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A pesar de su peligroso pasado, el multimillonario Devlin Saint por
fin tiene a Ellie Holmes en su vida, y en su cama.

Sin embargo, las sombras aún se aferran a Saint, ocultando sus


oscuros secretos y las confidencias que juró no revelar.

Como reportera de investigación, Ellie está segura de que el hombre


que ama no le ha contado todo, y cuando empieza a recibir avisos
anónimos sobre Devlin, se compromete a investigar.

Pronto queda claro que Devlin no es el único que tiene cosas que
ocultar, y cuanto más investiga Ellie, más se da cuenta de lo peligroso
que es amar a Devlin Saint.

Serie Saints and Sinners, libro 2.


Devlin Saint se apoyó en el codo y contempló a la mujer desnuda que
dormía a su lado, con la piel pálida iluminada por la luz de la luna y las
suaves ondas marrones extendidas sobre la almohada blanca.

Pasó suavemente la mano por su hombro desnudo y luego por su brazo,


saboreando su calor y la suavidad de su piel bajo la palma.

Suya.

La palabra le vino a la mente y tuvo que reprimir una risa irónica. No


se había sentido posesivo con una mujer desde su primer amor, y entonces
era un hombre diferente. Un nombre diferente. Un aspecto diferente.

En los años transcurridos desde que dejó atrás a Alex Leto y se convirtió
en Devlin Saint, las mujeres de su vida fueron desechables, y nunca esperó
que eso cambiara. No había ninguna mujer que le encantara o desafiara.
Ninguna mujer que hiciera cantar a su corazón. Ni una sola mujer por la
que se sintiera remotamente posesivo. Solo aquel primer amor perdido.

La misma mujer que, por algún milagro que no merecía, estaba ahora
acurrucada a su lado, con su suave piel burlándose de sus sentidos
mientras su mente se esforzaba por creer que volvía a ser suya después
de todo este tiempo. Que, de alguna manera, a pesar de quién era y de lo
que había hecho, ella creía en él lo suficiente como para luchar por volver
a su vida.

Su El. Su amor. Su luz.

Ella había sido su corazón hace tantos años. La mejor parte de él. La
parte que le hizo querer ser un hombre mejor.

La parte a la que se aferró y apreció y que trató de mantener viva


durante los años infernales que siguieron a su alejamiento.
No quiso dejarla, y mirándola ahora, no podía recordar cómo encontró
la fuerza para hacerlo. Excepto que tuvo que hacerlo. No había otra
opción. No se trataba de él, sino de ella. Por mantenerla a salvo. Porque
estar alineado con él en esos días fríos y oscuros no habría sido ninguna
vida.

¿Y ahora? La voz en su cabeza era dura. ¿Es realmente tan diferente ahora?

Con un suspiro, se deslizó de la cama, con cuidado de no despertarla.


Cruzó la puerta corrediza y miró hacia el océano iluminado por la luna.
La noche era tranquila, apacible, y él la acogió, sabiendo mejor que la
mayoría que esos momentos eran demasiado raros.

Luego se volvió para mirar a Ellie, disfrutando de la forma en que el


beso de la luna hacía brillar su piel. Desde que la conocía, ella ardía desde
dentro, tan salvaje y brillante como una llama viva que iluminaba su
camino.

Dios, ella lo era todo para él.

Lentamente, para no despertarla, volvió a la cama y se deslizó junto a


ella, con las yemas de los dedos una vez más atraídas por sus suaves
curvas.

Se maldijo por haberla abandonado, y se maldijo ahora por luchar por


ella. Por reclamarla. Por atraerla en lugar de alejarla cuando tuvo la
oportunidad, por no mencionar la fuerza.

Pero no podía soportar la idea de estar sin ella. Así que la dejó entrar
en su órbita, sabiendo muy bien que era un lugar peligroso.

Era un bastardo egoísta, pero ¿cómo podía alejarla cuando por fin
comprendía lo muerto que estuvo por dentro durante los últimos diez
años? Ella le devolvió la vida. Lo completó.

Dijo la verdad cuando juró protegerla. Solo esperaba poder hacerlo


porque los lobos estaban dando vueltas. Pronto atacarían, soltando un
enjambre de secretos que él trató de contener. Secretos que mantuvo
ocultos del mundo. Del público que pensaba en él solo como un filántropo
solitario e intrigante.
Y, sí, secretos que le seguía ocultando a El.

No secretos insignificantes como la identidad de su padre o incluso la


verdad que rodea la muerte de su tío. Sino confidencias profundas y
mentiras peligrosas.

Su mayor temor era que, una vez revelados, volvería a perder a Ellie.

Por ahora, sin embargo, ella era suya, y sus secretos estaban a salvo.

Y Devlin iba a hacer todo lo posible para asegurarse de que siguiera


siendo así.
Me despierto al sentir el cuerpo de Devlin apretado contra el mío, con
su calor quemándome. No me muevo, solo respiro, disfrutando de esta
sensación aún nueva de tener al hombre que amo tan deliciosamente
cerca.

No sé qué hora es ahora, pero unos amplios rayos de luz atraviesan la


habitación y se cuelan por los huecos de las cortinas que bloquean las
ventanas orientadas al este. Solo tengo los ojos entreabiertos, mi mente
aún está confusa por los restos de lujuria y calor mientras observo las
diminutas motas de polvo que bailan bajo la luz del sol.

Supongo que son más de las diez, y aunque sé que ambos deberíamos
salir de la cama, no quiero hacerlo. Quiero quedarme aquí para siempre,
a salvo en los brazos de Devlin, bien lejos de las garras del mundo
exterior.

Te has metido en un lío. Encuentra la verdad. No confíes en nadie.

El recuerdo del mensaje que recibí anoche me produce un escalofrío.


No se lo mostré a Devlin. No estoy segura de si quería proteger la
intimidad sensual de nuestra noche juntos o si tenía miedo de lo que vería
en su cara: las cosas que podría sentirse obligado a contarme, y la sombra
de los secretos que está ocultando.

Después de todo, todo lo que he descubierto recientemente casi me


rompe. Saber que es el hijo de uno de los criminales más conocidos que
han pisado la tierra ya era bastante malo, pero cuando supe que fue
Devlin quien mató a mi tío Peter hace tantos años, el suelo se me cayó
encima.
Necesité largas charlas y aún más largas incursiones en lo más
profundo de mi alma para aceptar la verdad, comprender sus
motivaciones y no solo perdonarlo, sino darme cuenta de lo mucho que
lo necesitaba. Volví corriendo hacia él con una muda de ropa y la
determinación de convencerlo de que todo podía estar bien entre
nosotros.

