Está en la página 1de 213

2

IMPORTANTE
Esta traducción fue realizada por un grupo de personas fanáticas de la lectura
de manera ABSOLUTAMENTE GRATUITA con el único propósito de
difundir el trabajo de las autoras a los lectores de habla hispana cuyos libros
difícilmente estarán en nuestro idioma.
Te recomendamos que si el libro y el autor te gustan dejes una reseña en las
páginas que existen para tal fin, esa es una de las mejores formas de apoyar a los
autores, del mismo modo te sugerimos que compres el libro si este llegara a salir
en español en tu país.
Lo más importante, somos un foro de lectura NO
COMERCIALIZAMOS LIBROS si te gusta nuestro trabajo no compartas
pantallazos en redes sociales, o subas al Wattpad o vendas este material.
¡Cuidémonos!

3
CRÉDITOS

Traducción
Mona

Corrección
Niki26

Diseño
Bruja_Luna_

4
ÍNDICE
IMPORTANTE ______________________ 3 12 _____________________________ 102
CRÉDITOS _________________________ 4 13 _____________________________ 105
SINOPSIS __________________________ 7 14 _____________________________ 121
1 ________________________________ 8 15 _____________________________ 126
2 _______________________________ 11 16 _____________________________ 133
3 _______________________________ 19 17 _____________________________ 138
4 _______________________________ 33 18 _____________________________ 149
5 _______________________________ 36 19 _____________________________ 163
6 _______________________________ 44 20 _____________________________ 183
7 _______________________________ 48 21 _____________________________ 191
8 _______________________________ 55 22 _____________________________ 198
9 _______________________________ 67 23 _____________________________ 204
10 ______________________________ 83 BARBARIAN ______________________ 211
11 ______________________________ 93 ACERCA DE LA AUTORA ____________ 212

5
BARTHOLOMEW

EMPIRE
LIBRO 1

PENELOPE SKY

6
SINOPSIS

C
on Roan fuera de juego, he tomado Croacia y Europa del Este. Ahora es
el momento de tomar Italia también.

Sólo necesito deshacerme del Rey Calavera.

Qué mejor manera de lograrlo que usando a su hija en su contra, que


casualmente vive aquí en París.

Pero mi problema se viene abajo en el momento en que pongo mis ojos en ella.

Ella es la solución perfecta a todos mis problemas. Todo lo que tengo que hacer
es poner un cuchillo en su garganta para conseguir lo que quiero. El Rey Calavera
cederá. Italia será mía.

Pero eso es lo último que quiero hacer.

Lo que realmente quiero hacer es hacerla mía.

¿Quién dice que no puedo tener ambas cosas?

Al menos hasta que descubra la verdad...

7
1
BARTHOLOMEW

L
os días se hicieron más largos. Las noches, más cortas.
Las nubes grises fueron sustituidas por el sol, y las tardes lluviosas
por coloridas flores. París volvió a cobrar vida, las luces de la Torre Eiffel
brillaban como una estrella en vez de como un faro entre la niebla.
Lo odiaba.
Me senté solo en el bar. Se vació poco después de mi llegada, bien porque a la
gente no le gustaba mi aspecto, bien porque era casi medianoche un martes. Mi vaso
medio lleno era mi compañía, junto con el camarero, que me lanzaba miradas de
preocupación. Yo era la única razón que tenía para mantener abierto el local, pero no
se atrevía a pedirme que me fuera.
Por fin llegó mi invitado.
Salió del frío y entró en el bar, con una camisa de manga larga y unos vaqueros
oscuros. Sus ojos brillantes encontraron los míos y, con una sutil mirada de fastidio,
se unió a mí en el bar.
Golpeé el mostrador con los nudillos.
—Otro para mi amigo.
El camarero se apresuró a ayudarnos, deslizando el vaso por el mostrador.
Le levanté el vaso.
—Por los viejos amigos.
Benton me sostuvo la mirada un segundo, antes de chocar su vaso contra el mío.
—Y viejos enemigos.
La comisura de mi boca se levantó con una sonrisa, y bebí.
Hizo lo mismo.

Hacía seis meses que no hablábamos, pero su vida había cambiado


sustancialmente. Ahora estaba casado y acababa de enterarse de que tenía un bebé
en camino.

8
Le felicitaría, pero me sonaba a existencia miserable.
—Mi invitación debe haberse perdido en el correo.
—Fuimos sólo nosotros tres.
—¿La dejaste embarazada a propósito, o...?
—Sí. —Benton me dirigió una mirada feroz—. Hay gente por ahí que piensa que
los niños son una bendición en lugar de una maldición.
—Definitivamente no soy una de esas personas.
—No me digas. —Bebió un trago—. ¿Cómo están las cosas en las Catacumbas?
—Rancias.
—¿Estamos hablando de la calidad del aire o de negocios?
—Las dos cosas. —Me llevé el vaso a los labios y bebí un trago.
—Me cuesta creer que el negocio se haya estancado con Roan fuera de juego.
Me volví hacia él, con una ceja ligeramente levantada.
—¿Cómo lo sabes?
—Bleu.
Estaba seguro de que Benton desaprobaba la elección de su hermano, pero no
me pidió que lo despidiera.
—Croacia no es un mercado tan grande.
—Sigues moviendo millones de libras a la semana.
—He oído que el Rey Calavera hace más.
Benton se puso rígido cuando oyó lo que había dicho.
—Esperaba que lo hubieras superado.
—Parece que no me conoces tan bien como pensaba.
—Tienes más que suficiente, Bartholomew.
—Hasta que no lo tenga todo, nunca será suficiente.
Benton me estudió, sus ojos azules mostraban todos sus pensamientos como
palabras en una página.
—Entiendo el subidón que sientes con cada conquista. Se desvanece... y
entonces necesitas otra. Cada bala que falla en tu corazón, cada cráneo que aplastas
bajo tu bota, te da algo que no puedes encontrar en ningún otro sitio. Pero nunca
arreglará el problema, Bartholomew. Nunca llenará ese agujero.

9
—¿Qué agujero? —pregunté, con los labios ligeramente curvados por la
diversión.
Benton me miró fijamente, negándose a decirlo.
Hice girar el vaso, observando cómo el licor giraba como el agua en un retrete.
—Los días del Rey Calavera son limitados.
—¿Y qué pasará cuando esté muerto? Simplemente habrá otro.
Eché la cabeza hacia atrás y bebí un trago antes de golpear el vaso contra el
mostrador.
—No si ocupo su lugar.

10
2
BARTHOLOMEW

F
rancia compartía frontera con Italia, pero la distancia entre ambos seguía
siendo infinita. Controlar un territorio tan lejano exigía una intensa
delegación y gestión. Yo estaba por la labor y dispuesto a matar a quien
se resistiera.
Pero necesitaba conocer a mi enemigo y eso requería investigación.
Requería espías.
Requería pagos masivos.
Entré en el salón, descalzo y con el torso desnudo, llevando pantalones de
chándal sin nada debajo porque acababa de terminar con mi puta favorita en el
dormitorio. Bleu estaba allí esperándome, con una jarra de agua helada y un vaso
colocados allí por mi mayordomo. También había una carpeta negra.
Tomé asiento en el sillón, con las rodillas muy separadas y el sudor aún en la
espalda, que manchaba el sillón de cuero.
Bleu no me miró directamente, como si quisiera respetar mi intimidad
ignorando el sexo que llevaba escrito.
Recogí un puro de la cazoleta y lo encendí, el humo se elevó directamente hacia
el techo. Me hundí en el sillón con el codo apoyado en el reposabrazos.
—¿Has venido aquí por alguna razón?
Tomó un puro para él, probablemente para tapar el hedor que había traído a la
habitación.
—Pude reunir muy poca información. Su equipo es bastante unido.
—Pero todo hombre tiene una debilidad. Esposa. Hijo. Alergia mortal... algo.
—No tiene esposa. Y no tiene historial médico, lo que me dice que sus lazos con
el hampa preceden a su nacimiento.
Así que este tipo no se andaba con juegos.
—Pero…
—Ooh... me gusta como suena eso.
—Tiene un par de hijas.

11
—Esto se acaba de poner interesante. —Apoyé el brazo, el humo subiendo
hasta el techo y haciendo que mi salón oliera como una vieja chimenea.
—Una está con él. Una de la que ha estado distanciado durante siete años. No
han hablado ni una vez.
Ahora sí que despertó mi interés.
—Eso suena prometedor.
—No estoy seguro de si ella será de mucha utilidad para nosotros. Si no hablan,
¿podemos usarla como ventaja?
—Depende de por qué dejaron de hablar.
Bleu respondió a la pregunta no formulada.
—No tengo ni idea. Me enteré de su existencia por casualidad. Realmente la
borró de su vida, como si no quisiera que nadie supiera que existe.
Eché otra nube de humo por la boca.
—¿Dónde está ahora?
Me entregó la carpeta negra.
—En París, en realidad.
—No me digas... —Abrí la carpeta y encontré una foto grande. Era una mujer
joven, de cabello castaño oscuro y piel que parecía aceite de oliva. Podía saborearlo
en la lengua mientras la miraba. Sus ojos eran del color del café expreso con una
porción de crema en el centro. Labios carnosos como nubes, pintados de rosa
apagado.
—Es una compradora personal. Tiene muchos clientes de alto nivel.
—¿O sea como que hace compras para la gente?
—Sí.
Pasé la página y encontré otra foto. Era una foto de cuerpo entero, saliendo de
una cafetería con un café en la mano. Llevaba un vestido de manga larga, botas hasta
la rodilla y un bolso colgando del codo. No lo decía a menudo, pero lo dije ahora.
—Joder.
—Tiene una oficina en la ciudad.
Ojeé más fotos, cada vez más impresionado con cada imagen.
—Tendré que darme una vuelta por ahí.
—¿Debería reunir al equipo? —preguntó—. Podemos tomarla cuando salga de
su oficina.

12
—Es posible que la estén vigilando. Los hombres italianos no suelen abandonar
a su familia. No de verdad, al menos. —Cerré la carpeta—. Me pasaré por allí. A ver
qué encuentro.

Me senté en mi coche al otro lado de la calle.


Su pequeña oficina estaba encajonada entre una tienda de ropa y una cafetería.
A través del escaparate podía ver zapatos de hombre y mujer, bolsos y carteras.
También había ropa. Chaquetas, porque todavía hacía un poco de frío, pero también
algo más ligero, porque se acercaban los meses cálidos.
Estuve allí sentado dos horas y, por lo que pude ver, nadie la vigilaba.
Estaba completamente sola.
Crucé la calle y miré a través del cristal antes de entrar.
Estaba de pie junto al mostrador, con el teléfono pegado a la oreja mientras
garabateaba notas en un bloc. Llevaba un jersey que sólo le cubría un hombro y
llevaba el cabello suelto sobre la piel descubierta. Cuando entré, sonó un timbre
silencioso y ella siguió hablando como si no se hubiera dado cuenta de que yo estaba
allí.
—Entendido. —Continuó con sus notas—. Cynthia. Cynthia, escúchame, ¿de
acuerdo? —dijo con una nota de humor en su voz—. ¿Cuánto tiempo has estado
acudiendo a mí? Mucho tiempo, ¿verdad? Porque sabes que sé lo que hago. Sé cómo
hacer rogar a un hombre. Y créeme, ese pedazo de mierda de ex-marido tuyo se va
a tragar la lengua cuando te vea. Ven el próximo martes y te enseñaré lo que tengo.
Adiós, chica. —Finalizó la llamada, terminó sus notas y me miró.
Su vibrante humor se desvaneció en cuanto sus ojos se posaron en mí. Parecía
un ciervo atrapado en los faros, sin saber qué hacer al verme. Había algo en mi
aspecto que la inquietaba. Llevaba mi chaqueta de cuero y mis botas, así que no
encajaba exactamente con sus vestidos y bolsos de diseño.
Rodeó el mostrador y se acercó a mí, midiéndome como si tomara mis medidas
mentalmente.
—Déjame adivinar. Tu mujer te ha echado y esto es todo lo que tienes. —
Llevaba vaqueros claros y zapatos de tacón, y olía como un jardín de rosas. Me miró
de arriba abajo, con los brazos cruzados sobre el pecho.
—No estoy casado.
—¿Ya no lo estás, o...?

13
Sus ojos eran como imanes. No podía dejar de mirarlos. Tenían un aspecto
ahumado, sus pestañas espesas y oscuras complementaban a la perfección el color
natural de sus ojos. Había algo más, pero no podía precisarlo.
—Nunca he estado casado.
—Entonces... ¿qué pasa con el atuendo?
Me he metido en muchas situaciones serias, pero nunca me habían
desconcertado así. Mis cejas cayeron sobre mis ojos. Podía sentir lo confundido que
parecía.
—¿Qué tiene de malo?
—Bueno, es pleno día, y parece que estás a punto de ir al club. Por eso te
pregunté si estabas casado. Tal vez saliste tarde anoche y volviste a casa con todas
tus cosas quemadas en la chimenea. No es la primera vez que pasa... —Volvió a
mirarme de arriba abajo, con los brazos aun apretando su estrecha cintura—. Ese tipo
de cosas me pasan a menudo. Nadie aprecia más a una mujer que un hombre recién
divorciado que se da cuenta de lo mucho que ella hizo por él sólo cuando ella ya no
está. Ni siquiera sabe elegir su propia ropa.
Era difícil no mirarla a la cara. Esos ojos. Esa confianza. La parte delantera de
su jersey estaba ligeramente metida dentro de sus vaqueros, así que pude ver sus
caderas. Caderas de mujer. Nunca nadie me había hablado así, pero imaginé que si
supiera quién era yo, seguiría hablándome así.
Estaba jodidamente intrigado.
—Déjame tomar tus medidas. Partiremos de ahí. —Se dio la vuelta y se dirigió
al mostrador para recoger su cinta métrica.
Quizá fueran los vaqueros, pero esta mujer tenía un culo que nunca olvidaría.
Volvió hacia mí y empezó por mi brazo, midiendo la longitud desde el hombro
hasta la muñeca. Luego comprobó el grosor envolviéndome el bíceps con la cinta.
Comprobó mis hombros, mi espalda y la longitud de mi torso.
Luego se puso de rodillas.
Justo delante de mí.
Enrolló la cinta alrededor de uno de mis muslos.
La miré fijamente, imaginándola, bajándome los vaqueros tan rápido como
podía para poder comerme la polla.
Me midió la entrepierna. Sí, la entrepierna. De repente, los vaqueros me
quedaban un poco más ajustados. Estaba seguro de que se había dado cuenta y
esperaba que así fuera.

14
Y volvió a ponerse en pie.
—¿A qué te dedicas? —Su cabello cayó ligeramente hacia atrás cuando se
enderezó. Tenía los hombros erguidos, el estómago tenso y la columna recta.
Me perdí en sus rasgos mientras intentaba pensar en una respuesta. Bueno, una
apropiada, al menos. Yo era un tipo directo, que decía la verdad a la gente con
contundencia.
—Ventas farmacéuticas.
—Así que necesitarás un par de camisas de vestir y pantalones para el trabajo,
y luego algo de ropa informal. Ya sabes, para no parecer Terminator. —Sus labios se
dibujaron en una sonrisa y sus ojos se iluminaron un poco.
Creo que me estaba tomando el pelo.
Volvió a su lugar detrás del calendario e hizo algunas anotaciones.
—Creo que puedo tenerlo todo en una semana. Ofrezco entrega gratuita, así
que puedo dejarlo en tu casa. —Me miró con ojos expectantes.
¿Dejar que el enemigo vea dónde vivo? Claro, ¿por qué no?
—Eso sería conveniente.
Agarró un bolígrafo y escribió mi dirección.
—Gracias por la confianza. Tendré toda la ropa hecha a tu medida, así que te
va a encantar todo lo que elija para ti.
Tiraría esa mierda al armario y no la volvería a mirar.
—¿Tu nombre?
—Laura. ¿Y tú?
—Bartholomew.
—Vaya, es un nombre muy inusual.
—Nos vemos la semana que viene, Laura. —Salí de la tienda y me dirigí a la
acera, con los movimientos ligeramente entorpecidos por la enorme erección de mis
pantalones.

Había pasado una semana y estaba sentado en el sofá de mi salón, sólo con el
pantalón de chándal, esperando a que llegara mi invitada con la estúpida ropa que
nunca me pondría. Nunca me había puesto pantalones en mi vida. Incluso en los

15
eventos de etiqueta, me ponía lo que me daba la puta gana. Y si alguna vez tocaba
una camisa de cuello, era porque estaba estrangulando a alguien con ella.
Uno de mis hombres entró en la habitación.
—Ella ha llegado, señor.
Le hice una seña con la cabeza. En la televisión daban las noticias. La noticia de
esta noche era sobre un tiroteo que había tenido lugar en un mal barrio. Había cocaína
esparcida por la calle, como si las balas hubieran atravesado los ladrillos. La policía
estaba en el lugar, lo registrarían todo como prueba, pero, por supuesto, nunca
llevaría a ninguna parte. Tampoco había testigos, porque los había matado a todos.
Los imbéciles pensaban que podían vender mi producto a un precio más alto y montar
su propio negocio.
Perra, por favor.
Apagué el televisor.
Los tacones resonaban al otro lado de la planta, así que supe que Laura y mi
mayordomo habían salido del ascensor.
Un momento después, salieron, Laura llevando varios conjuntos en perchas con
una funda protectora.
—Entrega especial. —Su voz era tan alegre como esas tetas.
Me puse en pie y me acerqué a ella, estudiando su reacción ante mi pecho
desnudo.
Sus ojos seguían fijos en mí, como desafiándome.
Pasó un rato de silencio entre nosotros.
Finalmente le quité la ropa de las manos.
—Gracias.
Mi mayordomo las agarró inmediatamente y las llevó a mi dormitorio.
—¿Cuánto te debo?
—¿No quieres probártelos primero?
¿Por qué? Iba a dejarlos en un centro de donación.
—Confío en ti. —Recogí el talonario de la mesa, anoté el total con una generosa
propina y se lo entregué.
No comprobó el importe antes de embolsárselo.
—Gracias, Bartholomew.

16
Me gustaba cómo decía mi nombre, pronunciando cada sílaba como si
intentara memorizarlo y hacerlo bien.
Podría ayudarla con eso en mi habitación ahora mismo.
—Ya sabes dónde encontrarme.
Se quedó mirando.
Me quedé mirando.
No estaba seguro de lo que esperaba que pasara. La quería en mi dormitorio,
sus muslos exuberantes apretando mis caderas, sus tobillos bloqueados justo encima
de mi culo, sus uñas enterradas profundamente en mi espalda mientras decían mi
nombre una y otra vez...
Pero no sabía cómo conseguirlo.
No era una puta, así que no podía pagarle.
Y era mi enemiga, así que era un poco complicado.
Bleu apareció de otra habitación.
—Bartholomew. —No dijo nada más delante de Laura y se marchó.
Lo miró y luego se volvió hacia mí.
—Buenas noches. —Se dio la vuelta y regresó por donde había venido, con su
culo lleno y ceñido a los vaqueros, sobre todo con aquellos zapatos de tacón.
Me quedé mirando el pasillo hasta que oí el ligero zumbido del ascensor.
Se había ido.
Entré en el salón donde me esperaba Bleu.
—Rick acaba de llamar. Tienen una situación en los muelles.
—¿Qué tipo de situación? —pregunté con calma, aun pensando en el coño.
—Los policías están patrullando el muelle, y tenemos una entrega esta noche.
Solté un suspiro.
—La policía no suele interferir a menos que lo hagamos público.
—Supongo que tienen un nuevo jefe. Muy estricto con el crimen, especialmente
con las drogas. Aparentemente, su hijo murió de una sobredosis.
Puse los ojos en blanco.
—Sólo los idiotas mueren por sobredosis, y si no quiere unirse a su hijo, mejor
que se retire. No me gusta matar policías, pero masacraré a todos y cada uno de ellos
si me obligan.

17
—Lo sé.
Me paseé por el salón, pensando en el trabajo y no en el coño.
—Dile a Rick que cambie de puerto. Resolveremos el resto.
—Entendido —dijo Bleu—. ¿Y qué pasa con la chica? Ahora sería un buen
momento para captarla.
Había entrado en mi guarida sin protección. Ni siquiera tenía que sacarla de la
calle o colarme en su apartamento y drogarla. Podía mantenerla prisionera hasta que
estuviera listo para usarla.
Pero no hice ninguna de esas cosas.
—Déjala ir —dije—. Quiero divertirme con ella primero.

18
3
BARTHOLOMEW

U
nos días después, volví a su pequeña tienda.
Como la última vez, estaba al teléfono.
—Sabía que te gustaría esa americana. El acolchado en los
hombros es discreto, pero cumple su función. Te traeré algunas más en otros colores.
Gracias, Brian. —Terminó y levantó la barbilla para mirarme.
Sin alegría. Ni brillo en sus ojos. De hecho, parecía disgustada de verme.
—¿Había algo mal con la ropa?
—No. —Volvía a mi atuendo habitual, vaqueros oscuros y botas con una
camiseta negra de manga larga. Había cosas peores que ser llamado Terminator. De
hecho, era una comparación bastante acertada. Si ella supiera...
Me acerqué al mostrador, viendo cómo sus ojos estaban ahora cautelosos.
—Entonces, ¿cómo puedo ayudarle? —Tono cortante. Expresión cautelosa.
Reconocía a una mujer enfadada cuando la veía.
—Vamos a tomar algo. —Era última hora de la mañana, muy pasada mi hora de
acostarme, y la única bebida apropiada para ese momento era el café, cuando yo
prefería algo más fuerte. Algo me decía que la respuesta sería no, pero invitarla a
salir era mi agenda y me atuve a ella.
—No.
Esperé una explicación. No llegó ninguna. Sólo un no rotundo.
Interesante.
—¿Puedo preguntar por qué?
—¿Importa? No significa no. ¿No lo entiendes?
Maldita sea, esta mujer podía hervir.
—Lo entiendo. Pero este no es a medias.
—No —dijo ella fríamente—. Es firme.
—Qué interesante. ¿Siempre te arrodillas ante la polla de un hombre cuando le
tomas las medidas? Porque pensé que yo era especial.
La hostilidad en su mirada parpadeó. Era sutil y rápida, pero estaba ahí.

19
—Sé que estabas ligando conmigo, cariño. No es mi primer rodeo.
—No te hagas el dulce.
—Entonces no me la pongas dura sólo por diversión.
—No lo hice por diversión...
—Lo hiciste para investigar, y seguro que te gustó lo que viste.
Ella mantuvo la mirada, los hombros hacia atrás, la mirada feroz.
Jesucristo, quería follarme a esta mujer.
—Vamos por esa bebida.
Tardó un momento en redactar su respuesta.
—La respuesta sigue siendo no.
Todo era calor y diversión coqueta hasta que ella vino a mi apartamento. Eso
era lo único que había cambiado. ¿La intimidaba mi riqueza? Me costaba creer que
algo intimidara a esta mujer.
—¿Por qué?
Se puso rígida lentamente, como si enderezara la columna en previsión de un
ataque.
—Sé lo que eres.
Parpadeé mientras procesaba la afirmación.
Sus manos permanecían sobre la encimera, cerca del bolígrafo por si
necesitaba cogerlo y pincharme en el ojo.
El calor entre nosotros se convirtió de repente en tensión.
—¿Y qué es eso? —pregunté finalmente.
Sus ojos iban y venían entre los míos.
—Un criminal.
Las comisuras de mis labios se levantaron ligeramente.
—¿Qué me delató?
—Los hombres. Las armas.
Habían sido discretos, pero ella era demasiado observadora.
—No soy el tipo de criminal que hace daño a la gente.
—Sólo los que se cruzan con ellos, ¿verdad? —preguntó fríamente—. Como te
estoy cruzando ahora mismo.

20
Entrecerré los ojos.
—Y definitivamente no lastimo a las mujeres.
Para ser alguien que tenía miedo, no lo parecía.
—No eres mi tipo, así que vete.
—Entonces te deben gustar las mujeres porque soy el tipo de toda mujer.
—Vaya. —Soltó una risa forzada—. Simplemente no salgo con criminales.
—Entonces no salgas conmigo.
Me sostuvo la mirada, con esa innegable atracción chisporroteando entre
nosotros.
—Sabes lo que quieres de mí. Lo mismo que yo quiero de ti.
—¿Y eso es…?
Lo dije sin rodeos, sin suavizar los bordes.
—Follar.
Ahora, rompió el contacto visual por completo, como si mi intensidad fuera
demasiado para ella.
—En la boca. En el culo. Entre tus tetas. Donde me quepa.
Ella mantuvo la mirada apartada, pero la respiración profunda que tomó mostró
su mano.
—No quiero involucrarme con alguien como tú. —Tuvo que forzarse a decirlo,
anular los impulsos naturales que gritaban dentro de su cuerpo.
—Entonces no te involucres. Una noche. Eso es todo.
Sus ojos se movieron hacia mí.
—Puedes volver a follarte a tus aburridos idiotas de nueve a cinco, mañana.
Permaneció callada, con los dedos cerca del bolígrafo que tenía sobre la
encimera. A lo largo de la conversación, había movido discretamente la mano, cada
vez más cerca, como si pensara que no me daría cuenta. Ahora estaba lo bastante
cerca como para alcanzarla y clavármela en el cuello, pero no se molestó.
—Una noche.
Mi polla batió un récord, se puso dura tan rápido.
—Lo digo en serio.
—Una noche es todo lo que necesito, cariño.
—Y no me llames así. Si no, te daré una bofetada.

21
—¿Se supone que eso debe disuadirme? —pregunté, dedicándole una sonrisa
parcial—. Te veré a las ocho.
—¿Dónde?
—Tu lugar.
—¿Sabes dónde vivo?
Le dediqué una sonrisa antes de darme la vuelta para salir.
—Soy un criminal, ¿no?

Vivía en un apartamento modesto. Estaba en una zona decente de París, pero


el edificio era viejo y destartalado, e imaginé que se trataba de un espacio de una
habitación de menos de cuatrocientos pies cuadrados. Para ser hija de un
multimillonario, vivía en la miseria. Eso me decía que vivía por su cuenta, sin recurrir
a las tarjetas de crédito de papá para mantenerse a flote.
Yo respetaba a una mujer independiente.
Me excitó un poco, la verdad.
Llamé a su puerta con las botas militares que no le gustaban y la chaqueta de
cuero que me hacía parecer un asesino despiadado. Se burló de mis elecciones de
moda, pero seguía queriendo follar conmigo, así que supuse que no era tan malo.
—Está abierto.
Entré y vi un pequeño apartamento en el que todo estaba muy junto. Había una
pequeña cocina con una isla, y en el salón había un solo sofá frente a un televisor en
un centro de entretenimiento. En el suelo de madera había una alfombra de color rojo
intenso y, al fondo, vi la puerta que daba al cuarto de baño. Su dormitorio debía de
ser la otra puerta.
Era pequeño, pero su gusto decorativo lo hacía acogedor. Hacía juego con su
ropa, atrevida pero elegante.
Se paró en la cocina y descorchó una botella de vino.
Sólo llevaba una brillante bata negra ceñida a la cintura. Se llevó la copa a los
labios y bebió un trago. Sus ojos me miraban desde el otro lado de la habitación. Eran
ahumados, con sombra de ojos oscura y gruesas pestañas. Esta vez llevaba el cabello
liso, que le llegaba por los hombros hasta los pechos. Cuando terminó de beber, su
pintalabios rojo dejó una mancha.
Me encantaban las manchas de pintalabios, pero no en las copas.

22
Llevó las copas al sofá y se sentó, con las piernas cruzadas y la bata subiendo
un poco más por sus sensuales piernas. De algún modo, aquella bata era más sexy
que la lencería.
Tomé asiento a su lado y cogí el vaso que me ofrecía.
—Tienes un bonito lugar.
—¿Ah, sí? —me preguntó, dándose cuenta de mi palabrería.
—Lo digo en serio.
—Mi apartamento es probablemente del tamaño de tu armario.
—Y sería una mierda sin tu gusto.
Se calmó ante mi franqueza y bebió un trago.
—Algo que deberías saber de mí... siempre te lo diré sin rodeos.
—No me importa tu honestidad. Sólo espero que me des otras cosas
directamente...
Bebí otro trago mientras la miraba, una mujer tanto más impresionante cuanto
que era despiadada. Sus ojos eran feroces. Su boca era brutal. Nunca había conocido
a otra mujer como ella. Camille era diferente de otras mujeres, pero no tenía ese
fuego. Infiernos... esa era una mejor descripción.
—Lo haré.
Mi brazo se movió sobre el respaldo del sofá y me puse cómodo, con las
rodillas bien separadas, mirándola a mi lado.
Sus ojos se clavaron en los míos, manteniendo su apariencia de confianza para
enmascarar su inquietud. Estaba nerviosa, el corazón le latía con fuerza bajo la fina
bata. Lo notaba en su respiración. Su pecho la delataba.
Mi mano alcanzó su rodilla, suave contra mis dedos callosos. Mis dedos se
hundieron en el interior de su rodilla, sintiendo la carne más suave que jamás había
conocido. Dejé caer los ojos en mis movimientos porque el simple contacto era
totalmente embriagador. Subí lentamente, abriendo la bata con los dedos cuanto más
subía por su muslo. La piel olivácea era tan delicada como los pétalos de rosa. Fui
subiendo hasta llegar al vértice de sus muslos.
Mis dedos se encontraron con el satén de unas bragas negras.
Me encantaba el negro.
Mi pulgar encontró su nódulo y lo apreté como un botón.

23
Su respuesta fue inmediata, aspirando un aliento muy necesario. Su cabeza
también se inclinó ligeramente hacia atrás y una de sus rodillas se apartó, dejándome
más espacio para seguir tocándola.
Acepté la invitación y la toqué con más fuerza.
Su respiración se hizo lentamente más profunda y su piel se sonrojó de un
hermoso color rosa.
Mi mano se deslizó hasta su nuca antes de que mis dedos acariciaran aquel
lustroso cabello. Me acerqué lentamente y mis labios se posaron en esas nubes rosas.
Mientras mis dedos se introducían en sus bragas, la besé, imaginando aquel carmín
rojo en toda mi boca.
Su palma tocó mi mejilla y profundizó el beso con un remolino de su lengua
perfecta. Era la cantidad justa de aliento, la cantidad justa de jadeo desesperado. Sus
dedos se clavaron en mi pelo corto y empezó a apretarme los dedos.
No tenía miedo de mostrar a un hombre lo que quería, y eso me encantaba.
Mis dedos abandonaron su sexo dolorido y subí hasta encontrar el lazo que
había atado a la parte delantera de su bata. Mis dedos agarraron los extremos de
satén y tiraron lentamente. Su beso era exquisito, pero yo quería ver lo que había
debajo de la bata.
Mis ojos se posaron en un vientre plano con un bonito piercing en el ombligo.
Levanté la vista y vi las tetas más turgentes y sexys que jamás había visto.
—Joder, eres perfecta. —Mi mano se posó sobre su vientre y subió lentamente,
empujando entre sus turgentes tetas hasta que agarré una con mi mano desnuda.
Mis labios se posaron en su cuello y la besé mientras le apretaba una teta con
la mano, sintiendo la suavidad flexible y acariciando el duro pezón con el pulgar. Mis
labios se deslizaron hacia abajo, saboreando aquella piel deliciosa por todas partes,
metiéndome aquella teta en la boca lo más rápido que podía.
Joder, esta mujer era fuego.
Ahora era mía. Mi cuerpo estaba encima del suyo y la besé por todas partes.
Su cuello, su mandíbula, su clavícula. Ambos pezones visitaron mi boca y se
humedecieron con mi lengua. Mis besos se movieron en el valle entre sus tetas. Besé
su vientre apretado y luego pasé la lengua por el brillante piercing de su ombligo. Mi
pulgar se enganchó en sus bragas y ella levantó las caderas para que pudiera
deslizarlas por sus largas piernas.
No comía coños a menudo, pero joder, no me iba a ir hasta probar el suyo.
Madre de Dios.

24
Mi boca se selló sobre su calor y me di un festín, saboreando un coño atrevido
como el vino pero dulce como las fresas. La combinación creó un agradable sabor en
mi lengua. Tenía los brazos enganchados bajo sus muslos mientras la sujetaba por la
espalda, de rodillas sobre la alfombra, escuchando a aquella mujer gemir y clavarme
las uñas en los antebrazos.
Sus tobillos se bloquearon detrás de mi cabeza y apretó su cuerpo contra mí,
deseando que me la comiera viva.
Con mucho gusto, cariño.
Me concentré en su clítoris y seguí girando, seguí presionando, seguí metiendo
la lengua hasta que empezó a estremecerse.
¿Era gritona o llorona? Estaba a punto de averiguarlo.
Sus caderas se agitaban contra mi cara mientras se retorcía en el sofá, sus
gemidos atravesaban las finas paredes e invadían la cena de sus vecinos. Su voz grave
se volvió aguda, alcanzó un crescendo y entonces se corrió.
A gritos.
Me puse en pie y la levanté conmigo, listo para mi turno. Entré en su dormitorio
y encontré la cama de matrimonio contra la pared. La dejé caer sobre la cama y
retrocedí, quitándome la chaqueta porque en aquel momento me parecía un poncho.
Se acercó al borde de la cama y trabajó mis vaqueros con manos ansiosas.
Me subí la camiseta por la cabeza mientras ella me bajaba los vaqueros y los
calzoncillos. Los zapatos fueron lo último, porque había que aflojar los cordones antes
de soltarlos. Los aparté de un puntapié y la miré fijamente, directamente a la polla
con la que se burlaba.
Chasqueé los dedos mientras bajaba la mano, ordenándole que se arrodillara.
En otro contexto, probablemente me habría dado una bofetada, pero ella
parecía deseosa de complacerme después de que yo la hubiera complacido tanto.
Se puso de rodillas, con su sexy culo apoyado en la parte trasera de los tobillos,
y me agarró los muslos mientras acercaba los labios para besarme justo en la cabeza.
Entonces su lengua se arremolinó. Un suspiro. Su lengua se aplastó y descendió,
empujando mi enorme polla hasta el fondo de su garganta.
Mi mano se hundió en aquel espeso vello y empujé hasta que no hubo más
remedio.
Pude notar cómo se retorcía, como si quisiera tener arcadas, pero estaba claro
que era una profesional porque mantuvo la compostura.

25
Esa misma imagen había pasado por mi mente cuando me tomó las medidas en
su despacho, pero la realidad era mejor que cualquier fantasía. Sus ojos estaban fijos
en mí mientras acercaba su boca a la punta de mi polla y volvía a empujar, llenando
su garganta con su enorme polla. Siguió haciéndolo una y otra vez, despacio y sin
pausa, tomándose su tiempo para disfrutarlo en lugar de correr para excitarme.
Deslicé la mano hasta su mejilla y le acuné la cara, hundiendo las puntas de los
dedos en su hermoso pelo. Su piel era tan suave que sentí que le apretaba el cuello
con más fuerza de la debida. Desnudo en todo mi esplendor, como un dios sobre una
sacerdotisa de templo, le follé la boca hasta que la saliva se acumuló en las comisuras
y goteó por su barbilla.
Estaba claro que había mordido más de lo que podía masticar, pero aun así le
gustaba.
Su boca era genial, pero su coño era mejor.
Saqué mi polla de su boca, una línea de saliva se extendía entre su boca y mi
polla.
Luego se puso de pie en la cama y retrocedió hacia el cabecero.
Mis rodillas chocaron con el colchón y subí, cubriendo aquel cuerpo sexy con
el mío. Mis muslos separaron sus rodillas y nos corrimos juntos, sus tetas contra mi
pecho y sus manos en mi espalda.
Mi polla se metió en su entrada.
—¿De verdad crees que voy a dejar que me folles sin protección? —preguntó
ella, que seguía siendo una fiera incluso cuando tenía la cabeza en las nubes—. Sé
dónde han estado hombres como tú.
Hasta las pelotas de putas.
Mis chicas estaban controladas y yo también, pero no iba a matar el ambiente
con una discusión. Agarré el condón de su mesita de noche, lo enrollé hasta el tope y
me hundí.
Las sensaciones estaban adormecidas por el látex que había entre nosotros,
pero cuanto más profundizaba, mejor me sentía. Estaba tan apretada que
compensaba la sensación de reducción. Y nada podía impedirme sentir lo mojada
que estaba. Un clímax no era suficiente. Esta mujer estaba ávida de más.
Empujé profundo y fuerte, haciéndola jadear de inmediato. El cabecero se
balanceó contra la pared, los resortes de mierda del colchón chirriaron y ella gimió
contra mi oído mientras sus tobillos se enganchaban a mi cintura. Sus uñas se clavaron
en mi espalda y gimió de placer, balanceando las caderas contra mí, disfrutando de
cómo la clavaba como a una puta.

26
Entonces dijo algo que me desconcertó.
—Más fuerte.
¿Como si esto no fuera lo suficientemente duro?
Yo era un asesino en la calle, pero un caballero en la cama, así que accedí.
Cada vez que empujaba dentro de ella, aterrizaba contra su clítoris, golpeando ese
botón como si accionara una bomba nuclear. Su respiración se hizo más profunda y
sus uñas se afilaron. Cuando sus muslos empezaron a apretarme y su respiración se
entrecortó, supe que le estaba dando exactamente lo que quería.
Mis labios se acercaron a su oreja.
—¿Suficientemente duro para ti?
Su cuerpo se convulsionó, sus uñas se arrastraron por mi espalda, sus gemidos
se convirtieron en gritos. Se desgarró debajo de mí, el clímax más largo jamás
registrado.
Su cabeza golpeó la almohada y la inclinó hacia el cabecero, con nuevas
lágrimas perdiéndose a un lado de su oído.
El deseo de liberarme se apoderó de mí, así que la penetré con fuerza,
alcanzando un clímax tan bueno que me hizo arder la piel. Llené el látex pero fingí
que bombeaba dentro de ella, dándole a esta hermosa mujer una carga que gotearía
por sus piernas en cuanto se pusiera en pie. Nuestros orgasmos se sincronizaron
durante unos instantes, nuestros gemidos y gritos se mezclaron en una banda sonora
erótica. Luego acabé solo, enterrado en lo más profundo de un coño exquisito.
Joder, eso estuvo bien.
Rodé y deseché el condón antes de ponerme otro.
Los ojos cansados de Laura se endurecieron de repente cuando vio que yo
estaba listo para ir otra vez... ya.
—Es tu turno, cariño. —Me di una palmada en el muslo—. Muéstrame lo que
puedes hacer.

Permanecimos en silencio durante mucho tiempo.


Ambos necesitábamos un descanso.
Era un super soldado, pero seguía siendo humano.
Estaba tumbada a mi lado, con las sábanas al borde de la cama. Su hermoso
cuerpo estaba a la vista, con una pequeña barriga y grandes tetas. Sus largas piernas

27
estaban tonificadas, como si todo ese tiempo caminando con zapatillas hubiera
cincelado su ya sexy cuerpo.
Debió de fijarse también en detalles de mi cuerpo, porque me miró fijamente
todo el rato.
Ahora era mi oportunidad de tener una charla de almohada.
—¿Vas a trabajar mañana?
—De ninguna manera. Una de las cosas buenas de ser tu propio jefe.
Era aún más agradable ser el jefe de un imperio. Mi teléfono estaba en silencio,
porque podía hacer lo que me diera la puta gana.
—No pareces cansado.
—Trabajo de noche.
Su mano se deslizó por las sábanas hacia mí hasta que las yemas de sus dedos
se apoyaron en la cicatriz de mi estómago.
—¿Te dispararon?
Conocía sus cicatrices.
—Sí.
—¿Te lo merecías?
La comisura de mi boca se levantó en una sonrisa.
—Cien por ciento.
—¿Mataste al hombre que te hizo esto?
—No. —Deseaba tener un cigarro ahora mismo. También una copa en la
mesilla.
—Entonces debe ser tu amigo.
—No tengo amigos. Pero si los tuviera... él sería uno de ellos.
Sus dedos siguieron acariciando mi cicatriz.
—¿Vas a ponerte alguna vez la ropa que te elegí?
Me encogí ligeramente de hombros.
—¿Así que la única razón por la que entraste en mi tienda fue para follarme?
No es la única razón.
—¿Por qué si no iba a dejar que me insultaras?

28
—No te he insultado —dijo con una sonrisa—. Sólo intentaba darte algunos
consejos.
—Te gustó mi aspecto, así que quizá no necesite ningún consejo.
—Touché. —Su mano subió hasta mi duro pecho, trazando los detalles de mi
cuerpo.
—¿Has vivido en París toda su vida?
—No.
—Lo sé por tu acento.
—¿Entonces por qué lo preguntas?
La comisura de mis labios volvió a esbozar una sonrisa.
—¿De dónde eres?
—Florencia.
—La cuna del Renacimiento. Me recuerdas a esas pinturas.
—¿Aquellas en las que las mujeres están tumbadas en sofás con las tetas al aire?
—Exactamente.
Soltó una pequeña carcajada, y el sonido fue agradable.
—Tomaré eso como un cumplido.
—Deberías. —La miré fijamente a mi lado, adorando esas caderas tan sexys.
Tenía una figura de reloj de arena. Increíble. Sentí que mi polla empezaba a
endurecerse después de su indulto—. ¿Tu familia se mudó aquí contigo?
Sin inmutarse en absoluto, respondió a la pregunta.
—No.
—Entonces, ¿tus padres siguen en Italia?
—Mi madre no.
—¿Dónde está?
—Muerta. —Lo dijo sin emoción, como si no pudiera importarle menos. O era
sólo una fachada para enmascarar su dolor insoportable.
—Lo siento. —Nunca había tenido padres, así que nunca pude entender
realmente la pérdida—. Al menos tienes a tu padre.
—Ja. —Soltó una risa sarcástica—. La verdad es que no.
Ahora estaba justo donde quería.

29
—¿No se llevan bien?
—No hablamos.
—¿Desde cuándo?
—Siete años.
—Lo siento.
Sus ojos seguían duros, completamente insensibles.
—¿Puedo preguntar por qué?
Sus ojos permanecían fijos, como si se hubiera desconectado durante nuestra
conversación.
—Es un idiota. Por eso.
Sabía que ese era el final de la conversación, así que no insistí.
—¿Y tú?
Tras el interrogatorio, me vi obligado a responder.
—Fui una sorpresa para mis padres. Era más de lo que podían soportar, así que
me dejaron en un orfanato. Tenía dos años, así que no me acuerdo de ellos.
Se volvió para mirarme, con ojos compasivos.
—Dejé el orfanato cuando tenía dieciséis años. Me involucré con la gente
equivocada, pero hice las conexiones correctas. Ascendí en el escalafón, maté a
cualquiera que se cruzara en mi camino y ahora dirijo el mayor imperio de la droga
de Francia.
Sus ojos se mantuvieron firmes.
—Supongo que tenemos algo en común... Mis padres también son idiotas.
—¿Has vuelto a conectar con ellos?
—No —dije riendo un poco—. Los localicé para matarlos mientras dormían.
Pero luego la mierda se interpuso.
—¿Qué clase de mierda?
—Niños.
Sus cejas se fruncieron.
—Me has oído bien, cariño. Tuvieron dos hijos después de dejarme en el
orfanato. Nunca volvieron por mí. Nunca se lo pensaron dos veces. —Lo dije todo con
una leve sonrisa en los labios, encontrando la triste historia un poco divertida—. No
quería que esos niños acabaran como yo, así que los dejé en paz.

30
Parecía aturdida por esa información porque se quedó mirando fijamente
durante un buen rato.
—¿Qué edad tenían?
—Principios de la adolescencia. Esto fue hace casi diez años.
Se quedó callada, como si no supiera qué decir.
—¿Ahora tu padre parece menos idiota?
Sus ojos volvieron a encontrar los míos, endurecidos por una máscara
impenetrable.
—No es una competición.
Su mirada destilaba poder. Era el brillo, pero también la confianza. Podía
llamar la atención con sólo una mirada, hacer que alguien se sintiera pequeño con
sólo esa potente mirada. Era adictivo ser el receptor de esa mirada. Nunca había visto
a una mujer llevar la confianza como si fuera suya.
La mayoría de la compañía que mantuve eran putas. Mujeres pagadas para
hacer lo que se les decía. Había pocas conversaciones de almohada. No ligaba en
bares porque los civiles eran aburridos. Era más fácil tirar un fajo de billetes y ladrar
órdenes. Cuando conocí a Camille, me pareció interesante, pero no era nada
comparada con este león.
Sentía que mi dureza iba en aumento cuanto más la miraba. Aún no la había
cogido por detrás, con aquel culo en mi cara, pero estaba tan embelesado por
aquellos ojos que no quería apartar la mirada. Quería ver su reacción a cada caricia.
Cuando me coloqué encima de ella, se movió conmigo, como si hubiera estado
esperando a que yo hiciera el movimiento desde que notó que recuperaba la dureza.
Sus dedos se agarraron a mi pelo al instante y sus labios encontraron los míos con un
hambre insaciable.
Apreté mi polla contra su clítoris, preparando su sexo para otra paliza. Ya debía
de estar dolorida, pero su deseo de alcanzar otro clímax pesaba más que la crudeza
entre sus piernas.
Me puse otro condón y la penetré de un solo empujón.
Jadeó contra mis labios, con las piernas estiradas contra mi pecho y los tobillos
apoyados en mis hombros. Sus manos me agarraron el culo con las uñas afiladas.
Esta vez, no necesitaba decirme cómo lo quería.
Me la follé tan fuerte como pude y escuché lo fuerte que la hice correrse.

31
Eran las cuatro de la mañana cuando me acompañó a la puerta.
Llevaba la bata negra ceñida a la cintura y su cuerpo desnudo oculto bajo la
fina tela. Tenía el pelo y el maquillaje hechos un desastre, lo que me decía que había
hecho un buen trabajo. Abrió la puerta y esperó a que yo saliera.
—Adiós, Bartholomew.
La transacción se había completado. La aventura de una noche había concluido.
Pero nunca había querido que uno terminara menos.
—Buenas noches, cariño. —Me acerqué a ella y vi cómo sus ojos se posaban
inmediatamente en mis labios. Mi nariz se rozó con la suya, devolviendo sus ojos a los
míos. Nos miramos fijamente, el calor todavía entre nosotros como si la noche de follar
no lo hubiera apagado. Le di un beso, con los ojos abiertos, observando cómo
disfrutaba después de que ya la hubiera besado por todas partes.
Me aparté y salí por la puerta.
—Tal vez nos veamos.
—Tal vez. —Empezó a cerrar la puerta—. Pero espero que no.

