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¡Cuidémonos!
Créditos

Traducción
Mona

4
Corrección
AnaVelaM

Diseño
Bruja_Luna_
Índice
IMPORTANTE ______________________ 3 17 _____________________________ 103
Créditos ___________________________ 4 18 _____________________________ 109
Sinopsis ___________________________ 7 19 _____________________________ 116
Prólogo ___________________________ 8 20 _____________________________ 124
1 _______________________________ 10 21 _____________________________ 131
2 _______________________________ 16 22 _____________________________ 139
3 _______________________________ 22 23 _____________________________ 146
4 _______________________________ 29 24 _____________________________ 152 5
5 _______________________________ 33 25 _____________________________ 158
6 _______________________________ 38 26 _____________________________ 164
7 _______________________________ 42 27 _____________________________ 172
8 _______________________________ 49 28 _____________________________ 178
9 _______________________________ 53 29 _____________________________ 185
10 ______________________________ 58 30 _____________________________ 191
11 ______________________________ 62 31 _____________________________ 197
12 ______________________________ 68 32 _____________________________ 204
13 ______________________________ 75 33 _____________________________ 211
14 ______________________________ 81 34 _____________________________ 217
15 ______________________________ 90 35 _____________________________ 223
16 ______________________________ 97 36 _____________________________ 233
Reign of Freedom _________________ 238 Acerca de las Autoras ______________ 239

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Sinopsis
H
e pasado años intentando ser alguien que no soy. Controlado y
humanizado.
Aun así, la oscuridad acecha en mi interior, esperando una
oportunidad para liberarse.
Como director de la Universidad Corium, debo mantener la profesionalidad y
controlarme.
Lo consigo hasta el día en que descubro que tengo una hija, y todos los muros
cuidadosamente construidos a mi alrededor empiezan a desmoronarse.
Sé que necesito una válvula de escape, una forma de desconectar, y entonces
ella aterriza en mi regazo.
Delilah.
Quiero castigarla, humillarla y herirla de las mejores maneras. 7
No es más que un juego del gato y el ratón hasta que descubra los secretos que
esconde...
Prólogo
Lucas

A
prieto con fuerza su delgada garganta mientras follo su húmedo coño sin
parar. La confusión se dibuja en su rostro un segundo antes de que sus
ojos azules se abran de par en par, buscando en los míos mis
intenciones. Me pregunto qué ve o qué cree que estoy haciendo. Ni yo mismo lo sé.
Sea lo que sea lo que ve, me agarra frenéticamente del brazo que la sujeta.
Abre la boca, pero no sale nada más que una mordaza estrangulada. El sonido me
hace bombear más rápido, y la forma en que su piel se tiñe de púrpura me aprieta las
pelotas. Se le llenan los ojos de lágrimas. Fascinado, veo cómo cada una de ellas
rueda por un lado de su mejilla, deseando que llevara maquillaje para poder ver
cómo se corre por todas partes.
Por supuesto, Charlotte no necesita llevar nada en la cara. Tiene la clase de piel
por la que otras mujeres rezan.
8
Presa del pánico, empieza a forcejear conmigo en serio, intentando apartarme
moviendo las caderas y clavándome sus afiladas uñas en la piel. Su lucha no hace más
que tensar su coño y excitarme aún más.
Tengo su vida en mis manos. Podría acabar con ella ahora, apagarla y ver cómo
se le escapa la vida de los ojos, igual que hago con los pobres tipos que se atreven a
subir al ring conmigo.
Pero esto... esto es diferente. Charlotte es una mujer inocente que no ha hecho
nada. Ella no pidió esto, ni se lo merece. Tal vez esa es la razón por la que mi habitual
yo entumecido está tan jodidamente excitado. He matado a tantos hombres que ya
casi no me pica.
Sonriendo, me la follo tan fuerte como puedo. El sudor me resbala por la frente
y respiro entrecortadamente por el cansancio. Charlotte sigue arañándome el brazo
como una gata salvaje, me araña tan profundamente que sé que me va a dejar
cicatrices.
Su cara se está poniendo azul y una pequeña vena de su ojo derecho ha
reventado, llenando la parte blanca de un rojo furioso. Me muelo dentro de ella hasta
que finalmente reviento. Mi visión se nubla y todo mi cuerpo tiembla de agotamiento.
Le suelto la garganta y me desplomo sobre ella justo cuando se esfuerza por
respirar. Inmediatamente le da un ataque de tos y me empuja para apartarme.
—¿Qué carajo te pasa? —chirría, apenas le salen las palabras entre sus
esfuerzos por aspirar aire.
—Todo —susurro contra su piel.
—¡Suéltame, Lucas! —me grita al oído, haciendo que me duela el cerebro.
Ruedo hacia un lado y me pongo boca arriba. Charlotte se levanta de la cama
y recoge sus cosas a toda prisa. La veo vestirse frenéticamente mientras grandes
lágrimas ruedan por su hermoso rostro. Sus mejillas han recuperado su color habitual,
pero en su delicado cuello aún quedan manchas rojizas y azuladas.
—Te corriste dentro de mí—. Su voz ronca se quiebra al final—. Te dije que no
tomo anticonceptivos.
—Toma algo de dinero de la cómoda. —El dinero lo arregla todo.
—No soy una prostituta.
—Deberías serlo con ese coño.
—¡Eres un puto psicópata!. —Sale de la habitación, cerrando la puerta tras de
sí antes de que las dos únicas palabras que me vienen a la mente salgan de mi boca.
9
—Lo sé.
1
Delilah

D
escorro la cortina que cubre la ventana y me asomo al estacionamiento.
Llevo días escondida en esta habitación de hotel, intentando armarme
de valor para salir de la ciudad. Sé que tengo que hacerlo. Ya no es un
"debería”. No hay otra opción.
El zumbido de mi teléfono me acelera el corazón. Lo saco del bolsillo y sonrío
al ver su mensaje en la pantalla.
Nash: ¿Estás bien?
Yo: Sí, todavía en el motel, pero estoy pensando en irme.
Nash: Probablemente sea una buena idea. Te digo que el puto Rossi se está
cargando a tu familia.
Familia. Ja. Me importan una mierda. La única persona que me importa es Nash.
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Nash: Ve al lugar del que te hablé. ¿Te acuerdas?
¿Cómo podría olvidarlo? Me ha hecho memorizar la dirección, diciéndome que
vaya allí si necesito esconderme.
Yo: ¿Y tú? ¿No puedes venir a buscarme?
Miro la pantalla, esperanzada. Ojalá viniera conmigo.
Nash: No. Te veré allí. Pase lo que pase, ve allí. Incluso si no sabes nada
de mí, estarás a salvo.
Yo: ¿Por qué no tendría noticias tuyas?
Nash: Yo podría ser el siguiente.
Yo: No digas eso.
Sólo de pensar en perderlo me duele el pecho.
Nash: No te preocupes por mí. Sólo tienes que ir al lugar y borrar su
teléfono.
Yo: De acuerdo.
Dejo caer la cortina después de mirar fijamente el estacionamiento casi vacío
durante unos segundos. Tengo miedo de salir de esta habitación, pero tengo más
miedo de lo que pasará si no lo hago. Tal y como Nash me enseñó, restablezco el
teléfono a los ajustes de fábrica, borrando todas las llamadas, mensajes y números de
teléfono guardados.
Haciendo acopio de todo el valor que puedo, aprieto la correa de mi mochila y
me dirijo hacia la puerta. Todo lo que tengo que hacer es salir de la habitación y
empezar a caminar hacia la estación de tren.
Una vez fuera de North Woods, me resultará más fácil pasar desapercibida,
pero hasta entonces, necesito poner tanta distancia como sea posible entre este
pueblo y yo. Abro la puerta de la habitación del hotel y salgo al pasillo vacío,
comprobando en ambas direcciones si hay algún posible asaltante.
Con una persona como Quinton Rossi tras de ti, nunca puedes estar demasiado
segura. Cuando estoy segura de que no hay moros en la costa, empiezo a caminar
hacia la escalera. Me obligo a ignorar la voz en mi cabeza que me dice que me dé la
vuelta. Pase lo que pase, nunca volveré a estar a salvo aquí, no después de lo que ha
pasado.
Bajo las escaleras y atravieso el vestíbulo del hotel, donde la recepcionista
sonríe al verme. Aparto la mirada y se me revuelve el estómago al llegar a las puertas,
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que se abren automáticamente en mi presencia.
No hay vuelta atrás después de esto.
Todo es correr hasta llegar a un lugar donde nunca me encuentren.
En contra de mi buen juicio, salgo de la protección del hotel y camino hacia la
estación de tren. Sigo las indicaciones de mi teléfono, mis piernas se mueven deprisa
y mi corazón galopa en mi pecho mientras miro por encima del hombro cada dos
segundos para asegurarme de que no me siguen. Una furgoneta pasa lentamente
antes de detenerse en la carretera. Las ventanillas están oscurecidas, pero no
importa. No necesito ver el interior para saber quién está dentro de ese vehículo.
El miedo me recorre la espina dorsal y mis instintos de lucha o huida entran en
acción en cuanto se abre la puerta y aparece ante mí la figura de Quinton Rossi.
Camino hacia atrás y me doy la vuelta, preparada para salir corriendo, pero no soy lo
bastante rápida. Carajo. Quinton me agarra por detrás de la blusa y me arrastra hacia
la furgoneta.
Presa del pánico, me retuerzo en su agarre, intentando escapar de él. Su
penetrante mirada azul choca con la mía y la frialdad me hiela hasta los huesos.
—Hablemos un poco... —Gruñe, y antes de que pueda comprender lo que está
pasando, me empuja dentro de la furgoneta, mi culo aterriza desordenadamente en
el asiento mientras la puerta se cierra de golpe, encerrándome dentro.
Me tiemblan las manos mientras me acomodo lentamente en el asiento. Siento
que Quinton me mira fijamente y mantengo la vista clavada en el suelo. La furgoneta
empieza a moverse y me pregunto adónde me llevará. No pienso preguntárselo. Voy
a mantener la boca cerrada el mayor tiempo posible.
—¿Quién es Nash Brookshire para ti y de qué lo conoces? —Su voz es aguda,
pero ignoro su pregunta, casi como si no la hubiera oído—. O quizá Matteo Valentine.
¿Te suena ese nombre?
Trago saliva por el nudo de miedo que se me forma en la garganta. Sé el poder
que tiene Quinton y lo que hará si descubre que estamos emparentados. Nash, en
cambio, es otra historia.
—El silencio no los salvará. Demonios, tampoco te salvará a ti. De una forma u
otra, me dirás lo que quiero saber. Todo el mundo lo hace. —Su advertencia es clara.
Hará cualquier cosa para vengarse. Cualquier cosa.
Aunque estoy temblando, consigo mantener la compostura. —No tengo nada
que decirte. 12
—Por supuesto que no. —Quinton sisea entre dientes—. Sé que estás conectada
a ellos, y voy a averiguar de qué manera, aunque tenga que torturarte hasta que me
des las respuestas que quiero.
La furgoneta hace un giro brusco y me encuentro pegada a la ventanilla, con el
estómago revuelto y la bilis subiendo por la garganta. Mierda, creo que voy a vomitar.
El resto del trayecto transcurre en silencio, y el silencio es casi peor que las repetidas
preguntas, porque el silencio significa que está pensando, y si está pensando, yo
estoy muerta.
No estoy segura de cuánto tiempo hace que sus hombres nos lleven en la
furgoneta, pero en cuanto nos detenemos, mi miedo aumenta exponencialmente.
—¿Dónde me has traído? —pregunto, tratando de ocultar el miedo en mi voz.
—Ahora quieres hablar. No, no lo creo. Esto no funciona así. Yo hago las
preguntas, y tú das las respuestas.
Me agarra por la muñeca y me saca del vehículo en cuanto se abre la puerta.
Me tiemblan las piernas, pero de algún modo consigo mantenerme en pie mientras
me arrastra hacia un edificio que parece ser un almacén. Miro a mi alrededor,
intentando averiguar adónde me ha traído, pero parece que estamos en medio de
ninguna parte.
Más adelante se abre una puerta y Quinton me agarra con más fuerza. Entramos
en un pasillo, las luces se encienden cuando entramos y veo a un par de hombres que
nos siguen; sus pesadas pisadas se filtran en mis oídos.
Ni siquiera intento salir corriendo. Soy muchas cosas, pero tonta no es una de
ellas.
Quinton se detiene y abre una puerta a la derecha, tirando de mí hacia dentro
con él, sin demasiada delicadeza. De nuevo, apenas consigo mantenerme en pie con
los bruscos movimientos. A estas alturas me arrastra detrás de él. La habitación se
ilumina con una luz tenue que se estremece sobre nosotros.
Entrecierro los ojos y me fijo en la silla del centro de la habitación. Quinton me
suelta y me empuja hacia ella.
—Siéntate y ponte cómoda porque no te irás hasta que obtenga las respuestas
que quiero.
—Ya te lo he dicho... —Mis palabras son interrumpidas por un empujón aún
más fuerte hacia la silla. Tomo asiento porque no estoy segura de lo que está dispuesto
a hacer para que siga sus órdenes, y no tengo muchas ganas de averiguarlo. Me siento
y lo miro de frente, con su rostro medio ensombrecido en la oscuridad.
—Agarra la cuerda —Quinton lanza las palabras por encima de sus hombros.
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—¿Cuerda? —balbuceo. Ahora me arrepiento aún más de haberme sentado.
La estúpida de mí se metió en la boca del lobo.
—Sí. No voy a arriesgarme a que escapes. Estarás atada a esta silla hasta que
esté satisfecho con la información que me proporciones. A partir de ahí, veremos qué
pasa con tu patética vida.
Me muerdo la lengua, el sabor cobrizo de la sangre me llena la boca. Nada de
lo que le diga me sacará antes de esta habitación, y no voy a darle las respuestas que
busca porque sé que nos matará a todos. Uno de sus hombres entra en la habitación
y mi mirada se fija en la cuerda que lleva en la mano.
Incluso en la penumbra, capto la sonrisa viscosa de sus labios. Es un cabrón
enfermo, lo sé.
—Átala y hazlo rápido —ordena Quinton.
Un escalofrío me recorre la espalda y todos mis instintos me dicen que me
mueva, que intente escapar, pero me resisto. Ni siquiera miro al hombre mientras me
ata las piernas a la silla y su contacto se prolonga más de lo necesario. Sus ásperos
dedos recorren el interior de mi muslo y me dan ganas de vomitar. Lo único que
quiero es apartarlo de un empujón, pero con las manos a la espalda, estoy indefensa
ante su ataque.
—Ya basta —gruñe Quinton, y casi me olvido de que sigue aquí—. La quiero
atada, no manoseada.
Me sorprende que parezca importarle un bledo lo que me pasa. O simplemente
quiere ser él quien me haga esto. Sí, eso me gusta más. He oído historias sobre él, y
sé de lo que es capaz. Probablemente quiere romperme él mismo.
El tiempo pasa a paso de tortuga durante las siguientes horas, mientras
empieza a interrogarme. Los minutos pasan, pero parecen horas. Quiero que esto
termine, pero ponerle fin significaría que tendría que darle lo que quiere, y eso nunca
lo haré.
—¡Todo esto podría acabar si me dijeras lo que quiero saber, carajo!. —
Quinton grita, su voz me perfora los tímpanos. Se me aprieta el estómago, y tengo la
garganta y la lengua tan secas que parece que haya estado masticando bolas de
algodón.
—Por favor, tengo hambre y estoy cansada y no tengo nada que decirte.
Se abalanza sobre mí, me gruñe en la cara y me escupe saliva en la mejilla. —
Eres una puta mentirosa, y los dos lo sabemos. Dime lo que quiero saber, y todo esto
puede acabar.
Las lágrimas se me agolpan en el fondo de los ojos y estoy tan agotada que ni
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siquiera me hace gracia. Por mucho que parpadeo, las lágrimas se escapan y se
deslizan traicioneramente por mis mejillas. Odio con todo mi ser que me vea tan
débil, pero ya no me importa.
—Tus lágrimas no me hacen una mierda, así que si estás intentando que me
sienta mal por ti, ¿tal vez deberías esforzarte más?
—Ya te he dicho medio millón de veces que no sé quiénes son. No sé nada y no
tengo información para ti. —Las lágrimas se hacen más grandes, y mi dolor y
agotamiento pasan a primer plano. Es todo lo que puedo sentir y ver.
Quinton es resistente y se niega a mostrar remordimientos. En cuanto empiezo
a rendirme por el agotamiento, hace que uno de los hombres me tire un cubo de agua.
Está fría y me cala hasta los huesos hasta que soy un desastre tembloroso y mi cuerpo
está a punto de ceder por completo.
—Por favor, no puedo seguir con esto. No tengo ninguna información. Por favor,
te lo ruego. —Tal vez le diría lo que quiere si supiera que eso no haría que me
mataran. Valoro más mi vida que ceder.
Se inclina hacia mí, llenando mi campo de visión. No hay nada en el mundo más
que cansancio, hambre y frío. No puedo dejar de temblar. Apenas puedo mantener
los ojos abiertos para mirarlo.
Me toma por la barbilla y me levanta la cabeza. No hay luz en esos ojos. No hay
alma tras ellos. Sólo pozos negros interminables. —Vas a decirme lo que quiero
saber.
—¿Cómo puedo? —Me castañetean tanto los dientes que apenas puedo
hablar—. ¿Cuándo no tengo nada de lo que quieres?
—Vamos. Ambos sabemos que estás mintiendo. Mentirás hasta tu último aliento
para proteger a esos cabrones. ¿De verdad crees que harían esto por ti? —Me empuja
la cabeza antes de retroceder—. Te venderían en un santiamén. No existe el honor ni
la lealtad para unos cabrones sin corazón como ellos. ¿Valen esto?
Ya no tengo fuerzas para mantener la cabeza erguida. Me cuelga baja, con el
cabello chorreando cayendo a ambos lados. —No sé nada. Por favor, para. Estás
perdiendo el tiempo.
—¿Yo? Tengo todo el tiempo del mundo. —Sus pesadas pisadas van y vienen,
pero no puedo levantar la cabeza para mirarlo. Estoy demasiado débil y dolorida. De
todos modos, no quiero verlo. No quiero mirar sus ojos sin alma.
Los pasos se detienen frente a mí. —Vas a ver lo paciente que soy. Puedo
esperar eternamente. La pregunta es, ¿puedes tú?
Hay tanta maldad en su voz. Fría, dura, inhumana. Levanto la cabeza
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lentamente, aun temblando, con los ojos ardiendo por el esfuerzo de mantenerlos
abiertos. —Por última vez, no puedo ayudarte. No sé nada.
La sonrisa que me dedica se balancea en el filo de un asesino en serie que te
sonríe antes de matarte. —Veremos si unas semanas de soledad te sueltan un poco la
lengua. Te ayudarán a ver las cosas de otra manera. —No tengo oportunidad de
preguntarle de qué está hablando antes de que haga un gesto a uno de sus hombres.
Entra en acción, me desata, me sujeta la muñeca con firmeza y me obliga a ponerme
en pie. Mis tambaleantes piernas apenas me mantienen en pie y nos ponemos en
marcha. No me molesto en levantar la vista porque sé a dónde me lleva.
Mi pesadilla no ha hecho más que empezar.
2
Lucas

M
is pasos resuenan por los grandes pasillos vacíos del castillo mientras
acompaño a Aspen y Quinton a la sala de reuniones. El único otro
sonido es el rápido latido de mi propio corazón, que empuja la sangre
por mis venas a una velocidad irregular. Me tiemblan las manos y siento que el
estómago se me revuelve con más ácido de lo normal.
Ha pasado tanto tiempo que tardo un momento en reconocer este sentimiento
extraño. Miedo. Tengo miedo, que es una noción con la que no estoy muy
familiarizado.
Nunca tengo miedo. Solía meterme en una jaula de acero de buena gana,
sabiendo que sólo una persona sobreviviría al combate. Al principio lo hacía por el
dinero, luego simplemente por diversión. Sí, diversión. 16
Entonces, ¿por qué siento miedo ahora? Tal vez sea el hecho de que no es mi
vida la que está en peligro. Es la chica que camina unos pasos detrás de mí. La chica
que no sabía que era mi hija hasta esta mañana.
Mi hija. Carajo.
Todavía no puedo hacerme a la idea. Yo, un padre. Para Aspen de todas las
personas. La culpa se arremolina en mi miedo, haciendo que me duela la cosa inútil
que tengo en el pecho. No puedo ser padre; se supone que un padre ama a su hijo, y
yo soy incapaz de hacerlo.
Lo único que puedo darle ahora es protección. No importa el resultado de esta
reunión, no la dejaré morir.
A medida que nos acercamos a la sala, aparto todos esos molestos
sentimientos, dudas y temores y pongo mi bien ensayada cara de juego. No la dejaré
morir de ninguna de las maneras, pero el mejor escenario sería un voto unánime. Así
que, de momento, eso es lo que vamos a hacer.
Un momento después entramos en la sala de reuniones. En el centro del
espacio hay una gigantesca mesa ovalada que parece haber formado parte del
castillo desde su construcción. Alrededor de la mesa están todos los miembros
fundadores, incluidos Xander y mi hermano, Nic. También están nuestros amigos,
Julian Moretti, Lucian Black, Adrian Doubeck, Enzo King y la Dra. Lauren.
Alessio Bianchi es un comodín para mí, pero esperemos que Quinton haya
llegado a él, como dijo. Nathaniel Brookshire y Katharina Ivanov no son amigos ni
mucho menos, pero al menos Katharina aceptó votar a nuestro favor. Ahora sólo
tenemos que convencer al imbécil de Brookshire para que haga lo mismo.
Los ojos de Nic encuentran los míos inmediatamente, buscando cualquier tipo
de vacilación. Como siempre, es el hermano mayor preocupado. Supongo que eso
nunca cambiará. Es la única otra persona que sabe lo de Aspen, aunque creo que
Xander probablemente también lo sepa. Al menos ésa es la sensación que me ha dado
en la boda de antes.
Al mirar alrededor de la mesa, veo a Brookshire mirando fijamente a Aspen, y
sus ojos brillantes se estrechan aún más cuando abro la boca.
—Tomen asiento —ordeno, y todos nos sentamos al final de la mesa—. Como
pedimos, pueden hacer cualquier pregunta ahora.
—Así que es verdad. ¿Te casaste? ¿Por eso mataste a mi hijo? ¿Pensaste que
simplemente te saldrías con la tuya porque eres un Rossi?
—Lo maté porque me atacó.
17
—Claro que sí, ¿y tienes alguna prueba de ello?
—Su palabra es prueba suficiente —interviene Quinton—. Nash llevaba meses
intentando llegar a ella y sabía que estaba bajo mi protección. No había razón para
que estuviera en su apartamento.
—¿Tal vez ella lo invitó? Quién sabe, con cuántos tipos se acostó a tus espaldas.
Quinton parece dispuesto a golpear la cara de Nathaniel contra el borde de la
mesa, cosa que no me importaría ver.
Como era de esperar, Aspen habla por sí misma. —Yo no invité a Nash a entrar.
De hecho, le pedí que se fuera. Le dije que se alejara de mí varias veces. No lo hizo.
Luego admitió haberme drogado. Me dio una droga que me hizo abortar.
Brookshire niega. —Estás mintiendo. Muchas palabras y ninguna prueba.
—Dice la verdad. Yo misma examiné a Aspen —anuncia la Dra. Lauren.
—También hice que mi médico personal la examinara justo después del
ataque, y estuvo de acuerdo. Además, tenemos un vídeo grabado con el teléfono de
Nash que prueba que estaba allí cuando Aspen fue atacada. Todo eso me lleva a creer
que fue su hijo quien mató a mi nieta.
Por primera vez desde que entramos en esta habitación, Nathaniel está un poco
pálido. El comentario de Xander parece haberlo erizado el vello. —Todo eso son
especulaciones, y aunque hubiera algo de verdad en ello, las normas de Corium son
claras. Ninguna muerte de ningún estudiante puede tener lugar en los terrenos de la
escuela.
—Por supuesto, tienes razón —ofrece Xander—. Pero son circunstancias muy
especiales y, por supuesto, ofreceremos algo a tu familia como gesto de buena
voluntad.
—¿Hiciste esa misma oferta a la familia Valentine? ¿Es por eso que están todos
muertos? ¿No aceptaron tu trato?
—Estamos aquí para hablar de Aspen. Los Valentine no tienen nada que ver
con esto.
Los ojos de Nathaniel se convierten en rendijas mientras me mira con
hostilidad. —Claro que no. Me pregunto si el resto de Corium está de acuerdo con
eso. Por no hablar de todos con los que trabajamos. —Se gira hacia Xander—. Puede
que tu familia sea poderosa, pero tu alcance tiene un final, ¿sabes?
—¿Me estás amenazando? —Xander levanta una ceja.
—Por supuesto que no. Sólo digo la verdad. —El ligero retroceso de Nathaniel
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casi me hace esbozar una sonrisa.
—Menos mal que nuestra familia acaba de ampliarse, solidificando a uno de
nuestros aliados con un matrimonio. —Xander sonríe, sus ojos se posan en Aspen y
Quinton.
—¿Aliado? Aunque Mather no estuviera muerto, apenas te habría servido de
ayuda.
Nic me dedica una inclinación de cabeza tan leve que la mayoría de la gente la
pasaría por alto, pero yo no soy la mayoría de la gente, y sé exactamente por qué está
llamando mi atención. Ha llegado el momento. El momento en que tengo que hablar.
No creía que fuera a ser para tanto, pero ahora que ha llegado el momento, tengo que
forzar las palabras. No porque me avergüence de que Aspen sea mi hija. Me
avergüenzo de mí mismo. De fallarle.
—Clyde Mather no era el padre biológico de Aspen —miro a mi alrededor ante
las expresiones de curiosidad de todos hasta que por fin pronuncio las dos últimas
palabras—. Yo lo soy.
—¿Tú eres su padre? —Nathaniel balbucea, tan sorprendido como el resto de
los miembros fundadores.
Miro a Aspen y la veo mirándome con la boca abierta y los ojos desorbitados.
Por un segundo, me arrepiento de no habérselo dicho en privado, pero la verdad es
que no sabía cómo, o quizá era demasiado cobarde.
—Sí. Aspen es mi hija biológica —afirmo con firmeza mientras miro unos ojos
azul pálido tan parecidos a los míos—. Nic es su tío, y aunque estamos de acuerdo en
que ha roto la regla, también estamos dispuestos a rectificar su acción de otra manera.
Mi familia está dispuesta a ofrecerle parte de nuestro territorio.
—Eso no me devolverá a mi hijo.
—Tampoco matarla —dice Nic por primera vez, con su voz profunda y
penetrante de siempre. Lleva el cabello oscuro peinado hacia atrás y sus rasgos están
desgastados, pero sigue pareciendo tan peligroso como siempre. Por algo llaman
diablo a mi hermano—. Pero dejarla vivir les dará tranquilidad a ti y a tus otros hijos.
—¿Tranquilidad? —Nathaniel se burla.
—Sí, porque significa que no iré por tu familia por matar al heredero del
imperio Rossi —añade Xander despreocupadamente, aunque todos saben que su
amenaza se toma muy en serio.
—¿Y qué hay del resto de ustedes? —Nathaniel se dirige a los miembros
fundadores—. ¿Creen que deberíamos dejarla vivir? Qué les parecería eso al resto
19
de alumnos y a sus padres?
—Es una votación a ciegas —explico—. Nadie tiene que decir lo que vota.
—Supongo que entonces sólo queda una cosa por hacer. Vamos a votar. —
Nathaniel se echa hacia atrás en su silla, cruzando los brazos sobre el pecho.
—Empecemos. —Asiento y me levanto de la silla. Tomo el gran cuenco
metálico de la vitrina que cuelga de la pared—. Si estás de acuerdo con que Aspen
viva, simplemente escribe una V en el papel. Si crees que su castigo debe ser la
muerte, escribe una X en el papel.
Doy la vuelta a la mesa y dejo que cada miembro fundador saque un papel para
escribir su voto. Cuando me muevo por segunda vez, todos vuelven a tirar su papel
doblado. A cada paso, siento el cuenco más pesado en mis brazos, aunque sé que su
peso es insignificante. Los papeles que hay dentro no deberían pesar nada, pero cada
uno de ellos me parece un kilo más.
Vuelvo a mi asiento, tiro todos los papeles y les enseño a todos el cuenco vacío.
Uno a uno, despliego cada papel y, al ver la V garabateada, respiro un poco más
tranquilo.
Cuando sólo quedan dos, el sudor me resbala por la frente y necesito toda mi
concentración para ir a un ritmo uniforme y no romper los últimos papeles.
El noveno papel dice una V. Sólo queda uno. Ya está. El último voto.
Desdoblo el décimo papel, conteniendo la respiración.
V, es una V.
Expulso el aire de mis pulmones y el alivio me invade como un maremoto. Lo
hemos conseguido. Aspen está a salvo.
La habitación se despeja rápidamente y Nathaniel sale corriendo como si no
pudiera escapar lo bastante rápido. Le lanza una mirada más a Aspen, pero ella
parece demasiado conmocionada para darse cuenta.
—Aspen. —Quinton la toma del brazo suavemente.
—Creo que podría estar en shock. —Aspen jadea suavemente.
—Ahora estás a salvo. Todo ha terminado —le asegura Quinton, pero ella aún
no parece convencida.
—Aspen. ¿Estás bien? —Xander se acerca a la silla de Aspen y le da un vaso de
agua—. Supongo que cualquiera podría ser excusado por sentirse abrumado en un
momento como este.
—Gracias. —Toma el agua con mano temblorosa.
—Hacemos lo que hay que hacer por uno de los nuestros —le dice Xander.
20
Le doy a Aspen unos minutos más para que se recomponga mientras yo repaso
el discurso que he estado memorizando todo el día.
Estoy a punto de llamar su atención cuando me mira directamente a los ojos. Su
mirada se llena de determinación y de repente se levanta. Quinton le rodea la cintura
con un brazo como si quisiera llevársela. Es mi señal. Me aclaro la garganta. —¿Puedo
hablar un minuto contigo?
Aspen intercambia una mirada con Quinton y asiente. —Adelántate. Te
alcanzaré.
Entonces estamos solos. No es la primera vez que estamos solos, pero hoy es
diferente. Ella vuelve a sentarse. Yo decido quedarme de pie un rato más. No sé por
dónde empezar, lo que había pensado antes se ha esfumado, así que digo lo único
que se me ocurre. —Espero que no me odies por soltar eso delante de todos.
—No lo hago. Probablemente me salvaste la vida.
—No del todo. Hiciste mucho de eso por tu cuenta.
—¿Así que es verdad? —Me mira a la cara, buscando una mentira o algún
parecido que no haya visto antes.
—Quiero que sepas que no tenía ni idea de que hubiera una niña. —Camino
por la habitación, incapaz de quedarme quieto un momento más—. No hasta que
vimos ese vídeo juntos. No sabes lo sorprendido que me quedé. Porque vi a una mujer
llamada Charlotte, y la época en que estuvimos juntos coincidió más o menos con tu
nacimiento. Lo último que supe es que murió hace unos años, lamento decirlo.
Me froto las manos con nerviosismo. —Fue suficiente para que quisiera
profundizar en la situación. Hice cotejar tu ADN con el mío. Los resultados llegaron
hoy temprano y confirmaron nuestra conexión.
—¿Hoy temprano? ¿Antes de...?
Dejo de pasearme. —Sí. Antes de la boda. Tuve el honor de llevar a mi hija al
altar y entregarla. —De nuevo, me arrepiento de no habérselo dicho antes. Debería
haberlo hecho, pero no sabía cómo reaccionaría. Respiro hondo—. Seguro que tienes
muchas preguntas.
—Sólo alrededor de un millón. La que más destaca es ¿por qué mi madre
biológica te tenía tanto miedo? No lo entiendo.
Directo al grano. Es el único tema del que no quiero hablar, pero más que nada,
le debo la verdad. —Honestamente, a veces siento que solía ser una persona diferente
en ese entonces. Era joven y estaba herida y jodidamente perdida. Era imprudente y 21
no me importaba nada. Lo siento, Aspen. Probablemente no es lo que quieres oír,
pero me alegro de que no me conocieras entonces. —Tan jodidamente contento.
Charlotte hizo lo correcto al ocultarme a nuestro hijo.
—Me alegro de haberte conocido. —Las palabras de Aspen me golpearon con
más fuerza que un peso de cincuenta libras sobre mi pecho.
—Te contaré todo lo que quieras saber. Tenemos todo el tiempo del mundo
ahora que estás a salvo. Por ahora, no querrás hacer esperar demasiado a tu familia
política. La paciencia de Xander no es legendariamente generosa.
Una pequeña sonrisa cruza los labios de Aspen. Parece dudar si marcharse,
como si prefiriera seguir hablando, pero también sabe que tengo razón. Si no sale
pronto de la habitación, uno de los Rossi va a entrar aquí de todas formas.
—Gracias por hablar cuando lo hiciste.
—Sólo era lo correcto —le aseguro, guardándome para mí hasta dónde habría
llegado para mantenerla a salvo.
3
Delilah

—¡O
h, Dios, no! No, por favor, ¡para!
Por mucho que aprieto las manos contra los
oídos, no es suficiente para tapar los gritos. Nunca
había oído gritos como estos. No sabía que los seres
humanos pudieran emitir tales sonidos. Como un animal, desesperado, sufriendo
hasta perder su humanidad.
—¡Por favor! —Aprieto los ojos y me hago un ovillo en la esquina del catre. ¿Por
qué no paran? ¿Cuándo pararán? Van a torturarlo hasta la muerte.
La pregunta que asoma por encima de las demás: ¿quién es?
Tengo la sensación de que lo sé. Nunca he oído a Matteo gritar así antes, pero
cuando suena humano, las voces son bastante similares. Si Quinton tiene a Matteo,
22
¿por qué sigo aquí?
No puedo permitirme empezar a hacer preguntas así, o me volveré loco. No es
que no esté ya a mitad de camino.
Otro grito sin palabras me desgarra. Aprieto los dientes y me balanceo hacia
delante y hacia atrás, tarareando en un vano intento de bloquear los horrores que
suceden al otro lado de la pared, a mi espalda.
Entonces recuerdo el frío y el hambre que tengo; el escalofrío que me recorre
es casi tan doloroso como el dolor de estómago.
Quinton está haciendo todo lo posible para quebrarme. No quiero darle esa
satisfacción. No puedo dársela.
No tengo ni idea de cuánto tiempo llevo aquí. No hay forma de saber cuánto
tiempo ha pasado. Si esto fuera una situación normal, podría marcar el tiempo por el
número de comidas que hice. Eso no va a funcionar aquí. Si me basara en eso, diría
que han pasado unos tres días. Pero sé que ha pasado mucho más que eso. Mi ropa es
la misma que llevaba cuando me recogieron; ahora estoy prácticamente nadando en
ella. Me huelo y lo odio.
Al principio, estaba decidida. Gritando, chillando, escupiendo en la cara de los
idiotas que Quinton dejó para vigilarme. Pero con el tiempo, me he calmado. Se
necesita demasiada energía para hacer ese tipo de cosas, y la energía es una cosa
que está bastante baja. Ese ha sido el plan todo el tiempo, obviamente. Matarme de
hambre y mantenerme débil y dócil. Odio dejar que tenga esa pequeña victoria sobre
mí, pero mi cuerpo no puede aguantar más.
Bajo las manos el tiempo suficiente para ceñirme la fina manta sobre los
hombros cuando oigo lo que tiene que ser el sonido de un puño encontrándose con
carne. Matteo, si es Matteo, suelta un gruñido estrangulado. Es mejor que los gritos
constantes. Tal vez sus cuerdas vocales están demasiado jodidas para gritar más.
No pasa nada. Le darán el tiempo suficiente para curarse antes de volver a
empezar.
Debería sentir lástima por él y, en cierto modo, la siento, pero de la misma
manera que sentiría lástima por cualquiera que fuera torturado lentamente durante
días o incluso semanas. No es nada personal. No hay un sentimiento más profundo.
Probablemente debería preocuparme más por la vida de mi hermano, pero a él nunca
le importé una mierda.
Allí estaba, viviendo en una gran casa con todo el dinero del mundo. Podía
hacer lo que quisiera, podía tener lo que quisiera. Eso es lo que obtienes cuando tu
padre realmente te reconoce y se preocupa por ti. Nuestro padre lo trataba como si
fuera de su sangre.
23
¿Yo? Sólo me merecía un parque de caravanas con mi tía. Ni siquiera se me
permitía vivir con mi propia familia. No se me permitió tener su nombre unido al mío.
No creo que nadie que no haya pasado por una situación así pueda entender lo
que se siente. Nadie tuvo que venir a decirme que no era lo bastante buena. No
tuvieron que sentarme y explicarme todas las razones por las que no podía vivir en la
casa grande. Por qué no podía participar en eventos familiares como cumpleaños.
Nadie tenía que salir a decirme esas cosas a la cara. Me di cuenta con el tiempo,
día a día. Son esas cosas las que van minando poco a poco el sentido del valor de un
niño. Hace que un niño se pregunte qué le pasa. Por qué no son lo suficientemente
buenos. No son lo suficientemente queridos. Por qué a nadie le importan una mierda.
Entonces puede que se esfuercen por ser mejores. Como hice yo. Qué pérdida
de tiempo. Me decía a mí misma que si sacaba notas perfectas, me portaba bien y
nunca hacía nada que pudiera avergonzar a nadie, por fin verían lo digna que era.
¿Qué le pasa a un niño cuando ese día nunca llega? ¿Cuando lo intenta una y
otra vez y sigue sin ser lo bastante bueno? ¿Qué pasa cuando por fin se dan cuenta de
que nada será nunca lo bastante bueno para las personas a las que tanto quieren
complacer?
Se ponen duros. Se apagan. No puedes hacerme daño si no puedes llegar a mí.
Ese se convirtió en mi lema.
Y por eso soy capaz de acurrucarme en este rincón de mi patético catre,
vistiendo estas ropas mugrientas que apestan peor que cualquier cosa que haya olido
en mí misma. Por eso puedo sentarme aquí temblando, tapándome los oídos,
ahogándome en la oscuridad pero sin derramar una lágrima.
Si Rossi espera que suplique y pida clemencia por mi hermano, va a esperar
mucho tiempo.
Perdida en mis pensamientos, me doy cuenta de que los sonidos a mi alrededor
se han vuelto más silenciosos. Bajo las manos lentamente, por si esto no fuera más que
una pausa momentánea en la acción. Lo único que oigo es el latido de mi corazón. El
silencio es inquietante. Por lo que sé, podría ser otra parte de la tortura. La sensación
de estar tan desconectada de todo lo demás en el mundo.
Apoyo la cabeza en un rincón y cierro los ojos para tapar la lúgubre celda que
me rodea. ¿Por qué estará pasando Matteo? ¿Qué le han hecho? Esta vez no lo oigo
llorar, pero otras veces sí. Un recuerdo me viene a la cabeza y me recuerda por qué
no he derramado ni una lágrima.
El día en que mi padre me dijo que por fin habían encontrado algo para 24
demostrar mi utilidad: él y mis hermanos. Supongo que fue una decisión conjunta.
¿Quién sabe?
—Es muy sencillo. —Mi padre se reclinó en su silla, sosteniendo un vaso de licor
en una mano. Mis hermanos también bebían. Ninguno de ellos me ofreció un vaso,
aunque ahora me vendría bien uno.
—Llevamos mucho tiempo trabajando en esto —me informa Matteo, de pie a la
derecha de nuestro padre—. Así que al menos podrías reunir un poco de entusiasmo.
¿Quizás un gracias?
¿Entusiasmo? Todavía estaba intentando ponerme al día con lo que me estaban
contando. Actuaban como si yo debiera estar en la misma página cuando no podía
recordar la última vez que vi a alguno de ellos.
—O gratitud si el entusiasmo te supera. —Mi padre se rió con Matteo.
—¿Es que no estoy segura de lo que se supone que debo hacer? ¿Por qué quieres
que conozca a esa persona?
—Deja de hacer preguntas. A nadie le importa tu opinión. —Matteo puso los ojos
en blanco y levantó su vaso: "Será mejor que te lo quites de la cabeza antes de conocer
a Brookshire. No tiene mucha paciencia para las estupideces, y no necesitamos que
arruines esto antes de que se ultimen los detalles y se firme el contrato.
—No arruinaré nada. —Siento que me ahogo, agitándome sin nada cerca a lo que
agarrarme. Sé que tiene que haber una gran razón para que me inviten a subir a la casa,
pero no puedo haber imaginado que sería esto, ni en cien años.
—Por fin hemos encontrado la manera de que valgas algo. —Mi padre, mi propio
padre, levanta su vaso y se ríe de su propia broma patética—. Así que será mejor que
no me decepciones.
—Probablemente tendremos que comprarle ropa nueva. —Matteo me mira de
arriba abajo, con desdén grabado en la cara—. No queremos que los Brookshires
piensen que somos beneficiarios de la asistencia social. No les gustará involucrarse con
un pedazo de basura.
—Buena observación. —No podía haber mayor diferencia entre cómo me miraba
el viejo y cómo sonreía a Matteo—. Qué manera de pensar las cosas. No me imagino que
tenga mucho guardarropa.
Matteo se echó a reír. —¿Quién necesita ropa formal cuando vives en una
caravana?
Me pregunto si piensa en eso ahora cuando grita y vomita del dolor. ¿Desearía
haber tomado otras decisiones?
El familiar sonido de una cerradura que se abre me hace sentarme con los ojos
25
muy abiertos. La mísera manta no me protege mucho, pero la estrecho contra mi
cuerpo tembloroso. Como una armadura contra lo que venga a continuación.
No es tanto la visión de mis guardias lo que me retuerce por dentro y hace que
de repente sienta la vejiga demasiado llena. Es la sangre en sus manos, cubriéndoles
los nudillos, salpicándoles las muñecas y los antebrazos. Incluso puedo oler el aroma
a cobre en el aire cuando se acercan al catre.
—¿Qué estás haciendo? —Odio la debilidad en mi voz. El miedo.
—Tomando un descanso. —El que he oído a Quinton llamar Bruno se ríe y le da
un codazo a su colega, Rick. Estoy bastante segura de que no hay más de tres
neuronas entre los dos, pero no necesitan ser grandes pensadores. Sólo necesitan
seguir órdenes y ser unos completos y despiadados matones.
Rick se burla, mirando sus manos hinchadas y cubiertas de sangre. —Nada
como un buen día de trabajo, ¿verdad?
La forma en que se ríen de ello despierta lo que queda de mi sentido de la vida.
No me importa que probablemente golpearan a mi hermano hasta casi matarlo y se
rieran de ello mientras lo hacían.
Ahora se ríen de ello. Es una broma para ellos. Ni siquiera lo conocen, ni les
importa. Ni siquiera tienen la decencia de actuar como si se arrepintieran de hacer
aquello por lo que les pagan. Malditos cerdos.
—¿Y qué? —susurro—. ¿Querías entrar y presumir? Enhorabuena.
—Todavía tiene esa actitud de sabelotodo —comenta Bruno, flexionando las
manos.
—Es una pena que no podamos sacárselo a golpes —responde Rick.
—O follarla. —Comparten una risa fría y desagradable, y la repugnancia me
hace estremecer hasta que pienso en la forma en que lo dijo.
¿No pueden golpearme o follarme? Hmm, interesante. Quinton debe haberles
dado una orden. No es que lo haga un buen tipo ni nada por el estilo, pero al menos
sé lo que puedo esperar y lo que probablemente no sucederá.
No hay garantía de que obedezcan las órdenes, pero dudo que Quinton sea el
tipo de jefe al que le gusta descubrir que sus órdenes fueron desobedecidas. Y estoy
segura de que ellos lo saben.
Me da fuerzas para sentarme más erguida y mirarlos sin agachar la cabeza ni
actuar como una cautiva débil y patética. 26
—No parece tan vergonzoso desde donde estoy sentada.
Sus risas se cortan bruscamente. Rick se acerca al catre y no me gusta su
mirada. La mirada de un hombre que está a punto de decir a la mierda, vamos a asar
a esta zorrita de todos modos. —Sabes, hay otras cosas que podríamos hacer. —
¿Como qué? No me atrevo a preguntar. No quiero saberlo. Sólo espero que sea un
farol.
Bruno asiente un segundo antes de llevarse las manos al cinturón. Mi corazón
empieza a martillear, y todos mis instintos me dicen que corra como alma que lleva el
diablo, pero ¿cómo? ¿Y hacia dónde? No podría escapar aunque lo intentara. Ni
siquiera sé si tendría fuerzas para salir de aquí, y mucho menos para ponerme a salvo.
—Quítate la camiseta —ordena—. Llevo queriendo ver esas tetas desde que
llegaste.
Oh, no. Esto no. Permanezco inmóvil, mirándolo fijamente, rogándole en
silencio que se ría de su chiste. Pero no lo hace. Sus ojos no tienen humor, sólo un
deseo enfermo y retorcido.
Se agarra la cremallera, se abre la bragueta y rebusca en los calzoncillos antes
de sacar una polla gruesa y rechoncha. Se me revuelve el estómago y probablemente
me sacaría por la boca todo lo que tengo dentro si no estuviera completamente vacío.
—Sí, quiero ver. Enséñanos esas tetas, zorra. O te obligaremos, y puede que
no seamos capaces de hacerte daño, pero todo lo que tendríamos que hacer es
decirle a Quinton que intentaste escapar.
La polla de Rick es ligeramente más grande que la de su colega pero igual de
asquerosa. No tocaría a ninguno de los dos ni con una pistola en la cabeza. Prefiero la
bala. Mientras los miro un momento más, sé que no están bromeando.
Si no lo hago de buena gana, me arrancarán la camisa y, lo que es peor, puede
que no me la devuelvan. Tan mal como están las cosas ahora, no puedo imaginarme
pasar por esto sin ropa. Sería una humillación de más. Mi determinación se quiebra y
miro al suelo mientras bajo las manos. Agarro el dobladillo de la camisa, me tiemblan
los dedos y tiro de los brazos por encima de la cabeza para mostrarles lo que quieren.
Incluso ahora, deshidratada, las lágrimas amenazan con brotar de mis ojos. No
puedo permitirlo. No quiero que estos cerdos me vean llorar.
—Oh, sí. Carajo, qué tetas más bonitas. Tócalas —gruñe Rick. No quiero
levantar la vista, pero por el rabillo del ojo veo cómo mueven las manos arriba y
abajo, masturbándose con la imagen que tienen delante.
—Juega con los pezones —añade Bruno.
Me hundo los dientes en el labio inferior y me concentro en el dolor en lugar
27
de reflexionar sobre lo que está ocurriendo ahora. Me tiembla la barbilla antes de
que pueda evitarlo mientras me tomo las tetas con las dos manos y las levanto un poco,
luego utilizo los pulgares para hacer círculos alrededor de los pezones. Están duros
como balas, gracias al frío.
—Apriétalos. —La respiración de Rick se acelera ahora; suaves gruñidos
escapan de sus labios entreabiertos mientras hago lo que me dice.
Se me eriza la piel y quiero gritar. Vuelvo la cara hacia la pared y cierro los
ojos. Una lágrima se escapa y recorre mi mejilla sucia.
—Gime por mí. —Cuando no lo hago enseguida, Bruno grita—: ¡He dicho que
gimas!
—Oh, sí... —Es apenas un susurro, pero parece satisfacerlos. Los dos respiran
con dificultad, gruñendo como animales, y me digo que al menos casi ha terminado.
Pronto terminará.
Hasta que Rick me agarra por el cabello y me gira la cabeza para que esté
frente a él, con su polla a unos quince centímetros de mi cara. Se me escapa un
gemido. ¿Qué va a hacer? Hago una mueca de dolor y forcejeo para zafarme, pero lo
único que hace es tirar con más fuerza, me arde el cuero cabelludo mientras oigo
cómo se arranca parte del cabello.
Bruno se pone a su lado. En mi cara no, por favor, Dios, en mi cara no. Aprieto
los ojos con fuerza y aprieto los labios. Una oración silenciosa llena mi mente.
—¡Oh, Mierda, sí! Sí. —No sé quién va primero, pero el calor del semen
derramado sobre mi pecho es un alivio retorcido. No puedo creer que me alegre. Así
de jodido y enfermo es todo esto. Estoy agradecida de que se corran en mis tetas y
no en mi cara.
Para cuando terminan y Rick me suelta, estoy cubierta de su semen. La vista, el
olor, me dan arcadas, y luego vuelvo a tener arcadas al darme cuenta de lo que acaba
de pasar. Creo que voy a vomitar.
—Así. Se ven aún mejor cubiertas de nuestro semen. —Rick se ríe de su
bromita, y Bruno se le une antes de mirarme con desprecio mientras vuelve a meterse
en los pantalones. Ninguno de los dos dice una palabra más, salen de la celda y
cierran la puerta tras de sí.
Casi desearía que me mataran y acabaran de una vez.

28
4
Lucas

A
lo largo de los años, he entrado en el despacho de Lauren más veces de
las que puedo contar. A veces de buena gana, pero casi siempre con el
temor siguiéndome como una sombra. Ese temor nunca ha sido tan
abrumador como hoy. Hoy. Me siento como si yo fuera la sombra.
Sin llamar, abro la puerta de un empujón y entro.
—Llegas tarde. —Lauren me frunce el ceño como si fuera un niño que se porta
mal. Está sentada en el sofá, con un jersey azul claro informal y pantalones negros.
Tiene las piernas cruzadas y un cuaderno sobre el regazo. Lleva el cabello castaño
recogido en un moño, lo que completa su aspecto de terapeuta de manual—. Menos
mal que te he dejado libre dos horas de la tarde.
—Claro que sí. —Me dejo caer en el sofá frente a ella, poniéndome cómodo. 29
—Conozco bien a mis pacientes, y tú has tenido mucho con lo que lidiar en los
últimos días. Dime cómo te sientes con todo esto.
—Sabes que no hago esa mierda... sentimientos. —Lauren ha sido mi terapeuta
durante muchos años, pero rara vez hablamos de sentimientos, sobre todo porque yo
no tengo ninguno. Al menos no habitualmente.
—Las cosas han cambiado. Nunca has sido emocionalmente responsable de
otra persona.
—Todavía no lo soy.
—Lo eres. No le restes importancia a tu relación con Aspen, y no olvides que
también es mi paciente. Tengo que tener en cuenta su bienestar también, y lo haré
más que el tuyo.
—Duro, pero de acuerdo. Estoy bastante seguro de que eso va contra algún
tipo de código médico, por no mencionar que es extremadamente inmoral. —Apenas
puedo pronunciar las palabras y mantener la cara seria. Como si me importara la
moral.
—Lucas, todo lo que estoy haciendo entre estas paredes va contra la ley y es
extremadamente poco ético.
—Tienes razón, pero me conoces desde hace mucho tiempo.
—Que es exactamente por lo que Aspen es mi prioridad. Apenas me gustas.
—Pffff. Mentira. Tú me quieres. ¿Por qué si no, no te habrías mudado a Alaska
conmigo?
—Me mudé porque básicamente me obligaste.
—Prefiero verlo como darte un empujón.
—Si hacer que me despidan y empaquetar mi apartamento a mis espaldas es
un empujón para ti, entonces quizá necesitemos una sesión de tres horas hoy.
—¿Una hora extra para follar?
—Lucas —advierte, sus mejillas se tiñen de rosa—. Ya no hacemos eso. Ahora
soy tu terapeuta; se acabó el follar.
—Pero creo que reventar una nuez sería muy beneficioso para mi salud mental.
Pone los ojos en blanco. —Estoy segura de que eres muy capaz de reventar una
nuez por tu cuenta.
—Sí, pero tener a una mujer involucrada es más divertido.
—¿Has terminado de evitar hablar de tus sentimientos? 30
—¡Nunca! —Resoplo, me hundo de nuevo en el sofá de cuero de Lauren y apoyo
los pies en su mesita.
Lauren se echa hacia atrás, imitando mi movimiento. Luego se limita a esperar
a que yo diga algo. Su paciencia es infinita. Lo sé porque la he puesto a prueba en
numerosas ocasiones.
—Estoy enojado —digo finalmente.
—Eso no es nada nuevo. —En eso tiene razón.
Mi ira es la razón por la que empecé a verla en primer lugar. Estaba cansado
de estar tan jodidamente enojado todo el tiempo. Enojado con mis padres, mi
hermano, el consejo, y enojado con el mundo. Tal vez ese es el único sentimiento del
que soy capaz.
—Sí, pero esto es diferente.
—Porque esta vez estás enojado contigo mismo.
—A veces, realmente odio lo inteligente que eres.
Se encoge de hombros. —No te serviría de nada si fuera tonta.
—Necesito una copa —me digo a mí mismo. Me levanto, camino hacia el bar y
tomo una botella de whisky. Ni siquiera me molesto en tomar un vaso. Esta es una
sesión de botellas.
—¿Cómo lo arreglo? —pregunto después de dar unos largos sorbos.
—Empieza por contármelo. ¿Qué está pasando por tu mente en este momento?
Demasiado. Ese es el problema. Vuelvo a sentarme y bebo un poco más,
calmando la furia que llevo dentro. —Quiero matar a alguien, preferiblemente a
Matteo o a Nash, pero ya están muertos. Todos los Valentine están muertos, lo que
significa que no queda nadie a quien matar.
—¿Por qué quieres matarlos?
—Porque lastimaron a Aspen. —Quiero hacer algo más que matarlos. Quiero
hacerlos sufrir, prolongar su dolor hasta que se pudran y mueran de forma atroz.
—¿Y te sientes responsable de eso?
—Sé que no fue culpa mía —miento. Podría haberme quedado con ella o
llevármela conmigo. La dejé en su casa sin protección. Podría haberlo evitado.
—¿Estás seguro de que lo sabes? ¿O te culpas a ti mismo?
—¿Y si lo hago?
31
—Entonces tienes que aprender a perdonarte a ti mismo, lo que suele ser
mucho más difícil que perdonar a otra persona.
Genial. —He terminado de hablar de esto.
—Está bien. Hablemos de otra cosa. —Hace una pausa, esperando a que yo
sugiera algo. Cuando me quedo callada, continúa—. ¿Quieres hablar de la madre
biológica de Aspen? —Niego antes de que termine la frase—. ¿Qué tal si hablamos
del futuro en lugar del pasado? Dime cómo ves los próximos años.
—Supongo que no cambiará mucho para mí. Seguiré aquí. Aspen va a volver a
su horario habitual de clases, pero creo que todavía quiere que le dé clases de
defensa personal.
—¿Crees o esperas?
—Las dos cosas. Quiero pasar tiempo con ella. —Disfruto y odio a partes
iguales beber durante una sesión. Sí, calma la furiosa tormenta dentro de mi cabeza,
pero también me hace decir cosas que no admitiría tan fácilmente sobrio. Supongo
que esa es la razón por la que Lauren me deja beber durante la terapia.
—Eso es bueno. Muy bien. —Da golpecitos con el lápiz en su cuaderno.
Siempre lo tiene en el regazo cuando hablamos, pero nunca escribe nada.
—Pareces sorprendida.
—Porque lo estoy. Normalmente, lo que más te gusta es alejar a la gente. —Sí,
yo también lo noto. Aspen está lejos de mi norma. Todo lo que la involucra es al revés.
—No sé por qué las cosas son diferentes con ella. Simplemente lo son.
—¿Estás contento de que esté con Quinton?
—Sí, está a salvo con él, y sabré dónde está incluso después de que abandone
Corium. —La mayoría de los padres probablemente despreciarían la idea de que su
hija se casara con la mafia, pero yo no soy la mayoría, y aunque la familia Rossi es
conocida por ser despiadada y fría, sé que tratan bien a sus mujeres.
—¿Has hablado con Nic sobre Aspen?
—Sí, fue la primera persona a la que se lo dije. Estaba sorprendentemente...
feliz. —Pero nadie estaba tan extasiado como Celia. Estaba irritantemente
emocionada por la noticia—. Celia quiere conocer a Aspen y pasar algún tiempo con
ella. El problema es que no sé si es una buena idea.
—¿Porque Celia te conoció en tu peor momento?
—Supongo. —Tomo otro largo sorbo de whisky, dejando que el alcohol se
asiente en mi estómago vacío antes de continuar—. No quiero que Aspen sepa lo 32
jodido que estoy.
—Estabas —corrige Lauren.
—Ambos sabemos que sigo estando jodido. Sólo que lo disimulo mejor. Ahora
encajo, gracias a ti. Soy capaz de controlarme lo suficiente como para no dejar que la
gente vea mi verdadero yo. Eso no significa que no esté escondido debajo, listo para
salir a jugar.
—No tienes que ser esa persona.
—Yo soy esa persona. —En el fondo, siempre he sido el mismo. Incluso ahora,
puedo sentirlo justo debajo de la superficie, arañando mis entrañas, suplicando ser
libre.
—Digamos que tienes razón, y que eres esa persona terrible que crees que
eres. La verdadera pregunta es, ¿quieres ser él?
—Sí —digo sin dudar. Quiero ser él porque no le importa nada.
Lauren frunce el ceño. —Entonces ese es el verdadero problema.
¡No lo sé, carajo!
5
Delilah

L
as paredes de mi celda son gruesas, pero no lo suficiente como para
atenuar los gritos agónicos procedentes de la otra celda, y
definitivamente no lo suficiente como para ocultarme el disparo.
Llevo las piernas al pecho, apoyo la cabeza en las rodillas y me tapo las orejas
con las manos. No estoy segura de cuánto más podré soportar esta tortura, pero
rendirme no está en mi naturaleza. Rendirme sería darle a Quinton la pistola y la bala
que necesita para acabar con mi vida, y no soy tan tonta como para hacer eso.
Finalmente, el silencio se apodera de mí, y mis preocupaciones se vuelven
desgarradoras. ¿Vendrá ahora por mí? ¿Mi muerte será rápida o lenta?
El tintineo de las llaves en mi puerta me pone frenética e intento hacerme más
pequeña en la cama. El aire de mis pulmones se detiene cuando la puerta se abre. 33
Quinton Rossi entra en la celda. Su cara de enojo habitual se ha suavizado como
si estuviera contento por algo. Si no fuera por el brillo asesino de sus ojos, diría que
está mareado. O tal vez sea exactamente por eso por lo que parece tan alegre. El
psicópata está a punto de matarme.
—Vamos. Hay algo que quiero enseñarte. —Acorta la distancia entre nosotros,
y su mano rodea mi brazo tan rápidamente que ni siquiera puedo pensar en
apartarme. No es que haya ningún lugar al que pueda escapar.
Temblorosa, clavo los pies en el hormigón, intentando detenerlo mientras me
arrastra desde mi celda, por el pasillo, hasta la celda contigua, donde me suelta de
un empujón y pierdo el equilibrio, chocando contra el frío suelo.
Mis rodillas aterrizan sobre el hormigón y el dolor se irradia a través de mis
muslos, haciéndome estremecer. Cierro los párpados, negándome a ver el baño de
sangre que quiere mostrarme.
—Míralo —gruñe Quinton, pero me niego a levantar la cabeza.
Pasa un momento y apenas puedo meter aire en los pulmones. Descontento por
mi desafío, se agacha a mi lado y me agarra un puñado de cabello, torciéndome la
cabeza en lo que supongo que es la dirección de Matteo.
—Dije, mira. Mira lo que le han hecho. —Su agarre en mi cabello se aprieta, y
gimoteo—. Podrías ser tú. Y lo serás.
Abro los ojos despacio, contemplando la espantosa escena que tengo delante.
Matteo yace en un charco de sangre, a escasos centímetros de mí. Está desnudo, su
rostro casi irreconocible y sus ojos abiertos de par en par y vacíos.
Hay mucha sangre. No sé de dónde viene y tampoco quiero averiguarlo.
Parpadeando, miro al techo y rezo en silencio, esperando que mi muerte sea rápida.
—¿Quién es? —Una voz femenina me sobresalta. Giro la cabeza todo lo que
puedo con Quinton agarrando mi cabello con fuerza.
—Esta es Delilah Wallace. Delilah tiene vínculos con Matteo y Nash, pero se
niega a decir exactamente cómo están conectados. O estaban conectados, debería
decir. Al hablar de Matteo, hay que usar el tiempo pasado a partir de ahora.
Por fin me suelta y vuelvo a desplomarme hacia delante. El olor a sangre y orina
es abrumador y se me revuelve el estómago, aunque ya estoy acostumbrada.
—¿Qué piensas, Delilah? —Quinton pregunta—. ¿Esto te convence de que voy
en serio? Esto no es un juego. ¿Quién era él para ti? ¿Qué tenías que ver con su familia?
Todo y nada. 34
—Era mi hermano —admito finalmente. Me haga lo que me haga, me lo hará.
Debería haberme dado cuenta antes—. ¿Satisfecho?
—Tu hermano ya está muerto —afirma con toda naturalidad.
—No me digas. Pensé que era pintura en la pared detrás de él.
—Tienes más espíritu que él, eso seguro. ¿Así que eres un Valentine?
—Soy un Wallace. Puede que haya compartido sangre con Matteo, pero nunca
me permitieron su nombre. —No se me permitió nada.
—¿Y no significa nada para ti, verlo así?
Ojalá no sintiera nada. Nunca mereció mi amor, pero la niña ingenua que llevo
dentro siempre buscó su aprobación. Sólo quería que todos me aceptaran, que me
quisieran. Sé que nunca lo hicieron, pero eso no los hacía menos de mi familia.
El lado positivo es que me han enseñado a ocultar bien mis sentimientos, así
que no me cuesta mucho responder sin una pizca de empatía. —Jugaba con fuego.
Cuando juegas con fuego, ¿lloras cuando te quemas?
—La mayoría de la gente vomitaría las tripas al ver a alguien así, por no hablar
de un familiar. ¿Sabes lo que me dice tu reacción? Que no eres inocente. Eres más
Valentine de lo que dices.
Aparto la cabeza, no quiero que vea mi reacción.
—El número de Delilah estaba en el teléfono de Nash. La llamó bastante
después de su ataque.
Al oír el nombre de Nash, levanto la cabeza para ver mejor a la chica de la
habitación.
Mierda. Es ella. La reconozco enseguida.
Nunca olvidaré lo que vi.
—No tengo nada que ver con eso. No soy un animal. —Vuelvo a centrar mi
atención en Quinton—. ¿De eso se trata?
Vuelve a agacharse a mi lado, arrugando la nariz por el olor. —¿Quieres
decirme que no sabías nada? ¿La propia hermana de Matteo?
—Compartimos sangre, pero eso es todo.
—¿Eras íntima de Nash? —Se me hace un nudo en la garganta al mencionar su
nombre. No me queda más remedio que mentirles.
—No mucho. Me enteré de lo que te han hecho. —Miro a Aspen—. Me dio asco
y se lo dije.
—Nash está muerto ahora.
35
Estoy inexpresiva. No. No...
Nash. No, no puede estar muerto.
No tengo tiempo ni de asimilarlo, así que, en lugar de inmutarme, suelto un
bufido. —Así que él también se quemó. Lo llevaron demasiado lejos.
Al parecer, mi actuación no basta para convencerlo, porque de todos modos
toma la pistola.
—¿Hago yo los honores? —pregunta a Aspen.
—Ya te lo he dicho. No sabía nada de eso. —Mis súplicas desesperadas caen
en saco roto. Me tiembla todo el cuerpo, y si no estuviera ya de rodillas,
probablemente lo estaría ya.
—Eres parte de la familia. Y ahora están muertos. No me gusta dejar cabos
sueltos.
—Una familia que no me dejaba compartir su nombre. Me mantuvieron en
secreto porque era una chica. ¿Crees que me importa una mierda si están vivos o
muertos? No podría importarme menos. Y no merezco morir por lo que hicieron.
Aspen intercambia una mirada con Quinton. ¿Me cree? —Estoy cansada de la
muerte —anuncia—. Ella no estaba allí aquella noche. Con eso me basta. Y si era
culpable de algo...—Se estremece, mirando a su alrededor—. Creo que ya pagó su
precio.
—¿Oyes eso? Mi esposa te concede misericordia. Si de mí dependiera, tus
sesos se unirían a los suyos en esa pared. —Señala la grotesca salpicadura como para
recordármelo—. Pero Aspen es lo bastante compasiva como para dejarte vivir. Ella
ha soportado cosas mucho peores que tú desde que llegaste aquí, y quiere dejarte ir.
Cada mañana que abras los ojos, quiero que lo recuerdes y que le estés agradecida.
¿Me oyes?
—Sí —consigo susurrar, luego miro a Aspen—. Gracias.
Quinton saca un móvil y teclea un mensaje. —Van a llevarte a casa —anuncia—
. Y si dices una puta palabra sobre esto, que Dios me ayude, no vivirás para ver el
mañana. Te estaré vigilando. ¿Entendido?
Estoy demasiado asustada para preguntar quiénes podrían ser. Sólo espero que
no sean esos dos matones de antes. —Entendido. Un sollozo sale de mis labios
mientras lucho por ponerme en pie.
Quinton me hace un gesto para que espere aquí antes de tomar a Aspen del 36
brazo y llevársela. No cierra la puerta tras ellos y, por un momento, pienso en salir
corriendo.
Doy un solo paso hacia la puerta cuando dos grandes figuras aparecen en mi
camino.
—Bueno, hola, cariño. Parece que vamos a pasar más tiempo juntos.
Me trago el nudo que se me forma en la garganta. —Quinton me ha dicho que
me llevas a casa.
—Bienvenida a casa, nena. —Rick sonríe—. No pensaste realmente que te iba
a dejar salir de aquí, ¿verdad?
—Vuelve a tu celda, perra estúpida. A menos que quieras quedarte aquí con tu
querido hermano. Incluso te dejaremos usar el consolador de diez pulgadas que le
metimos por el culo. —Los dos empiezan a reírse de su broma de mal gusto, y la
imagen hace que la bilis me suba a la garganta. El corazón se me hunde en el
estómago. No puedo creer que pensara que iba a salir de aquí. Una parte de mí
esperaba que me dejara marchar, pero debería haberlo sabido. Nunca me libraré de
Quinton, de su familia ni del tocayo de mi padre.
Estoy atrapado para siempre sin escapatoria, y con ese conocimiento, una
parte de mí desea que Aspen le hubiera dejado matarme porque, al menos en la
muerte, sería libre.

