Está en la página 1de 451

REINA IMPERFECTA

LA BRATVA ZHUKOVA
LIBRO 2
NICOLE FOX
ÍNDICE

Mi lista de correo
Otras Obras de Nicole Fox
Reina Imperfecta

1. Nikolai
2. Nikolai
3. Belle
4. Nikolai
5. Belle
6. Belle
7. Belle
8. Belle
9. Nikolai
10. Nikolai
11. Belle
12. Belle
13. Nikolai
14. Belle
15. Nikolai
16. Belle
17. Belle
18. Belle
19. Belle
20. Nikolai
21. Belle
22. Nikolai
23. Belle
24. Nikolai
25. Belle
26. Nikolai
27. Belle
28. Nikolai
29. Belle
30. Belle
31. Belle
32. Nikolai
33. Belle
34. Belle
35. Nikolai
36. Belle
37. Belle
38. Nikolai
39. Belle
40. Nikolai
41. Belle

Epílogo: Nikolai
Copyright © 2022 por Nicole Fox
Reservados todos los derechos.
Ninguna parte de este libro puede reproducirse de ninguna forma ni por ningún medio electrónico o
mecánico, incluidos los sistemas de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso
por escrito del autor, excepto para el uso de citas breves en una reseña del libro.
MI LISTA DE CORREO

¡Suscríbete a mi lista de correo! Los nuevos suscriptores reciben GRATIS


una apasionada novela romántica de chico malo. Haz clic en el enlace para
unirte.
OTRAS OBRAS DE NICOLE FOX

La Bratva Makarova
Altar Destruido
Cuna Destruida

Dúo Rasgado
Velo Rasgado
Encaje Rasgado

la Mafia Belluci
Ángel Depravado
Reina Depravada
Imperio Depravado

la Bratva Kovalyov
Jaula Dorada
Lágrimas doradas

la Bratva Solovev
Corona Destruída
Trono Destruído

la Bratva Vorobev
Demonio de Terciopelo
Ángel de Terciopelo

La Bratva Romanoff
Inmaculada Decepción
Inmaculada Corrupción
REINA IMPERFECTA
LIBRO 2 DE LA BRATVA ZHUKOVA

Cuando él descubra lo que he hecho, nunca me dejará marchar.

Yo mentí. Hui. Me escondí.


Pero Nikolai Zhukova me encontró de todos modos.
Y ahora que soy suya de nuevo, él se asegurará de que nunca repita mis
errores.
Me pondrá su anillo en el dedo y me llevará al altar, me guste o no.

Reina Imperfecta es el segundo libro del dúo de la Bratva Zhukova. La


historia de Nikolai y Belle comienza en el Libro 1, Tirano Imperfecto.
1
NIKOLAI

Algunos dolores tardan en sentirse.


Tiro al soldado Battiato al suelo justo cuando aprieta el gatillo. El calor
estalla a lo largo de mi costado derecho. Ahora mismo, es una sensación de
quemazón más que nada. Pero el verdadero dolor vendrá después, cuando la
adrenalina y la rabia desaparezcan. Cuando me dé cuenta de verdad de lo
que ha pasado.
Agarro el cañón de la pistola, quemándome la mano en el proceso, y la giro
hacia un lado. Con la otra mano, golpeo al bastardo en la mandíbula. Su
cabeza se inclina hacia un lado mientras su cuerpo se agita.
Es un recordatorio de lo mucho que puede cambiar en un instante. Hace
unos segundos, estaba en el lado derecho de su arma, sintiéndose
sumamente confiado. Ahora, sus pies se arrastran por la tierra seca mientras
nos peleamos por su arma.
No es que necesite que me lo recuerden. Mi mejor amigo llegó al lugar en
la parte trasera de su moto y ahora está inmóvil en la hierba detrás de mí.
Intento no pensar en ello.
Ese es otro dolor que vendrá pronto.
—Vienen más hombres —jadea el soldado—. Nunca saldrás vivo.
Giro el arma y se la clavo bajo la barbilla.
—Tú tampoco.
Aprieto el gatillo. El disparo resuena en mis oídos. El hombre se desploma,
muerto. Pero no mentía. Oigo el estruendo de más hombres acercándose.
Me giro para verlos doblar la esquina. En cuanto asoma una cabeza, aprieto
el gatillo. Su cráneo desaparece en una nube de sangre.
Me doy la vuelta justo cuando otro hombre viene por detrás. Este lleva la
bandera griega tatuada en el cuello. Le apunto y disparo, pero se desvía en
el último segundo y el disparo le alcanza en el hombro. Se deja caer tras el
capó, gimiendo.
—Joder —murmuro.
Sigo esperando a que el soldado se levante y avance, pero en lugar de eso,
veo que su arma se eleva por encima del capó. Dispara media docena de
tiros a ciegas. Las balas rebotan en el poste de la luz que hay detrás de mí y
en el hormigón. Entonces, escucho un clic: el arma está vacía.
Ahora es el momento de moverse. Ahora, hijo de puta, ahora.
Me levanto a la fuerza y, aunque cada célula de mí grita de dolor, corro
alrededor del coche.
Ahora me arde el costado. Una hoguera en mis costillas. No me he tomado
la molestia de ver cuánto sangro, pero no puede ser nada bueno.
Paso por encima del brazo tendido de Arslan y arrincono al griego
acurrucado en la acera. Intenta recargar el arma, pero no lo consigue. Le
quito el arma de las manos de una patada.
Podría decir algo gracioso ahora, como ‘Buen intento’ o ‘¿Algunas últimas
palabras?’ o ‘Esto es lo que pasa por meterse con la Bratva’.
Pero estoy demasiado cansado para eso.
Y todavía hay mucho en juego.
Él parpadea y abre la boca para hablar. Antes de que pueda decir nada, le
meto la pistola en la boca y aprieto el gatillo.
—Maldito desperdicio de bala —digo, dándole al muerto una rápida patada
en las costillas justo cuando aparece otro griego más.
Me doy la vuelta y me deslizo por el lateral del coche, con las rodillas
pegadas al pecho. Arslan yace en la hierba a mi lado. No necesito tomarle el
pulso para saber que ha muerto. Su pecho no se mueve. Incluso el gorgoteo
de antes se ha desvanecido en el silencio.
—No se suponía que ibas a morir —gruño a través de una emoción espesa e
incontenible—. Si no estuvieras muerto, te mataría por esto.
El chiste parece vacío, pero a Arslan le habría gustado.
—Siempre dijiste que morirías antes que yo. Supongo que tenías razón.
Pero no por mucho —murmuro. Oigo pasos en el asfalto, acercándose—.
Ser tu amigo fue lo más cerca que estuve de hacer votos. Así que quizá
tenga sentido que nos vayamos juntos.
Aún oigo su voz en mi cabeza. Guarda la mierda ñoña para una tarjeta
Hallmark, diría.
Y tendría razón. Pero por difícil que sea pensar en despedirme de Arslan,
pensar en despedirme de Belle es diez veces más difícil.
La muerte nos llega a todos. He visto suficiente de primera mano para saber
que cuando tu tiempo se acaba, se acaba.
Pero Belle está embarazada de mí. El futuro de mi familia depende de lo
que pase en los próximos segundos. De si puedo sobrevivir a este ataque.
De si puedo salir de aquí y salvar a Belle de Xena o no.
—Joder —espeto, golpeando el suelo, dejando que el escozor de los
nudillos me haga volver en mí—. No puedo morir aquí, ¿ok?
Ve a por tu mujer, diría Arslan si pudiera hablar. Déjame aquí para los
gusanos. Son mejor compañía que tú de todos modos. Más guapos,
también.
Los pasos del camino se acercan. Me he quedado sin balas, estoy sangrando
en seco, y mi visión empieza a volverse borrosa.
Pero rendirse no es una opción.
Sólo hay un camino: seguir adelante.
Me pongo en cuclillas. A lo lejos, oigo sirenas. Alguien debe haber dado
cuenta de los disparos y ha llamado a la policía. Pero ellos no me salvarán.
Sólo son un inconveniente más. Sólo me estorbarán.
Oigo cómo una piedra resbala por el suelo cuando el griego se acerca a mí.
Respiro hondo, cuento hasta tres y me lanzo hacia la parte delantera del
coche.
—Mierda —maldice el rubio mientras retrocede.
Mis movimientos son torpes y débiles. Pero vuelvo a lanzarme contra él.
— ¡Nikolai, espera! —Sisea ahora, en voz baja—. Estoy aquí para ayudar.
Me reiría si tuviera más fuerzas. Pero tengo que conservarlas para matar a
tantos bastardos como pueda. Me abalanzo hacia delante mientras el
hombre saca una pistola de la cintura y dispara.
Espero el calor abrasador, el dolor y la oscuridad que le siguen.
Pero, para mi sorpresa, no siento nada. Entonces me giro y veo a un soldado
Battiato agonizando en el suelo detrás de mí. Cuando me vuelvo, el hombre
rubio me hace señas para que me acerque.
—Sígueme. Te sacaré de aquí.
No me fío de él. No confío en nadie ahora mismo.
Pero está matando a mis enemigos, y cuanto más me desangro, menos
capaz soy de hacerlo por mí mismo. Así que tomo una decisión rápida: Lo
seguiré hasta que ya no me sea útil. Entonces lo mataré.
Me vuelvo por última vez hacia Arslan. Esta es una despedida de mierda.
Nada que ver con lo que él se merece. Me llevo la mano al corazón durante
medio segundo, apoyada en la estrella de ocho puntas tatuada en mi pecho.
Arslan tiene la misma tinta.
Entonces dejo atrás a mi mejor amigo para siempre.
El rubio vuelve a hacerme señas para que le siga. Avanzamos rápidamente
por la manzana. Tan rápido como puedo, al menos.
—Aún no ha llegado nadie, pero vienen refuerzos —me informa por
encima del hombro—. He oído por el radio que también viene la policía.
¿Puedes correr?
—Claro que puedo.
Me mira con escepticismo. Debo verme incluso peor de lo que me siento.
Pero él asiente una vez y sale corriendo. Le sigo a la vuelta de la esquina.
A mitad de la siguiente calle, se detiene junto a una camioneta blanca.
—Sube.
Me acerco al lado del copiloto y subo a la camioneta. El hombre entra en el
lado del conductor y busca el contacto. Mientras lo hace, le arranco la
pistola y se la aprieto en la sien.
Maldice en voz baja.
—No quieres hacer esto, Nikolai.
—Tú no sabes nada de lo que yo quiero.
—Si sé una cosa —advierte—. Si aprietas este gatillo, Belle estará muerta.
2
NIKOLAI

En el momento en que el nombre de Belle sale de su boca, muevo el dedo


hacia el gatillo.
— ¿Quieres morir? Porque si es así, di su nombre otra vez. Te meteré esta
bala en el cerebro sin dudarlo un puto instante.
—No es una amenaza —dice él rápidamente. Prácticamente puedo oír cómo
le late el corazón en el pecho—. No es mi amenaza, al menos. Es sólo un
hecho. Xena la matará. Y a tu bebé nonato también.
— ¿Cómo sabes lo del bebé? —digo, retrocediendo.
Si este hombre lo sabe, entonces Xena también debe saberlo. Eso no es
bueno. La perra está loca. Belle está en más problemas de los que yo creía.
—Xena hizo que te siguieran. Te vio ir al consultorio del doctor esta
mañana. Pagó para averiguar a qué médico viste. No obtuvo confirmación,
pero lo supuso. Y supongo que ahora tú acabas de confirmarlo.
—No podrás pasarle la información si estás muerto —le recuerdo.
Niega con la cabeza.
—No quiero pasarle nada. ¿Por qué iba a estar aquí ayudándote si estuviera
con ella?
— ¿Cómo coño voy yo a saberlo?
—Bueno, no quiero eso. Y si me matas, no podré llevarte adonde Xena
tiene a Belle.
Las sirenas son cada vez más fuertes. Estamos a la vuelta de la escena, pero
no tan lejos como quisiera. Necesito decidir rápido: matar a este hombre o
dejarlo conducir.
— ¿Por qué delatarías a tu jefa?
—Ella no es mi jefa —espeta.
— ¿Falta de lealtad? —digo, arqueando una ceja.
—No. Todo lo contrario.
Resoplo.
— ¿Quieres hacerme creer que estás traicionando a tu nuevo Don porque
eres demasiado leal? Ahórrame la mierda.
—Es porque soy leal al jefe anterior —dice—. A mi padre.
Vuelvo a mirar la cara del rubio. Es joven, su cara delgada y sin rasgos.
Pero, de repente, veo el parecido.
— ¿Giorgos es tu padre?
Asiente.
—Lo era.
Ni siquiera sabía que Giorgos tenía un hijo. Por otra parte, no estábamos
exactamente en términos amistosos. Nuestro acuerdo era sólo de negocios.
Aun así, es posible que este hombre me esté mintiendo.
—Eres carne y sangre de Giorgos, ¿y aun así no lideras la mafia? ¿Y tu tía
sí?
Aprieta los dientes.
—No me lo recuerdes.
Las sirenas están casi encima de nosotros ahora. En un segundo, este barrio
estará lleno de policías y ambulancias. Si no salimos ahora, no saldremos.
Así que tomo la única decisión posible y pongo mi vida en manos de un
extraño.
Bajo el arma.
—Conduce.
Arranca el coche y gira en U en medio de la carretera. Mientras volvemos a
la calle, me giro y veo pasar el primer coche de policía por el cruce, en
dirección al lugar de los hechos.
— ¿Cómo te llamas?
—Christo Simatou. Heredero legítimo de la Mafia Simatou.
—Si eso es cierto, ¿por qué no estás tú al mando?
Me mira.
— ¿Por qué ‘tu mujer’ está con Xena y no contigo?
—Cuidado con lo que dices, joder —le gruño.
—Lo siento —dice—. Pero sólo quiero hacer un punto. Ya conoces a Xena.
Ella sabe cómo conseguir lo que quiere. Y ella quería la Mafia. Siempre la
quiso. Por eso mató a mi padre.
— ¿Ella fue quién hizo que lo mataran? —Pregunto sorprendido.
— ¿Hizo que lo mataran? ¡Si, como no! Lo hizo ella misma —sisea—. Si
no quisiera arrancarle la columna vertebral con mis propias manos, casi
admiraría que no tenga miedo de ensuciarse las manos. Él confió en ella, y
ella le cortó la garganta.
—Maldición.
Eso es brutal hasta para Xena. Lo menos que pudo haber hecho fue
sorprender a Giorgos por detrás. Ejecutarlo. Pero no, él tuvo que ver a su
propia hermana destriparlo como a un cerdo.
—Ni siquiera es la primera vez que asesina a su propia familia. A estas
alturas ya es algo viejo para ella.
Miro a Christo y deduzco lo que está diciendo.
—Xena mató a sus padres —murmuro—. No fue Giorgos. No me jodas.
Él asiente.
—Todo el mundo pensó siempre que mi padre mató a mis abuelos, y
ninguno de ellos aclaró el rumor. Mi papá creía que eso lo hacía parecer
más fuerte, y Xena sabía que la hacía parecer menos amenazante. Funcionó
bien para ambos... hasta que dejó de funcionar.
— ¿Estuvo ella tomando las decisiones todo el tiempo?
Pensándolo bien, puedo verlo. Xena se sentaba en las reuniones con
Giorgos. Hablaba sin que nadie le preguntara. Hacía demandas sin consultar
a su hermano. Asumí que Giorgos era un pusilánime, pero nunca asumí que
era la fachada falsa de la operación de Xena.
Pero eso fue mi propia falta de imaginación.
—Sí. Lo aceptara o no mi padre, ella llevaba la corona —dice Christo—. Tu
compromiso es donde las cosas empezaron a desmoronarse. Creo que puede
ser la primera vez en su vida que Xena no consiguió lo que quería. Nunca la
había visto tan desquiciada. Entró sola al club donde estaban tú y Arslan,
armada sólo con una pistola.
— ¿Fue ella la que disparó en el club? —Maldigo en voz baja—. Si la
hubiera atrapado esa noche, nada de esto estaría pasando.
—No, seguiría pasando. Mi padre te habría declarado la guerra. Sus
hombres no habrían tolerado menos.
—Sí, pero Belle estaría a salvo.
En cuanto las palabras salen de mi boca, me doy cuenta de que ella es lo
único que me importa. Sacar a Belle de las manos de Xena y devolverla a
las mías es lo único que me importa.
Christo golpea un bache en la carretera y yo siseo de dolor.
—Tienes que ir a que te miren eso —me advierte.
Presiono la herida con la mano. Se oye un chasquido de tela húmeda y
pegajosa y otra descarga de agonía que me atraviesa.
—No hay tiempo. Es un rasguño. Estoy bien.
—Sí, un roce en un órgano interno tal vez —resopla Christo—. No puedes
pelear así.
—Te quité la pistola, ¿no?
Echa un vistazo a la pistola que aún tengo en la mano y suspira.
—Sí, pero yo no soy Xena. Y yo no intentaba matarte.
— ¿Ahora es ese su objetivo? Creía que quería casarse conmigo.
—Para poder matarte —dice—. Casarse o no, tu muerte siempre estuvo en
sus planes.
Hago una mueca.
—No puedo decir que me sorprenda.
—Mi tía es implacable cuando se propone algo. Y ahora mismo, tiene la
vista puesta en la venganza.
—Por eso necesito encontrar a Belle lo antes posible. Ahí es donde me
llevas, ¿verdad? —Pregunto—. ¿Hasta Belle?
Él asiente solemnemente.
—Xena dejó de confiar en mí cuando se supo de la muerte de mi padre. Así
que sólo tengo el plan hasta hace veinticuatro horas. Pero por lo que sé, te
llevaré con Belle. Donde se supone que debe estar, al menos.
—Si ella no está, te mataré.
Christo traga saliva.
—Podría estropear nuestra incipiente buena amistad si haces eso.
— ¿Así es como me llamas apenas decido no asesinarte? Si es así, tienes
que subir el listón —le digo—. Además, yo ya tenía un mejor amigo. Y tus
camaradas lo mataron.
Hace una mueca de dolor.
—Entonces esperemos que Xena y Belle estén donde se supone que deben
estar.
Por su bien, y el mío, espero que tenga razón.
3
BELLE

Hay manos por todas partes.


Mis brazos. Las piernas. Siento correas alrededor de mis tobillos y mi
sección media, sujetándome. Pero apenas parecen necesarias. Apenas tengo
fuerzas para abrir los ojos.
—El ritmo cardíaco aumenta —dice una voz masculina—. La presión
sanguínea también.
—Se está despertando —dice una mujer.
Las extrañas voces son una inyección de adrenalina para mi organismo,
pero mantengo los ojos cerrados. No tengo ni idea de lo que está pasando y
necesito un segundo para comprenderlo todo.
Es como si estuviera bajo el agua y luchara por salir a la superficie, pero no
sé por dónde subir. Ni siquiera estoy segura de cómo he acabado aquí.
— ¿Señora? —llama la voz masculina, que suena demasiado suave para ser
un secuestrador o un asesino. Pero bueno, creía que Xena Simatou era mi
amiga, así que qué demonios sé yo.
Xena. Su nombre es como una llave, abre parte de mi cerebro que da
sentido a todo esto.
Xena me recogió de la casa de Nikolai.
Xena me engañó para que fuera con ella.
Xena iba a matarme.
—Su ritmo cardíaco está subiendo otra vez —dice la voz femenina—.
¿Señora? ¿Puede oírme?
Siento que una mano cálida se acerca a la mía y le devuelvo el apretón sin
pensarlo. Más que nada porque ahora mismo necesito una mano a la que
agarrarme. Necesito algo firme que me mantenga con los pies en la tierra.
— ¿Hola? —vuelve a decir ella—. ¿Me oyes? Has tenido un accidente.
Estás bien.
Un accidente. Un accidente de coche.
Más pedacitos y piezas salen a la luz. Recuerdo que me desabroché el
cinturón y me abalancé sobre Xena. Ella gritó y peleamos, y luego...
Mis ojos se abren. Las luces del techo me ciegan.
—Aquí estás —escucho. Miro y veo la figura masculina a mi lado. Poco a
poco, se va enfocando. Un hombre negro de mediana edad con una espesa
barba canosa—. Te estamos cuidando bien. Intenta no preocuparte.
—Sólo rasguños y magulladuras, por lo que sabemos —escucho a la mujer.
Me giro y veo a Elise sentada a mi lado.
Parpadeo y me doy cuenta de que no es Elise. El pelo de esta mujer es
demasiado corto y demasiado rojo, sus uñas demasiado delicadas, su cara
demasiado angulosa.
Lo que daría por tener a mi hermana a mi lado. Saber dónde está, que está a
salvo.
Espero que haya encontrado a Nikolai. Mi confianza se tambalea en casi
todo, pero conozco a Nikolai. Él cuidará de ella. La protegerá.
El hombre vuelve a darme palmaditas en la mano.
—Pero te tenemos sujeta con este corsé hasta que podamos hacerte
radiografías. Es por precaución.
—Mi niño —digo. Siento la boca como si alguien me hubiera metido
algodón en ella. Me relamo los labios y vuelvo a intentarlo—. Mi bebé...
Estoy embarazada. ¿Mi bebé está...?
—No lo sabremos hasta que te llevemos al hospital —dice la mujer—. Pero
es bueno saberlo. Por las radiografías.
Cuando sacudo la cabeza, siento como si mi cerebro chapoteara contra mi
cráneo.
— ¿Me... me habéis encontrado? ¿Salí volando del coche? Estoy
inconsciente. O estaba inconsciente. ¿Eso significa...?
Oigo un pitido cada vez más insistente y el hombre me da unas suaves
palmaditas en la muñeca.
—Respira hondo e intenta mantener la calma. Creemos que te has golpeado
la cabeza con el salpicadero y por eso estabas inconsciente. Ahora mismo,
no tienes moratones visibles en el abdomen. Pero tienes rasguños menores
por la rotura del parabrisas. En cuanto a tu embarazo, es la mejor noticia
que podías esperar.
La esperanza se enciende en mi interior, pero sé que no debo aferrarme a
ella. La esperanza es algo peligroso.
— ¿Dónde está Xena?
— ¿La amiga con la que ibas en el coche? —pregunta la mujer.
—Una muy maldita ‘amiga’ —me burlo débilmente.
El hombre parece no oírme y vuelve a darme palmaditas en la mano.
—Está en otra ambulancia. Puede que acabe en otro hospital, depende de
adónde la lleven. Puedes preguntar cuando llegues y te mantendrán
informada de dónde acaba.
Sólo espero que acabe en una tumba.
Nunca he sido una persona violenta, ni siquiera especialmente enfadada.
Dada toda la mierda por la que he pasado en mi vida, creo que eso es todo
un logro.
Pero Xena Simatou se ha ganado mi ira.
Si alguna vez la vuelvo a ver, la mataré yo misma.

L de ultrasonido señala la pantalla borrosa del aparato portátil.


—Ves esta línea de latido. Tu bebé está perfectamente —me dice.
El pequeño destello brillante es literalmente una luz al final de un muy
sombrío túnel.
—Gracias —suspiro, apretando las barandillas de la cama del hospital hasta
que se me ponen blancos los nudillos—. Muchas gracias.
La mujer sonríe.
—Yo no he hecho nada. Pero me alegro de haber podido darte buenas
noticias.
—Hace demasiado tiempo que no tengo ninguna —admito—. Esto... esto lo
es todo. Gracias.
Ella asiente y empieza a mover la máquina hacia la puerta.
—En breve vendrá un médico a hablar contigo. Buena suerte con todo,
cariño. Cuídate.
—Lo intento —digo y se me quiebra la voz. Lucho contra las lágrimas
hasta que cierran la puerta.
En cuanto me quedo sola, el alivio me invade. Es una ola que todo lo
consume, que borra todo lo demás. Lo único que puedo hacer es reprimir
los sollozos y esperar a que siga su curso. Hasta que toda la emoción
contenida en mí se haya drenado.
Mi bebé sigue vivo.
Elise está a salvo.
Yo no estoy herida.
El único enigma que queda es Nikolai. Lo último que me toca es averiguar
dónde está.
No sé mucho sobre los juegos tácticos que él y los griegos están jugando,
pero si Xena me estaba secuestrando, tendría sentido que ella estuviera
preparando una distracción. Otra parte del plan en segundo plano para
mantener ocupado a Nikolai.
Lo que explicaría por qué él aún no me ha llamado.
No ha llamado porque está ocupado, me digo a mi misma. Porque está
ocupado luchando y organizando a sus hombres. No es porque esté muerto.
Lo repito con firmeza una vez más. No es porque esté muerto.
Pero la más mínima idea de que algo le ocurra a Nikolai me aprieta el pecho
como una jaula de acero, haciéndome olvidar los pocos segundos de alivio
que acabo de sentir.
Necesito saber si está bien. Alcanzo el teléfono en la mesita justo cuando se
abre la puerta.
—Ya veo que te has levantado y que puedes moverte —dice un hombre que
entra en la habitación. Lleva una bata azul marino y una mascarilla
quirúrgica alrededor de la cara. Lo único que veo son sus ojos hundidos y
sus gruesas cejas.
—Me siento mayormente bien —le digo—. Un poco adolorida, sin
embargo.
Ya siento rigidez en el cuello y los hombros. Pero teniendo en cuenta que
podría estar muerta en la carretera, agradezco que no sea peor.
—El dolor es de esperarse después del tipo de accidente que tuviste. ¿Sabes
qué causó el accidente? —dice. Su voz está apagada por la mascarilla, lo
que dificulta oírle. Ninguno de los otros trabajadores lleva mascarilla, así
que quiero preguntarle por qué él la lleva, pero tampoco quiero ser grosera.
—El conductor perdió el control —miento.
No voy a decirle a este hombre ni a nadie que me abalancé sobre Xena e
intenté sacarnos de la carretera. No creo que yo hiciera nada malo; al fin y
al cabo, Xena me estaba amenazando de muerte. Pero yo no sé cómo
funcionan estas cosas. Nikolai parece querer manejar los asuntos de la
Bratva él mismo, sin que la policía se involucre. Si le cuento a este
enfermero sobre Xena, podría traer una tormenta de mierda sobre él y
nosotros. Es mejor mantener mi boca cerrada.
—Lamento escuchar eso. ¿Conocías al conductor?
Asiento con la cabeza, demasiado asustada para decir algo más y delatarme.
— ¿Alguien te ha dicho si ella está bien?
Niego con la cabeza.
—Todavía no. Pregunté a los paramédicos, pero me dijeron que no sabían
adónde la llevaban.
—Ella está aquí —dice con naturalidad—. En este hospital. Al final del
pasillo.
Hago todo lo que puedo por mantener una expresión plana y neutra, pero la
máquina que hay junto a mi cama empieza a emitir una alarma a medida
que aumenta mi ritmo cardíaco. Y a medida que el pitido se vuelve más
frenético, mi respiración se entrecorta. La banda de acero que me rodea el
pecho se tensa cruelmente y tengo que respirar con dificultad por la tráquea
cada vez más estrecha.
— ¿Estás bien? —Pregunta el enfermero, acercándose a la cama—.
¿Estás... estás asustada?
Me llevo una mano al corazón, intentando calmarme manualmente. Pero
debe de ser respuesta suficiente, porque el enfermero se inclina junto a mi
cama, con su voz en mi oído.
—Te trasladaré a otra ala del hospital.
— ¿Puedes hacer eso?
Él asiente.
—Puedo hacer lo que tú necesites. Quiero que te sientas segura con
nosotros.
En ese momento, la puerta vuelve a abrirse. Una mujer con el pelo oscuro y
ondulado recogido en un moño entra en la habitación y se detiene al ver al
enfermero junto a mi cama. Arruga las cejas.
—Lo... lo siento —dice y comprueba el papel que tiene en las manos y
vuelve a mirar al hombre—. Esta habitación está en mi rotación. ¿Es usted
del último turno?
—A mí me asignaron esta habitación —dice el hombre con
despreocupación. Se acerca a la mujer y le hace señas para que se acerque a
la puerta—. Vamos a solucionar esto.
La mujer me mira a mí y luego de nuevo al hombre, intentando atar cabos.
Mientras lo hace, una sensación de inquietud se instala en mis entrañas.
Cuando ella sigue al enfermero fuera de la habitación, busco a tientas el
teléfono y llamo a Nikolai.
—Por favor, agarra —susurro—. Por favor, por favor, contesta.
El teléfono suena y suena. Pero con cada tono sin respuesta, el jardín de
esperanza que he estado cuidando en mi pecho se marchita y muere.
Justo cuando las lágrimas de pánico me queman los ojos, la línea se abre.
Oigo respirar.
— ¡Nikolai! —Jadeo de inmediato—. Gracias a Dios. Eres tú. Estaba tan...
—vacila mi voz, me aclaro rápidamente y continúo, las palabras se me
escapan demasiado deprisa—. Me alegro mucho de que hayas contestado.
No sé lo que sabes ni lo que haya dicho Xena, pero las cosas son tan
complicadas... Tuve un accidente. Yo estoy bien. El bebé está bien. Pero
algo anda mal. Xena está aquí en el hospital, creo. Mi enfermero está raro.
Está siendo muy amable, pero es casi demasiado amable. Dios, parezco una
loca quejándome de un enfermero que es demasiado amable. Pero algo va
mal, y te necesito aquí. Realmente te necesito aquí.
Las palabras salen tan confusas que no sé si lo que digo tiene sentido o si
Nikolai puede entenderme. O si quiere entenderme.
Y mientras estoy sentada en la habitación del hospital, con el teléfono
pegado a la oreja, escuchando la respiración acompasada de Nikolai al otro
lado de la línea, tengo la sensación de que no se siente especialmente
compasivo con mi difícil situación.
—Nikolai —sollozo, parpadeando—. Por favor. Nunca... nunca quise
hacerte daño ni...
La línea se corta.
No puedo creerlo. Incluso cuando termina la llamada y vuelve a aparecer mi
pantalla de inicio: una foto de Elise y mía con mascarillas verdes, cortesía
del hotel de Islandia, sigo esperando oír las cálidas garantías de Nikolai a
través del teléfono. Espero que me diga que viene a buscarme, que cuidará
de mí.
Pero no hay nada.
Estoy completa y totalmente sola.
Y todo por mi culpa.
Dejo caer el teléfono sobre la cama y aprieto las rodillas contra el pecho. Si
Nikolai está demasiado alterado para hablar conmigo, ¿qué significa eso
para Elise? Ella podría estar vagando por la ciudad completamente sola.
Peor aún, Xena podría haberla atrapado de algún modo.
El alivio que me embargaba hace sólo unos minutos se ha desvanecido
violentamente. La puerta vuelve a abrirse y alzo la vista cuando entra de
nuevo el enfermero. Esta vez, con una silla de ruedas.
— ¿Voy a alguna parte? —le pregunto.
—Un traslado de habitación, ¿recuerdas?
Empiezo a negar con la cabeza, pero él se afana en bajar la manta hasta el
final de la cama y en mover el monitor cardíaco y el suero.
— ¿No debería hablar primero con un médico? Estoy esperando a ver a mi
médico. Después de la ecografía. Pensé...
—Tu número de habitación ha sido actualizado en el sistema —me explica
—. Un médico se reunirá con nosotros allí.
Me coge la mano y me levanta torpemente de la cama. Hago una mueca de
dolor en el hombro y él se disculpa entre dientes.
Me siento mal, pero no sé qué hacer ni en quién confiar. Ni siquiera puedo
confiar en mí misma.
Creía que Xena era mi amiga y me ha estado utilizando todo el tiempo.
Pensé que Nikolai nunca me daría la espalda, pero ni siquiera me habló.
Ahora, mi mente ha sido literal y emocionalmente sacudida. Probablemente
estoy viendo problemas donde no los hay.
Así que me dejo caer con cuidado en la silla de ruedas y permito que me
lleven fuera de la habitación.
El hospital es un hervidero de movimiento y luces brillantes. Nadie parece
darse cuenta de que me llevan por el pasillo. Hasta que la enfermera golpea
mi suero contra una camilla que pasa.
—Los postes van por fuera —le recuerda la enfermera que pasa, en voz
baja—. No queremos arrancar una vía.
Mi enfermera cambia los postes a su lado derecho, más cerca de la pared, y
murmura otra disculpa poco entusiasta.
Unos segundos después, mi silla de ruedas se detiene de golpe y casi me
caigo hacia delante.
—Estos malditos frenos —sisea detrás de mí. Se agacha para soltar el freno,
forcejea con él durante unos segundos antes de levantarse, ajustarse la
máscara y seguir avanzando.
A cada segundo que pasa, la gravedad de la situación aumenta. Cuando
llegamos al ascensor, al final del pasillo, mis instintos me gritan.
— ¿Adónde me llevas? —Pregunto.
—Al segundo piso.
— ¿Qué hay en la segunda planta?
La pregunta es sencilla. Cualquier trabajador del hospital lo sabría. Sin
embargo, este hombre duda.
—Oh. ¿Cardio…terapia?
— ¿Querrás decir Cardiología?
Se ríe torpemente.
—Sí. A eso me refería. Lo siento, llevo ya dieciséis horas de trabajo. Tengo
el cerebro frito.
Sonrío y asiento con la cabeza, pero mis ojos recorren el pasillo de arriba
abajo, intentando calcular lo rápido que podría arrancarme la vía del brazo,
saltar de mi asiento y correr por el pasillo lejos de este hombre. Si lo hago y
resulta que el enfermero es realidad un empleado del hospital
completamente normal, ¿puedo explicar mi comportamiento como un
efecto secundario de la conmoción cerebral? ¿O acabaré en una habitación
acolchada con los brazos atados a la espalda?
La indecisión me hace tamborilear con los dedos en los brazos de la silla de
ruedas y balancearme nerviosa.
—Estos ascensores son tan condenadamente lentos —gruñe él, inclinándose
a mi alrededor para volver a pulsar el botón unas cuantas veces más.
Cuando se estira hacia el botón, el dobladillo de su uniforme oscuro se
levanta...
Y veo una pistola enfundada en su cadera.
Él mira hacia abajo y me ve mirándole. De repente, sus ojos amistosos se
vuelven fríos y vacíos.
—No seas estúpida, Belle —sisea—. Si te enfrentas a mí, más gente saldrá
herida.
— ¿Más gente? —grazno.
—Tu verdadera enfermera yace inconsciente en el armario del conserje.
Tuvo suerte de caer fácilmente o habría tenido que matarla.
Cierro los ojos un segundo, maldiciendo mis instintos.
He hecho mal. Otra vez.
Me puse en peligro. Otra vez.
Y ahora, Nikolai no está aquí para salvarme.
Otra vez.
4
NIKOLAI

Cuando Christo aparca por fin su camión junto al muelle, ya no sangro,


pero sigo mareado. El mundo se ha vuelto borroso, como si mis ojos no
tuvieran fuerzas para enfocar bien.
No soy médico, pero parece una mala señal.
—Ahí —dice Christo, señalando la fábrica abandonada que hay una
manzana más adelante—. Somos los dueños de todo este barrio y ese
edificio está justo en medio del resto de los edificios propiedad de Simatou.
Es donde van los rehenes. Así nadie les oirá gritar.
Aprieto los dientes e intento calmar mi acelerado corazón.
Christo debe de notar la tensión que irradio porque se aclara la garganta.
—Pero el hecho de que Xena no te haya llamado es una buena señal. Le
gusta el espectáculo. Si fuera a torturar a Belle, te haría escuchar. O lo
grabaría o algo así.
—En cuyo caso no sabría que está muerta hasta después del hecho —le
digo.
Hace un gesto de dolor.
—Oh, sí. Sí, claro. Pero apuesto a que te llamará y...
Levanto una mano para silenciarlo.
—Basta. Eso no importa. Belle no va a morir.
Durante el largo viaje, quise llamarla por si respondía. Pero es demasiado
arriesgado. Si Belle está con Xena, entonces Xena podría ver mi nombre
aparecer en su teléfono. A la perra celosa no le gustaría eso y cualquier cosa
que moleste a Xena podría empeorar las cosas para Belle. Además, como
dijo Christo, Xena podría aprovechar la oportunidad para torturar a Belle
mientras yo estoy en la línea, por la sola maldita emoción de hacerlo.
No, un ataque sorpresa funcionará mejor. Aunque tenga que entrar a ciegas,
sin saber quién está adentro.
— ¿Tengo permiso para armarme? —pregunta Christo con cuidado.
Tiene las manos apretadas alrededor del volante, donde puedo verlas, pero
sus ojos miran la guantera.
—Si vamos a entrar ahí —explica— me gustaría tener un arma. No te
ofendas, pero tú tienes mala pinta. No quiero depender de tus reflejos.
—Soy mejor en lo peor de lo que tú nunca serás —gruño—. Cuenta con
eso.
—Te creo —dice con seriedad—. Pero vamos, Nikolai. Dos pistolas es
mejor que una.
Lo considero durante un minuto y luego asiento con la cabeza.
—Bien. Tú vas adelante.
Él mete la mano en la guantera y saca una pistola.
—Así puedes mantener un arma apuntando a mi espalda.
—Así, si alguien dispara, te darán a ti primero.
—Qué considerado —murmura—. Lo tendré en cuenta.
Salimos y avanzamos por la calle hacia el almacén abandonado, Christo va
unos pasos por delante de mí. La tarde se agota, el cielo se oscurece y las
aceras están vacías.
— ¿Tienes algún plan? —le pregunto.
—Mientras me apuntes con una pistola, mi plan es hacer lo que me digas.
Casi sonrío. Suena como algo que podría decir Arslan.
—Encuentra a Belle. Ayúdame a alejarla de Xena.
Se agacha bajo una ventana mugrienta y yo le sigo. Al agacharme me sube
un sofoco de angustia por el costado y las costillas, pero aprieto los dientes.
Cuando recupere a Belle, me preocuparé por mí. Hasta entonces, el dolor no
es más que otra sensación.
—No sé lo que nos espera ahí dentro —dice Christo mientras se detiene
ante una puerta metálica. El óxido salpica la superficie, mordisqueando las
esquinas—. Pero lo último que supe es que Xena iba a traerla aquí.
— ¿Conoces la distribución?
Se encoge de hombros.
—No tan bien como me gustaría. No he estado aquí en mucho tiempo. Pero
debe de haber una zona de entrada poco profunda que recorre toda esta
pared y luego una segunda puerta que da al piso del almacén. Mi padre hizo
vaciar el equipo hace años. Hay algunas pasarelas colgantes a lo largo del
techo que se utilizan como posiciones de vigía, pero por lo demás, debe
estar vacío.
—Entonces tú concéntrate en eliminar a los francotiradores de arriba, y yo
me concentraré en Xena y Belle.
Con un plan, el nudo de inquietud que ha estado creciendo en mi interior se
libera ligeramente. Sé cómo hacerlo: formular un plan y ejecutarlo.
Ejecutarla a ella.
¿Pero quedarme de brazos cruzados y preocuparme? Eso no entra dentro de
mis habilidades.
—Bien. Vamos entonces —asiente Christo.
Empuja la puerta despacio y con cuidado, pero las bisagras chirrían por el
desuso. La primera habitación está oscura y vacía. Huele a humedad, y no
me imagino a Xena Simatou eligiendo estar cerca de este lugar. Puede que
sea una asesina a sangre fría, pero también se niega a beber agua a menos
que se la den en una botella de cristal.
Me muerdo otra sonrisa, pensando en Arslan llenando una botella de cristal
con agua de manguera antes de una de nuestras reuniones con la delegación
de Simatou.
Luego pienso en él desplomado contra el tapacubos de un coche mientras
las luces abandonaban sus ojos.
Eso duele más que la herida de bala.
—Despejado —susurra Christo por encima del hombro.
—Sí, tengo putos ojos —le respondo.
Me ignora y avanza. La segunda puerta se abre mucho más silenciosamente,
como si alguien hubiera rociado las bisagras recientemente. Christo se
desliza por ella. Le sigo un segundo después.
Él se aleja hacia la derecha, con el arma apuntando hacia arriba, mientras yo
me muevo hacia el centro de la habitación. Pero no hay necesidad de la
formación. El lugar está vacío.
Cruzo la distancia que nos separa en dos zancadas y le apunto con el arma a
la columna.
— ¿Dónde coño están, Christo? —gruño.
—Mierda —murmura en voz baja—. Nikolai, no lo sé. Te lo juro. Esta fue
mi mejor suposición.
—Tus promesas no significan nada para mí.
—Algo tiene que haber salido mal —protesta. Le arrebato el arma de la
mano derecha, y no se resiste—. Quizá Xena sabía que yo la traicionaría.
Quizá cambió el plan. O quizá algo salió mal en su camino hasta aquí.
—No me extraña que Xena esté al mando en vez de tú —gruño—. No
tienes ni puta idea de lo que estás haciendo. Estuviste en sus filas hasta hace
dos días y ¿no sabes dónde están? ¿No tienes forma de averiguar qué está
pasando? Deberías haber mantenido un topo dentro.
Su cabeza se hunde entre sus hombros.
—No quería arriesgarme. Has trabajado con ella y con mi padre durante
mucho tiempo, pero... pero no sabes cómo es ella en realidad. Si alguien
supiera lo que yo planeaba hacer, se lo habrían dicho. Ahora yo estaría
muerto.
—Es una perra loca, no un dios.
—Puede que para ti no. Pero para ellos —insiste—, es tan buena como tal.
Esos hombres están cagados de miedo por ella. Matarían por ella. Me
matarían a mí. Por eso no estaré a salvo hasta que Xena esté muerta. Estoy
en tu equipo, Nikolai, lo juro.
Aprieto el arma contra una de sus vértebras. Él gime, pero hace lo mejor
que puede para mantenerse erguido.
—Me importa una mierda tu seguridad. Quiero a Belle. Eso es todo.
Christo exhala un largo suspiro. Abre la boca como si fuera a decir algo,
pero luego aprieta los labios.
—Quiero ayudarte. Pero no puedo hacerlo si me matas.
Aún estoy sopesando la opción cuando suena mi teléfono.
Tengo la pistola de Christo en la mano izquierda y la mía en la derecha, así
que tardo un segundo en meterme la suya en el bolsillo para coger el
teléfono. Cuando lo saco, el nombre de Belle aparece en la pantalla.
Quiero sentirme aliviado, pero sé que no es así. Contesto y me lo pongo en
la oreja, esperando en silencio.
Puede que Xena llame para ver si he muerto. A lo mejor quiere saber que
estoy al teléfono para torturar a Belle y que yo la oiga. No pienso decir ni
una palabra hasta que sepa exactamente qué está pasando.
— ¿Quién es? —susurra Christo.
Entrecierro los ojos y él se encoge.
—Nikolai —escucho que me llama, es poco más que un sonido sin aliento...
pero la voz es la de Belle. La conozco. La reconocería en cualquier parte.
Está viva.
Un suspiro sale de mí. Belle debe ser capaz de reconocer el sonido.
—Gracias a Dios. Eres tú. Estaba tan... —suena exhausta de una forma que
nunca había oído antes. Hay una tensión en sus palabras que no puedo
descifrar.
¿Está Xena a su lado, forzándola a llamarme? Esto podría ser una trampa.
No caeré en ella.
Pero quiero calmar sus temores. Quiero que sepa que quemaría el maldito
mundo sólo para sacarla de los escombros y limpiarle la ceniza de la cara.
—Estoy tan contenta de que hayas contestado. No sé qué sabes o qué dijo
Xena, pero las cosas son tan complicadas... Tuve un accidente. Yo estoy
bien. El bebé está bien... —dice, apresurando la explicación—. Pero algo va
mal. Xena está aquí en el hospital, creo.
— ¿Es Belle? —Sisea Christo—. ¿Quién es?
Lo ignoro y me centro en lo único que importa. Belle está en el hospital. No
parece que esté bien si está en el hospital.
Habla tan rápido que me pierdo parte de lo que dice. Pero su tono es
inconfundible. Está asustada.
—...pero algo va mal y te necesito aquí —carraspea, su voz es casi un
sollozo—. Realmente te necesito aquí.
Agarro el teléfono con tanta fuerza que me sorprende que siga de una pieza.
Necesito que sepa que voy.
Abro la boca para decir algo, lo que sea, pero Christo se abalanza sobre mí.
—Te está mintiendo —sisea.
Mi pistola le apunta al pecho antes incluso de que él dé un paso, y ahora la
mira con nerviosismo. Pero no lo hace callar.
—Nikolai, tengo que decirte algo: Belle está trabajando con Xena —
confiesa sombríamente—. Lleva semanas haciéndolo.
Me quedo callado. Me late el pulso donde me dispararon, cada latido es un
nuevo ataque de agonía.
Me planteo pegarle un tiro por mentir sobre Belle, por intentar abrir una
brecha entre nosotros. Pero entonces recuerdo la noche en que Belle y Elise
huyeron...
En ese momento, pensé que era una coincidencia que casi fueran capturadas
por los hombres de Giorgos. Supuse que los griegos vigilaban mi casa. Pero
tal vez no salvé la vida de Belle.
Tal vez interrumpí su plan para escapar.
—No quería decírtelo, porque... —Cristo traga saliva—. Bueno, porque
pensé que podrías matarme por ello. Pero es verdad. Sé que lo es.
Joder.
—Nikolai —Belle está llorando ahora. Oigo la emoción en su voz. Un acto
de mierda—. Por favor. Nunca... nunca quise hacerte daño ni...
Cuelgo el teléfono.
Christo empieza a hablar inmediatamente.
—Lo siento, Nikolai. Quería decírtelo, pero pensé que la encontraríamos y
detendríamos el plan y no importaría. Pero como no estaban aquí, no tuve
más remedio que decírtelo antes de que pudieras...
Levanto una mano y se calla al instante. Entonces le paso su pistola.
—Vamos.
Él abre mucho los ojos. Agarra la pistola como si fuera un truco. Luego la
desliza rápidamente en la parte trasera de sus pantalones.
— ¿Cuál es el plan ahora? —pregunta.
Hace un momento, yo tenía un plan. Iba a alejar a mi mujer de la psicópata
con la que estaba comprometido, llevarla a casa y tenerla conmigo para
siempre. Iba a asegurarme de que nadie volviera a ponerle una mano
encima.
Pero ahora, ese plan se ha ido al infierno.
Y la propia Belle es la responsable.
—Belle está en el hospital. Dijo que me necesitaba allí.
Christo resopla.
—Pero te está mintiendo. Está trabajando con...
Levanto la pistola y arqueo una ceja.
—Ella dijo que me necesitaba allí... así que allí es donde voy a ir.
El hombre tarda un segundo, pero lo entiende. Parece solemne.
—Vale.
5
BELLE

Quiero gritar, pero no tengo ni idea de a cuántas personas podría matar este
horrible hombre. Si grito, ¿cuántas enfermeras y médicos correrán en mi
ayuda? ¿Cuántos de ellos serían abatidos en su carrera? Me imagino
cuerpos apilados, sangre roja manchando las batas verdes y corriendo en
riachuelos pegajosos por las grietas entre el suelo de baldosas y el zócalo.
Una masacre horrible.
Incluso si sobreviviera, nunca sería capaz de perdonarme.
—No seas estúpida —repite el hombre, su voz es una amenaza baja en mi
oído—. Ven conmigo. Hazlo fácil para los dos.
El ascensor aún no se ha movido de la planta uno, y espero que nunca lo
haga. Porque una vez fuera de este hospital, estoy perdida. Ahora mismo,
existe la posibilidad de que Nikolai pueda alcanzarme. Arslan
probablemente pueda rastrear ambulancias, conociéndolo. Tal vez incluso
sepa dónde estoy ahora mismo. Si me quedo aquí, podrían encontrarme.
¿Pero allá afuera? Xena podría llevarme a cualquier parte. Estaré perdida
por siempre. Y muerta, lo más probable.
Entonces me doy cuenta.
— ¿Está realmente Xena al final del pasillo?
El hombre suelta una carcajada en el fondo de la garganta.
Claro que no. Lo decía para que estuviera dispuesta a salir de la habitación
con él. Para que mi miedo a Xena pudiera anular mi sentido común.
—Qué estúpida —susurro—.Soy tan estúpida.
Suena el ascensor. Miro hacia arriba mientras el número de la planta pasa
del uno al dos y luego al tres. La escotilla de escape de mi captor está cada
vez más cerca mientras yo estoy aquí sentada sin poder hacer nada para
evitarlo.
—Sí, pero ahora estás siendo inteligente —canturrea como si consolara a un
animal salvaje—. Estás salvando vidas quedándote callada. Sólo unos
minutos más, y podrás gritar tan fuerte como quieras.
¿Está tratando de consolarme? Porque no funciona en absoluto.
El ascensor se acerca. Es como ver una guillotina bajando contra mi cuello.
Como tener una cuenta regresiva hacia mi propia muerte.
Cuatro.
Cinco.
DING.
Cuando se abren las puertas, el hombre empieza a empujarme hacia el
ascensor, pero hay gente dentro. Nos vemos obligados a retroceder y
esperar a que se vacíe.
A la derecha hay un celador con un carrito de lavandería y en el centro una
anciana con un andador. Dos hombres se acercan por detrás, con teléfonos
en la mano, ambos con mascarillas quirúrgicas. Una madre y su hija
adolescente están más cerca de los botones.
—Ni siquiera lo sé, Charlene es tu amiga —argumenta la chica.
—Y la madre de Laney —gime su madre.
—Laney tampoco es mi amiga. Sólo tenemos algunas clases juntas.
La madre me lanza una mirada exasperada en busca de simpatía, pero no
consigo reunir nada más allá de una mueca. Aun así, temo que vea algo en
mi cara que pueda causar alarma. Si alerta a alguien de lo que está pasando,
no sé qué les hará ese hombre. A todos ellos.
Así que fijo la vista en mis pies descalzos en los estribos de la silla de
ruedas para estar segura.
Uno a uno, el ascensor se vacía. En cuanto está despejado, el hombre me
empuja a través de las puertas.
Mis ruedas delanteras apenas han pasado el umbral cuando de repente me
empujan hacia delante. Tengo que estirar una pierna para no golpearme
contra la pared de enfrente.
Cuando me doy la vuelta, veo a los dos hombres que estaban afuera del
ascensor de pie a ambos lados de mi secuestrador.
Parecen tranquilos, fríos, imperturbables.
Pero el hombre que acababa de amenazarme de muerte sangra por la boca
de una forma que no parece demasiado sostenible.
— ¿Está...? ¿Qué...? Dios mío —jadeo.
Entonces miro hacia arriba...
A la cara de Nikolai.
Reconocería esos ojos en cualquier parte. Están brillantes, no miran a
ninguna parte excepto a mí. Su compañero rubio y enmascarado sube a
bordo arrastrando los pies con el enfermero muerto en su brazo. Nikolai se
quita la mascarilla quirúrgica y señala los botones con la cabeza mientras
vuelve a entrar en el ascensor.
—Sótano, por favor —solicita con frialdad.
Todavía estoy en estado de shock, mi cerebro lucha por seguir el ritmo de
los acontecimientos. Pero puedo seguir una orden sencilla. Pulso el botón
del sótano y espero a que se cierren las puertas. En cuanto se cierran, me
vuelvo hacia él.
—Viniste —jadeo—. No sabía si lo harías. Viniste y... Dios mío, él iba a
secuestrarme.
Nikolai se lleva un dedo a la boca y mira hacia la esquina de la caja.
—Aquí no. Hay cámaras.
Aprieto los labios para contener la oleada de pensamientos que brotan de
mí. Aprovecho el resto del viaje para estudiar en silencio al rubio que va
con Nikolai. Es joven y guapo, pero no puedo mirarlo bien porque se niega
siquiera a mirar en mi dirección. No ha dicho ni una palabra.
Las puertas del ascensor dan a un aparcamiento de cemento. En cuanto
salimos, Nikolai y el rubio tiran al falso enfermero al suelo, detrás de un
contenedor, en medio de una maraña de miembros ensangrentados.
—Vamos. Nikolai me tiende la mano y yo la agarro con mis dedos.
Agradezco que estas fuertes y capaces manos nunca me hagan daño.
Sentir el calor de su piel contra la mía es como volver a casa. Me pego a su
lado mientras me guía por el aparcamiento hacia un sedán en la esquina más
alejada. Cuando le aprieto las costillas con la palma de la mano, noto que se
estremece. Pero es un movimiento rápido, apenas un parpadeo antes de que
me abra la puerta trasera y me ayude a entrar.
El rubio se acerca a la parte delantera del coche para conducir. Cuando
Nikolai se desliza detrás de mí, me giro y lo rodeo.
—Eres tú de verdad —digo y aprieto la cara contra su cuello y lo respiro.
Huele a hollín, sudor y sangre—. Quiero saber dónde has estado, qué has
estado haciendo y quién es ese otro hombre, pero primero...
Le agarro la cara y acerco sus suaves labios a los míos. Nikolai está tenso.
Todos los músculos de su cuerpo están tensos, pero cuando le paso la
lengua por el labio inferior y le abro la boca, se ablanda.
Una mano grande me pasa por la espalda y me rodea la cintura. Me agarra
un puñado de pelo y me echa la cabeza hacia atrás, lo que le permite
acceder mejor a mi boca.
Está en todas partes, mordiéndome y saboreándome, dándome besos ávidos
y frenéticos en los labios hasta que jadeo y me vuelvo loca de necesidad.
—No sabía si volvería a hacer esto —susurro—. No sabía si volvería a
tocarte. Si volvería a sentirte.
Nikolai se echa hacia atrás, con el iris plateado en la tenue luz que se filtra
por los cristales tintados.
— ¿Estás herida?
Sacudo la cabeza.
—No. Estoy bien. Estoy bien. En realidad, es un milagro que no saliera
despedida del coche.
— ¿Milagro? —Levanta la frente, con una expresión que no entiendo. ¿Me
está tomando el pelo?
Niego con la cabeza.
—No sé cómo ocurrió. Simplemente ocurrió. Es un milagro.
Bajo la boca hasta su cuello, beso a lo largo de la columna de su garganta,
presionando mis labios contra su pulso. Cuando le recorre el familiar y
profundo estruendo del placer, aprieto una mano contra su pecho para
captar las vibraciones.
Luego dejo que esa mano descienda, recorriendo el duro músculo de su
pecho y el plano de su vientre. Pero cuando meto los dedos bajo el
dobladillo de su camisa, noto el borde áspero de una venda.
Nikolai no se mueve cuando retrocedo y le subo la camisa con creciente
horror. La venda es ancha y le cubre casi todo el costado. Pero veo sangre
rezumando a través del vendaje.
— ¿Qué te ha pasado? —respiro, sin estar segura de querer saberlo. No sé
si podré averiguar lo cerca que ha estado de la muerte. Lo cerca que puede
estar todavía.
— ¿No lo sabes?
— ¿Cómo voy a saberlo? —Pregunto, confusa—. Ni siquiera sabía dónde
estabas.
Vuelve a bajarse la camiseta. De repente, siento que hay una barrera
infranqueable entre nosotros.
Esto no es lo que pensé que sería nuestro reencuentro. Imaginaba caricias
ardientes sobre piel resbaladiza. Gritos murmurados de gratitud y placer por
volver a estar juntos.
Yo quiero eso. Y ¿él no?
— ¿Estás bien? —le pregunto.
Asiente.
—Estoy bien.
Nunca había sido tan indiferente conmigo ni tan directo. Incluso cuando las
cosas entre nosotros eran más que complicadas, nunca lo fue. Nuestros
cuerpos siempre sabían qué hacer.
Pero parece que Nikolai lo ha olvidado.
—No puedo esperar —gimoteo, rodeándole el cuello con las manos—. Te
necesito. Necesito que me ayudes a olvidar.
Sueno desesperada a mis propios oídos, pero es exactamente lo que es.
Estoy desesperada. Por esto. Por un momento de normalidad tras horas de
incertidumbre y terror. Para que Nikolai me haga sentir delirantemente bien
y para que yo haga lo mismo por él.
Su cuerpo sigue tenso a mi lado y no estoy segura de que vaya a ceder. Por
primera vez, Nikolai podría dejarme de lado.
Y en ese breve momento, surge el pánico. ¿Acaso se ha dado cuenta de que
ha cometido un error? Que hubiera sido más fácil casarse con Xena y
dejarme atrás. Menos complicado. Tal vez se ha dado cuenta de que no
valgo todo el drama.
Pero antes de que pueda recoger los restos de mi dignidad, las grandes
manos de Nikolai me agarran por la cintura. Me atraen hacia su regazo y
arrastra mi dolorido centro sobre él con un gruñido primitivo.
Gimo, ya perdida por la sensación.
—Te quiero dentro de mí —gimoteo.
Nikolai niega con la cabeza.
—Ahora no. Acaba así.
Debería sentirme decepcionada. Frotarme contra él como si fuéramos
adolescentes en un asiento trasero no debería hacerme sentir tan bien. Pero
si lo hace.
Todo con Nikolai se siente bien. Mejor que cualquier otra cosa.
— ¿Qué hay de ti? —Gimo, moviéndome hacia abajo para poder acariciarlo
por completo, de la raíz a la punta y viceversa—. ¿Esto es bueno para ti?
—Ahora se trata de ti.
Las palabras son dulces, pero su voz sigue siendo distante. Quiero
investigar más, pero no puedo concentrarme en nada más que en el dolor
que siento entre las piernas.
Agarro las manos de Nikolai y las pongo sobre mi pecho. El calor de sus
dedos acariciándome me acelera.
— ¿Cómo has acabado en el coche de Xena? —pregunta Nikolai.
Mi cabeza está confusa por el placer, y sus palabras no encajan con lo que
siento ahora. Es el mundo real invadiendo un momento que solo quiero que
dure más.
Su mano se desplaza hasta mi clavícula y su pulgar traza una línea sobre el
frágil hueso.
— ¿Qué causó el accidente? —pregunta.
Cierro los ojos mientras aprieto los muslos alrededor de sus caderas.
—Estoy cerca —jadeo. Es mi forma de rogarle que deje pasar esto. Que me
deje tenerlo.
Su pulgar se desplaza hasta el hueco de mi garganta y yo inclino la cabeza
hacia atrás, rindiéndome a sus caricias. Muevo las caderas y me estremezco
por la deliciosa fricción. Nikolai gruñe, un sonido profundo y sexy. Luego
rodea mi cuello con sus dedos.
Gimo y me inclino hacia su mano. Su fuerza, unida a la suavidad con que
me toca, es casi suficiente para llevarme al límite. Nunca había dejado que
nadie me tocara la garganta, pero confío en Nikolai. Me gustan sus manos
sobre mí. En cada parte de mí.
Él me agarra con fuerza y yo trago saliva con dificultad, la sangre palpita en
mis oídos.
—Así —susurro, aun frotándome contra él—. Voy a... Voy a...
Antes de que pueda alcanzar el clímax, de golpe, se me va el aire. La mano
de Nikolai me aprieta la garganta con tanta fuerza que no puedo respirar.
Me sobresalto, intento zafarme de su agarre, pero el movimiento hace que
otro rayo de placer recorra mi cuerpo. Esta combinación de pánico y placer
es un nuevo subidón que nunca había experimentado.
Y así me corro, con la mano de Nikolai sacándome el aire, su polla dura
entre mis piernas. Siento que se me desorbitan los ojos mientras me
desgarra sin piedad. Cuando empieza a retroceder, me agarro a su cuello
para pedirle que me suelte.
Pero Nikolai no se mueve.
En lugar de eso, se inclina hacia mí, hasta que su aliento me calienta la piel.
—Dime la verdad antes que de verdad te ahorque: ¿cuánto tiempo llevas
trabajando junto con Xena?
6
BELLE

La oscuridad se adentra en los bordes de mi visión. Veo estrellas, y no estoy


segura de sí es por el orgasmo palpitante que aún me desgarra o por la falta
de oxígeno. Probablemente ambas cosas.
Agarro la mano de Nikolai, demasiado aterrada para concentrarme en sus
palabras. Demasiado desesperada por respirar como para pensar en lo malo
que es que él lo sepa.
Porque él lo sabe.
— ¿Cuánto tiempo llevas mintiéndome? —sisea.
Abro la boca, pero no sale nada. Ni exhalo, ni inhalo. Los bordes negros de
mi visión se extienden hacia el centro, gotas de oscuridad borran la imagen
de su rostro, tajante y furioso frente a mí.
Ahora hay más negro que color. No puedo respirar. Desde luego, no puedo
hablar. Todo este camino que hemos recorrido y va a acabar así, como yo
pensé que acabaría desde el principio. Me matará justo cuando por fin
empecé a creer que eso era lo último que él haría.
Más negro, y más negro, y más negro...
Entonces, de repente, me suelta.
Me desplomo contra él y aspiro aire. La cabeza se me parte en dos mientras
la sangre vuelve a su sitio.
Débilmente, intento moverme de su regazo, pero Nikolai me sujeta las
piernas con firmeza.
—No. No podrás huir otra vez.
—No lo haré. Es que...
No puedo sentir su erección entre mis piernas y pensar con claridad al
mismo tiempo.
— ¿Cuánto tiempo llevas trabajando con ella?
Su frío distanciamiento tiene sentido ahora. Ahora se trata de ti.
— ¿Cómo lo supiste? —digo y palpo mi garganta con dedos vacilantes. El
calor de su agarre aún está impreso allí—. ¿Acaso te lo dijo Xena?
—Entonces, ¿es verdad?
—Sí, pero no es lo que crees. Ella quería que yo fuera un agente doble. Para
darle información. Pero yo no...
—No te atrevas a mentirme, joder.
La bata de hospital está abierta por detrás y me cubre hasta los muslos. Los
últimos temblores de mi orgasmo siguen recorriéndome, y ahora Nikolai me
mira como si pudiera ver dentro de mi cerebro.
Pero si pudiera ver dentro de mi mente, sabría toda la verdad. Basada en la
oscura furia en su cara ahora, puedo decir que no lo sabe.
—Ella iba a ayudarme a salir del país —le explico—. Por eso la escuché.
Me dijo que podía sacarnos a Elise y a mí.
—Lejos de mí.
—No —respiro—. Bueno, sí. En ese momento, era lo que quería, pero...
—Me mentiste, Belle —dice y respira pesadamente—. Estabas en mi casa,
colaborando con mi enemigo para escapar y hacerme daño en el proceso.
— ¡Porque tú me secuestraste!
Sus ojos grises se encienden.
—Porque tú te estabas desmoronando sin mí.
No se equivoca. Sólo han pasado unos días, pero la versión triste y hueca de
mí que flotaba entre la casa y el bar de Tony como un fantasma ni siquiera
parece real.
— ¿Pero no puedes ver cómo tomé la decisión que tomé? —le digo—. Me
llevaste en avión por todo el país mientras estaba inconsciente. Cuando nos
conocimos, secuestraste a Elise para controlarme. Sabía que la única forma
de escapar de ti era con ayuda, así que cuando Xena se ofreció a sacarme,
yo acepté. No vi otra salida.
Lanza una carcajada sin gracia.
—Supongo que no me di cuenta de las ganas que tenías de alejarte de mí
durante todo lo que follamos. Si tus orgasmos fueron fingidos, entonces
estás en la línea equivocada de trabajo. Deberías ser actriz, no contable.
Sacudo la cabeza.
—No actúes como si todo entre nosotros fuera falso.
—Lo fue.
— ¡Tú también mentiste! —le digo.
—Te obligué a elegir —gruñe—. Te obligué. Pero nunca, ni una sola vez, te
traicioné. Fui sincero sobre lo que sentía. Sobre lo que quería.
A mí. Me quería a mí.
—Yo tampoco mentí —protesto, con voz temblorosa y débil. El cansancio
del día se apodera de mí y lo único que quiero es cerrar los ojos—. Cuando
nos acostamos... fue cuando fui más sincera contigo. Y conmigo misma. Me
sentí bien estando contigo, pero no vivo sólo para mí. Eso tú también lo
entiendes.
—No me hables de lo que yo entiendo.
—Tu lealtad es hacia los de la Bratva —continúo—, y la mía es hacia Elise.
Yo tenía que hacer lo mejor para ella.
Su mandíbula se aprieta y se mueve. Nikolai entiende la lealtad. Vive por
ella. Tendrá que entender esto.
—Mi lealtad es hacia la Bratva, tienes razón —dice—. Y hoy, mis hombres
murieron por tus mentiras. Porque te estuve buscando aunque te fuiste
voluntariamente.
Las palabras me roban el aliento como si su mano volviera a rodear mi
garganta.
—Nikolai, yo... espera, ¿qué?
Sus ojos se encuentran con los míos sin inmutarse.
—Arslan está muerto.
—No —susurro. Se me parte el corazón. No conocía bien a Arslan, pero
conozco a Nikolai, y Arslan era su mejor amigo. La persona más importante
del mundo para él—. Lo siento mucho. Nikolai, no quise...
—Lo vi desangrarse. Luego lo dejé desplomado a un lado de la carretera,
para poder buscarte —escupe las palabras como veneno.
Sus dedos tiemblan contra mis piernas un segundo antes de levantarme y
empujarme fuera de su regazo. Me dejo caer en el asiento de al lado.
—Lo siento —susurro en voz baja.
Nikolai se queda mirando fijamente hacia un espacio en medio de la
distancia que solo él puede ver. No encuentro palabras para transmitirle lo
jodido que es todo esto ni la responsabilidad que asumo por todo ello. No
creo que haya palabras para ello.
Fui estúpida y tomé la decisión equivocada. Ahora, su amigo está muerto.
Conducimos en silencio. La tensión se tensa entre nosotros hasta que está a
punto de estallar.
Finalmente, no puedo soportarlo más.
— ¿Por qué has venido al hospital?
Un leve levante de sus cejas es la única señal de que me oye.
—Te llamé y no me dijiste nada. Pero entonces apareciste para salvarme.
¿Por qué te molestaste?
Porque te quiero, Belle, es lo que rezo para que me diga. Porque estoy
enfadado, pero eso no cambia lo que siento por ti.
Dilo, ruego en silencio. Por el amor de Dios, por favor, dilo.
Quiero recuperar la alegría que teníamos esta mañana, sentados juntos y
mirando la ecografía de nuestro bebé. Quiero recuperar ese optimismo.
—Por la misma lealtad —dice al fin.
Frunzo el ceño.
— ¿Lealtad?
—Dijiste que mi prioridad son los de la Bratva, y es cierto. Por eso tengo
que proteger a todos los miembros de mi Bratva.
Parpadeo confundida.
—Pero... yo no soy de tu Bratva.
—No, no lo eres —dice y señala mi estómago con un dedo—. Pero, aunque
tú nunca serás parte de mi Bratva, mi hijo sí lo será. Te guste a ti o no.
Y aparte de mis sollozos ahogados, el resto del viaje transcurre en total
silencio.

