Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Skye Warren
“¡Perversamente brillante, oscuro y adictivo!”
— Jodi Ellen Malpas, autora número uno en ventas según The New York
Times.
El precio de la supervivencia…
Gabriel Miller irrumpió en mi vida como una tormenta. Frío y
vengativo, derrumbó a mi padre dejándolo sin un centavo y agonizando en
una cama de hospital. Abandoné la universidad privada para cuidar de la
única familia que me queda.
Hay una manera de salvar nuestra casa, solo me queda una cosa con
algo de valor.
Mi cuerpo.
Una subasta prohibida…
Gabriel aparece en cada giro. Parece sentir placer al verme caer. Otras
veces, es el único rastro de amabilidad en un inframundo brutal.
Salvo que esté jugando un oscuro juego que yo desconozco. Cada
movimiento nos vuelve a encontrar, cada secreto nos separa. Y cuando
quede la última pieza por jugar, solo uno de los dos quedará en pie.
EL PEÓN es una novela de Skye Warren, autora número uno en ventas
según The New York Times; una historia sobre la venganza y la seducción
en el juego del amor. Es el primer libro de la nueva serie FINAL DEL
JUEGO.
“Pecaminosamente sexi y hermosamente oscura.” ¡El Peón jugará con tu
corazón y te dejará ansiando más!
— Laura Kaye, autora número uno en ventas según The New York Times.
“Un sensual, sigiloso y retorcido juego del gato y el ratón que me absorbió
por completo y me hizo pasar las páginas cada vez más rápido. Astuto y
brillante”.
— K. L. Kreig, autora número uno en ventas según USA Today.
“EL PEÓN es Skye Warren en lo más alto de sus increíbles poderes para
narrar historias, tejiendo esta vez algo completamente mágico y caliente”.
— Annika Martin, autora número uno en ventas según The New York
Times.
“Una obra de ficción erótica bien escrita, protagonizada por una heroína
desesperada, para los fanáticos macho alfa”.
— Kirkus Reviews
Índice
Portada
Titulo de la Página
Sobre el libro
Epígrafe
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
Capítulo Diecinueve
Capítulo Veinte
Capítulo Veintiuno
Capítulo Veintidós
Capítulo Veintitrés
Capítulo Veinticuatro
Capítulo Veinticinco
Capítulo Veintiséis
Capítulo Veintisiete
Capítulo Veintiocho
Capítulo Veintinueve
Capítulo Treinta
Capítulo Treinta Y Uno
Extracto de El Caballo
Libros de Skye Warren
Acerca de la autora
Derechos de autor
Todo peón tiene potencial para ser una reina.
— James Mason
PRÓLOGO
A MBOS HOMBRES SALEN del cuarto para permitirme vestir. Solo toma un
momento deslizar mi vestido sobre mi cabeza. Aprovecho la privacidad
para recuperar la compostura. No puedo creer que le haya contado a Gabriel
sobre ese momento con mi papá.
«Y luego fue él quien deshonró el apellido de tu familia.»
Tal vez sea una locura apoyar a mi padre, pero soy todo lo que le queda.
Postrado en la cama, apenas capaz de respirar. Me crio desde el momento
en que murió mi madre. Si yo lo abandonara, él moriría. Ya sea por sus
heridas o por algún hombre decidido a terminar su trabajo. Pongo las manos
en mis mejillas sintiendo un calor intenso.
¿Cómo enfrentaré a Gabriel Miller ahora que conoce mis secretos?
Pero necesito confrontarlo para saber si él fue quien envió a alguien a
mi casa ayer. Una parte de mí quiere creer que él no sería capaz de eso, pero
es demasiada casualidad. Y tiene el motivo más importante para querer que
mi padre muera.
Respirando profundamente, abro la puerta y salgo al pequeño pasillo.
Está más oscuro de lo que recuerdo, más oscuro que la habitación del
ensueño, y parpadeo mientras mis ojos se ajustan a la oscuridad. Me doy
cuenta de que alguien ha apagado la luz del techo. Y no estoy sola.