37
6
Lucas

M
e inclino hacia delante, apoyo los codos en el escritorio y cierro los
puños con fuerza. —¿Qué has hecho qué? —Estoy bastante seguro de
haber oído cada palabra que Quinton dijo, pero mi mente sigue
luchando contra la creencia.
—Mantuve vivo a Matteo para torturarlo y darle a Aspen la oportunidad de
matarlo ella misma. —La forma en que lo dice con despreocupación hace que quiera
darle un puñetazo en la cara. No lo puedo creer.
Mierda.
No sé qué me molesta más, saber que ha estado vivo cuando soñaba con
matarlo de formas indescriptibles o saber que ahora está muerto y he perdido otra
oportunidad. 38
—¿Lo hizo ella?
Sus labios se curvan en una sonrisa de satisfacción y sé la respuesta antes de
que abra la boca. —Lo hizo. Aunque primero le disparó en la polla.
—Bonito. —Asiento, el orgullo llenándome el pecho al pensar en ella apretando
el gatillo. Se merecía ser ella quien acabara con él. Después de todo lo que le hizo...
la sangre empieza a bombearme por las venas más deprisa, y el estruendo de los
latidos de mi corazón me llena los oídos. No puedo pensar en ello porque pensarlo
me pone asesino.
Quinton estira los brazos y entrelaza los dedos detrás de la cabeza. —Pero
ahora tenemos este otro problema.
—Tienes este otro problema —corrijo.
—Sí, la cagué. No debería haber mentido a Aspen, pero en ese momento, no
sabía qué más hacer. No puedo dejar que esta chica se vaya, pero tampoco puedo
matarla.
—¿Cuántos años tiene?
—Diecinueve.
—Bueno... supongo que podríamos matricularla como alumna.
—Es una idea terrible.
—¿Tienes una mejor? Tú mismo has dicho que no puedes dejar que se vaya, y
si Aspen se entera de que la tienes encerrada en algún sitio, no le va a hacer ninguna
gracia. Al menos podemos vigilarla aquí.
Quinton se frota la mandíbula, con los ojos entrecerrados. —Podemos pagar su
matrícula con lo que Valentine pagó por Matteo.
—Podríamos, sí, y tenemos algunas habitaciones vacías. —De verdad, no es
mala idea. Cada vez me gusta más. Perdí mi oportunidad de matar al resto de los
Valentines, y aunque no voy a ser capaz de matar a este, todavía puedo hacer su vida
un infierno de todas las maneras posibles.
¿Quizá eso me satisfaga? Cuanto más lo pienso, más me gusta la idea. Nunca
podré vengarme por Aspen. Nunca podré aliviar mi culpa por no acompañarla a la
casa esa noche, pero puedo usar a Delilah.
—Sí, me gusta —anuncia Quinton—. ¿Te importaría traerla? El lugar donde la
tengo está cerca. Sólo veinte minutos con el helicóptero. Hablaré con Aspen mientras
estás fuera.
—Claro, me encantaría.
Quinton levanta una ceja interrogante ante mi respuesta, pero no cuestiona mi
39
repentino interés por esta chica. —De acuerdo entonces, supongo que te veré más
tarde. —Se levanta de la silla y me hace un último gesto con la cabeza antes de darse
la vuelta y salir de mi despacho.
Al momento me levanto de la silla, de repente entusiasmada con mi nueva
tarea. Tomo mi abrigo de invierno del armario y me lo pongo por encima de mi ropa
normal. Cuando salgo de mi despacho, Lea, mi nueva ayudante, levanta la vista de su
mesa, confusa.
—Estaré fuera todo el día —le digo antes de que pueda preguntar—. Si alguien
necesita algo, dile que tendrá que esperar hasta mañana.
—¡Por supuesto! —Ella asiente con entusiasmo... con demasiado entusiasmo.
No sé por qué, pero no me gusta. Hay algo en ella que me desagrada. Hago una nota
mental para investigarla y preguntarle a Nic por qué la envió aquí.
Cuando subo al helipuerto, uno de nuestros helicópteros está listo y
esperándome. Quinton debe haber llamado antes. Subo y me abrocho el cinturón
justo cuando el piloto nos eleva del suelo.
Veinte minutos después, aterrizamos delante de lo que parece ser un hangar
abandonado.
—Espere aquí —le digo al piloto, que me señala la puerta situada en un lateral
del edificio. El lugar está cubierto de nieve y apenas se ve desde el cielo. Incluso
caminando hasta el edificio, es difícil distinguir lo grande que es este lugar porque se
mezcla muy bien con su entorno natural.
El viento helado azota mi cabeza y las partículas de hielo se depositan en mi
piel y mi cabello. El interior de la percha no es mucho más cálido, pero al menos no
hay viento.
Camino por el gran espacio vacío que solía albergar aviones. Una pequeña luz
tenue proviene de un pasillo situado en la parte trasera del edificio. Me conduce a
una hilera de puertas, la primera de las cuales está abierta de par en par.
En cuanto entro, los dos hombres dejan de hablar, giran la cabeza hacia mí y
dejan caer sobre la mesa los naipes que tienen en las manos.
—Sr. Diavolo... —Uno de ellos se aclara la garganta—. No esperábamos que
estuviera aquí tan pronto.
—¿Dónde está?
—Al final del pasillo, la última puerta. Te la enseñaré. —Uno de los matones
salta, ansioso por demostrarme lo buen empleado que es. El otro está menos
preocupado por arrastrarse por mi culo y se queda callado.
40
—Soy Rick —explica el que va delante. Luego señala al tipo que nos sigue—.
Ese es Bruno.
Me limito a asentir, sin importarme lo más mínimo cómo se llaman. Rick se
detiene frente a la última puerta, tanteando con la llave para abrirla.
—¿En qué condiciones está? —pregunto mientras prueba tres llaves diferentes
como si hubiera olvidado cuál usar.
—Ella está bien... Quiero decir, la maltratamos un poco cuando se puso bocona,
pero no hay daños permanentes.
—¿Te la follaste?
—No. —Rick niega—. El jefe dijo que no.
—¿Y siempre haces lo que dice el jefe? —le desafío—. Después de todo, estás
solo en medio de la nada, sin nada para desahogarte mientras una chica se sienta
delante de tus narices. Parece un desperdicio no follártela.
—Eso es lo que yo decía —dice Bruno—. También es una cosita bonita. Hubiera
sido divertido domarla y ver de qué estaba hecha.
Giro la cabeza y miro a Bruno por encima del hombro.
Con una sonrisa, digo: —Quizá te dé la oportunidad de follártela después de
todo. Veamos lo bien que se porta hoy.
—Vamos a ver. —Bruno sonríe ampliamente, mostrando una dentadura
amarilla y desigual. Con un chirrido, la puerta se abre y mis ojos se posan en su
pequeño cuerpo hecho un ovillo sobre un mugriento catre.
Si tuviera corazón, me importaría. No. Si fuera otra persona, quizá me
preocuparía por lo que ha pasado, pero sabiendo que es la hermana de Matteo...
Sabiendo que ella es la última persona a la que puedo herir cuando se trata de
corregir mis errores con mi hija. Nada de lo que ha pasado me importa. Podría ser
invisible para mí, y cuando termine con ella, deseará serlo.

41
7
Delilah

M
i cabeza cae hacia delante, luego se retrae, mi ojo bueno se abre de
par en par. Tengo que obligarme a mirar fijamente la luz del techo
hasta que unas manchas moradas bailan delante de mí. Es la única
forma que tengo de no dormirme. Por mucho que lo desee, no puedo arriesgarme.
Aspen debería haberme matado. Uno de ellos debería haberlo hecho. Si
pudiera volver atrás, rogaría por una bala que pusiera fin a todo esto. Cualquier cosa,
con tal de que terminara.
Cada vez que cierro los ojos, veo a Matteo frente a mí. Esa salpicadura en la
pared. Sus sesos y fragmentos de cráneo mezclados con la sangre.
Aunque no es Matteo quien hace que me duela el corazón. Los recuerdos
sangrientos de cómo murió no son los que me hacen despertar con un grito atascado 42
en la garganta.
Es cuando veo la cara de Nash en lugar de la suya. Mis retorcidas pesadillas
mezclan sus muertes en un horror sin fin.
Respiro hondo para aspirar todo el aire que pueden contener mis pulmones. Es
aire viciado y cargado, pero mi cerebro necesita oxígeno si quiero mantenerme
despierta; mis sueños no son lo único que temo aquí.
Me llevo una mano sucia y temblorosa al labio y hago una mueca de dolor
incluso al contacto más suave. No sé cuánto tiempo ha pasado desde que Rick me lo
abrió.
Al menos ya no palpita tanto. Me alegro de no poder verlo. La visión de mi cara
magullada, los mechones de cabello sucios y enmarañados y mis mejillas hundidas
podría ser demasiado.
Podría ser lo que finalmente me rompa. Estoy así de cerca del borde. Lo siento.
Lo sé. Toda esta lucha fue para nada. Bien podría haberme rendido ese primer día
cuando Quinton me sacó de la calle.
¿Para qué fue todo? Le dije lo que quería, se vengó y yo sigo aquí. No significó
nada. No me salvé. Todo lo que hice fue alargar el dolor.
—Lo siento —susurro. Susurro arrastrando las palabras por el labio roto, pero
no hay nadie cerca que pueda oírme. No, la persona a la que se lo he dicho está muy
lejos, si es que existe el más allá.
Nunca estuve segura. Ahora no sé qué significa eso para Nash. ¿Adónde fue
cuando murió? ¿Está revoloteando sobre mí de alguna manera? ¿Observándome?
Espero que no. No me gustaría que me viera así.
Era el único que se preocupaba por mí. Y quería que me pusiera a salvo. Le
fallé. A él. A mí misma. —Lo siento —vuelvo a decir, aunque ya no sé muy bien qué
es lo que siento.
¿No ser lo suficientemente rápida? Aunque no lo fuera, nunca lo traicioné.
Necesito creer que eso cuenta para algo.
Siempre estuve a su lado, por mucho que hubiera sido más fácil hablar. Le
debía demasiado.
—¿Adónde me llevas? —Mis palabras son apenas un susurro, pero mi padre las
oye incluso por encima del zumbido del motor.
—Te lo dije, tengo un amigo al que le gustaría conocerte.
La primera vez que me lo contó, me hizo mucha ilusión. Nunca me ha presentado
a ninguno de sus amigos. Demonios, nunca me ha llamado de la nada, tampoco. Mi
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emoción se desvaneció tan pronto como me dijo que me pusiera este extraño traje.
Miro el uniforme que me queda dos tallas más pequeño. La falda es tan corta que
tengo que tirar del dobladillo mientras estoy sentada para que no se me vea la ropa
interior. A la blusa le faltan algunos botones, lo que hace que quede demasiado baja
para mi gusto.
Sólo tengo dieciséis años, pero mis pechos se han desarrollado pronto. En los
últimos años, he intentado esconderlos de los chicos que mi tía trae a casa de vez en
cuando. Sin embargo, con este atuendo no hay nada que ocultar.
Me muevo incómoda en el asiento del copiloto del coche de mi padre y me
pregunto adónde me llevará exactamente. Unos minutos más tarde, obtengo la
respuesta. Llegamos a una gran finca de lujo, muy parecida a la casa de mi padre.
Aparca el coche delante de la puerta y apaga el motor.
Hasta ahora, simplemente me sentía incómoda, pero a medida que pasan los
segundos y mi padre sale del coche para abrirme la puerta, esa sensación se convierte
en miedo. Algo va mal, muy mal.
—Fuera —ordena mi padre—. Nathaniel está esperando.
Con piernas temblorosas, salgo del coche y sigo a mi padre hasta la puerta
principal. Se abre antes de que podamos llamar.
—Ahh, ahí estás —nos saluda un hombre más o menos de la edad de mi padre—
. Llevo todo el día esperando a mi nueva chica. —Sus ojos suben y bajan por mi cuerpo,
recorriendo cada centímetro de mí además de mi cara. Inmediatamente trato de
cubrirme con los brazos, sintiéndome sucia y expuesta con esta ropa.
—No está entrenada... pero servirá. Tendré que usar el bastón con ella hasta que
sepa que no debe taparse —dice el hombre con una sonrisa socarrona.
Mi miedo se convierte en pánico. Esto tiene que ser un error. Mi padre no me
dejaría aquí.
—Papá, quiero volver a casa. —Me giro hacia mi padre, rogándole con los ojos
que me lleve con él. Le tiendo el brazo, pero él me aparta la mano de un manotazo, como
si no fuera más que una molestia para él.
—Te dije que no me llamaras así. Es toda tuya, Nathaniel. Úsala como mejor te
parezca.
Mi corazón se rompe en mil pedazos. Por más que aprieto la palma de la mano
contra mi pecho, no puedo dejar de derrumbarme. Una sola lágrima rueda por mi rostro
mientras veo al hombre al que llamo padre alejarse de mí sin remordimientos.
—No te preocupes, cariño. Te cuidaré bien. Y si te portas bien, incluso dejaré que
me llames papá.
44
Un escalofrío me recorre la espalda al recordarlo. Nash me salvó aquel día. Me
salvó de un destino en el que no quiero pensar nunca. Ahora está muerto y nunca
podré devolvérselo.
¿Le dolió? ¿Fue lento o rápido? Nunca me lo dijeron. No sé si eso es bueno o
no. Después de la interminable pesadilla por la que he pasado, una cosa es segura: la
anticipación del dolor puede ser peor que el dolor en sí. A la mente se le pueden
ocurrir un montón de ideas feas si le das tiempo suficiente, y yo no tengo nada más
que tiempo.
Ojalá hubiera podido volver a verlo. Sólo una vez más. Nunca piensas que la
última vez que ves a alguien será realmente la última.
Intento abrir el ojo derecho y el párpado se levanta un poco más que ayer, pero
sigue medio hinchado. Otro regalo de Rick. Qué no haría para devolvérselo, para
devolvérselo a los dos. Asquerosos bastardos. Nada mejor que hacer que
aterrorizarme. Son la otra mitad de la razón por la que tengo miedo de dormir.
Ahora sé con certeza que me están vigilando. Tiene que haber cámaras en
alguna parte. Parece que cuando por fin me duermo, cuando ya no puedo luchar más,
es cuando deciden abrir la puerta e irrumpir y joderme. Se burlan de mí, me
abofetean, incluso me empujan al suelo amenazando con violarme.
A veces, pienso en hacerlos retroceder. Tal vez los obligue a llevar las cosas
demasiado lejos. Empujarme demasiado fuerte, golpearme contra el suelo en vez de
empujarme hacia abajo. Tal vez pueda poner fin a esto yo misma. Salir en mis propios
términos, al menos. Porque, ¿qué otra cosa hay? Prefiero morir a vivir el resto de mis
días así. Un animal en un zoológico para que descarguen su agresividad en él.
Mi cabeza está nadando, mis pensamientos turbios y mezclados. Ya no sé si
estoy dormida o despierta. Echo la cabeza hacia atrás, parpadeando con el ojo bueno,
y la luz del techo oscila de un lado a otro.
Sólo que está montado a ras del techo. No debería balancearse. ¿Es mi cabeza
la que se balancea?
La puerta se abre de golpe y me sobresalto, corriendo por el catre hasta
hacerme un ovillo en un rincón. Me preparo. Les gusta ir al grano. Me tiran agua
cuando me duermo, me ponen de pie, me empujan de un lado a otro como si fuera
una pelota con la que están jugando. Espero, anticipando lo que podría pasar a
continuación. En lugar de eso, no es nada de lo que esperaba, sólo pasos antes de
que suene una voz profunda. —Huele a mierda.
Aparto la cara de la esquina y entrecierro los ojos para mirar al misterioso
hombre que ahora está de pie a los pies del catre. Nunca había estado aquí. Lo sé
porque recuerdo a un hombre como él.
45
Alto, imponente, me mira fijamente, con una sonrisa desagradable. ¿A qué ha
venido? ¿Es el hombre que finalmente va a mostrar piedad y poner fin a esto? Ni
siquiera me importa cómo lo haga. Mientras lo haga antes de que empiece a suplicar.
Eso es lo único que aún no he hecho, pero cada día que pasa, estoy un poco más cerca
de suplicar. Por piedad, por mi vida... Para que acaben con mi vida.
Gira la cabeza hacia la puerta, donde Rick y Bruno están esperando. —¿Cuánto
tiempo ha estado aquí?
—Mucho tiempo. —Sí, si pudiera, señalaría lo improbable que es que alguno
de ellos sepa contar.
El hombre resopla, vuelve a centrar su atención en mí y sacude lentamente la
cabeza. —Bien hecho. No sé si yo habría podido mostrar tanta contención.
¿Contención? ¿De qué demonios está hablando? Vuelvo a mirarlo, esta vez con
más atención. ¿Quién es? Mejor aún, ¿quién se cree que es? ¿Qué habría hecho
diferente?
Se acerca al lado del catre y me sobresalto sin poder evitarlo. Solo se ríe y
estira la mano. Intento apartar la cara, pero es demasiado rápido, me toma de la
barbilla, me gira la cabeza y la inclina hacia atrás para poder mirarme a los ojos. —
Entiendes que te mereces todo lo que has conseguido, ¿verdad?
¿Se supone que debo responder a eso? No sabría cómo. Ni siquiera sé quién
es.
—¿Qué, te cortaron la lengua? Respóndeme. —Sus dedos muerden mi carne—
. Te mereces todo esto, ¿verdad? Dímelo.
Antes de que pueda decir una palabra, me aparta la cabeza de un empujón. Me
recupero a tiempo para ver cómo se limpia la mano en los pantalones como si le
hubiera manchado. Puede que lo haya hecho. Después de todo, estoy sucia.
Da un paso atrás. —De pie. Ahora.
¿Qué demonios es esto? Estoy tan débil y dolorida, pero algo en su voz hace
que me mueva. Tiene que ser el miedo a lo que hará si no le doy lo que quiere. Este
no es Rick o Bruno. Siento algo totalmente diferente viniendo de él. Son crueles sin
sentido, un par de matones que se excitan haciendo daño a la gente.
¿Pero este tipo? Este tipo me hace sentir como si hubiera algo personal. No es
desagradable. Es odioso, como Quinton es odioso.
Me balanceo sobre mis pies pero consigo mantenerme erguida. La poca fuerza
que aún queda dentro de mí no dejará que me vea desmoronarme.
—Te vienes conmigo. —Antes de darme cuenta, está entrando por la puerta y
mis dos cuidadores se apartan para dejarle sitio. ¿Es esto realmente? ¿Me voy? ¿Así
46
de fácil? Una parte de mí teme seguirlo, temo adónde me lleva. ¿Será peor que esto?
Mueve los pies, estúpida. Si no lo supiera, pensaría que ya me han lavado el
cerebro o algo así. Una de esas personas que acaban poniéndose del lado de sus
captores después de ser secuestrados. No puede ser. Miro fijamente a Rick y Bruno
al pasar. Solo ponen los ojos en blanco y se ríen.
Este tipo nuevo, sea quien sea, no afloja el paso ni me espera. Lo sigo a la mayor
velocidad que puedo, con los pies descalzos golpeando el frío suelo. Me voy de
verdad. No tendré que volver a ver esa celda. Me he dicho tantas veces que no tenga
esperanzas, pero ahora que tengo ante mí la perspectiva de respirar aire puro, no
puedo evitarlo. Y me da fuerzas para seguir adelante, mirando fijamente la nuca del
hombre.
Esa esperanza dura lo que tarda en abrir la puerta y una fuerte ráfaga de viento
me golpea, casi haciéndome caer de culo. Se da cuenta de que me rodeo con los
brazos y encorvo los hombros contra el frío, pero ni siquiera me ofrece su abrigo.
Sigue avanzando, sin mirar por encima del hombro para asegurarse de que lo sigo.
Hace crujir la nieve y, por un segundo, pienso que tiene que ser una broma cruel.
¿Ahora tengo que andar descalza por la nieve? No lo dice en serio.
—¡Mueve el culo! —grita, el sonido casi se pierde en el viento. Así que espera
que lo haga. O aprieto los dientes y acabo con esto o me quedo aquí. Sé lo que elijo.
Aun así, el primer contacto de mi piel desnuda con la nieve es espeluznante y
me produce punzadas en las piernas. Un sollozo silencioso me desgarra la garganta,
pero sigo moviéndome, casi corriendo, aunque apenas tengo fuerzas para
mantenerme en pie. Cuanto más rápido me mueva, antes acabará esto. En el remolino
de copos de nieve, distingo unas luces más adelante y pronto la silueta de un
helicóptero. Concentro en él toda mi fuerza de voluntad, decidida a llegar aunque se
me entumezcan los pies. Quizá sea una bendición.
Cuando llegamos al helicóptero y, de algún modo, subo dentro, ya están
congelados y los dedos de mis pies cubiertos de escarcha. Mi nuevo captor,
quienquiera que sea, los mira antes de girar la cara para mirar por la ventanilla. Me
froto los pies y aprieto los dientes para contener los dolorosos sollozos que amenazan
con salir de mí en cuanto recupere la sensibilidad. Ahora me arden los nervios. Pero
al menos sigo sintiéndolos.
Una vez en el aire, vuelve a hablar. —Me llamo Lucas Diavolo. —El nombre
despierta reconocimiento en el fondo de mi mente, y lo aferro fuerte a mí. Es algo en
lo que pensar aparte de la agonía de mis pies—. Te llevo a la Universidad de Corium.
Corium. Allí es donde fueron Nash y Matteo. La idea de recorrer los mismos
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pasillos que recorrió Nash cuando estaba vivo hace que la emoción se me agolpe en
el pecho, aunque no sepa muy bien por qué. Supongo que es un último hilo que nos
conecta.
Pero no todo es sol y rosas. Corium no es un santuario. Es una escuela para hijos
de criminales: mafiosos, asesinos, ladrones. Los ricos y poderosos hacen su dinero
como mi padre hizo el suyo. Por eso Matteo era un estudiante.
¿Qué piensas de eso, imbécil? ¿Tu olvidada hermana asistiendo a la misma
escuela? Casi desearía que estuviera vivo para verlo, aunque sé que me habría hecho
la vida imposible allí.
Tal vez sea que por fin respiro aire fresco o que la nieve me ha hecho recobrar
el sentido, pero sea lo que sea, me da fuerzas para hablar. —Pero, ¿por qué? ¿Por qué
me llevarías allí?
No se molesta en mirar hacia mí. En lugar de eso, se queda mirando en la
oscuridad, donde estoy segura de que no puede ver nada. —Pronto tomarás clases
allí. Y yo te estaré vigilando.
Puede que esté a punto de morir de hambre y agotada, pero no soy estúpida.
No está haciendo esto por la bondad de su corazón. Diablos, ni siquiera pondrá su
abrigo sobre mis hombros. Prefiere tenerme aquí sentada con los dientes
castañeteando, medio muerta de frío.
Está loco si cree que va a retenerme allí. Ya he sido prisionera suficiente
tiempo. Esperaré el tiempo que me lleve recuperar mis fuerzas. Quiero decir, espero
que al menos me deje comer y dormir.
¿Y después? Me voy de allí. No me importa lo que cueste.
Veo la escuela antes de empezar a descender. Sería difícil no hacerlo, ya que
la fortaleza surge de la nieve y se extiende en todas direcciones. Un castillo para ricos
y poderosos.
Muy lejos de un doble ancho en un parque de caravanas. Por supuesto, cuando
aterrizamos, no tengo más consideración que antes. Lucas desciende del helicóptero
y comienza a caminar hacia una especie de túnel sin ofrecerme la mano.
Lo sigo, una vez más dispuesta a ignorar el impacto de la nieve en mis pies
descalzos. Al menos, así me muevo rápido. Cuando estamos dentro, podría llorar de
alivio. Hace calor, al menos una vez cerradas las puertas. También es silencioso como
un cementerio.
Todo el mundo debe de estar durmiendo; ¿quizá sea medianoche? No sé por
qué siento que tengo que ponerme de puntillas mientras sigo a Lucas por un pasillo
48
largo y ancho. No parece que nadie vaya a oírnos.
Mientras troto detrás de él, intento recordar cualquier cosa que haya oído
sobre Corium, pero no es como si alguien quisiera mantener una conversación
conmigo al respecto. He oído que el edificio era originalmente una especie de castillo
o fortaleza o algo así, y que hay muchas más cosas bajo la superficie, pero eso es todo.
Supongo que tendré que aprender lo que pueda sobre la marcha.
Como salir sin que nadie me vea.
Bajamos en ascensor. Lucas no me mira ni una sola vez, ni siquiera estando
juntos en una cajita. Por la forma en que arruga la nariz, me doy cuenta de que mi olor
le repugna. ¿Cómo cree que me hace sentir?
—Te quedarás en mi apartamento para que pueda vigilarte. —Abre la puerta,
pero no me deja entrar más de dos pasos antes de levantarme una mano—. No toques
nada y, por el amor de Dios, no te sientes. No hasta que te hayas duchado. No
permitiré que arruines mis cosas con tu suciedad.
Una ducha. Gracias a Dios. Ni siquiera su desagradable y condescendiente
actitud puede arruinar mi alivio. Una vez limpia, descansada y alimentada, estaré en
mejor forma, y entonces, me largaré de aquí y nunca miraré atrás.
8
Lucas

N
o sabía a dónde más llevarla, no con el aspecto que tiene. Si Aspen la ve
así, Quinton va a estar durmiendo en el helipuerto una semana.
Pero tenerla en mi propio apartamento probablemente no sea
una buena idea. No importa lo dura que parezca en este momento, sigue siendo una
mujer, y hace demasiado tiempo que no tengo relaciones sexuales.
Me apoyo en el marco de la puerta y resoplo. Es la peor idea que he tenido
nunca. Escucho el sonido de la ducha, preguntándome cuánto tiempo más piensa
quedarse ahí.
Estoy a punto de llamar a la puerta cuando se cierra el grifo. Mi mano sigue
levantada, con el nudillo a centímetros de la madera, mientras la oigo salir de la
ducha. 49
La habitación se queda en un extraño silencio. Inclino la cabeza y apoyo la oreja
junto a la puerta. El bajo crujido del armario me llega al oído, seguido del sonido de
ella rebuscando entre mis cosas, seguramente en busca de un arma.
No pierdo el tiempo, agarro el picaporte, giro y entro a empujones en el cuarto
de baño. Grita sorprendida y se levanta de un salto tan brusco que la toalla que la
envuelve se suelta. Veo cómo la mullida tela blanca se desliza por su cuerpo mojado,
dejando al descubierto cada centímetro de su piel.
No estoy seguro de si es un segundo o una hora, pero paso cada momento
escudriñando la suave curva de su figura desnuda. Sus pechos son más que un
puñado, turgentes, con pezones de color rosa claro. Pequeños moratones y cortes
estropean la piel lisa de su vientre plano y sus largas piernas. Pero sus pies parecen
tener el peor aspecto por haber caminado descalzos por la nieve.
Su grito agudo aún resuena en la habitación cuando se arrodilla rápidamente y
toma la toalla. Pero no es lo bastante rápida, y consigo echar un vistazo furtivo al
mechón rizado que tiene justo encima del coño. Mi polla se agita, presionando contra
mis vaqueros, suplicándome que la deje salir a jugar.
No se envuelve en la toalla como antes. En su lugar, se la pone delante del
pecho como una cortina para cubrir sus partes más íntimas.
—Fuera —exige con voz temblorosa, aferrándose a la tela como si pudiera
protegerla de mí.
—Estás en mi apartamento, usando mi baño, hurgando entre mis cosas. No me
dices que me vaya.
—Sólo buscaba un cepillo para el cabello. —La mentira sale de su lengua tan
suavemente que casi me la creo. Tiene el cabello húmedo pegado a la piel en ondas
sedosas que ahora parecen más oscuras.
Me fuerzo a sonreír y me acerco al cuarto de baño. Cuanto más me acerco, más
tiembla su labio inferior. Agarra con fuerza la toalla, hasta que los nudillos se le ponen
blancos. Su respiración se acelera, pero cuando estoy lo bastante cerca para oler el
aroma cítrico de mi jabón en su piel, contiene la respiración por completo.
Las puntas de mis botas están a menos de un centímetro de los dedos de sus
pies. Tiene el culo apretado contra el lavabo cuando me inclino hacia ella, ocupando
todo el espacio que nos separa hasta que su cuerpo desnudo y húmedo queda a ras
de mi cuerpo completamente vestido. Ella levanta la cabeza y yo bajo la mía. Nuestras
caras están tan cerca que la punta de mi nariz casi roza la suya. Puedo ver cada peca
de su nariz, cada mota de sus ojos verde esmeralda y cada larga pestaña oscura que
los enmarca. 50
Mi polla está ahora en posición de máxima atención, y me aseguro de presionar
mi dura longitud contra su suavidad mientras paso por delante de ella. Levanto el
brazo despacio y tomo el cepillo que hay encima del armario.
Su corazón late tan deprisa que puedo oírlo, y si su mano no estuviera entre
nosotros, probablemente también podría sentirlo contra mi pecho. Un escalofrío
recorre su cuerpo, y me pregunto si es solo porque tiene frío y miedo.
Me enderezo, doy un pequeño paso atrás y le tiendo el cepillo. Durante unos
segundos, se queda mirándolo como si fuera un objeto extraño que no hubiera visto
nunca.
—Gracias —susurra un momento después, tomando el cepillo—. No tengo ropa
limpia. ¿Te importa si lavo esto en el fregadero?
—Haré que te traigan ropa mientras tanto... —Recorro con la mirada su cuerpo,
sus caderas y muslos expuestos, imaginando que la sujeto mientras me la follo con
largas y profundas embestidas. Mierda, necesito masturbarme.
—No necesito mucho. Una camisa vieja estaría bien. ¿O tal vez tienes una caja
de objetos perdidos o algo así?
—¿O tal vez duermes desnuda? —digo antes de poder contenerme.
—Prefiero dormir desnuda que volver a ponerme esa ropa asquerosa —
bromea sin perder el ritmo.
—Entonces dormirás desnuda.
Sus ojos cansados brillan de confusión. No sabe si estoy bromeando o no. Está
a punto de descubrir que hablo muy en serio.
—Ven conmigo. Camina delante. —Le señalo el pasillo, pero no le quito los
ojos de encima. Un tono rojo se extiende por sus mejillas mientras se ajusta la toalla
para envolver su cuerpo, dándome otro vistazo de sus tetas antes de cubrirse una vez
más.
Se me adelanta y vuelve a la cocina. No puedo apartar los ojos del contoneo de
su culo, sobre todo sabiendo que está desnuda bajo la mullida tela. Podría tomarla
tan fácilmente; un tirón de la toalla y estaría desnuda, lista para recibir mi polla.
Sé que sólo me atrae porque no he estado con nadie en mucho tiempo. Aun así,
pensar que tiene algún tipo de poder sobre mí me hace un nudo en el estómago.
—Espera —le ordeno cuando llegamos a la cocina. Tomo una barrita de
cereales del armario y se la lanzo, casi deseando que no la agarre. Para mi decepción,
la atrapa como si fuera un objeto de valor incalculable—. Es tu cena, así que come.
No pierde el tiempo, rasga el papel y se mete la granola en la boca como si le
51
preocupara que se la quitara.
Señalo mi dormitorio y le hago señas para que entre. Todavía tiene las mejillas
llenas de comida cuando tomo una de mis camisas de la cómoda y se la doy.
Lo toma con una mano y con la otra sujeta torpemente el envoltorio ya vacío.
Sus ojos recorren la habitación, supongo que en busca de una papelera. En lugar de
dejar que lo tire ella misma, se lo arrebato de los dedos y gruño: —Ponte la camiseta.
—Pensé...
—Cambié de opinión. —Dejarla dormir desnuda es una idea terrible. No es
que me importe su comodidad, pero tampoco quiero irme a la cama con las bolas
azules.
Dándole la espalda, le doy unos segundos de intimidad mientras tiro una de
mis almohadas al suelo y tomo la cuerda de mi armario.
Unos ojos grandes y temerosos me miran fijamente cuando me giro hacia una
Dalilah ya vestida. Rápidamente disimula su incomodidad con un comentario. —No
sabía que te gustaba jugar con cuerdas.
—Al suelo. —Mi voz es un poco más gruñona de lo necesario, pero consigue
que se mueva. Se acuesta en el suelo a toda prisa, boca arriba, con la cabeza sobre la
almohada. Sus finos dedos se aferran al dobladillo de mi camisa, manteniéndola en
su sitio.
Con la cuerda en la mano, me arrodillo a su lado y le agarro las muñecas. —
Esta noche voy a atártelas juntas por delante. Si intentas algo estúpido, y me refiero a
cualquier cosa, me aseguraré de inmovilizarte en la posición más incómoda posible.
¿Entendido?
—Entendido. —Ella asiente rápidamente mientras me mira con curiosidad
mientras envuelvo la cuerda alrededor de sus muñecas y las aseguro con un nudo que
le será imposible desatar por sí sola.
Repito el proceso con los tobillos y compruebo que los pies siguen fríos al tacto.
Tiene los dedos ligeramente azules y la planta de los pies arañada y enrojecida.
Supongo que hacerla andar descalza no ha sido tan buena idea. Aspen no estará
contenta si Delilah pierde algunos dedos, pero no se trata sólo de lo que ella quiere.
Se trata de corregir mis errores. Delilah es un recordatorio de cómo le fallé a Aspen.
Me levanto del suelo y permanezco unos instantes junto a ella, admirando mi
propia obra. Podría ofrecerle una manta; sería lo más responsable, lo más amable, ya
que está atada en el suelo, con su pequeño cuerpo temblando y los dedos de los pies
aún azules de caminar por la nieve. Me sacudo cualquier atisbo de remordimiento.
Merece sufrir.
52
Obligo a mi erección a bajar, me desvisto hasta los calzoncillos y me meto en
la cama. Odio la reacción de mi cuerpo ante su presencia, pero al fin y al cabo soy un
hombre. Aun así, si voy a follarme a alguien, no será a ella.
Antes de apagar la luz, miro una vez más el cuerpo de Dalilah. Tiene los ojos
cerrados, pero dudo que esté durmiendo. No por la forma en que tiembla todo su
cuerpo. Lo único que puedo hacer es sonreír, tragándome cualquier sentimiento de
remordimiento o bondad hacia ella. Forma parte del problema, de la gente que ha
hecho daño a Aspen, y si cree que a partir de ahora todo va a ser un juego y una
diversión, está muy equivocada.
Haré que desee que Aspen hubiera elegido que muriera esa noche.
9
Delilah

P
uede que haya tardado una eternidad en dormirme, pero incluso con las
muñecas y los tobillos tan apretados que se me han entumecido, he
dormido mejor que en semanas. Sigo sin saber qué día es hoy. Lo único
que sé es que dormir en el suelo de la habitación de Lucas era más cómodo y
reparador que aquel catre apestoso y mugriento, incluso sin la manta.
Me duelen los brazos de estar en esta posición durante horas y tengo las
piernas agarrotadas, pero estoy limpia y llevo ropa que no está cubierta de mugre.
Son las pequeñas cosas. No volveré a dar por sentada la ropa limpia mientras
viva.
Por fin me doy cuenta de que hay algo en esta habitación que me recuerda a la
celda que acabo de abandonar: la falta de ventanas. Como estamos bajo tierra, no hay 53
luz natural ni nada. Es desorientador, pero estoy acostumbrada. Es como si la tortura
por la que pasé me hubiera preparado para esto.
El movimiento de la cama me paraliza. Contengo la respiración, esperando a
ver qué pasa. Desde mi posición, sólo puedo verle bajo las mantas. Un suave ronquido
me dice que sigue dormido. ¿Cómo puede dormir tranquilo, viendo lo que hizo
anoche?
¿Sabiendo por lo que he pasado? Debe ser un cabrón desalmado para
descansar tranquilo después de atar a una chica y obligarla a dormir en su piso,
sabiendo que ya ha pasado por un infierno.
Vuelve a moverse y me pregunto hasta qué punto está descansando. Ahora está
de espaldas, con un brazo sobre la cabeza. Sería tan fácil matarlo. Fue inteligente al
atarme.
Mi antiguo yo nunca habría pensado en hacer algo así. No soy una persona
violenta, al menos antes no lo era. Pero el tiempo y el tormento hacen cosas en la
mente de una persona. Te enseñan hasta dónde estás dispuesto a llegar para
sobrevivir, y eso es de lo que se trata realmente al final del día. Sobrevivir. Si quieres
sobrevivir, tienes que quitar del camino a la gente que preferiría destruirte. La ley de
la selva o lo que sea.
Se remueve en la cama, se aclara la garganta y sé que está despierto sin tener
que verle la cara. Tengo que hacer algo para caerle bien. Necesito que empiece a
verme como una persona. Cuanto más consiga caerle bien, más libertad me dará.
Cuanta más libertad tenga, más posibilidades tendré de escapar. Ahora es un buen
momento para empezar.
Especialmente cuando veo lo que sobresale por debajo de las sábanas. Por lo
que se ve, mi anfitrión tiene una polla respetable, lo que supongo que tiene sentido
viendo lo alto que es. Se mueve un poco hacia delante y hacia atrás mientras se estira
y se sienta.
Su mirada se posa inmediatamente en mí. Incluso con el sueño todavía pesado
en sus ojos, no se me escapa el odio profundamente arraigado hacia mí. Ni siquiera
sé por qué me odia tanto, pero estoy segura de que es así. Sólo tengo que averiguar
su razón. Y la mejor manera de sacarle la verdad es ser inesperada. Ser contundente,
sorprenderlo y mantenerlo alerta.
—La madera de la mañana es una mierda, ¿eh? —De algún modo, consigo
incorporarme, ignorando la rigidez de mis piernas y caderas—. ¿Qué sueles hacer?
¿Te haces una paja o la ignoras y esperas a que baje sola?
—¿Qué clase de pregunta es ésa? —se burla. 54
Se me escapa un bufido. —Lo siento, no he podido leer el capítulo sobre temas
de conversación aprobados en el manual de captor-captivo.
Aún no sabe si hablo en serio o no. Me pregunto si está acostumbrado a ser
desequilibrado de esta manera. No puedo imaginar que lo esté. No un hombre que
prácticamente exuda fuerza y control como él. Ni siquiera dudó en atarme antes de
hacerme dormir en el suelo de su habitación. Como si su conciencia no se interpusiera
en absoluto.
Murmura algo que no entiendo, pero sus ojos se deslizan por mi cuerpo como
lo hicieron anoche cuando salía de la ducha. Eso también me da esperanza. Solo es
humano, nada más que un hombre, por mucho poder que tenga sobre mi vida ahora
mismo.
—¿Qué tal si me dejas que me ocupe por ti?
—¿Perdón?
—Creo que me has oído —murmuro.
Cuando balancea las piernas sobre el borde de la cama, tengo que evitar una
sonrisa de triunfo. Es casi demasiado fácil. Pensaba que tendría que urdir un plan muy
elaborado. Todo lo que hace falta es ofrecerle una mamada, y él es como masilla en
mis manos.
—¿Sabes qué? Eso suena bastante excitante —dice, de pie, y ahora su erección
sobresale delante de él como un asta de bandera—. Podría mantenerte atada como
estás. Un poco de mierda en tu cara. Y no podrías hacer nada al respecto.
—Estaría a tu entera merced —bromeo, con el corazón latiéndome cuando
cruza la habitación y se coloca frente a mí. Junto las manos para que no vea cómo me
tiemblan los dedos con cada pequeño paso que da hacia mí.
Me pongo de rodillas, un poco torpemente, teniendo en cuenta que no puedo
usar las manos, pero algo me dice que no le importa mucho que me mueva
seductoramente. Está demasiado ocupado imaginándose que le chupan la polla.
Se me hunde el corazón. No he hecho esto con nadie desde Nash, y tampoco lo
había planeado. Sé que se ha ido, pero esto todavía se siente como una especie de
traición.
Lucas se detiene delante de mí y tengo que levantar la cabeza para poder verle
la cara. Me mira con odio y desdén, lo que me hace un nudo en el estómago. Esto va
a ser duro. Me odia y va a dejarme sentir ese odio.
En lugar de bajarse los calzoncillos, se pone en cuclillas, con la cara a escasos
centímetros de la mía. Está tan cerca que puedo oler su aliento mentolado cuando
habla—. Como si fuera a dejar que te acercaras a mi polla —gruñe, curvando el labio 55
en una fea mueca—. ¿Qué, crees que soy un adolescente cachondo? ¿Como si fuera
tan estúpido como esos idiotas de los que te saqué anoche? Estoy fuera de tu alcance,
Dalilah. Tenlo en cuenta.
La decepción y el alivio se instalan en mis huesos. No quería esto, pero me
habría ayudado, y estaba tan cerca, al menos eso creía.
Pero esto es lo que pasa conmigo: No he conocido más que decepciones toda
mi vida. Y cuando te han derribado más veces de las que puedes contar, aprendes
muy rápido a disimular tus verdaderos sentimientos. Por eso puedo sonreír mirándolo
fijamente a los ojos. —Eso ya lo veremos.
Responde desatándome los tobillos y arrastrándome hasta mis pies magullados
y doloridos. Odio tener que apoyarme en él un momento para recuperar el equilibrio
cuando mis músculos agarrotados vuelven a la vida. No tengo mucho tiempo para
recuperarme antes de que me empuje hacia el baño, donde me desata las muñecas
inmediatamente antes de dejarme sola. —No tardes —ladra desde el otro lado de la
puerta—. Tengo un horario que cumplir.
No sé exactamente qué significa eso, pero ahora mismo me alegro de tener un
momento de intimidad. Incluso orinar en un retrete de verdad en lugar de en un cubo
es casi una alegría. También lo es lavarme las manos y la cara. —Me vendría bien un
cepillo de dientes —digo. Hay una botella de enjuague bucal en el lavabo, así que la
uso de momento.
—Sí, no me digas. Como dije, me encargaré de eso. —Abre la puerta antes de
que le diga que estoy lista, me agarra del brazo y me saca.
—¿Adónde me llevas ahora? —Intento zafarme de su agarre, pero es como
luchar contra arenas movedizas. Cuanto más forcejeo, más aprieta hasta que me lloran
los ojos.
Me conduce desde el dormitorio a través de la habitación principal, que no
tengo tiempo de mirar antes de entrar en un dormitorio más pequeño. Me suelta y me
empuja hacia la cama. —Toma. Te quedarás aquí mientras voy a trabajar.
—No tenías que romperme el brazo. —Me froto el lugar donde me agarró, el
dolor irradia a través de mi brazo.
—Créeme. Si quisiera romperte el brazo, estaría roto. —Ahora me fijo en lo que
tiene en la otra mano: un llavero—. Cerraré la puerta detrás de mí.
El pánico revolotea en mi pecho y, antes de que pueda contenerme, suelto: —
¿Tienes que hacerlo?
—¿Tengo que encerrarte en esta habitación para asegurarme de que no
encuentras la forma de atacarme cuando vuelva? —Habla despacio, como si se
56
dirigiera a un niño pequeño—. Sí, tengo que hacerlo. Es más, quiero hacerlo. Algunas
personas no merecen la libertad.
Me encantaría saber exactamente qué demonios se supone que significa eso.
¿Qué cree que he hecho? No hay tiempo para preguntar, no creo que me responda.
Lo único que puedo hacer es quedarme aquí, impotente, frotándome el brazo
dolorido mientras él cierra y atranca la puerta.
—¿Cuándo volverás? —Por fin se me ocurre preguntar, pero supongo que eso
no justifica una respuesta. Lo único que obtengo a cambio es silencio.
Mis ojos recorren la habitación en busca de algo que pueda usar para forzar la
cerradura. El problema es que, aunque hay una pequeña cómoda y una mesa junto a
la cama, no hay nada en ellas. Al fin y al cabo, sólo es la habitación de invitados, pero
esperaba encontrar algo. Cualquier cosa. Una horquilla, una lima de uñas. Pero
incluso cuando me arrodillo y busco debajo de la cama, pasando la mano de un lado
a otro, no encuentro nada.
No hay ventanas, algo a lo que tendré que acostumbrarme. Hay una pequeña
rejilla de ventilación en el techo, pero no me cabría ni aunque quisiera arrastrarme
por los conductos.
¿En qué demonios estoy pensando? ¿Quién me creo que soy? No soy un héroe
de película de acción. No soy nadie. Ni siquiera sé por qué me tiene aquí. En realidad,
no. Sólo sé que me odia. No hay mucho que pueda hacer con eso.
Finalmente, me siento en la cama. Al menos es blanda y las sábanas están
limpias. Tal vez lo mejor que puedo hacer ahora, ya que está claro que no voy a comer
esta mañana, es dormir un poco más. Necesito dormir si quiero curarme.
Y, obviamente, Lucas Diavolo no se va a tragar un plan que se me ocurra a mí.
Es más agudo que eso y más desconfiado.
Yo también soy lista. Y si hay algo para lo que mi vida me entrenó, es para
nunca confiar en nadie.
Si cree que va a ser fácil doblegarme, estoy deseando demostrarle que se
equivoca.

57
10
Lucas

L
evanto la taza, mis labios ya están tocando el borde y estoy a punto de
darle un sorbo cuando la puerta de mi despacho se abre de repente. Dejo
la taza sobre la mesa y miro al intruso con el ceño fruncido.
—¿Es verdad? —Aspen básicamente me grita.
Este es sin duda uno de los momentos en los que me arrepiento de haberle
dicho a mi secretaria que la deje pasar cuando quiera.
—Sí. Sí, es verdad. Soy increíblemente guapo.
Aspen me lanza una mirada exagerada. —Estoy hablando de Delilah. ¿De
verdad está aquí? —Me imaginé que se refería a eso, pero esperaba que tardara un
poco más en enterarse. Resulta que me equivoqué.
—Eso también es cierto, sí. —Le hago señas a Aspen para que se siente, y ella
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toma asiento frente a mi escritorio.
—¿Dónde está? ¿Cómo le va? ¿Va a empezar las clases? —Me bombardea a
preguntas, ni siquiera me da la oportunidad de responder a una antes de lanzar la
siguiente.
—Ahora mismo está en su habitación. —No es una mentira completa, pero
tampoco la verdad total—. Necesitaba unos días para recuperarse y asimilarlo todo
antes de empezar las clases. —De nuevo, no es técnicamente una mentira, pero
tampoco es toda la verdad.
Aspen resopla y se deja caer en la silla. —Sé que no debería preocuparme por
lo que le ocurra, pero no soy esa clase de persona. Y si se ha visto envuelta en todo
esto, pero en realidad es completamente inocente.
Quiero romper y ser la figura paterna autoritaria, pero me contengo. Delilah no
es Aspen. No es inocente. Es un recordatorio de todo lo que fracasé en ser para
Aspen.
—Ella no eres tú, Aspen. Te das cuenta de eso, ¿verdad?
—Puede que no... —Se muerde nerviosamente el labio inferior.
—Delilah empezará a ir a clases en cuanto le entreguen su ropa. —Y estoy listo
para que ella vaya a clases.
A Aspen se le iluminan los ojos. —Oh, ella podría tener algunos de los míos.
Deberíamos tener más o menos la misma talla.
—No lo sé. —La idea de la ropa de Aspen en Delilah deja una sensación
inquietante en mis entrañas—. Estoy seguro de que ella está bien esperando los
suyos, además enojar a Quinton no es realmente tan alto en mi lista de prioridades.
Aspen resopla. —Creo que subestimas la cantidad de compras que Scarlet y
Ella me hicieron hacer y sobreestimas la habilidad de Quinton para destrozar la ropa.
Hay cajas llenas de conjuntos que ni siquiera me he puesto.
Una sonrisa se dibuja en mis labios ante la mención de Ella y la forma en que
ha estado mimando a Aspen. —Si tú lo dices.
Puede que Aspen tuviera un comienzo difícil con los Rossi, pero desde que se
dieron cuenta de quién era, la han acogido como a una de los suyos, y sé que harían
cualquier cosa por hacerla feliz.
Nunca podré ofrecer a Aspen el tipo de familia que se merece, pero saber que
Xander la ha aceptado en la suya me da una pizca de paz.
—Entonces... —Aspen se aclara la garganta—. Ya que estoy aquí... me
59
preguntaba si no te importaría decirme... —Ella mira alrededor de la habitación para
evitar mis ojos—. Un poco más sobre... bueno, sobre ti.
—Como te dije antes, te contaré lo que quieras, pero mi pasado no es bonito,
Aspen. Hay una razón por la que Charlotte me tenía miedo. La traté terriblemente. Fui
egoísta y cruel. No me importaba nada entonces, ni siquiera mi propia vida, lo que
me convertía en una persona muy peligrosa para estar cerca. Cuando no te importa
si vives o mueres... es un lugar en tu mente en el que nunca quieres estar.
Aspen se traga su decepción ante mi confesión, pero no antes de que la
vislumbre. —Recuerdo que me contaste que solías pelear por dinero. ¿Fue la misma
época en que la conociste?
—Sí, así fue. Así es como nos conocimos. Me vio en una gasolinera y me
preguntó si estaba bien. Estaba preocupada por mí, y ni siquiera me conocía. Me
pareció guapa y acabé yendo a casa con ella para que me vendara los dedos rotos.
—Eso suena como algo que yo también haría. —Aspen sonríe, con los hombros
caídos como si le preocupara que la historia fuera mucho peor—. ¿Así que salieron
juntos?
—Yo no lo llamaría así. Fui muy claro en mis intenciones. Le dije desde el
principio que no quería sentimientos. Sólo quería sexo. —No me avergüenzo de
haberle dicho la verdad a Aspen, pero sigo sintiéndome aliviado cuando ella tampoco
parece juzgarme por ello.
—¿Y por qué paraste?
—Fue una época difícil de mi vida. Aún estaba lidiando con las secuelas del
asesinato de mis padres. Estaba tan enojado, tan fuera de control, y una noche,
Charlotte vio esa parte de mí. La espanté y nunca volvió a mirar atrás.
Nos sentamos sin decir nada durante unos instantes. Veo en la cara de Aspen
que necesita un poco de tiempo para procesarlo, y yo se lo doy encantado. —Eso es
cosa del pasado. —Por fin rompe el silencio—. Ya no eres esa persona.
—Siempre ves lo bueno en la gente. Tienes eso en común con tu... —Mierda, ni
siquiera sé cómo llamarla.
—Puedes decir madre. Quiero decir, eso es lo que Charlotte es. Ella me dio a
luz, y si lo que Quinton me ha dicho es cierto, me entregó para protegerme, no porque
no me quisiera.
—Era una buena persona. Eso te lo aseguro. Y como tú, siempre veía lo bueno
en todos, incluso cuando ellos mismos no lo veían.
—Ella vio lo bueno en ti. 60
—Sí, pero al final no fue suficiente. —Desesperado por cambiar de tema, dirijo
la conversación hacia mi hermano—. A Nic y Celia les gustaría que viniéramos pronto
de visita. Sobre todo a Celia.
—¿En serio? —Aspen se anima ante la idea—. ¡Me encantaría!
—Hablaré con ellos y planearé algo. —Aunque pensándolo ahora, estoy seguro
de que Celia ya ha planeado unas vacaciones con un itinerario completo.
—Ves. No puedes haber sido tan malo en el pasado. Tu familia te quiere.
Mi única respuesta es una sonrisa tensa. Sí, Nic y Celia me han apoyado todos
estos años, pero antes no había amor entre nosotros. De hecho, la primera vez que
conocí a Celia, la odiaba tanto que quería matarla de la forma más horrible que
pudiera imaginar.
—¿Sabes siquiera lo que ha hecho tu familia? Supongo que la mejor pregunta es
si te importa. —Escupo las palabras con tanto veneno que casi puedo saborear la
amargura en mi lengua. Todo su cuerpo tiembla, se aleja de mí con miedo. Parece tan
pequeña y vulnerable, y disfruto sabiendo lo fácil que podría matarla ahora mismo. Con
qué facilidad podría rodear su delgado cuello con mis manos y acabar con su miserable
vida. Quizá me folle su cadáver después, sólo por diversión.
—No sé de qué me hablas —me dice con su vocecita mansa. Maldita mentirosa.
Avanzo a la carrera, atravesando su pequeña celda hasta que mis botas besan el
borde del colchón. Se aleja todo lo que puede y se acurruca en un rincón como un animal
atrapado.
—Eres parte de esa asquerosa familia. La única con decencia era tu hermana, que
sabía cuándo era su hora de morir.
Celia se estremece ante la mención de su hermana muerta, y el dolor en sus ojos
sólo consigue excitarme más.
—Debería matarte ahora mismo. Cortarte la garganta y enviarle tu cuerpo a tu
papá.
Ése es sólo uno de los muchos recuerdos que me atormentan. A veces, todavía
no puedo creer que me perdonara por la forma en que la traté. Pero mi hermano hizo
cosas peores y ella se casó con él. Supongo que el verdadero amor es ver lo peor de
alguien y elegir quedarse.
Aspen suspira. —Supongo que iré a cenar con Quinton antes de que venga a
buscarme.
—Yo también tendré que ir a cenar pronto. Quizá podamos vernos en el
gimnasio este fin de semana. Tengo que enseñarte algunos movimientos más por si
necesitas patearle el culo a Quinton.
61
—Sí, por favor, enséñame. No puedo esperar a ver su cara cuando lo derribe.
—A mí también me importaría verlo. —Me río entre dientes.
Aspen se levanta de su asiento y me dedica otra gran sonrisa antes de salir de
mi despacho. Cada vez que la veo, no puedo evitar pensar en lo mucho que me he
perdido y en todo ese tiempo que nunca podré recuperar. Intento no pensar en ello
ni dejar que la culpa de aquella noche en la que se la llevaron me corroa. Lo único
que tenemos ahora es el futuro, y haré lo que haga falta para no joderlo como hice
con mi pasado.
11
Delilah