N del coche una vez aparcado frente a la casa de Nikolai,


pero él me arrastra tras de sí.
En cuanto mis pies descalzos pisan la calzada, me doy cuenta de lo
expuesta que estoy. Expuesta físicamente con este andrajoso vestido.
Expuesta emocionalmente con este corazón roto y sangrante.
Me dirijo hacia la casa con la intención de ir directamente a mi habitación a
cambiarme, pero Nikolai me agarra con fuerza de la muñeca y me tira hacia
atrás.
—Oh —me quejo, sacudiéndome la muñeca—. ¿Qué...?
—Tienes que irte —dice Nikolai.
Pero me doy cuenta de que no me está mirando. Está mirando al hombre
rubio que estaba con nosotros en el hospital.
— ¿Quién eres? —pregunto, siguiendo su mirada.
El hombre me ignora, igual que cuando salimos del hospital, y mira a
Nikolai.
— ¿Estás seguro? Puedo quedarme. Puedo intentar explicarle a tus hombres
lo de...
—No. No importa lo que digas. A mis hombres no les gustará que tú estés
aquí —dice Nikolai—. La tensión es demasiado alta.
El rubio suspira y asiente.
—Supongo que me llamarás cuando tus hombres no quieran matar a todos
los griegos a la vista.
Nikolai resopla, y odio que este hombre pueda hacerle sonreír aunque sea
un poco cuando lo único que tiene para mí son ceños furiosos.
—Entonces supongo que no volveré a hablar nunca contigo.
El hombre asiente malhumorado y desaparece por el recodo del camino.
— ¿Quién era él? —pregunto.
Pero antes de que la pregunta salga de mi boca, Nikolai me empuja hacia la
puerta principal.
—Deja de hacer preguntas.
— ¡Entonces empieza a explicar lo que está pasando y no tendré que
hacerlo!
Nikolai cierra la puerta delantera tras de sí y, como un torbellino, gira sobre
mí. Retrocedo instintivamente, apretando la columna contra el arrimadero
de madera. Se me clava en los huesos, pero Nikolai se cierne sobre mí.
— ¿De verdad te quejas de que no te dé explicaciones? Después de todo lo
que has hecho, deberías considerarte afortunada de estar vivo.
Inspiro bruscamente y Nikolai sonríe. Su boca es un tajo cruel.
—Ahí lo tienes. ¿Por fin lo has entendido? Joder, si tienes la cabeza dura.
Nikolai me coge del brazo y me lleva por el pasillo de la derecha. Está en
dirección opuesta a mi habitación. Quiero preguntarle adónde vamos, pero
sé que no me contestará.
Me odia. Me odia de verdad.
Y aunque se me rompe el corazón, lo único que se me ocurre preguntarle
es:
— ¿Y Elise?
Estamos cerca del final del pasillo. Imagino un pasadizo oculto que se abre
a una mazmorra que acecha bajo la casa. Sería propio de Nikolai Zhukova
tener una cámara de tortura secreta debajo de su casa. Me arrojaría allí y se
desharía de la llave. Una vez bromeó sobre eso, ¿y quién puede decir que
no era una broma?
— ¿Qué hay con ella?
— ¿Te encontró como le dije? —pregunto y mis labios tiemblan, hago lo
posible por mantenerlo firme—. Cuando ella escapó del coche de Xena, le
dije que te encontrara. Le dije... le dije que tú te encargarías de ella.
—Parece que también le mentiste.
Me invade el pánico, un repentino géiser de miedo. Me arranco el brazo de
su agarre y retrocedo.
—Tengo que encontrarla. Está ahí fuera, sola, y tengo que encontrarla.
—No, tú tienes que empezar a cooperar.
— ¡Cooperaré! Cooperaré y seré tu prisionera todo el tiempo que quieras...
si encuentras a Elise.
Nikolai suelta una carcajada.
—No estás en posición de hacer tratos, Belle. Ya eres mi prisionera.
—Por favor —ronco—. Elise lo es todo para mí. Es todo lo que tengo.
Nikolai se da la vuelta y abre una puerta normal detrás de mí. La habitación
de detrás está tan oscura que no puedo distinguirla, pero tengo la sensación
de que no va a ser tan bonita como mi última habitación en su casa.
Me hace una seña.
—Entra.
Tiene razón: no estoy en posición de hacer tratos. Pero quizá si coopero, si
le muestro lo fácil que puede ser vivir conmigo como prisionera, quizá
acepte ayudarme.
Me adentro en la oscuridad y me giro hacia él. La luz del pasillo crea un
halo alrededor de su pelo oscuro. Parece un ángel de la muerte mirándome.
— ¿Y? —Pregunto desesperada—. ¿La encontrarás?
—Me has traicionado, Belle. Me mentiste y ahora mi mejor amigo está
muerto.
Ahogo un sollozo.
—Lo sé. Lo siento. Lo siento.
—‘Lo siento’ no significa una mierda para mí —dice—. ¿Sabes qué me
hará sentir mejor? Venganza.
— ¿Qué significa eso?
—Significa que quiero ojo por ojo. La persona más importante de mi
mundo se ha ido... y ahora sabrás lo que se siente.
Un grito sale de mi garganta, pero Nikolai es demasiado rápido. Cierra la
puerta de golpe y yo me lanzo contra ella, golpeando la madera con los
puños hasta que me sangran los nudillos.
7
BELLE

No sé si llevo horas o días encerrada en esta habitación. Han tapado la


ventana con un enorme trozo de madera contrachapada con tornillos del
grosor de mi pulgar, así que no hay luz ni reloj a la vista. La única forma
que tengo de marcar el paso del tiempo es con el flujo y reflujo de mi
hambre.
En el hospital me dieron un vaso con cubitos de hielo, pero no he vuelto a
comer una comida decente desde que Nikolai y yo fuimos a almorzar
después de la cita con el médico. Mi estómago gruñe y refunfuña, pidiendo
comida, y yo estoy tan desesperada por tener a alguien con quien hablar que
le contesto.
—Lo sé —le digo—. Pero él no dejará que me muera de hambre, ¿verdad?
Se preocupa por el bebé.
La verdad escuece.
Nikolai se preocupa por el bebé. No por mí.
Es leal a su Bratva. No a mí.
Desde que lo conocí, Nikolai Zhukova se ha convertido en una de las
personas más importantes de mi vida. En algún momento, me convencí de
que el sentimiento era mutuo.
Pero no puede serlo. No si un error es suficiente para que me deje de lado
para siempre.
—Quizá no sea para siempre —susurro, arremolinando el dedo en la
alfombra de felpa. Llevo apoyada en un lado de la cama, mirando fijamente
a la puerta... ni siquiera sé cuánto tiempo. Sin televisión, ni libros, ni
siquiera un bloc de dibujo para distraerme, me he puesto a dibujar sencillos
dibujos en la alfombra.
— ¿Pero me perdonará antes de que pierda la cabeza y empiece a drenar mi
propia sangre para pintar?
Lo digo en broma, pero parece demasiado verosímil para ser gracioso.
Tengo que salir de aquí.
Le dije a Nikolai que cooperaría con él si se ocupaba de Elise, pero no va a
ocuparse de ella. Va a dejarla vagar sola por la ciudad o morir en una cuneta
o, quizá lo peor de todo, acabar de nuevo con nuestra madre sólo para
fastidiarme.
Así que no puedo sentarme a esperar a que él recapacite y decida que me
perdona.
Necesito un plan.
Me pongo en pie, me agarro a la cama para estabilizarme mientras la sangre
vuelve a mi cabeza. Luego busco un arma en la habitación. Algo afilado o
pesado con lo que pueda salir de esta habitación.
Como era de esperar, no hay nada. Todos los cajones y armarios están
vacíos. A menos que quiera arrancar un candelabro de la pared y blandirlo
como un ariete, no tengo suerte.
En el momento exacto en que me doy cuenta de eso, oigo pasos en el
pasillo.
Me siento como un conejo indefenso, con las orejas aguzadas hacia el
ruido, listo para huir a la primera señal de problemas. Pero no hay ningún
sitio al que huir. Aunque mis instintos me griten que huya, la lucha es mi
única opción.
Una llave se desliza en la puerta. Me coloco frente a ella, con las piernas
abiertas y parcialmente flexionadas, las manos en alto para... no sé siquiera
para qué. ¿Defenderme? ¿Para luchar contra él?
Luchar contra Nikolai con las manos desnudas sería como intentar
arrancarle el viento a un tornado, pero me falta tiempo, opciones y sentido
común.
En cuanto se abre la puerta, respiro hondo y corro hacia adelante con los
brazos extendidos.
Espero que mis palmas toquen la carne caliente de su cuerpo.
En lugar de eso, choco con metal.
Una bandeja metálica, para ser exactos. Y al chocar con ella, toda la comida
que descansa sobre ella se aplasta sobre el ancho pecho de Nikolai con un
húmedo ruido.
Ni siquiera se tambalea. Se limita a mirarme con asco.
—Joder, Belle.
— ¿Comida? —digo. Estoy tan sorprendida por el gesto humano que me
olvido de intentar escapar de la habitación el tiempo suficiente para que
Nikolai cierre la puerta tras de sí y deje la bandeja en el suelo.
La mitad del contenido está manchado en su camisa, pero aún hay un
panecillo y un racimo de uvas que han escapado prácticamente ilesos.
Como un animal hambriento, me abalanzo sobre el pan y vuelvo a
apartarme de su alcance.
— ¿Era la cena, antes de que intentaras... escapar? —Dice como si
realmente no estuviera seguro de mis intenciones—. ¿Ese fue tu intento de
escapar?
—No tuve mucho tiempo para pensar en otra cosa, imbécil.
— ¿Llevas aquí tres horas y eso es lo mejor que se te ha ocurrido?
Parpadeo sorprendida.
— ¿Sólo han pasado tres horas?
Nikolai deja la bandeja sobre la mesilla de noche y se fija en la suciedad de
la parte delantera de su camisa. Tira un poco de puré de patatas en el suelo
antes de agarrarla por el dobladillo y, con un movimiento fluido, quitársela
por encima de la cabeza.
Las últimas horas han sido una pesadilla sin fin. Un desastre de arriba abajo
en el que he delirado de alivio, me he desbordado de lujuria y he tocado
fondo.
Pero Nikolai Zhukova sin camiseta es una experiencia que trasciende las
circunstancias.
Me quedo sin aliento al ver su pecho ancho y su cintura afilada. El corte en
V sobre su cadera me hace la boca agua. Quiero saborearlo. Y no solo
porque aún tenga un poco de puré de patata pegado a la piel.
Aprieto los ojos y sacudo la cabeza.
No puedo sentir esto por él. No debería. La visión de su cuerpo desnudo no
debería bastar para volverme loca.
Pero, estúpida o no, es así. La química que bulle entre nosotros no está
ligada a la lógica ni a la razón. Es animal y salvaje. Lo deseo.
Y entonces se me ocurre una idea.
Me acerco y le paso un dedo por el pecho. Nikolai arquea una ceja oscura.
—Así que has traído comida —murmuro cuando nuestras miradas se cruzan
—. ¿Es todo lo que querías darme?
— ¿Qué más iba a darte?
Me encojo de hombros y el hombro de la bata me resbala por el brazo.
— ¿Ropa, tal vez?
La tela sigue cayendo. No hago nada para evitarlo. No quiero hacerlo.
Sobre todo cuando Nikolai sigue la trayectoria descendente de la bata con
sus ojos grises fundidos.
Es bueno saber que, por muy indiferente que parezca, no es completamente
inmune a mí.
—O —sugiero—, tal vez merezca un castigo.
Me recorre con la mirada de pies a cabeza y viceversa antes de avanzar
unos pasos. Cuando se detiene frente a mí, no puedo resistir la tentación de
acercar una mano a su pecho. Su piel está caliente como un tizón, pero no
me importa el dolor. Lo quiero como sea.
— ¿Te gustan los castigos?
Su voz ahora es chocolate fundido y terciopelo. Es tan diferente al frío
desapego del coche.
Frunzo el ceño.
—A nadie le gustan los castigos.
Alarga la mano y me pasa un dedo por el cuello.
— ¿Entonces por qué te corriste con mi mano apretada en tu garganta?
No contesto. Él me obliga a retroceder hasta que pego las piernas al
colchón. Traza una línea desde mi garganta hasta el manojo de nervios que
tengo entre las piernas y, cuando desliza un dedo dentro de mí, gruñe.
—Estás tan mojada que empiezo a pensar que esto no va a ser un castigo.
—Eres listo —murmuro—. Estoy segura de que encontrarás la forma de
torturarme.
Sus pupilas se dilatan, devorando el gris. Por su mente se arremolinan
pensamientos oscuros que mataría por conocer.
Entonces me empuja sobre la cama.
Me echo hacia atrás y separo los muslos, con la piel de gallina. Nikolai
emite un gemido de desaprobación y me separa más los muslos.
—Quédate así. No te muevas.
Me pasa una mano callosa por el muslo y consigo quedarme quieta. Pero en
cuanto su dedo se hunde en mi calor, me sobresalto.
Su dedo recorre mi raja en círculos enloquecedores y luego sube hasta mi
clítoris. Se convierte en un ritmo del que no puedo escapar y que, por
mucho que lo repita, no puedo prever. La electricidad me recorre una y otra
vez. Una presión que no puedo liberar y que aumenta hasta que mis
músculos tiemblan por la fuerza de mantenerme quieta.
Y la única parte de él que me toca es un solo dedo. ¿Qué podría hacer con
más?
—Por favor —jadeo, desesperada por querer más de él.
Me da lo justo para mantenerme al borde del abismo, pero no lo suficiente
para empujarme.
—Me estás volviendo loca —me quejo, arqueándome ante sus caricias—.
Necesito más.
—Pediste un castigo. Castigo es lo que recibirás —dice y retira
completamente el dedo y entonces temo que me deje así—. Ahora, sé buena
y date la vuelta.
Me pongo boca abajo. Nikolai me agarra por los tobillos y me hala hacia el
borde de la cama. Sus cálidas piernas se interponen entre las mías, y
entonces lo siento en mi abertura. Él se desliza arriba y abajo hasta que me
pongo ciega de necesidad.
Muevo las caderas hacia atrás, desesperada por acogerlo, porque me
penetre.
—No, no —me advierte Nikolai, poniéndome una mano en la parte baja de
la espalda y sujetándome a la cama—. No hasta que yo lo diga.
Se burla de mí durante lo que parece una eternidad antes de que por fin,
afortunadamente, roza mi abertura y se desliza dentro. Pero justo cuando
siento la primera oleada de alivio, se detiene. Después de introducirme un
centímetro, Nikolai se retira. Luego vuelve a meter ese centímetro.
Es como morir en el desierto y que te den una sola gota de agua. La tomo
con gusto, pero necesito mucho más.
—Nikolai —gimo—. Por favor.
Me ignora, me presiona la columna con la palma de la mano mientras me
atormenta con la punta hasta que prácticamente sollozo contra el colchón.
Me tiemblan los muslos y siento calambres en la parte posterior de las
piernas mientras mi cuerpo se esfuerza por alcanzar un clímax que no
puedo alcanzar por mí misma. No sin la ayuda de Nikolai.
—Te necesito —grito, mirando hacia atrás por encima del hombro. Pero ver
a Nikolai no alivia mi tormento. Tiene la mandíbula apretada, convirtiendo
su ya cincelado rostro en una obra de arte. El sudor mancha su labio
superior y humedece los rizos de su frente. Es un recordatorio de que este
hombre es real. De carne y hueso, por improbable que parezca a veces.
Y yo le traicioné.
Acepté trabajar con sus enemigos contra él. Aunque fuera un espía de
mierda que nunca dio información crucial, le di la espalda.
Lo que parece imposible ahora. No puedo quitarle los ojos de encima.
Me mira, y en este momento, le daría absolutamente cualquier cosa.
—Lo siento —Mis palabras me dejan sin aliento—. Lo siento mucho. Por
todo.
Nikolai frunce el ceño. Luego, sin apartar la mirada, empuja hasta el fondo.
— ¿Es esto lo que querías? —pregunta Nikolai con un gemido mientras
suelto un grito frenético contra el colchón.
Asiento desesperada y vuelvo a gemir.
—Sí. Esto es lo que...
—No hables más. Muéstrame.
Extiendo los brazos delante de mí, levantándome sobre las rodillas
extendidas, y desciendo sobre su longitud. Me llena como si nuestros
cuerpos estuvieran hechos para esto. Como si hubiéramos sido creados del
mismo molde, dos piezas destinadas a conectarse de esta manera.
Ni siquiera recuerdo por qué empecé esto. Cuál era mi objetivo al seducir a
Nikolai. Estando llena hasta el borde de él, es irrisorio que pensara que
podría llevarlo dentro de mí sin perder mi cabeza. Como si pudiera
dedicarme a esto y hacer algo aparte de desmoronarme en cada momento de
delirio.
Desciendo por su cuerpo y vuelvo a apretarme contra él. Choco nuestros
cuerpos. Aprieto los músculos internos a su alrededor hasta que sisea
maldiciones rusas y me muerde el hombro.
Pero cuando rodea mi cintura con su mano y pasa un dedo por el clítoris,
pierdo todo el control.
—Tócame —le suplico—. Fóllame.
Nikolai toma el mando. Me rodea con una mano y con la otra me
inmoviliza para poder penetrarme. Bastan dos embestidas más para que me
desmorone. Una corriente de calor como nunca antes había sentido inunda
mi organismo mientras mi cuerpo se aprieta en torno a él.
—Puedo sentir cómo te corres —gruñe Nikolai—. Como una buena kiska.
Nikolai me sigue un segundo después. Yo también siento cómo se corre. El
calor florece dentro de mí.
Me penetra una vez más y se echa sobre mi espalda. Su mejilla se apoya en
mi omóplato y la corriente de aire cuando suelta un profundo suspiro me
recorre la piel.
Por un segundo, todo entre nosotros parece normal. Imagino que me doy la
vuelta y veo sus labios carnosos esbozando una sonrisa aturdida por el sexo.
Mi cuerpo anticipa el tacto relajante de sus manos sobre mí cuando nos
separamos y nos enderezamos.
Pero no hay nada de eso.
Nikolai sale de mí de golpe, dejando un dolor hueco en mi centro. Se acerca
a la bandeja que ha traído para mí y bebe un largo trago de la botella de
agua.
Estoy temblando, de repente tengo frío sin su calor corporal. Cuando me
siento en el borde de la cama, casi cojo el edredón para envolverme. Pero
entonces miro al suelo y me fijo en el bulto del bolsillo de los vaqueros
desechados de Nikolai.
Un arma.
Sigue de pie junto a la mesilla, a unos metros de distancia. Me tomo un
segundo para considerar la geometría de la situación. Las probabilidades de
que coja la pistola y le rodee antes de que me atrape. Un segundo es todo lo
que tengo, quizá menos. Porque está tapando la botella de agua y si no
actúo ahora...
Desnuda y con las piernas temblorosas, me tiro al suelo y saco la pistola del
bolsillo de su pantalón. Levanto el arma hacia Nikolai. No me atrevo a
apuntarle directamente al corazón, así que opto por apuntar ligeramente a lo
ancho de su hombro izquierdo.
—Déjame salir de aquí —susurro.
Su expresión es enloquecedoramente neutra, pero veo que levanta
ligeramente las cejas. Un destello de sorpresa que aparece y desaparece en
un instante.
—Hasta aquí lo de sentirlo —comenta.
Trago saliva con todos mis nervios. No ayuda que siga desnuda. Es difícil
parecer fuerte sin una prenda de ropa. Difícil para mí, al menos. Nikolai si
lo hace sin esfuerzo.
—Lo dije en serio. De verdad lo siento. Pero... Elise está ahí afuera sola.
Tengo que salir de aquí e ir por ella. Tengo que hacerlo. Lo siento.
Me mira durante un segundo, sus ojos brillantes observan mi cuerpo
desnudo tanto como la pistola que tengo en las manos.
Luego se encoge de hombros.
—Está bien.
— ¿Está bien? —repito. No puedo ocultar la sorpresa en mi cara—. ¿Vas a
dejar que me vaya?
Asiente.
—No vales la pena.
Ignoro la punzada de dolor que me causan sus palabras y me concentro en
mi huida.
—Necesito ropa.
—Están en la puerta —dice. Mis ojos se entrecierran y Nikolai suspira—.
Te traía comida y un cambio de ropa. Si me hubieras dejado atravesar la
maldita puerta, te los habría dado.
Sin darle la espalda, retrocedo hasta la puerta y busco a ciegas en el marco
hasta encontrar la bolsa de plástico con la ropa. Luego me visto torpemente
con una mano.
Me preocupa que Nikolai utilice mi distracción en mi contra y se lance a
por el arma mientras me pongo los vaqueros, pero él no se mueve. Casi
parece... aburrido.
Aún tengo los vaqueros desabrochados y la camisa enredada en la cintura,
pero salgo por la puerta y retrocedo hasta el pasillo. Nikolai sigue de pie
junto a la cama.
Más que nunca, este momento me parece una despedida. Pero no me atrevo
a decirlo. Tengo un nudo en la garganta que me impide pronunciar palabra.
Justo antes de darme la vuelta, consigo decir dos palabras.
—Lo siento.
Entonces, salgo corriendo por el pasillo.
8
BELLE

Para cuando llego a la comisaría, gracias a la desganada ayuda de varios


neoyorquinos que me indican la dirección correcta, me siento como si
estuviera atravesando una pesadilla. El tipo de sueño en el que intentas
correr, pero no puedes levantar el pie. O intentas marcar un número en tu
teléfono, pero sigues pulsando los botones equivocados.
El orgasmo que me provocó Nikolai aún me tiene nerviosa, y deliro de
cansancio y hambre. El mundo existe más allá de una neblina que no
consigo despejar.
Por eso la voz grave que suena en la acera detrás de mí me hace saltar hacia
los arbustos.
— ¿Señora? ¿Necesita ayuda?
Salgo de entre las ramas de la azalea y esbozo una sonrisa normal.
—Hola. Sí, estoy aquí para...
Entonces miro al hombre y mi esperanza se desvanece.
—Oficial Sweeney —digo. Él se ha afeitado la barba desde la última vez
que lo vi, pero puedo decir por el gesto de su boca que yo me veo
exactamente igual que la última vez que él me vio—. Es bueno verlo de
nuevo.
— ¿Cómo es que se llama usted? —pregunta dudoso—. ¿Isabel? ¿Bethany?
—Belle —murmuro—. Belle Dowan. Nos conocimos fuera de...
—Zhukova Incorporated. Lo recuerdo —dice y se mete las manos en los
vaqueros. No estoy segura de sí le he pillado llegando a su turno o
marchándose, pero no lleva uniforme. Aparte de una brillante placa que
cuelga de la trabilla, ni siquiera se le reconoce como agente—. ¿Qué le trae
a la comisaría esta noche?
Abro la boca para decírselo, pero entonces recuerdo aquella noche en las
oficinas de Zhukova. Cuando le confesé que no era más que una ex novia
loca. Cuando le mentí y le dije que estaba desesperadamente enamorada de
Nikolai y que intentaba recuperarlo, que por eso mentí sobre el secuestro de
mi hermana.
Y ahora, estoy aquí con una historia muy similar.
— ¿Se trata nuevamente de su hermana? —Pregunta el oficial Sweeney—.
¿Quién la tiene ahora? Espere, espere, no me diga...
Mi estómago vacío se retuerce, las náuseas matutinas se funden con el
horror en un nuevo nivel de náuseas. Siento que podría arrojarme
directamente a los arbustos.
—Nikolai no era mi ex novio —digo, sonando mansa incluso para mis
propios oídos—. Y aquella noche... aquella noche que fue conmigo a su
despacho fue un malentendido. El señor Zhukova me manipuló para que
mintiera... pero, en cualquier caso, esto no tiene nada que ver con él. Se
trata de mi hermana.
Sweeney se pasa una mano por la barbilla. Me doy cuenta de que está
acostumbrado a tener una barba más larga por la forma en que sus dedos
cuelgan en el aire torpemente después de llegar al final de su incipiente
barba.
—Señora, creo que tiene que irse a casa. Ha sido un día ajetreado y puedo
asegurarle que nadie ahí dentro tiene energía para manejar... lo que sea esta
vez.
—No puedo ir a casa. ¿No cree que ahí es donde estaría si pudiera? Él me
trajo aquí contra mi voluntad. Me drogó y me trajo aquí, y ahora los griegos
tienen a mi hermana.
— ¿El Sr. Zhukova la drogó y la trajo aquí? —pregunta, señalando la acera
bajo nuestros pies.
Gimo.
—No aquí, aquí. A Nueva York. Yo vivo en Oklahoma. Ni siquiera debería
estar aquí. Pero él me trajo aquí y ahora mi hermana ha desaparecido y
tengo que encontrarla antes de que le hagan daño.
El oficial Sweeney parpadea aturdido.
— ¿Cuánto tiempo lleva desaparecida su hermana? ¿Desde la última vez
que la vi?
—No, eso fue hace casi dos meses —digo—. Ella está desaparecida desde
esta tarde.
—Vale. ¿Cuándo la vio por última vez?
—No sé dónde estábamos. Yo no conducía. Era Xena Simatou —indico y
sus ojos se abren de par en par al oír el nombre de Xena. Espero estar en
algo ahora, así que sigo adelante—. Ella detuvo el coche y yo le dije a Elise
que se bajara. Ella lo hizo, y ahora yo no sé dónde...
— ¿Xena Simatou?
Asiento con la cabeza.
—Sí. Ya se lo he dicho. Ella conducía y yo...
Levanta una mano para detenerme.
—Espere ¿Le dijo a su hermana que se bajara de un vehículo en marcha?
— ¡No! Estaba parado. Xena la dejó salir, pero ahora no la encuentro y...
— ¿Le dijo a su hermana que saliera del coche? —Pregunta él despacio—.
¿El coche que conducía Xena Simatou? ¿Y ahora está enfadada porque ella
ya no está con usted?
Es evidente que no me cree. Es igual de obvio que reconoce el nombre de
Xena. Todas las implicaciones de su nombre.
Aprieto los dientes.
—Sí, pero...
—A mí me parece que usted misma podría ser la persona responsable de su
desaparición, Sra. Dowan. Tal vez quiera tomar otro enfoque antes de
involucrar a la ley.
— ¡Usted es la ley! Si cree que he hecho algo ilegal, ¿no se supone que
usted quiere que me entregue?
Pone los ojos en blanco.
—Después del día que he tenido, le sorprendería lo que estoy dispuesto a
dejar pasar. Especialmente cuando la persona frente a mí está aquí para
causar problemas. Ahora, Sra. Dowan, ¿puedo sugerirle...?
— ¿Puedo sugerirle que se vaya a casa y aprenda a ser un policía de
verdad? —Espeto—. Mientras tanto, yo entraré y hablaré con un detective
de verdad que quiere ayudar a la gente.
Me giro para entrar, pero el agente Sweeney me corta el paso.
—Nadie de ahí dentro le ayudará. Hoy ha visto demasiadas noticias y se ha
aburrido. No tiene un caso.
¿Demasiadas noticias? ¿De qué está hablando?
Abro los brazos.
—Mire a su alrededor. ¿Ve a mi hermana? Yo tampoco. Ahí está mi caso.
—Seguro que ve muchas cosas que no están ahí.
Me erizo.
— ¿Me está llamando loca?
Al hacer la pregunta, me doy cuenta de que estoy delante de este hombre
con unos vaqueros que me cuelgan de las caderas, sin nada de maquillaje y
con el pelo alborotado cual nido de ratas.
—No te estoy llamando nada —dice—, sólo digo que esta noche no vales la
pena. La gente ahí dentro está de luto.
Oigo el eco de las palabras de Nikolai, y el dolor contra el que luché en la
casa surge de repente. Sin pensarlo, me abalanzo sobre el oficial Sweeney y
agarro su brazo.
— ¡Tiene que escucharme! Le estoy diciendo la verdad y mi hermana está...
— ¿Qué le pasa? —espeta Sweeney, me aparta el brazo y extiende una
gruesa palma para retenerme. Parece un domador de leones. Lo que
supongo que me convierte en el león—. Quíteme las manos de encima,
señora. O no tendré más remedio que arrestarla por agredir a un agente.
—No lo agredí. Estoy intentando que me escuche —argumento—. Sólo
necesito que haga algo para ayudarme.
Asiente despacio y, por un segundo, creo que por fin me ha entendido.
—Claro que necesita algún tipo de ayuda. Quizá una evaluación
psiquiátrica sea la mejor opción para usted.
Me alejo de él rápidamente.
—No. Usted no puede. Justo me acaban de encerrar. No volveré a hacerlo.
Avanza despacio, amenazador.
—Está claro que es un peligro para usted y para los demás, señora Dowan.
Está cogiendo el teléfono que lleva en la cadera, probablemente para pedir
refuerzos, cuando siento que otra mano se posa en mi hombro.
Instintivamente, doy un respingo y echo el codo hacia atrás. Atrapo a
quienquiera que sea en su firme estómago y miro hacia arriba...
Para ver a Nikolai de pie a mi lado.
Sus ojos se entrecierran con silencioso desagrado, pero luego su rostro se
transforma en una encantadora sonrisa.
—Oficial Sweeney. Un placer volver a verle.
La mano de Sweeney está congelada en su teléfono. Mira de mí a Nikolai y
viceversa.
—Sr. Zhukova. ¿Qué está pasando aquí?
—Otro asunto doméstico —dice Nikolai con facilidad—. Nada de qué
preocuparse.
—Bueno, me temo que si estoy preocupado. Su chica parece ser un peligro
para sí misma y para los demás. Se cree parte de nuestro caso más
importante. Creo que será mejor si yo...
—Yo sé lo que es mejor para ella —responde Nikolai—. No usted.
Suena tan seguro de sí mismo que hasta yo le creo. Es decir, está claro que
no pueden ponerme a cargo de mis propias decisiones. Casi consigo que me
metan en un psiquiátrico por una noche.
Sweeney suspira.
—Os he dejado a los dos solucionar vuestros problemas antes, pero en
algún momento tendré que intervenir. Ella no puede seguir viniendo aquí y
hacer saltar las alarmas. Si lo hace, no tendremos más remedio que...
— ¿Hacer qué? —dice Nikolai y da un paso al frente mío, sobresaliendo
por encima del oficial. A pesar de que Sweeney es una pulgada más alto y
tiene al menos cincuenta libras de ventaja, Nikolai es todo músculo
cincelado y dominación—. Creo que ya han herido a suficientes oficiales
hoy, ¿no cree?
Sweeney está pálido. Levanta las dos manos.
—Si usted cree que puede manejarla, entonces se la dejo.
—No soy una maldita mascota —protesto débilmente—. Ninguno de
vosotros puede decidir lo que me pasa.
Pero incluso cuando digo esas palabras, sé que no son ciertas. Estoy
agotada. Este día ha sido el más largo de mi vida, y dondequiera que
Nikolai decida llevarme después, iré sin luchar.
Nikolai me ignora y mira fijamente al oficial Sweeney.
—Ella no es de su incumbencia. Va a irse y a fingir que nada de esto ha
pasado.
Hay un momento en el que nadie se mueve. Ni siquiera respiro, esperando a
ver qué pasa.
Entonces el oficial Sweeney inspira, se gira hacia la calle y se marcha sin
decir nada más.
Sin más, se ha ido.
Y Nikolai y yo nos quedamos solos.
Giro para mirarle con una pregunta de una sola palabra en los labios.
— ¿Por qué?
— ¿Por qué? Porque te iban a meter en la cárcel —dice Nikolai y se pasa
una mano por la cara—. Sinceramente, Belle, no he conocido a nadie tan
incapaz en toda mi puta vida.
Ignoro su puya y sacudo la cabeza.
— ¿Por qué dejaste que me fuera? Yo creía que estabas... bueno, no sé qué
creía yo que estabas haciendo. Pero me seguiste.
—Y tú no tenías ni idea —frunciendo los labios, decepcionado—. Ni
siquiera miraste detrás de ti.
La vergüenza me inunda las mejillas. He sido una estúpida. El hecho de que
me dejara marchar fue sorprendente. Debería haberlo visto como lo que era:
una trampa.
—Siempre había pensado dejarte marchar —me explica—. Para ser sincero,
pensé que intentarías escapar mucho antes. Por eso te dejé sola en la
habitación tanto tiempo.
— ¡No había forma de escapar! Había contrachapado sobre las ventanas.
—Que podrías haber arrancado fácilmente con tus propias manos —dice
Nikolai—. La mayoría de los tornillos estaban cortados. También había una
percha de metal en el armario que podías haber usado para forzar la
cerradura.
Registré la habitación de arriba abajo y lo eché todo en falta. Nikolai quería
que escapara y yo seguía sin conseguirlo.
—Estaba... asustada.
—No tan asustada como para arrojarte sobre mí.
Mi vergüenza está fundida ahora. Siento que me estoy desintegrando en el
pavimento.
—Estaba... distrayéndote.
Resopla.
—Dejé la puerta abierta detrás de mí y la pistola visible en el bolsillo. Me
aparté a propósito de ti dos veces para que pudieras cogerla. Incluso me
tapé la cara con la camisa para darte una oportunidad. En lugar de eso, te
quedaste ahí mirando como una colegiala enamorada.
Mirando hacia atrás, realmente le llevó mucho tiempo quitarse la camisa.
Pero yo estaba tan ocupada admirando los contornos de su cuerpo que
apenas me di cuenta. Incluso ahora, el recuerdo de su físico me calienta.
Sacudo la cabeza.
— ¿Por qué quieres que me escape? ¿Por qué te molestaste en encerrarme si
estabas preparando la habitación para que me liberara?
—Porque supuse que me llevarías hasta Xena —dice—. Quería que salieras
y me llevaras adonde se esconden los griegos. Pero después de unas horas
de que te quedaras tirada como un triste saco, me di por vencido y decidí
entrar yo mismo. Resulta que todo fue una gran pérdida de tiempo.
— ¿Quieres decir que encerrarme fue una pérdida de tiempo, o...?
La pregunta sale de mi boca antes de que pueda detenerla. Sé al instante lo
desesperada que suena, pero no puedo retractarme. Sería peor.
Nikolai sonríe sombríamente.
—Un buen polvo nunca es una pérdida de tiempo. Por lo menos, sigues
siendo útil para eso.
—Eres repugnante —siseo—. Eres un gilipollas cruel y asqueroso.
Se encoge de hombros despreocupadamente.
—Supongo que tu coño no recibió el memorándum. Porque me sigue
amando, joder.
No es el único, pienso con desdicha.
Pero la idea es demasiado patética para darle vueltas. Lo dejo de lado e
intento seguir adelante. En este momento, es lo único que puedo hacer.
—Bueno, no te llevé con Xena porque no sé dónde está. Si te hubieras
detenido a escucharme, te lo habría explicado.
— ¿Como si debiera confiar en ti? —sisea Nikolai, me agarra del brazo y
empieza a arrastrarme por la acera. Ni siquiera intento apartarme. Sé que es
inútil.
—Deberías confiar en mí. Soy la razón por la que ella estaba en el hospital.
—Quieres decir que tú eres la razón por la que tú estabas en el hospital —
dice.
Frunzo el ceño.
—Los paramédicos me dijeron que subieron a Xena a otra ambulancia y...
—Y ella procedió a masacrar a los paramédicos y a dejar la ambulancia
abandonada a un lado de la carretera.
—No —jadeo.
—Sí —recalca Nikolai—. Mató a gente inocente que estaba allí para
ayudarla, y luego huyó. Esa es la clase de persona para la que trabajabas.
— ¡No trabajaba para ella! Trabajaba para... para mí misma —tartamudeo
—. No tenía nada que ver con ella.
Resopla.
—Estupendo. ¿Así que habrías trabajado para cualquiera que te ofreciera un
billete de ida para salir del país? Es bueno saber que tu lealtad solo vale un
par de cientos de pavos.
Gruño.
—Eso no es justo. Tú no me diste muchas opciones.
Nikolai me suelta el brazo y gira sobre sí mismo. Estamos demasiado cerca,
mi barbilla casi contra su pecho. Extiende los brazos.
—Esta noche te di un mundo de opciones. Eras libre y podías haber ido a
cualquier parte, haber hecho cualquier cosa. Podrías haber buscado a Elise
en refugios de mujeres. Podrías haber colgado carteles de desaparecida en
la mitad del centro. Y en vez de eso, viniste arrastrándote directo a la
maldita policía. Lo cual es casi peor que si hubieras ido directamente a
Xena.
Frunzo el ceño.
— ¿Preferirías que te traicionara otra vez?
— ¿En vez de ser tan tonta como para delatarme accidentalmente a mí y a
toda mi Bratva ante los imbéciles de azul? Sí —dice—. Porque al menos yo
sé cómo tratar a los traidores.
La implicación es difícil de pasar por alto. Si hubiera ido con Xena, Nikolai
me habría matado.
—Pero esto... —hace un gesto y suspira. Me siento como si me marchitara
en el sitio, cada vez más pequeña, débil y triste a cada segundo que pasa—.
Ahora tendré que encontrar la manera de lidiar contigo.
—Podrías dejarme marchar —digo en voz baja—. Prometo no ir a la policía
ni contárselo a nadie...
Nikolai se ríe, deteniendo mis palabras en seco. Luego me agarra del brazo.
—Sube al coche, Belle. Tengo mejores sitios donde estar.
9
NIKOLAI

Quince minutos después de llevar a Belle de vuelta a casa, y encerrarla en


una habitación que esta vez no está diseñada para escapar fácilmente, recibo
una llamada de uno de mis lugartenientes, Yuri.
—He encontrado a Elise. Está en el Centro Familiar Urbano. Acaba de
registrarse en una habitación común hace una hora.
— ¿Parecía estar bien? ¿Alguna herida? ¿Estaba con alguien?
—Sola e ilesa, por lo que pude ver —responde Yuri—. Pero me mantuve a
distancia. Como me pediste.
Todos mis hombres disponibles tenían la misma misión: encontrar a Elise.
Puede que le dijera a Belle que dejaría morir a Elise en la calle, pero incluso
a mí me sorprendió lo fácil que me creyó. Por otra parte, no creo que me
hubiera follado de la forma en que lo hizo si realmente pensara que
abandonaría a su hermanita a la muerte.
—Buen trabajo. Llama al resto del equipo. Todos ustedes pivoten para
buscar a Xena.
— ¿Quieres que recoja a Elise? —Pregunta—. Ya estoy aquí.
—No. Envía a Ars…
Doy un respingo y las palabras se mueren en los labios. Enviar a Arslan ya
no es una opción. Este maldito dolor en el pecho cada vez que pienso en el
nombre de ese miserable bastardo no desaparecerá.
—Yo me encargo —termino bruscamente—. Ya me conoce.
Cuelgo el teléfono antes de que Yuri diga nada más.

E .
Coches chatarra y oxidados se alinean en los bordillos a ambos lados de la
calle. La basura se acumula en las cunetas y se esparce por el pavimento, el
equivalente urbano de las plantas rodadoras. Tablones de contrachapado
cubren ventanas rotas y cierran edificios que llevan abandonados más
tiempo del que Elise lleva viva.
Un par de adolescentes están de pie bajo una farola a mitad de la manzana,
pasándose un porro incandescente de un lado a otro. Cierran filas cuando
paso.
Cuando me detengo ante las puertas dobles de madera del centro, una mujer
está sentada en los escalones. Es imposible saber qué edad tiene. Podría
tener treinta o cien años, o una edad intermedia. Sus agrietados labios se
mueven y sangran al sonreír. Es inquietante.
—Si has venido a buscar a tu mujer, buena suerte, joder.
—Busco a mí… hija —digo con cuidado. Es una etiqueta mejor que a ‘la
hermana de la mujer que dejé embarazada y que ahora tengo como rehén’.
—Igual no importa —dice—. La mitad de las mujeres que hay ahí se
esconden de algún hombre que se parece a ti. Fuerte, violento, enfadado...
No te dejarán pasar sin llamar a la policía.
—No estoy enfadado —digo. No con Elise, al menos.
—No se permiten pollas —carcajea la mujer, su voz es más de tos que otra
cosa. Luego me mira a mí, enarcando una ceja—. Pero yo si me permito
pollas. Muchas. Lo único que necesito es un sitio donde dormir esta noche.
¿Te tienta?
—Ni por asomo —digo, la rodeo y abro la puerta.
— ¡Espera! —Grita—. El centro está lleno. Estoy desesperada.
La mujer tiene un aspecto lamentable. A punto de llorar y apestando a
suciedad. Pero estoy aquí por Elise y nadie más.
—Intenta con el próximo pobre bastardo que pase.
La puerta se cierra detrás de mí. Estoy en una entrada poco iluminada. El
suelo de baldosas está agrietado y desgastado, y una mujer mayor detrás de
un escritorio de madera alabeada levanta la vista cuando entro. Sus ojos se
entrecierran de inmediato.
—Sólo mujeres y niños —me ladra.
—No he venido para quedarme. Busco a mi hija.
La mujer sacude inmediatamente la cabeza.
—Si su hija está aquí, entonces está a salvo por esta noche. Se marchará por
la mañana y entonces podrá intentar encontrarla. Pero como norma, no
revelamos la identidad ni la ubicación de nadie que venga a quedarse con
nosotros.
—Como norma, consigo lo que me da la puta gana —gruño—. Su nombre
es Elise...
De repente me doy cuenta de que no sé el apellido de Elise. Ella y Belle
tienen padres diferentes, así que puede que sea Dowan, pero puede que no.
De todos modos, no importa. La mujer que me mira no tiene ningún interés
en oír lo que tengo que decir a menos que sea: adiós.
—Una vez que ella se vaya por la mañana, puedes conectar con ella si es
algo que le interesa —prosigue la mujer, que habla como si leyera un guion
—. No intentamos la reunificación a menos que haya una denuncia policial.
Si usted ha presentado una denuncia, entonces la policía puede venir a
recoger a su hija. No se la entregaremos.
Detrás de la mujer hay puertas de cristal cubiertas con papel de aluminio y
cartón. A través de algunas de las rendijas, puedo ver un espacio más
grande más allá. Basándome en el rumor de la charla, hay mucha gente ahí
dentro.
—No intentes abrir las puertas —me advierte la mujer, leyendo mis
pensamientos—. Tenemos un guardia de seguridad justo dentro de las
puertas que hará su trabajo si es necesario.
Noto mi pistola en la cadera como una marca. Me pican los dedos por
cogerla.
Pero hay mujeres y niños al otro lado de esta puerta. Gente que, como ha
dejado claro la elegante mujer de los escalones, está asustada y huye.
Todavía estoy debatiendo mis próximos pasos cuando las puertas a mi
espalda se abren de golpe. Giro justo cuando la mujer de los escalones se
arrastra hacia el interior. Se tambalea a cada paso.
—Por el amor de Dios —gime la mujer que está detrás del mostrador—.
Esta noche no hay sitio para ti, Camille. Ya te lo he dicho.
—Pero este hombre busca a su hija —grita Camille ahora. Su voz resuena
en el techo. Oigo las voces al otro lado del cristal que se callan ante el
alboroto—. Es un buen padre.
La mujer de detrás del mostrador parece agotada más allá de las palabras.
—Los dos tenéis que marcharos o llamo a la policía.
De repente, Camille se precipita y abre de par en par las puertas de la sala
principal. Se oyen jadeos y gritos ahogados.
Un guardia de seguridad entra por un lateral y empuja a Camille hacia atrás.
—No puedes estar aquí —le grita.
Camille empieza a gritar y a pelearse con él. Aprovecho la distracción para
entrar por la puerta. La mujer del mostrador me grita órdenes, pero no la
escucho.
Busco una cara conocida. Y la encuentro.
Elise está en la esquina más alejada de la habitación. Está inmóvil, con los
ojos muy abiertos clavados en mí. Casi espero que se dé la vuelta y juegue
al gato y al ratón.
Pero entonces, en un movimiento que ni siquiera yo esperaba, se da la
vuelta y sale corriendo por la puerta de atrás.
—Joder —gruño—. Elise, espera.
Doy un paso adelante, pero el guardia de seguridad ya ha sacado la pistola.
De todos modos, no importa. Si sigo a Elise por la habitación, ella
mantendrá su ventaja. Tengo que moverme en dirección contraria y cortarle
el paso.
Mientras me dirijo a la puerta principal, oigo a Camille hablando con la
mujer de recepción.
—Supongo que un espacio acaba de despejarse, ¿estoy en lo cierto?
La mujer es hábil, lo reconozco.
Fuera, en la acera, giro a la derecha. Un callejón que atraviesa el centro de
la manzana. Es mi camino más rápido a la calle detrás del edificio. Giro
hacia el callejón y me agacho, concentrándome únicamente en la luz del
otro extremo...
Cuando algo me golpea las espinillas.
El dolor es cegador, pero al caer hacia delante consigo rodar sobre mi
hombro derecho. Me pongo en pie, mirando hacia donde he venido, aunque
las espinillas me gritan.
El hombre del otro lado del callejón me gruñe. Lleva el escudo de Battiato
tatuado en el cuello. Destaca sobre su pálida piel, cada vez más pálida. Está
claro que no esperaba que me recuperara tan rápido.
— ¿Qué...?
Cruzo la distancia que nos separa en dos zancadas y le doy un puñetazo
antes de que pueda siquiera levantar los brazos. Su nariz queda pulverizada
bajo mi puño y cae de espaldas contra la pared de ladrillo. Sigo, asestándole
otros dos golpes salvajes en su desprotegido centro mientras se protege la
cara con los brazos, impotente.
Entonces ruge, baja el hombro y me hace retroceder hasta el centro del
callejón. Maldigo en voz baja. Cada segundo que paso aquí con este idiota
es otro segundo que Elise pone entre nosotros.
—No tengo tiempo para esta mierda —gruño. Cojo la pistola, pero el
soldado me agarra de los brazos e intenta sujetármelos.
De acuerdo. Lo haremos a la antigua. Le doy con la rodilla en la cara. Se
escucha más mierda que se rompe. Se queja y se echa hacia atrás. Es tiempo
suficiente para coger mi pistola y clavársela en la cara.
Estoy tentado de volarle los sesos de inmediato. Pero antes tengo algunas
preguntas.
— ¿Qué haces aquí?
Sus ojos se cruzan mientras mira fijamente la pistola.
—Dando un paseo nocturno —escupe.
Le golpeo en la cara con la culata de la pistola.
—Inténtalo otra vez, listillo.
Le sangra la nariz y la sangre le corre por la barbilla. Su mandíbula trabaja
mientras considera sus opciones. Finalmente, sacude la cabeza.
—Estaba aquí por la chica.
— ¿Xena quiere a Elise? —pregunto.
Al oír eso, sus labios se juntan en una línea plana.
— ¿No quieres hablar? Sí, claro. De todas formas, no quiero escuchar.
Levanta la barbilla en señal de desafío, pero antes de que la mirada de
suficiencia se instale en su sitio, aprieto el gatillo. Ya estoy avanzando por
el callejón cuando oigo su cuerpo caer al suelo.
Me detengo al llegar a la otra boca del callejón, pero la calle está vacía. Por
donde sea que fuera, Elise ya se ha ido.
Cojo el teléfono y, por instinto, marco el número de Arslan. Suena dos
veces antes de darme cuenta de lo que estoy haciendo.
Me quedo paralizado, con el teléfono en la mano, y lucho contra el impulso
de estrellarlo contra la pared. Tras respirar hondo, cuelgo y llamo a Yuri.
—Cambio de planes —le digo—. Elise se ha escapado. Vuelve a rastrearla.
Yuri acepta sin rechistar que haya dejado escapar a una adolescente.
—Por supuesto, señor.
Creo que Arslan no les enseñó nada a estos hombres. O tal vez les enseñó
todo. Porque si cualquier otro hubiera intentado hablarme como él lo hacía,
lo habría matado.
—Me encontré con un soldado Battiato. Está muerto en el callejón junto al
edificio. Límpialo y encuentra a Elise antes que Xena.
Ya me esperaba las quejas por tareas tan insignificantes como limpiar
escenas de asesinatos, pero Yuri ni se inmuta.
—En ello, jefe. Yo me encargo.
Cuelgo y me dirijo al coche. La obediencia ciega nunca se ha sentido más
cruel.
10
NIKOLAI

La habitación de Belle está a oscuras cuando abro la puerta.


No esperaba que ella siguiera despierta. Ni siquiera estoy seguro de por qué
estoy aquí. Pero cuando volví a la casa, estar sentado solo en mi habitación
sonaba como la puta miseria encarnada.
— ¿Nikolai? —me llama. Su voz es áspera por el sueño, pero mi corazón
aún se estremece al escucharla—. ¿Está todo bien?
—No estoy aquí para torturarte de nuevo, si eso es lo que estás pidiendo.
El peso de esas palabras se siente entre nosotros. Llamar ‘castigo’ a lo que
le hice antes a Belle es exagerado. Lo único torcido es que no le quité la
pistola de las manos y volví a ‘torturarla’.
Ella se sienta y se envuelve en las mantas.
— ¿Está todo bien, Nikolai? Es tarde.
—Estoy bien. Solo me gusta relajarme después de matar a alguien.
Admito que estoy tratando de asustarla. Puede que me haya colado en su
habitación a altas horas de la noche, pero eso no significa que estemos en
buenos términos.
— ¿A quién? —pregunta en voz baja.
Me planteo mentirle, pero la verdad se me escapa con facilidad.
—Un soldado Battiato. Me atacó.
— ¿Estás bien? —pregunta Belle, se desplaza hasta el borde del colchón y
se desliza fuera de la cama. Lleva una camisa de dormir que le llega hasta
los muslos. Incluso en la oscuridad, puedo ver la curva de sus caderas. La
suave inclinación de sus piernas.
—Ya he dicho que estoy bien.
Cuando su mano se desliza por mi brazo y me agarra la muñeca, no la
aparto.
—Si estuvieras bien, no estarías aquí.
—Si estuviera bien, no sería Don. Nadie que esté ‘bien’ sobrevive en mi
mundo —le digo—. Todos estamos jodidos. Son gajes del oficio.
Sus dedos se deslizan contra los míos. En la oscuridad, es más fácil ceder a
su atractivo. Al calor de su cuerpo, a la sedosa suavidad de su piel. Me
empuja hacia la cama y yo la sigo.
—Entonces dime qué es lo que te tiene jodido hoy.
Da unas palmaditas en el colchón. Me quito los zapatos y me tumbo a su
lado.
—Arslan era la única persona de mi Bratva que me conocía antes de ser yo
—susurro—. Cuando era un crío desaliñado sin nada ni nadie.
Belle ríe suavemente.
—Es difícil imaginarte antes del poder y el dinero.
— ¿Y el harén de mujeres a mi entera disposición?
—Es muy fácil no imaginarlo, muchas gracias.
Suspiro y me paso los dedos por el pelo.
—De todas formas, tener un harén de mujeres siempre fue más cosa de
Arslan. Su infancia también fue una mierda. Así que sentar cabeza no
estaba en su lista de prioridades.
— ¿Así que no hay nadie, ningún familiar cercano a quien informar o algo
así? —susurra.
—No. Soy lo más cercano que tenía.
Siento que Belle se mueve ligeramente, acercándose. Pero no me toca.
—Como hermanos.
—Éramos hermanos. Arslan era mi única familia. Incluso mi abuelo era...
Bueno, yo era un engranaje en sus maquinaciones empresariales más que
otra cosa.
—Lo siento.
Me cubro el estómago con las manos y miro al techo.
—No lo sientas. Así son las cosas.
—Pero las cosas no tienen que ser así. No tienes por qué hacer las cosas así.
Al cabo de un rato, Belle extiende la mano y me la pone en el brazo. Tiene
los dedos fríos y suspira al contacto.
—Estás ardiendo.
No digo nada. El silencio se hace pesado y cargado a nuestro alrededor.
Belle me recorre la piel con los dedos y se acerca hasta que noto sus pechos
presionándome el brazo. Hasta que el calor de sus muslos irradia contra el
dorso de mi mano.
—Cuéntame una historia sobre vosotros dos —me pide—. Sobre Arslan y
tú. Cuando erais niños.
Hablar de Arslan es como abrirme el pecho y exponer mis entrañas a los
lobos. Pero es dolorosamente obvio que ella sólo quiere conocerlo mejor. Y
a través de eso, conocerme mejor.
Ahora mismo, en la oscuridad, quiero darle ambas cosas.
—Cuando teníamos dieciséis años, robamos juntos una licorería.
Belle jadea.
— ¡No ese tipo de historias!
—Son las únicas que tenemos —me río—. Pero es mejor de lo que parece.
Hace un ruido no muy convencido en el fondo de su garganta. Es un ruido
sordo que se parece peligrosamente a la forma en que gime cuando estoy
dentro de ella. Siento cómo se me retuerce la polla.
—Arslan fue invitado a la fiesta de una chica, pero sólo podíamos ir si
podíamos suministrar el alcohol.
— ¿Robaste una licorería para llamar la atención de una chica? ¿En serio?
—Bueno, la chica sólo vio a Arslan, no a mí —le explico—. Y en ese
momento, él tenía acné adolescente y una sobre mordida. Tenía que ganarse
el pan.
Belle se ríe.
—Oh, Dios mío. Ojalá pudiera ver fotos de los dos a esa edad.
—Sigue esperando.
— ¿Te avergüenza?
— ¿Yo? —me burlo—. En absoluto. Pero Arslan quemó la mayoría de las
pruebas. No queda nada.
—Excepto las historias —murmura ella.
—Excepto las historias —repito. Odio el sabor amargo de esas palabras en
mi boca. Respiro hondo para enjuagarlo y sigo—. Arslan insistió en que
consiguiéramos el alcohol para esta fiesta. Pensó que podríamos conseguir
una identificación falsa o negociar para convencerlos. Yo tuve una idea
mejor.
—Robarlo —adivina Belle.
Asiento con la cabeza.
—Así que, la noche antes de la fiesta, Arslan y yo nos vestimos de negro y
bajamos sigilosamente por un terraplén hasta una licorería que había junto a
la autopista. El rugido de los coches era la tapadera perfecta para cualquier
ruido que pudiéramos hacer y nos permitía una huida rápida. Aparqué el
coche en el arcén justo encima de nosotros.
Belle me agarra con fuerza del brazo.
—Oh, no. Los pillaron, ¿verdad? O les robaron el coche. ¿Alguien chocó
contra el coche en pleno atraco?
Me muerdo una sonrisa.
—Arslan reventó la ventanilla trasera con un martillo y luego nos metimos
dentro. Pudimos subir el botín por el terraplén poco a poco durante los
siguientes, no sé... ¿quince minutos, quizás?
— ¿Quince? ¡Es demasiado tiempo!
—Lo fue —me río—. Porque a la quinta vez que nos arrastramos por la
ventana, oímos a la policía moviéndose en la planta principal.
—Oh, mierda.
—Eso fue lo que dijimos. Los policías sabían claramente que estábamos en
el cuarto trasero y se dirigían hacia nosotros.
— ¿Qué hicisteis? —Belle me sacude el brazo con dedos nerviosos.
—Decidimos huir. Arslan me empujó por la ventana y me dijo que saldría
tras de mí.
Cuando cierro los ojos, aún puedo sentir cómo me agarra por los tobillos y
me catapulta por la ventana trasera hacia la hierba.
—Corre, Niko. Voy detrás de ti, me dijo. Pero no fue así. Cuando llegué a lo
alto del terraplén, pude oír a Arslan gritando al otro lado del edificio.
Los dedos de Belle se clavan en mi piel.
— ¿Lo atraparon?
—No, no de inmediato —Sacudo la cabeza—. Salió corriendo por la puerta
principal para desviar su atención de mí y que yo pudiera escapar. Él dejó
que lo atraparan. Le detuvieron y pasó la noche en la cárcel.
— ¿Se sacrificó por ti?
Por un segundo, veo a Arslan pálido y sangrando en el suelo a mis pies. Se
metió en un tiroteo en una moto sin nada más que su propia pistola.
—Sí —susurro—. Lo hizo —y me aclaro la garganta—. Yo pagué la fianza,
llevé el alcohol a la fiesta y finalmente lo soltaron a mitad de la fiesta. Me
aseguré de contarle a la chica lo que había pasado cuando llegó Arslan, y
ella se aseguró de devolvérselo todo.
Belle se incorpora y me mira con recelo, arqueando una ceja.
—Se acostó con él, ¿verdad?
Sonrío.
—Él le quitó la virginidad. Y sólo le costó una noche de cárcel.
—Supongo que la gente ha hecho cosas mucho peores por sexo —suspira
Belle.
—Especialmente Arslan.
Los dos nos reímos. Me siento bien. Por primera vez desde que me alejé del
cuerpo de mi mejor amigo, que se enfriaba en el suelo, me siento más
ligero.
Los dedos de Belle me acarician el brazo. Cuando susurra, siento el calor de
su aliento en mi cuello.
—Lamento tu pérdida, Nikolai.
Ella está siempre ahí. Tocándome el brazo, su calor hundiéndose en mi piel,
sus palabras resonando en mi cerebro. Todo ello hace que la energía zumbe
por mis venas. Mi polla se tensa contra mis pantalones.
Debe de notarlo, porque, sin mediar palabra, Belle se sienta a horcajadas
sobre mí. Yo deslizo las manos por sus muslos y las meto bajo la tela de su
camisón. Mis pulgares se enganchan en el interior de sus piernas y, cuando
rozo el delicado material de sus bragas de encaje, Belle da un respingo de
deseo.
— ¿Ya estás mojada para mí, kiska? —le pregunto, acariciándola de nuevo.
Ella se muerde el labio y asiente.
—Me mojé en cuanto me desperté y te vi en mi habitación —señala. Sus
manos se arrastran por mis abdominales y van más arriba.
— Hay demasiadas capas entre nosotros —digo y mientras hablo, engancho
los dedos en la cintura de sus bragas y tiro. El material se desgarra con
fuerza. Incluso en la penumbra, veo que la mirada de Belle se vuelve
ardiente.
Me quita la camiseta por la cabeza y la tira a un lado. En cuanto tengo el
torso desnudo, se inclina y desliza su boca por mi cuello hasta la clavícula.
Me saborea centímetro a centímetro, lamiéndome y chupándome el cuerpo.
Cuando por fin me desabrocha el botón de los vaqueros, estoy
dolorosamente empalmado. No necesito ningún estímulo para que mi polla
se libere.
Belle se coloca entre mis piernas y me rodea la base con una mano. Se
inclina hacia delante, con la boca fruncida en una perfecta "O", y me mira.
Es lo más seductor que he visto en toda mi vida.
Lo único que lo supera es cuando me succiona en su cálida boca.
—Joder —gimo, apretándole un puñado de pelo en la nuca.
Ella me chupa y gira, pasando la lengua por mi parte inferior y luego
acariciando la punta. Sus manos acarician y provocan todo el tiempo.
Al cabo de unos minutos, la levanto por el pelo y exploto en su boca mucho
antes de estar listo para terminar. Sus labios se despegan de mí, todavía
fruncidos en esa "O" devastadora.
— ¿Ha estado bien?
—Siempre estamos bien juntos.
Le paso su camisa de dormir por encima de la cabeza y la vuelvo a tumbar
en el colchón. Hay más cosas que quiero decir.
Nunca había sentido el sexo así con nadie.
Desde el momento en que te dejaste caer en el asiento de al lado en aquel
avión, no he podido pensar en otra mujer.
Ahora eres parte de mí.
Pero no digo nada de eso.
Deslizo la mano por su vientre hasta acariciar el calor entre sus piernas.
Está húmeda, deseando que la penetre. Cuando deslizo un dedo en su
interior, se estremece con un suave gemido.
—Ese sonido —gruño, añadiendo un segundo dedo para poder arrancárselo
de nuevo—. Es desesperante.
—Lo es. Estoy desesperada por ti. Ahora y siempre.
Me besa hambrienta. Le muerdo el labio inferior para inmovilizarla y
mantenerla en el mismo sitio. Cada segundo que pasa es como si
estuviéramos en un coche sin frenos.
Joder, sé que tengo más que suficiente tensión que liberar, y esto no debería
ser nada más que solo eso. Sólo sexo. Sólo follar.
Pero mientras introduzco dos y luego tres dedos en el dolorido centro de
Belle, y ella se agita con tanta fuerza que se sale del colchón, sé muy bien
que eso es solo un montón de mierda.
Esto no es sólo ‘más’.
Es todo.
Y cuando ella echa la cabeza hacia atrás y grita: ‘Me corro. Por Dios,
Nikolai... Me corro’ lo sé sin la menor duda.
—Eres tan jodidamente hermosa —le digo.
Nuestros movimientos son frenéticos y cargados de necesidad mientras ella
alcanza mi longitud y la aprieta contra su abertura. Me meto hasta el fondo
como si fuera la última vez que pudiera.
—No te salgas —susurra Belle contra mi cuello.
Con movimientos lentos y superficiales, se aprieta contra mí. Le agarro las
manos y las aprieto contra el colchón por encima de su cabeza. Luego
empiezo a deslizarme dentro y fuera de su humedad.
Quiero que esto dure. Este universo que hemos creado, los dos solos,
arrancándonos placer el uno al otro... Quiero quedarme aquí todo el tiempo
que pueda.
Pero cuando empieza a retorcerse a mi ritmo y vuelve a hacer ese sonido,
ese puto sonido sexy, no puedo contenerme.
Me penetro en Belle tan fuerte como puedo, me quedo ahí y vacío mi alma
dentro de ella.
Belle me da un largo beso en el cuello cuando por fin estoy vacío. Murmura
contra mi piel.
—Nunca había sentido... Nunca había sido así con nadie, Nikolai. Y eso
significa algo, ¿no? La forma en que estamos juntos. Es... es perfecto.
Se le escapan las palabras. Hace sólo unos minutos, yo habría asentido con
la cabeza, deleitándome en la forma en que su cuerpo me abrazaba.
Pero ahora, en la fría réplica de mi orgasmo, veo todo esto como lo que es.
Un error.
Me separo de ella y me pongo los vaqueros.
— ¿Nikolai? —Su voz es suave y débil—. Puedes quedarte. Si quieres.
Niego con la cabeza.
—Tengo que irme.
Se echa la manta por encima, intentando cubrir su cuerpo aunque acabo de
explorar cada centímetro de él.
— ¿Estás enfadado conmigo?
Cuando entré por su puerta, lo estaba. Debajo de todo, todavía estaba
enfadado.
Pero ahora, veo la verdad.
Yo soy el problema.
Porque no puedo soportar dejarla ir. Prioricé a Belle cuando debería haber
priorizado a mi Bratva. La única razón por la que Arslan está muerto es
porque él estaba dividiendo su lealtad entre la Bratva y ella. Porque estaba
siguiendo mi ejemplo y tratando de hacer ambas cosas.
Yo soy la razón por la que mi mejor amigo está muerto.
No puedo culpar a Belle por eso. Sólo puedo culparme a mí mismo.
—No, no estoy enfadado contigo.
Parece insegura.
—Has dicho antes que no sabías lo que ibas a hacer conmigo... ¿Ya lo has
averiguado?
Me pongo la camiseta y vuelvo hacia la puerta.
—Sí, creo que ya lo he hecho.
Al salir, oigo a Belle preguntar qué quiero decir. Pero cierro la puerta y sigo
avanzando.
Ella pronto lo sabrá.
11
BELLE

Sueño con él. Toda la noche, cada segundo, sueño con él.
Doy vueltas en la cama y Nikolai está ahí conmigo. Aún puedo sentirlo por
dentro y por fuera. El calor de sus manos sobre mi piel, el chorro de su
aliento contra mi cuello.
Entonces los sueños se convierten en pesadillas. Siento que se aleja. Se va
deprisa, se aleja de mí, se escapa de mi alcance.
Cuando la puerta de mi habitación se abre, me incorporo en la cama. Sigo
aturdida. El sueño se aferra a mí como una fina purpurina que no puedo
quitarme de encima. Pero aun así, sé lo suficiente para tener esperanza.
— ¿Nikolai? —parpadeo en la oscuridad. Cuando veo la pequeña y delgada
figura frente a mí que sé que no puede ser él, aún estoy convencida de que
es Nikolai—. Has vuelto. No sabía si...
—Belle —dice Elise, y en el momento en que oigo mi nombre, en el
momento en que oigo la voz temblorosa de mi hermana, empapada de
miedo, salto de la cama.
La rodeo con mis brazos antes de darme cuenta de lo que está pasando.
— ¿Eres real? —Jadeo, tirando de las puntas de su pelo rubio y apretándola
contra mi pecho hasta que noto los latidos de su corazón contra mi caja
torácica—. ¿Estás aquí de verdad?
Elise se ríe suavemente.
—Sí. Y me alegro de que tú también estés. No estaba segura de que
estuvieras aquí.
—Luchaste como si estuvieras segura de que no estaba —la voz de Nikolai
atrae mi mirada. Está apoyado en el marco de la puerta observándonos—.
Casi me sacas un ojo con ese ladrillo.
— ¿Ladrillo? —observo a Elise, estudiándola por si tiene alguna herida.
—Yo le tiré un ladrillo —me explica—. Él me perseguía.
—Porque tú corrías —argumenta Nikolai.
—Es como el huevo y la gallina —dice Elise, encogiéndose de hombros.
No parece herida. Tiene el pelo alborotado y huele a sudor y a humo. Pero
está entera. Y está aquí. Gracias Dios.
Las lágrimas me nublan la vista. Intento parpadear y no lo consigo.
—No puedo creer que estés aquí. Yo quería encontrarte. Era lo único que
quería.
—No llores, B —dice Elise y me acaricia las mejillas con ternura. Por un
momento, me cuesta recordar cuál de las dos es la hermana mayor.
—Cuando te pedí que salieras del coche, te dije que lo buscaras. ¿Por qué
no lo hiciste?
Elise baja la barbilla.
—No sabía si podía confiar en él. Todo fue muy rápido.
No sé qué decir a eso. Quiero creer que Nikolai es de fiar. Encontró a Elise
por mí, después de todo. Pero también me dijo que la dejaría morir como
venganza por la muerte de Arslan.
Incluso cuando hizo la amenaza, realmente no lo creí. No podía. Nikolai es
un Don de la Bratva frío y calculador hasta la médula, pero no es cruel. No
innecesariamente, al menos. Y dejar que una niña sufriera por mi error sería
cruel, innecesariamente cruel.
El hecho de que la persiguiera y me la trajera de vuelta me da la razón. Me
enorgullezco de conocerlo tan bien. De ver al menos un hilo de oro en su
negro y marchito corazón.
Vuelvo a rodear a Elise con los brazos y la arrastro contra mí en un abrazo
que cala los huesos.
—Bueno, ahora estás aquí. Es lo único que importa.
—No es lo único que importa. Quiero saber qué te ha pasado. Y qué pasó
con... —Sus palabras se interrumpen de repente y sus ojos se abren de par
en par.
— ¿Con Xena? —Pregunto secamente, dedicándole una pequeña sonrisa
para que sepa que no pasa nada—. La historia ya se sabe. Todo el mundo
sabe lo que pasó.
Lo que quiero decir en realidad es: Nikolai sabe lo que pasó.
—Sí, con ella.
—Xena me mintió —digo—. Me engañó, y yo fui... fui tan estúpida. Siento
haberte puesto en esa situación. —Se me atascan más lágrimas en la
garganta, pero, por el bien de Elise, intento tragármelas—. Te he puesto en
mucho peligro en estos dos últimos meses.
—No es culpa tuya. No sabías que nada de esto pasaría.
—Ni siquiera sé si eso es cierto —murmuro—. Yo tendría que habernos
sacado de aquí en cuanto llegamos a Nueva York. Cuando vimos aquella
habitación de hotel de mala muerte. No, aún antes de eso, cuando Roger
llamó y dijo que estaba en la maldita Aruba.
Claro, irnos entonces significaría no conocer a Nikolai y no estar
embarazada. No me atrevo a desear que eso sea verdad. Pero, por el bien de
Elise, debería haberme ido.
Elise resopla.
—Maldito Roger.
— ¡Oye! tu lenguaje —le advierto.
—Tú lo dijiste primero.
—Soy mayor. Me está permitido —digo y le retiro el pelo de la cara. Tiene
una mancha de suciedad en la frente, así que me chupo el pulgar y se la
limpio—. Se supone que debo cuidar de ti. Debo tomar las decisiones
difíciles para mantenerte a salvo.
—Ya soy lo bastante mayor para cuidar de mí misma. Quiero decir, mírame.
Lo hice bien hoy, ¿no?
—Ni siquiera sé qué te pasó después de que saliste del coche —digo,
dándome cuenta de golpe—. ¿Adónde fuiste?
—Bueno, primero fui a una cafetería y tomé un café horrible mientras
intentaba idear un plan. La mujer del mostrador intentó llamar a la policía
porque notó que algo iba mal, pero la convencí de que no lo hiciera.
Entonces me habló de un albergue al que podía ir. Ya era tarde y yo no tenía
otro plan, así que fui allí. Fue entonces cuando Nikolai me encontró por
primera vez.
Se me desorbitan los ojos.
— ¿La primera vez? ¿Hoy más temprano?
Ella asiente.
—En la noche. Apareció en el refugio y yo no sabía lo que quería, así que
salí corriendo.
Cuando Nikolai entró en mi habitación anoche, venía de buscar a Elise.
Me gusta relajarme después de matar a alguien, dijo. Un soldado Battiato
me atacó.
Había matado a alguien mientras trataba de encontrar a Elise.
Darme cuenta de que Xena tenía gente buscando a Elise me hiela la sangre.
Y el hecho de que yo me hubiera arrojado sobre Nikolai, entregándome a la
lujuria y al placer mientras Elise estaba en peligro... nauseabundo. La
vergüenza me quema como una fiebre.
—Después de eso, estuve deambulando de un parque a una parada de
autobús y a un baño público. Intentaba pasar desapercibida y no ponerme
demasiado cómoda por si Nikolai volvía a aparecer. Pero me quedé dormida
en un banco y él me encontró.
Se me oprime el corazón y mis palabras salen estranguladas.
— ¿Estabas durmiendo en un banco?
—Sí. Y me desperté con Nikolai sacudiéndome. En cuanto abrí los ojos, le
di un puñetazo. Bueno, lo intenté. Él lo esquivó y entonces cogí el ladrillo
que había agarrado para protegerme y se lo lancé. Pero su cabeza es
sorprendentemente dura.
Resoplo.
— ¡Y que lo digas!
En la puerta, Nikolai se ríe.
—Me dijo que tú estabas a salvo en casa —continúa Elise— pero yo vi el
coche de Xena en las noticias. Estaba destrozado, Belle. Y luego esos
paramédicos muertos. No podía saber, pensé que quizá... pensé que él
mentía y que tú estabas muerta.
Tan pronto como las palabras salen de su boca, noto las lágrimas brillar en
sus ojos. Su barbilla se tambalea un segundo. Lo suficiente para que pueda
ver el dolor que atraviesa su fachada, normalmente tranquila y estoica.
Cariño —susurro, tirando de ella para abrazarla—, yo estoy bien. Estoy
bien. Yo hice que Xena estrellara el coche para poderme escapar.
Levanta la barbilla con orgullo.
—Me alegro de que volvamos a estar juntas.
Le paso el pulgar por la mejilla.
—Y siempre será así. A partir de hoy, mi única prioridad es cuidarte y
mantenerte a salvo.
— ¿Cómo vas a hacer eso?
Respiro hondo.
—Lo primero es lo primero, tengo que sacarnos a los dos de esta ciudad.
Tenemos que empezar de nuevo en un lugar seguro.
— ¿Podemos hacerlo? —pregunta Elise en voz baja.
Antes de que pueda responder, oigo a Nikolai aclararse la voz desde la
puerta. Cuando levanto la vista, su expresión es ilegible.
—Tienes que ir a ducharte y a dormir, Elise. Has tenido un día muy
ajetreado —dice él.
Elise abre la boca para discutir, pero le aprieto la mano.
—Él tiene razón, Elise. Hablaremos más tarde. Mejor vete a descansar.
Espero que discuta conmigo, pero asiente con la cabeza. Veo el cansancio
en su cara y en la inclinación de sus hombros. Es la única vez en mi vida
que he visto a Elise tan cansada como para tener una actitud.
Me da un último abrazo y sale de mi habitación por el pasillo.
En cuanto se va, Nikolai cierra la puerta y se acerca a mí.
—Gracias —le digo, acercándome a él—. Gracias por encontrarla y
traérmela. No sé cómo podré recompensarte.
Justo antes de que yo pueda tocarlo, él retrocede.
—Tengo una idea de por dónde podrías empezar.
— ¿De qué estás hablando?
—Quieres pagarme —repite—. Y yo tengo una idea.
La calidez de nuestra interacción de hace unas horas ha desaparecido. Su
postura es rígida y me mira como si yo fuera un problema que él intenta
resolver. Un escalofrío me recorre la espalda mientras lo miro.
—Bueno, yo no sé... En realidad es solo una expresión. Creo que tú y yo
estamos en paz, Nikolai. Nos hemos causado muchos problemas el uno al
otro, ¿no crees?
Arquea una ceja.
—Alguien ha cambiado su tono. Ahora que tu hermana ha vuelto, supongo
que ya no estás tan desesperada.
—O tal vez estar encerrada en esta habitación me ha dado tiempo de sobra
para pensar en toda la mierda que me has hecho pasar —espeto.
—Oh, y acaso te oí quejarte de tus circunstancias cuando estaba hasta las
pelotas dentro de ti. —dice con voz grave y ronca, mientras camina hacia
mí—. ¿O tal vez todo eso fue también una actuación? Quizá te estabas
prostituyendo para conseguir lo que querías.
Levanto la mano. Me entran ganas de darle una bofetada y apenas me
resisto.
—A diferencia de ti, a mí no se me da muy bien convertir el amor en una
herramienta que pueda esgrimir. Cuando me acuesto con alguien, es porque
realmente siento algo por él.
Lo intenté antes, usando el sexo para manipularlo. Pero en cuanto nos
tocábamos, todo lo demás se desvanecía. No puedo no sentirlo. No sé
cómo.
— ¿Qué hay cuando le mientes a alguien? ¿Qué significa eso para ti?
Aprieto los dientes hasta que me duele la cabeza. Nikolai inclina la cabeza
hacia un lado, esperando mi respuesta.
— ¿Y bien? —insiste—. Dejaste que te follara en mi mesa después de que
intentaras escapar con la ayuda de Xena la primera vez. ¿Sólo le mientes
también a la gente por la que sientes algo?
—No te mentí porque no sintiera nada por ti —digo—. Te lo dije antes, fue
porque Elise tiene que ser mi prioridad. Tenía que protegerla, sin importar
lo que sintiera por ti.
Si espero que mis palabras traspasen el duro exterior de Nikolai, estoy muy
decepcionada. Se limita a mirarme fijamente con sus ojos grises.
—Bueno, tú conseguiste escapar, y tu hermana acabó durmiendo en un
banco de un parque público. Parece que tus prioridades están desordenadas.
La imagen de Elise durmiendo a la intemperie, vulnerable a cualquiera que
pase por allí, es demasiado para tenerla en cuenta. Aprieto los ojos para
alejar la idea de lo que podría haberle pasado si alguien, fuera de Nikolai, la
hubiera encontrado.
El movimiento del aire cuando se acerca a mí me pone la piel de gallina,
pero mantengo los ojos cerrados. Cuando habla, sus palabras rozan el
lóbulo de mi oreja.
—Quizá deberías dejar de idear planes, kiska. Siempre acaban con alguien
herido.
Elise.
Arslan.
Yo misma.
Él no se equivoca, pero yo abro los ojos y lo empujo de todos modos.
—O tal vez tú eres el denominador común. Toda esta mierda empezó a
pasar cuando entraste en mi vida. Yo estaba bien antes de eso.
— ¿En serio?
Me está provocando, me habla como a un niño pequeño. Puedo sentir que
me está dejando desahogarme hasta que me canse. Nada de lo que digo le
llega.
—Sí, en serio —afirmo—. Tú y yo somos tóxicos. Esto que hay entre
nosotros es... es... bueno, tú mismo lo has dicho. Que hay algo especial
entre nosotros.
Él sacude la cabeza.
—Nunca he dicho eso.
—Anoche, en la cama —digo, refrescando su memoria—. Dijiste que lo
nuestro debía ser sólo sexo, pero no es así. Nunca ha sido así. Hay algo
más. Y sea lo que sea, es peligroso. Volátil. No somos buenos el uno para el
otro, Nikolai.
Me oigo hablar, pero no me lo creo. Antes de conocer a Nikolai, era una
sonámbula en mi propia vida. Odiaba mi trabajo y le tenía miedo a mi jefe.
Elise y yo apenas hablábamos. Desde que ella vino a vivir conmigo, no
habíamos tenido una sola conversación seria sobre nuestro pasado o nuestra
relación. Ahora, me siento más cerca de ella que nunca.
Nikolai me despertó. Me enseñó cómo debe ser la vida: emocionante, plena
y aterradora, sí, pero mejor. No sé cómo volveré a ser como era antes de él.
Pero por el bien de Elise, lo averiguaré.
—Supongo que lo descubriremos, ¿no?
Frunzo el ceño.
—No. No es eso lo que estoy diciendo. No puedo quedarme aquí. Tengo
que... Tenemos que salir de aquí. Elise y yo. Ella no está a salvo aquí, y tú
lo sabes. Es por eso que fuiste a buscarla esta noche. Nosotras tenemos que
irnos.
—No si yo tengo algo que decir al respecto —gruñe—. Y resulta que si
tengo algo que decir acerca de todo.
— ¿Qué quieres decir?
En ese momento, su boca se inclina en una sonrisa devastadora.
—Tú y yo nos vamos a casar.
Durante unos segundos, sus palabras no llegan a calar. Lo miro fijamente,
muda e inmóvil, sin saber qué decir.
Entonces caigo en la cuenta.
—No podemos casarnos.
—Claro que podemos —dice él con facilidad—. ¿Cómo si no voy a hacerte
entender que me perteneces?
Se me tuerce la cara entre asombro y rabia.
—Yo no te pertenezco.
Antes de terminar mis palabras, Nikolai me agarra la barbilla con sus dedos
callosos.
—Por supuesto que sí. Aunque no te des cuenta, tú eres mía. Por eso me
deseas. Por eso estás desesperada por mí, Bella Belle. Por eso puse a mi
hijo en ti —dice—. Y por eso, incluso ahora, quieres que mi mano baje y
acaricie tu dolorido coño.
Aparto su mano de mi expuesto vientre.
—No finjas saber lo que pienso.
—No estoy fingiendo —sonríe—. Tienes la cara sonrojada y se notan tus
pezones duros a través del camisón. Puede que lo estés gritando a los cuatro
vientos.
—Eso no significa nada —espeto y cruzo los brazos sobre mi pecho, lo que
le hace reír.
—Por supuesto que no —se burla y rueda los ojos en blanco—. El hecho de
que te sintieras miserable cuando estuvimos separados las últimas seis
semanas no significa nada. El hecho de que te lances sobre mí cada vez que
puedes no significa nada. El hecho de que estés encantada de llevar a mi
hijo no significa nada. Vive en la negación si quieres, pero eso no cambiará
la realidad.
— ¿Y cuál es la realidad? —Pregunto.
En un suspiro, Nikolai cruza la última distancia y toma mi boca con la suya.
Su enorme mano me rodea el cuello y su pulgar me recorre la mandíbula.
Encajamos sin siquiera intentarlo.
Cuando se separa, persigo su boca instintivamente. Mi pecho se agita, mi
cuerpo lo desea más que mi respiración.
Nikolai presiona su frente contra la mía y sonríe.
—La realidad es que eres jodidamente mía.
Lo empujo y paso a su lado. La habitación parece demasiado pequeña. No
hay suficiente aire. Además, el pulso me retumba entre las piernas y no
estoy segura de lo que haré si me quedo cerca de él.
Salgo al pasillo. Nikolai no intenta detenerme.
Sólo grita:
—No puedes huir de mí, Belle Dowan. Siempre te encontraré.
12
BELLE

El camisón apenas me cubre la parte superior de los muslos y sé que mis


pezones se ven claramente a través de la tela, pero no puedo darme la vuelta
y volver a mi habitación. No cuando Nikolai está allí.
Y como él ha dicho, no puedo huir. Primero, por lo del camisón. Pero
también porque Elise ahora está aquí. Está exhausta y asustada. No puedo
despertarla y lanzarnos a correr de nuevo. No sin un plan sólido.
Para bien o para mal, tengo que quedarme aquí.
—Joder —gimo—. Ya parece que estoy diciendo mis votos.
Vacilo ante el despacho de Nikolai y luego ante las puertas de la biblioteca.
No he explorado mucho la casa, pero no puedo entrar en ninguna de estas
dos habitaciones. No importa lo reconfortante que pueda ser acurrucarme en
un sillón de cuero y leer un libro para perderme en un mundo que no existe.
Porque sé que lo único en lo que pensaría es en cómo Nikolai me apretó
contra las estanterías. En cómo sentía su firme cuerpo sobre el mío. Es lo
último en lo que necesito pensar.
Especialmente porque ya voy pensando en ello. Considerablemente.
Vuelvo a gemir, dando un pisotón como un niño con una rabieta. ¿Por qué
él puede descomponerme así con tan solo un beso? No es justo. No es justo,
joder.
Claro, yo dije muchas cosas en el calor del momento. Pero eso no significa
que no lo dijera en serio. Porque lo dije de verdad.
El sexo con Nikolai es tan diferente de lo que ha sido con cualquier otra
persona. Diablos, incluso estar al lado de Nikolai es diferente. Incluso
ahora, puedo sentirlo en la casa. Probablemente podría adivinar la distancia
que nos separa ahora mismo. Mi cuerpo está en sintonía con el suyo, me
guste o no.
Y cuando él me explora y encuentra nuevos lugares dentro de mí para
acariciarme y provocarme, siento que la parte de mí que se ha pasado la
vida buscando un hogar se calla. Porque ¿qué es un hogar si no sentirse
seguro y contento en los brazos de la persona que...?
—No —me interrumpo, sacudiendo la cabeza, negándome a dejar que mis
pensamientos vayan por ese camino.
En un intento de escapar de su atracción, me dirijo al extremo opuesto de la
casa y entro en la cocina. Pero en cuanto cruzo la puerta, me doy cuenta de
que no estoy sola.
— ¡Oh! —Grito y escondo parcialmente mi cuerpo semidesnudo detrás de
la puerta—. Lo siento, yo no sabía...
Entonces hago contacto visual con el hombre rubio del hospital. El que nos
trajo a Nikolai y a mí de vuelta a casa.
—Tú —digo, con los ojos entrecerrados.
Él está apoyado en un taburete, con la espalda recta. No veo nada delante de
él. Ni teléfono, ni libro. ¿Estaba sentado a oscuras y mirando a la pared?
Se vuelve hacia mí y su expresión inexpresiva se transforma en un ceño
fruncido.
—Belle.
Sea quien sea, no le caigo bien. Yo diría que el sentimiento es muy mutuo.
—Sabes mi nombre, pero yo no sé el tuyo. ¿Quién eres?
El hombre se levanta de donde estaba sentado en la isla, pero no hace
ningún intento de responder.
—Eres griego, ¿verdad? Recuerdo que dijiste algo antes sobre eso.
Antes, cuando salió de la casa, le mencionó a Nikolai que le avisara cuando
los de la Bratva ya no odiaran a los griegos. Yo todavía estaba demasiado
aturdida entonces para comprender la conversación. ¿Nikolai y este tipo son
amigos? Eso no tiene sentido.
Sigue sin responder. Su expresión es gélida.
— ¿Nikolai sabe que estás aquí? —insisto—. Porque acaba de rescatar a mi
hermana de ser secuestrada por tus amigos. No puedo imaginar el por qué
estás sentado en su cocina ahora mismo.
El hombre es una estatua. Es como si no oyera una palabra de lo que digo.
Cuanto más tiempo nos miramos, más inquietud empieza a instalarse bajo
mi piel. Tal vez yo tenga razón y Nikolai no sabe que él está aquí. Tal vez
este hombre es un traidor. Ayudó a Nikolai antes, sólo para volverse contra
él ahora. Podría haber entrado en la casa para matar a Nikolai en un ataque
sorpresa.
O tal vez está aquí por Elise.
El corazón me late con fuerza. Me entran ganas de salir corriendo de la
habitación y volver con Nikolai.
Pero no. Recurrir a él en busca de protección será otra cosa más que
utilizará contra mí para demostrarme que le pertenezco. Que soy demasiado
patética y débil para salir adelante por mí misma. Me dirá otra vez que lo
necesito. Que le pertenezco.
Así que, antes de que pensarlo, agarro un cuchillo del bloque de madera de
la encimera y me giro para enfrentarme al hombre rubio que tengo delante.
—Sal de esta casa ahora mismo —siseo.
Él por fin reacciona. Un parpadeo de sorpresa recorre sus facciones.
Probablemente porque está siendo amenazado por una mujer pequeña con
un camisón aún más pequeño que no tiene nada más que un cuchillo de
cocina, mal agarrado, para defenderse.
—Soy consciente de que parezco ridícula, pero eso no me impedirá matarte
—le aseguro.
El hombre no se mueve. Pero deja escapar un largo suspiro. Está claro que,
para él, soy más una molestia que otra cosa.
Y yo estoy encantada de demostrarle lo contrario.
—Bien —espeto y me encojo de hombros—. Te lo advertí.
Y así, sin más, atravieso la cocina, cuchillo en mano, y arremeto contra el
griego invasor.
13
NIKOLAI

No escucho la refriega hasta que estoy a unos metros de la cocina.