32
4
BARTHOLOMEW

M
e senté en mi trono de las Catacumbas, con una copa en la mano.
Había pasado una semana desde mi cita de medianoche.
Desde entonces, el deseo de algo más me recorría las venas, pero
me dije a mí mismo que en una semana me olvidaría de ella como de
todos los demás.
Me equivoqué.
Era como un fuego que no se podía controlar. Me quemaba todo por dentro. Mi
piel seguía ardiendo como en su cama. Mi vida giraba en torno al trabajo. Había sido
así desde que tenía memoria. Así que nunca tuve una de esas relaciones del tipo
encontrones de una noche. Nunca tuve una aventura con una mujer que conocí en un
bar. Mi cuerpo se satisfacía con la mierda sucia que hacía con las putas, y siempre
había sido suficiente.
Pero ya no.
—¿Bartholomew?
Mis ojos se volvieron a centrar en Bleu frente a mí.
—¿Sí?
Vaciló, sus ojos iban y venían entre los míos, como si ya hubiera dicho mucho
y yo me lo hubiera perdido todo.
—Pareces distraído.
—Porque así es.
Bleu vaciló de nuevo, como si no esperara que lo admitiera.
—¿Quieres que haga algo al respecto?
—No. —Por una vez en mi vida, fue una buena distracción.
—¿Has terminado de divertirte con la hija del Rey Calavera? Porque creo que
podría sernos útil.
La diversión había terminado. No le debía nada en este momento. Cuando la
capturara, estaría lívida, pero también entendería que no era personal. Pero todavía
no quería hacer eso, porque una vez que lo hiciera... no habría vuelta atrás.

33
—No.
Bleu hizo todo lo posible por disimular su enfado.
—Hemos descubierto que la mayor parte del producto se envía desde
Marruecos en camiones Freightliner a bordo de buques de carga. Una vez que hace
escala en el puerto del sur de Italia, se dirige a Florencia. Mueven un millón de libras
cada dos semanas. El Rey Calavera lo dispersa por sus canales de distribución, y llega
a manos de sus clientes en todos los rincones del país.
—Así que si interceptamos ese buque, cortamos su suministro.
—Sí.
—O mejor aún, vamos directamente a la fuente. Pagarles para que nos vendan
en exclusiva.
—Eso sólo enojará al Rey Calavera.
—Claro. Pero sin negocio, empezará a dolerle. Sus hombres empezarán a
volverse contra él.
—Me parece poco probable, porque no nos volveríamos contra ti.
La comisura de mi boca se levantó en una sonrisa.
—No seas ingenuo. Aquí todos somos lobos.
Bleu se quedó mirando.
—Haré un trato con él. Le venderé el producto que necesita y, a cambio,
obtendré una parte de su negocio.
Bleu lo pensó todo.
—No sólo te quedarás con el territorio, sino con su red de distribución.
—Exactamente.
—¿Y si no coopera?
—Entonces mataré a su hija. No tendrá otra opción.
Bleu se quedó callado un rato.
—¿Y si ella no vale la pena para él? ¿Ha descubierto la tensión en su relación?
No había deducido nada de esa mujer. Ni siquiera una corazonada.
—No. —Pero ella tenía una espina de acero y una sonrisa de sol. Era imposible
que un hombre no hiciera nada por ella, especialmente su padre—. Vamos a
averiguar quién está a cargo de la fabricación. Entonces haremos nuestro
movimiento.

34
Asintió con la cabeza antes de darse la vuelta.
—Entendido.

35
5
LAURA

A
cababa de terminar de preparar la cena y la llevé a la pequeña mesa
circular que había cerca de la ventana. Me serví una copa de vino y
coloqué el portátil frente a mí. Que no estuviera en la oficina no
significaba que no tuviera papeleo que requiriera mi atención. El negocio no me iba
lo bastante bien como para contratar empleados, así que trabajaba todo el tiempo,
como un americano.
Justo cuando me puse cómoda, alguien llamó a la puerta.
No esperaba visitas ni paquetes, así que me quedé callada y esperé a que se
marcharan.
Toc. Toc. Toc.
Suspiré antes de cruzar la habitación, vestida con leggings y un jersey que
dejaba al descubierto un hombro. Como estaba en casa sin compañía, me deshice del
sujetador. Porque, ¿qué clase de mujer llevaba sujetador cuando estaba en casa?
Me asomé por la mirilla.
—¿Qué dem...? —Era Bartholomew. En mi apartamento. Sin invitación. Con su
característico look negro, parecía una sombra que hubiera salido de la oscuridad. El
sol estaba a punto de ponerse, por lo que debe haber sido el comienzo de su día—.
¿Por qué estás aquí?
—Prefiero hablar contigo en vez de con la puerta.
—Bueno, la puerta va a tener que hacer porque no tienes ningún negocio
estando aquí. —No se había dejado nada, así que no había vuelto para reclamar
objetos olvidados. Él estaba allí para otro propósito, un propósito que no me
entretendría.
—¿Crees que no puedo superar este endeble trozo de madera?
—Seguro que puedes. Pero no puedes pasar de mí.
Una sonrisa completa se dibujó en su apuesto rostro, incapaz de contener su
diversión.
—Tienes una facilidad de palabra que me llega al alma. —La mirilla limitaba mi
visión, pero él parecía deslizar las manos en los bolsillos de su chaqueta,
acomodándose frente a mi puerta.

36
No iba a ninguna parte.
Respiré hondo y suspiré antes de dejarle entrar.
Sus ojos se clavaron en los míos en cuanto pudo verme. La sonrisa ya había
desaparecido, y ahora me encontré con la intensa mirada que me había llamado la
atención cuando había entrado en mi tienda. Debería haber sabido lo que era
entonces, porque un hombre no dominaba la habitación de esa manera a menos que
fuera alguien. Alguien que no tenía miedo de molestar, de decirle a la gente lo que
tenía que hacer, de decir lo que los demás no querían oír. Entró en mi apartamento y
cerró la puerta tras de sí, con sus botas claras sobre mi madera.
Ya me sentía fuera de mi elemento desde el momento en que respiramos el
mismo aire... y él estaba en mi apartamento. Había pasado más de una semana desde
que nos habíamos despedido. Una larga noche de buen sexo que llenó mi depósito
hasta el fondo. Sabía que no debería haberme involucrado con él, aunque sólo fuera
por esa noche, pero sin duda había merecido la pena.
Pero ahora, no estaba tan segura.
Miró a la mesa.
—¿Interrumpo?
—¿Buscas una invitación?
Se acercó a mí, alto y delgado, oliendo a pino y jabón... y a pólvora. Era un olor
muy específico que no reconocerías a menos que hubieras estado rodeado de él toda
tu vida... como yo.
—Si tu cocina sabe como tu coño, entonces sí.
Oculté mi reacción lo mejor que pude, pero me costó. Sólo un hombre como él
podía decir algo así. ¿Por qué todos los buenos polvos venían de tipos malos? Me
gustaba el mismo tipo de hombre una y otra vez. Lo había vuelto a hacer cuando me
arrodillé ante su polla para que me diera esas medidas que ni siquiera necesitaba.
Podía darme cuenta con sólo mirarlo. Tenía las medidas de un modelo. La altura de
más de dos metros. Los hombros anchos y masculinos. El porcentaje de grasa
corporal que era inferior al seis por ciento.
Me alejé hacia los fogones y le preparé un plato. Luego lo coloqué frente a mí
en la mesa.
Se acercó a la silla y se quedó mirando el plato. Un trozo de pechuga de pollo
salteada en salsa de vino blanco con guarnición de puré de patatas y brécol.
—Una mujer que sabe follar y cocinar... Soy un hombre afortunado. —Me miró
mientras se quitaba el abrigo de los hombros y los brazos. Lo dejó en el respaldo de
la silla y tomó asiento, con sus fuertes brazos a la vista en la camiseta negra que

37
llevaba. Unos cordones le subían por los brazos rasgados y por los lados del cuello.
El tipo debía de llevar una dieta estricta a base de carne y alcohol para tener ese
aspecto.
Yo también me senté y nos miramos a los ojos. Cerré el portátil que había entre
nosotros y corté el pollo.
Se sirvió mi copa de vino.
Comimos en silencio, como si estuviéramos en una primera cita muy tensa.
Se me quedó mirando todo el rato, sobre todo cuando masticaba la comida.
—¿Dónde aprendiste?
—¿A cocinar? —pregunté—. ¿O a follar?
Esa media sonrisa se extendió por sus mejillas, suavizando la dureza de su
rostro.
—Las dos cosas.
—Internet para cocinar. Y la experiencia para follar.
Comimos durante otro rato en silencio, intercambiando miradas a través de la
mesa.
—¿Cómo va el trabajo? —preguntó.
—Ocupado. Como única empleada, nunca se acaba. ¿Cómo va el imperio de la
droga?
—Bien —dijo—. Pero siempre va bien.
—Sabes que las drogas arruinan la vida de la gente, ¿verdad?
—¿En serio? —Se encogió ligeramente de hombros—. Sólo ha mejorado la mía.
—Entonces no eres un usuario.
—Nunca más.
Mis ojos captaron su rostro con mayor claridad.
—Crecí en un orfanato. ¿Qué esperabas?
—¿Cuándo te desintoxicaste?
Apartó la mirada, como si intentara hacer cuentas mentalmente.
—Probablemente hace diez años. No puedes dirigir el espectáculo si estás
drogado todo el tiempo.
—Bueno, sea cual sea tu razón... bien por ti.
—¿Y tú? —preguntó—. Parece que tienes un lado salvaje.

38
—Nada de drogas para mí. No necesito esa mierda para pasármelo bien.
—Me gusta esa respuesta. —Rellenó la copa de vino común y bebió un trago.
Terminó su plato, dejando un reguero de salsa—. Gracias por la cena.
—¿Te refieres al desayuno?
Sus ojos se suavizaron ligeramente en aquel rostro duro. Pómulos altos.
Mandíbula afilada. Pelo oscuro y ojos oscuros. Era la definición de alto, moreno y
guapo. Y también daba un poco de miedo... la forma en que sus ojos me quemaban a
veces.
—Ahora que nos hemos quitado la charla inconsecuente de encima... ¿por qué
estás aquí?
—¿Charla inconsecuente? —Su voz era tan profunda, más profunda que la
oscuridad de su ropa—. Si eso es lo que era, es la primera vez que lo disfruto.
Alcé el vaso que había entre nosotros y bebí un trago.
—Acordamos que era cosa de una sola vez.
—Ningún acuerdo es inamovible. Siempre hay margen para negociar.
—No conmigo. —Si las circunstancias hubieran sido diferentes, habría cedido
en cuanto abriera la puerta. No había duda de que era uno entre un millón. Era el
señor supremo del sexo. Sería su follamiga en cualquier momento. Lo agendaría como
el número uno de mi marcación rápida para llamadas de sexo. Dios, era tan guapo
que me dolía mirarlo directamente. Pero me mantuve fuerte porque... ya había
pasado por esto antes.
El silencio se prolongó infinitamente. Aquella mirada intensa me atravesaba a
través de la mesa, dura como el mármol, impenetrable como el hormigón. Tenía la
mejor cara de póquer del mundo, porque era literalmente imposible adivinar lo que
estaba pensando. Ni siquiera dejaba que sus emociones llenaran la habitación como
un humo que se pudiera respirar. Este hombre tenía la disciplina de un monje.
Probablemente por eso tenía tanto éxito en su negocio.
—¿Por qué?
—No te debo una explicación.
—Sí, me la debes.
Ambas cejas se alzaron hasta lo alto de mi cabeza.
—¿Perdón?
—Cuando follamos como lo hacemos, maldita sea, me debes una explicación.
—Se enderezó y puso los brazos sobre la mesa, acercándose a mí, casi como si me

39
estuviera amenazando—. No actúes como si tus dedos no se hubieran deslizado en tus
bragas noche tras noche fingiendo ser yo.
Mantuve mi cara de póquer, pero sentí una sacudida de miedo ante la
acusación.
—No te estoy vigilando —respondió a la pregunta que yo era demasiado
orgullosa para hacer—. Pero lo sé porque yo he hecho lo mismo. Así que
explícamelo... o fóllame.
Por suerte, mi corazón era imposible de ver bajo la piel y los huesos, porque él
vería cómo entraba en pánico. Mis pulmones se esforzaban por respirar más, pero
hice todo lo posible por mantenerlo controlado, por vencer a este dios del sexo en
nuestra invisible partida de cartas.
—Eres un criminal. Matas gente...
—Sólo cuando se lo merecen.
—¿No crees que eso es un poco subjetivo?
—¿Y la ley no? —preguntó—. Sabes, en Estados Unidos dejan libres a los
culpables y condenan a muerte a los inocentes todo el tiempo. Tienen la tasa de
encarcelamiento más alta del mundo. ¿Pero yo soy el malo?
—Tu conocimiento del mundo no me impresiona.
—Cómo gano mi dinero y a quién mato no tienen nada que ver contigo.
—Supongo que nunca has hecho esto antes. —Recogí el vaso y bebí un trago
para calmar los nervios.
Bartholomew se quedó mirando, como si no estuviera seguro de qué
responder.
—¿Qué, exactamente?
—Monogamia.
Una lenta sonrisa se dibujó en sus labios.
—Cariño, no nos adelantemos...
—¿Te esfuerzas tanto para follarme con condón? Seamos realistas. La
monogamia y el compromiso son dos cosas diferentes. ¿Pero qué pasa cuando alguien
se da cuenta de que pasas tus noches con una sola persona en vez de con un ciclo de
putas? Vienen por mí porque creen que soy importante para ti. Me cuelgan en medio
de mi salón con las muñecas cortadas hasta que entras por la puerta y me descubres.
Bartholomew guardó silencio, como si pudiera ver las imágenes en su cabeza.

40
—Disfruté de esa noche juntos. ¿Me gustaría que se repitiera? Por supuesto.
Pero no vale la pena arriesgarse, no cuando eres lo que eres.
Parecía no tener nada que decir porque sus ojos se desviaron hacia la ventana,
mirando las luces de la ciudad que contrastaban con la oscuridad.
Esperé a que se fuera.
—Lo siento.
Un calor me recorrió el estómago como si hubiera bebido demasiado vino.
Sus ojos se volvieron hacia mí.
—Por lo que te pasó.
Mis ojos se clavaron en los suyos, haciendo todo lo posible por permanecer
estoica.
—Pero eso no pasaría conmigo. Estoy en la cima de la cadena alimentaria y no
tengo enemigos.
—Te das cuenta de que esas dos afirmaciones son contradictorias, ¿verdad? No
puedes estar en la cima sin que todos te miren.
—Pueden mirar todo lo que quieran. No significa que puedan tocarme.
Solté un suspiro tranquilo.
—Podemos hablar de esto toda la noche, pero mi respuesta no cambiará.
Se hundió de nuevo en la silla, sus ojos oscureciéndose lentamente en
decepción.
—Eres una mujer testaruda.
—Soy una mujer italiana. Está en mi naturaleza.
Esbozó una leve sonrisa.
—Eres audaz como tu vino... me gusta.
La conversación parecía haber llegado a su fin, y ahora sólo le quedaba salir
por la puerta.
Pero se quedó.
—Podríamos reunirnos en secreto. Bajo alias en hoteles. Podría fingir con mis
putas. Quienquiera que esté mirando no sospecharía nada. Esta relación sería una
hoguera. Ardería al rojo vivo al instante, pero poco a poco, se apagaría hasta
convertirse en brasas. En otras palabras, no duraría mucho. —Sus ojos me agarraron

41
desde el otro lado de la mesa, como sus manos me agarraron los brazos y me
mantuvieron cerca de él—. Arde conmigo, cariño.

Se agarró la parte de atrás de la camisa y se la puso por encima de la cabeza.


Su piel era clara como si no hubiera visto la luz del día en años, pero aun así era
hermosa, por la forma en que estaba firme sobre todos los músculos individuales.
Tenía la piel tan tensa que se le veían las venas desde las muñecas hasta los hombros.
Sus definidos abdominales descendían hasta una V que llegaba hasta la parte
superior de sus vaqueros. Aquellos ojos oscuros se clavaron en los míos, como si él
fuera el depredador y yo la presa.
No era habitual que me quedara helada, pero me quedé helada cuando me
miró así, como si fuera cruel, pero no conmigo. Me rodeó la cintura con el brazo y me
atrajo hacia sí. Sus labios se posaron en mi cuello como si tuviera los dientes de un
vampiro. Me besó con dureza y calor, saboreando mi carne con la lengua.
Me derretí al instante, envuelta en el poder de este hombre. Mis brazos se
enlazaron alrededor de su cuello mientras dejaba que me devorara, que me
arrebatara cualquier gota de sentido común que me quedara.
Me dio la vuelta bruscamente y golpeó mi espalda contra su pecho. Los besos
continuaron mientras su brazo se enganchaba sobre mi estómago. Su otra mano se
deslizó por delante de mis leggings, por debajo de las bragas, y llegó hasta mi
clítoris. La primera caricia fue delicada, sus dedos juguetearon suavemente con mi
clítoris mientras me besaba el cuello. Luego me frotó con más fuerza, haciendo que
mi espalda se arqueara contra él y que mi mano se aferrara a su antebrazo porque me
hacía sentir muy bien. Sus labios se acercaron a mi oreja.
—¿Así es como te tocas? —Me frotó con más fuerza y escuchó cómo mis
pantalones subían de volumen—. ¿Cuando piensas en mí?
Sentí que su mano se deslizaba por mi camiseta y me agarraba las tetas. Me
apretó una antes de rozarme el pezón con el pulgar. La sensación de su pecho
desnudo en mi espalda, la profundidad de su voz en mi oído, sus fuertes dedos en mis
bragas... todo me hacía sentir como un cartucho de dinamita encendido.
—Sí...
Podía sentir su sonrisa contra mi oído.
Me tiró de la camiseta por encima de la cabeza y me agarró las dos tetas con
las manos. Las apretó con fuerza antes de bajarme los leggings. Se arrodilló con la
tela y me obligó a inclinarme para poder besarme allí.

42
Me agarré al extremo de la cama mientras sentía su lengua arremolinarse a mi
alrededor. Una y otra vez. Llevándome al límite. La chispa se acercó, casi golpeando
la dinamita para hacerme estallar en pedazos.
Pero entonces se detuvo.
—Bartholomew...
Se bajó los vaqueros hasta los muslos.
—Ya voy, cariño. —Rompió el paquete, se lo puso y me agarró por las caderas
antes de meterse dentro.
Mi gemido fue prácticamente un grito. Dios, me encantaba esa polla. Me dolía,
pero me hacía sentir tan bien.
Su mano se apoyó en mi vientre y me atrajo hacia él, haciendo que me sentara
sobre él mientras nos arrodillábamos en la alfombra que rodeaba mi cama. Me apretó
contra él, sintiendo cómo nuestros cuerpos se movían a la vez, mientras me acariciaba
y me frotaba el clítoris al mismo tiempo.
—Nada puede detener esto. —Sus labios estaban junto a mi oreja, su voz tan
profunda que me excitó aún más—. Ni siquiera tú.

43
6
BARTHOLOMEW

T
omamos asiento en la mesa circular. Salvo nosotros dos, todos los
asientos estaban vacíos.
Camille estaba sentada a mi lado, con un precioso vestido negro y
el pelo muy bien peinado. En su mano izquierda brillaba un anillo de diamantes. Nos
fastidió la historia, pero no le pedí que no lo llevara. Si la gente pensaba que me
follaba a una mujer casada, eso estaba en consonancia con mi imagen.
—Pareces distraído.
Había estado mirando a la multitud, a nada en particular.
—Estoy pensando.
—¿Sobre qué?
Coño. Uno, en particular.
—Mis drogas cruzan a Croacia, pero ahora tengo los ojos puestos en otro
territorio.
—Italia —dijo ella—. Me acuerdo.
—Estoy intentando que así sea, pero es complicado.
—No has podido conseguirlo —dijo—. Tienes a toda Francia y ahora a Croacia.
Solté una carcajada tranquila.
—¿Qué?
—Que tu marido se haya rendido fácilmente no significa que yo lo haga. —
Seguí mirando a los invitados que se mezclaban en la cena, esperando mi oportunidad
de hablar con el diplomático francés. Conseguí importar las drogas a través de la
frontera, pero fue un esfuerzo costoso. Si pudiera conseguir que cambiaran las
normas de envío, me facilitaría la vida.
Camille me miró fijamente a un lado de la cara. Podía sentir su actitud como un
incendio.
—Déjame preguntarte algo.
—Esto debería ser bueno...
—¿Cuánto dinero tienes?

44
Solté una risita tranquila.
—¿No te gustaría saber...
—¿Supongo que son miles de millones?
No contesté.
—Tienes todo este dinero y ni siquiera puedes gastarlo. ¿Qué sentido tiene?
¿Para pagar en efectivo cuando estás en la gasolinera? ¿Para tener comida gratis el
resto de tu vida?
Aparté la mirada de la multitud y la miré directamente.
—Como tenemos estas pequeñas citas, crees que lo sabes todo sobre mí. Pero
en realidad, no me conoces en absoluto. Y definitivamente no sabes nada de mi
dinero.
Eso la hizo callar.
—Tengo cien negocios diferentes en todo París. Restaurantes, almacenes,
gimnasios, bares, todo lo que se te ocurra. Así es como lavo mi dinero. Y así es como
mis chicos cobran en los libros para que puedan poner a sus hijos en la escuela
privada y cualquier mierda que quieran.
—¿Cómo te las arreglas para todo eso?
—Tengo gente.
Parecía ligeramente abrumada por aquella información.
—Entonces déjame reformular mi pregunta. ¿Qué sentido tiene hacer más
cuando ya eres multimillonario? ¿En qué momento será suficiente?
Volví a apartar la mirada.
—No es por el dinero, Camille.
—Entonces, ¿de qué se trata?
Dejé que el silencio se prolongara aunque tenía la respuesta en la punta de la
lengua.
—Poder.
—¿No se vuelve aburrido?
—¿El sexo se vuelve aburrido? —Volví a mirarla—. ¿Mirar el océano desde tu
terraza se vuelve aburrido? ¿Volar en tu avión privado se vuelve aburrido?
Estaba callada.
—No. —Respondí por ella.

45
—Los regímenes surgen y caen todos los días. El Imperio Romano era
intocable... y mira dónde están ahora.
—Pero se les recuerda. Son venerados.
Soltó un suspiro tranquilo.
—Lo siento, Bartholomew. No serás mencionado en los libros de historia.
—Tal vez. Tal vez no.
—No le veo sentido a todo esto, sobre todo cuando tienes una diana en la
espalda.
—Cualquiera sería estúpido si se metiera conmigo.
—Cauldron y Grave son hombres poderosos, pero alguien los cruzó.
—No somos iguales, cariño. —La comparación rozaba lo ofensivo.
—¿Qué pasará cuando te hagas mayor? ¿Qué tendrás entonces?
La miré, clavando mi mirada en la suya.
—No te he invitado aquí para interrogarme. Y desde luego no te he invitado
para que me juzgues.
—No estoy haciendo ninguna de esas cosas. Sólo me preocupo por ti.
—¿Te preocupas por mí? —Casi me río porque era una frase muy extraña.
—Sí.
—Te dije que no tengo amigos.
—Entonces, ¿qué somos?
—Conocidos de negocios.
—Creo que somos más que eso si estamos teniendo esta conversación.
—No la estamos teniendo —dije—. La estás forzando.
—Nunca respondiste a mi pregunta —dijo—. ¿Qué pasará cuando seas mayor?
—¿Sea mayor? —pregunté—. No existe tal cosa en esta línea de trabajo. No hay
jubilación. Uno muere joven, como debe ser.
—Morir joven... ¿eso no te asusta?
—Ni un poco.
—Así que, una esposa y una familia... ¿No es lo tuyo?
—Tenerme como marido sería una tortura. Y mis hijos me odiarían.
Me observaba, sus ojos me diseccionaban.

46
—¿Hemos terminado ya con esta conversación? —Pregunté—. Porque tenemos
mierda que hacer.
—Sí... supongo.

47
7
LAURA

E
staba al teléfono cuando un tipo entró en la oficina.
Digo tipo porque definitivamente no era un cliente. Al igual que
Bartholomew, iba vestido todo de negro, como si trabajara en la calle
toda la noche y estuviera a punto de terminar su turno a las diez de la
mañana.
—Anne, te llamo luego.
Sin decir una palabra, colocó un paquete sellado sobre el mostrador. No había
nada escrito en el exterior. Luego salió y desapareció tan rápido como había llegado.
Saqué los papeles que me había enviado Bartholomew.
El primero era su autorización médica, los resultados de su panel de ITS, que
demostraban que mantenía la polla limpia. La prueba se había realizado en algún
laboratorio, y me hacía gracia imaginarme a Bartholomew entrando allí... con el
aspecto de Bartholomew. Probablemente tenía su propio médico en plantilla, pero
para asegurarme de que no alteraba los resultados, había ido a un lugar neutral.
También había una nota junto con una llave del hotel.

Four Seasons
Habitación 822
8 de la noche

Eso era todo lo que decía.


Esto era una mala idea. No importaba lo bueno que fuera el sexo, no valía la
pena dejarse arrastrar a su oscuridad. No valía la pena que sus compinches pasaran
por mi oficina. No valía la pena todo el riesgo.
Pero había tenido citas intermitentes durante años, y sólo las malas sabían
hacerlo bien.

48
El hotel era el epítome del lujo. Flores en cada mesa. Ascensores dorados.
Escaleras de cristal. Entré en el ascensor y pulsé el botón para llegar a la octava
planta, contemplando mi imagen en el mar de oro.
Mi corazón era como un puto coche de carreras.
Me había follado a este hombre dos veces, y sin embargo, se sentía como la
primera vez.
Ningún hombre me había puesto tan nerviosa. Hizo que mi corazón bombeara
adrenalina. Me daba un poco de miedo estar en su presencia.
Las puertas se abrieron y entré en el pasillo enmoquetado. Al final del pasillo
estaba la habitación que buscaba, araña de cristal en el camino, bollos de poca luz a
lo largo de las paredes que parecían ángeles cantores.
Pasé la tarjeta por la puerta y entré.
Era una suite principal, con una entrada, un gran salón y un dormitorio privado
al otro lado. Mis tacones golpearon la madera al entrar. Me dirigí a los ventanales del
fondo, donde se veía la Torre Eiffel.
Contemplé el paisaje mientras esperaba a que llegara. Esperaba que alguien
como él fuera puntual, así que saqué el móvil para ver la hora. Llevaba diez minutos
de retraso. Me giré para dejar el bolso sobre la encimera, pero me detuve al verle en
el sillón.
Rodillas separadas. Los codos sobre los reposabrazos. Sus grandes manos
juntas. Había estado allí sentado observándome todo el tiempo y, a juzgar por la
intensidad de sus ojos, había disfrutado de la vista.
Algo en este hombre me hizo quedarme absolutamente inmóvil. No tenía voz.
Ni control sobre mi cuerpo. Nunca había dejado que un hombre me arrebatara mi
poder, pero Bartholomew me lo robó de las manos. Hice todo lo que pude para
mantener la respiración uniforme, la mirada fija y fingir que no me afectaba.
Esperaba que se lo creyera.
Tras una larga mirada, se puso en pie. Su chaqueta ya estaba en el respaldo de
la silla, y llevaba una camisa de manga corta que dejaba ver todo ese porno de brazos.
Con la confianza de un emperador romano, se acercó a mí, acercó su cara a la mía,
sus labios se quedaron a escasos centímetros y se quedó mirándome.
Apenas podía respirar.
Su mano me acarició la mejilla, luego se deslizó por mi pelo y, mientras
hablaba, sus ojos se posaron en mis labios.

49
—He pensado en ti todo el día, cariño. —Me acunó la nuca mientras me besaba,
un beso suave que provocaba escalofríos por todas partes. Cada uno era suave y
delicado, un hervor silencioso en la estufa, el calor subiendo lentamente y
llevándonos a un hervor. Su boca se abrió completamente y tomó la mía, su lengua
entró en mi boca para reclamar su victoria.
En algún momento, mis dedos se clavaron en su pelo y mi mano se aferró a su
fuerte hombro. Mi corazón se aceleró por la excitación más que por el miedo, y caí
en este dulce olvido sin reservas.
Mis manos agarraron la parte inferior de su camisa y tiraron de ella por encima
de su cabeza. Cuando mis palmas tocaron su piel desnuda, fue como tocar el sol. Un
calor abrasador me recorrió desde las extremidades hasta el centro, a la velocidad
de la electricidad.
A continuación me quitó la camiseta y me desabrochó el sujetador con una sola
mano. Una vez que cayó la tela, me apretó las dos tetas con las manos y gimió en mi
boca. Debía de ser un hombre de tetas, porque se agarraba a ellas cada vez que
podía.
Me guió hacia la cama, me abrió los vaqueros y me los bajó por el culo mientras
nos movíamos.
El dormitorio principal estaba decorado en tonos rosas y cristal. En la pared
había un gran mural que representaba tiempos antiguos. Ambos nos desnudamos de
cintura para abajo y llegamos a la cama. Cuando mi espalda chocó con las suaves
sábanas, me di cuenta de que él ya había retirado las mantas para que pudiéramos
follar sin interrupciones.
Estaba claro que tenía prisa por follarme sin condón, porque no me penetró
como hacía habitualmente. Fue directo a matar, separó mis muslos de los suyos y se
introdujo con suavidad.
De todos modos, no necesitaba preliminares. La visión de su cuerpo desnudo
era más que suficiente para mí.
Sus ojos se clavaron en los míos cuando se hundió profundamente, soltando un
gemido en voz baja al sentir la piel contra la piel.
—Joder.
Sí, joder. La palabra perfecta para describirlo.
Me folló como nunca antes había tenido el placer. Duro y agresivo,
aporreándome mientras sostenía una de mis piernas con el brazo. Los duros músculos
de su pecho y sus hombros empezaron a brillar por el sudor, pero siguió adelante
como si tuviera la resistencia de un ultra-maratoniano.

50
Mi único trabajo era tumbarme y dejar que me follara.
Dios, era una mujer afortunada.
De repente, su brazo se metió bajo mi espalda y nos juntó de otra forma,
frotando su pelvis contra mi clítoris una y otra vez, con su enorme polla palpitando
dentro de mí.
Parecía saber que lo mío era el clítoris, porque me penetraba una y otra vez,
empujando dentro de mí con movimientos profundos y uniformes, haciendo que mis
piernas empezaran a temblar porque sabía que intentaba hacerme correr a propósito.
La mayoría de los hombres ni siquiera se molestan en intentarlo.
Mis uñas arañaron su espalda, y yo empujé con él, mi cabeza rodando hacia
atrás en el momento en que comenzó. Era demasiado, la sensación de su cuerpo sobre
el mío, las sombras de la habitación, el sonido de nuestros gemidos y el deslizamiento
de nuestros cuerpos mojados, el hecho de que fuera un encuentro clandestino en un
hotel, como amantes separados. Me corrí, y me corrí fuerte, probablemente más
fuerte que nunca.
No me dejaba apartar la mirada mientras cabalgaba en la agonía de un placer
inexplicable. Me sujetó el pelo con la mano y me mantuvo en mi posición, sentada en
la primera fila de mi lacrimógena producción. Lo observaba todo, con su polla
engrosándose dentro de mí en espera de su liberación.
—Mira siempre al hombre que te hace correrte. —Sus dedos me apretaron la
nuca mientras seguía follándome.
Las lágrimas me corrían por las mejillas hasta las orejas y mis uñas arañaban su
espalda como un gato destroza un cojín. Le agarré el culo con la mano y tiré de él
hacia mí.
—Vente dentro de mí. —Tiré de él una y otra vez. El clímax había pasado, pero
el calor seguía ardiendo entre mis piernas—. Te lo has ganado.
Reaccionó más rápido que el interruptor de una luz, sus caderas se agitaron
fuera de ritmo, sus gemidos más parecidos a los gruñidos de un lobo. Las cuerdas de
su cuello se tensaron y su mandíbula se afiló más que un cristal cuando apretó los
dientes de aquella manera. Su piel, normalmente clara, se teñía de rojo por el
esfuerzo y el deseo, y bombeaba dentro de mí como un hombre desesperado por
marcar su territorio.
Podía sentirlo dentro de mí. Sentir el peso. Sentir el calor.
Se detuvo, con la polla todavía tan dura que estaba claro que el clímax no había
hecho mella.

51
Ambos respiramos con dificultad, nos miramos, nuestros cuerpos enredados,
el calor entre nosotros aún nos quemaba vivos.
—¿Cómo te gustaría que te follara después, cariño?
No rechacé el cariño. Podía llamarme como quisiera cuando me hacía correr
así.
—Así. —Me desenredé de su cuerpo y apoyé la mejilla en la cama, con el culo
recto hacia el techo. Mi cabeza estaba cerca de mis rodillas, profundizando el ángulo
en mi espalda tanto como podía.
Sus rodillas se hundieron en el colchón mientras se acercaba a mí. Me agarró
las muñecas y me las apretó contra la espalda. Entonces su gran polla entró en mí
como una bola de demolición contra un edificio a punto de ser derribado.
—Buena elección.

La cama era muy cómoda. Hacía tiempo que no dormía en unas sábanas así. El
lujo solía ser una parte básica de mi existencia, pero hacía tanto tiempo que no tenía
cosas bonitas que había olvidado lo maravilloso que era tenerlas.
Se tumbó a mi lado, con las sábanas bajadas a la altura de la cintura, el brazo
apoyado detrás de la cabeza mientras miraba el paisaje.
Había medio metro de espacio entre nosotros, los dos calientes y sudorosos
por las horas que había pasado enterrado profundamente dentro de mí.
Se acercó a la mesilla de noche, bebió un trago de su whisky y recogió el puro
que había dejado allí.
—¿Te importa?
—Me gusta cómo huelen.
Agarró el mechero y encendió.
—No esperaba que dijeras eso.
—Bueno, parecía que ibas a hacerlo de todos modos, sin importar lo que yo
dijera.
Sonrió antes de llevarse una nube de humo a la boca, dejando que el sabor
cubriera su lengua. Tras varios segundos, la soltó, el humo se elevó en el aire y
bloqueó momentáneamente nuestra visión de las luces.

52
Nos quedamos tumbados en un cómodo silencio. El olor me hizo pensar en
recuerdos más entrañables, mi padre fumando junto a la piscina mientras mi madre
hojeaba una revista. Tenía una paleta en la boca. El limón era mi sabor.
Me entregó el puro.
—No, gracias.
Volvió a llevárselo a los labios y dio otra calada.
Me subí más las sábanas e intenté no dormirme. No estaba segura de cómo
podía sentirme tan cómoda con el mayor capo de la droga de Francia. Era fácil olvidar
lo que realmente era cuando era todo lo que siempre había deseado.
—¿Tu padre?
Giré la cabeza hacia él, viéndole tan sexy como el infierno en la limitada luz. Si
no estuviera cruda, estaría encima de él ahora mismo.
—¿Qué era mi padre?
—El que fumaba puros.
Acertó de pleno.
—Sí.
—Así que no siempre fue un idiota...
—O simplemente era demasiado joven para darme cuenta en ese momento.
Se hizo el silencio durante un rato.
—¿No hay posibilidad de que alguna vez se reconcilien?
—No.
—La familia lo es todo para los italianos. ¿Puedo preguntar qué hizo?
Miré las luces de la ciudad mientras consideraba mi respuesta.
—No tenemos que hacer lo de la charla de almohada.
—Es una pena porque disfruto de tu compañía.
—¿En serio? —pregunté, encontrándolo interesante.
Se volvió para mirarme.
—¿Por qué es tan sorprendente?
—No pareces muy hablador.
—Supongo que sacas un lado diferente de mí. —Siguió fumando su puro y miró
por la ventana—. Mis hombres me son leales. Siempre estoy rodeado de un mar de
gente. Hay mujeres en mi cama constantemente. Pero puedo decirte sinceramente

53
que no tengo ni un solo amigo. Bueno... excepto uno. Y probablemente él te diría lo
contrario. —Soltó una risita tranquila.
No me sorprendió lo más mínimo. No se podía hacer amigos en esa línea de
trabajo.
—Será mejor que no me estés mandando a la zona de amigos ahora mismo...
Soltó una carcajada rápida, su pecho retumbó con el sonido.
—Nunca podría ser amigo de una mujer con un culo como el tuyo. —Dio una
última calada al cigarro y lo apagó en el cenicero de cristal de la mesilla—. Debería
irme. Tengo mucho que hacer esta noche. —Se levantó de la cama, 1,80 m, todo un
hombre.
¿Por qué los hombres buenos nunca tenían ese aspecto? Me recosté en la
almohada, demasiado cómoda para moverme.
Me miró cuando no me levanté.
—Puedes dormir aquí si quieres.
—Puede que lo haga.
Esbozó una sonrisa.
—Desayuna por la mañana.
—Ooh, eso significa que no lavaré platos.
Sus ojos seguían pareciendo divertidos.
Apoyé la cabeza en un brazo y palmeé la cama vacía que había a mi lado.
Se quedó allí, con los ojos fijos en el lugar donde yo lo quería.
—Una más... antes de que te vayas.
En lugar de dedicarme aquella sonrisa arrogante, me consumió entera con
aquella mirada. Sus rodillas chocaron contra la cama, y luego estaba encima de mí,
sus labios sellados sobre los míos mientras su gran mano me agarraba el culo y me lo
apretaba.
—Sí, cariño.

54
8
BARTHOLOMEW

E
stuve ocupado en el trabajo.
Había una pequeña organización en las calles de París que vendía
mi mierda de primera calidad a un precio aún más alto. Pensé que había
matado a las ratas, pero claro, había otro nido... y luego otro nido. La
mayoría de los grandes jefes del negocio ignoraban a los pequeños que vendían un
par de onzas a la semana.
Pero yo no.
Yo era el único.
También tenía una sociedad con Hell. Me había convertido en el principal
distribuidor de su ácido, cobrando una pequeña comisión porque lo había hecho
como un favor, para recuperar a Claire. La relación era continua y me ocupaba mucho
tiempo. A veces requería mi atención fuera de París, y me ausentaba durante días.
Pero no había olvidado a Laura.
Siempre estaba en mi mente, y a veces todavía podía sentir sus cálidas tetas en
mi mano cuando cerraba los ojos. Siempre estaba dispuesto a hacer negocios, pero
ella aceleraba mi motor hasta niveles críticos que no podía satisfacer con una puta.
Aunque no hubiéramos sido monógamos, cualquier otra mujer sería una imitación de
la auténtica.
En cuanto volví a París, Bleu tenía noticias para mí.
—Localizamos al fabricante. En las montañas al sur de Marrakech. Allí tienen
una empresa completa, un laboratorio subterráneo para que el gobierno no pueda
verlo por satélite. Pude conectar con gente al tanto de su existencia, pero nadie que
pueda conseguirme una reunión.
—Al menos es un progreso. Buena suerte, Bleu. —Tomé asiento en el trono—.
¿Cómo está Benton?
Se encogió de hombros.
—No hemos hablado mucho.
Veía los ojos de su hermano cada vez que le miraba. Azul acero.
—Ya sabes cómo pueden ponerse los recién casados.

55
—No creo que sea eso...
Sabía lo que era.
—Quiere proteger a su familia... Lo entiendo. —Tras una larga mirada, se dio
la vuelta—. Te avisaré cuando sepa más.

Quiero verte, cariño.


Espero que quieras hacer mucho más que eso.
Cada vez que leía sus mensajes, oía esa hermosa voz en mi cabeza, sentía su
fuego a través de las palabras. Hacía que el síndrome de abstinencia fuera aún más
intenso. Nos vemos en nuestra casa. No necesitábamos actuar en secreto, como si fuera
un asunto clandestino que podría romper dos matrimonios. Nadie me vigilaba. Nadie
la estaba observando. Pero si eso era lo que ella quería, que así fuera.
¿Ese es nuestro lugar ahora?
Pensé que preferirías que te follaran en un palacio en vez de en una sucia
habitación de motel.
No sé... una habitación de mala muerte en el lado equivocado de la ciudad
podría ser divertido.
Aspiré aire entre los dientes y sentí cómo mi polla daba un respingo en mis
vaqueros. Estoy deseando follarme esa boca.
No te olvides de follarte también mis otras golosinas.
¿Otras golosinas? Me estás torturando.
Se llama hablar sucio.
Ten cuidado, cariño. No sabes con quién estás tratando.
Entonces date prisa y enséñamelo.
Apreté la mandíbula y apreté el teléfono en la mano. Estaba aparcado fuera del
apartamento, con ligeras gotas de lluvia golpeando las ventanas, y la erección en mis
vaqueros era tan gruesa que tuve que desabrocharme la parte superior para dejarle
más espacio.
Luego tuve que esperar cinco minutos hasta que pude acercarme a la puerta y
llamar.
Benton abrió la puerta y sus ojos acerados me miraron con un deje de frialdad.

56
—¿Vas a invitarme a entrar, o...?
Pareció debatir consigo mismo durante un minuto antes de abrir la puerta.
—No hagas ruido. Claire está dormida.

Benton y yo nos sentamos en el salón frente al fuego, la misma habitación donde


Benton me había dicho que su hija no estaba muerta, como había temido. Ahora
compartíamos una jarra de whisky en los sillones, sentados uno frente al otro mientras
la lluvia seguía cayendo.
Benton apoyó la barbilla en los nudillos cerrados, con los ojos puestos en la
jarra de cristal que había sobre la mesa entre nosotros.
—¿Sigues adelante con ese plan idiota tuyo?
—¿Cuál de ellos? Crees que todos son planes idiotas.
Sus ojos se endurecieron.
—El Rey Calavera.
—Sí, el plan sigue en marcha.
Benton parecía tener mucho que decir, pero prefirió no hacerlo.
—Encontramos a su fabricante. Vamos a cortarlo en la fuente. Hacer que trabaje
para nosotros.
—¿Y realmente crees que funcionará?
—¿Por qué no?
—Porque este es el Rey Calavera. Es tu igual. ¿Trabajarías para alguien más?
Volví a llenar mi vaso.
—Tal vez al principio.
—Es como si quisieras que te mataran.
—No sería lo peor del mundo —dije antes de tomar otro trago—. Pero ese no
es el motivo de mi visita esta noche.
—Así que se pone mejor... —Se frotó las palmas de las manos, con los codos
apoyados en las rodillas.
Crucé las piernas, dejando que un tobillo descansara sobre la rodilla opuesta.
Sería fácil apresurar esta conversación y correr al hotel para meter mi polla en la boca
de Laura, pero los negocios eran lo primero.

57
—Bleu dice que ya no hablas mucho.
Benton levantó la cabeza y me miró.
—Mi relación con mi hermano no es de tu incumbencia.
—¿Es porque trabaja para mí?
Benton nunca contestó.
—Eso no es justo, Benton.
—No es para quién trabaja. Es con quién se asocia.
—¿Te crees mejor que nosotros? No olvidemos que la única razón por la que
estás sentado ahí es porque se rompió un condón.
—¿Quieres que te dispare otra vez?
La sonrisa que se dibujó en mi cara fue imparable.
—No ignores a tu hermano. Es la única familia que te queda.
—Tengo una familia: una mujer y una hija.
—Sabes lo que quiero decir. Que gane su dinero de forma criminal no significa
que no deba poder venir aquí y pasar tiempo contigo y con Claire. Si alguien quiere
hacer algo, irá por mí. Bleu es sólo un soldado de infantería. Yo soy el comandante.
Él no va a llevar problemas a tu puerta. No va a hacer que se lleven a Claire.
Benton bajó la mirada y miró la jarra.
—Ojalá no se hubiera involucrado...
—No culpo al tipo por querer riquezas. Todos lo hacemos.
—Pero tiene un precio muy alto.
—¿Qué precio es ese? Porque no he pagado ni un céntimo.
Levantó la mirada y volvió a mirarme.
—No lo ves.
—¿Ver qué?
—Lo que te ha hecho.
Mis ojos se clavaron en su cara, sin pestañear, sólo mirándole fijamente.
—¿Qué me ha hecho?
Benton miró al fuego, dando un suspiro como si deseara no haber dicho nada.
—¿Qué me ha hecho? —repetí, sintiendo que la ira me oprimía la garganta.
Respiró hondo antes de hablar.

58
—Corres estos riesgos porque no tienes nada que perder. Ya has logrado lo
imposible, así que ahora no queda nada. Da igual que vayas por el Rey Calavera,
porque no importa si vives o mueres. Te has probado a ti mismo que no eres inútil, y
ahora que lo has hecho, no tienes nada más por lo que vivir. Es como si... ya no
estuvieras vivo.

Era la misma habitación que la última vez.


La Suite Real. Diez mil euros la noche.
Entré en el salón y me quité la chaqueta por el camino. Un par de lámparas
estaban encendidas, pero la mayor parte de la habitación era un conjunto de
sombras. Había un par de lámparas encendidas, pero la mayor parte de la habitación
era un conjunto de sombras.
Cuando entré en el dormitorio, la encontré esperándome.
Una lámpara del otro lado de la habitación estaba encendida, así que la luz le
daba sutilmente donde yacía posada en la cama, vestida con un teddy, liga y medias
negras con zapatos de tacón a juego. Se reclinó, con un pintalabios brillante en
aquellos labios carnosos. Esperemos que tuviera más en su bolso porque todo ese
color estaría alrededor de mi polla en los próximos minutos.
Mi conversación con Benton se olvidó en cuanto la miré.
—Maldita sea. —Tiré de mi camisa por encima de mi cabeza y trabajé en mis
pantalones vaqueros—. Trae tu culo aquí.
Ella obedeció y se puso de rodillas sobre la alfombra, con las tetas turgentes
apretadas por la lencería que llevaba.
Tiré de mis pantalones hacia abajo hasta que mi polla se liberó. Le agarré el
cuello con la mano y apreté con los dedos más de lo debido, pero ella se dejó llevar,
abrió la boca y aplastó la lengua. Le metí la polla en la boca sin darle tiempo a
prepararse para el asalto a su garganta.
Dio un grito ahogado, con la boca llena de polla.
Con mis dedos en su cuello, empujé en su boca, deslizándome a través de la
saliva que instantáneamente se acumuló contra sus mejillas.
—Déjame mostrarte exactamente con quién estás tratando, cariño. —
Despiadadamente, la follé hasta el fondo de su garganta, sin darle apenas la
oportunidad de respirar. Conquisté esta tierra como un maldito conquistador, me

59
aseguré de que pensara en mí cada vez que alguien nuevo le metiera la polla en la
boca.
No sólo soportó el salvajismo, sino que le encantó. Con la saliva chorreándole
por la barbilla y las mejillas enrojecidas, apenas podía contener mi polla, pero
parecía que le encantaba porque sus ojos estaban clavados en los míos, pidiendo
más.
—Aquí viene... —Ralenticé mis bombeos y la mantuve firme mientras
encontraba mi orgasmo, corriéndome sobre su lengua. Verla saborear mi carga y
tragársela no hizo más que aumentar la euforia que enviaba oleadas de placer por mi
espina dorsal—. Enséñame.
Su maquillaje estaba jodido ahora. Las lágrimas habían manchado su rímel y
delineador de ojos. Su pintalabios estaba sobre mi polla. Pero tenía mejor aspecto,
en mi opinión. Me sacó la lengua para mostrarme que se lo había tragado todo.
Mi polla seguía dura como si nada hubiera pasado. No me sorprendió ni la
primera ni la segunda vez que estuvimos juntos, porque se me había puesto así de
dura. Pero ahora, seguía así, como si las otras noches sólo hubieran sido
calentamientos.
Me desaté las botas y las aparté de un puntapié mientras ella se colocaba en la
cama. Se tumbó boca arriba, con el cuerpo apoyado en los codos, mirándome
mientras esperaba. Por fin me quité los vaqueros y subí por su cuerpo, con mis
estrechas caderas encajadas entre sus suaves muslos. Junté sus piernas y la doblé
debajo de mí, hundiéndome dentro de su estrechez y dando un gemido de placer.
—Joder, cariño... te he echado de menos.

