió en el accidente de
navegación.
Si Joe tiene pruebas de que está viva, ha estado viva todo este tiempo.
¿Por qué no ha venido ya por ella? Si Emily está viva, ¿por qué no ha
venido por Paige?
Emily nunca pudo resistirse a una panadería. Le encantaban los
rollos de canela, las rosquillas y esos pequeños pasteles con natillas dentro.
La Emily de la grabación de seguridad se inclina hacia la ventana y rodea
los ojos con las manos para ver a través de ella. Le da a la cámara una toma
perfecta de su rostro.
Es ella. Es ella. Es ella.
Vuelvo a poner el teléfono en la mano de Joe.
—¿Dónde ha estado todo este tiempo?
—No lo sé. —Nunca pensé que volvería a ver a Joe así después del
funeral. Parece perdido. Desconsolado—. Tenemos una orden de búsqueda
para ella, pero todo esto sucedió muy rápido.
—Maldita sea, ella no es un fantasma. Si este video es real, es una
mujer real caminando por Eben Cape. Encuéntrala. —No es justo gruñirle
a Joe por esto, pero por todas las otras cosas que ha hecho, se lo merece.
Pero no lo nota. No se enoja, ni me manda a callar, ni me amenaza con la
cárcel. Se limita a mirar por el jardín lateral y al océano.
Él pensó que su hermana había muerto en el agua. Me culpó de su
muerte, cuando en realidad no estaba muerta.
—Esa es la cuestión —dice finalmente—. Ella no quiere ser 188
encontrada.
Si Emily está viva, mi custodia de Paige está en peligro.
Una feroz actitud protectora surge como un escudo sobre mi corazón.
¿Qué diablos se supone que debo hacer si Emily aparece ahora? ¿Entregarle
a Paige? Ella se ha convertido en mía. Mi sobrina.
Tal vez incluso mi hija.
Capítulo 24
Jane Mendoza
Traducido por OnlyNess
Corregido por Mayra. D

Noah se detiene frente a mi antiguo apartamento.


El edificio se hunde donde los cimientos han caído. Hay una línea
dura de ladrillos rotos en el centro. Se puede sentir el desplazamiento del
hormigón desde el interior. A veces el agua se acumula desde el fondo,
derramándose sobre la alfombra marrón. Nuestras escaleras están justo
delante de los contenedores, lo que es genial para sacar la basura. No es tan
bueno por el olor. No es un lugar bonito, pero es un hogar. 189
Él me ha dejado aquí cientos de veces antes. Debería ser la cosa más
natural del mundo. En cambio, se siente extraño, como un lugar al que ya
no pertenezco.
—Menos mal que no han vuelto a alquilar tu lugar —dice—. Habría
sido un dolor de cabeza encontrar un nuevo lugar. Sobre todo, con tan poco
tiempo.
Probablemente sea tan doloroso como tener que llamar a mi
compañero de piso y explicarle que estoy de regreso en la ciudad meses
antes. Mi antigua habitación aún está disponible, con su litera doble en la
parte superior. No necesitaré la mitad del tocador desvencijado. No traje
toda la ropa que Mateo me compró. Solo lo que cabía en la pequeña maleta
con ruedas. Es una maleta Louis Vuitton que un huésped dejó una vez en
Lighthouse Inn. Marjorie la encontró en el almacén. Imagina ser lo
suficientemente rico como para olvidarte de una maleta de cuatro mil
dólares y no molestarte en mandar a buscarla. Entre el equipaje, la ropa que
hay dentro y mi teléfono, parezco una persona completamente diferente a la
que se fue de Houston.
—Sí. Es mejor así. —Una mentira que seguiré repitiendo hasta que se
convierta en verdad. Si es que alguna vez lo hace.
Es mejor así, estar a un millón de kilómetros de Beau Rochester. Sin
ver crecer a Paige. No tener la familia a la que había parecido pertenecer
durante un brillante segundo.