De camino me detuve en mi despacho y en la biblioteca, preguntándome si
Belle estaría inconscientemente deseando un segundo asalto en alguno de
estos lugares. Pero cuando vi que ambos lugares estaban vacíos, me dirigí
hacia el ala opuesta de la casa.
Y en cuanto escucho los ruidos, me acuerdo de a quien dejé sentado en la
cocina.
Me apresuro a llegar.
Por el ruido de sartenes y gruñidos, espero encontrarme a Yuri tirando a
Christo al suelo o viceversa. Dejar entrar a Christo en la casa era un riesgo
cuando las tensiones entre mis hombres siguen siendo tan altas. Pero
cuando entro en la cocina, me cabreo
Belle se mueve alrededor de la encimera en camisón. Uno de los hombros
está roto por la costura, le cuelga del bíceps, y el dobladillo está tan
levantado sobre sus piernas que puedo ver el encaje de su ropa interior por
detrás.
También veo que lleva un cuchillo en la mano.
Christo está de pie frente a ella, del otro lado de la encimera, con una navaja
en la mano.
—Maldito bastardo —grito, entrando furioso en la cocina. No me detengo
ante el bloque de cuchillos para agarrar uno como arma. Ni busco mi
pistola. No necesito nada de eso.
En lugar de eso, arrincono a Christo contra el frigorífico y arremeto contra
su cuello con ambas manos. Quiero sentir la vida drenar de su cuerpo por
atreverse a atacar a mi mujer.
— ¡Nikolai, espera! —grita él, protegiéndose el cuello con ambos brazos.
Le arranco la navaja de la mano y la vuelvo contra él. Aprovecho el hueco
entre su antebrazo y su bíceps y deslizo la hoja hasta su cuello.
—Nunca debí confiar en ti. Todo esto ha sido para acercarte a ella, ¿verdad?
—gruño—. Probablemente Xena te envió para que me sacaras de ese
tiroteo. Ese fue el plan desde el principio. ¿Congraciarte para poder matar a
mi prometida? Pero eso no va a pasar.
Christo jadea.
— ¿Prometida? —repite él. Me quita los ojos de encima el tiempo
suficiente para lanzar una mirada mortal en dirección a Belle—. No puedes
fiarte de ella. Mira lo que lleva puesto, Nikolai. Tiene ‘trampa’ escrito por
todas partes.
— ¡Ey! —Reclama Belle detrás de mí—. Este es el único camisón que
había en el cajón.
Ya lo creo. Yo mismo elegí su ropa de dormir cuando se mudó a mi casa.
— ¿Ya confesó que trabajó con Xena? —Pregunta Christo—. Porque yo no
estaba mintiendo sobre eso. Ellas estaban conspirando juntas. Y
probablemente sólo esté aquí como espía. No le digas nada.
—Yo le diré a cualquiera lo que a mí me plazca —siseo.
—Claro. Por supuesto —acepta Christo y se estremece cuando el cuchillo
se acerca a su yugular—. Ella me atacó primero, hombre. Yo no iba a
hacerle daño. No sin tu permiso. Por mucho que quisiera hacerlo.
Lastimó a Belle. Eso es todo lo que soy capaz de procesar. Es lo único que
consigue pasar el filtro de mi rabia, descompuesto en el lenguaje más básico
posible. Ver Correr y Ejecutar. Christo Lastimó a Belle.
— ¡Te mataré, joder!
— ¡Espera! —espeta Belle. Esta vez, es su voz en mi oído. Ella está de pie
detrás de mí, con su mano en mi espalda—. Nikolai. No lo mates.
Extiendo mi brazo para mantenerla atrás.
—Atrás, Belle. Apártate —digo, mientras pienso: Dios, esta mujer. Tiene
los peores instintos de supervivencia que he conocido. Es un milagro que
haya vivido tanto.
—Estoy desarmado. Me quitaste mi única arma —dice Christo—. La
navaja es todo lo que tenía. Revísame si quieres.
Christo me observa nervioso durante unos segundos y, cuando yo no me
muevo, baja lentamente los brazos. Extiende las palmas de las manos. Le
palpo y no noto nada más en él, salvo un manojo de llaves en el bolsillo.
Cuando estoy seguro de que está desarmado, me fuerzo a retroceder,
manteniendo a Belle detrás de mí.
— ¿Qué coño ha sido eso? —ladro hacia él—. Empieza a hablar.
—Yo lo ataqué a él —explica Belle detrás de mí.
— ¿Tú lo atacaste a él? —repito, sin apartar la mirada de Christo
—No lo digas como si fuera una locura —replica ella—. Puedo cuidarme
sola, ¿sabes?
—Es la primera vez que lo oigo.
La cara de Christo parpadea divertida durante un segundo.
—Te estaba esperando aquí cuando Belle entró.
—Yo pensé que había entrado a la fuerza —dice ella—. Pensé que había
venido a secuestrar a Elise. O a mí. O... a matarte a ti.
Sus últimas palabras las dice sin querer. Salen en un susurro, pero la verdad
está ahí, escondida entre líneas.
— ¿Así que decidiste ofrecerte a él en bandeja de plata? —suelto—. Bien
pensado.
Belle frunce el ceño.
—Estaba resistiendo.
—Porque yo no intentaba hacerte daño —dice Christo, mirando por un lado
de mí para hablar con ella—. Si así hubiera sido, estarías muerta.
Yo vuelvo a centrar mi atención en Christo, con los ojos entrecerrados. Él
levanta más las manos.
—Pero, claro, ese no era mi objetivo. No le haría nada sin tu permiso,
Nikolai —dice él.
Aunque, por la expresión de su cara cuando mira a Belle, le encantaría tener
mi permiso.
—No me mires así —le suelta Belle—. Yo no trabajo para Xena, ¿vale?
— ¿Por qué debería creer eso?
—Porque la única razón por la que te estaba atacando es porque pensaba
que tú trabajabas para Xena.
Christo la estudia, con expresión inmutable.
—Ya mentiste una vez. ¿Cómo se supone que alguien va a confiar en ti?
—Xena es tu Don. ¿Cómo se supone que alguien va a confiar en ti?
Cuando él habla, su voz tiembla de rabia contenida.
—Ella no es mi Don. Yo nunca le juré lealtad. Ella mató a mi padre.
— ¿Giorgos es tu padre? —jadea Belle detrás de mí.
—Lo era. Y en el momento en que Xena lo mató, yo decidí ir contra ella.
No me comprometeré con alguien que mató a mi familia.
—Yo tampoco lo haría —dice Belle categóricamente—. En cuanto me di
cuenta de que Xena quería matar a Nikolai, destrocé el coche y me alejé de
ella. No sé dónde está ni cuál es su plan, y desde luego no estoy recopilando
información en su nombre. Yo también la quiero muerta.
—Algo en lo que podamos estar de acuerdo.
Entonces miro rápidamente entre ellos.
—Así que, fuera lo que fuera esta pelea... ¿ya ha terminado?
Belle asiente.
—Si él puede estar de acuerdo en que no soy una traidora, yo puedo estar
de acuerdo en que él no lo es.
—Yo puedo estar de acuerdo —dice Christo, de mala gana.
—Genial —digo yo. Entonces, con un movimiento rápido, aprieto de nuevo
el cuchillo contra la garganta de Christo. Belle jadea, pero Christo se me
queda mirando, con los ojos muy abiertos—. Pero, si vuelves a ponerle las
manos encima a mi prometida, te destriparé antes de que tengas la
oportunidad de volver a respirar.
Christo traga saliva.
—Entendido.
Le doy la vuelta a la navaja y se la devuelvo por el mango. Christo la coge
con cuidado y se la vuelve a meter en el bolsillo. La tensión en la habitación
disminuye de inmediato.
—La última vez que estuve aquí no estabais comprometidos —dice Christo.
—Es algo... nuevo.
—Algunos dirían que aún no es oficial —murmura Belle.
Doy un paso atrás y me apoyo en el mostrador junto a ella. Mi cadera roza
la suya y siento el impulso de proteger su cuerpo con el mío. Pero Christo,
por si sirve de algo, mantiene la mirada muy lejos del cuerpo de Belle.
Mira alternativamente entre nosotros, con el ceño fruncido.
—Entonces, ¿lo haces por Xena?
Belle se mueve a mi lado.
— ¿Qué quieres decir? —inquiero.
—Cancelaste tu compromiso con ella y se puso furiosa. Comprometerte
ahora, especialmente con Belle, pondrá a Xena al borde del abismo —dice
—. La sacará de sus casillas.
Christo no se equivoca. Aunque ese no haya sido mi plan desde el principio.
La verdad es que me caso con Belle porque ella es una distracción para mí.
Es un enigma, flotando justo más allá de una categorización fácil. Casarse
con ella ayuda a colocarla en un papel fácilmente definible con expectativas
fácilmente definidas.
Les dice a mis hombres que Belle es mía. No habrá más división de
atenciones y protecciones. La protegerán como me protegen a mí. Y podré
vigilar de cerca a Belle y a mi hijo.
Pero la línea de pensamiento de Christo es intrigante por derecho propio.
Inclino la cabeza hacia un lado.
—No es un mal plan.
— ¿Significa eso que puedo compartir la feliz noticia? —exclama él.
—Adelante. No vamos a enviar ‘invitaciones’ como comprenderás.
—Entonces yo se lo haré saber a la gente que debe oírlo —dice Christo y
baja la cabeza en una pequeña reverencia, luego retrocede hacia la puerta—.
¿Necesitas algo más de mí esta noche?
Niego con la cabeza y le hago señas para que siga.
—Ya has hecho bastante. Gracias, Christo. Elise necesitaba tu ayuda.
Vuelve a asentir y se escabulle en medio de la noche.
En cuanto se va, Belle se vuelve hacia mí.
— ¿Él fue quien encontró a Elise?
—La vio en una estación de autobuses y la siguió hasta el parque.
— ¿Y confiaste en él? —murmura, con un deje de celos en su voz.
—Le pedí a Yuri que hiciera un reconocimiento antes de yo aparecer. Pero
sí, confío en él. Nunca ha hecho nada para traicionarme.
Es un golpe seco. Belle lo capta claramente.
—Entonces, tal vez deberías casarte con él.
Le agarro la barbilla y le giro la cara hacia mí.
—Y tú deberías esforzarte más por ocultar tus emociones. Puedo leerte
como un libro.
—Si pudieras leerme como a un libro, hubieras sabido que trabajaba para
Xena.
Por segunda vez en pocos minutos, me cabreo. Giro alrededor de Belle y la
aprisiono contra el borde de la encimera. Me pone una mano en el pecho,
como si tuviera fuerza para contenerme.
Nuestros cuerpos se amoldan. Sus piernas se sienten calientes entre las mías
y se mueven nerviosas mientras intenta levantar los pies debajo de ellas.
Pero ella no puede. Yo la inmovilizo con mis caderas.
—Si no puedo leerte, ¿por qué sé que tus preciosos sentimientos están
heridos?
Hace una mueca con el labio inferior durante una fracción de segundo antes
de negar con la cabeza.
—No sé de qué estás hablando.
— ¿Ah no? ¿Es mi imaginación, entonces, que no te gustara oír que
nuestras próximas nupcias podrían tener otro propósito? Parecías disgustada
con la idea de que todo era un show para Xena.
—No importa por qué quieras casarte conmigo, porque igual no va a
ocurrir.
Me inclino hacia delante y rozo su sien con los labios.
— ¿En serio? ¿No te importa si sólo me caso contigo para poner celosa a
otra mujer?
Hay un instante antes de que Belle levante la vista y me mire.
— ¿Es por eso?
—Creía que no importaba.
Gruñe y me golpea el pecho con las manos. No me muevo y ella se cruza de
brazos en señal de rabieta.
—No importa, porque esa boda no se va a celebrar. No aceptaré.
—Eso sólo sería un problema si tu opinión influyera en mis planes.
— ¡No puedes obligarme a casarme contigo! —grita y sus palabras son
contundentes, pero veo incertidumbre en sus ojos. Es tanto una afirmación
como una pregunta.
— ¿Cuándo vas a aprender, kotyonok? Yo puedo hacer lo que yo quiera.
—Quizá con los autómatas ciegamente obedientes que trabajan para ti, pero
no conmigo.
Tiro del desgarrón de su camisón, desgarro la costura y su hombro
izquierdo queda totalmente al descubierto.
—Error. Sobre todo contigo. No puedes resistirte, Belle. Estás desesperada
por mí. Y ahora, llevas a mi bebé. Así que nos casaremos, te guste o no.
— ¡No, no lo haremos!
—Y —continúo, ignorándola— si no quieres cooperar, puedes preguntarle a
alguno de mis hombres qué les pasa a los que desobedecen las órdenes del
Don.
Ella arquea una ceja.
—Acabas de casi matar a Christo por apuntarme con un cuchillo. ¿De
verdad tengo que creer que me harías daño?
Agarro un mechón de su pelo castaño y lo enrosco en mi dedo.
—Nunca se me ha dado bien compartir. Si alguien va a castigar a mi mujer,
seré solo yo.
Sus mejillas se ruborizan. Sé que está pensando en la última vez que la
castigué. Con su cuerpo apenas vestido apretado contra el mío, yo también
estoy pensando en eso.
Belle me mira con ojos ardientes, con ira y deseo mezclados en su mirada.
Estoy a punto de romper la tensión entre nosotros cuando oigo pasos en el
pasillo.
Levanto la vista justo a tiempo para ver una figura que se aleja de la puerta
de la cocina.
— ¡Alto ahí! —grito y me aparto de Belle, saltando hacia la puerta.
Pero cuando salgo al pasillo, veo a Elise corriendo hacia el otro lado de la
casa. No se detiene a mirar atrás.
— ¿Qué es? —Pregunta Belle—. ¿Qué pasa?
Me vuelvo hacia ella, con las manos en las caderas.
— ¿Piensas contarle a tu hermana lo que está pasando aquí?
— ¿Contigo y conmigo?
—Todo.
Belle niega con la cabeza.
—Elise ya ha sufrido bastante. No quiero abrumarla con todo esto cuando
aún se está recuperando de lo que pasó con Xena.
—Bueno, me temo que ese barco ya ha zarpado —señalo e inclino la
cabeza hacia el pasillo—. Elise debe de haberte seguido, porque estaba
espiando en el pasillo. Y teniendo en cuenta lo rápido que huyó, supongo
que lo escuchó todo.
La cara de Belle palidece.
— ¿Todo?
—El embarazo, el matrimonio, que soy un Don de la Bratva —asiento—.
Todo.
—Mierda, mierda —exclama Belle y pasa corriendo por delante de mí,
hacia el pasillo detrás de Elise.
—Pídele que sea la niña de las flores —exclamo detrás de ella—. Eso
probablemente la animará.
Miro hacia Belle que sigue corriendo detrás de su hermana, pero se toma el
tiempo de mostrarme el dedo medio por encima del hombro.
14
BELLE

— ¡Elise, espera!
Tengo demasiado estrés y he dormido demasiado poco como para estar
corriendo ahora mismo. Además, Elise es rápida y esta casa tiene
demasiados pasillos. Me siento mareada. Tengo que parar y recuperar el
aliento antes de que vaya a desplomarme.
Cuando me recupero, no hay rastro de mi hermana. Voy revisando la
mansión habitación por habitación en busca de ella. Sólo espero no
encontrarme con más ex soldados griegos que Nikolai haya escondido en
alguna parte. No creo que pueda reunir energía para otra pelea esta noche.
Asomo la cabeza habitación tras habitación, susurrando por mi hermana.
Tengo pánico de que se haya escapado otra vez. Dormir en un banco
público podría no parecer tan malo después del espectáculo de horror que
presenció en la cocina.
Pero cuando regreso al ala de la casa donde están nuestras habitaciones, me
doy cuenta que sé exactamente dónde está Elise. Donde va siempre cuando
está enfadada.
Justo al lugar al que le enseñé a ir.
Atravieso su habitación vacía y me detengo frente al armario. Me apoyo en
el marco y golpeo suavemente la puerta de madera con los nudillos.
— ¿Puedo entrar?
La escucho moquear.
—No.
—Creía que el armario era nuestro espacio —digo con una risa ahogada.
Pasa un rato más antes de que me abra la puerta y regrese hasta el nido de
mantas que hizo junto al zapatero. Me agacho y me siento a su lado, con la
espalda apoyada en la pared.
Durante unos minutos, solo nos sentamos juntas. Cuando éramos niñas, nos
metíamos al armario cuando había problemas entre nuestra madre y su
novio de turno o cuando aparecía su proveedor. Normalmente, lo más
seguro era quedarnos calladas. Para ser tan pequeña, Elise lo hacía muy
bien.
Cuando creció, guardé papel y lápices en una caja de zapatos para jugar
‘Tres en raya’. Los días buenos, guardábamos bocadillos y botellas de agua
en el armario por si teníamos que pasar mucho tiempo escondidas. Los días
malos, nos teníamos la una a la otra.
Nunca fue divertido, pero era nuestro espacio. Nadie podía hacernos daño
en el armario.
— ¿Quieres hablar de algo? —pregunto por fin, rompiendo el silencio.
—Ni siquiera sé qué decir.
—Bueno, ¿qué has oído? Podemos empezar por ahí.
Elise me mira. Tiene ojeras. No estoy seguro de haberla visto nunca con
ellas. Me rompe un poco más el corazón.
— ¿Nikolai es una especie de... jefe de Bratva? —Dice y sacude su cabeza
—. Ni siquiera sé lo que eso significa. Después de que... cuando mató a
esos hombres que intentaban que subiéramos a su coche, me dijo que tenía
enemigos. Dijo que nos estaba protegiendo. ¿Era todo una mentira?
¿Nikolai es realmente el malo? ¿Estamos siendo retenidas aquí contra...?
Ahora que está hablando, las palabras le salen a borbotones. Tengo que
acercarme y agarrar su hombro para intentar calmarla.
—No era una mentira —le digo—. Los hombres que mató Nikolai iban a
hacernos daño. Él nos salvó la vida.
Omito la parte en la que pretendía subir voluntariamente al coche con esos
hombres aquella noche. Nikolai nos salvó a mi hermana y a mí cuando ni
siquiera noté que lo necesitábamos.
— ¿Entonces qué es un jefe de Bratva?
Me muerdo el labio inferior.
—Elise...
—Vamos, Belle. Dime la verdad.
—Tienes razón —asiento—. Te mereces la verdad. Yo sólo... quiero
protegerte, E. Nunca quise que nos enredáramos en esto.
— ¿Enredadas en qué? —insiste.
En el fondo, sé que Elise ha visto más cosas turbias de las que la mayoría de
los niños de catorce años deberían ver jamás. Aun así, siento que le estoy
robando su inocencia. Lo que queda de ella, al menos.
—Es como un sindicato del crimen, a falta de una palabra mejor. Es como
la mafia rusa. Esencialmente. Creo.
— ¿Nikolai está en la mafia?
—Bueno, no le digas eso a él —le advierto—. Pero sí, básicamente. Él es
el... el líder. El que manda.
Elise se lleva los dedos a la frente y mira a media distancia. Prácticamente
puedo verla reviviendo los dos últimos meses, viéndolo todo con ojos
nuevos.
—Entonces... ¿no es el director general de una empresa?
—No. Quiero decir, bueno, sí lo es. También lo es. Pero no es su único
trabajo. Es una especie de tapadera para lo que realmente hace la Bratva.
Suelta un suspiro y sacude la cabeza.
—Todo esto es muy raro.
—Dímelo a mí.
Hay otros segundos de silencio antes de que Elise jadee y se vuelva hacia
mí. Me agarra con fuerza del brazo.
— ¡Estás embarazada!
—Eso ya lo sabías.
—Lo sé —asiente Elise—. Pero... tú estás embarazada, de Nikolai... que es
un criminal y tú vas a tener un hijo suyo. ¿Y esos sendecautos del crimen...?
—Sindicatos.
—Sí, esos... ¿no se centran en líneas familiares y herederos?
Me encojo de hombros.
—No hemos hablado mucho de eso.
No hemos tenido tiempo. Pero más honestamente, no he querido hablar de
ello. Nikolai dejó claro el día que me encerraba que mi hijo formaría parte
de su Bratva. Todavía no sé si lo dijo sólo para asustarme o no.
—Pero tenéis que hablar de este tipo de cosas —me reprende Elise—.
Vosotros dos os vais a casar.
Maldigo en voz baja.
—De verdad lo escuchaste todo, ¿no?
—Hacíais mucho ruido y yo aún no me había dormido.
Me paso una mano por la cara y me vuelvo hacia ella. Tiene el pelo rojo
pálido aún húmedo de la ducha y las puntas se le enroscan en el camisón.
Sin colorete ni delineador, Elise parece aún más joven de lo que es. Ahora
mismo tiene similar aspecto a cuando yo me fui y tuve que dejarla atrás.
Me entran ganas de abrazarla y no puedo resistirme. La aprieto contra mi
pecho, ignorando sus gruñidos de queja.
Cuando la suelto, vuelve a acomodarse en su montón de mantas y se sube
una alrededor de los hombros.
— ¿Tienes que casarte con él?
— ¿Cómo dices? —inquiero. Yo la he oído, pero no sé qué contestar. Ni yo
misma estoy segura de la respuesta.
— ¿Es porque estás embarazada? —continúa ella—. ¿Por eso te obliga a
casarte con él?
—Nikolai no me obliga a nada.
Elise frunce el ceño, poco convencida.
—Él dijo que no tenías elección. Y tú discutías con él.
—Era solo... una discusión —me encojo de hombros—. Estoy enfadada con
él, así que le estaba apretando las tuercas.
—Entonces debes estar siempre enfadada con él.
Me río amargamente.
—Se podría decir que sí.
Me dedica una pequeña sonrisa que se le escapa lentamente.
—Puedes decirme la verdad, B. Si te está obligando a casarte con él,
entonces quizá podríamos huir otra vez. Quizá podríamos salir de aquí y
empezar de nuevo.
La visión de Elise envuelta en una manta peluda se yuxtapone a la realidad
de que esta noche iba a dormir en un banco de un parque público. Y si
volvemos a huir, eso es lo máximo que puedo prometerle.
No tengo un plan. No tengo una ruta de escape. No tengo opciones.
No puedo hacer que Elise pase por eso. Nikolai puede ofrecerle una
seguridad que ella nunca ha tenido. ¿Realmente puedo arrebatarle eso?
—Él no me obliga a casarme con él —le digo, poniendo mi mano sobre la
suya y apretándola—. Me caso con Nikolai porque... porque le amo.
Espero que las palabras me sepan mal en la lengua. Mentir a Elise siempre
me deja mal sabor de boca, pero intento reservarlo para cuando es
absolutamente necesario. Para cuando la verdad le cause un dolor
innecesario.
Esta es una de esas ocasiones.
Ella me mira fijamente. Sus ojos verdes son demasiado observadores para
su propio bien.
—No, no es cierto.
—Elise —suspiro— claro que sí. Es decir, nos montamos en un avión y nos
fuimos a Islandia con él sin previo aviso. ¿Haría yo eso por alguien más?
—Me dijiste que era por trabajo.
—Mentí —dije—. No quería asustarte. Pero fui porque quería pasar tiempo
con Nikolai. No me di cuenta de lo mucho que me gustaba en ese momento.
Pero debí haberlo hecho. Sólo tenía miedo de admitirlo porque él era...
—Un jefe Bratva.
Hago una mueca y me río al mismo tiempo.
—Sí. Básicamente eso. Me daba algo de miedo. Probablemente no debería
haber ido. Debí haberte llevado de regreso a casa y haber seguido con
nuestras vidas normales, pero no podía alejarme de él. No quería hacerlo.
Las palabras se me escapan con facilidad, e incluso ahora quiero creer que
me he convertido en una mentirosa increíble de la noche a la mañana.
Preferiría creer cualquier cosa como esa, menos lo que es la verdad.
Que no miento en absoluto.
Elise tiene la nariz arrugada mientras piensa en todo lo que estoy diciendo.
— ¿Sabías la verdad sobre él cuando fuimos a Islandia?
—Más o menos, sí —lo admito—. Sin embargo, aún se sentía muy lejos.
No sabía de sus enemigos, ni de Xena, ni nada de eso. Era sólo... Nikolai. Y
parecía más grande que la vida. Intocable. Tenía un jet privado y la
habilidad de llevarnos a ambas a lo que parecía otro mundo. Después de
todo lo que habíamos pasado, yo quería eso para nosotras. Un cuento de
hadas. ¿Te parece estúpido?
Sacude suavemente la cabeza en la penumbra.
—Nunca habíamos tenido algo así antes —murmura.
—Exacto. Parecía un sueño hecho realidad. Y lo fue.
—Hasta que Xena apareció en esa fiesta.
—Sí. Hasta entonces —digo—. Dios, eso fue lo peor.
—Ahí fue cuando yo supe lo mucho que él te gustaba —dice Elise—.
Cuando bailabais los dos, arreglados y sonriéndoos... fue cuando supe que
entre ustedes pasaba algo más. Y luego nos fuimos tan rápido y volvimos a
casa y te enfermaste. Todo se vino abajo.
Apoyo la cabeza contra la pared y suspiro.
—No debería haberme derrumbado así. Pero tenía el corazón roto. Me
había enamorado de él y descubrí que había mantenido en secreto a una
prometida y, en ese momento, aún iba a casarse con ella. Yo sólo... no podía
lidiar con eso.
—Tiene sentido. Eso es duro.
—Sí, pero no es una excusa. Se supone que debo ser una base fuerte para ti.
Esa es la razón por la que te traje a vivir conmigo. Quería ser mejor que
mamá.
— ¡Lo eres! —Elise me agarra del brazo y lo acerca a ella, apretando la
mejilla contra mi bíceps—. Belle, eres un mil por ciento mejor que mamá.
—Pero al menos mamá nunca se metió con ningún delincuente serio. Todos
eran traficantes de poca monta y gilipollas genéricos. Me ganó en eso.
—A mamá nunca le importé una mierda. Ahí le has ganado.
Le aparté el pelo de la cara.
—Eso no es verdad. A mamá sí le importabas. Le importas. Ella te quería.
—No me mientas, Belle —suelta de repente—. Sabes que eso no es verdad.
Ojalá se equivocara. Ojalá pudiera asegurarle con todo mis fuerzas que
nuestra madre nos quiere y se preocupaba por nosotros.
Pero no sé si en verdad es así.
Y en este momento, ya no me importa.
—El solo hecho de que me mientas al respecto es una prueba de que te
importo más de lo que le importé nunca a mamá —dice ella—. Y por eso
prefiero estar en esta tormenta de mierda contigo que vivir con ella.
—Oye. Tu lenguaje —la regaño juguetonamente.
Ella pone los ojos en blanco, pero empiezo a ver el cariño que hay detrás
del gesto. La comodidad. Confía en mí, me lo haya ganado o no.
—Solo te digo que sé que no tengo muchas opciones —continúa ella—. No
es como si hay gente golpeando la puerta para venir a cuidarme. Pero aun
así... aunque la hubiera, te elegiría a ti, B. Y si amas a Nikolai, entonces yo
puedo con esto. Pero sólo si él es bueno contigo.
Me tiembla la barbilla mientras hago todo lo posible por contener el
torrente de lágrimas que amenaza con salir. Pero solo soy humana, y era una
batalla perdida desde el principio. Unas lágrimas silenciosas resbalan por
mis mejillas y Elise vuelve a resoplar.
—Eres como una magdalena —dice.
—No todos podemos ser tan duros como tú.
Se encoge de hombros.
—Las dos somos duras. No tuvimos elección. Mamá era un desastre. Las
dos perdimos a nuestros padres. O nos hacíamos fuertes o nos dejábamos
vencer.
Ahí está, el sabor amargo de ese viejo engaño. Pero este es suave por la
exposición constante. Me he acostumbrado. Porque así es mejor que la
sensación de asco que me produciría ver a Elise luchar con la verdad. Ver
que sepa una y otra vez que su padre está ahí fuera, viviendo libremente, y
que eligió no tener nada que ver con ella. Prefiero que piense que no tuvo
elección a que sepa que él se eligió a sí mismo antes que a ella. Un solo
padre egoísta es mejor que dos.
Es mejor para ella creer que él está muerto.
—Sí, supongo que sí —digo—. Pero nos tenemos la una a la otra.
Ella arruga la nariz pero no puede evitar sonreír.
— ¡Asco! Qué cursi.
—Pero no significa que no sea verdad —digo y la atraigo hacia mí para
darle otro abrazo y un beso en la cabeza húmeda. Huele a fresas—. Estás
pegada a mí.

C , Nikolai está tumbado en mi cama.


Tiene las piernas estiradas, cruzadas por los tobillos. La camisa ligeramente
levantada, mostrando una fina franja de su piel bronceada del abdomen. Es
la encarnación del placer. El pecado envuelto en unos vaqueros bien
ajustados y una imagen de chico malo.
Si no estuviera tan cabreada con él, le saltaría encima.
—Tú —siseo. Estoy demasiado cansada para hacer que suene tan cruel
como me gustaría.
Él me mira con una ceja perezosamente arqueada. Me fijo en el vaso llano
que tiene en la mano. El líquido ámbar que contiene se agita cuando se
vuelve hacia mí.
— ¿Se han reconciliado y se han vuelto de nuevo amigas?
Tengo la cara hinchada. Cada vez que lloro, se me enrojecen los ojos y se
me mancha la piel durante horas. Me froto los ojos.
—Estas son lágrimas de felicidad, gilipollas. Porque, a pesar del daño que
has causado, he conseguido arreglar las cosas con mi hermana.
Nikolai se incorpora, tan imperturbable como siempre.
—Genial. Así que estarás bien para ir a la costurera conmigo mañana.
De todas las cosas que esperaba que dijera, esa no era una de ellas. Tardo
unos segundos en procesar lo que ha dicho.
— ¿Quieres ir a una... costurera?
—‘Querer’ es una palabra fuerte. Pero dado que tendrás que llevar un
vestido de novia en nuestra boda, no hay mucho donde elegir.
Parpadeo.
— ¿Hablas en serio?
— ¿Parece una puta broma? —Pregunta—. Porque no tendría mucha
gracia.
Nikolai luce relajado como nunca lo había visto antes. El alcohol parece
haberle calmado la ira. Debería hacerme sentir mejor, pero en lugar de eso,
estoy nerviosa.
Prefiero al diablo que conozco que al diablo que no conozco.
— ¿De verdad crees que voy a seguir adelante con esta boda? ¿Después de
que me propusieras matrimonio con esa excusa de mierda y traumatizaras a
mi hermana echándole encima todo nuestro lastre sin avisarle?
Él resopla.
—Pero ella está bien.
—No me digas que está bien cuando ni siquiera la conoces.
Sus ojos vidriosos se entrecierran.
—Te conozco a ti, Belle Dowan. Y si tu hermana no estuviera bien,
seguirías allá hablando con ella.
Vale, tengo que concederle esa. Tiene razón.
Pero eso no cambia nada. En todo caso, lo empeora todo.
—Tal vez ella esté bien —admito—. Pero yo no.
— ¿Necesitamos terapia de pareja antes incluso de ser pareja?
—Lo dices como si no fuéramos dos de las personas más jodidas del
planeta. Teniendo en cuenta que intentas obligarme a casarme, yo diría que,
como mínimo, necesitamos terapia.
—Vale —reflexiona— para cuando hagamos el vestido, la comida del
banquete, las esculturas de hielo, la fiesta y la luna de miel, me temo que no
tendremos tiempo para terapia.
Me está tomando el pelo. Jugando conmigo. Se niega a elevarse a mi nivel
de ira.
Y me está volviendo loca.
Esa debe ser la razón por la que cruzo la habitación furiosa y le quito la
bebida de la mano de un manotazo.
— ¡Hablo en serio, Nikolai! Deja de hacer de gilipollas y habla con...
De repente, Nikolai se pone en pie, me agarra de la muñeca y me hace girar.
Me aprieta contra el colchón y se cierne sobre mí, con la rodilla metida
entre mis piernas. Todo sucede entre el lapso de un parpadeo y el siguiente.
—Perdiste la oportunidad de colaborar conmigo —gruñe suavemente sobre
mi cara, con un aliento rico en whisky—. Yo me ocupé de ti y de tu
hermana en todo momento, y tú me traicionaste. Elegiste trabajar con mi
enemigo. Elegiste correr voluntariamente a los brazos de alguien que nos
quería muertos a los dos.
—Pero yo no sabía...
—Exactamente —interrumpe él—. No lo sabías, Belle. Tú no sabes nada.
No sabes cómo es mi mundo, no sabes de lo que yo soy capaz, y seguro que
no sabes qué clase de peligros te esperan ahí fuera. Tú no sabes una puta
mierda.
Con cada palabra que sale de su boca, se me escapa la rabia. Está enfadado,
pero debajo hay un hilo de sinceridad que nunca antes había oído de él. Una
tensión ahogada que rara vez he visto.
No sé qué pensar.
—Cuando tienes la libertad de elegir por ti misma, eliges mal, una y otra
vez. Te vas y casi te... —Exhala un suspiro frustrado—. Así que esta vez no
tienes elección. Nos vamos a casar.
— ¿Y no te molesta que sea contra mi voluntad? —exclamo.
—Entre darte libre albedrío y mantenerte con vida, elijo mantenerte con
vida.
Aunque Nikolai se cierne sobre mí, hay una distancia intencionada entre
nuestros cuerpos. Podría clavarme a la cama con sus caderas, clavar su
rodilla contra mi sexo dolorido y hacerme delirar de lujuria. Pero parece
hacer estar haciendo un esfuerzo consciente para no tocarme más de lo
necesario.
No sé si es por su bien o por el mío.
—Vale, hoy... quieres mantenerme viva. ¿Pero qué pasará cuando eso
cambie? ¿Se supone que debo confiar en que mi seguridad seguirá siendo tu
prioridad?
Sus ojos grises recorren mi rostro. Lo siento como un contacto físico.
—Te dije incluso antes de Islandia que cuidaría de ti y de Elise. Y lo he
hecho —dice—. Te juro ahora mismo que seguiré haciéndolo mientras viva.
Nadie podrá detenerme. Ni siquiera tú.
Lo miro fijamente, sin hablar. Nikolai me devuelve la mirada. Me mira a los
ojos y sé que habla en serio. Sé que es el juramento más solemne que ha
hecho nunca. Sé que siente con fuerza cada palabra.
Y esa fuerza me mantiene pegada al colchón, incluso después que Nikolai
se levanta y se dirige a la puerta.
Oigo cómo la abre. Espero a que se cierre, pero no lo hace. En su lugar,
escucho su voz.
—No tienes por qué tenerme miedo, Belle.
Pero ahí es donde se equivoca. El corazón me retumba en el pecho, las
manos me tiemblan de nervios y deseo. Todo mi cuerpo sufre un
cortocircuito por su culpa. A pesar de todo lo que ha pasado y de todo lo
que él ha hecho, Nikolai tiene un control ineludible sobre mi cuerpo, mi
mente, mi alma.
Si. Yo debería estar muy, pero muy asustada.
Y lo estoy.
Entonces la puerta se cierra y me quedo sola.
15
NIKOLAI

Elise está en la cocina cuando bajo a la mañana siguiente.


—Te has levantado temprano —digo. Observo la taza que tiene delante y
me inclino para echar un vistazo—. ¿Café? ¿Tu hermana lo aprueba?
—Tengo catorce años, no cuatro.
Levanto las manos.
—Como quieras —digo. Me sirvo una taza para mí y me acomodo en el
asiento de enfrente—. ¿Y bien?
— ¿Y bien qué? —rebate ella.
—Te has levantado casi de madrugada y estás en mi cocina. Está claro que
tienes algo que decirme.
—No, no es así.
—Si querías hablar conmigo, podías haber venido a mi despacho cuando
quisieras. No hace falta que pierdas el sueño.
Se mira las manos cruzadas, un indicio de los nervios que se esfuerza por
ocultar.
—Mi hermana tiene razón: eres un sabelotodo.
Me río entre dientes y bostezo.
—Culpable.
—Pero ella también es una sabelotodo. Sois el uno para el otro. Los dos
pensáis que siempre sabéis lo que es mejor para los demás.
—Sólo uno de nosotros tiene razón —digo.
—Solo quiero que seas más amable con ella —suelta Elise—. Si vas a
casarte, tienes que ser amable.
Lo medito, dando un sorbo a mi humeante café. Luego la miro a los ojos.
—Yo cuidaré de ella —digo finalmente—. Y de ti.
Ella frunce el ceño.
— ¿En qué se diferencia eso de ser amable?
—Porque ser amable con tu hermana no funciona. Si yo hubiera sido
amable con ella, ella seguiría trabajando para el jefe que intentó abusar de
ella. Dos veces.
—Lo sabía —sisea Elise, sacudiendo la cabeza—. Le dije que Roger era un
cabrón, pero ella no me escuchó. Cuando renunció, supe que algo había
pasado, pero ella no quiso decírmelo.
—Genial. Estará encantada de que yo te haya informado.
—No, está bien —dice Elise—. Necesito saber estas cosas.
—No, no lo necesitas. Ese es mi punto. El trabajo de tu hermana es
cuidarte, así que ella lo hace lo mejor que puede. Y a veces, eso significa
que te mantiene en la oscuridad y toma decisiones por las dos. Eso es lo que
yo tengo que hacer por ella.
—No soy una niña —refunfuña.
—No se trata de ser una niña. Se trata de tener la información adecuada
para tomar una buena decisión. Aún no lo sabes todo sobre el mundo. Ni
deberías saberlo. Porque sigues siendo una niña, te guste o no. Y tu
hermana aún no lo sabe todo sobre mi mundo.
— ¿El mundo Bratva?
Asiento con la cabeza.
—Es un lugar violento. Por eso me veo obligado a tomar decisiones en su
nombre.
—Pero no casarse, ¿verdad? —Pregunta—. ¿No la estás obligando a eso?
Frunzo el ceño.
— ¿Qué te ha dicho tu hermana?
Elise se muerde el labio inferior durante un segundo y, en ese breve
instante, se parece tanto a Belle.
—Ella dice que te ama.
Mantengo una expresión neutra, aunque el pecho se me revuelve de
emoción contenida.
—Ya veo.
—Pero que ella crea que te ama no significa que sea verdad —suelta
entonces Elise—. He visto a mi madre ‘amar’ a muchos gilipollas a lo largo
de mi vida. El amor no significa felicidad, aunque sea real. No significa que
todo saldrá bien al final. No significa una mierda.
Me reclino en la silla y la estudio.
—La gente como nosotros... no tenemos ninguna razón para creer que algo
funciona. No después de cómo nos criaron. Por eso luchamos tanto para
proteger a la gente de nuestras vidas. Por eso tú trabajas tan duro para
asegurarte de que tu hermana esté a salvo conmigo.
— ¿Y lo está?
—Lo está —le aseguro—. Y tú también. Haré lo que sea necesario para
cuidar de las dos. No importa lo mucho que os quejéis por el camino.
Elise pone los ojos en blanco.
— Hazte el duro todo lo que quieras, Nikolai. Pero tú y mi hermana os
parecéis más de lo que crees.
— ¿Qué significa eso?
—Que tú también eres una magdalena.
— ¿Disculpa?
—Ya me has oído —responde ella, completamente imperturbable. Se
levanta y desliza la taza aún llena hacia el centro de la encimera—.
Además, el café es asqueroso. No sé por qué la gente lo bebe.
Elise sale de la cocina con la cabeza bien alta.
No puedo evitar sonreír.

B increíble en su vestido de novia.


Pero no soy el único que lucha por no tocarla.
Mi costurera habitual, Beatrice, tuvo que ausentarse por una emergencia
familiar. Hizo que su hijo la sustituyera. Y a Matteo, quien tiene poco más
de veinte años, más cerca de la edad de Belle que de la mía, parece que
también le gusta cómo le sienta el vestido blanco de encaje. Especialmente
el panel transparente que va de la cadera a la rodilla, el cual él acaricia una
y otra vez como si fuera a pasar de moda.
—Mi madre me enseñó todo lo que sabe. No te preocupes; sé cómo tratar a
las cosas bonitas —murmura, mirando a Belle mientras lo dice—. Soy muy
hábil con las manos. ¿Has pensado en ser modelo, Bella?
Belle se ríe.
—Sí, claro. Ni siquiera puedo andar con tacones sin que se me tuerzan los
tobillos. Me caería de la pasarela.
Ahora me estoy cuestionando mi elección del diseño. Debería haberle
comprado una parka como vestido de boda. Este vestido de encaje de cuello
bajo con paneles transparentes y aberturas podría ser para usar en el
dormitorio después de la ceremonia. Un par de ojos extra sobre ella ya es
suficiente para hacerme hervir la sangre.
Ella me pertenece.
—Sólo digo que lucirías natural —continúa el diciendo—. Te pagarían por
ser guapa y tumbarte en una cama o en un yate todo el día. No está mal,
¿verdad? —Pregunta y le guiña un ojo—. Ni siquiera tengo una novia para
quien comprar, y apuesto a que estaría tentado de comprar cualquier cosa
que tú vendieras.
—Por el amor de Dios —gruño, echando la silla hacia atrás de una patada
mientras me levanto.
Matteo me presta atención como si se hubiera olvidado de que estoy aquí.
Belle se vuelve hacia mí al mismo tiempo.
—No, Nikolai. No pasa nada.
—Son muchas cosas —gruño—, pero no está bien.
Me vuelvo hacia él.
—Le estás ajustando el vestido de novia, idiota. ¿Tengo que inclinarla sobre
tu máquina de coser para que entiendas a quién pertenece?
— ¡Ey! —dice Belle bajando de la plataforma y acercándose a mí—. No
creo que sea necesario. Nada de esto es necesario, en realidad.
—Yo diría que es muy necesario. Le estoy pagando para que haga su
trabajo y él está pensando en mi mujer en lencería.
—Prometida —corrige Matteo, porque al parecer, es aún más imbécil de lo
que pensaba.
Un gruñido bajo y peligroso retumba en mi pecho.
—Estás subestimando lo cerca que estoy de meterte esos alfileres por la
garganta.
—Él no me interesa —dice Belle en voz baja—. Sólo hace su trabajo.
Matteo se mueve inquieto por encima del hombro de Belle. Le fulmino con
la mirada.
—Coge el teléfono y llama a tu madre —le digo—. Dile que te has ligado a
la prometida de Nikolai Zhukova. A ver qué dice.
Frunce el ceño, confuso.
— ¿Quieres que llame a mi madre?
—Quiero que ella te explique lo mal que la acabas de cagar —le digo—. Y
quiero que aprecies lo generoso que estoy siendo al darte una segunda
oportunidad.
Matteo se encoge de hombros y entra en el pequeño despacho que hay junto
a la zona de trabajo principal. Le oigo susurrar italiano a toda velocidad. No
tarda en surtir el efecto deseado. Cuando vuelve a salir, prácticamente se
inclina ante mí, y cuando habla, su tono es rígido y formal.
—Siento mucho haberle causado molestias, Sr. Zhukova —dice y se vuelve
hacia Belle, sin siquiera mirarla a los ojos—. Y a usted señora...
—Srta. Dowan —le corrige Belle.
Él asiente y continúa.
—Srta. Dowan, lamento mi comportamiento. Perdóneme.
—Perdón. Interesante concepto —musito. Siento que el cuchillo de mi
cadera brilla al rojo vivo. Hombres han muerto por menos de lo que este
mudak ha hecho hoy. No tengo miedo de derramar su sangre sobre el bonito
vestido de Belle para darle una lección. Puede que él no lo haya visto antes,
pero a juzgar por la palidez de sus mejillas, ahora si lo entiende: No soy
hombre para juegos.
—Señor, señor —gimotea—. Por favor, no...
—Dejemos que Belle decida, ¿vale? —le interrumpo.
Los dos nos volvemos hacia ella al unísono. Belle está a mi lado, como la
reina que es. Por un momento, me pregunto si va a hacer lo impensable y
me dejará por este gilipollas.
Entonces asiente imperiosamente, sólo una vez, y dice:
—Estás perdonado. Pero que no vuelva a ocurrir, Matteo.
Me muerdo una sonrisa. ¿Quién lo habría imaginado? A Belle Dowan le
gusta el poder, después de todo.

C , Belle se muerde el labio, incómoda.


—No tenías por qué hacer eso ahí atrás. Ese tipo sólo estaba coqueteando
—dice en voz baja.
—Estaba siendo un gilipollas.
—Estoy acostumbrada.
Odio la resignación en su voz. Odio que aún no vea el poder que podría
tener. Que siga viviendo como la pequeña niña encerrada en el armario
oscuro, escondiéndose de sus monstruos, cuando el maldito mundo entero
está al alcance de su mano.
—Te estaba incomodando. No deberías estar acostumbrada a eso.
— ¿Por eso lo hiciste? ¿O fue porque te estaba poniendo celoso?
Aprieto el volante con fuerza.
—No me gusta compartir.
—Claro —se burla—. Porque soy tuya.
—Uno de estos días, dirás eso y lo dirás en serio —digo. Mi polla salta al
pensarlo. Por el sabor que tendrán las palabras cuando las bese en sus labios
—. Gritarás esas palabras como una plegaria, rogándome que posea cada
centímetro de ti.
Belle suelta un suspiro tembloroso. Sus muslos se aprietan y quiero
apartarme a un lado de la carretera y arrastrarla hasta mi regazo. Quiero
tomarla aquí y ahora. Quiero llevarla al borde del éxtasis hasta que me
suplique que le dé lo que quiere, lo que necesita.
Miro por el retrovisor, intentando calcular cuántos testigos tendrá nuestro
pequeño espectáculo. Sólo estamos a dos manzanas de la casa, así que es
una zona residencial. No hay nadie más en las aceras, y sólo hay un coche
en la carretera detrás de nosotros.
Un sedán azul oscuro de cuatro puertas con una etiqueta de proximidad
pegada al parabrisas.
Freno de golpe.
Belle grita y se rodea el estómago con un brazo. Alrededor de nuestro bebé.
— ¿Qué demonios estás haciendo, Nikolai? —dice.
—Quédate en el coche —gruño, metiendo la mano en la consola central y
cogiendo mi pistola—. Nos están siguiendo.
16
BELLE

Nikolai se va antes de que pueda hacer alguna pregunta. Me doy la vuelta


asustada y lo veo caminar por la carretera hacia un coche azul oscuro que
viene detrás de nosotros. No puedo distinguir con exactitud quién va en el
asiento del conductor, pero está claro que es un hombre.
—No —susurro. Me tiemblan las piernas de nervios y adrenalina—. Vuelve
al coche, Nikolai. Vámonos. No hagas esto.
Si nos están siguiendo, tiene que ser por Xena. Son los griegos o los
Battiatos. Miro a mi alrededor para ver si hay algún otro movimiento en la
calle. Tal vez sea una trampa. Tal vez es una emboscada, y Nikolai está
caminando hacia su muerte.
Estamos tan cerca de casa. Puedo ver el tejado de la mansión de Nikolai
asomando por encima de la arboleda. ¿Debería arrastrarme al asiento del
conductor e ir a buscar ayuda? Pero él me dijo que me quedara aquí.
Discuto conmigo misma y miro, inmóvil, por la ventanilla trasera mientras
Nikolai se acerca cada vez más al coche que tenemos detrás.
Está casi en la puerta del conductor, con la pistola preparada. A medida que
se acerca, el coche azul oscuro da un bandazo hacia delante, intentando
interponerse entre nuestro coche y el cuerpo de Nikolai.
Grito justo cuando Nikolai levanta la pistola y apunta a la ventanilla
delantera. El coche se detiene bruscamente.
—Dios mío —grito. El corazón me late con fuerza en el pecho. Estaba
segura de que iba a ver cómo atropellaban a Nikolai delante de mí.
Pero entonces Nikolai abre la puerta y saca al conductor del coche con una
mano, mientras con la otra sujeta la pistola. Mueve la boca, pero no oigo
nada.
Todo lo que puedo pensar es: No está muerto. Está vivo. Estamos bien.
Nikolai comienza a arrastrar al hombre por la acera y a través de las puertas
delanteras de su propiedad. El tipo es más pequeño que Nikolai, por lo
menos por una cabeza, aunque un poco más redondo. Es corpulento y calvo.
Pero nada de eso significa que no sea una amenaza.
Sin pensarlo, salgo del coche.
—Te he dicho que no te muevas —me ladra por encima del hombro.
Está claro que el hombre no se resiste. Atraviesa la verja de buena gana y
deja que Nikolai lo conduzca al cobertizo de seguridad que hay a la derecha
del camino de entrada.
—Sal de aquí, Belle —me ordena Nikolai por encima del hombro.
Yo niego con la cabeza.
—Me quedo.
—No le haré daño —promete el hombre—. Ni a ella ni a nadie.
Nikolai le da una patada en la parte posterior de las rodillas y lo empuja
hacia una esquina.
—No quiero problemas —gimotea el hombre.
— Entonces elegiste al tipo equivocado para seguir —dice Nikolai, da un
paso adelante y coloca la pistola bajo la barbilla del hombre—. ¿Para quién
trabajas?
El hombre tiembla. Tiene los ojos entrecerrados y la frente perlada de sudor.
—Soy un contratista independiente.
— ¿Un mercenario?
El hombre arruga la frente.
— ¿Un merce...? No. No. Soy un detective. Un investigador privado.
— ¿Quién te ha contratado? —le pregunto.
Nikolai se tensa al oír mi voz, pero deja pasar la pregunta.
—Estoy obligado por contrato a no decirlo —dice, realmente arrepentido de
negarlo—. Es parte del trabajo. No debo revelar quiénes son mis clientes.
—Y se supone que tu cerebro no debe estar fuera de tu cráneo —interviene
Nikolai—. Así que te dejaré elegir qué obligación te parece más importante
en este momento.
El investigador gime y deja caer la cabeza sobre las rodillas.
—Joder.
Me acerco por detrás y susurro a su oído.
—Nikolai, este tipo no parece un soldado. Está aterrorizado. Tal vez... tal
vez esto es algo más.
Nikolai vuelve a empuñar el arma y la clava con más fuerza bajo la parte
blanda de la barbilla del hombre.
—Nunca lo sabremos a menos que empiece a hablar. Porque voy a apretar
el gatillo en cinco, cuatro, tres...
—Howard Schaffner —grita el hombre, con los ojos cerrados.
Nikolai arquea una ceja y niega con la cabeza.
—Nunca he oído hablar de él. Tres, dos...
— ¡Espera! —agarro a Nikolai por la parte de atrás de la camisa—. ¿Qué
dijiste? Repite ese nombre otra vez.
El hombre abre los ojos y me mira. Tiene la frente manchada de sudor y
está mortalmente pálido.
—Howard Schaffner. Es quien me contrató. Tengo su nombre y un único
número de teléfono. Eso es todo. Así que si esto es alguna cosa rara en la
que él está enredado, yo no sé nada al respecto, ¿vale? Déjeme ir y no diré
ni una palabra. Saldré de aquí y olvidaré sus caras. Pero no me matéis por
favor.
Nikolai sigue sujetando al hombre, pero se vuelve a mirarme.
— ¿Sabes de qué está hablando?
—Suéltalo —digo, asintiendo.
Los ojos de Nikolai recorren mi cara durante unos largos segundos,
buscando respuestas. Luego deja caer al sudoroso hombre al suelo, y
retrocede.
Yo trago saliva.
— ¿De qué conoces a Howard Schaffner? —le pregunto al hombre.
Aunque la pistola cuelga del costado de Nikolai, el hombre mantiene las
manos en alto, donde podemos verlas.
—Yo no le conozco. Ni siquiera lo he visto; sólo he hablado con él por
teléfono. Él encontró mi número en algún sitio y me contrató para trabajar
para él. Y me pagó un buen dinero por ello.
Aprieto la mandíbula. Por lo visto, ha ganado dinero desde la última vez
que lo vi. Bien por el puto Howard Schaffner.
— ¿Qué te pidió que hicieras?
—Que te siguiera —responde el tipo, inclinando la cabeza para indicarme
—. Y a tu hermana. Belle y Elise Dowan fueron los nombres que me
dieron.
Se me revuelve el estómago al oír el nombre de mi hermana en boca de este
desconocido. Nikolai se pone rígido y su cuerpo se desplaza aún más
delante de mí, de modo que miro al hombre justo por encima del bíceps de
Nikolai. Siento el impulso de hundirme contra la piel de Nikolai, de sentir
su calor contra mí.
En lugar de eso, me mantengo erguida y echo los hombros hacia atrás.
— ¿Cuánto tiempo llevas siguiéndonos?
—Unas semanas. Empecé en Oklahoma City. Pude rastrear el avión privado
en el que viajasteis a Nueva York. Pero os perdí la pista hasta que vi vuestro
nombre en una noticia sobre un accidente de coche. Os seguí hasta aquí, y
desde entonces vigilo para no perder de vista a Elise. Ella es el objetivo
principal.
Objetivo. Es una palabra desagradable y violenta. No puedo evitar dar un
paso adelante. Lo único que me detiene es el brazo de Nikolai alrededor de
mi cintura.
— ¡Mi hermana no es el maldito objetivo de nadie! Déjala en paz.
El tipo asiente.
—Créeme: después de esto, no quiero el puto dinero. Nadie me ha apuntado
nunca con una pistola.
—Haré algo mucho peor que apuntarte si amenazas a mi prometida —gruñe
Nikolai.
El hombre levanta las manos por encima de la cabeza.
— ¡Nadie quiere amenazar a ninguno de vosotros! Howard sólo quiere
hablar. Eso es lo que me dijo. Dijo que era familia.
— ¿Quién coño es el tal Howard? —Me pregunta Nikolai—. ¿Lo conoces?
Asiento con la cabeza.
—Sí. Más o menos. Quiero decir... lo conocí. Hace años que no lo veo. No
desde que tenía diez u once años, probablemente. Ha pasado una eternidad.
Puede que ni siquiera sea él. Podría ser una trampa.
— ¿Quién es? —presiona Nikolai.
Me muerdo el labio. Las mentiras tienen una forma extraña de volver. De
revelarse, lo queramos o no.
—Elise va a odiarme —susurro en voz baja—. Nunca me perdonará que le
haya mentido.
Nikolai no pierde de vista al hombre, pero se vuelve hacia mí. Su mano me
aprieta la cadera. Su fuerza tranquilizadora es lo único que me mantiene en
pie.
— ¿Quién es, Belle?
—Howard Schaffner es el nombre de su papá —digo, sacudiendo la cabeza
—. Pero yo le dije que estaba muerto. Se lo he dicho toda su vida. Me
odiará, Nikolai. Me odiará por completo.
Las lágrimas me queman el fondo de los ojos. No ayuda que Nikolai me
acerque tiernamente a su lado. Luego se vuelve hacia el hombre que sigue
acobardado en el suelo.
—Nadie va a dispararte —le asegura—. Siempre y cuando me des la
información de contacto de Howard Schaffner. Creo que llegó la hora de
una pequeña reunión familiar.
17
BELLE

—Odio mentirle —gimoteo.


—Demasiado tarde para eso —dice Nikolai—. No habrías tenido que
mentir hoy si le hubieras dicho la verdad desde el principio.
Me aparta la mano de la boca. Prácticamente me he mordido todas las uñas,
pero no puedo dejar de arrancármelas. Es un hábito horrible, que creía
haber abandonado.
Hasta hoy, cuando le he dicho a Elise que se quedara en su habitación unas
horas para yo poder pensar qué demonios voy a hacer.
— ¿Estamos en peligro o algo así? —preguntó ella.
—No. Es sólo una reunión muy importante. Uno de los mayores socios de
Nikolai.
—No queremos distracciones —añadió Nikolai—. Quédate aquí.
Vendremos a buscarte cuando hayamos terminado.
Elise parecía preocupada cuando nos fuimos, pero no me cuestionó. Confía
en mí, a pesar de todo. Y yo estoy usando esa confianza para mantenerla en
la oscuridad.
Estoy cada vez más segura de que soy una mala persona.
Dejo caer mi cara entre mis manos.
—Intentaba protegerla. Nos abandonó. La abandonó. No quería que ella se
sintiera abandonada.
—Pero ella fue abandonada —me dice Nikolai.
Me giro hacia él, con los ojos entrecerrados.
— ¡Pero ella no necesitaba sentirlo! Era una niña pequeña. Y nuestra madre
ya era un desastre. Yo no quería que ella pensara que todos los adultos del
mundo eran monstruos egoístas y desalmados.
—Pero todos los adultos son egoístas y desalmados...
—No eres de mucha ayuda —murmuro.
—No estoy tratando de ser útil, estoy siendo honesto. Deberías aprender la
diferencia.
Me levanto y camino hacia el sofá.
—Si quieres darme una lección, hoy no estoy de humor.
Nikolai se reclina en su sillón.
—Cuando se trata de darte lecciones, yo ya he aprendido las mías. No voy a
perder el tiempo.
Me giro hacia él. Toda la tensión de la mañana empieza a condensarse en
mi pecho. Una bola tensa de ansiedad que necesito que afloje o estalle,
porque su presión me está matando.
— ¿Podrías tomarte esto en serio, por favor? —suelto—. Sé que no se trata
de tu Bratva ni de los griegos. Puede que no sea de vida o muerte como tú
estás acostumbrado, pero se trata de mi vida y la de mi hermana. Es
importante para mí.
—Es por eso que estás enloqueciendo.
— ¡No estoy enloqueciendo! —Grito, desvirtuando por completo mi
argumento—. Pero estoy a punto de conocer a un hombre que podría
arruinar mi relación con mi hermana, y tú estás sólo...
—Distrayéndote hasta que él llegue.
Frunzo el ceño y miro fijamente a Nikolai mientras una sonrisa de
satisfacción desvía la comisura de sus labios hacia arriba.
—Tú estás... ¿estás intentando distraerme?
—Y teniendo en cuenta que por fin has dejado de destrozarte las uñas, diría
que lo estoy consiguiendo.
Me cruzo de brazos y no consigo sentirme ni una pizca tan molesta como
quisiera.
—Tu confianza es infinitamente frustrante, ¿sabes?
Nikolai se levanta y cruza la distancia que nos separa. Sus anchos hombros
bloquean la puerta y el resto del mundo. Él es lo único que existe en este
momento.
—Estoy aquí contigo, Belle —respira—. No tienes nada de lo que
preocuparte.
Una pequeña parte de mi cerebro quiere discutir con él. ¿Qué haré cuando
Elise descubra que le mentí? ¿Y si Howard la quiere de vuelta? ¿Y si me
odia para siempre?
Pero una parte mayor de mi cerebro, la parte que Nikolai ha invadido por
completo y para siempre, se limita a asentir, segura de que tiene razón.
¿Cómo pueden ir mal las cosas cuando él está aquí conmigo? No pueden.
No lo harán.
Él está conmigo.
—Ahora estás lista —pronuncia.
Luego gira para colocarse a mi lado, justo cuando Howard Schaffner entra
por la puerta.
El hombre tiene el mismo pelo rubio que Elise, aunque sus sienes se han
vuelto blancas desde la última vez que lo vi. También se ha dejado la barba.
Es completamente blanca. Pero sigo distinguiendo los mismos pómulos
altos de Elise. Los mismos ojos verdes que me miran con cierto temor.
— ¿Howard? —pregunta Nikolai en un tono áspero que hace que el
momento se abra de par en par. Prácticamente me sacudo para salir del
trance. Por la forma en que Howard parece tambalearse cuando sus ojos
pasan de mí a Nikolai, creo que él también lo ha notado.
—Howard Schaffner —dice y extiende la mano, pero Nikolai no la coge. Al
cabo de un segundo, él dobla los dedos contra la palma y vuelve a meterse
las manos en los bolsillos.
—Las manos donde podamos verlas —le ladra Nikolai.
Él las vuelve a sacar.
—Sí. Claro. No voy armado ni nada. No tienes que preocuparte por mí.
—Enviar a un investigador privado a seguirnos no es exactamente decir
‘solo me ocupo de mis asuntos’ —digo. Hay más veneno en mi voz del que
pretendía, pero no puedo evitarlo. Demasiadas emociones para nombrarlas
están aflorando bajo mi superficie y no tengo la energía ni la fuerza para
mantenerlas a raya. Puede que Nikolai sea capaz de ocultar todos los
sentimientos, pero yo no. Nunca lo he hecho.
Howard agacha la cabeza.
—Lo sé. Lo siento. Tengo lo mejor que mi dinero puede comprar. Que no
está ni cerca de ser lo mejor. Pero Chris te encontró. Supongo que ahora
tendré que dejarle una crítica de cinco estrellas. Si es que se dejan reseñas
para los investigadores privados, claro. Supongo que no conozco el
protocolo.
Incluso con once años, sabía que era extraño que alguien como Howard
estuviera con mi madre. Él era... normal. La mayoría de sus novios me
trataban como a una cucaracha arrastrándose por el suelo. Curvaban el labio
superior cuando me atrevía a salir de mi habitación y nunca querían que
fuera con ellos a ninguna parte.
— ¿No puede quedarse en casa la mocosa? —Le decían a mi madre—. Este
lugar no es para niños.
Nunca supe de qué ‘lugar’ hablaban porque mi madre siempre decidía que
ellos tenían razón.
—Puedes quedarte aquí, Belle —decía dándome palmaditas en la cabeza
como si me estuviera dando un premio—. Eres una niña grande.
Pero Howard era diferente, siempre me incluía. Elegía el restaurante con
lugar de juegos para que yo pudiera gatear por un laberinto de tubos de
plástico mientras ellos comían. Y cuando era mamá quien no me dejaba
acompañarles, siempre se aseguraba de traerme algo de comer.
Cuando mamá se quedó embarazada de Elise, deseé que Howard también
fuera mi padre.
Entonces él se fue.
— ¿Cómo sé que eres quien dices ser? —le pregunté.
— ¿Luzco tan diferente? —me pregunta. Cuando mi expresión no cambia,
él hace una mueca—. Supongo que me gusta pensar que no he cambiado
tanto.
Aparte del pelo blanco y el relleno de más en la cintura, parece más o
menos el mismo. Pero quiero con desespero que sea falso. Ahora mismo,
prefiero que sea un truco de Xena a que sea real.
Nikolai hace una mueca.
—Está diciendo que no te conoce. Identifícate.
—Claro. Por supuesto —acepta Howard y flexiona las manos
nerviosamente, pensando. Luego se palpa el bolsillo del pantalón—. Mi
billetera. Tengo mi cartera. ¿Puedo sacarla?
Nikolai asiente y Howard saca la cartera. Me enseña el carné de conducir.
Es un carné de Oklahoma con una foto sobreexpuesta de un hombre que
claramente es Howard. Su nombre completo está impreso a un lado:
Howard Ethan Schaffner.
Aun así, niego con la cabeza. No porque no le crea, sino porque no quiero
creerle.
—Dime algo sobre mi hermana.
— ¿Elise? —dice y se pasa una mano por el pelo, con la espalda encorvada.
Entonces se le ocurre una idea. Me mira—. ¿Es alérgica a la canela? Eso me
viene de familia.
Me estremezco. Cuando come un rollo de canela, se le hinchan ligeramente
los labios. Se comió dos rollos y medio antes de la última foto del colegio.
Más fácil que rellenar los labios, bromeó ella entonces.
—Y ¿estornuda cuando mira al sol? —añade luego—. Si es así, también lo
heredó de mí. Es algo genético.
Aprieto los puños a los lados.
—No hagas suposiciones. Dime algo que de verdad sepas.
Lo pillé. Porque él no conoce a Elise. Apenas la conocía cuando se fue. Ella
tampoco lo recuerda. Él no sabe absolutamente nada de ella.
Howard frunce el ceño y las cejas en señal de concentración. Luego su
rostro se suaviza y me sonríe.
—Tú solías dibujar casitas.
El aire parece salirse de la habitación.
No puedo respirar. No puedo moverme. Me quedo mirándole.
—Las dibujabas con lápices y, cuando se te acababan, usabas el maquillaje
de tu madre. Ella odiaba eso —sonríe al recordar—. Una vez te compré un
paquete de lápices de colores y eso la enfadó mucho. Dijo que ibas a dibujar
por todas las paredes, pero le dije que eras demasiado mayor para eso.
Tiene once años, Melinda. Creo que puede controlarse. Recuerdo que dijo
esas palabras exactas. Me sentí tan grande en ese momento. Tan visible.
Todavía puedo recordar la forma en que Howard puso los ojos en blanco al
ver a mi madre y luego me guiñó un ojo conspirador.
Pero ahora, el recuerdo me revuelve el estómago.
—Que más —suelto.
Howard suspira.
—Vamos Belle. Soy yo. Tienes que acordarte de mí.
—Yo no tengo que hacer nada. Yo no soy el que se fue y abandonó a mi
hija. No necesito ganarme de nuevo la confianza de nadie. Yo sé quién soy
—digo, clavándome un dedo en el pecho—. Soy la hermana mayor de
Elise. Soy la única persona que ha cuidado de ella. Y ahora, ¿quién coño
eres tú?
Nikolai se gira hacia mí.
— ¿Lo reconoces o no?
Sigo mirando a Howard y niego con la cabeza.
—Hazle una prueba de ADN.
—No vale la pena. Si le conoces, averiguaremos qué quiere. Si no, lo mato.
Howard inhala bruscamente.
— ¡Ella me conoce! Tú sabes que ella me reconoce.
Nikolai dirige su atención a Howard.
—Tú no sabes lo que yo sé. Y yo en tu lugar mantendría la boca cerrada,
extraño.
Howard aprieta los labios con fuerza, pero noto que me mira. Su mirada
dice más de lo que podrían decir las palabras. Me está suplicando que le
reconozca, que admita la verdad: que lo conozco y que es quien dice ser.
— ¿Y bien? —presiona Nikolai.
Miro fijamente a Howard, y los segundos parecen estirarse y transformarse.
— ¿Por qué ahora? —Pregunto apretando los dientes—. Te perdiste toda la
vida de Elise. ¿Por qué vuelves ahora a por ella?
—Tu madre me pidió ayuda.
— ¿Estás aquí por mi madre? —Escupo—. ¿Todo este tiempo y ahora
vienes y haces esto por Melinda, no por Elise? Eres un maldito...
—No estoy aquí para ayudar a Melinda.
—Acabas de decir...
—Estoy aquí porque ella me dijo que Elise huyó —explica Howard—. Ella
quería mi ayuda, pero le dije que lo investigaría por mi cuenta. Llevo
pensando en Elise... mucho tiempo. Me preguntaba qué le había pasado. Así
que decidí averiguarlo.
—Qué jodidamente noble de tu parte, ‘decidir averiguar qué le ha pasado’ a
tu propia hija —digo y cruzo los brazos sobre el pecho—. Pues, no puedes
verla.
— ¿Qué? —jadea—. Belle, tú no puedes...
—En realidad, sí puedo —interrumpo—. Porque yo soy la persona que ha
estado pendiente de ella. Yo soy la persona que la alejó de nuestra inútil
madre. Tú sólo eres el maldito gilipollas que la abandonó allí.
—No... No fue así.
—Entonces mírame a los ojos y dime que cuando te fuiste realmente creías
que mi madre sería una buena madre para nosotras —digo. Howard intenta
apartar la mirada, pero yo chasqueo los dedos en su cara y él dirige su
mirada de nuevo a la mía—. ¡Mírame! Mírame a los ojos y dime que de
verdad creías que Elise estuvo bien cuidada todos estos años.
Mueve la mandíbula de un lado a otro y le rechinan los dientes. Luego mira
hacia otro lado.
—Eso es lo que pensaba, joder —gruño, sonando más dura de lo que nunca
supe que podría sonar.
El hombro de Nikolai roza el mío.
— ¿Hemos terminado?
—Sí —escupo—. Hemos terminado.
Nikolai empieza a moverse hacia Howard, empujándolo hacia la puerta.
Howard parece aceptar su destino. No grita ni monta una escena. Pero justo
antes de cruzar la puerta, saca una tarjeta de su cartera y la deja sobre la
mesa junto a la puerta.
—Mi tarjeta —dice por encima del hombro—. Por si cambias de opinión.
Entonces Nikolai le empuja fuera de la habitación.
No quiero tocar la tarjeta. Podría ser radiactiva. Pero también sé que sería
peor si dejara que se quedara allí y Elise la encontrara más tarde. De mala
gana, atravieso la habitación y me la meto en el bolsillo trasero de los
vaqueros.
Justo cuando vuelvo a cruzar la habitación y me dejo caer en el sofá,
Nikolai regresa. Cierra la puerta tras de sí.
—Considerando que ese hombre aún respira, supongo que lo reconociste.
—Sí, lo reconocí —digo y dejo caer la cara entre las manos, masajeando las
sienes con círculos.
— ¿Alguna razón en particular por la que decidiste joderlo?
Levanto la cabeza.
— ¿Desde cuándo estás en contra de joder a la gente? Es tu pasatiempo
favorito.
—Exacto. Es mi pasatiempo favorito —dice—. No el tuyo.
—Quizás estoy cambiando. Suele pasar. La gente cambia todo el tiempo.
—No de fondo —dice Nikolai y me levanta por la barbilla para que le mire
a los ojos—. Y tú, Belle Dowan, en el fondo eres mucha mejor persona que
yo.
Siento calor bajo su mirada. Me muevo nerviosa y luego me doy la vuelta,
incapaz de soportar el picor que crece bajo mi piel.
—Bueno, ese es un listón muy bajo que superar.
Nikolai se limita a sonreírme.
— ¿Qué pasa? —le pregunto—. ¿Por qué me miras de esa manera?
Él se encoge de hombros.
—Por nada. Estoy esperando a que me digas qué es lo que realmente te
pasa.
—Ya has visto lo que pasa. ¿De verdad tengo que explicártelo?
Arquea una ceja, con expresión de suficiencia.
—Basta —gruño—. Deja de mirarme así. Yo... odio eso. Lo odio a él. Te
odio a ti.
Me siento como una niña petulante, pero parece que no puedo parar.
Nikolai sólo se ríe, lo cual es tan exasperante como cualquier otra cosa que
haya hecho.
—Adelante entonces. Estás en racha. ¿Qué más odias?
Me saltan más respuestas a la lengua.
—Odio a ese calvo y sudoroso investigador privado que nos rastreó. Odio a
mi madre por llamar a Howard. Odio a Howard por ayudarla.
Los ojos de Nikolai son dos agujeros negros, que se tragan todo lo que le
doy y exigen más, más, y más.
—Vale. No pares —gruñe—. Sácalo todo.
Cierro los ojos.
—Odio que una parte de mí, que crece por segundos, para que conste, se
sienta mal por rechazar a Howard. Y odio sentirme culpable por mentirle a
Elise y quitarle la oportunidad de conocer a su padre. Y, sobre todo... —se
me atasca la garganta de la emoción. Tengo que respirar hondo varias veces
antes de poder continuar—. Sobre todo, odio no ser la madre de Elise. Odio
que los demás parezcan tener más derechos sobre ella que yo, aunque yo la
quiera más que todos ellos. Odio que me la quiten. Odio lo mucho que odio
eso. Odio lo mucho que me asusta.
Con eso, me quedo sin fuerzas. Me desplomo contra el sofá y me limpio las
lágrimas de las mejillas.
—Elise me llamaría magdalena si oyera algo de eso —digo, levantando mis
cejas hacia él—. ¿Sabes qué es lo más loco de todo? Una parte de mí está
celosa. ¿Puedes creerlo?
— ¿Celosa de qué?
—De Elise. De que Howard haya vuelto por ella —exclamo, sacudiendo la
cabeza—. Estoy celosa de que su padre esté vivo y se preocupe, o al menos
finja que se preocupa, mientras que el mío está muerto y nunca volverá. No
puede volver y estar aquí para mí como Howard puede estar con Elise. ¿No
es ridículo?
Nikolai se encoge de hombros.
—Al diablo si lo sé. No tengo mucha experiencia con los celos.
—Excepto cuando se trata de sastres guapos.
A Nikolai le brillan los ojos.
—Eso es diferente.
—Estoy demasiado agotada emocionalmente para empezar siquiera a
esclarecer ese sentimiento —murmuro.
— ¿Qué hay que esclarecer? —Pregunta Nikolai—. Vives en mi casa, te
cuido, nos vamos a casar. Eres mía, kiska.
— ¿Y es así de simple para ti?
Él asiente.
—Así de simple y sencillo.
Suspiro.
—Ojalá las cosas fueran así de sencillas para mí.
—Pueden serlo.
Nikolai me mira con sus fríos ojos grises. Estoy consciente de que eso es lo
que él considera ternura. Está siendo amable conmigo aunque no tiene por
qué serlo, aunque podría estar enfadado conmigo por haber traído este lío a
su vida cuando ya él tiene mucho más con lo que lidiar.
Quiero apoyar la cabeza en su hombro y cerrar los ojos, pero me obligo a
sentarme y mirarlo.
— ¿Cómo? —Espeto—. No sé cómo puede ser posible.
De repente, Nikolai acorta la distancia que nos separa. Me agarra la barbilla
y me mira a los ojos, mira dentro de mi alma.
—Todo lo que tienes que hacer es darte cuenta de que tú y solo tú forjas tu
destino en este mundo, Belle. No puedes depender de nadie más para que lo
haga por ti.
Parpadeo durante unos tensos segundos.
Luego, antes de que pueda hacer ninguna otra pregunta, Nikolai me suelta y
se levanta.
—Tengo trabajo que hacer. Estaré en mi despacho.
Una vez que se ha ido, me echo hacia atrás y dejo que el sofá me engulla.
Quiero fundirme entre los cojines y desaparecer.
—Averiguar cómo forjar mi propio destino —murmuro a la habitación
vacía—. Diablos ¿Eso es todo?
Luego aprieto la cara contra un cojín y grito.
18
BELLE

Estoy en la cama, mirando al techo durante lo que parecen horas, aunque


puede que sólo sean minutos. El tiempo no parece significar nada a medida
que la noche se alarga, mi cerebro bulle y se agita con los acontecimientos
del día, del pasado y los temores de lo que pueda depararme el futuro.
Cuando ya no aguanto más el silencio, cruzo el pasillo y me asomo a la
habitación de Elise. No sé por qué, porque espero que esté dormida. La
verdad sobre su padre lleva horas dando vueltas en mi cabeza sin saber a
dónde ir y, en algún momento, tendrá que salir. Pero en mitad de la noche
probablemente no sea el mejor momento para desvelar toda una vida de
traumas paternos.
Dentro, la luz está apagada y Elise duerme. Espero allí unos minutos,
escuchando el sonido suave y tranquilizador de su respiración. Cuando
compartíamos habitación de pequeñas, yo contaba las respiraciones de Elise
hasta que me quedaba dormida. Tengo la tentación de meterme en la cama
junto a ella y dejar que su ritmo me arrulle. Pero no quiero despertarla ni
preocuparla.
Cierro la puerta y salgo al pasillo.
No soy consciente de hacia dónde me dirijo hasta que me detengo frente al
despacho de Nikolai. La luz se filtra por la rendija bajo la puerta, como
sabía que ocurriría. Llamo suavemente.
—Deberías estar durmiendo —dice Nikolai desde adentro, a modo de
saludo.
Abro la puerta de un empujón.
— ¿Cómo sabías que era yo?
—De la misma forma que tú sabías que yo estaría en mi despacho a esta
hora.
Cierra el elegante portátil que tiene delante y se reclina en la silla. Lleva
una camiseta entallada azul oscuro y un pantalón de entrenamiento
deportivo gris. Cuando cruza los brazos sobre el pecho, sus bíceps
sobresalen.
— ¿Estabas en el gimnasio? —pregunto. No parece sudoroso, pero sería
muy propio de Nikolai ser el tipo de semidiós capaz de hacer ejercicio sin
sudar.
—Estaba a punto de ir.
Miro el reloj de la pared y gimo.
—Mierda. Son las dos de la madrugada.
—Por eso dije que deberías estar en la cama.
— ¿Y tú? ¿Vas al gimnasio a estas horas? ¿Acaso duermes alguna vez? —
respondo—. Espera, no. No me digas. Seguro que te enchufas a algún
puerto de carga, ¿no?
Nikolai se ríe. Su boca es más bonita cuando sonríe. Especialmente cuando
yo soy la causa de esa sonrisa.
—Tenía intención de ir hace un par de horas, pero me entretuve con... —
Hace un gesto con la mano hacia el ordenador—. Cosas.
—No has ido mucho a la oficina desde que estoy aquí.
Asiente con la cabeza y se pasa una mano por el pelo.
—Sí. Pero eso no impide que sigan llegando emails. Bridget se ocupa de
todo lo que puede, pero yo le estoy exigiendo demasiado.
Suena extrañamente comprensivo. Siento que el monstruo verde de la
envidia y los celos que llevo dentro cobra vida.
—Es su trabajo. Ya es mayorcita.
Nikolai arquea una ceja oscura.
—Quizá deberías unirte a mí en el gimnasio. Parece que tienes algunos
celos que quemar.
Odio que tenga esa exasperante forma de ver directamente a mi corazón.
Odio aún más que sea un cristal unidireccional. Soy un libro abierto cuando
él es el que mira, pero cuando le devuelvo la mirada, todo lo que veo es
piedra.
—No estoy celosa. Sólo digo que estoy seguro de que Bridget está ahí para
algo más que ornamentación ¿o no?
Nikolai se limita a sonreír.
Pongo los ojos en blanco.
— ¿Sabes qué? Olvídalo. Rodéate de mujeres altas, delgadas y guapísimas
que sean alérgicas a los botones de arriba de las camisas. A ver si me
importa.
—Belle —dice mi nombre en voz tan baja que no puedo evitar mirarlo—.
No he estado mucho en la oficina últimamente, ¿verdad?
—No.
— ¿Acaso la gente suele poner sus adornos donde no se vean?
—Supongo que no —contesto frunciendo el ceño
—Así que si alguien es un adorno para mí, eres tú.
Me sonrojo entonces y frunzo el ceño al mismo tiempo.
—Vaya, gracias.
—Puedes elegir. O eres tú mi bombón o lo es Bridget —encogiéndose de
hombros.
Se toma mi silencio como una concesión y sonríe. Me da un vuelco el
corazón. Me pongo en pie y cambio de tema.
—Entonces, ¿cuándo volverás a la oficina?
—Eso depende de ti.
— ¿De mí?
—Sí y de lo que decidas hacer sobre Howard —asiente.
—Ya he decidido qué hacer con él. No se acercará a Elise. Ni siquiera la
conoce, por el amor de Dios. La abandonó. ¿Por qué debería dejarle volver
ahora?
—Porque es su padre —dice. Como si fuera tan simple. Como si algo fuera
tan simple.
—Supuestamente —resoplo—. Con mi madre, ¿quién demonios lo sabe?
Elise podría pertenecer a un traficante cualquiera o a un tipo del bar.
—Por eso Howard salió hoy de aquí directamente a hacerse una prueba de
paternidad.
— ¿Qué? —digo fría.
—Tú dijiste que querías una prueba de ADN.
— ¡Y tú te negaste! —me quejo.
—Y volvería a negarme —dice sin ningún remordimiento—. Pero Howard
decidió tomar cartas en el asunto. Dijiste que querías una prueba, así que él
dijo que la conseguiría.
—Yo no lo escuché decir eso. ¿Cuándo lo dijo?
—Ayer, cuando lo acompañé hasta afuera.
— ¿Por qué no me lo dijiste?
— ¿Qué crees que estoy haciendo ahora?
Sé que no hizo nada malo, pero necesito a alguien con quien enojarme. Y
como Howard no está aquí, Nikolai es la opción más fácil.
—Podrías habérmelo dicho antes.
—Y tú te lo habrías tomado mejor si lo hubiera hecho —bufa
sarcásticamente.
— ¿Entonces decidiste mentirme?
—Decidí ocultarte información que pensé que te molestaría en el momento.
Del mismo modo que tú le dijiste a Elise que su padre había muerto en
lugar de que era un vago. Todos tomamos decisiones, ¿verdad, kiska?
Lo miro fijamente durante unos segundos, intentando fulminarlo con la
mirada. Pero no puedo. Porque tiene razón.
—Bien. Tú ganas.
—Sorpresa, sorpresa —sonríe.
Cruzo los brazos sobre el pecho.
— ¿Así que tú esperas que yo llame a Howard y concrete otra reunión con
él o algo así? Seguro que por eso dejó su tarjeta de visita.
—Yo no espero que tú hagas nada —dice—. Es tu decisión, no la mía.
—Vaya. ¿Dijo alguna vez antes esas palabras el Sr. Fanático del Control?
—sorprendida.
—Empieza a tomar decisiones con la cabeza en vez de con el corazón y las
oirás mucho más a menudo —gruñe. Luego se lleva las manos a la nuca—.
Ha dejado una dirección donde estará mañana para comer. Para entonces
tendrá los resultados. Si quieres hablar con él, sólo tienes que presentarte.
— ¿Él quiere que lleve a Elise?
—No creo que él tenga ninguna expectativa en lo que respecta a Elise —
negando con la cabeza—. Le dejaste muy claro tus sentimientos ayer.
— ¿Por qué suena como si lo estuvieras defendiendo?
—Porque estás buscando un motivo para enfadarte conmigo.
Cruzo los brazos sobre el pecho.
—Normalmente, estás más que feliz de darme motivos. Esta es la primera
vez.
—Puedo encerrarte en tu habitación esta noche si quieres. Por los viejos
tiempos.
—Qué generoso. Me lo pensaré —contesto con sarcasmo—. En realidad me
molesta que seas el tipo que habla de lealtad, pero no parece importarte que
Howard abandonara a su hija. ¿No va eso en contra de tus principios
Bratvicos?
— ¿Principios qué? —pregunta, conteniendo una carcajada.
— ¡Sabes a lo que me refiero! Se supone que te tendría que importar que
ese tío haya abandonado a Elise.
— ¿Por qué? No es mi padre. No me abandonó a mí —se encoge de
hombros.
—Porque vale la pena quedarse con Elise —digo—. Porque yo la amo.
—No tengo el hábito de sentir cosas en nombre de otras personas. Esto es
entre Howard y Elise. No tiene nada que ver conmigo.
—Pero tú no tienes problema en meterte en mis asuntos.
—Porque tú si tienes mucho que ver conmigo —dice—. Estás embarazada
de mi hijo, para empezar.
Chasqueo los dedos.
— ¿Ves? Ya eres un padre involucrado y nuestro hijo ni siquiera ha nacido.
¿Cómo es que no odias a Howard?
—No creo que sea justo ir por ahí comparando a los hombres conmigo. El
resto de ellos realmente no tienen oportunidad.
—Humilde como siempre —es mi turno de reírme.
—El punto se mantiene. Soy el líder de una Bratva. Tengo cientos de
hombres bajo control y dinero suficiente para varias vidas. No es
exactamente justo comparar el tipo de padre que seré con el común de la
gente. Tal vez Howard está haciendo su mejor esfuerzo.
—Si es lo mejor que puede, ¡no es suficiente!
—Al menos ella si le importa una mierda —responde Nikolai—. Al menos
él quiere hacer las cosas bien.
— ¿Por qué se merece una segunda oportunidad? ¿Por qué debería darle la
oportunidad de tener una relación con ella después de que la jodió la
primera vez?
—Tienes razón.
— ¿Disculpa? —casi se me cae la mandíbula.
—Que tienes razón, Howard no se lo merece. Pero ¿qué hay de Elise?
Aprieto los labios y miro hacia otro lado, pero Nikolai desliza la silla hacia
un lado, manteniéndose en mi campo de visión.
—Ayer dijiste que estabas celosa de Elise porque su padre volvió a por ella.
Quizá intentas mantenerlos separados porque el tuyo nunca volvió por ti.
—Oh, ¿así que ahora eres un terapeuta de sillón? —Digo ofuscada, y ya
siento el ardor de las lágrimas—. Mi padre murió, que conste. No me
abandonó.
—Díselo a la Belle de nueve años —señala—. Estoy seguro de que ella no
entendía la diferencia. Todo lo que sabía era que su padre se había ido de la
noche a la mañana. Y teniendo en cuenta que ahora eres una adulta que
siente celos de su hermana adolescente, no creo que hayas dejado nunca de
lado esa amargura. —Hace una pausa y luego añade—: Entiendo lo que
sientes, Belle.
—Creía que no tenías por costumbre sentir las emociones de los demás.
—No lo hago. Siento las mías propias. Mis padres están muertos y nunca
volverán. Así que sí, te guste o no, sé cómo te sientes.
El viento en mis furiosas velas se disipa. Me desplomo.
— ¿Qué les pasó?
—El cáncer se llevó a mi madre —dice—. Ella se fue rápido porque no
podíamos pagar los tratamientos. Y eso se comió a mi padre por dentro. No
pudo soportar la vergüenza. Se suicidó poco después. Yo era un poco más
joven que Elise.
—Oh, por Dios, Nikolai —exclamo. Se me hace un nudo en la garganta,
pensando en él de pequeño, afrontando ese tipo de pérdida. Me dan ganas
de cruzar la habitación y envolverlo en un abrazo, pero no lo hago—. Lo
siento mucho. Debe haber sido...
—Fue una mierda, pero así es la vida. O te forma o te rompe. Yo dejé que
me formara.
Me acomodo en la silla de cuero frente a su escritorio y subo las rodillas
hasta la barbilla. El zumbido de mi cabeza se ha calmado. Todas mis
ansiedades están aplacadas por primera vez en horas. El mundo suena tan
sencillo y claro cuando él lo describe. Haz esto o aquello. Elige A o elige B.
Sin embargo, cuando miro hacia fuera, todo lo que veo es una bruma
cambiante de cosas que siempre están fuera de mi alcance.
— ¿Eso significa que no cambiarías nada si pudieras? —pregunto.
Él frunce el ceño, pero no está enfadado. Solo... pensativo, supongo.
—No tengo tiempo para arrepentimientos ni para ‘¿qué pasaría si?’... me
gusta quien soy ahora y eso es lo único que me importa.
Sacudo la cabeza con silenciosa incredulidad.
—Debe ser increíble existir así en el mundo. Dejar que la vida te arrastre,
llevándose lo que necesitas y dejando lo que no.
—Deberías probarlo —sugiere.
— ¿Probarlo? No puedo ni imaginármelo. Me he pasado toda la vida
preguntándome dónde estaríamos Elise y yo si mi madre nos hubiera dado
prioridad. Dónde estaríamos si a nuestros padres les importáramos una
mierda.
—A Howard parece que si le importa una mierda, Belle.
—Quizá media mierda —murmuro, apoyando la cabeza en el brazo de la
silla. El despacho de Nikolai es sorprendentemente cálido, y la luz del techo
está apagada, así que la habitación está iluminada solo por el suave
resplandor de la lámpara de su escritorio. Es relajante.
—Ahora no tienes que decidir nada sobre Howard. Pero le enviaré un
mensaje a Yuri para que busque el restaurante donde quiere reunirse. Así él
puede asegurarse de que todo es legal y de que estarás protegida si decides
ir.
— ¿Pensé que dijiste que esto no te concierne? —susurro.
— ¿Cuántas veces tengo que decírtelo? —Se queja—. Tú me preocupas,
Belle. Y si vas a ir, me cercioraré de que sea seguro.
Sé que no es así, pero es agradable fingir que a él le importa lo que a mí me
pase. Quiero quedarme un minuto en esta fantasía. Así que cierro los ojos y
me dejo adormecer.
—Deberías irte a la cama —murmura Nikolai.
Su voz me sorprende y me hace dar un respingo. Pero no abro los ojos.
Sé que debería irme a dormir. De todos modos, necesito descansar por el
bebé. Pero no estoy dispuesta a renunciar a esto. Sólo unos minutos más.
Cuando por fin abro los ojos, me sorprendo al ver que ya no estoy en el
despacho de Nikolai. La habitación está a oscuras y reconozco los muebles
de mi dormitorio. Él debe haberme llevado a la cama cuando me quedé
dormida.
El edredón me rodea los hombros y me acaricia la mejilla. Me acurruco más
entre las mantas y sonrío al pensar en Nikolai metiéndome en la cama.
Es bonito. Es sencillo.
Ojalá todo fuera solo así.
19
BELLE

—Vente conmigo.
Nikolai no levanta la vista del teléfono, aunque arquea una ceja intrigado.
—Es un poco temprano para esas fechorías, ¿no crees?
—No quiero decir... —gruño—. Me refería a la comida con Howard.
Quiero que vengas conmigo.
— ¿Vas a ir?
—Sí. Tú tienes razón —admito a regañadientes—. Howard puede ser un
padre de mierda, pero Elise se merece la oportunidad de conocerlo. Así que
quiero reunirme con él e investigar todo este asunto.
En ese momento, Nikolai levanta por fin la vista de su teléfono. Está recién
duchado, con el pelo mojado y rizado sobre la frente. La luz de la mañana
que se cuela por las ventanas hace que parezca tallado en mármol oscuro.
— ¿Tengo razón?
—No te sorprendas. Siempre tienes razón, ¿recuerdas?
—Ya lo sé. Pero usualmente tú necesitas que te lo recuerden.
Pongo los ojos en blanco.
—Bueno ¿te vienes conmigo o no?
—De momento, no —dice. Abre las piernas y se echa un poco hacia atrás
—. Pero si quieres cambiar eso, estoy dispuesto...
—Al restaurante conmigo —gruño—. ¿Quieres acompañarme al restaurante
a hablar con Howard?
—Por supuesto que voy contigo.
— ¿En serio? —parpadeo sorprendida.
—Alguien tiene que asegurarse de que no te maten —suspira
—Es el almuerzo. Creo que puedo sobrevivir a un almuerzo.