—¿Gabriel? —digo, titubeante.
Una risa suave llena el espacio, más oscuro y polvoriento de lo que
esperaba.
—Bajó las escaleras —dice una voz desconocida.
Siento punzadas de miedo en mi pecho.
—Oh. Iré a buscarlo.
—Deberías estar corriendo para el otro lado.
Doy un paso hacia las escaleras, retrocediendo. Sé que con Gabriel no
estoy a salvo. Tiene una razón para lastimarme. Pero hay algo en este
hombre que me hiela la sangre.
—Lo tendré en cuenta —le digo, entrecerrando los ojos para distinguir
sus rasgos. Todo lo que puedo ver es un cabello y unos ojos pálidos.
—De hecho, deberías estar huyendo lejos. La familia James ya no es
bienvenida en esta ciudad. ¿O aún no te has enterado?
Un viejo orgullo provoca ira en mi interior.
—Soy muy consciente de la situación de mi familia en Tanglewood. Esa
es la razón por la que estoy en este lío.
—Sexo por dinero. Supongo que es un trabajo más honesto que el de tu
papá, pero igual de sucio.
Me estremezco en la oscuridad. Algo en su voz suena personal.
—¿Qué sabes sobre lo que hizo mi papá?
—Tu padre le robó a Gabriel Miller, y nadie se sale con la suya. Por eso
lo destruyeron. Pero Gabriel no fue la única persona a la que le robó.
Y todas esas personas querrían lastimar a mi papá.
—Ya no le está robando a nadie.
En las sombras veo unos enormes hombros encogerse.
—Eso no le devuelve la felicidad a la gente, ¿verdad? Aunque supongo
que tenerte en sus camas y sacar dinero de tu piel podría hacerlos sentir
mejor.
El miedo es como un dedo bajando por mi columna vertebral, haciendo
temblar todo mi cuerpo. Me alejo de él y bajo las escaleras de madera, con
el corazón latiendo con fuerza. Una parte de mí imagina que me sigue, y
acelero anticipando una mano en mi hombro o un puño en mi cabeza.
Ya estoy en el amplio vestíbulo, cálidamente iluminado por lámparas a
lo largo de la pared. Segura.
Excepto que la seguridad es solo una ilusión cuando estoy en el Retiro.
Gabriel me espera en la acogedora silla de cuero donde Damon estaba
sentado la última vez. Hay un vaso en su mano, medio lleno, y él me mira
con una expresión inescrutable.
Tenía la intención de interrogarlo cuidadosamente, pero toda mi
precaución se ha evaporado.
—¿Enviaste a alguien a mi casa anoche?
Por un momento, él está tan quieto que creo que no me ha escuchado.
Luego se inclina hacia adelante y deja el vaso sobre la mesa.
—¿Alguien fue a tu casa?
Por supuesto, un hombre como él ha de ser un mentiroso consumado.
Tengo que ser más inteligente que él. Pero si él envió a alguien, ¿qué podría
hacer yo al respecto? La policía fue inútil.
—Lo sorprendí cuando estaba manipulando mi caja eléctrica. Se fue
antes de que llegara la policía. ¿Fuiste tú?
Habla despacio, como volteando la pregunta.
—¿Para qué manipularía yo tu caja eléctrica?
La vergüenza de haberme desvestido escaleras arriba se mezcla con mi
miedo al hombre sin nombre. Algo dentro de mí se rompe, y llena de
lágrimas mis ojos.
—Para asustarme. Para dañarme. Por la misma razón que entregaste a
mi padre.
Su expresión se oscurece.
—Tu padre me robó.
—¿Recuperaste tu dinero? —pregunto en voz alta y firme.
—No, pero no se trataba de eso. Lo convertí en ejemplo.
Mi corazón se aprieta cuando recuerdo el aliento áspero de mi padre.
—Claro, pero soy yo quien pierde los amigos, el futuro. Soy yo quien
será subastada.
Frunce el ceño.
—¿Viste la cara del hombre?
—Llevaba una capucha.