Entonces llegó ese texto.

¿Y si hay otra horrible revelación? Quizá pueda afrontarlo ahora, a la


luz de la mañana. ¿Pero anoche? ¿Con velas y besos, y el fervor de la
reconciliación?

De ninguna manera, eso ni siquiera era una opción.

Así que, en lugar de compartir el texto, me guardé mis miedos.

Ni siquiera consideré la posibilidad de que el vago lenguaje se refiriera


a algo más que a Devlin. Por supuesto que se trata de él.

Me dijo directamente que todavía se aferra a los secretos, pero los


secretos son escurridizos. Es raro que sean realmente seguros. Alguien
más sabe lo que está tratando de ocultar.

Pero si este texto estaba destinado a ser una advertencia o una amenaza,
no lo sé. De cualquier manera, estaba destinado a dividirnos, a Devlin y a
mí.

No lo permitiré, sin embargo, ahora saco fuerzas al saber que conozco


a este hombre. El hombre real, no solo la imagen que pinta para el mundo.

Excepto que eso no es del todo cierto, y tiemblo. No porque conozca los
secretos que guarda, sino porque temo que me ame lo suficiente como
para alejarse si esos secretos ponen una diana en mi espalda. Después de
todo, ya lo hizo una vez.

Esa certeza me pesa, y cierro los ojos, anhelando el regreso del sueño.
Quiero despertarme de nuevo, solo que esta vez sin recordar el texto.
Quiero que no sea más que el remanente de una pesadilla. Algo que
pueda ignorar.

Algo que no tengo que contarle.


Como si la tormenta mental de mi cabeza lo hubiera despertado, su
mano se desliza por mi muslo, subiendo hasta acariciar mi cadera. Sus
labios me rozan la nuca y mi cuerpo responde inmediatamente, mis
pezones se endurecen, ese pulso insistente entre mis piernas aumenta.

Sin mediar palabra, me doy la vuelta y me encuentro con su rostro


cincelado que me sonríe. Su pelo oscuro hasta la barbilla le enmarca la
cara, y sus ojos, de color marrón arena en ese momento, me observan con
una intensidad tan tierna que me duele el corazón.

Hemos pasado por muchas cosas en tan poco tiempo. Secretos,


mentiras, promesas. Sus revelaciones me han asustado y horrorizado,
pero sigo aquí, a pesar de que Devlin ha hecho todo lo posible por
alejarme.

Ahora, alguien más está empujando, sugiriendo secretos aún más


oscuros, pero no importa, yo también estoy luchando contra ese alguien.

He pasado de odiar a Alex Leto por alejarse de mí hace tantos años, a


amar a Devlin Saint con una intensidad tan profunda que sé que
sacrificaría cualquier cosa para mantenerlo cerca de mí. Hay oscuridad a
su alrededor, es cierto, pero me gusta pensar que soy la luz que necesita
en su vida.

Sé con certeza que él es lo que yo necesito en la mía, y que me parta un


rayo si dejo que las amenazas anónimas al azar hagan tambalear mi fe en
él.

Él estudia mi rostro y el silencio que aún persiste entre nosotros parece


estar lleno de posibilidades. No lo rompo. En su lugar, utilizo mi dedo
índice para trazar suavemente la cicatriz de su cara.

No es una cicatriz que tuviera en nuestra juventud, y aunque todavía


no me ha contado la historia completa de cómo se la hizo, sé que es una
marca del hombre que es ahora. Le atraviesa la ceja derecha y luego
continúa por la mejilla, aunque la cuchilla ofensiva, afortunadamente, no
le ha dañado el ojo.
Termina en el labio superior, bajo el bigote recortado, y lo rozo
ligeramente antes de tocar su mandíbula con la mano, disfrutando de la
sensación de su áspera barba contra mi palma.

Cuando éramos jóvenes estaba bien afeitado, pero entonces también era
una persona diferente, y, sinceramente, no puedo quejarme. El Alex Leto
que me gustaba entonces podía hacer girar cabezas, sin duda, pero Devlin
Saint es el paquete completo. Es confianza, control y una pizca de peligro,
todo envuelto en un hombre que debe haber sido diseñado por los dioses
en un día particularmente bueno.

Lo mejor de todo es que es mío.

―Hola ―le digo, con una voz que es apenas un susurro.

No responde. Al menos no con palabras. En su lugar, nos da la vuelta


para que yo esté de espaldas y él a horcajadas sobre mí, sus manos se
deslizan por mi cuerpo mientras baja su boca hasta la mía.

El beso es lento y profundo, y quiero fundirme en él. Dentro de él. Abro


las piernas, deseando todo lo que él está dispuesto a dar, y luego me
encojo cuando lo recuerdo.

―Espera ―susurro, agarrando con fuerza sus hombros―. ¿Tienes un


condón?

Duda un segundo antes de estirar el brazo para abrir el cajón de la


mesita de noche. Puede que ni siquiera se haya dado cuenta de que ha
dudado, pero yo sé que lo ha hecho, y sé por qué.

Anoche nos olvidamos de la protección. Lo cual no es un gran problema


ya que tengo un implante. Excepto que antes de Devlin, no estaba
exactamente jugando a lo seguro. No he jugado a lo seguro en años. Al
contrario, desde los coches rápidos hasta los polvos anónimos, he pasado
la mayor parte de los últimos diez años de pie en el borde de un volcán
metafórico, desafiando al mundo a empujarme.

No temía a la muerte; bailé con ella, tentándola para que me reclamara


como lo hizo con toda mi familia.

Ahora, sin embargo, entiendo el miedo.


Ahora, tengo algo que perder. Hace tiempo que no me hago una
prueba, y la idea de que podría transmitirle algo horrible me atormenta.

Pero desde la perspectiva de Devlin... bueno, probablemente asumió


que no presioné anoche porque estamos realmente, finalmente juntos.
Entonces, ¿qué debe pensar que significa para mí preguntar ahora?

Pero no dice nada de eso. En cambio, se enfunda y me muestra una


sonrisa llena de humor mientras dice:

―Toma dos.

Me río seguramente más de lo que la broma requería y le rodeo el cuello


con los brazos.

―Bésame ―murmuro―. Hazme el amor.

―Cariño, eso es exactamente lo que tengo en mente.

Los dos estamos más que preparados, como si nuestros miembros


desnudos enredados en el sueño hubieran sido suficiente juego previo.
Me arqueo, suplicándole en silencio que me penetre, sin desear nada más
que a este hombre, sus manos sobre mí, su polla dentro de mí. Es rápido
y urgente, ambos subimos en espiral en un frenesí de calor y necesidad.