P , cuando entro en la cafetería a reunirme con


Howard, de repente no estoy tan segura de que eso sea cierto.
Porque Howard no vino solo. Está sentado junto a una bomba nuclear
andante y parlante. Y no habrá supervivientes.
Respiro bruscamente y retrocedo. Nikolai me deja caer contra su fuerte
pecho. Me rodea con un brazo y me susurra al oído.
— ¿Qué pasa?
—Mamá —es mi respuesta, una sola palabra horrorizada
— ¿Quieres irte? —el aliento de Nikolai es cálido en mi nuca.
Sí. Cien veces sí. Quiero darme la vuelta y salir corriendo de este
restaurante sin mirar atrás. Pero eso es lo que ella también quiere. Que yo
corra. Que parezca culpable. No espera que me enfrente a ella. Y tal vez no
lo haría, si se tratara sólo de mí.
Pero Elise es lo único que importa.
—No. No más huidas. Quiero quedarme —digo, sacudiendo la cabeza.
El brazo de Nikolai roza el mío, lo tomo y le aprieto la mano. Necesito el
valor. Luego cruzo la cafetería y me planto delante de la mesa, con
expresión gélida.
—Howard —digo asintiendo con la cabeza. Luego me vuelvo hacia la
mujer que está a su lado—. Mamá.
Me llevé a Elise de su casa en plena noche, así que hace años que no miro a
mi madre a los ojos. Aunque podrían haber pasado siglos, y aun así no sería
tiempo suficiente.
Sonríe perezosamente. Incluso cuando no está borracha, tiene una expresión
de bobo permanente en la cara. Como si sus músculos nunca estuvieran
completamente sobrios. Pero sus ojos... son afilados. Astutos.
—‘Mamá’ —me imita con desprecio—. Después de todo lo que me has
hecho, ¿así es como me saludas?
De algún modo, aún tiene la capacidad de sorprenderme con su horror. Me
burlo.
— ¿Todo lo que yo te he hecho? ¿Estás...?
—Lo siento, Belle —interrumpe Howard—. No sabía que ella iba a venir a
la ciudad. No le pedí que viniera, pero no quiso irse.
—Jódete, Howard —suelta mamá y lo mira con el ceño fruncido—. La
única razón por la que estás aquí es porque yo te pedí que vinieras.
Howard me mira implorante.
—Eso no es verdad. He venido porque quería encontrar a Elise. Esto no
tiene nada que ver con Belle.
Redoblo mi agarre sobre la mano de Nikolai.
—Esto no es lo que acordamos, Howard. Se suponía que estarías aquí solo.
—Habría llamado para explicártelo, pero no tenía tu número. Y no quería
sólo no aparecer —dice—. No quería que pensaras que era un cobarde.
—Sí, eso habría sido malo —digo—. En vez de eso, ahora pienso que eres
un traidor.
Mi madre echa la cabeza hacia atrás y suelta una carcajada maníaca, aunque
está claro que no le hace ninguna gracia.
—Siempre tan dramática. Esto no es una guerra, Belle. Aquí no hay
traidores.
—Como quieras llamarlo, tú y yo no estamos en el mismo bando. Nunca lo
estuvimos.
—Entonces, ¿darte la vida no significa nada?
—Me diste a luz, pero no me diste una vida. No fuiste una madre para mí.
Ella niega con la cabeza.
—No sabía que ser pobre fuera un delito. Siento no haber podido pasarme
todo el tiempo horneando tartas y... y... haciendo jardinería o alguna mierda
así.
—No, estabas demasiado ocupada buscando tu próxima dosis y cayendo
desmayada de la borrachera a mediodía. Tenías la agenda llena.
Sus ojos se entrecerraron.
—Perdí a mi marido, ¿sabes? Estaba de luto.
— ¡Y yo perdí a mi padre! —espeto. Puedo sentir a otras personas en la
cafetería mirándonos ahora, pero no me importa. Todo este mal rollo con mi
madre ha estado escondido demasiado tiempo. Es hora de airearlo—. Yo
perdí al único padre que se preocupaba por mí, pero tú estabas demasiado
centrada en ti misma para ver que yo también estaba de luto.
—Los niños siempre se recuperan. Tú estabas bien.
— ¡Porque tenía que estarlo! —Grito—. Porque siempre fui el adulto en
nuestra casa. Incluso cuando era pequeña.
Frunce los labios. Noto un montón de nuevas arrugas alrededor de su boca.
El tiempo y las drogas le están quitando la vida.
—Siempre ha sido imposible hablar contigo. Tan histérica. Tan parecida a
tu padre. Elise era mi chica, pero también la envenenaste contra mí.
—Eso lo hiciste tú misma. Yo ni siquiera estaba allí.
Pero debí haber estado allí, sin embargo. Era tan joven cuando me fui, pero
debí haberme llevado a Elise conmigo. Debí haberme dado cuenta y
habernos sacado a los dos de esa casa antes.
—Por eso le gustabas. Porque no estabas cerca. La ausencia hace que el
corazón se encariñe —dice ella—. Después de que te fuiste, olvidó lo
miserable que podías ser.
En una época, mi mamá tenía la capacidad de lastimarme. Me importaba lo
que ella pensara.
Ahora, sólo quiero que desaparezca.
—No vas a recuperarla.
Sus ojos se entrecierran hacia mí.
—Soy su madre. No puedes apartarla de mí.
—Entonces llama a la policía —digo tajante—. Denuncia su desaparición o
ponla en la lista de fugados. Que intervengan las autoridades.
Su mandíbula se tensa.
— ¿Por qué iba a hacer eso? La responsable está delante de mí.
—Creo que la pregunta que deberías hacerte es: ‘¿Por qué no hacerlo?’. Y
por suerte, yo conozco la respuesta. Es porque temes que la policía se
preocupe más por las cosas sucias y turbias que estás tramando que por
encontrar a Elise.
Toda la tranquilidad ha abandonado a mi madre. Ahora está tensa, tirante y
lista para saltar sobre mí.
—No estoy tramando nada.
— ¿En serio? —Arqueo una ceja—. Abre el bolso. Déjame ver qué hay
dentro.
Su mano se cierra alrededor del bolso como una garra posesiva. Esa es toda
la respuesta que necesitaba.
Howard suspira.
—Chicas, vamos. ¿No podemos ser civilizados?
Tengo un repentino recuerdo de cuando él y mi madre eran novios. Cuando
yo quería salir con ellos, pero mi madre quería que me quedara. ‘Chicas’
dijo entonces, como si mi madre y yo estuviéramos al mismo nivel. Como
si ella fuera tan inmadura como yo, y él estuviera por encima de todo. ‘No
hagamos esto’.
Entonces también me dolió. Esperaba que Howard estuviera de mi lado,
pero a fin de cuentas, prefería mantenerse al margen. Era yo contra el
mundo, como siempre.
—Ni siquiera deberías estar aquí —espeto hacia Howard—. En el momento
en que ella apareció, deberías haberte ido. Tú sabes dónde vive Nikolai.
Deja una puta nota. Pero no me embosques con ella.
— ¿‘Ella’? —Sisea mi madre—. ¿Esa es la clase de respeto que recibo? Te
guste o no, soy tu madre. No puedes dejarme fuera.
— Te equivocas —digo y me enfrento a ella, con expresión dura como el
acero—. No eres mi madre. Solo eres la zorra con la que he viví dieciséis
años.
Ni siquiera la veo moverse, solo siento el ardor. Su palma caliente contra mi
mejilla.
Entonces la habitación explota.
Otros comensales jadean conmocionados. Howard grita. Pero todo se ahoga
cuando Nikolai se adelanta.
Me rodea con facilidad y toma la garganta de mi madre con la mano. Tan
pronto como eso sucede, todo el restaurante se queda en silencio.
—Vuelve a tocar a mi prometida y te mato.
Su voz es comedida y tranquila, lo que la hace aún más aterradora. Porque
está claro que no es una amenaza vana. Va en serio.
Una camarera se acerca de mala gana, con los ojos muy abiertos.
— ¡Señor! Lo siento, pero... tienen que irse... todos.
La cara de mi madre se pone roja, pero sobre todo de vergüenza. No la
sujeta tan fuerte como para cortarle el aire. Sólo lo suficiente para dejar
claro su punto. Suelta un dedo cada vez, retirándose lentamente. Luego se
retira a mi lado.
— ¿Estás bien, Belle? —murmura.
Me arde la mejilla, pero en realidad es una sensación agradable. Significa
que ella está desesperada. Tan preocupada que no puede ignorarme. No
puede encerrarme en un armario y olvidarse de que existo.
Ahora mismo, por fin, mi madre tiene que mirarme a la cara y oír lo que
digo.
Y lo detesta.
—Estoy bien —señalo y le devuelvo una pequeña sonrisa—. Solo necesito
otro minuto para hablar con ella.
—Tienen que irse —vuelve a decir la camarera—. Lo siento. Pero mi jefe
quiere que se vayan. Va a llamar a la policía.
—Mi prometida ha dicho que quiere un minuto más —suelta Nikolai.
La mujer se sobresalta, pero yo levanto un dedo.
—Me iré en cuanto termine. Nikolai, ¿puedes llevar a Howard fuera por
favor?
Nikolai se inclina y me da un beso en la mejilla. La misma mejilla que mi
madre acaba de abofetear. Sé que es su forma de reclamar su propiedad,
pero el gesto se me clava en la piel y me atraviesa el pecho.
—Howard —ladra Nikolai— vayamos afuera.
Howard parece aliviado de librarse de este desastre. Se levanta rápidamente
y sigue a Nikolai fuera, dejándome a solas con mi madre.
Ella vuelve a sentarse y me mira con una sonrisa de suficiencia.
—Howard es el padre de Elise. Por si querías saber los resultados de la
prueba de paternidad. Siento decepcionarte. Seguro que te habría encantado
que diera negativo. Sólo una razón más para odiarme.
—No necesito otra razón —le digo—. Tengo muchas.
Su sonrisa se borra ligeramente. Quiero borrarla del todo. Así que sigo.
—No te vas a llevar a Elise. Sé que has venido para eso, pero no va a ser
así. Ella está conmigo. Debe estarlo. Con alguien que realmente cuide de
ella.
—La cuidé durante catorce años.
—No la mataste —corrijo—. Hay una gran diferencia. Pero ahora, ella está
bien cuidada. Puede ser una niña. Puede tener una familia.
Ella resopla.
— ¿Una familia contigo y ese golpeador de mujeres? Qué dulce.
— ¿Quieres saber un secreto, mamá? —Suelto de repente—. Estoy
embarazada.
Sus ojos se abren de par en par. Luego me mira rápidamente, intentando ver
de cuánto estoy.
—Nikolai y yo habíamos terminado cuando me enteré, pero Elise lo llamó y
se lo contó. A él, no a ti. Porque ella confía en él, no en ti. Porque ella
quería que estuviéramos juntos de nuevo. No contigo —señalo. No hay
razón por la que no pueda falsear un poco la verdad. No planeo volver a ver
a esta puta después de hoy, de todos modos—. Nikolai nos ama. A todos
nosotros. A mí, a Elise, a nuestro bebé. Vamos a ser una familia, y tú no
puedes ser parte de ella.
Su mandíbula se crispa por la tensión acumulada.
— ¿Realmente me alejarías de mi hija y de mi nieto por tus sentimientos
hacia mí?
—No hago nada de esto porque te odie —digo—. Puede que no te lo creas,
pero es verdad. Si el único problema fuera que te odio, sonreiría y
soportaría tu presencia. De verdad que lo haría. Pero el problema es que
eres tóxica. Arruinas todo lo que tocas. Eres un parásito, te aferras y
succionas a todos los demás. Y yo no te dejaré hacerlo más. Ni a mí ni a la
gente que quiero.
Veo el pánico en sus ojos. La comprensión de que, lo que le digo, va en
serio.
—Puedes dejarme ver a Elise sólo una vez —susurra. Su voz se quiebra con
la desesperación que ha estado ahí todo el tiempo—. He venido hasta aquí.
Me he gastado dinero para venir a verla.
Me río a carcajadas, en su cara.
—Ni de coña.
Levanta la barbilla y me mira a lo largo de la nariz. Sus labios se fruncen
con desagrado.
—Mírate, Señorita Poderosa. Juzgándome como si tu novio no acabara de
intentar asfixiarme en público. Pregunta a todos. Tengo un restaurante lleno
de testigos.
—Nikolai es mi prometido, no mi novio. Y la diferencia entre él y cualquier
perdedor con el que hayas tu vivido es que Nikolai se preocupa por mí —
siseo. Las palabras atraviesan la frágil capa que recubre mi corazón. Ojalá
cada palabra que digo fuera cierta. Espero parecer más segura de mí misma
de lo que me siento—. A diferencia de ti, Nikolai se preocupa por su hijo.
Haría cualquier cosa para cuidar de su hijo. Tú sólo te has preocupado de ti
misma.
Ella se cruza de brazos y se echa hacia atrás en la silla.
—No vuelvas arrastrándote cuando te deje tirada y no tengas adónde ir. Te
decepcionará.
—No, mamá, él no lo hará. Ese es tu trabajo.
No espero su respuesta. No la necesito.
Me doy la vuelta y me encamino hacia la salida. Así, por última vez, dejo
atrás a mi madre.
20
NIKOLAI

Veo a Belle hablar con su madre a través de la ventana de la cafetería.


Si esa pizda siquiera respira mal, la mato. No bromeaba con esa amenaza.
La mujer tiene suerte de que no le haya roto la tráquea por abofetear a
Belle. Incluso pensarlo hace que mis puños se aprieten de nuevo.
—Melinda es pura palabrería —dice Howard desde detrás de mí—. No
volverá a pegarle.
—Por su bien, espero que no.
Siento que Howard me observa, pero me niego a apartar los ojos de Belle.
— Realmente te preocupas por ella, ¿verdad? —me pregunta un momento
después.
No le contesto. No le debo nada.
No es que la respuesta no sea obvia. Incluso después de su traición y de mi
juramento a mí mismo de no dejar que se convierta en una distracción, mi
mente vuelve a estar llena de Belle.
No con Xena, dondequiera que esté. No con Arslan. No con mi imperio.
Sólo con Belle.
—Más te vale —continúa Howard—. Belle ha pasado por... bueno, se
puede decir que no lo tuvo fácil al crecer. No con Melinda como madre. Se
merece a alguien que cuide de ella.
—Y eso lo dice el cobarde que trajo a esa perra aquí. El mismo cobarde que
abandonó a su propia hija.
Él deja escapar un profundo suspiro.
—Sé que no tengo mucho derecho a hablar. O tal vez por las formas en que
las he cagado son exactamente la razón por la que tengo derecho a hacerlo.
Sé cómo es el otro lado de ese tipo de errores. Belle se merece algo mejor.
— ¿Mejor que tú? Deberías poner el listón más alto.
Howard se ríe.
—Probablemente tengas razón.
Belle se da la vuelta en ese momento. Atraviesa la cafetería llena de
curiosos con la cabeza bien alta. Ni siquiera me molesto en mirar a
Melinda. No se merece tanta atención.
Abro la puerta cuando Belle se acerca y me dedica una sonrisa tensa.
— ¿Podemos irnos?
—Si tú estás lista.
Ella asiente.
—Estoy lista.
Empieza a girar a la derecha, pero Howard se adelanta para interceptarla.
—Lamento que Melinda haya estado aquí, Belle. Realmente no sabía que
iba a venir.
—Está bien.
—No, no lo está —dice él—. Si lo hubiera sabido, de verdad te habría
avisado. Lo siento.
Belle se encoge de hombros.
—Al menos Elise no estaba conmigo. Eso habría sido peor.
Con eso, le pasa a un lado. La alcanzo, cojo su mano entre las mías y,
juntos, nos alejamos de las ruinas en llamas de su pasado.

—N seguro de que fueras a aparecer —comenta Yuri cuando entro


en mi despacho.
Está sentado en la silla de cuero frente a mi escritorio. La misma en la que
Belle se quedó dormida anoche.
Me estaba hablando, siendo sincera, siendo vulnerable... entonces su voz se
detuvo. Cuando levanté la vista, estaba dormida con la mejilla apoyada en
el brazo de la silla. Su pelo castaño le caía por los hombros y tenía las
manos recogidas bajo la barbilla. Parecía estar en paz. Me contenté con
verla respirar durante un buen rato.
Cuando por fin la levanté y me la llevé a la cama, me detuve ante la puerta
de mi habitación. Por un segundo, pensé en meterla en mi cama. Pensé en
despertarme y verla envuelta en mis sábanas.
Pero luego lo pensé mejor.
Belle ya ocupa bastante espacio en mi cerebro. No necesito que invada
también mis horas de inconsciencia.
—Siempre aparezco —le gruño a mi nueva mano derecha.
—A eso me refiero. Usualmente tampoco sueles llegar tarde.
—Y mis segundos usualmente no son tan bocazas —espeto.
Él agacha la cabeza, acobardado por un momento. Pero luego sonríe.
—Arslan probablemente se revolvió en su tumba al oírte decir eso.
—Arslan es la razón por la que he dicho ‘usualmente’. Por ahora, tú ocupas
su lugar. Pero no eres él.
Esta vez inclina completamente la cabeza. Intentaba conectar conmigo, pero
ese fue su error.
—Me caes bien, Yuri —digo, cruzando las manos sobre el escritorio—.
Siempre has sido leal a la Bratva y dedicado a tu trabajo. Cumples órdenes
y haces preguntas importantes. Las que salvan vidas y confirman los planes.
Eres un activo vital.
— ¿Pero...? —pregunta, viendo hacia dónde me dirijo.
Asiento con la cabeza.
—Pero no me interesa un nuevo amigo. Necesito que me sirvas bien y que
hagas tu trabajo. Necesito que confíes en lo que te digo y que no te opongas
cuando sea inútil. ¿Puedes hacer eso?
—Puedo hacerlo, Don Zhukova —dice.
—Genial —digo. Golpeo tres veces la superficie de mi escritorio y grito
hacia la puerta—: Puedes pasar.
Yuri frunce el ceño, confuso. Pero entonces la puerta se abre detrás de él. Él
se gira justo cuando Christo entra en la habitación.
Sabía que el primer encuentro sería tenso, pero aun así me sorprende la
rapidez con la que Yuri salta de la silla y se gira para mirar a Christo. Echa
mano a su pistola antes de recordar que no la tiene.
—Y fue por eso que te pedí que dejaras las armas en la caseta de seguridad
—le digo—. Cálmate, Yuri.
Yuri retrocede medio paso, pero mantiene el cuerpo preparado. Christo no
está convencido de que el peligro haya pasado. Sus hombros están altos y
tensos. Observa a Yuri con los ojos muy abiertos mientras bordea la
habitación en dirección a mi escritorio.
— ¿Qué demonios hace este griego hijo de puta aquí?
—Yo lo invité.
Yuri se gira hacia mí casi tan rápido como se giró contra Christo.
— ¿Qué es esto, Nikolai? ¿Es tu manera de decirme que te estás liando con
los griegos? Porque no quiero ser parte de eso. Mátame si es necesario, pero
nunca traicionaré a la Bratva.
—Christo tendría que ser mucho más guapo para que yo me sintiera tentado
a liarme con él —digo entre dientes hacia Yuri—. No te ofendas —añado
hacia Christo.
Christo se encoge de hombros.
—Solo un poco.
Yuri suelta un gruñido incoherente.
—Cálmate de una puta vez y siéntate de una vez por todas —le digo. Él aún
vacila y yo le chasqueo los dedos—. ¡Ahora!
De mala gana, Yuri vuelve a sentarse. Pero en lugar de encorvarse en la silla
como estaba cuando entré, se sienta en el borde con la columna vertebral
erguida. Christo sigue de pie en la esquina como un fantasma,
prácticamente mimetizado con el papel de la pared.
—Christo no trabaja para los griegos. Trabaja para mí.
—Es un maldito mentiroso —sisea Yuri.
Al oír eso, Christo se pone rígido. Su cara se sonroja de rabia. En un
segundo, me veo con una pelea en ciernes entre ambos.
—Si alguno de vosotros se toca, os mato a los dos —les digo—. ¿Qué les
parece? ¿Una amenaza de muerte les enfría los ánimos?
—Yo estoy bien —señala Christo.
—Y yo estaré bien cuando él se haya ido —dice Yuri, sacudiendo la cabeza
en dirección a Christo—. Yo perdí hermanos por culpa de tu gente.
—También habrías perdido a tu Don —siseo— si no hubiera sido por él.
Por fin, Yuri vuelve a prestarme toda su atención, absorto.
Satisfecho de tener su atención, continúo.
—Arslan estaba muerto a mi lado. Yo estaba acorralado sin salida. Christo
me dio un arma y me ayudó a escapar. Sin él, estaría muerto.
Yuri lo medita un segundo.
—Entonces tiene un motivo. ¿Qué gana él manteniéndote con vida?
—La cabeza de mi tía en un puto pincho —responde Christo sombríamente
—. Xena mató a mi padre. Quiero que lo pague. Nikolai es el único hombre
que puede hacer que eso suceda.
—Pero no podrá hacerlo si está muerto —dice Yuri. Se vuelve hacia mí—.
Y tú lo estarás, Don, si descubren que trabajas con los griegos.
—No trabajo con los griegos. Trabajo con un griego. Y él ha dejado el
negocio familiar.
Sacude la cabeza.
—No importa, Nikolai. Todo el mundo está ya de los nervios con la vuelta
de Belle a la casa. Y con los rumores de que os vais a casar.
Aprieto la mandíbula.
—No son rumores. Pero ¿Qué importa con quién me case?
—También está el rumor de que ella trabajaba con los griegos. Porque los
hombres creen que ella se asoció con Xena. Por eso importa.
Christo se pone rígido. Puedo ver que quiere responder. Todavía no ha
perdonado del todo a Belle por su traición. Probablemente estos dos podrían
superar su desconfianza mutua hacia ella.
—Eso tampoco es un rumor. Pero Belle no entiende este mundo. No se dio
cuenta de lo que estaba haciendo.
— ¿Crees que a los hombres les importará eso? —Escupe Yuri—. No
intento cuestionarlo, señor, pero...
—Pero lo estás haciendo —le interrumpe Christo.
Yuri lo fulmina con la mirada antes de volver a mirarme.
—Los hombres están alterados, Don Zhukova. Hemos perdido hermanos y
amigos. Ahora no es el momento de simpatizar con los griegos.
—Nadie simpatiza con los Simatous. Y menos yo —gruño—. He visto a mi
mejor amigo morir por culpa de Xena y sus hombres. Que se jodan todos.
—Sí, que se jodan todos... menos Christo y Belle —añade en voz baja.
Me pongo en pie, con la mano en la pistola.
—Te estás acercando peligrosamente a cabrearme, Yuri.
— ¿Dispararías a un hombre desarmado?
—No hace falta. Te estrangularé. Así será más personal.
Sus fosas nasales se inflaman, pero al final levanta las manos en señal de
rendición silenciosa.
—Yo le dije que confiaba en usted, señor, y lo decía en serio. Incluso ahora,
confío en su juicio. Pero puede que los demás no piensen lo mismo que yo.
— ¿Qué estás diciendo? —pregunto, con voz de advertencia.
—Digo que la Bratva está nerviosa. Y pueden creer que estás de luto por la
muerte de Arslan, y quizás llegar a convencerlos de que no estás pensando
racionalmente.
— ¿Quién podría convencerlos de eso? —Solté un chasquido. —Eres el
siguiente al mando después de mí. Esos hombres responden ante ti. Un pez
se pudre por la cabeza. Si ellos son desleales, ¿qué dice eso de ti?
Yuri se queda quieto.
—No puedes hacerme personalmente responsable de cómo ellos se sienten.
—Yo puedo hacer lo que se me dé la puta gana, Yuri.
—Pero ¿qué quieres que yo haga? —pregunta él, desesperado.
—Lo que creas más conveniente —le digo—. Pero si quieres vivir, te
sugiero que encuentres muchas cosas buenas que decir de tu Don.
Convence a los hombres de que estoy en mi sano juicio y de que Belle no es
una amenaza.
Cuando asiente, su cabeza tiembla como un muñeco.
—Bien. Puedes retirarte. Andando —le digo, agitando la mano.
Yuri se marcha sin decir nada más. Sus ojos están desenfocados. Ni siquiera
mira a Christo mientras sale de mi despacho y se dirige al pasillo.
Tan pronto como se ha ido, Christo deja escapar un silbido bajo.
—Parece que nos atacan por todas partes.
—Eso parece —gruño—. No me estás haciendo ganar ningún concurso de
popularidad.
—Yo tampoco estoy ganando ninguno. Xena está enviando hombres a por
mí.
Lo miro y me fijo en las ojeras que tiene.
— ¿Por eso tienes esa mala cara?
—Es difícil dormir cuando te persiguen asesinos entrenados —exclama.
Rodea mi mesa y se deja caer en la silla que acaba de dejar libre Yuri—.
Supongo que pronto conocerás esa sensación.
— ¿Tienes confirmación de que Xena planea algo?
Sacude la cabeza.
—No hablaba de Xena.
— ¿Yuri? —pregunto, intuyendo lo que quiere decir—. Yuri no vendrá a
por mí.
—No. Pero si él tiene razón, tus hombres sí podrían. Podrías tener un motín
en tus manos. Especialmente si mantienes a Belle cerca.
La forma en que dice su nombre con tanta ligereza me crispa los nervios.
Me siento un poco más erguido, y Christo lo nota. El hombre nota todo.
Levanta las manos en señal de rendición.
—Es un objetivo para ambos bandos. Tus hombres la quieren porque creen
que es una traidora, y Xena la quiere porque tú la quieres a ella —resopla
—. Diablos, los Battiato también, pero en este momento sólo son
marionetas de Xena. El punto es que cualquiera que te dispare a ti también
lo hará contra ella.
— ¿Crees que debería dejarla ir? —digo. No es una sugerencia verdadera,
pero tengo curiosidad por saber qué piensa él.
—Sólo si quieres que acabe muerta —suspira—. Ya es demasiado tarde
para eso. Está enredada en este lío contigo. Prometida o no, le has puesto
una diana en la espalda. Y una diana en su vientre. El heredero Zhukova
llegará con una recompensa considerable.
—Lo sé —asiento lentamente.
—Entonces, ¿qué vas a hacer?
—Mantenerla cerca es peligroso. Liberarla es peligroso —digo y me encojo
de hombros—. Parece que la única opción es sacarla de aquí y esconderla
en algún sitio.
—Dudo que a ella eso le agrade.
Resoplo.
— ¡Qué novedad! pero ¿qué más podría hacerse?
21
BELLE

— ¡Qué bueno que hayas vuelto! —dice Elise cuando entro. Está sentada en
medio de la cama con las piernas cruzadas y el portátil abierto delante de
ella—. Quiero contarte esta idea para que la platiques con Nikolai.
Parece emocionada. Odio estar a punto de llevármelo todo.
Pero seguro que ese horrible momento puede esperar al menos un minuto
más.
— ¿Qué idea es esa? —digo tras un doloroso trago.
Me gira el portátil para que pueda ver el artículo que está leyendo. ¡10
monumentos de Nueva York que distinguen a los neoyorquinos de los
turistas!
—Si vamos a vivir aquí, tengo que explorar la ciudad. Quiero decir, ¡es
Nueva York! la Ciudad de los Sueños, al estilo Alicia Keys —dice y
extiende las manos en el aire como si sus palabras estuvieran escritas en una
valla publicitaria del Times Square—. Hace semanas que estamos aquí y lo
único que he visto es el aeropuerto, un refugio para mujeres y... dos
asesinatos.
— ¿Estás bien, E? Siento que no te lo he preguntado lo suficiente —le digo
con una mueca.
Me dedica una sonrisa triste.
—Sí, estoy bien. Y aunque no lo estuviera, Nikolai tiene dinero suficiente
para enviarme a una terapia de primera. Lo superaré todo. Especialmente
cuando tengo una de las mejores ciudades del mundo para distraerme.
Mi hermana parece más animada que nunca a cuando vivíamos en
Oklahoma, pero no puedo evitar la sensación de que lo hace por mí. Ahora
que se ha dado cuenta del desastre que soy, tengo la sensación de que
intenta compensarme. Poner una cara feliz.
Como yo siempre intenté hacer con mi madre.
Incluso cuando no se lo merecía.
Me siento en el borde de la cama y le toco la rodilla.
—Sabes, si no estás bien puedes decírmelo, ¿verdad? Lo que sea que estés
pensando o sintiendo, puedo manejarlo.
—Eso va en ambos sentidos. Estoy aquí si me necesitas.
—No, Elise. Quiero decir... gracias. Eso es dulce. Pero se supone que soy
yo quien tiene que cuidar de ti, no al revés.
Ella inclina la barbilla.
—No eres mi madre, Belle.
No puedo contar las veces que me ha dicho eso desde que vino a vivir
conmigo. Pero esta vez, las palabras son tiernas. No me las está gritando
para que me calle y la deje en paz. Intenta quitarme parte de mi carga.
Me rompe el corazón.
—No, no lo soy —lo admito—. Pero soy lo más cercano a una que tienes
ahora mismo.
—Eres todo lo que tengo. La única familia que necesito —dice y me toca
con un dedo la barriga—. Hasta que llegue el bebito. Entonces seré una tía
súper divertida.
Sin saberlo, ha entrado perfectamente en el tema del que he venido a
hablarle, pero dudo. ¿Estoy preparada para esto? ¿Lo está ella?
En realidad no, no estoy preparada y nunca lo estaré. Pero por muy mala
que vaya a ser esta conversación, será mucho peor si Elise se entera de esto
por otra persona que no sea yo.
Me lo repito una y otra vez y respiro hondo.
—En realidad, he venido a hablarte de eso.
La expresión de Elise cambia a horror.
—Oh, Dios mío. Belle. ¿Está bien el bebé? ¿Se encuentra bien? ¿Te ha
pasado algo?
— ¡Oh, no! —Sacudo la cabeza—. No, nada de eso. Los dos estamos bien.
Ella exhala con fuerza y me agarra de la muñeca.
—Mierda. No me asustes así. Pensé que había pasado algo malo.
—Bueno, no es nada malo, per se. Sólo son... noticias. Nuevas noticias —
arrugo la nariz. Debería haber practicado más este discurso. Todo me sale
confuso—. Tengo noticias sobre nuestra familia. Tu familia.
Me mira fijamente, con la frente arrugada por la confusión. No la culpo. Lo
que digo no tiene sentido.
—Lo siento —exhalo—. Es difícil hablar de esto.
— ¿Hablar de qué? —dice—. Me estás matando.
Subo las dos piernas a la cama y apoyo las palmas de las manos en mis
rodillas.
—Vale. ¿Recuerdas que ayer Nikolai y yo te pedimos que te quedaras en tu
habitación?
—Sí. Tenían una reunión importante, ¿no?
—Así es —asiento con la cabeza—. Excepto que no era con uno de los
clientes de Nikolai. Y no estaba relacionada con Bratva. Era sobre... ti.
Se pone rígida.
— ¿Qué significa eso?
—Alguien vino a verme... por ti —le digo—. Te han estado buscando. Nos
han rastreado desde Oklahoma hasta aquí.
— ¿Qué significa eso de ‘nos han rastreado’? ¿Estoy en peligro?
—No, cariño. Nada de eso. Estás a salvo —Tiene la cara pálida. Alargo la
mano y le aliso el pelo. Decir esto es lo peor, pero no sé qué va a pasar
cuando las palabras salgan de mi boca—. En realidad, esto podría ser algo
bueno.
Ella sacude la cabeza.
—No, no puede serlo. Si fuera algo bueno, ya lo habrías dicho.
Bueno, en eso no se equivoca.
—Podría ser algo bueno para ti —aclaro—. Pero podría no ser algo tan
bueno para mí. Porque... te he mentido.
No sé si Elise se da cuenta de que lo está haciendo, pero se aparta de mí. Es
un movimiento minúsculo, sólo una fracción de grado de cambio en su
columna vertebral. Pero se aparta de mí y, de repente, se me abre la boca del
estómago.
—Lo hice para protegerte —le digo—. Sé que eso no es una excusa.
Debería haberte dicho la verdad, pero supongo que nunca pensé que
importaría. Nunca esperé que él volviera y...
— ¿Nunca esperaste que volviera quién? —me interrumpe.
—A eso quiero llegar. Yo sólo pensé que...
— ¿Nunca esperaste a que volviera quién, Belle? —repite en un tono bajo y
peligroso.
Aprieto las mejillas, intentando encontrar el valor para decir lo que necesito
decir. Pero enseguida me doy cuenta de que nunca encontraré el valor. No
hay ningún momento en el que esté preparada para hacerlo. La única opción
es correr gritando y temerosa, preparada para el desastre.
—Tu padre.
Las emociones pasan por su cara como en una película antigua, la pantalla
pasa de una foto a otra mientras ella permanece en silencio. La sangre me
retumba en las venas, me ruge en los oídos mientras espero a que se decida
por una emoción, a que diga algo. Que diga lo que sea.
Todo está ahí. Confusión, preocupación, conmoción... Y finalmente, ira.
Elise me mira, sus ojos verdes brillan.
—Me dijiste que él había muerto.
—Lo sé —admito—. Él se marchó cuando tú eras muy pequeña. Yo creí
que nunca volvería.
—Me dijiste que había muerto —repite, con las palabras siseando entre sus
dientes apretados—. Me dijiste que mi padre había muerto.
—Lo siento mucho, Elise. Mamá le dijo que tú y yo habíamos desaparecido
y él contrató a un investigador privado. Yo ni siquiera sabía que ella seguía
en contacto con él.
—Ella nunca hablaba de él —dice Elise, haciendo memoria—. Cuando se
lo mencioné una vez, me dijo que para ella estaba muerto. Pensé que decía
que había muerto, pero... ¿Ella sabía que tú me habías mentido?
Me encojo de hombros.
—No lo sé. La verdad es que no lo sé. Yo sólo quería que tuvieras lo que yo
tuve.
— ¿Querías que tuviera un padre muerto? —chilla.
— ¡No! No, no eso. Yo sólo... —cierro los ojos, intentando encontrar las
palabras—. Mamá apestaba. Era lo peor. Pero al menos yo tenía la fantasía
de lo que podría haber sido si mi padre hubiera sobrevivido. Podía
imaginarme cómo habría sido mi vida si él no hubiera tenido aquel
accidente y mamá no se hubiera vuelto loca. Podía imaginar que tenía un
padre decente, aunque no pudiera estar conmigo. Y quería que tú tuvieras
eso en vez de un padre vago que te abandonó.
Elise salta de la cama y se vuelve hacia mí. Tiene la cara roja y sé que está a
punto de llorar. Sigue pasándose el brazo por la nariz.
—No paras de decir lo que tú querías para mí. ¿Pero qué hay de lo que yo
quería?
—Lo sé. Lo sé. Tienes razón. Yo debería haber...
— ¡Deberías haberte retractado! —Me grita—. Toda mi vida, siempre has
sido tan protectora y dominante. Lo entiendo, de verdad. Nuestra madre era
una mierda, y tú me protegiste de mucho de eso. Pero estabas tan ocupada
protegiéndome que apenas éramos hermanas, Belle.
Sus palabras me atraviesan como un cuchillo caliente la mantequilla. Me
siento destripada hasta la médula.
— ¿Qué dices?
—Te quiero —dice tajante, y su rabia se funde en una distancia pétrea—.
Claro que te quiero. Pero estabas tan ocupada fingiendo ser mi madre que
nunca supe lo que sería tener una hermana.
—Siempre hemos sido hermanas. Siempre lo seremos.
—Pero no peleábamos por ropa o por quién tenía el control remoto. No
escuchábamos música ni hablábamos de chicos. Siempre fingías ser mi
madre. Siempre. Incluso cuando yo nunca lo pedí.
—Bueno, alguien tenía que serlo —digo en voz baja.
—No fue hasta que vinimos aquí y vivimos con Nikolai que sentí que
podíamos ser hermanas. Como si hubieras cedido un poco y me dejaras
respirar.
Elise ha cambiado mucho desde que llegamos a Nueva York. Supuse que
era el nuevo entorno y que Nikolai nos alojaba en lujosas suites de hotel y
mansiones.
Pero fue por mi culpa. Porque estaba demasiado distraída para estar encima
de ella todo el día. Porque le di espacio para ser ella misma.
Supongo que siempre quise tenerla cerca. Nunca me di cuenta de que la
estaba sofocando mientras lo hacía.
—Sólo estaba... —sacudo la cabeza—. Intentaba cuidar de ti, Elise.
—Sé que lo hacías. Y lo hiciste. Pero supongo que no podemos tener las
dos cosas —una lágrima le resbala por la mejilla y se la quita de un
manotazo—. En lugar de pasar juntas por nuestras terribles infancias, lo
hiciste sola. Me ocultaste un montón de cosas y me mentiste y... y eso me
hizo sentir que yo también lo estaba pasando sola.
Se me parte el corazón.
—Elise, lo siento mucho. Eso no es lo que yo quería para ti. Nunca quise...
—Dios, Belle —sacude la cabeza—. ¡Ya basta! No se trata de lo que
querías para mí. ¡Se trata de lo que yo quería!
—Tienes razón. Lo siento. Lo lamento.
Ella aprieta la mandíbula.
—Y lo que yo quería era una hermana con la quien poder hablar. Alguien
con quien pudiera ser sincera sobre lo que pasaba en casa. Sobre nuestra
familia. Tal vez yo hubiera querido acercarme a él. Tal vez yo hubiera
querido una relación. Pero tú me lo quitaste.
—Él te lo quitó —insisto—. Él fue quien te dejó atrás. Te dejó con mamá.
Yo sólo intentaba arreglarlo.
— ¿Sí? ¿Y cómo te fue a ti? —exige.
Abro la boca para responder, pero las palabras se me atascan en la garganta.
Elise niega con la cabeza.
—Mejor vete, Belle.
—No, Elise, por favor —susurro—. Podemos hablar. ¿Podemos hablarlo?
—Ahora mismo no puedes pedirme nada. Vete.
Una parte de mí se sentiría mejor si Elise estuviera gritando. Si gritara y se
enfadara conmigo, podría decirme a mí mismo que esto es igual que los
cientos de veces anteriores en que la he cabreado y me ha perdonado.
Pero la forma tranquila, clara y gélida en que me pide que me vaya... Me
preocupa que nunca me pida que vuelva. Quiero decir algo, lo que sea, para
convencerla de que me deje quedarme.
Pero antes de poder hacerlo, Elise entra en su cuarto de baño y cierra la
puerta de un portazo.
22
NIKOLAI

Christo salta de la silla cuando llaman a la puerta de mi despacho.


— ¿Nervioso? —digo, arqueando una ceja en su dirección.
—El último hombre que estuvo aquí quería matarme. Así que sí. Nervioso
es buena palabra.
—No te preocupes —le digo—. Adelante.
La puerta se abre y Belle asoma la cara.
— ¿Interrumpo algo?
—No. Estábamos terminando —dice Christo. Su voz es tensa, pero inclina
la cabeza en señal de saludo. No es exactamente una cálida bienvenida,
pero es un comienzo. Luego se vuelve hacia mí—. Hablaremos pronto.
Buena suerte.
Él sale y cierra la puerta tras de sí. Belle le sigue con la mirada durante un
segundo antes de volver a mirarme.
— ¿Buena suerte con qué?
—Dirigiendo una Bratva, probablemente. Es un negocio peligroso.
—No más peligroso que ser una hermana mayor —dice Belle y se deja caer
en la silla con un gemido—. Oh, no sé por qué he dicho eso. Obviamente no
es cierto; tu trabajo es mucho más peligroso. Pero me estoy compadeciendo
a mí misma. He venido a hacer una fiesta de lástima. ¿Quieres unirte?
—Mi confirmación es condicional. ¿Por qué sientes lástima?
Apoya la cabeza en el respaldo y se queda mirando el techo mientras yo
observo la curva de su garganta. La forma en que sus clavículas proyectan
una sombra sobre su piel, hermosos huecos donde mis labios encajan a la
perfección. Cuando respira, su pecho sube y baja y es difícil prestarle
atención. Todo en esta mujer es una distracción.
—Fui a hablar con Elise —dice, con la mirada clavada en lo alto—. Las
cosas no salieron como esperaba.
— ¿Le contaste lo de Howard?
—Sí. Ese fue el punto de la conversación en que las cosas empezaron a
torcerse —cierra los ojos y gime—. Fue un puto desastre.
—Sabías que sería malo.
Ella asiente.
—Sí, lo sabía. Pero aun así esperaba que me perdonara en el acto, que lo
habláramos. Yo esperaba que ella entendiera por qué le mentí.
—Tiene catorce años. El rencor es lo que mejor se le da.
Belle baja la barbilla y me mira con los ojos entrecerrados.
—Ya lo sé. No he dicho que fuera algo realista esperar eso.
— ¿Qué tan enojada está?
—Más que enfadada —exhala en un suspiro—. No solo está enfadada
porque le mentí, sino porque tiene mucho que decir sobre las decisiones que
he tomado durante, no sé... toda mi vida. Soy una mala hermana, una mala
madre suplente, una mala todo. La conclusión abrumadora es que soy una
persona terrible.
—Si ella cree que te odia, dile que vuelva a vivir con Melinda. Cambiará de
opinión.
—No quiero chantajearla para que me perdone —dice y se incorpora—. En
realidad no ha dicho que soy terrible tan explícitamente. Ella entiende mi
instinto de protegerla, pero cree que lo he manejado mal. Básicamente,
arruiné su infancia, le mentí y la obligué a hacer mi voluntad. Acaba de
decir un montón de así, tan desgarradoras como esa...
—Yo miento y fuerzo mi voluntad sobre la gente todo el tiempo. Únete al
club.
— ¿Se supone que eso me hará sentir mejor?
Me encojo de hombros.
—Depende. ¿Funciona?
Tiene sus ojos avellana muy abiertos y tristes. Prácticamente puedo sentir
cómo me halan a través de la habitación, atrayéndome.
—Quizá —dice en voz baja. Inclina la cabeza hacia un lado—. Sigue
hablando, por favor. Me gusta escuchar tu voz. Es más agradable que la que
tengo en mi cabeza.
—Christo y Yuri se conocieron.
— ¿En serio? Seguro que se hicieron amigos rápidamente. Amigos al
instante.
—Fue tan bien como tu charla con Elise —murmuro—. Tuve que
amenazarlos con matarlos a los dos para que no se mataran entre ellos.
—Suena contra intuitivo.
—Funcionó. Acordaron no matarse, pero Yuri está inquieto. Cualquiera que
esté relacionado con los Simatous está bajo un fuerte escrutinio ahora
mismo.
Belle asiente y me dedica una sonrisa comprensiva por un momento... hasta
que se queda quieta.
—Espera ¿estoy incluida en ese grupo?
Dudo y suspiro.
—Circulan rumores entre mis hombres de que trabajaste con Xena.
—Mierda —se muerde el labio inferior—. ¿Qué le has dicho?
—Le he dicho que lo tengo controlado y que no hay nada de qué
preocuparse.
Sus hombros se hunden con evidente alivio.
—Eso está bien.
—Pero Christo tiene razón. Dijo que estás en la lista de tres organizaciones
criminales.
Su ceño se frunce.
—Espera. ¿Tres? Los Simatous, los Battiatos... ¿cuál es la tercera?
La miro fijamente, esperando a que asimile la realidad.
— ¿Tus hombres también quieren matarme? —balbucea incrédula.
—Creen que me distraes. Es absurdo. Pero también es difícil culparlos.
Cuando apareciste, toda la mierda saltó por los aires. Mi trato con los
Simatous fracasó, nos atacaron y ahora tú y yo estamos prometidos.
Belle se inclina hacia adelante.
— ¿Y tú no puedes decirles que no me maten? ¿Prohibírselo?
—El poder no funciona así. No puedo ordenarles que sientan algo por ti.
Puedo ordenarles que no te hagan daño, pero lo único que les hará cambiar
de opinión y asegurar que nadie tome el asunto en sus propias manos es que
yo les muestre que tú no eres una distracción.
—Vale... ¿y cómo vas a demostrárselo?
Me reclino en la silla, esperando que si parezco relajado, Belle se tome
mejor la noticia.
—Tengo hoteles, casas y apartamentos por todo el mundo. Hay hermosos
pisos de seguridad donde Elise y tú estaréis muy cómodas. Lugares donde
podréis...
—Huir y escondernos —suelta ella antes de que yo pueda terminar—. ¿Por
qué molestarse en adornar la realidad? Nos estás metiendo en un armario,
Nikolai. Hay muchos en esta casa.
—Si mantener el control de mi Bratva y mantenerte con vida significa que
te estoy metiendo en un armario, entonces claro, eso es lo que estoy
haciendo —replico—. Podré manejar mejor las amenazas de aquí sí sé que
estás a salvo.
—Y si estoy fuera del camino. No soy una distracción —suspira ella—.
¿Cuándo se me permitirá volver? ¿En qué momento dejaré de ser una
‘distracción’? ¿Antes o después de que nazca el bebé? ¿O tal vez me
quedaré escondida hasta que el niño tenga uno o dos años? O, mejor aún,
criaré sola a nuestro hijo y te lo devolveré cuando llegue el momento de que
se haga cargo de la Bratva. Entonces, habiendo cumplido mi propósito,
podré pudrirme en cualquier escondite en el extranjero en el que me hayas
dejado mientras tú vives aquí ‘libre de distracciones’.
—Estás siendo dramática.
—Se supone que nos vamos a casar —dice, poniéndose en pie y mirándome
a los ojos desde el otro lado de la mesa—. ¿Eso sigue en pie?
—La última vez que supe, ni siquiera querías casarte.
Le tiembla la mandíbula, pero no dice nada.
— ¿O has cambiado de opinión? —pregunto—. ¿Estabas dispuesta a
jugártela para evitarlo, pero ahora, de repente, estás dispuesta a ser Belle
Zhukova?
Lo dije a propósito para sondearla, pero escuchar su nombre mezclado con
el mío me provoca algo. Mi cuerpo se calienta y enseguida siento la
atracción magnética que nos une. La distancia entre nosotros parece mucho
mayor ahora. La necesito más cerca.
— ¿Has cambiado tú de opinión? —me responde—. Eres tú el que quiere
alejarme. Pensé que mi madre exageraba cuando me dijo que yo hacía
desgraciados a todos, pero ahora no estoy tan segura. Elise no quiere saber
nada de mí y tú intentas deshacerte de mí. Tal vez sería mejor dejarlos a
todos en paz.
Doy la vuelta a mi mesa antes de darme cuenta de lo que hago. Mi cuerpo
se siente atraído por el suyo. Antes pensaba que era una de sus rabietas,
pero ahora noto la desesperación. Ella es como una persona que se ahoga,
con tanto pánico que está dispuesta a hundir a su propio salvador por una
bocanada de aire.
Me acerco y la presiono contra mi pecho por la nuca con la palma de mi
mano. Siento su respiración acelerada.
—No me deshago de ti, kiska. Te estoy protegiendo.
Su voz es mansa.
— ¿Hay alguna diferencia?
— ¿En cuanto a tu respuesta? No. A pesar de todo, serías un grano en el
culo —siento su risita y la abrazo con más fuerza—. Pero en cuanto a mi
motivación, hay una gran diferencia.
— ¿Y cuál es tu motivación? —su voz es tan suave que apenas la oigo. Sus
dedos se enroscan en la tela de mi camisa.
—Ya te lo he dicho: para mantenerte a salvo.
Se aparta y me mira directo a los ojos.
— ¿A mí o al bebé?
Le sostengo la mirada fijamente para que sepa que lo que digo a
continuación va en serio.
—A ti, Belle. Siempre eres tú.
Al instante se le llenan los ojos de lágrimas y le tiembla la barbilla. Apenas
aguanta. Está a punto de derrumbarse.
— ¿De verdad estás tan sorprendida? —agarro sus manos y me llevo los
dedos a la boca. Uno a uno, doy un beso en cada yema. Belle me mira como
si fuera un sueño.
—Lo único que he hecho es ponerte las cosas más difíciles, Nikolai —
discute consigo misma mientras se pega más a mí—. Te traicioné y traje las
gilipolleces de mi familia a tu puerta. Y he luchado contigo en cada paso
del camino.
— ¿Y eso por qué fue?
— ¿Por qué fue qué? ¿Por qué luché? —Dice y frunce el ceño,
considerando seriamente la pregunta—. Supongo... supongo que porque no
sabía cómo dejar que otra persona cuidara de mí. Llevo mucho tiempo
haciéndome cargo de todo yo sola.
—Durante demasiado tiempo —interrumpo—. Quizá sea hora de que dejes
que otro lleve la voz cantante durante un tiempo.
Se estira hacia mí y me besa la mandíbula. Luego sus labios se acercan a mi
oreja.
—Dime entonces que quieres, Nikolai. Dime qué hago.
No tiene que decírmelo dos veces.
—Desabróchame los pantalones —le ordeno—. Sujétame.
Belle obedece, su pequeña mano hace un trabajo eficiente con mis
pantalones y bóxer. Cuando me rodea la polla con los dedos, gruño.
—Acaríciame.
Ella menea su mano con movimientos lentos y deliberados. Su pulgar me
recorre las crestas y la punta. Hace girar la palma de la mano hacia arriba,
aplicando una insoportable fricción que me hace bombearme dentro de su
mano cuando aún estamos completamente vestidos.
Si no tengo cuidado, esto acabará mucho antes de lo que me gustaría.
Doy un paso hacia atrás y señalo su ropa.
—Quítate eso. Todo.
Belle se quita la camisa por la cabeza y yo le desabrocho los vaqueros. Se
los bajo y ella levanta las piernas para que los retire por completo. Mientras
voy besando la cálida piel de los muslos y las pantorrillas.
—Eres perfecta —le digo—. Cada puto centímetro de ti. Perfecto.
Se sonroja.
—Nunca te he tomado por mentiroso.
— ¿No me crees?
Ella se encoge de hombros e intenta acercarme, pero yo me aparto.
—No podemos seguir hasta que te lo creas.
—Creía que el poder no funcionaba así —argumenta—. ¿No se supone que
tienes que convencerme de tu forma de pensar?
Sonrío.
—Buen punto. Entonces, tócate.
Se le encienden los ojos.
— ¿Qué dices?
—Tócate y lo sabrás —le agarro una mano que tiene sobre su muslo y la
pongo lentamente en su bajo vientre. Nueve sus dedos como si quisiera
bajarlos, pero no lo hace. No está segura—. Vamos, Belle, hazte sentir bien.
Explora lo perfecta que eres. Hazlo hasta que lo entiendas.
—Nikolai, no sé si pueda...
Cubro su mano con la mía y deslizo los dedos entre sus piernas. Su piel está
caliente y, cuando los paso por su raja, noto lo mojada que está.
Ella suspira entonces y yo retiro mi mano. Por mucho que quiera quedarme,
tocándola... quiero mucho más observarla.
Sus movimientos son tímidos al principio. Pequeñas caricias, con las
piernas apretadas. Pero cuando encuentra el ritmo, su cuerpo no tiene más
remedio que responder.
Belle separa los muslos. Echa su cabeza hacia atrás y cierra los ojos. Veo
cómo separa los labios en un suspiro mientras mueve las caderas contra sus
propios dedos.
Me acaricio la polla con fuerza, pero apenas lo necesito. Con mirarla es más
que suficiente.
—Dime qué se siente.
Abre los ojos y me mira, con las pupilas dilatadas por el deseo.
—Bien. Mejor contigo mirando. Todo es mejor cuando tú estás conmigo.
Ella mueve un dedo entre sus pliegues, intentando introducirlo, pero le
agarro por la muñeca.
—No. Solo así. Frota tu dedo.
Abre los ojos, pero obedece. La tensión aumenta a cada segundo que pasa.
Cada célula de mi piel tiembla, arde. Una mirada a Belle me dice que ella
siente exactamente lo mismo.
Mantenerme alejado de ella es una tortura exquisita. Ella ahora gime y
mueve las caderas, desesperada por un contacto más firme, porque sentirse
llena. Pero se comporta como una buena kiska y se limita a frotarse con un
solo dedo, como se lo pedí.
Tiene el pecho sonrosado, los pezones rojos y suplicantes por mi boca. Mi
paciencia está ya al límite. Y cuando sus ojos se cierran y sus labios
pronuncian mi nombre en un suspiro, ya no puedo contenerme ni un
instante más.
Doy un paso adelante, agarro sus caderas y envuelvo sus piernas a mí
alrededor. De un solo empujón, estoy dentro de ella.
Ambos nos paralizamos, mirándonos mientras la dilato, deslizándome hasta
que la lleno y ella me rodea por todas partes.
—Tómame aquí —jadea ella. Sus dedos en mi cabello—. Así. Justo así. Por
favor.
La penetro y ella se mece contra mí. Adelante y atrás mientras encontramos
nuestro ritmo. Es tan natural como respirar, e igualmente tan vital.
Le pongo una mano en el pecho y le tumbo de espaldas sobre el escritorio.
Agarro por la muñeca uno de sus brazos y coloco su mano justo sobre su
clítoris.
—No dejes de tocarte —le señalo.
Sus piernas se enganchan en mis espalda y yo pulso en su interior mientras
ella sigue tocándose. En cuestión de segundos, arquea la espalda y respira
entrecortadamente.
—Nikolai —jadea—. ¿Puedo? Lo necesito... por favor.
—Vente conmigo —gruño.
Al instante, siento que su cuerpo se aprieta. El orgasmo bombea a través de
ella y luego me atraviesa a mí. Me lleva al límite. Lo dejo todo dentro de
ella, acariciando con mis manos sus piernas mientras tiemblan.
Cuando por fin disminuye, Belle alarga una mano y coge una mía. Entrelaza
sus dedos con los míos, y con sus ojos aún cerrados, me susurra:
—Por favor, no me alejes, Nikolai.
Sigo dentro de ella y ya quiero más. Todo este plan fue una tontería desde el
principio. ¿Cómo podría enviarla a medio mundo de distancia?
No puedo. No lo haré.
Me inclino y le doy un beso en los labios.
—Así será. No irás a ninguna parte. Te quedas aquí conmigo.
23
BELLE

Mi cuerpo zumba. El mero recuerdo de las caricias de Nikolai, la forma en


que su voz se posa sobre mí como la seda mientras me llena, es
embriagador. La sola idea me provoca una descarga orgásmica y me entran
ganas de volver a su despacho y encadenarme al escritorio para repetir la
función, una, dos, o tres veces.
Pero él tiene trabajo que hacer. Y yo también.
De vuelta en mi habitación, cojo un bloc de papel y un bolígrafo y me
acomodo en un sillón para escribirle una carta a Elise.
Quiero darle su espacio para que procese todo. Tomé la decisión de mentirle
sobre Howard y tengo que asumirlo. Pero también quiero que conozca toda
la historia. Quiero que entienda por qué hice lo que hice.
Escribo un borrador de la carta de principio a fin, lo saco de la carpeta y lo
tiro a la papelera que hay junto a la cama. A mitad de la segunda, también
la arranco.
Todo lo que digo suena a excusa. Como si intentara culpar a mamá, a
Howard o a cualquiera menos a mí misma.
Finalmente, después de innumerables trozos de papel arrugado, me quedo
con la simple verdad:
Te amo más que a nada en este mundo, Elise, pero no supe cómo
expresarlo. Siento haber fallado y haberte hecho daño. Siempre intentaré
hacerlo mejor.
Es breve y directo, pero después de leerlo cinco veces no encuentro nada
que cortar o añadir. Lo arranco con cuidado del cuaderno y lo doblo en tres
partes. Salto de la cama y salgo al pasillo.
La puerta de Elise está abierta, pero no responden cuando llamo. Me asomo
por el marco de la puerta y veo que la habitación está vacía, así que me
dirijo a la cocina. El armario de aperitivos de Nikolai se ha convertido en un
punto de calma para las dos. Puede que un lugar de encuentro neutral sea lo
mejor.
Pero cuando llego a la cocina, también está vacía.
— ¿Dónde está? —murmuro para mis adentros.
Saco el móvil y compruebo si hay mensajes perdidos, pero no hay nada.
Pongo el dedo sobre el nombre de Elise en la lista de contactos cuando oigo
una carcajada. Me giro hacia el sonido y veo que la puerta del patio está
abierta.
Me acerco sigilosamente y asomo la cabeza por la esquina para mirar a
través del cristal de la puerta. Pero no veo a Elise ni a Nikolai.
En su lugar, hay tres hombres corpulentos alrededor de los muebles vacíos
del patio.
Yuri está de pie más atrás, mirando furtivamente hacia el lado de la casa
como si se estuviera asegurando de que nadie les observa. Los otros dos
hombres van ataviados con equipo de seguridad. Reconozco a uno de ellos
de la caseta de vigilancia junto a la puerta, pero no al otro.
El que reconozco sacude la cabeza.
—Toda esta mierda podría ser divertida si no estuviera en juego nuestro
sustento. ¿Quién coño nos va a pagar cuando el Don se haga matar por esta
zorra?
Me quedo inmóvil, con los pies pegados al suelo. No podría moverme
aunque quisiera.
—Él sobrevivirá, Makar —dice el desconocido—. Hasta ahora, es a los
demás a los que él deja morir por ella.
—Descansa en paz, Arslan —dice el llamado Makar, se besa los dedos y
señala al cielo.
Yuri mueve la mandíbula como si quisiera responder, pero no está seguro de
qué decir. Finalmente, se inclina hacia delante y comenta.
—Sabes que Arslan siempre se metía en líos. Nikolai intentó salvarlo y casi
muere en el intento.
—Y Arslan tenía muchos problemas en los que meterse cuando apareció la
contable —replica Makar—. Probablemente era una infiltrada de los
griegos desde el principio. Le enviaron un culito apretado como una
distracción, mientras tiraban de la alfombra bajo nuestros pies.
El otro hombre asiente.
—Nikolai debió haberse tirado a Bridget si quería a alguien fuera de la
Bratva. Está buena y es fácil.
Entonces los celos se encienden en mi pecho. Antes de darme cuenta de lo
que hago, abro la puerta de un tirón y salgo al patio.
Los tres hombres se giran, momentáneamente estupefactos. Yuri parece
horrorizado.
—Buenas noches, caballeros —les digo con una cálida sonrisa—.
¿Tomando un descanso?
—Cambio de turno, en realidad —refunfuña Makar—. Ya nos íbamos.
Él empieza a girarse, pero niego con la cabeza.
—No. Quédate. Quédense todos. Se merecen un descanso.
—No lo necesitamos —gruñe el otro hombre—. Trabajaremos todo el
tiempo que la Bratva nos necesite.
Makar asiente.
—Sí. Y de todos modos, solemos esperar una invitación del Don antes de
quedarnos. Después de todo, es su casa. No es para gentuza.
Si el primer comentario era una indirecta obvia, el segundo me da justo en
el pecho.
Esta no es tu casa. No perteneces aquí. No confiamos en ti.
Entonces renuncio a mi plan, a medias, de matarlos con amabilidad y me
conformo con una honestidad contundente. Es como espero manejar las
cosas con Elise, así que podría probarlo aquí.
—Escucha, sé que las cosas están tensas ahora mismo con...
—Tus amigos —añade Makar en voz baja.
Entrecierro los ojos hacia él.
—Xena intentó matarme. Intentó matar a Nikolai. No es mi amiga.
Se encoge de hombros.
—Eso está por verse.
—No, no está por verse. Ya se ha visto. No trabajo con ella.
—Eso es lo que tú dices —replica Makar, dando un paso atrás con las
manos en alto.
Me vuelvo hacia Yuri con la esperanza de encontrar un aliado aquí fuera.
—Tú confías en mí, ¿verdad? Nikolai no trabajaría tan estrechamente
contigo si no fuera así.
Yuri hace una mueca, y estoy segura de que he dicho algo equivocado,
aunque no sé por qué. Por lo visto sé aún menos de lo que creía sobre el
funcionamiento de una Bratva
—Porque lo tienes atrapado en tus dedos —gruñe Makar—. Probablemente
él no toma una decisión sin consultarlo antes contigo.
Lo que dice es tan ridículo que me río, pero eso sólo consolida aún más mi
villanía en su mente.
El labio superior de Makar se curva con disgusto.
—No puedo esperar a que Nikolai descubra que eres una espía y ver cómo
mueres como traidora. Destripada como un puto cerdo.
Estoy tan aturdida por el odio en su voz que ni siquiera puedo formular una
respuesta. Me quedo boquiabierta mientras se da la vuelta y se va dando
fuertes pisadas por la esquina de la casa, seguido de su amigo.
Yuri también sacude la cabeza antes de irse.
—Quizá deberías agachar la cabeza, Belle —dice al irse—. Mantenerte
callada.
Me arden las mejillas de vergüenza.
—Quizá Nikolai tenga razón. Quizá debería huir del país —suspiro y
vuelvo a entrar en la casa.
Casi me he olvidado de la carta para Elise que aún tengo en la mano, hasta
que entro en la cocina y la veo de pie frente a la nevera, con una sonrisa
distante y soñadora.
¿Cómo puede estar ella sonriendo ahora? Soy su hermana mayor. Se supone
que quiero que mi hermana sea feliz. Pero no ahora. No justo después de
que hayamos tenido la mayor pelea de nuestra vida. Se supone que ella
debía ser tan miserable como yo.
Dios, soy una perra egoísta.
—Hola. Te he estado buscando.
Ella salta y se da la vuelta. Su sonrisa se seca en cuanto me ve.
— ¿Por qué?
—Porque quería darte esto —levanto la carta—. Todavía hay muchas cosas
que quisiera decirte.
—Ya has dicho suficiente, ¿no crees? —suelta.
Y así, sin más, mis esperanzas de que ella estuviera calmada desde la última
vez que hablamos se marchitan y mueren.
—Bueno, supongo que puedes leer esto y decidir por ti misma —le digo
mientras le tiendo el papel, pero ella no hace ademán de quitármelo—.
Vamos, Elise. Es sólo una carta. No tienes que leerla ahora si no quieres,
pero me gustaría que...
—Hablé con Howard —me suelta de repente.
— ¿Quién? —pregunto por instinto, aunque obviamente sé exactamente
quién es. Me parece tan imposible que no lo comprendo.
Elise se muerde el labio.
—Mi padre. Hablamos.
— ¿Cómo?
—Por teléfono. Así es como se llega a la gente hoy en día cuando quieres
hablar.
Sacudo la cabeza.
—No debería haberte llamado. Fue muy inapropiado. Le dije que yo
decidiría si...
—No es tú decisión —me interrumpe Elise—. Es mía. Debería haber tenido
esta opción desde que era pequeña. Nada de esto debería haber sido nunca
tu elección.
Me trago las palabras.
—Lo sé. Lo sé. Tienes razón. Pero... en realidad no lo conoces, Elise. No
sabemos cuáles son sus motivaciones.
—La única razón por la que no lo conozco es por ti —señala. El ácido de su
voz es innegable
—Lo sé, ¿vale? —gruño—. Dios, lo sé. La he cagado. Ya lo has dejado
claro.
— ¡Pues parece que no, porque tengo que seguir recordándotelo! —espeta.
Su pelo está recogido en un gran moño en lo alto de la cabeza y se balancea
mientras habla.
—Sé que estás enfadada conmigo, pero eso no cambia el hecho de que
Howard es esencialmente un extraño para nosotras. No puedes hablar con él
sin que yo lo sepa.
—Hablaré con mi padre si quiero. No necesito tu permiso.
Resoplo.
— ¿Conoces a este hombre desde hace media hora y ahora confías en él
más que en mí?
—Confié en ti antes y me mentiste, así que no volveré a cometer ese error.
—Ese es un sentimiento popular hoy —digo y me paso una mano por la
cara—. ¿De dónde sacaste su número?
—Encontré su tarjeta en tu bolsillo —y se palmea la pierna. Noto que lleva
mis vaqueros.
Hasta aquí lo de no actuar como hermanas. Desde que se dio cuenta de que
usamos la misma talla, la mitad de mi ropa acaba en su habitación.
— ¿Qué te ha dicho?
Elise se cruza de brazos.
—Es privado. Cosas de padre e hija.
Por segunda vez hoy, el monstruo verde de la envidia que llevo dentro ruge.
Pero estos celos son diferentes a los de que Nikolai podría sentirse atraído
por Bridget. Este es primario y feroz.
Howard Schaffner no me robará a mi hermanita.
—Mientras yo cuide de ti, nada es privado —siseo—. No conocemos a ese
hombre, Elise. Si quieres verle o hablar con él, hablarás primero conmigo.
— ¡Eso no es justo!
—No tiene que ser justo. Tiene que ser seguro.
— ¿Por qué no me encierras entonces? —Grita—. Si no puedes confiar en
mí para pensar por mí misma, es mejor que no me dejes salir. Encadéname
como a un perro.
Pongo los ojos en blanco.
—No seas dramática. Ayer ni siquiera sabías que ese hombre existía, así
que tener llamadas supervisadas con él no será el fin del mundo.
El rostro de Elise se sonroja. Sus labios se fruncen mientras la ira se
acumula tras ellos. Prácticamente puedo ver cómo se le acumulan las
palabras en la punta de la lengua, a punto de soltarse.
Entonces, de repente, las lágrimas ruedan por sus mejillas.
—Eres una zorra, Belle.
Y desaparece.
En cuanto me quedo sola, todo se me viene encima. Tropiezo con la
encimera de la cocina, abrumada por el peso. Me agarro al frío granito en
busca de estabilidad.
—Ella me odia —murmuro.
No estoy haciendo nada bien. No sé cómo cuidar de Elise. No puedo ser su
hermana ni su madre ni la extraña mezcla de las dos que intentaba ser. Ya ni
siquiera sé lo que soy para ella. No sé qué se supone que debo hacer.
Y ahora, estoy a punto de ser madre de otro ser humano.
Me llevo una mano al estómago. Un gemido sale de mis pulmones.
De repente, me cuesta respirar. Intento inhalar, pero mis pulmones no se
expanden. El pánico es una banda de hierro alrededor de mi pecho que no
puedo soltar.
¿Cómo voy a criar a un bebé y cuidar de Elise? ¿Cómo voy a demostrarles a
los hombres de Nikolai que soy digna de confianza? ¿Cómo voy a
demostrarle a Nikolai que no soy una distracción? ¿Cómo, cómo, cómo...?
— ¿Belle?
El sonido de su voz me obliga a levantar la vista. Nikolai está de pie en la
puerta, silueteado por la luz de detrás.
—No puedo... no puedo hacer esto —balbuceo—. Estoy embarazada. Y
Elise... Y los griegos y la lealtad y... nada de esto. Lo estoy jodiendo todo
y...
Sus brazos me rodean antes de que haber notado que ha cruzado la
habitación. Sus labios rozan mi oreja.
—Respira, Belle. Inspira y espira.
Por alguna razón, mi cuerpo escucha a Nikolai. La tensión de mi pecho
afloja lo suficiente para que respire hondo. Luego lo expulso entre los
apretados labios.
— ¿Qué ha pasado? —sus fuertes manos me acarician los brazos,
devolviéndome la sensibilidad.
Sacudo la cabeza. No me salen las palabras. De todos modos, ahora ya no
importa.
Nikolai está aquí.
Solo ese pensamiento es lo que me sostiene. Es mi ancla en esta tormenta.
Porque nunca he tenido a nadie de quien depender. Siempre he sido yo la
que hacía las llamadas, yo la que me las arreglaba, yo la que hacía un
desastre de todo. Pero ahora, está Nikolai.
No sé cuándo ni cómo, pero se convirtió en la persona en la que puedo
confiar. Y ahora mismo, eso es lo único a lo que puedo aferrarme.
Así que lo aprieto más fuerte y decido no dejarlo ir nunca.
24
NIKOLAI

Los ascensores se abren al vestíbulo de Zhukova Incorporated, e


inmediatamente me arrepiento de haber venido hoy a la oficina.
Bridget me mira, sus dientes muerden su labio inferior. Pero yo estoy
concentrado en el hombre sentado en la sala de espera detrás de ella.
— ¿Qué coño haces aquí, Howard?
Se levanta y se ajusta las solapas de la chaqueta.
—Necesitaba verte. ¿Podemos hablar en tu despacho?
—En vez de eso, ¿qué tal si te largas de esta ciudad antes de que te entierre
bajo ella?
Howard mira a Bridget, esperando que muestre algún tipo de reacción. Pero
Bridget es una profesional consumada. Me ha visto hacer mucho más que
amenazas.
Respira hondo y se endereza.
—No estoy aquí para faltarte al respeto, Nikolai, pero... bueno, he esperado
demasiado y he llegado demasiado lejos para marcharme ahora. Quiero
conocer a mi hija.
Gruño mientras paso a su lado por el pasillo en dirección a mi despacho. No
le invito a venir, pero él igual lo hace. No me cabrea tanto como debería.
No puedo evitar respetar su dedicación. La mayoría de los hombres se
habrían escabullido en cuanto yo hubiera levantado la voz. Pero el hecho de
que Howard se mantuviera firme muestra algún tipo de lealtad hacia su hija.
Yo, más que nadie, puedo admirar a un padre que se preocupa.
—Tu hija no está en mi oficina, así que no sé qué esperas ganar
exactamente viniendo aquí.
—Espero ganarme tu confianza.
Desbloqueo la puerta de mi despacho y la abro de un empujón. Howard me
sigue por el pasillo, pero vacila en el umbral. Con un suspiro, le hago pasar
y le señalo la silla que hay frente a mi escritorio.
—Presentarte en mi despacho sin avisar es una mala forma de hacerlo.
Hasta ahora, lo único que has conseguido es hacer llorar a mi prometida
embarazada y abrir una brecha entre las mujeres que viven bajo mi techo.
Frunce el ceño.
— ¿Se están peleando? Le dije a Elise que se lo tomara con calma con
Belle. Nada de esto es culpa suya.
—Bueno, felicidades, entonces. Te has ganado tu primera insignia como
padre —digo—. La insignia de ‘Mi Hija No Escucha Una Maldita Palabra
De Lo Que Digo’ porque Elise culpa a Belle de todo.
Maldice.
—Cuando Elise me llamó, pensé que Belle debía de haberle dado mi
número.
Sacudo la cabeza.
—No. Elise se lo robó y te llamó a espaldas de su hermana.
Se pasa una mano por el rojizo pelo.
—Bueno, ahora sí. A la mierda con todo. Seguro que me odia
— ¿Elise? No, no creo. Si lo hiciera, lo sabrías. No es de las que esconden
sus emociones.
—Me refería a Belle —dice Howard con la preocupación grabada en su
rostro—. Yo pensé que tal vez estábamos llegando a algo, pero si Elise la
desobedece para hablar conmigo, eso no puede ser bueno.
El hombre es irritantemente difícil de disgustar. Hay algo casi noble en él.
Su persistencia, su terquedad.
Arslan era igual.
Pensar en mi mejor amigo duele como un cuchillo en las tripas. Lo dejo a
un lado y me centro en el lamentable bastardo que tengo delante.
—No estoy seguro de que Belle sea capaz de odiar a nadie de verdad. Lo
intenta, de hecho, intenta odiarme a mí, pero su corazón es demasiado
blando. Aun así, necesitarás mucho más que ‘no odiar’ si quieres acercarte
a ella y a Elise.
— ¿Cómo qué? Haré lo que sea —dice.
—Las abandonaste. Puede que Belle actúe como si sólo le preocupara Elise,
pero también le hiciste daño a ella. Le diste esperanzas a Belle y luego se
las arrebataste. Así que tendrás que averiguar cómo deshacer eso.
Los ojos de Howard se desvían hacia la pared. En realidad está sentado
frente a mí tratando de idear un plan. Estoy a punto de decirle que se vaya a
otra parte cuando chasquea los dedos.
—Tengo una idea.
Frunzo el ceño.
— ¿Qué dices?
—Un dibujo. Algo que Belle me dio hace mucho tiempo. Tendré que
encontrarlo. Creo que sé dónde está.
—Pues la mejor de las suertes, entonces.
Lo miro fijamente durante unos segundos, esperando a que note el silencio
intencionado en la habitación. Cuando no lo hace, suspiro.
—Ahora, lárgate de mi despacho, Howard.
Su atención se centra entonces en mí y se levanta de un salto.
—Lo siento, claro. De acuerdo. Sí. Sí.
Lo observo en la puerta, despidiéndose dos veces con la mano antes de
cerrarla finalmente tras de sí.