Pude ver algo de su complexión, su andar. ¿Pudo haber sido Gabriel
Miller? ¿Pudo ser el hombre de arriba? Incluso si no fuera ninguno de ellos
dos, pudo haber sido enviado por ellos.
—Alguien vigilará la casa esta noche —afirma de forma casual, como si
yo diera por sentada su inocencia. Él es todo menos inocente—. Si regresa,
lo atraparemos.
Mis ojos se entrecierran.
—¿Por qué harías eso por mí?
Una ceja se le arquea.
—Damon va a ganar mucho dinero con tu subasta. Querrá proteger su
inversión.
Por supuesto. Ahora soy un producto. Mi seguridad sería como la caja
fuerte que encierra un diamante, destinada a mantenerme alejada de otros
hombres. Solo que los hombres más peligrosos de la ciudad tienen la
combinación. No es protección, en absoluto. Es una jaula.
Me voy sin añadir palabra, con el estómago en un puño, hasta que
regrese a mi casa y cierre la puerta. Me ducho, tratando de lavar la
vergüenza de sus miradas sobre mi piel, el ligero toque de las manos de
Gabriel en mis brazos. No importa cuánto me refriegue, todavía puedo
sentirlo.
CAPÍTULO SIETE
* * *
E N EL MITO del minotauro, Teseo, hijo del rey Egeo, decide matar al
monstruo. Atraviesa a la bestia con una espada y luego vuelve sobre sus
pasos usando la cuerda, evitando así todos los sacrificios de ese año y del
futuro.
He llegado al centro del laberinto.
Me enfrento a mi propio minotauro. Sus ojos brillan con feroz dominio.
Su mano captura la mía y me quita de la plataforma. Caminamos
rápidamente a través de las sillas de cuero. Ignora la gritería y los lloriqueos
para compartirme. Todavía estoy sin mi sostén. Estoy desnuda hasta la ropa
interior, y lo último que ven de mí es mi trasero cubierto de blanco.
Estamos solos en una habitación con lámparas tenues y fuego en el hogar.
Aun frente a ese calor, tiemblo. Gabriel se quita la chaqueta y con ella cubre
mis hombros.
Candy no pudo darme una espada, pero tal vez me dejó un ovillo de
cuerda. Espero encontrar el camino de regreso a mí misma cuando todo esto
termine. Quizás algún día regrese a la universidad. Encontraré el amor con
un hombre normal y llevaré una vida normal. Tengo que creer eso, porque
si tengo que vagar por estos pasillos el resto de mi vida, me volveré loca.
—¿Por qué pujaste por mí? —le digo con voz temblorosa.
Gabriel cruza la habitación y se sirve un vaso de algo ámbar. Toma un
trago profundo.
—Por la misma razón por la que lo hicieron los otros hombres.
La pequeña esperanza que no me atrevía a aceptar, el deseo de que
alguien me salvara muere en ese momento.
—Por supuesto que sí.
Regresa y me ofrece el vaso. Bebo un sorbo y toso mientras siento
cómo quema mi garganta. Luego bebo otro sorbo. Inmediatamente me
siento envalentonada, y me doy cuenta de que debería haber comenzado
con esto. Con solo unos pocos tragos, el mundo parece un poco más cálido,
sus afilados bordes se suavizan. Le regreso el vaso y me cierro las solapas
de su chaqueta, escondiendo mis pezones extra rosados.
—Mis cosas están arriba —susurro, mi mirada viaja a cualquier parte
menos hacia él. ¿Me llevará a esa pequeña habitación y me poseerá allí? ¿O
lo hará en esta habitación, sobre un sillón de cuero viejo?
Ríe, y su risa es áspera. Un último trago y el vaso queda vacío.
—¿Ya estás haciendo demandas, virgencita?
Parpadeo, porque no pensé que podría exigir nada. No creía tener ese
poder. Ya no soy nada, pero centímetro a centímetro él me recuerda que soy
aun menos.
—Es solo que… —Se me quiebra la voz—. Mi bolso. Mi teléfono. Un
vestido.