Pronto, estoy jadeando, a punto de caer por completo.

―Ahora ―dice―. Córrete para mí ahora, nena.

Es una orden que no puedo desobedecer, y mi cuerpo se rompe, mi


núcleo se aprieta en torno a él, llevándolo conmigo al precipicio mientras
caemos en el espacio, dando tumbos una y otra vez hasta que estamos
agotados y jadeantes, encerrados en los brazos del otro mientras la luz del
sol llena la habitación, dándonos la bienvenida al día.

Me estiro lánguidamente mientras él se aparta de mí y se ocupa del


condón.

―Eso fue mucho mejor que un despertador ―digo.

―Qué gran elogio. ―Oigo la burla en su voz mientras sus dedos me


acarician el pelo―. ¿Quieres café?
Empiezo a incorporarme.

―Siempre ―digo―. Voy a preparar un poco.

Niega con la cabeza y se inclina para besarme ligeramente en los labios.

―No, quédate dónde estás. Me gusta la idea de que te quedes en mi


cama el mayor tiempo posible.

Levanto una ceja y me inclino hacia atrás.

―¿Esperándote? Podría acostumbrarme a esto.

―Esa es la idea. ―Me guiña un ojo y me río. Entonces simplemente me


siento y disfruto de la vista mientras él se levanta de la cama y se pone un
pantalón de chándal que dejó colgado en el respaldo de la silla.

Se aparta de mí mientras se dirige a la puerta, y veo cómo ese trasero


perfecto se aleja. Suspiro con alegría. Nunca pensé que volvería a ser mío,
no después de todo lo que perdimos cuando éramos jóvenes.

Un puño me aprieta el corazón, y no puedo contener la oleada de miedo


de que una vez más no vaya a durar. Que lo que hemos encontrado no
sea permanente. Que todas las sombras oscuras de nuestra juventud van
a volver a perseguirnos, y que todos mis reparos a la hora de volver a
Laguna Cortez se van a hacer finalmente realidad.

Dejé Manhattan y regresé a mi ciudad natal con el encargo de escribir


un artículo sobre la Fundación Devlin Saint y mi propio plan de investigar
las circunstancias que rodearon el asesinato de mi tío Peter una década
atrás, pero, aunque había crecido aquí, volver era como volver al infierno.

Esta ciudad me ha hecho perder muchas cosas. Mi madre murió en un


accidente de auto, mi padre fue brutalmente asesinado en el servicio, y
luego mi tutor, Peter, fue asesinado de un solo disparo en la cabeza,
dejándome perdida y sola.

La noche en que murió fue la primera vez que su ayudante, Alex Leto,
y yo hicimos el amor, entregándonos ambos al dolor, la pérdida y la
lujuria.
Yo tenía diecisiete años, él casi veinte, y el calor que estuvo ardiendo
entre nosotros había alcanzado finalmente un punto de ebullición. Me
llenó y me hizo tambalear. Me ayudó a olvidar el horror de la muerte de
mi tío, al menos durante unos preciosos momentos.

Me calmó y me dijo con palabras y con su cuerpo lo mucho que me


quería.

Luego me hizo pedazos porque esa fue la última vez que vi a Alex Leto.

Cuando volví a Laguna Cortez diez años después para investigar esas
dos historias, no fue a Alex a quien encontré, sino a Devlin Saint. Un
hombre nuevo, un hombre diferente.

Un hombre que juró que no tendría nada que ver conmigo debido a su
peligroso pasado, y sin embargo, aquí estoy en su cama, exactamente
donde tengo la intención de quedarme.

Te has metido en un lío. Encuentra la verdad. No confíes en nadie.

Las viles palabras llenan mi cabeza una vez más, y busco mi teléfono,
decidida a verlas en blanco y negro. Para que el recuerdo deje de ser una
emoción y se convierta en una prueba.

Quienquiera que haya enviado esas palabras no ha entrado en mi casa


ni me ha agredido en la calle, y sin embargo el mensaje parece igual de
invasivo. Fue enviado con la intención de herirme, y la flecha ha
impactado innegablemente.

Por supuesto, podría estar equivocada sobre el significado del texto,


pero si no se trata de Devlin y los secretos que lo rodean, entonces estoy
realmente perdida, y si se trata de él, entonces él y yo tenemos mucho más
que enfrentar que simplemente dejar atrás los fantasmas de nuestra
juventud.

Para cuando vuelve a la habitación con dos tazas de café humeantes,


estoy sentada en la cama con los brazos alrededor de las rodillas. Como
frunce el ceño inmediatamente, supongo que mi expresión no es la que
esperaba después de una deliciosa mañana en la cama.

Deja el café en la mesa y se sienta en el borde de la cama.


―¿Qué pasa?

Dudo, sabiendo que, si abro la puerta, estaré alimentando sus temores


de que él y sus secretos son un peligro para mí, pero, al mismo tiempo, si
me quedo callada, quienquiera que haya enviado esto ya ha ganado,
simplemente por poner esa cuña silenciosa entre nosotros.

Así que respiro, le miro a los ojos y le digo:

―Tenemos que hablar.

Su boca se tuerce, y esa ceja bisecada se levanta.

―¿Ya estás cansada de mí?

Me río, y parece que se ha abierto una válvula de presión.

―Tengo que enseñarte algo ―digo, tomando mi teléfono de donde se


encuentra a mi lado en el colchón.

Su expresión se vuelve seria.

―¿Qué pasa?

―Debería haberte mostrado esto anoche, pero no quise...

Me encojo de hombros, sabiendo que lo entenderá. Fue nuestra primera


noche juntos. Tiene que saber que no habría querido traer nada horrible a
esta habitación con nosotros.

Pero ahora desbloqueo mi teléfono y se lo paso. Mientras lee el texto,


observo su rostro, buscando un indicio de preocupación, ira o confusión,
pero no hay nada, y una vez más recuerdo quién es realmente Devlin
Saint. Es una invención. Un enigma. Un hombre con un pasado oscuro y
secreto. Un chico que tuvo que aprender a esconderse no solo a sí mismo,
sino también a sus emociones, para poder crecer y convertirse en el
hombre en el que se ha convertido.

Y aunque sé que confía en mí, no puedo negar la pequeña puñalada en


mi corazón cuando veo que ahora mismo me está ocultando esas
emociones.

No puedo leer nada en sus ojos cuando levanta su cara hacia la mía.
―Supongo que no sabes de quién viene esto.

―No. Busqué el número, pero no hay información. Supongo que es un


quemador... Puedo ver si Lamar puede indagar más ―añado,
refiriéndome a mi amigo, que es detective.