C , es muy tarde. Los ojos me arden de tanto mirar


la pantalla del ordenador. Resulta que las empresas multimillonarias no son
fáciles de dirigir, ni siquiera cuando sólo son tapaderas del verdadero
trabajo que tiene lugar en la sombra.
En la cocina, encuentro restos de la lasaña que el chef debe haber dejado,
junto con dos platos sucios en el fregadero, pero no hay nadie.
Busco por la casa y encuentro la puerta de Elise cerrada con la luz
encendida. La de Belle está vacía. Saco el teléfono del bolsillo para llamarla
cuando me asalta un pensamiento.
Me doy la vuelta y voy directo a mi habitación. Antes incluso de abrir la
puerta, sé que va a estar tumbada en mi cama con una certeza que no puedo
explicar.
Belle sonríe cuando entro. Está metida bajo mi edredón con una camiseta de
tirantes, el pelo cayéndole por los hombros en ondas sueltas. Tiene un libro
abierto en el regazo.
—Espero que no te importe —dice—. No quería estar sola en mi
habitación.
Empujo la puerta y me acerco a la cama.
— ¿Así que has decidido quedarte sola en mi habitación?
—Sí. Creo que aquí me siento menos sola.
Me dejo caer en la cama y arrastro su cuerpo contra el mío con una mano
enredada en su cintura.
— ¿Y ahora? ¿Te sientes sola ahora?
Se ríe contra mi pecho.
—Claro que no.
Beso su cabeza y me recuesto en las almohadas.
—Hoy ha venido Howard a mi despacho.
Se pone rígida y se aparta. En un instante, se levanta con las piernas
cruzadas.
— ¿Qué quería?
—Hablar conmigo.
— ¿Sobre qué?
—Sobre ti.
Ella frunce el ceño.
— ¿Sobre mí? Eso no tiene sentido.
— ¿No lo tiene? Eres el guardián de Elise. Tiene que pasar por ti para llegar
a ella.
—Sí, claro —resopla ella—. Elise tiene su número. Sé que se manda
mensajes con él. Ya no necesita cortejarme.
—Bueno, él pensó que tú le diste permiso a Elise para llamarlo. No tenía ni
idea de que lo hacía por su cuenta.
— ¿Y por qué debería importarle ahora? —pregunta ella—. Ya tiene lo que
quiere. Elise quiere hablar con él. Quiere conocerle. Así que a la mierda lo
que yo quiera, ¿no?
Hago girar el dedo en su pelo sedoso. Huele a mi champú. Es una
observación extrañamente embriagadora.
—Elise puede que piense así, pero Howard no. A él le importa también lo
que tú piensas. Cómo te sientes.
Entorna los ojos hacia mí.
— ¿Todavía lo defiendes?
— ¿Sigues dudando de qué lado estoy? —Halo el mechón de pelo entre mis
manos—. Soy del equipo Belle. ¿Necesito una camiseta o algo? ¿Me tatúo
tu nombre en el cuello?
Una pequeña sonrisa levanta la comisura de sus labios.
—Ya tienes suficientes tatuajes, y una camiseta me parece un poco
ostentoso. Tus hombres ya piensan que estoy loca. Etiquetarte podría ser
una mala idea.
—Cierto. Entonces ¿qué tal alguna obra de arte? —sugiero.
— ¿Te refieres a los dibujos que tienes enmarcados en tu despacho?
Arqueo una ceja.
— ¿Te has dado cuenta?
Se sonroja.
—En cuanto entré en la habitación. No esperaba que un líder Bratva fuera
tan sentimental.
—No soy el único.
Belle palidece.
— ¿De qué estás hablando?
—Howard guardó uno de la última vez que te vio. Un dibujo.
— ¿De la última vez, de cuando era niña?
—Algo así —señalo y me encojo de hombros.
Belle se muerde el labio inferior. Sus ojos están desenfocados, perdidos en
los recuerdos.
—Después de que él se fuera, mi madre... bueno, hizo lo que mejor sabe
hacer. Me convenció de que yo no valía nada —me dice, y su voz cae en
una convincente imitación de su madre—. ¿Por qué lloras? Howard no se
preocupaba por mí, así que seguro que por ti tampoco. Eres la mocosa de
otro hombre.
Las palabras me hacen apretar los puños. Si pudiera golpear un recuerdo
hasta matarlo, lo haría. Apalearía a este y enterraría su cuerpo para que
Belle nunca tuviera que revivirlo.
Suspira afligida.
—Ojalá pudiera culparla de todo, pero sinceramente, me dolió cuando él se
fue. Mucho. No necesitaba que mi madre me animara a odiarle; lo hice por
mí misma. Por eso tengo miedo.
— ¿Miedo de qué?
—De ser madre —me susurra—. Me preocupa... me preocupa todo. Pero
sobre todo, me asusta ser como ella.
—El hecho de que te preocupe ser como tu madre es la razón por la que sé
que no te parecerás en nada a ella.
Los ojos de Belle brillan de emoción. Me mira y puedo ver hasta el fondo
de su ser. Hasta la parte dolorida y tierna que guarda en secreto.
— ¿En serio?
Asiento con la cabeza.
—Ya te lo he dicho, Belle, no voy a mentirte para que te sientas mejor.
Siempre te diré la verdad. Siempre.
Se tumba a mi lado, con la cabeza apoyada en una mano, y sonríe.
—Yo también.
Le beso la frente y ella cierra los ojos como si absorbiera mi beso. Luego,
de repente, se da la vuelta y me da la espalda.
—Quiero acurrucarme contigo.
Me agarra del brazo y se lo ciñe a la cintura. Luego vuelve a apretar su
cuerpo contra mí, arrimando sus suaves curvas a mi miembro cada vez más
duro, y suspira satisfecha.
Dentro de unos minutos, bajaré mis manos por su cuerpo y la acariciaré
hasta que me suplique. La tomaré por detrás y me vaciaré todo dentro de
ella.
Pero ahora mismo, dejo que ella se apoye en mí, que se sienta segura.
Porque saber qué puedo hacer a esta mujer muy y verdaderamente feliz es
suficiente.
Acerco mis labios a su oído y susurro solo una palabra.
—Vale.
25
BELLE

— ¿Para mí? —le pregunto al repartidor, que espera impaciente a que tome
la enorme caja plana en sus manos. — ¿Está seguro?
— ¿Usted es Belle Dowan? —Me pregunta—.
Yo asiento con la cabeza.
— ¿Sí? Entonces es para usted. ¿Puedo dejarlo aquí?
—Claro, sí. Pero... ¿está seguro de que es para mí?
Suspira y tiende su escáner y un bolígrafo.
—Escuche, me pagan por entregar paquetes. Todo lo que sé es que uno
tiene su nombre y dirección. Por favor, firme para que yo pueda irme.
Firmo y cierro la puerta. Estoy a punto de llamar a Nikolai y preguntarle de
qué se trata cuando veo el nombre que figura como remitente. Beatrice
Aguilar. Caigo en cuenta de golpe.
—El vestido —suspiro.
Con todo lo que está pasando, me había olvidado de que Nikolai y yo nos
vamos a casar.
Hace un par de días, habría tirado la caja en la habitación de Nikolai y se la
habría dejado a él. Él es quien está imponiendo este matrimonio. Él es quien
quería que me probara este vestido. Que se ocupe él, ¿no?
Pero las cosas han cambiado.
Llevo la caja inmediatamente a mi habitación, arranco la tapa y dejo el
vestido sobre la cama. Quiero probármelo, pero quiero hacerlo bien. Me
quito el sujetador negro y las bragas y me pongo un tanga blanco de encaje.
El vestido lleva incorporado un sujetador, así que no hace falta uno. Y
aunque no lo llevara, el corpiño es de paneles transparentes y encaje muy
elaborado. No me gustaría arruinar el diseño con visible ropa interior.
Probablemente debería pedir ayuda con el vestido, pero hago lo que puedo,
lo extiendo en el suelo y me lo pongo. Despacio, deslizo la tela sobre mi
cuerpo.
Tengo que decir que Matteo puede haber sido inapropiadamente coqueto,
pero el hombre sabe lo que hace. El ajuste es perfecto.
El dobladillo es un poco largo porque estoy descalza, así que cojo mis
tacones blancos del armario y me los pruebo para asegurarme de que el
largo me queda bien. Lo último que necesito es tropezarme con el vestido
mientras camino hacia el altar.
Me abrocho los zapatos de tiras y camino despacio hacia el espejo de
cuerpo entero. Al acercarme cada vez más a mi reflejo, levanto las manos
como si sostuviera un ramo. Y se me aprieta el pecho.
El vestido es precioso, sí. Y me siento muy bien con él, claro.
Pero no es eso lo que provoca el estallido de emociones en mi interior. No,
es el hecho de que, en sólo un par de días, estaré caminando hacia Nikolai
justo así.
Y él se convertirá en mi esposo.
Una sonrisa que no puedo contener se dibuja en mi cara. Estoy radiante.
Nunca supe que era posible ver ‘la felicidad’ hasta este momento. Pero
puedo verla en cada centímetro de mí. Brillante. Resplandeciente.
—Quiero esto —susurro en voz alta, dejando que las palabras calen sobre
mi piel—. Quiero casarme con Nikolai Zhukova.
Todavía estoy disfrutando de mi propia admisión y admirando el delicado
encaje del vestido cuando oigo pasos en el pasillo.
Elise lleva un par de días correteando por la mansión como un ratón y solo
sale por la noche para alimentarse. De lo contrario, permanece encerrada en
su habitación y se niega a hablar conmigo. Las fuertes pisadas
probablemente no le pertenecen.
Entonces se abre la puerta de la habitación contigua a la mía y me asusto.
Nikolai. Nadie más, aparte de mí, entraría en su habitación. No se
atreverían. Pero se supone que está trabajando. Nikolai tiene que estar todo
el día en la oficina. No puede estar aquí.
— ¿Belle? —lo escucho llamándome.
—Mierda, mierda, mierda —vuelvo corriendo hacia el armario, tanteando
los pocos botones que he conseguido cerrar en la espalda del vestido.
Nikolai estaba allí cuando me ajustaban el vestido, pero ahora es distinto.
No quiero que me lo vea puesto hasta el día de la boda. Quiero que sea
especial. Aunque suene estúpida o anticuada, no me importa. Gran parte de
mí está expuesta a él en todo momento. Él puede ver todo lo que hay que
ver. Así que esta pequeña cosa, esta tontería...
Quiero guardármelo para mí hasta que sea el momento.
— ¿Belle? —Llama de nuevo, su voz más cercana—. ¿Dónde estás?
— ¡No entres! —grito.
El vestido me ha quedado de maravilla, pero ahora que intento quitármelo
es como si tuviera una camisa de fuerza. Apenas puedo bajármelo por las
caderas y los tacones se me enganchan en las capas de tela.
Lo oigo al otro lado de la puerta.
— ¿Qué estás haciendo?
— ¡No entres! —vuelvo a gritar—. Me estoy probando el vestido.
Alargo la mano y desabrocho otro botón. El vestido cae en un charco a mis
pies justo cuando se abre la puerta de mi habitación.
— ¿Cuándo ha llegado el vestido de novia...? —se corta la voz de Nikolai.
Cuando me vuelvo hacia él, entiendo al instante por qué.
Sus negros ojos recorren cada centímetro de mí. Como si intentara
memorizar este momento para volver a él más tarde.
Aunque no hay mucho que memorizar. Sin el vestido, estoy delante de él
con un tanga de encaje y tacones altos. Nada más.
—Eso no es un vestido de novia —carraspea él. El más leve fantasma de
una carcajada brilla en el borde de su voz.
Cruzo los brazos sobre el pecho, intentando cubrirme un poco.
—Me lo he quitado. Se supone que no debes verme antes de la boda.
—Demasiado tarde para eso. Ya te estoy viendo completamente ahora
mismo.
Siento un cosquilleo en la piel bajo su atenta mirada. Nunca había sido tan
consciente de mi cuerpo.
—No se supone que me veas con el vestido. No pensé que estarías en casa
hasta dentro de unas horas. Creía que estaba sola.
Sigue en la puerta, cubierto del cuello a los tobillos con una camisa negra
abotonada y unos pantalones gris oscuro. Hacemos una pareja irresistible:
él, enorme y vestido de oscuro junto a mi pálida y delgada casi desnudez.
Él no dice nada. Salgo despacio del centro del vestido para no tropezar con
los tacones.
—Déjame guardar el vestido y podremos...
Se oye un gemido bajo detrás de mí.
—Belle. Joder.
Estoy recogiendo el vestido del suelo, confusa sobre cuál es el problema
exacto de Nikolai en este momento, hasta que me doy cuenta... Estoy
doblada. En tanga. En tacones altos.
Sé exactamente cuál es su problema: yo.
—Oh, yo... lo siento, lo siento —digo, tratando de ponerme más decente—.
No quería...
Pero Nikolai ya está a mi lado, antes de que pueda pronunciar otra palabra.
Me agarra por la cintura y me pega contra la pared—. ¿No querías
volverme loco?
Sus labios se posan en mi cuello y mis clavículas. Sus manos recorren mis
curvas, me tocan los pechos y me agarran el culo. Está en todas partes a la
vez, y lo único que puedo hacer es aguantar y rezar por sobrevivir a la
hermosa tormenta que se avecina.
—No quería estar desnuda. Simplemente no quería que me vieras con el
vestido. Te dije que no entraras.
—Nunca he agradecido tanto no haberte hecho caso —sisea y pasa sus
dedos por el interior de la orilla de mis bragas—. ¿Te las vas a poner para la
boda?
Me encojo de hombros.
—Estaba dudando.
— ¿Entre?
—Entre estas —le digo, contoneando las caderas contra él—, o no usar
nada.
Vuelve a gemir y junta nuestros cuerpos. Noto la dureza de su miembro a
través de los pantalones.
—Probemos las dos cosas.
En un instante, tengo el tanga en los tobillos. Nikolai retrocede para
admirarme. Normalmente, me sentiría cohibida, pero el calor de su mirada
quema todo lo demás. Me quito las bragas y las tiro a un lado con la punta
de los tacones.
—Con ellas o sin ellas... no puedes equivocarte —señala mientras se relame
cuando se acerca a mí—. De cualquier forma estás increíble. Pero yo soy
partidario de los zapatos.
— ¿En serio? —pregunto. A esta altura, puedo rodearle el cuello con los
brazos sin ponerme de puntillas. Yo también soy partidaria de los tacones.
Canturrea mientras nos besamos. Su lengua se arremolina contra la mía y
me pellizca el labio inferior.
—Un gran partidario. De hecho, creo que no deberías quitártelos nunca.
Me río.
—Eso podría dificultarme un poco el caminar.
Nikolai me levanta en brazos y me lleva hacia la cama.
—No necesitarás caminar. Planeo que pases mucho tiempo en posición
horizontal.
— ¿Y yo puedo opinar sobre...? Oh, por Dios —gimo, justo en el momento
en que Nikolai se arrodilla entre mis piernas y besa mi palpitante centro.
Pierdo la capacidad de hablar. Sólo puedo gemir y balbucear incoherencias.
Se abre paso con su lengua y me chupa con sus carnosos labios. Sus manos
encuentran mis tobillos y engancha mis tacones sobre sus hombros.
Si me va a tratar así, llevaré estos zapatos todo el tiempo.
Nikolai se sumerge. Me manosea, me acaricia y me chupa hasta que muevo
las caderas contra su boca, salvaje y desesperada. Entonces desliza dos
dedos dentro de mí.
Inmediatamente, me lleva al límite. El orgasmo se apodera de mí,
alcanzando nuevas sensaciones mientras Nikolai enrosca sus dedos en mi
interior al ritmo de mi placer.
Sigo jadeando y gritando cuando se desliza fuera de mí y se arrastra por mi
cuerpo, besándome la piel.
—Eso ha sido muy excitante.
— ¿Excitante para ti? —Jadeo—. Imagina para mí. Estoy segura de que me
incendié.
Enrosco los dedos en su pelo y acerco su boca a la mía. Sus labios están
resbaladizos, pero no me importa. Me siento como si lo estuviera
reclamando. Ese pensamiento me provoca un nuevo impulso.
—Quítate la ropa —le suplico, desabrochándole los pantalones con dedos
torpes mientras él se quita la camisa.
Su cuerpo es siempre una distracción para mí. Es imposible ver a Nikolai
sin camisa sin querer acariciar sus abdominales y saborear cada centímetro
de su dorada piel.
Pero hoy, mis intereses son únicos. Bajo sus calzoncillos y libero su
impresionante erección.
—Abajo —digo y no soy capaz de pronunciar más palabras, lo empujo
hacia la cama y me siento a horcajadas sobre él. Subo por sus fuertes
piernas hasta que se aprieta contra mí, pero no lo meto. En lugar de eso,
subo y bajo por él, cubriéndolo con el orgasmo que acaba de provocarme.
—Tócame —gruñe deliciosamente. Tiene los dedos blancos en mis rodillas.
Sonrío y lo rodeo con las manos por el otro lado, de modo que queda
envuelto por mí por todos lados, pero aún no dentro de mí. Una y otra vez
lo acaricio así, trabajando su longitud con mi coño y mis palmas hasta que
él jadea.
—Belle —gruñe— me estás matando.
Yo también me estoy matando. Su anticipación, la forma en que me llenará,
es casi insoportable. Mi cuerpo se estremece de necesidad.
—Bien. Es tu castigo.
Me deslizo hasta la punta y lo acaricio con mis labios, jugando con la idea
de meterlo dentro de mí antes de volver a su base. Vuelve a gruñir, sin
aliento.
— ¿Por qué?
—Por entrar en mi habitación cuando te dije que no lo hicieras. Por verme
vestida antes de nuestra boda. Por hacerme desearte tanto.
Su frente se arruga mientras vuelvo a acariciarlo. Prácticamente puedo verle
ordenar sus pensamientos a través de la bruma de la lujuria.
—Por si lo has olvidado, esta es mi casa, kiska. Puedo ir a donde quiera en
mi casa, incluida tu habitación. En segundo lugar, ni siquiera deberías haber
estado aquí —dice, clavándome los dedos en la piel—. Deberías haber
estado en mi habitación. Allí es donde fui primero a buscarte.
Intento reprimir una sonrisa, pero no lo consigo.
—Ah, si ¿Así que eso es lo que piensas?
—En tercer lugar, no llevabas el vestido de novia cuando entré en la
habitación, y por eso nos encontramos en esta situación.
— ¿Y por último? —presiono—. ¿Cuál es tu excusa para que te desee
tanto?
Sonríe cruelmente.
—No tengo excusa para eso. Pero tengo una solución.
Antes de que pueda preguntar cuál es la solución, Nikolai me agarra por las
caderas y me penetra.
Me muerdo el labio para no gritar. Sólo mis palmas apoyadas en su pecho
evitan que me desplome sobre él. Cuando se me pasa el shock inicial,
empiezo a mover las caderas, disfrutando de la nueva plenitud.
Pero Nikolai ya no va despacio. Me toca el culo y aprieta nuestros cuerpos
hasta que olvido cualquier intento de control o de burla.
Lo deseo. Todo. Ahora mismo.
—Ten cuidado con lo que deseas —gruñe Nikolai. Entonces me doy cuenta
de que estaba hablando en voz alta.
Todavía dentro de mí, me pone boca arriba y me sujeta los brazos por
encima de la cabeza. Me penetra una y otra vez, y cada embestida me
empuja más arriba en la cama hasta que chocamos contra el cabecero.
Su cuerpo brilla de sudor y yo le araño el pecho y me aferro a las sábanas,
buscando algo estable a lo que sujetarme porque la gravedad de la Tierra ya
no parece hacerlo.
Entonces, justo cuando siento el estruendo de un segundo orgasmo, Nikolai
vuelve a voltearme. Aprieta mis palmas contra el cabecero, inclina mis
caderas hacia él y me penetra por detrás.
—Este es el momento más excitante de mi vida —jadeo.
Nikolai, que nunca se conforma, me rodea la cadera con la mano y se
desliza entre mis piernas. Su dedo rodea mi clítoris y casi me caigo de la
cama. Arqueo el cuello hacia atrás y él me agarra del pelo con la otra mano,
empujándome aún más hacia atrás.
—Belle —gruñe. Oigo la contención en su voz y noto la tensión en su
cuerpo.
Sacudo la cabeza.
—No quiero que esto termine.
En respuesta, su dedo gira más rápido. Me da golpecitos y pellizcos hasta
que casi lloro por el esfuerzo de contenerme.
—Córrete, maldita sea —gruñe. Sube más mis caderas y me penetra desde
un nuevo ángulo.
Y así, sin más, me corro.
Este orgasmo no es una ola, es un tsunami. Me pierdo en el placer, mareada
y sin aliento mientras grito su nombre y clavo las uñas en el cabecero de
madera.
—Joder —gruñe Nikolai, palpitando dentro de mí, extendiendo su calor por
todas partes, por dentro y por fuera, por arriba y por abajo.
Cuando ambos terminamos, él maniobra con cuidado a ambos en el colchón
para que mi cabeza se apoye en su pecho. Oigo los latidos de su corazón,
que se ralentizan.
Sé que no debo ver el vestido antes de la boda —musita tras uno o dos
minutos de silencio—. Pero, ¿cuáles son las normas sobre follar hasta el
cansancio antes de la boda?
—Generalmente está mal visto —me río entre dientes.
Me besa la cabeza.
—Pero es lo que más me gusta hacer.
Permanecemos así unos minutos antes de que me permita explorarle como
antes quería. Mis dedos acarician sus pectorales y las crestas de sus
abdominales. Le acaricio el cuerpo cada vez más abajo, hasta que mi dedo
rodea los rizos de su pene.
—No, Belle —gruñe—. Me vas a matar. Además, regresé para comer algo
rápido. Y de eso hace... cuarenta y cinco minutos.
Giro la cara y le beso las costillas.
—Tú eres el CEO. Eso tiene que venir con algunos beneficios.
—Yo tengo los beneficios que quiero. El problema no es que no pueda
hacerlo —dice, deteniendo mi mano justo antes de que pueda envolverla
alrededor de su ya agitada polla—, es que una vez que empecemos, nunca
podré parar.
Le sonrío diabólicamente.
—No hagas promesas que no estés dispuesto a cumplir.
Veo la decisión formándose detrás de sus ojos. Ansío que me dé permiso
para tocarle. Entonces un sonido empieza a bullir de la pila de su ropa en el
suelo.
Me dedica una sonrisa, me planta un beso rápido en la frente y se desliza
fuera de la cama.
—Probablemente sea mejor para los cientos de personas a las que doy
empleo que no permanezcamos en esta cama hasta que nos follemos a
muerte.
—Buu —le hago un mohín—. Aguafiestas.
Nikolai saca el teléfono de los pantalones y contesta. Su voz es casual, pero
en cuanto la otra persona empieza a hablar, se pone tenso.
— ¿Dónde? Vale. Voy de camino.
— ¿Qué pasa? —pregunto en cuanto cuelga.
—Un asunto de la Bratva. Una emergencia.
Veo cómo se pone los pantalones y la camisa, cubriendo el cuerpo que
acabo de envolver.
— ¿Todo está bien? —pregunto.
—Lo estará —dice, se mete el teléfono en el bolsillo y se aleja. Sus ojos
recorren la cama y me miran a mí. Sigo tumbada sobre el edredón, con una
pierna doblada y el brazo sobre el estómago. Entonces suelta un suspiro
entrecortado—. Te quiero en esta misma postura y con esta misma ropa en
mi cama cuando llegue a casa esta noche.
Me ruborizo.
—Sí, señor.
—Joder, Belle. Eres... —sacude la cabeza—. Tengo que irme. Llamaré
cuando esté de camino.
Antes de que ninguno de los dos pueda tentar al otro para que vuelva a la
cama, sale corriendo de la habitación.
Me tumbo sobre las sábanas durante unos minutos, pasando la mano por mi
piel sensible y deleitándome con el recuerdo de haber estado con él. Solo
cuando estoy segura de que mis piernas temblorosas no se derrumbarán
bajo mis pies, me levanto y me pongo ropa de verdad.
Acabo de ponerme unos vaqueros y una camiseta cuando llaman a la puerta.
No tengo ni idea de quién puede ser hasta que piso las llaves que deben de
haberse caído de los pantalones de Nikolai. Las recojo y corro por el pasillo
hasta la entrada.
— ¿Te has olvidado las llaves a propósito? —Grito a la silueta oscura que
hay al otro lado del cristal empañado—. No necesitas crear una excusa para
volver a mi habitación. Siempre eres bienvenido a follarme cuando...
Abro la puerta de un tirón y las palabras mueren en mis labios. Nikolai no
está en la puerta.
En su lugar, hay tres agentes de policía formando un triángulo.
— ¿Belle Dowan? —pregunta el primero. Es un hombre corpulento con el
ceño fruncido.
Asiento despacio y temerosa.
—Sí, soy yo. Soy Belle Dowan. ¿Cómo puedo...?
Me agarra de la muñeca y me saca fuera.
—Belle Dowan, se le acusa del secuestro de Elise Dowan. Tiene derecho a
permanecer en silencio. Todo lo que diga puede y será usado en su contra...
— ¿Qué dice? —intento retirar mi brazo, pero él me agarra con fuerza. Los
otros dos agentes se acercan para ayudarle mientras el primero sigue
leyéndome mis derechos.
— ¿Qué está pasando? —Grito—. Usted no puede... yo no he secuestrado a
nadie. ¿Qué...?
Vuelvo la vista al interior de la casa y veo a Elise congelada en medio de la
entrada. Un agente de policía mujer también se fija en ella.
— ¿Elise Dowan? —pregunta ella.
Elise asiente mudamente, con la mirada fija en mí y en los agentes.
La agente entra en la casa de Nikolai y agarra a Elise.
—No pasa nada, cariño. Ahora estás a salvo.
Ella ya estaba a salvo, pienso. No la toques, joder quiero decirle, pero mi
voz ya no funciona.
Pero tampoco quiero asustar a Elise. No quiero que me vea peleando y
forcejeando con la policía.
Así que me dejo arrastrar hasta el coche de policía. Observo impotente
desde el asiento trasero cómo suben a Elise a otro vehículo.
Luego nos llevan a los dos a Dios sabe dónde.
26
NIKOLAI

Sale humo del aparcamiento del Hotel Zinc y se eleva en espiral hacia el
cielo azul. Los clientes y el personal, preocupados, susurran y caminan por
la acera. Nadie sabe adónde ir ni qué hacer.
— ¿Cuándo ha ocurrido esto? —gruño a nadie en particular.
—Llamé en cuanto me enteré del incendio —dice Yuri. En realidad no
escribe la palabra entre comillas, pero lo oigo en su entonación. Sabe tan
bien como yo que no ha sido un accidente—. El guardia de seguridad vio a
unos tipos con tatuajes en el cuello paseando en bicicleta por la planta baja
del garaje media hora antes del incendio. Se las arregló para contárselo a la
policía antes de morir por las heridas. Dos disparos en el pecho.
Aprieto la mandíbula.
—Malditos Battiatos.
Yuri asiente.
—Las cámaras estaban todas convenientemente apagadas, pero mi
suposición es que el guardia estaba en el lugar equivocado en el momento
equivocado. Esto parece más una advertencia que otra cosa.
Asiento con la cabeza. Diría que ha sido una distracción, pero sé que Belle
está a salvo. He triplicado las medidas de seguridad alrededor de la casa, y
mis guardias saben que no deben dejar pasar a nadie por las puertas cuando
yo no estoy.
Aun así, decido llamarla en cuanto tenga un minuto libre. Sólo para
asegurarme.
— ¿Has hablado con alguien de los bomberos?
En ese momento, Makar se une a nuestro grupo.
—Acabo de hacerlo. La culpa del incendio es una luz de emergencia del
aparcamiento. Una bala perdida golpeó el enchufe y echó chispas. Algo así.
Pero no hay mucho que se pueda hacer sobre el asesinato.
—Esto será genial para el negocio.
Prácticamente puedo oír los dientes de Makar rechinando.
—Dudo que Vadim se preocupe por el golpe que esto pondrá en la línea de
fondo. Lo mataron, Nikolai. Tenemos que tomar represalias.
— ¿Represalias contra quién? ¿Dónde? —Pregunto—. Quiero vengarme
por Vadim y Arslan y por cada hombre que hemos perdido tanto como lo
quieres tú, pero ir a ciegas sólo nos costarán más hombres. Tenemos que
estar preparados.
—Tal vez lo estaríamos si...
Estoy en su cara en un instante, sobresaliendo por encima de él.
— ¿Si qué?
Le reto en silencio a que termine la frase, pero no lo hace. Sacude la cabeza
y se aleja con las manos en alto.
—Nada.
Pero los dos sabemos exactamente lo que iba a decir.
Si no estuvieras tan distraído con Belle.
—Nikolai tiene razón. Necesitamos más información —interviene Yuri—.
Podríamos llegar a algunos contactos. Ver si alguien sabe lo que Simatous y
Battiatos está haciendo.
—Ya está hecho.
—Probablemente Christo esté en ello —refunfuña Makar. Me mira nervioso
y se encoge de hombros—. Yuri nos dijo que ahora forma parte de la
Bratva.
Yuri niega con la cabeza.
—Yo no he dicho eso. Yo dije...
—Él no está en la Bratva. Es un contacto —le interrumpo—. Pero aunque
así lo fuera, habría sido decisión mía. Y tú te hubieras aguantado y te
hubieras ocupado de ello.
—Los linajes ya no valen una mierda, supongo —expresa Makar.
Mis puños se aprietan dolorosamente.
—Nada importa más que la lealtad. Y eso sí parece estar escaseando en
estos días.
Los ojos brillantes de Makar se afilan.
—Christo debería saberlo. Dio la espalda a su familia al trabajar para ti.
—Y ahora mismo podría ser la única persona capaz de decirnos qué
demonios trama Xena y ofrecernos información valiosa. Así, cuando
tomemos represalias, no acabarás tú entre los muertos.
Makar se toma la amenaza implícita tal y como yo pretendía y se calla de
una puta vez.
Satisfecho, me vuelvo hacia Yuri.
—Si hay alguna grabación rescatable de las cámaras de seguridad, la quiero
cuanto antes.
—Ya he enviado el equipo a los técnicos. Si hay algo, te lo enviaré
enseguida.
Yuri está extrañamente atento hoy. Probablemente porque la última vez que
hablamos, lo amenacé de muerte. Las amenazas de muerte tienen una forma
de inspirar el trabajo duro.
—Aunque Vadim estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado,
tenemos que averiguar lo que los soldados Battiatos estaban haciendo aquí
y lo que estén planeando a continuación. Entonces, y sólo entonces —digo,
dirigiéndome a Makar— ejecutaremos nuestro plan y a cualquiera que se
interponga en nuestro camino. ¿Está claro?
Ambos asienten cuando suena mi teléfono.
— ¿Qué pasa ahora? —Digo y lo saco con una mueca—. ¿Diga?
—Nikolai, soy Kostya... de seguridad...
—Sé quién eres, tío —digo, sacudiendo la cabeza. El chico es relativamente
nuevo. Lo incorporé cuando reforcé la seguridad en la casa principal.
Aunque lo contraté personalmente, parece que no puede dejar de
presentarse—. ¿Qué pasa?
—La policía vino a la casa.
Pensé que me había sacado de encima a los detectives que me investigaban
como sospechoso del asesinato de Giorgos, pero parece que no. Tendré que
hacerles otra visita, parece.
— ¿Les dijiste que no estaba en casa?
—Lo hice —dice, su voz adquiere un tono extraño y estrangulado—. Pero...
no vinieron a verte...
—Entonces, ¿qué coño querían?
Hay una pausa preñada mientras espero a que Kostya lo escupa.
Finalmente, suspira.
—Se llevaron a Belle.
El corazón me late con fuerza contra las costillas. Siento como si cada
latido me sacudiera todo el esqueleto de pies a cabeza.
— ¿Qué quieres decir con ‘se llevaron a Belle’?
Yuri y Makar me miran, pero apenas los percibo. Todo mi ser está
concentrado en esta llamada. Todo lo demás es ruido blanco.
—Vinieron a detenerla. He visto cómo se la llevaban a ella y a Elise hace
un par de minutos.
Me despido con la mano de Yuri y Makar y echo a correr hacia mi coche.
¿Podría tratarse de una operación encubierta? ¿Mafiosos con uniforme de
policía? Suena un poco a thriller de espionaje, incluso para mí, pero es
posible. Tal vez este incendio era una distracción.
— ¿Y por qué no los detuviste? Tu trabajo es proteger a Belle. Es la maldita
razón por la que te contraté.
—Traté de retrasarlos para poder llamarte primero —dice—. Pero tenían
una orden de arresto. Luego no contestabas cuando llamé. Esta es la
primera vez que contestas.
Dejé de contestar llamadas durante la oleada inicial de notificaciones sobre
el incendio en Zinc. Todos, desde el director general a los inversores,
pasando por el equipo de seguridad, me llamaban, y yo ya estaba de
camino. Los ignoré. Entonces me quedé sin servicio en el aparcamiento.
— ¿Cuándo se la llevaron?
—Solo un par de minutos después de que te fueras.
Miro la hora y maldigo en voz baja.
—Eso fue hace casi una hora.
—De verdad no había nada que yo pudiera hacer —dice lastimeramente.
—Podrías haberlos matado.
Kostya no responde y, de todos modos, no tengo tiempo para sus excusas.
Cuelgo y salto al asiento del conductor.
Voy a buscar a mi mujer.

L que trabaja detrás del cristal está llorando cuando el agente


Sweeney entra por la puerta cerrada a mi izquierda para ver lo que está
pasando.
—Señor, no tengo autoridad para liberar a nadie —me gimotea por enésima
vez desde que irrumpí aquí escupiendo fuego del infierno y azufre.
Pero ya no la escucho. En cuanto Sweeney entra en el vestíbulo, me
abalanzo sobre la puerta. Apenas logra cerrarla y activar la cerradura
automática antes de que yo pueda abrirla de un tirón.
—Muévete —gruño mientras considero arrancarla de las bisagras.
—Nikolai, escucha.
—No, escucha tú —le respondo bruscamente—. Saca a mi prometida o
mataré a todos aquí.
La recepcionista vuelve a lloriquear, pero Sweeney se limita a suspirar y a
hacerme señas para que me acerque a la esquina de la habitación.
—Probablemente no deberías ser escuchado amenazando a un oficial de
policía en una comisaría, ¿vale? Además, yo estoy de tu lado.
—Claro que no. Si estuvieras de mi lado, mi prometida no estaría en una
celda ahora mismo. Belle estaría en casa esperándome.
Desnuda. En mi cama. Quiero matar a Sweeney por robarme la promesa de
ese reencuentro.
—Un nuevo juez dictó la orden y enviaron a un policía nuevo a ejecutarla
—explica con un suspiro cansado—. Además, Belle no tiene tu apellido. No
sabíamos quién era.
—Eso cambiará dentro de dos días. Nos vamos a casar. Lo cual será difícil
de hacer si ella está en una celda.
Levanta las manos en señal de rendición.
—La van a soltar ahora mismo. Todo está ya arreglado.
—Actúas como si hacerlo fuera a salvarte. ¿Cuándo me confundiste con un
hombre que perdona?
Sweeney hace una mueca.
— ¿Y cuándo me has confundido con alguien que quiere pinchar al oso?
Trabajen para ti o no, nadie en esta comisaría quiere causarte problemas.
—Raro, ya que todos ustedes siguen causándome muchos problemas.
—Hay muchas pruebas de que ella es culpable de los cargos. No habría
podido evitar su arresto aunque lo hubiera descubierto antes de la orden.
— ¿Culpable de qué? —ladro—. Actúas impotente, pero te las arreglaste
para deshacer el daño bastante rápido una vez que yo aparecí.
—No, no fui yo. Los cargos fueron retirados. Por eso la han soltado.
— ¿Qué cargos? —Pregunto de nuevo—. Belle no ha hecho nada malo.
Duda antes de responder, como si supiera que la respuesta me va a
enfurecer.
—Secuestro de niños.
—Secuestro de… ¿Estás loco? ¿Quién demonios pudo haber hecho que
Belle...? —entonces caigo en la cuenta. Elise—. Blyat'.
Sweeney me está mirando analizar esta nueva información cuando la puerta
se abre de nuevo y sale Belle. Un agente alto y delgado la tiene agarrada
por el brazo, lo bastante fuerte como para hacerle moratones. Está mirando
al suelo, avergonzada, y ni siquiera ve que estoy delante de ella.
—Se han retirado los cargos —gruño, agarrándola de la mano y tirando de
ella para soltarla de su agarre—. No es una delincuente y te aseguro que no
puedes tocarla. Suéltala.
Belle suelta un gemido al oír mi voz. Al instante cae contra mí y entierra su
cara en mi pecho.
—Nikolai. Viniste.
Ahora mismo, podría arrancar este edificio de sus cimientos y partirlo en
dos. Ver a Belle temblando y aterrorizada es suficiente para que la rabia me
recorra las venas. Tengo que contenerme para ponerme a su lado y
mantener el tono de voz.
— ¿Dónde están sus cosas? —Le pregunto a Sweeney—. Lo necesitamos
todo. Ahora.
Su lengua se desliza sobre sus dientes inferiores. Hablarle así delante de
otros agentes no me va a hacer ganar puntos con él, pero después de esta
cagada, él es el que está en deuda conmigo.
—Lo conseguiré.
Belle se acurruca contra mi costado mientras Sweeney va a recuperar la
bolsa de plástico llena de sus pertenencias.
— ¿Estás bien? —susurro, rodeándole la cintura con el brazo.
Ella asiente.
—Solo llévame a casa, por favor.
Cada fibra de mí quiere hacer pedazos a Sweeney y no abandonar el lugar
hasta que haya hecho una visita al jefe y haya despedido, descuartizado,
mutilado o lo que sea a los agentes que la arrestaron.
Pero Belle necesita salir de aquí. Asegurarme de que la cuiden me hará
sentir algo mejor que la venganza.
Apenas.
Una vez que tenemos sus cosas, dirijo una mirada fulminante a Sweeney y
saco a Belle de la comisaría. A cada paso que se aleja del edificio, parece
erguirse un poco más. Para cuando le abrocho el cinturón de seguridad en el
asiento del copiloto y pongo el contacto, la tensa bola de tensión y ansiedad
que lleva dentro se está desvaneciendo. Ahora está inquieta y sus ojos
recorren la calle de arriba abajo.
— ¿Qué pasa?
Se sobresalta al oír mi voz y sacude la cabeza.
—Elise. No sé... No sé dónde está ella. Cuando me detuvieron, también se
la llevaron a ella. Pensé que podría hablar con ella, pero no dije nada. Puede
que ella ni siquiera sepa lo que es... ¿Puedes recuperarla a ella también?
Cuando se vuelve hacia mí, sus ojos están muy abiertos y esperanzados.
Belle cree en mí. Belle tiene fe en mí.
— ¿La han traído aquí? —le pregunto y miro hacia el edificio. Si Elise
sigue dentro, realmente arrancaré el lugar desde los cimientos. Sweeney
estará muerto antes de que el último ladrillo caiga en la acera.
—No lo sé —me contesta, abriendo la bolsa de plástico y sacando su
teléfono. El aparato tarda unos segundos en encenderse, pero cuando lo
hace, las notificaciones empiezan a llegar a toda velocidad. El teléfono
zumba una y otra vez.
—Elise llamó —gime, conteniendo un sollozo—. Ha dejado mensajes.
Pulsa el buzón de voz y la voz de Elise corta el silencio del coche.
—Hola, soy yo. Mamá me ha recogido en la estación hace unos minutos.
He pedido verte, pero me han dicho que no podía.
Su voz vacila. Está claro que intenta no llorar. Belle se lleva una mano a la
boca, ahogando sus propias lágrimas.
Entonces suena la voz de Melinda.
—Date prisa, Elise. Dile que he retirado los cargos y que te vienes conmigo.
Ese era el trato.
—Lo haré. Sólo dame... —suspira Elise—. Lo siento, Belle. Pero ahora
mismo nos vamos al aeropuerto. Espero que... Bueno, espero que las cosas
salgan bien. Pero tengo que irme. Adiós.
Al terminar el mensaje, Belle se queda mirando el teléfono como si esperara
que Elise dijera algo más. Finalmente, sacude la cabeza.
—Después de todo, Elise ha vuelto con mi madre. Hemos llegado tan lejos.
Sinceramente, creía que se había acabado. Pero ahora, ella está de vuelta
donde empezó. Supongo que realmente se acabó. Sólo que no como yo
esperaba.
—Joder, no, no se ha acabado —le digo. Me acerco y le cojo la mano con
fuerza—. Tu madre hizo una jugada inesperada, pero ese no es el final del
partido. Podemos contraatacar.
Ella parpadea.
— ¿Qué opciones hay? No soy el tutor legal de Elise. La orden tenía razón;
yo la secuestré.
—En el peor de los casos, mis abogados tomarán una semana o dos para
golpear en el cráneo a todos los jueces de aquí a Oklahoma hasta que Elise
esté de vuelta donde pertenece. Esto no durará mucho, Belle.
Se muerde el labio.
—No lo sé. Quiero que Elise vuelva conmigo, pero esto es... mucho. La han
llevado de un lado a otro del país una y otra vez. A través del mundo,
incluso. No quiero hacer pasar a Elise por más drama. Tal vez debería...
—Al diablo con los abogados. Me encargaré yo mismo.
Su barbilla se tambalea y sacude la cabeza.
—No. No, no quiero hacer pasar a Elise por eso. Ni a mí tampoco. Dios,
¿eso es egoísta? —Pregunta—. Quizá lo sea, pero ahora mismo no tengo
energía para esto. Elise ni siquiera quiere vivir conmigo.
—Eso es mentira y lo sabes.
—No lo es —protesta ella—. Puede que yo le caiga mejor que nuestra
madre, pero es un listón muy bajo. Y ya oíste el mensaje que dejó. Elise ni
siquiera me pidió ayuda.
Tengo la fuerte sospecha de que la única razón por la que Elise no pidió
ayuda es porque quería asegurarse de que Belle no acabara en la cárcel.
Hizo el trato con su madre de ir con ella siempre y cuando Melinda retirara
los cargos. De lo contrario, el teléfono de Belle estaría lleno de mensajes de
Elise pidiéndole que volviera a vivir con nosotros.
En el fondo, estoy segura de que Belle lo sabe.
Pero esta no es mi decisión.
Cuando se trata de los Bratva y mis hombres, yo tomo las decisiones. Pero
Elise es firme territorio de Belle. Tengo que dejarla decidir lo que es mejor
para ella y su hermana.
—Hagas lo que hagas, debes saber que mi oferta sigue en pie —le digo—.
Elise es tu hermana. Tienes que decidir qué es lo mejor. Pero ella puede
volver y vivir con nosotros o podemos adoptarla una vez casados. Lo que tú
quieras, Belle.
Se vuelve hacia mí, con los ojos muy abiertos.
— ¿La... la adoptarías?
—Claro que sí. Si es lo que tú quieres. Yo te daré lo que tú quieras.
Una lágrima resbala por su mejilla. Se la seca.
— ¿Podemos... podemos irnos a casa por ahora?
A casa. Ha sido mi casa durante años, pero nunca la había sentido como un
hogar. No hasta que tuve a Belle en ella.
Asiento con la cabeza y me llevo su mano a los labios para darle un suave
beso.
—Sí. Vamos a casa.
27
BELLE

Mi habitación nupcial está llena de actividad. El peluquero y el maquillador


discuten si mi sombra de ojos debe combinar con las flores de mi cabello o
no. La organizadora de bodas, una mujer muy nerviosa que no puede dejar
de quejarse del rápido tiempo de respuesta en todo este asunto, está
hablando por teléfono con el equipo de seguridad, rogándoles que traten de
verse presentables.
—Olvídate de los botones —me está diciendo—. Me conformaré con
botones negros en este punto. Estás de cara a los invitados, así que los
palitos de algodón tendrán que irse.
Debería ser emocionante, ver mi gran día llegar juntos.
Pero todo lo que puedo pensar es en quién no está aquí.
Elise debería estar conmigo. No había sido un buen momento para
preguntar, pero ella iba a ser mi dama de honor.
Y en otro mundo, otra vida, mis padres también estarían aquí. Una mamá
amorosa, preocupada por todos los detalles y ayudando a arreglar mi velo
en su lugar. Un padre orgulloso que intenta y no puede contener las
lágrimas mientras camina con su bebé por el pasillo.
En cambio, estoy sola con un grupo de extraños, a punto de casarme con un
hombre para quien, amor, es solo otra palabra de cuatro letras.
—Olvídate de la sombra de ojos a juego —dice finalmente la maquilladora.
Creo que su nombre es Amanda. O tal vez Annie. A ella no parece
importarle mi nombre, así que decido no preocuparme por el de ella. Ella
agarra mi barbilla y gira mi rostro de lado a lado—. Haremos un poco de
delineador de ojos blanco y algo de brillo neutro en el párpado.
No sé nada sobre maquillaje, pero ella nota mi expresión y me señala con el
dedo.
—No me mires así. Has puesto tu cara en mis manos. Yo sé lo que estoy
haciendo.
—Adelante —mascullo—. Te entrego todo el control creativo.
Principalmente porque si fuera por mí, usaría el mismo polvo de control de
brillo que he usado desde la escuela secundaria, me aplicaría un poco de
rubor rosa y me aplicaría mi lápiz labial color fresa favorito.
—Y yo —dice el peluquero, Kara. Su nombre es fácil de recordar porque
está cosido sobre el bolsillo de su camisa junto a un peine y un par de tijeras
—. Me hubiera encantado verte hace unas semanas para que pudiéramos
haber hecho un tratamiento de acondicionamiento profundo y algunos
reflejos de rubio miel, pero esto servirá.
—‘Esto servirá’ Vaya gran elogio —murmuro sarcásticamente. Estoy
malhumorada, lo sé, pero no puedo quitarme la amargura que se cuela en
los bordes de mi estado de ánimo.
Kara sonríe a mi reflejo en el espejo.
—No quise decir eso. Eres hermosa. Pero siempre hay margen de mejora.
Nada es perfecto.
—Puedes decirlo muchas veces.
Si hoy fuera perfecto, Elise estaría sentada en la silla a mi lado. A
diferencia de mí, a ella le encantaría que dos profesionales la arreglaran.
Para su último baile escolar, no podía permitirme el lujo de peinarla en un
salón, así que vi aproximadamente un billón de tutoriales en video en
YouTube y lo hice yo misma. Después de dos horas de calambres en los
brazos y discusiones, terminamos con un moño ligeramente torcido, pero
aun así bastante trenzado, que la hacía parecer una diosa griega.
Estoy tentado a sacar mi teléfono y ver las fotos que le tomé frente a la
puerta de mi apartamento, pero no quiero desconocer todo el arduo trabajo
de la maquilladora. Porque ella tiene razón: el delineador de ojos blanco
realmente hace que mis ojos color avellana se destaquen.
Estoy a punto de decirle eso cuando llaman a la puerta. Todos en la sala
actúan como si hubiera estallado una bomba.
—La ceremonia es hasta dentro de dos horas. Nadie debería estar aquí —
gime la planificadora.
— ¡No entres! —Grita Kara—. La novia está en su vestido. No se permiten
novios.
—Yo no soy el novio —responde una voz masculina—. Tengo una entrega.
No reconozco la voz, pero cuando Kara abre la puerta, veo a Makar de pie
en el pasillo.
— ¿Está todo bien? —pregunto alarmada.
Me imagino fuerzas invasoras marchando por el salón de recepción. O tal
vez Nikolai huyó del edificio. Sería impropio de él retirarse, pero tal vez la
idea de casarse conmigo fue suficiente para enviarlo corriendo a las colinas.
—Todo está bien. El equipo de seguridad está en el perímetro. No hay
alarmas sonando aún.
— ¿Te envió Nikolai a buscarme? —le pregunto.
Él niega con la cabeza.
—No. Él no sabe que estoy aquí.
Amanda y Kara están ocupadas con otras tareas. Siempre y cuando la
persona en la puerta no sea el novio, parece que no les importa quién está
aquí para verme.
Ojalá lo hicieran. Makar y yo no hemos hablado desde el día en que hizo
saber que pensaba que yo era traidora. No es exactamente la primera cara
familiar que elegiría ver el día de mi boda.
—Está bien —digo, tratando de mantener la sospecha fuera de mi voz—.
Entonces, ¿qué sucede?
En respuesta, Makar sostiene una caja negra larga y delgada con una cinta
dorada.
—Es un regalo. De parte mía y de algunos de los muchachos.
— ¿Un regalo? —Frunzo el ceño—. ¿Cómo regalo de bodas? Creí que el
novio haría eso.
Makar se encoge de hombros.
—Estoy seguro de que Nikolai te dará algo. Él es tradicional.
Yo me bufo.
—No sé si esa es la primera palabra que elegiría para describirlo.
—Bueno, decidió casarse contigo —dice Makar.
Aún, mirándolo lentamente. Su expresión es lo suficientemente agradable,
pero algo en lo que dice se siente insultante. Es aún peor por el hecho de
que no puedo decidir si debo o no ofenderme.
—Sé que le gustas, por supuesto —dice—. Después de todo, casi tiró su
Bratva por ti.
—No creo que eso sea exactamente justo para…
—Solo quise decir que estás embarazada y que se va a casar contigo. Una
historia tan antigua como el tiempo, ¿verdad? —Su sonrisa es delgada y
falsa, y yo solo quiero que se vaya. Sea lo que sea esto, lo que sea que esté
haciendo, quiero que termine. Ahora.
—Sí, vale. Bueno, gracias por el regalo.
—Ábrelo —señala, inclinando su cabeza hacia la caja.
Lo último que quiero hacer es fingir una falsa gratitud por el llamativo
collar que Makar y los otros matones de Bratva habrán puesto en esta caja.
Probablemente esté hecho de los dientes de sus enemigos o algo igualmente
morboso como eso. Pero haré lo que sea para que se vaya. Rápidamente,
arranco la cinta dorada y levanto la tapa.
Pero no es un collar dentro de la caja.
Es un cuchillo.
El mango es largo y delgado, con punta de oro, y la hoja es igualmente
delgada. Pero es mortalmente afilado. No necesito tocarlo para saber eso.
—En caso de que esta boda sea una farsa y necesites una salida —dice
Makar, inclinándose demasiado cerca.
Busco en su rostro una señal de si se trata de una broma o una amenaza,
pero su expresión es frustrantemente neutral. ¿Es costumbre que la Bratva
le regale un arma a la esposa del Don? ¿Por qué se siente tan espeluznante e
incorrecto?
— ¿Te gusta? —Presiona Makar—. Este cuchillo es especial. Es el que
sacamos de la espalda de Nikolai.
Eso aclara las cosas: es un insulto. En el mejor de los casos, es un insulto.
En el peor de los casos, Makar me está amenazando.
Pero en el momento en que reúno las piezas y estoy lista para decirle a
Makar que es mejor que se vaya de mi habitación antes de clavarle este
cuchillo a él en la cara, él ya está en la puerta.
—Felicitaciones por tu boda —dice saludando con un dedo—. Gran día.
Luego se ha ido.
Mi corazón está tronando. Pero eso es exactamente lo que quería Makar,
¿no? Tal vez lo que quería toda la Bratva. Me dieron este cuchillo para
inquietarme, para hacerme cuestionar lo que estoy haciendo al casarme con
su Don. Como si yo no lo estuviera cuestionando ya lo suficiente.
Quiero casarme con Nikolai; eso ya lo decidí. Pero todo lo demás es un
desastre. Nada de esto es como imaginé el día de mi boda, y ahora, no solo
me caso con Nikolai, sino que me caso con toda una organización criminal
que, de hecho, me odia absolutamente.
De repente, la conversación que Amanda y Kara están teniendo en la
esquina sobre qué productos son mejores para el cabello rizado suena
demasiado ruidosa. La planificadora de bodas que todavía parlotea en su
teléfono bien podría ser un martillo neumático en mi sien.
Cierro los ojos con fuerza, tratando de cortar el ruido, tratando de bajar mi
ritmo cardíaco y calmarme. Pero el mundo me presiona por todos lados.
Solo necesito un minuto. Necesito tranquilidad. Necesito…
— ¿Pueden salir todos? —digo de repente.
Todos los ojos se vuelven hacia mí.
Me aclaro la garganta y lo intento de nuevo.
—Lo siento, pero yo…yo necesito estar sola por unos minutos. ¿Hay alguna
manera de que puedan salir… todos?
Kara se encoge de hombros.
—Terminé con tu cabello de todos modos. Puedo volver y retocarlo antes
de la ceremonia según sea necesario.
Amanda asiente.
—Yo también. No te toques la cara y si empiezas a sudar, sécate la frente,
no te embadurnes.
—Genial —les digo—. Gracias.
La organizadora de bodas todavía está hablando por su teléfono celular
cuando las tres mujeres salen por la puerta lateral hacia mi suite. Cuando la
puerta se cierra, estoy sola.
Me dejo caer en el sofá de terciopelo rosa y cuento mis respiraciones.
Solo han pasado unos segundos desde que la habitación se despejó cuando
hay otro golpe en la puerta. Mis ojos saltan hacia la puerta cerrada, pero no
me muevo. No hablo ¿Ha vuelto acaso Makar para hacer uso del cuchillo
que me dio?
Hay otro golpe.
— ¿Belle?
El sonido de la voz de Nikolai vibra a través de mí como un gong,
sacándome de mi trance y empujándome hacia la puerta.
—Nikolai —suspiro—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Vine a verte.
Presiono una palma contra la puerta.
—No se supone que me veas con mi vestido.
—Abre la puerta al menos. Apenas puedo escucharte.
Lentamente, giro la manija y abro la puerta. El brazo de Nikolai se lanza
hacia adentro, su mano abierta y buscando.
— ¿Dónde estás?
Entrelazo mis dedos con los suyos. En el contacto, mi corazón finalmente
se desacelera. Los últimos minutos se desvanecen.
—Te extrañé —le digo.
—Es tu culpa. Tú eres la que no durmió en mi cama anoche.
— ¡No podemos despertarnos en la misma cama el día de nuestra boda!
— ¿Pero podemos follar la noche anterior? —Se burla a través de la puerta
—. Creo que estás eligiendo solo algunas tradiciones, Belle.
Mi rostro se sonroja al recordar su cuerpo sobre el mío anoche. Le dije que
tenía que irme a medianoche, lo que él tomó como un desafío para sacarme
tantos orgasmos como fuera posible antes de esa hora. Cuando me desperté
esta mañana, mi cuerpo todavía se sentía caliente y sobre sensibilizado.
Pero está cobrando vida de nuevo ahora.
—Y yo creo que tú estás tratando de romperlas todas —bromeo.
Lo escucho moverse al otro lado de la puerta. Sus siguientes palabras son
susurros de terciopelo que gotean sobre mi piel.
—Tienes toda la razón. Tantos como pueda.
Mi mano aprieta el pomo. Tengo que luchar contra el impulso de abrir la
puerta y tirar de él adentro. Después de la visita no planificada de Makar,
me vendría bien la distracción. Esta habitación vacía no está facilitando las
cosas.
Saqué a todos de aquí, pero no fue porque quisiera estar sola. Es porque
quería estar con alguien que pudiera hacerme sentir mejor. Alguien que me
conoce.
La ausencia de Elise se siente como algo tangible. Un elefante en la
esquina, un agujero del tamaño de un niño de catorce años en mi corazón.
No puedo reprimir un suspiro.
— ¿Qué pasa? —Pregunta Nikolai, instantáneamente alerta—. ¿Qué
ocurre?
—Nada.
—No me mientas, o derribaré esta puerta.
No tengo ninguna duda de que habla completamente en serio.
—De verdad, no es nada. Probablemente sean las hormonas del embarazo o
algo así.
—Si no es nada, eso significa que puedes decírmelo.
Me muerdo el labio inferior antes de recordar que Amanda me dijo
específicamente que dejara de pellizcarme porque arruinaría mi labio.
—Ojalá Elise estuviera aquí. Entonces no estaría sola en esta habitación —
gimo.
— ¿Estás sola ahí? —pregunta.
—Sí. Envié a todos afuera hace un minuto. Necesitaba algo de espacio.
— ¿Para pensar?
—Sí. Para pensar y descomprimir. Ha sido un día algo estresante.
—Han sido unos meses estresantes —dice—. Tu vida se ha puesto patas
arriba, Belle. No nos conocíamos hace dos meses y ahora estás embarazada
y nos vamos a casar.
Suelto un suspiro.
—Suena muy loco cuando lo dices así.
—Es una locura —se ríe—. Pero no me arrepiento de nada. ¿Y tú?
—No hay tiempo para arrepentimientos, eso es lo que me dijiste.
—Es cierto. Pero incluso si lo hiciera, nunca me arrepentiría de ti, Belle.
Su voz es suave y tierna, y las lágrimas presionan contra el fondo de mis
ojos. Amanda odiaría que me quitara todo el maquillaje. Intento obligarlos a
regresar, pero Nikolai sigue hablando y haciéndolo odiosamente difícil.
—Has pasado por más en tu vida de lo que la mayoría de la gente
experimenta, pero has salido de cada cosa como una persona más fuerte.
Sin sacrificar la esperanza y la pureza que te hace ser quien eres.
Me toco, tocar, no regar, una lágrima que rueda por mi mejilla.
— ¿Cómo puedes saber eso? Como acabas de decir, no me conocías hace
dos meses.
—Porque he visto la forma en que te mira tu hermana —dice confiado—.
Sé lo mucho que hiciste para cuidarla. Siempre estás enfocada en ayudar a
los que te rodean, por eso estoy listo para convertirme en tu esposo y hacer
que sea mi responsabilidad oficial cuidar de ti. Te lo mereces.
Un latido de silencio. Mi corazón está listo para saltar hasta mi garganta.
— ¿Por qué esperar hasta la boda? Puedes cuidar de mí ahora mismo —
susurro.
Nikolai se inclina. Puedo ver un destello de su cabello oscuro a través de la
rendija de la puerta.
—Qué significa…
Antes de que él pueda terminar, abro la puerta.
Está parado frente a mí con su esmoquin, todo líneas afiladas y bordes
suaves. Su cuerpo se ve ancho y fuerte, su mandíbula está apretada mientras
observa mi vestido de novia de encaje transparente. Su cabello oscuro cae
ingeniosamente sobre su frente.
Solo nos miramos por un segundo, pero el momento se estira y quema
como la pólvora. Para cuando lo tomo del brazo y lo jalo hacia la suite
nupcial, siento que han pasado siglos. Muero de sed.
—Tócame— le suplico, echándole los brazos al cuello.
Nikolai envuelve sus brazos alrededor de mis muslos y me levanta.
Tropezamos hacia el sofá donde me deja en la parte baja de la espalda. Se
inclina, sus ojos y manos recorriendo mi cuerpo.
—Te ves jodidamente increíble.
—Tú eres quien escogió el vestido.
—Tengo un gusto impecable.
Se inclina hacia adelante y besa la piel expuesta de mi pecho y luego más
abajo, arrastrando su lengua sobre la protuberancia. Apenas me ha tocado, y
ya estoy jadeando.
—Todos van a venir a verme pronto. No tenemos mucho tiempo.
— ¿Cómo se supone que voy a apurar esto? —susurra contra mi cuello.
—Habrá tiempo para tomarlo con calma más tarde esta noche —le recuerdo
—. Una vez que estemos casados.
Un gruñido bajo retumba a través de su pecho. Sus manos recorren mi
costado y mis caderas.
—Una vez que seas definitivamente mía.
Engancho mis tobillos alrededor de sus pantorrillas y lo acerco más.
—Ya soy tuya en todo lo que importa.
Me mira y sus ojos grises son negros. Es el cambio animal en él, el
momento en que el deseo toma el volante y la razón sale por la ventana. Un
escalofrío de anticipación me recorre la columna justo cuando Nikolai
empuja el dobladillo de mi vestido y abre mis piernas.
—Mierda —gruñe.
Estoy jugueteando con sus pantalones y dudo.
— ¿Qué pasa?
Su mano se desliza entre mis piernas. Jadeo cuando su dedo acaricia mi
raja.
—Decidiste no usar bragas.
—No le vi mucho sentido —suspiro. La sensación de él contra mi desnudez
confirma mi decisión.
Él captura mi boca en un beso.
—No podría estar más de acuerdo.
Finalmente, recupero las habilidades motoras requeridas para desabrochar
sus pantalones. Envuelvo mi mano alrededor de su dura longitud y lo
acaricio, acercándolo más. Nikolai no necesita el estímulo. Maniobra
hábilmente bajo las capas de tul de mi vestido, se coloca en mi abertura y se
desliza dentro de mí de un solo golpe.
Al instante, nos estamos moviendo juntos. Es apresurado y caluroso y
rompe todas las reglas del libro, y no quiero que termine nunca.
—Me voy a tomar mi tiempo contigo esta noche. Pero ahora mismo... Joder
—dice mientras muerde suave mi mandíbula y mi cuello, empujándome a
un ritmo febril—. Te sientes muy bien.
Dios, él también se siente bien. Pero entre los suaves gritos de placer que
salen de mi boca, no puedo encontrar las palabras. Tiro del cabello sedoso
en la parte posterior de su cabeza y me arqueo hacia atrás, trabajando mi
cuerpo contra él, moliéndolo hasta que veo estrellas.
—Ahí tienes —insta Nikolai. Sus manos fuertes están envueltas alrededor
de mis omóplatos, sosteniéndome—. Toma lo que necesites, Belle.
Mis muslos están temblando y los sonidos que salen de mí son más
animales que humanos. Cuando Nikolai sostiene mi peso con un brazo y
desliza su mano libre entre nuestros cuerpos, ya estoy perdida.
Gimo una serie de maldiciones, repitiendo las mismas cosas una y otra vez.
Nikolai, ya voy.
Que rico.
Ya voy.
El placer es cálido y confortable, y necesito embotellarlo para más tarde.
Estoy convencida de que las micro dosis de este sentimiento podrían traer la
paz mundial. ¿Quién podría ser odioso cuando se siente así?
Todavía estoy murmurando para mí misma, perdida en mi propio olvido,
cuando Nikolai me empuja y deja escapar un suave gruñido. Entonces él
también se corre.
—Nunca será suficiente —susurra mientras atraviesa su orgasmo.
Yo no podría estar más de acuerdo.
Cuando terminamos, Nikolai me ayuda a limpiar. Me limpia y mete
mechones sueltos de cabello en su lugar.
—Nadie lo sabrá nunca —susurra, inclinándose para besarme el pulso en el
cuello.
Yo le creo. En este momento, me siento como la mujer más hermosa del
mundo.
—Aun así, deberías irte —le digo—. Probablemente vendrán a buscarte en
cualquier momento.
Nikolai arruga la nariz.
—Lo dudo. Todos están bastante ocupados llevando a cabo mi sorpresa en
este momento.
Estoy tratando de empujarlo hacia la puerta cuando sus palabras se
registran. Me detengo y lo rodeo, mirándolo a la cara.
— ¿Qué sorpresa?
Su sonrisa es traviesa. Si tuviera bragas puestas, se estarían cayendo.
—La que debería estar llamando a la puerta en tres, dos, uno…
Una parte de mí piensa que está bromeando, pero efectivamente, suena un
golpe suave y vacilante en la puerta.
Lo miro, sospechosa. Nikolai solo se ríe.
—Pues anda a buscarla. No te distraje por nada.
— ¿Eso fue esto? —Pregunto, fingiendo ofensa.
—Bueno, en realidad mi trabajo era hablar contigo a través de la puerta
para matar el tiempo, pero una cosa llevó a la otra y… —se encoge de
hombros—. Estabas distraída, así que creo que eso significa que hice bien
mi trabajo.
—Nada de lo que dices tiene sentido.
Él me hace señas.
—Abre la puerta y lo tendrá.
Paso mis manos por mi cabello nuevamente para alisarlo y deslizo mi dedo
debajo de mis labios. Mi pintura de labios probablemente se haya ido hace
mucho tiempo, pero por lo demás, me siento mayormente arreglada. Así
que cruzo la habitación y abro la puerta.
Para ver a Elise de pie frente a mí.
Ella sonríe y abre los brazos para un abrazo, pero mi cuerpo tarda unos
segundos en ponerse al día con mi cerebro. Cuando lo hace, me lanzo hacia
adelante y envuelvo mis brazos alrededor de ella.
— ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Cómo...? ¿Cuándo...? —Cierro los ojos con
fuerza y la abrazo con más fuerza—. No importa. Estoy tan contenta de que
estés aquí.
—Estoy aquí para tu boda —dice Elise, alejándose de mi aplastante abrazo
y sosteniéndome con el brazo extendido—. Nikolai y Howard me trajeron
aquí. En cuanto a cuándo... bueno, ahora mismo. Habría estado aquí antes,
pero mi vuelo se retrasó. Creo que eso respondió a todas sus preguntas. ¿Me
perdí alguna?
Me muevo los ojos, pero no sirve de nada. Tanto por no arruinar mi
maquillaje. Entre Nikolai y ahora esto, soy un desastre.
—Yo… no puedo creer que estés aquí.
Elise me agarra de los hombros y me gira para quedar mirando a Nikolai.
—Gracias al papá de tu hijo. Él hizo todo posible.
Arrugo la nariz.
—No le digas ‘papá de tu hijo’.
—Tan pronto como te cases, empezaré a llamarlo tu esposo —dice ella—.
Hasta entonces, ese es su título.
Miro a Nikolai a través de las lágrimas.
— ¿Cómo hiciste esto?
—No fue tan difícil —dice—. Todos queríamos a Elise aquí menos tu
mamá. Y fue bastante fácil de convencer.
—Gracias a Howard —interviene Elise—. La única razón por la que mamá
llamó a la policía es porque Howard la llamó y la regañó por la forma en
que te trató en el desayuno. Dijo que no quería tener nada más que ver con
ella, así que mamá trató de llevarme.
Niego con la cabeza.
—Lo siento mucho, Elise. Debí haber ido tras de ti. Pero yo…
—Estabas ocupada siendo arrestada —interrumpe Elise—. Está bien, Belle.
Lo entiendo. No estoy loca. Además, tenía a Howard de mi lado. Amenazó
con llamar a la policía por mamá y denunciarla por… oh, ya sabes, por
todo. Dijo que lucharía para llevarla a la cárcel para poder obtener mi
custodia total a menos que ella me permitiera volver y estar contigo. Fue así
de fácil.
—Estoy seguro de que lo fue —pongo los ojos en blanco—. Mamá siempre
se ha cuidado primero a sí misma.
Elise mueve las manos sacudiendo el aire, como si estuviera limpiando un
mal olor.
—Olvídala. ¡Te vas a casar!
Sonrío.
—Lo haré.
Y ahora que las lágrimas han dejado de caer con tanta fuerza, puedo ver a
Elise claramente. Yo jadeo.
—Oh mírate… Te ves increíble. Supongo que sé adónde se escapó el
Equipo del Glamour.
Su cabello rubio rojizo cae en rizos grandes y brillantes sobre sus hombros
y su vestido verde pálido complementa su tez cremosa y resalta sus ojos.
Hace una media vuelta y hace una reverencia.
—Nikolai me puso en contacto con tu peluquero y maquillador. Yo elegí
este vestido. Él pagó, por supuesto. Así que, dale un beso extra o algo para
compensarlo.
—Es perfecto. Tú eres perfecta —le digo, estirando la mano y agarrando su
mano—. Estoy tan feliz de que estés aquí.
Nos sonreímos una a la otra hasta que Nikolai se coloca detrás de mí, sus
manos en mi cintura.
—Y ahora que ella está aquí… es el momento.
Mi corazón tartamudea en mi pecho. Me doy la vuelta, sintiéndome
repentinamente nerviosa.
— ¿Ya es la hora?
Nikolai asiente.
— ¿Estás lista para casarnos?
El pánico quiere colarse, pero la presencia de Nikolai es brillante y cálida
como el sol, disipando todas las sombras.
Coloco mi mano sobre la suya y asiento.
—Vamos a casarnos.
28
NIKOLAI

Cuando Belle atraviesa las puertas dobles y entra a la ceremonia, siento que
la estoy viendo por primera vez.
No es la forma: el vestido ajustado o el maquillaje profesional. Belle es
hermosa en solo su propia piel, cuando su cabello está revuelto por el sueño
y su cara es una almohada arrugada.
No es eso, es que la nube que se cernía sobre su cabeza desde que se
llevaron a Elise se ha disipado. Ella está radiante, prácticamente
resplandeciente de adentro hacia afuera.
De repente, me doy cuenta de que nunca quiero que ese brillo se
desvanezca. Mataré a cualquiera que intente atenuarlo.
Se detiene frente a mí, con lágrimas brillando en sus ojos. Me estiro y tomo
su mano.
—Hola —susurra, su barbilla temblando—. Te ves muy bien.
—Y tú te ves perfecta.
La conduzco a la plataforma y la miro a los ojos mientras el ministro
comienza a hablar.
Sigue hablando de la importancia del matrimonio y nuestra unión, pero no
necesito el sermón. Mirando a Belle parada frente a mí, sus pequeñas
manos envueltas en las mías, sé que haré cualquier cosa para hacerla feliz.
Cualquier cosa para mantenerla a salvo.
Desde el momento en que conocí a esta mujer en el avión, algo profundo e
instintivo en mí quería cuidarla. Quería aliviar sus preocupaciones y
ayudarla a mantener la calma. Quería ayudar a encontrar a su hermana.
Quería alejarla de su jefe acosador. Quería rescatarla de mis enemigos.
Y ahora, quiero hacerla mi esposa y pasar toda mi vida cuidándola y
amándola.
Incluso si eso significa renunciar a mi propia vida para hacerlo.
Entonces, cuando llega el momento de nuestros votos, jurar honrarla, hasta
que la muerte nos separe, es la promesa más fácil que he hecho.
El ministro me dice que bese a la novia. Acerco a Belle a mi pecho, doblo
su espalda y cubro su boca con la mía. Envuelve su mano alrededor de mi
cuello y me besa hasta que estoy tentado a despejar el salón y subirla al
escenario. Ante Dios y ante todos, esta mujer es mi esposa.
Pero cuando ella toca suavemente mi pecho, me separo a regañadientes. Sus
mejillas están sonrojadas y me aprieta la mano con fuerza cuando nos
volvemos para mirar a los invitados.
—Permítanme presentarle por primera vez —anuncia el ministro— al
¡señor y la señora Zhukova!
La multitud vitorea, aplaudiendo y silbando. Noto una falta de entusiasmo
en las filas del medio donde están sentados Makar y algunos de sus
camaradas más cercanos, pero nada puede derribarme hoy.
Mis hombres piensan que Belle es una distracción. Pero muy pronto, verán
la verdad. Entenderán que ella es mi motivación. Que Belle me convierte en
un líder mejor y más formidable.
Belle es la esposa Bratva perfecta.
Y una vez que se den cuenta de eso, la amarán casi tanto como yo.
Salimos de la ceremonia tomados de la mano y subimos a la parte trasera de
una limusina que nos espera.
—Oh, Dios —dice Belle en el momento en que se cierran las puertas—.
Estamos casados.
—Lo estamos —asiento.
Ella se vuelve hacia mí, con los ojos muy abiertos.
—Tú y yo estamos casados, Nikolai.
—Lo sé. Yo estaba allí —me río.
Ella niega con la cabeza.
—No puedo creerlo.
— ¿Necesito convencerte? —Me inclino y beso la suave piel de su mejilla y
mandíbula. Inclina la cabeza hacia atrás y chupo su punto de pulso, bajando
hasta su clavícula.
—El salón de recepciones está a la vuelta de la esquina —jadea ella, ya sin
aliento—. Estaremos allí en un minuto.
—Entonces no perdamos ni un segundo —gruño.
Belle se arquea ante mi toque y me besa. Lanza su pierna sobre mi regazo y
curva sus dedos en mi aire. Pero luego ella se aleja.
—Espera. Espera.
Niego con la cabeza y agarro su trasero.
—No.
Ella se ríe y aparta mis manos.
—Estamos casados, Nikolai.
—Por eso la consumación.
—Estamos casados… lo que significa que tenemos todo el tiempo del
mundo —frota su nariz contra la mía—. Cada noche. Cada mañana. Todas
las tardes de los perezosos sábados. Cada almuerzo.
—Tener sexo tan a menudo es una gran petición, pero es un sacrificio que
estoy dispuesto a hacer.
Belle se ríe. Es el sonido más hermoso que he escuchado. Presiono un beso
en su pecho, sintiendo la vibración de esa risa contra mis labios.
—Entremos y agradezcamos a nuestros invitados —dice, deslizándose fuera
de mi regazo.
— ¿Y luego?
—Y luego me llevas a casa y reclamas cada parte de mí.
—Joder, kiska —susurro—. No puedes decirme cosas así. No si quieres que
vaya a la recepción y mantenga las cosas decentes.
Ella resopla.
—Nunca eres decente.
Envuelvo mi mano alrededor de su cuello y acerco su boca a la mía para
darle un último beso.
—Exactamente. No lo hagas más difícil de lo que ya es.