Porque estoy desnuda debajo de su chaqueta, que apenas cubre el lugar
entre mis piernas. Puedo sentir el aire fresco de la habitación deslizarse bajo
mi ropa interior, ya sin vello para protegerme. Todo se siente más expuesto
allí abajo, más vulnerable desde que Candy retiró la cera.
Y luego están mis pechos.
La seda que cubre su chaqueta me roza. Candy tenía razón acerca de
que las luces en aquella sala me harían ver deslucida, los focos apuntaban
hacia la plataforma, pero en esta habitación, solos él y yo, el carmín en mis
pezones resalta lo que él va a hacerme.
Da un paso hacia mí yo retrocedo. Otro paso. Otro. Choco contra la
pared y volteo la cara. Él sostiene mi barbilla y me hace mirarlo. Su mirada
arde de lujuria y dominancia con una intensidad que azota directamente mi
centro.
—Vamos a aclarar una cosa —dice, soplándome la frente—. Te compré.
Eres mía. Vas donde yo digo, cuando yo digo, y haces lo que te diga que
hagas.
Me las arreglo para no estremecerme. «Un millón de dólares.»
Al sostener su mirada, le dejé ver la fuerza que persiste en mi interior,
aunque tenue, pero profunda. Puede tocar mi cuerpo, pero no puede tocar
eso. Lo mismo le dije escaleras arriba.
—Entendido.
—Sí, señor —dice.
Se me encoge el estómago a modo de rechazo instintivo. Presiono los
labios y me enfrento a él con desobediencia. «¿Sería tan malo?», me había
preguntado él. «¿Renunciar al control por un mes? ¿Dejar que alguien más
te guíe? ¿Dejar que alguien te enseñe?» De mala gana murmuro:
—Sí, señor.
La comisura de sus labios se curva.
—No pelees conmigo, virgencita. Lo disfrutaré demasiado.
Probablemente sea cierto. Levanto la barbilla, decidida a enfrentar lo
que sea que él me arroje.
—¿Qué tengo que hacer? —pregunto, desafiante—. ¿Debo ponerme de
espaldas? ¿O sobre mis manos y rodillas?
—Todavía intentas controlar las cosas —reflexiona.
Miro hacia otro lado.
—No, estoy tratando de darte lo que compraste.
—Eso podría haber funcionado con alguno de aquellos imbéciles.
Me coge un bucle del cabello para juguetear, casi con ternura. Luego,
sus gruesos dedos se introducen entre mis mechones rubios oscuros. Su
puño se aprieta. Hago un sonido de queja cuando tira de mi cabeza hacia
atrás, su mirada dorada me recorre. Mis labios están partidos de conmoción
y dolor, y de algo demasiado oscuro para nombrar.
Estudia mi rostro, casi con reverencia.
—De esto se trata ser dueño de una virgen. Mientras no tenga sexo
contigo, aún soy dueño de una”.
Mi respiración se contiene. ¿Eso significa que me está dando una
tregua? ¿O tiene en mente cosas más oscuras para mí? No ha de tener sexo
conmigo para lastimarme. No tiene que tomar mi virginidad para vengarse.
—¿Me vas a hacer daño?
Suelta un suave suspiro de regocijo.
—¿Candy te contó todo sobre sus excéntricos juegos?
Siento que los ojos se me ensanchan. ¿A ella le gustan los juegos
excéntricos? La recuerdo acurrucada como una niña en el regazo de Iván,
con sus piernas flexionadas debajo de sí y sus manos juntas casi en oración.
—Me dijo que no me rindiera.
Su sonrisa se extiende, lenta e insoportablemente sexi. Un hombre como
él no tiene derecho a verse tan atractivo. Debería parecerse a su interior:
oscuro y cruel.
—Bien —dice simplemente—. Será más divertido.
Ella me dijo otras cosas, que al confrontarlo lo haría desesperarse por
más. No le digo eso a Gabriel. No le provocaría miedo. Le gustaría el
desafío.
Se aleja de mí, con los párpados caídos.