Estaba apoyado contra el cabecero, con sus sensuales muslos a horcajadas


sobre mis caderas. Con las manos agarrándome los hombros, balanceó las caderas y
se estremeció contra mí, presionando su clítoris contra mi pelvis y frotando el culo
contra mis pelotas.
Se corrió una y otra vez, con sus ojos clavados en los míos, usándome como un
maldito juguete sexual.
Qué honor.
Su cabeza se echó hacia atrás cuando terminó otra ronda y sus palmas se
deslizaron por el sudor de mi pecho. Tenía las uñas pintadas de granate y me
arañaban la piel, haciendo que la sal quemara la herida. Cuando terminó, volvió a
mirarme, con su cuerpo sexy brillante por el sudor.

60
—Ya puedes correrte.
Había tenido que esperar y ver cómo se corría una y otra vez, sin poder unirme
a ella hasta que me diera permiso.
Joder... esta mujer.
Aprendí que tenía la compostura de un monje para que mi dura polla fuera
cabalgada por el coño más húmedo que jamás había conocido, una y otra vez, y todo
lo que podía hacer era sentarme allí y respirar a través del dolor. Sí, dolor.
Volvió a sacudirse contra mí, rechinando las caderas, apretándome las tetas en
la cara.
No me costó mucho venirme. Bastó con su permiso. Me corrí, dejando que mi
semen se mezclara con el suyo. El clímax fue tan intenso después de haberme
excitado durante tanto tiempo, dejando que ella se corriera una y otra vez.
Me sentí muy bien.
Me relajé contra el cabecero y cerré los ojos brevemente. Una vez terminado
el sexo, de repente fui consciente del calor que tenía, de lo sudorosa que estaba mi
piel. Nos separamos, ella ocupó un lugar a mi lado mientras yo me dirigía al baño y
me daba una ducha fría.
Estaba frotándome el cuerpo con la pastilla de jabón cuando se abrió la puerta
y ella se unió a mí, con el pelo recogido en un moño alto para no mojarse. Echó la
cabeza hacia atrás y dejó que el agua corriera por su cara, limpiando los ríos de
maquillaje.
Mientras me frotaba el pecho con la pastilla de jabón, la miraba enjuagarse,
viendo cómo desaparecía el sudor y se le ponía la piel de gallina. Sus tetas se tensaron
y sus pezones se endurecieron por el frío. Se apartó del agua y se echó un chorro de
jabón en la mano antes de quitarse el maquillaje.
Sus ojos no destacaban. Su piel tenía marcas descoloridas de viejas cicatrices
de acné. Sus labios no parecían tan carnosos, sin su color habitual. Pero su mandíbula
seguía siendo elegante, su cuello esbelto y rubio, sus pestañas espesas. A diferencia
de la mayoría de las mujeres, no necesitaba maquillaje para estar guapa.
Simplemente realzaba lo que ya tenía.
Cuando sintió mi mirada, me miró.
Levanté la pastilla de jabón.
—¿Puedo?
Aquellos suaves labios se alzaron en una leve sonrisa.

61
Giré la manivela para calentar el agua y que ella se sintiera cómoda, aunque
seguía sintiendo que el calor me abrasaba la piel. Mi mano guió la barra por la parte
posterior de sus hombros, bajó por su columna vertebral y luego rodeó su estómago.
Una vez enjabonado todo, le agarré las tetas con ambas manos y se las masajeé de
espaldas a mi pecho.
—No creo que estén sucios —dijo.
Incliné el cuello hacia abajo para poder atrapar sus labios.
—A mí me parecen asquerosos. —La besé en la ducha, con su pequeño cuerpo
bañado en el jabón que habían creado mis manos. La abracé y la mantuve cerca de
mí, mientras el agua caía sobre los dos. Se le metió en el pelo y lo empapó, pero no
pareció importarle.
Mi mano se deslizó por su vientre y mis dedos se posaron en el botón que la
hacía cantar. Empujó ligeramente mi mano hacia atrás, como si incluso después de
las horas que habíamos pasado juntos pudiera seguir adelante.
Para siempre.

Contesté a la puerta.
—Puedes preparar todo en la mesa del comedor.
—Por supuesto, señor. —El camarero del servicio de habitaciones empujó su
carro hasta el comedor y preparó nuestra cena. Una botella de vino para la mesa junto
con una gran jarra de agua. Nuestros dos entrantes con una cúpula de plata encima
para mantener la comida caliente. Y una cesta con pan y mantequilla en el centro,
aunque yo no quería tocarla.
Firmé el recibo y metí el dinero antes de que saliera de la habitación.
En cuanto se cerró la puerta, apareció Laura, envuelta en una bata blanca que
había encontrado en el armario.
—¿Se ha ido?
—Sí.
—Bien. Me muero de hambre.
Mi teléfono se había iluminado con veinte llamadas e innumerables mensajes
de texto, pero nada parecía urgente, así que lo ignoré.
Tomó asiento en la mesa y quitó la tapa de su plato.
—Esto se ve bien.

62
En calzoncillos, me senté frente a ella y miré la comida. Era un filete con
guarnición de verduras y puré de patatas.
Untó el pan con mantequilla y se zampó el plato de pasta que había pedido.
Tenía el pelo seco y peinado después de haber usado el secador del baño, y la forma
en que su pelo enmarcaba su cara era hipnotizante por alguna razón inexplicable.
Volvió a captar mi mirada y se encontró con ella.
No aparté la mirada.
Mantuvo la mirada fija durante unos instantes, pero luego volvió a bajar la vista
hacia su comida.
—Hace tiempo que no sé nada de ti.
Dejé caer la ropa en mi regazo y cogí los utensilios.
—Ocupado con el trabajo.
—Me lo imagino.
—Antes tenía un igual, pero se fue hace unos años.
—¿Un igual?
—Otro yo, básicamente. Ya que hay demasiado trabajo para una sola persona.
—¿Por qué se fue?
—Tuvo una hija. Dejó embarazada a una mujer que no soportaba.
—Parece una historia feliz...
Si ella lo supiera.
—Las cosas están mejor ahora. Está casado y con otro en camino.
—¿Y la madre?
—Se largó —dije—. Menos mal, porque odiaba ser madre.
Comió su cena, deslizando un trozo de pan por la salsa.
—¿Supongo que este hombre es tu único amigo?
—Sí.
—Entonces, ¿aún se hablan?
—Estuvimos distanciados durante años —dije—. Hasta que me pidió ayuda
para encontrar a su hija.
—¿Y lo ayudaste? —preguntó.
—Sí.

63
—Menos mal que te tenía a ti para ayudarle.
No le dije que yo fui la razón por la que fue secuestrada en primer lugar. Ella
no necesitaba saber qué clase de monstruo era yo, no para una relación superficial
como esta.
—He estado buscando a su sustituto durante mucho tiempo, pero no hay nadie
en quien confíe.
—Eso suena solitario.
Me encogí de hombros.
—Eso me deja una tajada mayor.
—¿Qué es otro millón cuando ya tienes mil millones?
Sabía que procedía del dinero, por lo que había dado la espalda al lujo por una
vida de mediocridad. Ella era una de las pocas personas que realmente podía poner
su dinero donde estaba su boca.
—Si me echabas de menos, ¿por qué no me lo dijiste?
—¿Quién dijo que te echaba de menos?
—Dijiste que hacía tiempo que no sabías nada de mí. Eso significa que estabas
al tanto de mi ausencia.
—Sólo estaba conversando.
Mis ojos se clavaron en su cara.
—No me mientas.
Se quedó inmóvil ante mi insensibilidad.
—Parece que sólo te gusto cuando follamos. En cuanto acabamos, vuelves a tus
miradas críticas y tus comentarios gélidos. Sé real conmigo, como somos en la cama,
o esto se acaba. —Yo no estaría con una mujer con dos caras. No estaría con una mujer
que me hacía sentir bien cuando follábamos y me hacía sentir como una mierda
después—. Entiendo que no apruebes mi profesión, pero forzarte a odiarme no te
hará sentir mejor al final. Tomaste una decisión, ahora asúmela.
Dejó de comer por completo, mis palabras calaron hondo en su piel.
—Sé que estás ocupado... y no quiero molestarte. —No hubo disculpa, y nunca
la habría. Era demasiado testaruda para eso. Pero esto era lo suficientemente bueno,
la forma en que cedió porque no quería perderme.
No me odiaba en absoluto. Odiaba no odiarme.
—Puedo estar ocupado, pero nunca podrías molestarme.

64
Pasó el silencio, pesado como una nube de humo. Quedó suspendida en medio
de la mesa, entre nosotros. Ambos la respiramos, inhalando vapores tóxicos que nos
desgarraban por dentro. Cuando fue demasiado, ella cogió el tenedor y empezó a
comer de nuevo.
Yo hice lo mismo.
—¿Cuándo fue tu última relación seria?
—¿Por qué asumes que alguna vez tuve una?
—Porque, mírate. —Cabello oscuro. Caderas sexys perfectas para tener hijos.
Ojos inteligentes. Si fuera otro tipo de hombre, la querría para mí.
—Dije que no tenemos que hacer charla de almohada.
Entrecerré los ojos.
—Me estás dejando fuera.
—Sólo porque estemos follando no significa que tengas derecho a más de mí.
—No hay posibilidad de que te haga daño, ¿así que qué más da?
Agarró el tallo de su vaso y lo acercó.
—Esto es una calle de doble sentido, Bartholomew. Si esperas que responda a
tus preguntas, tienes que responder a las mías.
—No tengo ningún problema con eso.
Sus ojos parecían decepcionados, como si esperara que eso bastara para
disuadirme.
—Mi última relación seria fue hace siete años.
Vaya coincidencia.
—Eso es mucho tiempo para estar soltera.
—Me he desilusionado del amor...
—¿Te engañó? —Sabía que no era eso, porque ¿qué clase de hombre jodería a
una mujer así?
—No. —No me dio una respuesta, así que supe que no la obtendría.
—¿Cuánto duró la relación?
—Dos años.
—Estoy feliz con este acuerdo, pero no deberías dejar que un imbécil de hace
siete años sabotee tu vida amorosa.
Esbozó una pequeña sonrisa y bebió un trago.

65
Ahora daría cualquier cosa por saber qué pasó.
—Podría matarlo por ti, si quieres.
Tomó su copa y la dejó a un lado.
—Mi ex marido no merece nuestro tiempo.
Sentí una repentina opresión en el pecho. Me atenazó justo en el centro del
pecho y me costaba respirar. Mantuve una expresión estoica, pero por dentro
luchaba contra la sorpresa.
—Estás divorciada.
—Felizmente divorciada. —Terminó su copa de vino y se lamió los labios.
—Eso es terriblemente joven para estar casada. —Tendría que haber tenido
unos veinte años.
—Puedes agradecérselo a mi padre.
Un matrimonio concertado.
Era como si pudiera ver mis pensamientos en mi cara.
—Te dije que era un imbécil.

66
9
LAURA

N
o supe nada de Bartholomew durante días.
Nunca tuvimos noches seguidas. Me dejaba tan dolorida que una
repetición instantánea probablemente sólo dolería. Ambos
llenábamos nuestros depósitos hasta el tope, y luego vivíamos nuestras
vidas hasta que empezábamos a vaciarnos.
Pero a medida que pasaba el tiempo, me vaciaba cada vez más rápido.
Necesitaba esa dosis antes. Necesitaba el sudor de ese hombre en mi piel, necesitaba
el subidón que sólo él podía darme. Cuando el deseo se hizo demasiado profundo, le
envié un mensaje. ¿Tienes planes para esta noche?
Su mensaje fue instantáneo. Depende de si estás libre.
Sí.
Entonces no tengo planes.
Cada vez que leía sus mensajes, oía su voz en mi cabeza. Eso me hacía desearlo
más. Su confianza. Su actitud sin tonterías. Era el tipo de hombre que me gustaba, con
deseos sencillos y palabras directas.
Me pasaré por tu apartamento.
Mi deseo desapareció de repente. No te quiero aquí. Lo dejé claro.
Su mensaje no fue instantáneo. Tardó un poco en responder. No me gusta
cuando te vas a casa solo en medio de la noche.
Soy una chica grande, Bartholomew.
No dijo nada.
Te veré en nuestro lugar habitual.

Cuando entré en la habitación del hotel, él ya estaba allí, con sus botas junto al
sillón donde se sentaba. Su chaqueta estaba tirada sobre uno de los sofás, y se sentó
allí mientras disfrutaba a solas de su vaso de whisky, mirando las luces de la ciudad.

67
Colgué mi abrigo en el perchero junto con mi bolso y me reuní con él en el
salón.
Se puso en pie y se dirigió hacia mí. Parecía que se acercaba para hablarme,
pero su mano se deslizó por mi pelo y su beso estaba en mis labios. Todo fue rápido,
y en lugar de un beso lento que empezaba en el cuello y la mandíbula, fue directo a
matar. Me puso la mano en el culo y me levantó, rodeándome la cintura con las piernas
y llevándome a la cama.
Me quitó la ropa y me folló salvajemente. Su mano me agarró el cuello,
apretándolo lo suficiente para acelerarme el corazón, pero no tanto como para
cortarme el suministro de aire. Con la mejilla pegada a la mía, me dijo:
—Joder, cariño. ¿Se te ha apretado más el coño?
Mis brazos se aferraron a su duro cuerpo, mis uñas clavándose un poco más en
su carne.
—Creo que tu polla acaba de crecer...
Volvió a acercar su cara a la mía, con sus ojos maníacos clavados en mi rostro.
Me cogió con más fuerza, apretándome el cuello con más fuerza que antes,
golpeándome tan profundamente contra la cama que casi rompe el armazón.
Entonces nos unimos, una explosión cósmica de dos galaxias. El calor del sol
nos abrasó a los dos. Arrastrados por la euforia, gemimos de placer, agarrándonos el
uno al otro como si fuéramos a salir volando si no nos sujetábamos.
Luego pasó, los dos jadeábamos, con los ojos fijos el uno en el otro.
—Ya era hora de que me echaras de menos —dijo.
Habían pasado cinco días y no había sabido nada de él. Cuanto más tiempo
permanecía mi pantalla en negro, más me decepcionaba. Pero ahora sabía que sólo
era un movimiento de poder.
—¿Me estabas esperando?
—Esto es una calle de doble sentido —dijo—. Recuérdalo.

Desarrollamos una rutina.


Después de varias rondas de follar, nos duchábamos juntos y pedíamos al
servicio de habitaciones. No podíamos cenar juntos en público, así que compartíamos
la comida en nuestra mesa de la Suite Real. Esta noche, él pidió pollo y yo una
ensalada César con salmón por encima.

68
La mayor parte de la comida transcurrió en silencio, los dos intercambiando
miradas a través de la mesa.
—Mi turno —dije después de beber un trago de mi vino.
Bartholomew se relajó en la silla, con los brazos apoyados en los reposabrazos
de madera.
—Me encanta cuando estás encima. —Recogió su vaso de vino y me dirigió una
sutil mirada de diversión.
Sabía exactamente cuál era mi intención, y no era ésa.
—¿Cuándo fue tu última relación seria?
Continuó con la mirada, todavía algo divertido.
—Calle de doble sentido, ¿verdad?
Una pequeña sonrisa se dibujó en su atractivo rostro.
—Hace diez años.
Me di cuenta de que era mayor que yo, pero no estaba segura de cuánto. ¿Tal
vez treinta y pocos? Así que la última vez que tuvo una mujer seria en su vida, apenas
era un hombre. Una parte de mí esperaba que dijera que nunca había habido nadie
especial.
—¿Estuviste casado?
—Quería estarlo.
No me esperaba esa respuesta. Y no pude ocultar mi reacción, la forma en que
mis ojos se abrieron un poco. Supuse que Bartholomew era uno de esos tipos que no
podían sentir nada más que lujuria.
—¿Qué pasó?
Inclinó ligeramente la cabeza.
—¿De verdad quieres saberlo?
Si él respondía a mi pregunta, yo estaría obligada a responder a la suya. No
quería compartir esta información con él, ni con nadie, pero me interesaba tanto su
historia que no podía dejar pasar la oportunidad.
—Sí.
Se quedó mirando un momento.
—De acuerdo. —Se hundió en la silla, con el codo apoyado y los dedos
enroscados bajo la barbilla—. Se llamaba Nina. La conocí en un bar. Se suponía que
iba a ser algo de una sola vez, pero... eso no sucedió. Esto fue mucho antes de mi

69
época como capo de la droga, así que yo era un tipo normal, tratando de salir
adelante. Había estado consumiendo y ella no lo sabía, así que me desintoxiqué antes
de que se diera cuenta.
Era imposible imaginarse la vida que describía, por lo que la historia resultaba
aún más interesante.
—Las cosas se pusieron serias. Le pedí que se mudara conmigo. Pero entonces
conocí a sus padres... —En lugar de parecer dolido por el recuerdo, sonrió como si
todo fuera una broma—. No les gusté nada. Me veían como lo que era: basura. Nina
venía de una buena familia, dos padres cariñosos y un hermano mayor protector.
Regentaba un pequeño restaurante que había pertenecido a su familia durante
generaciones. Yo era un chico sin padres que había crecido en un orfanato, sin futuro,
sin nada que ofrecerle excepto mi corazón, que al parecer no valía nada.
Mis ojos no se apartaron de los suyos, pero me costaba mantener la compostura
y no compadecerme de él.
—Me dejó poco después de esa reunión.
—Lo siento.
Su mirada se desvió como si no me hubiera oído, como si estuviera sumido en
sus pensamientos.
—Se casó unos años después. Un contador. —Soltó una risita tranquila—. La
mierda más aburrida que he oído nunca.
Ahora todo tenía sentido.
—Por eso eres tan ambicioso...
Sus ojos volvieron a mirarme.
—Por eso te has convertido en este poderoso capo de la droga —le dije—. Si
ella pudiera verte ahora...
A pesar de la seriedad del momento, prefirió parecer divertido.
—Si ella pudiera verme ahora, sabría que sus padres tenían razón y que tomó
la decisión correcta. Mi ambición está impulsada puramente por el dinero y el poder,
no por una chica a la que amé cuando apenas era un hombre.
—Qué diferente habría sido su vida si se hubiera quedado. —En lugar de
correr por las calles y matar a la gente que se rebelaba contra su opresión, se sentiría
realizado por el amor de una mujer, sería padre, tendría suegros que reemplazaran
el amor que perdió de sus padres. Por primera vez, me sentí mal por él, viendo más
allá de su dura coraza al hombre roto que había debajo.

70
—Nos hizo un favor a los dos. Ella está donde debe estar y yo estoy
exactamente donde debo estar. —Me miró fijamente a través de la mesa, la diversión
abandonando su rostro. Ahora la seriedad descendía como una sombra oscura—. Tu
turno, cariño.
¿Valía su respuesta la mía? Estaba a punto de averiguarlo.
—Me dejó.
Su expresión no cambió en absoluto, como si esperara más.
—¿Por qué?
—Prefiero no decirlo.
Sus ojos iban y venían entre los míos.
—¿Por qué?
Mi corazón empezó a latir con fuerza. La adrenalina me oprimía las entrañas.
Hacía un momento había una corriente de aire en la suite, pero ahora me sentía
sofocada por el calor.
—No quiero que me mires de otra manera. Porque si lo haces... tú también te
irás.
—Recuerda con quién estás hablando, cariño. —Su mirada segura me atravesó
desde el otro lado de la mesa—. No soy de los que juzgan. Nada de lo que digas
cambiará mi percepción de ti. Y nada de lo que digas hará que tenga menos ganas de
follarte.
Cuando dirigió así la sala, quise creer cada palabra, pero no pude.
—Bueno, déjame retractarme. Si te follaras a un niño o mataras a un niño... eso
me dejaría mal sabor de boca. Pero sé que ese no es tu crimen.
Estaba tan lejos.
—No... eso no.
Me miró expectante, esperando la revelación.
—Te dije que mi padre es un idiota, y no soy la única que lo piensa. —No podía
creer que estaba a punto de hacer esto. A punto de revelar el secreto que nunca había
compartido con nadie excepto con mi ex marido—. Mi padre cabreó a algunas
personas... y en vez de ir por él, fueron por mi madre y por mí. —Tragué saliva,
sintiendo cómo me invadían los nervios. No había lágrimas calientes en el fondo de
mi garganta. Había ocurrido hacía tanto tiempo que lo había superado. Pero seguía
sintiéndome como en un juicio en ese momento—. La mataron. Y luego... vinieron por

71
mí. —Rompí el contacto visual porque no quería ver su reacción. No quería que
fingiera que no le molestaba cuando sí le molestaba.
El silencio se prolongó durante mucho tiempo. Lo único que hacíamos era
respirar.
Entonces, por fin, volví a mirarle.
Su expresión era exactamente la misma.
—Ya lo sé, cariño.
—¿Lo sabes...?
—Sumé dos y dos hace un rato.
Volví a apartar la mirada.
—Después me trató diferente. No me tocaba. Ya no me quería. Luego se fue.
Se hizo otro silencio.
—Siento que te haya pasado eso. —Llevaba una expresión dura, pero sus ojos
brillaban como si sintiera cada palabra que decía—. ¿Están muertos?
—¿Quién?
—Los hombres que te hicieron esto.
—No lo sé. —Sobrevivir había sido mi prioridad en ese momento. No la
venganza.
—Entonces lo averiguaré y me ocuparé de ello.
—Eso es un poco hipócrita, ¿no crees?
Sus ojos se entrecerraron al instante.
—Eres un señor del crimen. Estoy seguro de que tus hombres hacen la misma
mierda. —Eran criminales sin moral. Cuando alguien se les cruzaba, probablemente
violaban a sus hijas. No había ley, como en la época medieval.
Guardó silencio durante mucho tiempo.
—No lo hacemos. Y me ofende profundamente la acusación. —La tensión en la
sala cambió. Ahora estaba cargada con su rabia, como un fuego que comenzara en
una esquina y lentamente envolviera toda la habitación. Le salía humo de los ojos. Sin
levantar la voz ni decir nada más, parecía que iba a matarme a mí y a todos los que
estábamos en el hotel.
Luego se puso en pie y se acercó a mí.
Me mantuve firme.

72
Sólo en calzoncillos, me miró.
—Soy un hombre de negocios que vende un producto y mata a cualquiera que
interfiera en mi negocio. Eso es todo. No busco vengarme de mis enemigos violando
a sus mujeres e hijas. No castigo a civiles por estar en el lugar equivocado en el
momento equivocado. No voy a fingir que soy un buen hombre, ni mucho menos, pero
esto es... es una jodida bofetada en la cara.
Me encogí bajo él, arrepintiéndome inmediatamente de lo que había dicho.
—Que te pase algo no significa que seas quien eres. Es un verbo, no un
sustantivo. No cambia en nada lo que siento por ti. Te llevaría a la mesa ahora mismo
si no estuviera tan cabreado. —Sus ojos furiosos seguían clavados en los míos—.
Discúlpate cuando estés lista. Y si no, cuídate. —Con eso, se alejó, se puso la ropa y
salió de la habitación del hotel.

Los días siguientes transcurrieron con una lentitud dolorosa. Todas las mañanas
iba al gimnasio, me preparaba y luego me iba a trabajar durante más de doce horas.
No sólo tenía que elegir la ropa para mis clientes, sino también arreglarla. Siempre
tenía la opción de que me lo hiciera una costurera, pero cada vez que lo intentaba, su
trabajo no era lo bastante bueno. La ropa no quedaba bien y las clientas no pagaban
mucho dinero por algo hecho a medias. Como resultado, tuve que hacer todo para el
negocio, y me refiero a todo.
En cuanto me senté durante más de un par de minutos, mis pensamientos
volvieron a la última conversación que había tenido con Bartholomew. Le había
quemado el veneno en los ojos. Era duro decirlo, pero estaba acostumbrada al mundo
que había creado mi padre, un mundo en el que cualquier crimen era justificable por
cruzarse en su camino.
Parecía que Bartholomew no compartía ese sentimiento.
Tomé mi teléfono y envié un mensaje. ¿Podemos hablar?
Su respuesta fue inmediata. Tardaste bastante. Aunque estaba ocupado
dirigiendo un imperio de la droga, nunca estaba demasiado ocupado para responder
a mis mensajes. Estoy fuera ahora mismo. Me pasaré más tarde.
Ya te he dicho lo que pienso de eso.
Nadie me sigue, y si lo hicieran, ya sabrían todo sobre ti. Que nos
encontremos en un hotel no significa que seas invisible. Me aguanto toda la farsa
para que te sientas mejor, pero en realidad no hay ninguna diferencia.

73
Leí esas palabras más de una vez y dejé que calaran hondo.
Estaré allí dentro de una hora.
Puse el teléfono sobre la mesa y esperé.

Abrió la puerta de mi casa y entró. Vestido para la noche, llevaba su cazadora


negra, vaqueros negros y las mismas botas de siempre. Bien podría haberse tatuado
“Chico malo” en la frente.
Sus ojos encontraron los míos cuando me senté a la pequeña mesa del
comedor, y se tomó su tiempo para cruzar la habitación y acercarse a mí. Cada vez
que sus botas golpeaban la madera, se oía un ruido sordo que demostraba su pesadez
a pesar de su delgadez.
Tomó asiento frente a mí, con un brazo apoyado en la superficie de la mesa, sus
ojos duros mirándome con frialdad.
De repente me pregunté si llevaba pistola, porque cada vez que se desnudaba
delante de mí, no la encontraba por ninguna parte. Quizá se la dejó en el coche.
Siguió mirando fijamente, esperando la disculpa que hacía tiempo que debía
haberle pedido.
—Lo siento... por lo que dije.
Se quedó quieto, como si esperara más.
—Sólo sé que la mayoría de los hombres hacen ese tipo de cosas...
—¿La mayoría de los hombres? —preguntó en tono incrédulo—. ¿Qué clase de
hombres tienes en tu compañía?
Quizá esto tendría más sentido si él conociera mi pasado, de dónde vengo,
quién era mi padre... pero me lo guardé para mí.
—¿Hay muchas líneas que los criminales no cruzan?
—Confundes a un delincuente con un idiota, y hay una gran diferencia. Los
hombres como yo, la cima de la cadena alimenticia, no llegamos allí haciendo lo que
nos da la gana y causando estragos. Los buenos criminales, los que siguen vivos y
consiguen hacer mierda, viven según un código ético. —Empezó a contar las reglas
con los dedos—. Mantén tu palabra. Prescindir de la policía. Despide a los civiles. Eso
es todo.
—¿Despedir a los civiles...?

74
—A veces la gente está en el lugar equivocado en el momento equivocado. No
merecen morir por ello.
—¿Cómo conseguir que mantengan la boca cerrada?
—No lo hacemos —dice encogiéndose ligeramente de hombros—. La mayor
parte de la policía está en mi nómina, así que a veces se les envía a investigar lo que
hacemos. Les dejo que hagan lo que tienen que hacer... y luego mis chicos les echan.
Nadie tiene que morir.
—¿Por qué los perdonas?
Consideró mis palabras durante largo rato.
—Sólo hacen su trabajo, ¿verdad? Buscan un sueldo para mantener a sus
familias y todo eso. Además, ellos se ocupan de los pequeños de la calle, así que yo
no tengo que hacerlo. Somos aliados, aunque ellos no lo sepan.
Creí que no estaba tirando de mi cadena, haciéndome creer en alguna mentira.
Se hundió en la silla, con los brazos cruzados sobre el pecho y la cabeza
ligeramente ladeada.
—Dije que lo sentía...
—Pero fue seguido inmediatamente por una justificación de tu suposición.
Básicamente dijiste: “Siento haberte acusado de algo tan repugnante, pero era una
suposición justa debido a A y B”. —Siguió mirándome con esos ojos furiosos—. Por si
no te has dado cuenta, consigo coños sin ni siquiera pedirlos. Definitivamente no
necesito cogerlo a la fuerza.
—¿Y si tus hombres hicieran eso?
—Definitivamente no lo hacen en el trabajo. Estamos demasiado ocupados
trabajando. Y tenemos una cuenta corriente con los burdeles, así que pueden
divertirse allí.
—¿Eso es lo que haces? —pregunté a bocajarro.
—Sí. —Respondió a mi pregunta sin vacilar, sin vergüenza—. Pago por sexo
regularmente, excepto ahora, por supuesto.
Me sentí un poco tonta por suponer que era como mi padre. Nunca conocí a un
narcotraficante tan descaradamente honesto.
—Realmente siento lo que dije.
Por primera vez, la frialdad se desvaneció de su rostro y su cuerpo se volvió
menos rígido.
—Gracias.

75
—Pareces un tipo honesto.
—Demasiado honesto, como me han dicho.
Estuvimos un rato sentados en silencio. Él me miraba fijamente. Yo le miraba
fijamente. Su rabia silenciosa parecía evaporarse lentamente a medida que pasaban
los minutos.
—Estaba a punto de hacer la cena. ¿Te gustaría acompañarme?
Asintió lentamente.
—Suena bien, cariño.

Acabábamos de terminar de cenar cuando se marchó bruscamente.


Se dirigió a mi dormitorio, se quitó la chaqueta y la dejó en el suelo. Después
se quitó la camisa y dejó un rastro de migas de pan en la puerta abierta de mi
dormitorio. Se sentó en el borde de la cama y se desató las botas antes de quitárselas
de un tirón y desabrocharse los vaqueros. Se levantó y se los bajó antes de quitarse
los bóxers.
Duro como una roca.
Me miró al otro lado de la habitación.
—Trae tu culo aquí, cariño. —Se tumbó en la cama, con la espalda apoyada en
el cabecero y la gorda polla apoyada en el estómago.
La copa de vino rondó mis labios durante segundos, hipnotizada por el hombre
desnudo que ahora estaba en mi cama. Finalmente me bebí el tinto que quedaba en
el fondo de la copa antes de entrar en el dormitorio. Siempre tenía el corazón en la
garganta cuando se trataba de él. Experimentaba ese subidón indescriptible que me
hacía sentir entumecida y también viva. Me ponía un poco nerviosa, pero no lo
suficiente como para querer salir corriendo.
A los pies de la cama, me desnudé, tomándome mi tiempo para quitarme cada
prenda mientras sus ojos me miraban. Cuando me quité el sujetador, sus ojos se
clavaron en mis tetas, y aquella polla dura sugería que no pensaba en mi confesión,
que no pensaba en los hombres que le habían precedido, sobre todo en los que no
habían sido invitados.
Me quité todo lo demás y me quedé allí de pie sin nada más que mi traje de
cumpleaños.
Con los dedos bloqueados detrás de la cabeza, me miró apreciativamente. —
Ahora muéstrame cuánto lo sientes.

76
El barítono de su voz era seductor. La profunda mirada de sus ojos tenía la
atracción de un imán. Me guió hacia él con su silenciosa orden, y después de
arrastrarme por la cama y su largo cuerpo, estacioné mi sexo justo encima del suyo.
Sus grandes manos se dirigieron inmediatamente a mi culo y me amasó las
mejillas mientras me miraba las tetas. Se inclinó hacia delante y besó el valle entre
mis tetas, jugando con mi culo mientras guiaba su lengua sobre mi piel. Saboreó mis
pezones, besó el hueco de mi garganta, meció ligeramente sus caderas para poder
rozar mi sexo.
Su longitud dura como una roca era perfecta contra mi clítoris, la presión justa
para hacer temblar mis muslos. Mis brazos se engancharon en sus hombros y arqueé
la espalda mientras él me penetraba. Su cabeza empujó mi entrada y luego me hundí
en su interior, clavándole las uñas hasta el fondo.
De repente, su mano me dio una fuerte bofetada en el culo.
—Joder, echaba de menos este coño. —Me guió arriba y abajo, queriendo
tomarme duro y rápido desde el principio. Con las palmas de las manos sobre sus
hombros, le cabalgué al ritmo que me ordenaba, esa enorme polla llenándome una y
otra vez. Era tan bueno. Empecé a temer que esta situación se acabara porque ningún
otro tío podía follar como él.
—Dilo. —Me empujó desde abajo, sus ojos se clavaron en los míos con ese
brillo maníaco.
Mis manos se deslizaron hacia su pecho, mi clítoris arrastrándose
perfectamente contra su cuerpo. Ya sentía la tensión en el estómago, el calor
blanquecino que estaba a punto de quemarme por dentro.
Volvió a darme una bofetada en el culo, esta vez lo bastante fuerte como para
dejar una marca.
—Dilo.
—Lo siento.
Su pulgar se dirigió a mi clítoris y lo frotó con fuerza, llevándome al clímax tras
mi disculpa.
—Lo siento... —Mi cabeza rodó hacia atrás mientras sentía ese increíble placer
entre mis piernas, una bondad que sólo podía ser causada por este hombre
perfecto—. Lo siento.
Su pulgar se apartó de mi clítoris y me colocó boca arriba, con su cuerpo
dominando el mío, apretándome contra el colchón y cubriéndome con su calor. Su
polla permaneció enterrada dentro de mí todo el tiempo, y sus brazos me

77
inmovilizaron las rodillas hacia atrás mientras me doblaba debajo de él. Me folló duro
y rápido.
—Te perdono, cariño.

—Echo de menos el hotel. —Me tumbé de lado y le miré.


Estaba de espaldas, con una mano apoyada en el estómago y las sábanas en la
cintura, porque aún estaba caliente. Su piel seguía brillando.
—¿De verdad? Lo prefiero aquí.
—Esa ducha era increíble. Y tenían servicio de habitaciones...
Sonrió ligeramente.
—Acabamos de comer.
—Sí, pero mi cocina no está a la altura.
—Prefiero la tuya.
Puse los ojos en blanco.
—Ya me tienes a mí, así que déjalo ya.
—No estoy bromeando.
—Esa vista...
—Ahí me has pillado. —Se volvió para mirarme de frente—. Pero esta es la
única vista que me importa.
Era sólo una frase, pero parecía tan guapo mientras la decía que sentí calor en
mi interior.
—Eres bueno con las palabras.
—Supongo que soy natural. —Volvió a mirar al techo, con el pelo oscuro
revuelto por la forma en que había jugado con él—. Por mucho que me gustaría
quedarme, la noche es joven.
—Eres como un vampiro.
Esbozó una leve sonrisa.
—Definitivamente me alimentaría de ti si fuera así. —Dejó la cama y se levantó,
su cuerpo cincelado fino en la luz limitada. Tenía el culo prieto, la espalda esculpida
y un montón de venas por todos los brazos. Empezó a vestirse, cubriendo su hermoso
cuerpo con la ropa.

78
Quería que se quedara, pero nunca se lo pediría.
Me levanté de la cama y me até la bata alrededor del cuerpo.
Se calló mientras me miraba, pensando claramente en la primera vez que había
venido y yo estaba vestida sólo con el encaje negro. La consternación se extendió por
su hermoso rostro y parecía que iba a cambiar de opinión y quedarse.
Pero no lo hizo.
Le acompañé hasta la puerta, con sus pesadas botas golpeando el suelo de
madera.
—Tengo que preguntar.
Se volvió hacia mí, con la barbilla baja para mirarme.
—¿Qué pasa con las botas?
Ladeó ligeramente la cabeza, dejando que el silencio se prolongara mientras
me miraba con aquellos ojos color tierra.
—Quiero decir, son botas de combate.
—¿De verdad quieres saber por qué? —Me desafió, sus ojos iban y venían
entre los míos.
Ahora no estaba segura.
Se arrodilló y sacó un cuchillo de diez centímetros guardado en un
compartimento individual. Lo giró en la mano, mostrando su afilado filo.
—Eso no es todo. —Volvió a arrodillarse y se quitó rápidamente el cordón de
las botas. Se irguió de nuevo, apretando las hebras alrededor de sus dos muñecas, y
luego enganchó el cordón detrás de mi cuello y me acercó para poder besarme—.
Por eso. —Me soltó y volvió a atarse las botas rápidamente, como si lo hubiera hecho
cientos de veces. Guardó el cuchillo y volvió a ponerse en pie—. Buenas noches,
cariño. —Salió al pasillo.
—¿Bartholomew?
Se detuvo y se volvió lentamente para mirarme de nuevo. Siempre tenía una
postura recta, los hombros anchos hacia atrás, los ojos intensos. Esperó
pacientemente a que hablara, aunque los bajos fondos requerían su atención.
—Gracias por... no tratarme diferente. —Mostró su simpatía, pero no me trató
como a una víctima. En lugar de actuar como si yo fuera una mercancía dañada o
irreparable, siguió adelante como si no fuera más que un rasguño en la rodilla. La
experiencia fue traumática, pero la forma en que mi marido me trató después fue
mucho más traumática. Fue él quien me hizo sentir... sucia.

79
Bartholomew me miró fijamente durante un rato, como si tardara un momento
en comprender por qué le estaba dando las gracias.
—Tu ex es tan malo como los hombres que te hicieron eso. Yo también pensé
en matarlo, pero sabía que dirías que no.
—¿De verdad vas a matarlos?
—¿Pensaste que era una broma?
—No. Yo sólo... No es tu problema.
—¿No es mi problema? —Su voz se volvió fría—. Mientras esto dure, soy tu
hombre. Así que, sí, es mi maldito problema. Mataré a cada uno de ellos, y antes de
que lo haga, me rogarán que termine el trabajo.
Casi me sentí mal por ellos.
—¿Y si tienen familia?
—No me importa. Les pisotearé la cabeza hasta que se les rompa el cráneo y
sus sesos queden esparcidos por el suelo. Luego haré lo mismo con el siguiente, y
luego con el siguiente. Ah, y esa es otra razón por la que llevo esto... sólo que no
pensé que quisieras saberlo.

—¿Qué se celebra? —Me quedé en el mostrador mientras hablaba con un


cliente por teléfono.
—Otra de esas galas benéficas...
—¿Para qué es la caridad?
—No lo sé —dijo ella—. Algún tipo de enfermedad o algo así... Sólo me interesa
encontrar un nuevo marido. Ya sabes, desde que el mío eligió huir con su secretaria.
—Así que tienes que estar sexy. Entendido.
—Exactamente.
—De acuerdo, haré mi magia. —Dejé el teléfono y hojeé mis notas, mirando
sus medidas para decidir qué estilo luciría mejor. Fui a todos los desfiles de moda.
Estaba suscrita a todas las revistas. Hacía todo lo que podía para estar al tanto de las
últimas tendencias.
Mi teléfono empezó a sonar.
Supuse que era otro cliente, así que mi mano se movió más rápido que mi
mente. Atendí la llamada antes de poder procesar quién estaba al otro lado.

80
Mi padre.
Pero ahora era demasiado tarde. Estaba en la línea.
Me quedé mirando la pantalla unos segundos antes de acercarme el teléfono a
la oreja.
—No esperaba que respondieras. —Su voz era exactamente la misma que
recordaba, masculina y llena de arrogancia. Había envejecido un poco, lo cual no era
de extrañar porque había pasado casi una década desde la última vez que hablamos.
—Pensé que eras otra persona.
Procesó el insulto en silencio.
—¿Me llamas por alguna razón? —La mayor parte del tiempo, no pensaba en
mi padre en absoluto. Pero había momentos en que el distanciamiento era doloroso,
sobre todo durante las vacaciones que pasaba sola o con amigos. Pero él había
tomado su decisión y yo la mía.
—El tío Tony falleció.
Cuando alguien fallece, sufre un infarto o pierde la batalla contra el cáncer. Se
fueron mientras dormían o murieron instantáneamente en un brutal accidente de
coche. Cosas que estaban fuera de su control. Pero sabía que ninguna de esas
circunstancias se aplicaba al tío Tony.
—Lamento escuchar eso.
—Era un buen hermano.
Porque siguió ciegamente tus órdenes y lo mataron por ello.
—Gracias por hacérmelo saber.
—El funeral es el viernes, si puedes venir.
Florencia había sido mi hogar toda la vida. El Duomo era lo primero que veía
por la ventana del dormitorio cada mañana. Había caminado por esas estrechas calles
comiendo helado de pistacho con amigos. Había salido a explorar la ciudad a las dos
de la madrugada y nunca había sentido miedo. Aún la echo de menos... siempre lo
haré.
—¿Laura?
—Tengo que pensarlo.
—Siempre pareció que le tenías cariño.
A veces era mejor padre que tú.
—Así era.

81
—Entonces presenta tus respetos.
—No me digas lo que tengo que hacer, Leonardo. —Ahora nos tuteábamos.
Hacía casi una década que no le llamaba padre, aunque me refería a él de ese modo
en mi mente o cuando lo mencionaba a cualquiera que preguntara por él. Era una falta
de respeto, un recordatorio de que seguía odiándolo con todo mi ser.
Su temperamento parecía haber mejorado, porque recibió el golpe en silencio.
—También me gustaría verte. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que
vi tu cara.
El sentimiento no era mutuo.
Cuando mi padre supo que no conseguiría nada más de mí, me dejó ir.
—Espero verte allí.

82
10
BARTHOLOMEW

S
alí de mi habitación en chándal, con las cortinas abiertas para dejar entrar
la luz del sol en la última planta del apartamento. Era difícil saber qué hora
era con solo mirar fuera, pero probablemente eran más de las tres.
Mi mayordomo ya tenía la mesa puesta, un café americano con filete y claras
de huevo revueltas con cualquier producto ecológico que había encontrado en el
mercado esa misma mañana. El periódico estaba allí, aunque casi nunca lo leo. Me
senté, me froté los ojos para quitarme el sueño y revisé todos los mensajes, correos
electrónicos y llamadas que habían estallado en mi teléfono durante la mañana.
Mi mayordomo no me dirigía la palabra, que era como prefería pasar las
mañanas.
O, debería decir, tardes.
Mi apacible silencio se vio interrumpido cuando mi mayordomo se acercó a la
mesa.
—Bleu ha venido a verle, señor. ¿Le hago pasar?
Levanté los ojos del periódico y me fijé en su cara. Llámame anticuado, pero
no me gustaba empezar las mañanas con tonterías, aunque suponía que eran
importantes.
—Sí.
Acompañó a Bleu al interior un momento después, y se sentó frente a mí en la
mesa mientras yo cortaba mi filete.
—Lo he arreglado con los marroquíes. Aceptarán ser nuestros distribuidores
exclusivos por un precio muy alto.
—No me importa el precio.
—Acaban de poner un suministro en el carguero, por lo que la entrega no se
puede revertir. Después de eso, los cortarán. Por lo tanto, tenemos dos semanas.
—Bien. —Mastiqué un gran bocado, me encantaba el sabor del filete con café.
Bleu se sentó frente a mí, mirando por la ventana como si le pareciera de mala
educación verme comer.
—¿Todavía crees que esto es una buena idea?

83
—Absolutamente.
—¿Qué harás una vez que el Rey Calavera sepa que su suministro está siendo
cortado?
—Pedirle que venda mis drogas en su lugar.
—¿Y no crees que se dará cuenta de todo esto?
Me encogí de hombros mientras cortaba mi filete.
—No importa si lo hace. No tiene elección. O trabaja para mí o cierra el
negocio. Así de simple.

Me senté en el bar a charlar con uno de mis distribuidores. La noche era joven.
Mientras la gente cenaba, yo aún no había almorzado. Fumamos puros y bebimos,
hablando de los millones de libras que habíamos movido por Francia y fuera de
Europa del Este esa semana.
—Nuestra infiltración en Croacia ha tenido mucho éxito. Además, nuestro
producto es superior al que Roan tenía antes, así que hemos conseguido aumentar el
precio de mercado. —Bebió su whisky hasta vaciar el vaso y lo dejó sobre la mesa.
—Tal vez deberíamos movernos a través de Alemania y luego Rusia.
Soltó una risita tranquila.
—Estás loco, ¿lo sabías?
—¿Lo estoy? —pregunté, soltando el humo de mi boca—. ¿O soy el único que
piensa con claridad?
—Rusia es un juego totalmente diferente. Malditos hijos de puta.
Me encogí de hombros.
—Ya veremos.
Una mujer llamó su atención en la barra, invitándole a acercarse con un gesto
y una sonrisa. Parecía que ya se conocían.
—Si terminamos aquí, me gustaría mojarme la polla.
Levanté mi copa y la choqué contra la suya.
—Adelante.
Me dejó allí sentado solo y me acabé el resto del vaso antes de abrir la cartera
y tirar los billetes sobre la mesa.