O toda la boda en menos de una semana, pero la recepción fue


hermosa. Luces de cadena y tul cuelgan de un candelabro en el centro del
techo, arrojando toda la habitación con un brillo mágico. Las mesas están
decoradas con velas parpadeantes y enormes ramos de flores. Un pastel de
cinco niveles en la esquina, casi tan alto como yo, adornado con fondant
rosa y verde.
Pero nada puede eclipsar a Belle.
La música aumenta a medida que entramos. Inmediatamente introduzco a
Belle en un primer baile no oficial.
—Apenas hemos cruzado la puerta y ya estás causando problemas —dice
ella, quejándose débilmente.
La sostengo cerca, meciéndome con la música.
—Si bailar con mi esposa es un problema, entonces planeo tener muchos
problemas.
—Eres un gran bailarín, ¿verdad? —pregunta ella, con las cejas levantadas.
—Eso depende. ¿Te gusta?
Belle se acurruca cerca de mí, su cuerpo se ajusta perfectamente al mío.
—Me encanta.
—Entonces sí —le digo—, soy un gran bailarín.
Terminamos con un giro y una reverencia, y luego acompaño a Belle a la
mesa principal. Los servidores se arremolinan con aperitivos que apenas
toco. Por primera vez en semanas, mi Bratva está en orden y mi mujer está
a salvo. Me sustento solo con eso.
Pero cuando Belle se da cuenta, toma un tenedor lleno de pollo de mi plato
y me lo ofrece.
—Necesitas comer.
Bufo.
— ¿Me estás cuidando ahora?
Sus ojos brillan con picardía.
—Vas a necesitar energía para todo lo que planeo hacerte después.
Sin dudarlo, tomo el bocado y luego le doy un poco más. La risa de Belle es
una banda sonora constante para nuestra cena.
Por mucho que quiera arrancarle el vestido de novia con los dientes, la
recepción permanece llena. Elise hace un breve brindis que provoca los
sollozos de Belle, y luego la organizadora nos dirige hacia el pastel para
cortarlo.
—Si me untas pastel en la cara, te castigaré —dice Belle, arqueando una
ceja oscura.
— ¿Eso es una amenaza o una promesa?
—Nikolai, lo digo en serio —dice riendo—. Odio el desastre del pastel
embadurnado en las bodas. No lo hagas, por favor.
—Sólo hay una forma de averiguarlo.
Le ofrezco un bocado de pastel y Belle lo toma. Pero la forma en que
envuelve su boca alrededor de mi tenedor debería ser un crimen. Gimo, el
estruendo bajo se dispara directamente a través de mi polla.
— ¿Quieres que esta recepción termine en este mismo segundo? —Siseo—.
Porque juro por Dios, sacaré a todas las personas de aquí, ya mismo.
Ella se ríe, quitándose el glaseado del labio con el dedo. Está claro que sabe
exactamente lo que me está haciendo.
Mientras los invitados hacen fila para el pastel, Belle y yo nos paramos
junto a la mesa y saludamos a todos.
— ¿De verdad conoces a todas estas personas? —susurra entre buenos
deseos y abrazos.
—Sí, pero no muy bien. Muchos de ellos son contactos.
— ¿Contactos? Como... ¿contactos de la Bratva? ¿Contactos criminales? —
sisea ella, sin dejar de sonreír—. ¿En nuestra boda?
Me encojo de hombros.
—Para eso están las bodas en la Bratva. O te casas para vincular un contrato
o invitas a todos tus conocidos para verificar que no son enemigos. Todo es
política.
—No sé por qué me sorprende —dice después de darle la mano al jefe de
un pequeño sindicato de droga de Nueva Jersey—. Con suerte, nuestra boda
puede hacer algo bueno y convertir a algunos en aliados, al menos.
—No me importa. Mientras tú y yo hagamos algo bueno esta noche, no me
importa.
—Dios mío —se ríe—. Tienes una mente única hoy.
Paso mi mano detrás de ella y agarro su culo.
—Porque todavía tienes este vestido puesto. Es una distracción.
Todavía nos sonreímos cuando el próximo invitado en la fila se aclara la
garganta.
Makar está parado frente a nosotros, con un triste intento de una sonrisa en
su rostro. Parece como si alguien acabara de escupir en su cena.
—Felicidades a los novios —dice—. ¿O se dice mis mejores deseos? nunca
recuerdo No soy bueno con las tradiciones.
Lanza una mirada en dirección a Belle que no entiendo. Su mandíbula se
aprieta.
—‘Mantener la fila de pasteles en movimiento’ es una tradición que querrás
recordar —le gruño, asintiendo con la cabeza hacia la mesa—. Tenemos
otros invitados que saludar.
Makar y sus amigos desfilan rígidos. Belle parece desinflarse con cada
mirada pétrea. Tan pronto como termina la fila de invitados, la llevo al
centro de la pista de baile para nuestro primer baile oficial. Pero bailar es lo
último que tengo en mente.
— ¿Qué pasa con Makar? —le pregunto en voz baja.
Ella fija su atención en mí, con los ojos entrecerrados.
— ¿De qué estás hablando? Nada. No pasa nada con nosotros. Él te…
— ¿Te dijo algo?
Los labios de Belle se juntan en una fina línea, y ahí está; tengo mi
respuesta
— ¿Qué pasó?
—Nada —miente—. En realidad. No es nada.
—Si no fuera nada, tu cara no se vería así. Dime, exijo.
—No lo haré —dice ella—. No vale la pena arruinar nuestra boda. Y no era
gran cosa, de todos modos. Solo déjalo ir.
Empieza la música y tomo a Belle en mis brazos.
—Sea lo que sea, tal vez no sea tan malo como lo que estoy imaginando en
mi cabeza. Así que es mejor que me lo digas antes de que le diga a la banda
que deje de tocar y lo mate.
Belle intenta sonreír mientras bailamos, pero su risa es delgada y fruncida.
Su frente está arrugada por la preocupación. Finalmente, ella se hunde.
—Bueno. Vale. Él vino a verme antes de la boda.
— ¿Antes de que yo fuera a verte? —Pregunto.
—Justo antes. No se encontraron por segundos. Solo estuvo allí por un
minuto o dos, pero me dio un regalo. Un cuchillo.
—Pero qué… ¿Por qué te daría un cuchillo?
Ella se estremece.
—Entonces, ¿no es una tradición de boda Bratva? Esperaba que fuera
costumbre darle un arma a la novia. Quería que esto no fuera gran cosa.
Puedo sentir que se me erizan los pelos. Mis ojos están puestos en Belle,
pero sé exactamente dónde está detrás de mí Makar. Lo estoy rastreando
ahora. Si el bastardo intenta correr, no llegará muy lejos.
— ¿Que dijo él?
—Estaba siendo extrañamente agradable. Sonriendo y todo eso. Pero él dijo
que él… que él te sacó ese cuchillo de la espalda —me dice— Un no tan
sutil recordatorio de que una vez trabajé con Xena. Me dijo que el cuchillo
era una salida en caso de que nuestra boda fuera una farsa. No sé qué quiso
decir con eso, pero…
—Es una amenaza —digo—, no importa lo que quiso decir, era una
amenaza.
Belle asiente lentamente.
—Lo sé. Lo imaginé también. Pero Nikolai, por favor, no te ocupes de esto
ahora. Simplemente disfrutemos de la boda y...
Llevo sus manos a mi boca y beso sus nudillos.
—Este tipo de falta de respeto tiene que ser tratada de inmediato, kiska.
Todos en esta sala necesitan saber que tú eres mía. Estás protegida por mí.
Eres querida por mí. Tienen que saber que un ataque contra ti también es un
ataque contra mí y contra la misma Bratva como un todo.
—Por favor, no —susurra ella—. Esto no se verá bien. Ya piensan que soy
una distracción para ti. Tal vez podamos dejarlo ir y…
—No. Esto tiene que ser manejado ahora —digo y beso de nuevo sus
nudillos y luego hago señas para que la banda se detenga.
La música se corta. La habitación se vuelve inquietantemente silenciosa.
Me giro hacia la mesa de Makar y observo cómo el rostro del hombre se
pone blanco.
—Mis más sinceras disculpas por la interrupción, a todos. Pero a mi esposa
le ha faltado el respeto el día de nuestra boda.
Susurros ahogados recorren la habitación. Makar no se mueve.
—Si hoy están aquí como nuestros invitados, es porque los queríamos aquí.
Pero esa invitación viene con el entendimiento de que apoyan nuestro
matrimonio —continúo—. Más que eso, es un entendimiento de que
respetarán nuestro matrimonio. Si prestaron atención durante la ceremonia,
escucharon que el matrimonio es una unión. Es una combinación de dos
personas en una —me volteo hacia Makar, sin dejar dudas de con quién
estoy hablando—. Yo soy Belle. Belle es yo. Nos respetarán a ambos por
igual.
La mandíbula de Makar se mueve como si estuviera rechinando los dientes,
pero no hace ningún movimiento para responder o defenderse.
—Y si no puedes hacer eso, entonces deberías irte a la mierda ahora mismo
—digo—, mientras puedas.
La habitación está en un silencio mortal. Todos están conteniendo la
respiración, esperando las consecuencias.
Después de unos segundos, llegan.
Lentamente, Makar se levanta y empuja su silla hacia adentro. Levanta la
barbilla y se mueve hacia la puerta, su caminar es toda arrogancia y
confianza. Después de un momento de vacilación, los dos hombres a cada
lado de él lo siguen.
Mantengo mis ojos en ellos mientras salen de la habitación. La seguridad en
las puertas del salón de baile los escolta a través del vestíbulo. Solo una vez
que están fuera de la vista, sonrío y me vuelvo hacia los invitados.
—Otra vez, mis disculpas, a todos. Algunos negocios no pueden esperar.
Entonces me vuelvo hacia Belle. Su rostro está sonrojado de un rojo
intenso, pero me tiende la mano. La tomo en la mía y le hago un gesto a la
banda para que continúe. Continúan justo donde lo dejaron, y Belle se
acurruca en mi cuerpo.
—No tenías que hacer eso, Nikolai. Podría haber hecho las cosas bien yo
misma.
—Haces las cosas bien con la gente que se lo merece —le digo—. Makar
no merece tu tiempo ni tu esfuerzo. Si no tuviéramos un día tan hermoso, le
daría lo que realmente se merece. Tal como están las cosas, lo dejé salir con
vida. La mayoría de los hombres no obtienen esa misericordia de mí.
Belle apoya la cabeza en mi pecho y suspira.
—Olvidémonos de él y disfrutemos el resto de la noche.
Beso la parte superior de su cabeza.
—Dalo por hecho.
El estado de ánimo en la sala se asienta y cambia a medida que avanza la
canción, y durante media canción, todo y todos están en su lugar perfecto.
Pero justo cuando estoy sacando a Belle para la última vuelta, los altavoces
se cortan.
La banda busca a tientas algunas notas confusas más antes de dejar de tocar
sus instrumentos. Me giro para buscar el origen del problema, pero el DJ
simplemente se encoge de hombros.
Luego, una fuerte estática atraviesa la habitación, interrumpida solo por una
voz.
La voz de Belle.
Me vuelvo a ella. Está de pie a mi lado, con la boca abierta en una
confusión estupefacta incluso cuando su propia voz hace eco en la
habitación.
—…Haré lo que sea —dice la voz de Belle que sale por los altavoces con
la calidad crepitante de una grabación de audio—. Pero tengo que salir de
aquí y alejarme lo más posible de Nikolai.
29
BELLE

Nunca pensé que estaría aterrorizada por el sonido de mi propia voz, pero
estoy temblando de pies a cabeza.
Las palabras vienen de todas partes. Sigo buscando parlantes o algo así,
pero es como si salieran de las paredes y se levantaran del piso. Es como si
estuvieran hablando dentro de cada célula de mi cuerpo.
—Haré lo que sea. Pero tengo que salir de aquí y alejarme lo más posible
de Nikolai. Si puedes hacer que eso suceda, entonces eso es todo lo que
importa.
Más estática llena la habitación. Algunas personas se tapan los oídos.
Entonces yo, la vieja yo, la estúpida yo, la yo que pensaba que Nikolai era
mi enemigo y Xena era mi amiga, empiezo a hablar de nuevo.
—No puedo agradecerte lo suficiente por toda tu ayuda, Xena. Has sido
tan buena conmigo y con Elise, incluso después de todo... Si hubiera sabido
que Nikolai estaba comprometido contigo, nunca habría comenzado nada
con él. Si hubiera sabido quién era en realidad, nunca habría comenzado
nada con él. Ojalá nunca lo hubiera conocido.
Nikolai gira lentamente en círculos, examinando la habitación. Sé que está
tratando de determinar si estamos en peligro, pero quiero agarrar su rostro y
obligarlo a que me mire. Quiero que sepa que no creo ni una palabra de lo
que dice mi pasado yo.
— ¿Cómo lo apagamos?— suplico—. Tenemos que parar esto.
Él solo gruñe, como un animal salvaje.
El equipo de seguridad junto a las puertas se está desplegando por los
pasillos, haciendo un barrido de los pasillos y el perímetro. Unos cuantos
hombres más están desconectando todo, desde las paredes, con la esperanza
de desconectar cualquier sistema que esté reproduciendo mi voz.
Pero tengo la sensación de que no lo encontrarán. Porque solo una persona
podía tener estas grabaciones mías, y esa persona no estaba invitada a la
boda.
—Xena —dice mi voz—, no hay nada que informar hoy, pero seguiré
escuchando cualquier cosa que puedas usar contra Nikolai. Solo sácame de
aquí tan pronto como puedas, por favor.
No encontré nada, quiero gritar. Yo fui la peor espía del mundo. Nunca fui
un verdadero activo para los griegos.
Pero incluso si pudiera encontrar mi voz, nada de eso importaría.
Puede que Makar y sus amigos hayan sido mis mayores detractores, pero sé
que la mayoría de los hombres de la Bratva dudan de mí, al menos en parte.
Escucharme activamente traicionar a su líder no va a hacerlos cambiar de
opinión.
Finalmente, las grabaciones se detienen y la sala de recepción queda en
silencio.
—Gracias a Dios— gimo—. Se acabó.
El brazo de Nikolai se enrolla alrededor de mi cintura.
—No, no se ha acabado. Tenemos que sacarte de aquí.
Oh. Bien. Porque donde hay humo, hay fuego. Y donde hay un nudo
terrible en mi estómago, está Xena.
Antes de que podamos movernos, el equipo de seguridad atraviesa las
puertas. Yuri se apresura a través de las mesas de invitados hacia Nikolai.
—Xena está aquí —le sisea.
Yo jadeo, pero Nikolai ni siquiera se inmuta.
— ¿Dónde?
—Ella y algunos de sus hombres están en las puertas principales —dice
Yuri—. Están desarmados. Lo hemos comprobado. Tres veces.
— ¿Qué es lo que quiere? —gimoteo.
Yuri me mira a mí y luego a Nikolai, tratando de decidir si debe
responderme o no. Finalmente, mira a Nikolai y responde mi pregunta.
—Quiere verlos a los dos.
Nikolai asiente sombríamente.
—Déjala entrar.
— ¡Nikolai, no! —grito y tiro de su brazo, como si pudiera desaparecer y
llevármelo conmigo. Como si pudiéramos caer al suelo y escapar de esto—.
No la dejes entrar. Échenla.
—No me voy a esconder detrás de mis hombres —ladra—. ¿Quiere una
confrontación? Que así sea. Tendremos una. No le tengo miedo.
Eso hace uno de nosotros. No he visto a Xena desde que choqué su auto.
Esperaba no tener que volver a enfrentarla nunca más. Pero si tengo que
volver a verla, al menos Nikolai está a mi lado. Aprieto mi agarre sobre él y
me mantengo erguida.
Las puertas se abren de nuevo un momento después. Xena fluye hacia el
salón de recepción, hombres brutales la flanquean a ambos lados.
Miro hacia la mesa donde estaba sentada Elise, pero su silla está vacía. Mi
corazón salta en mi garganta hasta que la veo de pie cerca. Ella está en el
rincón más alejado de la habitación, con los ojos muy abiertos. Pero ella
parece entender que es mejor si no la ven. Retrocede hacia la esquina,
escondida en la sombra.
—Vaya. Más flores de las que hubiera imaginado —dice Xena, mirando a
su alrededor—. ¿Supongo que no tuviste mucho que decir en las
decoraciones, Nikolai?
Lleva un vestido plateado reluciente con una abertura a la altura del muslo y
un escote pronunciado. El color combina con el frío gris de los ojos de
Nikolai. Conociendo a Xena, eso es a propósito.
Mi atención está pegada a ella. El de todos los demás también lo está. Ella
es paralizante. Ella sabe cómo comandar una habitación mejor que yo.
Aunque sé que Nikolai no la quiere, no puedo detener los celos que surgen
en mí.
Lo empeora aún más el hecho de que Xena ni siquiera mira en mi dirección.
Su atención está totalmente centrada en Nikolai.
—Él planeó todo, en realidad —intervengo—. Quería casarse lo antes
posible.
Xena me mira y sus fosas nasales se dilatan. Estoy provocando, lo sé. Pero
no puedo evitarlo.
Entonces su rostro se suaviza.
—Probablemente para mejor. Tal como están las cosas, no tuve mucho
tiempo para planificar. Montar algunos parlantes en las paredes fue lo mejor
que pude lograr. Uno o dos días más y habría envenenado el pastel o
bombeado monóxido de carbono a través de las rejillas de ventilación.
Un escalofrío recorre mi columna. La mano de Nikolai se presiona en mi
espalda antes de que él se enfrente a ella.
—Alguien se siente confiado. Teniendo en cuenta lo mal que falló tu último
plan, no estoy seguro de dónde estás encontrando la voluntad para
continuar. Pero bien por ti.
— ¿No estás seguro de dónde estoy encontrando la voluntad? —Se burla
Xena—. Te retractaste de nuestro trato y me faltaste el respeto para estar
con otra mujer. Una mujer que, por cierto, te traicionó. Fue mi espía durante
semanas. La verdad es que no sé de dónde sacas tú las ganas de seguir. Es
vergonzoso. Deberías ahorrarnos todos los problemas y solo suicidarte.
Todo mi cuerpo está ardiendo de vergüenza. Todos en esta sala acaban de
escuchar la verdad. Escucharon mis conversaciones con Xena. Ellos saben
cuán voluntariamente estaba yo participando en sus planes. Y sin su lado de
la conversación, no se dan cuenta de que me estaba mintiendo en cada paso
del camino.
No es que haría una diferencia. Probablemente no se supone que una esposa
Bratva sea tan fácil de manipular como yo. No importa cómo lo mires, soy
una vergüenza.
—Tenías un espía en mi casa. En mi cama, en realidad —asiente Nikolai en
acuerdo—, y todavía no pudiste vencerme. Alguien debería avergonzarse de
sí mismo, pero no soy yo.
Xena ofrece una sonrisa de suficiencia.
—Sí, pero maté a tu mejor amigo.
La habitación tiene una toma de aire colectiva. Me sorprende que quede
algo de oxígeno.
¿Xena está tratando de ser asesinada en el acto? Porque ahí es donde se
dirige esto.
La postura de Nikolai se vuelve rígida. Sus dedos se vuelven de piedra
contra mi piel. Es como si pudiera sentir la ira goteando fuera de él.
—Eso no es algo de lo que caminaría presumiendo si fuera tú.
—Pero tú no eres yo —dice Xena encogiéndose de hombros—. Si lo fueras,
tendrías el control de dos familias y el respeto de todos tus hombres. En su
lugar, tienes a una mujer parada a tu lado que es más una molestia que una
ventaja, y te falta una mano derecha bastante bocazas.
De repente, Xena gira a la izquierda y mira fijamente a Elise. Como si
supiera que estuvo allí todo el tiempo. La perra incluso tiene la audacia de
levantar la mano en un saludo cursi.
—Olvidé que aún estabas viva, pequeña. Veremos cuánto dura la hermanita
en esta guerra. Me parece bastante prescindible.
La amenaza aviva un fuego dentro de mí. Me lanzo hacia delante,
preparado para desgarrar a Xena miembro por miembro. Solo el agarre de
Nikolai alrededor de mi muñeca me detiene.
— ¡No inmiscuyas a mi hermana! Tócala y te mataré. En verdad, mírala de
nuevo y te mato.
Las cejas de Xena se arquean y se ríe.
—No eres una asesina, Belle. Tampoco eres luchadora. O incluso amante.
¿Sabes lo que eres? Aburrida. —Niega con la cabeza y mira de nuevo a
Nikolai—. Podrías haber tenido mucho más. Podrías elegir a cualquiera
para que sea tu esposa. Podrías haberme tenido a mí.
—Querías matarme una vez que estuviéramos casados —Nikolai arrastra
las palabras—. ¿O te estás olvidando de esa parte?
—Sí, bueno... tecnicismos —dice Xena, lamiendo su labio inferior—.
Podríamos habernos divertido mucho antes de eso. Más de lo que estás
teniendo con la Señorita Poca Cosa, de todos modos. Pero tiraste todo eso
por ella. Y ahora, ambos van a morir por ello. Lástima.
—Fuera, Xena —gruñe Nikolai—. La amargura no te sienta bien.
—No, pero me inspira —contesta ella y sus ojos brillan cuando se gira
hacia las puertas—. Me volverás a ver, Nikolai. Pronto.
Mueve los dedos una vez más en un gesto burlón de despedida. Entonces
ella y su seguridad salen de la habitación tan rápido como llegaron.
30
BELLE

Es bien pasada la medianoche, y todavía estoy completamente vestida. En


la recepción, nunca pensé que mi vestido de novia se quedaría en mí más
tiempo que el viaje en automóvil de regreso a la mansión. Pero no solo sigo
con mi vestido puesto, ni siquiera estoy con mi esposo.
— ¿Estás segura de que estás bien? —pregunta Elise. Desenrolla la última
trenza de mi cabello y pasa un cepillo por los torturados mechones—. Hoy
fue… mucho.
Por la forma en que me está cuidando, podría creer que ella es la hermana
mayor. Ha madurado mucho en los últimos dos meses. No es que ella
tuviera en realidad otra opción. Le he arrojado mucho.
Me doy la vuelta y le sonrío.
—Estoy bien. En realidad. No es como si no supiera que Xena todavía
estaba detrás de nosotros.
—Sí. Pero saberlo y verlo son dos cosas diferentes. Ella daba miedo.
El recuerdo de las amenazas de Xena vuelve a encenderme. Agarro las
manos de Elise con las mías.
—No tienes nada de qué asustarte. No dejaré que te pase nada.
—Yo sé eso. Nikolai ha estado revisando el sistema de seguridad durante la
última hora.
—Él quiere asegurarse de que no haya forma de que ella llegue a nosotras
—le digo—. A cualquiera de las dos. Él te va a proteger siempre.
Elise asiente y luego sus labios se abren en un gran bostezo.
—Bien —digo, me levanto y la empujo hacia la puerta—. Tienes que irte a
dormir.
—No. Estoy bien. Yo solo…
—Estuviste en un avión y en una boda y luego fuiste amenazada por la líder
de una Mafia. Ha sido un gran día. Necesitas dormir.
Elise resopla.
—Mi vida suena tan dramática cuando lo dices así.
—Es dramático no importa cómo lo digas. Y es probablemente obra mía.
Lo lamento.
—Oye, no es tu culpa — dice Elise, dándome un abrazo—. Quiero decir,
esto está pasando por ti y Nikolai, pero no puedes evitar a quien amas.
Incluso si pudiera evitarlo, ¿lo haría? En las grabaciones que puso Xena,
dije que desearía no haber conocido a Nikolai. ¿Pero es eso cierto?
Ni siquiera tengo que pensar en ello. Definitivamente no.
Nunca lo desharía.
Ese sentimiento solo se consolida cuando Nikolai entra por la puerta y me
mira. Todavía está en sus pantalones de esmoquin, pero se deshizo de la
chaqueta en el auto. Ahora, su camisa está desabrochada y sus mangas
arremangadas, revelando una porción de su pecho bronceado y una franja
de ondulantes antebrazos. Mira a Elise.
— ¿Qué haces despierta todavía?
— ¿Qué pasa con ustedes dos? —gime ella—. No soy un bebé, ¿saben?
Puedo quedarme despierta hasta tarde.
Nikolai alborota el cabello de Elise al pasar. Ella arruga la nariz y se aleja
de él.
—Sí, puedes. Pero no deberías. Tienes que irte a dormir.
Elise levanta un dedo medio mientras retrocede hacia la puerta. Pero justo
antes de salir al pasillo, lanza un beso.
— ¿Eso fue para mí o para ti? —pregunta Nikolai, envolviendo lentamente
sus brazos alrededor de mi cintura y jalándome hacia su cuerpo.
— ¿Te refieres al dedo o al beso? —pregunto. Luego descarto la pregunta
—. No importa. De cualquier manera, creo que fue para los dos.
Él se ríe y masajea sus manos por mis brazos. Me desplomo contra su pecho
y dejo que frote calor en mis extremidades.
—Un día muy loco, ¿eh?
—No de la manera que esperaba —suspira—. Debí haberla matado cuando
tuve la oportunidad.
—Todos en la boda pueden haber sido de la Bratva o simpatizantes, pero
con tantos testigos, probablemente estarías en la cárcel ahora mismo. Así
que me alegro de que no lo hayas hecho.
Su mandíbula hace tictac.
—Amenazó a Elise.
—Lo sé —Respiro hondo—. Quiero creer que Elise está más segura aquí
con nosotros.
—Ella está a salvo en esta casa. Yo puedo cuidarla —dice.
Asiento con la cabeza.
—En esta casa, sí. Pero… quiero más para ella que eso. Quiero que se
sienta libre donde quiera que vaya. ¿Podrá tener eso aquí?
—Una vez que mate a Xena, ella podrá.
— ¿Y hasta entonces? —Pregunto.
Él hace una mueca.
—Estás pensando que deberíamos despedirla por un tiempo.
Inmediatamente, la emoción obstruye mi garganta y las lágrimas inundan
mis ojos.
—Desde el momento en que Xena cruzó la puerta, es todo lo que he estado
pensando. No quería a Elise con nuestra mamá porque no estaba segura allí.
Pero ella tampoco está segura aquí. No puede tener la vida que quiero para
ella hasta que Xena esté muerta, y no la quiero aquí si hay una guerra.
Nikolai desliza su pulgar sobre mi mejilla, apartando una lágrima.
—Tienes razón. Ella debe irse. Y tú te vas a ir con ella.
Por supuesto que sabe exactamente lo que estoy pensando. Probablemente
se dio cuenta antes que yo.
Pero Dios, esto duele. Las palabras se alojan dentro de mí como metralla,
abriendo y desgarrando mi pecho mientras las obligo a salir.
—Esa fue tu idea original, ¿no? ¿Enviarme lejos hasta que el calor se
apague? solo estaré haciendo lo que tu querías.
—Enviarte lejos nunca fue lo que yo quería, Belle. Nunca lo será. Pero
podría ser lo mejor.
Yo quería que Nikolai estuviera de acuerdo con mi plan, pero ahora que lo
está, quiero que lo rechace. Quiero que luche para que me quede. Porque
nos acabamos de encontrar de nuevo. No podemos separarnos de nuevo.
Lo que queda de mi maquillaje corre por mis mejillas. Ni siquiera me
molesto en secarme las lágrimas.
—Tú podrías venir con nosotras. Aquí tampoco es seguro para ti. Tus
hombres podrían manejar la pelea mientras tú tomas las decisiones desde
afuera. Podría funcionar.
Nikolai no responde, pero su agarre en mis brazos se aprieta. Ambos
sabemos que es una situación imposible. Me atrae contra su amplio pecho y
me da palmaditas en la espalda mientras sollozo.
—Quiero que vengas conmigo —grito—. No quiero estar lejos de ti.
—Lo sé. Pero no puedo irme. La Bratva está bastante fracturada tal como
está. Si me voy, se derrumbará. Tenemos que presentar un frente unido en
este momento. Necesito recuperar la confianza.
Sé que tiene razón, pero eso no hace que la verdad sea más fácil de digerir.
— ¿Nos traerás de vuelta en el momento en que ella esté muerta?
—Serás la primera llamada que haga una vez que su pulso se detenga —
dice y besa mi frente—. Podría ser un buen momento de vinculación.
—Elise y yo estamos bastante unidas.
—No para ella y para ti —dice—. Para ustedes dos… y Howard.
Lo miro confundida.
— ¿Quieres enviar a Howard con nosotras?
—Sería más fácil permanecer en el anonimato si todo se hace bajo su
nombre. Los boletos de avión, las cuentas, todo eso. Pero también me gusta
la idea de que haya alguien más allí con ustedes dos.
— ¿Un hombre, quieres decir? —pregunto, lista para golpearlo con una
diatriba feminista sobre cómo me he cuidado toda mi vida sin la ayuda de
un hombre.
—No. Solo alguien que quiera cuidar de ustedes dos casi tanto como yo —
dice en voz baja.
Y así, el tenue control que tengo sobre mi autocontrol se rompe.
Mi maquillaje está corrido y manchado y mi cara está húmeda por las
lágrimas, pero rodeo con mis brazos el cuello de Nikolai y lo beso.
Él responde de inmediato, arrastrándome contra su cuerpo con un gemido.
Ya puedo sentir lo listo que está. Su erección es obvia incluso a través de las
capas de mi vestido. Pero aun así se detiene.
—No tenemos que hacer esto, Belle. No esta noche —dice. Su frente
presionada contra la mía, sus ojos cerrados. Me doy cuenta de que está
hablando desde una reserva asombrosamente profunda de moderación que
yo no poseo—. Ha sido un día loco. Podemos solo ir a dormir.
Levanto la mano y suavemente empiezo a desabotonar su camisa.
—Sí, podríamos. Pero a Xena le encantaría eso, ¿no crees?
Nikolai se congela ante la mención de su nombre.
—Le encantaría saber que se metió en nuestras cabezas y arruinó nuestra
noche. Además —digo, tragando una nueva ola de lágrimas—, no tenemos
tanto tiempo como pensé que tendríamos. Necesitamos mucho sexo antes
de que tenga que irme por… no sé cuánto tiempo.
—No mucho, si tengo algo que decir al respecto.
—Tú tienes algo que decir sobre todo siempre.
El asiente.
—Exactamente. Volverás en poco tiempo.
—Está bien, bueno, hasta entonces… —digo y me levanto sobre los dedos
de mis pies, mis labios contra su oreja—, me gustaría que me hicieras gritar
tan fuerte que Xena pueda oír. Hasta que todos en esta ciudad sepan que soy
tu esposa.
—Pide y recibirás, kiska —gruñe Nikolai. Luego toma en sus puños los
lados de mi vestido y lo hala. Los botones de la parte trasera estallan como
petardos y resbalan por el suelo.
—Eso fue muy excitante, ni siquiera me importa que mi vestido esté
arruinado —digo, empujando el material de encaje y parándome frente a él
completamente desnuda.
Él toma una respiración aguda.
—Y tú estás… estás jodidamente hermosa, moyazhena. Mi esposa. Mi
valiente y perfecta esposa.
Antes de que pueda decir algo, la boca de Nikolai se mueve sobre la mía.
Nos besamos hasta que mis labios se sienten hinchados y no estoy segura de
cómo existir sin esto. Hasta que no puedo recordar lo que significa vivir sin
su aliento en mi piel y sus manos en mi cabello.
Y luego desliza su rodilla entre mis piernas, y me despierto a un nivel de
sentimiento completamente nuevo.
Deslizo mi piel desnuda sobre sus pantalones y gimo.
—Ya estoy muy mojada. Tus pantalones se van a arruinar.
—Entonces combinarán con tu vestido.
Soy yo la que se frota sobre su fuerte muslo, pero la respiración de Nikolai
se vuelve rápida y pesada contra mi cuello. Como si mi placer fuera
suficiente para los dos.
Me coloca sobre el colchón y arrastra el bulto de sus pantalones sobre mí.
Follar en seco no debería ser suficiente para enviarme al límite, pero ya
estoy a punto de correrme.
—Te quiero dentro de mí —jadeo mientras muevo mis caderas hacia él—.
Quiero correrme contigo adentro.
Nikolai me besa en silencio y hace círculos con su pulgar sobre mi clítoris.
—Vas a, pero no todavía.
Lentamente, tortuosamente, me toca, pellizca y masajea hasta dejarme casi
inconsciente. Estoy arañando su ropa y gimiendo como si hubiera perdido
la cabeza. Cuando llega el orgasmo, es repentino y devastador.
Me estremezco y tiemblo bajo su peso, casi avergonzada por lo necesitada
que estoy de él. Pero Nikolai simplemente se levanta sobre mí y me besa la
mandíbula.
—Y ahora que eso está fuera del camino, puedo tomarme mi tiempo
contigo.
Suelto una risa entrecortada.
— ¿Qué significa eso?
—Significa que ibas a terminar esta noche demasiado rápido para los dos a
menos que te cuidara primero.
— ¿Crees que estoy tan desesperada por ti? —exijo, tratando de reunir
alguna ofensa.
Nikolai palmea mi sexo y enrosca un dedo en mi humedad. Casi me caigo
de la cama.
—Sí, creo que lo estás —dice sonriendo.
Él tiene un punto. Entonces, en lugar de discutir, lo empujo para que se
ponga de pie y hago un trabajo rápido con su camisa y sus pantalones.
¿Él piensa que yo soy la necesitada? Entonces no descansaré hasta que esté
tan desesperado por mí como yo lo estoy por él.
Si eso es posible.
Envuelvo mi mano alrededor de la base de su miembro y luego me inclino
hacia adelante y lo tomo en mi boca.
—Belle —su voz es un gruñido de advertencia. Agarra un puñado de mi
cabello, sosteniéndome en mi lugar—. ¿Estás tratando de vengarte de mí
por llamarte desesperada?
Todavía su polla está en mi boca, presionada contra mi mejilla cuando
tarareo en respuesta. Maldice incoherentemente, la palabra se pierde en un
gemido. Tengo que chuparlo en medio de una sonrisa.
Nikolai me deja tomar el control por unos minutos, girando mi lengua sobre
la punta y luego volviendo a sumergirlo. Pero cuando su respiración se
vuelve irregular, me aparta de él y me presiona contra la cama.
Sus ojos recorren mi cara y mi cuerpo. Entonces sus manos dan un giro. La
habitación está en silencio, pero nada de este momento entre nosotros es
incómodo. Cierro los ojos y lo dejo explorar. Finalmente, se inclina hacia
adelante y toma mi pezón en su boca. Luego el otro.
Su lengua sigue el camino de sus manos hasta que presiona un beso
directamente sobre mi corazón.
—Xena estaba equivocada —dice.
— ¿Acerca de?
—Nada podría ser mejor que esto —murmura—. No ella. No cualquiera.
Sus palabras son sorprendentemente dulces. No sé qué responder. Pero no
importa, porque en ese momento, Nikolai desliza su cuerpo sobre el mío y
me besa. Y besarlo es tan fácil como respirar, y dice todo lo que podría
capturar en mis palabras.
Todo el día, imaginé que este momento sería acalorado, bordeando lo
vicioso. Pero la forma en que nos besamos y tocamos es más como un
hervor controlado. Un calor de movimiento lento que es aún más poderoso
por la forma en que me toma por sorpresa.
Se arrastra sobre mí lentamente y entrelaza sus dedos con los míos. Uno a la
vez, mueve mis manos sobre mi cabeza, presionándolas contra el colchón.
Cuando finalmente empuja dentro de mí, se desliza tan profundamente que
puedo inclinarme hacia adelante y besar su pecho. Estoy enjaulada bajo él,
rodeada por su calidez y su fuerza, y es todo lo que podría desear.
Se mueve con estocadas lentas y deliberadas. Es como si pudiera sentir
nuestras terminaciones nerviosas individuales moviéndose juntas, creando
una deliciosa fricción que me envía más alto con cada toque.
Nikolai entierra su rostro en mi cuello y gruñe. Enrosco mis dedos en su
cabello oscuro. Nos deslizamos juntos una y otra vez. Estamos demasiado
concentrados en el único punto de conexión para besarnos o hablar. La
habitación se llena con el sonido de la piel deslizándose y nuestra
respiración.
Es el momento más íntimo de mi vida.
Mantengo mi orgasmo a raya tanto como puedo, pero eventualmente mi
cuerpo se aprieta alrededor de él. Le doy un mordisco en el hombro para
intentar tragarme los gritos. Pero luego se arquea, empujando sus caderas
hacia mí. Siento el pulso de su placer muy adentro justo cuando nuestros
ojos se encuentran.
Nos corremos así, yo mirándolo mientras él me mira. Estamos sudados y
jadeando, pero tengo que morderme el labio para no llorar.
Porque este es el mejor sexo que he tenido...
Pero se siente peligrosamente cerca de decir adiós.
31
BELLE

Dos días después, llega el verdadero adiós.


Es entre semana y temprano en la mañana, por lo que el aeropuerto no está
tan ocupado como podría estar, pero todavía parece que hay demasiada
gente alrededor. Especialmente porque estoy llorando como un bebé.
—Volverás antes de que te des cuenta —dice Nikolai, deslizando un pulgar
calloso sobre mi mejilla—. No será por mucho tiempo. Me encargaré de
todo aquí y luego pueden volver.
Asiento con la cabeza, pero realmente no le creo. Porque ahora mismo, esto
se siente como el final.
Elise está sentada contra la ventana con los auriculares puestos. Ella tomó la
noticia de ir a Islandia sorprendentemente bien. Especialmente una vez que
le dije que Howard vendría con nosotros.
—Ni siquiera sé si Elise querrá volver —le susurro a Nikolai—. Quiere
pasar tiempo con Howard.
—Eso es algo bueno, Belle.
No hay nada más que sinceridad en su rostro. Él cree eso, así que supongo
que intentaré hacer lo mismo.
—Hablando de él —dice Nikolai, inclinando su cabeza hacia las puertas—,
ya está aquí.
Me doy la vuelta justo cuando Howard arrastra una maleta con ruedas a
través de las puertas automáticas. Lo he visto un par de veces, pero todavía
me sorprende lo mucho que se parece a Elise. Incluso la forma en que patea
la rueda atascada de su equipaje en un estallido de frustración me recuerda a
mi hermana.
Elise todavía está perdida en su teléfono, desplazándose y sin prestar
atención. Estaría frustrada con ella siendo tan inconsciente si no fuera útil
para mí en este momento.
— ¿Miras a Elise por un segundo? —Pregunto—. Quiero hablar con
Howard antes.
Nikolai asiente y se recuesta contra la pared.
—No le des demasiada bronca.
—No le voy a dar ninguna bronca —digo con el ceño fruncido.
Nikolai solo me da una sonrisa divertida. No parece convencido.
Howard está escaneando el vestíbulo en busca de nosotros mientras me
acerco. Cuando me ve, su rostro se divide en una amplia sonrisa.
—Me alegro de verte, Belle.
— ¿Esperabas no hacerlo?
He estado arreglando los detalles de nuestro viaje con él durante los últimos
dos días. Estaba tan ansiosa que me aseguré de que tuviéramos todo
planeado al minuto.
—Bueno, algo así —admite encogiéndose de hombros—. Los últimos dos
días han sido tan locos que estaba empezando a pensar que me inventé todo
esto. Quiero decir, ¿Islandia? Apenas he pensado en Islandia como un
concepto general antes, y ahora, estaré allí indefinidamente.
—Esa fue la elección de Elise. Tenía algunas opciones: Corea del Sur,
Francia, Nueva Zelanda. Italia fue su segunda opción. Pero ella quería
volver a Islandia.
Se acaricia la barbilla, pensativo. Parece algo que ella también hace, y no
puedo evitar sentir un escalofrío de familiaridad desconsolada que me
recorre.
—Probablemente me hubiera ido por Francia. Si pudiera comer pan, queso
y chocolate en cada comida, lo haría. ¿Y tú? —Pregunta—. ¿A dónde
querías ir?
Extrañamente, el pensamiento ni siquiera ha pasado por mi mente. Le di a
Elise control total sobre el destino sin pensarlo dos veces.
—Dondequiera que Elise quisiera ir —le digo—. Es por eso que estamos
haciendo esto en primer lugar. Para mantenerla a ella a salvo.
La expresión de Howard se vuelve seria.
—Bien. Por supuesto.
—Por eso vienes tú también, ¿verdad? —Pregunto—. Porque quieres a
Elise a salvo.
Cuando le pedí que viniera, traté de esconder la idea de que nos íbamos del
país para vivir en grande en otro lugar. Por lo que él sabía, Howard accedió
a pasar semanas enteras en una especie de búnker subterráneo de cemento,
comiendo atún en lata. No quería que aceptara unas vacaciones con todos
los gastos pagados en lugar de la idea de cuidar de su propia hija.
—Sí. Quiero pasar tiempo con ella. Y contigo —agrega—. Ha sido un
tiempo tan largo. No podía rechazar esta oportunidad de estar juntos y...
—Esto no es una reunión familiar, Howard. Traté de dejarlo claro antes,
pero tal vez necesito aclararlo: Elise está en peligro.
—Y tú también lo estás —en tono de afirmación—, ¿no es así? Ambas
estáis en peligro.
Me encojo de hombros.
—Sí. Pero Elise no pidió nada de esto. Ella es inocente.
—Tú también fuiste inocente una vez —dice Howard en voz baja—.
Cuando tenías más o menos su edad. En realidad, eso me recuerda: te traje
algo.
Howard busca en el bolsillo delantero de su maleta y saca un pequeño
diario que se sujeta con un cordón de cuero. Con cuidado, lo desenrolla y
abre la primera página. Dentro, presionado entre dos de las páginas, está el
dibujo que yo hice para él.
Los bordes del papel se ven delgados y frágiles y las marcas de lápiz se han
desvanecido con los años, pero lo reconozco. Es una torre de princesa con
esteroides, todos pasamanos de hierro con adornos y hiedra que fluye
delicadamente sobre piedra erosionada.
Es torpe y es infantil, pero es mío.
—Solo quería que lo vieras —dice, cerrando el diario y deslizándolo de
nuevo en su bolso—. Quería que supieras que no estaba mintiendo cuando
dije que lo guardaba.
Inclino mi cabeza hacia un lado, viéndolo bajo una nueva luz.
—No pensé que estabas mintiendo, Howard —digo suavemente.
Me da una sonrisa tierna.
—Eso es bueno. Porque no lo haría. No mentiría, quiero decir. Obtendrás
siempre la verdad de mí, Belle. Y la verdad es que protegeré a Elise con mi
vida.
Solo así, la ansiedad que se ha estado gestando dentro de mí durante dos
días se disipa. Saber que Howard está aquí por la razón correcta, que
entiende lo importante que es este viaje, me ayuda a respirar hondo por
primera vez en mucho tiempo.
Tal vez todo esto estará bien.
—Excelente. Entonces vamos.
Tan pronto como Howard y yo despejamos la esquina hacia donde Nikolai y
Elise están esperando, Elise salta y corre para saludarlo.
— ¡Estás aquí! —canta con una gran sonrisa. Luego frunce el ceño y ajusta
su tono a algo más fresco y adolescente—. Llegaste.
—Lamento que hayas tenido que esperarme —le dice él.
—Está bien. Hemos estado esperando aquí por una eternidad y media, pero
solo porque Belle nos hizo llegar horas antes.
—Porque por lo general, llegas una hora tarde a todo —le respondo—. No
es mi culpa que llegaras a tiempo hoy por primera vez en toda tu vida.
Ella se encoge de hombros.
—Estoy emocionada. Demándame.
Eso hace que Howard sonría, y luego se sonríe el uno al otro, ambos son el
mismo tipo de tontos adorables que no saben cómo compartir sus
sentimientos. Estoy feliz por los dos, pero hoy no me siento especialmente
sonriente. Así que me alejo y me acerco sigilosamente al lado de Nikolai
contra la pared.
— ¿Cuánto tiempo tenemos antes de que salga el vuelo? —digo en voz
baja.
—Noventa minutos —dice—, de hecho, ochenta y siete minutos. ¿Pero
quién va contando?
Apoyo la cabeza en su hombro y suspiro.
—Odio esto, Nikolai.
— ¿Qué parte?
—Hace un par de días, te habría dicho todo esto. Excepto las vacaciones
islandesas. Eso siempre es un pro —digo—. Pero me habría quejado por
dejar que Elise hiciera un viaje con su padre ausente. Me habría quejado de
que Xena me obligó a salir de la ciudad.
— ¿Pero…? —presiona.
—Pero creo que Howard se preocupa por Elise. Me dijo que la protegería
con su vida.
Nikolai asiente con una especie de aprobación muy masculina.
—Declaración muy contundente.
—Realmente creo que lo dijo en serio. Al menos, estoy eligiendo creer que
si lo hizo. Así que confío en Howard y estoy feliz de sacar a Elise de aquí.
Pero…
— ¿Otro pero? —bromea.
—Sí. Pero tú —termino.
Nikolai arquea una ceja.
— ¿Esta es la parte en la que finalmente admites que me odias?
Mi barbilla se tambalea cuando pienso exactamente cuánto no odio a
Nikolai. Ese es todo el problema, en realidad. Si lo odiara, este sería el
mejor día de mi vida. Además, el más fácil. En cambio, no es ninguno.
—Odio dejarte —aclaro.
Hay un instante de silencio. Entonces, de repente, Nikolai se coloca frente a
mí y pone sus manos sobre mis brazos.
—Estarás más segura si te vas, Belle. El bebé también. Es lo mejor.
Hemos hablado de esto demasiadas veces en los últimos días, y sé que esta
última conversación no hará nada para que esto sea más fácil. Simplemente
no queda nada por decir. Entonces, en lugar de responder, me estiro de
puntillas y envuelvo mis brazos alrededor del cuello de Nikolai.
Lo aprieto hasta que Howard se aclara la garganta, atrayendo mi atención.
—Probablemente deberíamos pasar ya por seguridad, chicas.
Mi instinto es envolver mis brazos y piernas alrededor del cuerpo de
Nikolai y aferrarme a él como un gato asustado. Pero Elise está de pie sobre
el hombro de Howard, mirándome. Tengo que ser valiente por ella.
También tengo que ser valiente por mí misma.
A regañadientes, me alejo de él y agarro mi maleta. Cuando levanto la vista,
sus ojos grises me miran intensamente. Me está evaluando, buscando
cualquier signo de debilidad. Estoy seguro de que está encontrando mucho,
pero levanto la barbilla y respiro profundamente.
— ¿Tan pronto como sea posible? —pregunto.
—Tan pronto como sea posible —repite—. En cuanto sea seguro que
regreses, te traeré a casa yo mismo.
Casa. Me estremezco por lo bien que suena. Lo beso una última vez y luego
me alejo y me muevo en el flujo de personas que se mueven hacia
seguridad.
Es más fácil de esta manera, simplemente arrancando el vendaje. Sin adiós
prolongado, sin llanto. Necesito parecer confiada en esta decisión. Necesito
estar segura. Además, si tengo que ver a Nikolai girar y dirigirse a la salida,
no estoy segura de poder seguir moviéndome.
Elise se acerca a mí mientras esperamos en la fila.
— ¿Estás bien, B?
—Sí. Estoy bien.
Ella está tranquila. Cuando la miro, su ceja está arqueada.
— ¿Qué pasa? —exijo—. Estoy bien.
—Eres una mentirosa, eso es lo que eres. Nariz de Pinocho, descarada
embustera, las nueve yardas enteras.
—Estoy triste, pero estoy bien —gimo.
—Estás triste y te sientes miserable —ella asiente—. Eso no está bien.
Nos quitamos los zapatos y los colocamos en la cinta transportadora.
Howard está un poco más atrás de nosotros, desatando los cordones de sus
zapatillas de papá de suela gruesa.
—No soy miserable —digo tan alegremente como puedo reunir, que no es
mucho—. ¿Cómo podría ser miserable cuando me voy de vacaciones
contigo?
—Está bien si no estás emocionada, Belle. Sé que no estás del todo
entusiasmada con la llegada de Howard.
Dejo mi teléfono, billetera y llaves en un contenedor de plástico y lo deslizo
hacia el escáner.
—Fue mi idea. O, bueno, en parte mi idea, de todos modos. Nikolai sugirió
a Howard que viniera con nosotros y pensé que era inteligente. Este será un
buen momento para que ustedes dos se reconecten.
— ¿Y tú? —pregunta ella—. ¿Qué pasa contigo?
—Esto no se trata de mí, ¿de acuerdo? —suspiro.
Camino a través del escáner corporal mientras un agente de seguridad se
para a un lado. Él no intenta detenerme y no se activó alguna alarma, así
que asumo que estoy lista para seguir. Me estoy poniendo los zapatos al
final de la fila cuando Elise aparece detrás de mí.
— ¿Entonces todo se trata de mí? —Pregunta con un poco de nerviosismo
en su voz—. ¿La única razón por la que estás aquí es por mí?
La respuesta es sí, obviamente. Pero tengo la sensación de que la respuesta
no hará que Elise se sienta mejor. Así que termino mirándola por unos
segundos, sin saber qué decir.
Ella niega con la cabeza.
—No tienes que hacer esto por mí, Belle. Ya has hecho suficiente.
—Tienes razón. He hecho mucho, mucho más que suficiente —me burlo—.
Estás huyendo del país, por lo que hice, por en quién confié, por a quién le
tuve miedo, por lo que entendí mal. Estás menos segura que nunca debido a
todo lo que yo he hecho. Todo esto es mi culpa. Así que ahora, tengo que…
—No, no —interrumpe ella—, no tienes que hacer nada. Me estás sacando
de la ciudad. Howard viene conmigo. Estás haciendo más que suficiente. Ni
siquiera tienes que venir conmigo si no quieres.
—No puedes ir sola con él.
— ¿Por qué no? —pregunta Elise, mirándome fijamente, esperando una
respuesta —. ¿No confías en él?
—Sí —asiento a regañadientes.
— ¿Crees que me cuidará?
Yo suspiro.
—Sí, pero…
— ¿Pero eres una fanática del control que no puede admitir que no te
necesito para cada cosa todo el tiempo?
— ¡Ey! —espeto.
—Es verdad. Pero dicho con amor —dice Elise, quien da un paso adelante y
me agarra de los hombros—. Mira, B: no le hubieras pedido a Howard que
viniera si no confiaras en él, así que ese no es el problema. Y yo iba a dejar
que vinieras con nosotros porque pensé que era lo que querías, pero
claramente no lo es. Quieres quedarte con Nikolai, ¿verdad?
La respuesta está en la punta de mi lengua, pero no me atrevo a decirla. La
culpa me mantiene callado.
— ¿Verdad?— pregunta, sacudiéndome juguetonamente mientras una
comisura de su boca se inclina hacia arriba en una sonrisa irónica. —Solo
admítelo, payasa.
Gimoteo.
—Bien. Sí. Quiero quedarme. Pero solo porque sé que tú estarás a salvo. Y
no estoy segura de que Nikolai lo esté, así que si, es muy difícil dejarlo.
Incluso el pensamiento pasajero de que Nikolai podría salir lastimado
mientras yo estoy en el otro lado del mundo y demasiado lejos para hacer
algo me hace sentir náuseas.
—Entonces no lo dejes —dice ella—. Quédate aquí. Quédate con él.
Como si fuera así de simple. Quédate con él. Hay más equipaje en esas tres
palabritas que en todo este aeropuerto junto.
Howard camina ahora detrás de Elise, deslizando su billetera de nuevo en
su bolsillo.
— ¿Qué sucede, damitas?
—Belle está decidiendo si se va a quedar o no —explica Elise sin rodeos—.
Ella no quiere dejar a Nikolai.
Me estremezco cuando lo expone así.
— ¡Yo no estoy decidiendo nada!
Howard asiente serenamente.
—Eso tiene sentido. Te acabas de casar.
—Y estás embarazada —añade Elise—. Quieres estar cerca del papá de tu
bebé.
—Esposo —corrijo con una mirada de advertencia—. Dijiste que dejarías
de llamarlo así después de que nos casáramos.
—Tienes razón. Ya no es solo el papá de tu bebé. Él es el hombre que amas.
Elise lo dice tan fácilmente, pero las palabras hacen que un rubor florezca
en mis mejillas. Para la mayoría de las personas, casarse es la máxima señal
de amor. Pero las cosas han sido diferentes para nosotros. Nikolai
claramente me quiere. ¿Pero admitir mi propio amor? Se siente mucho
como ofrecer mi corazón a la guillotina.
Lo cual es parte de por qué quiero quedarme.
Lo que sea que esté pasando entre nosotros, no quiero dejarlo ir. Es
demasiado frágil para sobrevivir en el mundo salvaje y cruel en el que
vivimos.
—Estaré bien, Belle —dice Elise suavemente—. De verdad, lo estaré. Y no
me enfadaré si te quedas.
— ¿No lo harás? —Pregunto. Antes de que ella pueda responder, niego con
la cabeza—. No puedo creer que en realidad esté considerando dejarte ir por
tu cuenta.
Howard pasa un brazo por encima del hombro de Elise y la atrae para darle
un abrazo lateral.
—No estará sola. Ella estará conmigo.
Elise le sonríe. Se ven bien juntos. Bonito como un cuadro. Cualquiera que
los viera pensaría que han estado juntos así desde que Elise nació, que son
como cualquier otro padre e hija.
Y de repente, me doy cuenta: estoy feliz por ellos.
Estoy feliz por Howard y Elise. Me alegro de que se hayan encontrado y de
que Elise tenga la oportunidad de tener el padre que yo no pude. Pero tanto
como eso, también me doy cuenta de que estoy feliz por mí. Howard puede
soportar parte del peso de cuidar a Elise. Nada de eso significa que la amo
menos, pero tal vez significa que puedo darme el lujo de alejarme un poco.
Tal vez finalmente pueda ser una hermana en lugar de su madre.
Esa realización bloquea mi decisión en su lugar.
Tiro de Elise para darle un abrazo aplastante.
— ¿Me llamarás todos los días?
— ¿Te vas a quedar? —pregunta ella, como si creyera que nunca lo
aceptaría.
—Eso depende. ¿Me vas a llamar todos los días? —pregunto más severa.
Ella ríe.
—Sí. Dos veces al día, si tengo que hacerlo para convencerte de quedarte.
Beso la parte superior de su cabeza y la miro a través de la neblina de
lágrimas en mis ojos.
—Si algo sale mal, llámame inmediatamente. Nikolai y yo estaremos allí en
un instante. ¿Me escuchas?
—Te escucho.
—Dilo otra vez.
—Te escucho, caramba.
La abrazo una vez más, fuerte, y luego paso a Howard.
— ¿Vas a cuidar a mi hermanita?
—Con mi vida —promete en voz baja—. Puedes confiar en mí, Belle. No
dejaré que le pase nada.
Le doy a Howard un abrazo un poco incómodo y luego los empujo hacia las
puertas.
—Vayan. Váyanse antes de que cambie de opinión.
Los observo hasta que son tragados por la multitud. Luego doy la vuelta y
camino por el camino equivocado a través de la seguridad.
Nikolai probablemente se fue en el momento en que nos alejamos de él, y
no quiero que tenga que dar la vuelta y lidiar con el tráfico del aeropuerto
nuevamente. Tal vez tome un taxi de regreso a la casa. Al menos eso
asegurará que no pueda arrojarme de regreso a través de la seguridad y
obligarme a subir a un avión de inmediato.
Ese es el plan vago que estoy esbozando en mi cabeza mientras camino por
el largo pasillo hacia la entrada principal.
Luego miro y veo una figura familiar parada en el área de observación.
Nikolai está de pie, de espaldas a mí, mirando los aviones rodar por la pista.
Sé que está perdido en sus pensamientos porque no se da cuenta de que
estoy caminando detrás de él hasta que estoy a solo unos metros de
distancia. Inusual para un hombre como él, que siempre está tan pendiente
de su entorno.
Cuando finalmente se vuelve hacia mí, su boca está fruncida con severidad.
Pero eso no es tan diferente de lo habitual. Es difícil saber lo que está
pensando.
Le doy un débil encogimiento de hombros.
— ¿Me creerías si te dijera que me echaron del avión?
Me mira en silencio durante unos segundos más. Luego se pasa la mano por
la cara.
—Maldita sea, Belle.
—Lo siento —digo y me lanzo hacia él con mis brazos alrededor de su
cintura. Es sólido y tranquilizador y huele como el bosque después de la
lluvia, y no estoy seguro de cómo intenté dejarlo ir—. No pude hacerlo.
Quiero quedarme contigo.
Su cuerpo está tenso bajo mi toque. Su voz suena adolorida.
—Decidimos que era lo mejor que te fueras, Belle.
— ¿Y desde cuándo hago lo mejor para mí?
—Ese es el problema —dice y me sostiene con el brazo extendido—. Por
eso yo tengo que tomar las decisiones difíciles. Porque si depende de ti, te
matarán.
— ¿Esta decisión fue difícil para ti?
—Claro, no es como si me hubiera imaginado casarme contigo y luego
despedirte.
—Entonces no lo hagas —digo y agarro sus brazos y los envuelvo
alrededor de mi cintura—. Howard puede cuidar de Elise. Y yo puedo
quedarme aquí contigo.
—Enviarte lejos no es lo que imaginé, pero es lo correcto —dice Nikolai,
aprieta la mandíbula y comienza a empujarme por el pasillo. Intento luchar,
pero es inútil. Él es mucho más grande que yo.
—Estaré en un avión de regreso a ti en el momento en que este aterrice —le
digo bruscamente.
—Entonces te pongo en el siguiente —gruñe él.
— ¿Y lo haremos para siempre? —Espeto—. No suena como un buen uso
del tiempo.
—Esto no es un buen uso del tiempo.
— ¡Lo dice el tipo que estaba parado junto a la ventana viendo despegar los
aviones! ¿Ibas a quedarte allí hasta que nos fuéramos?
La forma en que aprieta la mandíbula me dice que no estoy lejos de la
verdad.
Presiono mis manos contra su pecho.
—Nikolai… por favor.
—Allá estarás más segura.
—Pero seré más feliz aquí —digo en voz baja—. ¿Eso no significa nada?
Él no responde, sus ojos se centraron justo por encima de mi hombro.
Agarro su barbilla y fuerzo sus ojos a los míos.
—Dime que no me quieres aquí. Dime que prefieres que esté en Islandia, y
subo a ese avión y me voy. Si no me quieres aquí, me voy. Pero si hay una
sola parte de ti que quiere que me quede... entonces me quedo.
Nos miramos el uno al otro por no más de unos segundos, pero se siente
como toda una vida. La anticipación casi me mata.
Entonces Nikolai me levanta por la cintura y me tira contra su cuerpo. Me
deslizo por su frente, mis brazos se posan sobre sus anchos hombros
mientras inclina su rostro hacia atrás para mirarme.
—Te quiero aquí, moyazhena.
— ¿Lo quieres? —Pregunto, sin poder ocultar la sonrisa tonta en mi rostro.
Él asiente solemnemente.
—Por supuesto que sí. Cada parte de mí quiere que te quedes aquí conmigo.
Me deslizo un poco más por su cuerpo. Cuando siento una barra de acero en
algún lugar al sur de su cinturón, tengo una idea de qué parte de él en
particular está más emocionada de que me quede. El calor corre a través de
mi columna, y lo abrazo cerca.
—Entonces está hecho. Me quedaré.
Agarra mi maleta y toma mi mano.
—Mujer testaruda —gruñe sombríamente.
Pero luego, sonríe todo el camino hasta el auto.
32
NIKOLAI

Normalmente detesto recompensar la desobediencia. Pero la palma de Belle


está caliente en la parte superior de mi muslo, y no estoy seguro de cuánto
tiempo más podré controlarme. Ella también sabe lo cerca que estoy de
ceder, ha estado moviendo su mano más y más arriba de mi pierna desde
que salimos del aeropuerto. El hecho de que no me haya detenido y tomado
el asunto en mis propias manos es un milagro.
—Será mejor que no estés escribiendo un cheque que no puedes cobrar —
murmuro.
Ella tiene la audacia de mirarme, sus labios entreabiertos en inocente
olvido.
— ¿Eh?
Descanso mi mano sobre la de ella, arrastrándola aún más.
Ella sonríe.
—Oh.
—Oh —la imito—, como si no lo supieras.
—Lo lamento. Estoy feliz de estar contigo.
Arqueo una ceja.
— ¿Qué tan feliz?
Sus mejillas se sonrojan, y quiero hacer que todo su cuerpo haga eso.
Quiero desnudarla y ver cómo el rubor florece en su piel.
Nos detenemos en el complejo, con los dedos aún entrelazados mientras esa
tensión familiar y adictiva se acumula en mis entrañas. Estoy tan
concentrada en Belle que no me doy cuenta de inmediato de la camioneta
blanca estacionada junto a la acera.
O la persona encorvada en el asiento del conductor.
No hasta que Belle agarra mi brazo y señala en estado de shock que lo vea.
— ¡Nikolai! —grita.
Maldigo y me detengo junto a la camioneta de Christo. Lo que sea que esté
pasando aquí, no es bueno. Quiero a Belle lo más lejos posible de todo esto.
—Toma el asiento del conductor y entra. Estaré allí en un segundo.
Salgo del auto y Belle se sube a la consola y toma mi lugar. Un segundo
después, atraviesa las puertas.
Me acerco a la camioneta de Christo con mi arma en la mano.
No puedo ver su rostro, pero no se mueve cuando toco el vidrio. Cuando
abro la puerta del lado del conductor, cae hacia un lado. La única razón por
la que no llega al pavimento es porque lo atrapo.
— ¿Qué diablos te pasó, hombre? —exijo.
Christo responde con un gemido sordo y lleno de dolor.
Haciendo una mueca, lo empujo a través del asiento hacia el lado del
pasajero y luego me pongo al volante de la camioneta. Hay sangre seca,
apelmazada, en el volante y en el asiento.
—Bastante temprano en el día para lucir así —comento. Le doy un ligero
codazo en el costado, forzándolo a que emita otro gemido—. ¿Cuánto
tiempo llevas aquí?
Christo gime de nuevo, pero no sé si puede oírme o no. Todavía está
murmurando algo incoherente cuando llego a la caseta de seguridad. El
guardia adentro está listo para rechazar la entrada hasta que mira dos veces
y me ve detrás del volante.
— ¡Don Zhukova! —balbucea—. Vi su auto, y pensé…
—Por eso deberías hacer que todos bajen los vidrios polarizados. Incluso yo
—le digo—. Por suerte para ti, solo fue Belle.
—Lo haré, señor. Lo siento. Luego mira más allá de mí hacia Christo. Si
está sorprendido de verme sentado junto a un maldito griego parcialmente
consciente, no lo demuestra.
— ¿Cuánto tiempo estuvo estacionado esta camioneta en la calle? —
Pregunto.
—Apareció diez minutos después de que salió para el aeropuerto. No vi
salir al conductor. Eso sí, no lo perdí de vista. Pensaba ir a chequearlo más
tarde, durante el cambio de turno.
Le doy un saludo de agradecimiento y él abre la puerta. Tan pronto como
estaciono, Belle aparece en la puerta del lado del conductor.
¿Él está bien?
Salgo y camino alrededor del auto, Belle me sigue.
— ¿Estás preocupada por Christo ahora? —Pregunto—. Pensé que ustedes
dos no eran amigos.
—Eso no quiere decir que no me importe si muere —espeta—. ¿Quién le
hizo esto? Esto es claramente un mensaje, ¿verdad?
—Así parece. Pero de quién, no lo sé exactamente. Aunque tengo mis
teorías —digo mientras le entrego las llaves de la casa—. Yo lo llevaré. Ve
y abre las puertas.
Belle agarra las llaves y sube corriendo los escalones. Para cuando llevo a
Christo al porche, la puerta está abierta y Belle está en el vestíbulo
diciéndole a una de las empleadas que busque provisiones.
—Toallas, un cuenco con agua, algunas vendas y algún tipo de antiséptico
—le declara a ella y me hace señas para que la siga—. Ponlo en la sala.
—Tengo un médico de guardia, Belle. No necesitas hacer esto.
Aparta los cojines del sofá y tiende una manta.
—Técnicamente ni siquiera sabemos que no fueron tus hombres quienes
hicieron esto, ¿verdad?
—Si alguno de mis hombres hizo esto, lo mataré —gruño. La desobediencia
absoluta como esta tendría que ser tratada rápidamente. Este es el tipo de
resentimiento que encona y hace que maten a los reyes.
—Así que me encargaré de él hasta que estés seguro. Lo último que Christo
necesita es que el médico de Bratva le dé un poco de veneno —señala ella.
—Veneno no es del estilo Bratva —le digo, señalando el cuerpo
ensangrentado de Christo—. Somos más prácticos.
Belle hace una mueca.
—Claramente.
Me quedo atrás y observo su trabajo, solo de vez en cuando intervengo para
levantar a Christo para que Belle pueda vendar su cintura o ajustar las
mantas. Pero sobre todo, observo. No me encantó encontrar a un hombre
prácticamente inconsciente en la puerta de mi casa, pero me encanta ver a
Belle hacerse cargo.
Ella tiene tanta confianza en este momento. Se ve tan segura de sí misma.
Puede que Belle no haya nacido en mi mundo, pero sabe lo complicada que
puede ser la vida. Ella entiende, mejor que la mayoría, que la gente tiene
que hacer todo lo posible para sobrevivir a sus circunstancias. Por mucho
que odie a la madre de Belle por lo que le hizo a sus hijas, le ofrezco un
silencioso agradecimiento de gratitud.
La hiciste así. No fue tu intención y no mereces ni un gramo de crédito por
ello. Pero se necesita su fuerza.
Al final, decido que ‘gratitud’ es una emoción demasiado fuerte.
‘Agradecimiento’ se siente como suficiente.
— ¿Qué estás mirando? —pregunta Belle de repente.
Parpadeo y me doy cuenta de que me está mirando, con una pequeña
sonrisa jugando en sus labios.
—Tus manos —digo honestamente.
Ella mira hacia donde está alisando un vendaje alrededor del antebrazo de
Christo.
— ¿Te enloquecen los cuidadores, Nikolai Zhukova?
—Solo una cuidadora en particular, Belle Zhukova.
Su rostro se sonroja al escuchar su nuevo nombre y, joder, desearía que
Christo no nos hubiera estado esperando cuando regresamos del aeropuerto.
Ella estaría enredada en mis sábanas en este momento.
Me imagino las curvas de sus caderas cuando Christo gime. Es el primer
ruido que hace desde que le di un codazo en la camioneta.
Me agacho a su lado.
— ¿Finalmente regresas?
Sus ojos parpadean y tose débilmente.
—Si ustedes dos... van a seguir... coqueteándose —dice con voz áspera—,
preferiría morir.
Ladro una carcajada.
—Sin nosotros, ya estarías muerto.
—No estaba tan herido —comenta Belle. Se pone de pie y se aleja de
Christo, visiblemente más nerviosa ahora que él está consciente—.
Principalmente contusiones y cortes. Tal vez un brazo fracturado, no puedo
estar segura.
Entrecierra los ojos contra la luz y trata de mirarse a sí mismo.
—Mi camisa está ensangrentada.
—Ah, y una nariz rota —añade Belle.
Se lleva la mano a la cara y se toca la punta de la nariz con cautela, luego
hace una mueca.
—Oh. Bien. Recuerdo este. Herido como una perra.
— ¿Recuerdas lo que pasó? —Pregunto.
—Con detalles vívidos y dolorosos —gruñe—. Probablemente lo recordaré
durante unos días, al menos.
Belle le da un par de pastillas y un poco de agua.
—Realmente debería verte un médico. Apenas soy hábil en la aplicación de
vendajes y cremas. Con un profesional podrás asegurarte de no tener
ninguna hemorragia interna ni nada.
Christo toma las pastillas de ella con una expresión cautelosa.
—Gracias.
—Sí, por nada.
El aire de la habitación se vuelve viciado, los segundos se alargan en un
extraño silencio que no tengo intención de romper. Estos dos pueden salir
de sus propias situaciones incómodas sin mi ayuda.
Finalmente, Belle me mira y luego se limpia las manos en los pantalones.
—Bueno… Los dejaré hablar.
Asiento con la cabeza y espero hasta que ella está fuera del alcance del oído
antes de sentarme en la mesa de café frente a Christo.
—Ella fue quién te cuidó hasta que volviste en sí.
—Me envolvió en vendajes y me dio unas aspirinas. Podría haber hecho eso
por mí mismo cuando volví en mí.
—Yo te iba a tirar de culo en el suelo de baldosa, para que no mancharas de
sangre mis muebles —le digo—. Así que al menos puedes estar agradecido
de haber venido al sofá en lugar de a mi vestíbulo.
Se vuelve a colocar en su almohada y suspira.
—Lo soy. Mierda, lo soy. Además, Belle no es quien me rompió la nariz y
me puso en esta posición, por lo que no está en lo más alto de mi lista negra
por mucho.
—Ella no debería estar en tu lista negra para nada.
Me mira por encima del borde de su vaso.
—El tiempo lo dirá.
Pongo los ojos en blanco.
—Tal vez algún día las personas en las que confío confíen entre sí y yo
pueda tener un poco de paz en mi vida.
—No contaría con ningún tipo de paz hasta que Xena esté muerta.
— ¿Fue ella quien te hizo esto?
—No ella misma —aclara—. Joder, desearía que ella misma hubiera tratado
de pelear conmigo. No hay nada que me gustaría más que estrangular a esa
puta perra traidora con mis propias manos. Pero no, como siempre, alguien
más hizo su trabajo sucio. Sus soldados se aseguraron de que supiera que
ella me envió saludos antes de que quedara inconsciente.
— ¿Fue un ataque sorpresa, entonces?
Sacude la cabeza y sus ojos se desenfocan. El movimiento es demasiado
para él y presiona dos dedos en su sien por un segundo para estabilizar su
cráneo antes de volver a mirarme.
—Estaba tratando de reunirme con un contacto. Querías información desde
dentro de las filas de Xena, y pensé que había una persona en la que podría
confiar. Era un riesgo, pero supongo que no me di cuenta de cuánto.
— ¿Estás diciendo que hiciste esto por mí?
Él hace una mueca.
—No tenía muchas opciones. La familia en la que crecí me ha dado la
espalda. No tengo a nadie en quien confiar ni adónde ir. Ganarme tu
confianza es mi única oportunidad de cambiar este lío y no perder todo por
lo que he trabajado.
—Déjame decirte, es tremendamente halagador ser tu última opción.
—No es —Christo niega con la cabeza—. No es así, Nikolai. Yo solo…
Levanto una mano para detenerlo.
—Respira. Lo entiendo. Y no me importa Lealtad es lealtad, y lo tomaré de
cualquier manera.
Parece aliviado.
—Gracias.
—Arriesgaste tu vida para conseguirme información. Lo llamaremos un
empate.
—Ojalá hubiera sacado algo de la reunión además de un riñón magullado.
Mi contacto no me dio una mierda.
—Sinceramente, me sorprende que Xena no intentara darte información
falsa. Parece una buena forma de tenderme una trampa.
Una pequeña parte de mí se pregunta si todo esto de hecho podría ser una
trampa. Pero no veo cómo. Christo ha entrado a mi casa antes y no
necesitaba estar inconsciente para hacerlo. Además, me aseguré de que
Belle y yo mantuviéramos nuestra charla mientras Christo estaba
inconsciente al mínimo. Nunca se puede ser demasiado cuidadoso.
—Probablemente sabía que yo estaría pendiente de algo así —dice
encogiéndose de hombros—. Iba a triplicar, verificar cualquier información
que obtuviera en caso de que ella me estuviera alimentando con tonterías.
He aprendido por las malas a no confiar en Xena. Parte de la razón por la
que me fui en primer lugar es porque sabía que Xena me mataría a mí para
asegurar que su reclamo del liderazgo no pudiera ser impugnado.
Arqueo una ceja.
—Pensé que te habías ido por lealtad a tu difunto padre.
Se encoge de hombros.
—Ambas cosas.
La honestidad de Christo es refrescante. No es la primera vez, me recuerda
a Arslan. Si la mitad de todo lo que dice se convierte en una insinuación
sexual, podría comenzar a preguntarme si Arslan no se reencarnó.
—En lugar de tender una trampa, envió un mensaje —dice—. ‘Esta guerra
terminará pronto’.
— ¿Ese es el mensaje? Por lo general, no puedo callar a Xena, y ahora,
¿ella decide ser breve y críptica?
Christo hace un gesto para sí mismo.
—La sangre vale más que mil palabras, supongo.
—Supongo. Pero todavía parece extraño. Sin ofender, pero ¿por qué
pensaría ella que a mí me importaría que te golpeara?
—Ofensa tomada, de hecho —murmura.
Bufo.
—No seas tan sensible. Pero ¿por qué no atacar a alguien más cercano a
mí?
—Todavía podría. Debes hacer un balance de las personas en tu círculo
íntimo. Asegúrate de que estén bien.
—Acabas de ver a Belle —le recuerdo.
— ¿Es solo ella? No hay nadie más.
Mi madre está muerta, mi padre es casi nada, sin hermanos, Arslan se ha
ido...
Asiento con gravedad.
—Mantengo mi círculo pequeño.
—Por lo general, diría que eso es algo bueno, pero en este caso, podría
poner un objetivo más grande en las personas que tienes. ¿Has considerado
alejar a Belle por un tiempo? Tienes casas de seguridad, ¿verdad?
Lo miro y él levanta las manos.
—No tienes que decirme dónde ni nada. Todavía no estamos en ese nivel, y
eso está bien. Pero deberías llevarla a un lugar seguro.
Christo tiene razón, todavía no estamos en ese nivel. No le voy a decir a él
ni a nadie más adónde envié a Elise y a Howard o adónde podría enviar a
Belle. Pero si realmente pensara que el griego es un topo, ya estaría muerto.
—Traté de hacerlo. Ella... se resistió.
Levanta una ceja escéptico.
—Tengo la sensación de que no luchaste muy duro contra ella.
¿Y por qué diablos debería haberlo hecho? Belle no quería irse y yo no
quería que se fuera. Deberíamos estar en nuestra luna de miel en este
momento, no vendando a un tal vez… aliado ensangrentado que fue
arrojado al porche. Pero prefiero estar haciendo esto juntos que estar
separados.
—Puedo mantenerla a salvo —espeto.
Lentamente, Christo se incorpora. Se necesita un esfuerzo obvio y doloroso,
pero no se detiene hasta que se sienta en el borde del sofá frente a mí.
—Es lo que pensaba.
Arrugo la frente.
— ¿Qué significa eso?
—Yo también pensé que podría mantener a salvo a la mujer que amaba —
dice, bajando la mirada a la alfombra—, pero le fallé.
— ¿Cómo fue?
Christo se queda en silencio durante mucho tiempo. Prácticamente puedo
verlo sacando a relucir la historia desde la parte profunda y oscura de sí
mismo donde la ha mantenido escondida.
—Había una vez una mujer. Sólo una vez. Mariana. Su padre era un
proveedor de alimentos. Nadie en su familia tenía conexiones con la mafia.
A mi papá simplemente le gustaba la cocina de su papá. Así fue como nos
conocimos: su familia atendía una fiesta que organizamos y Mariana era
mesera.
— ¿Saliste con la mesera? Apuesto a que a tu padre le encantó eso.
—A papá no le importaba, en realidad —dice—. Pero Tía Xena fue una
perra al respecto.
—Es una perra para todo.
—Tienes razón. Pero esta vez, Xena encontró un nivel completamente
nuevo. Dijo que me casaba por debajo de mi posición y enturbiaba el linaje,
o alguna mierda espantosa como esa. Y lo dijo frente a Mariana. En su cara
—sacude la cabeza como si el recuerdo todavía lo enojara—. Pero nada de
eso importó. Yo había salido con muchas mujeres ‘por debajo de mi
posición’ antes. El problema con Mariana era que yo iba en serio con ella.
—Xena es una fanática del control, seguro. Pero, ¿por qué le importaba si te
gustaba alguien?
—Porque una novia seria conduciría a una esposa, lo cual conduciría a una
familia —dice, tratando de llevarme a la respuesta. Cuando lo miro
fijamente, se encoge de hombros—. Yo tampoco lo vi en ese momento.
Pero ahora, entiendo: ella no quería que creara un heredero.
Hago una mueca.
—Por supuesto. Xena siempre ve el panorama completo.
—Es su talento —asiente Christo en acuerdo—. Cuando le propuse
matrimonio, Xena perdió la cabeza.
Asiento con la cabeza entendiendo. Mi ex prometida ciertamente sabe cómo
hacerlo.
—Mariana le tenía miedo a Xena y a todo lo relacionado con la mafia. Ella
quiso retractarse del compromiso varias veces, pero la convencí de que me
ocuparía de ella. Irónicamente, si me hubiera quedado con ella,
probablemente habría renunciado a mi derecho de nacimiento. Mariana no
hubiera querido ser la esposa del jefe. Y yo también lo hubiera hecho,
¿sabes? Habría dado todo por ella. Xena podría haber esperado y todo
habría funcionado a su favor. Pero ella no iba a correr ese tipo de riesgo.
Es bastante fácil ver hacia dónde se dirige esta historia.
— ¿Xena la mató?
Espero que él asienta con la cabeza, pero en cambio, Christo niega con la
cabeza.
—No, ella no lo hizo. Lo hice yo.
Retrocedo por la sorpresa.
— ¿Qué? Pero ibas a dejarlo todo por ella. La amabas.
—Yo iba a hacerlo. Y lo hice —dice solemnemente—. Yo amaba a Mariana
más que a nada. Era la primera vez que me sentía así por alguien. Tal vez
por eso Xena fue capaz de convencerme de que estaba cometiendo un error.
Me convenció de que Mariana era alguien plantado por otra familia. Que
ella estaba conmigo únicamente para sacar información. Y cuanto más me
susurraba al oído, más culpabilidad veía por todas partes. Tenía tanto miedo
de que me descubrieran y me pusieran en ridículo que creí todo lo que Xena
me dijo. Fueron meses de mentiras y manipulación y, al final, yo...
Christo niega con la cabeza. Lo insto a que siga.
— ¿Qué pasó?
Finalmente, me mira y vislumbro el quebrantamiento en él. Sus ojos brillan.
—Hice lo que ella dijo que tenía que hacer. Y lo hice yo mismo.
—Christo —suspiro—. Mierda.
—Lo sé, lo sé —susurra—. Xena exigió justicia. Acusó a Mariana de espía,
y la noche antes de lo que habría sido nuestra boda... la maté. La ejecuté.
Mientras ella gritaba por mi misericordia.
El horror de eso juega en su rostro. Sé a ciencia cierta que está viendo ese
momento en su mente. Reviviéndolo. Sucumbiendo a él de nuevo cada vez
que recuerda lo que hizo, la sangre que derramó.
He visto mucha mierda en mi vida, pero un pequeño escalofrío me recorre
la columna.
— ¿Cuándo supiste que tu tía te mintió?
—Lo sospeché a los pocos días de haber matado a Mariana —dice en voz
baja—. Pero no lo supe con certeza hasta que ella mató a mi papá. Estaba
tan ciego... tan ciego como el resto de los hombres que la siguen. Los tiene
a todos engañados.
Pero no a mí. Nunca a mí. Supe desde el principio que Xena era una maldita
perra loca. Por eso no me casé con ella. Es por eso que no estoy muerto en
este momento.
—Es una historia triste, Christo. Lo es. Lo siento por ti. Pero esa historia no
tiene nada que ver conmigo y Belle.
—Dices eso ahora, pero no sabes de lo que ella es capaz. Nadie lo sabe —
dice. Se da la vuelta y se acomoda de nuevo en el sofá—. Solo mantenla a
salvo, Nikolai. Esa es mi advertencia. No bajes la guardia ni un segundo.
Abro la boca para responder, pero escucho pasos en el pasillo. Un segundo
después, Belle aparece en la puerta.
—Lo siento —dice ella, haciendo una mueca mientras entra en la
habitación—. No quería interrumpir, pero me acabo de dar cuenta de que
puede que le haya dado a Christo un medicamento para el dolor con un
somnífero.
Christo suelta un largo bostezo.
—Puede que lo hayas hecho, ¿o lo hiciste?
Sus hombros se elevan hasta las orejas.
—Lo hice. Lo lamento.
—Eso hace sentido, porque acabo de desparramar mis entrañas sobre
Nikolai. Me drogaste.
— ¡No fue a propósito! Lo lamento. No soy médico.
Christo le hace señas para que se aleje y cierra los ojos.
—Está bien. Me vendría bien una siesta de todos modos.
En cuestión de segundos, su respiración se vuelve profunda y uniforme.
—Lo siento mucho, Nikolai —me susurra Belle—. Realmente no fue mi
intención. Pero es lo que me trajo la criada. No pensé en nada hasta que
regresé a mi habitación y miré la botella. Espero no haberte arruinado nada.
—No. Ya habíamos terminado de hablar.
Belle mira de mí a Christo y de vuelta, con un millón de preguntas ardiendo
en sus ojos. Una se escapa.
— ¿Sobre qué se desparramó?
Miro a Christo. Parece muerto de sueño, pero sé que no debo arriesgarme.
Además, no estoy seguro de querer contarle a Belle su historia, de todos
modos. No hay necesidad de asustarla.
Las cosas terminaron en sangre para él. Mi historia no seguirá el mismo
camino.
No lo permitiré.
Le sonrío.
—Nada —le digo—. Nada importante en absoluto.
33
BELLE