—Nos vamos.
Mis manos se tensan sobre su chaqueta. Cada vez que aprieto la tela, un
ligero estallido de esencias masculinas llena el aire.
—Tengo que ir a casa, al menos. No es que quiera controlarte, pero mi
padre….
—Ya se están encargando de él.
Respiro profundamente, pues eso suena más como una amenaza que
como un consuelo.
—¿Qué significa eso?
—Una enfermera ya está con él. Y mañana por la mañana la cubrirá la
enfermera de día.
¿Cómo logró eso tan rápido? Claro, eso es lo que el dinero puede hacer.
Hace solo un año yo tenía dinero, el dinero de mi padre, y casi olvido lo
poderoso puede ser.
—¿Cómo sé que estás diciendo la verdad?
—Dios. —Me pone la mano en el cuello, apretándome tanto que casi
me ahoga—. ¿Sabes lo que le haría a un hombre que cuestione mi palabra?
«No te rindas.» Me encuentro con su mirada a pesar de que me lloran
los ojos, me arden los pulmones.
—Entonces hazlo —susurro—. Si no quieres sexo conmigo, entonces
hazlo.
Me mira como si yo fuera un bicho de otro mundo. Luego sonríe por un
segundo fugaz durante el cual parece inexplicablemente más joven. Su
mano cae y yo respiro profundamente.
—Tendrás que confiar en mí, virgencita. Si quisiera a tu padre muerto,
ya lo estaría.
Un escalofrío me recorre. Esas palabras no deberían ser
tranquilizadoras, pero por algún motivo lo son. Para Gabriel Miller lo más
importante es su palabra, por ello castigó el engaño de mi padre. Lo que
significa que puedo confiar en él hasta cierto punto.
No me mentirá, pero podría lastimarme.
Un zumbido proviene de la mesa donde están las bebidas, y él cruza la
habitación hacia su teléfono. Un vistazo rápido a la pantalla.
—Mi auto está afuera.
Miro mis piernas desnudas. La chaqueta es lo suficientemente grande
como para taparme, pero un paso en falso, una ráfaga de viento y lo verán
todo.
—Pero…
Su expresión se vuelve oscura. Él se acerca y yo me estremezco. Sus
ojos de oro bruñido se encogen. Cuando me rodea por detrás de mi cuello,
no puedo evitar que se me escape un grave sonido de miedo animal. Con
solo ese toque en mi cuerpo me lleva fuera de la habitación, hacia el pasillo.
A lo lejos escucho el sonido de risas roncas, de gemidos femeninos.
¿Damon trajo más mujeres para ellos, mujeres no vírgenes como premios
consuelo?
«Mierda. Un millón de dólares.»
Nos dirigimos en la otra dirección, hacia la puerta principal. Me
estremezco cuando la puerta se abre, revelando un pavimento resbaladizo y
un conductor parado al lado de una limusina. Por suerte o por designio
divino, no hay nadie más en la calle.
Doy un paso por encima del umbral y luego chillo cuando todo mi
cuerpo se levanta en el aire. Mis pies descalzos nunca tocan la acera
mojada. Estoy en los brazos de Gabriel, con la chaqueta torcida y revelada
sin remedio para que cualquiera me vea. Solo vislumbro al valet, quien
desvía sus ojos, justo antes de ser arrojada sin ceremonia sobre los asientos
de cuero. Gabriel entra detrás de mí. La limusina avanza hacia adelante.
CAPÍTULO QUINCE
«Justin acaba de llamarme. Estaba a punto de llorar. Está muy ebrio. LLÁMAME.»
M E DESPIERTO CON una nota que dice solo una cosa: 3:00 pm.
Lo que significa que tengo el resto del día para pensar en mi estrategia
para el juego. Preferiría leer un libro o ver una película. Preferiría ver crecer
el césped, pero al igual que con la profesora del museo, estoy demasiado
hambrienta para la estimulación. Mi cerebro ha decidido ganar,
independientemente de lo que quiera.