―No, yo puedo encargarme. Tengo recursos.

Asiento con la cabeza, sin sorprenderme de que no quiera que Lamar


se involucre. Lamar no solo no sabe nada de mi pasado con Devlin, sino
que siempre que están juntos, noto el trasfondo de la tensión. Los dos me
protegen, ninguno confía plenamente en el otro, y preferiría no estar en
medio de eso más de lo necesario.

En cuanto a que Devlin tenga recursos, eso también tiene sentido.


Después de todo, su fundación no solo ayuda a la rehabilitación de
víctimas de todo tipo de crímenes, sino que también proporciona apoyo
y acceso a organizaciones paramilitares que pueden ayudar en las
misiones de rescate. Así que incluso si la DSF no tiene un departamento
que pueda rastrear el número, estoy segura de que conoce a alguien que
puede hacerlo.

―Bien ―digo―. No hay problema.

Alcanza mi teléfono, pero se lo quito.

―Te daré el número con una condición. Cualquier cosa que sepas, me
lo dices.

Vacila y asiente mientras le envío el número por mensaje de texto.


Cuando levanto la vista, su expresión es dura y se levanta, pasándose los
dedos por el pelo mientras recorre el amplio dormitorio con una furia
glacial.

―Así es como será siempre, ¿no? ―Su voz es firme, controlada―. Mi


pasado nos sigue. Mis secretos amenazan con interponerse entre nosotros.

Yo también me deslizo fuera de la cama, tomando la camiseta que no


se ha puesto y echándomela por la cabeza. No sé por qué siento la
necesidad de estar vestida cerca de él en este momento, pero así es, y una
vez que la camiseta cuelga a medio muslo, me muevo hacia sus brazos.
―No. ―Sacudo la cabeza con firmeza―. Es una molestia. Es una
intrusión. Es una amenaza, pero no se interpone entre nosotros.

Por un momento, no veo nada en su rostro. Luego la luz de una sonrisa


florece en sus ojos todavía marrones. Todavía no lleva las lentillas verdes
que forman parte del hombre en el que se ha convertido. En este
momento, es un poco Devlin y un poco Alex, y lo rodeo con los brazos,
aferrándome a ambos lados del hombre que amo.

―Apuesto a que es de alguien que no se da cuenta de que ya sé quién


es tu padre. ―Inclino la cabeza hacia arriba y le veo asentir lentamente,
como si considerara esa posibilidad. Estoy casi segura de que tengo razón,
porque ¿qué otra cosa podría ser?

―Supongo que debe serlo, pero, sinceramente, no sé quién.

Yo tampoco tengo ni idea.

―Debe haber gente por ahí que se ha enterado de la verdad sobre quién
eres realmente. Tal vez estén pasando desapercibidos y esperando su
momento.

Veo cómo su comportamiento cambia de neutral a frío como el hielo, y,


una vez más, me doy cuenta de lo peligroso que puede ser este hombre.

Cuando guarda silencio, insisto.

―¿Quiénes, aparte de Anna, Tamra y Ronan, saben que solías ser Alex?
―Ronan Thorne es su mejor amigo, con quien Devlin sirvió en el ejército,
alistándose como Alex después de huir de su padre.

En cuanto a Tamra Danvers, ella conoció a su madre y lo buscó después


de que ella muriera cuando Alex era todavía joven y esencialmente rehén
de su padre, un notorio señor del crimen conocido como El Lobo. Ella lo
cuidó durante años, incluso vino a Laguna Cortez cuando él lo hizo.
Trabajaba en relaciones comunitarias en el departamento de policía en la
misma época en que yo hacía prácticas ahí durante el instituto.

La adoraba entonces y la sigo adorando ahora que trabaja como


directora de publicidad de la Fundación Devlin Saint. Tanto Devlin como
yo confiamos plenamente en ella. De hecho, es la que más me sostuvo la
mano en los días posteriores a descubrir que fue Devlin quien realmente
mató a Peter, y le estaré eternamente agradecida por ayudarme a
encontrar el camino de vuelta a él.

Anna Lindstrom, la tercera del trío más cercano a él trabaja ahora como
su asistente. Apenas es un par de años mayor que Devlin, creció en el
complejo Wolf's Nevada con él. También es la primera chica con la que se
acostó Alex, y es curvilínea y preciosa. La primera vez que la vi con un
vestido plateado, quise arrancarle los ojos. Ahora somos amigas, pero
tengo que confesar que aún persisten algunos celos.

Eso, sin embargo, es culpa mía. Es muy leal, y no puedo imaginarme


que le haga daño a Devlin.

Sin embargo, debe haber otros.

―Me dijiste que, aunque no estabas en Protección de Testigos, tuviste


la ayuda del gobierno para establecerte como Devlin Saint después de que
tu padre fuera asesinado.

Asiente con la cabeza.

―A cambio de información sobre la telaraña de su operación, sí.

―Bueno, esa gente sabe la verdad, y debe haber gente que los rodeó
que también la sabe. Un empleado. Un transcriptor. Alguien que no pensó
que merecías empezar de cero, no con un padre así.

Su rostro se endurece, y desearía poder devolver las palabras. Porque


sé que una parte de Devlin se siente así, que no se merece esta nueva vida,
porque ha sido manchado por su padre, y también por sus propias
acciones.

Tomo su mano y la sostengo con firmeza.

―No es cierto. No es lo que yo creo, pero alguien podría, y si te han


estado observando, esperando una oportunidad...

Me detengo, y él asiente.

―Es una posibilidad ―admite―. Lo investigaré.

Frunzo el ceño, todavía pensando.


―Tal vez alguien de aquella época piense que estás dirigiendo una
empresa ilegal a través de la fundación: los pecados del padre ―digo, con
una voz tan dura como su expresión. La posibilidad no me gusta. No lo
creo, pero no puedo negar que alguien podría hacerlo. La Fundación
Devlin Saint es una organización filantrópica de gran renombre que ha
alcanzado un lugar destacado en sus cinco años de existencia. Lo que
significa que ha atraído mucha atención.

―La DSF creció rápidamente y la financiaste con el dinero de tu padre,


―continúo, pensando en voz alta. Había heredado una parte importante
de la fortuna de su padre, simplemente porque nunca hubo pruebas
suficientes para que el gobierno pudiera embargar legalmente esos
fondos.

―Porque quería limpiar la mancha de esos dólares. Hacer el bien en


lugar del mal.

―Lo sé ―digo―, pero la gente ve lo que quiere.

De nuevo, pienso en Ronan. Han sido amigos desde la época de Devlin


en el ejército, y ahora Ronan es leal a la DSF, trabajando con Devlin en
muchas causas dignas, pero no puedo evitar preguntarme quién era antes.
¿Estaba celoso de la repentina fortuna de Devlin?