— ¿Te estás preparando para la cena? —pregunta Elise. Su rostro está


borroso y pixelado en la pantalla de la computadora, pero puedo decir que
está atónita—. ¿La señorita Siempre Hambrienta está esperando hasta casi
las diez de la noche para comer? Lo siguiente que veré es que un cerdito
volará hacia mi ventana.
—Disculpe, pero la señorita Siempre Hambrienta está embarazada, ¿debo
recordarlo? Y además, aquí todavía no son ni las cinco.
Su rostro cae.
—Ah, cierto. El cambio de hora. Me olvide de eso.
Resulta que medio mundo aparte es un camino muy largo.
—Te extraño, E.
Ella se anima, pero su rostro se retuerce de disgusto.
—Solo hemos estado aquí por, como, una hora. Te vi literalmente esta
mañana. Además tú y Nikolai probablemente han estado haciéndolo mucho
como para que me extrañes.
— ¡Eh, Elise! No hables de eso. Alguna vez.
— ¿Qué pasa? —pregunta inocentemente—. Las hermanas hablan de este
tipo de cosas. Además, compartí una suite contigo cuando estábamos todos
en Islandia. Vi cosas.
La interminable cantidad de posiciones comprometedoras de Elise podría
habernos atrapado en destellos a través de mi mente. Estoy demasiado
horrorizada por la magnitud del trauma que pude haberle infligido a mi
hermana para hablar.
—Quiero decir, salí un día y vi la ropa de cama arrugada en el sofá —dice
finalmente—. Tu sostén estaba colgado en un taburete de la cocina. Y
puede que yo sea la pelirroja, pero tú eres la que tiene la piel reactiva.
Nikolai solo tenía que mirarte y te sonrojabas de la cabeza a los pies. Era
tan obvio.
Cierto alivio me recorre. Mientras ella no me vea desnuda, puedo moverme
por la vida sin sentirme culpable.
—Bueno, todavía. No quiero hablar de… eso contigo.
—Estás embarazada, Belle. Ya la liebre saltó. Sé cómo funcionan las X y
las O de todo ese embrollo.
—No hay ninguna liebre —argumento—. Existe simplemente la decencia
humana y la privacidad. No voy a fingir que soy monja, pero no quiero
hablar de eso con mi hermanita ni con nadie, por favor y gracias.
—Bueno. Nada de sexo —dice ella—. No hablemos del sudoroso y
humeante acto sexual en el que usted y su esposo han participado desde que
me fui.
Entierro mi cara en mis manos.
—Dejémoslo.
—Sí. No hablaremos de las sucias y obscenas...
— ¡Dije que lo dejemos! —Prácticamente grito—. ¿Cómo se llevan tú y
Howard?
—Bien —dice Elise, justo cuando otra voz interviene desde atrás—,
¡Fantástico!
Arrugo la frente.
— ¿Ese era Howard?
—Sí, claro. Está en la cocina haciendo quesos a la plancha.
Me inclino cerca de la pantalla como si estuviera susurrando al oído de
Elise.
— ¿Y dijiste todo eso del sexo delante de él? ¡Elise, es tu papá!
— ¿Y qué? No soy yo quien lo está haciendo —dice y se encoge de
hombros. Entonces sonríe—. Hagámoslo de nuevo. Te estás sonrojando.
Podrías ver ese rubor desde el espacio.
Estrecho los ojos.
—Te colgaré. Ese es un beneficio de que estés tan lejos. Puedo apagarte
cuando quiera.
—Sí, pero no quieres —dice con seguridad.
Quiero cerrar la computadora de golpe solo para demostrar que está
equivocada, pero no puedo. Tiene razón: me sentaría aquí y hablaría con
ella por siempre si pudiera. Si existiera la tele transportación, estaría allí
para cepillarle el pelo, pintarle las uñas de los pies y acostarme junto a ella
viendo basura en la TV hasta altas horas de la madrugada.
—No te preocupes, no te escucho —llama Howard desde el fondo—. Tengo
auriculares puestos. Estoy escuchando un podcast. Elise me lo puso en el
vuelo.
Elise sonríe. No puedo recordar la última vez que la vi tan genuina y
abiertamente feliz.
—Sí, por cierto, dale a Nikolai las gracias por pagar el wifi del vuelo. No sé
si él sabe que hizo eso, pero lo hizo. De todos modos, es un podcast sobre
crímenes reales. A los dos nos gusta el crimen real, ¿no es genial?
—Sí, es genial.
Realmente lo digo en serio. Howard y yo podemos tener nuestras propias
cosas en las que trabajar eventualmente, pero cuando se trata de su relación
con Elise, estoy en paz. Quiero esto para ella. Ella merece conocer a su
padre y tener al menos un padre que no sea un desastre activo. Y
claramente, ella es feliz. ¿Qué más podría desear?
¿Qué más podría desear? La pregunta suena a través de mí como un gong,
reverberando mucho más de lo que esperaba.
Podría querer una vida normal, para empezar. Una en el que una mujer loca
no esté persiguiendo a mi familia y tratando de matarnos.
Podría querer un marido que no encuentre hombres inconscientes y
ensangrentados en su patio delantero.
Podría querer una casa pequeña y linda sin una caseta de seguridad al
frente.
Podría querer a mi hermana sentada a mi lado en la cama mientras me alisto
para mi cita en lugar de languidecer en una habitación de hotel en otro país.
No tengo esas cosas... pero tengo a Nikolai. ¿Acaso eso no supera al resto?
— ¿Cómo van tú y Nicky? —Pregunta Elise, su voz cortando mis
pensamientos—. Obviando los detalles desnudos.
Pongo los ojos en blanco.
—Nos va bien.
Todo lo que hemos hecho hasta ahora es vendar a Christo. Nikolai dijo que
iríamos a cenar y luego se fue a trabajar. No lo he visto en horas.
—Entonces, ¿por qué no lo parece?
Suavizo mi cara de nuevo a neutral.
— ¿Qué dices?
—Te ves preocupada. ¿Qué está mal?
Considero mentir, pero ¿cuál es el punto? Algunas de las primeras grietas
en este matrimonio son obvias.
—Pues a ver… mi hermanita acaba de tener que salir huyendo de aquí. Yo
diría que eso es ‘algo mal’.
—Como precaución.
—Pero aun así. No es exactamente ideal —protesto—. Y las cosas son
solo... un poco abrumadoras en este momento. Honestamente, a una parte
de mí le preocupa que nos precipitamos en esto.
— ¿En el matrimonio?
Asiento con la cabeza.
—Un poco. Es una pequeña parte, pero esto es una locura, ¿verdad?
—Claro que es una locura —se ríe—. Es una gran locura. Como, locos al
extremo.
—Caramba, gracias, E. Me haces sentir mucho mejor.
—No estoy tratando de hacerte sentir mejor. Estoy siendo honesta.
Me pregunto si tiene alguna idea de lo mucho que se parece a veces a
Nikolai. Los dos son más parecidos de lo que creen. Levantaron muros para
mantener a la gente a distancia. Pero, en el fondo, se preocupan más
profundamente de lo que la mayoría de la gente podría imaginar.
— ¿Entonces crees que estoy loca? —pregunto.
—No —declara ella—, la gente cuerda hace locuras todo el tiempo. Lo que
importa es por qué elegiste hacerlo. Así que escuchémoslo: ¿por qué
decidiste casarte con Nikolai?
—Porque lo amo.
Las palabras se escapan con facilidad. Ni siquiera tengo que pensar en ellas.
Sé sin lugar a dudas que son ciertas.
Y todas las dudas que me estaban gritando se callan, así como así.
—Vaya —respiro, impresionada—. Eres inteligente, Elise. Muy sabia.
Ella se encoge de hombros.
—Lo sé. Me alegro de que finalmente lo hayas descubierto.
—Perdón por haberme demorado tanto, Oh Sabia.
Ella me hace señas con la mano.
—La Sabia te perdona. ¿Dónde está tu esposo ahora?
—Tenía trabajo que hacer, pero debería volver pronto —miro el reloj en la
esquina de mi pantalla y me estremezco—. Oh, necesito colgar y
prepararme. Me va a llevar a cenar.
—Oh, como una cita.
— ¿Podemos siquiera llamarlo así? Estamos casados ahora.
—Claro que puedes —dice ella—. Las personas casadas tienen citas todo el
tiempo. Tienes que mantener las cosas frescas.
—Nos casamos hace dos días. Yo diría que las cosas son bastante frescas.
Elise me ignora y cruza las piernas bajo ella.
—Muéstrame lo que piensas ponerte.
Me miro y luego estiro los brazos.
—Um… Esto mismo.
Tengo puesto mi par favorito de jeans rasgados con una franela cuello
redondo por dentro. Es casual, pero a la moda. Junto con algunos delicados
collares de oro y un par de zapatos planos de cuero, me veré positivamente
elegante.
Pero Elise arruga la nariz.
—Vas a cenar, no a almorzar. Ponte un vestido.
— ¿Desde cuándo te convertiste en la experta en moda? —Quiero
recordarle que hace un par de meses, ni siquiera tenía un par de zapatos que
no estuvieran sujetos con cinta adhesiva. Cuando vinimos a vivir con
Nikolai, él no solo mejoró mi guardarropa, sino que también se aseguró de
que Elise pudiera comprar lo que quisiera. Aparentemente, la convirtió en
una crítica.
—No lo soy. Pero sigo a las personas que sí lo son —dice ella—. Y a
menos que sepas que va a ir a un lugar informal, querrás estar preparada
para cualquier cosa. Eso requiere un sencillo vestido negro.
— ¿No es un pequeño cliché?
—Es atemporal —replica ella—. Hay una diferencia. Ponte un vestidito
negro con un par de zapatillas planas, algunas joyas básicas y llévate el
cabello hacia atrás con ese pasador de bronce que tienes. De esa manera,
lucirás casual, pero si el lugar al que vas es realmente elegante, puedes
soltarte el cabello fácilmente.
Quiero ser un cínico por la simple razón de que no quiero recibir consejos
de moda de mi hermana apenas adolescente, pero la niña sabe de lo que está
hablando. Es un buen plan.
—Me doy cuenta de que quieres agradecerme —añade—, pero estás
demasiado abrumada y/o terriblemente avergonzada de lo caduca que estás.
De cualquier manera, de nada.
—Ridícula —me bufo.
—Pero me amas —y me lanza un beso justo cuando escucho la voz de
Howard en el fondo llamando—. ¡Los sándwiches están listos!
—Bien, mi comida está lista. Te llamo mañana, ¿de acuerdo? —agitando
sus dedos a modo de despedida.
—A primera hora de la mañana —le recuerdo.
—Eso será la mitad de la noche para ti, boba.
— ¿Y qué? —me encojo de hombros.
Ella rueda los ojos.
—Eres ridícula, B.
—Te amo.
Ella intenta y falla en reprimir una sonrisa.
—Yo también te amo.
Tan pronto como cierro mi computadora portátil, busco en mi armario todo
lo que Elise dijo que debería usar. Y cuando me pongo el atuendo, no se
puede negar que mi hermana tiene buen ojo para la moda.
Me veo genial
El vestido negro me llega hasta los muslos, pero el cuello alto equilibra
todo para que no luzca demasiado llamativa. Con el pelo recogido, podría
estar yendo a un concierto o a un bar. Pero tan pronto como se me cae el
cabello, estoy listo para un restaurante formal.
Tomo una foto rápida y se la envío a Elise. Un milisegundo después, ella
responde.
Elise: Ok. De nada.
Sonrío y reviso mis mensajes, pero no hay nada de Nikolai. No hay noticias
de él todavía. Como si fuera una señal, mi estómago ruge.
Mi atuendo no es lo único en lo que Elise tenía razón: me está entrando
hambre. Considero enviarle un mensaje de texto a Nikolai para ver cuándo
regresa, pero no quiero parecer pegajosa. En cambio, decido bajar a la
cocina para esperarlo. Y si por casualidad miro en la despensa y tomo un
pequeño refrigerio mientras espero, ¿quién lo sabría?
Con la promesa de un panecillo de arándanos empaquetado en mi futuro,
me apresuro a bajar a la cocina. Estoy tan ocupada corriendo directo a la
despensa que tardo un par de segundos en darme cuenta de que la cocina no
está vacía.
Titubeo hasta detenerme frente a la isla justo cuando el chef personal de
Nikolai me mira por encima del hombro.
— ¡Hola! —saluda ella—. Estoy terminando y luego iba a hacer que una de
las empleadas fuera a buscarte. Pero supongo que ya no necesito hacer eso.
La mujer ronda los cincuenta, pero apenas. Tiene el pelo negro con mechas
grises recogido en una cola de caballo y un delantal verde atado a la cintura.
Su nombre se me escapa, pero Nikolai dijo que la ha tenido en el personal
durante años. Por lo general, ella cocina sus comidas en su propia cocina y
luego las entrega todas las mañanas para que las recalienten. Pero a veces,
ella cocina cosas frescas cuando él lo solicita.
Teniendo en cuenta que ella está de pie sobre una sartén chisporroteante en
este momento, debe haberlo pedido. El olor a ajo y especias hace que mi
estómago revuelto prácticamente salte de mi cuerpo para llegar a lo que sea
que esté cocinando.
— ¿Nikolai está aquí? —Pregunto.
Ella niega con la cabeza.
—No. Me dijo que estaría fuera esta noche, pero quería asegurarse de que
estuvieras alimentada.
—Disculpa… ¿él no va a comer conmigo?
—No, estoy cocinando para uno —explica ella—. Solo tú esta noche. Pero
entre tú y yo, hice extras para mí. No tiene sentido cocinar si no puedo
comer un poco también, ¿verdad?
Intento sonreír y asentir con la cabeza, pero mi mente da vueltas. ¿Lo
entendí mal cuando me invitó a cenar? Supuse que era una cita, pero tal vez
solo se estaba ofreciendo a darme de comer.
Pero no, dijo que hablaríamos durante la cena. No podemos hablar si él no
está conmigo.
Observo el movimiento de la cola de caballo de la chef cuando comienza a
servir mi comida y quiero preguntarle si sabe dónde está Nikolai. Si ella
sabe cuándo volverá. Si él le dijo algo sobre mí. Pero, ¿qué tan patético me
haría ver eso? Dos días después de un matrimonio y no sé dónde está mi
esposo.
En cambio, me siento en la isla y espero mi cena.
Un minuto después, el chef se da la vuelta y desliza mi plato a través de la
isla hacia mí.
—Pasta de salmón con salsa cremosa de ajo. Se rumorea que estás
embarazada, así que quería asegurarme de incluir esos ácidos grasos
omega-3.
Levanto mis cejas.
—El omega ¿qué?
—Es por eso que yo soy el chef y tú eres el comensal —se ríe y extiende su
mano—. Soy Francesca, por cierto. No estoy segura de que nos hayamos
conocido.
Le doy la mano y luego prácticamente me lanzo a por mí tenedor.
—No nos hemos conocido oficialmente. Pero tu cocina es increíble.
—Gracias. Nikolai es un gran cliente para trabajar. Me da rienda suelta para
cocinar lo que quiera. Algunos clientes pueden ser realmente exigentes.
—Yo no —digo—. Mientras esté alimentada, soy feliz.
—Mi tipo de mujer.
Francesca saca un recipiente Tupperware de su bolso y comienza a llenarlo
con pasta.
— ¿Eso es para ti? —Pregunto.
—Sí. Me lo llevaré y comeré en casa.
—O podrías comer ahora conmigo —ofrezco—. No es como si yo estuviera
esperando una ardiente cita.
Hay demasiada amargura en mi tono para mi gusto, así que le esbozo una
sonrisa.
Francesca duda por un minuto, pero la mujer claramente no es tímida, así
que rápidamente sonríe y se deja caer en un taburete a mi lado.
—Gracias. La comida siempre es mejor fresca. Se lo digo a Nikolai todo el
tiempo. ‘Cocinaré en tu cocina para cada comida si quieres. Puedo hacer tu
comida fresca’. Quiero decir, me está pagando lo suficiente como para que
lo alimente con caviar en pan de oro comestible si me lo pidiera. Pero no,
quiere que cocine desde mi casa y guarde la comida en su nevera. Supongo
que su agenda es un poco impredecible.
—Un poco, sí —asiento en acuerdo. Aunque supongo que la lógica de
Nikolai tiene mucho más que ver con el hecho de que hombres
ensangrentados ocasionalmente aparezcan en su puerta y estallen peleas con
cuchillos en su cocina a veces. Cuanto menos vea Francesca, mejor.
Ella se encoge de hombros.
—No me importa, sin embargo. Estaba negociando entre cuatro diferentes
clientes cuando Nikolai me contrató. Ahora, él es el único. Estoy viviendo
un sueño.
— ¿Cuatro clientes? Vaya —niego con la cabeza—. ¿Cómo lograste eso?
Ella ríe.
—En realidad no lo hice. No tenía equilibrio trabajo/vida. Trabajaba
constantemente, nunca dormía. Fue ridículo. Dicen que si amas lo que
haces, no trabajas un día en tu vida, pero en mi experiencia, eso solo
significa que trabajas mucho más de lo que deberías y no sabes cómo
tomarte un descanso.
—Tal vez deberías sentarte a hablar con Nikolai —y mis palabras salen de
mi boca antes de que pueda detenerlas. Mi amargura se escapa por una
grieta que trato de reparar rápidamente—. Por ese horario impredecible,
¿sabes? Pero él es genial. Asombroso. El mejor.
Hay unos segundos de silencio, y el calor florece en mis mejillas. Escucho
la voz de Elise en mi cabeza: Ahí vas de nuevo, Bocazas Belle. Hablar mal
de Nikolai a sus empleados seguramente no sea algo que una esposa deba
hacer. No es un gran aspecto, por decir lo menos.
Abro la boca para retractarme cuando Francesca finalmente responde.
—Puedes estar molesta con personas increíbles y aun así pensar que son
increíbles —dice en voz baja—. Incluso aún pueden ser asombrosos, solo
que también alguien que te molesta.
Resoplé una risa débil.
— ¿Soy tan transparente?
—Bueno, tal vez solo estoy acostumbrada a que la gente entre a la cocina y
se emocione al verme porque les estoy haciendo comida, pero parecías
francamente deprimida al verme. Me di cuenta de que esperabas a alguien
más.
—Pensé que me llevaría a cenar esta noche.
Francesca se estremece.
—Tal vez por eso Nikolai me pidió que hiciera un postre especial también.
Estaba tratando de suavizar el golpe.
— ¿Qué tipo de postre?
—Pastel de queso con canela y caramelo.
—Maldición —siseo—. Eso suena increíble.
—Bueno, puedes agradecerme por eso. Necesito deshacerme de un poco
antes de comerlo todo yo misma.
—Con mucho gusto te lo quitaré de las manos —le prometo—.
Especialmente si estoy sufriendo el aguijón de los planes cancelados y no
puedo tomar una copa de vino.
Comemos en silencio durante unos minutos, deteniéndonos solo para que
yo pueda gemir incoherentemente sobre lo buena que está mi pasta. Tal vez
sea una manía inducida por los carbohidratos, o tal vez la pasta me haya
dado fuerzas, no estoy segura. Pero sin ningún preámbulo, me dirijo a
Francesca y le pregunto:
—Entonces, ¿para cuántas mujeres has hecho esto?
Francesca, para su crédito, mastica lentamente su bocado antes de volverse
hacia mí.
— ¿Disculpa?
—Esto —digo, señalando la pasta—. ¿Para cuántas mujeres has cocinado
después de que Nikolai cancelara planes? ¿O para cuántas mujeres con las
que él ha estado has cocinado, punto?
Ella deja su tenedor y empiezo a sentir que crucé una línea seria.
—Bueno, yo diría que esa es una conversación que probablemente deberías
tener con Ni…
—Tienes razón —interrumpo, sonrojándome tanto que es un milagro que
quede algo de sangre en otras partes de mi cuerpo—. Lo lamento. No
debería ponerte en esa posición. Es incómodo e inaceptable. Por favor,
olvidemos…
—Pero —continúa—, no me importa decirte la verdad. Y la verdad es
que… ninguna.
Parpadeo, dejando que sus palabras penetren.
— ¿Ninguna?
—Ninguna. Eres la única mujer para la que Nikolai me ha pedido que
cocine, tanto en este escenario específico como en general. De hecho, no sé
si alguna vez lo he visto traer a una mujer a casa antes.
—Eso no puede ser cierto.
Ella se encoge de hombros.
—Solo sé lo que he visto. Pero siempre preparé sus comidas en porciones
únicas... hasta que llegaste tú. Luego empezó a pedir suficiente para tres
personas. Secretamente pensé que tenía un harén viviendo con él, si quieres
saber la verdad.
—Lo creería más antes de creer que era célibe.
—Está bien, seamos claras. No creo que Nikolai fuera célibe —dice casi en
un susurro—. Pero nunca tuvo a nadie que se quedara a desayunar, eso te lo
aseguro.
—Bien. Oh, bueno, vaya. Lo que sea —balbuceo—. Quiero decir, gracias
por decírmelo.
—Sí, sí. Sé cómo va este tipo de cosas. Es difícil preguntarle este tipo de
cosas tú misma, y no es como si hubiera muchas personas en la vida de
Nikolai para preguntar.
—Sí, él mantiene un pequeño círculo —asiento en acuerdo.
Francesca me da un codazo suavemente y me guiña un ojo.
—Calidad sobre cantidad.
Le devuelvo la sonrisa.
No debería importarme. Quiero decir, nos conocimos teniendo sexo en el
baño de un avión. No es como si tuviéramos una linda reunión de cuentos.
Y ciertamente no pensé que Nikolai fuera virgen. Pero aun así, escuchar que
yo podría ser especial de alguna manera, alivia el dolor de que él me deje
plantada esta noche.
Solo un poco.
—Definitivamente todavía voy a necesitar ese pastel de queso —anuncio.
Francesca se ríe y agarra nuestros platos.
—Enseguida viene.
Charlamos un poco más mientras como mi tarta de queso, pero poco
después, Francesca necesita regresar a su casa. Le agradezco la comida y la
conversación, la acompaño hasta la puerta y luego regreso a mi habitación.
Pasar por la habitación de Nikolai me causa un dolor físico en el pecho. Es
lo suficientemente tarde como para que probablemente ya hubiéramos
terminado con la cena y regresáramos a la casa. No es difícil imaginar
dónde nos habría llevado la noche.
En su lugar, vuelvo a mi habitación sola.
Fuera de mi puerta, miro por el pasillo hacia la habitación de Elise, pero el
hecho de que también esté vacía es demasiado deprimente para
contemplarlo en este momento. Así que me apresuro a mi habitación y me
pongo un par de pantalones y una camiseta sin mangas a juego.
He estado soltera la mayor parte de mi vida adulta. Sé cómo pasar una
noche sola en mi habitación.
Excepto que, esta noche, Nikolai está en todas partes. Todo lo que puedo
pensar es en lo que él podría estar haciendo en este momento. ¿Por qué me
dejó plantada? ¿Por qué no me llamó para decirme lo que estaba pasando?
Y la pregunta más apremiante de todas: ¿debería llamarlo?
—No —digo en voz alta, tirando mi teléfono al pie de la cama para que no
esté al alcance—. No, no deberías.
Pero aun así, la idea es tentadora. Trato de distraerme con un libro o
pintándome las uñas, pero mi teléfono me sigue guiñando desde donde lo
dejé caer.
—Parecerás desesperada —vuelvo a decir—. No lo hagas.
Pero rápidamente voy perdiendo la batalla. Así que la única opción es
retirarse. Antes de que pueda sabotearme a mí mismo, me deslizo de la
cama y salgo al pasillo, dejando mi teléfono atrás.
¿Y qué si Nikolai llama o envía mensajes de texto? ¿A quién le importa?
Hablaré con él más tarde. No me importa.
Me muevo a la sala de estar y me dejo caer en el sofá, ya con ganas de
volver corriendo y revisar mi teléfono. En cambio, agarro el control remoto
y enciendo el televisor.
Las noticias están encendidas. No me sorprende. Es todo lo que Nikolai
parece ver cuando rara vez está sentado el tiempo suficiente para ver la
televisión.
Justo cuando estoy a punto de cambiar de canal, veo un nombre familiar
parpadear a lo largo del generador de caracteres en la parte inferior de la
pantalla.
— ¿Estoy teniendo un derrame cerebral?— murmuro, sentándome para ver
más de cerca. Pero no importa lo cerca que me acerque, no cambia.
Subo el volumen justo cuando el mismo nombre familiar sale de la boca del
presentador de noticias.
Y ahora, estoy seguro de que estoy perdiendo la cabeza.
— ¿Qué hizo Nikolai?
34
BELLE

No puedo dormir y no puedo quedarme quieta. Durante los siguientes


noventa minutos, me paseo por la casa como una loca, llamo repetidamente
a Nikolai y no obtengo nada más que su correo de voz. Para cuando su auto
se detiene en el camino de entrada de la casa, soy una bomba de relojería de
ansiedad y confusión.
Me catapulto por el porche y me encuentro con él justo cuando está
abriendo la puerta del lado del conductor.
— ¿Qué hiciste? —exijo.
Nikolai no parece desconcertado al verme, a pesar de que estoy a una línea
de preocupación de ponerme un sombrero de papel de aluminio y clavar
recortes de periódicos en un tablero de corcho.
—Hola a ti también.
Me agarra por los hombros y me mueve suavemente para poder hacerse a
un lado y cerrar la puerta de su auto.
— ¿Hola? —Espeto—. ¿Eso es lo que tienes que decir después de dejarme
plantada para cenar y luego no llamar ni contestar tu teléfono? ¡¿Hola?!
Podrías haber estado muerto.
—Sabías que no estaba muerto.
— ¿Cómo sabes eso?
Me hace un gesto como si yo fuera prueba suficiente.
—Porque claramente, viste la noticia.
Sí, vi las noticias. Y no he podido dejar de pensar en las noticias desde que
vi las noticias.
— ¿Qué significa eso? —Pregunto desesperadamente—. Sabes que vi las
noticias, lo que significa que sabías que había noticias que ver. Entonces
eso significa que... ¿tú hiciste eso?
— ¿Hacer qué?
— ¡Sabes que! El presentador de noticias dijo que un edificio de la
universidad, ¡un maldito edificio completo!, iba a recibir el nombre de Petyr
Dowan. Ese es el nombre de mi papá.
Nikolai asiente.
—Estoy consciente.
— ¿Por qué le pondrían a un edificio el nombre de mi papá?
—Bueno, es un edificio de arquitectura —dice—. Le gustaba la
arquitectura, ¿no?
Asiento con la cabeza.
—Y a ti te gusta la arquitectura, ¿no? —continúa.
Asiento de nuevo.
—Ahí tienes. Se hizo una donación anónima para renovar la escuela de
arquitectura de la universidad. Lleva el nombre de tu padre.
Nikolai hace que todo suene tan razonable que no estoy segura de por qué
estaba tan asustada al principio.
—Yo… tú… es decir… ¿cómo?
— ¿Estás contenta? —pregunta después de una pausa.
—Estoy… bueno… en shock, nunca lo pensé así. Pero sí. Sí, lo estoy. Es…
Oh Señor, ahí voy. Así como así, estoy lloriqueando. Llorando, en realidad.
Como un maldito bebé.
Nikolai se ríe y me tira contra su pecho.
—No quería hacerte llorar.
— ¿Así que hiciste esto por mí? —sollozo.
—Por supuesto que sí —besa la parte superior de mi cabeza—. Fue un
regalo de bodas. Lo tenía todo preparado, pero luego quisieron anunciar mi
nombre con el comunicado de prensa. Sabía que todas las historias serían
sobre mí donando dinero en lugar del nombre del edificio. Así que tuve que
cancelar la cena para negociar. Me costó otro millón, pero valió la pena.
— ¿Otro millón? —Muevo mis ojos— ¿Cuánto… cuánto gastaste?
—No importa.
—A mí me importa.
—No, no es así. A ti no te importa el dinero —dice.
—Bueno, ¡ciertamente me importa si gastaste demasiado! Y supongo que lo
hiciste. Probablemente no nombren edificios con nombres de personas por
un par de mil dólares. Y estás hablando de un millón como si fueran
monedas sueltas —digo y niego con la cabeza, las noticias aún no penetran
del todo—. ¿Por qué hiciste esto?
Nikolai suspira. Puedo decir que no quiere repetir todo, pero está siendo
muy paciente conmigo.
—Ya te dije.
—No realmente, en verdad. Si querías darme un regalo de bodas, podrías
haberme dado joyas. O un cuchillo. Eso es lo que Makar me dio.
—No me hables de Makar —gruñe.
Levanto una palma en señal de disculpa.
—Lo siento. Pero el punto permanece. Este es un regalo grande, enorme,
absurdamente extravagante. Simplemente no entiendo.
—Tu padre no está aquí para vernos casarnos o tener un bebé— interrumpe
Nikolai—. Él no puede estar contigo físicamente, pero yo solo tengo la
suerte de tenerte porque tú tuviste la suerte de tenerlo a él. Él te ayudó a ver
un futuro más brillante para ti. Hizo por ti lo que la Bratva hizo por mí. Él
te dio impulso y propósito. Él te ayudó a convertirte en lo que eres hoy. Y
yo quería darle las gracias por ese regalo. Esta es mi forma de hacerlo.
Mi garganta está obstruida por la emoción. Ni siquiera puedo formar las
palabras.
Nikolai quería decirle a mi papá gracias... por mí. Él está agradecido por
mí.
Pensé que ver el nombre de mi padre en las noticias era surrealista, y darme
cuenta de que la gente va a aprender y estudiar con el nombre de mi padre y
seguir adelante para hacer del mundo un lugar mejor y más hermoso es
abrumador.
¿Pero darse cuenta de que Nikolai hizo todo esto por mí?
Eso es lo que me roba el aliento.
— ¿Vas a llorar de nuevo? —pregunta Nikolai con recelo.
Sí. Absolutamente. Si trato de hablar, la presa se romperá. Me perderé.
Tengo que canalizar toda esta emoción en otra cosa.
Entonces, sin pensarlo más, salto a los brazos de Nikolai y lo beso.
Me atrapa con facilidad, moldeándome contra su fuerte cuerpo. Engancho
mis piernas alrededor de su espalda y giro mi lengua dentro de su boca.
Sabe a vino y menta, y gimo contra sus labios.
—Mierda. Ese sonido —gruñe. En cuestión de segundos, me está cargando
por el porche como si este fuera el plan desde el principio. Demonios, tal
vez lo era. Tenía que saber que este era un gran regalo de bodas. Del tipo
que solo se puede pagar con vigoroso y enérgico sexo.
Pasamos por la puerta principal y llegamos a la entrada. Lo que Elise dijo
antes sobre nosotros dos, yendo a eso, pasa por mi mente, y reprimo una
sonrisa. Ella nunca sabrá cuánta razón tenía.
Me saco la camiseta por la cabeza y la tiro al suelo del pasillo.
—Mucho mejor — dice Nikolai, sus ojos grises queman a través de mi
sonrojada piel. Sabía que era una buena decisión no usar sostén.
— ¿Te parece?
Su respuesta retumba a través de su pecho.
—Absolutamente. Nunca vuelvas a usar una camisa.
—Nunca podría salir de casa.
—No veo el problema, kotyonok.
Llegamos a la habitación de Nikolai y él me presiona contra la puerta. Se
me escapa el aliento y luego él está en todas partes. Sus manos agarran mi
trasero, su boca está sobre mi piel, su pecho y sus caderas se mueven contra
los míos en una especie de fricción lenta y tortuosa.
Se inclina hacia adelante y toma mi pezón en su boca. Ya estoy lista para él.
Cuando su lengua se desliza sobre mi sensible piel, paso mis dedos por su
cabello y gimo.
—Me vas a volver loco con eso —dice, sus labios moviéndose a través de
mi pecho.
Sus dedos trabajan alrededor de la parte posterior de mis muslos, separando
mis piernas aún más. Siento cada centímetro de él a través de mis delgados
pantalones. Se siente enorme y duro contra mi centro, y me ruedo contra él.
Mis movimientos son torpes y febriles, pero Nikolai besa mi cuello y mi
clavícula. Se sumerge de nuevo en mis pechos, chupando un pezón y luego
el otro. Se siente como si estuviéramos descubriendo algo nuevo.
—Nadie sabe cómo es esto —jadeo locamente—. Si lo hicieran, nunca
harían otra cosa. Todo el mundo estaría haciéndolo. Todo el tiempo.
Él se ríe.
—Ni siquiera estamos haciendo nada todavía.
Estoy a punto de preguntarle qué quiere decir, pero luego abre la puerta. Por
un segundo, siento que me estoy cayendo, pero los fuertes brazos de
Nikolai me sujetan con firmeza. Me lleva a la cama y al instante me siento
y tiro del dobladillo de su camisa.
—Yo estoy desnuda. Ahora te toca a ti.
—No estás desnuda —dice, pellizcando mis pantalones—. Si estuvieras
desnuda, no estaríamos teniendo esta conversación. Nuestras bocas estarían
ocupadas de otra manera.
—Está bien, pero uno por otro. Quítate la camisa.
Nikolai agarra el dobladillo de su camisa con una mano y se la quita por la
cabeza. Y mi corazón explota.
Él estaba en lo correcto. Antes no hacíamos nada. Porque ahora, su piel está
ahí para que yo la toque, y eso lo cambia todo.
Antes de que incluso haya dejado caer la camisa al suelo, me lanzo hacia
adelante y le desabrocho los pantalones. En una bruma de sexo, empujo sus
pantalones y calzoncillos hacia abajo y envuelvo mi mano alrededor de su
erección.
—Pero… qué… mierda —balbucea, cierra los ojos y echa la cabeza hacia
atrás. Su manzana de Adán se balancea con un esfuerzo evidente—. Belle,
¿qué estás haciendo?
—No puedes sacarte la camisa como un salvavidas de una fantasía sexual y
esperar que yo me quede tranquila al respecto.
Se ríe, pero el sonido se convierte en un gemido cuando agrego mi otra
mano a su base. Lo trabajo en ambas direcciones, mis manos se encuentran
en el medio. Me encanta la forma en que se siente aterciopelado contra mi
palma, suave y duro al mismo tiempo. Me pierdo en el toque.
—Si hubiera sabido que esto me esperaba, habría pagado mucho más dinero
—suspira—. Cincuenta millones no empiezan a cubrirlo.
Inhalo fuertemente.
—Cincuenta millones. Santo cielo, nunca había pensado en tanto dinero, y
mucho menos en tenerlo o verlo. No deberías haberlo hecho, Nikolai.
Realmente, realmente no deberías haber hecho eso por mí.
De repente, Nikolai retira mis manos de encima y me vuelve a empujar
contra la cama. Sus manos me encadenan al edredón, y nunca, nunca quiero
liberarme.
—Tienes razón, no tenía que hacer esto por ti. Pero tú lo vales, Belle.
Engancha sus dedos en mi cintura y baja mis pantalones y bragas por mis
piernas. Sus dedos trazan fuego a través de mi piel.
— ¿Valgo cincuenta millones?
Ni siquiera me doy cuenta de que he dicho las palabras en voz alta hasta
que Nikolai se inclina sobre mi cuerpo desnudo y presiona sus labios en mi
ombligo.
—Vales todo —responde—. Cada maldito centavo.
Beso a beso, baja por mi estómago y sobre mi cadera. Lame alrededor de
mi muslo y luego, con un fuerte empujón, desliza mis piernas para
separarlas. Grito de sorpresa, pero luego su aliento es cálido contra mi
centro húmedo, y me quedo sin aliento. Todo mi cuerpo zumba con
anticipación. Me muerdo el labio inferior, esperando que me toque,
temblando de necesidad.
Cuando finalmente me abre con sus dedos y lame mi clítoris, exploto.
—Oh, me corro —grito, apenas creyendo mis propias palabras. Apenas me
tocó. Pero el placer palpitante en mi interior no miente.
Nikolai se sienta y me mira, con el asombro escrito en su rostro. Estoy
bastante segura de que todo mi cuerpo está rojo como un camión de
bomberos en este momento. Estoy enrojecida por el éxtasis y la vergüenza
mientras corcoveo y me retuerzo sobre mi espalda.
Cuando finalmente empiezo a bajar, me tapo la cara con las manos.
—No puedo creer que eso acaba de pasar.
—Te corriste con una lamida —resopla Nikolai—. Un toque.
— ¡No fue un toque! Hubo todos los besos en el pasillo. Y la... la
molienda... —digo y la risa brota de mí—. Esto es embarazoso.
Besa el interior de mi muslo y niega con la cabeza.
—No, no lo es. Puede que no lo sepas, Belle, pero sentirse deseado por una
mujer es increíblemente encantador.
—Entonces debes encontrarte encantado por muchas mujeres. Todas las que
tienen ojos te desean.
Sus dedos masajean los músculos aún temblorosos de mis muslos.
—Y yo te deseo a ti.
— ¿Me deseas?
—Saber qué puedo hacerte eso… que reacciones así conmigo… es sexy
como el infierno.
— ¿En verdad?
Se arrastra sobre mí, enganchando sus brazos debajo de mis rodillas y
levantándolas lentamente hasta que está directamente encima de mí.
—En verdad. ¿Pero sabes qué va a ser aún más sexy?
Siento la punta de él rozando mi centro, provocando mi apertura. Hace que
sea difícil concentrarse en lo que está diciendo. Pero estoy bastante segura
de que nada podría ser más sexy que esto. De hecho, podría morir por lo
malditamente sexy que es Nikolai Zhukova.
Pero a la distancia, me escucho responder.
— ¿Qué va a ser más sexy?
—Hacer que te corras de nuevo —anuncia.
Entonces, con un empujón, Nikolai me llena.
Se mueve dentro de mí, estirándose y presionando hasta que creo que ya no
hay más lugar al que pueda llegar. Imposible que quepa. Y luego se desliza
más profundo.
Un sonido gutural que nunca antes había escuchado sale de mí. Clavo mis
uñas en sus omoplatos.
—Por favor —susurro.
No sé lo que estoy pidiendo, pero Nikolai debe tener una idea. Porque se
sienta sobre sus talones, agarra mis muslos y me empuja una y otra vez.
Lanzo mis brazos sobre mi cabeza. Arqueo la espalda. Agarro puñados del
edredón en busca de algo a lo que agarrarme. Nada de eso hace mucho bien
para frenar la marea que me traga por completo en este momento.
La bofetada de nuestros cuerpos juntándose llena la habitación, y no estoy
seguro de que haya algo mejor que el sonido de su pesada respiración. Nada
supera la forma en que Nikolai se desmorona.
—Me recibes tan perfectamente —gruñe.
Su mano se desliza por mi muslo y su pulgar encuentra mi centro. En
círculos lentos y constantes, Nikolai me lleva al siguiente nivel. Levanto
mis caderas para encontrar su toque y su empuje, y es demasiado de la
mejor manera posible.
Presiono mi mano sobre mis ojos, pero él agarra mi muñeca y tira de mi
brazo.
—Quiero verte venir.
Lo miro a los ojos, y el oscuro deseo que encuentro ahí es lo que me lleva al
límite. Mis cejas se juntan y mis labios se separan en un gemido mientras
mi cuerpo se aprieta alrededor de él. El rostro de Nikolai se arruga en una
mezcla de placer y dolor.
—Puedo sentirte a mí alrededor.
— ¿Te gusta? —Pregunto, aunque sé la respuesta. Porque no hay forma de
que él no sienta lo que yo estoy sintiendo. Con cada embestida, extrae mi
placer. Se siente como si pudiera continuar para siempre así.
Sus ojos parpadean cerrados.
—Me encanta. Te sientes tan bien, Belle.
Me agacho y engancho mis manos alrededor de sus muslos. Entonces
lentamente muevo mi cuerpo contra el de él. Nikolai se queda
perfectamente quieto.
—Yo me corrí. Ahora, es tu turno —digo y me empujo contra él en
deliberados y alucinantes empujes—. Ojo por ojo. Orgasmo por orgasmo.
Él mira hacia abajo, hacia donde estamos conectados, con los ojos
entrecerrados y las pupilas dilatadas. Esto es lo más cerca que lo he visto de
perder el control.
—Déjame hacer esto por ti —ronroneo.
Nikolai desliza sus manos por mis muslos. Sus dedos se clavan en la suave
piel de mis caderas y me tira con más fuerza contra él.
Con cada movimiento de mi cuerpo, la fricción me impulsa hacia otro pico
más. Entonces agarro mis senos, y me pellizco mis pezones. Y escucho a
Nikolai maldecir de nuevo.
—Tócate, kiska —ordena—. No te detengas.
Una parte de mí sugiere distantemente que debería estar avergonzada, pero
este hombre lo ha visto todo. Mis altos, mis bajos. Me ha visto loca de rabia
y de lujuria. Me ha visto llorando en el suelo y gimiendo de éxtasis.
Lo más loco es que quiero que él lo vea todo.
Quiero que él lo tenga todo.
Todo de mí.
Arqueo mi espalda, y el nuevo ángulo me hace apretar mis muslos
alrededor de él.
—Voy a correrme otra vez, Nikolai. Lo necesito. No puedo parar.
—Vente conmigo —gruñe.
Y justo cuando la primera ola de calor se mueve a través de mí, siento que
él se libera.
Este orgasmo es una especie de suave cielo. Una dicha que me presiona
contra el colchón y me arrastra hasta el borde de la conciencia.
Es suave, delicado y perfecto.
Luego siento que Nikolai sale de mí y se sube a la cama para acostarse a mi
lado, pero no me muevo. Él besa el oleaje de mis pechos y se ríe.
— ¿Sigues viva?
— ¿Alguien puede morir por tener demasiados orgasmos?
Él ríe.
—Podríamos averiguarlo.
—No me tientes. Estoy viva, pero apenas. Estoy viva... y delirantemente
feliz. Y exhausta.
Me estiro y aprieto su mano.
—Gracias.
— ¿Por el sexo o por el regalo?
Llevo su mano a mi boca y beso sus duros nudillos.
—Por ti.
35
NIKOLAI

Belle se queda dormida desnuda en la cama, sus dedos entrelazados con los
míos. No se mueve cuando me deslizo de la cama y me pongo la ropa.
Se siente como un crimen alejarse de ella en este momento. Mi esposa es
hermosa, su piel prácticamente brilla en el cuarto oscuro. Ella parece una
pintura. Quiero capturar este momento y colgarlo en mi pared. Si pudiera, la
vendería por millones. Miles de millones.
Pero nunca la abandonaría. Ella es mía.
Ese solo pensamiento me empuja fuera de la habitación. ¿Quién diablos
soy?
Nunca he dejado que una mujer duerma en mi cama. Hasta Belle.
Nunca he dejado que una mujer viva en mi casa. Hasta Belle.
Nunca he dejado que nada se interponga ante mis objetivos y la Bratva.
Hasta Belle.
Ella está rompiendo todas mis reglas, y no me importa en lo más mínimo.
Ella lo vale
Cincuenta millones de dólares, cincuenta mil millones. Yo lo daría todo.
Estoy tan perdido en mis pensamientos que ni siquiera me doy cuenta de a
dónde voy hasta que cruzo las puertas del patio y atravieso el césped. La
noche todavía es cálida. La luna está afuera, proyectando sombras pálidas
sobre el césped, y los insectos zumban y zumban desde los árboles. Quiero
despertar a Belle y traerla afuera. En este momento, recién follada y todavía
zumbando con un orgasmo, me siento como un animal salvaje. Como un
rey. El mundo parece inclinarse ante mí, así que ahora no es el momento de
llorar. Quiero follarme a Belle en la hierba y quedarme dormido bajo las
estrellas.
Así que tal vez sea en realidad el mejor momento para llorar.
—Dios, eres un maldito idiota —me susurro a mí mismo con una voz que
suena como la de Arslan.
Escondido en una pequeña alcoba del jardín principal hay un elaborado
banco de piedra y setos altos. Un lugar bien cuidado y sombreado donde
puedo sentarme y visitar a mi madre.
Me dejo caer en el banco y palmeo el cartel en el respaldo.
—Hola mamá.
Su nombre se siente suave bajo mis dedos, desgastado por años de sol y
lluvia. Su lápida en el cementerio estaba en mucho peor estado, lo cual fue
parte de la razón por la que la mudé a los terrenos. Aquí, puedo asegurarme
de que esté bien cuidada.
—Te gustaría —digo en voz alta. Siempre me siento estúpido hablando con
mi madre, pero también hay algo tranquilizador en ello. Solo respondo
como si hubiéramos estado hablando todo el tiempo. Como si nunca nos
detuvimos. Es todo lo que tengo—. Su nombre es Belle. Ella se parece
mucho a ti. Tierna de corazón, leal, testaruda. Será una gran madre para mis
hijos.
Hijos. Es la primera vez que lo digo en voz alta. La primera vez que admito
lo serio que es esto con Belle. Quiero decir, claro, estamos casados. Pero
veo una vida con esta mujer. La veo a mi lado durante mucho, mucho
tiempo.
Otra primicia.
Nunca imaginé un futuro con ninguna mujer con la que haya salido. Hasta
Belle.
—No soy exactamente un experto en el tema del amor, pero creo que
podría…
Los pasos crujiendo a través del camino de grava me hacen morder mis
palabras. Me levanto de un salto y me enfrento a la entrada del nicho justo
cuando un guardia de seguridad, Aleksei, creo, aparece de las sombras.
—Lo siento, Don Zhukova —dice, bajando la cabeza—. No quise
interrumpir.
—Entonces, ¿por qué lo hiciste? —gruño—. ¿Qué ocurre?
Acabo de dejar a Belle hace un minuto, pero la preocupación de que pueda
estar en peligro es instantánea. El miedo de que podría perderla surge en mí
de forma espontánea e incontrolable.
—Nada malo. Tiene una visita.
Me relajo, forzándome a respirar entre dientes.
— ¿Quién es?
Hay una pequeña vacilación antes de que responda.
—Su padre.
Arslan siempre se refería a mi padre como ‘El León’. Yo lo prefería por la
distancia que levantaba entre nosotros. Verlo como su palabra clave y nada
más fue más fácil que reconocer quién era en realidad para mí. Quién es él
para mí.
Solo otra razón para extrañar a mi mano derecha.
— ¿Qué mierda hace él aquí?
Aleksei se encoge de hombros.
—Dijo que quiere hablar con usted. Que no dirá sobre qué. Le pregunté,
créame.
Debería rechazarlo. No le debo nada. Dije todo lo que tenía que decir
cuando pasé por el centro de tratamiento donde vivía hace unas semanas.
Pero eso no significa que él no tenga algo que decirme.
Mi papá no fue creado para el mundo de la Bratva, pero aún tiene las
conexiones. Tal vez alguien sepa algo sobre Xena o los Battiatos. Tal vez ha
venido a traerme algo útil. Algo que podría ayudarme a proteger a Belle y
traer a su hermana a casa antes.
—Bien. Hazle pasar.
Sigo al guardia a través del césped hasta el patio, y luego espero allí
mientras él va a dejar entrar a mi padre. Cuando la sombra desplomada de
Ioakim se mueve por la esquina de la casa, el arrepentimiento surge
instantáneamente en mí.
¿Cómo alguien tan débil pudo haberme dado vida? Ni siquiera puede
sostener su propio peso, y mucho menos cargar con una familia o una
Bratva. Es lamentable.
Y él parece saberlo. Mientras se acerca, mantiene la cabeza gacha. Solo sus
ojos se elevan hacia mí, el blanco brillando a la luz de la luna.
—Nikky —dice, hace una pausa y niega con la cabeza antes de corregirse
—. Nikolai. Es bueno verte otra vez.
—Ojalá pudiera decir lo mismo. Te ves como una mierda.
Él levanta su brazo derecho. Tiene un yeso en la muñeca.
—Tuve algo de recaída.
— ¿Y el centro de tratamiento te rompió el brazo por eso?
Se ríe sin humor.
—De hecho, me rompí la muñeca. Un accidente. Me caí limpiando las
canaletas, si es que puedes creerlo. Y luego estaban los analgésicos… No
fue nada grave, pero comencé a perder el control. Estoy limpio de nuevo,
pero fue un infierno estar allí durante una semana más o menos.
Esa es precisamente mi definición del infierno: ser controlado por algo más
allá de mí. La adicción tiene un control firme sobre mi padre, incluso ahora.
— ¿Es por eso que estás aquí? ¿Estás buscando dinero para tu próxima
dosis o algo así?
Finalmente me mira de lleno a la cara, sus arrugados ojos como platos.
—No. Nada como eso. Como dije, estoy limpio de nuevo.
—Entonces, ¿por qué estás aquí? —Espeto—. Cuanto antes acabemos con
esto, mejor. Tengo una hermosa mujer desnuda en mi cama. No quiero
perder ni un segundo más contigo.
No necesito presumir ante él. No me importa lo que él piense. Pero quiero
que sepa que mi vida es más grande que él. Que tengo más de lo que él
podría tener o tendrá. Y lo hice todo sin su ayuda.
— ¿Tu esposa? —Pregunta—. Vi la noticia en el periódico. Había una foto.
Ella es bonita.
—Gracias por tu aprobación. Me moría por ello.
El asiente.
—Ustedes dos se veían muy bien juntos. Recorté la foto y la puse sobre mi
cómoda.
— ¿Se supone que debo enternecerme?
En todo caso, la imagen que pinta es triste. Me lo imagino aferrándose a las
noticias mías del exterior, escondiendo recortes de periódicos como una rata
atesorando tesoros.
—No. Bueno, quiero decir, si quieres estarlo —dice con una pequeña risa
—. Solo digo que… estoy aquí porque quería felicitarte, creo. Estás
construyendo una familia para ti. Estoy orgulloso de ti.
Algunas personas esperan toda su vida para escuchar esas palabras de su
padre.
No me podría importar menos ahora.
—No necesito tus felicitaciones. No necesito nada de ti.
El asiente.
—Lo sé. Eres un hombre hecho y derecho. Independiente. Estás mejor de lo
que yo estuve nunca.
—Es un listón muy bajo.
Él sonríe de nuevo. Quiero quitarle la expresión de la cara con un puñetazo.
—Esa terapia a la que te obligó el centro debe estar funcionando si puedes
pararte aquí y sonreír mientras te recuerdo lo pedazo de mierda que eres.
—No hace falta que me lo recuerdes —dice solemne—. Lo sé. Nunca lo he
olvidado. Ni por un solo día.
—Seguro que hay muchos días que has olvidado. La mayoría de los que
pasaste en la miseria.
Él niega con la cabeza.
—Los días así son los que más recuerdo. Yo no fui tan fuerte como tú.
Necesitaba algo para aliviar el dolor.
No le recuerdo que yo tenía doce años cuando todo esto pasó. Cuando los
Battiatos robaron lo que era legítimamente nuestro. Cuando el cáncer se
llevó lo que por derecho era nuestro. Él ya lo sabe. No cambió nada
entonces y no cambiará nada ahora.
— ¿Y ya no necesitas quitarte el dolor?
—No, ya no. No me malinterpretes: si lo quiero —dice—. Todavía lo
quiero a menudo. Pero no lo necesito como lo hice justo después... justo
después de perder a tu madre.
Han pasado décadas, pero las palabras salen forzadas. Puedo ver el dolor en
sus ojos. El profundo dolor que, hasta hace un par de meses, nunca entendí
del todo.
Hasta Belle.
—Realmente la amabas —digo.
Toma una respiración profunda.
—Realmente lo hice. Fue lo mejor y lo peor que hice.
Arrugo la frente.
— ¿Qué significa eso?
—Tu mamá era mi mundo. Mi vida. Habría dado cualquier cosa por ella,
habría hecho cualquier cosa. Pero luego se enfermó y no pude hacer nada
—dice, traga saliva, arrastra los dientes sobre su labio inferior—. Me odié
por eso. Me odiaba a mí mismo más que a nada por no poder conseguirle el
tratamiento que necesitaba. Y cuando vi cuánto tú la extrañabas, cuando me
di cuenta del vacío que ella había dejado atrás, supe que nunca sería capaz
de llenarlo. Sabía que yo no era suficiente.
—Así que ni siquiera lo intentaste —no es una pregunta ni una acusación.
Es solo un hecho.
Se encoge de hombros débilmente.
—Pensé que estabas mejor sin mí. No pensé que era digno. Porque, sin tu
mamá, yo no me sentía digno. Ella era mi todo. Y a veces, creo que yo
hubiera estado mejor si hubiera amado a alguien un poco menos… ¿acaso
tiene sentido?
Sí. La voz en la parte posterior de mi cabeza está asintiendo. Tú te
preocupas por Belle así. Es demasiado. Los arruinará a ambos.
—Nada de eso importa ahora —digo entre dientes—. Me las arreglé bien
sin ti. Si todavía te tortura lo mucho que la cagaste, puedes dejarlo pasar. Yo
estoy genial.
— ¿Esa… esa es tu forma de decir que me perdonas?
Se ha quedado perfectamente quieto. Puedo sentirlo conteniendo la
respiración. Ha estado esperando esto, trabajando para lograrlo durante
meses, años. Me importa una mierda nada de eso. Pero en algún momento,
no perdonarlo requiere más esfuerzo que simplemente dejar ir toda esta
mierda.
Me encojo de hombros.
—No me importa lo suficiente como para perdonarte. Lo que significa que
no me importa lo suficiente como para guardar rencor.
—Lo tomo —dice con entusiasmo—. Eso es parte de por qué vine aquí.
Quería pedir perdón. Quería…
—Pensé que venías a felicitarme por mi boda.
—Eso también. Ambos. Te vi seguir adelante con tu vida, y simplemente no
quería que llevaras tus resentimientos hacia mí. El odio es veneno, hijo. No
puedo deshacer ninguna de mis elecciones, pero puedo tratar de asegurarme
de que no repitas mis errores.
—Yo nunca le daría la espalda a mi hijo —espeto—. Nunca repetiré tus
errores.
—Dios, espero que no —murmura mi padre—. Porque quiero más que eso
para ti, Nikky. Siempre he querido más para ti.
—Y lo tengo. Ahora, es tiempo de que tú encuentres más —digo, dándome
cuenta de cuán genuinamente quiero decir cada palabra—. Deja esta
mierda… yo, mamá, tu culpa… y sigue adelante.
Solo ha pasado un minuto, pero parece años más joven. Se mantiene
erguido, un poco más alto, levanta la cabeza un poco más arriba.
El sonríe. Puedo ver lágrimas en sus ojos, pero tiene el respeto por sí mismo
para contenerlas.
Finalmente, asiente.
—Gracias hijo. Realmente... esto es lo que necesitaba. Gracias.
Se da vuelta y se aleja arrastrando los pies. Pero mientras se dirige hacia el
costado de la casa, desapareciendo en las sombras, todo lo que puedo
preguntarme es si estoy repitiendo sus errores después de todo.
36
BELLE

Siento la natural inmersión de su peso en el colchón a mi lado, y no puedo


evitar preguntarme cuándo su cuerpo junto al mío se volvió tan familiar.
¿Cuándo se convirtió Nikolai en esta parte fundamental de mi vida?
Me pongo de lado y paso un brazo sobre su pecho como lo he hecho un
millón de veces antes. Su piel huele a noche, rocío y vegetación.
— ¿Dónde estabas?
—En ninguna parte.
Hay una nota extraña en su voz. Algo que no estaba allí cuando me quedé
dormida, pero estoy somnolienta y cómoda y es tarde. Lo dejo pasar por
ahora.
— ¿No estabas durmiendo?
—No estoy cansado —dice. Pero parece muerto de agotamiento—. ¿Por
qué no estás tú dormida?
—Estaba pensando en cuando las cosas cambiaron —murmuro, con los ojos
aún cerrados.
— ¿Cambiaron?
Siento los cambios sutiles en su respiración mientras responde, la forma en
que su pecho sube y baja. Es algo constante. Lo aprieto más fuerte.
—Sí. Como cuando cambiaron las cosas entre nosotros. ¿Cuándo pasamos
de... lo que éramos antes... a esto?
— ¿Qué es ‘esto’?
Es vergonzoso tener que definirlo, pero Nikolai podría ser tan nuevo en esto
de las relaciones como yo. Ninguno de nosotros sabemos lo que estamos
haciendo. Hay un extraño tipo de consuelo en eso.
—Un matrimonio —digo, esquivando la pregunta—. ¿Cuándo nos
convertimos en dos personas que se gustan y, en su mayor parte, se llevan
bien? Ahora hablamos. Somos honestos el uno con el otro. Simplemente se
siente... fácil, ¿no?
Escucho la entrada y salida de su respiración, el latido de su corazón debajo
de su caja torácica. Estoy tan preocupada que no me doy cuenta
inmediatamente de cuánto tiempo ha estado en silencio.
Finalmente, abro los ojos y me siento.
— ¿Nikolai?
—Tengo que decirte algo —dice de repente.
La burbuja de felicidad estalla en un instante. Me giro hacia él, mi pulso es
dos veces más rápido que un segundo antes.
—Vale.
Él no siente lo mismo. Estás exagerando. Tres orgasmos asombrosos y de
repente estás escribiendo poesía y fingiendo que estás en un cuento de
hadas. Y él lo va a destrozar todo, obsérvalo, prepárate, prepárate
porque…
—Te mentí.
Trato de calmar al detractor en la parte de atrás de mi cabeza, pero no
puedo. Mientras observo a Nikolai, su expresión tan ilegible como siempre,
cada inseguridad que he tenido surge dentro de mí.
Inhalo profundamente y luego obligo a salir el aire. Si sigo inhalando y
exhalando, estaré bien. En realidad, eso es mentira, he pasado por lo
suficiente como para saber que no es cierto, pero es todo lo que tengo en
este momento.
— ¿Mentir sobre qué?
—Sobre mi familia.
— ¿Tu familia? Quieres decir… ellos murieron, ¿verdad? —digo,
repitiendo lo que me dijo—. Tu mamá murió y tu papá se suicidó.
—Eso es lo que te dije. Eso es lo que yo quería que fuera verdad.
Arrugo la frente.
— ¿Querías que tu mamá se muriera de cáncer y tu papá se suicidara?
¿Qué… qué dices?
Nikolai suspira.
—Mi mamá sí murió de cáncer. Esa parte es verdad. Pero la otra parte…
bueno, si mi papá se hubiera suicidado, hubiera sido más fácil que la
verdad.
— ¿Y cuál es la verdad?
Pero Nikolai solo suspira de nuevo y pasa una mano por su cansado rostro.
Se ve tan cansado de repente. Como si hubiera estado cargando el mundo
sobre su espalda durante tanto tiempo y sus piernas finalmente comenzaran
a temblar.
Gruño, en desespero.
—Solo dime, Nikolai. Estoy muriendo aquí. ¿Qué ocurre?
—No pasa nada —dice—. Pero mentí sobre que mi papá se suicidó. Mi
papá no se suicidó. Ni siquiera está muerto. En realidad estuvo aquí esta
noche.
Mis ojos se abren.
— ¿Aquí? Como... ¿aquí-aquí? ¿En la casa? ¿Cuando?
—Después de que te quedaras dormida. Pasó a verme.
— ¿Tú lo ves? No solo no está muerto, ¿sino que viene de visita? No
entiendo por qué mientes sobre eso. ¿Es por mi papá? —le pregunto. Las
palabras salen todas en un torrente tórrido—. ¿Te sentiste mal porque mi
papá estaba muerto y me mentiste sobre el tuyo?
Mi estómago se revuelve. No estoy con Nikolai por su familia o su pasado,
pero estar con alguien cuya situación es tan complicada como la mía ha sido
reconfortante. Y ahora, estoy descubriendo que todo era una mierda.
—No es así —dice, sacudiendo la cabeza—. Esta noche es la primera vez
que pasa por aquí. De siempre. Y es solo la segunda vez que lo veo desde
que era un niño. Vio el anuncio de nuestra boda en el periódico y quiso
venir a felicitarnos.
—No lo has visto desde que eras un niño, ¿pero vino a felicitarte por
casarte? ¿Todavía estoy dormida? Porque nada de esto tiene ningún sentido
en absoluto.
—Es porque estoy haciendo un trabajo de mierda al explicarlo —gruñe. Por
primera vez, veo una ráfaga de ansiedad atravesando a Nikolai. Se pasa la
mano por el pelo—. Vino a verme porque lo visité hace poco tiempo. Me
acababa de enterar que estabas embarazada y que iba a ser padre, y quería
verlo. Supongo que eso abrió la puerta.
—Bien —suspiro, dejando eso a un lado para procesarlo más tarde—.
Entonces, ¿cuál es la verdad?
—Mi mamá realmente murió, y mi papá se perdió. No pudo soportar que
ella muriera y no pudo hacer nada para detenerlo. Cayó en las drogas y la
bebida. Cualquier cosa para adormecer el dolor.
—Vaya. Debe haberla amado de verdad —digo en voz baja.
La atención de Nikolai se dirige a mí. Sus ojos grises están entrecerrados.
—Lo hizo. Y eso destruyó su vida.
—Bueno, el amor no hizo eso —empiezo a decir.
Me interrumpe.
—Mi padre estaba más allá de toda ayuda. En muchos sentidos, habría sido
más fácil si hubiera muerto.
—Él te abandonó —digo.
Nikolai asiente.
—Yo era solo un niño, y perdí a mis padres de un solo golpe. Él estaba
demasiado descuidado para preocuparse por mí, pero yo lo eliminé de mi
vida de todos modos. Todo lo demás que te he dicho es verdad. Crecí como
si él estuviera muerto. Lo hice sin él.
El pánico comienza a desvanecerse a medida que se asienta la admisión.
—Así que tu papá está vivo. Y ¿va a ser parte de tu vida ahora?
—No de ninguna manera que importe —dice—. He aprendido todo lo que
necesito aprender de él. Sobre todo cómo no vivir mi vida.
Por primera vez, puedo imaginar a Nikolai como un niño pequeño. Puedo
verlo asustado y solo, abriéndose paso por el mundo sin nadie que lo guíe.
Extiendo la mano para pasar mis dedos por su cabello, pero él gira la cabeza
en el último segundo. Cierro mi mano en un puño y la dejo caer contra el
colchón.
—Eres un hombre mejor de lo que él podría ser, Nikolai. Eres leal y
confiable. Cuidas de la gente.
—No me preocupa ser como él —espeta—. No soy nada como él. No voy a
abandonar a mis hijos. Voy a hacer que el mundo sea mejor para ellos.
— ¿Hijos?
La expresión de Nikolai es abierta y vulnerable, pero tan pronto como
expresé esa tonta pregunta, observé cómo se cerraba el obturador.
—Hijo —gruñe—. Solo uno. A menos que tengas un secreto que estés
guardando.
—No, solo uno. Por ahora —digo suavemente—. Pero podríamos tener
más… si quisieras. Podríamos tener una familia.
La idea se asienta sobre mí como una cálida manta. La imagen de toda una
camada de bebés de cabello oscuro y ojos grises es suficiente para que se
me salten las lágrimas. Aunque eso podría ser las hormonas del embarazo
hablando.
Lo quiero. Todo ello. Quiero un futuro con Nikolai, y estoy cansada de
andar de puntillas por ese hecho.
— ¿Tú quieres una familia? —presiono—. ¿Querrías más hijos?
Su mandíbula trabaja de lado a lado.
—No sé lo que quiero, Belle.
Una pequeña parte de mi mente está agitando una bandera roja, tratando de
advertirme. Pero estoy demasiado estimulada esta noche. Nikolai gastó
decenas de millones de dólares en un regalo de bodas para mí y pasamos
juntos una de las horas más apasionantes de mi vida.
Incluso si no puede decirlo, lo siente. Sé que lo hace.
—Bueno, yo sé exactamente lo que quiero —digo, avanzando—. Te deseo,
Nikolai. Quiero toda la imagen feliz contigo. Yo… te amo.
Le ofrezco las palabras como mi propio pequeño regalo. Esperando a que
las tome, a que haga algo con ellas. Esperando a que haga algo para
hacerme saber que él siente lo mismo.
Hay un momento en el que creo que él lo dirá de vuelta. Toda mi esperanza
pende de un hilo.
Pero en cambio, el labio superior de Nikolai se curva.
—Entonces estás con el hombre equivocado.
Los siguientes segundos pasan en cámara lenta.
Siento que la sonrisa desaparece de mi cara poco a poco mientras sus
palabras calan. Niego con la cabeza.
—No… ¿qué significa eso?
—Nunca voy a tener esa imagen: la familia perfecta, Belle. Nunca te daré
eso.
Niego con la cabeza, tratando de alejar lo que está diciendo.
—Tú puedes, Nikolai. No eres tu papá. ¿Recuerdas lo que dijiste? Estarás
allí para mí y para tus hijos.
—Nunca abandonaré a mi hijo —corrige, su voz fría y monótona—. Y te
cuidaré. Pero…
—Pero… —digo y me alejo de él, deslizándome por el borde de la cama y
aterrizando con piernas temblorosas en el suelo—. Pero… ¿no quieres esto?
Sus labios carnosos se juntan en una línea plana y silenciosa.
Y el mundo a mi alrededor comienza a desmoronarse.
—Pensé que tú... yo pensé que queríamos las mismas cosas —digo y las
lágrimas queman atrás de mis ojos, pero parpadeo para alejarlas—. Que no
querías que fuera a Islandia. Que querías que me quedara aquí contigo. Y el
edificio... El nombre de mi papá está en el edificio. El regalo de bodas.
Mis palabras son cada vez más inconexas. A medida que mi mundo se
desmorona, también lo hace mi capacidad para formar oraciones completas.
Nikolai se encoge de hombros.
—No quiero que seas miserable. Así que te dejo quedarte. Pero eso no
significa…
Su voz se apaga y, oh Dios, ¿qué tan malo puede ser que incluso Nikolai no
quiera decir las palabras en voz alta? El hombre ha matado gente con sus
propias manos. Si no puede decirme lo que está pensando, entonces lo que
está pensando debe ser devastador. Está tratando de perdonarme, pero no
hay forma de salvar esto.
Ya estoy perdida.
—Oh, Dios mío —digo y presiono ambas manos contra mi pecho para
evitar que mi corazón se salga de mi caja torácica—. Tú… tú no me amas.
Vale. Está bien.
Mi cabeza rebota como un muñeco, pero nada de esto está bien. Nunca
estaré bien.
— ¿Cómo me convencí de que tú me amabas? —Pregunto con una risa
entrecortada—. Soy tan, tan estúpida. No puedo creer que… lo siento.
Nikolai está sentado en la cama y me mira. Eso lo hace todavía peor.
Él no está tratando de convencerme o corregir mi suposición. Está sentado
en silencio mientras la realidad se hunde.
Él no me ama.
Él nunca lo hizo.
Convertí esto en algo que no era.
La vergüenza se convierte rápidamente en rabia. Aprieto la mandíbula,
apretando los dientes puramente para no sollozar.
— ¿Bien? ¿Vas a decir algo?
—Yo… yo nunca quise lastimarte, Belle.
Ante eso, solté una carcajada.
—Bueno, gracias, supongo. Eso no ayuda en absoluto. Pero al menos no
tenías la intención de arrancarme el corazón y pisotearlo. Lo acabas de
hacer.
Baja la cara y suspira.
—Eres una buena persona, Belle.
—Pero no lo suficientemente buena, aparentemente —contesto y me muevo
hacia la puerta—. ¿Por qué me dejaste quedarme aquí? Si así es como te
sentiste, ¿por qué? Yo podría estar con mi hermana ahora mismo. Elegí
estar aquí, y tú sabías por qué.
—No sabía que ibas a hacer esto —espeta.
—Tal vez no. Pero lo sabes todo. Sabías por qué decidí quedarme. Y me
dejaste hacerlo.
Me apoyo contra la puerta y recuerdo la última vez que me presionó contra
ella. Cuando Nikolai me sostenía, con sus manos y boca en mi cuerpo.
El recuerdo se siente contaminado ahora.
—Sabía que podías ser vicioso, pero nunca pensé que serías cruel —siseo.
Un sollozo casi sale de mí, pero me lo trago—. Especialmente no conmigo.
Está sentado en la cama ahora, mirándome. Me siento como una especie de
espectáculo de monstruos en exhibición. Mi piel está lo suficientemente
caliente que me sorprende que no esté humeando, y sé que cada emoción
debe estar escrita claramente en mi rostro.
El amor. El dolor. El desamor.
Ya no puedo estar aquí. No puedo mirarlo. Y seguro como el infierno que
no puedo verlo mirándome.
Me doy la vuelta y tiro de la puerta para abrirla. Tal vez Nikolai dice algo,
tal vez no, pero de cualquier manera, no lo escucho. En el momento en que
salgo al pasillo, las lágrimas que logré contener se han liberado. Estoy
llorando y huyendo de él.
No importa lo que diga ahora de todos modos. No hay nada que él pueda
decir para arreglar esto.
Lo único que quiero escuchar es una imposibilidad.
Te amo, Belle. Claro que te amo.
Pero no lo hace. Él nunca lo hizo.
Solo soy la tonta ingenua que creía que podía.
Corro hacia el extremo opuesto de la casa antes de darme cuenta de que no
hay ningún lugar a donde ir donde él no pueda encontrarme. No puedo irme
en medio de la noche, y no puedo simplemente sentarme en la cocina o en
la sala de estar mientras estoy así.
Necesito un lugar privado. Algún lugar tranquilo.
Ahí es cuando me golpea: el lugar donde siempre he ido a esconderme. El
espacio seguro que creé de niño cuando estaba sola en el mundo, sin amor y
aterrorizada. Justo como ahora.
Doblo hacia la discreta puerta al otro lado del pasillo, una que nunca he
abierto antes. Durante el recorrido inicial de la casa, Nikolai dijo que era un
almacén. Es exactamente lo que necesito ahora. Necesito acurrucarme en un
armario oscuro, respirar hondo unas cuantas veces y descubrir cómo
continuar desde aquí.
— ¡Belle! —La voz de Nikolai resuena a través de la casa oscura—. ¡Belle,
espera!
El pánico se arrastra por mi piel. No puedo verlo ahora. Aún no. Necesito
unos minutos.
Abro la puerta y avanzo en la oscuridad...
Pero no encuentro resistencia donde debería estar el suelo. No hay suelo
bajo mi pie. Sin barandilla ni pared donde agarrarme. Solo puedo lanzar mis
brazos hacia adelante mientras caigo de cabeza en la oscuridad total, con un
grito en mis labios.
37
BELLE

Esta oscuro. Es tan increíblemente, cegadoramente oscuro.


—Belle, Belle, ¿estás bien?
Las palabras vienen de todas partes a mí alrededor. Desde algún lugar
lejano y dentro de mi propia cabeza al mismo tiempo.
— ¿Estás bien? —vuelve a preguntar la voz de Nikolai.
Parpadeo fuerte y abro los ojos. Cuando lo hago, solo hay más oscuridad.
Pero siento a Nikolai a mí alrededor. El verdadero Nikolai. Está húmedo de
sudor. La habitación que nos rodea huele a almizcle y tierra.
—Voy a cargarte —dice—. Dime si te duele algo.
Todo duele, creo. Pero no puedo forzar las palabras. Mis labios no se
mueven, y cuanto más lo intento, más me canso.
Mis ojos se cierran y el mundo se desvanece.