84
Una mano me agarró por el hombro. Unas uñas largas se clavaron en mi
chaqueta, el tacto posesivo, como si no fuera la primera vez que me tocaba. Entonces
vi sus piernas en aquel vestido corto y se subió a una de mis rodillas como si yo fuera
Papá Noel. Me rodeó el hombro con el brazo y me miró.
—Cuánto tiempo sin verte.
—Soy un hombre difícil de ubicar.
Me quitó el puro de la mano y le dio una calada. Intentó ser sexy, pero luego
tuvo que toser un poco porque no podía conseguirlo. Lo dejó caer en el cenicero.
—¿Quieres salir de aquí?
—Por muy tentador que sea, Chloe... tengo que estar en un sitio.
—Pero tú eres el gran jefe, ¿no? —preguntó—. No tienes que estar en ningún
sitio que no quieras.
Empecé a levantarme, obligándola a bajarse de mi rodilla y a equilibrarse
sobre los talones.
—Cierto. Pero me he comprometido con alguien y yo cumplo mis
compromisos.
Entrecerró los ojos mientras me estudiaba, intentando resolver un
rompecabezas sin pistas.
—¿De qué tipo de compromiso estamos hablando?
—Monogamia.
Sus dos cejas subieron por su cara.
—¿Bartholomew está comprometido con una mujer y sólo una mujer?
—Mi polla lo está, al menos. —Empecé a alejarme—. Que tengas una buena
noche, Chloe.

¿Quieres visitarme?
Sólo con leer ese mensaje se me puso dura. Tuve a una mujercita caliente
sentada en mi regazo en el bar y no sentí nada, pero leer las palabras de Laura fue
como un juego previo. Claro que sí. Tenía un par de cosas en la agenda esta noche,
pero las delegué en Bleu y otros para poder pasarme por su apartamento y hacer que
se corriera.

85
Cuando llegué a su apartamento, entré porque sabía que la puerta no estaría
cerrada. Estaba sentada en la pequeña mesa del comedor, disfrutando de una botella
de vino ella sola. Llevaba la misma bata negra que había usado antes, y aquel trozo
de tela le resultaba más sexy que la lencería más escasa.
Tomé asiento frente a ella y me serví una copa. Prefería los más fuertes, como
la ginebra y el whisky, pero había llegado a apreciar el paladar de un bebedor de
vino. Todas esas sutiles diferencias en la cosecha, de los tintos atrevidos y los blancos
dulces. Era un poco extravagante para mi gusto, pero ser multimillonario me había
vuelto un poco extravagante sin querer.
Mientras estudiaba su rostro, me di cuenta de los pequeños cambios,
diferencias que sus amigos más cercanos probablemente no notarían. Su piel era un
poco más clara, sus ojos eran más cautelosos pero también más vulnerables al mismo
tiempo. Aunque iba vestida de negocios, su mente parecía estar en otra parte.
Me quería aquí por una razón diferente.
Para que ella pudiera hablar de sus problemas.
Y que yo pudiera escuchar.
No había firmado para eso. Había venido a follar, no a hacer de terapeuta. Pero
en lugar de ser un idiota como siempre, esperé pacientemente a que empezara. Una
parte de mí tenía curiosidad por saber qué la había derrumbado, porque estaba tan
quieta como una montaña cuando me contó lo que le había pasado siete años atrás.
—¿Qué pasa, cariño? —No podía seguir siendo paciente, necesitaba saber qué
podía perturbar a una mujer como ella.
Levantó los ojos hacia los míos, con los dedos aún sobre el vaso.
—Mi tío murió.
Asentí lentamente.
—Lo siento.
—No lo sientas. —Bebió un trago—. Es culpa suya.
—¿Conducía ebrio?
—Era compinche de mi padre.
Ahora asentí de nuevo.
—Ya veo. —Otra razón por la que no quería tener nada que ver con esa vida, y
ahora me preguntaba cómo acabaría esta conversación. ¿Sería otro recordatorio de
que acostarse conmigo era una mala idea? Esperaba que no, aunque había dado en
el clavo—. ¿Eran cercanos?

86
—Solíamos serlo.
—¿Has hablado con él desde que te fuiste?
—Me llamaba en mi cumpleaños todos los años. Nunca hablábamos de nada
real, sólo del tiempo y de cocina francesa... mierdas así.
Me encantaba cómo sonaba cuando maldecía. Como si no le importara nada ni
nadie.
—¿Era el hermano de tu padre?
—Sí. Perder a su esposa no fue suficiente...
—Y su hija.
Tomó su vaso y bebió un trago.
—He decidido ir al funeral. Me voy mañana.
Yo era un maestro en mantener la cara seria, y esa habilidad no me fallaba
ahora, así que no tenía ni idea de que se me acababa de caer el estómago. Su
distanciamiento la hacía inútil para mí, pero si dejaban de estar distanciados... la cosa
podría ponerse fea.
—¿Por qué?
—Mi tío merece tener allí a alguien que realmente se preocupe por él.
—¿Y qué harás con tu padre? —Un funeral ya era un asunto miserable. Añádele
un reencuentro incómodo y aquel lugar se convertiría en un horno de tensión.
Dio un largo trago a su vino.
—Ni idea.
—¿Fue él quien te llamó?
—Sí.
—¿Y cómo fue eso?
—Breve. Frío. Bla. —Bebió su vino de nuevo, y ahora su vaso estaba vacío—.
Pero basta de eso. No has venido aquí para eso.
En absoluto. Pero ahora, era todo en lo que podía pensar. ¿Cómo podía un
hombre tener una hija como ella y dejarla marchar? ¿Cómo podía no romperse el culo
cada día para hacer lo correcto? ¿Cómo pudo dejar que le pasara algo? Yo no era
quién para juzgar, pero él debería haber antepuesto su familia a su trabajo, y el hecho
de que no lo hiciera me decía todo lo que necesitaba saber sobre su carácter.
—Iré contigo.

87
Tiró de la cinta que le ceñía la cintura, de modo que la bata se separó
ligeramente, abriéndose sobre su pecho para revelar más de aquellas tetas turgentes.
Piel suculenta. Inmaculada por mi beso agresivo. Si se abriera un poco más, sus
pezones quedarían al descubierto.
—¿Vienes conmigo a dónde? —A continuación se pasó los dedos por el espeso
cabello, apartándoselo de la cara y dejando al descubierto más parte de su cuello.
—Florencia.
Se quedó quieta cuando comprendió la oferta.
—¿Qué?
—Te vendría bien la compañía. Tengo negocios allí de todos modos.
—¿Qué negocios?
Bebí un trago de vino. Cuando el silencio continuó, se dio cuenta de que yo no
respondería.
—No te quiero cerca de mi familia.
Hice lo que pude para no sonreír ante la ironía.
—No me invité al funeral, sólo a tu cama. Podríamos quedarnos en mi casa de
Florencia. Tú ocúpate de tus asuntos y yo de los míos. Y si necesitas un hombro sobre
el que llorar... puedes tener el mío.
—Se supone que esto es un asunto clandestino... ¿y ahora hacemos viajes
juntos?
—No es como yo lo describiría. —Mis ojos seguían fijos en su cara, pero
estaban tentados de mirar hacia abajo, de rezar para que la bata se deslizara un poco
más... y un poco más. No había follado una teta a una mujer desde que era
adolescente, pero sin duda podía verme deslizándome entre aquellas tetas
turgentes—. Podríamos tomar mi avión. Privado es la única manera de viajar.
—¿Y no me vas a decir qué haces ahí?
—¿De verdad quieres saberlo, cariño? —Había noches en que la dejaba en el
hotel y me iba directamente a los muelles a ejecutar traidores y meterlos en barriles
de petróleo antes de que los arrojaran los cargueros en algún lugar del Atlántico
camino de su próximo destino. Ella no necesitaba saber nada de mi barbarie.
Ella pareció estar de acuerdo porque abandonó el tema.
—De acuerdo. —Sus dedos se deslizaron por los costados de la bata antes de
quitársela, dejando que el material de seda abandonara sus hombros menudos y se

88
arrugara en la silla detrás de ella. La piel, suave como la seda, quedó al descubierto,
y sus pezones se endurecieron de inmediato al sentir directamente el aire frío.
Me había considerado un hombre de culo, pero ya no.
Se levantó de la silla y pasó por delante de mí en dirección al dormitorio. Sin
nada más que una diminuta tanga que apenas cubría nada, cruzó la habitación, toda
una mujer con aquellas caderas sexys y aquellos muslos tonificados, aquel culo de
nectarina con el que me veía follando en algún momento.
Como paralizado, lo único que pude hacer fue verla entrar en el dormitorio y
engancharse los pulgares en las bragas. Luego se inclinó y se bajó las bragas hasta
los tobillos, ofreciéndome una visión muy provocativa.
Como si no quisiera ya follarme sus sesos.
Luego me miró por encima del hombro, con ojos tan dominantes que me
quemaban directamente.
Creo que eso fue lo más excitante de todo.

Me tumbé a su lado, con la mayor parte de su cuerpo desnudo al descubierto


por encima de las sábanas porque aún estaba caliente, aunque yo era el que había
hecho todo el trabajo esta noche.
No hay quejas.
Era el tipo de mujer que me hacía querer hacer todo el trabajo sucio, sin juegos
de palabras. Abrió los ojos como si supiera que la estaba mirando, y me miró. Estaba
de lado, con la cara cerca de mi hombro. Me sostuvo la mirada un rato, pero no dijo
nada.
Me gustaba su confianza. Cuando hacía contacto visual, no tenía prisa por
apartar la mirada y fingir que nunca había ocurrido. Podía enfrentarse a mí sin que mi
intensidad la empequeñeciera. Yo era muy consciente de cómo intimidaba o asustaba
a la gente que me rodeaba.
Eso no se aplicaba a Laura.
—Es hora de que me vaya. —Una noche repleta aguardaba mi atención. Mis
hombres sabían que no estaba tan concentrada como de costumbre, que llegaba
tarde a las reuniones o que ni siquiera acudía. Pero nadie se atrevía a cuestionármelo.
—¿Así será en Florencia? —preguntó—. ¿Estarás fuera toda la noche?
—Tal vez.

89
—Eres como un vampiro. Duermes todo el día... sales toda la noche.
—Es apropiado, porque derramo mucha sangre.
Crecer en el seno de una familia de delincuentes italianos debió de
insensibilizarla a este tipo de cosas, porque no reaccionó. Al principio no quería
saber nada de mí por mi comportamiento delictivo, pero ahora lo disculpaba todo
porque la hacía correrse muy fuerte.
—¿A qué hora quieres irte mañana?
—A última hora de la tarde. —Después de despertarme.
—De acuerdo. Estaré lista. —Salió de la cama y se puso una camiseta grande,
una camiseta que le quedaba como una manta. Era gris con cuello en V. Yo no estaba
en la moda, pero como hombre, podía decir que era una camiseta de hombre… y no
era la mía.
Un relámpago me atravesó. El calor me abrasaba las extremidades. Incluso me
hacía arder los ojos. De repente sentí calor por todas partes, el mismo calor de antes
de explotar y matar a alguien con mi bota.
Pero luego tragué saliva y se me pasó.
Salí de la cama y me puse la ropa. Me calcé las botas antes de atármelas. Me
acompañó hasta la puerta, con el pelo revuelto por la follada y los labios un poco más
carnosos de tanto besarla. Su maquillaje estaba arruinado, las lágrimas que había
derramado manchaban todo debajo de sus ojos.
Pero sólo podía pensar en esa camiseta.
Esa maldita camiseta.
Abrió la puerta, sin importarle que alguien estuviera en el pasillo y la viera
medio desnuda.
—Buenas noches. —Su mano permaneció en el picaporte y me miró cruzar el
umbral.
Nunca nos dábamos un beso de buenas noches ni nos abrazábamos. Todo lo
que hacía era dejarme salir.
—Buenas noches. —Salí al pasillo y oí la puerta cerrarse tras de mí. La
cerradura hizo clic un momento después.
Pero entonces me detuve.
Déjalo ir.
Me quedé allí, mirando las escaleras del fondo, deseando avanzar.
Déjalo. Ir.

90
Apreté la mandíbula, sintiendo una rabia que no podía controlar. Era como
montar un caballo salvaje sin riendas.
Me di la vuelta.
Joder.
Llamé a su puerta y esperé.
Tardó un momento en volver a la puerta y, cuando lo hizo, llevaba el pelo
recogido en un moño, como si estuviera a punto de cepillarse los dientes y lavarse la
cara antes de acostarse.
—¿Olvidaste algo?
—No.
Sus ojos se movieron de un lado a otro entre los míos antes de retroceder
ligeramente.
—¿Hay algún problema...?
Me invité a entrar y cerré la puerta.
—Sí. —La miré fijamente, viéndola cruzar los brazos sobre el pecho y abrazar
aún más esa camisa contra su cuerpo.
—¿Vas a decirme qué es...?
—¿De quién es esa camiseta?
Se detuvo un segundo antes de mirar lo que llevaba puesto. Tardó varios
segundos en ponerse a mi altura, en comprender lo que me ponía más caliente que
un volcán.
—Es sólo una camiseta...
—Responde a mi pregunta. —A veces me salía el temperamento y me
comportaba como el psicótico narcotraficante que era, pero tenía que contener la voz,
mantener el cuerpo absolutamente quieto. De lo contrario, la asustaría.
Volvió a cruzar los brazos sobre el pecho, como si no quisiera responder a la
pregunta.
—No importa...
—¿Por qué no respondes a mi puta pregunta? —Aún no grité, pero me enfurecí.
—Porque no es asunto tuyo —espetó—. Por eso.
Dejé de respirar por un momento, tan cabreado por su falta de obediencia que
quería destrozar todas las sillas de madera de su mesa.

91
—¿No es asunto mío? —Di un paso hacia ella e, instintivamente, retrocedió—.
Si vinieras a mi casa y encontraras un tanga en mi cajón de arriba, me harías la misma
pregunta.
—No...
—No me jodas ahora. —Ahora surgió la ira, caliente a través de mi mandíbula
apretada, fuerte en el tono de mi voz—. Contesta. Mi. Pregunta.
Sus brazos se aflojaron, dejando que el material se soltara de su cintura. No
sabría decir si tenía miedo de lo enfadado que estaba o de perderme si no cooperaba,
pero finalmente me dio lo que quería.
—Un tipo la dejó por aquí hace mucho tiempo. Es una camiseta muy bonita y
me gusta ponérmela para dormir. Eso es todo.
El monstruo que llevaba dentro seguía asomando su fea cabeza. Salió de la
nada, una bestia que ni siquiera sabía que tenía.
—¿Quieres una camiseta bonita? —Me quité la chaqueta de un tirón y la dejé
caer al suelo con un ruido sordo. Luego me despojé de mi camiseta negra antes de
colocarla contra su pecho—. Aquí tienes.
Agarró la camiseta, con los ojos todavía clavados en mí.
Volví a ponerme la chaqueta y subí la cremallera para ocultar mi desnudez
debajo.
Siguió agarrando la prenda, todavía asombrada por cómo se había
desarrollado la noche.
Salí por la puerta, y esta vez, no dije buenas noches.

92
11
LAURA

C
uando terminé en la oficina, recogí mis cosas para el viaje.
Llamaron a la puerta justo cuando terminé.
El corazón me dio un vuelco porque sabía de quién se trataba.
Nunca le había visto tan enfadado. La forma en que su mandíbula estaba tan tensa. La
forma en que sus brazos temblaban ligeramente como si no pudiera contener su
rabia. Lo más aterrador era cómo se esforzaba por contenerse. Me dio una idea del
hombre que era en la calle.
Tuve suerte de que me diera la versión aguada.
—Está abierto.
Unas pesadas botas golpearon el suelo, y así supe que era Bartholomew.
—Ahora mismo voy. —Recogí mi maleta y mi bolso, junto con mi cartera que
contenía mi pasaporte y dinero en efectivo. Entré en el salón principal, viéndole con
una camiseta negra y unos vaqueros. Era un día cálido para ser primavera, así que su
característica chaqueta había desaparecido, pero no su frialdad.
Sí. Todavía estaba cabreado.
—No tienes que venir.
—¿Dije que no quería venir?
—Bueno, parece que estás a punto de gritarme.
—Siempre me veo así.
—Créeme, no lo es así. —Estaba su intensa mirada que me hacía sentir de su
propiedad incluso cuando no me tocaba. Y luego estaba esa mirada... como si quisiera
estrangularme—. ¿Cuánto tiempo vas a estar enfadado?
—Hasta que te disculpes.
—¿Disculparme? —pregunté incrédula—. No hice nada malo...
—Me faltaste al respeto.
—¿Faltarte el respeto? No eres mi novio, Bartholomew...
—Soy tu hombre. Ya lo establecimos.
Dejé mi bolso en el suelo porque esta conversación se acaba de volver real.

93
—Estamos follando. Eso es todo. No te atrevas a convertir esto en una relación,
porque eso es lo último que quiero...
—No dije nada sobre una relación. Pero mientras yo sea el hombre con el que
te acuestas, eres mía. Mientras te sea fiel, entonces soy tuyo. Eso significa que yo te
respeto y tú me respetas. Llevar la camisa de otro hombre a la cama justo después de
haberte follado toda la noche es una maldita bofetada en la cara. —Se acercó más a
mí—. ¿Parezco un hombre que recibe una bofetada en la cara?
Me mantuve firme y no di un paso atrás, pero era difícil no hacerlo. Mi corazón
latía tan rápido que parecía un tren a toda velocidad. No estaba segura de sí estaba
aterrorizada, nerviosa o incluso excitada. Tal vez fuera todo eso.
—Contéstame.
—No —dije rápidamente.
—Entonces discúlpate.
Le sostuve la mirada, negándome a ceder.
—Ahora.
—No.
Ladeó ligeramente la cabeza, con los ojos enfadados.
—Discúlpate o me marcho.
Mierda.
Esperó, de pie sobre mí como un rascacielos.
No quería ceder. No quería admitir la derrota. Pero sabía que no hacía
amenazas en vano, y no podía perder a este hombre.
—Lo siento. —Lo dije en voz tan baja que ambos apenas pudimos oírlo.
—De rodillas.
—¿Cómo...?
—Ponte de rodillas y discúlpate conmigo.
—Eres un maldito imbécil...
—Sí, lo sé —dijo—. Ahora, hazlo.
Se produjo un enfrentamiento silencioso. Me miró fijamente. Le devolví la
mirada.
No me cedió terreno. Ni un centímetro. Ni un maldito centímetro.
Con puro odio hacia mí misma, me tiré al suelo.

94
Sus ojos se intensificaron mientras saboreaba su victoria.
—Lo siento. —Listo. Hecho.
Sus manos se dirigieron a la parte superior de sus vaqueros. Desabrochó el
botón. Bajó la bragueta. Y luego se puso su gran polla en la mano antes de agarrarme
por el cuello.
—Ahora muéstrame cuánto lo sientes.
En cuanto separé los labios, frotó su polla alrededor de mi boca, como si me
estuviera dando una capa de pintalabios.
Mi boca se abrió más y mi lengua se aplanó, para que pudiera entrar en mí.
Se invitó a sí mismo a entrar, empujando toda su polla dentro y dejándola allí,
sin dejarme respirar, sus dedos agarrando mi cuello posesivamente.
—Dilo.
Con la boca llena de polla, dije las palabras.
—Lo siento. —Salió como un murmullo incoherente, saliva derramándose por
las comisuras de mi boca. Aquella polla estaba tan buena en mi boca que me pasé los
siguientes diez minutos chupándola tan fuerte como pude, salpicando por todas
partes, arruinando el maquillaje que me había pasado treinta minutos aplicando,
ignorando el dolor de mis rodillas mientras me arrodillaba directamente sobre el
suelo de madera, demostrando lo jodidamente arrepentida que estaba realmente.
Dio un sonoro gemido de satisfacción cuando se corrió en mi boca, su mano
apoyada en mi nuca mientras terminaba, su atractivo rostro teñido de rojo, su mirada
mucho más posesiva de lo que había sido nunca.
—Buen trabajo, cariño. Te has ganado mi perdón.

Cuando era pequeña viajábamos en avión privado, así que no me sorprendió


tanto. Pero el avión de Bartholomew seguía siendo muy lujoso, y en cuanto tomé
asiento, recordé lo mucho que echaba de menos ese estilo de vida. Champagne.
Caviar. Surtido de quesos franceses. No tuvimos que pasar por seguridad. No tuvimos
que esperar a que cargaran nuestro equipaje. No tuvimos que esperar en la pista.
Simplemente paramos y despegamos.
Bartholomew estuvo todo el tiempo en su ordenador, sin prestarme atención
durante el vuelo. Sus azafatas estaban encima de él, como si vivieran por tener la
oportunidad de servirle. Imaginé que eso se extendía a todas las mujeres de su vida.

95
Les encantaría suplicar su perdón como acabo de hacer yo.
Seguí bebiendo champán a sorbos, pero el alcohol no podía limpiar su sabor
de mi lengua, aunque yo no quería.
Un rato después, aterrizamos en Florencia, el Duomo visible desde el aire antes
de que hiciéramos el aterrizaje. Hacía un día precioso, todo sol y sin nubes, y en el
instante en que mis pies tocaron el suelo, sentí la comodidad del hogar.
Nos recogió un todoterreno negro y, al no haber conversación, supuse que el
conductor estaba en nómina de Bartholomew. Fue un corto trayecto hasta el corazón
de la ciudad, las carreteras inundadas de coches y motos. Pasamos junto al Four
Seasons y nos detuvimos ante un palacio con puerta privada.
Una vez cerradas las puertas, descargaron nuestro equipaje y Bartholomew fue
recibido por un hombre vestido de esmoquin, probablemente el mayordomo de la
residencia.
—Espero que haya tenido un buen vuelo, señor. —Reconoció a Bartholomew
con una leve reverencia—. La residencia está preparada para su llegada. Estaré en el
salón si necesita algo.
Bartholomew asintió con la cabeza antes de entrar en la casa.
El mayordomo se me acercó a continuación y me mostró el mismo nivel de
respeto.
—Soy Henry, el mayordomo de la residencia Bartholomew de Florencia. Por
favor, avíseme si necesita algo y estaré encantado de atenderle.
Teníamos un mayordomo cuando éramos pequeños. Era el mejor.
—Gracias, Henry.
Nos acompañaron al interior de la hermosa casa. Tres pisos de altura. Artesanía
clásica mediterránea. Y siempre había una vista del Duomo desde las ventanas
occidentales. No estaba segura de sí tendría mi propio dormitorio, pero pronto
descubrí que Bartholomew tenía la intención de compartir sus aposentos conmigo.
Tenía un salón privado y un balcón, una vista impresionante del Duomo.
Salí al balcón y admiré la vista. El ruido del tráfico venía de la calle de abajo.
En el tejado cercano había palomas. A lo lejos se veía la campiña toscana, las casas
mediterráneas encaramadas a colinas con viñedos y olivares en plena propiedad.
Solía pasear por estas calles todos los días. Solía recoger mi pan favorito por la
mañana, parar a tomar un café expreso en la plaza, ir en bicicleta al colegio. Toda mi
vida había transcurrido aquí, y siempre sentía un dolor en el corazón cuando lo
recordaba. A mi madre le había encantado vivir en Florencia. En lugar de que los

96
criados nos trajeran los productos del mercado, lo hacía ella misma, escogiendo los
mejores ingredientes que quería y llevándoselo todo a casa. Después íbamos a comer
y se nos abría el apetito sólo de pensar en todo lo que íbamos a preparar.
Debí de quedarme allí un rato, porque Bartholomew apareció a mi lado en
chándal, con el pelo ligeramente húmedo como si se hubiera metido en la ducha y se
hubiera lavado del viaje en avión.
—Me encanta tu casa.
Sus manos descansaban en la barandilla frente a él.
—¿Desde cuándo la tienes?
—Cinco años.
—¿Vienes aquí a menudo?
—No. —Se quedó mirando el Duomo, una vista que nunca envejecía.
—Mi antiguo apartamento no está muy lejos.
—¿Y tu padre?
—Tampoco está muy lejos. —Teníamos una casa de verano en el corazón de la
Toscana, un lugar donde retirarnos cuando venían todos los turistas. Pero él prefería
pasar el tiempo en la ciudad, en el centro de todo el bullicio. Era la forma más cómoda
de hacer negocios.
—¿Te gustaría dar un paseo?
Le miré, sorprendida por la invitación.
—Podemos tomar un café.
—Pensé que tenías trabajo que hacer.
—Mañana. —Volvió a entrar para vestirse—. Esta noche no.

Cuando volvimos a su dormitorio, la cena estaba preparada en la terraza. Era


el atardecer, el cielo una hermosa combinación de colores pastel. Hacía un poco más
de fresco, así que me puse una chaqueta antes de sentarme a la mesa.
Bartholomew sirvió el vino y empezó a comer, con los ojos fijos en la ciudad
que teníamos delante.
Todo lo que habíamos hecho hasta entonces había sido follar, nada más.
Habíamos pasado todo el día juntos, paseando por las calles que solía conocer con

97
nuestros cafés en la mano, y ahora teníamos una cena privada en su terraza.
Probablemente fue la cita más romántica en la que había estado, sobre todo porque
sabía que me correría al final.
Nos sentamos a la pequeña mesa y comimos, con las sillas ligeramente giradas
hacia el Duomo, pasando la velada en silencio. El chef nos había preparado dos filetes
a la florentina, un manjar toscano que hacía mucho tiempo que no comía.
—¿Has estado dentro de la iglesia? —le pregunté.
—Sí. ¿Lo has hecho?
—He hecho una visita por dentro. Es precioso. Imagina tener una boda allí...
—No pareces el tipo de mujer que se casa por la iglesia.
—Bueno, ahí es donde tuve mi primera boda.
Bartholomew se volvió para mirarme.
Bebí de mi vaso, recordando el día de mi boda como si fuera ayer. Entonces
era joven y creía estúpidamente que mi padre sabía lo que hacía. Era crédula e
ingenua, no la mujer que era hoy.
—¿Estará allí?
—¿Mi ex?
Siguió mirando fijamente.
—Estoy segura de que sí.
La mirada de Bartholomew era rígida, la frialdad profunda en sus ojos.
—¿Hablarás con él?
—Sería incómodo si no lo hiciéramos.
—Entonces todavía están en buenos términos.
—Yo no diría eso... dado que no hemos hablado desde el día que me fui.
Probablemente ya se haya vuelto a casar.
Bartholomew apartó la mirada, contemplando de nuevo la terraza.
—Debes estar nerviosa.
—No me pongo nerviosa. Al menos, no por cosas así.
—Entonces, ¿qué te pone nerviosa?
Me quedé mirándole la cara, sintiendo que se me aceleraba el corazón sólo de
admirar su belleza.

98
—No se me ocurre nada.

En cuanto salimos de la terraza y entramos en el dormitorio, se abalanzó sobre


mí. Me agarró por detrás, me empujó con fuerza contra su pecho y me besó el cuello
como si tuviera colmillos para clavármelos. Su lengua me saboreó, sus dedos se
clavaron en mi vientre blando y apretó su erección contra mi espalda.
Como si me hubiera deseado toda la vida pero nunca hubiera tenido la
oportunidad de hacerme suya, me tiró de la camisa por encima de la cabeza y luego
me arrancó el sujetador, casi desgarrando el elástico de lo duro que era. El resto de
mi ropa cayó. La suya también.
Y entonces me encontré de espaldas en la cama, con las puertas de la terraza
aún abiertas de par en par y las luces de la ciudad extendiéndose sobre nosotros. Se
puso encima de mí, me colocó debajo de él y apretó su boca contra la mía mientras
me cogía de un solo empujón.
Di un grito ahogado mientras le clavaba las uñas en la espalda.
Su cara se apoyaba en mi mejilla mientras me follaba, su cálido aliento caía
sobre mi piel. Sus gemidos me llegaban al oído. Su polla parecía más grande y dura.
Me tomó como un premio tras una tierra conquistada. Me folló como a una puta pero
me hizo sentir como una reina.
En un tiempo récord, alcancé mi primer clímax, el placer fue tan largo y potente
que sentí varios escalofríos por la espina dorsal. Fue tan bueno, y no me sentí ni un
poco apurada porque este hombre había demostrado que podía soportar verme
correrme sin estallar su carga.
Se colocó encima de mí, sus fuertes brazos engancharon mis rodillas hacia atrás
para poder golpearme el coño y mecer el cabecero. Sus ojos se clavaron en los míos,
viendo el calor residual del clímax que acababa de provocarme.
—Joder, cariño...

Era la primera vez que dormía a su lado.


A veces me despertaba en mitad de la noche al darme la vuelta y él estaba allí.
Y a veces no. Cuando la luz del sol matutino entraba por las puertas de la terraza, él
estaba a mi lado.

99
Muerto de sueño, con las sábanas a la cintura, boca abajo, con las manos debajo
de la almohada. Tenía la espalda al descubierto, tensa y musculosa. Su pecho subía y
bajaba lentamente mientras seguía durmiendo.
Me incliné y le di un beso en el hombro antes de salir de la cama y ducharme.
Tenía un pasillo que llevaba a su baño principal, lejos de donde dormía para no
despertarlo. Pasé la siguiente hora y media peinándome y maquillándome,
preparándome para ver a gente que no veía desde hacía casi diez años.
Sin más ropa que una de las batas que colgaban en el cuarto de baño, volví al
dormitorio y descubrí que Bartholomew estaba despierto. Estaba sentado en la
terraza, en chándal, bebiendo café y leyendo el periódico.
Salí fuera.
—No te desperté, ¿verdad?
Bajó el papel y me miró, sus ojos se centraron en la corbata de mi bata.
—Te dije que tenía negocios.
—Pero pensé que llevabas tus negocios por la noche.
Siguió mirándome el estómago como si no hubiera oído nada de lo que le decía.
Entonces tiró de un lado de la cinta, haciendo que el material se aflojara alrededor de
mi cintura y que mi bata se abriera parcialmente. La piel de mi vientre quedó al
descubierto, así como el interior de mis tetas. Su mano me subió por el muslo hasta el
culo, se inclinó hacia mí y me besó la piel desnuda.
—Desayuna algo. —Empujó la silla que estaba a su lado desde debajo de la
mesa, haciendo que se deslizara para que yo pudiera sentarme.
Con un surtido de quesos, cruasanes frescos y fruta, no pude negarme. Tomé
asiento, disfrutando de la luz de la mañana, y le vi servirme una taza de café. Se reclinó
en la silla y volvió a leer el periódico.
Nos sentamos tranquilamente, disfrutando de nuestro desayuno en el cómodo
silencio entre dos personas que se conocen bien. El café estaba exquisito, junto con
los quesos curados y la miel fresca, pero mi estómago estaba en oleadas en ese
momento.
—Ojalá pudieras venir conmigo.
Bajó el periódico y me miró.
Ni siquiera me di cuenta de lo que había dicho hasta que lo dije.
—Puedo... si eso es lo que quieres.
—No... mi padre me interrogaría sobre ti.

100
—No tienes que responder a sus preguntas porque no es asunto suyo.
—Simplemente no es el momento ni el lugar. Estoy allí para presentar mis
respetos... no para llamar la atención.
Bartholomew clavó su dura mirada, guardándose sus pensamientos.
—¿Y qué dirás si tu ex te pregunta si sales con alguien?
—Dudo que pregunte.
—¿Y si lo hace? —insistió.
—La verdad —dije finalmente encogiéndome de hombros—. Que estoy
teniendo el mejor sexo de mi vida... —Lo dije con la mirada perdida, no por
vergüenza, sino porque no tenía sentido.
No se regodeó ni sonrió, como si estuviera acostumbrado a oír ese tipo de
elogios. Después del volumen de sexo que debía de haber tenido en su vida, no era
de extrañar que pudiera follar tan bien.
Comí un par de bocados, los regué con mi café y volví a entrar para vestirme.
Su voz llegó desde detrás de mí.
—¿Te gustaría tener el mejor sexo de tu vida antes de irte? —Estaba allí de pie
con sus pantalones de chándal grises, bajos sobre sus caderas, sus abdominales tan
cincelados contra ese cuerpo duro. Ahora sonreía, con un encanto casi infantil.
Me quité la bata de los hombros y me enfrenté a él, de pie, sin nada más que
mi tanga.
—Por favor.

101
12
BARTHOLOMEW

E
staba cansado.
No eran mis horas normales de trabajo, levantarme por la
mañana, con el sol en lo alto del cielo y dándome en la cara. Me llevé el
coche del garaje y me escapé de Florencia a la campiña de la Toscana.
El verdor primaveral estaba por todas partes, las motos disfrutaban de la carretera
abierta antes de la temporada turística. Los cipreses marcaban los accesos a las villas
italianas desde la carretera principal. Fue un viaje de cuarenta y cinco minutos a la
región vinícola, a la campiña de Siena.
Me salí de la carretera principal y entré en un camino de tierra. El polvo volaba
a mi paso. Los olivos se hicieron más abundantes a medida que me acercaba a la
granja de una sola planta y a la extensión de tierra que producía algunos de los
mejores vinos italianos que jamás había probado.
Aparqué el coche y entré.
La cata de vinos se estaba celebrando en la terraza exterior a cargo de una
mujer que conservaba su belleza a pesar de su mediana edad. Avancé por el pasillo
hasta el despacho que buscaba y, al entrar, vi a un hombre que no reconocí.
Había estado hablando por teléfono, pero ahora me miraba con ojos azules
como el acero, nublados por la sospecha y la amenaza. Parecía saber quién era yo —
o qué era yo— sin hacerme una sola pregunta. Se levantó lentamente, presentándose
como un hombre poderoso, con marcas de tinta en los brazos y un anillo de boda
negro en la mano izquierda. Tenía la constitución de un cagadero de ladrillos, como
si todas las mañanas desayunara un buey y luego cogiera un camión.
—Estoy buscando a Crow.
Rodeó el escritorio y se acercó lentamente a mí.
—¿Y tú quién eres?
—Bartholomew.
—Te he preguntado quién eres, no tu nombre.
Este tipo solía estar en el juego también. Debe haberse retirado una vez que se
casó.
—Tenemos un amigo en común.

102
—Crow lleva décadas fuera del juego.
—Y no le estoy pidiendo que vuelva. Sólo necesito un favor.
El tipo me midió antes de pasar a mi lado, golpeándome a propósito en el
hombro al pasar. Al salir, se agachó y metió la mano debajo de una mesa, sacando
una pistola guardada fuera de la vista.
—Espera aquí.

Había varios edificios en la bodega porque cultivaban su cosecha y la


procesaban in situ. Caminamos por la grava entre los edificios, lejos de la
degustación de vinos que se realizaba fuera del restaurante, y entramos en un
almacén con barriles apilados en estanterías a quince metros de altura.
Crow apareció de detrás de una de las estanterías, con una camiseta negra y
unos vaqueros oscuros. Su piel aceitunada me recordaba a la de Laura, y sus ojos
oscuros a las balas. Para un hombre que bien podría ser mi padre, estaba tan en forma
como yo. Sus ojos también eran igual de despiadados, me atravesaban.
—Dejé esa vida antes de que nacieran mis hijos. Han pasado más de treinta
años, pero de algún modo, hombres como tú siguen apareciendo de vez en cuando.
—Se acercó, sus ojos inteligentes desafiaron a los míos—. Mi mujer trabaja en el
restaurante, mi yerno lleva las cuentas y mi hermano está en la sala de embotellado,
¿y tú crees que es prudente provocarme?
Me gustaba este tipo. Todavía tenía la fanfarronería de un gánster.
—Quería pedirte un favor.
—No te debo nada, imbécil.
Esbocé una leve sonrisa.
—Para estar fuera de juego, pareces saber exactamente quién soy.
—Llevo una vida tranquila, pero no escondo la cabeza en la arena. Ahora deja
mi propiedad, o te meteré una bala en el estómago.
Ignoré lo que dijo.
—¿Vas a ir al funeral de Antonio hoy?
Crow me miró fijamente durante tres segundos.
—Sí.

103
Me di cuenta de que su yerno le veneraba, sólo por la forma en que le miraba,
la forma en que permanecía a su lado como si fueran aliados en un campo de batalla.
—¿Por qué? —preguntó Crow.
—Necesito que me consigas información.
Crow entrecerró los ojos.
—He dicho que no te debo nada. Y no intentes comprarme, porque eso
tampoco funcionará.
—No tengo nada que ofrecer a un hombre que lo tiene todo.
—Entonces hemos terminado —dijo Crow—. Vete.
—Pero intento ayudar a alguien, y creo que eso puede importarte.
Crow me miró fijamente, de pie a mi altura, con las mangas apretadas en sus
musculosos brazos.
—Si no es un miembro de mi familia, no podría importarme menos.
—Alguien muy cercana a mí fue violada por un par de tipos. Estoy intentando
localizarlos, pero como han pasado siete años, necesito pistas.
Crow no reaccionó.
—Es la hija de Leonardo, Laura. Y tengo la sensación de que Leonardo no hizo
nada al respecto.
Crow seguía sin reaccionar.
—Sé lo que le pasó a tu hermana. Sé que es una causa importante para ti. Todo
lo que necesito son los nombres y yo haré el resto.
Tenía la mejor cara de póquer que había visto nunca.
—No creo que sea apropiado mencionar esto en un funeral.
—Es mi única opción.
Tras una larga mirada, Crow finalmente asintió.
—Traeré lo que necesites.
—Gracias.
El hombre siempre parecía enfadado, incluso cuando su rostro parecía estar
en reposo. Sus ojos se clavaron en los míos como si estuviera tan cabreado como al
principio de esta conversación.
—No lo hago por ti.

104
13
LAURA

C
aminé por las calles mientras me dirigía a la iglesia. Sin mirar un mapa,
sabía exactamente cómo llegar, porque estaba a un kilómetro y medio
de la casa de Bartholomew y conocía esta zona de la ciudad como si
conociera mi propio cuerpo.
Cuando doblé la esquina, vi el coche fúnebre en la acera, vi a toda la gente
vestida de negro entrando mientras los sonidos de la música de órgano se mezclaban
con el tráfico. Saludando a todos estaba mi tía Rebecca, con un vestido negro y un
chal, y su hijo Alex a su lado.
Mi padre también estaba allí, con su traje negro, y parecía en forma, aparte de
la pequeña barriga que llevaba. Su barba tenía muchas canas. Tenía arrugas en las
comisuras de los ojos que antes no tenía. También parecía más bajo. Pero su
presencia era todo lo que recordaba. La forma en que exudaba poder sin esfuerzo...
y también infundía miedo.
Llevaba una falda lápiz negra y una blusa blanca con zapatos de tacón. Llevar
tacones todo el día, todos los días, me había convertido en una experta en llevarlos
por las calles de Florencia. Cuando llegué a la acera, sentí que el corazón me daba
un vuelco en el estómago. Por mucho que intentara no tener miedo, la ansiedad era
potente. Era como un trago de absenta. Me quemaba mientras se deslizaba por mi
garganta y luego hacía espuma en mi estómago.
Me acerqué a ellos.
Mi padre fue el primero en fijarse en mí. Se volvió para mirarme, sus ojos
oscuros me absorbieron con expresión indiferente. Pareció que tardó un momento en
reconocerme. Me gustaba mi pelo oscuro y nunca me lo había teñido, así que eso no
era diferente. Debió de darse cuenta de que yo había envejecido tanto como él. Ahora
era una mujer y no una chica a la que pudiera mangonear.
La tía Rebecca me miró, observando mi aspecto con las mismas reservas.
Mi padre me miró a los ojos durante un rato, cambiando su mirada de un lado
a otro.
—Hija mía, tan guapa como siempre. —Me tomó del brazo y se inclinó para
besarme en la mejilla.
No me moví ni un centímetro.

105
Dio un paso atrás, no ofendido por mi frialdad, como si la hubiera estado
esperando.
Miré a la tía Rebecca.
—Siento mucho lo del tío Tony. Era un buen hombre.
Sus ojos se humedecieron al instante, como si su muerte fuera todavía una
herida fresca.
Alex la agarró por el hombro y la acompañó al interior.
Mi padre se metió las manos en los bolsillos mientras me miraba.
—Me alegro de que hayas venido. —El tráfico nos adelantaba por la calle, pero
se silenciaba con nuestra conversación. Nadie más se acercó a la iglesia, como si
todos los que quisieran venir estuvieran ya metidos dentro.
Asentí con la cabeza y entré.

La iglesia era enorme, pero todos los asientos estaban llenos. Muchos de los
hombres eran trabajadores de mi padre, y el resto eran familiares y amigos. Como
verdaderos italianos, nuestras familias eran numerosas y nuestro amor aún más.
Lástima que la mayoría fueran putos delincuentes.
La mayor parte de mi familia era católica, así que fue un servicio largo. Muchas
oraciones.
La tía Rebecca lloró durante casi todo. También lo hicieron su hijo y su hija,
primos a los que no estaba muy unida.
Cuando terminó el servicio, la gente tuvo la opción de asistir a la celebración
de la vida que tuvo lugar en la finca de mi padre o unirse a la familia para dar sepultura
a mi tío en el cementerio de las afueras de la ciudad. Todos salieron en fila mientras
tomaban sus decisiones.
La gente se giraba para mirarme, como si no estuvieran seguros de si era quien
creían que era.
Me sentía como una extraña en mi propia familia, ya fuera porque me divorcié,
lo cual estaba prohibido, porque me violaron o porque llevaba mucho tiempo alejada
de mi padre. Fuera cual fuera el motivo, deseaba que Bartholomew estuviera a mi
lado, su brazo sobre el respaldo de mi silla, haciéndome sentir querida cuando nadie
más lo hacía.
—Laura.

106
Reconocí su voz sin verle la cara. Seguía sentada en el pasillo, acorralada, así
que no podía fingir que no estaba allí y marcharme. Decidí tomar el camino correcto
y ponerme en pie para mirarle fijamente a los ojos.
—Victor.
Se fijó en mis rasgos, sus ojos se movían entre los míos, mirándome como lo
hacía mi padre, como si supiera que tenía un aspecto diferente pero no supiera por
qué. Seguía siendo alto y guapo, y los siete años de edad le habían dado un aspecto
más robusto. Incluso con el traje de chaqueta, los músculos eran innegables.
—Ha pasado mucho tiempo.
No lo suficiente.
—¿Cómo estás? —Pregunté, haciendo mi mejor esfuerzo para fingir que
realmente me importaba.
Pareció darse cuenta porque no contestó.
—Siento lo de tu tío. Tu padre se lo tomó muy mal.
—¿De verdad? A mí me parece que está bien.
Se encogió ligeramente de hombros.
—No es el tipo de hombre que lleva su corazón en la manga.
—Uno pensaría que haría una excepción por su hermano.
Cuando Víctor sintió mi hostilidad, empezó a retroceder.
—No tienes que quedarte en París por mi culpa.
—¿Por tu culpa? —pregunté, incapaz de controlar la risa—. No te hagas
ilusiones, Víctor. Quería una nueva vida, una vida lejos de mi padre, y puedo decir
con orgullo que la tengo. Tengo mi propio negocio, y a mi novio, que está buenísimo,
no le importa que me violaran en grupo unos idiotas.
Dio un leve respingo, incómodo por mi grosería o avergonzado por mis
palabras.
—Cuando tu padre dijo que vendrías, en realidad esperaba tener la
oportunidad de hablar contigo sobre eso.
—¿Qué hay que decir, Victor?
Sus ojos se clavaron en los míos, como si se elevara por encima de su vergüenza
para ser sincero.
—Lamento cómo me comporté. No lo manejé muy bien.

107
—Me dejaste, Victor. Mientras yo pasaba por lo más duro de mi vida, tú te
preguntabas si querrías volver a follarme.
Se encogió, sus ojos se cerraron como si no pudiera mirarme al oír eso.
—Y cuando no pudiste, te divorciaste de mí. Así fue como lo manejaste.
Se quedó mirando al suelo un rato, como si mi mirada fuera demasiado difícil
de encontrar.
—Fue más complicado que eso, pero tienes razón, no lo llevé bien... y lo siento
mucho. Me casé demasiado joven, antes de saber realmente lo que se necesita para
ser un marido. He crecido mucho desde la última vez que hablamos... y he cargado
con este remordimiento desde entonces.
—¿Así que quieres que te perdone? —pregunté fríamente—. ¿Para que puedas
limpiar tu conciencia?
Volvió a levantar los ojos.
—No merezco tu perdón. Pero quiero que tengas mis disculpas.
—Sabes, esto habría significado mucho más... no sé... hace seis o siete años.
Asintió levemente con la cabeza.
—Sabía que no querías hablar conmigo.
—¿Y crees que eso ha cambiado?
Sus ojos se pusieron rígidos y tragó saliva.
—No lo ha hecho.

El cementerio estaba lleno de olivos, un paisaje abierto con las colinas a la


vista. Era un hermoso lugar para dormir eternamente. Era una tarde calurosa, pero la
brisa era lo suficientemente amable como para lamer el sudor de nuestra piel.
El sacerdote continuó el servicio en la tumba mientras todos permanecíamos
de pie alrededor. La tía Rebecca sollozaba en su pañuelo negro mientras su hijo
permanecía a su lado, desprovisto de toda emoción, como si eso fuera a facilitarle las
cosas a su madre. Mi padre permanecía de pie con las manos en los bolsillos, mirando
el ataúd negro como la medianoche con un brillo perlado, sin vida como una piedra,
como si perder a su único hermano fuera un día más de trabajo.
Sabía que yo también parecía sin emociones, pero eso se debía a la compañía.

108
Bajaron el ataúd. Todos cogieron un puñado de lirios blancos y los echaron
encima. El tío Tony fue enterrado con el amor de sus amigos y familiares. Fue un
espectáculo hermoso y doloroso, pero sólo podía pensar en cómo lo habían matado.
No había rosario. Ni ataúd abierto. Sospechoso para los católicos.
Probablemente lo habían masacrado sin remedio, y todo el mundo lo sabía.
La tía Rebecca seguía sollozando en la tumba, sentada en una de las sillas
blancas mientras el sol le daba en la espalda. Alex era ahora el hombre de la familia,
y parecía tomarse en serio ese papel al no separarse de ella en ningún momento.
Cuando la multitud empezó a disminuir, mis ojos encontraron una cara
parecida a la mía.
Cabello oscuro. Ojos verdes. Tímida y asustadiza a la vez. Me sostuvo la mirada
como si estuviera tan hipnotizada por mí como yo por ella. Siete años desde la última
vez que vi su cara o incluso una foto de ella. Cuando me fui, era una niña. Pero ahora...
era una mujer.
Una mujer casada. Tenía un anillo de diamantes en la mano izquierda y un
hombre con traje a su lado. Era un tipo apuesto, pero sus ojos no eran amables.
Parecía alguien que fácilmente podría ser cruel.
Se dio la vuelta, tirando ligeramente de su brazo mientras la guiaba fuera de la
tumba.
Fue entonces cuando el sol le dio en la cara como un foco.
Y lo vi: el ojo morado.
Debía de tener varios días porque era tenue, lo bastante tenue como para que
el maquillaje pudiera ocultarlo bien a la luz normal. Pero en cuanto se ponía al sol,
era como un portaobjetos bajo el microscopio, un criminal bajo los focos.