H
oy, el aburrimiento ha sido mi mayor problema. El aburrimiento y las
innumerables preguntas que me hago sobre el escurridizo director de
Corium y lo que quiere de mí.
¿Esto es más cosa de Quinton Rossi? ¿Quiere tenerme cerca, por si acaso? Al
menos estar encerrada significa que no puede llegar a mí.
A menos que Lucas le diera una llave.
¿Y quieren que tome clases aquí? Tiene que haber una trampa, un motivo
alternativo. Me quiere para algo. ¿Por qué otra razón me mantendría con vida? No
importa el motivo, tendré la posibilidad de encontrarme con Quinton y su noviecita-
no, esposa, él la llamaba su esposa. Muchas cosas que esperar.
Espero que Aspen no espere que le agradezca que me haya dejado vivir. O
62
peor, que quiera ser mi amiga. No soy el tipo de amiga risueña, para empezar. Y no
necesito que me lo eche en cara. ¿Cómo podría ser amiga de alguien por obligación?
Debo de haberme quedado dormida en algún momento, porque el sonido de
una puerta que se abre y se cierra me hace dar un respingo. ¿Qué hora es? ¿Cuánto
tiempo llevo aquí? Otra forma de torturar la mente: la ausencia de una forma de
marcar el tiempo. Sin ventanas, sin reloj, sin forma de saber dónde me encuentro en
relación con el día o incluso con la semana. ¿Cuándo demonios es?
Eso será lo primero que le pregunte cuando me abra la puerta. Quiero decir,
tiene que hacerlo. No puede dejar que me pudra aquí, ¿o sí? ¿Era esa la idea detrás
de esto? ¿Cambiar mi ubicación, pero no la tortura y el aislamiento?
Por primera vez hoy, empiezo a pasear por la habitación. A fin de cuentas, me
sorprende no haber empezado antes.
Tal vez sea mejor que me detenga y conserve mi energía. Quién sabe cuánto
tiempo más estaré aquí.
Hay mucho movimiento ahí fuera. Suficiente para que un torrente de imágenes
desagradables corra por mi cabeza. ¿Qué está haciendo? ¿Y si no es Lucas en
absoluto? ¿Y si realmente le dio una llave a Quinton?
Maldita sea. ¿Hasta dónde llegó ese tipo dentro de mi cabeza? Supuse que
sobrevivir sin convertirme en un lunático significaba que había ganado. Él no me
rompió. Ahora estoy empezando a preguntarme.
Cuando empieza a oírse un zumbido familiar, suelto un suspiro. La tensión
desaparece de mis músculos, todo gracias a una aspiradora. Debe de ser el personal
que se ocupa del apartamento de Lucas mientras él está ocupado.
Por un momento, me pregunto si debería llamar a la puerta y hacerles saber
que estoy aquí. No, eso sería estúpido. De ninguna manera estarían dispuestos a
ayudarme, más aun sabiendo que su trabajo dependía de ello.
Pierdo la noción del tiempo que llevo dando vueltas delante de la puerta
cuando oigo abrirse y cerrarse la puerta principal. Una vez más, oigo movimiento
procedente de la zona del salón de la casa, pero nadie viene a buscarme.
Me arrodillo y me asomo por debajo de la puerta. Sólo hay un pequeño hueco,
pero me basta para ver dos pares de pies caminando alrededor de una mesa.
El inconfundible sonido de los cubiertos sobre la mesa me indica que también
son empleados, preparando la cena. Supongo que los tipos como él no tienen que
cocinar.
El sonido de la voz de Lucas me hace dar un respingo, con el corazón en la
63
garganta. —Gracias —dice, y unos segundos después, la puerta se cierra.
Ha vuelto. Puedo manejar esto. Lo que sea que me lance, puedo soportarlo. No
voy a dejar que gane cualquier juego que esté jugando conmigo.
Me alejo de la puerta cuando una llave se desliza en la cerradura. Un momento
después, la puerta se abre de golpe. —¿Pensabas saltar sobre mí cuando entrara en
la habitación? —pregunta, frunciendo el ceño, una vez que estamos frente a frente.
—Si fuera a hacer eso, necesitaría un arma, ¿no? —Levanto las manos,
encogiéndome de hombros—. Aquí no hay nada.
—Porque no había nada aquí para que lo usaras. No creas que te daría la
oportunidad. Te rompería tu delgada garganta antes de que tuvieras la oportunidad.
—Quiero decir, siempre podría saltarte de otra manera. —Levanto un hombro
y sonrío al ver cómo se ensombrecen sus facciones. Sí, esto funciona—. Sabes, esa
oferta sigue sobre la mesa. Después de un largo día de trabajo, seguro que te vendría
bien un poco de ayuda para relajarte. —Termino mirando su entrepierna y me paso
la lengua por el labio inferior. Haré el papel que tenga que hacer si eso significa que
saldré viva de este lugar.
Da un paso amenazador hacia mí, y puedo sentir el calor de su cuerpo
irradiándome, pero también puedo sentir su rabia. Como el viento que se levanta
justo cuando se avecina una tormenta.
—¿No escuchaste anoche? No soy como otros hombres, Dalilah, y no sólo
pienso con la polla. No soy tan simplón como los idiotas que te has follado en el
pasado. Lo que digo va en serio, y cumpliré con mis acciones. No me traiciones ni
trates de provocarme porque te prometo... —Se inclina más hacia mí y puedo oler su
colonia; es picante y embriagadora, aunque nunca lo admitiré en voz alta—. No soy
tan indulgente como Aspen. Te mataré si intentas joderme. —Sin previo aviso, me
agarra de la muñeca y me saca de la habitación, dándome solo un momento para
recomponerme, sus palabras me agotan, haciéndome preguntarme si está
bromeando o dice la verdad. ¿Podría matarme? ¿Tiene ese poder? Claro que lo tiene.
Todos me quieren muerta, así que sólo les estaría haciendo un favor.
Casi lloro cuando se para en la puerta del baño. No he podido ir en todo el día.
Pero tampoco es que haya bebido nada, ¿verdad? Me suelta y me empuja dentro.
—Si quieres mear, será mejor que vayas ahora —ordena bruscamente.
Se me escapa una respuesta, pero la reprimo, no quiero tentar demasiado a la
suerte. Me froto la muñeca, me duele donde me agarró. 64
—Date prisa, o no podrás ir, y no, antes de que digas algo inteligente, no me
importará si te meas encima. De hecho, te haría dormir en tu propia orina.
Su crueldad no me sorprende. De hecho, es de esperar. Cree que yo soy la
mala, pero no tiene ni idea. En lugar de discutir con él y pedirle un poco de intimidad
para poder ir al baño, voy rápidamente al baño, intentando parecer indiferente a su
presencia.
Cuando termino, me arrastra de vuelta a la sala de estar. Un poco más fuerte y
me arrancaría el brazo de un jalón. Me muerdo el labio para reprimir un grito de
dolor. No quiero que sepa que me está haciendo daño, aunque estoy segura de que
lo sabe.
En la mesa, veo dos platos con tapa. Uno tiene cubiertos y el otro no. Supongo
que no se puede confiar en mí con los cubiertos.
Entonces me doy cuenta. Hay dos platos. Gracias a Dios.
—Siéntate —me ordena, y tomo asiento frente a uno de los platos antes de que
tenga excusa para empujarme a la silla. Junto al plato hay una botella de agua y tardo
dos segundos en destaparla y beberme casi la mitad.
Si se da cuenta, no lo menciona. Supongo que no le importa. Cualquiera con
alma pensaría, eh, quizá debería dejarla al menos algo de beber si voy a estar fuera
del apartamento durante horas. A él no. No le importa una mierda, y sería mejor darse
cuenta de eso ahora.
—Por un momento temí que no me dejaras comer. —Lo veo levantar la tapa de
su plato y apenas puedo reprimir un gemido de placer.
Filete. Patata asada. Espárragos.
Olvídate de gemir. Podría llorar en este momento.
—No me interesa matarte de hambre. Sería una muerte demasiado fácil. —No
pierde el tiempo cortando su carne.
Con impaciencia, levanto la tapa del plato. Con todo ese olor salado a mi
alrededor, tengo que luchar contra el impulso de meter la cara en el plato y no salir a
tomar aire hasta que esté vacío.
Al mirar mi plato, ese impulso se desvanece momentáneamente cuando no veo
más que unas viejas patatas fritas empapadas y medio perrito caliente. Sí, la mitad.
Me trajo las sobras de alguien.
Cualquier otro día, no tocaría esto ni con un palo de un metro, pero hoy tengo
tanta hambre que decido fingir que ya me he comido la otra mitad.
La mente sobre la materia. 65
Con los dedos, tomo una patata frita fría y me la meto en la boca. Sabe aún peor
de lo que parece, así que me la trago lo más rápido que puedo. El perrito caliente
sabe un poco mejor y está menos seco, así que en el siguiente bocado combino los
dos. Luego lo bebo con otro sorbo de agua.
Justo cuando pensaba que íbamos a pasarnos toda la cena en un silencio
incómodo, Lucas empieza a hacerme preguntas. —¿Dónde vivías antes de que te
encerraran?
Lo miro con una sonrisa. —Un castillo grande, en lo alto de una colina.
—¿Crees que esto es divertido? —La severidad de su voz no me asusta como
debería, y quizá ese sea la mitad del problema aquí.
—Quiero saber sobre tu pasado y por qué no hay nada que encontrar.
—Realmente no estoy segura de lo que estás preguntando. No tengo nada que
contar. No soy nadie especial. Confía en mí. —Mi respuesta es tan practicada que ya
ni siquiera pienso en las palabras. Me he pasado toda la vida ocultando quién era, sin
decirle a nadie de dónde venía ni con quién estaba emparentada.
—Nunca dije que pensara que eras alguien especial. —¿Podría sonar más
despectivo? — Y nunca confiaría en ti de ninguna manera.
—Pero no puedes soportar no saber todo lo que hay que saber sobre mí,
¿verdad? Entonces, ¿qué es? ¿No soy nadie especial, o estoy atormentando tu
imaginación?
—¡Basta! —Golpea la mesa con la palma de la mano lo bastante fuerte como
para hacer saltar los platos. Me sobresalto antes de poder detenerme, conteniendo la
respiración, con los dientes apretados.
Cuando me lanza una mirada curiosa, bajo los ojos y los mantengo así. Ha
dejado claro su punto de vista. Si hay algo que sé, es no presionar a un hombre más
allá de este punto si puedo evitarlo. Todo esto ya es bastante malo sin una cara
hinchada que me lo recuerde.
Despacio, sigo comiendo. De alguna manera, la comida sabe aún peor que
antes, pero eso no va a impedir que siga comiendo.
Durante el resto de la comida, los únicos sonidos del apartamento proceden de
su cuchillo y su tenedor, de lo que masticamos y de lo que bebemos. No me dice nada
y sé que no debo dirigirle la palabra.
Pero está interesado en mí. En mi pasado. ¿Por qué? ¿Cómo va a usar eso en mi
contra? Estoy tan cansada de tratar de predecir lo que otro hombre tiene en mente.
Cuando terminamos de comer, recoge los platos y los deja en una bandeja
66
junto a la puerta. Ahora observo un poco más, encontrando el apartamento cómodo
pero no exactamente cálido o acogedor. Encaja con el tipo que vive aquí. El reloj
sobre la estufa marca las ocho y media. Al menos sé en qué momento del día estamos.
No es que importe mucho.
Le preguntaría qué hace cuando está aquí solo. Cómo pasa su tiempo libre y
todo eso, pero temo que empiece a columpiarse si digo una palabra más. Incluso
ahora, me irrita que haya ganado, en cierto modo. Me ha asustado hasta hacerme
callar, y al callarme, le estoy dando lo que quiere.
—Me voy a la cama.
De acuerdo, entonces. —Yo también me iré a la cama.
Me mira de arriba abajo como si fuera la persona más estúpida o patética que
ha conocido. Quizá las dos cosas. —Eso debería ser obvio. ¿Te he dado una idea
equivocada? ¿Pensabas que tenías algo que decir sobre lo que estás haciendo aquí?
—No.
—Espero que no, porque te vas a llevar una gran decepción. —Con un gesto,
me indica que me levante del sofá—. Vámonos. No me gusta que me jodan la agenda.
Parece que Lucas necesita una mamada más de lo que pensaba. Nunca he
conocido a nadie tan tenso.
Como de costumbre, me lleva al cuarto de baño que hay junto a su dormitorio.
Cuando estoy sola, me miro en el espejo, respirando hondo en un intento de que se
me ralentice el pulso. De momento, todo va bien. No me ha dado ningún motivo serio
para tener miedo. Si quisiera hacerme daño, ya lo habría hecho.
Aun así, doy un respingo cuando llama a la puerta.
—Se me olvidaba, te he comprado un cepillo de dientes. —Abro la puerta lo
suficiente para que pase y la vuelvo a cerrar. Al menos tengo esto.
Sería una mala idea que se me subiera a la cabeza. Lo sé con certeza cuando
salgo del baño y lo encuentro sujetando las mismas cuerdas que usó conmigo anoche.
—Oh, no...
—Creí que habíamos hablado de que no tendrías voz en esto. —Se para junto
a la cama, con una almohada en el suelo como antes.
—¿Por qué no puedo dormir en la habitación de invitados? Puedes encerrarme
igual que hoy. No podré salir.
—Aquí. Ahora. —Hay algo en su forma de entrecerrar los ojos y aletear la nariz
que me hace moverme, pero me pesan los pies por la decepción.
No tengo ganas de pasar otra noche en un suelo duro. Al menos he dormido
antes en una cama. Hoy he tenido un poco de consuelo.
67
—¿Y si tengo que hacer pis durante la noche?
—Retenlo o aprende a amar dormir con pis. —Termina de sujetarme y apenas
se molesta en comprobar cómo la cuerda me corta la piel antes de levantarse—. Nos
vemos por la mañana.
Echo un último vistazo a su expresión dura e insensible antes de que apague
las luces. Después de ir al baño, se quita la ropa, está demasiado oscuro para que vea
nada, lo cual es una pena y se mete en la cama. Da igual que no esté aquí.
Aunque teniendo en cuenta lo mucho peor que podrían estar las cosas, quizá
sea algo bueno.
12
Lucas

H
ace tres días que Delilah se convirtió en mi pequeña cautiva. Durante
los dos últimos, se ha comportado muy bien, reduciendo al mínimo sus
insinuaciones y coqueteos. En lugar de quejarse, se arrodilla ante mí y
me tiende las manos para que se las ate. Ha estado comiendo la asquerosa comida
que le traigo como si fuera un plato gourmet y durmiendo en el suelo como si fuera
una cama de lujo.
Sé que no debo confiar en su inocencia fingida. Está callada, pero eso no
significa que no esté conspirando. Estoy en alerta máxima cuando se trata de ella, y
no creo que eso vaya a cambiar pronto.
Todavía no ha compartido nada sobre su pasado, lo que me ha hecho probar
una técnica diferente hoy. 68
—Ven a sentarte en el sofá. Puedes ver una película mientras trabajo.
Su cara refleja sorpresa. —¿En serio?
—Sí. De verdad. —Señalo el sofá y la veo acercarse con cuidado. Como si
buscara trampas, acolcha el cojín del sofá antes de sentarse torpemente.
Se relaja un poco cuando pongo una película y me siento a la mesa de la cocina.
Tarda otros quince minutos en reclinarse y levantar las piernas para ponerse cómoda.
Finge estar interesada en la película, manteniendo los ojos pegados a la
pantalla, pero sé que está fingiendo porque sus reacciones ante cualquier cosa que
ocurra en la pantalla son básicamente nulas. No se ríe de un chiste, no se entristece
cuando alguien muere. Simplemente se queda mirando la pantalla con la misma
expresión facial durante toda la película.
—¿Disfrutando de la película?
Levanta la cabeza, sorprendida por mi voz. —Es mejor que sentarme en mi
habitación y mirar a la pared.
—¿Así que la televisión y el cine no son lo tuyo?
—En realidad, no.
—¿Y qué haces para divertirte? —Conseguir que hable es como arrancarle una
muela, así que me sorprendo cuando responde.
—Crecí en una caravana de una sola anchura con un fumador empedernido que
no hacía gran cosa aparte de ver telenovelas y programas de entrevistas durante el
día y películas por la noche. Así que diversión para mí significa hacer literalmente
cualquier cosa aparte de eso.
—¿Como ir al centro comercial? —Parece algo que harían las adolescentes.
—¿No has oído la parte del parque de caravanas? ¿De dónde crees que sacaría
dinero para ir a cualquier centro comercial?
—Tu padre tenía mucho dinero.
—Bueno, no le apetecía compartirlo conmigo —aprieta Delilah entre dientes.
Su odio hacia su padre parece real, pero eso no significa mucho. La sangre de
Valentine aún corre por sus venas.
—Si tú lo dices. —Me levanto de la silla, me acerco a ella y tomo el mando a
distancia—. Me voy por unas horas. Así que vuelve a tu habitación.
—¿Adónde vas? Es sábado, ¿no?
—Eso no es asunto tuyo. Levántate. 69
—No. —Cruza los brazos sobre el pecho como una adolescente malcriada.
—¿No? —Una sonrisa de satisfacción se dibuja en mis labios—. Debo de
haberte dado una impresión equivocada al dejarte sentar en mi sofá a ver una
película. La culpa es mía. No debería haberte tratado tan bien.
Su vigor la abandona de inmediato. Deja caer los brazos a su lado y sus
hombros se hunden. —No merezco estar encerrada como un animal.
—Ahí es donde te equivocas. Te mereces todo esto y más.
—¿Por qué? ¿Qué te he hecho yo a ti o a alguien?
—Tú existes. —Esa es la respuesta corta. No tengo pruebas de que sea culpable
pero con que corra sangre Valentine por sus venas me basta. Ella es parte de esa
familia. Ella es la única que queda para castigar. Y seré yo quien castigue.
Con un movimiento rápido, la agarro del cabello. Un grito desgarrador sale de
su garganta cuando la tiro a la fuerza al sofá. Extiende los brazos y sus cortas uñas se
clavan en mi piel.
Su lucha dura poco cuando ve el cuchillo que saco de mi bota. La luz capta la
afilada hoja, haciéndola brillar como yo quiero. Sus ojos se llenan de pánico y sus
brazos pierden fuerza.
Presiono la hoja contra su esbelta garganta, no lo bastante fuerte como para
atravesar la piel, pero sí lo bastante firme como para asustarla. Sólo lleva puesta una
de mis camisas blancas. Su pecho sube y baja rápidamente, presionando sus tetas
contra la fina tela. Puedo ver sus pezones rígidos a través de ella, preguntándome si
está más que asustada.
Introduzco la rodilla entre sus piernas y me cierno sobre ella, deleitándome
con el contacto de mi espada con su piel. Podría herirla tan fácilmente. Hacerla sufrir
hasta que suplique que acabe con ella.
Sustituyo el cuchillo por la mano y le rodeo la garganta con los dedos para
sujetarla mientras bajo el cuchillo hasta el cuello de la camisa. Introduzco la punta y
corto la tela hasta que cede.
Delilah contiene la respiración y levanta la barbilla con la esperanza de evitar
ser cortada. Por suerte para ella, no pienso cortarla todavía. En lugar de eso, corto el
resto de la camisa hasta que queda completamente abierta y cae a los lados de su
cuerpo.
Está completamente desnuda por debajo, y con mi rodilla entre sus muslos, sus
piernas se separan lo suficiente para que pueda ver su bonito coñito.
—Me pregunto cuánto gritarías si te follara con mi navaja. —Dejo que mi 70
cuchillo favorito recorra su cuerpo, a través del valle entre sus tetas, bajando por su
ombligo, hasta llegar a la cima de su montículo.
—Por favor, no. —Le tiembla el labio inferior—. Lo siento. Iré a la habitación.
—¿Estás segura? Parece que querías jugar conmigo. Así que juguemos. —Bajo
el cuchillo y paso la parte desafilada por sus pliegues. Ahora todo su cuerpo está
helado.
Está tan quieta que ni siquiera la veo parpadear.
—Estoy segura. Por favor, para —suplica, con lágrimas en los ojos.
En cuanto me alejo, se levanta del sofá y corre a la habitación de invitados.
Cierra la puerta de un portazo sin decir nada más.
Supongo que eso es lo que hace falta para que se calle.
Vuelvo a mi habitación y me pongo ropa de entrenamiento antes de salir del
apartamento y dirigirme al gimnasio.
Cuando llego, Aspen y Quinton ya están esperando.
—Ya era hora, viejo —bromea Quinton—. ¿Tenías que limpiarte la dentadura
postiza o algo así?
—Cuidado, chico. No soy demasiado viejo para patearte el culo.
—Cálmate. Necesitas vigilar tu presión sanguínea a tu edad.
—Necesitas cuidar tu boca antes de que pierdas algunos dientes.
—Bien, bien. Ya basta. —Aspen agita las manos entre nosotros—. Ve a entrenar
—le dice a su marido antes de girarse hacia mí—. Y tú tienes que enseñarme algunos
movimientos ninja nuevos.
—Muy bien, empecemos con algo fácil. —Nos cuadramos en la colchoneta y
repaso algunas técnicas sencillas sobre cómo desarmar a un asaltante. Ella usa lo que
le enseñé antes y se defiende con facilidad.
Después de eso, le enseño algunas formas de derribar a alguien. Aspen es
rápida, pero yo lo soy más. Me da un empujón en el brazo y retrocede, pero yo deslizo
el pie detrás de ella, haciéndola tropezar.
Cae de espaldas y cae de culo con un resoplido. Quinton me mira desde el otro
lado del gimnasio, gritando algo sobre romperme la cadera. Le niego con la cabeza
y le tiendo la mano a Aspen. Ella la toma y yo la pongo en pie.
—No estuvo mal. Sólo necesito un poco más de práctica.
—Si tú lo dices.
—Lo sé. Lo llevas en la sangre... —Las palabras flotan en el aire entre nosotros, 71
incómodas, y me arrepiento de haberlas dicho.
—No pasa nada. No tienes que evitar el tema. Pero no esperes que te llame
papá pronto. —Sonríe.
Sé que está bromeando, pero ahora no puedo evitar preguntarme qué sentiría
si un día me llamara papá. ¿Acaso merezco que me llamen así? Nunca he hecho nada
para ganarme ese título.
—No pensaba hacerlo. —Se me seca la garganta de repente—. Vamos a buscar
un poco de agua.
Aspen asiente, cada uno toma una botella de agua y nos sentamos en el banco.
Aprovecho el tiempo que me lleva desenroscar el tapón y dar un sorbo para pensar
qué podría preguntarle sin importunarla demasiado ni hacer que se enoje.
—No tienes que responder a esto si no te apetece. Pero me preguntaba...
¿Por qué es tan jodidamente difícil preguntar esto? —¿Tuviste una infancia
feliz?
—Lo hice, sí. —Aspen asiente. Sus ojos se vuelven suaves y sus labios se curvan
en una sonrisa como si recordara el pasado con gran satisfacción—. Supongo que
crecí con bastante normalidad. Mis padres parecían normales. No tuve ni idea de que
mi padre estuviera metido en algo ilegal hasta que fui mayor. Me mantuvieron al
margen de esa parte de su vida.
—Eso no es malo.
—Fue un shock. Siempre tuve mejor relación con mi padre. No sé quién decidió
adoptarme, pero recordándolo ahora, creo que él me quería más que ella. Sobre todo
cuando me hice mayor, noté cómo se distanciaba de mí. Nunca entendí por qué.
—Todavía no sabes nada de ella, ¿verdad?
—No, la última vez que hablé con ella fue hace meses. ¿Crees que le ha pasado
algo?
—No lo sé, Aspen. Es igual de probable que se esté escondiendo. Le pediré a
Nic que la busque si es lo que quieres.
—Gracias por ofrecerte. Xander me hizo la misma oferta. Sólo que no sé si estoy
lista para eso todavía.
—Comprendo. Si alguna vez cambias de opinión, ya sabes dónde estoy.
—Hablando de dónde está la gente... ¿dónde está Delilah? No la he visto por
ninguna parte.
Al mencionar su nombre, mi humor va de mal en peor. No quiero mentirle a
72
Aspen, pero cómo carajo voy a decirle que tengo a Delilah encerrada en mi
apartamento.
—Ha estado pasando la mayor parte del tiempo en su habitación. Voy a verla
un par de veces al día.
—Oh... qué amable. ¿Dónde está su habitación? No la he visto en los
dormitorios ni en la cafetería.
—Ella se mantiene alejada de los dormitorios por ahora. Me he asegurado de
que tenga comida y todo lo que necesita. En unos días, estará lista para empezar las
clases y mudarse a la residencia. —No sé si estará lista.
Por supuesto, Aspen no está satisfecha con mi respuesta. Se levanta de su
asiento, apoya las manos en las caderas y me lanza una mirada severa. —¿Dónde está?
No la habrás obligado a quedarse en la habitación en la que estaba antes, ¿verdad?
—No. Miro a Quinton, que no ofrece ninguna ayuda—. Está en mi apartamento.
En mi habitación de invitados, para ser exactos.
Los ojos de Aspen se convierten en rendijas, escaneando mi cara como si la
estuviera analizando. —¿De verdad?
—Sí, lo es. No estoy mintiendo. Pensé que sería mejor mantenerla vigilada. Ella
es un riesgo, después de todo. Sé que crees que es inocente, pero el hecho es que
está relacionada con los Valentine. Quinton mató a toda su familia, luego la secuestró
y la mantuvo cautiva. ¿Quién puede decir que no va a tratar de hacerte daño?
Aspen quiere discutir, pero cuando abre la boca, no sale ni una palabra. Sabe
que tengo razón. Apenas sabemos nada del pasado de Delilah.
—Mientras no esté herida.
—Nadie le está haciendo daño. Te lo juro. Está perfectamente y lista para
empezar las clases en unos días.
—Te creo. —Aspen se hunde de nuevo en el banco—. No sé por qué estoy tan
preocupada por ella.
—Eso también está en tu sangre. —Esta vez, hablar de Charlotte es más natural.
Se siente como algo que debería compartir con Aspen.
—¿Es malo que ahora mismo esté más interesada en averiguar cosas sobre la
mujer que me dio a luz pero no sobre la mujer que realmente me crió?
—En absoluto. Es natural querer saber de dónde vienes y por qué las cosas
sucedieron en el pasado como sucedieron. 73
Aspen se retuerce las manos nerviosamente sobre el regazo. —¿Recuerdas la
última vez que la viste?
Respiro hondo y busco en mi mente el último recuerdo de Charlotte. Todo está
borroso, no solo porque fue hace casi veinte años, sino porque aquel día estaba muy
colocado.
—Creo que alguien ha llamado a la puerta —me dice uno de los chicos. Ni
siquiera sé su nombre. Le dejo entrar porque ha traído buena mierda y quiero más.
—Que alguien vaya a abrir la puta puerta —murmuro, sin importarme si es la
policía o los vecinos.
Uno de los otros chicos, Tommy, creo, se levanta del sofá y abre la puerta. Se
aparta y deja ver a una mujer delante de mí puerta. Tengo que entrecerrar los ojos para
verla con claridad. Lleva el cabello largo y rubio suelto, un vestido color girasol que le
sienta de maravilla y se agarra al bolso como si le preocupara que alguien se lo fuera a
arrebatar.
—Charlotte —balbuceo. Tengo la boca tan seca que apenas puedo hablar sin
empezar a toser.
—¿A quién tenemos aquí? —El tipo de al lado me arrulla.
—En mi opinión, es un buen culo —dice otro, y los demás empiezan a reírse.
—Lucas, necesito hablar contigo. —Los ojos de Charlotte se clavaron en mí desde
el otro lado de la habitación.
—No creo que Lucas esté para hablar ahora. Pero, ¿por qué no hablamos en el
dormitorio, mejillas dulces? —Thomas agarra a Charlotte del brazo y empieza a
arrastrarla hacia la parte trasera de mi apartamento.
En algún lugar profundo de mi mente saltan las alarmas, pero mi cerebro está tan
nublado por mi borrachera de drogas que el pensamiento se ahoga en él.
—¡Lucas! —La voz de pánico de Charlotte penetra una vez más antes de que una
oleada de subidón la vuelva a borrar.
Vuelvo a la realidad con la sensación más inquietante en las tripas. Hacía mucho
tiempo que no pensaba en aquel día, y he tardado todo este tiempo en darme cuenta
de lo que estaba ocurriendo.
¿Vino a decirme que estaba embarazada? ¿Dejé que mis amigos la violaran
mientras me drogaba tanto que ni siquiera recuerdo el resto de la noche?
Mierda.
—¿Estás bien? —pregunta Aspen, preocupada, con una voz tan parecida a la
de Charlotte. 74
—Lo siento, tengo que irme. —Me levanto de un salto y salgo corriendo del
gimnasio. Ni siquiera sé a dónde voy. Lo único que sé es que tengo que alejarme de
Aspen. No puedo soportar mirarla a los ojos ahora mismo, preguntándome si puede
ver el monstruo que lleva dentro.
13
Delilah

É
l está de vuelta. Lo oigo moverse fuera de la habitación de invitados. Antes
de esta mañana, iba a pedirle acceso a libros o algo para pasar el rato,
pero ahora lo único que quiero es no estorbarle.
Cuando acercó la hoja a mi piel, no estaba segura de qué camino iba a tomar.
Era un empate entre matarme o follarme. No me sorprendería que pensara en ambas
cosas. Es impredecible.
Miro la camiseta hecha jirones que hay en un rincón de la habitación. Por
suerte, tenía una más para cambiarme, o estaría aquí sentada envuelta en nada más
que una sábana. Un escalofrío me recorre la espalda, pensando en cómo se acostó
encima de mí mientras yo estaba extendida para él. Estaba asustada, pero cuando la
fría hoja tocó mi piel caliente, sentí algo más que miedo. 75
Esperaba que donde fuera le diera tiempo a calmarse, pero ahora que ha
vuelto, siento que ha empeorado. El sonido de alguien enojado entra por la puerta.
Sé lo que hay que escuchar. Ha sido prácticamente la banda sonora de mi vida. Un
portazo. Pisadas fuertes, casi como si pisara fuerte. El sonido de algo que se cae al
suelo y sus palabrotas.
Necesito que se sienta mejor por mi bien. No quiero que se desquite conmigo,
sea lo que sea.
Cuando oigo abrirse la ducha, respiro un poco más tranquila. No viene
directamente por mí. Tal vez una ducha lo calme un poco antes de que estemos cara
a cara. Los hombres son como bebés. No pueden con lo más mínimo y, sin embargo,
quieren hacernos creer que merecen estar al mando. Qué chiste.
El agua deja de correr demasiado pronto para mi comodidad. ¿Qué hago? Si
está enojado, será mejor que me aparte de su camino y me calle. He hecho un buen
trabajo en los últimos días.
Tengo mucha práctica. Puedo manejar a un hombre teniendo un berrinche.
La llave se desliza en la cerradura y me siento un poco más erguida.
—Hola —murmuro cuando abre la puerta, y eso es todo lo que consigo decir
porque, maldita sea, no se ha tomado la molestia de vestirse. Apenas se ha secado;
las gotas de agua le brillan en el pecho y los hombros. Sólo tiene una toalla alrededor
de la cintura para ocultar el resto de su cuerpo. Pero lo que veo delante de mí es más
que suficiente para olvidarme del miedo.
No es que no pudiera adivinar el cuerpo bajo su ropa. Sus bíceps y hombros
tienden a hacerme pensar si las costuras de sus camisas son extrafuertes, ya que hay
veces que parece que está a punto de salirse como Hulk o algo así.
¿Pero esto? ¿Los cincelados abdominales, la forma en que el profundo corte en
V de sus caderas desciende hasta lo que apenas oculta la toalla? La alegre estela de
cabello rubio oscuro que asoma por encima...
Y sus tatuajes. Todo lo que hacen es hacerlo más sexy y, de alguna manera, más
humano. Como si hubiera algo más en él que el frío e insensible culo que me ha
mostrado hasta ahora. Tiene un pasado. ¿Cómo terminó aquí?
¿Y por qué no puedo dejar de mirarlo?
Tampoco se me da bien ocultarlo. Suelta una risita y desvío la atención de su
impresionante pecho. —¿Qué? —bromea con una sonrisa burlona—. Claro, has
estado alejada de los hombres durante un tiempo.
—No sé. ¿Usarías esa palabra para describir a los dos sacos de mierda que me
custodiaban?
76
Me mira de arriba abajo, todavía sonriendo. —No deberías ser tan obvio, es
todo lo que digo. Podría empezar a considerar esa oferta que me hiciste la primera
noche que estuviste aquí.
Tranquilízate. Clavo las uñas en las palmas de las manos para centrarme antes
de ir a estropearlo todo. No necesito que vea lo ansiosa que estoy. —¿Qué oferta era
esa?
—Cierto. Como si te hubieras olvidado tan pronto. —Cruza los brazos, sus
bíceps abultados, y casi me olvido de respirar. No bromeaba. Hace demasiado
tiempo que no estoy cerca de un hombre que merezca la pena mirar—. ¿Te golpearon
demasiado fuerte ahí atrás? ¿Te falla la memoria?
Chasqueo los dedos, fingiendo que se me ocurre el recuerdo. —Ah, claro.
Cuando me ofrecí a chupártela. —¿Soy yo o él se estremece un poco bajo la toalla
cuando lo digo? Al final del día, es sólo un hombre. Puede pretender todo lo que
quiera ser algo mejor, algo más grande, pero sólo se engaña a sí mismo.
Niega y suelta un pequeño suspiro. —Sí. Ésa es la oferta a la que me refería.
—Así que te sientes un poco más abierto de mente, ¿es eso? —Vuelvo a
sentarme a los pies de la cama, levantando una ceja—. Escucha, lo entiendo.
Probablemente tienes un trabajo muy estresante. Todo el mundo necesita
desconectar de alguna manera.
—Algo así. —Se tuerce de nuevo, mucho más obvio esta vez.
Y tampoco se echa atrás. Ni me está haciendo el santurrón como antes. Las
cosas están empezando a ir a mi manera aquí, y es hora de ver si me está mintiendo
o no.
Cuando me levanto, no se mueve. Permanece inmóvil incluso cuando cruzo la
habitación y me coloco frente a él, incluso cuando me arrodillo lentamente.
Con las dos manos, agarro el borde de la toalla y tiro de ella. La toalla cae a sus
pies y deja al descubierto el resto de su cuerpo, incluida su enorme polla semierecta.
Lo miro a través de sus gruesas pestañas.
Aún no me ha parado ni me ha dicho que quiere que haga. Trago saliva con un
nudo en la garganta. Esto no es exactamente lo que más me gusta hacer en el mundo.
Nash me enseñó todo lo que le gustaba, y al cabo de un tiempo se me dio
bastante bien. Al menos, eso es lo que me dijo.
Nunca fue alguien que repartiera cumplidos cuando no eran merecidos. No me
habría dicho que era buena en algo si no lo fuera. Me aferro a ese pensamiento y dejo
que me dé la confianza que necesito para seguir adelante.
77
Como él me enseñó, rodeo con los dedos el pene de Lucas y le doy unas
caricias suaves. Oigo la voz de Nash en mi oído.
—No aprietes demasiado fuerte. Mójalo para no frotarlo en carne viva. —Me lamo
la palma antes de volver a acariciarlo. Su profundo gemido me dice que ha sido un
acierto. Ahora está duro. Duro y grueso.
Me relamo los labios antes de darle un lametón en la cabeza, y él se estremece.
—Mmm. —Le sonrío antes de volver a lamer la cabeza en forma de seta. Como si me
gustara.
Como todo esto es divertido para mí y no es aburrido en absoluto. No es
aburrido para Lucas. Es como si tuviera su vida en mis manos. Me mira fijamente,
completamente inmóvil, excepto por la forma en que se le ensanchan las fosas
nasales.
En lugar de volver a lamerlo, dejo que se deslice entre mis labios. Su aguda
inspiración va seguida de un largo suspiro. —Qué bien. Así, sin más. Despacio.
Lo hago, tomándolo centímetro a centímetro hasta que llega al fondo de mi
garganta. —Relaja los músculos. Ábrela. —A Nash siempre le gustó que le hiciera una
garganta profunda.
—Oh, mierda. —Miro a Lucas y sus ojos se abren de golpe—. Eres buena en
esto, ¿verdad?
En mi mente, estoy en casa de Nash, en su habitación. Suena música para
ahogar cualquier ruido que hagamos, aunque a nadie en su casa le importa. Estoy de
rodillas mientras él está acostado en la cama, con las manos en el cabello y la cabeza
balanceándose. —Por fin he encontrado algo para lo que sirves.
Me retiro antes de volver a penetrarlo, chupando sólo un poco al principio. No
quiero que esto acabe demasiado pronto. Es mejor hacerlo poco a poco, y quiero que
esto sea bueno. Quiero que piense en esto cuando esté solo en su despacho. Lo mucho
que desearía que se la estuviera chupando, escondida bajo su escritorio mientras un
estudiante merodea.
Además, es la única forma que conozco de ganar un poco de potencia.
Nash siempre fue más amable conmigo justo antes de que se la chupara y justo
después. Aprendí a usar ese poder sobre él para conseguir lo que quería.
A veces, eso significaba un poco de afecto o atención. A veces, quería salir a
comer o ver una película. El tipo de cosas que no siempre podía permitirme.
Con la lengua, le acaricio la parte inferior de la cabeza, justo sobre el manojo
de nervios que Nash me dijo que era como la versión masculina del clítoris. Lucas
78
gime más fuerte que antes y me rodea la nuca con una mano. —Mierda. Qué bueno.
Gimo en respuesta, y él vuelve a gemir, esta vez más fuerte, mientras sus dedos
se enredan en mi cabello. Acelero el ritmo, chupo un poco más fuerte, con
movimientos lentos y deliberados. Su respiración se acelera y sus caderas empiezan
a moverse con empujones superficiales.
—Mierda, sí. —Me agarra la cabeza con las dos manos y la mantiene quieta,
empujando dentro de mi boca.
Todo lo que puedo hacer es intentar no atragantarme ahora que ha tomado el
control. —Eso es —gruñe—. Tómala. Deja que te folle la cara.
Me preparo y aspiro todo el aire que puedo cuando se retira lo suficiente para
que pueda respirar. Cuando vuelve a penetrarme, lo hace hasta que mi nariz queda
presionada contra su base. Mierda, estoy segura de que voy a vomitar si sigue así.
—¿Te gusta ahogarte con mi polla? —Me aprieta aún más, y esta vez no puedo
evitar las arcadas. En lugar de darle asco, se ríe. Al menos se retira un poco para que
pueda respirar.
—Vamos. Tú eres la que lo ha querido. —Se clava profundamente, con fuerza.
Más fuerte—. Tómala. Toma mi polla. ¿Cuánto te gusta?
Lo miro y gimo mientras me gotea saliva por las comisuras de los labios. No me
la limpio. Que haga lo que quiera y acabe de una vez. Si irrumpo en él, solo tardará
más.
Nuestras miradas se cruzan y sus labios se curvan en un gruñido. —Oh, sí.
Deberías estar siempre así. Con la boca llena de mi polla. —Sus dedos se clavan en
mi cabeza. Siento su ira más fuerte que nunca, fluyendo dentro de mí como una
corriente eléctrica. Cierra los ojos y acelera el paso. Da igual que no esté aquí. Da
igual que se esté follando a una muñeca hinchable. Maldita sea, merece la pena.
Tengo que recordármelo una y otra vez.
Especialmente cuando gime: —Voy a correrme. ¿Estás lista para tragarte mi
carga? —Se saca y se toma a sí mismo en su puño, bombeando arriba y abajo en un
abrir y cerrar de ojos.
Mantengo la boca abierta y saco la lengua justo a tiempo para atrapar el primer
chorro de semen. El sabor me vuelve a dar arcadas, pero él no se da cuenta. Está
demasiado ocupado cubriéndome la lengua y los labios con un chorro tras otro hasta
que por fin suelta un sonoro suspiro. Está satisfecho, y menos mal.
Me trago lo que me ha dejado en la lengua y me limpio los labios con el dorso
de la mano. Supongo que debería estar agradecida de que no me la metiera en los
ojos. Al menos intentó apuntar. Todo un caballero.
79
—¿Ves? —me burlo con una sonrisa que no siento—. Te dije que funcionaría.
¿No te sientes mejor?
La sonrisa de satisfacción en sus labios vacila, y su mirada se vuelve con pesar.
—Esto queda entre tú y yo. —Vuelve a envolverlo con la toalla. No es que lo necesite
ahora. Ya he visto lo que cubre. Me la he metido en la boca y todo.
—Por supuesto —murmuro mientras me pongo en pie. Estoy deseando lavarme
los dientes, pero no quiero que piense que estoy tan disgustada como me siento.
Necesito que se vaya pensando que ha sido divertido, no una mala idea.
—No, por supuesto. —Baja la ceja. Juraría que sus ojos también se oscurecen—
. No vas a contárselo a nadie. Dilo.
—No voy a contarle a nadie lo de chupártela. —Levanto un hombro—. ¿A quién
se lo contaría? No es como si tuviera amigos aquí. —Ni en ningún sitio—. Y tú eres la
única persona que he visto hasta ahora.
—Sí, pero no puede ser siempre así. Con el tiempo, tendrás que empezar a
asistir a clases.
—Entonces tampoco diré una palabra. —Haría una gran X sobre mi pecho, pero
eso sería exagerar un poco. Además, parece ser suficiente para convencerlo. Sale de
la habitación y, un momento después, lo oigo en su dormitorio. Es casi una pena que
no pueda pasearse con esa toalla todo el día.
Necesito controlarme. No es un hombre bueno. Ni siquiera puedo permitirme
pensar en él como un hombre. Es mi captor.
Sólo que ahora tengo algo contra él, y más le vale que nunca me dé una razón
para usarlo.

80
14
Lucas

M
aldición. ¿Qué carajo me pasa? Una cosa era mantenerla aquí. Podría
decir que era para mantenerla a salvo de rumores y acusaciones. Que
lo hago para castigarla por su papel en lo que le hicieron a mi hija. Mi
carne y sangre.
¿Pero esto? Mi polla está blanda ahora, pero no lo estaba hace un minuto en la
boca de Delilah. Debería haberla dejado arrodillada allí, sintiéndose como una
imbécil.
En lugar de eso, dejé que toda mi vieja mierda se apoderara de mí, y ahora ha
ocurrido lo peor posible.
Me gustó y quiero más. Ni siquiera tanto la mamada, que estuvo bien y todo.
Quiero usarla como lo hice allí. Vertí toda mi ira y culpa sobre Aspen en ella. La 81
castigué porque no podía castigarme lo suficiente.
Lauren estaría muy contenta conmigo si supiera que estoy uniendo los puntos
de esta manera. Incluso podría decir que estoy creciendo. No, por otro lado, crecer
significaría detenerme antes de cometer un error patético como dejar que una
adolescente me la chupe.
Ella no es nada. No es nadie. Ni siquiera debería molestarme en hacerme
preguntas como esa. Es algo que pasó, y nunca volverá a pasar. Además, si soy
honesto conmigo mismo, tengo que admitir que me sentí muy bien. Hacía mucho
tiempo que no descargaba mi ira de esa manera. Ahora recuerdo por qué me gustaba
tanto. Tener el control. Hacer que otra persona sufriera lo que yo sufría. Disfrutar de
su malestar o dolor.
Parece que esta chica saca lo peor de mí. Pero no es como si pudiera dejarla ir.
Obviamente, tengo que idear un plan porque, tal y como van las cosas, acabaré
jodiendo toda mi vida.
Cenamos en silencio. Sólo una vez la miro y veo que sonríe ante su plato.
Quiero preguntarle por qué está sonriendo, pero sé la respuesta. La zorrita sarcástica
cree que tiene algo que echarme en cara. Solo puede hacerlo si le doy mucha
importancia, así que no puedo permitírmelo aunque me den ganas de subirme a la
mesa, agarrarle el cuello con las manos y exigirle que me diga qué carajo le hace
tanta gracia.
Esto es un problema. Ahora que sé lo bien que se siente usarla, voy a necesitar
hacerlo de nuevo. Ella lo hace tan fácil. Y mierda, quiero hacerlo. No sabía cuánta
mierda estaba embotellando en mis entrañas hasta que me desahogué un poco antes.
—Esta noche dormirás en la habitación de invitados. —Es la primera vez que
alguno de los dos dice algo, y he esperado a recoger los platos usados después de
terminar de comer para decirlo.
—¿Ah, sí? ¿Qué he hecho yo para merecer eso?
Pequeña zorra sabelotodo. Cuento hasta cinco mentalmente antes de dejar los
platos. Si no, los habría tirado al suelo. —Nada —le digo, dándole la espalda—. No
quiero que vuelvas a dormir en mi habitación. Nada más.
—De acuerdo. —Vuelve a sonar mansa, que es como me gusta. Al final, tendrá
que aprender a dejar de joderme. ¿Y si le digo que no hay forma de que deje de
lastimarla una vez que empiece? ¿Que tenerla así de cerca, boca abajo y a mis
órdenes podría ser demasiado para resistirse? Ella dejaría ese tono coqueto de
mierda muy rápido.
—Vamos. Será mejor que nos instalemos pronto y acabemos de una vez. —Le
82
doy tiempo para que vaya al baño y se lave antes de llevarla a la habitación de
invitados. Es una buena idea. Ojos que no ven, corazón que no siente. Parece
preocupada cuando me giro para mirarla por última vez antes de cerrar la puerta de
la habitación. Me gusta demasiado esa mirada. Significa que he conseguido
convencerla y quizá deje de presionarme.
Aunque quitármela de encima no ha ayudado. Estoy inquieto y agitado,
paseándome por el apartamento como un tigre enjaulado. Decido llamar a mi
hermano para que me tranquilice antes de cometer una estupidez.
Sentado en el pequeño escritorio de la esquina del dormitorio, abro el portátil
y hago una videollamada a Nic. Responde tan rápido que me pregunto si me estaba
esperando.
—Hola, cabrón —saludo.
—Muy maduro. —Nic niega, dirigiéndome una mirada de desaprobación.
—Tengo que ser un adulto todo el tiempo. Si no puedo llamar hijo de puta a mi
hermano de vez en cuando, ¿para qué vivir? —Bromeo.
—¿Es esa la única razón por la que llamaste?
—No, yo también quería ver tu cara fea. Me recuerda que soy el hermano más
guapo.
—Buenas noches, Lucas. —Levanta la mano como si fuera a colgarme, pero lo
detengo.
—Bien, cálmate. Lo cortaré.
Vuelve a sentarse en su silla, con el ceño fruncido, como si juzgara todo lo que
hago. Típico de él. Pero su actitud no impide que necesite sus consejos.
—Quinton descubrió que Valentine tenía una hija de la que nadie sabía.
Eso despierta el interés de mi hermano. Se apoya en los codos y escucha
atentamente. —Continúa.
—La estuvo reteniendo un rato, interrogándola, pero no pudo sacarle nada. Hay
muy poca información sobre su pasado. Valentine hizo todo lo posible por mantenerla
en secreto.
—¿Dónde está ahora?
—Aquí... en mi apartamento.
Nic enarca las cejas. —¿Ah, sí?
Le cuento el resto de la historia, incluso lo de la mamada.
—Parece que tienes una situación allí. 83
—Dime algo que no supiera ya. La cuestión es darme una pista de cómo salir
de esto.
Levanta una ceja como he visto tantas veces. —¿De verdad necesitas que te lo
diga? ¿Seguro que no lo sabes ya?
Por segunda vez esta noche, es contar hasta cinco o perder mi mierda. —No
estoy de humor para esto. ¿Qué crees que debería hacer?
—No se. Sé que necesitas sacar a esa chica de tu apartamento. No hay razón
para que ella esté allí.
—¿Aparte de asegurarme de que se mantiene alejada de Aspen?
—Recuérdame otra vez qué le ha hecho ella a Aspen. Lo último que supe es que
ella no tuvo nada que ver. Estaba mezclada con la gente equivocada, eso es seguro,
pero ella no estaba allí en ese momento. Los chicos son estúpidos.
—Esta no. Parece bastante lista.
—Sigo apostando por la estupidez. Todo el mundo es estúpido de una forma u
otra.
—¿Así que la defiendes?
El hijo de puta tiene el descaro de poner los ojos en blanco. —No. Nunca haría
eso. ¿Por qué se te ocurriría?
—Ella podría haber armado todo el asunto por lo que sabemos. Aún no estoy
seguro. —Y no estoy cerca de averiguarlo ya que ella es muy buena esquivando mis
intentos de conocerla mejor.
—No importa. Tienes que sacarla de ahí. ¿Qué pasará después? ¿Follarla? ¿Tal
vez lastimarla?
También sería tan fácil. Hoy no tenía que obligarla a chupármela. Se arrodilló
y se puso manos a la obra. Bastaría con que volviera a perder el tiempo, poniendo a
prueba sus límites y mi paciencia, para que yo perdiera el control. —No me gusta la
idea —insisto de todos modos, ya que dejarla ir significa renunciar al control.
—¿Qué ibas a hacer si no? ¿Mantenerla encerrada contigo para siempre?
Porque ésa es la alternativa. —Se acerca el teléfono a la cara—. Mándala a un
dormitorio. Mándala a clase. Finge que todo esto es normal.
Eso va a costar fingir. Nada de esto es remotamente normal.
—¿Sabes qué más? —Aparta el teléfono para que deje de mirarle por la nariz.
Ahora veo lo preocupado que parece—. Tienes problemas mayores.
—¿Como qué?
84
—Como tu hija. Aquella cuya vida entera te has perdido hasta ahora. Estás
poniendo todo el esfuerzo que deberías darle en esta chica encerrada en tu
habitación de invitados.
Quiero decirle que está loco, pero sería mentira. No entiende lo que significa
saber que trató a su propia hija como yo traté a la mía. El tipo de culpa que conlleva.
Cómo puede obstaculizar la construcción de una relación. —Ha sido complicado.
—Lo sé. Pero no será menos complicado con el tiempo a menos que le dediques
tiempo. —De nuevo, llena el marco—. Saca la cabeza de tu culo. Manda a la chica a
los dormitorios. Pasa tiempo con tu hija. Sabes que hay que hacerlo.
Ya sé, por eso empiezo por la mañana.
—Sé que no digo esto a menudo... pero tienes razón.
—Siempre tengo razón.
—Claro que sí. Antes de que te vayas, quería preguntarte otra cosa. Estaba
intentando recordar la última vez que vi a Charlotte. Creo que vino a mi casa, pero yo
estaba drogado. Algunas otras personas estaban allí. Creo que uno de ellos era
Tommy Pérez o algo así.
—Sé exactamente de qué noche estás hablando.
—¿En serio?
—Sí, porque yo estaba allí. —Anonadado, miro fijamente la pantalla, intentando
recordar que mi hermano estuvo allí aquella noche—. Ya estabas desmayado cuando
llegué. Oí un grito que venía del dormitorio. Uno de los chicos intentaba violarla, pero
ella le golpeó en los huevos con tu lámpara.
—Mierda... creo que vino a decirme que estaba embarazada.
—Posible, sí. Por eso no volvió a intentarlo.
Y tenía motivos para no hacerlo.

—Despierta. Te he concertado una cita y no quiero llegar tarde.


Dalilah parpadea, frotándose los ojos. —¿Eh?
Me coloco junto a ella, al lado de la cama, y no puedo evitar pensar en lo
indefensa que está. —Arriba. Tienes cosas que hacer.
—¿Cómo qué?
—El médico te va a hacer un chequeo completo. Es lo normal para todos los
85
estudiantes, y como tú lo vas a ser pronto, no hay más remedio.
—¿Un chequeo? —Ella se sienta, entrecerrando los ojos—. ¿Como todo?
—Imagino que sí. Métete en la ducha. La Dra. Lauren tiene un horario que
cumplir y no deberíamos hacerla esperar.
Levanta una mano antes de que pueda salir de la habitación y esperarla. —
Um... No sé cómo decir esto...
—¿Qué pasa? —Suelto un chasquido, y es casi demasiado gratificante cuando
se estremece. Hice lo correcto al hacerla dormir separada de mí anoche.
Se cruza de brazos antes de levantar la barbilla desafiante. —Me preguntaba si
puedo afeitarme mientras estoy allí. Es un poco vergonzoso entrar en un chequeo
como ese cuando no has tocado una maquinilla de afeitar en una eternidad.
La idea es lo suficientemente ridícula como para hacerme reír. —Bien. Deja que
te pase una navaja y veamos qué pasa.
—Dudo que pudiera hacer mucho daño con una maquinilla desechable.
—No uso desechables. Y no te hagas ilusiones. Los guardo bajo llave ahora que
estás aquí. —Ella gime cuando niega—. Eso no va a pasar.
—Bien. ¿Te sientes así al respecto? Quizá podrías hacerlo por mí. —Sus labios
se mueven. Cree que está siendo inteligente otra vez. Como si me avergonzara, ella
gana.
—Tienes razón. Abriré mi maquinilla de afeitar. Desvístete y espérame en el
baño.
—Espera un segundo. —Ahora tiene prisa por salir de la cama y se pone en
pie.
—No hay tiempo. Vamos. —Mientras ella tartamudea y probablemente desea
no haber sugerido esto, voy al armario de mi habitación. Quizá piense que sólo
bromeo con lo de las cuchillas, pero no podría estar más equivocada. No voy a
arriesgarme con ella. Hace mucho tiempo que no necesito usar esta caja de
seguridad. Estaba al fondo de la estantería, acumulando polvo hasta que la traje aquí.
Saco el mango junto con una hoja nueva, vigilando para asegurarme de que no me
observan. Sigue arrastrando los pies. Probablemente se pregunta si estoy
bromeando—. No me hagas esperar —le digo.
—Esto es incómodo. No tienes que hacer esto.
—Tú eres la que hace un gran alboroto al respecto. Deja de hacerme perder el
tiempo. —Preparo la maquinilla, saco la crema de afeitar y las dejo en el borde de la 86
bañera—. Vamos. Quítate la ropa.
—Bien. —De espaldas a ella, se desnuda rápidamente. Tengo que recordarme
a mí mismo que no debo dejar volar mi imaginación. Se trata de darle una lección.
—Estoy lista. —Me giro y la encuentro sentada en el borde de la bañera,
envuelta en una toalla. Sin decir palabra, me arrodillo frente a ella y abro el grifo para
enjuagarme entre brazada y brazada.
—Quédate quieta. —Cuando tomo la espuma de afeitar, se pone rígida y se
aleja—. ¿Qué? —Le digo bruscamente.
—Me tiende la mano y, como no parece que pueda hacer mucho daño con un
bote de crema, se la doy. Se enjabona rápidamente la pierna antes de apoyar el pie
en la bañera.
—¿Haces esto a menudo? —pregunta. Tiene un tono nervioso en la voz.
—Oh, claro. En mi oficina hay una hoja para quien necesite afeitarse. —Le toco
la piel con la maquinilla y se estremece—. ¿En serio?
—Estás sosteniendo una navaja afilada sobre mi piel. Perdona si me pone
nerviosa.
—Razón de más para que te quedes quieta. —Refunfuña pero no ofrece más
argumentos mientras paso la cuchilla por su espinilla. Hay algo satisfactorio en cortar
una línea a través de la capa de espuma. Dejar al descubierto su piel limpia. Me
enjuago y lo vuelvo a hacer. Y otra vez. No emite ningún sonido, excepto una
respiración rápida y superficial. La forma en que una persona respira cuando está
esperando que algo terrible suceda.
—¿Ves? Sin catástrofes. —Tengo que inclinarme más hacia ella y tener especial
cuidado con sus rodillas—. Esta parte es más complicada de lo que parece —admito.
—Imagínate tener que hacerlo todo el tiempo. —Ella arquea el cuello,
examinando la maquinilla mientras yo la guío con cuidado sobre su rodilla—. Así que
sólo hay una hoja ahí, ¿eh?
—Sí, una sola hoja.
—Parece que hace un buen trabajo. Imagínate.
—La gente se afeitó así durante años antes de que los fabricantes les
convencieran de que hacen falta cinco cuchillas a la vez para conseguir un afeitado
bueno y limpio. —Termino una pierna y ella se enjuaga. No está tan mal. Mientras
deje de burlarse y de hacer comentarios, estar con ella es casi soportable.
Hasta que cambia de posición para que yo pueda ocuparme de la otra pierna.
Eso significa abrir las piernas, lo que hace que la toalla se abra por abajo y me permite
ver lo que hay entre sus muslos.
87
Ahora no. Por el amor de Dios, contrólate. Es un coño como cualquier otro. Pero
la vista de ella me quita el aliento, de todos modos.
—¿Todo bien? —Su pregunta me saca de mis pensamientos. Se ha enjabonado
la pierna mientras yo estaba arrodillado aquí, pensando demasiado en el hecho de
que no lleva ropa interior. Y estoy muy cerca de su precioso coñito rosado.
—Bien. —Debería trabajar más rápido aunque sólo fuera para acabar con esto,
pero por alguna razón, me muevo más despacio que antes. Examino cada curva de su
pierna, desde el tobillo hasta la rótula y el muslo. Es tan joven, tan fresca.
Una vez que he terminado con la mitad inferior de su pierna, le paso una mano
por la pantorrilla antes de mantenerla quieta. No puede reprimir el suave jadeo que
emite al tocarme, un sonido que viaja directo a mi polla y hace que se retuerza. —No
te muevas —murmuro con la voz entrecortada.
—Lo intento. —Por el rabillo del ojo, veo su pecho subir y bajar más rápido con
cada centímetro de piel que cubro. Cuanto más me acerco a su coño, más aguda es
su respiración.
—¿Te molesto? —pregunto, inclinándome para enjuagar la cuchilla. Está
sonrojada, mordiéndose el labio. En algún lugar del fondo de mi cerebro, cada vez
más recalentado, hay una sensación de victoria. Quizá se lo piense dos veces la
próxima vez que quiera desafiarme.
—No. —Pero maldita sea si sus piernas no se abren más. Ahora nada oculta sus
labios hinchados, la punta de su clítoris sobresaliendo ligeramente. Una oscura y
palpitante necesidad se apodera de mi cuerpo, engrosando mi polla, obligándome a
recordarme a mí mismo la línea que no debo cruzar.
—Oh, no me había dado cuenta de que también querías decir eso. —Le paso la
lata—. Adelante. A menos que quieras que te prepare yo.
Baja la mirada y vuelve a mirarme. Sus piernas se cierran. —Oh, no. No, no
tienes que hacer eso.
—Parece que normalmente lo haces tú misma, a menos que mis ojos me hayan
engañado.
Sus mejillas se colorean, los ojos bajan. —Normalmente lo hago.
—Entonces, por supuesto. Tenemos que asegurarnos de que estás lista para el
médico. —La miro a los ojos, evitando sonreír ante su evidente nerviosismo.
Exhala un largo suspiro antes de rociarse la crema en la mano y extenderla por
el montículo. Me doy cuenta de que estoy conteniendo la respiración mientras la
observo, y prácticamente se me hace la boca agua. ¿Qué tan apretada estaría? ¿Qué
88
sabor tendría si le metiera la lengua?
—Inclínate un poco hacia atrás. Abre bien las piernas. —Y lo hace, y ahora su
brillante agujero me llama, prometiendo placer, liberación. Se me ocurre que podría
haber jugado conmigo mismo mientras trataba de castigarla.
Demasiado tarde para echarse atrás. Se pone rígida cuando bajo la maquinilla.
—No te muevas —murmuro, apoyando una mano en la cara interna de su muslo para
mantenerla quieta. La piel se le pone de gallina y el leve temblor de sus músculos
bajo mi mano revela su tensión. Se pregunta qué voy a hacer. Si le haré daño. Si
perderé el control.
Estoy a punto de hacerlo, pero en lugar de deslizar mis dedos dentro de ella,
arrastro la hoja por su montículo. Otra vez. Una y otra vez. Cada pasada revela una
piel limpia y suave. Piel que deseo más que nada marcar de alguna manera. Con mis
dientes, con mi semen. Juro que puedo olerla, y el olor me llama. Me recuerda todas
las razones por las que no debería estar aquí, no puede estar aquí. A mi merced. Tan
madura, jugosa, suplicando ser tomada y comida.
Aparto la vista de mi trabajo el tiempo suficiente para encontrarla con la mirada
baja, observando atentamente. Apenas respira, pero yo tampoco. No parece que
haya suficiente aire en esta habitación.
Finalmente, termino, dejándola desnuda. —Ya está. —Tengo que salir de aquí.
Esto ha sido un error. Si no salgo de la habitación en los próximos cinco segundos, no
seré responsable de lo que ocurra después. Así las cosas, me cuesta un poco evitar
que mi evidente erección se anuncie cuando me pongo de pie.
—Date prisa —murmuro al cruzar la puerta—. No quiero hacer esperar al
médico. —Cierro la puerta y me apoyo en ella, respirando agitadamente. La navaja
sigue apretada con fuerza en mi mano temblorosa mientras mi polla ansía liberarse
de su prisión.
Nic tiene razón. Necesito sacarla de aquí antes de que todo me explote en la
cara.