Bueno, no diría que quiero perder. Sin embargo, eso no es realmente de
lo que se trata. Se trata de darle una parte de mí, de abrirme más allá de mi
cuerpo. Hay cientos de mitos sobre la forma en que el juego de ajedrez
expone la verdadera identidad de una persona, un hijo perdido durante
mucho tiempo reunido con su padre por una inusual combinación de
ajedrez. Mensajes escritos en madera pintada de blanco y negro, en un
número infinito de movimientos.
Jugaré con Gabriel. Jugaré para ganar, pero no renunciaré a todos los
secretos que tengo.
Cuando llego a la biblioteca, él ya está en uno de los sillones. El tablero
ha sido ordenado, con las piezas negras frente a él. Se pone de pie cuando
entro en la sala, una cortesía de la vieja escuela, adecuada para un juego de
más de mil años.
—Buenas tardes —dice.
Lo miro con cautela mientras rodeo la silla contraria, preguntándome si
todavía estará molesto por lo de Justin. Probablemente, pero no parece
furioso hoy. Tiene esa misma expresión suave y solícita que oculta todo lo
que está pensando. La cara de póker perfecta.
Me retuerzo las manos.
—Sobre Justin.
Su rostro no se mueve un centímetro, pero siento su furia burbujear
cerca de la superficie.
—¿Qué hay de él?
—Necesito que me prometas que no le harás nada.
Utiliza esa voz peligrosamente suave que hace cuando es letal.
—¿Qué le haría a alguien como él?
Me obligo a reunir valor, porque no podría vivir con mi conciencia si
Justin terminara herido. Si terminara como mi padre. Los hombres en mi
vida ya están lo suficientemente arruinados.
—Enviaré hombres a atacarlo.
Se queda callado un momento y todo lo que escucho es el débil crujido
del fuego.
—¿Es eso lo que crees que le hice a tu padre?
Mi coraje flaquea, pero fuerzo mis hombros hacia atrás.
—¿Lo hiciste?
—No envío a otros a hacer mi trabajo sucio. Si quiero moler a golpes a
alguien, lo hago yo mismo.
Lo que no responde si lastimó a mi padre. Aunque mi padre me dijo que
fueron hombres que él no conocía. Varios hombres, con máscaras. ¿Era esa
la verdad? ¿O había sido Gabriel Miller?
Parece serio.
—Y no tengo deseos de golpear a un anciano.
El alivio que siento es más profundo que saber que no estoy en la
misma habitación que el atacante de mi padre. Tiene que ver con el propio
Gabriel. Mis sentimientos por él.
—Le diste al fiscal pruebas sobre mi padre.
—Fue la forma más pública de arruinarlo.
Lo arruinó. Lo debilitó lo suficiente como para que alguien más se
sintiera cómodo enviando hombres detrás de mi padre en un callejón
oscuro. Tal vez no importa que Gabriel no haya lanzado el golpe él mismo.
Él inició la cadena de eventos que llevaron a mi padre a la cama, a estar
conectado a un millón de máquinas diferentes.
—Y comprar a su hija —le digo, con la voz un poco temblorosa—. En
una subasta pública. Tu idea, lo recuerdo.
—Una de mis mejores ideas.
No me estremezco por fuera. Por dentro, me enferma que me importe
un hombre que me manipula como una pieza de ajedrez. ¿Mi padre?
¿Gabriel? Tienen eso en común, sus pesadas manos moviéndose por el
tablero.
Las piezas se alinean, tan ordenadas y educadas. El campo de batalla
antes del derramamiento de sangre.
—Juego con las piezas blancas.
—Hiciste el primer movimiento —dice porque fui al Retiro aquella
noche.
Tiene razón. Si no lo hubiera hecho, nunca hubiera conocido a Gabriel,
no hubiera sido subastada, no estaría en su finca. ¿Lo cambiaría si pudiera?
Hubiera perdido la casa, el único vínculo con mi madre. Debería haber
aceptado la propuesta de tío Landon, condenándome a un matrimonio con
un hombre al que considero de la familia tanto como un tramposo, un
hombre que hubiera mantenido una virgen durante un mes mientras estaba
comprometido conmigo.