La finca de mi padre era grandiosa, reluciente de codicia desvergonzada. Tres


pisos con un gran patio, algo inaudito en el corazón de Florencia, y todo un servicio
de criadas a su entera disposición para un solo hombre.
La sangre del tío Tony pagó por este lugar.
La mayoría de la gente estaba reunida en el patio, donde grandes olivos se
erguían en sus macetas. Un reguero de luces cruzaba la zona, listo para iluminar la
fiesta una vez se fuera el sol. Los camareros se acercaban y servían vino y cócteles a
los invitados, que charlaban de pie. Otros se sentaban en las mesas redondas con

109
manteles blancos y cenaban. En el centro de todo había una fuente con agua
corriente, cuyo sonido se acompañaba de música tranquila por los altavoces.
¿Cómo estás, cariño?
A pesar de lo mal que había ido el día, aquel mensaje consiguió arrancarme
una sonrisa. He tenido mejores días, vampiro.
Me han llamado de todo a lo largo de mi vida. Nunca eso.
Te cae bien.
Ya estoy despierto, ¿no?
Tienes razón. Cogí una copa de vino de un camarero y me acerqué a una de
las mesas libres. La cena estaba servida, pero no tenía hambre.
Hubo una pausa, como si esperara que dijera algo. Y cuando no lo hice,
escribió otro mensaje. ¿Qué ha pasado?
Para un hombre tan despiadado, era terriblemente atento. Demasiado para
un mensaje. Pero estoy a punto de golpear a un imbécil en la cara.
¿Quieres que lo haga por ti?
Sabía que hablaba en serio. No. Tengo un bonito gancho derecho.
También tienes un bonito culo.
Solté una carcajada silenciosa y luego la disimulé rápidamente, sabiendo que
no era el momento ni el lugar para eso.
¿Qué ha hecho?
Mi hermana pequeña tiene un ojo morado. Y creo que sé quién se lo hizo.
Siempre es el novio.
Esposo, en realidad.
No sabía que tenías una hermana.
Es complicado...
Llámame si me necesitas, cariño. Le daré algo más que un ojo morado.
Era la luz del sol en un día nublado. Un pedazo de alegría en la tristeza. Era sólo
un hombre al que me follaba, pero ahora, se había convertido en mucho más.
Un amigo...
Para no llamar la atención, acepté un plato de cena y me senté sola a la mesa.
La gente hablaba en voz baja, recordando al tío Tony y su vozarrón en todas las fiestas.

110
Todos fingían que este funeral era oportuno, que no lo habían matado por promover
las drogas y la agenda de mi padre.
Asqueroso.
El camarero se llevó mi plato sucio y yo crucé el patio para tomar otro vaso de
vino.
—Laura. —La voz de mi padre llamó mi atención. Me trajo recuerdos de la
infancia, cuando me llamaba por mi nombre sólo para decirme que hiciera algo. No
hacer mis tareas, sino traerle otro whisky.
Me di la vuelta y me acerqué lentamente, sintiendo mucho odio en mi acelerado
corazón. Mis ojos se clavaron en los suyos, ignorando a los hombres que estaban con
él.
—Esta es mi hija Laura. —Mi padre me presentó a dos hombres que eran
claramente hermanos. El mismo cabello oscuro. La misma tez aceitunada. Los mismos
ojos oscuros. Ambos me miraron con interés, como si ya conocieran mi historia—.
Laura, estos son Crow y Cane Barsetti. Viejos amigos de la familia.
Crow me miró fijamente como la mira de un francotirador. No parpadeó. No
habló ni intentó darme la mano. La mirada era tan intensa que parecía que me odiaba.
El hermano se comportó de la misma manera, mirándome como si me hubieran salido
cuernos del cráneo.
Hablé para romper la tensión.
—Hace tiempo que no hablo con Vanessa. ¿Cómo está? —Solíamos ser amigas,
pero después de que me mudé, se hizo más difícil mantener el contacto. Ella tenía su
familia y sus prioridades, así que no viajaba mucho. Y por supuesto, nunca había
vuelto a Italia hasta ahora.
En cuanto mencioné a su hija, el rostro de Crow se tensó. Ahora sus ojos iban y
venían entre los míos, mirándome con una actitud totalmente nueva.
—Ella está bien. Vuelve al trabajo ahora que mis nietos están en la escuela.
—Bien por ella —dije—. Es una artista con tanto talento.
Asintió con la cabeza.
—Sí, lo es. —Había una pizca de orgullo en su voz. Hace un momento, parecía
otro de los compinches de mi padre, enfadado y hostil. Y ahora, parecía una
persona... un padre.
Mi padre nunca me miró así. No me sorprendió, pero aun así me dolió.
Me despedí y me retiré, dejando que los hombres reanudaran su conversación,
sin duda sobre negocios. Probablemente mencionaron brevemente al tío Tony y

111
luego lo olvidaron, ya era noticia vieja aunque estuviéramos en su funeral en ese
mismo momento.
La vi al otro lado de la terraza, sentada sola a la mesa. Un camarero acababa de
pasar a recoger su plato sucio. Sus deditos rodearon su copa de vino tinto y bebió un
trago. Parecía sumida en una nebulosa, sin mirar nada en particular, con la mente en
otra parte. Tan distraída que no se dio cuenta de que me acercaba hasta que estuve
justo encima de ella.
Cuando sus ojos encontraron los míos, se quedaron inmóviles. Se llevó la copa
de vino a los labios con mano firme.
Tomé asiento, manteniendo una silla entre nosotros.
Volvió a bajar lentamente el vaso a la mesa.
La tensión entre nosotras era tan fuerte que parecía que nos teníamos a punta
de pistola. Sus sentimientos hacia mí eran tan claros como una valla publicitaria en
Times Square. Había oído todos los rumores sobre mí, se había formado una opinión
basada en cualquier chorrada que dijera mi padre cada vez que alguien le
preguntaba por mí. Nos separaba tal diferencia de edad que era demasiado joven
para conocerme de verdad. Ahora tenía veintiún años, pero aún parecía una
adolescente, demasiado joven para estar casada, igual que yo antes de que mi padre
me obligara a casarme con Víctor.
Sospechaba que él había hecho lo mismo con ella, a pesar de ser el peor
casamentero del mundo.
—¿Cómo estás, Catherine?
Tras una larga mirada, se encogió de hombros.
—Bien, supongo.
—No sabía que te habías casado. —Sabía que mi invitación no se perdió en el
correo. Nunca fue enviada. Nunca me llamó. Ni siquiera envió un mensaje de texto.
Dejé de intentarlo hace años porque ella ignoró cada rama de olivo que le extendí.
¿Qué clase de padre pone a sus hijas unas contra otras?
Nunca abordó lo que dije.
—¿Padre lo arregló?
Finalmente asintió.
Mis ojos se centraron en su cara, apenas notando el color de su ojo izquierdo.
—Ninguna cantidad de maquillaje va a ocultar eso.
Su reacción fue instantánea, el terror cruzó sus bellas facciones.

112
—¿Lo sabe papá?
Bajó los ojos, y ahora no conseguiría ni pío de ella.
—Déjalo, Catherine.
Sus ojos permanecían bajos.
—Ven conmigo a París. No tienes que quedarte aquí.
Volvió a levantar la vista.
—El matrimonio es para siempre, Laura.
—No cuando tu marido es un idiota, cariño. No le debes una mierda.
Desvió la mirada, probablemente mirando a papá al otro lado del patio.
—Es complicado...
—No es complicado. Recuerdo cómo era yo cuando tenía tu edad. Recuerdo
sentir la presión de hacer todo lo que mi padre quería. Pero puedo decirte que no
tiene por qué ser así. Él no es tu dueño.
—Lucas es uno de los hombres de mayor confianza de Padre. Él lo eligió para
mí...
—Es sólo un movimiento de poder, Catherine. Para mantenerte bajo su pulgar.
—Nos compró un hermoso apartamento como regalo de bodas...
—Para controlarte. Nada de lo que hace es por amor. Es manipulación.
Sus ojos miraron más allá de mí, justo por encima de mi hombro, como si
hubiera hecho contacto visual con alguien.
—No debería hablar contigo...
—¿Tu propia hermana? —pregunté incrédula.
Sus ojos volvieron a mí.
—Humillaste a Padre...
—¿Lo humillé? —Mi voz se elevó por encima de la música, y no traté de
contenerla—. Oh, eso es gracioso.
Sus ojos volvieron a pasar por mi hombro.
—Tengo que irme. —Se levantó de la silla y abandonó la mesa, dejándome allí
sentada sola.
Cogí su copa de vino abandonada y me bebí el resto antes de mirar detrás de
mí.

113
Catherine estaba al lado de mi padre, con el brazo alrededor de los hombros,
como si le hubiera hecho señas para que se acercara y ella hubiera obedecido como
un puto perro. Continuó su conversación con los hermanos Barsetti.
Me excusé del espectáculo de mierda y entré en la casa. Era la misma casa en
la que me había criado, así que conocía el lugar, sabía que el salón estaba al final del
pasillo, pasada la cocina. El humo de los puros me anunció la presencia de los
hombres antes de que entrara. Cuatro tipos estaban sentados en los sillones, cómodos
con los puros y el whisky de mi padre. Uno de ellos era Víctor, y la sonrisa que tenía
en la cara hacía unos instantes se le borró como si le hubiera dado una bofetada. Pero
no le presté mucha atención, porque mis ojos estaban reservados para mi cuñado.
Se detuvo cuando mi mirada se posó en él, dándose cuenta rápidamente de
que las balas de mis ojos iban dirigidas a él.
—No creo que nos conozcamos —le dije mientras cruzaba la habitación hacia
él—. Soy Laura. —Le arranqué el puro de los dedos y se lo clavé en el antebrazo.
Gritó antes de mover el brazo, quitándose la ceniza caliente de la piel. Ya había
una clara quemadura en su oscura piel, una cicatriz que ahora llevaría el resto de su
vida.
—Hija de puta. —Estaba de pie, enfrentándose a mí como si fuera a golpearme
en la cara.
—Oh, yo no haría eso si fuera tú. —La cara de Bartholomew vino a mi mente,
otorgándome su protección aunque ni siquiera estaba en la habitación—. Porque mi
novio te despellejará vivo y luego colgará tu cuerpo fuera del Duomo.
Eso le hizo vacilar, pero sólo momentáneamente. Me agarró por el hombro y
levantó el puño para golpearme en la cara.
—Oh bien, ahora tendré un ojo morado a juego con el de mi hermana.
Víctor se puso entre nosotros, con la mano en el brazo de su amigo.
—Déjalo.
El tipo resoplaba y resoplaba, como un toro furioso en las calles de Pamplona.
—No voy a dejarlo pasar —solté—. Vuelve a herir a mi hermana y te
arrepentirás, te lo prometo.
Me escupió a los pies.
—¿Por qué no te das un paseo por un callejón oscuro y te violan otra vez...
Víctor le dio un puñetazo tan fuerte en la cara que lo dejó inconsciente. Su
cuerpo cayó sobre la alfombra frente a los dos sillones. Entonces Víctor me miró,
respirando con dificultad, estudiando mi cara para asegurarse de que estaba bien.

114
Mantuve una cara seria mientras me acercaba a su cuerpo inconsciente,
sintiendo la mirada furiosa de Victor en mi cara. Levanté el tacón y pisé justo en su
entrepierna. Estaba tan inconsciente que no lo sintió, pero cuando despertara,
sentiría sin duda el mordisco de mi tacón.

Víctor caminaba a mi lado mientras yo salía de la propiedad.


—No necesito escolta, Víctor. —No me despedí de mi padre ni de nadie más
con quien hubiera hablado. Era la sensación más extraña de sentirse bienvenida y
expulsada al mismo tiempo.
Estaba en la acera de la finca y, por primera vez, los tacones empezaron a
molestarme. Había sido un día largo, muy largo. En lugar de pedir un taxi, decidí
caminar, porque necesitaba tiempo para procesar toda aquella mierda antes de
entrar en la habitación con Bartholomew.
No estaba segura de qué compartiría y qué omitiría.
—Eso fue algo realmente jodido de decir...
—No me importa lo que dijo, Víctor. —Ahora sabía cómo me veían todos.
Dañada. Irreparable. Sucia. ¿Esperaban que me enfrentara a cuatro hombres yo sola?
Un poco difícil sin un arma.
—Pues a mí sí. Yo lo manejaré.
—¿Como la forma en que manejaste nuestro divorcio? —Pregunté,
acercándome a él.
Dio un pequeño respingo.
La culpa me invadió, porque en ese momento me di cuenta de que Víctor era
el único que estaba de mi lado. Era el único que estaba siendo remotamente amable
conmigo. Todos los demás, mi propia familia, básicamente me mandaron a la mierda.
—No debería haber dicho eso...
Sus ojos permanecieron desviados durante un rato.
—¿Por qué lo elegiría mi padre para su hija?
Su mente parecía estar en otra parte porque tardó en responder.
—Es leal.
—¿No son todos leales?

115
—Pero él es el favorito. Hace un par de años, pasaron algunas cosas... Lucas fue
el que se quedó. Recibió una bala por tu padre.
Vaya, eran perfectos el uno para el otro.
—¿Sabe mi padre que Lucas hace daño a su hija? —Hice la pregunta aunque ya
tenía la respuesta.
—Ya sabes lo tradicional que es...
Ahora me preguntaba si también le habría hecho daño a mi madre.
—Tengo que sacar a mi hermana de ahí.
—No se puede ayudar a quien no quiere ser ayudado.
—Es demasiado joven para saberlo. —Y Lucas parecía estar cerca de los
treinta, basándome en mi suposición.
Se encogió de hombros.
—Quizá cuando crezca piense de otra manera.
—Pero para entonces, será demasiado tarde. —Tendría un hijo. Tal vez dos.
Entonces estaría atrapada para siempre.
Víctor me miró fijamente, una vieja mirada que solía darme.
—¿Puedo llevarte a casa?
—Puedo llegar sola. —En su mayor parte, Bartholomew no parecía del tipo
celoso, especialmente cuando yo no era suya en primer lugar, pero aun así sería
incómodo si viera a mi exmarido dejarme.
Quería pedirle a Víctor que vigilara a mi hermana, pero había hecho un trabajo
tan terrible cuidándome que sabía que no era capaz de esa tarea. Y tampoco era su
problema.
—Me alegro mucho de haberte visto hoy. —Lo dijo sin mirarme, como si no
quisiera ver el odio en mis ojos—. De que te vaya bien.
—Sí, tú también.

Cuando volví a casa, Bartholomew estaba hablando por teléfono sentado en el


balcón, vestido con el mismo chándal que cuando me fui. Ahora tenía el pelo peinado
y los brazos enrojecidos, por lo que parecía que había hecho ejercicio y se había
duchado en mi ausencia. Cuando se dio cuenta de que estaba allí, dejó todo lo que
estaba haciendo.

116
—Te llamo luego, Bleu. —Dejó el teléfono en el suelo y se irguió en toda su
estatura, metro ochenta y tantos de todo hombre, mirándome de esa forma tan
especial suya... la forma que me hacía sentir como una mujer.
Se acercó a mí en el dormitorio, sus ojos buscaban mi cara de angustia.
—¿Cómo estás, cariño? —Para ser un hombre que traficaba despiadadamente
con drogas por todo el país, parecía preocuparse por cada pensamiento que cruzaba
mi mente. Ya me estaba follando, así que no era como si intentara llevarme a la cama
con falso afecto. Él y mi padre estaban en el mismo negocio, pero no podían ser más
diferentes.
—Creo que necesito un trago...
Sus labios se alzaron ligeramente en una sonrisa, pero sus ojos permanecieron
fríos. Se dirigió a su bar, sirvió dos whiskys con hielo, como a él le gustaba, y nos
sentamos juntos en el salón, lejos del calor del exterior.
Me bajé de los tacones y me llevé las rodillas al pecho mientras me sentaba en
una esquina del sofá. Tal como había imaginado en el funeral, se sentó a mi lado, con
el brazo sobre el respaldo del sofá detrás de mí, las rodillas muy separadas y
ocupando más espacio del que realmente necesitaba. Sus dedos encontraron el pelo
de mi nuca y acariciaron ligeramente las hebras mientras le contaba lo que había
pasado con el marido de Catherine. Unos ojos intensos examinaron mi rostro, como
si sus dedos quisieran moverse hasta la parte delantera de mi garganta y apretarme.
—¿Le pegaste?
—No. Le quemé el cigarro en el antebrazo.
Una sutil sonrisa se dibujó en sus labios, y esta vez, era real. Podía distinguir
cuándo era forzada y cuándo involuntaria.
—Eso transmitirá el mensaje.
—Espero que piense en mí cada vez que lo vea.
—Estoy seguro de que lo hará.
—Por desgracia, no creo que cambie nada con mi hermana.
Sus dedos volvieron a moverse por mi pelo.
—Puedo encargarme.
—Por muy tentador que sea... está bien.
—¿Qué te hizo después de que lo quemaras?
—Ya sabes, me llamó zorra, cosas así... —No estaba segura de por qué omití la
verdad. Supongo que porque esas palabras dolían más de lo que quería admitir. Era

117
fácil poner cara de póquer ante Víctor y esos otros imbéciles... pero no ante
Bartholomew.
Bartholomew estudió mi rostro, como si supiera que faltaba algo, pero no pidió
más información.
—Trató de golpearme, pero Víctor lo detuvo.
—¿Víctor?
—Mi ex.
Su expresión permaneció firme, pero hubo un sutil destello en sus ojos.
—Así que hablaron.
—Un poco.
Asintió levemente con la cabeza y miró hacia otro lado.
—¿Y cómo fue eso?
—Intentó disculparse, pero no estaba interesada en escucharlo. Le dije que ya
lo había superado, que tengo un novio buenísimo que no tiene problema en follarme
a lo bestia.
Sus dedos se agarrotaron en mi pelo y giró lentamente la cabeza para mirarme.
—No te preocupes por el comentario del novio. Sólo estaba tratando de hacer
entender mi punto.
Se quedó quieto, con los ojos fijos en mí.
—Mi padre parecía feliz de verme... pero también frío al mismo tiempo. Todos
los demás me miraban como si fuera un maldito fantasma o algo así. Catherine está
sujeta bajo el pulgar de mi padre, le obedece a él y a su marido como un perro. No
sé qué hacer...
—No creo que haya nada que puedas hacer.
—Es mi hermana... no puedo abandonarla.
—Ella no es tu responsabilidad.
—Bueno, si mi madre estuviera aquí, no dejaría volar esta mierda. Y yo
tampoco. —Al menos, creo que ella no lo permitió. Cuanto más crecía, más veía a mi
padre por lo que realmente era. ¿Por qué se casó con él en primer lugar? ¿Era
diferente cuando se conocieron? ¿El dinero y el poder lo corrompieron después?
Cogí el whisky y bebí un buen trago, dejé que el ardor me limpiara la garganta de
toda la mierda que me había tragado en el funeral.
—¿Cómo se llama este tipo?

118
—Lucas. ¿Por qué?
—Intentó pegarte. ¿Pensaste que no habría repercusiones por eso? —Me miró
con esa mirada intensa, la mandíbula dura como si estuviera dispuesto a romper un
puño con la boca.
—Víctor lo detuvo. Ya te lo dije.
—Eso no cambia nada. No amenazas a mi mujer y sales libre.
—Yo lo provoqué...
—No. Cambia. Nada.
—Bartholomew, déjalo ir...
—No dejo pasar nada. —Su mano se movió por debajo de mi pelo y me agarró
la nuca. La ferocidad se reflejaba en sus ojos oscuros, como si fuera yo la que había
sido tan estúpida como para traicionarlo—. Nunca.

Sus pulgares se engancharon en mi tanga y tiró para bajarla por mis largas
piernas. Ahora estaba desnuda en la cama, y él se tomó su tiempo para subir por mi
cuerpo, besándome el interior de las rodillas, los muslos, y luego presionando con
besos calientes la zona donde más lo deseaba. Su lengua me besó con pericia, me
saboreó, me hizo derramar lágrimas mucho antes de que estuviera lista para
correrme.
Siguió subiendo, besándome la barriga, la piel de las costillas y chupándome
los pezones con tanta fuerza que me hizo estremecerme. Arrastró la lengua por el
valle entre mis pechos y luego me besó la clavícula. Cuando su cara estaba sobre la
mía, estaba tan desesperada que estaba a punto de volverme loca.
Sus muslos separaron los míos y su enorme polla se hundió en mi interior. Lenta
y constante, se introdujo en mi estrechez antes de llegar al torrente de mi excitación.
Luego fue una entrada suave, su enorme tamaño se hundió en mi pequeñez.
Mis manos pasaron por debajo de sus hombros y enganché mis tobillos
alrededor de su cintura mientras me dejaba dominar por él. El calor de su cuerpo me
inmovilizó y su peso me inmovilizó contra el colchón, justo donde quería estar. Mis
uñas se clavaron más profundamente porque era tan bueno, exactamente lo que
quería después de un día de mierda.
Se balanceaba dentro de mí, hundiéndose más con cada embestida,
mirándome con una expresión tan profunda que parecía odio.

119
Si no lo hubiera tenido a él para volver a casa, no estaba segura de cómo habría
sobrevivido a este día. Mis dedos se clavaron en su pelo oscuro y sentí cómo mi
cuerpo se movía mientras él se mecía dentro de mí, perdido en un calor tan abrasador
que era como follar al sol.

120
14
BARTHOLOMEW

B
usqué mi teléfono en la mesilla de noche.
Estamos preparados.
Dejé el teléfono y miré a la mujer que me envolvía como una
manta. Usaba mi pecho como almohada, usaba mi cuerpo como su peluche favorito
con el que acurrucarse. Con el pelo enmarañado y el maquillaje estropeado, estaba
muy sexy. Hacía difícil marcharse.
Me zafé suavemente de su agarre y reemplacé mi cuerpo por otra almohada.
No se movió en absoluto.
Cogí mi teléfono y salí.
En la otra habitación había una muda de ropa, así que me até las botas y cogí
la chaqueta antes de subir al coche que me esperaba abajo. Me llevó al otro lado de
la ciudad, a otra de mis propiedades.
Era plena noche, casi las tres de la madrugada, la hora perfecta para estar vivo.
Entré y subí al segundo piso.
Allí estaban. Los cuatro. Las manos atadas a la espalda. Sus tobillos atados
también.
Me fijé en la llave inglesa y el montón de dientes en el suelo. Miré a Bleu.
Se encogió de hombros.
—Los calenté para ti.
Examiné a los hombres arrodillados. Parecían saber quién era yo porque uno
de ellos se orinó allí mismo en el suelo de madera.
—¿Quién quiere ir primero?
—Tengo familia. —El primero de la fila habló aterrorizado—. Una esposa... tres
hijos. Vamos, por favor...
—Ella tenía un marido. ¿Eso te detuvo?
Se estremeció y su boca se abrió para hablar, pero no salió nada.
—Tú irás primero.

121
—Por favor, escúchame... dos niños y una niña. ¿Qué harán si no vuelvo a casa?
Asentí a Bleu.
Mis chicos empujaron al hombre hacia un lado, con la cabeza en el suelo.
—¡Por favor! —Se puso histérico—. Lo siento. Sólo seguía órdenes...
—Una polla no se pone dura a petición. —Apoyé mi bota sobre su cabeza—. Se
puso dura porque tú lo disfrutaste. Ahora voy a disfrutar con esto.
—¡No!
Stomp. Stomp. Stomp.
Sus gritos se hacían más fuertes cada vez que pisaba a fondo. Cuando se formó
una grieta en su cráneo, gritó aún más.
Stomp. Stomp. Stomp.
Se quedó callado.
Stomp. Stomp. Stomp.
Seguí avanzando hasta que el suelo fue un montón de huesos, sesos y sangre.
Donde antes había una cabeza era sólo una escena de una pesadilla. No me perturbó
en absoluto.
—Muy bien. ¿Quién quiere ser el siguiente?

Paramos en el bar.
Sólo había un par de tipos dentro, bebiendo a las cuatro de la mañana porque
su jefe era el dueño del local. Podía verlos a través de la oscura ventana, sentados
junto a la barra con sus altos vasos llenos de la orina que estuvieran bebiendo.
—¿Estás seguro de esto? —Bleu estaba en el asiento trasero conmigo.
—Sí.
—Estarán todos armados.
—Y yo también.
—Son tres contra uno…
—Yo me encargo. —Salí del coche y me acerqué a la puerta. Por supuesto,
estaba cerrada, pero bastaron un par de golpes con el hombro para que la puerta se
abriera.

122
Los tres estaban quietos, mirándome como si fuera un idiota borracho que se
había equivocado de bar. Me arreglé la chaqueta, me acerqué a ellos y, cuando me
vieron mejor, se dieron cuenta de que era yo.
—¿Lucas? —Me detuve frente a mi oponente, aquel tan arrogante que me
medía sin levantarse del taburete.
—¿Quién pregunta? —Su mano permaneció en su vaso.
—El novio de Laura.
Sus ojos dieron un destello.
—Parece que has oído hablar de mí.
Su mano buscó su pistola en el interior de la chaqueta.
Lo agarré de la silla y le clavé el cuchillo en el costado.
Jadeó mientras se aquietaba, como si pudiera sentir exactamente dónde estaba
la hoja.
Los otros dos hombres tenían sus armas desenfundadas, pero con su camarada
justo delante de mí, no podían hacer nada.
Miré a ambos, sabiendo que uno de ellos había estado casado con Laura. Debía
de ser el de la derecha, porque era corpulento y guapo, pero no la merecía. Pero si
esa suposición era correcta o no, no importaba ahora.
—Todo lo que tengo que hacer es girar este cuchillo ligeramente hacia la
izquierda y te perforaré el pulmón derecho. Puede que llegues al hospital, puede que
no. Depende de lo rápido que puedas mover el culo.
Lucas apenas respiraba, como si temiera que una respiración demasiado fuerte
le empujara contra la hoja.
—¿Intentaste pegarle a mi chica?
Lucas estaba paralizado, la sangre le chorreaba por el costado y empapaba su
chaqueta y su camisa.
Hundí mi cuchillo un poco más.
—No pensaste que esa pregunta era retórica, ¿verdad?
Apretó los dientes mientras gemía.
—Ella me jodió primero…
Empujé el cuchillo más adentro.
—Joder, lo siento, ¿vale? ¿Qué quieres de mí?

123
—Quiero que sepas lo que pasará si vuelves a intentarlo. —Saqué el cuchillo
con un movimiento rápido.
Lucas prácticamente se derrumbó en el suelo.
Le mantuve erguido.
—¿Tenemos un acuerdo?
—Sí... Jesucristo.
Lo dejé caer al suelo.
El que supuse que era Víctor bajó su arma.
Hombre inteligente.
Me quedé mirando al otro, curioso por ver lo estúpido que era.
Después de mirar a Víctor, bajó lentamente su arma.
Lucas seguía gimiendo como una babosa en el suelo.
Limpié mi hoja en su abrigo antes de salir.

Cuando entré por la puerta, mis pasos la sobresaltaron.


Se incorporó, con el espeso cabello revuelto y los ojos entrecerrados mientras
intentaba ver en la oscuridad.
—¿Bartholomew? —Se llevó la mano a las sábanas, buscándome aunque sabía
que no estaba allí.
—Aquí, cariño. —Me quité la ropa y me metí en la cama a su lado.
—¿Dónde... dónde fuiste?
—Tenía algunas cosas de las que ocuparme. —Rodé sobre ella, colocando su
cuerpo desnudo debajo de mí. Todavía estaba medio dormida, así que su cuerpo se
movió exactamente como yo quería, abriéndose para que yo pudiera deslizarme
entre sus suaves muslos.
—¿Qué cosas...?
Me deslicé en su interior, sucumbiendo al instante a su carne celestial. Mi polla
se endureció aún más, excitado por ser el único digno de esta mujer. Que yo era el
único que podía manejar a una mujer con este tipo de fuego.

124
Las preguntas cesaron cuando me sintió enterrado en su estrechez. Sus uñas se
clavaron en mi carne y se retorció debajo de mí. Los gemidos llegaron de inmediato.
Las respiraciones calientes. Los susurros sensuales. Me agarró el culo y tiró.
—Bartholomew...

125
15
LAURA

A
la mañana siguiente nos duchamos juntos. Nos pusimos bajo el agua
caliente y tuve la suerte de frotar jabón por todo su cuerpo cincelado,
trazar la línea de sus pectorales, frotar los planos de su vientre, limpiar
todos los músculos individuales de sus brazos desgarrados.
Hizo lo mismo conmigo, enjabonándome las tetas y el culo con sus grandes
manos.
—No puedo decir si eres un hombre teta o culo.
Sus manos se movieron hacia mis tetas y las palpó entre las suyas. Luego hizo
lo mismo con mi culo, como comparando.
—Contigo, son las dos cosas. —Sus dedos recorrieron mi culo hasta encontrar
mi clítoris. Jugó ligeramente con él mientras su otra mano agarraba una de mis tetas—
. Estoy deseando darte por el culo.
—¿Perdón?
Bajó la cabeza y me besó, atrayéndome hacia su cuerpo mientras el agua llovía
sobre nosotros.
—Ya me has oído. —Salió de la ducha y cogió la toalla antes de secarse el pelo,
con el culo prieto y la espalda musculosa a la vista. Como si no acabara de decir algo
muy presuntuoso y un poco ofensivo, siguió con su jornada y se dirigió al tocador para
afeitarse la barba.
Me sequé y volví al dormitorio. Cuando miré el móvil, vi que tenía diez
llamadas perdidas.
Todas de mi padre.
Y montones y montones de mensajes de voz.
—Qué interesante. —En lugar de escuchar los mensajes de voz, le devolví la
llamada directamente, porque fuera lo que fuera de lo que necesitaba hablar, era
importante. Mi mente saltó al peor escenario posible: que Lucas hubiera matado a mi
hermana por lo que le había dicho.
Respondió inmediatamente. Ni siquiera estaba segura de si había sonado o no.
—Laura.

126
Estaba cabreado. Me di cuenta por la forma en que dijo mi nombre.
—Leonardo.
—Soy la última persona con la que quieres joder. Me importa un bledo si eres
mi hija.
—Vaya, apenas son las nueve de la mañana y ya empezamos con amenazas.
—Lucas es como de la familia. ¿Cómo te atreves a hacer esto?
—Uh, Catherine es familia. ¿Por qué no te preocupas más por eso?
—¿Qué tiene ella que ver con esto?
—¿Qué? —pregunté incrédula—. ¿Crees que un idiota puede ponerle un ojo
morado a mi hermana pequeña y yo no voy a hacer nada al respecto? Le meteré un
puro en el ojo la próxima vez que la toque.
Se quedó callado.
—No lo siento, así que si esperas una disculpa, no la vas a tener.
—Laura, estoy hablando de anoche. Tu novio vino al bar y apuñaló a Lucas.
Ahora apenas puede dar dos pasos sin desplomarse de dolor. Es uno de mis mejores
hombres, y acabo de encontrarme en una crisis con un hombre menos. Esto es serio.
Me quedé callada, porque no tenía ni idea de lo que estaba hablando.
—Dame su nombre. —La amenaza estaba en su voz, inconfundible, llena de
furia.
—¿No tienes una crisis entre manos?
—Nadie toca a Lucas y se sale con la suya.
—Literalmente acabo de decirte que tu precioso Lucas está pegando a tu hija,
y actúas como si no lo hubieras oído.
—Sus problemas matrimoniales no son de mi incumbencia...
—Vaya, eres más idiota de lo que pensaba —espeté—. Al menos a mi hombre
le importa. Cuando le dije que Lucas me había pegado, hizo algo al respecto. ¿Qué
clase de hombre eres?
—Quiero su nombre...
—Créeme, no lo quieres. —Colgué, y para no tener que lidiar con ello, apagué
el teléfono.
—¿Todo bien?

127
Me di la vuelta para ver a Bartholomew en chándal negro, con el pelo aun
ligeramente húmedo tras secárselo con una toalla. Su cuerpo cincelado sólo estaba
manchado por una única cicatriz, una bala de un viejo amigo.
—¿Anoche fuiste a ver a Lucas y le apuñalaste?
Mantuvo la cara seria, sin disculparse lo más mínimo.
—¿Y les dijiste que eras mi novio?
Se acercó a mí y me miró a los ojos.
—Pareces enfadada.
—Porque lo estoy.
—¿Querías que lo matara?
—No —espeté—. Nunca te pedí que te involucraras.
—¿En serio? Porque parecías orgullosa hace un minuto.
Crucé los brazos sobre el pecho.
—Sólo deseaba que mi padre... Eso no viene al caso. ¿Por qué entras ahí,
diciéndoles que eres mi novio?
—Porque les dijiste que lo era.
—Sólo lo dije en el momento. No lo decía en serio.
Sus ojos se movían entre los míos.
—Se lo dijiste a Víctor, y luego se lo dijiste a Lucas. ¿No lo dijiste dos veces?
—Sólo estaba... presumiendo.
—Entonces supongo que yo también estaba presumiendo.
—¿Te das cuenta de la situación en la que estamos ahora? Mi padre está
cabreado y no me va a dejar en paz hasta que averigüe quién eres.
—Pues díselo. —Siguió la conversación sin levantar la voz ni un decibelio, sin
parecer ni remotamente nervioso por el drama en el que se había metido—. Dale mi
nombre. Dale mi dirección. Me da igual.
Respiré hondo porque estaba a punto de explotar.
—Si hago eso, uno de ustedes acabará muerto.
—Bueno, parece que no te gusta, y aparentemente ya no soy tu novio, así que...
Mis brazos se aflojaron a los lados cuando oí cómo cambiaba su tono.
—¿Estás enfadado conmigo?

128
—¿Soy tu novio o no?
—Te dije que sólo lo dije en el momento...
—¿Entonces no lo soy?
—Sí.
—Entonces estoy loco.
—¿Qué?
—No me gusta que me tomen el pelo.
—Yo no te tomé...
—Dijiste que era tu novio caliente que no tiene problemas con follarte a lo bestia.
—Otra vez, sólo lo dije para presumir, ¿vale?
—¿En serio? —Dio un paso hacia mí, y ahora su ira tomó un giro más siniestro—
. ¿También presumes de tu vida sexual con tu padre?
Intenté sostenerle la mirada, pero cada vez me costaba más mientras me
miraba así.
—Si realmente querías salir de esta situación, podrías haber dicho que yo era
un lunático obsesionado contigo. Pero no lo hiciste. Me llamaste tu hombre, y lo dijiste
como si fuera en serio.
Mantuve mi postura, pero cada vez me resultaba más difícil. Este hombre
siempre había estado en mi lado del campo de batalla, pero ahora era mi oponente,
y era un lado diferente de él que no reconocía.
—¿Lo dijiste así?
—¿Lo dije cómo qué...?
—En serio. —Su voz era tranquila, pero tan profunda que parecía una caverna.
Sus ojos se clavaron en mí.
—Mira, ambos acordamos que esto era sólo...
—Sé lo que acordamos. Tengo muy buena memoria. Ahora, responde a mi
pregunta. ¿Soy tu hombre o no?
Mis ojos finalmente rompieron el contacto porque no podía mirarle más.
—No.
Su reacción fue un misterio porque no le estaba mirando. Pero podía sentir su
ira, sentir cómo se extendía por la habitación como si la calefacción acabara de
encenderse en una noche de invierno. Cuanto más se prolongaba el silencio, más me
sentía obligada a hablar.

129
—Te dije que no quería estar con un criminal...
—Sé lo que has dicho. —Se alejó, dándome la espalda mientras se acercaba a
la terraza.
—Lo siento...
—No te preocupes. Estoy acostumbrado.
Fue como si me hubiera apuñalado en el estómago. Recordé su historia sobre
la única mujer a la que había amado... y cómo no era lo bastante bueno para los
padres de ella. Lo dejó y se casó con otro.
—No es nada personal...
—Cariño, voy a iluminarte. —Se dio la vuelta y me miró, y ahora su rostro
estaba desprovisto de toda emoción—. ¿Crees que un contador o un banquero o un
obrero de la construcción se habrían ocupado de tus asuntos por ti? ¿Crees que
alguno de ellos tiene los cojones de manejar a una mujer como tú? No quieres un
criminal, pero eso es exactamente lo que necesitas, Laura. Soy exactamente el tipo de
hombre que necesitas. No eres mejor que yo, cariño.
—Nunca dije que fuera mejor que tú, ¿de acuerdo? Sólo que no quiero terminar
cortada en pedacitos como mi madre...
—¿Y crees que yo dejaría que eso te pasara? —preguntó incrédulo—. ¿Sabes
qué más hice anoche?
No tenía ni idea.
—Acorralé a todos esos idiotas despreciables que te tocaron hace siete años y
los maté a todos y cada uno de ellos.
Lo único que podía hacer era respirar. Estaba en estado de shock.
—¿Crees que un maldito contador podría hacer eso? —Se dirigió al tocador y
sacó una camisa, como si necesitara irse a algún sitio.
—No lo entiendes, Bartholomew...
Se puso la camisa, cogió su teléfono y se preparó para salir del dormitorio.
—Sólo escúchame, ¿de acuerdo? —No quería que se fuera. Sólo pensar en su
ausencia me daba pánico.
Se quedó quieto, pero no me miró.
—No me agrada mi padre... porque es algo más que un idiota. No me agrada
porque...
—Ya sé por qué.

130
Mis ojos buscaron su rostro, esperando que respondiera a mi mirada.
Se volvió y clavó su mirada en la mía.
—Sé quién es. Sé qué clase de vida tuvo cuando crecía. Lo sé desde hace
mucho tiempo. Pero la diferencia entre tu padre y yo es que a mí me importas de
verdad. —Se volvió hacia la puerta para salir—. Y no finjas que no te has dado cuenta.

Esperé a que volviera a casa todo el día, pero nunca apareció. No estaba segura
de adónde se había ido, sobre todo cuando iba vestido con un pantalón de chándal y
una camiseta. Podría haberse registrado en un hotel. O tal vez tenía otra propiedad
aquí. Era rico, como mi padre, y los hombres ricos solían gastar su dinero en casas
que utilizaban una o dos veces al año. Me aburría estar allí sentada sola, así que fui a
la ciudad a comer algo, a disfrutar de un café en mi cafetería favorita.
No llamé.
No me llamó. No que me sorprendiera.
Cuando nos vimos cara a cara, no estaba segura de lo que nos diríamos.
Sospechaba que nuestra relación, acuerdo circunstancial, rollo, como quisieras
llamarlo, había terminado.
Y eso dolió.
Al atardecer, volví a su casa y subí a su dormitorio. Cuando entré, me di cuenta
de que había vuelto. La puerta de la terraza estaba abierta de par en par y los colores
del cielo eran hermosos pasteles.
Estaba sentado en el salón con la ropa que llevaba cuando se marchó, un brazo
sobre el respaldo del sofá y un tobillo apoyado en la rodilla opuesta. Tenía la mirada
fija en el televisor, una pantalla negra que mostraba su oscuro reflejo. Después de un
momento de mirar fijamente, volvió su atención hacia mí, como si me hubiera oído en
cuanto subí las escaleras.
Su mirada era paralizante, así que me quedé absorta en su mirada venenosa.
Mi corazón se aceleró tan rápido como en el fragor de nuestra pelea. Normalmente
era tranquila y segura de mí misma, pero él me convirtió en alguien que sufría
silenciosos ataques de pánico.
Hizo un sutil gesto hacia el otro sofá, un simple movimiento de cabeza.
Hice lo que me pidió y tomé asiento. La correa del bolso se me resbaló del
hombro. Inquieta, me pasé los dedos por el cabello, apartándomelo de la cara,
inquieta porque su mirada silenciosa era como una espina clavada en mi costado.

131
Tras un largo momento, habló.
—No necesitamos tener esa conversación para saber que queremos cosas
distintas en la vida. Tú quieres casarte con el Sr. Buen Tipo y tener un par de hijos, y
yo quiero dirigir el mayor imperio de la droga que Europa haya visto jamás. Nunca te
diré que te quiero. Nunca te pediré que te cases conmigo. Nunca renunciaré a lo que
he construido por ninguna mujer, ni siquiera por ti. —Me miró fijamente con esa cara
dura, parecía tan despiadado como sonaban sus palabras—. Pero creo que somos
más que dos personas follando. Creo que soy una parte más profunda de tu vida de
lo que crees. ¿Estás de acuerdo?
Lo nuestro no tenía futuro. Ya lo sabía, pero oírselo decir con tanta franqueza
me escocía como sal en una vieja herida. Bartholomew no era material para el
matrimonio, y en cuanto encontrara a un hombre que sí lo fuera, me iría. Me casaría
con él e ignoraría los pensamientos sobre Bartholomew cuando aparecieran en los
momentos más aleatorios... cuando estuviera preparando la cena en la cocina...
cuando dejara a los niños en el colegio... Y Bartholomew estaría haciendo lo mismo
que siempre había hecho... suponiendo que siguiera vivo en ese momento.
—Sí.
Me miró fijamente, como si supiera que una marea de pensamientos acababa
de invadirme.
—Entonces soy tu hombre. Tú eres mi mujer. Hasta que nos separemos.
Asentí levemente con la cabeza.
—Entonces esta conversación ha terminado. —Se inclinó hacia delante y cogió
el vaso de whisky que había allí. Echó la cabeza hacia atrás y se bebió el resto antes
de lamerse los labios—. Vamos a cenar. —Dejó el sofá y entró en su vestidor. Un
momento después, regresó, vestido con su ropa negra característica, las mangas
cortas mostrando sus bonitos brazos.
Me costó un poco más salir de ese momento. No había dicho nada que yo no
supiera, pero esta vez fue un poco diferente. Ahora no podía dejar de admirar la
nitidez de su mandíbula, no podía dejar de pensar en los labios que besaba todos los
días. Antes no me importaba cuando esta relación terminaba. Era sólo sexo, nada más.
Pero de repente apreciaba más esos momentos, la forma en que se movía por la
habitación, la forma en que me miraba como si yo fuera todo lo que quería. Los
apreciaba porque sabía que no durarían para siempre.
Acabarían... y dolería.

132
16
BARTHOLOMEW

T
ardamos algún tiempo en sacudirnos la conversación. Muchos silencios
incómodos. Miradas incómodas. Ambos pensamos en lo mismo al mismo
tiempo, pero ninguno de los dos quiso llamar la atención sobre ello.
Tras un par de copas de vino y una vez que llegaron nuestros entrantes, la
tensión empezó a disiparse.
—Este es uno de mis restaurantes favoritos —dijo, cortando su pollo.
—El mío también.
—Mi familia vino a celebrar mi octavo cumpleaños.
Era difícil imaginárselo, no cuando su padre era tan bastardo.
—Mi hermana era una bebé entonces. Recuerdo que lloró todo el tiempo... —
Soltó una risita y dio un bocado a su comida.
Tomé unos sorbos de vino y comí con moderación, ya que no tenía mucho
apetito después de haber bebido tanto durante el día. Había pasado el tiempo en mi
otra propiedad, con las criadas todavía trabajando para quitar toda la sangre del suelo
de madera.
Laura me miraba fijamente al otro lado de la mesa, con sus labios carnosos
pintados de un rojo intenso como el color de su vino. Sus pestañas eran naturalmente
espesas, y me encantó el color de su pelo, el color de la medianoche.
—¿Cómo los mataste? —Bajó la voz para que no la oyeran en las otras mesas,
aunque yo no tenía nada que ocultar.
—Fue rápido.
Sus ojos buscaron los míos, como si quisiera más.
—No tenías que hacer eso...
—Sí, lo hice. —También quería matar a sus mujeres, abrirles el cráneo mientras
sus maridos miraban. Pero eso era demasiado bárbaro, incluso para mí. Y eso
tampoco era justicia. Era una venganza psicótica.
—Eso no cambia lo que pasó...
—Se merecían lo que les pasó. Todo lo que debería oír de ti es gracias.

133
—Estoy agradecida, pero... ¿tenían familia? —Buscó la respuesta en mi mirada.
Nunca mentía, pero sabía que la verdad haría más mal que bien.
—No pregunté. Incluso si lo hubieran hecho, no habría cambiado nada. —Y no
cambió nada.
Bajó los ojos hacia su copa de vino, pero no bebió.
Su padre era poderoso como yo. Él podría haber manejado esto hace mucho
tiempo. El hecho de que no lo hiciera, el hecho de que no le importara que su yerno
golpeara a su hija, que dejara que violaran y asesinaran a su mujer, me dijo
exactamente lo que sentía hacia las mujeres en general. Eran el sexo débil. No tenían
importancia. Nada más que ganado.
—¿Qué pasó exactamente con Lucas?
—Le apuñalé. Lo suficientemente cerca de su pulmón para que supiera que iba
en serio, pero lo suficientemente lejos para que aún pudiera respirar. Lo habría
matado, pero sabía que tú no habrías querido eso.
—No sé... después de ver el ojo morado de mi hermana, podría matarlo yo
misma.
Así que mostraba misericordia hacia los hombres que le hacían daño... pero no
sentía ninguna hacia los hombres que hacían daño a las personas que amaba. Menos
mal que me tenía a mí para preocuparme por ella, ya que nadie más parecía hacerlo.
—Puedo terminar el trabajo si quieres.
—No... mi hermana me odiaría. Probablemente ya lo hace, en realidad.
Acababa de liarle la vida, pero aun así no lamentaba haberse involucrado. Si
Lucas pensaba que podía ponerle a Laura un ojo morado como a su hermana, estaba
a punto de perder algo más que los pulmones.
—Joder... no sé qué hacer.
—¿Sobre qué?
—Todo este lío con mi padre.
—Te dije que puedo manejarlo. —En algún momento íbamos a estar cara a
cara. No quería apretar el gatillo demasiado pronto cuando tenía un plan mucho más
grande para ese imbécil, pero tampoco rehuiría una pelea.
—No quiero que estas dos partes de mi vida se mezclen. Deben permanecer
separadas, exactamente como deben estar. —Levantó ambas manos en direcciones
opuestas, como si fuera ella la que estuviera en medio del caos—. Tendré que hablar
con él. —Bajó las manos y cogió su vaso de vino.

134
—No lamento lo que hice, pero lamento haberte complicado la vida.
Bebió un trago mientras me miraba fijamente, moviendo la garganta al tragar.
Cuando devolvió el vaso a la mesa, se lamió los labios distraídamente, como si no
tuviera ni idea de cómo me excitaba cada pequeña cosa que hacía.
—Lo sé, Bartholomew.