En el servicio, seguramente eran iguales, pero ahora Devlin es el


nombre y la cara detrás de una organización de renombre mundial.
¿Aplaude Ronan los esfuerzos de Devlin porque cree en ellos? ¿O porque
está esperando su momento para dar la puntilla a Devlin?

Me obligo a sacudirme las sospechas. Me agrada Ronan, de verdad,


pero no se puede negar que me ha hecho sentir mal desde el principio,
sugiriendo que sería mejor para mí alejarme en lugar de ser una
'distracción' para Devlin.

Sí, bueno, que se vaya a la mierda. Estoy feliz de distraerlo.

Pero probablemente sea mejor si no dejo que mi irritación se convierta


en una acusación sin fundamento.

―¿Se te ha ocurrido algo?


Levanto la vista para ver a Devlin mirándome, así que niego con la
cabeza.

―No. La verdad es que no. ―Consigo una fina sonrisa―. Esperaba que
me inspirara, pero nada. ¿Vas a hablar con tus antiguos contactos? ¿Tal
vez ver si hay alguien de tu pasado que te haya prestado demasiada
atención?

―Créeme, voy a perseguir esto. No me gustan las amenazas, y me


gustan aún menos cuando van dirigidas a ti.

―No puedo discutir eso ―digo―, yo también voy a ver qué puedo
averiguar.

―Déjalo ―dice Devlin―. Veré si hay alguna charla relevante, pero no


quiero que husmees. Alguien te envió una advertencia. Eso significa que
puede haber peligro.

―Oh, por favor. ―El peligro no me asusta, pero perderlo a él sí, y si


cree que me voy a quedar sentada...

Enderezo mis hombros y me encuentro con sus ojos.

―Alguien parece pensar que has resucitado el imperio de tu padre, y


tengo interés en ayudarte a demostrar que eso no es cierto.

―Eso no es tu...

―Más que eso ―continúo, cortándolo mientras mi temperamento se


eleva―. El texto vino a mí, ¿recuerdas? Diablos, ni siquiera se te nombra.
Quizá no tenga nada que ver contigo, pero si alguien me está enviando
amenazas, tomaré medidas para protegerme, así que no me digas lo que
puedo y no puedo investigar. Por si lo has olvidado, investigar es mi
trabajo. Reportera. ¿Recuerdas? Con puntos extra por los antecedentes
policiales.

Veo la irritación que lo invade y me preparo para una discusión.

―¿Reportera? ―me dice―. ¿Me estás diciendo que esto es algo de lo


que vas a informar?

Hago una mueca.


―Por supuesto que no. Lo que quiero decir es que tengo habilidades y
pienso usarlas.

―Maldita sea, El, tienes que alejarte de esto. De chocar con cualquier
remanente de la empresa de mi padre.

―No soy una niña, Devlin. Esto es mi...

―Por el amor de Dios ―dice―. No estoy jugando al cavernícola


protector aquí, pero necesito tiempo para hablar con mis fuentes
tranquilamente. Si empiezas a indagar, le harás saber a quién envió esa
nota que ha tocado un nervio.

Estaba a punto de hablar, pero eso me hace callar. Ha hecho un buen


punto. Solo que no es el punto que él pensaba que estaba haciendo.

Tiene razón en que, si empiezo a buscar, el remitente sabrá que estoy


interesada, y lo más probable es que sea lo suficientemente arrogante
como para creer que puede ganarme, y eso significa que unas pocas
preguntas pueden ser la palanca que necesito para iniciar una avalancha
de información.

―Bien ―digo finalmente, con frialdad―. Puede que tengas razón.

Pero lo que no hago es aceptar pasar desapercibida.


Devlin le tomó la espalda de la camiseta cuando empezó a pasar junto
a él, tirando de ella hasta que se detuvo.

―¿Has olvidado lo bien que te conozco?

Ella miró por encima de su hombro, con sus ojos castaños como el
whisky fijado en su mano anudada en la camiseta gris de las Fuerzas
Especiales del Ejército.

―¿Algún problema, señor Saint?

―Tienes que dejar esto, Ellie. Deja que yo me encargue.

―Mmm. ―Ella lo miró de arriba a abajo, con una mirada fría tan
diferente de la forma en que normalmente lo miraba. Él estaba seguro de
que era la mirada que ella usaba cuando estaba de uniforme; bueno,
probablemente era parte de su uniforme. El componente clave de su
transformación de mujer menuda a policía dura.

Supuso que era la mirada que utilizaba cuando entrevistaba a una


fuente revoltosa. No era una mirada que esperara en un dormitorio, pero
no podía negar que le gustaba. Ella era fuerte, y siempre lo había sido.

Pero también era testaruda, y era en momentos como éste cuando ese
rasgo podía ser un verdadero dolor de cabeza.

―Tú eres la que dijo que tengo gente con la que puedo hablar,
―insistió―. Déjame hacer eso.

―Yo también tengo gente ―replicó ella―, y, para señalar una vez más
lo obvio, el mensaje me llegó a mí. Existe la posibilidad de que no tenga
nada que ver contigo.
―Pura mierda.

Sus hombros se hundieron, y cuando ella dijo:

―Maldita sea, Devlin.

Él pensó que había ganado, pero entonces ella se inclinó hacia adelante,
se sacó la camisa, y continuó hacia el baño, completamente desnuda con
él sujetando la camisa.

―El.

―No vamos a tener esta discusión ―dijo ella―. Si quieres mantenerme


aquí, bien. Eres más grande que yo. Diablos, usa la maldita camisa y
átame a la cama, pero salvo eso, voy a hacer lo que creo que es mejor, y tú
puedes hacer lo mismo, y lo que pienso hacer es identificar al imbécil que
me está enviando notas anónimas como si me fuera a asustar.

Se giró de nuevo y desapareció, cerrando la puerta tras de sí. Él empezó


a seguirla, pero se detuvo, optando por calmarse antes de hacerlo. Ella era
de carácter fuerte, y él también, y Dios sabía que no se echaba atrás ante
lo que la asustaba. Al contrario, se enfrentaba a ello sin miramientos.

Él debería haber sabido que no debía intentar persuadirla de que se


echara atrás porque podría agitar un avispero. Ellie hurgaba en los
avisperos solo para sentir la adrenalina, y él entendía mejor que nadie por
qué.

El problema era que no entendía lo grande y peligroso que podía ser


este nido en particular. Su mundo era precario y había mucha gente a la
que le gustaría verlo caer. Ella hurgaba en el lugar equivocado y podía
terminar atrapada dentro de un enjambre mortal.