N . Está sin camisa y trotando hacia mí, el sudor


brillando en su piel.
— ¿Tuviste una buena carrera?— Pregunto, tragando la lujuria que
obstruye mi garganta. Quiero lamerlo para limpiarlo.
Disminuye la velocidad hasta detenerse frente al porche y sacude sus
extremidades. Los músculos se ondulan. Se necesita esfuerzo físico para
evitar que mi lengua salga de mi boca.
—Terminé, así que supongo que estuvo bien. Prefiero hacer mi cardio de
otras maneras —dice, moviendo sus cejas oscuras hacia mí—. Pero dijiste
que estabas ocupada, así que…
Un rubor se desliza por mi pecho, pero mantengo la barbilla en alto.
—La próxima vez que quieras tener sexo a media tarde, les diré a los niños
que hagan sus propios malditos bocadillos.
—Bien. Ya es hora de que aprendan —Sonríe y se pasa una mano por la
frente—. ¿Dónde están los niños ahora, de todos modos?
—Vino tía Elise y los recogió. Los llevará al museo de los niños y luego a
tomar un helado.
Los ojos grises de Nikolai se clavan en los míos.
— ¿Me estás diciendo que la casa está vacía?
—Eso es exactamente lo que le estoy diciendo, Sr. Zhukova —digo y me
recuesto sobre mis palmas, con la espalda arqueada, mirándolo
descaradamente con los ojos—. ¿Qué vas a hacer al respecto?
Cruza la distancia entre nosotros en dos zancadas y me toma en sus brazos.
Grito, pero no hay necesidad. Él no me dejará caer. Él nunca lo ha hecho.
—Estás todo sudado —exclamo y deslizo mis dedos por su pecho dorado,
tratando de disgustarme con él. Pero solo soy humana.
—Y a punto de sudar más —acepta y se inclina como si fuera a besarme,
pero apenas siento el roce de sus labios.
— ¡Oye! —le llamo y envuelvo una mano alrededor de su cuello y tiro de él
hacia mí. Una vez más, sus labios se mueven a través de mí, pero no siento
nada—. ¿Por qué no me besas?
Abro mis ojos. Nikolai todavía me está abrazando, pero su rostro está de
repente, extrañamente en blanco. Su mirada es plana. Sin vida. Él me mira,
boquiabierto y vacío, y pregunta: ¿Por qué te besaría?
—Porque… ¿porque eres mi esposo? —digo riendo, pero es un sonido débil
y nervioso.
Él niega con la cabeza.
—No, no lo soy.
— ¿Esto es una broma? Esta es una rara broma.
—No, no es una broma.
—Entonces, ¿qué es? —Exijo, repentinamente enojada—. Estamos casados.
Tú y yo, tuvimos una boda. ¿Y cómo explicas los niños? Hay tres de ellos.
Nikolai vuelve a negar con la cabeza.
—No sé de qué estás hablando.
— ¡Nikolai, ya basta! Tenemos tres hijos. Sus nombres son... —pienso
mucho, pero no se me ocurren nombres. Mi mente se queda perfectamente
en blanco. Gruño de frustración—. ¡Sé que tenemos hijos! ¿Cuáles son sus
nombres?
—No tenemos hijos —dice, y su voz cambia a un tono más bajo con cada
palabra, a barítono, a algo demasiado bajo para ser real. Apenas lo
reconozco ahora—. Nosotros no tenemos nada. No hay nada entre nosotros.
— ¿Qué dices? Esto no es…
Miro hacia arriba y la cara de Nikolai se ha ido. Es como si fuera un
dibujo de grafito y alguien manchó la imagen. Sus rasgos cambian, se
deslizan y se difuminan hasta convertirse en una nube. Hasta que él no
existe.
Hasta que nada existe.
Grito, pero no sale ningún sonido.
T , pero un fuerte brazo alrededor de mi pecho me
obliga a mantenerme en el delgado colchón. Lo araña, un grito sube por mi
garganta. Pero no es un brazo; es una correa Estoy amarrada a una cama.
—Estás bien, Belle.
La voz de Nikolai es cercana y familiar, pero no hay consuelo allí. No
después del sueño que acabo de tener.
Intento girarme hacia él, pero mi cuello está bloqueado en su lugar.
—Tienes un collarín puesto —explica desde fuera de mi vista cuando trato
de quitarme el sistema de sujeción—. Es por precaución. Seguiste dándote
vueltas mientras dormías, así que te amarraron para que no te lastimaras.
— ¿Dónde estás? —Mi voz es poco más que una escofina, pero Nikolai me
escucha. Se levanta del sillón en el que estaba sentado y se para al lado de
mi cama donde puedo verlo.
No está sin camisa ni sudoroso como en mi sueño, pero sus rasgos faciales
están exactamente donde deberían estar. Supongo que eso es algo bueno,
más o menos.
— ¿Qué pasó?
—Te arrojaste por un tramo de escaleras —me dice, mirando hacia el suelo.
Sus manos están metidas profundamente en sus bolsillos, y me pregunto si
hay espacio allí para que me esconda. Porque quiero estar en cualquier
lugar menos aquí mismo—. Podrías haberte matado.
—Pensé que era un armario.
Sus ojos se clavan en los míos.
— ¿Qué dices?
—No sabía que había escaleras allí —contesto. El recuerdo de caer por el
aire se precipita sobre mí. Siento náuseas.
De repente, me sacudo contra la correa de nuevo. Me corta el pecho y solo
puedo gemir.
— ¿Qué diablos estás haciendo? —gruñe—. Detente.
—El bebé —digo.
Sus labios se presionan juntos. Quiero abrirlos. Quiero hacerlo hablar.
—Nikolai —susurro— ¿está bien el bebé?
—Has pasado por mucho esta noche. Necesitas relajarte. El doctor quiere
que descanses.
Alcanzo mi costado y desengancho la correa del lado de la cama del
hospital. Me duele el cuerpo cuando me siento, pero me siento bien. Estaré
cubierta de moretones, pero sobreviviré.
Ahora, quiero saber si mi bebé está bien.
Balanceo mi pierna sobre el costado de la cama, para pararme, pero Nikolai
agarra mi tobillo.
—Belle, no.
—No me toques —digo y trato de patear su mano, pero él la esquiva y
luego se mueve para presionar mis hombros contra el colchón.
—Acuéstate.
Hace solo unas horas, habría agarrado sus brazos y tirado de ellos a mí
alrededor. Me habría hundido en su toque y me habría perdido allí.
Ahora, sus manos sobre mí son un consuelo vacío.
—Estoy bien —espeto, empujándolo lejos—. Si el doctor se enfada, le diré
que levantarme fue idea mía.
—Me importa un carajo de quién crea el doctor que fue la culpa.
—Entonces, ¿por qué te importa?
Nos miramos el uno al otro, nuestra última conversación resuena en el
silencio entre nosotros. A él no le importo. Eso ha sido bien establecido.
—Ah no, ya lo sé —espeto, hablando antes que él—. Es porque estoy
embarazada. Por eso te importa. ¿No es así? La única razón. Simplemente
no quieres que le pase nada al bebé.
Él se queda en silencio durante mucho tiempo.
Luego dice las únicas palabras que podrían romperme más el corazón.
—Ya no hay bebé, Belle. El bebé se ha ido.
Lo dice tan rápido que casi no me doy cuenta. Hago una pausa, esperando
que diga algo más. Para reafirmar de alguna manera la oración de una
manera que no me corte las entrañas.
— ¿Qué… qué dices? —balbuceo finalmente cuando no dice nada más.
Él suspira y niega con la cabeza.
—Dijeron que no escucharon nada. No hay latidos El bebé no lo logró.
Me dejo caer sobre la cama, el peso de mi cuerpo es demasiado para
soportarlo.
Se acabó. Todo se terminó.
Incluso cuando Nikolai me dijo antes que no se preocupaba por mí, una
pequeña y patética parte de mí pensó que eso vendría. Si le diera un hijo y
lo criáramos juntos, él aprendería a amarme. Todo el tiempo que pasaríamos
juntos, jugando y dando comida y cambiando pañales... Se forman lazos
profundos en las trincheras. Pensé que pasaríamos juntos por las trincheras
de la paternidad. Pensé que algún día todo saldría bien.
Pero ahora, el bebé se ha ido y no tenemos nada.
—Lo he perdido todo —susurro.
Aprieto mis ojos cerrados. No quiero llorar. Especialmente porque no creo
que Nikolai me consuele, y llorar frente a alguien a quien no podría
importarle menos, solo empeoraría las cosas.
De repente, un sonido estridente atraviesa la habitación. Miro hacia atrás a
las máquinas alrededor de mi cama, pero suenan como de costumbre.
—Es el mío —dice Nikolai, levantando su teléfono por un segundo. Sin
mirarme, va hacia la puerta—. Tengo que tomar esto.
Asiento débilmente.
—Bien.
En el segundo en que la puerta se cierra, me derrumbo en la cama. No
puedo aguantar ni un segundo más. Pero tampoco puedo llorar.
Mis ojos arden, mi garganta está obstruida, pero las lágrimas no salen. Me
han quitado la alfombra debajo de mí en todos los sentidos y no sé cómo
responder. Así que presiono mi cara contra las sábanas rígidas y demasiado
blanqueadas y me concentro en inhalar y exhalar.
Cuando Nikolai regrese, no quiero verme tan destrozada como me siento.
Tengo que ser capaz de afrontar la realidad: él no me quiere y nuestro bebé
se ha ido.
El dolor físico me atraviesa con esos pensamientos. Es una serpiente que se
muerde la cola, dos caras de la misma moneda, una que lleva a la otra y la
otra que lleva directamente a la primera. Él no me ama y nuestro bebé se ha
ido. Nuestro bebé se ha ido y él no me quiere.
Lentamente, me levanto para sentarme. Justo cuando me reubico en la
cama, las sábanas se enrollan alrededor de mi cintura, la puerta se abre.
Me giro hacia la ventana. No quiero verlo. Aún no.
Los pasos recorren el suelo, pero me concentro en la ventana. Las persianas
están medio abiertas. Puedo ver cortes del cielo y los edificios que rodean el
hospital. El día se ve brillante y cálido, muy lejos del frío que se cuela en
mi pecho.
Siento una presencia detrás de mí, el magnetismo de un cuerpo cercano al
mío.
Luego hay un pellizco agudo en mi bíceps.
Me doy la vuelta y primero veo la jeringa en mi brazo. La aguja es larga y
delgada, brillando a la luz del sol.
Mientras observo, una mano pálida y delicada empuja el émbolo hasta el
fondo.
—Pero qué… —y me doy cuenta cuando miro el rostro de la última persona
que quise volver a ver.
—Es bueno verte de nuevo, Belle —dice Xena.
Su rostro está limpio y sin maquillaje, lo que hace que las líneas afiladas de
sus pómulos sean aún más brutales. Cuando sonríe, instintivamente me
alejo. Es como una loba mostrándome los dientes antes de arrancarme la
garganta.
Inhalo para gritar, pero el sonido permanece bloqueado en mis pulmones.
Mi lengua se ha desconectado del resto de mí. Pieza a pieza, mi cuerpo se
desconecta. Mis brazos cuelgan inútilmente a mis costados y mis piernas
son bultos debajo de las mantas.
—No te molestes en intentar pelear —murmura Xena, apartándome el
cabello de la frente en un gesto extrañamente tierno—. La medicina ya está
haciendo efecto. Te habrás ido en un par de segundos.
¿Ido? Quiero preguntar qué significa eso, pero no puedo preguntar nada.
Incluso pensar se está volviendo difícil. Mis pensamientos flotan detrás de
un velo diáfano que parece que no puedo romper.
Pero un pensamiento es muy claro, incluso cuando mi visión se oscurece:
desearía que Nikolai estuviera aquí.
38
NIKOLAI

— ¿Qué quieres decir con que no saben dónde está? —gruño.


Una multitud de enfermeras y camilleros se encogen a mi alrededor. Han
estado corriendo como ratones durante los últimos minutos, tratando en
vano de averiguar dónde podría estar Belle. Pero nadie tiene una respuesta
satisfactoria.
—Ella estaba aquí cuando me fui —espeto—. Belle estaba en esa cama
cuando salí de su habitación. Hablé con un ejecutivo del hospital durante
diez malditos minutos, y ahora, ¿se ha ido? ¿Adónde diablos se ha ido?
Nadie tiene respuestas. La única razón por la que dejé a Belle cuando lo
hice fue porque pensé que era su doctor llamando, pero en cambio era un
idiota de la suite C llamando para besarme el trasero y disculparse por un
error administrativo. Iba de regreso a la habitación para contarle a Belle la
noticia.
Pero ahora, ella se ha ido.
Ella se ha ido.
Por el amor de Dios, ella se ha ido.
—Revisé las cámaras —tartamudea un enfermero escuálido, abriéndose
paso entre el círculo aterrorizado—. Una mujer con uniforme de enfermera
entró en su habitación minutos después de que usted se fuera, señor
Zhukova. Sacó a la señora Zhukova un minuto después.
— ¿Qué enfermera era?
Su rostro se contrae en una mueca.
—No la reconocí. Ni siquiera llevaba una insignia.
Y al instante, lo sé.
— ¿Señor Zhukova? —Me llama la jefa de enfermeras, pero ya estoy
empujando las puertas dobles al final del pasillo—. ¿A dónde va?
Mi respuesta es demasiado baja para que alguien la escuche.
—Voy a matarla.

X lo suficientemente estúpida como para estar en la antigua casa


de su hermano (no mientras yo esté vivo, de todos modos), pero hay luces
adentro, sin embargo.
Teniendo en cuenta que mató a su propio hermano dentro de estos muros,
cualquier persona en su sano juicio pensaría que vendería el lugar o lo
demolería. Pero Xena no está cuerda. Y pronto, se unirá a su hermano.
Solo hay un guardia en una caseta cerca de la puerta principal. Cuando me
acerco, ni siquiera está mirando los monitores. Sus ojos están fijos en su
teléfono, y basándome en los gemidos que salen de los diminutos altavoces,
he pillado al hombre con los pantalones abajo.
—La seguridad es un poco más laxa ahora que Giorgos está muerto —
comento.
El hombre se da la vuelta con el sonido de mi voz, su mano envuelta
alrededor de su pene. Sus ojos están muy abiertos y aterrorizados. Abre la
boca para decir algo, pero no tengo tiempo para bromas. Le disparo entre
los ojos y paso sobre su cuerpo desplomado para desconectar las cámaras
perimetrales.
Xena puede controlar tanto a los Simatous como a los Battiatos, pero ni
siquiera ella puede ganar una guerra con cero soldados. Cuando termine de
barrer este lugar, esa es exactamente la cantidad que le quedará.
Avanzo rápido por el camino. La puerta principal está cerrada, pero es una
protección lamentable. Una patada y la madera gira hacia adentro y choca
contra la pared. Las bisagras se rompen.
Un hombre está parado en medio de la entrada, con un teléfono celular
pegado a la oreja y una sonrisa congelada en su rostro. Parpadea
confundido, y luego él también está en el suelo. La sangre se acumula
alrededor de donde alguna vez estuvo su cabeza. Paso por encima del
desorden y sigo adelante.
Todo es blanco y deslumbrante con gemas o cubierto de espejos. Veo el
reflejo de mis pies en el espejo de la mesa de la entrada presionado contra la
pared. También veo la sombra de un hombre acercándose desde la sala de
estar detrás de mí.
Se lanza justo cuando me doy la vuelta y le doy un codazo en la barbilla. Su
cabeza gira a un lado, y sigo el golpe con una patada en el costado de su
rodilla. Se dobla, golpeando el suelo con un gemido de dolor. Me da
suficiente tiempo para apuntar y disparar.
—Tres abajo.
El sonido llamó la atención, así que cuando llegué al pasillo, había dos
hombres más tratando de averiguar qué estaba pasando.
—E…ella no está aquí, N—Nikolai —tartamudea el hombre más bajo
cuando me acerco.
—No sé si estás hablando de Xena o Belle, pero igual no me importa —
digo, levanto mi arma y disparo justo cuando él se lanza hacia un lado. El
disparo lo alcanza en el hombro y ruge de dolor al caer al suelo—. Morirás
de cualquier manera.
El segundo hombre busca su arma, pero le doy una patada en el brazo
derecho y su arma sale volando por el suelo. Se dispara cuando golpea el
azulejo, rompiendo un espejo cercano en fragmentos irregulares.
— ¡Nosotros no la tomamos! —Grita—. Aquí nadie sabe dónde está.
Lo tiro al suelo, me paro sobre él y presiono mi bota contra su pecho. Jadea
contra el peso aplastante, pero está demasiado ocupado mirando el cañón de
mi arma para preocuparse por respirar.
—No estoy aquí para encontrar a Belle. Sé que ella no está aquí.
El otro hombre se arrastra contra la pared, con el brazo derecho colgando
sin fuerzas.
—Entonces ¿para qué?
—Para matarte —siseo—. No necesito una puta mejor razón.
Antes de que cualquiera de ellos pueda discutir, aprieto el gatillo contra el
hombre que tengo debajo de mi pie y luego me vuelvo hacia el hombre
desplomado contra la pared. Levanta una mano para detenerme, como si eso
pudiera ayudar.
Y no lo hace.
El resto de la casa es fácil de limpiar. Es vergonzoso lo inadecuada que es la
seguridad. Si no estaba seguro de que Xena no traería a Belle aquí, me
convenzo cuando reviso el ala final de la mansión en expansión.
— ¿Alguien aquí atrás? —llamo, pateando una puerta que se abre a un
armario de ropa blanca—. Estoy seguro de que ya has oído morir a tus
amigos. Así que si estás aquí, es porque eres un maldito cobarde.
Ningún movimiento desde dentro. No hay sirenas desde afuera, tampoco.
Tal vez los vecinos saben que deben mantener la boca cerrada sobre los
sucesos extraños dentro de estos terrenos. Me asomo a un baño vacío y sigo
moviéndome.
Yuri y Christo están buscando por separado a dónde pudo Xena haber
llevado a Belle. Los llamé a ambos en el camino aquí. Pero no podía solo ir
a casa y esperar. No podía sentarme en mi casa vacía mientras sabía que
Xena tenía a mi esposa.
Cada vez que pienso en la forma en que me miró en mi habitación, la
misma forma en que me miró en el hospital, me siento fatal.
Parecía completamente rota. Por mí.
Y en un torpe intento de convencerla de que me importaba, lo empeoré
todo.
Aprieto mi mano alrededor de mi arma. El calor quema en mi palma. Voy a
destrozar la Mafia Simatou miembro por miembro antes de dejar que Belle
muera pensando que lo ha perdido todo.
Mi teléfono suena. Al mismo tiempo, escucho movimiento en la habitación
a mi derecha. Parece que tengo un cobarde final en mis manos. Un soldado
que preferiría esconderse antes que salir y enfrentarse a mí. Patético.
Contesto mi teléfono mientras paso de puntillas por la esquina de la puerta.
— ¿Qué tienes, Christo?
—Nada —gruñe—. He buscado jodidamente por todos lados, Nikolai.
Dondequiera que Xena la haya llevado, no es uno de los lugares habituales.
Debe ser un lugar nuevo.
—Ella no quiere que yo me acerque a ella.
—O no quiere que la encuentren —sugiere Christo.
Niego con la cabeza.
—Xena siempre quiere que la encuentren. La mujer necesita una audiencia.
Ella solo quiere controlar la actuación.
— ¿Qué significa eso?
—Significa que necesito enviarle un mensaje.
— ¿Qué tipo de…?
Cuelgo antes de que Christo pueda terminar. Con un rápido movimiento,
pateo la puerta a mi derecha y la abro de par en par. Rebota en la pared y
escucho un grito desde lo más profundo de la habitación.
—Sal ahora y te dejaré vivir —espeto.
Hay una larga pausa antes de que el hombre hable.
—Mentira. Vas a matarme como lo hiciste con todos los demás.
—Tal vez. ¿Pero preferirías morir frente a mí o acurrucado detrás de la
cama?
La ubicación era solo una suposición, pero fue buena. Unos segundos más
tarde, el hombre se pone de pie, frente a mí, sale de detrás de la cama. Es
joven, apenas veinte años, si acaso, con una barba irregular y los ojos
enrojecidos.
—Todos tus amigos están muertos.
Traga nerviosamente.
—No eran mis amigos. Apenas los conocía.
— ¿Estás tratando de decirme que no eres uno de ellos?
—Lo soy. Pero solo por una semana —Su barbilla se tambalea, pero
rápidamente niega con la cabeza para tratar de mantener la compostura—.
Acabo de ser reclutado e iniciado. Me mudé a esta casa ayer y ahora...
—La muerte está aquí —termino y le doy una sonrisa fría—. Pero te dije
que si salías, te perdonaría. Soy un hombre de palabra.
Traga saliva.
— ¿Por qué harías eso?
—Porque me vas a entregar un mensaje —le informo—. Le vas a decir a
Xena que quiero reunirme. Vas a encontrarla y a decirle que esta guerra
termina ahora. ¿Puedes hacer eso?
El asiente con la cabeza.
—Pero… ¿por qué yo?
Lo miro de arriba abajo, desde su cabeza rapada hasta sus zapatillas
desgastadas.
—Porque eres el único que sigue vivo. Y porque quiero que Xena sepa que
la única razón por la que estás vivo es porque te perdoné.
Su ceño se profundiza, pero no discute. No está realmente en la posición.
— ¿Puedes hacer eso o prefieres unirte a tus amigos? —Pregunto.
—Yo puedo hacer eso —dice rápidamente—. Se lo diré a Xena.
Nos miramos el uno al otro por unos segundos antes de gritarle.
—Entonces, ¿qué diablos estás esperando?
El hombre jadea y luego corre a mi lado, manteniendo un amplio espacio.
Podría seguirlo y averiguar a quién llama o dónde va a entregar el mensaje,
pero no es necesario. Xena se acercará y me dirá dónde encontrarnos. Ella
no podrá evitarlo.
Una vez que eso suceda, la atraparé.
Entonces voy a retorcerle el cuello por lo que ha hecho.
39
BELLE

Un dolor agudo irradia por mi brazo y vibra a través de mis huesos.


—Despierta ya —gime una voz lejana—. Esto es aburrido.
Siento que estoy bajo el agua. Mis oídos están llenos y mi visión es borrosa.
No puedo decir en qué dirección está arriba.
—Vamos.
Siento un golpe fuerte contra mi cadera. La punta de un zapato, si tuviera
que adivinar.
Lo último que recuerdo es estar acostada en la cama del hospital, esperando
a Nikolai... y luego a Xena. La jeringa. Su risa. Pensé que me estaba
matando. Pero debería haberlo sabido mejor, Xena nunca lo haría tan fácil.
¿Por qué matarme en una cama de hospital cuando podría jugar conmigo en
lo que debo suponer que es una especie de mazmorra de tortura sádica?
—Ya estás despierta —canturrea Xena en mi oído—. Lo sé. No puedes
fingir, ¿verdad? No puedes mentir y hacerme perder el tiempo.
Alguien me agarra del brazo y me levanta. Estoy consciente, pero apenas.
No lo suficiente para abrir los ojos o responder. Estoy empezando a darme
cuenta de que estoy sentada erguida cuando una dura bofetada cruza mi
cara.
Las estrellas estallan en mi visión y mi rostro ardió por el calor de la
bofetada. Y una cosa se vuelve muy clara: estoy en muchos problemas.
—Vamos, Bellyyy —se burla Xena con voz cantarina—. Despierta y juega.
Abro los ojos, entrecerrándolos contra las luces tenues sobre mí. No tengo
idea de cuánto tiempo he estado inconsciente o de dónde estoy. Debería ser
aterrador despertarme con Xena cerniéndose sobre mí como un ansioso
secuaz de la Muerte, pero no puedo encontrar la energía para que realmente
me importe.
— ¡Ahí estás! —Sonríe Xena—. Finalmente. Me preocupaba haberte dado
demasiado sedante. No habría sido divertido si hubieras muerto mientras
dormías. Qué desperdicio sería eso, ¿verdad?
No sé si espera una respuesta de mí, hasta que de repente tira de mi cabello,
arqueando mi cuerpo para poder gruñir en mi cara.
—Pregunté, ‘¿verdad?’ —escupe.
—Morir sería preferible a volverte a ver otra vez —digo. Creo que las
palabras salen bien, pero mi boca se siente como si estuviera llena de
algodón. Podría haber dicho un lío confuso e incoherente por lo que sé.
Xena suelta mi cabello. Caigo de rodillas en el suelo de cemento.
— ¿Qué pasa? —Pregunta, caminando en círculos a mí alrededor—.
¿Problemas en el paraíso?
¿Paraíso? Quiero soltar una carcajada, pero no quiero darle la satisfacción.
Ella no merece una explicación.
—Pensé que estarías rogándome que te perdonara la vida a ti y a tu bebé —
dice ella, entrecerrando los ojos hacia mí, su expresión se vuelve más ácida
mientras mira hacia mi estómago—. Apuesto a que no sabías que Nikolai te
puso un blanco en la espalda cuando puso a ese bebé en tu útero.
—De hecho, creo que puso un objetivo en mi espalda cuando puso su pene
dentro de mí —respondo bruscamente—. Una y otra vez y…
Xena retrocede y ataca. Apenas tengo un milisegundo para prepararme
antes de que su palma golpee mi cara otra vez. El sabor metálico de la
sangre llena mi boca esta vez.
—Estarías mucho mejor si pudieras mantener la boca y las piernas cerradas
—sisea ella.
Le recordaría que ella es quien me obligó a hablar, pero no tiene sentido.
Xena ve el mundo como ella quiere verlo. La lógica y la razón no cuentan.
Se agacha y me gruñe en la cara:
—Tú destruiste mi plan. Lo arruinaste todo. Y ahora, voy a hacer lo mismo
contigo de la manera más dolorosa y agonizante posible. Si tuvieras alguna
idea de lo que tengo planeado para ti, empezarías a rogar.
— ¿Rogar por qué? ¿Mi vida? —chasqueo—. Puedes tenerla.
Ella se aleja, arqueando una ceja. Se ha maquillado desde el hospital, me
doy cuenta. Las alas de su delineador se ensanchan casi hasta sus sienes. Se
parece más a un villano de dibujos animados que a una persona real.
— ¿Estás tratando de hacerme sentir pena por ti? Me robaste la vida, mi
prometido, mi bebé, y ahora, ¿no es lo suficientemente bueno para ti?
No robé nada. Para robarlo, tienes que poseerlo. Y nada sobre Nikolai ha
sido mío.
No su corazón. No su bebé. Nada.
Lo único que me queda es Elise. E incluso ella está más segura sin mí cerca.
La emoción me sube por la garganta, pero no lloraré delante de Xena. No lo
haré Es como un tiburón en el agua: si huele sangre, no me traerá un
vendaje sino tomará un bocado.
Me lo trago todo.
—Él no te quiere —grazno en voz alta—. Él no te quiere en absoluto.
Los ojos de Xena brillan y me abofetea de nuevo, más fuerte que nunca.
Pero ella no se da cuenta de que no estaba hablando de ella.
40
NIKOLAI

Estoy de vuelta en el almacén al que Christo me llevó la primera vez que


fuimos a buscar a Belle. La cáscara oxidada en el centro de un anillo de
edificios propiedad Simatou.
Perseguir a Xena es como un juego de Golpea-al-Psicópata. Justo cuando
crees que la has derrotado, vuelve a aparecer.
Pero esta vez será la última.
Esta noche, todo esto llegará a su fin.
Su mensaje me decía que viniera solo, así que atravesé la puerta principal
abierta y entré solo en la entrada larga y estrecha. Christo está estacionado
cerca, un grupo de mis hombres en espera a unas cuadras de distancia. Pero
no creo que los necesite.
La última vez que Christo y yo estuvimos aquí, supe al instante que el
edificio estaba vacío. El aire estaba viciado y cada ruido resonaba en el
espacio como un tambor hueco. Pero hoy, hay una electricidad en el aire.
Me siento atraído hacia adelante como si hubiera una cuerda invisible atada
a mi pecho.
Belle está aquí.
Lo sé.
Mi arma está en mi cadera. Descanso mi mano allí mientras atravieso la
puerta hacia el espacio principal. El polvo se arremolina frente a las luces
fluorescentes del techo y los tenues rayos de luz de la luna atraviesan las
pocas ventanas que no están tapadas. Es en uno de estos parches de luz que
emerge Xena.
—Llegaste —trina ella feliz.
Lucho contra poner los ojos en blanco. La mujer está escenificando esto
como una puta película. No me sorprendería que algunos de sus hombres
vinieran y levantaran el polvo solo para hacerlo más cinematográfico.
— ¿Pensaste que no lo haría?
Ella levanta un hombro perezoso.
—Tal vez tenía dudas sobre tus verdaderos sentimientos por tu querida
novia. Me preguntaba si ella valdría la pena.
—Claramente pensaste eso —respondo—. Ya has intentado secuestrarla tres
veces. Tal vez deberíamos preguntarnos si eres tú la que está enamorada de
ella.
Xena se ríe.
—Sabes que solo tengo ojos para ti, Nikky.
—Solo tienes ojos para ti misma. La única razón por la que te importo una
mierda es porque a mí no me importas una mierda.
Demostrando mi punto, la sonrisa de Xena se agudiza. Sus ojos se iluminan,
y casi espero que se conviertan en algo depredador e inhumano. Ella no me
asusta en lo más mínimo, pero es una cazadora, de eso no hay duda. Sería
una tontería subestimarla.
—No me provoques, Nikolai. Todavía tengo a tu esposa. ¿O ya lo has
olvidado?
He estado trabajando activamente para no escanear la habitación. No quiero
que Xena piense que tengo pánico. Pero el hecho de que no haya visto
ninguna prueba de que Belle esté aquí, o incluso viva, me pesa.
La última conversación que tuvimos... Las cosas entre nosotros no pueden
terminar de esa manera.
—No he olvidado nada —le digo—. Solo no me sorprende. Mantuve mi
parte del trato y me presenté, pero dudaba que tú mantuvieras la tuya. Tal
vez nadie te haya dicho esto antes, pero eres una especie de perra astuta.
Xena inclina la cabeza hacia atrás y se ríe. La luz se refleja en sus dientes y,
por un segundo, parecen colmillos.
—Qué encantador. Lástima que nuestra boda no salió bien. Aunque tal vez
tengamos una segunda oportunidad. Nada está garantizado. La gente muere
todo el tiempo en estos días. Especialmente las personas cercanas a ti.
Rechino los dientes.
— ¿Dónde está ella, Xena?
Xena me devuelve la mirada durante unos segundos, con la ceja arqueada.
Es un desafío sin palabras. Un juego tranquilo.
Me muerdo la lengua y espero. Ella no puede provocarme como lo hace con
todos los demás en su vida. No caeré en sus trucos.
Finalmente, Xena suspira y agita un brazo sobre su cabeza.
—Dios, no eres nada divertido.
Se abre una puerta en la parte trasera del almacén y dos figuras se abren
paso en la penumbra. Incluso en las sombras, no es difícil saber cuál es
Belle.
Es pequeña y pálida, y su cabeza se gira en mi dirección en el momento en
que se abre la puerta. Tiene una mordaza alrededor de la boca y, al verlo,
mis manos se cierran en puños tan apretados que creo que mis nudillos
podrían estallar.
El hombre que la sostiene, sin embargo, mantiene su mirada fija en Xena.
Mientras se mueven por la habitación, se aferra a los brazos de Belle. Me
distraen sus manos en sus bíceps, la deliciosa idea de romperle los dedos
uno a uno por atreverse siquiera a tocarla.
Pero cuando dan un paso hacia la luz junto a Xena, mi ira sale a la
superficie. Un gruñido bajo retumba a través de mi pecho.
—Makar.
Se vuelve hacia mí y, efectivamente, mi exsoldado es el que maltrata a mi
esposa. Hace una mueca como si hubiera probado algo malo. El sentimiento
es más que mutuo.
—Una pequeña reunión familiar —balbucea Xena—. Ustedes dos se
conocen, ¿no?
Ella sabe que lo hacemos. La única razón por la que Makar está aquí es
porque Xena, por alguna ridícula razón, pensó que me importaría un carajo
que uno de mis hombres me dejara por ella. Si Makar es lo suficientemente
estúpido como para pensar que Xena es una buena líder, entonces estoy
feliz de dejarlo ir.
—Cuidado, Xena. Tu pequeño títere rompió su voto con mi Bratva. No
estoy seguro de si lo pondría a cargo de los cautivos.
—Solo porque nos diste la espalda a nosotros para hacerle votos a ella —
sisea Makar, apretando su agarre sobre Belle.
—Y a diferencia de ti, yo tomo mis votos en serio —le digo—. Por eso te
arrancaré la puta cabeza con mis propias manos si llegas a dañarle un pelo a
ella.
Puedo sentir los ojos de Belle clavados en mí, pero no puedo mirarla en este
momento. Xena la sacó para distraerme. No dejaré que eso suceda.
—Promesas, promesas —ronronea Xena.
Camina en círculos alrededor de Makar, arrastrando el dedo por sus
hombros. Él la mira por encima del hombro, con una pequeña sonrisa en su
rostro. Que me muera si los dos no han follado ya.
—Ese es tu problema, Nikolai —continúa Xena—. Hablas y hablas, pero no
haces nada.
— ¿Cuándo vas a superar el hecho de que no nos casamos? —le respondo
—. Es patético guardar rencor tanto tiempo. Especialmente cuando está
claro que tienes un buen amigo aquí para follar en Makar.
El rostro de Makar se endurece, pero la expresión de Xena se ilumina. Justo
ahí está mi respuesta.
— ¿Celoso? —pregunta ella.
—Difícilmente. Preferiría cortarme la polla que ponerla cerca de ti.
Lentamente, la sonrisa de Xena se desvanece. Sus labios pintados de oscuro
se tuercen en un ceño fruncido.
—Creo que es hora de ver si eres un hombre de palabra, Nikolai.
Bufo.
— ¿Vas a decir que tengo que follarte o cortarme la verga?
—No estás tan lejos —dice ella—. Te doy a elegir: fóllame aquí mismo,
ahora mismo, y te dejo que te vayas con tu novia. Di no, y... bueno, te
dejaré llenar los espacios en blanco.
Belle vuelve a centrar su atención en Xena, un asesinato absoluto en sus
ojos. Si Makar no la estuviera reteniendo, creo que Xena estaría muy
ocupada defendiéndose de Belle.
Pero no hay necesidad.
Ladro una carcajada.
—Dios, estás desesperada.
—Tú eres el que está preocupado por con quién me acuesto.
—Solo porque estás pagando la lealtad con tu coño. Estoy tratando de
medir qué tan dedicado es el hombre a tu lado. Hasta ahora, mi impresión
es ‘no muy’.
—Ven y descúbrelo, Nikky.
Pongo los ojos en blanco.
—Nada de esto importa. No te tocaré. ¿Por qué me sometería a ese tipo de
infierno cuando podría simplemente matarte y marcharme con Belle en su
lugar?
—Porque tendrás que pasar por Makar —dice Xena, empujando al hombre
hacia el centro del área.
Makar se tambalea hacia adelante, llevándose a Belle con él por un segundo
antes de soltarla y girarse para mirar a Xena.
— ¿Qué dices? Yo estoy aquí para entregar a la mujer. Pensé…
—Pensé que me eras leal —interrumpe Xena rotundamente. Cualquier
amabilidad que normalmente sea capaz de juntar ha desaparecido de su
expresión. Es fría como el hielo—. Viniste a mí después de dejar la Bratva
Zhukova. Me dijiste que admirabas mi ferocidad.
—Lo hice —dice Makar rápidamente—. Sí. Pero no pensé que vendría aquí
a pelear.
No pensó que vendría aquí para pelear conmigo, más precisamente. Y tiene
razón en dudar. Joder, lo mataré.
—La vida es una guerra, bebé. Tienes que estar listo todo el tiempo. Si
quieres trabajar para mí, tienes que luchar por mí —afirma Xena, da un
paso adelante y arrastra un dedo seductor por el pecho de Makar—. ¿Puedes
hacer eso?
El hombre prácticamente gime al menor contacto. Es patética. En un toque,
su incertidumbre se desvanece.
Se vuelve hacia mí, con los hombros hacia atrás y la barbilla alta.
—Puedo hacer eso.
—Por ‘eso’, ¿quieres decir ‘morir’? —pregunto—. Porque si es así, estoy
de acuerdo. Puedes hacerlo allí mismo con los mejores de ellos.
Xena pone su mano sobre su hombro, tamborileando sus largas uñas a
través de su camisa.
—Mátalo, Makar. Y asegúrate de que cumpla su promesa.
Makar la mira.
— ¿Que promesa?
Xena mira más allá de él hacia mí, su boca torcida en una sonrisa.
—Cortarle la polla. La quiero.
—Tal vez ustedes dos no estén follando después de todo —reflexiono
pensativamente—. Es decir, si estás tan desesperada por mi polla, a Makar
le falta mucho en ese departamento o…
Al final, es la broma del pene pequeño lo que hace a un lado la última de las
dudas de Makar. Carga contra mí escupiendo un rugido de batalla. Salto
fuera del camino justo cuando Belle grita mi nombre.
— ¿Quién dijo que podías quitarte la mordaza, perra? —dice Xena y
empuja a Belle hacia atrás. Si no estuviera ocupado con Makar, la mataría
solo por eso.
—No te preocupes, Belle —le digo, enfrentándome a un Makar que ya suda
—. Estaré contigo en un momento.
—Dile adiós. Nunca se volverán a ver —gruñe Makar mientras carga de
nuevo.
Lo esquivo, dejando que se canse un poco antes de que nos metamos en
serio en esto.
—Estoy casi avergonzado de admitir que alguna vez trabajaste para mí —
digo mientras lo veo jadear y jadear.
— ¿Porque no soy una oveja sin cerebro, siguiéndote a la ruina?
—No. Porque eres un luchador de mierda. O Xena nunca te ha visto pelear
o te está enviando a la muerte a sabiendas. No tienes una puta oportunidad.
La cara de Makar se pone roja, la ira colorea su cuello y pecho.
—He entrenado lo suficiente.
—Hay una gran diferencia entre golpear un saco indefenso en el gimnasio y
la tarea que tienes aquí, hermano. Este objetivo devuelve el golpe.
Para probar mi punto, finjo a la derecha, haciendo que Makar se incline
torcidamente en la otra dirección. Lo encuentro allí con un fuerte gancho de
izquierda. Su costilla cruje bajo mis nudillos.
Él gime y trata de desvanecerse fuera de su alcance, pero tropieza.
—Es casi demasiado fácil —suspiro por encima de su hombro hacia Xena.
Supongo que también es la primera vez que lo ve en el trabajo, porque
parece enojada.
Makar se dobla, gruñendo mientras se lanza. Esta vez, se las arregla para
poner sus brazos alrededor de mi abdomen. Mi arma se desliza fuera de mis
pantalones y hace ruido sobre el cemento. Makar en realidad me obliga a
retroceder un par de pasos, pero tan pronto como planto mis pies, dirijo mi
rodilla directamente hacia su pecho.
Jadea, por el aliento que acabo de sacarle.
Entrando en pánico ahora, trata de moverse hacia mi arma, sin duda con la
esperanza de agarrarla y terminar con esto antes de que yo lo mate.
Pero no tiene tanta suerte. Me giro detrás de él y engancho un brazo
alrededor de su cuello, el otro alrededor de su caja torácica. Aprieto con
fuerza, sujetando uno de sus brazos contra sus costillas ya rotas. Grita y
trata de apartar mi brazo de su cuello, pero lo aprieto con más fuerza. Más
cosas se rompen.
—Deberías haber cerrado la boca y haberte puesto en fila —le gruño al oído
—. Y definitivamente no deberías haber puesto tus manos sobre mi esposa.
Porque ahora, no tengo otra opción. Tú tomaste la decisión por mí.
Intenta decir algo, pero ya no tiene aire. Sale como un estertor de muerte,
raspando a través de sus labios azules.
Mientras tanto, Xena no hace nada, y yo estrangulo la vida del cuerpo de
Makar, constriñéndome a su alrededor como una anaconda mientras él sufre
espasmos y muere. Xena solo observa con puro disgusto en su rostro.
Después de un par de minutos, bajo el cuerpo sin vida de Makar al suelo y
luego me pongo de pie y enfrento a Xena.
—Ya pasé por Makar —suspiro, sacudiéndome las manos en los pantalones
—. Ahora, dame a mi esposa.
Sus ojos se estrechan hasta convertirse en rendijas.
— ¿De verdad crees que he terminado?
Yo suspiro.
—No, supongo que no. Nada contigo podría ser tan fácil.
—Me conoces tan bien —dice y me lanza una sonrisa aguda. Luego agarra
a Belle por las raíces de su cabello—.
—Vamos. Ayúdame a dejar ver mis invitados secretos.
—No voy a ir a ninguna parte contigo —le espeta Belle. Ella trata de
alejarse, pero Xena saca un arma y Belle se queda completamente quieta.
—Te mataré delante de él —dice Xena—. Me gustaría mucho eso, en
realidad. Así que dame una buena puta razón.
—Esto no era parte de tu trato —gruño.
Xena presiona el cañón bajo la barbilla de Belle y me sonríe.
—Quería mantener las cosas interesantes para ti.
Belle camina rígidamente con Xena hacia una puerta de madera en la pared
opuesta. Sin apartar los ojos ni el arma de Belle, Xena se acerca y abre la
puerta. Luego retrocede, manteniendo a Belle a raya con la pistola.
Quiero atacarla, pero está demasiado lejos. Ella sentiría que me acercaba, y
no dudo ni por un segundo que realmente matará a Belle. Entonces, por el
momento, estoy atrapado mirando desde un costado mientras se desarrolla
su pequeño plan. Justo como ella quería.
—Afuera —le ladra Xena a lo que sea que esté esperando dentro—. Y no
olviden que los mataré a todos sin pestañear.
No tengo ni idea de con quién está hablando...
Hasta que una familiar cabeza rubia rojiza sale arrastrando los pies del
armario.
—Elise —gime Belle, casi doblándose por la mitad al ver a su hermana—.
No. No. No.
—Estoy bien, B —dice Elise en voz baja.
Howard sigue a Elise. A diferencia de Elise, su rostro está levantado y está
alerta. Hay un moretón de color morado oscuro alrededor de su ojo y un
corte ensangrentado en su labio. Lo que sea que pasó con ellos, claramente
luchó duro. Mi admiración por el hombre crece una vez más.
— ¿Pensaste que estaban a salvo? —Xena me mira, sus ojos me recorren
para poder tragarse cada atisbo de emoción. Quiere que me sorprenda, que
me horrorice. Ella quiere que me enoje.
No le doy nada más que un encogimiento de hombros.
—Esperaba que fueras perezosa y los dejaras en paz.
—Hm. Tal vez no me conoces tan bien después de todo —agarrando a Belle
y arrastrándola lejos de Elise y Howard—. Porque cuando se trata de
venganza, no existe el esfuerzo excesivo. Quiero que todos ustedes mueran
sabiendo lo tonto que fue alejarme de lo que quiero.
Doy un paso de lado hacia mi arma. Está a quince pies de distancia, por lo
menos. Pero Xena se da cuenta del cambio.
—Le dispararé —advierte—. Muévete de nuevo, Nikolai, y le dispararé.
Creo que Xena mataría a Belle, pero cuanto más lo pienso, no creo que
realmente lo hará.
—No, no lo harás. Porque Belle es la única razón por la que tienes algún
control sobre mí. Sin ella, sabes que no tendré nada que perder —contesto.
Espero que discuta, pero Xena se queda mirándome—. Joder, lo sabía.
Sonrío y doy un paso.
Xena levanta el arma.
—No estaba hablando de Belle —dice ella.
Luego apunta con el arma a Elise y aprieta el gatillo.
41
BELLE

Desde el momento en que Elise y Howard salieron del armario, he estado


congelada de horror. Pensé que Islandia estaba lo suficientemente lejos de
Xena para estar a salvo. Pensé que había enviado a mi hermanita a un lugar
donde no podría ser tocada por el caos que traje a su vida.
Pero estaba equivocada.
Todo sucede tan rápido y tan lento al mismo tiempo. Xena levanta su brazo
y eso solo toma una borrosa fracción de segundo. Entonces escucho la
explosión, y ese sonido resuena por una eternidad. Estoy bastante seguro de
que puedo ver la bala girando en el aire. Las estrías en él, la forma en que el
aire se abre para dejarlo pasar.
Hacia mi hermana.
— ¡Elise! —grito, acercándome a ella sin poder hacer nada. Estoy
demasiado lejos para hacer algo. No hará ninguna diferencia.
Algo más sucede, demasiado rápido para comprender. Un cuerpo se mueve
y la bala se encuentra con la carne.
Y cuando ese cuerpo golpea el suelo, Elise se queda parada allí,
completamente ilesa.
Solo me doy cuenta de que he cerrado los ojos cuando la voz de Elise
rompe el devastador silencio.
— ¿Papá?
Entonces los abro y veo a Howard derrumbado en el suelo.
Elise está arrodillada a su lado.
— ¿Papá? —vuelve a decir con una voz trémula que me parte el corazón.
Una mancha carmesí se extiende por su pecho. Elise presiona sus palmas
contra la herida para detener el flujo, pero parece salir de él aún más rápido.
— ¡Ayúdenlo! —Grita Elise—. Por favor. ¡Ayuda!
Quiero correr hacia ella, pero no hay nada que pueda hacer. Nadie puede
hacer nada mientras Xena siga viva.
—Hay otras formas de lastimar a Belle —dice Xena, mirando más allá de
mí a Nikolai—. Y cuando la lastimo a ella, te lastimo a ti.
Ella está hablando más allá de mí como si yo ni siquiera estuviera aquí.
Xena solo le disparó a mi hermana, golpeando a Howard en su lugar, pero
todo fue para lastimarme. Y ella solo quiere lastimarme para poder lastimar
a Nikolai. Es enrevesado y desordenado y, en última instancia, todo es en
vano.
— ¡Él no se preocupa por mí! —grito. Y todas las emociones que he tratado
de reprimir finalmente empiezan a estallar—. Nikolai ni siquiera me quiere.
Estás castigando a todos por una mentira que inventaste en tu cabeza. Él no
me amaba. Él no te amaba. Todo esto es para nada. ¿No entiendes eso?
Los labios de Xena están separados de sus dientes, haciéndola parecer una
especie de animal salvaje.
—Querías que Nikolai se casara contigo —continúo en mi desgarrado jadeo
—. Te duele que me haya elegido a mí en su lugar.
—Quería que Nikolai me diera el control de su Bratva —corrige, inclinando
la cabeza hacia un lado como si no pudiera entender cómo pude haberme
confundido alguna vez—. Y no me duele que te haya elegido a ti, solo estoy
perpleja. ¿Quién te querría a ti cuando podría tenerme a mí?
—Cualquiera que tenga ojos —gruñe Nikolai.
Xena puede decir lo que quiera acerca de no entender que Nikolai no la
quiera, pero estoy lo suficientemente cerca como para ver la ira atravesarla.
Sus fosas nasales se ensanchan. Ya ni siquiera parece humana.
Ella es la venganza encarnada.
Puedo escuchar a Elise llorando por Howard detrás de mí, pero no puedo
concentrarme en eso porque Xena está concentrada en Nikolai. Sé que esto
no va a terminar bien.
Todo el dolor y sufrimiento continuará. Esta enemistad entre ellos no
terminará hasta que todos estemos muertos o hasta que Xena sienta que ha
recibido lo que se le debe... lo que ocurra primero.
¿Y yo? Me gustaría acabar con este tren de muerte antes de que alcance a
mi hermana.
Ella es todo lo que me queda, lo único que me importa.
—Mátame a mí —digo de repente.
Xena parpadea y me mira.
— ¿Qué dices?
—Mátame —vuelvo a decir—. Si lo que quieres es venganza, entonces
mátame. Seré castigada por arruinar tus planes. Y si Nikolai me ama como
crees que lo hace, será mortificado. Es un ganar-ganar.
Pero yo lo sé bien. Sé que Nikolai no se molestará. Puede encontrar otra
mujer para follar, y un día, tal vez incluso encuentre una mujer para casarse.
Alguien a quien realmente ame.
El solo pensamiento de eso me hace desear que Xena presione su arma
contra mi sien y termine de una vez.
—Que se vayan todos los demás —suplico—. Tómame a mí en su lugar.
Mátame.
Nikolai ruge,
— ¡No la toques!
—Mátame —digo quedo, repitiendo las palabras como un mantra—.
Mátame. Mátame.
Xena mira de mí a Nikolai y viceversa. Su dedo se mueve sobre el gatillo.
Todo el ruido a mí alrededor se desvanece. Elise llora, Nikolai grita, luego
todo desaparece, como si alguien hubiera bajado el volumen del mundo.
Todo queda en silencio.
Cierro mis ojos.
Espero.
El estallido que acaba con mi mundo es ensordecedor. Siento el calor del
disparo, el olor chamuscado de la pólvora contra mi piel. Y espero que la
oscuridad me lleve. Al dolor o a una luz cegadora o a la cálida sensación de
adormecimiento de la muerte.
Pero no hay... nada.
¿No hay nada?
Cuando abro los ojos, Xena ya no está frente a mí. Se ha dado la vuelta y
está apuntando con su arma a…
— ¡Nikolai! —su nombre es un grito que sale de mi garganta. Me levanto y
corro hacia su figura desplomada antes de que pueda preocuparme si Xena
también me disparará.
¿Qué importa ahora de todos modos? Al dispararle a Nikolai, me dio justo
en el corazón.
Caigo de rodillas en el concreto a su lado, sintiendo apenas el dolor de la
piedra mordiendo mi piel porque estoy demasiado preocupada por el charco
de sangre pegajosa debajo de mí. Está caliente y palpitando fuera de él
demasiado rápido.
—Disfrútenlo, tortolitos —dice Xena—. Estos son vuestros últimos
momentos juntos.
—Nikolai —jadeo. Mis manos se ciernen sobre su estómago, temblorosas e
inseguras.
Está tumbado boca arriba con la cabeza vuelta hacia mí. Sus ojos grises son
láser, enfocados en mí. Agarra mis manos y las presiona contra su herida,
pero no estoy seguro de si alguno de nosotros cree que hará algo. Tal vez es
solo para sentir su calor por última vez.
—Tú… tú no… has perdido… —murmura a través de unos labios que
apenas funcionan.
Nunca lo había visto así, herido. Incapacitado. Lo odio. No puedo
soportarlo, y es tan abrumador que no puedo concentrarme en lo que está
diciendo.
—Nikolai, calla.
—Belle —dice con voz áspera, agarrando mis muñecas—. Escucha…
escúchame. No perdiste al bebé.
Levanto la vista hacia su rostro. A sus labios carnosos y mandíbula fuerte.
Su piel es más pálida de lo que jamás la he visto.
— ¿Qué estás…qué…? ¿No lo hice?
—Pensé que lo habías hecho —explica entrecortadamente—. Los médicos
se equivocaron… Te lo dije porque pensé que era verdad. Y porque dijiste
que solo me importaba el bebé. Pero… pensé que el bebé se había ido.
Eso significa algo, pero hay demasiada información volando como para
aferrarme a ella. Nikolai sigue hablando, las palabras brotan de él tan rápido
como la sangre.
—Pero el hospital me llamó justo antes de que te llevaran. Fue una
confusión. Un error administrativo. ¿Entiendes... entiendes?
—Nikolai, estás sangrando —digo. Las lágrimas caen por mi rostro y es
todo lo que se me ocurre decir. ¿Qué más puede importar ante esto?
Aprieta mis muñecas hasta que duelen. Hasta que mis dedos comienzan a
hormiguear.
—Todavía estás embarazada. Pero no importa, de cualquier manera. Mentí,
Belle.
Arrugo la frente.
— ¿Mentiste sobre el bebé? No entiendo.
—Mentí en la casa. Antes de que te cayeras por esas escaleras —contesta.
Levanta la cabeza con visible esfuerzo y mira directo a mis ojos—. Te amo,
Belle. Te amo tanto que, por primera vez en mi vida, tuve miedo.
Mi corazón está siendo jalado en dos direcciones diferentes. Quiere
romperse por la mitad al ver a Nikolai desangrándose en el suelo, pero sus
palabras hacen que se sienta a punto de estallar.
Este podría ser su último momento. Nuestro último momento, juntos. Y por
mucho que quiera escuchar estas palabras de él, no quiero que sea una
mentira.
Niego con la cabeza.
—No lo digas si no lo dices en serio.
—Lo digo en serio —afirma. Se lleva mi mano ensangrentada a su boca y
presiona un beso en mis nudillos—. Te amo, hermosa Belle. ‘Hasta que la
muerte nos separe’.
Mi cara está mojada por las lágrimas cuando me inclino y beso sus labios.
—Yo también te amo, Nikolai. No puedes irte. No puedes morir. Justo te
tengo.
Él niega con la cabeza.
—Siempre me has tenido, Belle. Desde el comienzo.
Escucho a Xena acercándose. Sus tacones resuenan en el suelo. Nos queda
un minuto, juntos. Tal vez menos.
Sollozo, el alivio y la angustia me atraviesan.
—Esto no puede terminar así, Nikolai. No puede ¿Qué puedo hacer? Dime
qué hacer y lo haré, te juro que lo haré.
Lentamente, Nikolai arrastra mi mano más cerca de su cadera. Sus ojos
están ardiendo en los míos, tratando de transmitir algo que no entiendo.
—Te amo —vuelve a decir.
Otro sollozo comienza a burbujear en mí.
Pero luego lo siento. Algo largo y duro en el bolsillo de Nikolai. El
intrincado mango asomando de su bolsillo.
Es el cuchillo que Makar me dio el día de mi boda.
La barbilla de Nikolai se hunde ligeramente y entiendo de inmediato lo que
quiere que haga. Lo que tengo que hacer.
—Lo siento —dice. Su voz suena débil, y sé de inmediato lo que quiere
decir. Lo que quiere decir pero no puede porque los zapatos de Xena se
acercan cada segundo.
Lo siento, mentí. Lamento haberte enredado en este lío. Lamento que
tengas que ser tú quien mate a la persona que nos hizo esto.
Pongo mi cuerpo sobre el suyo, y saco con cuidado el cuchillo de su
bolsillo, colocándolo contra mi antebrazo y la palma de la mano.
—No tienes nada que lamentar, Nikolai. Yo no tengo un solo
arrepentimiento.
— ¡Vamos! —Chilla Xena—. Levántate. Se acabaron las despedidas.
Miro a Nikolai de nuevo, esperando y rezando para que no sea la última
vez. Inclina la cabeza lentamente, un estímulo silencioso, y luego cae de
espaldas contra el suelo. Sus párpados se cierran y ese es todo el estímulo
que necesito. No tiene mucho tiempo.
— ¡Arriba! —grita Xena de nuevo.
Lentamente, me pongo de pie con un sollozo exagerado y me alejo de
Nikolai. Xena está en algún lugar detrás de mí, así que quiero estar lo más
cerca posible de ella antes de darme la vuelta. Antes de que vea mi cara y se
dé cuenta de que estoy mintiendo.
—Date la vuelta —espeta ella—. Quiero verte la cara cuando te mate.
Inclino la cabeza, mis hombros tiemblan. No es tan difícil de falsificar. Ver
a Nikolai inmóvil en el suelo es aterrador. Me preocupa que nunca se
levante.
— ¡No! —Gime Elise a unos metros de distancia—. Por favor. No.
No sé si está hablando de mí o de Howard, pero no importa. No en este
segundo.
Ahora mismo, lo único que importa es que no falle.
Xena gime de frustración.
— ¿Podrías darte la vuelta, maldita zorra?
Ella agarra mi hombro y me hace girar. Mientras me doy la vuelta, deslizo
el cuchillo entre mis dedos, engancho mi brazo derecho y me lanzo a
cortarle el cuello con todas mis fuerzas.
Xena reacciona rápidamente, levantando su brazo derecho para tratar de
bloquear el ataque. En lugar de cortarle la garganta como pretendía, la
atrapo en el antebrazo. La hoja muerde su palma y la suave parte inferior de
su muñeca. La sangre brota como una niebla.
Intenta agarrarme del brazo, pero mi piel está resbaladiza por la sangre,
tanto la de ella como la de Nikolai, y no puede sostenerme.
— ¡Vamos! —Sus gritos suenan como un animal atrapado ahora.
Puedo hacer esto. Puedo jodidamente hacer esto.
La voy a matar.
De repente, veo que alguien se acerca. Por un segundo, creo que debe ser
una copia de seguridad. Debe ser alguien más que Xena había escondido en
la habitación, aquí para terminar el trabajo en caso de que algo saliera mal.
Pero es Elise.
Agarra la mano sana de Xena y empieza a apartar sus dedos de mí.
— ¡Elise! —grito. La sola palabra es suficiente para que ella sepa lo que
quiero decir.
Ten cuidado. Mantente segura. Sal de aquí.
Xena tropieza, y cae sobre su trasero. Sus ojos están muy abiertos mientras
trata de alejarse como un cangrejo.
—Puedes irte —jadea ella, agarrando su brazo destrozado contra su pecho.
Sus finas ropas están manchadas de sangre y polvorientas del suelo del
almacén. Nunca la había visto tan alterada, tan descompuesta—. Te dejaré
ir.
Me muevo hacia ella, blandiendo el cuchillo.
—Tú no me permites nada. Yo tomo las decisiones ahora, maldita
psicópata.
—Por favor —suplica Xena—. Por favor, Belle. Yo no te iba a matar. Solo
quería asustarte. Yo no quería que nadie muriera. Puedo conseguir un
médico aquí en un minuto para salvar a Nikolai. Déjame vivir y lo salvaré.
Una parte oscura de mí quiere dejar que Xena ruegue. Quiero hacerla
suplicar por su vida como ella quería que yo lo hiciera. Quiero darle la
esperanza de que seré misericordioso y luego arrebatársela. Quiero que esta
mujer poderosa se ponga de rodillas y sepa lo que significa tener miedo.
Pero eso me haría como ella.
En cambio, no digo una palabra. Solo levanto el cuchillo por encima de mi
cabeza.
— ¡No, Belle! —jadea ella—. Por favor, no…
Y lo bajo, hundiéndolo en su pecho.
Entonces lo suelto y tropiezo hacia atrás, jadeando por el esfuerzo. La
observo todo el tiempo. Estoy esperando que ella se levante de nuevo. Para,
contra todo pronóstico, ponerse de pie y abalanzarse sobre mí.
Pero ella no se mueve. No respira
Xena Simatou ha muerto.
Todavía la estoy mirando cuando Elise corre hacia mí y lanza sus brazos
alrededor de mi cintura.
—Belle —solloza ella—. ¿Qué hacemos? ¿Qué hacemos ahora?
Aturdida, le devuelvo el abrazo. Todavía puedo sentir las vibraciones de la
hoja golpeando el hueso mientras suben y bajan por mi brazo. Tengo la
sensación de que esta sensación quedará grabada en la memoria de mi
cuerpo por el resto de mi vida.
Por encima del hombro de Elise, Howard yace hecho un bulto en el suelo.
Entonces me doy la vuelta y veo a Nikolai. Se ve tranquilo, casi como si
estuviera durmiendo la siesta. Como si todo esto pudiera ser un mal sueño.
Ojalá fuera un sueño.
Niego con la cabeza.
—Yo… consigamos ayuda. Necesitamos ayuda.
Mientras las palabras salen de mi boca, escucho una conmoción en el frente
del edificio. Instantáneamente, jalo a Elise detrás de mí.
Si son los griegos o los Battiatos, no puedo dominarlos con solo un
cuchillo. Pero tal vez pueda ganar tiempo para que Elise escape.
Entonces Christo irrumpe por la puerta.
Sus ojos aterrizan en los míos. Por un segundo, ninguno de nosotros sabe si
podemos confiar en el otro. ¿Está trabajando él para los griegos? ¿Lo estoy
yo?
Hago lo único que se me ocurre hacer: señalo el cuerpo de Nikolai.
—Ayúdalo. Por favor.
Christo ve a Nikolai y maldice por lo bajo. Corre a toda velocidad por el
piso del almacén, una hilera de hombres se congrega detrás de él. Un
anciano delgado como un riel pasa junto a Christo en un sorprendente
estallido de velocidad y cae junto a Nikolai.
—Hijo.
Debe ser el padre de Nikolai. Puedo ver el parecido familiar. La mandíbula
fuerte y los hombros anchos. Tienen la misma constitución, aunque su
volumen parece haber sido carcomido por los años difíciles.
Presiona sus dedos en la muñeca de Nikolai y contengo la respiración. Me
preparo para las noticias para las que nunca estaré preparada. Para la
angustia que sé que no sobreviviré.
— ¿Y bien? —espeta Christo.
El padre de Nikolai suspira.
—Todavía está vivo. Hay pulso.
Quiero colapsar de alivio. Pero esto aún no ha terminado.
La pequeña camarilla de hombres se mueve rápidamente. Sacan a Nikolai y
luego a Howard. Elise y yo nos quedamos atrás aturdidas, abrazadas,
demasiado conmocionadas para hablar o actuar.
Estamos atrapadas en la corriente salvaje de la noche, de esta vida, y lo
único que podemos hacer es aferrarnos.
Aferrarnos a la esperanza.
Aferrarnos a la fe.
Aferrarnos la una a la otra.
EPÍLOGO: NIKOLAI
UN AÑO DESPUÉS

Me dejo caer en el banco que doné al cementerio y miro por encima de la


lápida. Es de mármol blanco, alto y estrecho, brillante a la luz de la tarde.
Muy fálico.
A Arslan le encantaría.
—Feliz cumpleaños, miserable bastardo —digo, colgando la corona de
rosas blancas del costado de la lápida—. Nunca te hubiera dado flores si
todavía estuvieras vivo, solo para que quede claro. Pero no puedo
conseguirte nada más, ¿no?
Hago una pausa, esperando una respuesta que sé que nunca llegará.
Es extraño, incluso después de más de un año sin mi mejor amigo, espero
escuchar su voz todo el tiempo. Pero cubro la tristeza con mi propio sonido.
—De hecho, eso no es cierto. Presioné para que mi hijo llevara tu nombre,
pero Belle y yo tuvimos una niña. Pero ambos sabemos que la intención es
lo que cuenta —suspiro y me recuesto en el banco—. Tal vez la próxima
vez. Mierda, ¿me oyes? —Resoplo— ¿‘Tal vez la próxima vez’? Al parecer
ahora soy un hombre que tiene el chance de tener una familia. Si no
estuvieras ya muerto, morirías al escuchar eso. Yo tampoco puedo creerlo.
Pero Belle lo hace fácil.
Belle lo hace todo fácil.
Ella mató a Xena y puso fin a uno de los capítulos más dramáticos de mi
vida. Mientras me recuperaba de mi herida de bala, Belle me cuidó, incluso
mientras estaba criando a nuestra hija. Y ahora, Inessa tiene cinco meses y,
a pesar de no haber tenido nunca a un padre como ejemplo de cómo criar a
un hijo, Belle ha sido una madre maravillosa. Ella está completamente
dedicada a nuestra hija.
Mi teléfono suena y lo saco de mi bolsillo.
—Hablando del diablo —digo y respondo—. Hola, cariño.
—Nada de ‘cariño’ —ríe Belle—. Se suponía que ya estarías aquí.
Nos invitaron a ella y a mí a una ceremonia, pero no hubo tiempo de dejar a
Inessa con la niñera y pasar por el cementerio, así que nos separamos. Sin
embargo, mi tarea está tardando un poco más de lo esperado.
—Todos me miran como si fuera un leproso —susurra al teléfono—. No
puedo decidir si es porque soy una Zhukova o porque este vestido se ajusta
raro a mi cuerpo posparto.
Soy una Zhukova. Escucharla reclamar su nueva identidad todavía envía mi
sangre bombeando en una dirección claramente descendente.
Además, la sola idea de su cuerpo es un Viagra verbal. De posparto o no,
ella todavía me enciende.
—Los griegos miran así a todos —le digo—. Y estoy seguro de que te ves
increíble. Busca a Christo. Él cuidará de ti hasta que yo llegue allí.
— ¿Lo cuál será cuándo, precisamente?
Compruebo mi reloj.
—En quince minutos.
Ella suspira
—Está bien. ¿Le diste a Arslan mi regalo?
Palmeo el bolsillo interior de mi chaqueta.
—Oh, mierda. No. Pero lo haré ahora mismo.
—Eres un buen amigo —dice ella, con una sonrisa en su voz—. Te veo
pronto.
Cuelgo y saco el regalo de Belle. La botella de licor es tan pequeña que casi
me olvido de ella. Abro la tapa y la vacío sobre la hierba aterciopelada.
—Dios, te hubiera gustado mucho Belle, hombre. Ella te consiguió un
mejor regalo que yo y apenas te conocía.
El alcohol empapa el suelo. Probablemente después habrá una mancha
marrón en la hierba, pero sé que a Arslan no le importará.
Me empujo para ponerme de pie, golpeo la lápida ligeramente y luego
vuelvo al auto que está al ralentí junto a la acera. Estoy a unos metros de
distancia cuando la puerta del conductor se abre y mi papá corre detrás del
auto.
—Ya te lo he dicho —suspiro— no tienes que seguir abriéndome la puerta.
Abre la puerta y se pone de pie.
—Es lo que hacen los conductores, ¿no? Y yo soy tu chofer.
—Sí, estoy consciente. Ya ha pasado casi un año. Y ninguno de mis otros
conductores se ha molestado nunca. Realmente no es necesario.
Mi papá se encoge de hombros.
—Solo quiero asegurarme de que me estoy ganando el sustento, hijo. Los
hombres de Zhukova no son gorrones.
Pongo los ojos en blanco y me deslizo en el asiento trasero. Cierra la puerta
detrás de mí y se dirige hacia el lado del conductor.
La noche que Xena me disparó, mi padre se encontró con Christo y mi
grupo de hombres fuera del almacén. Los pocos contactos que aún tenía en
el inframundo le dijeron que Belle y yo podríamos estar en problemas, así
que apareció para ayudar.
Mientras me recuperaba, Belle y yo acordamos contratarlo para que me
ayudara a llevarme a las citas con el médico y me ayudara después de las
cirugías. Eventualmente, el trabajo se convirtió en permanente. Ahora, le
doy un salario para ayudarlo a mantenerse alejado de las calles y de sus
vicios, y él me lleva a donde yo necesito ir.
No es una relación padre-hijo normal. Pero es algo.
Cuando el coche se detiene junto a la acera frente al hotel, salgo antes de
que mi padre pueda abrir la puerta. Pero todavía se encuentra conmigo en la
parte trasera del coche.
— ¿Necesitarás que te lleve al aeropuerto esta noche? —Pregunta—. No
me importa. De hecho, me haría sentir mejor saber que estás llegando a
salvo.
—Christo organizó paseos para todos los invitados. Hay barra libre, así
que…
— ¿Y confías en él? —Es una pregunta contundente. La mayoría andaría
con rodeos, sin atreverse siquiera a parecer que podrían estar cuestionando
mi juicio. Pero a mi padre no le gusta andarse con divagaciones estos días.
Es una cosa que admiro de él.
—No dejaría que mi esposa estuviera adentro sola si no fuera así —digo—.
Además, Christo me salvó la vida. Me ayudó a erradicar lo que quedaba de
los Battiatos. Y el último año, con la mafia Simatou bajo su liderazgo, ha
sido pacífico. Somos aliados.
Mi papá inclina la cabeza.
—Basta de charla. Si confías en él, entonces yo también. Envíame un
mensaje de texto cuando estés en el avión, por favor. Si no te importa.
Asiento con la cabeza y él vuelve a meterse en el coche y se aleja.
Cuando me giro hacia el hotel, me detiene en seco la visión de la mujer más
hermosa que he visto en mi puta vida.
—No me mires así —espeta Belle, moviendo su dedo hacia mi rostro—. No
me des ese ardor sexy y asumas que te perdonaré por llegar tarde. Llevo
media hora hablando de trivialidades, señor ‘Quince minutos’.
Ella baja los escalones hacia mí. Su vestido color champán brilla en medio
de la iluminación ambiental, fluyendo sobre sus curvas como el agua. Su
cabello está recogido de un lado con deliciosas ondas cayendo sobre su
hombro.
—Eres una diosa —murmuro, agarrando su cintura y atrayéndola hacia mí.
Me deja besar sus labios y luego presiona un dedo en mi pecho.
—Entonces te condenaré.
—Considérame condenado.
Ella se inclina hacia atrás y entrecierra los ojos.
—No deberías verte tan feliz cuando estás en mala posición con una diosa.
—Tienes razón —le digo con toda seriedad—. Recuperar la buena
reputación es de suma importancia. Probablemente deberíamos irnos ahora
mismo para que pueda hacer todo lo humanamente posible para
complacerte.
Los ojos color avellana de Belle arden y su piel se ruboriza. Está claro que
ella quiere esto tanto como yo. Ambos hemos sido insaciables los últimos
dos meses. Belle estaba tan incómoda en el tercer trimestre del embarazo, y
luego fue la recuperación del parto una vez que nació Inessa, y luego las
noches de insomnio con el llanto de nuestra hija.
Recién estamos volviendo a un ritmo entre nosotros. Tenemos mucho que
arreglar.
Aun así, Belle me remolca hacia los escalones de la entrada del hotel.
—Habrá que esperar —decide ella—. Se vería mal si no mostraras tu apoyo
a Christo.
—Ha estado liderando a los griegos durante un año —le respondo,
acariciando su cuello por detrás. Huele a lavanda, le presiono un beso
contra su acelerado pulso—. Esta es solo la ceremonia formal para hacerlo
oficial. Él no nos extrañará.
Belle me aparta suavemente.
— ¿Realmente querrías arriesgar la paz que has creado por un polvo rápido
en el asiento trasero de un auto camino al aeropuerto?
—Eso es exactamente lo que quiero, sí.
Ella se ríe, incapaz de contenerlo. Luego pasa su brazo por el mío.
—Eres ridículo.
—Eres hermosa —le digo, pasando su mano por mi antebrazo.
—Eres incorregible —me susurra cuando nos acercamos a las puertas
principales.
El portero se cuadra, pero sus ojos se arrastran sobre Belle en su vestido por
un momento demasiado largo. Dejo caer su brazo y deslizo mi mano
alrededor de su cintura, tirando de ella con fuerza contra mi costado.
—Y tú eres mía.
Sus labios se presionan en un nudo apretado, luchando contra su sonrisa.
— ¿Lo soy? Creo que lo he olvidado. Tan pronto como termine la
ceremonia, tal vez puedas recordármelo. Desde atrás.
Me muerdo un nudillo.
— ¿Quieres la paz entre nosotros y los griegos, o no? Porque estoy
peligrosamente cerca de sacarte de aquí y hacerte hacer todos mis ruidos
favoritos.
Belle solo se ríe y me atrae hacia la multitud.

La niñera ya está en el avión cuando llegamos Belle y yo.


—Inessa cayó como un sueño —nos informa—. Seguro dormirá por unas
horas. Así que ahora que ustedes están aquí, yo también me iré a dormir,
¿les parece bien?
Belle le hace señas para que siga.
—Por supuesto. Ese es el beneficio de tomar un avión con habitaciones
privadas. En realidad podemos relajarnos.
—Porque no nos relajaremos lo suficiente en Islandia —digo y me río.
En todo el caos después de que Xena muriera y Christo se hiciera cargo,
Belle y yo nunca tuvimos una luna de miel formal. Entonces, ahora que
Inessa tiene la edad suficiente para viajar y permitirle a Belle un poco de
tiempo libre, nos dirigimos al mismo resort al que fuimos hace una vida.
Belle agradece a Brienne por su ayuda y luego comienza a prepararse para
el largo vuelo.
Mientras el avión despega, se cepilla el pelo y se lava la cara. Y tan pronto
como estamos en el aire, ella se cuela en el baño para cambiar su vestido
formal por un conjunto de dormir. Unos minutos más tarde, ella reaparece.
Los pantalones cortos ondean alrededor de sus muslos tonificados y el
escote en V desciende peligrosamente sobre su pecho. Me dijo que lo
compró porque era adecuado para lactar, pero en este momento parece
hecho especialmente para mí.
— ¿No te vas a cambiar? —me pregunta. Los asientos al otro lado del
pasillo se han reclinado para crear una cama de tamaño completo. Belle se
deja caer sobre ellos con un suspiro de satisfacción.
La miro por encima de mi bebida.
—No le veo mucho sentido.
Ella traga, pero se hace la tonta.
—Duerme con traje si quieres. Yo prefiero ponerme cómoda —dice y hace
un gran espectáculo al cubrirse con una manta y rodar alejándose de mí para
tumbarse de lado.
Ella está jugando a ser difícil de conseguir. Mi juego favorito.
Silenciosamente, dejo mi bebida a un lado y aflojo el nudo de mi corbata.
Lanzo mi chaqueta sobre el respaldo del asiento frente a mí. Prácticamente
puedo ver a Belle temblando de anticipación. Mientras me arrastro hacia el
espacio detrás de ella, instintivamente se arquea contra mí. Ella jadea
cuando siente mi erección contra su trasero.
—Estoy tratando de dormir, Nikolai.
Presiono un beso en la parte posterior de su cuello.
—Qué pena. Eres mía, ¿recuerdas?
—Pues esta esposa tuya se va a dormir.
Deslizo mi mano por su pierna y luego la tiro hacia mí, torciendo sus
caderas y abriendo sus piernas hacia mí. Mis dedos se deslizan entre sus
muslos y acarician la cálida curva de su sexo. Ella presiona suavemente mi
palma contra ella e inmediatamente retiro mi mano.
—Desabrocha mis pantalones —le siseo al oído.
Se da la vuelta para quedar frente a mí, con una ceja arqueada.
—Pensé que eras tú quien se suponía que debía complacerme.
—Dar un poco para recibir un poco, kiska.
Belle me mira por un momento antes de alcanzar mis pantalones y hacer lo
que le pido. Ella hace un trabajo rápido, empujando el material por mis
piernas y tirando de mi miembro para liberarlo. Sus manos son pequeñas y
cálidas, y bombeo suavemente contra su sedosa piel mientras gruño
profundamente en mi pecho.
—Ahora tócate —le digo.
Instantáneamente, Belle desliza su otra mano entre sus piernas y dentro de
sus pantalones cortos. Se acaricia a sí misma, igualando el ritmo con el
deslizamiento de su palma sobre mi polla. En poco tiempo, ambos estamos
impulsándonos al placer.
— ¿Quieres que yo te toque?
Sus ojos están vidriosos y desenfocados, pero asiente frenéticamente.
—Dime, Belle. Dilo.
—Sí —respira ella—. Quiero que me toques.
— ¿No te preocupa que alguien vea? —susurro, burlándome.
La azafata sabe bien que no debe molestarnos sin antes ser convocada. Y yo
no planeo convocarla pronto.
—No me importa. Que nos vean —gime y me frota rudo, arrancándome un
gemido de entre los labios—. Te necesito.
Deslizo mis dedos sobre su estómago y bajo, reemplazando su mano con la
mía.
—Estás tan mojada.
—Estoy lista para ti —acepta y levanta sus caderas, buscando la punta de
mi dedo dentro.
Empujo dentro de ella, acariciando y acurrucándome en su calor. Arquea la
espalda y deja que sus ojos se cierren. Agrego un segundo dedo y ella
comienza a igualar mis movimientos, montando mi mano al mismo ritmo
que yo muevo mis dedos hasta que se queda sin aliento.
Mientras tanto, Belle sigue acariciando mi polla. Es constante y firme,
impulsando mi deseo cada vez más alto hasta que me duele físicamente por
empujarme dentro de ella.
Leyendo mi mente, Belle abre los ojos.
—Quiero correrme contigo dentro de mí, Nikolai.
Tal vez en algún momento, me habría resistido al placer. Me habría
detenido y la habría forzado a correrse sobre mi mano antes de seguir
adelante. Pero así como esta mujer es mía, yo también soy de ella. Y no
quiero nada más que darle exactamente lo que quiere.
Me deslizo fuera de ella y nos quitamos la ropa restante rápidamente antes
de volver a caer juntos en la cama. Belle envuelve su mano alrededor de mi
cuello y atrae mi boca hacia sus carnosos labios, abriendo sus piernas para
mí. Me coloco entre sus suaves muslos y, centímetro a centímetro, me
presiono dentro de ella.
Cuando estoy completamente inmerso, Belle se balancea contra mí y gime.
—Dios, te siento tan dentro de mí. Quiero quedarme así para siempre.
Lentamente, me alejo por completo de ella antes de sumergirme de nuevo
con un empujón.
Belle grita.
—Dios, sí. Eso. Haz eso así para siempre. Por los siglos de los siglos.
Nunca pares.
Empujé dentro de ella una y otra vez. Cada vez, Belle se desmorona un
poco más.
Ella se aferra con sus uñas a mis omoplatos y presiona sus talones en mi
espalda baja. Gime y grita y jadea y todo es jodidamente perfecto.
Finalmente, la siento apretarse a mi alrededor con un gemido bajo.
—Ya me estoy corriendo —jadea, girando sus caderas contra las mías y
arqueando la espalda fuera de la cama.
Empujo dentro de ella hasta que se hunde de nuevo en el colchón, sus
brazos tirados perezosamente sobre su cabeza. Cuando abre los ojos, parece
borracha.
—Dios mío.
— ¿Estuvo bien? —Pregunto, aunque ya sé la respuesta.
—Increíble —dice, se inclina y me besa, su lengua se arremolina en mi
boca, sus dientes mordisquean mi labio inferior—. Me pregunto si alguna
vez me cansaré de eso.
Me alejo rápidamente.
— ¿Te preguntas?
Ella ríe.
—No quise decir eso. Solo quise decir…
No la dejo terminar. En un movimiento rápido, la giro sobre su estómago y
me agarro a sus caderas. Me pongo de rodillas detrás de ella y froto mi
punta contra su abertura.
—No tienes nada que demostrar —gime ella, moviendo las caderas frente a
mí.
—Al parecer, sí. Necesito recordarte a quién perteneces. A quien siempre
pertenecerás.
En un solo movimiento, me deslizo dentro de ella. Su espalda se arquea y
echa la cabeza hacia atrás en un grito.
—Nikolai.
Sonrío y paso mi mano por su espalda.
—Exactamente.
Epílogo Extendido al Pie
¿Quieres ver cómo Belle y Nikolai llevan a Elise a su residencia
universitaria, la reaparición de la madre de Belle y el nacimiento de los
gemelos Zhukova? ¡Echa un vistazo al exclusivo Epílogo Extendido!

HAZ CLIC AQUÍ PARA DESCARGARLO

También podría gustarte