89
15
Delilah

Q
ué acaba de suceder.
Y ahora que no siento que tenga que contener la respiración,
esperando lo que viene a continuación, jadeo un poco. Me apoyo en la
fría pared de la ducha mientras mi cuerpo acalorado intenta dar sentido
a lo que está sintiendo.
Sé lo que está sintiendo. Es sólo que no estoy segura de que deba sentirlo por
él.
Pero los hechos son los hechos. Es un hombre, y eso ha sido quizá lo más
excitante que me ha pasado nunca. Ni siquiera me tocó, no donde más me duele en
este momento, pero mi cuerpo está zumbando de una manera que nunca antes.
Incluso las veces que fue lo mejor con Nash, nunca me sentí así. 90
¿Es así como debía sentirme todo el tiempo?
También fue muy cuidadoso. Como si realmente importara que no me cortara.
Me paso una mano por el coño desnudo, y está totalmente liso, no queda ni un pelo.
No quiero saber si lo ha hecho antes. Si así hizo tan buen trabajo. No quiero que nada
arruine el recuerdo de lo concentrado que estaba, mirándome el coño mientras
arrastraba la maquinilla sobre mi piel.
El sonido de sus movimientos fuera del cuarto de baño me saca de mis vagos
recuerdos. Tengo que ponerme en marcha antes de que entre y me obligue a
moverme, así que abro la ducha, pero sigo demasiado distraída por el dolor de mi
coño para preocuparme demasiado por lavarme.
Su cara sigue parpadeando en mi memoria. Dios, estaba tan cerca de mí. Le
habría resultado tan fácil dejar la maquinilla y dedicarse a otras cosas. Se me
endurecen los pezones al pensarlo y, cuando los rozo con una mano, tengo que
apretar los dientes para contener un gemido.
¿Y si me hubiera tocado? ¿Y si me hubiera hecho correr? Ojalá lo hubiera
hecho. Me decepciona que no lo hiciera.
Esto es demasiado peligroso. No puedo pensar en él de esta manera. Es mi
enemigo. Me tiene encerrada, carajo.
Pero el brillo que ahora cubre mis suaves labios cuenta otra historia.
Deslizo un dedo a lo largo de mi raja y suspiro, cerrando los ojos y abriendo un
poco las piernas para poder tocarme más. Entonces mis labios se separan y mi clítoris
sobresale. Lo rozo levemente y jadeo. El sonido es fuerte aquí, resuena en las
baldosas.
Necesito correrme o explotaré. Desearía que estuviera aquí conmigo.
Tocándome con esos dedos gruesos que eran tan suaves cuando sostenía la navaja.
Apuesto a que también podría ser rudo con ellos. Seguro que me los metía hasta el
fondo y me follaba con ellos mientras usaba la lengua en mi clítoris.
Mi dedo sustituye a su lengua imaginaria. Lo muevo en círculos rápidos y
ligeros, respiro más deprisa, aguanto la presión y meneo las caderas mientras el agua
me recorre la piel, goteando de los pezones y bajando por la raja. Me arde todo el
cuerpo, me hormiguean los nervios, echo la cabeza hacia atrás mientras cada gramo
de mi concentración se concentra en el centímetro de carne que trabajo cada vez más
deprisa.
—Sí —susurro mientras monto mi mano, imaginando que en su lugar está la
cara de Lucas. ¿Qué aspecto tendría ahí abajo, con la cabeza hundida y los ojos
clavados en los míos? ¿Sujetándome mientras me obliga a recibir todo el placer que
me está dando? —. Mierda, sí... sí...
91
¿Está escuchando ahora? ¿Parado frente a la puerta con esa enorme polla
retorciéndose en sus pantalones? Quizá se esté tocando, masturbándose al oírme
fantasear con él. Suelto un gemido por si está lo bastante cerca para oírme.
Y algo de eso aumenta la tensión. La idea de que se excite conmigo. —Sí —
gimo mientras el agua salpica por todas partes ahora que mi tacto es frenético.
Necesitado—. Por favor, Lucas... haz que me corra...
Aprieto con más fuerza, un grito se agolpa en mi garganta cuando la tensión en
mi interior es excesiva. Me está volviendo loca y va a matarme. —¡Por favor...! —
susurro, esforzándome, las imágenes se superponen en mi cerebro, el recuerdo de
sus gemidos mientras se la chupaba se mezcla con mi imaginación hasta que es
demasiado. Hasta que no queda más remedio que explotar.
—¡Lucas! —Jadeo un segundo antes de que suceda. Cuando la tensión
insoportable se disuelve, el alivio más dulce me inunda como el agua que aún corre
por mi cuerpo. Sacudo las caderas una, dos veces, perdida en la felicidad.
Luego se aclara y vuelvo a la realidad. A la ducha que no he terminado y al
médico que me espera. Al menos no llegaré al examen acalorada y empapada
después de que Lucas me dejara colgada.
Me lavo rápidamente y no pierdo tiempo en secarme. Cuanto antes acabe con
esto, mejor. Espero que nadie me vea paseando con él, aunque sé que es inevitable.
En algún momento me encontraré con Quinton y su mujercita. Pero no hoy.
No me espera en el dormitorio, pero me ha dejado algo en la cama: ropa. Ropa
de verdad hecha para chicas de verdad, no cualquier sudadera que encuentre para
mí en su cómoda. No es nueva, no tiene etiquetas ni nada, y huele a detergente, pero
no me importa. No es que nunca haya llevado ropa usada.
Lo que más agradezco son los calcetines suaves y las zapatillas cómodas. Los
cortes y magulladuras de mis pies se han curado en su mayor parte, pero todavía se
sienten mejor protegidos mientras me muevo.
—¿Ya estás lista? —me ladra desde el salón. Me sorprende que me deje sola
así. Me pregunto si me habrá oído después de todo. Me pregunto qué estará
pensando.
—Sí, dame un minuto. —Luego, como ocurrencia tardía, añado: "Gracias por la
ropa.
—Agradécemelo poniéndotelas y así acabamos con esto. Tengo otras cosas
que hacer hoy.
Pongo los ojos en blanco, pero avanzo más deprisa. Ahora vuelve a estar
92
gruñón e irritado. ¿Conmigo o consigo mismo? No puedo evitar pensar que de esta
forma puedo sacarle de sus casillas. No tiene el control total de la situación si no
puede estar conmigo en la misma habitación después de afeitarme el coño. Apuesto
a que desearía haberme dejado hacerlo a mí.
A menos que no lo haga. A menos que se esté dando patadas por no hacer algo
más que afeitarme. Es sólo un hombre, después de todo. No hay mucho pensamiento
claro que puedan hacer cuando un coño está cerca. Ahora sabe cómo es el mío...
Tengo que dejar de pensar en esto o volveré a ponerme nervioso en este
examen.
No me mira a los ojos cuando salgo de la habitación, ahora con vaqueros y un
jersey. —¿Te queda bien? —pregunta, dirigiéndose a la puerta.
—Sí, es genial. —Una vez que salimos de su piso, mi aprensión aumenta. No
puedo evitar sentir que hay una diana pintada en mi espalda, incluso aquí abajo, lejos
de los estudiantes, en el piso de la facultad.
Este lugar es un laberinto. Quiero memorizar la distribución para saber adónde
ir si tengo que correr, pero él camina demasiado rápido. Tomamos el ascensor y
prácticamente me hace correr por un pasillo ancho en el que gracias a Dios somos las
dos únicas personas que caminan. ¿Están todos en clase? Tal vez eligió este momento
específicamente con eso en mente.
Hay un par de puertas al final del pasillo. Abre una y se aparta para que yo
pueda entrar en la habitación, donde me espera una mujer de cabello castaño y
sonrisa amable.
También hay una mesa de reconocimiento esperándome, diciéndome lo que
me espera.
—Dra. Lauren, esta es Delilah. —Lucas agita una mano entre nosotros—. Está
aquí para hacerse un chequeo, como habíamos hablado.
Es un verdadero encanto. La forma en que sus labios se tuercen en una pequeña
sonrisa sugiere que está pensando lo mismo. —Hola, Delilah. Hoy te pondré a prueba,
pero no tardaré mucho. Empezaremos sacándote sangre.
Tiro de las mangas del jersey sobre mis puños sin pensarlo. —¿En serio?
—Sólo tomará un minuto. Soy experta en encontrar una vena a la primera. —
Me hace señas para que me acerque a una jeringuilla y a un puñado de viales. La
mujer quiere desangrarme.
Pero hay algo en ella que hace que sea fácil confiar. Parece amable, algo que
no siempre suelo ver en los médicos. Así que no es tan angustioso empujarme la
93
manga para que me pinche con la aguja.
—Listo. Ya está. —Coloca una gasa y esparadrapo sobre el pinchazo de la aguja
antes de marcar los viales. Cuando termina, mira a Lucas con una sonrisa. No se ha
movido desde que entramos—. Gracias, Lucas. Creo que podemos seguir desde aquí.
Por la forma en que vacila, es obvio que no quiere dejarme sola aquí. Tiene
miedo de lo que pueda decir. La doctora se aclara la garganta. —Privacidad, por favor
—murmura, alzando las cejas. Se miran fijamente durante un largo momento.
Entonces él suspira y gira sobre sus talones, saliendo de la habitación y cerrando la
puerta con un sonoro chasquido.
Menea la cabeza, resoplando. —Los hombres, ¿verdad? Siempre pensando
que saben lo que es mejor.
—Lo hacen —acepto con voz suave.
—¿Por qué no te desnudas para mí? —sugiere, aunque no es una sugerencia.
Sé que no tengo elección—. Hay una bata sobre la mesa. Mientras tanto, ahora que
estamos solas, pasaré a las preguntas personales. —Echa un vistazo a su tableta,
desplazándose con el lápiz óptico—. ¿Tiene antecedentes familiares de alguna
enfermedad importante?
—Ninguna que yo sepa. —A menos que quiera contar ser un montón de
imbéciles insufribles como una enfermedad—. Aunque no tuve una relación cercana
con mi familia. No conocí a muchos de ellos muy bien. —Aunque después de cómo
me trató mi padre toda la vida, no me importaría descubrir que tenía cáncer de culo.
—Me parece justo. ¿Qué hay de tu historia personal?
—Nunca he tenido enfermedades importantes.
Me dedica una sonrisa amable. —¿Qué hay de las cosas no tan importantes?
—He estado bastante sana, la verdad.
—¿Menstruaciones abundantes? ¿migrañas? ¿Y ansiedad o depresión?
—¿Por qué me haces estas preguntas? —Me giro hacia ella, ahora con la bata
de papel que me dejó. El aire está helado y tiemblo de frío.
Baja la tableta y me mira con el ceño fruncido. —Lo siento. No pretendía
ofenderte ni agobiarte. Son las preguntas habituales que se hacen a todos los nuevos
alumnos. Me ayuda saber qué esperar, o si necesitan medicación, para tenerla a
mano.
Por supuesto. Estoy siendo un idiota, mirando las cosas más profundamente de
lo necesario. —Lo siento. He... 94
—No tienes por qué disculparte. Todos tenemos nuestras razones para
mantener nuestra privacidad. Pero sería útil que respondieras a mis preguntas.
Así lo hago mientras me subo a la mesa. —Mis periodos son bastante regulares.
Tomo anticonceptivos desde los dieciséis años. La inyección depo. Dolores de cabeza
ocasionales, pero nada grave. No tengo antecedentes de depresión ni ansiedad. —Al
menos nada que haya sido diagnosticado oficialmente. No es que mi tía tuviera
recursos para llevarme a especialistas, no es que necesite saberlo.
—Lucas me contó lo que te pasó, pero no me dio muchos detalles. ¿Fuiste
agredida sexualmente mientras estabas cautiva?
—Nadie me folló contra mi voluntad.
La Dra. Lauren me mira con una ceja levantada, e inmediatamente me
arrepiento de no haber dicho simplemente que no. —¿Te han hecho algo más?
—Estoy bien.
—Eso no es lo que he preguntado.
Ugh. ¿Por qué no le dije que no? No quiero abrir esta maldita lata. La Dra.
Lauren no parece que vaya a dejarlo pasar.
—Me hicieron desnudarme para poder masturbarse en mis tetas. —Sólo con
decirlo en voz alta me siento sucia y quiero volver a restregarme el pecho. Como si
el jabón me ayudara a deshacerme de esa asquerosa sensación en las tripas.
—No es algo que deba tomarse a la ligera. Puede que no te hayan hecho daño
físico, pero eso no lo hace menos agresión sexual.
—¿Podemos no hablar más de esto? —Sólo quiero olvidar que esto ha pasado.
—Por supuesto, pero siempre estoy aquí para hablar si lo necesitas.
Pasa el resto del examen en silencio, y yo estoy más que contenta por ello.
Una vez que hemos terminado con la única parte poco embarazosa de la visita,
es hora de pasar a lo verdaderamente humillante. Echa un vistazo ahí abajo, revisando
todas mis partes hasta que me sonrojo mientras miro al techo y espero a que termine.
—Bien. Ya está todo listo. —Aparta el taburete de la mesa mientras se quita los
guantes—. Los resultados de tus análisis de sangre llegarán en unos días. Te avisaré
si encuentro alguna anomalía, pero si todo está bien, no te molestaré.
—Gracias. —Me pregunto si debería advertirle de antemano sobre mis niveles
de vitamina D. Algo me dice que van a ser muy bajos después de no ver el sol durante
semanas. 95
—Ya puedes vestirte. —Se da la vuelta y empieza a teclear en su portátil—. No
me prestes atención. Quiero poner unas notas mientras nuestra visita aún está fresca
en mi mente.
Seguro que está tomando nota de lo desconfiada que soy, preguntándose qué
me ha hecho ser así. Podría contarle algunas cosas, ya que estoy segura de que no
hay forma de que sepa lo que me han hecho últimamente. Si es así, ¿estaría obligada
a ir a la policía?
¿A quién quiero engañar? Si hay alguna esperanza de vivir de esto, tengo que
espabilar. Nadie por aquí acude a las autoridades por ninguna razón, pequeña o
grande. Esta escuela no es para familias que confían en la ley. Es todo lo contrario. Si
voy a salir de aquí, la única persona en la que puedo confiar es en mí misma.
La doctora sigue aporreando las teclas cuando termino de ponerme la ropa. En
lugar de anunciar que he terminado, echo un vistazo a la habitación... buscando algo,
cualquier cosa.
Estoy sola. Necesito pensar a la defensiva. Tengo que ser capaz de protegerme.
Por eso me llaman la atención unas tijeras colocadas junto al equipo médico en una
bandeja con ruedas. Ella sigue dándome la espalda, así que contengo la respiración
mientras me acerco a la bandeja.
—¿Estás lista? —Su pregunta me hace saltar.
—Casi. —Todavía no mira hacia mí, pero lo hará pronto. Es ahora o nunca.
Mi mano sale disparada y agarro las tijeras, mis dedos húmedos resbalan
contra el metal, pero las mantengo sujetas y las meto suavemente en la parte trasera
de mis vaqueros.
Las esconderé entre el colchón y el somier de la habitación de invitados. A
Lucas no se le ocurrirá mirar allí, y quién sabe cuándo las necesitaré. Es mejor tener
un arma para protegerte que enfrentarte al enemigo con las manos vacías.

96
16
Lucas
—¿Q ué es esto? —Me mira desde su rincón en el sofá. Por la
forma en que está sentada, con los pies recogidos,
cualquiera diría que este es su apartamento. Tengo que
tragarme un arrebato de irritación.
—Un esfuerzo por darte un poco de cultura. Es una buena película.
—No está en color.
—No se te escapa nada, ¿verdad? —Frunce el ceño mirando la tele cuando es
obvio que es a mí a quien quiere fruncir el ceño—. Dale una oportunidad. Puede que
te guste.
—De acuerdo. —Se encoge de hombros, aún escéptica. Vuelvo a centrarme en
el portátil, aunque no me interesa demasiado, con los consejos de Nic repitiéndose
97
en mi memoria.
Necesito sacarla de aquí. Necesito separarme de ella y dirigir mi energía hacia
Aspen.
Sin embargo, cuanto más lo pienso, más evidente es algo: para él es fácil
decirlo. Lo supe durante nuestra llamada, pero ahora está más claro que nunca. La
chica no es de fiar. Aún no sé nada de su conexión con los Valentine más allá de la
sangre.
Ella es parte de ellos. Ella es la última Valentine, la familia que hizo daño a
Aspen. ¿Cómo puedo dejarla libre hasta que esté seguro de que no se volverá contra
Aspen? No importa lo irresponsable que me haga mantenerla aquí, sería diez veces
peor dejarla ir hasta que esté seguro de que no es una amenaza.
Apenas puedo vivir con todo lo que he hecho. ¿Cómo podría vivir conmigo
mismo si mi hija volviera a sufrir daños y yo tuviera el poder de impedirlo pero no
hiciera nada?
Nic no lo entiende. Estoy haciendo esto por mi hija. No por mí.
El sonido de sus suaves risitas levanta mi mirada hacia la pantalla del televisor.
—La verdad es que es muy divertido —murmura al verme.
—Es una comedia clásica.
—No pensaba que estas películas antiguas fueran realmente divertidas. Me
imaginaba que serían aburridas y secas y esas cosas.
—Todavía no puedo creer que tu tía nunca te presentara nada de eso. Dijiste
que veía películas.
Su boca forma una línea firme. —Supongo que por eso nunca me interesó.
Sentarse con ella a ver una película significaba respirar su humo. ¿Alguna vez has
estado atrapado en una habitación con un fumador empedernido, y las ventanas no
se abren?
—No puedo decir que lo haya hecho. —Suena miserable, una capa más de
infelicidad en lo que parece una vida generalmente infeliz.
Eso es lo que sigo sin entender y no puedo evitar darle vueltas mientras ella
vuelve a la película. ¿Qué me estoy perdiendo? Es una chica Valentine, pero vivía en
una caravana. No tenía dinero, eso lo tenía bastante claro. El resto de la familia vivía
como reyes mientras que ella estaba atrapada en una doble caravana de humo.
Tiene que estar mintiendo. Los adictos dirán cualquier mentira que puedan
fabricar si eso significa conseguir lo que necesitan. Roban todo lo que cae en sus
manos y hacen promesas que hasta un niño podría descifrar. Pasé años con gente así,
98
y no tengo la misma sensación con ella.
La ira de Delilah se refleja en cada una de sus palabras cuando habla de su
pasado.
—¿Conoces más películas como ésta? —pregunta, con una sonrisa cuando se
gira hacia mí. Como si hubiera olvidado quién es ella, quién soy yo, qué es esto.
—Por supuesto —murmuro, sumergiéndome en mi trabajo—. Hay muchas.
Seguro que puedes encontrar alguna en internet.
—Bien. Usaré todo el tiempo libre que tengo en internet.
Aprieto los dientes para no responder con sarcasmo, porque tengo la
sensación de que eso es lo que quiere. Obviamente, sé que tiene razón. Pero no es
como si fuera a estar aquí para siempre.
—Cuando tenga la oportunidad. A eso me refería. —Vuelve a girar la cabeza
hacia el televisor, y me alegro. Cuanto menos hablemos de su futuro, mejor, porque
no sé cómo será.
Con el tiempo, tendrá que mudarse a los dormitorios. Es sólo cuestión de
tiempo. Odio lo incómodo que me hace sentir la idea de dejarla ir sola.
Aunque, técnicamente, no estará sola. Siempre habrá alguien vigilando; tal vez
pueda instalar cámaras en su habitación como precaución adicional. Y si soy capaz de
escuchar sus conversaciones, podría aprender más sobre sus lazos con su familia. Ese
hermano suyo que está mejor muerto. Suena como si no hubieran tenido ningún tipo
de relación mientras crecían, pero ella seguía ligada a él de alguna manera. Tengo
que saber cómo encaja en el rompecabezas.
La película termina a la hora de cenar, así que en lugar de empezar otra,
esperamos a que nos traigan la comida de la cafetería.
—No te gusta cocinar, ¿verdad? —pregunta con curiosidad mientras
esperamos.
No levanto la vista de lo que estoy tecleando. —¿Cuál fue tu primera pista?
Nadie quiere comer nada de lo que he preparado, créeme. Nada menos que un
sándwich de mantequilla de cacahuate y mermelada.
—Preparar un buen sándwich de mantequilla de cacahuate y mermelada es
todo un arte. Hay que conseguir el equilibrio justo.
—Buen punto. —Esta podría ser una manera de abrir una conversación sobre
su familia—. ¿Qué hay de ti? ¿Te gusta cocinar?
—Cocinar era una forma de asegurarme de que tenía algo que comer. No era
99
algo que hiciera para divertirme. —Me he dado cuenta de que tiende a ponerse las
mangas sobre los puños cuando se siente nerviosa o amenazada. Lo está haciendo
ahora, envolviéndose con los brazos.
—¿No recibiste ninguna ayuda de tu familia? ¿Ni siquiera dinero para la
compra?
—¿Por qué estás tan obsesionado con mi familia? —Está hecha un ovillo,
encajada en la esquina del sofá.
Obviamente, es un tema delicado para ella. Lo sospechaba desde el principio,
pero hasta ahora siempre se había mostrado indiferente. Ha evitado deliberadamente
profundizar más allá de los hechos superficiales. Ahora, cuando la presiono un poco
más, está a punto de estallar.
Eso confirma que me estoy acercando a las respuestas que busco. —Déjame
ayudarte a entender algo sobre Corium. No podemos permitirnos tener aquí a nadie
cuyo pasado sea un misterio. Normalmente, conozco la historia de cada familia que
envía a uno de sus hijos aquí. Es una cuestión de seguridad, tanto para la escuela como
para los propios alumnos.
—¿Y...?
—Tú no eres una excepción. ¿Necesitas que te lo deletree?
—Nunca pedí que me trajeran aquí. No quiero ser estudiante aquí. Quiero irme
a casa.
Pregunto antes de poder contenerme. —¿De verdad? ¿Echas de menos esa
casa doble de la que tanto te quejas?
Hace una mueca de dolor, pero no se echa atrás. —Sigue siendo mejor que
estar aquí.
—Me cuesta creerlo.
—Sí, bueno, puedes creer lo que quieras. —Se queda mirando el televisor a
oscuras, con la mandíbula tensa mientras se le ensanchan las fosas nasales.
—¿Alguna vez se te ocurrió que podría ser peligroso para ti volver a casa?
Su cabeza se gira hacia mí, sus ojos brillan, y algo dentro de mí se enciende.
No sé qué es. ¿Quizás el reto? Mi papel en esta escuela no es en absoluto aburrido ni
fácil, y sé muy bien lo diferente que podría haber sido mi vida si no me hubiera
enderezado, pero he echado de menos este tipo de cosas. Chocar contra alguien cuya
voluntad es casi tan fuerte como la mía y romperla. ¿Es eso lo que he estado tratando
de hacer todo el tiempo?
Un golpe en la puerta nos interrumpe y me levanto para contestar, no sé si
alegrándome o no de la interrupción. Delilah parecía a punto de soltarme una
100
palabrota, ¿y quién me dice que no me habría contado algo valioso?
Ambos estamos en silencio mientras el personal prepara la comida. Huele a
albahaca, tomillo y orégano. Italiano, probablemente. Mi favorito. Les doy las gracias
como siempre antes de cerrar la puerta y llevar las bandejas a la mesa.
—¿Y bien? ¿Necesitas una invitación grabada? —Ya estoy sentado, con la
servilleta en el regazo, para cuando ella se levanta refunfuñando del sofá y se sienta
en su silla. Sé que soy un idiota. No hace falta que me lo diga, así que ¿por qué no
seguir hurgando en la llaga? Ahora que está agitada, puede que esté más dispuesta a
hablar—. ¿Te sorprendí con lo que dije? ¿Sobre que estás más segura aquí que en
casa?
Me doy cuenta de que desenvuelve los cubiertos con mucha lentitud y
deliberación, y luego levanta la tapa del plato. Hasta ese momento, no le había dejado
tomar los cubiertos. Era demasiado probable que se hiciera daño a sí misma o a mí.
—¿De cuántas maneras tengo que decirte que no tengo nada que ver con esa familia
antes de que realmente me creas?
—Aunque lo creyera, y aún no estoy seguro de creerlo, hay mucha gente que
no se ha sentado a hablarlo contigo. Para ellos, podrías haber sido la hija predilecta
de tu padre. Y casualmente tuviste la suerte de evitar el derramamiento de sangre
que hubo.
—Escucha. —Me mira directamente a los ojos sin tonterías ni sonrisas
juguetonas—. Los dos sabemos lo que pasó. No finjamos que todo lo hizo una figura
oscura sin nombre ni rostro, ni una esposa que estudia aquí con él.
—Pensaría que preferirías estar aquí, protegida, que ahí fuera, en la naturaleza
del mundo. A menos que hayas olvidado lo fácil que fue para él arrancarte de la calle.
Podría volver a ocurrir fácilmente, quizá por alguien peor que él.
—Yo no hice nada —se queja, cortando un trozo de pollo como si le guardara
rencor—. En cuanto a mi familia, los odiaba. Aún los odio. No me importa quién me
crea. Estoy cansada de intentar convencer a gente que no está dispuesta a escuchar.
—No puedes fingir que no suena inusual. ¿Por qué te echó tu padre?
—Tendrías que preguntárselo a él —murmura antes de llevarse a la boca un
bocado de pollo.
—No puedo preguntarle.
—Oh, bueno. —Levanta un hombro, ahora girando espaguetis alrededor de su
tenedor—. Supongo que tendrás que creer en mi palabra. 101
Maldita sabelotodo exasperante. Aunque esa no es razón suficiente para
vigilarla de cerca. Esta escuela está llena de niños sabelotodo, mierdecillas que
nunca han tenido que enfrentarse a las consecuencias de sus actos. Más que unos
pocos de ellos. Mierda, yo solía ser uno de ellos.
Sigue sin ser una razón suficiente para mantenerla conmigo.
—¿Conocías a Aspen antes de que viniera a Corium? Como, ¿la conociste antes
de esa noche?
Ella niega sin vacilar. —No. Nunca la había visto antes.
—Habías oído hablar de ella, ¿verdad? Que su padre era bastante infame. Las
noticias corren rápido, especialmente en la clandestinidad.
—No lo sé. La gente habla. No puedo prestar atención a todo. —Ahora eso
parece evasivo. Especialmente cuando no me mira a los ojos.
Aun así, no veo por qué exigirle que me cuente más. O realmente no sabe nada,
o es tan hábil en el arte de la mentira que ni siquiera yo puedo descifrarla. Es
enfermizo lo mucho que quiero hacerlo. No sólo por el bien de Aspen. Necesito saber
qué es lo que mueve a esta chica. ¿Cómo encaja ella en todo esto? Ella estaba
involucrada, aunque sólo tangencialmente. ¿Por qué?
El problema es que todos los que podrían saber por qué están muertos,
dejándola colgando como un hilo suelto. Odio los hilos sueltos. Especialmente cuando
la vida de mi hija aún puede estar pendiendo de un hilo. En ese caso, ¿cómo se supone
que voy a dejarla ir?
—Mañana empezarás las clases.
Eso la sacude, hasta el punto de que me sorprende que la comida que está
masticando no se le caiga de la boca mientras me mira boquiabierta. —¿Mañana?
—¿Qué creías que era ese examen? Ya te dije que todos los estudiantes pasan
por él.
—No creí que significara que me matricularían inmediatamente y me meterían
a empujones en las clases. —Entonces me doy cuenta de que no está tan interesada
en comer y que prefiere empujar la comida en su plato. No debería darme una
sacudida de satisfacción verla caer de su pedestal, pero entonces no tiene mucho
sentido la forma en que funciona mi mente.
—No pongas esa cara. Estoy seguro de que estarás bien. —Me llevo el tenedor
a los labios, intentando ocultar una sonrisa.
—Sí —gruñe, terminando con un bufido—. Seguro que sí.
Ambos sabemos que eso no es cierto, y espero que una vez que se haga una
102
idea de lo oscura e inquietante que es esta jungla, esté más dispuesta a verme como
protector. Para entonces, estará más que dispuesta a contarme todo lo que quiero
saber... y si no, tendremos que pasar al plan B.
17
Delilah

E
s el primer día de clase; sólo que los demás ya se conocen, y yo tengo
que ponerme al día de lo que han estado estudiando todo el semestre.
Ah, y todo el mundo me odia.
Quizá estoy siendo demasiado dura, pero es lo que siento. Seguro que se ha
corrido la voz, si no, no me mirarían con tanta desconfianza. Me pregunto cuánto
saben de mí.
Como las inesperadas y gélidas vacaciones que pasé gracias al gran Q, como
le llaman. Por aquí lo tratan como a un rey. Eso lo recuerdo de Nash hablar de él.
Por eso me miran mal cuando entro en clase de matemáticas. Todo el mundo
ha oído hablar de mí, pero sólo conocen su versión de la historia. Yo soy la mala.
Todos trataron a Aspen como una mierda cuando llegó aquí, pero de alguna manera,
103
yo soy la idiota.
—Hola. Eres Delilah, ¿verdad?
Me preparo para un ataque cuando un tipo moreno y con gafas ocupa la mesa
contigua a la mía. Elegí la esquina de atrás por una razón. No pretendo llamar la
atención y, desde luego, no quiero hacerme amiga de nadie.
—Hola. —Me acerca una mano a la cara—. Nadie dijo que tuvieras problemas
de audición.
—Yo no. —Me giro hacia él, pero no me molesto en intentar ser amable. No
tengo fuerzas para ser amable cuando estoy demasiado ocupada preocupándome por
quién me clavará primero un cuchillo en la espalda.
—¿Y por qué no contestaste? Eso es de mala educación.
—¿Qué quieres? —susurro—. Sólo di algo malo y termina con esto. —La clase
va a empezar en cualquier momento. Con suerte, cuando empiece, habrá menos
posibilidades de que este hombre me joda.
—¿Quién dijo que estaba tratando de ser malo? —Extiende la mano de nuevo,
sólo que esta vez, parece que quiere estrecharla—. Lo siento. Empezamos con mal
pie. Me llamo Marcel. Era amigo de Matteo y Nash.
Mi corazón se aprieta al oír su nombre. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que
eso deje de suceder? —Nunca mencionaron ser amigos tuyos.
—Seamos justos. Yo tampoco sabía de tu existencia. No hasta hace poco. —
Tiene razón. Estoy segura de que mi hermano nunca habló de mí. ¿Por qué lo haría si
yo apenas existía en su mundo?
—Encantada de conocerte —murmuro mientras le estrecho la mano. Y es un
placer. Al menos parece que alguien está de mi parte. No me juzga como tantas otras
personas, con sus miradas cómplices y su forma de susurrarse cosas lo bastante alto
como para que yo las oiga.
Sobre todo las chicas. —Traidora —murmura una de ellas mientras toma
asiento unos pupitres delante de mí—. ¿Quién deja que esa mierda le pase a otra
chica?
—Sería una pena que le pasara a ella, ¿eh? —pregunta otra chica con una
risita—. Se enteraría de lo que se siente.
Encantador. Hago un esfuerzo por ignorarlos, centrando mi atención en Marcel.
—No soy la persona favorita de nadie, y ninguno de ellos me ha conocido.
—La gente es estúpida. —Mira a las chicas, negando—. Sobre todo los que se
creen todo lo que oyen sin utilizar el pensamiento crítico. Pero tampoco todo el mundo
104
es capaz de eso. —Por el disgusto que destila su voz, es evidente que no le gustan.
Me da un poco de confianza.
Se gira hacia mí, baja la voz y se inclina un poco. —¿Cómo lo llevas?
—Bien. —Es una respuesta honesta. No puedo quejarme exactamente. Claro,
no tengo libertad, pero estoy cómoda, casi siempre alimentada y todo eso. Es un paso
adelante de la forma en que las cosas eran no hace mucho tiempo. Sigo siendo un
cautiva, pero con mejores comodidades.
—Bien. Me alegro de tener la oportunidad de hablar contigo. Me lo estaba
preguntando.
—No puedo creer que haya alguien por aquí a quien realmente le importe una
mierda —admito con una pequeña carcajada.
—La hay. Hay gente que se preocupa. Mantén la cabeza baja y estarás bien.
—Eso es lo que intento hacer.
—¿Por eso no te he visto por aquí antes? —Cuando enarco una ceja, se encoge
de hombros—. Se corre la voz muy rápido, ya sabes. Me enteré hace días de que
estabas aquí. Estaba esperando a que aparecieras.
—Sí, no fue exactamente mi elección. —Si pudiera elegir, no estaría sentada
aquí ahora mismo, aunque es agradable conocer a alguien que no me mira como si
fuera un monstruo malvado.
El instructor entra en la sala y la mayor parte de la charla se silencia. Marcel,
sin embargo, se inclina un poco más cerca—. Odio a ese hijo de puta por lo que hizo.
Lo miro de reojo. —Q? —pronuncio la letra.
Asiente. —No puede salirse con la suya.
Por primera vez en todo el día, me siento cálida por dentro. No tan sola.
—Estoy de acuerdo. —Y tampoco estoy hablando sólo de Matteo y Nash. Hay
una cuenta pendiente que es aún más personal para mí. Nunca recuperaré el tiempo
que me robó, encerrándome como lo hizo. Nunca olvidaré la impotencia, el dolor y el
miedo.
Son esos recuerdos los que no puedo evitar repasar en mi cabeza, aunque sé
que debería estar prestando atención a la lección. Debería haber sabido que esta no
sería una típica clase de matemáticas.
Es más bien una clase sobre cómo hacer que los ingresos de negocios ilegales
parezcan legítimos. De todas formas, no creo que nunca necesite algo así. No estoy
aquí por las mismas razones que todos ellos.
105
Si Marcel está de mi lado, me pregunto cuántos otros podrían estarlo. Hasta que
se me acercó, pensé que era el único que echaba de menos a Nash. ¿Matteo? Todavía
no me importa mucho. Pero al menos alguien se acuerda de él. Al menos alguien
recuerda por qué ya no está por aquí. Al menos alguien quiere responsabilizar a
Quinton.
La clase está a punto de terminar, a juzgar por la forma en que todo el mundo
empieza a recoger sus cosas. Marcel me da un codazo cuando el instructor no mira.
—¿Necesitas algo? —susurra y continúa—: ¿Puedo hacer algo por ti?
Hace tanto tiempo que no le importo a nadie que podría echarme a llorar. Lo
único que me detiene es saber lo estúpida que parecería, por no hablar de cómo
podrían malinterpretarlo los demás. No quiero que se corra la voz de que rompí a
llorar el primer día de clase.
—Podrías hacer una cosa —le susurro—. ¿Puedes avisar al hermano de Nash,
Preston?
—Por supuesto. ¿Qué quieres que le diga?
—Sólo hazle saber que estoy aquí, y que no hablé. Si no... sí, eso servirá. —No
puedo pensar en nadie más que se preocuparía o salir de su camino para
encontrarme. Pero Preston siempre estuvo bien. Nos llevábamos bien. Y él es mi
última conexión con su hermano.
—No hay problema. Ya lo hago yo. —El instructor da por terminada la clase, y
ambos nos ponemos de pie, con Marcel guiñándome un ojo mientras recoge sus
cosas—. No te preocupes. Tienes amigos aquí, aunque no podamos salir y anunciarlo.
Sólo mantente alerta y aguanta.
—Lo haré. —Después de todo, ¿qué otra opción tengo? Al menos ahora no me
siento tan desesperada.
Me pregunto si habrá más gente como Marcel que se presente y me apoye. No
pido fiestas, desfiles, flores ni nada de eso, pero estaría bien sentirme menos sola.
—Zorra —se burla alguien. No sé quién lo ha dicho, pero la palabra se estrella
contra mí y me recuerda que, aunque tenga unos cuantos aliados, tengo muchos más
enemigos. No puedo dejarme llevar por la pereza. Como dijo Marcel, tengo que estar
alerta.
Desgraciadamente, las primeras personas en las que se posan mis ojos una vez
que salgo del aula son las dos únicas que saben exactamente por lo que pasé cuando
estuve encerrada.
Es como si todo el mundo les dejara pasar por el pasillo. Como si hubiera una
106
luz especial brillando sobre Quinton y Aspen. Caminan de la mano, la realeza de
Corium.
No me sorprendería que la gente se inclinara o hiciera una reverencia o lo que
sea que haga la gente para mostrar su respeto. Su apariencia es suficiente para traer
un sabor amargo a mi boca.
¿Siquiera saben a quién están mirando? El tipo es un asesino. He visto de
primera mano de lo que es capaz. Es cruel, despiadado, brutal. Y es adorado. ¿Qué
esperanza tiene alguien como yo contra ese tipo de prejuicio?
Aspen me ve primero. Le da un empujoncito a Quinton para que también se fije
en mí. Su mirada oscura se estrecha hasta convertirse en una rendija, una expresión
que recuerdo bien. Es como un shock mental, verlo aquí cuando he pasado tanto
tiempo temiendo que apareciera en mi celda.
Ahora tengo que fingir que eso no ha pasado.
¿Por qué no podía seguir andando sin avisarle? Otra razón más para odiarla.
Todo esto es su culpa, incluso si su marido es el que destruyó mi mundo como
resultado de una mierda en la que no tuve nada que ver.
Se detienen frente a mí, bloqueándome el paso. Por supuesto. Siento las
miradas curiosas de más de un estudiante mientras pasan junto a nosotros, por no
mencionar algunas risitas. Me sorprende que no saquen todos sus teléfonos para
grabar esto por si ocurre algo interesante. Conociendo mi suerte, lo usarían en mi
contra más adelante.
—Te quedan bien —me dice Aspen, y me doy cuenta de que está mirando el
jersey y la falda que llevo puestos.
Miro hacia abajo. —Gracias —murmuro. ¿Es esa su idea de una frase inicial?
—Tenía la sensación de que te quedarían muy bien. Quédatelos todo el tiempo
que necesites.
Oh, que me jodan. —No sabía que eran tuyos. —¿Qué clase de juego es este?
¿No había ningún otro lugar donde Lucas pudiera encontrar ropa para mí? Jesucristo,
¿no hay entregas por aquí? Pudo haber mandado ropa nueva de un día para otro. Ni
siquiera costaría tanto.
Pero no, supongo que le hace gracia que me ponga la ropa de la chica por la
que empezó todo esto. Justo cuando creo que sé lo profundamente retorcido que es,
va y me muestra lo mucho peor que puede ser.
Mientras tanto, la Pequeña Miss Perfecta me mira fijamente, sonriendo.
Supongo que debo decir algo. —Gracias por prestármelos. Me quedan bien.
—Estupendo. —Se muerde el labio antes de girarse para mirar a su marido.
107
Aún no ha dicho ni una palabra, y no creo que lo haga. No es que me queje. No quiero
oír ni una sola sílaba de su boca asesina.
Supongo que no puede molestarse en decir nada cuando está tan ocupado
lanzándome una mirada asesina. Sé que lo último que tengo que hacer es contrariarlo,
pero nunca se me ha dado bien ignorar este tipo de cosas. No importa lo mucho que
sé que debería. Tampoco quiero parecer débil. No delante de él. Ni delante de
ninguno de estos imbéciles.
—En fin, será mejor que nos vayamos. —Aspen ofrece una sonrisa que no
puedo creer que realmente quiera decir.
E igualo su sonrisa, tan falsa como ella. —Gracias de nuevo. Es muy generoso
por tu parte asegurarte de que tengo lo que necesito. —Miro fijamente a Quinton
durante un rato.
Cuando parpadea primero, una oleada de satisfacción hace que mi sonrisa se
ensanche. Ahora es auténtica. —Será mejor que me vaya. No quiero llegar tarde a
clase.
Tengo que morderme la lengua para no reírme mientras me alejo a toda prisa.
No esperaba que actuara amistosamente. Eso es evidente.
Pero, ¿qué habría preferido? ¿Verme llorar y suplicar perdón? Probablemente.
Tiene mucho tiempo para esperar si quiere eso.
Me doy cuenta de que esta nueva confianza es gracias a Marcel mientras me
abro paso por el pasillo. Sigue habiendo susurros, miradas y todo eso. Pero me siento
menos sola. Como si hubiera un caparazón a mi alrededor.
Si Quinton Rossi cree que me voy a doblegar tan fácilmente, es que no ha
aprendido nada de mí mientras estuve encerrada. Siempre encontraré la manera de
salir adelante, pase lo que pase.

108
18
Lucas

N
o recuerdo haber esperado nunca con tanta expectación. Ni siquiera
cuando estaba en el ring, esperando a que sonara la campana para
noquear a mi siguiente oponente. También era jodidamente insufrible.
¿Pero esto? Esto supera cualquier cosa. ¿Por qué no ha vuelto todavía? Conozco
toda su agenda por dentro y por fuera... considerando que la hice, sólo tiene sentido.
Debería haber llegado hace diez minutos, pero no lo ha hecho. Deliberadamente salí
de mi oficina y fui al apartamento a esperarla, y ella no estaba aquí.
Es increíble, realmente, cuántos escenarios pueden pasar por la cabeza de una
persona en un abrir y cerrar de ojos. ¿Se escapó? No, alguien ya habría venido a
buscarme.
¿Decidió Quinton terminar el trabajo? Esperaría que no, ya que no me apetece 109
lidiar con ninguna de esas ramificaciones. Aunque dudo que las hubiera. Si lo que me
ha contado es cierto, nadie preguntaría por ella. Sería como si simplemente
desapareciera de la faz de la tierra. Esencialmente, eso es lo que ya ha hecho.
Que yo sepa, no se ha hecho mención de ella en el mundo exterior, casi como
si nunca hubiera existido.
Cuando se abre la puerta del apartamento, tengo que contenerme para no
abalanzarme sobre ella como un padre que espera a que su hija vuelva a casa tras una
noche de fiesta.
—¿Por qué carajo has tardado tanto? —grito.
Ella se encoge de hombros, con los ojos muy abiertos. —¿Qué? Vine
directamente aquí después de clase.
—Eso es una puta mentira, y los dos lo sabemos. Ya deberías estar aquí si
hubieras venido directamente de clase.
—¿Qué, lo has cronometrado? —Pone las manos en las caderas, se ríe e incluso
llega a mirarme de arriba abajo—. Quiero decir, ya sabía que eras tenso, pero esto
es mucho peor de lo que esperaba.
—Guárdate para ti tu puta opinión inútil. Te he hecho una pregunta directa.
¿Por qué has tardado diez minutos más de lo debido en volver aquí?
—¿Qué esperas? ¿Qué confiese que estaba maquinando? —Ella sonríe, y yo
quiero limpiar el suelo con su cara—. Quizá construí una bomba y la escondí en algún
sitio.
—Déjate de bromas. Quiero una respuesta.
—Para empezar, no estaba sola en el pasillo. Había un montón de gente
alrededor, y en cierto modo me ralentizaron. —Pone los ojos en blanco—. Y me perdí
un poco. ¿Estás contento? ¿Estás contento? No encontraba el camino.
—No es tan difícil.
—Tal vez no para ti. Sin embargo, a excepción de esa visita con la doctora
Lauren, hoy ha sido la primera vez que he salido de este apartamento. No es que
llevara un mapa encima. Tuve que intentar recordar.
—Podrías haber pedido ayuda a alguien.
—Bien. —Se da golpecitos en la barbilla—. Discúlpame. En lugar de vivir en
los dormitorios como todo el mundo, me quedo con Lucas en su apartamento. ¿Puedes
indicarme dónde está?
Aprieto los dientes y la mandíbula se me tensa hasta el punto de dolerme. Me
aprieta las tuercas, todas y cada una de ellas. Cuando no respondo y sigo mirándola,
levanta las manos. —Estoy segura de que eso me habría ido muy bien y de que no me
110
habría pintado una diana aún más grande en la espalda cuando todo el mundo se
enterara de dónde estaba viviendo y con quién.
—¿Crees que hay una diana en tu espalda?
—Dame un respiro, ¿quieres? Ambos sabemos que lo hay. ¿O había alguna otra
razón para que parecieras tan engreído ayer cuando me dijiste que tenía que empezar
las clases hoy?
Me invade una furia candente que me quema por dentro. ¿Cómo carajo hace
eso? Es como si leyera mi mente. —No sabes de lo que estás hablando.
—¿No? —Pasa un latido. El aire entre nosotros se vuelve más caliente, como las
llamas de un incendio avanzando—. De acuerdo. Como quieras. —Pasa a mi lado y se
dirige a la habitación de invitados como una niña con una rabieta.
—¿Adónde crees que vas? —exijo, siguiéndola—. No había terminado de
hablar contigo.
—Me voy a cambiar.
—No hasta que termine. Quiero saber cómo ha ido todo hoy.
—Ha ido bien. —Intenta cerrarme la puerta en las narices, pero no es lo
bastante rápida. Además, tengo una llave, aunque no la tuviera, echaría la maldita
cosa abajo de una patada.
—¿Alguien te ha dado problemas?
—No. De hecho... —Gira sobre sus talones y tiene la audacia de clavarme un
dedo en el pecho. Rayos de electricidad se extienden por mi pecho. Es como
electrocutarse—. Podrías haberme dicho a quién pertenecía esta ropa. ¿Quieres
decir que tengo que llevar su puta ropa por el instituto? ¿Sabes cómo me sentí cuando
me dijo que era suya?
—Espera, ¿ella te lo dijo? ¿Hablaste con ella?
—Sí —respiro, poniendo una mano sobre su corazón, sus pestañas
revoloteando contra su mejilla—. Hablé con la gran Aspen. Hermosa, brillante,
locamente enamorada de un psicópata empedernido. Tenía que asegurarse de que
yo supiera que fue su generosidad la que me llevó a llevar algo que no fuera tu ropa
por el colegio.
—No hables así de ella. —A duras penas contengo un gruñido.
—¿Hay algún aspecto de mi vida que me pertenezca? Ni siquiera puedo decir
lo que pienso. Tengo que llevar la ropa de otra persona. Tengo que vivir en el
111
apartamento de otro y dormir detrás de una puerta cerrada. Tengo que tomar clases
en esta escuela olvidada de Dios a la que nunca quise ir ni acepté asistir. Y ahora ni
siquiera puedo hablar de lo vergonzoso que es saber que la chica a la que todos
responsabilizan de haberle hecho daño me proporcionó ropa. —Se le quiebra la
voz—. Ni siquiera merezco ropa nueva. ¿Cómo crees que me hace sentir eso?
—No recuerdo haberte preguntado cómo te sientes —gruño y continúo—:
¿Sabes por qué? Porque no me importa una mierda. Si hubieras hecho lo correcto y
te hubieras alejado de la gente equivocada, no habría habido ninguna razón para que
Quinton te secuestrara. No habrías pasado por esa mierda. Y no estarías aquí,
lloriqueando como un bebé por no tener ropa nueva.
Sus párpados se agitan, el carmesí inunda sus mejillas. —No quise decir eso.
—Así es como sonó.
—Te lo digo, es humillante. ¿Qué, crees que nunca usé ropa usada? ¿Crees que
no compraba en Goodwill? Eso es todo lo que podía permitirme. El problema no es
tener ropa nueva. Es que es su ropa.
—Resulta que es la única chica de por aquí que conozco lo suficiente como para
pedirle ropa.
—Bueno, toma. —Se quita el jersey por encima de la cabeza, hace una bola con
él y me lo mete en el pecho—. No los quiero.
—Porque eso va a resolver todos tus problemas. —Tiro el jersey sobre la cama,
pero ella lo barre con el brazo.
—¡No! No me hagas favores, y te aseguro que tampoco quiero que ella me los
haga. Ya se cree mejor que yo.
—Ella es mejor que tú.
Se balancea sobre sus talones. Una parte de mí sabe que no he dicho lo
correcto, pero la otra disfruta con el efecto que mis palabras tienen en ella. Sus ojos
brillan con lo que parecen ser lágrimas.
Le tiembla la barbilla. —Bien. Al menos sé a qué atenerme. —Se quita la falda
y la deja caer al suelo antes de patearla. Mi frustración hacia ella aumenta. No tengo
tiempo para juegos infantiles.
—¿Has terminado con tu rabieta?
—Vete a la mierda —escupe.
Me abalanzo sobre ella en un instante, incluso antes de saber lo que hago.
Jadea, pero la mayor parte del sonido se corta con mi mano rodeándole la garganta. 112
El miedo inunda sus ojos y drena el color de sus mejillas. —¿De eso se trata?
¿Quieres que te folle? Prácticamente lo has estado suplicando desde que llegaste. ¿Es
eso lo que quieres?
Intenta negar, pero no puede moverse mucho. —No —se atraganta.
—¿Así que era en otro Lucas en quien pensabas en la ducha el otro día? —Me
inclino hacia ella, tan cerca que nuestras narices se tocan. Su respiración entrecortada
y asustada me calienta la cara. Me encanta. Quiero su miedo, sus lágrimas—. ¿Cuando
te estabas metiendo los dedos? ¿Quieres decir que no estabas pensando en mí?
Con la otra mano, le acaricio el culo, la sangre afluye a mi polla y la endurece
casi al instante. —Jodida provocadora. Decir mi nombre en voz alta como lo hiciste.
Sabiendo que te oiría. Y ahora, ¿este pequeño striptease?
—No es un striptease —se atraganta. Se ha quedado rígida, congelada por el
miedo, y eso es bueno. Me gusta demasiado.
—Acéptalo. Era una excusa para desnudarte delante de mí, o como mucho. —
La tiro sobre la cama, donde rebota con tanta fuerza que casi se cae de espaldas. Se
da la vuelta, intentando huir como una presa herida, pero no sabe que cuando huyes,
sólo consigues que el depredador te desee más. La agarro por las piernas, la acuesto
boca arriba y me meto entre sus muslos.
—Toma. Deja que me ocupe del resto por ti.
—¡Basta! —grita.
—No, tienes razón. No deberías llevar nada con lo que no te sientas cómoda. —
Le arranco las bragas, destrozando el fino algodón sin esfuerzo. Suelta un sollozo
ahogado que debería detenerme, pero que llega a ese lugar oscuro de mi interior
que tanto he intentado reprimir e ignorar. Es como una droga, y va directa a mi
cabeza.
—¿No es mejor así? —pregunto, riéndome de cómo intenta zafarse de mi
agarre con los tobillos—. Lucha todo lo que quieras. Veremos quién se cansa primero.
Te prometo que no seré yo.
—Ya te has explicado. Suéltame. —Tiene la cara roja y los ojos desorbitados
por el miedo.
—No. No hasta que yo lo diga.
Chilla cuando aterrizo encima de ella, me golpea los hombros con ambas
manos y se agita como si quisiera tirarme.
—Eso es, sigue luchando —gruño, trabajando en mi cinturón y bajándome la
bragueta—. Sólo estás consiguiendo que se me ponga más dura. Eso es lo que
quieres, ¿verdad? ¿Provocarme? ¿Para excitarme?
113
—Para —me suplica. Cuando vuelvo a levantarme, parpadea con evidente
incredulidad y vuelve a intentar huir de mí, caminando como un cangrejo por la cama.
Disfruto de este juego mucho más de lo que debería. Quiero que piense que se
escapa, que está a salvo, y luego quiero arrebatarle esa seguridad.
Vuelvo a tomarla por la pierna con facilidad y la atraigo hacia mí mientras ella
solloza desconsolada. —¿Sabes qué? Me gustas más con la boca llena. —Intenta
apartar la cabeza cuando apunto mi polla a sus labios, pero cambia de opinión en
cuanto le agarro un puñado de cabello y tiro de él.
Esta vez no está tan ansiosa, no como antes. Ahora no tiene más remedio que
tomar lo que le estoy dando, que es todo de mí, hasta que se atraganta con la nariz
aplastada contra mi base.
—Esto es lo que pasa cuando me empujas demasiado lejos. —La mantengo así
hasta que su cara se pone roja, luego me alejo lo suficiente para que respire por la
nariz—. Al final, aprenderás a no joderme.
Le aprieto una de las tetas, aumentando la presión hasta que solloza alrededor
de mi polla. Bonitas tetas, llenas y firmes, con pequeños pezones rosados. —Así es
como me gusta.
Su angustia me hace reír tanto como me hace follarle la cara. Más fuerte que
antes. Eso era divertido, una forma de descargar mi ira. ¿Esto? Esto es castigo, puro
y simple. Nadie toma lo que ofrezco y me lo devuelve.
Durante unos instantes, no hay nada más que el sonido de sus arcadas y mi
respiración agitada. —Buena chica —murmuro, apretando más fuerte su cabello—.
Chupa esa polla. Chúpala hasta que me corra. ¿Dónde la pongo esta vez?
Miro su cuerpo, tan joven, fresco y maduro. —¿Tal vez en tu culo? O en tus tetas.
Tal vez lo haga a la antigua y me corra en tu cara.
Le cuesta tomarme, le cuesta respirar, la saliva le cae por la barbilla y gotea
sobre la colcha. —¿Así es como lo quieres? —le pregunto riendo antes de volver a
abalanzarme sobre ella—. ¿Toda la cara? Veré lo que puedo hacer.
Ella gimotea, lo que me hace reír de nuevo. También me lleva al límite. Su
humillación, su miedo, actúan sobre mí como un afrodisíaco. Me invade un regocijo,
una sensación de poder que no hace sino aumentar el placer.
—Oh, sí —gimo mientras mi cabeza cae hacia atrás y martilleo su boca—. Me
voy a correr. Oh, mierda.
Me saco a tiempo para dirigir mi polla, y decido en el último segundo recubrir
sus tetas en lugar de su cara. Son perfectas para esto como si estuvieran hechas para
114
mí.
—¡Mierda... sí, oh, carajo sí! —La pinto con ella.
Ropas de semen salpican su piel blanca, rodando por las pendientes de sus
tetas y goteando sobre sus pezones.
Mientras ella yace quieta. Aguantando. Los ojos cerrados, el pecho agitado, la
barbilla y la garganta brillantes de saliva. Una lágrima rueda por la manzana de su
mejilla y se empapa en el cabello que se extiende bajo su cabeza.
Estoy agotado, físicamente y de otra manera. Limpio, a diferencia del desastre
manchado de semen en la cama. —La próxima vez que alguien haga algo bueno por
ti, no se lo eches en cara. Tal vez no te enseñaron eso en el parque de caravanas, pero
lo aprenderás muy rápido aquí. Considera esta tu lección. —Me echo hacia atrás,
metiéndome en los pantalones.
Respira hondo y suelta el aire lentamente. —¿Puedo limpiarme, por favor? —
Su voz tiembla como si estuviera conteniendo un sollozo. Esto dista mucho de la
mocosa sabelotodo que era hace unos minutos.
—Adelante, pero hazlo rápido. —La sigo hasta la puerta del baño y espero
mientras abre el grifo.
Podría haberla seguido hasta dentro, y dudo que hubiera intentado detenerme,
pero parece que ya he entendido lo que quería decir. Además, no me apetece verla
llorar, cosa que sospecho que está haciendo. Ese tipo de cosas me excitan cuando ya
estoy excitado, pero ahora mismo sólo me irritarían.
Unos minutos después, sale del cuarto de baño. Con la cabeza gacha, la agarro
de la muñeca y tiro de ella en dirección a la habitación de invitados. —Vamos.
Entramos en la habitación y la suelto cuando se sienta en el borde de la cama. Sus
rasgos están llenos de confusión.
—Espera. ¿Qué estás haciendo? Todavía no hemos cenado. ¿Podemos al menos
comer?
El cierre de la puerta me sirve de respuesta. No tengo nada más que decirle
esta noche. La dejaré con sus pensamientos y el recuerdo del castigo infligido.

115
19
Delilah

L
os sucesos de hace un par de noches me persiguen, recordándome que
aunque me sienta segura, no lo estoy. Todo es un juego. Un juego enfermo
y retorcido y yo estoy atrapada en medio. Creo que lo peor de todo es
que, a pesar de lo aterrador y jodido que fue, a una parte de mi alma demente le
encantó.
La sensación de ser tomada y utilizada. Era diferente comparado con esos
idiotas de la celda. Querían hacerme daño, pero tuve la sensación de que Lucas no
quería causarme dolor. Quería asustarme, pero más que eso, quería castigarme,
mostrarme quién mandaba.
Pues lo ha conseguido.
Por primera vez en toda mi vida, tengo ganas de ir a clase de matemáticas. Me 116
pasé toda la noche deseando que el tiempo pasara más rápido. Si hubiera tenido
tiempo libre, habría buscado a Marcel en vez de esperar a verlo en clase.
Por otra parte, si tuviera rienda suelta al lugar, ¿quién sabe cuánto más dura
sería la vida? Odio estar encerrado aquí, pero eso no significa que no entienda por
qué es necesario. No tengo suficiente gente a mi lado para protegerme.
Cuando llego al aula, me aseguro de que quedan unos minutos. Tomo el mismo
pupitre que antes, en la esquina del fondo, y espero que Marcel no llegue tarde o Dios
no lo quiera, esté ausente. Necesito saber si ha localizado a Preston. No sé por qué
parece tan importante. Tal vez porque él es el último lazo que tengo con mi antigua
vida. No puedo creer que ya se siente como una vida atrás cuando Nash estaba vivo.
Ahora soy una persona diferente.
Los alumnos empiezan a filtrarse en la sala, y mi corazón da un vuelco cada vez.
Sin embargo, Marcel no aparece, y la duda empieza a arraigar en mi mente. ¿Y si todo
lo que pasó antes fue otra forma de torturarme? Por lo que sé, Marcel es el mejor
amigo de Quinton. ¿Estaba fingiendo para bajarme la guardia?
El pensamiento no permanece mucho tiempo en mi mente, no cuando por fin
entra. Apenas permanezco sentada en mi silla. Lo único que me mantiene allí es el
hecho de que tengo que fingir que no me importa. Si alguien se da cuenta, podría
decirle algo a Quinton o a Lucas. Necesito pasar desapercibida todo el tiempo que
pueda.
Cuando actúa como si nunca me hubiera visto, tengo que recordarme a mí
misma que no debo tomármelo como algo personal. Sólo me está cuidando. Al menos,
eso espero. Además, estoy segura de que no le haría ningún favor hacer saber a la
gente que es un aliado. El hecho de que nadie me haya amenazado de muerte no
significa que esté a salvo. A veces, no es al enemigo a quien debes temer. Es al
enemigo disfrazado de amigo. Un lobo con piel de cordero.
Hasta que no se sienta y se acomoda, no me reconoce. —Tengo algo para ti —
murmura con la boca. Mueve la cabeza de un lado a otro, inspeccionando la
habitación, así que lo único que puedo hacer es esperar a que lo considere seguro.
¿Qué podría ser? ¿Un mensaje, tal vez? No, es mejor que eso. Cuando nadie le
ve, saca algo de su bolsillo, se acerca y me lo pone en el regazo. Echo un vistazo y me
doy cuenta de que es un móvil. —¡Escóndelo! —me ordena.
Podría llorar. Estoy tan feliz ahora. Un teléfono móvil. Después de estar sin
contacto con el resto del mundo todo este tiempo, es como si me hubiera dado las
llaves de todo. En cuanto nadie me ve, le susurro: —Muchas gracias.
Asiente levemente pero no ofrece ninguna otra respuesta, concentrándose en 117
el instructor o fingiendo hacerlo.
Mientras tanto, el teléfono me hace un agujero en el bolsillo. Me entran ganas
de escapar de esta habitación, correr al baño y hacer una llamada. Llamaré a quien
sea. No me importa a quién.
Excepto que no tengo ningún número memorizado. Me recuerda a mi tía, que
se quejaba de que antes tenía que memorizar o apuntar en algún sitio los números de
teléfono de sus amigos. Hoy en día, basta con programarlo una vez en nuestros
contactos, y ahí está para siempre.
En otras palabras, sigo un poco jodida.
Pero me da la esperanza suficiente para pasar la clase sintiéndome un poco
más yo misma. Como una persona normal con una forma de pedir ayuda si alguna vez
la necesito. A medida que la clase se alarga, mi mente divaga. Si huyera, ¿cuánto
tendría que recorrer para llegar a una ciudad con aeropuerto?
Una vez que se enfría mi excitación, me doy cuenta de que no ha respondido a
la pregunta que llevaba rondándome la cabeza desde que llegó. Tampoco me ha
dado la oportunidad de preguntar.
No es hasta que la clase está terminando que me tomo un momento para
asomarme, vigilando que no se nos note. —¿Conseguiste hablar con él?
—Sólo usa el teléfono. Verás de lo que hablo cuando lo hagas.
—No entiendo...
—Sólo hazlo y nunca dejes que nadie lo vea. —Cierto. Como si yo fuera a hacer
eso. Algunas cosas no necesito que me las digan.
En lugar de decirlo, me muerdo la lengua y murmuro: —Muchas gracias.
En cuanto podemos irnos, lo tomo todo y salto de la silla. No hay forma de que
pueda esperar hasta volver al apartamento más tarde para averiguar a qué se refiere
con lo de: sólo usa el teléfono. Ya lo verás.
No podré concentrarme en nada hasta que lo haga.
Por eso, en lugar de ir directamente a mi siguiente clase, me desvío al baño.
Necesito saber lo que él no pudo decirme. Me tiemblan las manos y la emoción bulle
en mi interior.
Busco en el baño y compruebo que no haya nadie más, y no lo hay. Por una vez,
tengo suerte. Me meto en el último, con los oídos atentos a cualquier ruido, mientras
enciendo el teléfono.
Una vez que se enciende la pantalla, navego hasta contactos, esperando
encontrar algo allí. Sorprendida, descubro un número almacenado, solo uno. 118
Pero es el único que necesito.
—Preston. —susurro su nombre.
Presiono con el dedo su nombre y luego el icono verde de llamada,
mordiéndome nerviosamente el labio inferior mientras el teléfono suena y suena.
—¿Diga? —Una voz juvenil llena el auricular.
—¿Preston? —susurro.
—Sí. —Hace una pausa—. ¿Delilah?
—¡Sí! ¿Te lo dijo Marcel? —Esa es una pregunta tonta. Por supuesto que lo hizo,
o de lo contrario ¿por qué Preston me ha adivinado de todas las personas en el mundo
que podría llamarlo?
—Me lo dijo. Me alegra saber que estás bien. Hasta que hablé con él, supuse
que la banda de Rossi también te había agarrado. ¿Dónde demonios has estado hasta
ahora?
¿Cuánto debo decirle? No estoy preparada para esto. No estaba segura de si
volvería a hablar con alguien de mi antigua vida.
—¿Delilah? ¿Sigues ahí?
—Todavía estoy aquí. Ha sido... complicado.
—¿Cómo? ¿Qué está pasando?
Que le den. ¿Qué tengo que perder? Bien, quizá no sea lo mejor que me puedo
preguntar, teniendo en cuenta todo lo demás que ha pasado, pero la idea es la misma.
—Estuve encerrada un tiempo. Empecemos por ahí.
—¿Encerrada? ¿Dónde?
—No lo sé, y esa es la verdad. Supongo que no muy lejos de Corium, ya que
hizo falta un viaje en helicóptero para llegar hasta aquí. —Se me hace un nudo en la
garganta—. Fue el mismo lugar donde se llevaron a Matteo. Donde lo mataron.
Un siseo llena la línea. —Hijo de puta.
—Entonces, una noche, vino un tipo y me llevó. Me trajo a Corium. No ha sido
horrible comparado con donde estaba antes. Pero aún no soy libre, y lo que es peor,
no sé qué hice para merecer esto. —Ahora que he empezado, parece que no puedo
parar.
—¿Te has encontrado con Rossi?
—Claro. Y, por supuesto, tuve que fingir que no me tuvo cautiva en un infierno
helado sólo Dios sabe cuánto tiempo. 119
—Acéptalo. Aunque se lo dijeras a la gente, probablemente no les importaría.
Podría matar a alguien delante del director y lo dejaría ir.
Tiene razón. La forma en que todos me tratan, el asco y el odio, podrían actuar
como si fuera un gran héroe por casi matarme.
—Lo juro, me pone enferma cuando los veo paseando juntos, mientras sé lo que
le hizo a tanta gente. A mi hermano y a toda la familia. Nash.
—Quinton no mató a Nash.
—¿No lo hizo? Lo supuse.
—No. Fue esa perra, Aspen.
Tengo que sostenerme contra la pared. ¿Aspen? ¿Cómo podría una cosita como
ella dominar a Nash? Se puso rudo conmigo una o dos veces, y no pude dominarlo. —
Eso no puede ser verdad. No parece que pudiera matar a una cucaracha.
—Ella lo apuñaló. Creía que lo sabías. —Hace una pausa y, de repente, siento
la cabeza como el interior de una pecera. Preston continúa—: ¿Quieres decir que
nadie habla de ello en Corium?
Mi mirada se arrastra por mi cuerpo. Creo que voy a vomitar. Llevo su ropa.
Esa pequeña zorra mató a Nash, y tengo que llevar su ropa por la escuela. Me
pregunto si se ríe de mí en secreto. No lo dudaría. —Me perdonó la vida —susurro
por encima de la bilis que sube por mi garganta.
—Sí, bueno, no te hagas ideas de que es una persona decente. Te clavaría un
cuchillo en la espalda en cuanto te des la vuelta.
Sí, ahora que lo menciona, yo también tengo esa sensación de ella. Me sonríe
a la cara, pero apuesto a que es fría e igual de brutal que su marido cuando no hay
nadie cerca. Tiene que serlo, si no, ¿por qué querría estar casada con alguien como
él?
Como no digo nada, suspira. —¿Estás bien? En realidad, no respondas a esa
pregunta. Seguro que no debe ser fácil estar ahí, sobre todo después de todo lo que
ha pasado.
—Estaré bien. No tienes que preocuparte por mí.
—Bien. Porque voy a necesitar tu ayuda.
—¿Con qué? ¿Qué puedo hacer?
—Puedes ayudarnos a cuidarla.
Estoy segura de que los latidos de mi corazón se oyen en toda la habitación. —
Cuidar de ella. No querrás decir... 120
—Sí, es cierto. Ella necesita morir. Asesinó a Nash a sangre fría. Ni siquiera
debería estar respirando ahora, pero no es precisamente fácil llegar a alguien en ese
lugar. Especialmente alguien que está casada con ese hijo de puta, Q.
Se me aprieta el estómago y un dolor se retuerce en lo más profundo de mis
entrañas.
—¿Así que quieres que lo haga? —pregunto con una voz chillona que ni
siquiera parece mía. Nunca me han pedido que mate a nadie. Ni siquiera me lo he
planteado. No soy ese tipo de persona. Al menos, no lo creo—. Ni siquiera sé cómo
podría.
—Déjame esa parte a mí. Ahora que sé que estás ahí, podemos idear un plan
que no parezca demasiado obvio.
La odio. Ella mató a Nash. La única persona que se preocupaba por mí, que le
importaba una mierda. Ella me lo quitó.
Y estoy de acuerdo, merece morir. Si hubiera justicia, ya estaría muerta.
Preston tiene razón en eso. ¿Pero yo?
—No sé si puedo hacerlo.
—Todo el mundo piensa eso hasta que realmente tiene que hacerlo. Y no creas
que ella no te haría lo mismo a ti. Probablemente sólo te mantuvo con vida para
sentirse una buena persona. Como si compensara lo que le hizo a mi hermano.
Tiene razón. Y sí, entre eso y lo de compartir la ropa, es obvio que quiere ser
superior. Como Gee, no es Aspen increíble, incluso después de todo lo que le hicieron.
¿Pero matarla? ¿Con mis propias manos? —Escucha, he imaginado un montón
de cosas realmente horribles. Como todas las formas diferentes en las que quiero
matar a Rossi. Pero todavía no creo que pudiera hacerlo. No soy ese tipo de persona.
—Ya veo.
Me estremezco y cierro los ojos. Suena tan parecido a Nash. Así es como sonaba
siempre cuando estaba decepcionado conmigo. Me duele más de lo que quiero
admitir. —Lo siento.
—Supongo que olvidaste lo que Nash hizo por ti.
Ahí está. Lo único que sabe que me derrumbará.
—No lo olvidé. —¿Cómo podría?
—¡Para, por favor! —sollozo, pero mis súplicas caen en saco roto. Nathaniel
vuelve a tirar del bastón y lo hace caer sobre mi piel, ya en carne viva. Me obligó a 121
subirme a su regazo y me arrancó las bragas poco después de que mi padre me dejara
en su puerta.
Un grito sale de mi garganta mientras hago todo lo que puedo para apartarme de
su regazo. Eso solo hace que me golpee con más fuerza. —Tres golpes más y tendrás tu
recompensa. Te follaré el coño mientras me llamas papi.
Me sube la bilis a la garganta. No quiero esto. No lo quiero a él.
Otro golpe con el bastón me hace jadear. Un dolor ardiente me recorre la pierna
desde la mejilla. Noto que algo húmedo gotea por mi muslo desnudo, lo que me indica
que por fin ha roto la piel.
—Sí, sangra para mí, puta. —Otro golpe, tan doloroso como el anterior. Mi visión
se nubla. No sé cuánto tiempo más podré aguantar esto.
Por favor, que esto acabe pronto.
—La última. Hagamos que cuente. —Antes de que pueda prepararme, vuelve a
golpear con el bastón en el mismo sitio.
El dolor es insoportable y me astilla el trasero. Aparecen puntos negros en mi
visión y estoy segura de que voy a desmayarme en cualquier momento.
—Eso es. Ahora, sé una buena chica, ponte de rodillas y chúpamela un poco antes
de que te meta la polla en el coño. A menos que prefieras que lo haga sin lubricante —
se burla, empujándome fuera de sus piernas.
Caigo al suelo con un ruido sordo. Me duelen los músculos de tanto luchar contra
él. Tengo los ojos pesados e hinchados de tanto llorar, pero me obligo a levantarme de
todos modos. No obedecer sólo significa más dolor; lo he aprendido por las malas en el
poco tiempo que llevo aquí.
Aun así, si no me voy ahora, me hará un daño irreparable. Tengo que intentarlo,
sin importar el resultado.
Me pongo de rodillas, finjo que me dispongo a chupársela y busco su cremallera.
En lugar de abrirle la bragueta, cierro la mano en un puño y la golpeo contra su
entrepierna con toda la fuerza que puedo reunir.
Su grito de dolor resuena en toda la casa mientras me levanto de un salto y salgo
corriendo lo más rápido que puedo. No me importa estar medio desnuda y descalza. Lo
único que quiero es escapar. La vergüenza no existe cuando intentas sobrevivir.
Mis pies golpean el inmaculado suelo de baldosas del pasillo. Mis piernas me
empujan hacia delante y llego a la esquina, donde sé que está la puerta principal. Pero
no entro en el vestíbulo como esperaba. En lugar de eso, me topo con otra persona. 122
—¡Mierda! —gime, sus fuertes manos rodean la parte superior de mis brazos para
estabilizarme.
—¡Por favor, ayúdame! —suplico, jadeando. Me tiembla todo el cuerpo, me
flaquean las rodillas, y el dolor del castigo que estaba momentáneamente adormecido
vuelve con fuerza—. Por favor, haré lo que sea.
Parpadeo para contener las lágrimas y miro bien al tipo que tengo delante. Parece
tener mi edad, quizá un poco más. Tiene el cabello oscuro revuelto y los ojos
somnolientos, como si acabara de despertarse.
—¿Mi padre te trajo aquí? —Sólo entonces me doy cuenta del parecido con el
hombre que me hizo esto. Este es su hijo. Oh, Dios—. ¿Qué has hecho?
—Me hizo daño. Yo... le di un puñetazo... en el... ya sabes.
—¿Pene?
Sólo consigo asentir. Una sonrisa se dibuja en el rostro del desconocido. —Te lo
va a hacer pagar. —Mis temblores se intensifican—. Pero yo podría ayudarte. Podría
llevarte a mi habitación y mantenerte a salvo.
—¿Lo harías?
—Sí. —Asiente. Me agarra y me rodea la cintura con los brazos para que pueda
apoyarme en su costado—. Haré algo por ti, y tú harás algo por mí.
Me da miedo preguntarle qué espera exactamente de mí, pero de algún modo,
dudo que sea peor que lo que me iba a hacer su padre.
—Supongo que si no tienes pelotas para hacerlo, no lo haces. —La voz
degradante de Preston me arrastra de vuelta a la realidad.
Sintiendo la profunda necesidad de resolver parte de su decepción, le digo: —
Te ayudaré si puedo. Si hay algo que pueda hacer para facilitarte las cosas, lo haré.
Sólo que no creo que pueda hacer el acto en sí.
—Hmm. Ahora que lo mencionas, no es mala idea. Incluso si no puedes matarla,
podrías hacer posible que alguien más lo hiciera. Eso funcionaría.
—Estupendo. Lo que necesites, lo haré.
Mi mano se aprieta alrededor del teléfono hasta que me duele. Me quitó a Nash
y ahora se pasea como si fuera la dueña de la casa mientras yo tengo que vivir
encerrada en una habitación de invitados.
—De acuerdo. Asegúrate de tener cuidado con el teléfono. No dejes que nadie
te vea con él. No estoy seguro de poder conseguirte otro si te descubren con él. 123
—No lo haré. —Por ahora, vivirá junto con las tijeras escondidas bajo el
colchón.
—Y haré que Marcel te avise si necesito hablar contigo.
—Eso funciona. Tengo que irme —susurro al teléfono.
Preston no responde y, un momento después, la línea se corta. Hago lo mismo
y termino la llamada, lo cual es bueno, ya que la puerta se abre y el arrastrar de pies
y las risas se filtran en el espacio.
Esperaré aquí hasta que se vayan. No confío en mí mismo para salir ahora
mismo, de todos modos. Si me encontrara con Aspen, quizá tendría que arrancarle
todos los cabellos de la cabeza y metérselos por la garganta hasta que se atragantara.
Cuanto más lo pienso, más convencida estoy. Haré lo que sea que Preston
necesite.
Aspen debe morir. No hay otra manera.
20
Lucas