Abro la puerta de su auto y salgo antes de poder rogarle que me lleve


de vuelta al aeropuerto. Me duele mucho estar aquí, sola y a la deriva. Me
duele el pecho. Y todo está mal. Mi ropa es demasiado caliente para
Houston. Irónicamente, la ropa es más cara que cualquier cosa que pudiera
haber comprado aquí, pero la tela es demasiado gruesa. No están hechas
para un calor así. Los pantalones de yoga que se sentían tan bien en Maine
hacen que mis piernas se sientan rígidas ahora.
Noah se baja conmigo y se acerca para entregarme mi bolso.
—¿Segura que no quieres que entre? Podría quedarme contigo un
rato. Hasta que te acomodes.
Solíamos pasar horas y horas sin ningún plan en particular. Veíamos
190
algo en Netflix que compartíamos con el resto de mis compañeros de piso. O
nos acostábamos en la cama viendo TikTok, mostrándonos los más
divertidos. No puedo imaginarme haciendo esas cosas ahora. Se siente como
si una mujer diferente hiciera eso. No sé quién soy ahora, pero sé que he
cambiado.
—Estoy segura —digo, dándole una sonrisa para suavizar el rechazo—
. Te enviaré un mensaje más tarde.
Me rodea con sus brazos para darme un rápido apretón y besa la parte
superior de mi cabeza. Sus brazos a mi alrededor se sienten mal. No porque
sea demasiado rudo o algo así. Simplemente no es Beau Rochester.
— Personas como tú y yo, no nos quedamos en un lugar por mucho
tiempo.
Si te vas lo suficientemente pronto, no los extrañaras cuando te hayas
ido.
Pero ya sé que no funcionó. Los extrañaré para siempre.
—Lo sé.
Él espera en su auto mientras yo me acerco a la puerta. Esta es una
vieja costumbre, también. Noah y yo nunca hemos vivido en los barrios más
seguros. No nos vamos simplemente antes de que la otra persona esté a
salvo dentro.
La llave se atasca en la puerta, y hay que dar varias vueltas antes de
que consiga abrir la cerradura. Una vez que lo hace, me doy la vuelta y
saludo a Noah con la mano. Él me devuelve el saludo. Pasa un minuto más
antes de que se vaya. Entro en el familiar vestíbulo abarrotado de gente, con
el piso laminado descascarado y el perchero lleno de sudaderas, paraguas y
mochilas.
He caminado por aquí mil veces, pero ahora se siente más pequeño.
Me he acostumbrado a Coach House. Me he acostumbrado a la posada. Lo
cual es lamentable, porque ahora vivo aquí. Esta es mi vida. Usaré el dinero
de Beau para ir a la universidad, pero no voy a vivir una vida de lujo.
El calor de afuera se ha metido conmigo.
Se siente sofocante. 191
No. Todavía puedo respirar. Inhalar y exhalar. Obligo a mi respiración
a estabilizarse. Es difícil porque me duele mucho el pecho. Me gustaría tener
unos minutos para llorar en paz. No quise llorar delante de Noah en el
aeropuerto, y no quiero llorar delante de ninguno de mis compañeros de
piso ahora. Aunque en el apartamento suena lo suficientemente silencioso,
puede que todos estén trabajando. Después de todo, es mediodía. Algunos
están en la universidad, otros están trabajando. Todos estamos ocupados,
solo nos vemos por la noche, normalmente. Estoy segura de que querrán
que comparta todo esta noche, pero no puedo imaginarme hablando sobre
Beau y Paige. Sería como abrir una herida.
No hay nadie en el sofá, ni en el mullido sillón del rincón, y suelto un
gran suspiro.
Puede que no tenga que llorar delante de nadie después de todo.
La pintura picada de las paredes es la misma. La alfombra andrajosa
es la misma. La diminuta mesa de la cocina con sus cuatro sillas, no lo
suficientemente grandes para todos nosotros al mismo tiempo, es la misma.
Es como las historias de los libros de la biblioteca en los que me escapaba.
Ahora soy yo la que es diferente. Simplemente no esperaba ser tan diferente.
Es como intentar meterme en ropa dos tallas más pequeña.
Hago rodar mi maleta sobre la alfombra raída hasta la segunda puerta
de la izquierda. Es una vieja costumbre detenerme frente a la puerta y
escuchar. Es mejor no entrar si dos de mis compañeros de piso están
discutiendo. O teniendo sexo de reconciliación. Si eso está ocurriendo ahora,
encontraré otro momento para entrar.
No hay voces que se filtren en el pasillo. No hay suelos que crujan
debajo de la silla de alguien. No hay pasos cruzando la sala de estar. Nada.
Mi segunda llave entra en la cerradura. Cada uno de los dormitorios
tiene su propia cerradura independiente del cerrojo. Cuando compartes un
apartamento con otras seis personas, es normal que se pierdan cosas. Las
llaves son una forma de minimizar eso.
Abro la puerta con el hombro y meto la maleta dentro. El pasillo es
tan estrecho que se siente como si las paredes estuvieran presionando mis
hombros desde ambos lados, pero no es así.
Cierro la puerta detrás de mí. 192
Y me quedo paralizada.
Hay algo de expectación en el aire.
Como si alguien acabara de salir. ¿O acaba de entrar?
Sé que no debo permitirme lamentarme por Maine. El pasado es el
pasado. Cuando llega el momento de irse, empacas la ropa y te vas al
siguiente lugar. Pero no es el arrepentimiento, exactamente, lo que hace que
mi corazón se sienta magullado. Es lo diferente que es este lugar de cuando
me fui.
O quizás sea lo diferente que soy aquí de la mujer que era allí.
He sobrevivido a lugares en los que antes no encajaba.
Sobreviviré de nuevo.
Unos minutos a solas. Es todo lo que necesito. Después de eso, estaré
bien.
Hay una mujer sentada en mi pequeña silla de escritorio, la del brazo
roto. Siempre se desliza hacia abajo cuando estoy en medio de la
concentración.
Por supuesto, esta mujer no está estudiando.
No es una compañera de piso.
No. Ni siquiera pertenece a Houston.
Gira la cabeza y me sonríe.
Emily Rochester me sonríe.
El corazón sube a mi garganta, la adrenalina fría recorre mi columna
vertebral. La reconozco por una foto que encontré en un diario. Conozco su
rostro. Me fui de Maine porque creíamos que el detective Joe Causey me
perseguía. ¿Sabe él que su hermana está viva?
Ella es hermosa, y no es un fantasma.
Su sonrisa es perfectamente agradable. Perfectamente equilibrada.
—Hola, Jane. 193
Siguiente Libro

Los secretos que persiguen a Beau


Rochester cobran vida.
El no merece la felicidad, pero la tiene en
sus manos. Una mujer a la que ama. Una hija.
El pasado amenaza con arrancárselas. Se
arriesga a perderlas para siempre.
Jane Mendoza está decidida a proteger a
sus seres queridos de cualquier amenaza: el
misterioso pirómano, la policía corrupta. El
peligro más oscuro proviene de un lugar que ella
194
nunca espera.
Ella arriesga algo más que su nueva
familia. Arriesga su vida.

Best Kept Secret (Rochester Trilogy #3)


Sobre la Autora

Skye Warren es la autora más vendida del New York Times en


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romances peligrosos como la trilogía Endgame. Sus libros han aparecido en
Jezebel, Buzzfeed, USA Today Happily Ever After, Glamour y Elle Magazine.
Ella vive en Texas con su amada familia, sus dulces perros y su malvado
gato.
196

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