Tantos secretos. Tantas mentiras.

Se decía una y otra vez que cuanto menos supiera ella, más segura
estaría porque cuanto más hilo tuviera ella, más tiraría, y más probable
sería que su mundo y el mundo que querían construir juntos se deshiciera
junto con ellos.

Puede que ella no tema esos lugares peligrosos, pero él sí.


No lo hizo antes. Hasta que ella volvió a entrar en su vida, estuvo más
que dispuesto a ignorar el peligro. Porque ¿qué tenía que perder?

Ahora era vulnerable, donde antes era de acero. Ahora tenía un punto
débil, y Dios sabía que mataría a cualquiera que hiciera daño a su El.

Quería contarle todo. Quería abrazarla y ver cómo se acurrucaba contra


él, con los ojos cerrados mientras asimilaba todos sus secretos. Tenía la
fantasía de que ella lo entendería. Que todo lo que hacía, todo lo que era,
tendría sentido para ella.

Pero no podía creerlo.

Sinceramente, estaba aterrorizado.

Eso era. Tan simple como eso.

No sintió verdadero terror desde el día en que huyó de su padre, pero


Ellie lo devolvió a la vida. Por ella, tenía algo que perder, algo que
arriesgar.

Más aún, tenía algo que proteger, y eso es lo que estaba haciendo,
incluso si parte de ello significaba que la estaba protegiendo de él. De los
lugares oscuros de su alma que, si ella pudiera ver, le daría una luz
totalmente diferente a sus ojos.

Mierda.

Sin siquiera darse cuenta de que estaba en movimiento, llegó a la puerta


y la abrió de golpe. Ella estaba ahora en la ducha, y el contorno de su
cuerpo era visible a través del vapor del cristal. La habitación solo estaba
iluminada por una claraboya tintada, lo que hacía que la escena que tenía
delante pareciera sacada de una película erótica.

A pesar de su irritación, sintió que su cuerpo se ponía duro. ¿A pesar?


Demonios, tal vez era porque ella lo frustraba. Quería reclamarla de
nuevo. Doblegarla a su voluntad. Sentir que tal vez, solo tal vez tenía una
pizca de control sobre la vorágine que empezaba a arremolinarse a su
alrededor.

Y si eso lo convertía en un maldito cavernícola, que así fuera.


Su cabeza estaba inclinada hacia atrás, con la cara en el agua, y no se
había dado cuenta de que él había entrado.

Se desató el chándal y lo dejó caer al suelo, luego lo apartó de una


patada, ya estaba duro y ni siquiera podía verla con claridad. Se agachó y
se acarició lentamente la polla mientras la observaba. ¿Hubo algún
momento en su vida en el que esta mujer no lo hubiera excitado? Solo
tenía dieciséis años cuando se conocieron, y el impacto de verla por
primera vez fue como una patada en las tripas.

Ella era su debilidad, lo sabía, y no le gustaba ser un hombre débil, pero


valía la pena porque ella era suya.

Pasara lo que pasara, ella era la manifestación de todo por lo que luchó
en su vida, todo por lo que seguía luchando, el amor y la bondad y la
esperanza y un futuro. Todo envuelto en una mujer que le pertenecía. Una
mujer por la que siempre lucharía, incluso si eso significaba luchar contra
ella.

Atravesó la habitación llena de vapor y abrió la puerta de la ducha,


sorprendiéndola, luego la rodeó con un brazo y la atrajo hacia él justo
cuando ella se hundía de alivio tras la sorpresa inicial.

―Dev... ―empezó, pero él la silenció con un beso de castigo, y luego la


soltó lo suficiente como para apretarla contra la pared de azulejos negros,
con un brazo aprisionándola en su sitio mientras los dedos de la otra
mano se deslizaban entre sus piernas. Estaba muy resbaladiza, y sus
labios se separaron en un suave gemido que se convirtió en un jadeo
cuando él introdujo dos dedos en su interior mientras presionaba la yema
del pulgar contra su clítoris.

―Si así es como actúas cuando estás enojado ―murmuró ella―, me


propondré seguir irritándote.

Él se inclinó hacia adelante y le dio un pellizco en la oreja.

―Cariño, apenas estoy irritado. No me has visto enojado. Dudo que


quieras hacerlo.

Se apartó lo suficiente para ver su cara, esperando un latigazo de su


afilada lengua. En lugar de eso, todo lo que ella dijo fue:
―Lo mismo digo.

No pudo evitarlo y se rio.

―Solo hago mi trabajo ―dijo ella―, y alguien me envió ese mensaje.


Quiero saber quién, y por qué. ¿Por qué alguien quiere ahuyentarme de
ti? ¿Por qué deberían preocuparse por nosotros? De hecho, ¿se trata de
nosotros? ¿O se trata de lo que soy, una reportera, y de lo que eres tú?
¿Alguien está tratando de ponerme en una posición para exponerte? ¿O
hay algo más grande aquí?

Se agachó y le sujetó la mano con más firmeza, luego le sostuvo los ojos
mientras se pegaba a él, separando la boca mientras un temblor la
atravesaba.

―Quizá piensen que soy su aliada. Que solo te estoy utilizando para
conseguir lo que quiero.

―¿Y eso es? ―Su polla estaba tan dura que apenas podía formar
palabras.

―Tal vez quiero el peligro ―dijo ella―. Tal vez solo quiero una buena
follada.

―Bueno ―dijo él despreocupadamente―, ¿a quién no? Pero, cariño, si


es peligro lo que anhelas, tienes que alejarte. Porque puede que no te guste
lo que encuentres.

Ella levantó la barbilla, con los ojos brillantes.

―¿No lo haré?

El corazón le latía en los oídos como si su sangre le pidiera a gritos que


se lo dijera. Que le contara todo, pero todo lo que dijo fue:

―¿Crees que puedo soportar perderte de nuevo? ―Movió los dedos


dentro de ella y se sintió satisfecho cuando se retorció contra él y se
mordió el labio inferior en un evidente esfuerzo por no gritar.

Se inclinó para besarla, con la polla tan dura que creía que iba a
explotar. Quería darle la vuelta y tomarla por detrás, con el peso de sus
senos llenándole las manos mientras se hundía en su interior.
Pero cuando empezó a liberar su mano, ella la atrapó, luego se encontró
con sus ojos y negó con la cabeza.

―La única forma de perderme es que seas tú quien se aleje ―dijo―, y


para que conste, por mucho que quiera sentirte dentro de mí ahora
mismo, no hay forma de que me folles hasta la sumisión.