—Y
o sé que piensas que soy devastadoramente guapo, pero no
tienes que mirarme así.
Lauren mueve los labios, pero no me sonríe. No me
dejaría ganar tanto terreno, y menos cuando estamos en su
terreno, en medio de una sesión.
—Estoy esperando a que digas algo, que sabes muy bien. Como siempre, usas
el sarcasmo y el encanto para disimular lo que te pasa por dentro.
—Así que crees que soy encantador.
Sus cejas se fruncen y su boca se enrosca hasta hacerse casi invisible. —Lucas.
¿Siempre vamos a hacer este baile? Sabes lo en serio que me tomo mi trabajo, incluso
cuando se trata de ti. Quizá especialmente cuando se trata de ti.
124
—Gracias.
—Y no siento que esté haciendo mi trabajo cuando todo lo que hacemos es
sentarnos aquí e ir de un lado a otro. No te estoy sirviendo como tu médico cuando
pasamos la mitad del tiempo bromeando antes de que finalmente decidas ser realista.
—¿Quieres que sea realista?
—Te lo agradecería mucho. —Sigue la dirección de mi mirada—. Tal vez sin el
whisky esta vez. Prefiero hablar con una versión lúcida de ti.
La versión lúcida de mí no está de humor para hablar. Parece que estamos en
un callejón sin salida.
—Volvamos a lo que discutimos en una sesión anterior. —Cruza una pierna
sobre la otra, dando golpecitos con el bolígrafo en ese bloc de notas en blanco—.
¿Cómo llevas tu relación con Aspen? ¿Cómo les va juntos?
—Bastante bien. Poco a poco, pero creo que vamos en la buena dirección.
Ella asiente lentamente. —¿Puedes decirme por qué frunciste el ceño cuando
mencioné su nombre?
—¿Lo hice?
—Como si quisieras arrancarme la cabeza.
Me burlo, cruzándome de brazos. —Lo sabrías seguro si quisiera hacer eso.
—Vamos. Dilo de una vez. ¿Por qué la mención de su nombre provoca esa
reacción?
No sabía que tenía esa reacción. Todavía no estoy seguro de que esté siendo
sincera conmigo. —¿Por qué Aspen me haría sentir así?
—Te lo estoy pidiendo, ¿recuerdas? —Se inclina hacia delante, con las cejas
fruncidas como si le doliera—. Sé que te sientes culpable por lo de aquella noche,
pero no podías saber lo que iba a pasar. Me gustaría repasar algunos ejercicios para
ayudarte a liberar esa culpa.
—¿Te parezco alguien que hace ejercicios emocionales?
—No. Me pareces alguien que permite que el dolor emocional se encone hasta
que lo corroe por dentro.
Haría una broma, pero ya no estoy de humor para bromas. No lo estaba en
primer lugar. Hace cualquier cosa para no hablar de mis sentimientos.
—¿Te sorprendería saber que he pensado mucho en esto? —Al diablo con que
me quiera sobrio. Por lo menos necesito un zumbido para pasar por esto. El whisky 125
me espera. Esta vez uso un vaso, aunque lo lleno más de la mitad antes de volver al
sofá.
Está esperando, paciente como siempre. Casi desearía que no fuera tan
calmada en momentos como este. No importa cuánto lo intente, no puedo sacarle una
reacción. Siempre tan profesional.
Espera que me abra ya, así que me bebo la mitad del vaso antes de admitir lo
que más me preocupa. No lo dejará hasta que lo haga. —No es sólo esa noche. Sé que
dije que lo era, y dudo que me perdone por haberla dejado desprotegida.
Bebo otro sorbo y el licor me quema la garganta. La sensación es agradable. —
Es todo lo que vino antes de eso. ¿Cómo puedo vivir conmigo mismo, sabiendo por
lo que la hice pasar?
Lauren frunce el ceño. —¿La forma en que fue tratada cuando llegó, quieres
decir?
—Por supuesto, eso es lo que quiero decir. Permití que abusaran de ella.
Prácticamente torturada.
—Hiciste lo que creíste que había que hacer para darle un escarmiento.
—No me digas que crees que fue justo.
—Nunca he dicho eso. —Ahora tiene el ceño fruncido, y sus ojos normalmente
cálidos se han endurecido—. No creo que fuera justo en absoluto. No importa lo que
hiciera su padre adoptivo, nada de eso fue culpa de Aspen.
—No sabes cómo son las cosas. El código que tenemos que mantener. La forma
en que tratamos a las ratas y a los traidores.
—Sé lo suficiente al respecto, y mi punto de vista se mantiene. Pero eso no
viene al caso. Hiciste lo que creías que había que hacer. —Levanta un hombro y
suspira—. Si no lo hubieras hecho, se habría considerado que excusabas las malas
decisiones de su padre. Eso sólo habría creado problemas entre los alumnos.
—Es un buen argumento. —Le doy un sorbo al whisky, reflexionando—. Estoy
seguro de que es lo que me decía a mí mismo en ese momento. Me ayudaba a dormir
cuando pensaba en ella.
—No sabías quién era —me recuerda Lauren con voz más suave que antes—.
No puedes culparte por eso.
—¿Quién lo dice?
—Lo dice el profesional médico al que visitas para recibir tratamiento.
No puedo evitar una mueca de dolor. —¿Tienes que llamarlo así? Haces que
suene como si estuviera en una habitación acolchada.
126
—Un estereotipo injusto que sólo sirve para asustar a la gente. Hace un pobre
favor a la profesión y a tantas personas que, de otro modo, podrían haber obtenido
ayuda.
Le doy tiempo para que termine antes de negar. —Tal vez eso funcione para
algunas personas. Nunca sentiré que hay algo normal en esto.
—¿Incluso si mantiene a raya tu lado más oscuro?
Ya no estoy tan seguro de que lo haga. No después de la forma en que he usado
a Delilah. —¿Cómo supero esto, Doc? —pregunto, ignorando su pregunta.
—¿La culpa? —Cuando asiento, pone cara de preocupación—. No te va a gustar
oírlo.
—Creía que no hacía falta decirlo.
—Vas a tener que hablar con Aspen.
—Tienes razón. No me gusta oírlo. —Me siento derecho y me bebo el resto del
whisky de un trago—. De ninguna manera.
—Es la única forma de empezar a superar la culpa.
—¿Quieres decir que no hay, ya sabes, un ejercicio de respiración que pueda
hacer en su lugar? ¿Podría meditar o algo así?
—Ahora sé que lo estás pasando si prefieres meditar.
No sonrío. —No hablaré con ella de eso.
—¿Por qué no? ¿Qué es lo peor que podría pasar?
—Como no va a ocurrir, no tiene sentido ponerse en el peor de los casos.
—¿De qué tienes miedo?
—Sabes que no aprecio el uso de esa palabra. No tengo miedo. De nada, ni de
nadie.
—Ahora tienes una hija. Hay miedo en ti, igual que en cualquier otro padre.
Eres humano.
—Preferiría que no habláramos más de esto. Hoy no. —No sabe lo que
pregunta. ¿Cómo se supone que debo abordar el tema? ¿Qué le digo? ¿Qué clase de
imbécil acabaría pareciendo? Lo siento, sabía exactamente lo que te estaban
haciendo y no hice nada para impedirlo; de hecho, contribuí a ello. Pero no sabía que
eras mi hija. Lo siento.
—Me parece justo. —Deja escapar un profundo suspiro—. ¿Cómo está Delilah?
127
¿Ya empezó las clases?
—Sí, esta semana.
—¿Se lleva bien con todo el mundo? —Por la tirantez de su voz, está claro que
ya sabe la respuesta. ¿No acabamos de hablar de los traidores y de lo que les pasa?
Aspen es prácticamente de la realeza ahora que es miembro de la familia Rossi, y
Delilah podría haber participado en la peor noche de su vida. Estoy seguro de que,
según los chismes, lo hizo.
—No tiene cortes ni moratones cuando vuelve de clase. Es lo mejor que puedo
decir.
Cuando Lauren se queda callada, me aclaro la garganta. —¿Qué pasa? Te fuiste
un segundo.
Esboza una breve sonrisa tímida. —Me has descubierto preguntándome si
sería ético compartir una información contigo. Fue compartida en confianza, pero
podría ser algo digno de informar.
—¿Es Aspen? ¿Le paso algo?
—No. Delilah.
Compartido en confianza. ¿Durante su examen? ¿Inmediatamente después de
nuestro encuentro en el baño? —¿Qué pasa?
—Te lo digo porque creo que le afectó mucho más de lo que estaba dispuesta
a demostrar. —Resopla, mirándome—. Me recuerda a alguien que conozco.
—¿Qué te dijo? —¿Por qué mi corazón late tan fuerte? Ahora, el escocés
chapotea en mi estómago.
—Me temo que fue agredida sexualmente.
Mierda. Le contó lo de la mamada. Sabía que era una idea terrible, dejarlas a
las dos solas. Sabía que ella encontraría la manera de joderme.
—Parece que ocurrió cuando estaba cautiva.
El pavor que hace un momento florecía en mis entrañas se está convirtiendo en
otra cosa. Algo igual de potente. —Esos malditos mentirosos. Me dijeron que nunca
le pusieron una mano encima, no de esa manera. Quinton lo prohibió.
—No le pusieron la mano encima. Fueron lo bastante listos para encontrar la
laguna en la norma.
—No lo entiendo.
—Ellos... —Ella se mueve en la silla, haciendo una mueca—. Se masturbaron y
128
se corrieron en su pecho.
Se me cae el estómago como si estuviera en una montaña rusa. —Los cabrones.
Asquerosos pedazos de mierda.
Soy el mayor hipócrita que jamás haya respirado. Yo también me corrí en sus
tetas, justo después de obligarla a chupármela. Sí, ella se ofreció la primera vez, pero
la segunda... eso fue todo mío.
Son un par de cerdos asquerosos. Odio la idea de que la miren, y mucho más
de que se masturben delante de ella. La rabia me recorre las venas, seguida de la
confusión. ¿Por qué me molesta tanto esa idea? Ella no significa una mierda para mí,
sin embargo, en cierto modo, lo hace.
No sé muy bien cómo ni por qué, y no estoy en disposición de intentar
profundizar en esas emociones, ni quiero admitirme a mí mismo que puede haber
algo más profundo porque hacerlo me haría sentir que estoy traicionando a Aspen, y
no quiero volver a sentir que la he defraudado de ninguna manera.
—Se lo comentaré —decido.
—Tómatelo con calma. No irrumpas y pisotees como un toro en una tienda de
chinos.
—¿Qué te haría pensar que soy capaz de eso?
Comprueba la hora y finge secarse el sudor de la frente. —¿No te das cuenta
de que se nos ha acabado el tiempo? Tendremos que volver sobre este tema en la
próxima sesión.
En lugar de dirigirme a mi despacho tras salir de casa de Lauren, voy
directamente al apartamento. No podré concentrarme hasta saber si esta historia es
cierta o no. ¿Por qué no lo mencionó? Entiendo que no dijera nada mientras
estábamos allí, pero hace días que está aquí.
Es más probable que le contara a Lauren una historia inventada para ganar
simpatía. Eso tiene mucho más sentido. Pero, de nuevo, mi primer instinto fue creerle,
y por lo general, mis instintos están en el punto.
Está en la habitación de invitados, donde la dejé, acostada boca abajo con un
libro abierto delante. Levanta la cabeza al verme entrar, suelta el lápiz que tiene en
las manos y rueda por la cama a cámara lenta.
—¿Es verdad? ¿Lo que le dijiste a Lauren durante tu examen?
No parece sorprendida. —Sabía que no sería capaz de mantener la boca
cerrada sobre eso. Debería haberle dicho que no pasó nada.
—¿Es verdad?
129
—¿Qué te importa a ti? —Su barbilla se levanta como si estuviera lista para una
pelea.
—Odiaría saber que te aprovechas de un médico comprensivo contando una
historia que sabías que me llegaría. Una forma de hacer que todos sientan lástima por
ti.
Me mira con lo que sólo puede ser frío odio. —Viste a esos tipos. ¿Te extrañaría
que hicieran algo así? No podían follarme, así que se las ingeniaron para evitarlo. Se
bajaron. Tuvieron el placer añadido de hacer que me dieran ganas de frotarme la piel
hasta destrozarla.
Ella vuelve a leer su libro mientras yo me quedo aquí, sin habla. Algo ha
endurecido a esta chica. Sospechaba que tenía agallas de sobra, ya que sobrevivió al
cautiverio de una pieza.
Pero este es un nivel diferente. Ella ha sido herida antes. Tanto que ha
construido gruesos muros a su alrededor. Tiene formas de sobrellevarlo, aunque no
lo sepa. En algún momento, se vio obligada a adaptarse. —¿Por qué no le dijiste nada
a nadie?
—¿Te refieres a ti, ya que eres la única persona con la que hablo de verdad? —
Apenas me mira antes de pasar la página—. Dijiste que me merecía todo lo que me
hicieron allí, ¿verdad? No me apetecía perder el tiempo contándotelo si sólo ibas a
encogerte de hombros.
Las palabras que quiero decir se evaporan en el aire.
Claro que entonces levanta la cabeza y me mira con expresión interrogante. —
¿Por qué te importa de todos modos? Literalmente me hiciste lo mismo.
No tengo una respuesta para ella. Especialmente cuando le he hecho cosas
peores, y eso es exasperante. No soy mejor que esos cabrones. Como no hay nada
que decir, la dejo que vuelva a su trabajo, aunque procuro dejar la puerta abierta.
Veremos cuánto tarda en salir. Si es que va a salir.

130
21
Delilah

E
sto es diferente. Es la primera vez que va en contra de su rutina normal.
Tengo que quedarme aquí acostada y fingir que no me doy cuenta o que
no me importa, pero ahora mi cerebro está zumbando. ¿Por qué ha
dejado la puerta abierta? Normalmente, lo primero que hace es encerrarme dentro.
No puedo evitar preguntarme a qué tipo de juego está jugando.
Estoy tan jodidamente cansada de tener que hacerme esa pregunta. Todo esto
de tener que estar siempre alerta, cuidándome del peligro. Es agotador. Me pregunto
si alguna vez volveré a una vida en la que sea posible simplemente vivir sin tener que
preocuparme.
¿A quién quiero engañar? Nunca he tenido ese tipo de vida. Siempre he estado
preocupada por algo. Mirando por encima de mi hombro, escuchando sonidos de ira 131
procedentes de otro lugar en el remolque. Haciendo todo lo que podía para evitar
que estallara contra mí. ¿Cuándo fue la última vez que pude relajarme? ¿Lo he hecho
alguna vez?
Se está moviendo por ahí. Lo he visto pasar por delante de la puerta más de una
vez por el rabillo del ojo. Así que no es como si se hubiera olvidado de cerrar la puerta
y se hubiera corregido a sí mismo una vez que se dio cuenta de su error. Eso me dice
que fue una elección deliberada. ¿Está empezando a confiar más en mí?
Tal vez la doctora Lauren consiguió llegar a él. No me emociona saber que ella
le contó sobre esos cerdos y lo que hicieron. Aun así, podría significar un mejor
tratamiento, y no puedo enojarme por eso. Especialmente después de lo que me hizo.
Ni siquiera me importó la mamada. Fue la forma en que se corrió en mi pecho que era
demasiado similar a lo que me hicieron.
Quizá las cosas empiecen a asentarse y gane algo de libertad. Tal vez pueda
aprender a vivir con eso.
Una cosa tengo clara: no hay esperanza de concentrarse en este libro. Llevo
mirando la misma página desde que me interrumpió, y las palabras no significan
nada. Ahora estoy demasiado distraída. Sigo fingiendo, para que él piense que estoy
siendo una buena chica y siguiendo las reglas.
Ese es un inconveniente de tener la puerta abierta. Puede observarme. Aun así
es mejor que estar encarcelada. Ahora, cuando tengo que orinar, puedo levantarme
e ir. Qué cambio tan refrescante.
Me pongo en posición sentada y miro fijamente la puerta abierta. No lo veo,
pero lo oigo. Hace mucho ruido. Las ollas y sartenes chocan entre sí. Un armario se
abre y se cierra.
Los sonidos me llaman la atención porque nunca antes lo había oído en la
cocina. No puedo evitar preguntarme qué estará haciendo. El agua se abre, casi como
si estuviera llenando una olla. Un momento después, lo oigo poner la olla en el fuego.
La cocina hace un chasquido y se enciende al girar el botón. No, me lo estoy
imaginando. No cocina. Pero lo hace, y ahora estoy demasiado intrigada para seguir
encerrada en el dormitorio.
Aun así, voy con cuidado, me acerco sigilosamente a la puerta abierta y asomo
la cabeza para echar un vistazo. Me da la espalda y su camisa se estira sobre sus
músculos mientras se mueve.
Me acerco de puntillas a la habitación hasta que puedo ver lo que está haciendo
en la encimera. Tiene las mangas de la camisa arremangadas. Voy a tener que fingir
que no hace un calor de locos al verle los antebrazos mientras abre un tarro de salsa
y lo echa en una olla.
132
Por fin se fija en mí y reconoce mi presencia con una simple mirada. —Toma
asiento. La cena estará lista en un momento.
Casi quiero frotarme los ojos. —¿Me lo estoy imaginando?
Pone los ojos en blanco y se gira hacia los fogones. Lo dice en serio. Está
preparando la cena y estoy segura de que estoy soñando.
Quizá me quedé dormida mientras intentaba leer. Eso tendría sentido.
Explicaría por qué no me encerró en la habitación. Porque es imposible que eso haya
sucedido.
Hago una pausa para ordenar mis pensamientos y pensar en algo que decir, ya
que quedarme en silencio me resulta extraño. —¿Hay algo en lo que pueda ayudar?
—No. Lo tengo todo bajo control. —Mueve la barbilla hacia la mesa—. Siéntate.
—No lo hago porque quiera sentarme, ni siquiera porque quiera evitar enojarlo.
Ahora, estoy involucrada y necesito ver cómo se desarrolla esto. Un hombre en la
cocina tiene más probabilidades de quemar agua que de hervirla.
Sí, no me lo voy a perder. Lucas parece saber moverse por la cocina. De
acuerdo, no hay nada difícil en hervir pasta, pero aun así. Una vez, Nate intentó
cocinar macarrones con queso de una caja y acabó prendiendo fuego a la cocina.
Todavía no sé cómo lo consiguió.
Nunca podré preguntárselo. Ese pensamiento hace que se me forme un nudo
en la garganta. Al final, voy a tener que lidiar con su pérdida, y tan repentina. Quizá
sería más fácil si hubiera tenido la oportunidad de despedirme.
Pero alguien me robó esa oportunidad, ¿no?
—¿Estás bien ahí? —No sabía que me estaba mirando, y ahora tenía que luchar
para controlar mi expresión facial.
—Estoy bien. Sólo pensaba.
—¿Sobre qué?
Sobre lo mucho que quiero ver morir a Aspen por lo que hizo. Sí, claro, eso iría
bien. —La vida, supongo. No lo sé.
—¿Cómo van las clases? ¿Crees que podrás ponerte al día?
Qué puta broma. Como si importara. ¿Cuál es el objetivo final en un lugar como
este? ¿Graduarme? Pensé que esto se suponía que era una parada, una manera para
que él me controle durante el tiempo que pueda. Lo está haciendo sonar como si esto
fuera permanente. —Puedo manejarlo. 133
—Bien. —Remueve la salsa antes de apagar el fuego de la olla. Luego se
agacha, hurgando en el armario. No debería mirarle el culo, pero lo tengo ahí delante.
Y parece tan perfecto, redondo y firme. Nunca había visto un culo así en un hombre.
Sólo un ejemplo más de lo disciplinado que es.
Luego está su tinta; las líneas intrincadas y el color hacen que quiera inclinarme
y examinar su piel. Y no cabe duda de que tiene mal genio. No puedo evitar pensar
que tiene otra cara. Un lado que me gustaría conocer.
Aparece un segundo después con un colador en la mano y escurre la pasta,
luego la vuelve a echar en la olla antes de verter la salsa por encima.
Lo siguiente que recuerdo es que se da la vuelta con un plato en cada mano
lleno de espaguetis. —No es gourmet, pero puedo hervir una buena cena de pasta.
¿Qué tan extraño es esto? Como si fuéramos dos personas normales teniendo
una cena normal. Es casi como una persona real. Me estaba acostumbrando a su forma
de ser, y ahora está cambiando las cosas.
—Gracias. Es inesperado. —El olor me hace la boca agua y, aunque sé que él
no ha tenido nada que ver, la salsa no es casera, no puedo evitar sentir un poco de
afecto hacia él. Incluso sonrío, y es una sonrisa genuina, no una sonrisa que estoy
usando para conseguir algo que quiero. Creo que hasta ahora no había entendido
hasta qué punto lo hago.
—No te acostumbres a esto. Sigo encerrándote después de cenar.
—Por supuesto. —Ni siquiera me importa en este momento.
—A veces me gusta cocinar algo, una especie de mantener mi mano en el
juego, ¿sabes? —Casi parece que también está de buen humor. ¿Qué estaba haciendo
antes de volver? Sea lo que sea, debería hacerlo más.
Entonces, como una tonelada de ladrillos cayendo del cielo, directamente
sobre mi cabeza, me golpea. Él dejando la puerta abierta y haciéndome la cena,
siendo un poco menos idiota mientras intenta aparentar que le importa.
Se siente culpable porque básicamente me hizo lo mismo que Rick y Bruno.
Supongo que oírlo del médico lo hizo mirarse mejor a sí mismo.
Mantengo deliberadamente los ojos en mi plato, dando vueltas a los fideos
alrededor del tenedor. —Sabes, no tienes que tomarte tantas molestias porque te
sientas mal o algo así.
—¿Por qué dices eso? —pregunta riendo un poco.
—Por lo que hablaste con la doctora. Y, ya sabes... —Apenas me salen las 134
palabras y ahora desearía no haber dicho nada. Puedo sentir el calor en mis mejillas
creciendo—. Por lo que hiciste.
—No me siento mal por eso. Tienes una idea equivocada.
Lo único que puedo hacer es poner los ojos en blanco. Los dos sabemos que
miente. —Sólo digo que no sentí lo mismo cuando lo hiciste tú que cuando lo hicieron
ellos. Cuando lo hicieron, fue asqueroso. Como que quería morir. Pero no fue lo
mismo contigo. Pensé que querrías saberlo.
Y ahora desearía no haber abierto la boca, porque me arde la cara más que el
sol y el corazón me late con fuerza, y no entiendo muy bien por qué. No debería estar
avergonzada, pero en cierto modo lo estoy porque no me di cuenta hasta después de
que me gustó lo que hizo y sólo me asusté en el momento en que claramente pretendía
ser una advertencia. Pero hay más, porque la única diferencia entre esas dos
experiencias son los hombres que se me echaron encima.
Cuando Rick y Bruno lo hicieron, yo estaba tan indefensa y bajo su control como
lo estaba con Lucas.
En todo caso, Lucas era más rudo. Al menos esos dos nunca me tocaban, no
sexualmente. No me obligaban a chuparles la polla antes de correrse sobre mí. No
me follaban la cara.
Y aun así no lo odié tanto. Porque él es... él. Es sexy, dominante, rudo. No es
desagradable, descuidado y asqueroso como ellos. Ahora lo sabe. Al menos, me mira
como lo hace, mirándome desde el otro lado de la mesa mientras comemos. Rompería
el silencio, pero no sé qué decir. Me da demasiada vergüenza hablar, por no hablar
de que me preocupa avergonzarme aún más si lo hago.
Cada vez que miro hacia él, me mira fijamente. Ojalá no me sonrojara tan
fácilmente, pero no puedo evitarlo. He visto esa mirada antes, de él, de otros
hombres. Sólo que, a diferencia de esos otros hombres, él no me eriza la piel. A
diferencia de Nash, no siento que tenga que actuar sexy para mantener su interés.
Quiero que me mire. Quiero que haga más que eso, aunque apenas puedo
respirar y mi estómago se agita tanto que no sé cuánto más podré comer. Pero no me
siento incómoda. Es más excitante que inquietante. Como si mirara mi ropa pero viera
el cuerpo que hay debajo.
Nunca había sido así. No sé qué hacer con el calor que se agita en mi interior.
Yo también me estoy mojando. No me ha tocado y me estoy mojando.
¿Qué pasaría si me tocara?
Nuestras miradas se cruzan y tengo que obligarme a apartar la vista de nuevo
cuando se me corta la respiración. Se aclara la garganta y se mueve en la silla. —¿Ya 135
has tenido bastante?
Ah, cierto. Estábamos comiendo. —Creo que sí. —Me tiende la mano y le doy
mi plato. Cuando nuestros dedos se rozan, siento un hormigueo casi doloroso en el
coño. Es un alivio cuando me da la espalda y se dirige al fregadero. Me apoyo en el
respaldo de la silla, débil y sin aliento.
Limpia la mesa rápidamente, en silencio, con expresión adusta. ¿En qué estará
pensando? No puedo seguir aquí sentada como una idiota. —Supongo que... volveré
a mis deberes —murmuro, aunque sea lo último que quiero hacer cuando hay una
sensación de algo inacabado entre nosotros.
Cuando no intenta detenerme, me levanto con el corazón encogido. Es mejor
así, obviamente. Pero no tiene por qué gustarme.
Estoy a medio camino de la habitación de invitados cuando, de repente, un
brazo me rodea la cintura. —¿Qué estás...? —La sorpresa me roba el resto de la
pregunta cuando Lucas me lleva de nuevo a la mesa, empujándome contra ella.
Luego sigue, recostándome contra la madera fría. —No lo entiendo. No dice
nada, me pasa las manos por las piernas. Oh, Dios, sí. Se me cierran los ojos y suspiro
antes de darme cuenta de lo que hago. No podría evitarlo si lo intentara. No cuando
lo que más deseo es que me toque.
Aun así, no puede estar bien. Al menos tengo que averiguar qué está
intentando hacer. ¿Por qué ahora? ¿Qué quiere de mí? Mi coño, obviamente, o mi
boca. Ambos, probablemente.
No puedo fingir que no es caliente, estar en la mesa de esta manera. La idea de
que ni siquiera pudiera esperar a llevarme al dormitorio. Cuando pienso en ello de
esa manera, el calor entre mis piernas se intensifica.
Me baja los leggings de un tirón, tan bruscamente que chillo de sorpresa. Se le
dibuja una sonrisa en la comisura de los labios antes de pasarme las manos por las
pantorrillas, las rodillas y los muslos desnudos. El placer vuelve a cerrarme los ojos y
se hace más intenso cuanto más se deslizan sus manos. Cuanto más se acercan al lugar
donde más me duele.
Cuando me separa las piernas, las abro más. Me obligo a abrir los ojos a tiempo
para ver cómo se acomoda en una silla y la acerca a la mesa. Me mira a los ojos antes
de abrirse el botón superior de la camisa y luego el de debajo. Mierda, qué calor.
Mi pecho sube y baja con cada respiración agitada. Sé que no debo
preguntarle qué va a hacer a continuación. Además, prefiero sentirlo en lugar de
hablar de ello.
—¿Siempre te mojas tan fácilmente? —Su voz es firme, profunda, y algo en ella 136
me hace querer suplicarle que me folle. ¿Es así como debe ser? Sinceramente, nunca
quise rogarle a Nash que lo hiciera. Sólo lo hice porque pensé que él quería que lo
hiciera.
—No lo sé. —Esa también es una respuesta honesta. Realmente no lo sé.
Tampoco creo que le importe. Está demasiado ocupado pasando sus mejillas
rastrojadas por el interior de mis muslos hasta que mis suspiros se convierten en
gemidos.
Sus dedos bailan por la cintura de mis bragas y me retuerzo para evitar su
contacto, aunque quiero más. No. Necesito más. Moriré sin más.
—¡Sí...! —susurro cuando empieza a quitarme las bragas, bajándomelas
lentamente. Levanto las caderas para que pueda quitármelas y vuelvo a abrir las
piernas. El aire es fresco en mis labios calientes y húmedos. Cuando sopla sobre ellos,
no puedo evitar gemir más fuerte que antes. No sé qué hacer con lo que siento. Cómo
debo actuar o sonar o lo que sea.
No creo que le importe. —Hueles increíble. Me separa los labios con los dedos,
abriéndolos, antes de tocar con su lengua mis sensibles pliegues.
—¡Dios mío! —Tengo que agarrarme a los lados de la mesa con las dos manos
cuando una explosión en mi cabeza me hace estar segura de que me voy a caer. Esto
es mejor que cuando me toco. Nunca había sentido algo así. Como si estuviera
muriendo y volando a la vez.
—Sabes aún mejor —gime. Como si lo disfrutara. Como si quisiera hacerlo.
Nash nunca me la chupó. Ni siquiera me hizo correrme.
Ahora estoy aquí, lo suficientemente cerca como para sentir la tensión familiar
en mi interior. Con la cabeza de este hombre entre mis piernas, su lengua
deslizándose arriba y abajo a lo largo de mi raja. Profundizando, tanteando mi coño,
antes de rodear mi clítoris y volverme loca.
Necesito tocarlo. Sus brazos me rodean las piernas, manteniéndolas quietas, y
paso las manos por ellas antes de agarrarle la nuca. Él gime, lamiéndome, y yo ardo
más que nunca ante las dulces vibraciones que recorren mi coño.
—Qué rico —murmuro, retorciéndome contra su cara y acercándole la cabeza.
Ya no me importa si es lo correcto. Es lo que más necesito. Más presión, más gemidos,
más de todo.
No sé qué hacer. He fingido con Nash antes, pero ahora que parece que viene
lo real, tengo un poco de miedo. Es demasiado intenso. Demasiado.
Pero no puedo detenerlo, y no quiero. Quiero ver hasta dónde me lleva. —Por
favor... por favor, déjame correrme —le suplico, pasándole las manos por el cabello,
137
tirando de él. Me siento tan bien que desearía que nunca se detuviera, pero sé que
moriré si la tensión no se rompe.
—Mmm. —Es lo máximo que me dice, pero es suficiente. Respira casi tan fuerte
como yo, sus dedos se clavan en mis muslos, su barba rasposa me araña la piel
mientras su lengua vuela sobre mi clítoris hasta...
—¡Oh, Dios! ¡Sí! Me corro. —Todo mi cuerpo se pone rígido, se congela durante
un instante de infarto antes de que la liberación me rompa en mil pedazos. No puedo
contener mis gritos y no quiero hacerlo. Me siento demasiado bien desahogándome.
¿Así es como se supone que debe ser? Mierda. ¿Qué más me he estado
perdiendo? La idea me hace reír, incluso ahora, cuando todas las emociones se
mezclan con la felicidad que me invade.
Se echa hacia atrás, con una sonrisa de satisfacción. Como si estuviera
orgulloso de sí mismo. O eso, o sabe que ahora le toca a él. Me levanto hasta sentarme
y tomo su cinturón.
Es suave pero firme, apartando mis manos. —No. Está bien.
¿Todo bien? Prácticamente está saliendo de detrás de la cremallera. —Pero...
quiero decir, lo hiciste por mí... ¿A menos que prefieras follar?
Arruga las cejas y entrecierra los ojos. —Estoy bien. Sólo quería probar. —Me
pone las manos en los muslos antes de levantarse.
¿Qué es esto? No sabía que había tipos que excitaban a una chica por el simple
hecho de excitarla. Incluso si lo hubiera sabido, no habría adivinado que Lucas era
uno de ellos. ¿Tan equivocada estaba con él?
Está lavando los platos para cuando me repongo lo suficiente como para
ponerme la ropa. El hombre es un misterio. No sé exactamente qué le inspiró a hacer
eso, pero sé que quiero que vuelva a hacerlo. ¿Cómo puedo obligarlo?
De la nada, habla, rompiendo la ilusión. —Por cierto, te mudarás a los
dormitorios a primera hora de la mañana.

138
22
Lucas

N
o hay nada como una llamada telefónica en mitad de la noche para que
el corazón de un hombre se acelere. En el tiempo que tardo en buscar
a tientas el teléfono, descolgarlo y responder a la llamada, se me pasan
por la cabeza cientos de pensamientos horribles. —¿Nic?
—Siento haberte despertado, pero pensé que esto no podía esperar hasta
mañana. —A diferencia de mí, suena muy despierto. Miro el despertador. Son las tres
y pocos minutos.
El corazón se me atrapa en la garganta. —¿Qué haces levantado? —Me pongo
en posición sentada, con los pensamientos desbocados, pensando primero en lo
peor. Las cosas no siempre han ido bien entre mi hermano y yo, pero nadie ha estado
a mi lado como él—. ¿Está todo bien ahí? 139
—Estamos bien. —Suspira—. Lo siento. No quería preocuparte. Todo está bien
aquí.
No me jodas. Podría haber tenido un ataque al corazón. —Deberías haber
empezado con eso. —Suspiro—. Ahora, ¿qué valió la pena despertarme a las tres de
la mañana?
—Encontré información sobre Delilah.
Ya está. Estoy más alerta de lo que estaría si me metiera en una ducha helada.
—¿Qué encontraste que no podía esperar hasta mañana?
—Técnicamente, es por la mañana, y dinero.
Aprieto con fuerza el teléfono. Si no tengo cuidado, aplastaré el maldito aparato
antes de que termine lo que tiene que decir. Respira. Tengo que controlarme.
Necesito oírlo. Pero, de algún modo, lo único en lo que puedo pensar es en cómo tenía
a la chica sobre una mesa, con las piernas abiertas, sus dedos cortándome el cabello
mientras le lamía el coño hasta que se viniera contra mi cara.
—¿Específicos? —murmuro, ignorando mi polla que se endurece.
—Concretamente, un fondo fiduciario.
Esa perra mentirosa.
La fuerza de mi reacción me sacude. Como una serpiente saliendo de las
sombras, con los colmillos fuera y lista para atacar. Esa parte oscura de mí, la parte
que he trabajado para suprimir. Todo lo que necesita es una excusa para mostrarse,
y esto podría ser exactamente eso.
—¿Detalles? —digo.
—Valentine es quien lo preparó. Puedo enviarte la información ahora mismo si
quieres. —Su pausa es inquietante—. Quiero que lo veas por ti mismo.
Me muevo antes de darme cuenta, salgo al salón, saco el portátil, lo dejo en la
mesita y lo abro.
—Dame un segundo —murmuro. Nunca había tardado tanto en abrir mi correo
electrónico.
—No tengo otro sitio donde estar.
Suelto una risita y miro hacia la habitación de invitados. Está detrás de la puerta
cerrada. Durmiendo como un bebé. Como se merece. —¿Cama, tal vez?
—A estas alturas, ¿para qué molestarse? Ya sabes cómo es. Te metes de lleno
en tu trabajo y pierdes la noción del tiempo.
El correo electrónico de Nic encabeza mi bandeja de entrada. Lo leo y me 140
acerco para leer la letra pequeña del PDF. Es un extracto bancario de aspecto
bastante normal, excepto por el hecho de que tiene un montón de ceros. —Maldita
sea.
—Diez millones de dólares.
—Esa mentirosa... —Tengo que bajar la voz a un susurro para no despertarla.
No le daré tiempo a prepararse para lo que viene. No soy el tipo de hombre que avisa.
Además, ella no me dio una advertencia sobre su pequeño fondo fiduciario—. No
creerías la triste historia que me ha estado contando todo este tiempo.
—¿Qué te dijo?
Me da escalofríos pensar en ello. Con qué facilidad me engañó. —Que no tenía
dinero y vivía en una caravana con su tía. Pobre, por lo que parece. Sin ayuda de su
padre.
Gruñe. —Bueno, eso todavía podría ser cierto. No es como si ella pudiera
acceder al dinero todavía. Sólo existe desde hace unos meses.
Me acerco a ese pequeño detalle en el siguiente archivo adjunto y se me cae
el estómago. Esto es peor de lo que suponía. —¿Es un documento auténtico? —
susurro, esperando contra toda esperanza.
—Por supuesto que es un documento auténtico. Lo encontré yo mismo. ¿Desde
cuándo te he dado una razón para cuestionar mi trabajo?
Ignoro por completo su pregunta y miro fijamente la fecha de creación de la
cuenta. El estómago se me revuelve de una forma que me hace sentir como si acabara
de bajarme de un barco perdido en el mar durante meses.
—La cita... —Me digo más a mí mismo.
—Lo sé. Su voz es más tranquila ahora, también—. Por eso pensé que no podía
esperar. Ese fue el día...
No necesito que me lo digan. Ya lo sé. —Tengo que irme. Gracias por esto. Te
mantendré al tanto de lo que pase. —Termino la llamada, tiro el teléfono a un lado y
hundo la cabeza entre las manos.
No puedo creer que sea verdad, aunque tenga las pruebas delante de mis
narices. Nic tiene razón. Su trabajo de reconocimiento es impecable. Y tenía que
saber cómo me sacudiría ver la conexión entre la existencia de un enorme
fideicomiso y la fecha en que se estableció.
No me habría traído esta información a menos que estuviera seguro de que era
real. No me extraña que no se haya ido a la cama. Expulso todo el aire de mis
pulmones y respiro tranquilamente.
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Tengo que enfrentarme a ella. Tengo que hacerlo, pero también tengo que
poner en orden mis pensamientos. No puedo matarla o hacerle daño. Soy más grande
que esto. Soy mejor que esto. Incluso Lauren piensa que he mejorado en mantener la
calma en situaciones estresantes. En momentos como este tengo que recurrir a la
mierda que ella me ha enseñado.
Ojalá pudiera controlarme más de lo que lo hago. Ése es el problema. Quiero
hacerle daño. Ansío su dolor. Y estoy cansado de negarme lo que quiero. Ella va a
aprender lo que le pasa a la gente que me miente. En esta escuela no hay sitio para
ratas ni mentirosos. Me levanto del sofá y me dirijo a la habitación de invitados.
Mi primer impulso es abrir la puerta de golpe. En mi mente, la veo
incorporándose en la cama, jadeando de sorpresa cuando irrumpo en la habitación.
Tal vez se aferraría las mantas al pecho, intentando escapar antes de que pudiera
alcanzarla. No importaría; nada me detendría una vez que empezara. Así solía ser
para mí. Luchaba y mataba a la persona que tenía delante hasta que obtenía la
respuesta que necesitaba o hasta que terminaba el trabajo. Pero ya no soy ese hombre
y, por muy satisfactorio que fuera, hay otro método que me atrae aún más.
Por eso abro la puerta despacio y entro de puntillas. Está profundamente
dormida, boca arriba, con una mano en el vientre y la otra junto a la cabeza. Tiene la
cara vuelta hacia un lado, lejos de mí, y el cabello castaño le cae sobre la almohada.
Si hubiera una ventana y la luz de la luna entrara por ella, brillaría como el fuego.
En lo que a mí respecta, este es el último momento de paz de su vida.
Permanezco junto a ella, observándola, silenciando mi respiración para
escuchar la suya. Se agita un poco, incluso gime suavemente, pero no se despierta.
No hasta que le quito las mantas de golpe.
Es entonces cuando abre los ojos y su respiración suave se ve reemplazada por
un jadeo agudo. —Levántate —gruño.
—¿Qué pasa? —Se frota los ojos y se rasca la cabeza. ¿Pretendiendo? No lo sé.
No sé nada de esta chica, y ese es la mitad del problema. Ella es un puto misterio para
mí, y necesito resolverlo.
—Tú y yo tenemos que tener una pequeña charla. No más consuelo para ti. Sal
de la cama, ahora. —Como no se levanta inmediatamente, la tomo del brazo y la saco
de la cama antes de obligarla a levantarse sobre unas piernas tambaleantes.
—¡Bien, ya lo entiendo! —Se deshace de mis manos e incluso tiene el valor de
fruncir el ceño—. ¿Qué pasa?
—Recuérdame algo. —Con los brazos cruzados, me paro frente a ella, listo para
saltarle encima si hace algún movimiento. Fue un error. Todo fue un error; aflojar mi
142
agarre, darle espacio, ser amable y considerar sus sentimientos. Así es como me
pagan. Me siento como si me hubieran doblado. Debería haberlo sabido. Ella no es
mejor que su hermano... pero sobre todo, nadie se aprovecha de mí.
—¿Qué?
—No. Eso no va a pasar. —En un instante, la agarro por el cabello, enroscando
los mechones alrededor de mi puño mientras tiro de su cabeza hacia atrás. Un aullido
estrangulado sale de su garganta—. Por favor, dime que no es una actitud lo que oigo
en tu voz.
—No. —Le tiembla la voz, pero no se quiebra. Lo hará.
—Recuérdame todas las cosas que dijiste sobre tu familia.
—¿Mi familia? —Su voz se quiebra.
—¿Necesito meterte en una ducha fría para despertarte? No tengo tiempo de
esperar a que tu cerebro se una a nosotros.
—No entiendo por qué harías esto en mitad de la noche. ¿Qué quieres saber?
—Cuéntame cómo no tuviste una relación con ellos.
—No lo sabía. Sigo sin hacerlo. —Hay incertidumbre en su voz, pero no puedo
decir si proviene de la mentira o del miedo que me tiene.
—Es una situación bastante extrema, ¿no? En nuestro mundo, nada es más
importante que la familia. ¿Me estás diciendo que tu familia cortó todos los lazos
contigo?
—Sí. Todo eso es verdad.
—¿Por qué? —La desafío, tirando un poco más fuerte. Ella suelta un grito de
dolor entre los dientes apretados—. ¿Qué lo ha provocado?
—¡No lo sé! ¿Qué, crees que se sentó y habló de sus sentimientos conmigo?
—Ahí está esa boca inteligente otra vez. —Con la mano libre, la agarro por el
cuello. La delgada columna se siente bien en mi agarre, y prácticamente puedo oír
los latidos de su corazón palpitando contra mi mano—. Ten cuidado al usarla.
—Lo juro... estoy siendo honesta. No sé por qué. —La expresión de su cara es
a la vez de dolor y confusión.
—¿No se pelearon? —Sigo insistiendo.
—Ni siquiera lo conocía. —Miente. Está mintiendo. Tiene que estarlo.
—Eso es mentira, y lo sabes —digo con desprecio, apretando con fuerza su
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garganta.
—¡No lo es! ¿Por qué haces esto? —Las palabras se le escapan en un suspiro, y
sé que si no la suelto pronto, podría matarla.
Inclinándome hacia su cara, apreté los dientes: —Porque un hombre que trata
a su hija como tú has descrito no se da la vuelta y pone diez millones de dólares en un
fondo fiduciario para ella.
Estaba temblando, pero ahora ya no. Ahora todo su cuerpo sigue en mis brazos.
—Eso no puede ser verdad.
—Pero lo es. Tengo la documentación de la cuenta. Tengo pruebas.
Le aprieto la garganta. —¿Quieres decirme por qué se abrió el mismo día que
Aspen fue secuestrada?
Jadea. Le aprieto la garganta hasta que empieza a retorcerse. Sus ojos se llenan
de pánico y la suelto un poco. —Lo juro por Dios —grazna—. No lo sé.
En ese momento, tengo que recordarme a mí mismo que ella no me sirve
muerta, aunque una pequeña parte de mí quiera ser el hombre que le dé ese golpe.
—Me estás mintiendo otra vez.
—Yo no. No sé nada de eso.
—¡Y una mierda!
—Pero no lo es. ¿Qué tengo que hacer para demostrártelo? No sabía nada de
dinero hasta ahora. Hasta este mismo minuto.
Nuestra respiración agitada es el único sonido que sale de nosotros durante lo
que parece una eternidad. ¿Por qué debería creerle? Especialmente cuando toda esta
situación es conveniente hasta el punto de forzar la credibilidad.
—¿Dio la casualidad de que el hombre te dio diez millones el día que tu
hermano secuestró a Aspen? ¿Quieres decirme que todo es una coincidencia? ¿Y que
no tuviste nada que ver?
—Eso es exactamente lo que intento decirte. Sé que parece una locura, pero no
lo entiendo más que tú.
No sé si miente o no. Una cosa que siempre he sido capaz de hacer es detectar
mentiras. ¿Estoy perdiendo mi toque? ¿O es mi control? ¿Es que la he dejado
acercarse demasiado a mí?
—Por favor —susurra con lágrimas en los ojos—. Tienes que creerme.
Le suelto el cabello y la empujo lejos de mí. Se golpea contra la cama, pero
permanece erguida, frotándose el cuero cabelludo. 144
—Hay muchas cosas que tengo que hacer, pero esa no es una de ellas. Lo que
tengo que hacer ahora es asegurarme de que no te pierdas de vista.
Se frota la tierna garganta, aún sin aliento. —¿Alguna vez?
—Seguro que ahora no vas a los dormitorios. Ahí estaba yo, a punto de dejarte
ir y tener algo de libertad, y me entero de esto.
—¿Entonces tengo que quedarme aquí?
—Estás muy espabilada a las tres y media de la mañana. —Hago un gesto con
el pulgar hacia la puerta—. Vámonos.
—¿Dónde? —susurra.
Me abalanzo sobre ella, emocionado por la forma en que se encoge. ¿Cómo
pensé que podría deshacerme de la parte de mí que quiere hacer que lo haga de
nuevo? —¿Dónde carajo crees? —le gruño en la cara—. A mi habitación. Has perdido
los privilegios de la cama de invitados.
—Oh, por favor. Yo no he hecho nada.
Por primera vez, no oigo desafío en su voz. No hay ira, no hay agudeza. La
sabelotodo ha desaparecido. Ahora suena cansada. Débil. Verdaderamente
indefensa. Lo atribuiré a la hora de la noche y al hecho de que estaba durmiendo
profundamente antes de que esto sucediera. —Vámonos. No querrás verme cuando
no duermo bien.
Su suave gemido me hace reír mientras la saco de la habitación. Es mejor así.
Debo de estar perdiendo mi toque; mi antiguo yo nunca habría pensado en dejarla
dormir sola. Así es como debe ser. Necesita que le recuerden quién es y con quién
está tratando.
La arrojo a mi dormitorio, donde choca contra la cama y aterriza torpemente
sobre ella. Tiene los ojos muy abiertos, está sonrojada y completamente a mi merced.
Cuando avanzo, se tapa la cara con un brazo para protegerse. —Por favor —
gime—. No me hagas daño.

145
23
Delilah

—P
or favor —susurro de nuevo. Deja de moverse. Cierro los
ojos y me preparo.
Hasta que suelta un profundo y exasperado suspiro. —
No iba a hacerlo, pero tenías que mentir... —Abre la mesilla
y sé lo que está sacando. Otra vez.
Creía que habíamos superado este punto. Estaba segura. ¿Cómo pasamos de
que me comiera como si estuviera muerto de hambre a esto?
—No hagas esto. —Sé que es una pérdida de tiempo, pero no puedo quedarme
aquí y dejar que haga esto sin al menos decir algo.
—¿Por qué? ¿Porque no te lo mereces? —Vuelve a ser desagradable otra vez.
La diferencia entre esta versión de Lucas y la de la cena es como la noche y el día.
146
¿Cuál es el verdadero?
Sé que no puedo luchar contra él. Cuando me acuesta boca abajo, me dejo
llevar. Estoy demasiado cansada para luchar. Mejor acabar de una vez.
Maldita sea. No puedo creer que me permitiera pensar que las cosas estaban
mejorando. ¿Cuántas veces me he quemado? ¿No debería saberlo ya?
Ni siquiera mordiéndome el labio inferior puedo contener un grito de dolor
cuando me pone en pie. Siento que se me va a dislocar el hombro.
Igual que la primera noche aquí, me deja en el suelo. A diferencia de esa
primera noche, parece que quiere matarme.
—Se trata de castigarme, ¿verdad? —No me voy a permitir llorar. No le daré la
satisfacción.
Le tiembla la mandíbula. —Sí. Así es. Agradece que no estás empeorando. —
Apaga la luz y deja la habitación a oscuras. Oigo sus pasos cuando se acerca a la cama
y se sube.
Mientras estoy aquí acostada, sabiendo que se me van a acalambrar los brazos.
Lo único que parece aliviar un poco el dolor es saber que el sol saldrá dentro de unas
horas y podré ir a clase. Pero, ¿qué pasará mañana y pasado mañana? Ahora no voy
a ir a los dormitorios.
No entiendo su trato frío y caliente hacia mí. Yo no mentía. Nunca había oído
hablar de ese dinero hasta ahora. Casi me muero. ¿Diez millones de dólares? ¿Todo
para mí? ¿Desde cuándo? A mi padre nunca le importé una mierda. Tiene que ser un
error. Alguien está mintiendo, y no soy yo.
Pasan los segundos, que se convierten en minutos. Hay un silencio doloroso, lo
único que oigo es mi propia respiración. De ninguna manera voy a volver a dormir en
este maldito suelo, especialmente cuando apuesto a que Lucas estará despierto todo
el tiempo. Vigilándome. Escuchando la más mínima respiración que pudiera estar
fuera de lugar.
Sacudo la cabeza con decepción. Cree que estoy mintiendo. No puedo creer
cuánto me duele. Qué estupidez. Soy tan estúpida. ¿Todo esto porque me hizo venir,
y creo que su opinión importa?
Al final, lo hace. Él decide lo que me pasará después.
Que me pegue, que me use como juguete sexual, lo que sea. Puedo lidiar con
las cosas físicas. Son las cosas más profundas las que me afectan. Ser incomprendida
siempre ha sido lo más difícil para mí. Cuando intento explicarme, es inútil. 147
Todo lo que hace es empeorar el dolor, como verter alcohol en una herida
abierta. Llevo las rodillas al pecho y tiemblo bajo la manta. Al menos me da algún tipo
de consuelo.
—¿Estás despierto? —susurro—. Por favor, si lo estás, dímelo.
Me va a dejar colgada, el cabrón. De ninguna manera se durmió tan rápido. No
estando tan enojado como estaba. Estoy segura de que su presión sanguínea está por
las nubes, pero todo lo que obtengo es silencio.
—Bien. Te lo diré mientras duermes. —De alguna manera, en la oscuridad, es
más fácil hablar. No puedo verlo y él no puede verme. La oscuridad es mi protectora,
y me inclino hacia ella, dejando que me proteja del dolor que estoy a punto de
expulsar.
—Cuando te dije que no tenía relación con mi familia, lo decía en serio. Eso no
significa que fuera culpa mía. No fue nada que yo hiciera. No elegí romper el contacto
con ellos.
Luego suelto una risita. —Pensándolo bien, mentí. Hice algo mal. Nací niña y el
idiota de mi donante de esperma no quería una hija. Quería varones. Hijos porque
llevan el mismo nombre. Yo significaba menos para él que la maldita tierra bajo sus
pies.
Un suspiro llena la habitación y, no voy a mentir, mi corazón empieza a
acelerarse. Me está escuchando.
—Por eso tuve que vivir con mi tía —continúo—. No me quería cerca. Yo era un
inconveniente. ¿Y mis hermanos? Probablemente estaba más segura lejos de ellos
porque no les caía muy bien a ninguno. Matteo se quejaba tanto de mí... —Hago una
pausa, recordando un caso entre muchos—. La única Navidad que pasé con ellos, no
me dejaron comer con la familia. No quiero pensar en lo que me habría hecho o en el
dolor que habría soportado si viviéramos juntos.
—¿Qué hace ella aquí? —Me mira de arriba abajo con una mueca de desprecio
torciendo la boca—. ¿Es algún tipo de cosa de caridad?
La decepción me hace bajar los brazos y, con ellos, el regalo que le tiendo a mi
hermano. —Feliz Navidad —le ofrezco en un patético susurro.
Resopla y luego mira la caja que tengo en las manos. —¿Crees que quiero un
regalo tuyo? ¿Qué demonios podrías regalarme? No tienes dinero. Si lo tuvieras, no irías
vestida con esa ropa de segunda mano que llevas.
Me miro a mí misma, al vestido del que estaba tan orgullosa cuando me lo puse.
La ira empieza a burbujear hacia la superficie. —No es de Goodwill.
Se ríe. —Eso parece, y no quiero basura a mi alrededor en Navidad. ¿Por qué no
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vuelves a tu caravana, basura? Nadie te quiere aquí.
El recuerdo se desvanece... no lloraría por mí si nuestras posiciones fueran al
revés. Ni siquiera pudo compartir la mesa conmigo esa Navidad. Comí sola en la
cocina porque le dijo a nuestro padre que lo deprimía. Esa fue la primera y última vez
que me invitó.
—Idiota —murmura Lucas.
—Era eso y mucho más. —Me aclaro la garganta—. Sé que Quinton esperaba
que estuviera disgustada por su muerte, pero sinceramente, esa era la última emoción
que sentía. Quiero decir, no estaba animando ni nada por el estilo, pero tampoco
estaba triste. Era sólo cuestión de tiempo antes de que sus maneras de idiota lo
alcanzaran. De verdad, me sorprende que no ocurriera antes.
—Valentine merecía morir. —Lucas habla más para sí mismo que para mí, pero
continúo de todos modos.
—No volví a pasar las Navidades ni ninguna otra fiesta con ellos. Sinceramente,
no me importaba. Ya sabía que nadie me quería. No necesitaba que me lo echaran en
cara. Ni siquiera intentaron dejar de lado sus sentimientos por un día.
Podría haberle pasado a otra persona. Parece que fue hace tanto tiempo. —
Estaban sentados, bebiendo y haciendo planes, mientras yo me sentaba en un rincón
y mantenía la boca cerrada. Se aseguraron de meterme una cosa en la cabeza. No
podía hablar de vivir con mi tía, de la caravana ni de nada de eso hasta después de la
boda. Querían que pareciera que yo era un miembro más de la familia.
Me duele tanto el corazón... y cuando Lucas no dice nada, el dolor se convierte
en un profundo dolor del tamaño de un cráter en mi pecho.
¿Se ha dormido? ¿No le importa?
—Todo porque no le apetecía criar a una hija. —Lucas habla por fin, sus
palabras calman parte del dolor. Cierro los ojos y suelto un suspiro de alivio antes de
asentir.
—Supongo que tenía que ver con el hecho de que mis hermanos tenían
potencial en el negocio familiar. Yo no era más que una carga. Pasé toda mi vida
sintiéndome inútil y rota. —No puedo creer que esté diciendo esto. Nunca he dicho
estas palabras en voz alta, ni siquiera a Nash. Especialmente no a él. Pero tengo el
oído de Lucas, así que necesito aprovecharlo. Necesito convencerlo. Necesito que
confíe en mí.
—Como, ¿por qué no podía quererme? ¿Qué tenía de malo que nadie me
quería cerca?
—Pero te dejó un enorme fondo fiduciario. —Vuelve a tener ese filo en la voz.
149
Debería haber sabido que volvería—. ¿Cómo funciona eso?
—Si alguna vez lo averiguas, házmelo saber. No lo entiendo. Nunca me dijo que
habría un fondo fiduciario. El hombre probablemente pasó semanas o meses sin
siquiera pensar en mí. ¿Por qué me dejaría un solo centavo?
—Pero está ahí.
—Entonces debe haber algún tipo de error. Dick Valentine odiaba el hecho de
que yo estuviera viva. Nunca me visitó. Ni siquiera me dio un poco de dinero, ni para
comida, ni para mantener las luces encendidas, nada. No se habría desprendido de
su precioso dinero por mí.
Tiene que creerme. Sólo tiene que hacerlo. Lo único que tengo de mi lado es la
verdad, así que tiene que ser suficiente.
Lucas gruñe. —Tendré que investigarlo más porque todo el papeleo que he
visto parece muy oficial y real.
—Incluso si lo hizo, tal vez significa que tuvo un cambio de corazón. Tal vez
estaba enfermo y comenzó a mirar hacia atrás en su vida y se dio cuenta de que era
un pedazo de mierda sin valor .
Al principio, no reconozco el sonido que viene de la cama, y entonces me doy
cuenta. Una risa ahogada. Se está riendo. Es una buena señal.
—Escucha. Entiendo que esto me parezca mal, pero ¿tengo que dormir en el
suelo? Hay mucho espacio ahí arriba.
—No lo creo.
—Por favor. Te diré todo lo que quieras saber.
—No hace falta.
—¿Qué tengo que hacer? Lo único que pido es dormir en una cama. El suelo es
lo peor. Me despertaré con tanto dolor que no podré caminar derecha. —No es
mentira. Tardo una eternidad en recuperarme después de dormir en el suelo.
Gime, pero se incorpora y el colchón cruje bajo su cuerpo. ¿Extasiado,
conmocionado? Una de esas emociones palpita con vida en mi interior.
—La única razón por la que accedo a esto es porque sé que no me dejarás
dormir si no lo hago. Pero no te emociones demasiado. Seguirás atada.
—Está bien. De hecho, ¡es genial! —Es una pequeña victoria. Creo que lo
entendí. Es brusco, sí, pero la crueldad de antes ha desaparecido.
Esta vez es más suave cuando me ayuda a levantarme del suelo.
—No hagas que me arrepienta de esto, Dalilah. Sólo has visto una pizca de mi
oscuridad, no me hagas apagar los últimos pedacitos de luz que viven dentro de ti
150
porque lo haré, y ni siquiera pestañearé de culpabilidad mientras lo hago.
—No lo haré. Sólo quiero dormir un poco más.
No puedo verle la cara en la oscuridad, pero siento sus manos sobre mí. Me
desata rápidamente las manos de la espalda, me levanta los brazos y me los vuelve a
atar al cabecero con eficacia, sin hacerme daño.
Mi pulso se acelera una vez más cuando sus dedos se deslizan sobre mi pulso.
—Ni se te ocurra decirme que esto no es necesario —me advierte como si intuyera
mis pensamientos—. Te ayudaré en algunas cosas, pero no tienes nada que decir en
esto.
—Está bien. —Mientras no me despierte con dolor.
Por no hablar de lo interesante que podría ser compartir la cama con él. Me
pregunto si será capaz de mantener sus manos fuera de mí después de un tiempo.
Quizá pueda presionarlo un poco y hacer que le cueste más comportarse.
Podría acercarnos más, lo que sólo puede jugar a mi favor. Necesito usar todas las
herramientas que tengo a mi disposición.
Aunque no creo que la forma en que mi coño se tensa y mis bragas se
humedecen cuando él se sube a la cama tenga mucho que ver con el uso de mis
herramientas. Más bien con lo divertido que puede ser dejar que me use.