Cuando volvimos a la casa, la criada había ordenado el dormitorio, había


completado su servicio de cama con las sábanas echadas hacia atrás, las luces tenues,
un vaso de agua en cada mesilla.
Tomó asiento en el sofá y se quitó los tacones.
—Es como vivir en un hotel.
Me desnudé, dejé las botas en el armario y devolví el cuchillo al cajón.
—Tu casa en París debe ser realmente algo.
En su sitio. Volví al dormitorio en calzoncillos, viéndola sólo con su sujetador
blanco de encaje y la ropa interior a juego. El negro siempre había sido mi color
favorito, pero ella me hizo dudar. Era preciosa con su piel aceitunada, su pelo oscuro
como la medianoche y el color intenso de sus labios.
Su mirada se clavó en la mía y debió de entender el significado de mi mirada,
porque sus ojos se volvieron cautelosos, como siempre que estaba nerviosa a mi lado.
Antes era muy segura, me empujaba hacia atrás y se sentaba a horcajadas sobre mis
caderas, pero ahora su respiración se aceleraba y parecía incómoda en su propia
piel. Fue algo repentino, que empezó cuando llegamos a Florencia, un
comportamiento nuevo que nunca antes había mostrado.
Me gustaba.
Me abracé a ella y rodeé su pequeño cuerpo con los brazos, envuelto en el
aroma de las rosas. Con los ojos clavados en los suyos, la vi tragar saliva, vi cómo
bajaba los ojos momentáneamente porque la mirada era demasiado intensa.
Mi mano se deslizó por su nuca hasta su espesa cabellera, apartándosela
ligeramente de la cara mientras la obligaba a mirarme. Mi pulgar apoyó su barbilla,
a un palmo de aquellos hermosos labios.
—Me tienes miedo.

135
Sin ningún lugar a donde ir, ella movía sus ojos de un lado a otro entre los míos,
sus respiraciones perceptibles contra mi palma en su espalda. El silencio se prolongó
una eternidad, su cuerpo rígido en mi abrazo.
—En pocas palabras...
Bien.
—Soy un hombre peligroso, pero no soy un peligro para ti.
Sus ojos seguían parpadeando de un lado a otro, en silencio argumentativo.
Mi mano se deslizó hasta su garganta y me aferré a ella mientras la besaba.
Nuestros labios se juntaron al instante y sentí cómo se le escapaba el aliento de los
pulmones en señal de alivio. De pronto se sintió blanda entre mis brazos, como una
nube cálida que flotaría hacia el cielo si no la agarraba. Apreté mi brazo contra la
parte baja de su espalda mientras la acercaba a mí, sintiendo el encaje de su sujetador
contra mi piel desnuda. El olor a rosas se hizo más intenso, como si estuviera en un
jardín de verano.
El calor abrasaba como siempre, como un trozo de carne cruda en una sartén
chisporroteante. Podía sentir el humo entre nuestras bocas. Llevé mi mano a su
espalda y le desabroché el sujetador. Los tirantes se soltaron. La tela dejó de abrazar
su cuerpo. Lo agarré y se lo quité de un tirón, sintiendo por fin su carne desnuda
contra la mía. Tenía los pezones duros como si tuviera frío. Volví a apretarla contra
mí, sintiéndola respirar y soltar un gemido tan silencioso que no estaba seguro de
haberlo oído.
A continuación, le quité la tanga, sacando el diminuto material de aquel
precioso culo. Me agarré una nalga y la apreté con fuerza, con la polla tan dura dentro
de los calzoncillos que me dolía.
Sus manos buscaron mis pantalones y me los quitaron de las caderas para que
mi polla pudiera salir. Volvió a confiar en mí, me clavó las uñas y sus ojos reflejaron
la excitación de mi mirada.
Su cuerpo desnudo era indescriptible. Con buenas tetas, caderas de mujer, una
boca perfecta para chupar pollas, me hervía el puto cerebro. Hacía un momento
quería follármela, pero ahora quería que ella me follara a mí. Empujé hacia abajo su
hombro, guiándola a sus rodillas delante de mí.
Ella obedeció, doblando las rodillas bajo su cuerpo.
Me agarré a su garganta y me metí dentro, desesperado por mancharme la
polla de carmín. Ni siquiera le di la oportunidad de respirar antes de meterme hasta
el fondo. Me deslicé por su lengua resbaladiza y me sentí como en casa. Con mi mano
agarrando su nuca, fui por todas. Vi cómo se le llenaban los ojos de lágrimas. Vi cómo

136
la saliva goteaba por las comisuras de sus labios como la lluvia por las esquinas de un
tejado después de una tormenta. Vi cómo seguía exigiéndome que me corriera.
La agarré por detrás del pelo cuando terminé, dándole toda mi longitud
mientras la veía luchar por no ahogarse. Le llené la garganta y la vi retorcerse
mientras contenía la respiración, haciendo todo lo posible por no ahogarse hasta que
terminé.
Finalmente la solté, y al instante jadeó.
—Vamos, cariño. —La agarré del brazo y la ayudé a levantarse—. Aún no
hemos terminado. —La puse en el borde de la cama y me arrodillé. Mi cara se movió
entre sus muslos y besé el húmedo coño que me esperaba.
Su cuerpo dio una sacudida involuntaria al sentirme. Luego siguió el gemido.
Fue como el gruñido de un oso que por fin había conseguido la miel. Sus dedos se
aferraron a mi pelo y apretó sus caderas contra mí, cayendo inmediatamente en el
placer que le proporcionaba mi boca.
—Bartholomew...
Cuando dijo mi nombre así, podría hacer esto toda la noche.

137
17
LAURA

E
l mayordomo me acompañó al salón, la misma habitación donde había
quemado a Lucas con aquel cigarro encendido. La mayoría de los
recuerdos de infancia que tenía de mi padre tenían lugar en esta
habitación. En invierno, la chimenea tenía leños encendidos. En verano, las cortinas
se cerraban por la tarde para que no entrara el sol.
Hoy, las cortinas estaban abiertas y no había fuego.
Mi padre estaba sentado en el sillón, con una copa al lado, el puro aplastado en
el cenicero pero la habitación oliendo a una nube de humo como si lo hubiera
apagado justo antes de que yo llegara. Me miró, su ira apenas reprimida tras aquella
mirada furiosa.
Tomé asiento en el otro sillón, manteniendo la mesa entre nosotros. Mi padre
nunca me había pegado, pero ya no estaba segura de lo que era capaz de hacer.
Crucé las piernas y me quedé mirando, con los dedos cerrados en un puño bajo la
barbilla.
—Quiero un nombre, Laura.
—Entonces, ¿nada de charlas? —pregunté—. ¿Ni siquiera un comentario sobre
el tiempo?
Ahora parecía aún más cabreado.
—Lo encontraré, me lo digas o no. Y cuando lo haga, le romperé las dos piernas
y las tiraré a mi maldita chimenea...
—Tócalo y te quemaré los ojos con tus cigarros. —Había usado mi voz interior
hacía un momento, pero exploté como un volcán en cuanto oí su amenaza—. ¿Qué te
parece? No eres el único que puede amenazar, Leonardo. —Seguía siendo un hombre
fuerte, pero sin armas, podía golpearle con mi silla en la cabeza y dejarlo
inconsciente. Crecer como hija del Rey Calavera me había enseñado algunas cosas.
Estaba segura de que no lo había olvidado—. Lucas intentó darme un puñetazo, y mi
hombre... —dudé al describirlo así, porque me parecía tan correcto decirlo—, mi
hombre me defendió. No lamento lo que pasó y, como padre, deberías sentirte
aliviado de que el novio de tu hija no tema ensuciarse las manos de vez en cuando.
—¿Ahora eres mi hija? —preguntó fríamente—. Porque me llamaste Leonardo
hace dos segundos.

138
Le sostuve la mirada y dejé que pasara el silencio.
—Lucas se recuperará completamente. Sigamos adelante.
—¿Seguir adelante? Estoy en medio de una crisis.
—Entonces no tienes tiempo para preocuparte por mi novio, ¿verdad?
Se hundió en el sillón y, cuando sus dedos golpearon la madera del
reposabrazos, supe que estaba realmente furioso.
—Mientras ese imbécil de Lucas no vuelva a tocarme, no tendremos más
problemas. Así que, déjalo.
Sus dedos siguieron tamborileando. Tap. Tap. Tap.
—Mi hombre lo terminó, pero el tuyo lo empezó. Recuérdalo.
Sus dedos golpearon durante largo rato, sus ojos sin pestañear se centraron en
mí al otro lado de la habitación. Los segundos continuaron, convirtiéndose en un
minuto entero. Se hizo tan silencioso que se oían los coches fuera de la puerta
principal.
—Es irónico, ¿no crees?
¿Cómo?
—Te escapas a París porque no quieres tener nada que ver con esta vida.
Porque te avergüenzas de lo que hago. Avergonzada de lo que he construido.
Avergonzada de todo lo que he hecho para darte la vida de una princesa. Y sin
embargo, aquí estás, en la cama con alguien como yo.
—Él no es como tú.
—No podría haber herido así a Lucas a menos que supiera lo que hacía. No
necesito saber mucho de él para saber que estamos cortados por el mismo patrón,
para saber que es como yo, sólo que treinta años más joven.
Podía sentir el pulso en mi cuello. Como un tambor.
—¿Le aceptas a él, pero no a mí? —Atemperó su voz, dejando que se callara en
volumen pero fuerte en emoción—. ¿A él le parece bien matar gente, pero a mí no?
¿Es traficante de armas? ¿Es un traficante? Esas cosas están bien, ¿pero las drogas
están fuera de los límites?
Mis ojos se desviaron hacia la ventana.
—Por mucho que me doliera, entendí tu decisión de alejarte. Pero ahora, creo
que eres una hipócrita.
Volví a mirarle.

139
—Él no es como tú. No dejaría que me violaran. No dejaría que me asesinaran.
—Tuvo la delicadeza de parpadear, de apartar la mirada cuando le recordé su
imperdonable error—. Cuando alguien se cruza en mi camino, él me protege. Tu
yerno le puso un ojo morado a tu hija y tú te comportas como si nada. Tu yerno intentó
darme un puñetazo, y para ti no tiene importancia. No, no se parecen en nada.
—Víctor lo detuvo...
—Deberías haberlo impedido tú. ¿Cómo puedo quedarme aquí cuando sé que
no me protegerás? Es temporada abierta, y tengo un maldito blanco en mi espalda.
Apartó completamente la mirada.
—No es el hombre con el que me casaré, pero es el que necesito ahora mismo.
Si no quieres volver a tratar con él, entonces no me jodas. —Me puse en pie y me
preparé para salir—. Esas son palabras que debería poder decir de ti... pero no
puedo.

—Laura.
Acababa de salir por la puerta doble cuando oí su voz detrás de mí. Fingí que
no le había oído y seguí adelante.
—Laura.
Me detuve y di un fuerte suspiro.
—¿Sí?
Víctor apareció a mi lado. Con una camisa de manga corta y unos vaqueros
oscuros, no parecía tener frío a pesar del frío primaveral. Este año ha llovido más que
ha hecho sol. Sus ojos me miraron rápidamente y evaluaron mi malestar.
—Vamos a tomar un café.
—¿Por qué? —solté.
Parecía un poco desconcertado.
—Me gustaría hablar contigo, y puedo decir que no quieres estar aquí ni un
momento más de lo necesario.
Salí por las puertas de hierro que separaban la propiedad de la vía pública.
—Bien.

140
En silencio, caminamos un par de manzanas hasta que nos detuvimos en el
primer café que encontramos. Yo pedí un café cuando prefería alcohol, y él pidió lo
mismo. Como me apetecía algo reconfortante, también pedí una magdalena.
Nos sentamos juntos en una mesa pequeña, la cafetería vacía porque era por la
tarde y todo el mundo estaba almorzando. Víctor estaba allí sentado, con los ojos fijos
en mí casi todo el tiempo, mirándome como si yo fuera una bomba que pudiera
estallar si tocaba el cable equivocado.
Cogí la magdalena de semillas de amapola, comiendo la parte superior porque
era la mejor parte.
—¿Todavía haces eso?
Cogí un trocito y me lo metí en la boca mientras le miraba.
—¿Qué?
—Sólo comes la parte de arriba.
—Bueno, el resto apesta.
Mostró un pequeño atisbo de sonrisa.
—¿De qué querías hablar, Víctor? —Necesitaba volver a París. Tenía clientes
que necesitaban su ropa, y sabía que Bartholomew necesitaba volver para poder...
hacer lo que fuera que hiciera en mitad de la noche.
—¿Cómo fue la conversación con tu padre?
—Como el resto. Una mierda.
—Si sirve de algo, creo que Lucas se merecía lo que le pasó.
Cogí otro trozo mientras le miraba.
—Debería haberlo hecho yo.
—¿No te agrada?
—Ahora no —dijo—. No sabía que le hacía daño a tu hermana.
Estaba dispuesta a darle un puñetazo en la cara a Víctor cuando lo volviera a
ver, pero me di cuenta de que no era un mal tipo. Ambos éramos jóvenes, y él cometió
algunos errores. No era un imbécil como Lucas.
—Voy a tratar de hacerla entrar en razón. Tal vez después del quincuagésimo
intento, me escuche.
—Sí, tal vez —dijo sin compromiso.
Me bebí el café y mordí un poco más la magdalena.
Bebió un trago antes de aclararse la garganta.

141
—También quería hablarte de ese chico con el que sales.
—¿Qué pasa con él?
—Se nota que lleva mucho tiempo en el juego.
Llevaba en el juego desde que nació.
—No es el tipo de hombre con el que se jode.
No.
—No estoy segura de que sea el tipo de hombre con el que deberías
involucrarte.
—¿En serio? —pregunté medio riendo—. Eso es gracioso, viniendo de ti.
—Sólo cuidaba de ti, eso es todo.
—Víctor, necesitaba que me cuidaras hace siete años. Ahora no.
Sus ojos se apartaron de mi ataque.
—Tratamos con muchos imbéciles en esta línea de negocios. Muchos
compinches. Mucho músculo. No estoy seguro de para quién trabaja o qué tipo de
negocio es...
—Él es el jefe —espeté—. No trabaja para nadie. —El orgullo de mi voz me
sorprendió incluso a mí, que lo había dicho.
Víctor se quedó mirando un rato antes de asentir.
—Razón de más para mantenerte alejada de él.
—Puedo cuidarme sola, Victor.
—Es peligroso...
—Para ti. Pero no tengo nada de qué preocuparme.
Miró por la ventana, con su taza de café humeante en el platillo frente a él.
—He pensado mucho en ti durante estos últimos siete años. Más que en la culpa.
Más que en el remordimiento. He pensado en lo que podría haber sido si hubiera
hablado con alguien... o si hubiéramos buscado ayuda... si nos hubiéramos
quedado....
—Si te hubieras quedado, querrás decir.
Se volvió para mirarme.
—Sí... si me hubiera quedado. Lo que hubiera sido. Porque sabes que te quería,
Laura. Lo dije en serio la primera vez que lo dije. Lo dije en serio el día que nos
casamos. Aún lo decía en serio cuando te pedí el divorcio.

142
—No te obsesiones con las cosas que no puedes cambiar, Víctor.
Me miró fijamente, con los ojos como hace siete años.
—¿Crees que alguna vez me darías otra oportunidad? —Su voz era tranquila,
como si ya estuviera preparado para la ferocidad de mi respuesta.
—¿Por qué iba a hacerlo?
—Porque tú también me querías.
Lo hice. Pero eso fue hace mucho tiempo. Cuando yo era una persona diferente.
Cuando estaba bajo el pulgar de mi padre como un niño.
—Él cazó a los cuatro hombres que me hicieron eso... y mató a cada uno de
ellos. Ni siquiera tuve que pedírselo. Simplemente lo hizo.
Miró hacia la mesa.
—Tuviste siete años para hacer lo mismo, y eras mi marido.
—Es complicado...
—No es tan complicado. Nada complicado.
—Tu padre hizo una tregua con ellos...
—Vaya... es aún más vil de lo que pensaba. —Uno no hacía una tregua con el
violador de tu hija. No hacía las paces con los hombres que mataron a tu esposa.
Siempre pensé que era el máximo imbécil, pero ahora me preguntaba si era el
máximo cobarde.
—No tenía forma de conseguir sus nombres...
—Bueno, mi hombre sí pudo.
Me miró de nuevo.
—Porque es peligroso, como dije.
—Porque pone su dinero donde está su boca. Porque hace las cosas bien.
Porque es un hombre.
Dio un breve respingo, como si aquellas palabras le hubieran herido de
verdad.
—Tienes muchas pelotas, pidiéndome otra oportunidad.
—Sabía que me arrepentiría si no lo hacía.
—Especialmente cuando sabes que tengo novio.
—Sé que es algo a corto plazo.
—¿Por qué supones eso? —Mis brazos se cruzaron sobre la mesa.

143
—Porque los hombres así no sientan la cabeza.
Ha dado en el clavo.
—Y sé que no es el tipo de marido que quieres de todos modos.
—¿Y tú crees que lo eres? —pregunté incrédula.
—Te casaste conmigo una vez, ¿no?
—Era joven y estúpida...
—Y me querías. —Se volvió más confiado, más parecido al hombre que yo
recordaba—. Te estás haciendo mayor...
—No cronometres mis ovarios. Eso no va a funcionar.
—Sólo digo que queremos las mismas cosas...
—Quiero un hombre que se quede a mi lado en la salud y en la enfermedad.
No alguien que se vaya en cuanto las cosas se pongan feas.
—Aprendí la lección. Nunca volvería a hacer algo así.
—Oh, bien —dije—. Me alegro de que por fin te hayas puesto las pilas. Sí,
sigamos donde lo dejamos. —Puse los ojos en blanco y crucé los brazos sobre el
pecho—. Tan jodidamente romántico. Nena, ahora me parece bien que te violen.
Hagamos algunos bebés...
Cerró los ojos mientras se encogía.
—Así no es como quería que fuera esta conversación.
—Esta conversación no debería haber ocurrido en primer lugar. Tuviste tu
oportunidad y la desperdiciaste, Víctor.
—Mira, estoy dispuesto a dejar el negocio para empezar de nuevo contigo. Si
quieres vivir en París, me parece bien. Si quieres mudarte a Grecia, no me importa.
Me importa un bledo donde vivamos...
—Nunca va a suceder, Víctor. Acepta mi respuesta.
Apartó la mirada y soltó un suspiro de irritación.
—Entonces, ¿saldrás con un capo, un tipo que ha hecho cosas inconfesables,
pero mis acciones son simplemente imperdonables?
—Eras mi marido, Víctor.
—Y era joven. Y estúpido. Perdóname.
—Victor...
—Perdóname.

144
—No estoy obligada a sacrificar mis sentimientos por los tuyos. ¿Crees que has
sufrido? No es nada comparado con lo que yo he pasado. Nada comparado con los
años de terapia que me costaron una pequeña fortuna.
Volvió a apartar la mirada y, cuando la luz le dio en los ojos, mostró el brillo de
la superficie. Mostró el pequeño charco que se había formado allí, el dolor que
mantenía bajo la superficie. Parpadeó y desapareció como si nunca hubiera estado
allí.
—Pero te perdono. —Las palabras salieron solas. Para mi sorpresa, me sentí
mejor, más ligera.
Me miró y sus ojos seguían en estado de shock. No parpadeó. No respiró.
—Gracias.

Cuando volví a casa, Bartholomew estaba en su despacho. Me di cuenta de que


estaba al teléfono porque su voz grave se colaba por el pasillo y su tono era serio,
como si se estuviera ocupando de un asunto.
Cogí mis cosas y empecé a hacer la maleta.
Entró unos instantes después, sólo con unos pantalones de chándal oscuros que
le colgaban de las caderas, tan sexy como de costumbre. Ya se le veía la barba a
pesar de que acababa de afeitarse. Era una sombra, pero dentro de un día tendría
toda la barbilla cubierta. Me miraba a su manera, a una manera que otros hombres
habían intentado recrear pero que sólo podían imitar a duras penas. Su mirada era
poderosa, dominaba mi cuerpo sin decir una sola palabra. Sus ojos se clavaron en los
míos mientras se acercaba, haciéndome preguntas que nunca pronunciaba.
—Lo he suavizado todo.
Siguió mirando fijamente.
—Sólo mantente alejado de él y sus hombres.
—Eso no debería ser un problema, siempre que no toquen a mi mujer. —Se
acercó a la barra y se sirvió una copa, con su musculosa espalda hacia mí, ajeno a la
forma en que mis piernas acababan de convertirse en gelatina. Echó la cabeza hacia
atrás y bebió un buen trago antes de limpiarse la boca con el antebrazo—. Has estado
fuera mucho tiempo.
El corazón se me agarrotó en el pecho. Todo se puso rígido.
Me miró cuando no dije nada.

145
—Víctor me invitó a un café.
Su mirada era dura como la piedra, sus pensamientos imposibles de descifrar.
—¿Qué quería?
—Para ver cómo estoy, supongo.
—¿Y cree que es su responsabilidad porque...? —Su tono no cambió, pero esa
mirada era inquietante.
—Sabe que mi relación con mi padre es tensa.
Se acercó a mí, con los pies descalzos sobre la madera dura y luego sobre la
alfombra que rodeaba la cama. Cuanto más se acercaba, más alto se hacía, y entonces
me proyectó su sombra.
—No necesito que otro hombre vigile a mi mujer. ¿Debería decírselo yo mismo,
o quieres encargarte tú?
Jesús. Era como si hubiera estado allí en la cafetería y lo hubiera oído todo.
—Voy a transmitir el mensaje.
—Bien. —Volvió al bar, cogió su bebida y se sentó en el sofá—. ¿Qué más dijo?
Mierda, como si alguna vez lo hubiera dicho.
—Dijo que eras peligroso y que tuviera cuidado.
Una media sonrisa se dibujó en su duro rostro.
—Sólo la mitad de esa frase es cierta. —Cogió el vaso y bebió otro trago antes
de relamerse los labios—. Debería seguir su propio consejo si no quiere comerse mi
pistola.
Me trasladé al otro sofá, manteniendo las distancias con su silenciosa
hostilidad.
—¿No crees que estás exagerando?
En cuanto sus ojos se desviaron hacia mi cara, supe que había dicho algo
equivocado.
—Exagerando. —Dijo la palabra como si fuera una nueva adición a su
vocabulario. Estaba probando la palabra en su lengua, como si nunca nadie hubiera
sido tan estúpido como para describirlo así—. Hay un lado de mí que nunca has visto,
cariño. Un lado que exagera. Créeme, ahora no estoy exagerando. —Sus dedos se
cerraron en un puño y se apoyaron en su mejilla mientras su tobillo descansaba en la
rodilla opuesta—. No me gusta que un hombre husmee alrededor de una mujer que
claramente me pertenece, especialmente cuando es un maricón que ya te ha fallado.

146
Recibe una advertencia esta vez, pero la próxima, sus labios estarán sellados
alrededor del cañón de mi pistola como si fuera una polla en su boca.
Sentí el temblor que me recorría la espina dorsal, sentí el miedo que todos los
demás sentían cuando estaban cerca de él. El peligro del que Víctor me advirtió... me
estaba mirando a la cara.
—Nunca dije que Víctor se me insinuara...
—No necesitabas hacerlo. Soy mucho más inteligente de lo que crees, Laura.
—E incluso si lo hiciera, qué importa...
—Importa porque eres mía. —Todavía no levantó la voz. No bajó los brazos con
rabia. Pero su control sobre sus emociones era más aterrador que la combustión de
esas emociones. Podía transmitir tanto con tan poco. Podía gritar a pleno pulmón con
sólo un susurro—. Y él lo sabe. Lo supo cuando le dijiste que yo era tu novio. Lo supo
cuando apuñalé a Lucas. Lo supo cuando le dijiste que maté a esos hijos de puta. Sabe
lo que pasa cuando le faltas el respeto a hombres como yo, pero parece haberlo
olvidado.
—Espera... ¿cómo sabías que le había dicho eso?
—Porque sabía que lo harías. Necesitaba saber que hice lo que debería haber
hecho hace siete años. Y tú también querías que lo supiera. —Recogió su vaso y se
terminó el contenido. Luego, inesperadamente, tiró el vaso contra la pared y se
rompió en pedazos—. Asegúrate de que sepa que eres la única razón por la que está
vivo ahora.

De alguna manera, como siempre, acabamos en la cama.


Me clavó la cara en el colchón con el culo al aire, el arco de mi espalda tan
prominente que dolía un poco, y me aporreó como si fuera una mujer que hubiera
visto al otro lado del bar y se hubiera llevado a casa por una noche.
Tomé aquella enorme polla una y otra vez, jadeando contra las sábanas que se
hacían bolas cerca de mi cara, sabiendo que estaba conquistando mi tierra y
reclamándola como suya una y otra vez. Su otra mano me agarraba la cadera mientras
empujaba cada vez más fuerte, llevándome a un orgasmo y luego al siguiente... una y
otra vez.
Cuando por fin terminó, me soltó.
Se recostó en la almohada, con un brazo bajo la cabeza y el cuerpo brillante de
sudor.

147
Enderecé la espalda y sentí que se me pasaba el malestar antes de tumbarme
boca abajo, recuperando el aliento a pesar de que era él quien había hecho todo el
trabajo. Nos quedamos tumbados en silencio, y me sentí tan satisfecha y cómoda que
pude quedarme dormida, a pesar de que era pleno día.
—¿Qué pasó con tu padre?
Me incorporé y me pasé los dedos por el pelo.
—Ya sabes, él hizo algunas amenazas... yo hice algunas de las mías.
Se sentó contra la cabecera y me miró.
—Básicamente dijo que era una hipócrita por estar con alguien como tú.
Volvió la mirada al frente y miró al exterior.
—Pero le dije que no te parecías en nada. Él nunca me ha protegido, pero tú sí.
Sus ojos estaban de nuevo sobre mí, imposibles de leer.
—Él y yo... nunca nos vamos a llevar bien.
—No hay razón por la que tengas que hacerlo.
—¿En serio? —Pregunté—. ¿Aunque sea mi padre?
—Tolerar a alguien a quien odias es tóxico para tu cordura. La familia no es una
excepción.
—Sí... —Me incorporé más y cogí su camiseta del borde de la cama. Me la puse,
fría por la corriente de aire que venía de la terraza—. Pero tengo que ayudar a mi
hermana. Es demasiado joven para saberlo.
Me miró pasándome los dedos por el pelo.
—Necesito volver. Tengo asuntos que requieren mi atención.
—Yo también. Estoy atrasada con el trabajo.
—Entonces nos iremos esta noche.
—Tendré que volver y tratar con mi hermana más tarde.
—Iré contigo. Y si no puedo, puedes quedarte aquí.
No podía rechazar una oferta así. Una hermosa casa justo en el corazón de
Florencia. Mi heladería favorita estaba tan cerca. Y su ropa estaba en el armario, así
que podía llevar una de sus camisas a la cama.
—Gracias.

148
18
BARTHOLOMEW

M
e senté en el salón, Bleu en el sofá de enfrente, el resto de mis hombres
esparcidos por la habitación, escuchando la conversación con oídos
atentos.
—Los marroquíes han cortado lazos con Leonardo —dijo Bleu—. Naturalmente,
Leonardo está en plena crisis.
Ahora que sabía cómo trataba a su hija, esto era aún más satisfactorio.
—Bien. —Me llevé el cigarro a los labios y di una calada profunda, mi cuerpo
zumbaba de poder—. Y también ha derribado a un hombre. —Era la cereza del
pastel.
—Recurrirá a diferentes asociaciones en su desesperación. Probablemente
incluso a Estados Unidos.
—Pero sabemos que eso no irá a ninguna parte. —Apoyé el brazo en el
reposabrazos, sonriendo como un tonto. Había movido mis piezas de ajedrez y tenía
mi jaque mate antes de que Leonardo se diera cuenta de que estábamos jugando. La
muerte de su hermano no podía haber sido más oportuna. Demasiado distraído con
el funeral y la venganza contra sus enemigos de poca monta, no tenía ni idea de que
un tiburón mucho más grande se había unido a las sangrientas aguas.
—No.
—Buen trabajo, Bleu. —Apuñalé mi cigarro en el cenicero antes de levantarme.
—¿Te vas?
—Sí. —Me dirigí a mi dormitorio para cambiarme—. El primer ministro me está
esperando.

Aparqué en la acera y me dirigí a la puerta principal. Las luces de la ventana


estaban encendidas, así que supe que estaba en casa. Mis manos enderezaron la
odiosa chaqueta de mi traje antes de subir los escalones de piedra.
La puerta se abrió y era Cauldron.
—Bartholomew.

149
Asentí levemente con la cabeza.
—¿Está lista?
—Tratando de entrar en su vestido.
Era algo extraño de decir, así que le miré fijamente.
—Está embarazada.
Estupendo.
—Todavía no se le nota. Pero dentro de uno o dos meses, será un problema. —
Abrió más la puerta para que pudiera entrar en la casa.
Mis ojos recorrieron la habitación mientras la buscaba. El piso de abajo estaba
vacío.
—Esta es la parte en la que me felicitas.
Me giré para mirarle y me metí las manos en los bolsillos.
—Supongo que tenemos diferentes definiciones de logro.
Cauldron me sostuvo la mirada, llevaba pantalones de chándal y una camiseta
como si tuviera intención de sentarse en el sofá hasta que ella llegara a casa.
—¿Esto es algo que quieres? —Pregunté—. ¿O algo que ella quiere?
Cauldron consideró su respuesta antes de hablar.
—Tengo mis reservas. Pero si voy a hacer esto con alguien, es con ella.
—Tu vida va a ser una meada durante los próximos veinte años.
Se me quedó mirando.
—¿Tuviste una mala infancia?
Desvié la mirada e ignoré la pregunta.
—No puedes tener lo bueno sin lo malo. Nunca tendrás un hijo a tu altura si
antes no lo coges en brazos.
—¿Sabes lo que no me gusta de los niños? Crecen y se convierten en personas,
y odio a las personas.
Camille bajó las escaleras en ese momento, con un vestido de cóctel negro que
ocultaba su pequeño vientre. Llevaba su bolso de mano bajo el brazo y su espesa
cabellera en brillantes rizos. Sólo tenía ojos para Cauldron mientras se despedía.
—Te veré en un par de horas.
La besó y la soltó. Luego me miró.
—No veo cómo va a funcionar esto en un par de meses.

150
—Averígualo, porque has hecho un trato.

Camille se sentó a mi lado en la mesa. Ya habían servido la cena y estaban


recogiendo los platos. Había una multitud alrededor del Primer Ministro, y mi
oportunidad aún no había llegado.
Se llevó la mano al estómago por debajo de la mesa.
—No estoy seguro si Cauldron te dijo...
—Lo hizo.
—Empezamos a intentarlo, pero no pensábamos que fuera a ocurrir tan rápido.
Mis ojos se concentraron al otro lado de la sala, observando cómo la esposa del
primer ministro permanecía sentada en silencio porque nadie estaba interesado en
hablar con ella. Camille no podía distraerla porque ni siquiera formaba parte de la
conversación.
—Estoy muy emocionada.
¿Seguía con lo mismo?
—¿Pasa algo malo, Bartholomew?
—No. —Mantuve la mirada fija.
—Pareces más... enfadado de lo normal.
—Supongo que estoy un poco cansado de toda la charla sobre el embarazo. —
Tal vez eso la haría callar.
Se quedó callada.
Gracias a Dios.
—Pensé que te alegrarías por nosotros.
—No soy de los que se alegran por los demás.
—¿Porque no eres feliz por ti mismo? —espetó.
Una pequeña sonrisa se dibujó en mis labios.
—Supongo que se podría decir eso.
—¿Nunca piensas en el futuro? ¿Nunca piensas en sentar la cabeza...?
—No.
—Hay más en la vida que el dinero...

151
—Sólo los pobres dicen eso.
—Bueno, no soy pobre.
—Pero lo eras. —Mis ojos seguían concentrados, tratando de encontrar un
hueco para una conversación.
—Muy bien, basta de hablar como un bebé.
Cogí mi vaso y bebí un trago. Era vino blanco, demasiado dulce para mi gusto.
—¿Cómo te van las cosas?
—No tenemos que hablar.
—¿Ves? —dijo—. Estás más enfadado de lo normal.
—No estoy enfadado. Sólo tengo muchas cosas en la cabeza.
—¿Cómo?
—Estoy a punto de tomar Italia. Comenzar mi distribución allí. Haré del Rey
Calavera mi perra.
—¿El Rey Calavera?
—No es importante.
—Bueno, deberías echar un polvo durante toda esta ambición porque estás
tenso.
—Lo estoy. —No había visto a Laura desde que habíamos vuelto a París. Ambos
teníamos mierda que requería nuestra atención, trabajo con el que teníamos que
ponernos al día. Habían pasado cinco días desde que había tenido esas tetas en mi
boca, y definitivamente estaba empezando a extrañarla. Cada vez que recibía una
bocanada de rosas, mi polla se ponía dura.
—Bueno, las putas no funcionan porque sigues siendo un imbécil.
—Ella no es una puta.
—¿Ella? —Sus dos cejas se alzaron ante esa información—. Eso suena singular.
Había dicho demasiado.
—¿Tienes... novia? —Dijo las palabras con total asombro, como si no pudiera
creer que alguien como yo pudiera ser monógamo.
Era una suposición justa, supuse.
—Mierda, ¿tienes novia?
—No es así como yo lo describiría.
—Muy bien, entonces ¿cómo lo describirías?

152
—Es mi mujer. —Mantuve la mirada a través de la habitación, dividiendo mi
atención entre dos cosas diferentes.
—¿No es lo mismo?
—En absoluto. Un adolescente puede tener novia. Yo tengo una mujer adulta.
—Esto suena serio.
—No.
—Mi mujer suena bastante posesivo.
—Porque soy posesivo. Soy posesivo con todas las cosas que me pertenecen.
Mi dinero. Mis coches. Mis casas. Ella es sólo otro elemento de la lista.
—¿Cuánto tiempo lleva pasando esto?
—Poco más de un mes.
—Entonces esta relación va rápido.
Como no pasaba nada con el Primer Ministro, la miré.
—Empezamos a gran velocidad y así ha seguido desde entonces.
—Bartholomew, vas a tener que cambiar tu perspectiva sobre los niños si
quieres que esto llegue a alguna parte.
—No quiero que vaya a ninguna parte. Ella tampoco.
—Entonces... ¿es sólo una aventura?
No es como yo lo describiría.
—Supongo que puedes decir eso.
—¿Los haces a menudo?
—La verdad es que no. Laura es una de las pocas.
—Laura... bonito nombre.
La conversación terminó por extinguirse y nos sentamos en silencio. Los
hombres que acompañaban al Primer Ministro se marcharon. Mi oportunidad llegaría
en breve.
—No entiendo cómo puedes llamarla tu mujer pero decir que no quieres nada
más. —Por supuesto, la conversación no había terminado para Camille. Tenía que
pinchar y pinchar.
—Quiero todos los beneficios de una relación intensa sin toda la mierda. Así es
como.
—¿No tienes miedo de que te hagan daño?

153
—No. —Ni en lo más mínimo. No podía recordar la última vez que algo me hizo
daño.
—Bueno, ¿no te preocupa que se haga daño?
—No. Como dije, es una mujer adulta. Puede cuidar de sí misma.
Camille se quedó mirando, sus ojos se movían de un lado a otro entre los míos.
—¿Hemos terminado con esta conversación?
Ella asintió.
—Sí.

Cuando entré en mi casa, mi mayordomo me miró inmediatamente las manos.


Estaban cubiertas de sangre.
Pero como buen sirviente que era, no dijo ni una palabra.
Me dirigí directamente al cuarto de baño y me limpié la sangre de las manos y
de debajo de las uñas. El lavabo blanco se tiñó de rosa con las manchas. Tuve que
seguir restregando y aplicando jabón hasta que mis manos volvieron a ser lo que
eran. Me las limpié y me miré los nudillos.
Seguían sangrando.
Entré en el pasillo.
—Gasa.
—Lo tengo todo preparado, señor. —Mi mayordomo estaba de pie en la isla de
la cocina con el botiquín de primeros auxilios extendido. El alcohol y los bastoncillos
estaban allí, junto con el kit de sutura y todo lo demás.
Me eché el alcohol en las manos sobre la encimera.
No reaccionó en absoluto.
Los sequé con palmaditas y luego los envolví en gasas.
—¿Hielo, señor?
—No. —Dejé todo sobre la encimera y me dirigí a mi dormitorio en el piso
siguiente. Mientras subía las escaleras, miré por la ventana y vi que casi había
amanecido. La luz del sol penetraba por el borde mismo del horizonte como una
neblina rosada.
Dejé caer la ropa y me miré los nudillos.

154
Ya se habían desangrado.
Lo que sea.
Cerré todas las cortinas y sumí mi dormitorio en la más absoluta oscuridad
antes de meterme en la cama. Justo cuando me tumbé, mi teléfono se encendió en la
mesilla.
Lo cogí y sentí cómo la luz azul me daba en la cara.
Quiero verte.
No se anduvo con rodeos ni buscó mi atención. No sintió resentimiento porque
no le hubiera enviado un mensaje en casi una semana. No sentía ninguna expectativa
hacia mí. Esa era la diferencia entre una chica y una mujer. Iré más tarde.
Eso es dentro de mucho tiempo...
He tenido una larga noche, cariño.
¿Y si acudo a ti?
Era una oferta que no podía rechazar. Mi mayordomo te acompañará a mi
habitación.
Hasta pronto.
Le envié un mensaje a mi mayordomo y me dormí enseguida.
Volví a despertarme cuando oí la puerta abrirse y cerrarse. Unos pasos se
acercaron a la cama. La ropa golpeó la alfombra. Entonces, una hermosa mujer me
quitó las mantas de un tirón y subió por mi cuerpo. Sus labios me besaron el pecho y
el vientre, bajaron hasta rodear mi erección y me dieron un beso húmedo.
Estaba tan oscuro que apenas podía ver nada, pero conocía aquella boca como
mi propia mano. Me chupó la polla, me pasó la lengua por los huevos, me la puso más
dura de lo que había estado en mi vida, y luego se sentó encima de mí y se hundió.
Joder... este coño.
Mis manos apretaron sus tetas mientras ella movía las caderas, manejando mi
enorme polla como sólo una mujer de verdad puede hacerlo. Mis manos se dirigieron
luego a su culo, queriendo tocarla toda a la vez. Olvidé el dolor de mis nudillos,
aunque los hacía sangrar más cada vez que la agarraba. La necesidad de follármela
como un salvaje se apoderó de mí, y la puse boca arriba y me moví sobre ella antes
de golpearla contra las sábanas, con la cabeza pegada al cabecero. Estaba doblada
debajo de mí como un pretzel, mi mano enganchada a su pelo como cebo en un
anzuelo.

155
Me la follé tan fuerte que gritó cuando se corrió. Sus uñas me cortaron los
brazos y la espalda. Estaba demasiado oscuro para ver sus lágrimas, pero podía oírlas
en el quiebro de su voz. Con las caderas entre sus suaves muslos, me corrí con un
gemido victorioso, sintiéndome como un rey cada vez que follaba con aquella mujer
tan sexy.
Respirábamos juntos, aún enredados como las sábanas.
—Creía que habías tenido una noche larga. —Sus muslos apretaban mis
caderas, mi polla aún dentro de ella, nuestro semen mezclado.
Podría haberme quedado tumbado y disfrutar del fruto de su trabajo, pero
éramos como una cerilla encendida y gasolina. Mi mecha estaba encendida, y tenía
que moverme lo más rápido posible, como un taladro rompiendo la roca, llegando
tan profundo como pudiera.
—No lo suficiente.

En lugar de irme a la cama, me enviaron el desayuno a la habitación. Las


cortinas estaban abiertas y nos sentamos juntos a la mesa de comedor de mi sala de
estar. Mi agotamiento no fue suficiente para pedirle que se fuera.
Lo primero que notó fueron mis manos.
—Mierda... ¿qué ha pasado? —Me agarró la mano izquierda y examinó la
sangre empapada en la gasa.
—No es tan malo como parece.
—Bueno, eso sigue siendo bastante malo porque esto se ve horrible.
Aparté la mano y la dejé reposar en mi muslo, debajo de la mesa.
—Bartholomew...
—Lo estás convirtiendo en un problema más grande de lo necesario. He roto y
ensangrentado estos nudillos más veces de las que puedo contar. —Cogí el tenedor
y le di un mordisco a mi filete. Bistec y claras de huevo, mi desayuno o cena habitual,
debería decir.
—¿Por qué no usas una pistola como todo el mundo?
Me tomé mi tiempo para masticar el bocado, eligiendo cuidadosamente mis
palabras.

156
—Cualquiera puede disparar a alguien. Pero no todo el mundo puede matar a
un hombre a golpes. El mensaje se transmite mejor. Se corre la voz en la calle. No soy
el tipo de hombre con el que se jode.
Cuando se dio cuenta de que había matado a un hombre antes de llegar a casa
y follármela, sus mejillas sonrosadas palidecieron de repente. Sus ojos bajaron a su
comida mientras la comprensión le atravesaba la piel y se le hundía en los huesos.
Quizá no debería habérselo dicho.
—No pidas respuestas que no puedas manejar.
—¿Quién ha dicho que no pueda manejarlas? —preguntó en voz baja.
—Eres del color de mis sábanas.
Añadió más nata a su café antes de dar un trago.
—¿A quién mataste? ¿A hombres que te han traicionado?
—¿De verdad quieres ir allí?
—¿Habría preguntado de otra manera? —Levantó la mirada y me miró. Sus ojos
eran duros como el acero, pero el resto de su rostro mostraba su inquietud ante mi
barbarie.
—Mis hombres no me traicionan. Se les paga bien. Se les trata bien. A
diferencia de otros capos, creo que hay que dar respeto para ganárselo. Los hombres
que sufren mi ira son los que creen que pueden recortar centavos al dólar.
Me miró como si no supiera lo que eso significaba.
—Algunos de mis distribuidores intentan embolsarse más de lo que les
corresponde... como si no me fuera a dar cuenta. Pero tengo espías por todas partes.
Para una empresa tan grande, necesito ojos en todas partes, vigilando cada pequeña
cosa que hace la gente. Ya sean mil euros o un solo dólar, el castigo es el mismo. Los
mato a golpes con mis propias manos, les pisoteo el cráneo con mis botas hasta que
se resquebraja o convierto su cuerpo en carnaza con un bate de metal.
Tenía la taza de café en la mano, quieta y silenciosa, como un ciervo en los faros
en una noche de invierno.
—No tenemos que continuar esta conversación. —Era más dura que la mayoría
de las mujeres, probablemente por las cosas que había visto crecer, probablemente
porque había visto morir a su madre y sobrevivido a su propio trauma. Pero seguía
perturbándola.
—¿No te preocupa que alguien quiera vengarse?
—Mucha gente lo hace.

157
—¿Y simplemente... no dejas que te moleste?
—Un lobo no se preocupa por los pensamientos de las ovejas, ¿verdad?
—No, pero esa arrogancia puede hacer que te maten.
Una pequeña sonrisa se dibujó en mis labios.
—¿Estás preocupada por mí, cariño?
Bebió de su taza.
—Soy dueño de la mayoría de los edificios que me rodean. La seguridad está
apostada allí las veinticuatro horas del día, buscando francotiradores, vigilando a
cualquiera que se acerque a unas manzanas. Tengo hombres infiltrados tanto con mis
enemigos como con mis aliados. Estoy aquí, allí, en todas partes a la vez.
Tragó saliva antes de devolver la taza a la mesa.
—Eso suena agotador.
—Me parece emocionante.
—Entonces... ¿tienes hombres vigilándome? ¿Asegurándose de que no soy un
espía para alguien más? ¿Que no voy a degollarte mientras duermes y traicionarte?
Le sostuve la mirada, viendo cómo sus ojos se ponían en guardia a la espera de
mi respuesta.
—Tengo hombres vigilándote, pero sólo para mantenerte a salvo.
—¿En serio? —susurró.
—Sí.
—¿Por qué? ¿Por qué soy diferente a los demás?
Ahora estaba acorralado para dar una respuesta que no quería compartir. Esta
conversación la había dejado blanca como la nieve, pero ahora hacía que mis manos
se enfriaran a pesar del calor de mi herida. Estaba rígido pero suelto al mismo tiempo,
mirando a unos ojos que brillaban más que un montón de diamantes.
—Porque esto es real.

—¿Quién ha sido esta vez? —Benton se dirigió a mis manos sin mirarlas.
—Andre. —Tomé un trago.

158
Se sentó frente a mí en la mesa del bar. Eran las diez de la noche, así que la
mayoría de los asientos estaban vacíos. Benton tenía una mirada somnolienta, como
si no estuviera acostumbrado a trasnochar.
—No me lo esperaba.
—Yo tampoco.
—Debe haber sido duro para ti.
—No realmente. —Me traicionabas y estabas muerto para mí.
—¿Cómo te has enterado?
—Uno de los chicos investigó a fondo sus discos porque sospechaba que André
se estaba quedando con la parte de arriba. No me lo creí porque Andre no es tonto,
pero resultó ser cierto.
—¿Estás seguro de eso?
—Lo admitió antes de que lo matara.
Benton bebió un trago y se lamió los labios.
—Que me jodan.
André había recibido los golpes como un hombre. No suplicó. No rogó. No hizo
ruido. Le respetaba, incluso cuando le quitaba la vida.
—Es lo que hay. —Bebí un trago y dejé el vaso vacío sobre la mesa.
—Estás muy tranquilo con esto.
Ahora sí.
—Incluso los hombres más honorables no pueden resistir la tentación cuando
la tienen delante. Ya sea engañando a su esposa con una mujer de la mitad de su edad,
o ajustando la balanza y embolsándose algo de cambio. El amor de su vida podría
dejarlos. O podrían perder la vida. Pero en el momento, todo parece merecer la pena.
—Hice un gesto a la camarera para que se acercara y me trajo otra copa—. Siempre
creen que pueden ser más listos que yo... Es divertidísimo. —Solté una risita rápida
antes de beber un trago—. ¿Cómo está la esposa?
Benton tardó un poco en contestar, como si estuviera pensando en el tiempo
que pasó a mi lado.
—Incómoda. Es una mujer menuda, así que el embarazo no le sienta bien.
—No me sorprende.
—Estamos pensando en mudarnos a mi casa en el campo. Ya casi no tenemos
espacio en la casa de la ciudad.