Ella se agachó bajo su brazo y se movió ágilmente hacia la puerta de la


ducha.

―Tengo trabajo que hacer ahora ―dijo―, y creo que tú también.


―¿Ellie? ―La voz de Brandy atraviesa el silencioso pasillo.

―Sí, soy yo ―grito, quitándome los zapatos.

―¿Qué demonios? ―pregunta ella, apareciendo por la esquina en


pijama y con un delantal. Su pelo rubio está ahora pintado de azul, el rosa
aparentemente se fue. Jake entra en el vestíbulo al mismo tiempo y yo me
agacho para frotarle el cuello mientras gime y se retuerce de placer. Jake,
una mezcla de labrador y mestizo de color leonado, tiene casi once años,
pero sigue convencida de que es un cachorro.

―Jake, almohada ―dice Brandy, y luego le acaricia el pelaje mientras


se dirige obedientemente a su almohada gigante junto a la puerta del
patio. Vuelve a centrarse en mí―. ¿Por qué no sigues en casa de Devlin
teniendo sexo salvaje de reconciliación? ¿O necesitas más ropa? Suponía
que la ropa no era un problema...

Me da con un guiño astuto, y yo pongo los ojos en blanco.

―Qué bonito ―digo―, pero vine a casa para verte, y porque Devlin
tiene reuniones todo el día. Quiero decir, el hombre dirige una
organización filantrópica multimillonaria. Uno pensaría que podría
cambiar su horario, ¿no?

―Es un mundo jodido.

―Realmente lo es. ―Olfateo el aire―. Si eso son muffins, puedes tener


el honor de levantarme el ánimo.

Ella sacude la cabeza en señal de exasperación.

―Prácticamente estás flotando en el aire. Tanto si tiene una reunión o


no, tu ánimo está bien.
―Sí ―admito, siguiéndola a la cocina―, lo está, y estará mejor cuando
me pases uno de esos. ―Brandy es un genio en la cocina y también en la
máquina de coser. Se está forjando una sólida carrera con BB Bags, el
negocio que puso en marcha en Etsy para vender sus bolsos y carteras de
lona aceitada.

Ahora está presente en varias boutiques locales, además de en algunas


tiendas de moda de Los Ángeles, pero juro que también podría abrir una
panadería y tener cola esperando todos los días. Es alta y delgada, y juro
que puede comer todo lo que hornea y nunca se le ve en las caderas, yo,
solo mido 1,65 metros, y me arriesgo a una nueva talla cada vez que me
doy un capricho, pero es un riesgo que vale la pena correr.

―Plátano con nueces ―dice rodeando el mostrador para poner uno en


un plato para mí―. Bastante básico. Lo siento.

―¿Estás loca? Suena increíble. ―Todavía está caliente del horno y le


quito el papel, con cuidado de no quemarme los dedos.

―¿Y? ―Ella empieza a pelar su propio muffin―. ¿Lo que dicen es


cierto? ¿Todo se ha solucionado? ¿Devlin y tú han vuelto a estar juntos,
aunque no estés en su casa en este mismo momento teniendo sexo de
reconciliación?

―Créeme ―le digo―. Ha habido mucho sexo de reconciliación, y sexo


de volver a estar juntos, y sexo de Él es tan caliente y tentador.

―Eso es mucho sexo para menos de veinticuatro horas ―señala.

Pongo una cara inocente.

―¿Eso crees? Porque si no fuera por esos encuentros, podría haber


seguido y seguido y seguido y...

Ella levanta una mano, cortándome.

―Me hago una idea, y me alegro mucho por ti y por tu libido aún
insatisfecho.

Estoy a punto de preguntarle por el nuevo chico con el que sale,


Christopher, y por el estado de su libido, pero algo que dijo antes me
llama la atención.
―¿Qué querías decir con lo de que están diciendo? ¿Quién dice qué?

Acaba de dar un gran bocado, y ahora se apresura a masticar y tragar


mientras me dirige una mirada de 'duh'.

―Los perseguidores de la prensa rosa. Los Insta-cazadores, los


tuiteros. ―Debo de tener la mirada perdida, porque se apresura a
continuar―. ¿No los has visto aquí? ¿O afuera de la casa de Devlin? Me
imaginé que tenían que correr para llegar a la puerta principal.

Niego con la cabeza, y ella se queda boquiabierta como si estuviera


asombrada por mi despiste. Entonces saca su teléfono. Toca un poco y me
lo pasa para que pueda ver un millón de imágenes con hashtags que van
desde ayer cuando salí corriendo de la casa de Brandy y entré en la de
Devlin hasta esta mañana, cuando Devlin me besó en su puerta hace
menos de una hora. Mientras miro, aparece otra conmigo aquí mismo,
metiendo la llave en la cerradura, felizmente ignorante de todo lo que me
rodea.

―No puedo creer que no me haya dado cuenta de que me estaban


observando. ―Dirijo el ceño hacia Brandy―. Menuda policía, ¿eh?

―Antigua policía ―dice, y estoy a punto de señalar que un reportero


también debería mantener un ojo vigilante, cuando continúa―, y para ser
justos, no es que sean obvios.

Se dirige a la pequeña ventana de la cocina que da al patio delantero.

―Ese Toyota verde ha estado ahí desde antes de que te fueras ayer, y
el conductor está tan agachado que está totalmente escondido. ¿Ves?
―pregunta mientras me deslizo de mi taburete y me acerco a ella―, y ese
Subaru rojo se fue por un tiempo. Creo que debe haberte seguido a casa
de Devlin anoche y haber vuelto hoy, pero no es que ninguno de esos
autos esté fuera de lugar. La calle está llena.

En eso tiene razón. Algunos de los vecindarios más bajos en las colinas
tienen estacionamiento reservado solo para los residentes. Esta calle está
lo suficientemente alejada del Distrito de las Artes como para que la
ciudad suponga que los turistas no van a ser una molestia y van a
monopolizar el estacionamiento en la calle. Puede que tengan razón, pero
tanto si se trata de residentes como de turistas, rara vez hay un sitio en la
acera en este barrio, y los distintos vehículos se confunden con el paisaje.

Vuelvo a mi taburete, todavía con el teléfono de Brandy. Hay un millón


de comentarios en las distintas entradas y no me apetece leerlos todos. En
lugar de eso, vuelvo a pasarle el teléfono por el mostrador.

―¿Cuál es el consenso?

―Bueno, ayer se decía que ibas a irrumpir ahí para decirle lo que
pensabas, y no, no había ninguna especulación sobre qué era exactamente
lo que te molestaba, pero ahora ha dado la vuelta y todo el mundo dice
que están juntos. La mayoría de la gente piensa que eso es genial, pero
también hay un montón de chismes de que el chico ahora está fuera del
mercado. Así que esa gente piensa que eres una zorra de ensueño.