151
24
Lucas

—B
asta ya —murmuro, por primera vez desde que até a Delilah
al cabecero.
—¿Qué? —pregunta ella, toda inocencia.
—¿Sabes qué? Sigues acercándote.
—No, no lo hago. —Si pudiera verla en la oscuridad, sé que la encontraría
sonriendo. Incluso ahora, no puede evitarlo.
—Lo haces, carajo, y tienes que parar. —Le doy la espalda para que mi
erección no sea visible bajo la manta—. Hazlo una vez más y volverás al suelo.
—Realmente no era mi intención.
Burla. Muerdo el comentario, sabiendo que sólo discutirá y que todo serán 152
mentiras. Sabía que traerla aquí era una mala idea, pero nunca se habría callado.
Incluso el sonido de sus piernas deslizándose por la sábana es suficiente para
ponerme más duro que antes. Esas piernas se deslizaban antes por mi espalda y mis
hombros cuando la hice correrse. Me chupo los labios, pero su sabor ha
desaparecido, aunque el recuerdo esté fresco. Sus gemidos. La forma en que se
convirtieron en gritos.
Si no dejo de pensar en esto, nunca podré dormir. Y nunca podré evitar
destrozarla. Incluso ahora, cuando desconfío de ella más que nunca, su cuerpo me
llama. ¿Cuánto más fuerte podría hacerla gritar con mi polla enterrada
profundamente en ese dulce coño?
Ni siquiera la idea de sufrir de bolas azules es suficiente para alejar los
pensamientos de ella de mi cabeza-especialmente cuando ella me roza de nuevo. —
Lo siento...
No lo siente. Pero yo quiero que sea así. Burlándose de mí, empujándome así.
Me doy la vuelta y la encuentro de lado, con el culo inclinado hacia mí. El camisón
que lleva se le ha subido hasta la cintura, dejando ver su tanga de encaje.
—¿Crees que es divertido jugar con un hombre? —gruño, tomando su cadera
con la mano y empujando contra sus firmes globos.
—No estaba... —Doy otro empujón, esta vez deslizándome entre sus mejillas.
Ella gime el resto de su declaración.
—¿Quieres aprender lo que pasa cuando se folla? —le susurro al oído antes de
morderle el lóbulo. Sisea, pero me empuja moviendo el culo.
Me echo hacia atrás y le doy la vuelta. Verla allí, con las muñecas atadas por
encima de la cabeza, provoca en mí una sensación familiar. Más profundo que la
lujuria. Ese lado oscuro, que salta ansiosamente a la vida al ver a una mujer indefensa.
Con la camiseta subida por encima de la cabeza, le agarro las tetas con las dos
manos y se las aprieto hasta que jadea. —Esto es lo que pasa. —Bajo la cabeza, me
meto en la boca uno de sus pezones apretados y le doy el mismo tratamiento que
antes le di a su clítoris.
Y como antes, se retuerce debajo de mí como una puta. Sólo que no lo hace
para exhibirse, no con el coño chorreando hasta que se le pega el tanga a los labios.
Le acaricio el montículo mientras le chupo el pezón, y el sonido de sus gemidos me
hace chorrear.
Nunca había tenido un hombre como yo. ¿Quién no se sentiría como un rey
haciéndola correrse hasta cubrirme la cara con el jugo de su dulce coño? Y ahora, ella
abre sus piernas, sacudiendo sus caderas para encontrar mi toque. Gime, su cabeza 153
gira de un lado a otro, los ojos cerrados. —Qué bueno.
Le suelto el pezón y le doy un último golpecito. —¿Ya está? Entonces debería
parar. —Y así, mi mano desaparece.
Abre los ojos. —¿Qué? ¡No! ¡No pares!
—¿Por qué debería recompensarte por ser una provocadora? —Un ligero roce
en sus pezones la hace retorcerse y gemir sin poder evitarlo.
—Por favor... es tan bueno... —Suena como si estuviera al borde de las
lágrimas, que es donde la quiero. Quiero que ruegue. Quiero que toda su existencia
dependa de lo que suceda a continuación. Si le doy placer o no.
—¿Lo es? Pero has sido una provocadora desagradable. Frotándote contra mí.
Asegurándote de que no pudiera olvidar que estás aquí. —Muevo las caderas y me
froto contra su coño.
—¡Sí! ¡Oh, Dios!
—¿Quieres decir que sí, que jodiste deliberadamente conmigo? —Le acaricio
el pezón hasta que gime.
—¡Sí! Sí, lo hice, lo hice, y lo siento.
Eso fue demasiado fácil. Esperaba alargarlo un poco más, incluso con mi polla
goteando como está. —¿Y por qué hiciste eso? —susurro.
—Porque yo... quiero decir, quería...
—¿Para joderme?
—Para hacer esto.
—Ya veo. Me alejo de ella, rodando sobre mi espalda a su lado—. Gracias por
ser sincera.
—¿Qué haces? —pregunta. Intenta ponerse de lado para mirarme, pero lo
único que consigue es darse la vuelta.
—Siento decirte que me la has puesto dura hasta el punto de tener las pelotas
azules durante horas. Tengo que venirme para evitarlo. —Me tiro los calzoncillos a un
lado y me tomo con la mano.
—¿Te lo estás... haciendo a ti mismo?
—No tengo elección. Créeme. ¿Crees que soy un cabrón sin pelotas azules? No
has visto nada. —Suspiro mientras mi mano se desliza arriba y abajo.
—Pero yo...
—¿De verdad? —pregunto, sonriendo para mis adentros por el quejido que aún
154
hay en su voz.
—Estoy justo aquí. Y si existe el clítoris azul, yo lo tengo. —Se menea más cerca
como antes, sus piernas rozando las mías—. Por favor.
Mierda, ¿cómo se supone que voy a resistirme a eso? No planeo hacerlo, pero
dejaré que se cocine a fuego lento un poco más. Así será mejor para los dos. —Por
favor, ¿qué? —pregunto, apretando los dientes para aguantar mientras mi mano sigue
su lento recorrido por mi pene.
—¿En serio?
—Necesito oírlo.
—Por favor. —Respira entrecortadamente—. Por favor. Déjame correrme. Haz
que me corra.
—Eso no es suficiente. ¿Cómo debo hacer que te corras?
—Con tu polla.
Mierda, sí. —Más —gimo—. ¿Qué quieres que haga con ella?
—Um... ¿follarme?
—¿No estás segura?
Suena patética cuando gimotea: —Sí, estoy segura. —Me pasa el pie por la
pierna. Tengo que contener un gemido—. Quiero que me folles con tu polla.
Al oírlo, me gotea el semen en el puño. Está desesperada. Hambrienta de mí.
De mi polla. Una mujer no suena así cuando está actuando.
Me abalanzo sobre ella antes de que pueda reaccionar y la acuesto de lado,
lejos de mí. Le bajo el tanga hasta las rodillas mientras le susurro: —Ten cuidado con
lo que deseas.
Está empapada, como un río entre sus labios hinchados. Labios por los que
arrastro la cabeza, captando su resbaladizo tacto. El calor es alucinante. —Mm, sí.
Qué rico. —Se mueve conmigo hasta que golpeo su clítoris.
Dejo que lo haga, cierro los ojos y aprieto los dientes para no descargarme aquí
y ahora. Hay algo increíblemente erótico en su forma de moverse. Es desinhibida y
decidida. Concentrada en buscar la euforia.
Hasta que empieza a chocar contra mí y tengo que tomarla de la cadera para
mantenerla quieta. —No te vengas antes de que te la meta. —Me deslizo sobre su
cadera, bajo por su muslo, y alrededor de su clítoris.
Se arquea contra mí cuando hago contacto y empiezo a rodearla con la punta
del dedo. —Ohh...
155
—Primero te vas a correr tú —le digo antes de pasarle la lengua por la curva
de la oreja. Se estremece, un gemido agudo se le agolpa en la garganta y se convierte
en un gemido cuando le hundo los dientes en el hombro.
Me está desbloqueando. Todo de mí. El salvaje, el bruto. Quiero hacer que se
corra. Necesito hacerla doler. —¿Qué te parece? ¿Quieres correrte por mí?
—¡Sí! —grita, moviendo las caderas. Rechinando contra mi dedo, lo que
significa que está rechinando contra mi polla al mismo tiempo.
—Muéstrame cuánto lo deseas. Sé buena y demuéstramelo. —Levanto su
pierna y la coloco sobre la mía antes de volver a su clítoris. Mis caricias son ligeras,
rápidas, y pronto ella está follando mi mano por todo lo que vale—. Eso es. Vente para
mí y tendrás mi polla.
—Sí... sí. Quiero... Quiero correrme... ¡Oh, Dios!. —Se estremece contra mí,
sollozando su liberación mientras sus caderas siguen moviéndose. Sigo jugando con
ella, provocando su orgasmo, manteniéndola en el clímax.
—¿Cuánto tiempo crees que puedes aguantar? —Me río de su sollozo
entrecortado—. ¿Demasiado?
—Por favor, no puedo. No puedo. —Su cuerpo cuenta otra historia, las caderas
aún se mueven, los jugos cubren mis dedos.
—Claro que puedes. Puedes venirte por mí otra vez.
—¡No puedo!
—Entonces no te follan.
—¡No! —solloza, haciéndome reír de nuevo.
—Entonces vente para mí, Dalilah. Vente en mí. —Vuelvo a morderla, esta vez
con más fuerza, y su espalda se arquea antes de quedarse completamente inmóvil,
desplomándose contra mí con un grito ronco.
No puedo esperar más. Todavía se está corriendo cuando la penetro, sus
músculos se agitan y me empujan más adentro. —¡Mierda! —grito en la oscuridad.
Está tensa, aún más, gracias a su orgasmo. Y tan mojada.
—¡Dios mío, Lucas! —Dobla la rodilla para abrir más las piernas y dejar que la
penetre aún más—. Se siente tan bien.
Lo hace. Se siente bien. Se siente aún mejor cuando deslizo un brazo entre la
almohada y su cuello, cerrándolo a su alrededor, estrechándola contra mi hombro. La
aprieto y ella gime, pero no deja de moverse conmigo.
Clavo los dedos en su cadera, manteniéndola quieta para poder martillearla.
Sus gemidos se convierten en un grito largo y ronco, cortado por mi antebrazo que la 156
aprieta.
—Sí, eso es —jadeo, bombeando más rápido, respirando con fuerza en su oído.
Apenas tiene espacio para respirar, y su coño está cada vez más apretado, y mis
pelotas se tensan con ella—. Querías que te follara, ¿verdad?
Sus tetas rebotan al ritmo de mis embestidas, cada vez más rápido. El sudor
empieza a resbalarme por la frente, pero la agarro con más fuerza aún, penetrándola
de golpe, y ahora su coño empieza a tensarse de nuevo. Sus gritos ahogados se
convierten en chillidos antes de que la agarre por el cuello y le corte el aire.
Y se corre explosivamente, sacudiéndose con fuerza a pesar de que la sujeto
por la cadera. La suelto y la dejo tragar aire mientras saco mi polla y la golpeo
febrilmente hasta rociarle el culo de semen.
—Mierda, sí. —Sigue temblando y gimiendo mientras vacío mis pelotas, mi
semen corriendo por las curvas de sus mejillas—. Sí, Delilah.
Gime suavemente en respuesta, sin fuerzas, probablemente agotada después
de correrse tan fuerte y tantas veces. Si mi actuación en la cocina le pareció buena,
¿qué pensará ahora?
No digo ni una palabra antes de levantarme de la cama y dirigirme al baño. Es
más fácil verla cuando enciendo la luz. Sigue sonrojada, lo que hace que el semen
resalte en contraste. Mojo una toallita y se la acerco.
Se estremece cuando la toco. —Relájate —le susurro mientras la limpio.
Su voz es pequeña. —Eso fue...
—¿Intenso? —Le ofrezco. Ella asiente, con la cara todavía vuelta hacia otro
lado—. Eso parecía.
—Pero también estuvo bien.
—Yo también me lo imaginaba. —Cuando termino, tiro el trapo al cesto y apago
la luz del baño. Cuando me meto en la cama, ya está de espaldas—. Duerme un poco.
—¿Puedes desatarme las muñecas ahora?
—No. Sólo duérmete. —Después de la follada que le di, me sorprende que
todavía esté consciente. Con el tiempo, ella va a aprender que hay un número limitado
de peticiones que puedo manejar antes de explotar.
Suspira pesadamente, pero abandona la lucha. Durante un largo rato, no hay
nada más que el sonido de nuestras respiraciones y el techo sobre mí, apenas visible
a la luz del despertador que tengo a mi lado. No sé por qué me parece importante 157
permanecer despierto hasta que se duerma. Sólo sé que no puedo cerrar los ojos
hasta que se haya ido.
Finalmente, su respiración se estabiliza y se ralentiza. Cuando empieza a
roncar suavemente, me pregunto si sabe que lo hace, puedo relajarme.
Si fuera tan fácil.
Ella era un problema para mí antes de esto. Ahora sé lo que se siente dentro de
ella. Lo ansiosa que está por ser usada. Cómo le gusta cuando me pongo duro. Lo
apretado que está su coño cuando se corre en mi polla. Y no sé si podré volver a una
vida en la que follármela no sea una opción.
¿Qué se supone que debo hacer ahora?
25
Delilah

A
lgo me despierta. Un ruido. Nada que me asuste ni lo suficientemente
fuerte como para sobresaltarme, pero sí lo suficiente como para
sacarme de un sueño profundo.
Mi primer pensamiento: ¿Cuánto tiempo estuve dormida?
Mi segundo pensamiento: Mierda, me desató las muñecas mientras dormía.
Aquí están, mis manos metidas bajo la almohada, como suelo dormir. No
recuerdo que lo hiciera. No suelo dormir tan profundamente como para que alguien
pueda meterse conmigo sin que yo lo sepa.
Pero nunca me había corrido como anoche. Ni siquiera sabía que era posible
correrse así. No solo, no con otra persona. Por un momento creí que me moría. Me
sentí tan bien que me dolió, sobre todo cuando me hizo seguir después de que
158
normalmente me hubiera detenido. Una vez que he terminado, he terminado, pero él
no estaba escuchando nada de eso.
Me alegro.
Me pregunto qué más desconozco. Nunca pensé que el sexo pudiera ser bueno
tanto para mi pareja como para mí. Sólo pensé que era una manera de mantener a un
hombre feliz. No es que me diera asco. Simplemente no le veía otro sentido.
Ahora sé qué fue lo que me despertó: Lucas tecleando en su portátil. En cuanto
abro los ojos, lo veo sentado en su escritorio y, durante un segundo, lo único que
puedo hacer es observarlo. La luz del ordenador revela su expresión seria, como si
lo que estuviera haciendo fuera importante. No quiero hacer demasiado ruido y
distraerlo.
En realidad, lo que no quiero es la incomodidad de hablar sobre lo que
hicimos. Es curioso cómo lo que parece totalmente normal y lógico cuando estás en
el momento puede volverse embarazoso. No sé cómo actuar. No quiero darle
demasiada importancia, sobre todo si él no quiere. Supongo que debería contenerme
y dejar que él lleve la voz cantante.
—Estás despierta.
Lo repentino de su anuncio me sobresalta. No parece que me haya echado un
vistazo, pero sabe que estoy despierta. —Apenas —murmuro, acurrucándome con las
mantas y la almohada—. Me desataste.
—Mm-hmm. —Sigue sin mirarme. Eso no es una buena señal. ¿Se está
arrepintiendo? ¿Cómo podría no estarlo? Es una pregunta estúpida. No sé cómo
convencerlo de que no tiene nada de qué preocuparse. No es tanto que me preocupen
sus sentimientos. De hecho, no podrían importarme menos. No por su bien.
¿Para el mío, sin embargo? Lo necesito de buen humor. Siempre es más amable
conmigo cuando está cachondo, pero supongo que eso no lo diferencia de cualquier
otro hombre. Así es como lo necesito. Cachondo, generalmente feliz.
Así que en lugar de sentarme inmediatamente, dejo que mi pierna desnuda
cuelgue de debajo de las mantas. Eso me hace ganar una rápida mirada de reojo,
pero él vuelve a centrar su atención en el portátil. —¿Qué hora es? pregunto con voz
suave.
Tarda un segundo en contestar. —Pasadas las siete. —No he dormido tanto,
pero ha sido suficiente. Me siento descansada, bien despierta. Sólo han hecho falta
unos cuantos orgasmos. Tengo que luchar contra una sonrisa que quiere dibujarse en
mi cara cuando pienso en ello. Todavía no me creo que haya sucedido. 159
—¿Siempre trabajas tan temprano?
—A veces. Depende.
—Quiero decir, hay otras cosas que podrías hacer con el tiempo... —Añado una
suave carcajada al final.
—¿Cómo qué? —Sus ojos siguen fijos en la pantalla, pero no parece tan
distante. Sus manos no se mueven tan rápidamente sobre el teclado. Ahora presta
atención.
—Sabes lo que quiero decir. ¿Por qué no vuelves aquí? —Me echo hacia atrás
en la cama, dejándole espacio.
Ni siquiera me mira. —Eso no va a pasar.
—¿Por qué no?
—¿En serio vamos a hacer esto hoy? —Ahora hay un borde en su voz. Tengo
que tener cuidado. Es imposible saber dónde está su línea de un día para otro.
—Lo siento. Me imaginé que como lo disfrutaste tanto antes, querrías hacerlo
de nuevo.
—Imaginaste mal.
Maldita sea. Tiene que haber una forma de devolverlo a donde estábamos. No
puedo frotarme contra él mientras está sentado en su silla y fingir que no era mi
intención. Esa opción está descartada. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Nunca he tenido
que seducir a Nash exactamente, y él es la mayor parte de mi experiencia en este tipo
de cosas.
Me siento, haciendo un gran esfuerzo por estirarme. Anoche no llegó a bajarme
el camisón, sino que me lo dejó por las muñecas. Debió de quitármelo cuando me
desató, así que ahora estoy totalmente desnuda. Me subo la manta sobre el pecho,
pero no demasiado. Se ve más que suficiente para hacer volar su imaginación.
—Me imaginé que estarías de mejor humor cuando te despertaras. —Una de
mis piernas cuelga del borde de la cama. La balanceo un poco para llamar su
atención. Y funciona.
Sólo que no tiene el efecto deseado. Frunce el ceño y murmura algo en voz
baja. —Puedes dejar de hacer esto. Hoy no tengo ganas de jugar.
—Vamos —murmuro con una sonrisa—. No seas así.
—Tenemos que hablar de anoche. —Se aparta del escritorio y gira la silla para
mirarme. No hay nada en su lenguaje corporal ni en su expresión cuando echa un
vistazo completo a mi casi desnudez que me diga que está pensando en algo sexy. No 160
es una buena señal.
—¿Hice algo mal? —Quizá si hablamos de ello, se ablande un poco. O se
endurezca. Lo que sea que lo mantenga de buen humor.
—¿Qué? No. No me refería a eso.
—Quiero decir, no tengo mucha experiencia. Supongo que ya te habrás dado
cuenta.
—Te lo dije, eso no es lo que quise decir. No tenemos que hablar de ello.
—¿De qué querías hablar, entonces? —Estoy perdiendo el tiempo. Es
patéticamente obvio. Pero sé lo que viene, y estoy tratando de evitarlo.
—No puede volver a ocurrir. Fue cosa de una sola vez.
Maldita sea. No puedo creer lo decepcionante que es escuchar eso. —Pero
pensé que era bueno.
Se pellizca el puente de la nariz, con los ojos cerrados. —Ese no es el problema.
Y tú lo sabes. Deja de hacerte el inocente, ¿quieres?
—Pero estuvo bien. No finjas que no lo fue.
—¿Qué quieres decir?
—Sólo quiero estar segura de que no he hecho nada malo. Quiero decir, es una
especie de insulto. Oye, follamos, y no volverá a pasar. Sin explicaciones.
—¿Qué tengo que explicar? Tienes que saber que fue una mala idea. Sólo
porque se sintió bien no lo hace menos de una idea terrible .
—No se lo diré a nadie.
Me lanza una mirada asquerosa. —Será mejor que sepas que no se lo vas a decir
a nadie.
—No lo haré. —Me cruzo de brazos y posiblemente hago un pequeño mohín—
. No le conté a nadie lo de las otras veces, ¿verdad?
—Hemos terminado de hablar de esto. —Vuelve a su portátil—. Deberías ir a
tu habitación y vestirte.
No puedo hacer eso a menos que sepa algo. —¿De verdad no me mudo a los
dormitorios?
—Ya he dicho que no lo harás, ¿no? —responde mientras teclea algo, con la
atención puesta en su trabajo. Probablemente no sea el momento de recordarle que
no siempre cumple su palabra.
Soporto muchas cosas, pero no me quedo donde no me quieren. Aún me queda 161
un poco de orgullo, aunque no siempre lo parezca.
Dejo caer las mantas y salgo de la cama sin perder tiempo. Hace demasiado
frío y no llevo ropa. No vuelve a reconocerme.
El imbécil. Debería haberlo sabido. Me usó y se divirtió, pero ahora que su
polla está blanda, vuelvo a ser basura. Alguien a quien presionar, amenazar, todo eso.
Todavía está enojado por el dinero. Es su estúpido orgullo. Piensa que le mentí y no
puede creerme.
Me acuesto en la cama, que está tan desordenada como la dejé esta mañana
cuando me sacó de ella. Debería estar enojada con él por eso y por tantas otras cosas,
y lo estoy. Pero ahora mismo, me gana la decepción.
Me escuece el hombro donde me mordió. Me toco suavemente la zona y hago
una mueca de dolor. ¿Qué tiene de malo que me haya gustado tanto? Es como si me
hubiera corrido aún más fuerte por eso. Creo que él también. Me sentí sucia y mal e
incluso me dolió, pero fue el mismo tipo de dolor que ahora me palpita entre las
piernas. El tipo de dolor que también me hace sonreír.
¿Qué demonios me pasa? Estoy aquí acostada como si estuviera enamorada o
algo así. Es brutal y repugnante, y la única razón por la que importa es porque tiene
mi vida en sus manos. Volverá cuando le piquen los pantalones otra vez. Es sólo
cuestión de tiempo, especialmente cuando me quedo aquí en vez de mudarme a un
dormitorio.
Me alegro de ello, aunque signifique arriesgarme a sus arrebatos de mal genio.
Prefiero lidiar con él que con Quinton. O, tal vez peor, una visita sorpresa de Aspen.
Mierda.
Su recuerdo me hace recordar el teléfono. Cuando lo busco, sigue en el mismo
lugar bajo el colchón. La puerta está cerrada. No oigo a Lucas en el salón, así que
probablemente siga en su escritorio. Debería estar segura para comprobarlo.
Lo enciendo mientras me pongo la ropa y, cuando termino, aparece la pantalla
de inicio. Tengo un mensaje. El corazón me salta a la garganta antes de volver a mirar
hacia la puerta, por si acaso.
Preston: Pensando en ello. Tienes que ser su amiga. Acercarte. Haz que
confíe en ti.
Eso es todo. Lo envió anoche temprano y no siguió con nada más. Por ejemplo,
la menor pista de cómo se supone que debo hacer lo imposible.
Un millón de banderas rojas ondean como locas en mi cerebro mientras miro
fijamente el texto como si fuera a cambiar milagrosamente. ¿Cómo carajo voy a ser
su amiga, aunque sea fingiendo? Y tendría que ser fingiendo, porque es imposible
162
que sea su amiga de verdad. No después de lo que ha hecho.
Seguro que su marido se interpondría. ¿Qué hay con eso? Probablemente está
tan metido en su culo que ella no hace un movimiento sin él. No me dejará acercarme
a menos de tres metros de ella. Así que eso es una especie de muro que voy a tener
que superar.
Luego está toda la parte en la que no tengo nada en común con la chica. No
podría. Pequeña señorita ángel de cabello dorado. No importa que le hayan pasado
cosas malas. Ella no creció como yo.
Ni siquiera sé cómo hacer amigos. Nunca tuve ninguno, ninguno de verdad.
Otras personas parecían hacer amigos tan fácilmente, como si nada. Yo siempre
estaba fuera, mirando hacia dentro. ¿Y qué hago yo? ¿Acercarme a ella y anunciarle
que deberíamos ser mejores amigas? Sí, eso funcionaría. Sólo se aseguraría de
evitarme a partir de entonces.
Yo: De ninguna manera.
Mi pulgar se posa sobre el botón para enviar el mensaje, pero no me atrevo a
hacerlo. No quiero que se enoje conmigo. Le dije que haría todo lo posible. Pero esto
es algo que no puedo hacer.
No va a querer oír eso. Nash merece justicia, y Preston quiere asegurarse de
que Aspen sufra por cada puñalada.
Al menos tengo que intentarlo. Por Nash.
Borro el primer mensaje y escribo otro en su lugar. No sé cómo voy a
conseguirlo, pero lo entiendo. Si confía en mí, me dejará acercarme a ella. Y entonces
será vulnerable.
Yo: Te mantendré informado.
Envío el mensaje antes de apagar el teléfono y devolverlo a su escondite. ¿He
prometido más de lo que puedo cumplir? Espero que no.

163
26
Lucas

—N
ecesitamos una sesión. Ahora.
Lauren me mira desde el grueso texto en equilibrio
sobre sus piernas. Está sentada en su escritorio con los
tobillos cruzados encima, reclinada en la silla. —¿Perdona?
—pregunta arqueando una ceja.
—He dicho que necesito una sesión inmediatamente.
—Te das cuenta de que podrías haber irrumpido aquí mientras estaba viendo
a un estudiante, ¿verdad?
—¿Y?
—Y sigue existiendo la confidencialidad médico-paciente. Debo a mis
pacientes privacidad y tranquilidad. No puedo prometerles ninguna de las dos cosas
164
con la conciencia tranquila si existe el riesgo de que entres en mi despacho como si
fueras a prender fuego a la mesa.
—¿Has terminado? —Me dejo caer en el sofá antes de arremangarme.
—Esto es poco profesional y, francamente, inaceptable. Lo siento, pero tengo
que poner límites.
—Dick Valentine creó un fondo fiduciario de diez millones de dólares para
Delilah el día que Aspen fue secuestrada.
Su silencio lo dice todo. Tengo la sombría satisfacción de verla procesar esto
mientras me pongo cómodo. —¿Ya estás lista? —Le pregunto cuando por fin cierra la
boca.
—Es una gran información. Supongo que ha sido verificada.
—Nic se ofendió cuando le pregunté.
—Estoy segura. —Frunce los labios antes de soltar un fuerte suspiro—. ¿Y cómo
te sientes al respecto?
Al principio sólo puedo sentarme y mirar. —Estás bromeando.
—Algo contra lo que es crucial precaverse en esta línea de trabajo es hacer
suposiciones. Sólo puedo ayudar si conozco tus sentimientos, con tus palabras.
—Quiero matar a alguien.
—¿Y?
—Y han pasado horas desde que lo descubrí, pero la sensación no ha remitido.
—Sé que he dicho que tengo que evitar las suposiciones, pero supongo que no
has recaído en ninguno de los ejercicios que he descrito.
—¡A la mierda los ejercicios!
Su cabeza se echa hacia atrás. —Muy bien, entonces.
—¿Qué quieres que te diga?
Es firme y calmada en su respuesta. —Quiero que te lo pienses dos veces antes
de gritarme. Por favor.
—Bien. Me lo pensaré dos veces. —Después de respirar hondo, lo intento de
nuevo—. Estoy más que enfurecido.
—¿Por qué?
—Por el amor de Dios. 165
—Tenemos que llegar al fondo de por qué te sientes así. Puede que no sea la
razón que crees que es.
—Dame un respiro.
Tiene cara de piedra cuando señala la puerta. —¿Por qué estás aquí si no vas a
tomarte en serio mis ofertas de ayuda? Si quiere que alguien asienta y te diga cuánta
razón tienes, te has equivocado de consultorio.
—¿Así que crees que me equivoco?
—Creo que necesitas trabajar tu reacción. ¿Recuerdas? Ya hemos hablado de
esto. Tiendes a saltar a la primera reacción, la más fuerte. La ira. Violencia.
—Es instinto.
—Lo bueno de ser humano y no animal es la capacidad de pensar más allá de
nuestros instintos. Tienes una mente. Tienes inteligencia. —Cuando todo lo que hago
es gemir, ella gime conmigo—. Es lo que dijiste que querías aprender, ¿no? ¿Superar
el hábito de atacar antes de pensar?
—No estoy de humor para aprender.
—¿Quién se sorprende? —Ella esboza una sonrisa—. Ahora que nos hemos
calmado un poco, necesito que me expliques algo. ¿Qué importancia tiene este
descubrimiento? ¿Qué conexión ha establecido?
—La conexión obvia. Dick le pagó de alguna manera.
—Ella no estaba presente durante el ataque.
—Eso dice ella.
—¿Qué pasa con todo lo que te ha dicho hasta ahora?
—Mentiras, obviamente. Se ha estado cubriendo el culo.
—¿De verdad crees eso?
Maldita sea. Tenía que usar la palabra honestamente. —Sí.
—No, no es cierto. Dudaste.
No debería haberme molestado en venir aquí. —Si no te conociera mejor,
pensaría que te excita retarme.
—¿Quién, yo? —Ella niega—. La verdad es que no. Pero creo que tienes dudas
sobre tu teoría.
No puedo evitar recordar la historia de Delilah. No cuesta mucho imaginar a 166
Dick Valentine siendo tan cruel, y ya sé cómo crió al monstruo de su hijo. Un calor
abrasador me recorre al pensar en lo que sufrió mi hija, gracias a esa familia.
—Está demasiado amargada cuando habla de ellos para estar fingiendo —
admito—. No puedo obligarme a olvidarlo.
—Si sirve de algo, he examinado a suficientes estudiantes para saber cómo
suena cuando mienten por simpatía. Ella me parece el verdadero negocio.
—¿Y qué significa?
—No lo sé. ¿Qué crees que significa?
—Creo que significa que no debería haberme molestado con esto.
—De acuerdo, bien. —Levanta las manos cuando me levanto—. Espera. Puedo
quitarme la gorra de médico durante un minuto o dos, ya que está claro que no estás
en condiciones de llegar al fondo de tus sentimientos por ti mismo. Siéntate y
escúchame antes de salir corriendo.
Bajo lentamente al sofá, mirándola fijamente. —Más vale que esto sea bueno.
—¿Incluso si no te gusta oírlo? —No puedo evitar gemir, porque ¿a quién le
gusta oír cosas que no quiere saber sobre sí mismo? Sobre todo a mí. Admito que
tengo defectos, pero eso no me hace desear encender una linterna sobre ellos.
Con los codos apoyados en la mesa, apoya la barbilla en la punta de los dedos.
—¿Seguro que no estás buscando un motivo para odiarla? Porque no hay pruebas de
que ella tuviera nada que ver con la creación del fideicomiso. El hombre le debía al
menos esa cantidad después de años de ignorarla y hacerle daño.
El comentario queda sin respuesta. —¿Crees que es posible que estés
buscando razones para odiar a Delilah?
Casi puedo saborear su piel, incluso ahora. Mi polla se despierta al recordar
sus gritos. ¿Razones para odiarla? Sí. Para odiarla y hacerle daño. —Es más que eso
—murmuro, deseando que mi polla se comporte.
—¿Qué más hay?
—Aspen, obviamente. No puedo confiar en esta chica hasta estar seguro de que
es inocente.
—¿Y si es así? ¿Estás dispuesto a aceptarlo y seguir adelante? ¿O seguirás
buscando excusas para dejar que ese lado brutal de ti mismo salga a jugar?

Normalmente volvería a mi despacho a esas horas, pero no conseguiría


167
trabajar ni un momento con Delilah en la cabeza. El discursito de Lauren no alivió en
nada el nudo que llevaba en las tripas todo el día.
Tengo que parar las cosas con ella. No tengo ni idea de cómo.
Y no quiero hacerlo.
Cuando entro en el apartamento, el par de mujeres que normalmente limpian
durante el día aún están terminando su trabajo. Saltan como si se hubieran
electrocutado ante mi repentina entrada. —Ya casi hemos terminado —balbucea una
de ellas, y la otra asiente.
—Me mantendré fuera de tu camino. —Están en la cocina. Iré a mi habitación.
Estoy esperando el regreso de Delilah. Necesito verla. Necesito saber que está aquí,
encerrada, lejos de cualquiera a quien pueda lastimar. Si es capaz de hacerlo.
Al pasar junto a la mesa de la cocina, me llaman la atención unas tijeras. Es lo
único que hay allí, brillando contra la madera pulida.
Una de las limpiadoras se da cuenta de que las estoy estudiando. —Las
encontré bajo el colchón de la habitación de invitados mientras cambiaba las
sábanas. —Suena como una disculpa, con los ojos bajos.
Hija de puta.
—Gracias por apartarlas —digo con la poca calma que me queda, mientras
dentro de mi cráneo sólo hay un fuego ardiente. Mis manos se cierran alrededor del
respaldo de la silla más cercana—. ¿Has dicho que ya casi has terminado?
—Más o menos.
—¿Por qué no terminamos por hoy? Seguro que todo va bien.
Mira la silla, o más bien la forma en que mis manos aprietan el respaldo. —De
acuerdo. Gracias. —Sale poco más que un chillido y, en unos instantes, me quedo
solo.
La silla se astilla cuando la recojo y la tiro al suelo. —¡Mierda! —grito al
apartamento vacío.
Tijeras. No sé de dónde las sacó. Sólo sé que las escondía. ¿Para qué? ¿Para
usarlas con quién? Conmigo no. Tiene que saber que no debe intentarlo, ni siquiera
mientras duermo. No he tenido una noche de sueño profundo desde que tengo
memoria. Podría intentarlo, pero acabaría con eso enterrado en ella.
¿En Aspen?
Y estuvieron aquí, en mi apartamento, durante quién sabe cuánto tiempo. Me
lo perdí por completo. Podría haberlas llevado con ella por los pasillos y apuñalar a
Aspen.
168
La voz de Lauren resuena en mi cabeza, apenas elevándose por encima del
caos. ¿Te lo estás inventando para enojarte con ella? ¿Cómo sabes que no eran para
defenderse?
Estoy seguro de que si le preguntara, esa sería la excusa que me daría. Por eso
no me voy a molestar en preguntar. Voy a enseñárselas antes de...
¿Qué voy a hacer? ¿Qué voy a hacer?
Me veo llevándoselos a la garganta. Viendo de cerca cómo sus ojos se hinchan
y se llenan de lágrimas. Cómo se le va el color de la cara. Mientras lucha por dejar de
temblar por miedo a clavar las cuchillas en su propia carne por error.
¿A esto se refería Lauren con lo de usarla como excusa para dejar que mi lado
más oscuro salga a jugar? ¿Por qué me molesto en preguntármelo? Por supuesto que
lo es. Y es malditamente tentador. Hacerla sufrir. Sentir sus lágrimas en mi piel. La
mirada en sus ojos cuando entiende que su vida me pertenece.
Ya no quiero ser ese hombre. ¿Verdad? Ahora no estoy seguro. No cuando la
evidencia de sus mentiras y esquemas está frente a mí.
Volverá en cualquier momento. Tengo que tomar una decisión. ¿Me enfrento a
ella? No puedo evitarlo, ni quiero hacerlo. Sería irresponsable dejarla seguir
pensando que me tiene engañado. Tengo que poner fin a esto.
Cierro la mano alrededor del frío metal. ¿Cómo reaccionará cuando me vea
sujetándolas? Quiero saborear su miedo, el momento en que se da cuenta de que la
han vencido.
Ella está aquí. El corazón me retumba en el pecho, la adrenalina me corre por
las venas.
Agarro con más fuerza el asa metálica.
El pomo gira.
Levanto las tijeras, para que llamen su atención inmediatamente.
La puerta empieza a abrirse lentamente, y me siento como un niño esperando
la mañana de Navidad. Pasa un segundo, luego otro. Espero que el brillo metálico de
las tijeras llame primero su atención, pero no es así.
—¿Qué ha pasado? —Delilah abre mucho los ojos al ver la silla rota. Cierra la
puerta lentamente mientras mira lo que queda de la silla en el suelo.
De algún modo, consigo mantener la voz uniforme. —Lo tiré. Caminando 169
mientras leía algo en mi teléfono.
Por fin levanta la mirada del suelo y puedo ver el momento en que se da cuenta
de que la han descubierto.
El miedo se dibuja en sus facciones, sus ojos color avellana se clavan en las
tijeras y puedo imaginar los pensamientos que rondan su mente. Sus mejillas se
sonrojan y sus pupilas se dilatan.
Probablemente esté intentando encontrar una excusa, pero no la tiene. Al
menos no una que ella quiera admitir, especialmente conmigo. Sé que ya no soy ese
hombre, o al menos una parte de mí no lo es, pero no puedo evitarlo. El deseo de
ceder al juego del gato y el ratón es demasiado para mí.
—Te daré una oportunidad para explicar por qué estaban metidos entre los
colchones del dormitorio de invitados, y más vale que sea buena.
Sus labios tiemblan, tiemblan como la mierda, pero de ellos no sale ninguna
palabra. No sé si me enoja más encontrar las tijeras o que no admita por qué las tomó.
Antes de que pueda pensar mi siguiente paso, ella se precipita hacia el pasillo
como si realmente pudiera escapar de mí. Con un esfuerzo mínimo, la alcanzo en el
pasillo y le corto el paso.
No lo creo, simplemente reacciono y alargo la mano; mis dedos se hunden
profundamente en su cabello, agarro un puñado de mechones y la atraigo hacia mí.
Se debate como un ratón en una trampa.
Inhalo por la nariz para intentar calmarme y no romperle el cuello en ese mismo
instante. Miedo, pero hay algo más. A hombre. Huele a hombre, a especias y cítricos...
como yo.
El pensamiento me hace detenerme medio instante, y nuestras miradas chocan.
Sus dientes se hunden en el labio inferior para evitar que tiemble.
Le agarro el cabello con más fuerza, pero ella ni siquiera gimotea.
—Dime, ¿pensabas usarlas conmigo en mitad de la noche? ¿O los estabas
guardando para una ocasión especial?
Intenta negar, pero quiero sus palabras.
—¡Habla! —le grito en la cara.
Necesito aterrorizarla, recordarle que yo estoy al mando y que no importa lo
que hayamos hecho juntos, nada cambiará eso jamás.
—No. —Su voz se quiebra—. Yo... las tomé para protegerme.
Mi labio se curva. —¿De qué? ¿Te he hecho daño? ¿He intentado usar un arma
170
contigo?
—No... pero...
Antes de que pueda continuar, le acerco la hoja de las tijeras a la garganta.
Observo con deleite cómo su garganta se sacude y aprieto la hoja con más fuerza,
viendo cómo una fina línea de color carmesí aparece en la hoja y en su carne blanca
y cremosa.
Veo que le tiembla el pulso, pero no se atreve a moverse. No me haría falta
mucha presión para degollarla y ver cómo se desangra en el suelo, pero no quiero
matarla. Quiero aterrorizarla. Quiero que tenga miedo, que le preocupe que si alguna
vez vuelvo a encontrarla con un arma, pueda morir a mis manos.
—Espero que mi intención sea clara, Dalilah. —Pronuncio las palabras en la
concha de su oreja—. Porque sé que las tuyas lo eran. Planeabas usar estas tijeras, si
era necesario, contra mí. Eso es muy valiente de tu parte, pero también
increíblemente estúpido. —Aflojo un poco la presión sobre la hoja y observo cómo el
alivio llena sus facciones antes de volver a hacerlo y presionar la hoja contra su piel
un poco más fuerte—. Si alguna vez te encuentro con otra arma o con la certeza de
que podrías intentar matarme, tu final será mucho peor que este. ¿Me entiendes?
El calor de su cuerpo contra el mío y sus temblores me ponen la polla dura
como una piedra. No me costaría mucho ponerla de rodillas y machacarla por detrás,
pero no se trata de eso. Es más profundo que eso.
—Lo comprendo. —Las palabras salen como un susurro, aparto las tijeras y la
suelto como si estuviera ardiendo. Se tambalea y se golpea las rodillas mientras
intenta recuperar el equilibrio.
Mis ojos se dirigen a su garganta y al pequeño riachuelo de sangre que mancha
su piel. Me invade un extraño deseo de untarle la piel con su sangre, pero cierro la
mano en un puño e ignoro el dolor.
—Sal de mi vista antes de que haga algo de lo que te arrepientas.
Como un animal herido, se escabulle, con una mano en la garganta como si la
hubiera destripado y se estuviera desangrando. Camino en dirección contraria y voy
a la cocina a prepararme algo de beber.
Podría haberla matado, pienso para mis adentros, pero no lo hice.

171
27
Delilah

—P
erra.
Ya ni me molesto en fingir que me importa. Esa es la
cuestión de tener que escuchar a la gente insultarte todos los
días. Al final, deja de importarte. Mientras sigan así y no
empiecen a ponerse violentos, puedo soportarlo.
Aparte de eso, las cosas no han ido tan mal en los últimos días. Después del
incidente de las tijeras, Lucas está en mi culo la mayor parte del tiempo. No puedo
hacer un movimiento sin su aprobación. No me deja dormir sola, pero no me ha
tocado desde aquella noche en su cama. Esa parte, estoy tratando de no tomarla como
algo personal.
Además, no es que al final no se venga abajo y ceda a lo que quiere. Siento 172
cómo me mira. Apuesto a que no puede dejar de pensar en esa noche. Sé que yo no
puedo. En realidad estoy un poco triste porque las marcas de los mordiscos están
desapareciendo. Me pregunto qué pensará la doctora Lauren de eso. Debe significar
que soy un completo bicho raro.
—Hey.
Estaba tan ocupada fantaseando que no me di cuenta de que Marcel caminaba
a mi lado por el pasillo. Más que caminar conmigo, camina cerca de mí. Lo entiendo.
No quiere que nadie nos conecte.
—Hola —murmuro, mirando al suelo—. ¿Dónde estabas esta mañana? —No
entiende cómo mi vida gira en torno a nuestros encuentros en clase. No es que
hablemos de mucho, pero necesito que me recuerde que no estoy sola.
—Me quedé dormido.
—Estaba preocupada.
Sólo gruñe. —¿Cómo te va con ello?
No respondo hasta que pasamos junto a un grupo de chicas que me miran mal.
Al menos me da un segundo para inventar una excusa. —No he tenido mucho tiempo
para hacer nada. No tengo mucha libertad.
—¿Todavía no lo has intentado?
Mi corazón se hunde de desesperación. ¿Qué quiere de mí? No hago milagros.
—No hay ninguna posibilidad de que nos encontremos. No tenemos nada en común.
—Tendrás que pensar en algo. ¿No tienen clases juntas?
—No —susurro, y ahora miro al suelo para ocultar las lágrimas frustradas que
quieren llenarme los ojos. Consigo parpadear. Una vez más, intento explicarme, pero
el idiota con el que hablo no quiere oírlo.
—Le gustan los libros —murmura mientras doblamos una esquina. Nadie
parece prestarle atención.
—¿Cómo lo sabes?
—La he visto mucho fuera de la biblioteca. Deberías fingir que también te
gustan los libros. Podrías conocerla allí.
¿Fingir que te gustan los libros? A mí también me gustan los libros. Quiero decir
pero no lo hago. —Bien. Veré lo que puedo hacer.
—Más te vale. Ya hemos esperado bastante para llegar a ella. Tenemos una
oportunidad. No nos la arruines. Eso no es exactamente mi culpa, pero no es que lo
diría en voz alta, incluso si Marcel no arrastra el culo sin previo aviso. 173
Tengo un periodo libre, lo que significa que podría ir a la biblioteca ahora. No
sé si ella estará allí, pero podría parecer más legítimo si me acostumbro a pasar el
rato allí. Por lo que sé, podría estar vigilando sus espaldas.
No es de Aspen de quien tengo que preocuparme.
Es el idiota de su marido.
Apenas me doy cuenta de que es él quien se abalanza sobre mí hasta que ya
estoy chocando contra la pared.
—¿Qué carajo te crees que estás haciendo? —me gruñe a la cara.
—¿Qué he hecho? —susurro, y me odio por susurrar porque me hace parecer
asustada.
—No me jodas. Te vi hablando con él.
—¿Con quién?
—¡Basta! —Retira el puño, y yo me encojo del dolor que espero que me estalle
en la cara. Cuando golpea la pared junto a mi cabeza, no me hace sentir mucho mejor.
—Estabas hablando con ese pedazo de mierda, Marcel, y no finjas lo contrario.
—Se inclina cerca, bloqueando casi todo a nuestro alrededor—. Te vi.
Debería haberlo sabido. No importa lo mucho que intente tener cuidado.
Siempre hay alguien prestando atención. —Está en mi clase de matemáticas. Estuvo
ausente hoy y me estaba preguntando sobre lo que se perdió.
—Estás llena de mierda.
—Es la verdad. ¿Qué, me obligan a tomar clases aquí, pero no puedo hablar
con nadie de nada?
—Tienes la costumbre de hablar con la gente equivocada.
—¿Cómo voy a saberlo? No sé quién es quién.
—Cierto. —La sonrisa sarcástica que lleva me dice lo que piensa de eso. Ni
siquiera es del todo mentira. Si Marcel no me hubiera dicho quién es, me habría
imaginado que me odia tanto como todo el mundo por aquí.
—Si no te conociera mejor, pensaría que echas de menos a tus amigos. ¿Los
recuerdas? ¿Rick y Bruno? —No puedo fingir que la idea no me da escalofríos, lo que
sólo hace que su sonrisa se ensanche. Como si estuviera genuinamente feliz de verme
temblar—. Puedo enviarte de vuelta allí y traerlos para que te vigilen de nuevo. Solo
que esta vez, las reglas no serán tan estrictas.
—¿Qué está pasando? 174
Es como magia. El sonido de la voz de Aspen lo cambia. Sigue frunciendo el
ceño abiertamente, pero ya no me bloquea.
También hace magia conmigo, pero en sentido contrario. Mi corazón ya latía
con fuerza, pero ahora es gracias a la emoción de estar tan cerca de ella. El pedazo
de mierda asesino.
Pero ahora está aquí, delante de mí, y no puedo perder el tiempo imaginando
cómo me gustaría haber tenido las agallas para matarla. Quinton podría haberme
hecho un favor al final.
Una cosa que sé hacer es fingir una sonrisa. —Hola. Estábamos charlando.
La mirada escéptica que le dirige me hace preguntarme si ya le habrá
advertido que no se meta conmigo. Me da esperanzas, por mucho que no quiera
estarle nunca agradecida por nada.
Pero tengo trabajo que hacer. Tengo que centrarme en eso. —Será mejor que
me vaya. Quería ir a la biblioteca y sigo perdiéndome en este lugar.
A Aspen se le iluminan los ojos. Dios, la odio. —¡Puedo enseñártelo! Podría
encontrarlo con los ojos cerrados.
—¿Podrías? Temía acabar perdiendo la mitad de mi periodo libre tratando de
encontrarlo.
—No es tan difícil —murmura Quinton.
Ni siquiera se va a molestar en fingir que esto no le enoja, ¿verdad? No es fácil
actuar como si no lo notara.
—¿Cómo va todo? —pregunta Aspen mientras caminamos. Capto algunas
miradas curiosas de los demás cuando nos cruzamos con ellos. Seguro que se
preguntan qué demonios hacemos juntas.
—Va bien, creo. —¿Lo dice en serio? No sé si me lo pregunta porque quiere
saberlo de verdad o porque está fingiendo. Pero cuando recuerdo lo que ha hecho,
es más fácil pensar que está fingiendo. Nada en ella es real. Sólo está fingiendo.
—Bien. Sé que te encantará la biblioteca. Es donde paso mucho tiempo. Y
Brittney es la mejor. Es realmente genial.
Me pregunto si su idea de lo mejor y la mía son remotamente iguales. —¿Es la
bibliotecaria?
—Eso es sólo una pequeña parte de lo que es capaz de hacer. Créeme. —Sí,
supongo que tendré que hacerlo. ¿Por qué suena tan emocionada? Nunca he
soportado a la gente como ella. Es tan falsa.
Pero merece la pena. Y no sólo porque esto significa que estoy un paso más
cerca de cumplir mi promesa. Puedo sentir a Quinton haciéndome agujeros en la
175
nuca. Está absolutamente furioso de que su mujercita siquiera me hable, y mucho más
que actúe tan amigablemente.
Así que, aunque tenerla tan cerca y obligarme a mantener una conversación se
siente mucho como si me arrancaran los dientes de uno en uno, puedo poner cara de
felicidad sin mucho esfuerzo. Parece que cuanto mejor nos llevamos, más se cabrea.
En cierto modo, es una ventaja. Casi quiero darle las gracias por facilitarme el trabajo.
Cuando entramos en la biblioteca, tengo que tomarme un segundo y mirar a mi
alrededor. Admito que es impresionante, y me siento muy pequeña bajo su alto techo.
—Vaya —susurro—. Esto es muy bonito.
—No hace falta que susurres —murmura Quinton.
Por el rabillo del ojo, veo que Aspen lo mira por encima del hombro y pone los
ojos en blanco. Sin embargo, tengo que fingir que no lo veo y, de nuevo, necesito
ocultar una sonrisa.
—¿No se supone que debes susurrar en una biblioteca? —pregunto.
—Sí —me asegura Aspen con un firme movimiento de cabeza—. Yo también
siento siempre que lo necesito. —Oh, qué bien. Algo que tenemos en común.
Estoy a punto de asumir que el lugar está vacío hasta que alguien aparece
detrás del mostrador de referencias. Alguien con el cabello azul. Alguien cuya sonrisa
vacila un poco cuando me ve. Supongo que sabe quién soy. Nunca tuve una
oportunidad aquí. Nadie va a verme nunca por mí.
—Brittney, esta es Delilah. Necesitaba un poco de ayuda para encontrar el
camino hasta aquí. —Algo en la forma de hablar de Aspen, lenta, clara,
deliberadamente, me dice que hay otra conversación en marcha. Tranquilízate. No le
des mucha importancia.
Y Brittney capta el mensaje, a juzgar por cómo parece aclararse su confusión.
—Encantada de conocerte, Delilah. Será agradable tener a alguien más por aquí de
vez en cuando. Especialmente alguien a quien le gusten los libros, que supongo que
te gustan si estás aquí.
—Esto parece un poco vacío —observo con una mueca de dolor.
—Hay gente que no quiere exponerse a la literatura. —No parece molestarle
demasiado. Se encoge de hombros—. De todos modos, me encantaría mostrarte los
alrededores.
—Eso sería estupendo. Gracias. —Miro a Aspen, levantando las cejas. Brittney
hace lo mismo. 176
—¿Saben qué? Creo que iré con ustedes. —Y obviamente, dondequiera que
ella vaya, Quinton va. Me pregunto cómo será. Debe estar obsesionado con ella.
Nadie podría decir que tengo experiencia con relaciones sanas, pero incluso yo veo
las banderas rojas aquí. Es como si ella no pudiera hacer un movimiento sin él.
Aunque estoy segura de que mi presencia tiene mucho que ver con eso. —
¿Vienes mucho por aquí? —le pregunto mientras él me fulmina con la mirada. Me
sorprende que aún no se haya pasado un dedo por la garganta.
—Todo el tiempo —dice Aspen—. Este lugar ha sido mi refugio. —Claro,
porque ella fue atormentada mucho peor que yo cuando vino aquí por primera vez.
Recuerdo haber oído cosas sobre eso. Supongo que este sería el refugio perfecto, sin
otros estudiantes que se molesten en entrar. Es casi como si nadie estuviera aquí para
aprender. Qué sorpresa.
—Además —añade, dándole un codazo a Brittney—. Me dio la oportunidad de
hacer una buena amiga.
—Es bueno saberlo. Quizá yo también lo haga —sugiero encogiéndome de
hombros. Brittney me guiña un ojo, lo que parece una buena señal. Supongo que está
dispuesta a creer en la palabra de Aspen, como si pensara que estoy bien, eso le
bastara. Definitivamente no puede estar prestando atención a Quinton, que ahora
gruñe casi audiblemente detrás de mí. Estoy deseando alejarme de ellos para reírme
a carcajadas.
Tiene que aprender a controlar sus reacciones en lugar de ser tan obvio, a
menos que todo esto sea un intento de intimidarme, que probablemente es
exactamente lo que está intentando hacer. No tiene ni idea de con quién está tratando
si cree que un pequeño gruñido y un empujón contra la pared van a hacer que me
derrumbe. Si todo lo que me pasó en esa habitación sucia, fría y solitaria no fue
suficiente para hacerlo, ¿cómo podría él derrumbarme?
No tengo ninguna duda de que me enviaría de vuelta allí si pudiera. Pero dudo
que pueda, ya no. No con Aspen tratando de hacer amigos, y no sin que Lucas se
involucre. Sigo pensando que no le gusto mucho como persona, pero no piensa en mí
como persona cuando está dentro de mí. La idea me hace ruborizarme un poco
mientras Brittney me enseña las distintas secciones de la biblioteca.
Cuanto más lo pienso, más fácil me resulta ver lo perfecto que es. Si Lucas se
pregunta dónde estoy, puedo decirle que voy a la biblioteca. No puede tener ningún
problema con eso y, si lo tiene, quizá pueda hacer que Brittney hable con él. Parece
bastante genial, por mucho que odie estar de acuerdo con todo lo que dice Aspen.
La próxima vez que hable con Marcel, tendré buenas noticias para él. 177
28
Lucas