159
—Claire tendrá que cambiar de escuela.
—Hace amigos con facilidad.
—¿Cómo está? —Le pregunté.
Benton volvió a quedarse callado.
—Hay momentos en los que se le ponen los ojos vidriosos, como si estuviera
pensando en ello... o en su madre. Pero, en general, es la misma chica feliz de
siempre. —Bebió un trago y se llevó los cubitos a los labios antes de volver a dejar el
vaso—. ¿Bleu?
—Realmente ha demostrado su valía.
Benton me miró fijamente, su dura expresión ocultaba la ira que había debajo.
—¿Qué quieres que haga, Benton? ¿Despedirlo?
Miró fijamente su vaso.
—Recuerda, él vino a mí.
—Créeme, lo sé. —Bebió otro trago.
—Ya no quería construir apartamentos. Quería ganar dinero de verdad...
—¿A qué precio? —Benton estalló—. ¿Poniendo drogas en la calle? Ya vio por
lo que pasé.
—¿Qué te pasó exactamente? —dije fríamente—. Tu casa en la ciudad vale más
de dos millones de euros, y tu finca a las afueras de la ciudad vale diez millones. La
única razón por la que puedes llevar a Claire a un colegio privado y que tu mujer sea
ama de casa es gracias a mí.
Benton se quedó en silencio absoluto durante unos segundos, y eso era
básicamente lo mismo que gritar.
—¿Vamos a fingir que no te llevaste a Claire...?
—Eso fue después...
—Si no hacía lo que querías, ibas a obligarme a hacerlo de todos modos. Como
si fuera tu maldito esclavo. —Su cara se puso roja.
—Me disculpé por eso...
—Y nunca te perdonaré.
Fue como un pequeño cuchillo en mi costado. No lo vi venir.
—Si quieres que me deshaga de Bleu, lo haré. Asumiré la culpa. Él nunca tendrá
que saber que me lo pediste.

160
Benton permaneció callado, aparentemente demasiado enfadado para hablar.
Permanecí inmóvil, sosteniendo su mirada sin pestañear.
—No.
—No, ¿qué?
—No interferiré en las decisiones de su vida. Si lo hiciera, no sería mejor que
tú.
—Tú me disparaste, ¿recuerdas? Pensé que habíamos superado esto.
—Mi hija fue raptada por un puñado de drogadictos. No, nunca superaremos
esto, Bartholomew. —Terminó el resto de su vaso y salió del bar sin mirar atrás.

¿Cuándo vienes?
Me había olvidado de nuestros planes. No podré. Surgieron cosas.
¿Va todo bien?
Todo es jodidamente genial.
¿Puedo llamarte?
Ignoré la pregunta. Dejé el teléfono sobre el escritorio mientras permanecía
sentado, con una botella y un vaso delante, ignorando todo el trabajo que requería mi
atención porque estaba demasiado furioso para concentrarme.
Sonó el teléfono y apareció su nombre.
Lo ignoré, arrastrando los dedos por el vello áspero a lo largo de la mandíbula.
No dejó ningún mensaje.
Pero volvió a llamarme. Seguía vibrando en el escritorio con cada llamada.
Bleu entró en la habitación.
—El coche estará aquí en cinco minutos.
Todo lo que tuve que hacer fue darle una mirada, y eso cambió nuestros planes.
—Avísanos cuando estés listo. —Cerró la puerta tras de sí.
Tomé el teléfono y contesté.
—¿Qué?
—Sólo quería saber si estás bien.

161
—Te dije que estaba bien.
—Pero está claro que no estás bien.
Silencio. Silencio hirviente.
—Siempre puedes hablar conmigo. Quiero que lo sepas.
—Mensaje recibido. —Le colgué.
No volvió a llamar.

162
19
LAURA

T
oc. Toc. Toc.
Me senté a la pequeña mesa del comedor mientras trabajaba en
mi portátil, con un vaso de vino tinto a mi lado. Mis ojos se desviaron
hacia la entrada y la sombra bajo la puerta. Eran más de las ocho de la
noche, y sólo una persona se pasaba por allí inesperadamente cuando le apetecía.
Abrí la puerta y le miré fríamente.
Con su cazadora de cuero, sus vaqueros negros y sus gruesas botas, parecía
haber nacido de la oscuridad. Sus brazos colgaban a los lados y me miraba con ojos
tan oscuros que parecían balas.
Mi mano permaneció en la puerta.
—¿Cuál es la palabra mágica?
Sus ojos estaban inmóviles mientras se clavaban en mi cara. No parecía
respirar, no parecía moverse en absoluto. A veces, la única forma en que sabía que
estaba vivo era cuando mi mano se apoyaba en su pecho y sentía los latidos de su
corazón.
—Lo siento.
Fue más fácil de lo que esperaba. Solté la mano de la puerta y volví a mi silla
en la mesa del comedor.
Cerró la puerta y me siguió hasta la mesa, tomando asiento frente a mí, un
hombre demasiado grande para mis sillitas baratas. Tenía las rodillas muy separadas
y las manos juntas sobre el regazo.
Cerré el ordenador y luego apreté las piernas contra el cuerpo. Llevaba unos
pantalones cortos de pijama y un jersey de algodón que dejaba un hombro al
descubierto. Hacía tiempo que no me maquillaba porque no esperaba que mi amante
se pasara por aquí después de cómo se había comportado. Eso fue ayer, y no había
vuelto a saber de él.
No me había quitado los ojos de encima.
—Sigues enfadada.
—Sí. —Cogí el vino y bebí un trago.

163
—Me disculpé.
—No significa que esté lista para aceptar esa disculpa.
Sus ojos bajaron momentáneamente.
—No deberías haberme llamado.
—Estaba preocupada...
—No te preocupes nunca por mí. —Volvió a clavar sus ojos en los míos,
autoritario.
—Eso es como pedirme que no me preocupe por mi hermana. Imposible de
hacer.
Se quedó callado, observándome.
—Por si no es obvio, no soy el tipo de hombre que habla. No controlo ni modero
mis emociones. Grito. Hago estragos. Y mato a la gente. Así es como me expreso. Así
que, cuando estoy enfadado, mantente alejada de mí.
—Controla tus emociones conmigo.
—Nunca me has visto enfadado.
—No sé... Parecías muy enfadado por lo de Víctor.
Volvió a callarse, elaborando su respuesta en silencio.
—Si me hubiera comportado como quería, esto se habría acabado. No tenía
otra opción que mantener la calma.
—Podrías haber mantenido la calma cuando te llamé. Sólo quería hablar
contigo...
—Y no quería hablar contigo.
—¿Entonces por qué contestaste?
—Porque si no lo hiciera, te preocuparías.
Volví a beber de mi vino. No me molesté en ofrecerle nada.
—¿Qué te hizo enojar tanto?
Un destello de ira se dibujó en su rostro.
—Te dije que no hablo.
—Pero hablas. Me has hablado de tus padres, de la mujer que cometió el mayor
error de su vida al dejarte, y del hecho de que mataste a un idiota con tus propias
manos. Hablas, Bartholomew.
Apartó ligeramente la mirada y soltó una risita.

164
—El mayor error de su vida...
—¿Qué?
Se burló en voz baja.
—Nada.
Le miré fijamente a un lado de la cara y esperé a que dijera algo más, pero no
lo hizo.
—La cuestión es que compartes tu vida conmigo. ¿Por qué esto es diferente?
Me miró de nuevo.
—Háblame.
Soltó un suspiro tranquilo.
—¿De verdad quieres saberlo?
—Sí.
—Debo advertirte que soy el villano de este cuento.
Se me puso la piel de gallina.
—No vas a querer follarme más después de que te lo diga.
—Aún querías follarme después de que te dije que me violaron.
—No es lo mismo, cariño —dijo—. En absoluto. —Me miró a través de la mesa,
observando los rasgos de mi cara.
—Puedo manejarlo.
—Eso ya lo veremos. —Dejó la silla y se sirvió en mi cocina, sirviéndose un
vaso de vino antes de tomar asiento—. Te dije que tengo un amigo. Benton.
—Sí, lo recuerdo.
—Y te dije que le ayudé a recuperar a su hija de los monstruos traficantes.
—Sí.
—Bueno, me he dejado un pequeño detalle fuera... —Bebió un trago antes de
dejar el vaso—. Yo fui quien la puso allí en primer lugar. —Apoyó los dedos en el pie
del vaso mientras me miraba, esperando mi reacción.
Tardé unos segundos en comprender la implicación de sus palabras.
—¿Por qué harías eso?
—Era la única forma de recuperar a Benton. El plan original era que se llevara
a su ex, la madre de su hija. Él no sentía ningún afecto por ella, pero yo sabía que
haría cualquier cosa por recuperarla para su hija. Sabía que me pediría que le

165
ayudara a recuperar a Beatrice y, a cambio, exigiría su servidumbre. Pero, por
desgracia, esos imbéciles se desviaron del plan y decidieron llevarse también a su
hija. Cuando Benton descubrió la verdad, se enfadó conmigo, lo suficiente como para
dispararme. Cada vez que pienso que la traición ha quedado atrás, resucita. Vuelve
a odiarme y no puedo hacer nada para arreglarlo. —Bebió otro trago, con los
hombros pesados y el rostro apuesto y tenso por la inquietud.
—¿Entregaste a una niña a traficantes de drogas...? —Realmente fue horrible.
Asintió con la cabeza.
—El trato era que se quedaran con la madre hasta que Benton y yo
apareciéramos. Entonces haríamos el intercambio y ambos tendríamos lo que
realmente queríamos. Pero... no salió según lo planeado. Es una larga historia, pero
había otra mujer allí, y lo estropeó todo. Los monstruos decidieron fingir la muerte de
la niña para poder quedarse con las dos... y entonces todo se fue a la mierda.
Se me rompió el corazón por Benton. Imaginé su reacción cuando le dijeron
que habían matado a su hijita.
—Al final, recuperamos a Claire y Beatrice ilesas, y la mujer que salvamos es
ahora su esposa. Hay veces en que todo parece ir bien con Benton, pero luego se
levanta el polvo y vuelve a odiarme. —Sus ojos se desviaron, pensando en otra cosa—
. No me ha perdonado. Nunca me perdonará. No puedo decir que le culpe... pero es
una mierda.
Procesé toda aquella información en silencio. Fue la primera vez que me di
cuenta de que Bartholomew no era tan diferente de mi padre. Era capaz de cualquier
cosa para conseguir lo que quería.
—¿Por qué le hiciste eso a tu amigo?
—Porque me sentí traicionado. Era mi segundo en una organización que sólo
acepta condenas a cadena perpetua. Rompió su promesa y me dio la espalda,
después de todo lo que hice por él. —Ahora su ira se mostraba, ardiendo bajo la
superficie—. Después de todo lo que habíamos pasado, me dejó solo. Nunca lo
superé. Me dejó para ser el padre de una niña que ni siquiera quería. Dijo que yo era
su hermano, pero está claro que la sangre es más fuerte que cualquier mierda que
tuviéramos...
Si no supiera ya tanto sobre él, sus acciones me habrían parecido ridículas.
Pero las entendía perfectamente.
—Estás celoso de su hija.
Sus ojos se entrecerraron.
—Es la única familia que has tenido, pero la eligió a ella antes que a ti.

166
Dejó el vaso vacío sobre la mesa y volvió a apartar la mirada.
—Era la única manera de conseguir lo que querías. Volver a tener a Benton en
tu vida mientras él seguía siendo un padre para su hija. Era la única manera de que
los dos lo compartieran.
Seguía sin mirarme.
—Me prometieron que no le pasaría nada a Beatrice. Y también me
prometieron que sólo le pasaría a Beatrice, no a la niña. Pero es culpa mía por confiar
en la palabra de un psicópata. No justifica las cosas horribles que vio esa niña.
—¿Por qué sigues llamándoles así? Monstruos. Psicópatas.
Consideró su respuesta durante mucho tiempo.
—Porque es una secta. Los líderes se consideran demonios, y capturan a
mujeres hermosas que creen que son ángeles, los únicos que tienen el poder de
restaurar su redención con Dios.
Mi cara debía de ser de horror.
—Obligan a las chicas a hacer ácido con ellos. Así es como ascienden.
Jesús.
—Fenómenos... eso es exactamente lo que son.
Y esa niña había quedado atrapada con ellos. Horrible.
—El hecho de que aún hablen sugiere que aún eres importante para él.
No dijo nada.
—Se enfada cada vez que piensa en ello, pero cuando se calme, volverá en sí.
—No aceptará mis disculpas.
—Quizá necesite más tiempo.
—Su hermano trabaja ahora para mí... y a Benton no le gusta. Me ofrecí a dejar
marchar a Bleu, pero Benton no quiere interferir en su vida... Si no, no sería mejor que
yo. Palabras más ciertas que nunca he oído.
—¿Por qué no quiere que trabaje para ti?
Se encogió de hombros sutilmente.
—No es exactamente un trabajo que acabe en jubilación. Es más un sprint que
un maratón.
—Pero Benton se habría quedado si no tuviera a su hija, ¿verdad?

167
—Probablemente. Pero supongo que la paternidad le ha dado una nueva
perspectiva de la vida.
Veía tanto la luz como la oscuridad en este hombre. Era un hombre dispuesto
a hacer cualquier cosa para lograr sus objetivos, pero tenía límites, a diferencia de mi
padre.
—Esta es la parte en la que me pides que me vaya. —Cruzó un tobillo sobre la
rodilla contraria, poniéndose más cómodo en la silla como si no fuera a ninguna
parte—. Que salga de tu vida y no vuelva nunca más.
Desde el principio supe que no debía involucrarme con un hombre como él,
pero aquí estaba, seis semanas después, necesitando nuestras noches juntos más que
el aire o el agua. Los hombres guapos que se cruzaban conmigo me parecían de
repente sin rostro, sólo un borrón porque mis pensamientos estaban totalmente
ocupados por Bartholomew.
—Mi padre se habría llevado a la chica él mismo y habría amenazado con
hacerle daño si Benton no cooperaba. Y habría mantenido esa amenaza sobre su
cabeza todos los días para asegurarse de su cumplimiento. Habría sido un dictador y
Benton un esclavo. Tú eres mejor que eso.
—Que no sea tan malvado como tu padre no me convierte en un buen tipo,
cariño. —Su mandíbula estaba cubierta por una sombra que le bajaba por el cuello.
Tenía la misma oscuridad que sus ojos.
—No querías que se llevaran a Claire.
—Lo que hice fue jodido, no obstante.
—Te dijeron que no le harían daño a Beatrice...
—Y fui un tonto por creerlo.
—¿Cómo está ahora? —le pregunté.
Bartholomew se me quedó mirando. Y no parpadeó.
Debo haber dicho algo equivocado.
—Se fue. Abandonó a Claire y se mudó a Londres.
—¿Por qué?
—Nunca quiso ser madre. Quería abortar, pero Benton le pidió que se lo
quedara. Fue torturada en el campo, y su mente se rompió una vez que regresó a casa.
Entonces era definitivamente inadecuada para la maternidad.
Qué historia tan triste. Qué cosa tan terrible para Claire.
—Quizá ese desenlace era inevitable, pero yo sí que hice avanzar las cosas.

168
Mis brazos cruzados sobre el pecho, pensando en mi propia madre, en lo
mucho que me quería, en que nunca quiso dejarme.
Apartó la mirada y dejó que pasara el silencio.
A pesar del horror de su historia, no cambió mi opinión de él.
—No quiero que te vayas.
Sus ojos volvieron lentamente hacia mí.
—Espero que las cosas funcionen con Benton.
—Si fueras tú la que estuviera atrapada en esa secta, creo que te sentirías
diferente.
—Puede ser. Pero ahora estoy aquí y puedo ver cuánto lo sientes.
—Ninguna cantidad de remordimiento será equivalente al daño que causé. Si
yo fuera Benton, haría algo más que dispararme. Ya me ha mostrado una piedad que
no me he ganado.
—Porque te quiere.
Tenía una mirada fría.
—Porque sabe que le echas de menos.
—No somos maricas, así que no hables de nosotros como si lo fuéramos.
—No hay nada malo en querer a tu amigo y que él te corresponda.
Su semblante permaneció frío, como si mis descripciones de su relación le
molestaran de verdad.
Lo dejé pasar.
—Siento que hayas pasado una mala noche, pero no te equivoques, si vuelves
a hablarme así, seré yo quien te cuelgue el teléfono.
Me observaba, con sus ojos inteligentes clavados en los míos.
—Y habremos terminado.
Ahora su frialdad desaparecía y en sus ojos brillaba un destello de afecto.
Prefería mi dureza a mi suavidad, parecía disfrutar cuando le ponía en su sitio.
—Entendido.

No me di cuenta de que me había dormido hasta que sentí que se movía.

169
Mis ojos se abrieron para ver a Bartholomew deslizándose de la cama,
haciendo lo posible por irse sin despertarme.
—¿Adónde crees que vas? —Agarré su antebrazo cincelado, sintiendo todas
las cuerdas de su piel tirante. Tiré de él hacia la cama, deseando que ese calor
volviera a calentar mis sábanas.
Volvió hacia mí, con la comisura de la boca ligeramente levantada en una
sonrisa.
Lo abracé contra mí, los dos compartiendo una sola almohada, mi pierna subida
sobre su cadera. Mis dedos se clavaron inmediatamente en su espeso pelo.
—Tengo que irme, cariño. Pero esperaré a que te duermas otra vez.
—¿Ir a dónde? —pregunté, añorando nuestro tiempo en Florencia cuando él
estaba a mi lado cada noche, cuando me despertaba con su cuerpo junto al mío. No
era un vampiro, sólo un hombre junto a su mujer.
Me miró fijamente con esos ojos oscuros, pensando que no era necesaria una
respuesta.
—Tú eres el jefe. ¿No puedes simplemente no aparecer?
—Podría, pero ya me tomé un descanso más largo de lo debido cuando fuimos
a Florencia. Hay un montón de mierda que necesita mi atención, y yo soy el único que
puede hacer las cosas.
—Echo de menos dormir contigo. —Fue como si nuestra pelea nunca hubiera
ocurrido. Me sentí inmediatamente apegada y pegajosa, algo que nunca había sido
antes. Siempre había esa distancia entre nosotros, un recordatorio constante de que
se trataba de una aventura clandestina que se apagaría como la brisa a una vela
encendida. Era un amante para pasar el rato, un hombre que sería sustituido por mi
futuro marido. Sería un recuerdo, un buen momento, una historia que compartir con
mis amigas.
—Conviértete en vampiro y podrás acostarte conmigo todo lo que quieras.
—No creo que a mis clientes les hiciera mucha gracia.
Me puso boca arriba y se acomodó encima de mí, separando sus muslos de los
míos mientras se colocaba para penetrarme.
—Pensé que te ibas...
Se guió dentro y se hundió, su gran polla entrando en mi dolor.

170
—No le ruegues a un hombre que se quede a menos que busques ser follada
de nuevo.

Llegué al apartamento con la ropa en perchas, protegida en una bolsa de


plástico. El personal me dejó entrar y me dirigí al piso de arriba para guardarlo todo
en el armario de Hayes. Era un traje para una cena benéfica que tenía, así como un
par de camisas de cuello para sus eventos más informales.
Me serví de su armario, colgando todo en la sección abierta del interior.
Cuando salí, estaba de pie en el centro de su dormitorio, con unos pantalones de
chándal bajos sobre las caderas y una camiseta negra encima.
Le había visto sin camiseta un par de veces, y era un espectáculo delicioso.
Pero ahora no sentía nada, porque Bartholomew era un millón de veces más sexy.
—Buenos días, Hayes. He colgado tus cosas en el armario. Vas a estar genial
mañana por la noche.
—Gracias, Laura. —Todavía tenía el pelo revuelto porque parecía salir rodando
de la cama y dirigirse directamente a su despacho para ponerse a trabajar. Era una
especie de banquero de inversiones que había abierto su propia empresa. Tenía una
oficina en París y otra en Estados Unidos, así que viajaba mucho de un lado a otro—.
Me preguntaba si podría pedirte un favor.
—Por supuesto. ¿En qué puedo ayudarle? —Esperaba que no necesitara otra
ropa para mañana, porque tendría que romperme el culo para conseguirlo en tan
poco tiempo.
—¿Me acompañas mañana? —preguntó—. Mi ex estará allí, y prefiero no ir de
soltero.
¿No había un millón de chicas a las que podría preguntar?
—Me sorprende que no tengas a nadie más a quien preguntar. —No sólo era
joven y rico, sino que era guapo. Podía acostarse con una chica diferente cada noche
de la semana.
—Siento que las otras chicas que conozco se esfuerzan demasiado... si eso tiene
algún sentido.
Se esforzaban demasiado en conseguir un anillo en su dedo, probablemente.
—Hayes, me encantaría ayudarte, pero intento mantener mi vida profesional y
personal separadas.

171
Asintió con la cabeza, pero hubo un destello de decepción.
—Sí, comprendo. —Se dio la vuelta para alejarse, con los hombros caídos como
un animal herido.
Me sentí tan culpable que cambié de opinión.
—Iré contigo, pero sólo esta vez.
Se volvió con una sonrisa en la cara.
—Gracias, Laura. Te lo agradezco.

Me senté en el tocador de mi dormitorio y me coloqué los pendientes. Llevaba


el pelo rizado y un vestido negro con mi collar favorito. Había elegido algo sobrio,
tratando de parecer profesional en mi atuendo de noche. Si fuera a salir con
Bartholomew, habría escogido algo muy diferente, algo que lo volviera loco hasta que
estallara y me llevara contra la pared del baño.
Toc. Toc. Toc.
Había quedado en casa de Hayes, pero quizá se había olvidado de lo que le
dije y vino a recogerme en su lugar. Me puse los tacones rápidamente y me enganché
los tirantes antes de abrir la puerta para dejarle pasar.
—Hola... —La voz se me quedó en la garganta cuando vi que no era Hayes quien
estaba en la puerta, sino Bartholomew.
Sus ojos me miraron de inmediato, recorriendo mi cuerpo de pies a cabeza,
tomándose su tiempo como si quisiera que sintiera el calor de su mirada. Llevaba su
look característico, negro sobre negro, parecía un chico malo con una moto aparcada
delante.
—¿Es un mal momento?
Había empezado a venir sin avisar, simplemente se aparecía cuando tenía algo
de tiempo libre durante la noche. Normalmente estaba en casa trabajando con el
portátil, así que no me importaban las visitas inesperadas, pero ahora estaba entre la
espada y la pared.
—En realidad, estaba a punto de irme.
—¿Irte para qué? —Entró en mi apartamento, con sus botas como yunques
contra el suelo de madera a cada paso que daba.
—Tengo un evento esta noche. Por trabajo.

172
—No sabía que eso formaba parte de la descripción de tu trabajo.
—Normalmente no, pero ocurre. —Aceptar ser la cita de Hayes para esta cena
me había parecido inocente en ese momento, pero ahora que estaba en la habitación
con Bartholomew, me di cuenta de lo mal que quedaría si le contaba mis planes.
Perdería la cabeza igual que con Víctor.
Tomó asiento en una de las sillas del comedor y me miró.
—¿Para qué es el evento?
—Caridad.
—¿Y esto te involucra cómo...?
Era como si lo supiera. Lo juro, este hombre lo sabía todo.
—Uno de mis clientes me pidió que fuera con él. Estos eventos son una forma
estupenda de que me presenten a otras personas que necesitan mis servicios. De
media, probablemente reciba veinte consultas en una sola noche, así que es un gran
negocio para mí.
Estaba claro que Bartholomew había dejado de escuchar después de oír la
primera frase. Su rostro estaba inmóvil, pero su piel clara empezó a enrojecer con un
leve rubor. Como un agujero negro, succionaba toda la luz y la energía de la
habitación, listo para expulsarla como una bomba en cualquier momento.
—¿Él?
—Su nombre es Hayes…
—¿Pregunté por su nombre?
—Bartholomew...
—¿Por qué carajo vas con él? —Estaba fuera de la silla, frente a mí.
—Acaba de divorciarse...
—¿Y eso qué importa?
—Me pidió que fuera con él como un favor...
—Te pidió que fueras con él para poder follarte.
Puse los ojos en blanco.
—No es por eso que preguntó...
—Confía en mí. —Volvió a mirarme de arriba abajo—. Eso es exactamente por
lo que preguntó.
—Incluso si eso fuera cierto, sólo porque quiera follarme no significa que
pueda...

173
—Pero él consigue sostener tu cintura y mostrarte como si fueras suya... cuando
eres jodidamente mía.
Esto era tan malo.
—Necesitas calmarte...
—Tienes que recordar con quién estás tratando, Laura. Yo meto hombres en
bidones de aceite y los tiro al océano. Si no quieres que eso le pase a tu amiguito, te
sugiero que canceles esto.
—Ya acepté ir con él...
—Entonces retráctate.
Me aparté de él, harta de su rabia.
—Voy con él como amiga. Es una gran oportunidad para conocer a otros
posibles clientes que podrían necesitar mis servicios y, a diferencia de ti, no soy
multimillonaria, así que necesito toda la ayuda posible.
—¿Quieres dinero? Puedo conseguirte diez millones en efectivo en la próxima
hora.
—Oh Dios mío... —Mis manos fueron a mis caderas—. Todo lo que quiero de ti
eres tú, no tu dinero.
Me miraba fijamente, con una respiración tan profunda que se le notaba.
—Estás actuando como un psicópata en este momento.
—Cariño, soy el mayor traficante de drogas de Francia. Por supuesto que soy
un maldito psicópata.
Me acerqué a él, viéndole luchar por envainar su rabia.
—¿No confías en mí? —Mis ojos iban y venían entre los suyos—. ¿De verdad
crees que quiero sustituirte por un banquero aguado?
—Eso es exactamente lo que quieres en un marido, ¿no? —preguntó fríamente.
Quise retroceder porque su comentario me pareció una bofetada.
—Pensaría que un hombre como tú sería demasiado confiado para estar
celoso...
—No soy celoso. Soy posesivo. Soy controlador. Y soy egoísta. ¿Crees que
dejaría que otro condujera mi Bugatti? ¿Crees que daría mi riqueza a los menos
afortunados? ¿Crees que comparto mi poder o que me lo quedo todo para mí? ¿Y
esperas que sea diferente contigo? Tú eres mía y yo no comparto.
Estuve a punto de acobardarme y cancelar todo.

174
—Mira, él es un gran cliente mío, y no puedo abandonarlo en el último minuto...
—Entonces seré tu maldito cliente.
—Tengo que mantener mi palabra, Bartholomew. Esta será la última vez, lo
prometo.
Estaba furioso. Todo estaba en sus ojos.
—Lo siento.
Se dio la vuelta y salió de mi apartamento, pero se aseguró de dar un portazo
antes de irse.

Fue una fiesta aburrida.


Hayes me presentó a algunas personas y pude establecer contactos con
clientes potenciales. Conocía a mucha gente rica, que era exactamente la clientela
que yo buscaba. Gente que estaba demasiado ocupada para elegir su ropa y podía
permitirse fácilmente que un profesional les hiciera quedar bien en todas sus
ocasiones. Algunos eran banqueros. Otros eran empresarios. El tipo de gente que
tenía negocios de los que nunca habías oído hablar pero que les hacían millonarios.
No dejaba de pensar en Bartholomew. Temía nuestra próxima conversación.
Temía que no hubiera otra conversación...
Cenamos y bebimos, y en algún momento, Hayes señaló a su exmujer.
Era una rubia guapa, y parecía que ya se había ido con el marido Nº 2.
En cuanto Hayes vio eso, empezó a beber más... y más. La única persona a la
que vi beber así fue a Bartholomew, pero sospeché que Hayes no aguantaba el alcohol
como él. Al final acabamos la noche y el conductor nos llevó a su casa.
Esperaba que me dejara por el camino, pero probablemente estaba
demasiado deprimido para pensar en nadie más que en sí mismo.
Como sea, tomaría un taxi.
Su chófer pasó por delante de las puertas de su finca y se dirigió al interior. Un
ascensor nos llevó a la planta baja, así que salí y me preparé para salir a la calle y
pedir que me llevaran.
—Bueno, gracias por venir —dijo, con las manos en los bolsillos.
—Por supuesto. Pude conectar con muchos clientes potenciales, así que eso es
genial para el negocio.

175
Asintió con la cabeza.
—Siento lo de tu ex.
—Se llevó la mitad de mi dinero... y luego la mitad de mi corazón.
No sabía qué decir a eso.
—Las cosas mejorarán, Hayes.
—¿Sí? Me gustaría creerlo, pero...
Me quedé allí de pie, incómoda sin saber qué hacer. El alcance de mi relación
con Hayes era una pequeña charla y medidas. Realmente no nos consideraría amigos.
—Bueno, buenas noches.
—Es tarde... si quieres quedarte.
Uh, incómodo.
—Ya he pedido que me lleven. Estarán aquí en cualquier momento.
Asintió con la cabeza.
—Bueno, realmente aprecio que vengas conmigo.
—Estoy feliz de ayudar...
Me agarró del brazo y se inclinó hacia mí.
Me aparté tan rápido que casi se cae.
Joder, Bartholomew tenía razón.
—Debería irme. Buenas noches, Hayes. —Me dirigí a la entrada antes de que
pudiera decir nada más. Mantuve mi palabra porque no quería perder a Hayes como
cliente, pero ahora lo había perdido de todos modos... y había puesto mi relación en
peligro.

No contestaba a mis llamadas.


Le llamaba una vez al día, al principio de la tarde, cuando sabía que empezaba
el día. Siempre saltaba el buzón de voz. Nunca le llamé más de una vez porque no
quería reventar su teléfono y mostrar mi desesperación.
Pero definitivamente estaba desesperada.
Háblame, por favor. Envié el mensaje de texto, aunque sabía que no recibiría
respuesta.

176
Y no la había.
Habían pasado tres días y ahora me preocupaba que nuestra relación hubiera
terminado. Había desaparecido de mi vida tan rápido como había entrado en ella. La
relación más apasionada de mi vida había sido arruinada por mi compasión.
Se había arruinado para nada.
Aunque sabía que la relación nunca pasaría de ser un sucio secreto, me seguía
doliendo ver cómo se desmoronaba. Nunca iba a ser mi marido ni el padre de mis
hijos. Siempre sería un recuerdo en el que pensaría de vez en cuando.
Pero aun así apestaba.
Te echo de menos.

Cada vez que sonaba mi teléfono, esperaba que fuera Bartholomew. Siempre
me daba un respingo, una pequeña sacudida de emoción. Pero ya habían pasado
cinco días y no sabía nada de él. Me paré ante el mostrador de mi despacho y miré la
pantalla de mi teléfono encendido, viendo un número que no reconocía.
Siempre cogía todas las llamadas, porque podía ser un cliente potencial
intentando conectar conmigo, así que contestaba.
—Soy Laura.
—Hola, Laura. —Reconocí esa voz. Nunca podría olvidarla—. Soy Víctor.
—Sí, reconocí tu voz. ¿Qué pasa? —Me moví a mi silla detrás de mi escritorio.
—No estoy seguro de lo que pasó, pero Catherine recibió una buena paliza.
El corazón me dio un vuelco en el estómago.
—¿Qué...?
—Tenemos un montón de mierda en nuestro plato ahora mismo, y con Lucas
todavía herido, el trabajo ha sido difícil. No estoy segura si es el estrés de eso... o tal
vez tu hermana lo provocó... no lo sé.
—¿Lo provocó? —¿Había alguna justificación para la barbarie?
—Pensé que deberías saberlo.
Mi ex-marido me llamó, y mi propio padre no. ¿O acaso le importaba?
—¿Cómo está ella?

177
—Tiene un brazo roto y la cara magullada. Está en casa desde el hospital y
descansando.
—¿Y la respuesta de mi padre? —pregunté, oyendo que se me alzaba la voz
porque ya sabía la respuesta.
—Como he dicho... hay un montón de mierda pasando ahora mismo.
Siempre había un montón de mierda pasando.
—Pedazo de mierda sin valor. Tomaré un vuelo ahora.
—¿Para hacer qué?
—No estoy segura. Para matar a Lucas. Para sacar a mi hermana de allí. Para
empujar a mi padre por una ventana. Tal vez todo lo anterior.

Hice una pequeña maleta y me dirigí al aeropuerto. Había varios vuelos diarios
a Florencia, así que pude coger uno de última hora y dirigirme a la capital del
Renacimiento. Durante un breve segundo, supuse que me alojaría en el apartamento
de Bartholomew, pero entonces recordé que ya no éramos nada.
Lo había olvidado en el calor de mi ira.
Ahora los sentimientos dolorosos regresaban en un maremoto, ahogándome
de arrepentimiento y pena. Bartholomew no me mató a puñetazos ni me metió en un
bidón de aceite, pero me aplastó con su cruel castigo. Me abandonó sin más
conversación, me dejó como si nunca hubiera significado nada para él.
Dios, dolió.
Cuando aterricé en Florencia, recogí mi maleta en el área de equipajes y salí
para coger un taxi. Las puertas automáticas se abrieron, el aire caliente me golpeó en
la cara, y luego caminé hasta la acera mientras tiraba de mi equipaje conmigo.
Me detuve en seco al verle.
Con camiseta negra y vaqueros, sus características botas en los pies.
Sobresalía en el mar de gente normal, mortalmente guapo, alto como un ciprés de la
antigüedad. Sus ojos eran como balas, y mi cara era el blanco.
Dejé de respirar por completo. Mi cuerpo olvidó cómo funcionar. Me sorprendí
al verle y me asusté un poco.
Tenía tantas preguntas, pero no me atrevía a hacer ni una sola.
Abrió la puerta trasera del todoterreno en la acera.

178
—Entra.

El viaje transcurrió en silencio.


Mantuvo la mirada fuera de la ventana. Dejó el espacio entre nosotros. Actuó
como si yo no estuviera allí. El conductor no le hizo ninguna pregunta. Tenía las
rodillas separadas y el codo apoyado en el reposabrazos. Tenía las yemas de los
dedos enroscadas alrededor de la boca. Llevaba gafas de sol en el puente de la nariz,
así que era imposible descifrar sus ojos.
Estaba tan nerviosa que me sentía como si me hubieran secuestrado.
Atravesamos la verja de su propiedad y uno de los chicos cogió mis maletas.
Los dos entramos en su casa, y su mayordomo no vino a recibirnos, lo que me hizo
pensar que Bartholomew ya se había alojado aquí.
Subió primero las escaleras y, cuando llegó al siguiente rellano y se dio cuenta
de que yo no estaba detrás de él, me miró fríamente.
No hacía falta que me lo pidieran dos veces.
Entramos en su dormitorio, el lugar donde había dormido a su lado por primera
vez, las puertas de la terraza abiertas como si hubiera estado sentado allí antes de
irse a recogerme al aeropuerto. Olía igual que antes, con un toque de su colonia, el
aroma de las sábanas limpias y las flores frescas.
Se dio la vuelta y se encaró conmigo.
Me miraba como si me odiara.
Nunca había sido de las que se acobardan, pero esa mirada suya me hizo sentir
repentinamente tímida.
—¿Qué haces aquí?
Mis dos cejas se alzaron, porque esa era una pregunta que yo debería hacer en
lugar de que me la hicieran.
—Vine a ver a mi hermana. ¿Qué haces aquí?
Nunca respondió a la pregunta, lo cual no es ninguna sorpresa.
—¿Por qué me has traído aquí?
Silencio.
—No has cogido mis llamadas. Ni respondido a mis mensajes... —Intenté
disfrazar el dolor de mi voz con ira, pero no estaba enfadada en absoluto, sólo triste.

179
—Porque no quería. Sigo sin querer, pero me obligaste.
—No tenías que recogerme en el aeropuerto. No tenías que traer mis cosas
aquí. No tenías que hacer nada...
—Ahora voy a hablar y tú vas a escuchar.
Si no le echara tanto de menos, me echaría atrás. Pero estábamos en un terreno
frágil, y si había alguna posibilidad de recuperarlo, no quería estropearlo.
—Lealtad. Se la exijo a mis hombres. Se la exijo a mis aliados. Y la exijo de mis
amantes. Si no puedes darme eso, entonces hemos terminado.
—Te soy leal...
—Yo hablo. Tú escuchas. —Dio un paso hacia mí, su rostro duro ligeramente
rojo de ira—. ¿He sido poco claro?
No sabía si era una pregunta capciosa. Decidí quedarme callada, y esa pareció
ser la respuesta correcta.
Sus ojos se movieron entre los míos antes de continuar.
—Si quieres ser mi mujer, entonces sigue mis reglas y cumple mis
expectativas. Si una mujer me pidiera que fuera su cita como un favor, puedes apostar
tu culo a que la respuesta sería no. Mientras tú duermes por la noche, yo recibo ofertas
a diestra y siniestra, y las mando a la mierda. ¿Crees que las rechazo de buena
manera? ¿Crees que protejo sus egos? No. Digo que tengo una mujer. Tan simple
como eso.
—Yo…
Sus ojos brillaron.
Mierda.
Me miró fijamente para asegurarse de que tenía la boca cerrada.
—Tienes un pase. Eso es todo. El único lenguaje que entiendo es la lealtad.
Muéstrame lealtad o me voy. ¿Entendido?
—¿Puedo explicarme?
—No. Ahora responde a mi pregunta.
—¿Es así como hablas con tus otras amantes?
Sus ojos iban y venían entre los míos.
—No. Nunca ha habido nadie más.
Mis ojos reflejaron los suyos.
—Entonces... ¿quiénes eran?

180
—Putas. Líos de una noche. Mujeres cuyos nombres no recuerdo.
Así que esto era tan nuevo para él como para mí.
—Puedo decir algo...
—La conversación ha terminado, Laura.
—¡Maldita sea, déjame hablar!
A pesar de mi fuerte arrebato, permaneció quieto. Sólo sus ojos se movieron.
—Lo siento. Sólo quería que supieras que...
Sus ojos finalmente abandonaron su hostilidad. Seguía siendo cauteloso, pero
ya no era un toro furioso.
—Tenías razón. Fue una falta de respeto hacia ti. No me gustaría que alguna
mujer te pidiera que fueras su cita para vengarse de su ex... o sólo quería tu
compañía... o cualquiera que sea la razón.
Ahora no me interrumpió.
—Al final de la noche, intentó besarme. Me sentí tan estúpida.
En lugar de estallar en una furia ciega, su expresión no había cambiado.
—Creo que sólo estaba borracho y deprimido y no lo decía en serio... pero aun
así.
Se quedó callado.
—Dudo que lo recordara al día siguiente.
—¿Sigue siendo tu cliente?
—Aún no le he dejado marchar. Si se pone en contacto conmigo, se lo diré.
Pero espero que esté demasiado avergonzado para decir nada.
Estaba encerrado y callado, mirándome desde la distancia que había puesto
entre nosotros.
—Realmente te extrañé... —El dolor se escapó de mi voz esta vez porque no
había ira para enmascararlo—. Cuando me dejaste... estaba destrozada. —Sentí que
había perdido una parte de mí. Algo sustancial. Como mi corazón o mi alma.
—Ojalá pudiera decir lo mismo, pero estaba demasiado enfadado.
—¿Sigues... enfadado? —Sólo nos separaban unos pasos, pero parecían
kilómetros. Un anhelo ardía en mi pecho, una necesidad que nunca había sentido en
mi vida. Podría haberme alegrado de que el capo de la droga por fin estuviera fuera
de mi vida, pero no me sentía así en absoluto.

181
Tras un rato de silencio, se acercó a mí, acercando su calor y su olor lo
suficiente para que pudiera sentirlo y olerlo. Cuando su mano me cogió la cara y
dirigió mis labios hacia él, sentí que las piernas se me hacían gelatina. Empezó a
roerme el estómago, la tensión que se formó antes de que mi cuerpo se liberara en
una oleada de placer.
Me besó.
Empezó despacio, una introducción entre nuestras bocas, pero no duró mucho.
Pronto, sus dedos se hundieron en mi pelo y su beso se volvió voraz. Me rodeó la
espalda con el brazo y me apretó contra su cuerpo, queriendo que sintiera lo poco
enfadado que estaba.
Todas las ganas y todas las esperas... por fin habían terminado.
Mientras me guiaba de espaldas a la cama, trozos de ropa abandonaban su
cuerpo. Su camisa desapareció y mis manos pudieron explorar su pecho. Sus botas
se apartaron, y luego sus vaqueros fueron arrancados. Pronto tuve su polla palpitante
en la mano, y mi pulgar atrapó una gota que rezumaba de la punta.
Me desnudó antes de ponerme sobre la cama, de espaldas al colchón, con las
piernas alrededor de su cintura. Esta parecía ser su postura favorita, porque siempre
era él quien la iniciaba. Dirigió su gruesa longitud dentro de mí y de inmediato se
encontró con una oleada de deseo viscoso. Suavizó su entrada, haciéndole cerrar los
ojos brevemente mientras lo disfrutaba.
—Cariño... —Se hundió hasta envainarse por completo, reclamando mi cuerpo
como suyo.
Mis dedos se clavaron en su pelo y le besé.
—Cariño, lo siento...
Balanceó las caderas y empezó a moverse dentro de mí, con movimientos
profundos y uniformes, tomándose su tiempo en lugar de follarme con fuerza contra
el colchón. Respiraba contra mi boca mientras se movía.
—Lo sé.

182
20
LAURA

H
abía olvidado momentáneamente la razón por la que vine aquí en
primer lugar.
Él estaba arriba. Luego yo estaba encima. Cambiamos de
posición una y otra vez, y nuestra cita terminó con mi culo en el aire al
borde de la cama. Uno detrás del otro, con poca conversación de por medio, nos
pusimos al día de todo el tiempo que nos habíamos perdido.
Era la primera vez que respiraba tranquila en una semana.
¿Cómo podría sentirme completa estando con un hombre tan peligroso?
Acabamos en la ducha, lujosa y espaciosa con sus dos rociadores. Frotó la
pastilla de jabón sobre su cuerpo cincelado, haciendo que el jabón burbujeara y
formara espuma hasta regarse por su hermoso cuerpo. Estaba tan tenso, sus
músculos, su piel, los cordones de sus venas.
Hablando de alto, moreno y guapo...
Sus ojos atraparon los míos, mirándome fijamente.
—¿Está bien tu hermana?
Mi predicamento se vino abajo.
—No. Al parecer, Lucas le rompió el brazo y le ensangrentó bastante la cara.
—Tal vez tomaría una de las pistolas de Bartholomew y le dispararía a Lucas en el
estómago en cuanto lo viera—. Tengo que sacarla de aquí. O tengo que matar a Lucas.
Tal vez ambas cosas.
—¿Tu padre no hizo nada?
—No. Aparentemente, está demasiado concentrado en alguna crisis que está
teniendo.
—Se preocupó lo suficiente como para llamarte.
—No fue él quien llamó —solté sin pensar.
Bartholomew estaba seguro de haber sacado la conclusión correcta, pero no
reaccionó. Parecía más preocupado por el bienestar de mi hermana.
—Yo me ocuparé por ti.

183
—¿Cómo?
—Como tú quieras. —Sus ojos oscuros me miraron con total calma, como si se
hubiera ofrecido a recogerme un par de manzanas mientras estaba en el mercado—.
Puedo matarlo. Puedo torturarlo. Puedo torturarlo y luego matarlo... Como quieras.
Por muy tentador que fuera, no era tan sencillo.
—Una cosa fue cuando heriste a Lucas, pero si lo matas, mi padre te perseguirá
con todo lo que tiene.
Un atisbo de sonrisa se dibujó en sus labios.
—Me parece bien.
—¿Te complicarías la vida sólo por mí?
—Complicado es todo lo que sé —dijo—. De todos modos, no estoy seguro de
lo útil que es Lucas para tu padre. Los tipos que pegan a sus mujeres son siempre
cobardes. No exactamente útil en el grueso de las cosas.
—Bueno, mi padre cree que es útil.
—Entonces tu padre tiene mal juicio. Pero eso ya lo sabías. —Terminó de
ducharse y salió. Cogió la toalla y se frotó rápidamente el cuerpo, recogiendo las
gotas en el pecho y las piernas antes de despeinarse con el algodón.
Era difícil no quedarse mirando. Cerré el grifo y me uní a él.
—Me temo que mi hermana nunca me perdonará si hago que lo maten.
—Ella no tiene por qué saber que eres tú. O yo, para ser exactos.
—Después de decirle a todos que lastimaste a Lucas por mí, se darán cuenta.
Se colocó la toalla alrededor de la cintura y se miró en el espejo, sin darse
cuenta de lo sexy que estaba. Era un día más para él. Otro afeitado.
—Entonces puedo darle una advertencia. —Se untó la crema por toda la cara y
empezó a afeitarse, utilizando una maquinilla básica en lugar de una eléctrica. Era un
hombre rico, pero de gustos sencillos—. Una advertencia verbal.
—¿Y crees que funcionará?
Sus ojos se encontraron con los míos en el espejo antes de seguir afeitándose
la mandíbula.
Supongo que sí.
—Nunca me dijiste por qué estás en la ciudad.
Siguió afeitándose, ignorando lo que le había dicho.

184
Me quedé mirando su reflejo en el espejo, presionándole para que me diera
una respuesta.
Pareció sentir mi mirada porque dijo:
—Negocios.
—Creía que Francia era tu territorio. —Él era el mayor distribuidor en Francia,
y yo sabía quién era el mayor distribuidor en Italia. Mi padre había sido el Rey
Calavera desde que tenía memoria. Ser su hija me expuso a cosas que no debería
haber visto. Me expuso a información que no debería haber tenido, especialmente
cuando sólo tenía once años.
Se lavó la cara, se aplicó colonia y se secó la piel con una toalla. Ahora su
cincelada mandíbula estaba en plena exhibición, los duros huesos de su cara se
distinguían a través de la tensa piel. Las cuerdas del cuello también eran más
pronunciadas. Tiró la toalla sobre la encimera y se volvió hacia mí para que nuestros
ojos se cruzaran.
—¿Vas a responder a mi pregunta?
Pasó a mi lado y salió del baño, dejando caer la toalla por el camino.
—No.