Tomo asiento y estudio el tablero. Las piezas son brillantes, bien
pulidas, no polvorientas. Obviamente talladas a mano, caras, pero no
especialmente ornamentadas para un hombre tan rico como Gabriel. Él
tiene ventaja por jugar en casa, pero puedo inferir más de ello.
—¿Cuándo conseguiste este juego?
Sonríe brevemente.
—El día antes de tu llegada. Lo encargué después de la noche que
visitaste el Retiro. Bueno, unos días después. Cuando Damon consiguió la
carta de tu maestro de ajedrez.
Mis ojos se ensanchan.
—No hay forma de que lo hayan hecho tan rápido.
—Pagué un precio especial —dice—. No estoy seguro de que el artista
haya dormido mucho.
Miro el juego con nuevos ojos. Nadie jugó con él antes. El simbolismo
me toca más de lo que deseo. Un juego virgen. Como yo.
—¿Por qué?
—Llámame extravagante.
Es extravagante, pero también es metódico, inteligente. Estratégico.
Todo lo que hace tiene un propósito. Debe haber planeado ofertar por mí
desde el momento en que sugirió la subasta. Vergüenza pública. El triunfo
final sobre mi padre. Debería odiarlo por eso, pero no puedo, no más de lo
que puedo odiar a mi padre por perder.
Muevo mi peón a e4, una apertura sencilla. No le da ninguna pista sobre
mí, pero necesito aprender algo sobre él si voy a ganar.
Piensa apenas un segundo antes de mover un peón a c5. La defensa
siciliana. No me dice mucho, excepto que no es un principiante. Si hubiera
hecho el gambito de rey, podría haberlo guiado, hacerle creer que tenía una
oportunidad antes de acabar con él. Él sabe lo suficiente como para
desafiarme.
—Un juego interesante para una especialista en mitología —murmura,
mirándome—. Un poco agresivo. Matemático.
Si está tratando de distraerme, no funcionará. Muevo mi caballo a f3,
permitiéndole hacer sus movimientos antes de sorprenderlo.
—En realidad, el ajedrez está profundamente arraigado en la mitología.
Desde sus muchas historias acerca de su creación, hasta las guerras que se
ganaron y perdieron con él. Filósofos, reyes, poetas. Personas de todos los
ámbitos de la vida han usado el ajedrez para explicar cosas.
Él sonríe y juega de nuevo.
—¿Entonces no crees que fue inventado por Moisés?
Moisés es uno de los muchos que se dice inventaron el juego. El
guerrero griego Palamedes lo creó para demostrar posiciones de batalla. Un
filósofo indio lo diseñó para decirle a la reina que su único hijo había sido
asesinado. Me interesa la verdad, pero las historias también nos cuentan
mucho sobre las personas a lo largo de la historia.
Muevo de nuevo.
—No son solo los mitos que rodean al ajedrez. El ajedrez en sí es un
mito, ¿sabes? Un juego de jerarquía, de guerra. Es un relato que la personas
han utilizado durante eones para explicar conceptos complejos.
Matemáticas, sí. Geometría. Negocios. Filosofía. Incluso el amor.
—El amor —dice, haciendo un gambito de caballo—. En un juego de
guerra.
No logro notar si sus palabras refutan esa posibilidad o se maravilla con
ella. De cualquier manera, no estoy segura de poder hablar sobre el amor
con un hombre que me ha comprado como ganado. O tal vez, como la
brutalidad del ajedrez, su propiedad sobre mí sea el mito perfecto para
explorarlo.
Me llevo su caballo.
—Y si crees que los arqueólogos no son agresivos, nunca los has visto
pelear por un nuevo hallazgo.
Nuestros próximos movimientos se realizan en silencio mientras
luchamos por el control del tablero, llegar al centro, establecer nuestras
fortalezas desde las que librar la batalla final.
CAPÍTULO VEINTIOCHO
* * *
NORTH SECURITY
Overture
Concierto
Sonata