—L
o prometo. No lo volveré a hacer.
Presiono la punta de la cuchilla contra su carne cremosa
y mi polla se agita mientras la introduzco y la saco de su
apretado coño. El miedo tensa sus músculos, apretándome
hasta que es casi un reto moverse. Zorra codiciosa, intentando sacarme el semen.
—¿Cómo puedo estar seguro? —Empujo un poco más fuerte, saboreando el
agudo jadeo inmediatamente seguido de un fino hilillo de sangre que traza un camino
por su pecho.
—¡Lo juro! —Está llorando, pero el jugo fresco y caliente que cubre mi polla
cuenta otra historia—. ¡Por favor, deja de hacerme daño!
El golpe seco en la puerta de mi despacho hace que la realidad se derrumbe a
178
mi alrededor. Estaba a unos tres segundos de sacar mi dolorida polla por la bragueta
abierta y masturbarme con la fantasía de lo que quiero hacer con esas putas tijeras y
con la chica que cree que puede ocultarme una mierda. Ha sido imposible pensar en
otra cosa, incluso estando en mi despacho.
Sea quien sea, espero que no espere que me quede de pie mientras lo saludo.
—Adelante —ladro tras acomodarme.
Quinton entra en la habitación, con la cara roja y los ojos encendidos. —
Tenemos un problema.
Mi pulso se acelera. —¿Qué pasa? ¿Es Aspen...?
—Ella está bien —gruñe—. Por ahora. A menos que ella y Delilah se hagan aún
más amigas.
—¿Se están haciendo amigas?
Clava un puño en la otra palma. —Lo juro por Dios. ¿Qué le pasa? Está decidida
a tener todo a su manera.
—Despacio. Empieza desde el principio. —Uno de nosotros tiene que
mantener la calma, y no va a ser Quinton cuando prácticamente está respirando
fuego—. ¿Qué paso?
—Quería ir a la biblioteca. Se lo mencionó a Aspen en el pasillo. No me digas
que fue una coincidencia. —Lanza una carcajada aguda.
—¿Por qué estaban juntas?
Baja la mirada al suelo. —Nos encontramos con ella.
—Mírame. —Levanta los ojos lentamente, a regañadientes—. ¿Qué le estás
haciendo a Delilah ahí fuera? ¿La has estado siguiendo? ¿Jodiendo con ella?
—¿Y si lo hiciera? ¿Quién intentaría detenerme?
—No estoy tratando de detenerte. Pero ojalá me lo hubieras dicho. La gente ve
lo que haces y sigue tu ejemplo. Si va a haber problemas, necesito saberlo de
antemano.
—No estaba haciendo gran cosa —admite antes de hundirse en una silla y
restregarse una mano por la cabeza—. La mayor parte del tiempo intento evitar a esa
zorra. No quiero verla, y preferiría que Aspen tampoco tuviera que verla. Cuantos
menos recordatorios, mejor.
—Yo haría lo mismo.
—Pero la vi en el pasillo, hablando con ese pedazo de mierda, Marcel. No pude
evitarlo. 179
Marcel. Su cara aparece en mi mente. —¿Estaban hablando? ¿Estabas tan cerca
como para oírlos?
—No —gruñe—. Dijo que estaban hablando de los deberes.
—¿Parecía que lo eran?
—Ni siquiera un poco. He visto suficiente gente intentando aparentar que no
actúan de forma sospechosa. Bien podrían haber llevado carteles anunciándolo.
—¿Qué sabes de él?
—Siempre quiso ser mejor amigo de Matteo y Rico de lo que realmente era.
Uno de esos perdedores que besa culos constantemente, con la esperanza de
acercarse al grupo.
—Nadie importante, sin embargo.
—No, pero no confío en él.
Yo tampoco. Hablando con ella en el pasillo. Casi puedo verlos juntos. ¿Qué
juego está jugando ahora? ¿Tratando de reunir a sus aliados? ¿Lo conocía antes de
venir aquí?
¿De qué hablaban realmente?
¿La tocó?
—Así que le eché un poco en cara. Le recordé que no estaba aquí para hacer
amigos. Entonces, de la nada, le dice a Aspen que iba de camino a la biblioteca.
¿Desde cuándo le interesa la biblioteca? —Ya veo.
—Ya conoces a Aspen. Ella saltó con la idea. Ella no lo entiende.
—No. No lo haría. —No es fácil apreciar su amabilidad en un momento como
este. Después de todo lo que ha pasado, es la última persona que debería ser amable.
Eso es algo que ciertamente no heredó de mí.
—No voy a dejar que Aspen pase un minuto a solas con ella.
—Sigue tus instintos en esto. Sé que la mantendrás a salvo. —Tiento los dedos
bajo la barbilla, mirando por encima de su cabeza a la pared pero viendo a Delilah.
Coqueteando con Marcel, tocándole el brazo, haciéndole los mismos comentarios
sugerentes que ella me ha hecho a mí tantas veces.
—Esa zorra tiene que alejarse de mi mujer.
—Déjame eso a mí.
—¿La mantendrás alejada?
—Haré lo que pueda. Incluyendo hablar con ella y Marcel. Dicen que tienen
180
clase juntos. —Él asiente—. No por mucho tiempo. Ve a clase o donde tengas que
estar ahora. Yo me ocuparé de todo.
Marcel tendrá suerte de tener una cara para cuando termine con él. Nadie toca
lo que me pertenece, y mientras esté conmigo, bajo mi vigilancia, Delilah es mía.
A los quince minutos de mandarlo llamar, Marcel entra en mi despacho. Su cara
me revuelve el estómago y aprieto los puños bajo la mesa. —¿Querías verme? —me
pregunta con indiferencia.
Un momento después, Delilah llama a la puerta parcialmente abierta. La
aprensión escrita en su rostro se convierte en comprensión cuando ve a Marcel. —Lo
siento —murmura—. Puedo esperar hasta que termines.
Se cree muy lista. —Quería verlos a los dos a la vez, de hecho. Entra. Cierra la
puerta detrás de ti.
Marcel sigue despistado, su mirada rebota entre Delilah y yo. —¿De qué se
trata esto?
—Tengo entendido que los dos tienen una clase juntos.
—Sí. Tenemos matemáticas juntos. —Marcel vuelve a mirarla—. ¿Y?
—Ya no. —Levanto su horario en mi portátil—. Tomarás matemáticas los martes
y jueves por la tarde el resto del semestre.
Sus ojos se abren de par en par. —¿Por qué?
No es su reacción lo que estoy viendo. Es la de ella. Está mirando al suelo,
mordiéndose el labio. No quiere mirarme. Está ocultando algo.
—Porque yo lo digo. Seguro que no tendrás problemas para hacer el cambio.
—Le reenvío la información a su dirección de correo electrónico del colegio—. Y
ahora ya tienes la hora y el número de salón en tu cuenta de correo.
—No entiendo por qué está pasando esto. —Su mirada se vuelve hostil mientras
coloca su puño cerrado sobre mi escritorio.
—¿Olvidas en qué despacho estás? —Le dirijo una mirada mordaz a las manos,
que se mete en los bolsillos con un gruñido—. Está pasando porque yo lo digo. Ahora,
ustedes dos no tienen ninguna razón para encontrarse en los pasillos y charlar.
Vuelvo toda mi atención hacia ella y disfruto de cómo se retuerce. —¿Verdad?
—Le pregunto.
—Bien —susurra antes de deslizar una mirada hacia Marcel.
Lo miro, sonriendo, aunque sé que la expresión no llega a mis ojos. Tampoco 181
es mi intención. Tiene suerte de vivir más allá de este momento. —¿Tienes algo más
que decir? —le pregunto.
Suelta un fuerte suspiro, pero no es tan estúpido como para discutir. —No.
Mensaje recibido.
—Puedes irte. —Cuanto antes esté fuera de mi vista, mejor para él.
Delilah, sin embargo, cree que hablo con los dos. Empieza a seguirlo hacia la
puerta, pero se queda paralizada cuando me aclaro la garganta. —No. Tú no. Tenemos
más que hablar. —Marcel se va sin mirar atrás. Qué puta sorpresa. No le importa una
mierda el hecho de que podría haberla metido en problemas. Demasiado ocupado
pensando en sí mismo.
En cuanto él sale de la habitación, ella se da la vuelta. —No puedes culparme
por esto.
—¿Perdona? —De pie, la fulmino con la mirada hasta que retrocede—. ¿Con
quién carajo te crees que estás hablando? Veo que ese idiota se pone así. No me
conoce tan íntimamente como tú.
Empieza a retroceder cuando avanzo, y eso es bueno. Me satisface. Cuando
ella tiene miedo y está bajo mi control.
—Deberías saberlo —murmuro—. Igual que tú no deberías hacer amigos por
aquí. Deja que te evite problemas. Nadie de por aquí quiere ser tu amigo, ni te
mereces ninguno.
Llega hasta la puerta, con la espalda pegada a ella. Durante un breve segundo,
su mano roza el pomo como si estuviera pensando en salir corriendo. Casi deseo que
lo intente. Razón de más para que pida clemencia.
—Sólo hablaba con él de clase —susurra, con la barbilla temblorosa—. ¿Qué
te dijo Quinton?
—¿Supones que esto tiene algo que ver con él? —Doy un paso lento tras otro,
eliminando la distancia que nos separa. Su respiración se acelera, al igual que la mía.
Pero mantiene la cabeza alta. —No soy tan estúpida como todo el mundo
piensa. Sé que tiene que ver con él. Fue él quien le dio tanta importancia.
—¿Te has parado a pensar que tiene una buena razón?
—No tuve nada que ver con lo que le pasó a su mujer —escupe—. Y él ya
debería saberlo. ¿Qué más tengo que hacer para demostrarlo?
Se pone rígida cuando extiendo la mano y rozo con mis dedos su garganta,
donde su pulso fluctúa como loco. —Estás muy nerviosa. ¿Por qué? ¿Porque sabes que
estás mintiendo?
182
—No.
—Por lo que oí, ese chico Marcel quería ser un infiltrado con los Valentine.
—¿Lo hizo? —Ella levanta una ceja—. ¿Cómo podría saber algo de eso?
—¿No te lo imaginas congraciándose contigo como resultado?
—Considerando que todo el mundo está muerto, ¿qué diferencia habría?
Siempre una respuesta para todo. Voy a quebrarla. Aunque sea lo último que
haga, haré que desee no haberme desafiado.
Le rodeo la garganta con la mano. No se inmuta ni tiembla; en todo caso, parece
que lo estaba esperando. Su cuerpo se relaja. Evidentemente, no he conseguido
convencerla.
Aprieto el agarre, corto el flujo de sangre a su cerebro y veo con regocijo cómo
el pánico llega por fin a sus ojos. Sus dedos se enroscan en mi muñeca, intentando
apartarme, pero eso solo hace que me aferre con más fuerza.
La agarro por el cuello, le doy la vuelta y empiezo a acercarla a mi mesa. Solo
cuando su cara se vuelve azul, aflojo la presión sobre su yugular.
—¿Qué estás...?
—Cállate. No hables. Sólo asiente o mueve la cabeza cuando te hagan una
pregunta.
Todo su cuerpo se estremece cuando su culo choca contra el borde de mi
escritorio. Guío su cuerpo para que se recueste sobre la superficie, sin soltar su
garganta.
—¿Estás coqueteando con otros chicos para darme celos?
La confusión se dibuja en su rostro antes de negar levemente con la cabeza. Por
suerte para ella, le creo.
—De cualquier manera, creo que necesitas un recordatorio de a quién
pertenece este coño.
Con la otra mano, me desabrocho rápidamente los pantalones y libero mi dura
polla.
—Bájate los leggings y las bragas —ordeno mientras me acaricio.
Se moja los labios y deja que la punta de la lengua se deslice seductoramente
por el labio inferior mientras intenta seguir mis órdenes. Levanta ligeramente el culo
y se baja los leggings y las bragas de un tirón.
—Buena chica. Ahora date la vuelta y deja que te folle como la putita que eres. 183
—Suelto su garganta, e inmediatamente se da la vuelta, inclinándose sobre mi
escritorio con el culo desnudo hacia arriba—. Echa la mano hacia atrás y separa las
mejillas.
—¿Q-qué?
La palma de mi mano impacta en su nalga derecha con una sonora bofetada
que apenas disimula su aullido de dolor.
—He dicho que no hables. Ahora hazlo antes de que te folle el culo sin
lubricante —gruño, mirando fijamente la huella roja de su mano en su mejilla blanca
y cremosa.
Gimiendo, se echa hacia atrás y se abre. Los labios de su coño se abren y su
reluciente coño queda a la vista.
—Por supuesto que ya estás mojada. Deseas tanto esta polla que no puedes
evitarlo. ¿Pero sabes qué? Yo tampoco puedo evitarlo.
Sin previo aviso, acerco la punta de mi polla a su agujero y me meto dentro de
ella hasta que mis huevos golpean su piel. Su estrecho canal me aprieta hasta que la
punta de mi polla gotea presemen.
—Mieeeerda. —No le doy tiempo a adaptarse. Simplemente la agarro por las
caderas y empiezo a follármela como un loco, penetrándola una y otra vez, intentando
profundizar más cada vez.
Sus gemidos se mezclan con mis gruñidos y resuenan en mi despacho como si
estuvieran destinados a ser oídos. Mi escritorio tiembla, los lápices ruedan por los
lados y la lámpara está casi en la esquina, a punto de caerse, pero no podría
importarme menos.
Sigo follándomela como un animal hasta que me arden los pulmones y el sudor
me resbala por la frente. Finalmente, la lámpara se desploma sobre el borde, cae al
suelo y se rompe en mil pedazos.
Mis dedos se clavan en las caderas de Delilah cuando suelta sus mejillas. —No
te he dicho que te sueltes. Sepárate. Quiero estar tan profundo como pueda.
Mi demanda sigue en el aire cuando la puerta de mi despacho se abre de golpe
y un aullido de sorpresa llega desde el pasillo.
Al girar la cabeza, miro hacia la puerta y veo a mi secretaria de pie, con la boca
abierta y los ojos como platos.
—Oí que algo se rompía... Yo... —tropieza con sus palabras mientras yo sigo
follándome a Delilah como si no tuviéramos público.
184
—¡Fuera! —grito antes de girar la cabeza para mirar el agujerito fruncido de
Delilah.
No sé si es porque estoy fantaseando con follármela por el culo o porque mi
secretaria nos está viendo follar, pero el orgasmo se apodera de mí de forma tan
inesperada que ni siquiera puedo pensar en sacarla. Me sostengo dentro de ella
mientras eyaculo toda mi carga en su estrecho canal hasta que mis pelotas quedan
dolorosamente vacías y se forman estrellas alrededor de mi visión.
Al desplomarme sobre Delilah, me doy cuenta vagamente de que la puerta se
cierra de golpe. Tardo un momento en recuperar el aliento y, en cuanto lo hago,
acerco mis labios a su oreja.
—No hablarás más con él. ¿Me oyes? No hablarás con ningún otro hombre a
menos que yo lo apruebe.
Delilah sigue jadeando y sé que su corazón debe de estar latiendo
descontroladamente como el mío cuando su suave voz llega a mis oídos.
—Comprendo.
No sé exactamente por qué de repente me siento tan posesivo con ella. Sólo
espero que ella lo entienda. Porque la próxima vez que la vea con alguien, podría
matarla.
29
Delilah
—¿Q ué tipo de libros te gusta leer? —Aspen nos guía por las
estanterías, pasando los dedos por los lomos de
innumerables libros que no parece que nadie haya abierto.
Teniendo en cuenta que somos las únicos aquí, tiene sentido.
Pero no las únicas. No del todo. Tengo que corregirme cuando, al doblar la
esquina al final de una fila, veo a Quinton sentado en una mesa. Tiene las manos
cruzadas y una postura rígida. Obviamente, me está mirando fijamente.
Pero él no se interpone. No ha dicho ni una palabra desde que acompañó a
Aspen a la biblioteca, donde acordamos encontrarnos hoy durante nuestro tiempo
libre. Supongo que debería estar agradecida por ello.
Aun así, tengo la sensación de que debemos permanecer cerca de donde está 185
sentado. Me imagino la conversación que tuvieron antes de esto. Puedes pasar el rato
con ella, pero asegúrate de permanecer cerca de mí para que pueda oír todo lo que
dices. Necesita conseguirse una vida.
Me hizo una pregunta, ¿no? Tengo que prestar atención. —Oh, cualquier cosa
que pueda conseguir. No teníamos mucho dinero para libros nuevos y la biblioteca
estaba muy lejos. Nunca estaba segura de poder volver a tiempo para devolver los
libros.
—Eso es duro.
—Sí, lo era. Pero cuando íbamos a las tiendas de segunda mano, siempre iba a
las donaciones de libros y tomaba todo lo que parecía interesante.
—¿Género favorito?
Es una maldita presumida. Me gusta leer, pero no me pongo como ella. —No
sé. Me gustan los romances, los misterios y las novelas de suspenso. Cuando era más
joven, leía todos los libros de Nancy Drew.
—¡Yo también! —Oh, bien, tenemos algo más en común—. Brittney tiene el
juego completo aquí. Los Hardy Boys también. No pensé que alguien más los leyera
ya que son tan viejos.
—Creo que mi tía tenía por ahí un viejo ejemplar de hace años, y eso fue lo que
me aficionó a ellos. Estoy bastante segura de que era la única niña que conocía que
los leía.
—Lo mismo digo. —Saca un libro grueso y pesado—. A mí también me gusta la
historia. Pero sólo si no es demasiado árida y aburrida. Algunos autores saben cómo
hacerla interesante.
—Cierto. —Dios, esto es doloroso. Verla caminar, buscando su próxima
lectura. Como si no le importara nada en el mundo. ¿Por qué merece vivir pero no
Nash? ¿Por qué merece ser feliz y estar enamorada y segura? Ahora es una Rossi, en
la cima del mundo.
—Este es bueno si te interesa. —Me da un libro sobre la Edad Dorada, pero eso
es todo lo que sé porque no me molesto en hojear la portada. Toda mi atención se
centra en ella. Cómo empezar a hablar de cosas que importan.
—¿Qué más te gusta hacer? —le pregunto. Ahora mismo estoy lanzando dardos
a un tablero, agitándome, pero ella no parece darse cuenta. O eso o no tiene muchos
amigos de verdad. Sólo gente que teme a su marido.
Parece pensárselo de verdad, incluso frunce un poco el ceño. —Me gustaba ir
al cine. Mi madre y yo llevábamos la cuenta de las mejores películas que se 186
estrenaban cada año y apoyábamos a nuestras favoritas durante los Oscar. Echo un
poco de menos eso.
—A mi tía le encantaba verlo —le ofrezco—. Aunque no saliéramos a ver las
películas que optaban a premios. Seguía teniendo sus actores y actrices favoritos
basándose en lo que oía en los programas de entrevistas que veía.
Todavía parece un poco triste. Quizá valga la pena indagar en esto. —Supongo
que no hay muchas posibilidades de salir al cine por aquí, ¿no?
—La verdad es que no. —Se encoge de hombros con una pequeña sonrisa—.
No tiene importancia. Sé que tengo suerte de estar aquí. Las cosas podrían haber ido
mucho peor. Pero...
Tengo el corazón en la garganta. Desde donde estamos, puedo ver a Quinton
observando desde su silla. No puedo ponerme demasiado personal o presionar
demasiado sin que él lo sepa. —¿Pero qué? —pregunto con voz más suave—. ¿Estás
bien?
Se ríe suavemente. —Estaba pensando en mi madre. Hace mucho tiempo que
no hablo con ella. Ni siquiera sé si está bien o no.
—Lo siento. —No lo siento. Me alegro. Ella necesita sufrir.
Avanzamos hasta el final de la fila y luego rodeamos el extremo de las
estanterías. —Lucas ha sido de gran ayuda —murmura mientras le hace un gesto con
los dedos a Quinton. Me pregunto cómo reaccionaría él si yo le hiciera el mismo
gesto. Me lo imagino lanzándose sobre la mesa para llegar hasta mí.
—¿Lucas? —¿Una gran ayuda? Me cuesta creerlo.
—Claro. Ha estado genial.
¿Estamos pensando en la misma persona? —¿Cómo es eso? —pregunto,
siguiéndola. Se supone que esto no debería interesarme, pero ahora que ha
empezado a hablar de él, no puedo evitar querer saber más.
—Ha dedicado mucho tiempo a enseñarme defensa personal. He mejorado
mucho. —Me sonríe por encima del hombro—. Incluso le he dado una paliza.
Cierto. Como si pudiera hacer eso. Por otra parte, ella mató a Nash. Tal vez ella
tiene, como, la fuerza de una asesina en serie cuando está molesta. —Eso debe haber
sido satisfactorio.
—Así fue. No es un tipo pequeño en absoluto, pero lo noqueé. Me hizo sentir
fuerte. No físicamente, pero, ya sabes. Por dentro.
—Claro. —Y me siento fuerte por dentro cuando recuerdo lo débil que es por
mi coño. Sí, ella y yo no somos iguales en absoluto—. ¿Así que pasan mucho tiempo
187
juntos?
—Siempre que pueda. Está muy ocupado.
No me digas. Ella empieza a hojear un libro de misterio como si estuviera
pensando en echarle un vistazo, mientras yo no puedo dejar de mirar y preguntarme
por qué los dos están pasando todo este tiempo juntos. ¿También ha estado
intentando meterse en sus pantalones?
A una parte de mí le encanta la idea de que Quinton se vuelva loco, sabiendo
que el director del colegio tiene una erección por la preciosa Aspen. Debe volverlo
loco. ¿Es por eso que no la pierde de vista? Quiero decir, ella ya no está en peligro
por aquí. ¿Por qué está metido en su culo todo el tiempo?
¿Es porque odia todo el tiempo que pasa con Lucas? Tal vez no confía en él. Yo
tampoco lo haría, pero sé que no tiene nada en contra de follarse a las chicas de por
aquí. ¿Lo sabe Quinton también?
—No es tan malo como parece. Lucas, quiero decir. —Sigue sin parar, perdida
en su propio mundo donde ella es la estrella y todo el mundo gira a su alrededor—.
Al principio, pensé que era un monstruo total, pero las cosas son diferentes ahora.
Se ríe para sus adentros. —Y ahora que he conocido al resto de su familia, es
fácil ver de dónde saca esa ventaja.
¿Incluso la presentó a su familia? Pensé que tal vez él tiene algo con ella, pero
ahora estoy pensando que es más grande que eso. ¿Qué tiene de especial esta chica?
¿Por qué no puedo ser yo la especial por una vez?
Jesús, contrólate. Preston odiaría saber que me estoy distrayendo. Nash se
merece algo mejor que esto. Puedo dejarme obsesionar por Lucas más tarde.
Me inclino un poco más hacia ella, pero hago como que tomo un libro. —Me
sorprende que a Quinton no le importe que pases tanto tiempo lejos de él —susurro.
No puedo evitarlo. Sigue mirándome. Ni siquiera estoy segura de sí parpadea.
Se ríe. —Ladra más que muerde. La mayoría de las veces.
Algo me dice que yo no cuento. ¿Es tan ingenua? ¿O tan estúpida y egocéntrica
como para pensar que todo el mundo tiene tanta suerte como ella?
—Pero en serio —continúo, aun susurrando—, ¿cómo lleva que pases tiempo
con Lucas y no con él?
Levanta un hombro. —A veces está allí con nosotros. Le gusta seguirme la
mayor parte del tiempo. Tenemos que llegar a un acuerdo.
¿Cómo de jodidos están estos dos? Sólo pensé que lo sabía antes de ahora. —
Ya veo.
188
—No dejes que te afecte —murmura mientras pasa las páginas de su libro—. El
tiempo cambiará las cosas. Siempre lo hace. Cuando vea que eres una persona
normal, lo superará. Sigo diciéndole que la vida es demasiado corta.
Como la vida de Nash. Quiero tomar este libro que sostengo y aplastárselo
contra la cabeza hasta que no quede de ella más que sangre, cabello y trozos de
cráneo. Se llevó a Nash y tiene el descaro de pararse aquí y hablar de que el tiempo
lo cura todo.
—Gracias —murmuro—. Es bueno saberlo.
El sonido de Quinton aclarándose la garganta corta el silencio. Supongo que
estamos siendo demasiado reservadas para él. Ahora que sé que básicamente lo está
engañando con Lucas, puedo entender un poco mejor por qué siempre actúa tan
celoso. Si se siente impotente porque su mujerzuela no puede mantenerse alejada de
Lucas, querrá desquitarse con gente como yo, que no hemos hecho nada malo.
No puedo creer que se la follara. ¿Qué le pasa? Ni siquiera es tan bonita. ¿Se la
mete a todas las chicas de por aquí? Apuesto a que ni siquiera soy la primera a la que
se ha follado en su escritorio.
—Mejor me voy. —Si no, nunca saldré de esta sin golpearla. He estado
fingiendo lo suficiente por ahora.
—Oh, bien. Gracias por salir conmigo. —Es insufrible. Inimaginable.
Sonriéndome con esos ojos tan abiertos como si fuera sincera. Recuerdo una época
en la que no sonreía. Sólo ese recuerdo es suficiente para evitar que grite ahora.
Brittney me deja ver el libro que me recomendó Aspen, que me interesa aún
menos que antes. —Me alegro de verte —dice con una sonrisa—. Nos vemos pronto,
espero.
—Te lo devolveré a tiempo —prometo, aunque en realidad no estoy prestando
atención. ¿Qué carajo tiene de especial esa chica? ¿Por qué le gusta tanto a todo el
mundo?
Es fácil olvidar que hubo un tiempo en que sentí pena por lo que pasó. No es
como si le hubiera pedido a Nash que viera el vídeo. ¿Quién querría ver eso?
—Vamos. Te encantará. Es duro y caliente. Sólo finge que no es tu hermano
follándosela. —Se ríe un poco demasiado alto, un poco demasiado fuerte, y el sonido
me hace estremecer de asco. No sé si está bromeando o no; su sentido del humor
siempre ha sido un poco negro, pero ¿esto?
—No lo creo. ¿No puedo confiar en tu palabra? —Le rozo el brazo y le dirijo el
tipo de sonrisa que le gusta: coqueta mientras me muerdo el labio—. Creía que
habíamos quedado esta noche para pasar tiempo juntos. —No para ver un vídeo de una 189
pobre chica siendo torturada, violada y lo que sea.
Sólo lo insinuó, diciéndome que no quería arruinar la sorpresa.
—Lo haremos. —Me rodea la cintura con un brazo y me acerca lo suficiente para
que su polla erecta me presione el estómago—. Será como un juego previo.
Juegos previos. Claro, y ya está bastante cachondo. No tardará nada en correrse.
¿Yo? A él no le importa si lo hago o no. Parece que esta vez tendré que fingir más de lo
habitual, ya que la idea de que una chica sea brutalizada no me excita lo más mínimo.
—Vamos —gimotea, incluso saca el labio en un gran puchero—. De verdad
quiero que lo veas. Verás lo serios que somos con los traidores y lo que se merecen.
Sus ojos se oscurecen y me agarra con más fuerza. —Y también será una
advertencia. Por si alguna vez se te ocurre algo.
Se me hiela la sangre ante el evidente trasfondo de significado de sus palabras.
—Es que no tengo un estómago fuerte para esas cosas —murmuro.
—Piensa en ello como una película. Eso es todo. Sólo una película. —Su polla se
retuerce contra mí y empiezo a darme cuenta de que no va a dejarlo pasar.
Se me encoge el corazón, pero asiento. —De acuerdo. Vamos a verlo.
Nunca tuve elección, ¿verdad?
Sus ojos se iluminan mientras una sonrisa comienza a dibujarse en su rostro. Es la
mirada de un niño que acaba de recibir el regalo de sus sueños. —Y después, puedes
ponerte esto. —Mete la mano en la bolsa de papel que tiene sobre la cama y saca lo que
rápidamente descubro que es una peluca rubia.
No fui lo suficientemente buena entonces cuando tuve que ponerme una peluca
para parecerme más a Aspen mientras follábamos. Y no soy lo suficientemente buena
ahora.
Nunca lo seré.

190
30
Lucas

E
stoy en mi portátil en cuando ella entra e inmediatamente, la sensación
de que está de muy mal humor envuelve el apartamento. No es que diga
nada que me dé esa impresión. Es que no lo hace. No dice ni una palabra
entre el momento en que entra y el momento en que cierra la puerta de la habitación
de invitados.
Enseguida, grito: —Nada de puertas cerradas. No a menos que sea yo quien las
cerró. —Y la cerró.
La puerta se abre, pero Delilah hace ademán de no dejarse ver. Las cosas están
tensas desde que me la follé en mi mesa. No porque lo haya hecho yo, sino porque no
hice que se corriera después. Estoy seguro de que está enojada. O eso, o sigue
enfurruñada porque no dejé que ella y su amiguito se quedaran juntos en clase.
¿Quién carajo sabe con las chicas de esta edad? Podrían ser las hormonas. No tengo
191
la menor idea de cómo manejar eso, así que no me molestaré.
Me conformo con volver a mi trabajo. ¿No le apetece hablar y prefiere estudiar
allí? Mucho mejor. A veces el sonido de su voz me pone de los nervios. Aun así,
mantengo un oído atento a lo que ocurre.
Durante un buen rato, no hay más que un silencio interrumpido por el paso
ocasional de una página. Tengo que dejar de pensar tanto en ella. Me distrae de las
cosas que de verdad importan, como revisar las evaluaciones de los alumnos. Es fácil
olvidar a veces que tengo un trabajo real que realizar aquí cuando estoy consumido
por cada movimiento que hace esa chica.
No es hasta que nos sentamos a cenar, de nuevo pasta, ya que mi abanico de
especialidades no es muy amplio, que sé que este humor suyo no es una casualidad
pasajera. Observo, entre divertido e irritado, cómo apuñala un fideo como si insultara
a su madre. Supongo que primero tendría que tener una relación con la mujer para
que le importara mucho, pero nunca ha hablado de ella. Sólo puedo suponer que no
hay amor perdido.
—¿Qué tienes en mente? —Es lo primero que uno de los dos le dice al otro,
aparte de avisarle de que la cena está lista.
Intenta encogerse de hombros. —Nada.
¿Es el partido de esta noche? ¿Corriendo en círculos? —¿Estás segura? Porque
desde que llegaste parece que algo va mal. Has estado muy callada.
—No siempre quiero hablar. ¿Es eso un crimen ahora?
—¿La última vez que lo comprobé? No.
—Entonces, ¿cuál es el problema? —Todavía no me ha mirado.
—No aprecio la hostilidad silenciosa.
—¿Quién está siendo hostil? —Finalmente, aparta su mirada del plato, y hay un
mundo de acusaciones en sus ojos verdes. La chica no es hostil. Es odiosa.
—Parece que disfrutarías hundiendo el cuchillo del pan en mi pecho.
Resopla. —¿Pero qué más hay de nuevo?
La observo con el rabillo del ojo mientras sigo comiendo. ¿Podría ser Quinton?
Si lo es, ha ido más allá de su trato habitual. Ella no suele llevar su frustración con él
al apartamento. Estoy segura de que nunca habría sabido que fue duro con ella el otro
día si no hubiera sido porque vino a mi oficina. Es una profesional cuando se trata de
ocultar ese tipo de cosas.
—¿Alguien te dio mierda hoy? —le digo.
—¿Aparte de ti? ¿Qué importaría si lo hicieran? —Ahora se ríe brevemente, con
192
amargura—. ¿Qué, los detendrías? Seguro.
—¿De dónde viene esto?
—Oh, deja de tratar de manipularme. Sabes, eso es realmente jodido. Después
de la forma en que tú y todos los demás me han tratado, ¿ahora vas a sentarte aquí y
actuar como si te debiera algo? Como si no tuviera motivos para estar enojada o
molesta. Me sorprende que me hayas dejado ir a la biblioteca.
Es curioso que lo mencionara, ya que eso es lo que quería preguntarle. —¿Pasó
algo allí?
Pone los ojos en blanco y pone mala cara. —Por favor. Como si Brittney no te
hubiera dado un informe completo.
Lo hizo, naturalmente. ¿Cómo podía no usar todos los ojos a mi disposición? —
Sabes que eso es parte del trato.
—El trato en el que no puedo tener ni un minuto de libertad.
—El trato por el que te permitiré usar las instalaciones siempre que alguien
esté vigilando en todo momento.
—Muy generoso —murmura.
—¿De eso se trata? ¿No te gusta sentirte observada? Odio decírtelo, pero eso
no va a cambiar pronto.
—No odias decirme eso.
—¿Sabes qué? Tienes razón. No lo hago. Pero a diferencia de ti, estoy tratando
de ser educado esta noche. Podrías tomar una lección, ¿sabes? —Así las cosas, su
retórica tiene mi temperamento a fuego lento. Mucho más de esto, y dudo que sea
capaz de mantener una pizca de civismo.
—Siempre y cuando dejes la falsa amabilidad.
—¿No te gusta cuando soy amable? No hay problema. No lo seré.
—Bien. Es mucho más auténtico que cuando finges estar preocupado o lo que
sea.
Ahora soy yo el que mira el cuchillo del pan. Sería mejor quitarlo de la mesa
antes de que uno de los dos haga un movimiento para agarrarlo. —¿Ha pasado algo
hoy? Si es así, sería mejor que yo lo supiera.
—¿Qué? ¿Quieres decir que tu amigo Q no vino corriendo a ti otra vez?
El desdén en su voz cuando utiliza su apodo sería gracioso si las circunstancias
fueran diferentes. No se molesta en ocultar su odio. Supongo que no puedo culparla 193
por eso. Aunque se mereciera todo lo que le pasó.
—¿Debería haberlo hecho? —pregunto. ¿Con lo fácil que sería cruzar la mesa
y sacudírsela? Tengo que recordar lo que dijo Lauren sobre usarla como excusa para
desahogar mi rabia sempiterna. Es como si la chica estuviera hecha para ponerme a
prueba y atormentarme.
—Estoy seguro de que podría haber venido con algo que hice mal. Como, Dios
no lo quiera, que estaba hablando con su esposa. Oh, no. —Pone los ojos en blanco y
finge una arcada.
—¿Así que no hubo ninguna gran explosión?
—¿Lo conviertes en un hábito? ¿Ligar con las chicas de la escuela?
La pregunta me golpea como una bola rápida en la cabeza. —¿Qué? —Es lo
único que logro decir a pesar de mi sorpresa.
—Sólo digo. ¿Soy una de tantas? ¿Te abres paso entre todo el alumnado? Sin
juzgar ni nada por el estilo. Sólo me pregunto si tal vez estoy estorbando por estar
cerca.
—¿De dónde viene esto? ¿Qué te hizo pensar que me acuesto con las
estudiantes?
—¿Quieres decir aparte de lo que hemos hecho?
Tengo que apretar los dientes antes de contestar. —Evidentemente. Y no estoy
de humor para juegos, así que mejor que salgas ya con eso.
Tamborilea con los dedos sobre la mesa, mirando su plato. —Hablaba mucho
de ti. Aspen. De todo el tiempo que pasan juntos y de lo genial que es. No hace falta
ser un genio para sumar dos más dos. Se le ilumina toda la cara cuando habla de ti.
¿Se suponía que eso iba a aclarar algo? Estoy más confundido que nunca. —No
entiendo a dónde quieres llegar.
—¿Cuánto tiempo llevas follándotela? Dios mío, es como sacar una muela.
¿Finges deliberadamente que no puedes seguirla?
¿Ese es el problema? ¿Ese es el maldito problema? Quizá no debería reírme,
pero ¿cómo voy a evitarlo? —Estás muy equivocada —consigo decir antes de volver
a reírme.
—Cierto. Seguro que es una amistad muy profunda y bonita. Y escucha —
insiste cuando mi risa sólo se hace más fuerte—, no me importa, de verdad que no.
Sólo creo que es una mierda. Poco ético. Es una estudiante de verdad aquí.
—¿De repente te importa tanto la ética? —Necesitaba esa risa. De verdad. Y
ahora que está fuera de mi sistema, hay espacio en mi conciencia para la
194
comprensión. ¿Está celosa? ¿Se trata de eso?
Por un segundo, el malvado bastardo dentro de mí considera alargar esto.
Dejarla sufrir un poco. Sin embargo, ella sólo me hará sufrir al final. No sé cómo, pero
encontrará una manera.
—No me hace gracia. —Se cruza de brazos, habiendo renunciado al pretexto
de interesarse por la cena.
—A mí tampoco. No me hace ninguna gracia.
—¿Y por qué te ríes de mí?
—Porque no podrías estar más lejos de la verdad aunque lo intentaras. —
Aparto el plato, cruzo los brazos sobre la mesa y la miro de frente—. ¿De verdad no
lo sabes? Supuse que lo sabías. No es un secreto.
El color arde en sus mejillas. —¿Así que tienes una relación con ella?
—Sí, pero no es el tipo de relación que supones. —No puedo evitar sonreír ante
su confusión—. Aspen no es mi novia, ni siquiera mi follamiga. Es mi hija.
Merece la pena decírselo, aunque sólo sea para ver cómo se queda
boquiabierta. Su cara se queda en blanco, casi como si su cerebro se apagara por un
momento para ponerse al día. Soy incapaz de ocultar mi diversión, aunque ella no
parece darse cuenta.
—Espera un momento. Pensé que era la hija de otro tipo. El que...
—Fue adoptada. A decir verdad, no supe que tenía una hija hasta mucho
después de que ella llegara aquí. Sólo cuando su padre adoptivo estuvo en la cárcel
le contó la verdad. Era su forma de protegerla. Distanciarse de ella. Y estoy seguro
de que pensó que ella merecía saber de dónde venía.
—¿Sabía quiénes eran sus verdaderos padres?
—Sabía quién era su madre. —Todavía está muy fresco. Una sensación de
vergüenza se apodera de mí cuando mis pensamientos van en esta dirección. Me
ocultaron a mi propia hija para protegerla. Yo estaba tan lejos, tan retorcido—. Nunca
se anunció quién era el padre, pero lo até todo en cuanto oí el nombre de la madre.
A Aspen le sacaron sangre cuando llegó aquí, igual que a ti. Hice que Lauren hiciera
una prueba de paternidad.
—¿Y ella sabe que eres su padre?
—Sí. Por eso he pasado tiempo con ella. No soy el padre del año para nadie,
pero ahora que sabemos el uno del otro, quiero hacer todo lo posible para estar ahí
para ella.
195
Se queda mirando la mesa, con el ceño fruncido, y no puedo evitar desear que
me diga lo que piensa. ¿En qué está pensando? ¿Intenta imaginarme como padre? No
se lo creería si le dijera cuántas veces he hecho lo mismo y sin ningún éxito.
¿O está pensando en su propio padre y su falta de relación? Me pregunto si es
eso. Ahí es exactamente donde mi cabeza iría si estuviera en su posición. Mather
podría haber sido una rata, pero no era nada menos que un padre devoto. Y ahora,
Aspen tiene otro padre igual de devoto a ella. Aunque no sepa muy bien cómo
demostrarlo.
¿Delilah, por otro lado? Ella nunca ha tenido a nadie. No me extraña que se lo
tomara como algo personal cuando pensó que mi relación con Aspen era sexual. Eso
las pondría en competencia.
¿He estado pasando demasiado tiempo con Lauren? Me estoy convirtiendo en
un psiquiatra.
—¿Te he escandalizado? —No puedo evitar preguntar antes de volver a mi
comida. Ahora hace un poco más de frío, pero al menos no hay hostilidad en el aire.
—Sí, obviamente. —Sacude un poco la cabeza—. No me extraña que te lo
tomaras tan a pecho. Quiero decir, lo que le pasó.
—No quiero hablar de ello.
—Por supuesto. —Se da cuenta de que estoy comiendo y no tarda en tomar los
cubiertos para acompañarme. Ahora que la verdad ha salido a la luz, vuelve a ser la
de antes—. De todos modos, creo que le hace feliz tener a alguien con quien hablar
de libros. Dudo que Quinton sea un gran lector.
Hay una cosa más que creo que hay que decir, aunque es insultante que tenga
que señalarlo. —Nunca me he follado a ninguna de las otras estudiantes de por aquí.
Por si te lo estabas preguntando.
—No lo estaba.
—No fue así como sonó antes cuando me acusaste de eso mismo.
—Aunque no creí que lo hubieras hecho de verdad.
—Claro. —Debería haber sabido mejor que pensar que obtendría una
respuesta directa. No sé por qué importa. No debería. Ella es la última persona cuya
opinión debería importarme una mierda.

196
31
Delilah

P
reston: Te llamaré al mediodía. Ten el teléfono encendido.
Faltan tres minutos para las doce y estoy en el baño de chicas
más cercano a la biblioteca, caminando en círculos dentro de uno de
los retretes. Me alegro de haber pensado en encender el teléfono esta
mañana, o de lo contrario podría haberme perdido el mensaje de Preston. Ahora que
no puedo ver a Marcel en clase, no hay nadie que me avise de que quiere hablar.
¿Qué podría querer? Probablemente para darme un regaño por la falta total de
progreso con Aspen. Quiero decir, ella se está acercando a mí lenta pero segura. Eso
no es difícil. No es fácil tener tiempo a solas con ella, eso es todo.
¿Cómo se supone que voy a conseguir que confíe en mí si sólo podemos hablar
197
de cosas que Quinton apruebe? ¿Qué se supone que estoy buscando? Ojalá alguien
me lo dijera. Cuanto antes deje de fingir que me gusta esta chica, mejor será mi vida.
Cuando dan las doce, tengo un nudo en el estómago y me tiemblan tanto las
manos que casi se me cae el teléfono cuando suena. Contesto inmediatamente,
bajando la tapa del retrete para que no se me caiga el teléfono accidentalmente. —
Hola —susurro.
—¿Puedes hablar con ella a solas hoy para concertar una reunión? —
Demasiado para un saludo.
Es como si me leyera la mente, pero no de forma útil. —Estaba pensando en
eso. Sinceramente, no tengo ni idea de cómo voy a hacerlo. —Me muerdo el labio con
tanta fuerza que me duele, me enrollo el cabello en el dedo y doy saltitos sobre las
puntas de los pies. Por favor, que no me odie por esto.
—Sí, Marcel me dijo que la mantiene con correa corta. —Preston se ríe—. Coño
azotado. Pero está bien. Estará ocupado esta noche.
—¿Cómo lo sabes? —¿Cuántos espías tienen? Ojalá consigan que uno de ellos
siga con esto porque me estoy arrepintiendo de haber aceptado ayudar.
—Marcel se está encargando de ello. Digamos que se distraerá cuando
empiece a digerir la cena.
—¿Así que definitivamente va a pasar esta noche? —Jesús, ¿Marcel va a
envenenarlo? No es que me importe ver a Q caer muerto, pero todo esto parece estar
sucediendo tan rápido. No puedo ponerme al día.
—Sí, lo que significa que tienes que pensar en algo, rápido. Pero no te
preocupes. Nosotros pensamos por ti. Sólo tienes que tenerla a solas el tiempo
suficiente para hacer flotar la idea .
Aunque me alegro de ello, sigo sintiéndome como una mierda, gracias a la
forma en que lo dice. Está decepcionado y molesto conmigo.
—¿Qué tenías pensado? —pregunto, ignorando el nudo en la garganta.
—Hay una terraza acristalada allí. ¿Lo conoces?
—Nunca he estado allí, pero he oído que existe.
—Bueno, ese es otro de sus lugares favoritos. Maldita nerd —murmura—.
Tienes que llevarla allí esta noche.
—¿Después de que se ponga el sol?
—Cristo, eres jodidamente densa, ¿no? Sí, después de que se ponga el sol. Hay
una gran lluvia de meteoritos esta noche. Inventa una excusa, como que quieres verla,
pero estás nerviosa por estar sola. Ella es tan difícil para los amigos, Estoy seguro de 198
que va a saltar en la oportunidad .
—¿Y si no lo hace?
—Ese es tu problema, ¿no? El punto es, llevarla allí. Marcel estará esperando.
Él se encargará de todo lo demás.
—¿A qué hora?
—Que esté allí a las once.
Esto significa que tengo que salir a escondidas del apartamento. Lucas suele
acostarse antes de las once. Con mi suerte, decidirá ser un búho nocturno esta noche.
¿Qué hago entonces?
—¿Lo tienes? —Preston espeta.
—Sí, lo tengo. —No lo tengo. Ni siquiera cerca. Pero dudo que se apiade de mí.
—No nos defraudes. —Hace una pausa—. No defraudes a Nash.
Las palabras aterrizan con un ruido sordo en mi cabeza. Tendría que ir y decir
eso, ¿no? —No lo haré. Lo prometo.
Un pitido me indica que ya ha terminado la llamada. Ni siquiera sé si me ha
oído.
Tengo que encontrar una manera de convencerla. Y tengo que rezar para que
Lucas no cambie su rutina precisamente esta noche.
Lucas. Pensar en él me deja apoyada contra la pared, sin aliento y culpable.
Era diferente antes de saber que era su padre. Esto lo va a destrozar. Y voy a tener
que fingir que no sé nada al respecto.
Pero hice una promesa.
Y mató a Nash.
No tengo más remedio que seguir adelante con esto.
Me alejo de la pared y escondo el teléfono antes de salir de la cabina. Puedo
hacerlo. Tengo que hacerlo. Tiene que pagar, y esta es la única manera.
No es fácil fingir una expresión de felicidad cuando la veo en la biblioteca. No
es que nunca haya sido fácil, pero hoy es un reto extra. Me esfuerzo por ignorar a
Quinton, sentado en un rincón, cuyos ojos siguen todos mis movimientos mientras
camino por el cavernoso espacio.
—Hola. ¿Cómo te va? —Preston tenía razón en una cosa: esta chica es dura. No
puedo imaginar a nadie tan genuinamente emocionado sólo por verme. Está
prácticamente radiante cuando llego hasta ella, donde está charlando con Brittney en
el mostrador.
199
—Bastante bien. —Deslizo mi libro devuelto por el mostrador.
Brittney tiene los ojos desorbitados. —¿Ya lo has leído?
—No tengo mucho más que hacer que leer —explico encogiéndome de
hombros—. Y además era muy apasionante.
—Aquí tenemos toda la colección del autor.
—Tendré que comprobar el resto. —No puedo creer que esté aquí teniendo
esta conversación como si todo fuera normal. Como si me importara una mierda leer
ahora mismo mientras un sudor frío me recorre la nuca.
—Vamos. Vamos a echar un vistazo. —Aspen va delante y yo la sigo sin pensar.
Mis pensamientos se agitan, mi corazón se acelera. ¿Qué pasa si me rechaza? ¿Cómo
podría convencerla?
Oh, mierda. ¿Qué pasa si se lo menciona a su estúpido y asesino marido?
Seguro que podría estar cagándose de miedo y no importaría. De ninguna manera la
dejaría irse de su lado si supiera que es conmigo con quien se va a encontrar. Me
pregunto qué diría el sabelotodo de Preston si le hiciera estas preguntas.
Probablemente me diría que lo averiguara antes de colgarme.
Ahora que estamos fuera de la línea de visión de Quinton, tengo que terminar
con esto. Si no lo hago ahora, perderé los nervios. —Oye, ¿sabes si la terraza la dejan
abierta por la noche? —pregunto mientras la sigo.
—Claro. Está abierto todo el tiempo. Me encanta pasar el rato allí. —Echa una
mirada curiosa por encima del hombro—. ¿Por qué?
—Vas a pensar que es una tontería. No debería haber dicho nada. —Incluso me
acomodo el cabello detrás de la oreja como si fuera tímida o lo que sea.
—No, vamos. ¿Qué pasa?
—Hay una lluvia de meteoritos esta noche. Pensé que sería genial verla desde
allí.
Maldita sea. Tenía razón. —¡Oh, vaya! Qué idea grandiosa. Podrías tomar una
manta, acostarte boca arriba y mirar las estrellas. Suena muy bien.
—Eso es lo que pensaba. No sabía si podría entrar esta noche.
—No deberías tener ningún problema. —Se detiene y se gira hacia mí—.
¿Planeabas ir sola?
—No creí que a nadie más le interesara, no es que conozca a mucha gente.
—¿Te importaría tener compañía? —Se golpea la frente con la palma de la
200
mano, suspirando—. Lo siento. Sigo diciéndome que no sea demasiado, pero es como
si no pudiera evitarlo.
—No pasa nada. —Es demasiado fácil. Eso es lo que es. La chica está decidida
a caminar de cabeza hacia su propia destrucción. Lejos de mí detenerla—. Y por si
sirve de algo, me encantaría tener compañía. Honestamente, podría ser un poco
espeluznante, estar allí sola. No tengo amigos por aquí.
—Sí. Sé lo que se siente. —Cierto, por eso hace todo lo posible por ser amable
conmigo. Tengo que seguir recordándomelo. No actúa así por mí, sino por ella. Por
lo que ha pasado. No es que importe, ya que funciona a mi favor de cualquier manera.
—¿Puedo preguntarte algo? —Miro por encima del hombro para asegurarme
de que Quinton no se ha levantado de la silla y nos ha seguido—. ¿Crees que podrías
venir sola? No te ofendas, pero es un poco intimidante. Entiendo que me odie, pero...
—Lo entiendo. Como he dicho, sé lo que se siente. —Mira por encima de mi
hombro como asegurándose de que no nos siguen o nos escuchan—. ¿A qué hora
querías ir?
—¿Estaba pensando alrededor de las once? He oído que es la hora en que los
meteoros serán más visibles. —Una mentira total, pero ¿qué va a hacer? ¿Buscarlo
aquí y ahora para asegurarse de que no la estoy engañando?
—Suena bien. No te preocupes. Podré salir sola.
No tengo ninguna duda al respecto. Mientras Marcel haga lo que se supone que
debe hacer, ella estará libre de culpa. A menos que Quinton se ponga tan enfermo
que ella tenga miedo de dejarlo solo, pero eso no sería culpa mía, ¿verdad? Eso
recaería sobre los hombros de Marcel por darle demasiado de lo que sea que vaya a
darle.
—Genial. Estará bien quedar uno a uno. ¿Quieres que nos encontremos aquí,
frente a la biblioteca?
Mueve la cabeza arriba y abajo. —Eso suena muy bien. Creo que será
divertido.
Claro que sí. Pero no para ella.

Por una vez, algo me sale bien. En un extraño giro de los acontecimientos,
Lucas se acostó antes de lo habitual, cerrando la puerta de su habitación antes de que
el reloj diera las diez y media, dejándome en la habitación de invitados.
Me dio tiempo de sobra para prepararme. Estaba tan nerviosa que casi olvido
201
traer una manta. No es que vaya a necesitarla. En cuanto Marcel se ocupe de ella,
pienso volver directamente al apartamento lo más rápida y silenciosamente posible.
Pero tengo que guardar las apariencias hasta que lleguemos a la terraza acristalada.
Es aquí. La recta final. Todo lo que tengo que hacer es seguir el plan.
Aun así, el corazón me late con fuerza todo el camino hasta la biblioteca
mientras troto por pasillos vacíos. ¿Y si Quinton estaba tan enfermo que no podía
dejarlo? ¿Y si sólo va a verme el tiempo suficiente para contármelo antes de volver a
cuidarlo? Eso no sería culpa mía. Tengo que tenerlo en cuenta. Y si tenemos que idear
un nuevo plan, tampoco será culpa mía.
Nunca pensé que verla me aliviaría, pero eso es lo que siento cuando la veo
esperándome frente a las puertas cerradas de la biblioteca. —No creí que pudiera
escaparme —confiesa en un susurro antes de que nos dirijamos a la terraza
acristalada—. Quinton no se encuentra muy bien. Se fue a la cama antes de que me
fuera.
—¿Qué le pasa? —pregunto, ya que eso es lo que hace la gente en momentos
así.
—Algún tipo de cosa estomacal. Seguro que mañana estará bien. —Vaya, ¿no
es un alivio? Como si me importara—. De todos modos, me hizo más fácil irme. ¿Eso
me convierte en una mala esposa? Parece que sí.
—Para lo que oía a mi tía y a sus amigas hablar de sus hombres, eso no es nada.
—Se ríe, y yo no puedo evitar reírme también. Pobre ilusa.
Tengo que admitir, la terraza acristalada es bastante impresionante, pero ese
es el caso con la mayor parte de este lugar. Todo está hecho a gran escala, y esta
habitación no es una excepción. —Vaya, hay árboles de verdad y esas cosas —digo
en un susurro mientras entramos.
—Lo sé, ¿verdad? Me encanta venir aquí y sentarme al sol cuando tengo
ocasión. Deberías venir conmigo alguna vez. Podemos pasar el rato leyendo. —La
felicidad en su voz casi me hace sentir culpable. Tengo que recordarme a mí misma
por qué estoy haciendo esto, y esa culpa se disuelve. Está recibiendo lo que se
merece.
—Claro. Suena bien. —Levanto la voz lo suficiente como para que cualquiera
que espere en las sombras o detrás de un árbol pueda oírme. ¿Está aquí? Son las once
y un par de minutos. Será mejor que esté si hay alguna esperanza de que esto
funcione. 202
Empieza a extender la manta y supongo que yo también debería hacerlo. No
sé qué planea Marcel ni cómo va a sorprenderla, pero tengo que seguirle la corriente
hasta que ocurra o me arriesgo a que se escape.
No me hace esperar mucho. Estoy alisando mi manta cuando veo movimiento
por el rabillo del ojo. Tengo que fingir que no me doy cuenta para que ella no se
entere. Está demasiado ocupada hablando.
Mientras tanto, Marcel sale sigilosamente de detrás de un árbol, arrastrándose
hacia nosotros. Esto es todo. Finalmente está sucediendo.
Miro hacia él. Lleva una jeringuilla en una mano, la luz de la luna destella en la
aguja mientras se mueve en silencio. Cada músculo de mi cuerpo está tenso, mis
sentidos en alerta máxima. Prácticamente oigo cómo se me eriza el vello. Está
ocurriendo, y no está en mis manos. Esto es lo que se merece.
Por fin se coloca la manta y se deja caer a mi lado, antes de que se le caiga la
mandíbula. —¿Quinton? —suelta, poniéndose de rodillas otra vez.
Al principio, pienso que debe de estar confusa, hasta que el sonido de dos
cuerpos chocando capta mi atención. Se mueven demasiado deprisa para que
entienda de inmediato lo que está pasando, pero pronto queda claro.
La siguió. El hijo de puta la siguió de todos modos.
Y ahora tiene a Marcel en una llave de cabeza, cortándole el oxígeno. —Te voy
a matar, hijo de puta —gruñe Quinton mientras forcejean. Aspen y yo gritamos, pero
por razones diferentes, cuando le quita la jeringuilla de la mano a Marcel antes de
clavársela en el cuello. Marcel jadea, gruñe y luego se queda sin fuerzas.
Se acabó. Nunca iba a funcionar en primer lugar.
Quinton, sudoroso y con el rostro gris, me mira fijamente, con el cuerpo
inconsciente de Marcel a sus pies. —Ahora —me dice—, hablemos de tu parte en todo
esto.

203
32
Lucas

P
or segunda vez en una semana, una llamada telefónica me despierta.
Busco el teléfono a tientas, con los ojos desorbitados, tras haber caído en
un profundo sueño. —¿Sí? —murmuro al contestar.
—Señor, tenemos un problema.
—¿Qué tipo de problema? —pregunto, sentándome, frotándome los ojos con
los puños.
—Una situación en el solárium. Te necesitamos de inmediato. —Reconozco
vagamente la voz de uno de los guardias. Mi despertador me dice que son más de las
once. ¿Qué puede estar pasando ahí arriba a estas horas de la noche?
—Y me necesitas, ¿por qué exactamente? ¿No podría esperar hasta mañana?
—Señor, tiene que ver con su hija.
204
Me levanto de la cama en un instante. —¿Por qué no lo dijiste para empezar?
¿Qué ha pasado? ¿Está bien?
—Está a salvo, señor, pero lo necesitan.
—Estaré allí en un minuto. —A la mierda mi vida. ¿Cuándo va a terminar esto?
¿Cuándo estará a salvo? Me pongo la sudadera antes de salir de mi habitación. La
puerta de la habitación de invitados está cerrada, como siempre a estas horas de la
noche. Me pregunto si debería avisar a Delilah de que voy a salir, pero puede que ya
esté dormida. Mientras cierre la puerta, no importa.
Además, no quiero perder ni un momento. Salgo corriendo hacia el ascensor y
casi corro por el pasillo cuando las puertas vuelven a abrirse. Un par de guardias
esperan fuera de la terraza acristalada, ambos asienten antes de apartarse para que
pueda entrar.
Lo primero que veo es lo último que espero: Delilah, sentada con las piernas
cruzadas sobre una manta que reconozco como la de la habitación de invitados, con
las manos esposadas a la espalda.
—¿Qué carajo ha pasado aquí? —Miro a mi alrededor y veo a Quinton apoyado
en un árbol cercano, con un álamo temblón en brazos.
Quinton mueve la barbilla y yo sigo la dirección de su mirada. —Marcel —
gruño. Está inconsciente, con el pecho subiendo y bajando uniformemente y la boca
abierta. Está tirado en el suelo, como si ya estuviera inconsciente antes de caer.
—Llegué justo a tiempo —dice Quinton. Hay asesinato en su voz, aunque suena
débil y tiene un aspecto horrible.
—¿Qué paso? —Me acerco a Aspen, tocándole el hombro—. ¿Estás bien?
—Estoy bien —murmura contra el hombro de Quinton, con el rostro aún oculto
para mí.
—Parece que Marcel tenía planeado inyectarle a Aspen lo que sea que le haya
influido ahora —explica Quinton con una sonrisa desagradable—. Supongo que ese
hijo de puta también tiene algo que ver con el hecho de que yo haya estado enfermo
como un perro desde la cena. Mi teoría es que quería alejarla de mí el tiempo
suficiente para meterle esa jeringuilla.
—¿Pero por qué? —Luego, por encima de todo, la pregunta a la que no me
atrevo a dar voz. ¿Qué tenía que ver Delilah con esto?
—Esa es una buena pregunta. Teniendo en cuenta que éste está durmiendo la
siesta, sólo una persona puede explicarlo. —Mira fijamente a Delilah, levantando el
labio en un gruñido—. Pero ella no habla. ¿Y tú? —le pregunta, alzando la voz.
205
Hay un rugido en mi cabeza. El calor se extiende por mi pecho, apretándolo y
dificultándome la respiración. —¿Segura que estás bien? —consigo preguntarle a mi
hija, que asiente sin levantar la cabeza. Mientras lo sepa, puedo centrar mi atención
en otras cosas.
—¿Qué quieres que hagamos con él? —pregunta uno de los hombres,
empujando con un pie el cuerpo inerte de Marcel. Sé lo que me gustaría decirles. Yo
también sé lo que me gustaría hacer, y para empezar, meterle un atizador al rojo vivo
por el culo.
Pero maldita sea, tengo que pensar en la escuela como un todo. No se trata sólo
de mi hija. Se trata de Corium, y aunque no hay muchas reglas por aquí, las que hay
son firmes. —Lo quiero fuera de las instalaciones para cuando se despierte —
anuncio—. Está suspendido indefinidamente. Y si sabe lo que le conviene, nunca me
mostrará su cara.
—Sabía que tramaba algo —gruñe Quinton. Sólo puedo gruñir de acuerdo y
desear haber hecho algo más que separarlo de Delilah. No tenía exactamente una
razón para echarlo, pero se me podría haber ocurrido algo. Cualquier cosa, con tal
de evitar esto.
Una vez más, le fallé a mi hija.
Y tengo que agradecérselo a la zorrita del suelo. Sigue mirando la manta
debajo de ella, inmóvil, apenas respira. —¿Y bien? —le grito, pero ni se inmuta—.
¿Vas a hablar por ti misma? ¿Cuál era el plan, Delilah? ¿Qué estabas haciendo aquí?
—¿Cómo ha podido mentirme? ¿Qué demonios me pasa para que haya podido
burlarme tan fácilmente?
No dice ni una palabra. No puedo decir que me sorprenda. Si hay algo que he
aprendido de ella es lo testaruda que es. Pero también sé cómo quebrarla y lo
divertido que es cuando me da una razón para que se arrepienta de lo que ha hecho.
Si antes pensaba que lo sentía, ahora se va a llevar una gran sorpresa. No ha
empezado a aprender el significado de la palabra.
—Ponla de pie. —Me alejo de ella, enfermo al verla. Toda la libertad que he
intentado darle. Cada pequeño comentario de sabelotodo que me he esforzado en
pasar por alto. Dejé de cerrar la puerta de la habitación de invitados y mira lo que
pasó. Así es como me lo pagó.
Aspen finalmente habla, levantando la cabeza y mirando por encima del
hombro hacia donde Delilah se encuentra ahora entre los dos guardias. —¿Qué vas a
hacerle? —susurra.
—La llevarán a una de las celdas de contención —le aseguro con la voz más 206
suave que puedo, teniendo en cuenta que quiero quemar la puta escuela hasta los
cimientos con Delilah todavía dentro—. No te preocupes. No la mataré.
—Volveremos a nuestra habitación. —Quinton interviene, acercando a Aspen
a su lado. Le daría las gracias por cuidar de ella, pero incluso en mi estado de medio
enloquecimiento, sé lo condescendiente que sonaría. Es mi hija, pero es su mujer.
Tiene tanto interés en su vida como yo, si no más.
Quinton lanza una mirada asesina más hacia Delilah antes de llevarse a Aspen.
Me doy cuenta de que no mira a la prisionera, y una cuchilla me atraviesa el corazón.
He permitido que esto ocurriera. Me dije a mí mismo que estaría bien que ella y
Delilah pasaran tiempo juntas siempre que estuvieran supervisadas. Las malditas
mentiras que me digo. ¿Cuándo aprenderé?
—Bajemos a las celdas. —Delilah sólo se estremece ligeramente ante eso,
probablemente sorprendida de que vaya con ellos. Si lo está, está olvidando con
quién está tratando. Como si fuera a dejar que esto fuera el final. Oh, no.
Especialmente cuando las celdas están insonorizadas. Nadie podrá oír sus gritos.
Excepto yo, claro, y pienso saborear cada momento.
Sigo unos pasos por detrás, viendo cómo los hombres la arrastran por el
pasillo. ¿Cómo ha podido? ¿Tan destrozada está? ¿Cuánto de lo que me ha contado es
mentira? ¿Hubo alguna vez algo de verdad?
Mi hija. No tengo ninguna duda de lo que Marcel intentó hacer una vez que ella
estuvo inconsciente. ¿Con quién está trabajando? Tiene que haber alguien afuera si
pudo conseguir drogas tan fuertes como para dejar inconsciente a un hombre adulto.
¿Me estoy engañando a mí mismo, pensando que ella me lo dirá? Vi por lo que
pasó cuando Quinton la tenía encerrada, y entonces no admitió ni una sola cosa. ¿Qué
hace que ahora sea diferente? No me voy a hacer ilusiones pensando que cambiaré
las cosas, ya que hasta ahora no lo he hecho. Incluso sabiendo que Aspen es mi hija,
aun así hizo esto.
¿Cuánto de esto es rabia por Aspen, y cuánto es rabia por mi propio bien?
Lauren tendría un día de campo con esta mierda.
Los guardias la empujan a la primera habitación a la que llegamos. Tengo la
enfermiza satisfacción de verla tropezar y caer contra el lavabo metálico. —Gracias
—les digo a ambos mientras ella lucha por ponerse en pie, con las manos aún
esposadas a la espalda—. Ahora, déjenos solos. —Jadea suavemente y me pregunto
por qué se sorprende. ¿No me conoce ya?
Espero a que se cierre la puerta para suspirar. —Voy a darte una oportunidad
—digo apretando los dientes—. Tienes esta única oportunidad de explicarte. Dime
por qué estabas allí, quién te dijo que lo hicieras, y puede que salgas de esta de una
pieza.
207
Cuando no dice ni una palabra, no puedo evitar gruñir y los viejos instintos se
desatan en mi interior. Los contengo a duras penas, pendiendo de un hilo. —O puedes
fingir que no sabes nada —continúo—, y entonces no podré prometerte que vivirás
para ver el mañana. ¿Qué prefieres? ¿Vas a ser sincera conmigo por una vez o vas a
obligarme a hacerte daño?
Ni siquiera eso obtiene respuesta. Ni siquiera me recuerda que sería mi
elección si la lastimo. —¿Has perdido la voz? —exijo, con los puños apretados—.
Contéstame, carajo. ¿Por qué has hecho esto? ¿Cuál era el propósito? ¿Qué creías que
iba a pasar?
Nuestros ojos se cruzan un instante, pero ella aparta la mirada.
Por alguna razón, eso es lo que lo hace. El hecho de que sé muy bien que me
escucha y entiende, pero sigue siendo demasiado obstinada para darme lo que
quiero.
Mi mano sale disparada, agarrándola por el cabello. Le echo la cabeza hacia
atrás, mirándola fijamente a los ojos, ahora llenos de miedo. —¿Así es como lo
quieres? —Le siseo en la cara—. ¿Así es como te gusta? ¿Cuándo te hago daño?
Entonces esto te va a encantar, zorrita mentirosa.
Grita de dolor cuando la tiro del cabello por la habitación antes de tirarla al
catre. Ese aullido me recorre e ilumina todos mis rincones más oscuros. Me recuerda
quién soy. Quién he sido siempre. Quién voy a ser ahora mientras ella no puede
detenerme.
Mis manos ya están en la cintura, bajando el chándal lo suficiente para que mi
polla se libere. —¿No quieres usar la boca para explicármelo? —murmuro,
acariciándome mientras me arrodillo en el borde del catre. Ella intenta acercarse lo
más posible a la pared, como si eso fuera a ayudar. El sonido de sus pequeños
gemidos es música para mis oídos.
—Recuerda que podrías haber evitado esto. —Cuando intenta apartar la cara,
le agarro la mandíbula con una mano y le fuerzo a abrir la boca antes de meterle la
polla de golpe. Se atraganta con tanta fuerza que su cuerpo se convulsiona—. No te
gusta, ¿verdad? Le vuelvo a meter la polla hasta el fondo de la garganta y la mantengo
así, con la nariz aplastada contra mi base, mientras ella gime y se atraganta a mi
alrededor.
—No tenía por qué ser así —le recuerdo mientras ella lucha por respirar—.
Podrías haberte quedado en la cama esta noche. Podrías haberte ocupado de tus
asuntos. En vez de eso, has intentado matar a mi hija. Mi puta hija. —rujo mientras las
lágrimas rodaban por sus mejillas. 208
Me retiro y ella resopla antes de que vuelva a penetrarla, cortándole el aire. —
Hasta ahora, he sido lo bastante amable como para dejarte respirar antes de que te
desmayaras. Esta noche no me siento tan bien. Podría perder la noción del tiempo.
Ella responde sollozando, incitándome a seguir, haciéndome imposible
detenerme. No, en lugar de eso, aprieto más, saboreando sus frenéticos intentos de
respirar.
Me utilizó. Me mintió. Incluso ahora, no quiere ser honesta. Se merece esto.
—¿Te apetece hablar ahora? —pregunto, apartándome para que pueda
respirar. Ver su cara roja y llena de lágrimas es afrodisíaco—. Lo siento. No te oigo
bien. —Cuando gime consternada, me río y la hundo más.
—Eso es —gruño, follándole la cara mientras llora—. Ponla bien dura. Bien
mojada también. Créeme. Vas a querer que esté muy mojada cuando te la meta por
el culo.
Chilla como la maldita cerda que es, haciéndome reír de nuevo.
—¿Qué? —me burlo, empujando dentro y fuera, usándola como ella necesita
ser usada. Es para lo único que sirve—. ¿No te gusta la idea? ¿Nunca te habían follado
por el culo? Así está bien. Estará bien apretado para mí. —Intenta sacudir la cabeza y
gritar su negativa, pero lo único que consigue es que la folle con más fuerza.
—Tal vez ahora aprenderás que no soy el tipo con el que jodes. Tal vez ahora,
finalmente recordarás. —Dios, es casi demasiado, la alegría de ceder a la brutalidad
que aún vive en mí. Sé que cuando acabemos tendrá moratones, y ése será el menor
de sus problemas. Y eso me emociona. Me hace querer hacerle más daño.
—¡Por favor! —jadea cuando me suelto, chorreando saliva—. ¡Por favor, no!
—Ya, ya. —Me río de sus intentos de resistirme mientras la pongo boca abajo,
con las manos inútiles atrapadas detrás de ella—. Es demasiado tarde para eso. Te di
una oportunidad, ¿recuerdas?
—¡Por favor, haré lo que quieras!. —Suelta un grito agudo cuando respondo
tirándole de los pantalones de yoga que lleva puestos hasta los muslos, junto con la
tanga.
—Claro que lo harás —gruño, separando las nalgas para revelar su agujerito
fruncido. Está bien cerrado, pero así debe ser. Será mucho más divertido forzar mi
entrada—. Resulta que quiero correrme. Vas a chillar para mí, ¿verdad? Vas a chillar
mientras te desgarro el culo. Tú te hiciste esto. Quiero que lo recuerdes.
Sigue intentando resistirse, pero lo único que consigue es que su culo rebote
arriba y abajo. La miro un momento, hipnotizado, antes de escupirle en el culo. Ella
retrocede y su agujero se cierra con más fuerza. —Créeme, quieres relajarte. —Me 209
río.
—Lucas. No hagas esto.
—No te atrevas. —La agarro por las caderas, clavando los dedos en su carne
firme hasta que suelta un jadeo de dolor—. No actúes como si tuvieras derecho a
hablarme como si fuéramos iguales. Nunca hemos sido iguales. Y todo lo que has
hecho es escupir sobre la confianza que intenté darte.
Ella solloza ante la presión de mi cabeza contra su puerta trasera. Pero noto que
ya no se resiste tanto. Como si supiera que no puede hacer nada para detenerme.
Hago girar las caderas, empujando hacia delante, y su cuerpo se tensa al
compás de un grito desgarrado que sale de su garganta. Cierro los ojos, absorto en
las sensaciones. Sus músculos me aprietan con fuerza, como un tornillo de banco,
pero aun así me abro paso hasta el fondo.
—Oh, mierda, sí —gimo, tirando de ella por las caderas mientras fuerzo mi
entrada.
No hay que ir despacio. Nada de contenerse. Necesito castigarla, y lo hago,
follándola con fuerza, saboreando cómo llora suavemente sobre la almohada. Le
pongo una mano en la nuca y la sujeto, y mis pelotas se tensan y se elevan al oír sus
sollozos ahogados.
Y cada vez que mis pelotas golpean el dorso de sus muslos, recuerdo lo que
podría haber perdido esta noche. Todo gracias a ella. Nada que pudiera hacer sería
demasiado duro después de lo que ella ha hecho.
—Voy a correrme —anuncio, y creo que esta vez solloza aliviada—. ¿Dónde lo
quieres? ¿Te lleno el culo con mi semen? ¿Para que sientas cómo gotea?
Me vuelvo a meter hasta el fondo, cerca del borde. —Y cuando te acuestes
aquí... —gruño antes de empujar de nuevo—, y lo sientas... recordarás por qué está
ahí.
La excitación me invade de golpe, y me rindo a ella, rugiendo mi descarga,
bombeando semen dentro de ella hasta que se derrama alrededor de mi pene y corre
por sus muslos. —Ya no está tan apretada —observo con una risita después de sacarla
y examinar mi obra. Ella sólo llora en respuesta, un sonido roto e inquietante que me
satisface más profundamente que cualquier orgasmo.
—Recuerda —murmuro mientras me pongo de pie y me meto los pantalones—
. Todo esto es obra tuya. Hice todo lo que pude para ayudarte a evitarlo. —Lo único
que hace es quedarse acostada, temblando. Le subo los pantalones, pero hasta ahí
llega la dignidad que se merece, y sólo porque sé que los guardias la van a vigilar y
no necesito sus putas preguntas. 210
Lo último que veo antes de cerrar la puerta y dejarla sola es su cuerpo agitado
mientras se derrumba, sollozando con más fuerza que antes. Me da un motivo para
sonreír cuando vuelvo al apartamento.
33
Delilah