—¿Qué carajo te pasa? —le grité a mi padre en su propia casa, gritando en el


salón—. Le rompió el brazo a Catherine. Le golpeó la cara hasta que se le puso negra
y azul. ¿Y aun así sigues empleando a este idiota? ¿Por qué no está enterrado a dos
metros bajo tierra? Como padre de una niña, ¿no se supone que debes ser
sobreprotector y todos esos clichés?
Tenía cara de aburrimiento, como si no hubiera escuchado nada de lo que le
dije.
—No es importante ahora.
—¿No es importante...? —No podía creer las palabras que salían de su boca—
. Podría matarla.
Se giró para mirarme, con el rostro sutilmente enfurecido.
—No tengo tiempo para esta conversación, pero hice tiempo por respeto a ti.
—Oh guau... Me siento tan amada.
—Esta tontería con Lucas y Catherine puede esperar hasta otro momento…

185
—¿Tontería? Es abuso doméstico. Tengo que preguntar, ¿le pegaste a mamá?
Porque pareces muy tranquilo con todo el asunto.
Mi padre parpadeó. Eso fue todo. Nada más.
—Dios mío... lo hiciste.
—No, Laura. —Perdió los estribos—. Me niego incluso a responder a una
acusación tan ridícula...
—Protege a tu hija. Sé un hombre, maldita sea.
Se abalanzó sobre mí, como si fuera a ensangrentarme como Lucas hizo con su
otra hija. Pero se detuvo. Se quedó quieto. La pelea siguió bajo sus rasgos.
Me mantuve firme y le reté a que me jodiera.
—Hazlo. A ver qué pasa. —Bartholomew entraría en esta casa y le arrancaría
todos los rasgos de la cara si me ponía una mano encima.
Sus ojos iban y venían entre los míos.
—No vuelvas a insultarme así.
—¿Quieres mi respeto? Pues gánatelo.
Su cara se arrugó de rabia, como si hubiera demasiado que contener,
demasiado que expresar.
—He perdido la relación con mis socios de producción porque un imbécil me
ha socavado. Nadie quiere hacer negocios conmigo, ni Estados Unidos, ni siquiera
Rusia. No tengo ningún producto que sacar a la calle, así que el sustento de todos los
que trabajan para mí está en peligro. Mi propio sustento está en peligro. No entra
dinero, pero sale a raudales para financiar esta empresa tan cara. Si no encuentro
pronto una solución, tendré que empezar a vender mis casas una por una, porque si
pierdo a mis hombres y mi protección, estaré muerto. Así que me importa un carajo
tu hermana en este momento. Si no le gusta cómo la trata Lucas, que se vaya. Tan
simple como eso.
Respiré mientras procesaba todo aquello, dándome cuenta de que era una
situación real, nada que ver con las que recordaba de mi infancia. No sabía qué decir,
porque había algo que no me encajaba.
Una mano me agarró por el brazo.
—Vamos, Laura.
Dejé que Víctor tirara de mí, con la mente todavía en una nebulosa.
Me acompañó a la entrada.
—Realmente no es el mejor momento, Laura.

186
—¿Sabes quién está detrás de esto?
—Nadie da nombres. Y no se pueden comprar, porque el otro siempre puja
más que nosotros por el secreto.
Mi padre tenía muchos enemigos, pero ninguno con tanto poder.
—Quiero ver a Catherine. ¿Puedes llevarme hasta ella? No sé dónde vive y
tampoco tengo su número.
Asintió con la cabeza.
—Hagámoslo rápido porque me necesitan en otra parte.

Me dejó en su apartamento.
Era una bonita propiedad, algo que rivalizaba con la casa de Bartholomew.
Estaba empapada de riqueza, y ahora tenía sentido por qué mi hermana estaba bajo
el pulgar de mi padre. Ella no podía vivir sin este tipo de lujo.
A veces lo echaba de menos, pero no valía lo que costaba.
Le pedí al mayordomo que la viera, pero cuando volvió, denegó mi petición.
—Catherine está descansando ahora. Quizás en otro momento.
Me estaba ignorando, y con razón.
—No lo creo. —Lo rodeé y marché en la dirección en que lo había visto
desaparecer.
—¡Alto! Ella quiere que te vayas.
Le ignoré y seguí adelante, encontrándola en una sala de estar, vestida con
ropa holgada mientras se sentaba en el sofá, con el brazo escayolado y la cara negra
y azul.
El mayordomo cometió el error de agarrarme por el brazo.
Me zafé de su agarre como un profesional y luego le di un empujón en el pecho.
Se tambaleó hacia atrás, con los ojos muy abiertos y ofendidos.
—Llamaré a seguridad.
—No pasa nada. —Su voz tranquila llegó desde el sofá—. No va a detenerla.
—Claro que no. —Agarré uno de los sillones y lo arrastré cerca de donde ella
estaba sentada. Había estado tan concentrada en llegar hasta aquí que no preví cómo
me sentiría una vez que llegara, una vez que viera lo terrible que se veía.

187
Por primera vez en mi vida, me quedé sin palabras.
Catherine no podía mirarme. Evitaba el contacto visual mientras el silencio se
hacía más profundo.
—Catherine... —Esperaba que grandes palabras salieran de mi boca, pero
nunca lo hicieron.
—No es tan malo como parece.
—¿En serio? —El comentario me sacó de mi asombro—. Porque tienes el brazo
escayolado desde que te lo rompiste. Y la razón por la que tu cara tiene todos esos
colores diferentes es porque está sangrando y cicatrizando al mismo tiempo. Sí, es
tan malo como parece.
No iba a mirarme ahora.
—¿Por qué aguantas esto?
—Porque le quiero.
Jesús.
—Bueno, en caso de que no te hayas dado cuenta, él no te quiere.
—Sólo se enfada...
—Estoy enfadada ahora mismo, pero ¿te estoy pegando?
Se quedó allí sentada.
—Catherine, mírame...
—No necesito tus juicios ahora mismo.
—No te juzgo por estar en esta situación. ¿Crees que eres la primera mujer que
se queda con un hombre al que no le enseñaron a controlar sus emociones? ¿Que no
le enseñaron a ser un hombre? No lo eres. Pero sí te juzgo por no quererte lo suficiente
como para darte cuenta de que mereces más. Te mereces un hombre que te defienda
de idiota como este. —Como mi hombre... que había matado a los hombres que
arruinaron mi vida.
—Ya estoy casada...
—La mitad de los matrimonios acaban en divorcio.
—Bueno, ya sabes que no creemos en el divorcio...
—Creemos… no. No me incluyas en eso. Creo que una mujer debe estar libre
de violencia y falta de respeto, y si eso significa divorciarse, que así sea. No permitas
que la mierda religiosa de papá te atrape. Dice que es un hombre de fe, pero pone

188
drogas en la calle y mata a cualquiera que se le oponga. Es un maldito hipócrita, así
que no hay razón para que no seas libre.
—Es complicado...
—¿Complicado cómo?
—Si me divorcio de Lucas, papá se avergonzará tanto de mí que me quitará
todo esto. —Señaló la casa que ocupaba, el palacio de varios millones de euros que
la gente envidiaba—. ¿Qué haré entonces?
—Consigue un trabajo. Mantente. Como todo el mundo, Catherine. —Intenté
mantener el sarcasmo fuera de mi voz. Juzgarla no mejoraría su situación.
—No quiero ser pobre.
—Soy pobre y estoy perfectamente bien. Tengo un pequeño apartamento en
París, vivo al día y no pasa nada. No es tan malo como piensas.
—Entonces has olvidado lo que es ser rica.
—Y no tienes ni idea de lo liberador que es ser tu propia persona, tener la
independencia que te hace libre del sometimiento de los demás. Papá no tiene poder
sobre mí porque no necesito su dinero. ¿Sabes lo satisfactorio que es eso?
Se ajustó la escayola y cogió un trozo de hilo que se había soltado.
—Y no tienes que ser pobre, Catherine. Empieza un negocio. Apúrate. Haz
crecer tu riqueza. Eres tan joven que puedes empezar de nuevo y perseguir tus
sueños. Te encanta la moda y estás tan cerca de la capital del mundo de la moda.
—Es más fácil decirlo que hacerlo.
—Catherine, piénsalo así. —Esperé a que me mirara antes de continuar—. Si
no haces algo diferente, entonces nada será diferente. Todo seguirá igual. Esta
escayola será sustituida por otra nueva. Los futuros moratones sustituirán a los que
llevas ahora. Y un día... podría matarte. Ese es tu futuro, Catherine. Eso es todo. Nada
más. Nada menos. Pero si te vas y empiezas de nuevo, será diferente. Podría ser
mejor. Podría ser peor. Pero al menos será diferente. Siempre puedes venir a vivir
conmigo en París...
—¿Qué carajo haces en mi casa? —Lucas apareció, sin camiseta y sólo en
chándal, con una gasa todavía enrollada alrededor del torso de donde Bartholomew
le había apuñalado. Era voluminoso, músculo sobre músculo.
Pero no tenía el menor miedo.
—Aléjate de mi esposa.

189
Catherine se acobardó de inmediato, apartando la mirada de mí como si me
rechazara, tratando de ser lo más pequeña posible para poder desaparecer.
Yo no. Me hice grande. Y me erguí. Me levanté y me enfrenté a él.
—¿Qué le estás diciendo a mi mujer? —Se acercó, con los musculosos brazos a
los lados, la piel teñida de rojo por la adrenalina—. Qué ideas ridículas le estás
metiendo en la cabeza...
—Que se merece algo mejor que el cobarde con el que se casó.
Sus ojos ardían como una sartén caliente. Se acercó más a mí.
—Cobarde, ¿eh?
—¿Vas a demostrar que no lo eres golpeando a otra mujer? Realmente
impresionante.
—Será mejor que cuides tu puta boca...
—¿O qué? —Me acerqué a él.
La voz asustada de Catherine llegó desde el sofá.
—Laura...
—¿O qué? —preguntó—. ¿Qué tal si rompo esa boca tuya para no tener que
escucharla más...
Le di una fuerte bofetada en la cara.
Se giró con el golpe y luego retrocedió, conmocionado. Sus ojos furiosos
volvieron a mirarme, incrédulos por haber tenido la osadía de pegarle. Luego vino
hacia mí, dispuesto a cumplir su palabra.
—Ponme una mano encima y verás lo que pasa.
Se detuvo en seco.
—Hazlo. Déjame la cara negra y azul. Rómpeme la mandíbula. Déjame ir a casa
con mi hombre y mostrarle lo que me has hecho.
Sin poder hacer nada más que mirarme con cara de cabreo, se quedó allí de
pie, con unas cuerdas invisibles atándole las manos hacia atrás.
—Eso es lo que pensaba. —Me acerqué a él y le escupí en la cara.
Se estremeció como si quisiera pegarme, pero en vez de eso se limpió la saliva
de la cara.
—Voy por ti, Lucas. —Pasé junto a él mientras salía—. O debería decir... mi
hombre viene por ti.

190
21
BARTHOLOMEW

—T
odo está listo. —Bleu se sentó en el sillón más cercano a la
fría chimenea.
Mis hombres llenaban la habitación, algunos sentados
en los alféizares, otros ocupando los sofás, algunos de pie en
las esquinas. El sillón era mío, y todos sabían que no debían sentarse allí. Miré los
ojos azules de Bleu, idénticos a los de su hermano, pero diferentes en todo lo demás.
No podía reemplazar lo que había perdido.
La puerta del estudio se abrió, y en lugar de ver entrar a mi mayordomo para
hacer un anuncio, era Laura.
Se quedó quieta cuando se dio cuenta de dónde se había metido.
Hombres armados en cada esquina. Un silencio tenso que le perforó la piel en
cuanto sintió la atmósfera. Todos giraban para mirarme, mi presencia era el sol en
esta galaxia. Sus ojos recorrieron rápidamente a todos los hombres que estaban allí
antes de mirarme a mí. Sin decir una palabra, cerró la puerta y se retiró.
—Disculpen. —Terminé mi bebida y salí de la habitación, dejando a los
hombres ocupados en mi ausencia. Cuando llegué al pasillo, ella ya había subido las
escaleras y se había ido, así que me dirigí a mi dormitorio, donde me estaría
esperando.
Cuando entré, estaba sentada en el sofá, con los tacones ya en el suelo a su
lado.
—Espero no haber interrumpido nada —dijo sin mirarme, como si me tuviera
miedo.
Había crecido con hombres extraños colocados por toda la casa de su infancia,
así que esto no debería ser diferente. Pero la perturbaba porque nunca me había visto
en mi elemento. Todo lo que sabía de mí era lo que yo compartía con ella, pero nunca
me había visto en acción. Nunca me había visto comandar una habitación. Nunca me
había visto romper un cráneo bajo mi bota. Nunca me había visto levantar la voz
cuando mis hombres no cumplían mis deseos. Era un solemne recordatorio del
hombre con el que se estaba acostando.
—¿Viste a tu hermana?

191
—Sí. —Sus ojos seguían en otra parte, aunque me senté justo enfrente de ella.
Eso fue todo lo que me dio. Nada más. Fue entonces cuando supe que algo iba
mal.
—¿Cariño?
Tras un suspiro, giró la cabeza para mirarme. Me miró fijamente con mirada de
acero, con los ojos protegidos como por un cristal.
—Voy a preguntarte algo y vas a decirme la verdad.
—No necesitas ordenar mi honestidad, no cuando nunca te he mentido.
Bajó los ojos, pensándolo todo mentalmente.
Pude leer la inquietud en su hermoso rostro, vi cómo intentaba procesar la
horrible verdad. No había hecho la pregunta porque aún no estaba preparada para la
respuesta. Era una mujer inteligente y había atado cabos por su cuenta, pero no sería
real hasta que yo confirmara sus terribles sospechas.
—Sí.
Volvió a levantar los ojos.
—Soy yo.
Sus ojos estaban quietos antes de tragar saliva. Su mirada permaneció fija, pero
sólo por un instante. Luego perdió rápidamente la orientación, mirando a cualquier
otra cosa menos a mí. Su mano frotó su brazo, sus rodillas se juntaron, y ella continuó
luchando con la afirmación que había pedido.
—Todo este tiempo... —Sacudió la cabeza, como si su desacuerdo hiciera que
no fuera cierto—. Sabías exactamente quién era cuando entraste en mi tienda...
—Sí.
Ahora sus ojos estaban pegados al suelo, y parecía que iba a llorar.
—Jesús...
—Laura...
Se puso en pie y se preparó para salir descalza.
—Laura.
Me ignoró y se dirigió a la puerta.
—Deja que te explique.
—Vete a la mierda.
Fui tras ella, agarrándola del brazo cuando estaba en el pasillo.

192
Se zafó de mi agarre y me empujó. Lanzó sus brazos contra la piedra. Intentó
zafarse de mi fuerte cuerpo, y las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos.
—Eres libre de irte después de que hablemos. No antes.
—No me digas lo que tengo que hacer...
—Puedo hacer lo que me dé la gana. Ahora sienta el culo en el sofá. —La guié
de vuelta al dormitorio con la mano en el brazo. Cerré la puerta detrás de nosotros y,
esta vez, la bloqueé para que no pudiera volver corriendo al pasillo.
Miró a la puerta detrás de mí, tratando de planear su huida.
—¿Me das tu palabra?
—Sí.
Finalmente se apartó de la puerta y se dejó caer en el sofá.
Esta conversación se había ido acercando en el horizonte, los colores se hacían
más brillantes cuanto más se acercaban. Yo estaba preparado para ello, y estaba
preparado para que ella armara el rompecabezas por su cuenta. Mi mujer no era sólo
un espectáculo: también era inteligente.
Agarré la botella de whisky y dos vasos y los coloqué en la mesita entre los dos.
No me miró mientras llenaba los dos vasos.
—Cuando entré en esa tienda, tenía una agenda. Usarte para conseguir lo que
quería de tu padre.
Sus ojos volvieron a mirarme.
—Abandoné ese plan en cuanto te tuve. Todo entre nosotros ha sido real. Ni
una sola vez te he pedido información sobre tu padre. Ni una sola vez te he utilizado
para promover mis planes. Nuestra relación ha estado completamente separada de
mis ambiciones.
—¿Y asumiste que me parecería bien que intentaras arruinar a mi padre y
quedarte con su negocio?
—Has dejado muy claro que no te agrada. No pensé que fuera un problema.
—No pensé que fuera un problema... —Ella asintió levemente, repitiendo las
palabras que yo acababa de decir—. Cierto...
—Separación de Iglesia y Estado.
—De nuevo, asumiste que yo estaría de acuerdo con esto. Eso es ridículo.

193
—Has dejado muy claro que esta relación será efímera. Sólo estamos viviendo
el momento, sabiendo que en algún momento, tomaremos caminos separados con
nuestras vidas separadas. Por lo tanto, no pensé que necesitáramos discutir esto.
—Entonces, cuando te dije que fui violada...
—Sí, ya lo sabía.
—¿Ya sabías todo sobre mí... y fingías que no lo sabías? —preguntó incrédula—
. ¿Y luego insistes en que lo nuestro es real?
—Porque lo éramos. Seguimos siéndolo. Entré en tu despacho para ver qué
podía sacar de ti, pero en cuanto te arrodillaste para medirme las entrepiernas, eso
fue lo que más se alejó de mi mente. Todo lo que quería era follarte. Y después de
follarte, quería follarte otra vez... y otra vez.
Desvió la mirada.
—Quiero follarte ahora mismo. —Si se marchaba de mi vida para siempre una
vez terminada esta conversación, no estaba seguro de cómo me recuperaría. No
habíamos hablado en esos cinco días, y en ese tiempo, me había comportado como
un completo lunático. Ella era el sedante que necesitaba para tranquilizar mi rabia, y
ella era el estimulante que hacía que mi corazón se acelerara.
—¿Cuándo ibas a decírmelo?
—No lo iba a hacer. Tú eres mi vida personal y esta conquista es un negocio.
Dejaste esta vida porque no querías tener nada que ver con ella, así que
honestamente creí que nada de esto te importaría. La muerte de tu tío fue un momento
de mierda. Si nunca hubieras vuelto a Florencia, probablemente no te habrías
enterado de lo que pasó en mucho tiempo, y nunca sabrías que yo tuve algo que ver.
—Otra vez... ¿cómo pudiste estar conmigo y hacer esto a mis espaldas?
Mi respuesta fue cruel, pero honesta.
—Porque no te debo nada. Eres una mujer con la que me acuesto, eso es todo.
Sus ojos brillaron como mis palabras grabadas en su piel.
—Y tampoco me debes nada.
—Entonces, si le contara todo esto a mi padre mientras me hago la tonta
contigo, ¿no te lo tomarías como algo personal? —preguntó ella, con una ceja
levantada—. ¿Porque son sólo negocios?
—Sí.
Sus ojos volvieron a brillar.

194
—Si se lo cuentas todo en cuanto salgas de este apartamento, tampoco me lo
tomaría como algo personal. Ni me importaría, porque ya tengo sus pelotas en mi
mano. Su destino está sellado en una tumba de piedra en este momento.
Ella seguía respirando con dificultad, abrumada por todo lo que acababa de
suceder.
—¿Por qué haces esto?
—He ampliado mi negocio a Croacia. Quiero hacer lo mismo aquí.
—¿Y esos dos sitios no son suficientes para ti? —preguntó incrédula.
Tenía clientes ricos que ganaban millones y miles de millones dirigiendo
rascacielos y guardando su riqueza en cuentas en paraísos fiscales. Eran ambiciosos
con sus trajes y corbatas y sus grandes salas de juntas. Pero ninguno era tan ambicioso
como yo.
—Nunca nada será suficiente, Laura.
Su dura mirada se suavizó lentamente, se hundió poco a poco en una forma de
lástima.
—No pretendo matar a tu padre. Sólo hacerle trabajar para mí.
—Eso nunca sucederá.
—No tendrá otra opción.
—Siempre hay otra opción. —Sus ojos buscaron los míos.
—Si prefiere la muerte al sometimiento, es asunto suyo.
—¿Dejarías morir a mi padre? —Parecía tensa por su ira.
—No has hablado con él en siete años...
—Sigue siendo mi padre...
—Y no le importas una mierda.
Se detuvo ante el insulto, respiró cuando el dolor se clavó en su piel.
—No le importa una mierda tu hermana. Le importa una mierda tu madre. El
poder es lo único que le importa.
—Igual que tú. —Cogió el vaso y bebió un trago, sin apartar los ojos de mí.
—Me importa más el poder que a él. Pero también me importas tú más que él.
Su cara se volvió hacia la mía.
—Sabes que haría cualquier cosa por ti.

195
—Excepto abandonar esto... —Sus ojos buscaron mi cara, suplicándome en
silencio que abandonara esta agenda y volviera a Francia.
Pero no pude.
—No.
—Entonces, no harías cualquier cosa por mí. Sólo palabras vacías.
—Mi vida profesional está separada de nuestra relación personal...
—Que seas rico no te convierte en un profesional. Eres un traficante que se
gana la vida con la sangre y el sufrimiento de los demás.
Tenía una poderosa defensa contra sus afirmaciones, pero ahora no era el
momento.
—Laura, él no merece tu lealtad. Te sacrificaría en un santiamén si eso moviera
su peón en el tablero. Te estoy diciendo todo lo que ya sabes.
Cruzó los brazos sobre el pecho y bajó la mirada, como si no pudiera pensar
cuando yo la miraba.
Ya sabía cómo acabaría esto. Lo vi escrito en su cara.
—Estás cometiendo un error.
Sus ojos permanecieron bajos.
—No puedo estar con alguien que intenta destruir a mi familia.
—No has hablado con él en siete años por una razón...
—No es sólo él, Bartholomew. Es mi hermana. Es Víctor. Son los otros miembros
de mi familia.
En cuanto dijo el nombre de ese idiota, quise estrellar la botella contra la mesa,
pero reprimí a la bestia que asomaba su fea cabeza.
—Si haces esto... lo perderán todo. No puedo vivir con eso. No puedo dormir
con el hombre que intenta destruir el poder y la riqueza de mi familia. Mi padre y yo
nunca hemos estado de acuerdo, pero esto es un nivel diferente de traición.
—No es una traición porque no tienes nada que ver.
—Pero me estoy tirando al hombre que quiere destruir el legado de mi familia.
—Huiste a París porque no querías tener nada que ver con esta vida. ¿Ahora la
defiendes? Suena un poco hipócrita.
La tristeza en sus ojos fue lentamente reemplazada por algo más.
—Si no puedes entender la situación en la que me has puesto, entonces no eres
el hombre que creía que eras. Eres estrecho de miras y egocéntrico.

196
Ha dado en el clavo.
Volvió a apartar la mirada.
—Esto se acabó. —No podía mirarme y decirlo. No podía ver su espada
atravesar mi carne.
Sabía que se había acabado en cuanto empezó la conversación. Había visto el
final desde el principio, pero eso no me había preparado para el mordisco de sus
palabras. Sentía las yemas de los dedos entumecidas. Mi cuerpo se sentía vacío, todas
mis emociones derrotadas en una cruel batalla. Para una relación que no significaba
nada, su despedida me dolió como la bala que me dio Benton.
—Lo entiendo.
No me miró, como si fuera a llorar si lo hiciera.
—Haz lo que tengas que hacer, cariño.
Empezó a respirar con más fuerza, con el pecho agitado pero los ojos secos.
—Que sepas que en realidad me importas, y a él no.

197
22
LAURA

E
l chófer de Bartholomew me llevó a la finca de mi padre, y me pasé todo
el trayecto sofocando mis lágrimas silenciosas. Algunas escapaban de
mis ojos y formaban ríos por mis mejillas. Golpearon las comisuras de
mis labios y llegaron hasta mi lengua, sabiendo a bolitas de sal.
Sabía que iba a terminar, pero cuando no sabía cuándo ni cómo, era fácil
olvidar la inminente fatalidad. Cuando me desperté aquella mañana con él a mi lado,
besé su hombro para despertarlo, deseándolo desde el momento en que vi su cuerpo
desnudo a mi lado. Pero aquellos besos serían los últimos.
Si hubiera sabido que serían los últimos... no me habría levantado de la cama.
El coche se detuvo ante la verja y me quedé en el asiento trasero mientras me
limpiaba las lágrimas con un pañuelo. Tendría los ojos rojos y las mejillas manchadas,
pero no podía hacer nada para ocultarlo.
El conductor cogió mis maletas del maletero y me dejó en la acera.
Luego se fue.
Ahora sí que se había acabado.
Los chicos me dejaron entrar por la puerta, tirando de mi maleta detrás de mí,
caminando directo a la guarida de la serpiente. Me sentí como una mierda por
traicionar a Bartholomew, pero me sentí aún peor por ocultarle este secreto a mi
propia sangre.
Ahora desearía no haber conocido a Bartholomew. No estaría en esta posición.
Estaría en París, prosperando en la dicha ignorante.
Entré en la casa y el mayordomo recogió inmediatamente mi maleta.
—¿Se quedará con nosotros, Srta. Laura?
—Eso espero. —No tenía otro sitio donde ir ni mucho dinero que gastar—.
Necesito hablar con mi padre.
—Ahora mismo no está en la residencia.
—Entonces supongo que esperaré.

198
Un par de horas más tarde, regresó. Sabía que estaba en casa porque gritó en
cuanto cruzó la puerta principal.
—Olvidar todo lo que he hecho por él, los años de buenos negocios, incluso los
años de malos negocios... Un cuchillo de mantequilla estará en su ojo antes de que
esto termine.
Sí, era mi padre.
Miré por el balcón de la escalera y le vi entrar furioso con Víctor y algunos de
los otros chicos.
El mayordomo se acercó a él.
—Señor...
—No necesito nada. Sal de mi vista.
Imbécil.
—Está tratando de decirte que quiero hablar contigo.
Todos los hombres se detuvieron y miraron hacia donde yo estaba en las
escaleras.
—Y me quedo en mi antigua habitación... si te parece bien.
Mi padre no parecía emocionado por mi estancia. Tampoco parecía
disgustado. Su cabeza estaba en otra parte, sumido en la guerra que ahora libraba.
Siguió caminando hacia el salón, donde los hombres fumaban puros y hablaban de
tonterías. Víctor se quedó mirándome con expresión perpleja, pero acabó
siguiéndome.
Me reuní con ellos en el salón.
—Necesito hablar con Leonardo, a solas.
—Laura, ahora no es el momento...
—Sé quién está detrás de este ataque.
Dejó que el cigarro ardiera entre sus dedos mientras me miraba fijamente, el
humo subiendo silenciosamente hacia el techo. Los demás hombres estaban sentados
en silencio, repartidos por los otros sofás. Sin mirar a sus hombres, levantó la mano y
los excusó en silencio.
Víctor me miró fijamente antes de salir de la habitación.

199
Mi padre dio una larga calada a su puro antes de depositarlo en el cenicero.
Una nube de humo salió de sus labios y se elevó en el aire, infectando la tela de los
muebles y las alfombras.
—¿Quién?
Tomé asiento, el que Víctor acababa de dejar libre. Cuando miré a mi padre,
no supe cómo empezar, cómo ser el destinatario de aquella dura mirada. Me parecía
mal decirle esto, traicionar a Bartholomew, pero entonces recordé que había sido él
quien me había traicionado primero. Lo sabía todo sobre mí desde el momento en
que nos conocimos, y nunca había tenido intención de decírmelo.
—Mi novio... Bartholomew. —O mi ex novio, debería decir.
Sus ojos se entrecerraron aún más y no dijo nada.
Esperé la línea de interrogatorio, pero nunca llegó.
—Debería haberlo sabido.
—¿Lo conoces?
—Sé de él. Cruel. Ambicioso. Maníaco. Pero no pensé que pisaría nuestro
territorio.
Por lo que había oído, hizo algo más que entrar.
—¿Por qué me cuentas esto?
—Porque... —Me habían tomado el pelo—. Una vez que descubrí lo que estaba
haciendo, tuve que decírtelo.
—¿No lo sabías?
Sacudí la cabeza.
—Te utilizó, Laura. ¿Qué le dijiste?
—Nunca me ha pedido nada. Creo que al principio pretendía utilizarme, pero
luego nuestra relación cambió.
—Los hombres así no cambian, Laura.
Bueno, cambió para mí. O al menos, eso parecía.
—Me enfrenté a él por mis sospechas y me dijo la verdad. Una vez que lo supe...
no podía estar con un hombre empeñado en destruir a mi familia. Sé que tenemos
nuestras diferencias... grandes diferencias, pero no podía mirar hacia otro lado en
esto.
—Porque eres leal. —Su mano se movió hacia mi brazo en el sofá. Era una
caricia que no había compartido conmigo desde que yo era pequeña. Tenía los dedos

200
callosos de tanto agarrar el metal de las armas, pero estaban calientes por el afecto—
. Lo llevas en la sangre. —Dejó la mano allí un rato antes de retirarla—. Cuéntamelo
todo sobre él.
—Sinceramente, no sé nada. Nunca ha compartido conmigo los detalles de su
vida profesional, y nunca se lo he preguntado. Pero he sido testigo de su poder y su
mando. Sé que es el tipo de hombre con el que sería estúpido joder.
—Ha saboteado mi relación con mis productores. Ha pagado a todos los que
podían ayudarme. Me ha aislado, y sé que hará su movimiento en breve. Eres la única
ventaja que tengo contra él.
—¿Ventaja? —pregunté.
—Lo único que podría hacerle reconsiderar.
—¿Y cómo lo harías?
Sus ojos inteligentes se clavaron directamente en los míos, pero parecía estar
pensando en otra cosa, con la mente en la distancia. Se hizo un silencio innecesario.
Así de profundos eran sus pensamientos.
—Se lo pediré amablemente.

Llamaron a la puerta de mi habitación.


—Adelante. —Me senté sobre las almohadas en el asiento de la ventana,
mirando las luces de la ciudad en la oscuridad. Mi dormitorio daba a la dirección de
la casa de Bartholomew. Me di cuenta por la ubicación del Duomo. Me pregunté si
estaría sentado en su estudio en ese mismo momento, bebiendo y fumando,
preguntándose si yo estaría pensando en él al mismo tiempo.
Sí, lo estaba.
El mayordomo entró en mi habitación.
—Víctor está aquí para verle. ¿Le hago pasar?
Llevaba unos leggings y un jersey holgado, el maquillaje borrado de la cara.
Pero estaba demasiado triste para preocuparme por mi aspecto. Las lágrimas sólo
arruinarían mi maquillaje de todos modos.
—Está bien.
Víctor entró en mi habitación un momento después, vestido con una camiseta
negra y unos vaqueros oscuros. Se acercó lentamente al asiento de la ventana, con las

201
manos en los bolsillos. Sus ojos me recorrieron como antes, tratando de determinar
mi estado de ánimo.
—Estoy bien. —Incluso yo sabía que estaba mintiendo, así que él también.
Cogió el sillón y lo acercó a la ventana para que pudiéramos sentarnos juntos.
Mi dormitorio era ahora de invitados, pero seguía tan inmaculado como una suite
principal. Apoyó los codos en los reposabrazos y miró por la ventana antes de
mirarme a mí, de un lado a otro, intentando decidir qué decir.
—Siento que te haya pasado esto.
—Es lo que hay.
—Fui un marido de mierda, y luego este tipo te usó.
No era así como lo describiría.
—Simplemente tenemos objetivos opuestos en la vida. Sabíamos que no iba a
durar para siempre. Así que no me sorprende que se haya acabado, sólo me
sorprende cómo se acabó.
—Aun así te engañó.
—Mantuvo nuestra relación separada de sus ambiciones. Lo hizo todo lo que
pudo, porque una vez que descubrí la verdad, sabía que se acabaría. Si realmente
fuera un imbécil, podría haberme retenido contra mi voluntad. Pero me dejó ir...
sabiendo que le contaría todo a mi padre.
—Sigues defendiéndolo.
—Sólo explicaba.
—¿Por qué terminaste la relación si él no hizo nada malo?
—Porque... —Era complicado, pero también simple—. Porque no podía estar
en una relación con alguien que intenta activamente desmantelar todo por lo que mi
familia ha trabajado. Le pedí que lo dejara ir, pero dijo que no. Y eso fue todo.
—¿Eligió el dinero antes que a ti? —preguntó sorprendido—. Vivirá para
lamentarlo.
Bartholomew no parecía de los que se arrepienten.
—Mi padre cree que podría hacerle cambiar de opinión, pero ya se lo pedí una
vez y me dijo que no.
—La distancia hace que el corazón se encariñe. Tal vez te extrañe lo suficiente
como para dar una respuesta diferente.
Sacudí la cabeza. Conocía a ese hombre. Nunca cambiaría de opinión.

202
—Esperemos que sí... porque estamos jodidos.
Acerqué las rodillas al pecho y las rodeé con los brazos.
—¿En serio?
Asintió con la cabeza.
—Estamos muy jodidos. Puede desangrarnos fácilmente hasta que no nos
quede nada. O cumplimos sus exigencias, o esperará a que se acabe el dinero y nos
quedemos sin energía. Entonces puede matarnos a todos... o simplemente tomar el
control. Algunos de los chicos están hablando de huir a Grecia si las cosas no toman
un giro.
—¿Cuáles son sus exigencias?
—Ni idea. No se ha puesto en contacto.
—¿Por qué no te pones en contacto con él?
—Porque eso es lo que espera. En cuanto te soltó, sabía que nos lo dirías.
Probablemente esté esperando a ver qué hacemos. Y una vez que lo hagamos, nos
golpeará, nos volará en pedazos, etcétera.
—No va a volarlos en pedazos.
—¿Cómo lo sabes?
—Me dijo que no tiene intención de matar a nadie si cooperan.
—¿Cooperar cómo?
—No me lo dijo. Y sinceramente, no quería saberlo.

203
23
BARTHOLOMEW

M
e quedé mirando por la ventana de mi estudio durante un buen rato
antes de coger por fin el teléfono. El número estaba guardado en mi
teléfono, así que lo marqué antes de acercármelo a la oreja. Sonó
varias veces antes de que contestara su voz arrogante.
—¿Sí?
—Leonardo. —Era la primera vez que hablábamos y, sin compartir mi nombre,
sabía exactamente quién era.
Lo dejó claro con su silencio. Como un cliché, pensó que tenía más poder al no
hablar, pero la verdad era que no era lo suficientemente hombre como para
defenderse.
—Estás varado en una isla y nadie va a venir a rescatarte, Leonardo. O mueres
de hambre o aceptas mis condiciones.
—Podemos discutir tus condiciones en persona. Dime la hora y el lugar.
Una sonrisa me tiró de los labios.
—No vas a hacerme cambiar de opinión.
—Eso ya lo veremos.
Laura era su última arma. Quería proteger a su familia de mi ira, así que no me
sorprendería que se ofreciera a defender a su padre. Podía presentar su caso todo lo
que quisiera, pero su belleza no me perturbaría. Nuestros recuerdos juntos no
ablandarían mi determinación.
—No cambiará nada, pero quizá ver a tu hija trabajar contra mí te enseñe a
apreciarla. Te enseñará a respetarla.

Eran las tres de la madrugada.


Las tiendas y los bares estaban cerrados, así que la Piazza Della Signoria estaba
vacía. La réplica de la estatua de David se erguía para que lugareños y turistas la
admiraran. El Duomo se cernía sobre nosotros con su altura, proyectando una sombra

204
en la oscuridad. Había tenido varias reuniones en esta plaza, uno de los pocos lugares
donde había espacio suficiente para que dos milicias se reunieran al aire libre.
Me senté en el asiento trasero del todoterreno y esperé, mientras nuestro
equipo se salía de la carretera para aparcar en los adoquines. Nuestra flota de
vehículos era a prueba de balas, y estaba seguro de que la de Leonardo también.
Había otro coche aparcado detrás, armado con un bazuca por si lo necesitábamos.
Esperemos que no se llegue a eso.
Veinte minutos después, aparecieron unos faros. Se salieron de la carretera y
entraron directamente en la plaza, dejando sus coches a unos treinta metros.
Bleu se sentó a mi lado en el coche.
—¿Cómo quieres jugar a esto?
—Leonardo intentará matarme.
Se llevó los dedos a la oreja mientras escuchaba a los de la radio.
—Nuestros tiradores dicen que tiene hombres posicionados en algunas de las
ventanas.
—Acaba con ellos. —Mis chicos se colaban en los edificios y los noqueaban en
frío.
—Estaremos listos para acabar con Leonardo.
—Cuando niegue a Laura, será un tiroteo. La única manera de mantener su
negocio y su legado será ponerme bajo tierra. —Si mataba a su padre, Laura y yo
estaríamos realmente acabados. No habría vuelta atrás después de eso—. Asegúrate
de que los hombres saquen a Laura de allí sana y salva.
Bleu asintió en señal de confirmación.
Los coches se detuvieron y los faros se apagaron.
—Hora del espectáculo. —Salí del coche y el resto de mis hombres hicieron lo
mismo. Una ráfaga de puertas se abrieron y cerraron, y Leonardo y sus hombres
imitaron nuestros movimientos. Con mi chaqueta de cuero y mis botas, me acerqué a
la tierra de nadie que nos separaba, mientras la estatua de David nos observaba
horrorizada.
Ambos bandos se acercaron al centro, iluminados por las farolas repartidas por
las aceras. Las otras estatuas miraban con cara de piedra, observando la pelea
nocturna. Me acerqué a Leonardo y me detuve a unos metros.

205
Víctor y Lucas estaban allí. Lucas mantenía sus ojos despiadados fijos en mí,
probablemente llevando aún la gasa bajo la ropa. Otros hombres estaban apostados
allí, luciendo sus rifles de asalto y pistolas.
Mantenía los ojos pegados a Leonardo, pero quería buscar a Laura.
Para un hombre de unos cincuenta años, estaba en bastante buena forma, pero
su barriga era inconfundible. El producto de demasiado vino y licor. Probablemente
también de demasiado pan. Me miró fríamente, como si pudiera intimidarme.
Se hizo el silencio, la ciudad estaba tranquila. Un hombre sale de una tienda y
cierra la puerta. Cuando nos vio, parecía muerto de miedo porque había salido a la
calle en el peor momento. Salió corriendo.
Leonardo se volvió e hizo un gesto a sus hombres.
Allá vamos.
La puerta de uno de los todoterrenos se abrió y apareció ella, vestida con unos
vaqueros ajustados, botas y un jersey ajustado que dejaba ver las tetas que yo solía
acariciar con las manos y la boca. Cuando sus ojos se cruzaron con los míos, vaciló,
como si una oleada de emociones la invadiera al verme.
No sentí nada, porque ahora no podía sentir nada.
Se detuvo junto a su padre, justo delante de mí. Una brisa le revolvió el pelo.
Las farolas detrás de mí se reflejaban en sus ojos brillantes. Siempre parecía segura
de sí misma, pero esta noche no. Ahora parecía incapaz de hilvanar dos palabras.
Era la primera vez que me veía, a mí de verdad.
Sus ojos iban y venían entre los míos, como si tuviera miedo del hombre que
tenía delante.
Debería estarlo.
—Haz tu alegato, cariño.
El cariñoso gesto pareció recomponerla.
—Deja esto, Bartholomew.
—No.
—Tienes a Francia. Tienes Croacia...
—Y ahora quiero Italia.
—Pero no lo necesitas...
—No me digas lo que necesito. —Mantuve la voz baja, pero aun así se
estremeció cuando la corté—. Tu padre es un puto idiota al que no le importas tú ni

206
nadie. A pesar de su distanciamiento, harías cualquier cosa por él, pero él no haría lo
mismo por ti. No podría importarme menos desmantelar su negocio y su legado. Los
regímenes se levantan y caen todos los días, y ahora es su momento.
Sus ojos se endurecieron al no obtener la respuesta que quería.
—Por favor...
—No.
—¿Ni siquiera por mí? ¿Ni siquiera porque soy yo quien lo pide?
Sacudí sutilmente la cabeza.
—No lo haría por nadie, cariño.
Aspiró como si aquello fuera una bofetada.
—Esto no te va a hacer feliz, Bartholomew. Más dinero... más poder... no va a
cambiar nada.
—Los únicos que dicen esas cosas son pobres porque no conocen nada mejor.
—Bartholomew...
—Podemos seguir perdiendo el tiempo discutiendo, pero eso no va a cambiar
nada. Tu padre se someterá a mí y se convertirá en mi distribuidor a cambio de una
pequeña tajada, o será masacrado en esta plaza junto con todas las personas lo
bastante estúpidas como para permanecer a su lado... excepto tú. Ahora vuelve al
coche y vete, Laura.
Parecía que por fin se había rendido. Ahora comprendía que conocía una
versión muy diferente de mí, una que le besaba el hombro cuando dormía, una que
la abrazaba cuando el sol de la mañana se deslizaba por la cama, una que mataría a
cualquiera que la jodiera. Pero esa versión no estaba aquí ahora. Sólo existía en las
sombras. Sólo existía tras las puertas cerradas.
Dio un paso atrás y se dio la vuelta.
Miré a Leonardo, dispuesto a destruirlo.
Se movía rápido para ser un hombre décadas mayor que yo. Cogió a Laura por
el pelo y la tiró contra los adoquines. La pistola estaba amartillada y le apuntaba a la
nuca.
Gritó tan fuerte que supe que no lo habían ensayado.
Laura trató de luchar contra su agarre, tirando los brazos y luego tratando de
ponerse de pie.
—¿Qué carajo estás haciendo?

207
Le golpeó la cabeza con la culata de la pistola y entonces brotó la sangre.
Aspiré entre los dientes apretados, traumatizado por su brutalidad.
Se quedó callada y se desplomó ligeramente, aturdida por el golpe.
Leonardo tenía los ojos clavados en mí, sin remordimiento alguno.
—Libera el embargo con los distribuidores en Marruecos. Ahora.
Era la primera vez en mi vida que estaba demasiado aturdido para reaccionar.
Mis ojos no dejaban de mirar a Laura en el suelo, la sangre oscureciéndose en su pelo
y luego goteando sobre su jersey.
—O le dispararé.
Sabía que Leonardo era un hijo de puta, pero nunca había sospechado que
fuera capaz de esto.
—¿Así es como negocias? —Pregunté con voz calmada—. ¿Usas a tu hija? He
visto mucha mierda... pero nunca esto.
Le apuntó al brazo y disparó.
El sonido del arma resonó en la plaza.
Sus gritos... eran horribles.
La sangre empapó inmediatamente su jersey, y ella gritó mientras se agarraba
el brazo, desplomándose en el suelo mientras gemía de dolor. Víctor intentó romper
filas para correr en su ayuda, pero uno de los tipos le puso una pistola en la cabeza.
Jesucristo.
—Cancela el embargo, o le dispararé en la cabeza la próxima vez. —Siguió
agarrándola del pelo, con la pistola presionando justo en la primera herida.
—¡Muy bien! —Quería correr hacia Laura y ejercer presión, pero no podía
moverme, no cuando Leonardo volvió a ponerle la pistola en la cabeza—. Lo
cancelaré. Déjala ir.
El imbécil tuvo el descaro de sonreír.
—Supongo que ella significa algo para ti.
—Y nada para ti. —Me acerqué a ella, pero la tiró hacia atrás.
—Haz la llamada.
—Se desangrará...
—Entonces será mejor que te muevas rápido. —Mantuvo el arma presionada
contra su cuero cabelludo.

208
Lloró, y supe que no era por el dolor de su brazo, sino de su corazón.
Saqué el teléfono y puse el altavoz. Mi contacto contestó después de varios
timbres.
—Continúa tu relación con Leonardo. Nuestro negocio ha concluido.
Dudó porque éste no era el plan que habíamos establecido.
—Bartholomew, ¿estás seguro...
—¿Cuándo no estoy seguro de algo? —Alcé la voz, viendo cómo Laura se
agarraba el brazo contra el suelo—. Haz lo que te digo. Ahora mismo.
—De acuerdo.
Colgué y me metí el teléfono en el bolsillo, sin dejar de mirar a Leonardo.
—Hice lo que me pediste. Ahora déjala ir.
—¿Cómo sé que no vas a llamar cuando la suelte?
—Porque te doy mi puta palabra. ¡Ahora dámela!
—Abandona mi territorio y no vuelvas jamás.
—Bien.
Finalmente le quitó la pistola de la cabeza.
—Lo siento, Laura. No es nada personal.
Corrí hacia ella y la estreché entre mis brazos. La sostenía del brazo mientras
sollozaba, con lágrimas de rabia corriéndole por la cara. Parecía estar en estado de
shock porque tenía la cara más blanca que la nieve. La levanté en brazos y di la
espalda a Leonardo y sus hombres.
—Te tengo, cariño.
—Me disparó...
—Estarás bien.
No pareció escuchar lo que dije.
—Mi padre... me disparó.
Entonces empezaron los disparos.
Corrí hacia el coche, llevándola en brazos, mientras las balas golpeaban los
coches. Sus francotiradores habían caído y los míos acabaron con los otros fusiles de
asalto. Una bala me dio en la espalda y me hizo gruñir, pero mi chaleco me protegió
de lo peor. Luego una bala me alcanzó en el brazo. Sentí cómo la sangre inundaba la
manga de mi chaqueta.

209
La metí en el coche y el conductor se largó.
Le arranqué la manga del jersey y vi su piel, normalmente aceitunada, cubierta
de sangre escarlata. Cogí las vendas de emergencia y se las puse alrededor de la
herida, aplicando la presión adecuada para detener la hemorragia.
Jadeaba. Lloraba. Sus ojos parecían débiles, como si ya se estuviera
desvaneciendo.
—Cariño, mírame.
Tras un breve forcejeo, levantó la mirada y me miró. Su expresión cambió,
cayendo en la desesperación.
—Te vas a poner bien. Pero necesito que te quedes conmigo hasta que
lleguemos al hospital. ¿De acuerdo?
Asintió levemente con la cabeza.
—Ojos en mí.
Volvió a asentir.
—No... no puedo creer que hiciera eso.
Fui un idiota por no anticiparlo. Un maldito idiota.
—Lo siento mucho... —Bajó los ojos y se apoyó en el asiento, de repente
parecía muy cansada—. Lo siento...
—Cariño, quédate conmigo.
Sus ojos se cerraron.
—Quédate conmigo.

210
BARBARIAN
EMPIRE BOOK 2

M
i padre, mi propia carne y sangre, me habría matado para conseguir
lo que quería.
He cometido un error horrible... y no puedo retractarme.
Asumí que Bartholomew era el peligroso, cuando en realidad
es el único que se preocupa por mí.
Las disculpas son inútiles. No puedo rogar o suplicar.
Nada lo hará cambiar de opinión. No después de lo que hice.

211
ACERCA DE LA AUTORA

Penelope Sky, autora superventas del New York Times y del USA Today, es
conocida por sus romances oscuros que hacen que te enamores de sus personajes....
por muy oscuros que parezcan. Sus libros se traducen a varios idiomas y ha vendido
más de un millón de ejemplares en todo el mundo. Vive en una pequeña ciudad de
California con su marido, donde pasa la mayor parte del tiempo escribiendo en el
porche trasero.

212
213

También podría gustarte