¿C
uántos días han pasado? No tengo ni idea. El tiempo ha dejado de
significar algo otra vez. Como antes. Sin reloj, sin ventanas, sin
forma de saber si es de día o de noche en esta habitación siempre
luminosa.
Por quizá millonésima vez, mis ojos barren las paredes, las esquinas, el techo.
Tiene que haber una cámara en alguna parte. Aún no la he encontrado. Cada vez que
cierro los ojos más de un segundo, alguien aporrea la puerta. Aún no he dormido.
¿Cuánto tiempo puede vivir una persona sin dormir? Creo que lo leí una vez,
pero ahora no me acuerdo. No es que realmente importe, ya que no tengo forma de
saber cuánto tiempo ha pasado. Podría quedarme aquí acostada contando los
segundos, pero eso me volvería más loca de lo que ya estoy. 211
No puedo creer que esté haciendo esto otra vez. Ya debería estar
acostumbrada, aunque ahora me siento peor que antes. Tal vez sea porque ahora,
tengo algo más que añadir al tormento... culpa. La jodí. Debería haber sabido que
Quinton encontraría la forma de arruinarlo todo. Marcel no lo conoce como yo. Sé
hasta dónde está dispuesto a llegar por Aspen, no sólo el asesinato a sangre fría, sino
semanas y meses torturando a alguien antes de matarlo.
Debería haberle dicho algo a Preston por teléfono. Debería haberle advertido.
Pero sobre todo, no debería haber traicionado a Lucas. Lógicamente sé que no había
otra manera. No es como si alguna vez me hubiera elegido por encima de su hija.
Probablemente no me elegiría por encima de nadie.
Ni siquiera le debo nada, así que ¿por qué siento como si se lo debiera? ¿Por
qué me siento culpable por haberle traicionado? ¿Y por qué quiero que me perdone?
Supongo que moriré haciéndome todas estas preguntas. Cuando esté al borde
de la muerte, que será en cualquier momento, teniendo en cuenta que no he comido
ni bebido nada y que no he dormido nada, alguien vendrá y terminará el trabajo.
No alguien. Lucas. Estoy segura de que Quinton argumentará que debería
tener el trabajo, pero Lucas encontrará una manera de ganar. Porque no sólo traicioné
a Aspen, lo que para Quinton ya es bastante malo.
Ojalá acabara de una vez.
Al menos alguien entró y me quitó las esposas, probablemente un par de horas
después de que Lucas me dejara aquí. Para entonces, la ardiente agonía de mi culo
se había convertido en un dolor punzante. Pude asearme en el lavabo, pero cuando
volví a echarme agua en la palma de la mano, no salió nada del grifo. Desde entonces
está seco.
Se me aprieta el estómago y me hago un ovillo. Dios, tengo tanta hambre.
Tengo mucha sed. Casi me entran ganas de llorar, pero eso significaría
deshidratarme aún más.
A veces recuerdo mi vida normal. Tiempos en los que pensaba que tenía
hambre. Incluso solía decir que me moría de hambre. Qué puta broma. Claro que
había épocas en las que había que apretarse el cinturón, como decía mi tía, pero ¿qué
significaba eso? Nada de pedir una pizza un sábado por la noche, sino calentar en su
lugar una lata de chili sin sabor o de espaguetis. No era para tanto.
No tenía ni idea de cómo era el hambre de verdad. De lo desesperada que
puede estar una persona cuando apenas tiene fuerzas para moverse de lo famélica
que está. Aprieto los dientes y trago la saliva que tengo en la boca, fingiendo que es
agua. 212
Cierro los ojos en un intento desesperado de ahuyentar el hambre. Puede que
no haya pasado tanto tiempo como pensaba, ya que aún tengo que luchar contra las
punzadas. No durarán mucho más, pero yo tampoco si no bebo algo pronto. La sed
mata más rápido que el hambre. Eso lo recuerdo.
Por alguna razón, todavía hay una pequeña parte de mí que quiere vivir. ¿Estoy
tan mal de la cabeza? No es que tenga nada por lo que vivir.
Alguien aporrea la puerta y vuelvo a abrir los ojos. —Cabrones —susurro,
apretando los dientes hasta que me duelen. Qué tonta, cerrar los ojos. ¿En qué estaría
pensando? Quizá la cámara esté oculta en las luces. Las luces que nunca, nunca
apagan. Las luces que puedo ver desde detrás de mis párpados.
Se oye un chasquido y me doy cuenta de que viene de la puerta. Alguien ha
introducido una llave en la cerradura. Ahora la están girando. Me doy la vuelta, de
cara a la pared, y espero que pase lo que tenga que pasar.
El chirrido de las bisagras indica que la puerta se está abriendo. Me preparo,
ya totalmente despierta y lúcida gracias a la adrenalina que circula por mi organismo.
Unos pasos marcan la entrada del guardia...
...antes de que suene un segundo par de pasos. Escucho con atención, con el
miedo creciendo en mi pecho. Estoy segura de que sólo hay una persona a la que
Lucas permitiría visitarme, aparte de uno de los guardias, y es él mismo.
—Ponla de pie —gruñe. Tenía razón. No me molesto en oponer resistencia
cuando el guardia me agarra, me pone en pie y me hace girar para que me enfrente
al director.
Mantengo la mirada baja, alrededor de sus rodillas. No quiero que empiece a
quejarse de que he establecido contacto visual antes de que me invitara a hacerlo. O
quizá tengo demasiado miedo de mirarle, demasiado miedo de lo que me haría sentir.
—Te ves como el infierno.
No reacciono. Quiero decir, estoy segura de que parezco el infierno. ¿Se
supone que eso hiera mis sentimientos?
—Así que vas a ignorarme ahora, ¿es eso? ¿Se te ha vuelto a trabar la lengua?
—Su risa es como el sonido de clavos en una pizarra, y no puedo evitar estremecerme.
—Tenías mucho que decir la última vez que estuve contigo. Me pregunto qué
es diferente ahora.
Eso es, amigo. Desahógate. No me atrevo a preocuparme cuando la lucha por
mantenerme en pie ya ocupa gran parte de mi concentración. No puedo evitar
213
balancearme un poco. ¿O es la habitación la que se balancea?
—Despierta. —Sus afiladas palabras me sacan de mi estupor. Demasiada
adrenalina. Supongo que ni siquiera eso puede llegar tan lejos. No puedo evitar el
escalofrío que me recorre la espalda.
—Mírame. —Lo miro, pero sé lo que quiere decir. Ni siquiera le daré la
satisfacción de escabullirme, ya que sólo lo usará como excusa para abofetearme. O
algo peor. No es que nunca haya hecho cosas peores.
Así que levanto la mirada, obligándome a conectar con sus ojos. La oscuridad
infinita de su mirada despiadada me deja sin aliento. No parece él mismo. Ni siquiera
parece una persona.
Nunca he visto a nadie tan frío. Ni siquiera a Rossi, lo cual es mucho decir. Hubo
momentos en esa celda helada en los que pensé que ni siquiera era humano. Que era
un demonio o algo así.
Pero esto es otro nivel. Porque este hombre ha estado dentro de mí. Me ha
usado. También me ha limpiado muy suavemente, casi con ternura. Por el amor de
Dios, trató de introducirme al cine clásico. No somos extraños. Sin embargo, eso es lo
que se siente ahora.
—Ahí está —murmura—. Ahí está la pequeña zorra mentirosa.
No reacciones. No le des la satisfacción, maldita sea.
—¿Qué? ¿Ninguna respuesta inteligente? ¿Ningún comentario cortante? Me
sorprende. —Se cruza de brazos, con los ojos entrecerrados—. No llevas aquí tanto
tiempo. Pensé que eras más fuerte que esto. Diría que estoy decepcionado, pero no
puedes decepcionarme más de lo que ya lo has hecho.
Ya no puedo hacer esto. No puedo mantenerme en pie... estoy demasiado
cansada. Sin darme cuenta, las rodillas me fallan y el suelo sale a mi encuentro. Me
preparo para que mi cuerpo golpee el suelo implacable, pero en lugar de eso, mi
cabeza aterriza contra un pecho firme. Unos brazos fuertes me rodean y me dan el
apoyo que tanto necesito para mantenerme en pie.
Por un momento, cierro los ojos y hago como si estuviera en otra parte. Estoy
en el piso de Lucas, él me abraza en el sofá y me susurra dulces palabras al oído.
Por ese breve momento, estoy a salvo. Soy feliz. Soy amada.
—De pie —gruñe Lucas, empujándome como si no fuera nada para él. Tropiezo
hacia atrás, sorprendiéndome a mí misma por no caer de culo en cuanto me suelta—
. Te pondrás de pie en mi presencia. ¿Lo entiendes? —Apenas inclino la barbilla,
parpadeando con fuerza para intentar despertarme. También respiro hondo varias
veces, esperando que el oxígeno me despeje la cabeza. 214
—Así que eso es lo que se necesita, ¿eh? —Lucas reflexiona en voz alta. Parece
que se está divirtiendo—. Ahí es donde se quedaron cortos antes. Deberían haber
hecho que no pudieras dormir. Bueno, Quinton es joven. No tiene la experiencia que
yo tengo. Estoy seguro de que nunca ha torturado a nadie hasta la muerte.
No, pero definitivamente ha matado. Muchas veces. Se me escapa una burbuja
siniestra de risa.
—¿Te hace gracia lo que he dicho? —me pregunta, tomándome la barbilla y
levantándome la cabeza hasta que nuestros ojos vuelven a encontrarse.
Se acerca y, por un momento de locura, creo que va a besarme. Eso demuestra
lo que le pasa al cerebro de una persona cuando lleva días sin dormir.
Me mira a la cara y sus labios se tuercen en una mueca. —¿Qué se siente al
saber que tu pequeño plan se fue a la mierda? ¿De verdad creías que podrías superar
a Quinton? Seguro que sí, porque no sabrías lo que es que te quieran.
No reacciones. Hagas lo que hagas, no reacciones.
—Supongo que no debería sorprenderte —continúa con una voz
engañosamente tranquila y suave, como hielo patinando sobre mi espina dorsal—. Ni
siquiera puedo echártelo en cara. Desde el momento en que naciste, estoy seguro de
que la gente te ha dicho que no vales nada. Inútil. Una carga. Así que, ¿cómo pudiste
evitar fracasar en tu pequeño plan?
Mantente fuerte. Eres mejor que esto. Sé que sólo quiere destrozarme. Quiere la
satisfacción de hacerme llorar, y con un guardia en la habitación, es menos probable
que me baje los pantalones y me folle. Así que tiene que usar otro método. Pero no
voy a dejar que gane. Nada en el mundo me ha importado más que no dejarlo ganar.
—Supongo que no sabes que no hay nada que una persona no haga para
proteger a su ser querido. —Su mirada se endurece y se intensifica—. No lo sabrías
porque en realidad no eres digna de amor. Lo mismo ocurre con tus compañeritos.
Marcel, y con quienquiera que estuviera trabajando en el exterior.
Eso es todo. Ese es el final. Quiere un nombre.
—¿Quién es? —susurra—. Vamos. Tienes la oportunidad de hacer algo bien
por una vez. Puedes compensar un poco el daño que has causado. Haz lo correcto. Yo
me encargaré del resto.
—¿Ya has terminado? —gruñí—. ¿O no estás cansado de oírte hablar?
Su agarre se estrecha un instante antes de lanzarme hacia atrás. Miro fuera del
catre y me raspo la rabadilla contra el marco. El dolor me sube por la columna. Sigo
gimiendo de dolor cuando me vuelve a poner en pie.
215
—Debería haberlo sabido. Ni siquiera puedes tomar la decisión correcta, la
única que te ayudará en una situación como ésta. Donde es obvio que a nadie le
importa una mierda lo que te pase. ¿Lo pensaste un momento antes de poner en
marcha tu plan? Eres prescindible. Eres un peón. La persona que está detrás de esto
dormirá bien esta noche, sin importarle un carajo lo que te haya pasado. ¿Y aun así
vas a protegerlos?
—No soy una rata —susurro, y esta vez no necesito su ayuda para levantar la
barbilla. Puedo hacerlo yo sola.
Levanta las cejas. —¿Debo aplaudir? ¿Debo respetarlo? Porque desde mi punto
de vista, eres una tonta. Una mentirosa. También podrías ser una rata porque ya me
has traicionado. Alguien que intentó hacer el bien por ti.
—¿Hacer bien por mí? —Por alguna razón, de todo lo que ha salido de su sucia
boca, eso es lo que finalmente lo hace. No puedo quedarme callada—. ¿Desde cuándo
has hecho bien por mí? ¿Qué, porque no me hayas matado antes, se supone que debo
estarte agradecida? ¿Porque sólo me has usado un par de veces como si ni siquiera
fuera humana, debería romper a llorar de vergüenza? ¿Porque te traicioné?
Ahora, estoy despierta de nuevo. Ahora, no me importa si me hace parecer
débil reaccionar. No puedo evitarlo. —Dite a ti mismo todo lo que quieras, que eres
el bueno —murmuro entre dientes apretados—, pero los dos sabemos la verdad. Lo
único que quieres es machacarme para sentirte superior al menos a una persona en
este instituto. Pues que te den.
—Yo tendría cuidado con lo que digo si fuera tú —susurra—. La próxima vez,
podría volver solo. Y creo que ambos sabemos que no puedo evitarlo cuando te tengo
a solas.
Tal vez sea la terquedad que hay en mí la que me impide soltar lo que se me
pasa por la cabeza. Claro, probablemente sea la única manera de que se te levante.
Quiero morir, pero no estoy tan desesperada por dar mi último suspiro. Y sé que lo
haría si dijera eso. Probablemente me rompería el cuello sin pensarlo.
Como no reacciono, niega y chasquea la lengua. —No pasa nada. Soy un
hombre paciente, Delilah. Los que tenemos libertad para comer, beber y dormir
cuando nos place podemos permitirnos ser pacientes. Ya entrarás en razón. —Me
gustaría que aguantara la respiración hasta que llegue el momento, pero me conformo
con que se largue de mi vista. Lo hace, seguido del guardia, que cierra la puerta como
siempre.
Me desplomo sobre el catre, me hago un ovillo y vuelvo a mirar a la pared. Esta
vez, cuando las lágrimas amenazan con llenarme los ojos, no me molesto en luchar
contra ellas. Ahora no tengo fuerzas.
216
No te quieren. No vales nada. Eres un fracaso. Nadie te ha amado nunca. Porque
estás rota.
Ya no estoy tan segura de querer morir. Ahora quiero vivir. Ahora tengo una
razón para hacerlo.
Voy a hacerlo pagar. Voy a hacer que todos paguen aunque sea lo último que
haga.
Esta vez, cuando cierro los ojos, nadie aporrea la puerta. No sé si eso se debe
a que Lucas ha decidido retroceder un poco o a que he tenido suerte. El sueño me
vence antes de que pueda decidir qué es más probable.
34
Lucas

M
i bandeja de entrada está llena. Hay una docena de mensajes de voz
esperando a que les preste atención.
Pero aquí estoy, en mi apartamento, tomando un whisky,
demasiado enfermo en lo que me queda de alma para hacer algo más que oscilar
entre la rabia y el odio a mí mismo. Ese ha sido el ritmo de mis días desde que dejé a
Delilah en esa celda. Desde que casi perdí a mi hija tan poco después de encontrarla.
Culpa mía. Mi maldita culpa. Me dije a mí mismo que la mantenía aquí por el
bien de Aspen, sin embargo, no podría haber hecho más fácil que se fuera a mis
espaldas. La retrospectiva es 20/20, ¿verdad? He pasado cada momento desde
aquella noche repasando las muchas veces que podría haber elegido de otra manera
y haber evitado lo que finalmente ocurrió. 217
Podría haberla dejado encerrada aquí, para que no pudiera escabullirse. No
dejar el cuarto de huéspedes sin llave, no dejarla andar por ahí como si fuera la dueña
del apartamento.
Podría haber mantenido mi palabra y haber rechazado cualquier tipo de
contacto sexual entre nosotros.
Podría haber echado a Marcel de la escuela por alguna razón, cualquier razón.
Debería haberlo sabido, debería haber visto que algo se estaba gestando.
Debería haberme asegurado de que Delilah y Aspen nunca pasaran tiempo
juntas. Ese podría ser el error más lamentable de todos. ¿Por qué no vi a través de
Delilah? Debería haberle prohibido que conociera a mi hija. No debería haber
permitido que pasaran tiempo juntas, ni siquiera supervisadas. La chica es lista,
astuta. Debería haber sabido que encontraría la manera de eludir a Quinton y tener
unos momentos de intimidad con Aspen.
Pero estaba demasiado ocupado diciéndome a mí mismo que lo tenía todo bajo
control. Que mientras me asegurara de que la chica sabía quién mandaba, todo
funcionaría como una máquina bien engrasada. ¿Quién demonios me creo que soy?
Mi orgullo casi hace que Aspen sea secuestrada, asesinada y quién sabe qué más.
Por algo me la habían ocultado. Tengo que reírme de mí mismo mientras me
sirvo otro escocés, ya que el primero no ha funcionado. Dudo que éste lo haga
también. No sé si queda suficiente en la botella para borrar la profundidad de mi odio
hacia mí mismo. Charlotte sabía que yo no era apto para ser padre. Diablos, todo el
mundo lo sabía. Hay algo dentro de mí que está demasiado roto, demasiado retorcido.
Puedo limpiar mis actos todo lo que quiera. Eso no cambia nada.
Cuando suena mi teléfono, le gruño. El mundo sigue girando. A la mierda el
mundo. Puede ocuparse de sí mismo durante un rato. El timbre se detiene y suelto un
suspiro de alivio, antes de que empiece de nuevo casi de inmediato.
Hay algo que me hace hervir la sangre. Cruzo la habitación, tomo el teléfono y
se me revuelve el estómago cuando veo que llama Nic. Por supuesto. Nadie más
seguiría llamando hasta que me enojara lo suficiente como para obligarme a
contestar. No sé si soy capaz de alegrarme de tener noticias suyas, pero, de todos
modos, nunca nos hemos confiado mucho de las formalidades.
—¿Sí? —pregunto al responder, agitando el hielo de mi vaso.
—He oído que esta noche ya estamos hasta arriba de licores.
—Lo estamos —gruño—. ¿Ahora eso va contra la ley?
—Sabes que no lo es. Tómatelo con calma. No puedes dirigir una escuela
218
cuando estás medio en la bolsa todo el tiempo.
—¿Quién dice que yo...?
—Nadie. —Dios. Te estoy rompiendo las pelotas.
—Tendrás que perdonarme, pero no estoy de humor para que me rompan las
pelotas.
—¿Quién es? —Lo deja pasar, pasando rápidamente a otro tema—. Encontré
algo que sabía que querrías saber. No pude evitar indagar más en la confianza. Había
algo que no me cuadraba.
Sigue siendo apenas suficiente para captar mi interés en mi estado medio
borracho. ¿Qué importa ya todo esto? Nada de lo que diga va a exonerar a la chica de
la celda. —Ya somos dos. ¿Qué has encontrado?
—Se trata de las letras pequeñas. El dinero está a su nombre, sí, pero no es tan
sencillo.
Maldita sea. Así, sin más, vuelvo a preocuparme. Apenas respiro mientras me
siento con mi bebida. —Vamos.
—Para empezar —prosigue con un suspiro—, el banco no le permitiría acceder
al dinero a menos que Matteo o Rico estuvieran presentes en el despacho del
abogado cuando ella firmara el papeleo.
—Jesucristo. —Debería haber sabido por lo que me dijo que Dick no me lo
pondría fácil.
—Y en caso de que fallecieran, es decir, que ninguno de los dos estuviera
disponible cuando ella intentara reclamar lo que es suyo, el dinero se transfiere
automáticamente a una cuenta en el extranjero.
La imagen completa está clara ahora, y me enferma. —Estaba preparando un
plan de emergencia. Una vez que supo lo que esos cabrones iban a hacer a Aspen,
quería asegurarse de que había dinero de escape para cuando la familia Rossi llamara
a la puerta.
—Así que si sus hijos morían, el dinero seguía siendo accesible. Que era todo
lo que le importaba. No tenía nada que ver con Delilah. Estoy seguro de que no tenía
intención de que ella viera un centavo, incluso si las cosas volaban y todos vivían.
—Si sobrevivía y los chicos no, tendría mucho dinero para arrastrar el culo. En
lugar de poner en marcha planes para proteger sus vidas, se aseguró de establecerse
a sí mismo. 219
—Puto idiota.
—Concuerda con todo lo que ella dijo de él. Se preocupaba por sus hijos más
que por ella, pero en última instancia, se preocupaba por sí mismo por encima de
todo.
—Al menos sabes que en eso decía la verdad.
—No es que sirva de mucho. Tenía que ir y destruirse a sí misma.
Nic hace un ruido pensativo. —¿Es eso lo que hizo?
—¿Cómo puedes preguntarme eso? Casi hace que maten a Aspen. ¿Crees que
merece vivir después de eso?
—No estamos hablando de mí. Es de ti.
—¿Qué demonios se supone que significa eso? —Me trago el resto de la
bebida, pero la rabia que se está gestando en mi pecho es más caliente que el camino
que el licor esculpe al bajar por mi garganta.
—No sé qué se supone que significa. Sé que, pase lo que pase, vas a hacer lo
que sea mejor para ti y para tu hija. Al fin y al cabo, es lo único que podemos hacer.
Protegemos lo que es nuestro.
Pero ese es el problema al que tengo que enfrentarme tras colgar la llamada.
Sentado en mi silencioso apartamento, mirando a la pared, considerando servirme
otra copa. No protegí lo que es mío. Llegué después del hecho, una vez que se había
hecho la protección. Tuve que ser despertado de la cama por un maldito guardia. Yo
no estaba allí cuando Aspen me necesitaba una vez más. Lo único que hice fue limpiar
los cabos sueltos, e incluso eso no se ha hecho del todo, ya que Delilah sigue en una
celda. Mientras siga viva, ese final no se ha atado.
¿Dónde está ahora mi lado oscuro? ¿El lado que encontraba tan fácil castigarla
hasta que gritara? Me vendría bien ahora mismo. Él me haría posible terminar esto,
como sé que debe ser terminado.
No ayuda que todo lo que veo en este lugar me trae un recuerdo de ella.
Cenando, viendo una película e incluso sentados en silencio mientras ambos
trabajábamos. Y, por supuesto, las habitaciones tienen sus propios recuerdos.
Aunque la mate, nunca me libraré de ella. Y eso es culpa mía. Esa es mi
debilidad, mi estúpido error. Permití que se acercara demasiado, tanto que su traición
me golpeó hasta la médula. Perdí la perspectiva porque perdí el control sobre mí
mismo. Una y otra vez, fui en contra de lo que el instinto me decía que era correcto en
favor de lo que quería en ese momento.
Y siempre, me decía a mí mismo que lo tenía bajo control.
220
Sólo puedo hacer una cosa. Lo que debería haber hecho desde el principio. En
lugar de servirme otra copa, voy a la habitación de invitados y saco un juego de ropa
limpia. Añado una manta limpia al montón y me coloco dos botellas de agua bajo el
brazo. Es lo bastante tarde como para que los pasillos estén prácticamente vacíos, y
cualquiera que me ve al pasar no se toma precisamente la molestia de iniciar una
conversación. Me imagino mi aspecto. Una cosa que siempre he sabido hacer es
poner una imagen premonitoria. Cuando estoy de humor, no tengo que esforzarme.
Irradia de mí.
Esta vez, cuando el guardia abre la puerta, le digo que espere fuera. Esta es
una conversación que debemos tener en privado.
Está acurrucada en la esquina del catre, de cara a la pared. Me digo que no le
preste atención y dejo caer el montón a los pies de la cama. —Son para ti —murmuro
antes de retroceder.
Por fin se atreve a mirar por encima del hombro. Cuando confirma que estoy
solo, mira lo que le he traído. No espero que me dé las gracias y no me las da. —
Esperaba un filete.
—Resulta que en la cocina no hay filetes para gente que trama que maten a
otros estudiantes.
Gira de nuevo la cara hacia la pared, sus hombros suben y bajan mientras
suspira. —¿Algo más? ¿Quieres follarme hasta que sangre esta vez?
—Esta vez no. Jamás. No volverá a pasar.
Ella resopla. —Eso has dicho antes.
—Esta vez, lo digo en serio. Esta vez, voy a hacer lo que debería haber hecho
todo el tiempo. Voy a alejarme de ti. Ahora estás por tu cuenta, Delilah.
Una risita desganada sale de sus labios. —Siempre he estado sola, Lucas. ¿No
lo entiendes?
—No, eres tú quien no lo entiende. Podrías haber tenido algo bueno aquí en
Corium. Podrías haber tenido un amigo... tal vez incluso más. Fuiste tú quien lo tiró
todo por la borda.
Su respiración se entrecorta, traicionándola. No es que no supiera que todo
esto era una actuación. Está sufriendo, de eso no hay duda, por mucho que intente
fingir lo contrario.
Finalmente, se da la vuelta y no puedo evitar que se me agite el pecho al ver su
aspecto atormentado, con los ojos grandes y las mejillas hundidas. Lleva pocos días
sin comer, pero el efecto es visible. —¿Ya está? —susurra—. ¿Puedo irme? 221
—¿Cuándo he dicho eso? No, permanecerás en Corium. Dejaré que el consejo
decida qué hacer contigo. Esta es la última amabilidad que tendré contigo. —Señalo
con la cabeza el montón de ropa.
—No. No, por favor. —Se sienta, temblando, mientras se le cae lo último de su
orgullo—. Por favor, no me dejes aquí abajo. No le he hecho daño. No iba a hacerlo;
les dije que no sería capaz de hacerlo.
—¿A quién se lo dijiste?
Aprieta los labios agrietados formando una línea apretada. Suelto un suspiro
frustrado ante su inquebrantable falta de voluntad para hablar.
Su voz sube de tono y volumen cuando repite: —¡No le he hecho daño!.
—Tuviste tu oportunidad y elegiste darle la espalda.
—Por favor, Lucas. Por favor, no me dejes sola. —Su voz se entrecorta un
instante antes de que una sola lágrima se deslice por su mejilla—. No volveré a
intentar algo así. No me acercaré a Aspen. Te lo juro.
—¿Sabes cuál es la peor parte? —pregunto, manteniendo las distancias por
mucho que quiera acercarme a ella—. No sé si algo de lo que dices es verdad o no.
Todo esto podría ser una actuación.
—¡No lo es!
—¿Igual que no fue una actuación cuando te desviviste por hacerte amiga de
Aspen? —Sus hombros se desploman cuando se da cuenta de la verdad—. No puedo
creerte, y ya no lo haré. Has quemado tu último puente.
Se cubre la cara con las manos, negando. —Por favor...
—No volveré aquí abajo otra vez. —No puedo soportar mirarla más. Tengo que
salir de esta celda, lejos de ella, y dejar atrás este espectáculo de mierda.
Pero incluso cuando salgo y escucho el clic de la cerradura al encajar, sé que
no será tan fácil. No con el sonido de su llanto desconsolado resonando en mis oídos.

222
35
Delilah

É
l no lo decía en serio. Volverá. Esa fue sólo otra de sus amenazas, una
forma de doblegarme para que la próxima vez que me visite, haga lo que
él quiera.
Y en este momento, lo haré. No importa lo que sea, lo haré. Puede tomar el
agujero que quiera. Me arrastraré, rogaré, lameré sus zapatos si es necesario. Lo que
sea, con tal de que esto termine. No sé cuánto tiempo más podré quedarme sola en
esta celda, totalmente desconectada del resto del mundo.
Al menos tengo agua y ropa limpia, ¿no? La risa medio enloquecida que brota
de mí al pensarlo es preocupante. Me estoy volviendo loca. He intentado mantener la
compostura, pero es sólo cuestión de tiempo.
Casi desearía que me hubiera anunciado que era hora de morir. No importa lo 223
fuerte que sea. Si me deja sola, lavándose las manos, estoy muerta de todos modos. Y
él lo sabe. Ahora, tendré la diversión de anticiparlo.
Sigo apostando por Quinton, pero ¿quién sabe? Puede que decida
subcontratar. Quizá lo disfrute más si se queda mirando.
Estoy a punto de dormirme -es lo único que se puede hacer aquí- cuando un
repentino clic en la cerradura me sobresalta. Me incorporo, con el corazón en un puño
y las manos entre las rodillas para que no me tiemblen. ¿Será ahora? ¿Es ahora cuando
ocurre?
¿O Lucas decidió que no ha terminado conmigo después de todo?
Resulta que la persona que entra por la puerta es la última que esperaba ver.
—Aspen.
—Hola —murmura antes de lanzar una mirada mordaz al guardia.
Probablemente sea el que menos me gusta de todos ellos, aunque al menos ninguno
me ha puesto la mano encima ni me ha amenazado.
Acepta su mirada por lo que significa y nos deja solos. —Entonces —murmuro
una vez que estamos las dos solas—, ¿te enviaron a hacerlo? ¿O sentías que merecías
hacerlo?
—¿Qué quieres decir?
—No juegues conmigo ahora, por favor. ¿Has venido a matarme? Si es así, me
gustaría que acabaras de una vez.
—No, no he venido a matarte. ¿Por qué pensarías eso?
—Como dije, no estoy de humor para juegos. Si no viniste a matarme, ¿para
qué viniste?
—Sólo quería saber... —Mira al suelo, con el cabello cayéndole a ambos lados
de la cara—. Quería saber por qué. Nunca te hice nada. Incluso te presté mi ropa.
Intenté ser tu amiga. Te salvé la vida.
Así que es esto. Ella quiere un pequeño cierre antes de que me vaya. Porque
todo se trata de ella, ¿no? Como siempre—. ¿De verdad no lo sabes? ¿Ya has olvidado
lo que hiciste?
—No sé de qué estás hablando.
—Nash. Estoy hablando de Nash.
Levanta la cabeza, con los ojos muy abiertos, y ahora un rubor le sube por el
cuello. —Me estaba defendiendo.
—¿Tantas puñaladas necesitaste para defenderte? Por lo que he oído, fue
exagerado. 224
—Iba a violarme.
Quiero alejarme de sus feas palabras. En lugar de eso, lo único que hago es
burlarme. —Eso dices tú. ¿No es conveniente ya que no puede defenderse ahora?
—Tal vez no lo conociste como yo. Me odiaba. Había algo enfermo y retorcido
en su cabeza, y lo volvió contra mí. Después de esa noche, se burló de mí. Aunque no
estaba en el video, lo sabía. Como estaba allí, grabó el vídeo.
Nash estaba jodido, más allá de cualquier ayuda, pero era todo lo que tenía. La
única persona a la que parecía importarle una mierda.
—Por supuesto que sí. Y cuando enloqueciste, como tú dices, te llevaste a la
única persona a la que yo le importaba una mierda. —Odio cómo me tiembla la
barbilla, pero no puedo evitarlo. Incluso ahora, después de todo este tiempo, el dolor
está tan fresco—. ¿Sabías que íbamos a casarnos? Por fin iba a tener una vida.
—No lo sabía —susurra.
—Nunca le importé a nadie. Me olvidaron. Mi propia familia me rechazaba. Él
fue la única persona que se interesó por mí. Iba a ser mi marido. Ahora no tengo a
nadie, y tú lo tienes todo. Así que sí, te tendí una trampa porque mataste a la única
persona que he amado.
Retrocede un paso y se golpea contra la pared. Cruza los brazos y se apoya en
ella. —Yo tampoco lo sabía.
—Ahora sí.
—Lo hice porque podría haberme matado fácilmente, y mató una parte de mí...
fue él quien me drogó aquella noche. Eso es lo que me dijo cuando me atacó. Él me
dio la droga que me hizo perder a mi bebé.
—Cariño... yo... lo siento.
—Siento que hayas perdido a alguien a quien querías, pero no siento haberme
defendido.
—Sé que no era una buena persona, pero era la única que tenía.
Durante unos minutos, un pesado silencio se cierne entre nosotros. No quiero
creer que Nash llegara tan lejos, pero en el fondo sé que lo hizo. Siempre supe que
era capaz de cosas terribles. Pero preferí pasar de largo porque estaba desesperada
por que me quisiera.
Cuando vuelvo a mirar, Aspen pone cara de estar concentrándose mucho.
¿Qué estará haciendo? Probablemente pensando en cómo acabar conmigo.
—De acuerdo. Tenemos que sacarte de aquí. 225
—Oh, claro. Estaba pensando lo mismo. —Pongo los ojos en blanco—. Déjame
adivinar, por salir, ¿te refieres a matarme y tirar mi cadáver fuera?
—No. Lo digo en serio. Te vas, como salir de aquí. Ahora.
El caso es que parece seria. Ya empezaba a preguntarme si jugaba con la
baraja completa, como decía mi tía. Una cosa era cuando estaba tan desesperada por
ser mi amiga. Pero esto es otro nivel de locura. —¿Por qué?
—Porque creo en dar segundas oportunidades a la gente.
—Pensé que ya había jodido mi segunda oportunidad.
—Bien, quizá una tercera oportunidad... Mira, no sé por qué veo a esta buena
persona en ti, pero algo me dice que está ahí y que merece la pena darte una
oportunidad de verdad. Una lejos de todo esto.
—¿Cómo crees exactamente que va a funcionar?
Me mira de arriba abajo. —Escondí un abrigo y un sombrero en un armario
cerca de la entrada. Hay algo de dinero en el bolsillo. Tienes que tomar el helicóptero
hasta Takotna y luego subirte a un avión. Una vez que llegues a North Woods, puedes
usarlo para ir a donde necesites.
Me quedo con la boca abierta. O me está gastando una broma cruel o estoy
alucinando.
—Espera un segundo. ¿Ya estabas planeando esto?
—Sólo quería hablar contigo primero. Tenía que saber por qué me engañaste.
Ahora lo sé.
—¿Y todavía quieres ayudarme?
—Vamos. Estamos perdiendo el tiempo. —Comprueba su teléfono, frunciendo
el ceño—. Vine aquí específicamente a esta hora porque los guardias cambian de
turno en unos dos minutos. Siempre hacen el tonto un rato, poniéndose al día de lo
que ha pasado durante el día. Eso debería darnos tiempo para subir antes de que
alguien sepa que te has ido.
—Espera, espera. —Me pongo en pie, temblando de emoción pero también
escéptica como nunca—. ¿Cómo sé que esto va en serio? ¿Y si me vas a sacar de aquí
a escondidas porque tu marido y sus amigos quieren darme una paliza y dejarme
desangrándome en la nieve?
—Supongo que tendrás que confiar en mí, ¿no?
—No te ofendas, pero eso no es tan fácil de hacer. 226
—No soy yo quien ha mentido. No soy la que ha fingido ser tu amiga sólo para
que otro te hiciera daño.
—¿Has oído hablar de la venganza?
—Sí, lo sé todo sobre eso. Y sé que es una pérdida de tiempo. —Vuelve a mirar
la hora y frunce el ceño—. Vamos. No tenemos mucho tiempo. ¿Te apuntas o no?
Por un lado, todavía estoy bastante segura de que todo esto es una estratagema
para que Quinton me mate.
Por otro lado, ¿cuál es la alternativa? ¿Esperar aún más lo inevitable? Además,
aunque no debería, una parte de mí la cree. Tal vez mi cerebro se está ablandando
después de estar aislado todo este tiempo.
Se queda junto a la puerta, mirando el teléfono, esperando el momento
oportuno. —¿Estás lista? —susurra.
Asiento, esperando que nadie esté mirando el vídeo de seguridad. —Espero
que tengas razón —susurro.
—Lo estoy haciendo. Sígueme y no digas nada. —Abre la puerta lo suficiente
para poder asomarse al pasillo. Una vez satisfecha, la abre unos centímetros más
antes de escabullirse por el hueco y hacerme señas para que salga detrás de ella. Es
ahora o nunca.
Salgo de la celda. Por fin estoy fuera.
Y ahora corro más peligro que nunca, cuando Aspen cierra la puerta y me toma
de la mano. Apenas tengo fuerzas para correr, pero tengo que hacerlo. Tengo que
salir de aquí. Una vez en North Woods, por fin podré llegar a la casa que Nash me dijo
que encontrara. La dirección está grabada a fuego en mi memoria. Si hay suficiente
dinero en el bolsillo del abrigo para conseguir un taxi desde el aeropuerto, estoy en
casa libre.
Pero no hasta que lo logremos y salgamos de aquí.
En lugar de tomar el ascensor, me lleva a una escalera. —No esperarás en serio
que sea capaz de hacer esto, ¿verdad? —pregunto, exasperada ante la idea de tener
que subir todas esas escaleras en mi estado.
—No tienes elección. Vámonos. Mueve el culo. —Se adelanta y la maldigo en
voz baja antes de impulsarme a seguirla. No puedo dejar que el cansancio y la
debilidad se interpongan en mi camino. No cuando el resto de mi vida depende de
ello. Ya tendré tiempo de descansar cuando sea libre.
Cuando llegamos al último tramo, casi tengo que levantar las piernas con las
manos para pasar de un escalón al siguiente. —Sólo un poco más —susurra,
animándome desde más adelante—. Date prisa. Me aseguré de que el helicóptero 227
estuviera esperando.
—¿Qué hay en esto para ti? —Es mejor que pensar en mis piernas casi
entumecidas y en que podría vomitar aunque no tenga nada en el estómago.
—No lo sé. No me parece bien tenerte encerrada así. —Levanta una mano y
retrocedo un paso antes de que abra la puerta para asegurarse de que no hay moros
en la costa. El corazón me late con fuerza en los oídos mientras espero, y cuando me
hace señas para que pase, ese latido se convierte en un golpeteo que estoy segura de
que me matará antes de que llegue a respirar aire fresco.
Nos mantenemos pegadas a las paredes, escabulléndonos por el ancho pasillo
que conduce a la salvación. Antes de llegar a las puertas, Aspen se detiene en un
armario. Sale con un abrigo acolchado que me pongo rápidamente, junto con el gorro
de punto que me ofrece. Meto las manos en los bolsillos y cierro los dedos en torno a
un fajo de billetes. Si todo esto es un truco muy elaborado, es que lo ha hecho con
todas las de la ley.
—Vamos. Deprisa. —Vuelve a abrirme camino y no tardo en salir al aire frío y
limpio. Es un cambio lo bastante repentino como para sacudir mi sistema, pero en
todo caso, me da el incentivo adicional para arrastrar el culo hasta el helipuerto.
—No puedo devolvértelo —le recuerdo mientras corremos.
—No te lo estoy pidiendo. Lo que pase después de esto, es cosa tuya. Al menos
ahora tienes una oportunidad. —Llegamos al helicóptero y el piloto abre la puerta.
Aspen se queda atrás mientras yo subo. Una vez sentada, la miro. Está temblando y
me pregunto si es su abrigo lo que llevo puesto.
—Gracias. Se siente vacío, sin sentido, pero es lo menos que le debo.
—De nada. —Gira y corre, probablemente tratando de asegurarse de que no
la echen de menos una vez que den la alarma de que me he ido.
Esto parece demasiado bueno para ser verdad. Nadie saltó y me agarró. Nadie
me arrastró de vuelta a mi celda. El piloto enciende los motores y en unos instantes
despegamos del suelo.
No me lo puedo creer. Una oleada de emociones me golpea de golpe, pero no
puedo decidir si quiero reír o llorar. No volveré a pisar ese lugar. Lo dejo todo atrás.
A partir de ahora, mi vida me pertenece sólo a mí.
Y pensar que tengo que agradecérselo a Aspen Rossi.

Esto no es lo que esperaba.


228
—¿Este es el lugar? —Mi taxista estira el cuello, mirando a través del parabrisas
el edificio de aspecto bastante destartalado. No es el tipo de lugar al que esperaba
que Nash me enviara. Aquí estaba, sintiéndome orgullosa de mí misma, orgullosa de
haber hecho por fin lo que me había ordenado. Apenas podía quedarme quieta en el
avión, tan ansiosa por llegar por fin.
¿Ahora? Me pregunto si me equivoqué de dirección, después de todo. ¿No
sería eso la guinda del helado de mierda en que se ha convertido mi vida?
—¿Y bien? ¿Te bajas o no? —Estoy evitando que el tipo cobre otro pasaje.
Supongo que si me equivoco, siempre puedo volver a intentarlo. De momento, le doy
el dinero y salgo a toda prisa del coche. Sigo débil y temblorosa, pero lo que más
deseo es entrar en casa para poder descansar. Ese pensamiento por sí solo es
suficiente para mantenerme en movimiento a lo largo de la pasarela de ladrillo que
conduce a un porche delantero estéril. No hay señales de vida detrás de las ventanas,
pero se supone que esta es una casa segura. Supongo que no pueden colgar un cartel
anunciándolo.
Aquí no pasa nada. Llamo a la puerta y espero que sea el lugar correcto porque
estoy tan cansada que no sé si podré aguantar más viajes. Tiene que haber un hotel
en algún sitio donde pueda pasar la noche si me equivoco totalmente. Algún sitio
donde pueda recuperar la calma.
Resulta que no tengo por qué preocuparme. Una mujer de mediana edad
vestida con ropa informal pero de aspecto caro abre la puerta. La mujer no está
comprando en Goodwill, eso está claro, y va perfectamente arreglada. En otras
palabras, no encaja con su entorno. —¿Sí? —pregunta con una sonrisa paciente.
—Um, Nash Brookshire me envió. Se suponía que debía estar aquí hace
semanas.
—¿Eres Delilah?
Se me llenan los ojos de lágrimas, seguidas de un nudo en la garganta. Sólo
puedo asentir con fuerza, ya que la emoción parece haberme robado la voz. —
Pobrecita —murmura, acercándose a mí y tirando de mí hacia dentro. Pero lo hace
con delicadeza, con cariño—. Seguro que has sufrido mucho. Pero no te preocupes.
Ahora estás a salvo.
—Gracias —consigo balbucear antes de sollozar con más fuerza que antes. Se
acabó. Por fin se ha acabado. Por fin estoy a salvo.
—Lo primero es lo primero. Necesitas una ducha urgentemente. No te ofendas.
—Me da unas palmaditas en el brazo, aun sonriendo, con los ojos arrugados—.
229
Cuando te instalemos en una habitación, podrás dormir un poco. Pareces agotada.
—Lo estoy. —Pero incluso con la cabeza dándome vueltas, el sonido de voces
femeninas procedentes de lo alto se hunde en mi conciencia. Levanto la vista, curiosa.
—Vamos. Puedes usar mis cosas por ahora hasta que puedas conseguir las
tuyas. Es posible que desee ser rápido al respecto, a veces el agua caliente entra y
sale dependiendo de la cantidad de uso que ha habido durante el día .
Una vez arriba, me recibe una fila de puertas cerradas. La única que está
abierta conduce a un cuarto de baño de azulejos blancos con una bañera de patas de
garra. Por el camino, al pasar todas esas puertas, oigo más voces. Esta vez, algunas
también son masculinas.
—Lo siento —tengo que decir finalmente una vez que llegamos al baño—. Nash
nunca me dio una idea de qué tipo de lugar era este. ¿Hay un montón de gente alojada
aquí?
—Tenemos una especie de puerta giratoria —explica encogiéndose de
hombros, rebuscando en el armario bajo el lavabo y sacando champú y gel de baño—
. Pero no te preocupes. Hay una habitación disponible para ti. Tres puertas más abajo,
a la derecha. Me aseguraré de que todo esté en su sitio mientras te aseas.
Estoy tan agradecida que podría ponerme a llorar otra vez. Ahora mismo, no
me importa qué tipo de lugar es este o quién entra por la puerta giratoria. Mientras
no sea nadie que me guarde rencor, estoy bien.
Apenas puedo creerlo. Me escapé. Lo he conseguido de verdad. Ni siquiera
me importa que tenga que darme prisa en ducharme si quiero agua caliente o que las
toallas que me han dejado en el lavabo sean algo rasposas y baratas. No importa. Soy
libre.
Con una de las toallas enrollada alrededor de mí y la otra en el cabello, tomo
toda mi ropa y salgo corriendo por el pasillo antes de que alguien pueda salir de la
habitación y verme así. Mi anfitriona me espera en la habitación, que es pequeña y
estrecha y sólo tiene una ventana diminuta, pero es un gran paso adelante con
respecto a donde he estado últimamente.
—Lo siento mucho —ofrezco con una pequeña risa—. No entendí tu nombre.
Quiero darte las gracias, pero no sé cómo llamarte.
—Puedes llamarme Grace. En cuanto a las gracias, no son necesarias. Nash
sabía lo que hacía al enviarte aquí.
—Sí, creo que lo hizo.
—Hay ropa limpia aquí en la cama. —Palmea un montoncito—. Descansa un
230
poco y más tarde te subirán la cena a la habitación.
—Qué bien. Me muero de hambre. —Comí algo en el avión, pero no creo que
llegue a comer lo suficiente como para que la sensación de vacío en el estómago
desaparezca por completo.
—No te preocupes. No dejaremos que te mueras de hambre aquí. —Se dirige
a la puerta, esperando a estar en el pasillo para añadir una última cosa—. No pienses
en hacerte amiga de las otras chicas. Nunca acaba bien.
Me doy la vuelta, dispuesta a preguntar qué significa eso, pero ya se ha ido. La
puerta está cerrada.
Y para mi horror, se oye el clic de una cerradura.
Doy un paso lento tras otro, con el miedo creciendo en mis entrañas. Es
imposible que haya oído eso. Tengo que estar imaginando cosas, estoy tan cansada y
hambrienta. Sin embargo, cuando estiro la mano y cierro el pomo, no se mueve. Me
ha encerrado.
—¿Hola? —Llamo a la puerta, con pánico en la voz—. ¿Por qué me has
encerrado? ¡Vuelve! ¿Qué demonios está pasando? —Al no obtener respuesta, paso
de llamar a golpear con el puño—. ¡Hola!
No hay nada. Sólo ruidos suaves que vienen de las habitaciones a ambos lados
de la que ahora estoy encerrada.
Me alejo de la puerta, mirándola fijamente. ¿A dónde demonios me ha enviado
Nash? Nunca lo dijo, sólo que aquí estaría a salvo. Debe de haberse confundido,
porque ¿cómo voy a estar a salvo en un sitio en el que estoy encerrada? Diablos, si
hubiera un incendio, ni siquiera creo que cabría por la ventana para salir.
Voy a la cama y me pongo rápidamente la ropa que me han dejado: un camisón
fino y unas bragas.
¿Está pasando de verdad? ¿Otra vez? Me duele el pecho de pensarlo, así que
tengo que dejar de hacerlo. Obviamente, algo no está bien en esto. Voy a tener que
irme en cuanto tenga la oportunidad.
Cuando la cerradura vuelve a hacer clic, tomo el abrigo, preparada para huir
si hace falta. Hay dinero más que suficiente para llevarme a otro sitio. Sólo necesito
salir de aquí. No sé qué es este lugar ni por qué me ha enviado Nash, pero no creo
que le importe que me vaya ahora que me da tan mala espina.
Ver a Preston hace que casi me derrumbe de alivio.
—¡Oh, Dios mío! Me alegro tanto de que estés aquí. Debe haber habido algún
tipo de error.
231
Al principio no dice nada, cierra la puerta tras de sí y se apoya en ella con los
brazos cruzados. —Así que lo conseguiste. Sinceramente, no estaba seguro de que
fueras capaz. Especialmente después de que mi plan se fuera a la mierda.
Parpadeo con fuerza, mirándolo fijamente. —¿Podemos no hablar de eso
ahora? Estoy un poco más asustada por lo que está pasando. ¿Por qué cerraron la
puerta? ¿Dónde estoy?
—No, supongo que no te lo habría dicho. —Se acaricia la mandíbula con una
mueca y no puedo evitar fijarme en lo mucho que se parecen Nash y él.
—¿Decirme qué? ¿Qué me estoy perdiendo?
—Cariño, esto no es una casa segura.
—Bien, ¿qué es? ¿Una casa de acogida o algo así? —Eso explicaría por qué hay
tanta gente aquí.
—Más bien... bueno, llamémoslo por su nombre. Es un burdel y muy rentable.
Algunas de las chicas se quedan aquí todo el tiempo, mientras que otras pasan por
aquí de camino a otros lugares.
No, esto no puede ser. —¿Y Nash lo sabía?
—¿Por qué no lo haría? Lo lleva la familia. Tenemos muchos pequeños negocios
como este.
—¿Pero por qué Nash me enviaría aquí? ¿De todos los lugares?
Ladea la cabeza. —Vaya. Siempre oí que eras un poco tonta, pero no sabía que
eras una maldita estúpida.
No puedo evitar retroceder horrorizada. —¿Perdón?
—¿Perdón? —se burla antes de reír—. Mi hermano sabía lo que hacía. Te dijo
que vinieras aquí para que pudieras ganar el dinero de la familia. ¿Qué, pensabas
que realmente le importabas una mierda?
—Eso no es verdad —insisto, pero él sólo se ríe más fuerte—. ¡No lo es!
—Claro. Lo que necesites decirte a ti misma. De todos modos, estás aquí, así
que será mejor que te acostumbres.
—De ninguna manera. ¡No me quedaré aquí!
—Ahí es donde te equivocas. Tú te quedas aquí. Aquí es donde vives ahora, y
aquí es donde servirás a todos y cada uno de los hombres que entren por esta puerta.
Pero no te preocupes —añade, riéndose cuando suelto un grito ahogado—. A veces
viene algún ricachón y decide que quiere comprar a una de las chicas para que sea 232
su esclava sexual personal. Podría ser un paso adelante.
Toma el pomo de la puerta y me mira de arriba abajo. —Duerme un poco. Estás
hecha una mierda. Nadie va a estar dispuesto a pagar por ti cuando estas así. —Con
eso, me deja sola, y estoy demasiado aturdida para correr hacia la puerta antes de
que la cerradura se vuelva a cerrar.
No puede ser verdad. No puede serlo. Nash me amaba, y yo lo amaba a él. Él
no me habría hecho esto a propósito.
¿Lo haría?
Me deslizo por la puerta y aterrizo en el suelo mientras el mundo se derrumba
a mi alrededor.
36
Lucas

E
sta es una maldita pesadilla. Justo cuando creo que lo tengo todo en
orden, llega alguien y me lanza una maldita bola curva.
En este caso, el alguien en cuestión resulta ser mi hija que ahora
me mira desafiante. —¿Quieres decirme por qué hay imágenes tuyas ayudándola a
escapar? —le grito a mi hija. No puedo controlar mi ira, ante la certeza de que Aspen
fue quien hizo que esto ocurriera—. ¡La encerraron por tu bien!.
—Eso no es verdad.
—¿Y cree que está en posición de saber si eso es cierto o no? La metí en esa
celda por lo que hizo. Te tendió una trampa. ¡Ya estarías muerta si las cosas hubieran
ido según el plan!
—Pero no se merece que la encierren en una celda como a un animal. Por eso
233
la ayudé. Y sinceramente, si no tuviera que volver a verla, no me importaría. Tampoco
necesito la muerte de otra persona en mi conciencia, y ambos sabemos que eso
acabaría ocurriendo si ella se quedaba aquí el tiempo suficiente. Con reglas o sin
ellas. —Se cruza de brazos y levanta la barbilla de una forma que me recuerda
demasiado a mi familia.
—No tenías derecho a hacer eso.
—Creo que si la encerraron por mi culpa, soy la única que tenía derecho.
Es demasiado lista para su propio bien. —Sabes qué, ni siquiera puedo verte
ahora mismo. Vuelve a tu habitación. —Tengo miedo de decir algo que no pueda
retirar, y eso es lo último que quiero hacer. Especialmente cuando ya hemos llegado
tan lejos.
Pero maldita sea, nunca he estado tan jodidamente furioso en toda mi vida.
Realmente no puedo recordar una vez que he estado tan cerca de perder mi mierda.
Se ha ido. Ella realmente se escapó. Todo gracias a la conciencia de Aspen,
que ciertamente no podría haber heredado de mí. Este no es el final de nuestra
discusión. Definitivamente volveremos sobre esto, y pronto.
Ahora mismo, tengo problemas mayores como una fugitiva. Es la única forma
en la que puedo pensar en ella ahora. Necesito encontrarla. De ninguna manera voy
a dejarla ir. ¿Por qué puede ser libre después de lo que ha hecho?
¿Cómo podría dejarla libre después de lo que me hizo?
Sólo hay una persona a la que puedo llamar, la única que tiene sentido en una
situación así.
—Tengo un problema —le digo a mi hermano, paseándome por mi
apartamento ahora que estoy solo. Como un tigre enjaulado, incapaz de hacer lo que
es natural. En este caso, eso significaría arrancarle la puta cabeza a alguien.
Empezando por el piloto que la sacó de aquí en primer lugar. Él no tenía tales órdenes
de mí.
—¿Otra? —pregunta Nic con una breve carcajada—. ¿Qué es esta vez?
—Para empezar, hay una fugitiva suelta. Y necesito encontrarla
inmediatamente.
Un pesado silencio me recibe, y cada segundo que pasa es como si una cuchilla
se clavara más profundamente en mi pecho. Sólo puedo imaginar cómo debe estar
juzgándome. Lo decepcionado que debe de estar por la cagada de su hermano. No
pude hacerlo bien. No he cambiado nada.
234
—Déjame adivinar. Se escabulló, y ahora está en algún lugar de North Woods,
lo más probable.
Me detengo, mirando mi reflejo en la pantalla del televisor. —Ya lo sabías antes
de que llamara, cabrón.
—¿Qué te ha dado esa idea?
—No me jodas. No te sorprende lo más mínimo.
—No. Tienes razón. —Suena comprensivo, pero eso no es lo que necesito de él
en este momento. No necesito la simpatía de nadie, nunca—. No me sorprende
porque me enteré de que una estudiante sola se subió al avión a North Woods. Sola.
No programado.
—¿Cómo demonios sabes eso?
—¿Realmente tenemos tiempo para entrar en esto?
—¿Ahora mismo? Creía que no, pero empiezo a reconsiderarlo. Dime —
espeto.
—De acuerdo. Lo haremos a tu manera. —Suspira, y odio el sonido. Su
exasperación—. ¿Creías que no me preocuparía de vigilarla de cerca? ¿Que no me
aseguraría de que mis contactos supieran que hay que vigilar a una chica como ella,
con el cabello largo y castaño?
—¿Qué te llevaría a hacer eso?
—Para empezar, el hecho de que te la follaras en tu despacho, Lucas.
Me golpea con toda la fuerza de una bala de cañón, haciéndome caer sobre los
talones. —¿Cómo demonios...?
—Piénsalo.
No tengo que pensar mucho y ahora no sé con quién estoy más furioso. —Mi
nueva secretaria. Hija de puta, debería haberlo sabido. La tuviste espiándome todo
este tiempo.
—Vigilándote en mi nombre —corrige—. ¿Y puedes culparme? Ahora los dos
vemos que tenía motivos para preocuparme. No te lo tomes como algo personal.
Todos tenemos nuestras debilidades, ¿no?
—Tienes que vigilar lo que dices.
—¿Quién lo dice? —replica. Si no fuera por la risa en su voz, pensaría que está
tan enojado como yo—. Estaba claro desde el principio que estabas demasiado
metido en ella. El hecho de que no quisieras seguir mis consejos. ¿Lo recuerdas? 235
¿Recuerdas cuando te dije cómo se podía evitar esto?
—No tengo tiempo para que me hagas pasar por alto cada maldito error que
he cometido, ¿de acuerdo? ¿Podemos hacerlo más tarde? Necesito encontrar a esta
chica.
—¿Pero lo haces? ¿De verdad? —No hay más risas. Su voz es más suave ahora,
baja, pesada—. ¿O deberías dejarla ir? Quizá sea lo mejor. No hay razón para que se
quede allí ahora. Está lejos, Aspen está a salvo y ahora las cosas pueden volver a la
normalidad.
La cosa es que sé que tiene razón. Lo mejor del mundo sería pasar página.
Reconocer el hecho de que se escapó y dejarlo ir. No ha sido más que una maldición
desde el momento en que puse mis ojos en ella.
—Se me escapó —murmuro, hablando más conmigo mismo que con mi
hermano—. ¿Cómo se supone que voy a dejarlo pasar? ¿Cómo voy a vivir con eso?
—El tiempo lo cura todo.
—Ambos sabemos que eso es un montón de mierda. No finjas que no has
dejado que la mierda supure dentro de ti durante años y años.
—¿Y de qué me sirvió? ¿Y de qué te serviría a ti? Es hora de que empieces a
centrarte en las cosas que tienes, en todo lo bueno que tienes a tu favor. Eso es lo que
importa. No una niña estúpida que se las arregló para saltar de la sartén al fuego.
Algo en sus palabras hace que se me erice el vello de la nuca. —¿Qué me estás
contando?
—Que me jodan a mí y a mi bocaza —gime—. ¿Estás seguro de que quieres oír
esto?
—¡Sí, carajo!
—Bien. Como dije, la he estado vigilando. En cuanto bajó del avión, hice que
alguien siguiera su taxi. Se bajó en un edificio propiedad de la familia Brookshire.
—No es una gran sorpresa.
—Lucas. Es un burdel.
Se me cae el estómago. —¿Es qué?
—Algunas de las chicas que trabajan en la casa viven allí a tiempo completo. A
otras las dejan allí, esperando a que las recoja quien las lleve a su próximo destino. A
veces pasan a Canadá; otras, a Rusia. A partir de ahí, ¿quién sabe?
Oigo lo que dice, pero no consigo descifrarlo. —¿Por qué iría allí? No tiene
236
sentido.
—Si ella lo sabía, alguien debió darle la dirección. Tal vez es donde ella estaba
tratando de terminar cuando Quinton la encontró por primera vez en la calle. Tal vez
pensó que estaría a salvo allí.
—¿Pero quién le daría esa idea?
—Tendrías que preguntárselo tú mismo. Pero supongo que como está afiliada
a los Brookshires, obtuvo la dirección de Nash.
¿Por qué la enviaría allí? Eso es lo que no puedo entender. —Tenía que haber
un montón de lugares donde podría haberle dicho que se escondiera.
—Exactamente. Pero eligió ese lugar en particular.
—Le daba igual lo que le pasara allí —concluyo. ¿Por qué la idea me hace doler
por ella? Allí estaba ella, prometida a este pedazo de mierda. Según Aspen, ella creía
que lo quería y él a ella. Lo dijo en la celda antes de que Aspen la ayudara a escapar.
Durante todo este tiempo, no tenía ni idea de que él había intentado enviarla a
un burdel donde los traficantes van y vienen todo el tiempo. Por lo que sé, a estas
alturas, uno de ellos podría haber decidido llevársela con ellos en la siguiente etapa
de su viaje.
A Nash nunca le importó. A nadie le ha importado nunca.
—¿Sigues conmigo? —Nic pregunta—. Escucha, sólo intentaba cuidar de mi
hermano pequeño. No te lo tomes tan a pecho, ¿bien? Puedes odiarme todo lo que
quieras. Pero no lo hagas para siempre.
—No tengo tiempo para nada de eso ahora mismo. Necesito resolver esto.
—¿Todavía crees que hay algo que averiguar?
—¿Se supone que debo dejarla allí?
—¿Considerando que la mantuviste encerrada en una celda durante días? ¿Es
realmente mucho peor?
Sinceramente, tiene razón. Y realmente, no le debo una maldita cosa. Una y otra
vez, ella le dio la espalda a cada pizca de amabilidad que traté de mostrar. El poco
de respeto que traté de darle. No, no fue todo el tiempo, pero hice concesiones a
diestra y siniestra, y ella se burló de mí como resultado.
Tal vez esto es exactamente lo que se merece.
Pero, de verdad, ¿merece alguien el tipo de destino que estoy imaginando
ahora?
¿Cuántos hombres se la van a follar allí?
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—¿Qué quieres que haga? —Nic pregunta—. Tengo a uno de mis chicos
vigilando el lugar por si intentan llevársela a otro sitio.
Una parte de mí quiere decirle que la deje ahí. Que por mí puede pudrirse con
la polla de un extraño en el culo. No le debo una mierda. Ella ha hecho su elección.
Luego hay otra parte que quiere decirle que estaré en el primer vuelo a North
Woods. Que seré yo quien la rescate de ese lugar. Que mataré a cualquiera que se
atreva a ponerle un dedo encima porque es mía.
Quiero decirle las dos cosas.
No sé cuál me apetece más.
Reign of Freedom
Corium University Trilogy #5

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¿En quién confías cuando ni siquiera puedes confiar en ti mismo?

Todo lo que sabía era mentira.


Todos los que amaba me traicionaron.

Dondequiera que voy alguien me quiere muerto.

No soy ajeno a estar solo. Incluso en mi hora más oscura, sabía que sólo podía
contar conmigo mismo. Ahora, no tengo nada y, por primera vez en mi vida, tengo
que dejar que alguien me salve.

*Este libro NO es independiente y debe leerse después de Ruins of


Temptation. Este libro contiene material oscuro que puede ser desencadenante
para algunos lectores.
Acerca de las
Autoras

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J.L. Beck y C. Hallman son un dúo de autoras de éxitos en ventas


internacionales y del USA Today que escriben romance contemporáneo y oscuro.
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