―La fama es una perra voluble ―digo, haciéndola reír ya que ambas
sabemos que el foco de atención es el último lugar donde quiero estar―.
Aun así, podría ser peor ―continúo―. Teniendo en cuenta quién es
Devlin, podrían estar en nuestra cara cada vez que estamos en público.
Hasta ahora, han sido bastante invisibles. Diablos, ni siquiera sabía que
alguien nos estaba observando en la pista hasta que apareció esa foto.

Al principio, hubo algunas instantáneas aquí y allá de Devlin y yo


juntos, pero la mayoría de las publicaciones no decían nada más atractivo
que yo era una reportera que solía ser residente de Laguna Cortez, y
estaba escribiendo un artículo sobre la DSF. No fue hasta que Devlin me
llevó a un viaje nocturno a una pista de carreras del desierto que los
medios de comunicación empezaron a prestar atención. Cometimos el
error de compartir un beso profundo, que calienta los huesos, en los
escalones que conducen a nuestro remolque. Después de eso, adiós a la
privacidad, hola al ojo público.

Ahora soy la chica que sacó del mercado al muy elegible y enigmático
Devlin Saint.

Y eso debe haber enojado a algunas personas.

Frunzo el ceño, pensando en el misterioso texto mientras considero eso.


―¿Qué? ―pregunta Brandy, notando obviamente mi cambio de
humor.

―Mira esto ―le digo, luego saco el texto y le paso mi teléfono.

―Te has metido en un lío. Encuentra la verdad. No confíes en nadie. ―Lo lee
en voz alta y me mira a los ojos―. Bueno, eso es súper espeluznante.
¿Quién lo envió?

―Tu suposición es tan buena como la mía. ―Aplasto algunas migas de


muffin bajo mi dedo, como si estuviera aplastando al bastardo que se
burla de mí―. Supongo que es alguien que no se da cuenta de que sé
quién es el padre de Devlin, pero tal vez se trate de algo totalmente
distinto.

Su ceño se frunce.

―¿Como qué?

Dudo, pero Devlin nunca me ha pedido que me contenga cerca de


Brandy. Él entiende que necesito a alguien con quien hablar y ahora
mismo, necesito a alguien más que nunca.

Respiro profundamente y se lo digo a mi amiga.

―Devlin me dijo que tiene más secretos, pero también dijo que no me
los va a contar. Nunca.

Ella inclina la cabeza y me mira fijamente.

―¿En serio? ¿Y estás de acuerdo con eso?

―Sí. No. No lo sé. ―Me paso los dedos por el pelo―. Fue como si me
advirtiera, pero no puedo volver a alejarme, Brandy. No puedo.

―Lo sé. ―Su voz es suave―. Lo entiendo, pero aun así, si tiene secretos
que te van a poner en el punto de mira de mensajes espeluznantes, es justo
que te cuente el puto secreto.

Casi sonrío. A Brandy no le gustan las palabrotas, así que la puntuación


extra solo subraya lo indignada que está por mí.
―No discuto ―le aseguro―, y no creo que guarde sus secretos para
siempre. Eso no es lo nuestro, ¿sabes?

―Todo esto es nuevo, Ellie. Él no es Alex, ¿recuerdas? Ahora estás


trabajando desde un nosotros completamente diferente.

No respondo, porque tiene razón, y mi pecho se aprieta en respuesta a


la obviedad.

Brandy frunce el ceño y me pasa otro muffin, como si fuera un premio


de consolación.

―Probablemente tengas razón. Al fin y al cabo, el hombre está loco de


remate. Ahora quiere protegerte, pero al final te lo dirá.

―Tal vez. Probablemente. No lo sé. ―Me sacudo la melancolía―. No


importa, de todos modos. La cuestión es que esto podría no ser sobre su
padre. Esto podría ser sobre esos secretos.

―Lo entiendo, pero ¿de qué sirve si no sabes cuáles son los secretos?

―No importa. Los secretos en sí no son relevantes.

―¿Entonces qué es?

―Quién más los conoce.

Por un momento, parece confundida, luego su rostro se aclara. Rodea


la barra y viene a sentarse a mi lado, girando su taburete para poder
mirarme.

―Estás diciendo que alguien envió ese mensaje para asustarte. ¿Qué
alguien que conoce el resto de los secretos de Devlin y no quiere que los
conozcas?

―Más o menos.

―De acuerdo, tal vez, pero, ¿cómo vas a averiguar quién?

Me encuentro con sus ojos.

―Ya tengo una idea.

Su ceño se frunce.
―¿Quién?

―Ronan Thorne. ―Teniendo en cuenta lo mucho que Devlin confía en


él, me siento un poco desleal al decir el nombre, pero no puedo evitar la
sensación de que algo pasa con él, y algo que siempre hago es confiar en
mis instintos.

Brandy frunce el ceño.

―Pero son totalmente amigos.

―Con más razón. Se cubrieron las espaldas el uno al otro en el servicio,


así que él va a cubrir las espaldas de Devlin ahora, ¿no?

―Supongo, pero esto...

―Él no confía en mí.

Ella se sienta más recta.

―¿De qué estás hablando?

―O, no sé, quizá simplemente no le gusta que sea periodista.


―Arrastro los dedos por mis ondas enmarañadas―. Todo lo que sé es
que trató de advertirme sobre Devlin al principio. Dijo que yo era una
distracción.

―Ohhh. ―Ella alarga la palabra mientras asiente con la cabeza―.


Distraerlo de todas esas otras cosas secretas que hace.

―Eso es lo que estoy pensando, y él estaba en Las Vegas cuando Devlin


y yo estábamos, también. Estaban hablando en el bar del vestíbulo súper
tarde y cuando bajé a reunirme con ellos, Ronan no parecía feliz de verme.

―Tal vez interrumpiste una reunión importante, o tal vez es protector


de su amigo. Como tú y yo nos cuidamos mutuamente.

―Tal vez ―concedo―, pero se siente como algo más que eso.

―Bien, entonces trabaja hacia atrás. ¿Cuál podría ser el secreto? Algo
que les afecta a ambos, ¿verdad? No es su servicio militar, porque eso
terminó, pero hay cosas de la fundación, ¿cierto?
―Exactamente. ¿Pero qué? La fundación apoya un montón de causas.
Sé que ayuda a las víctimas de trata, pero eso es solo la punta del iceberg.

―Pero Ronan estuvo en Las Vegas, y ahí es donde está ese centro de
rehabilitación para las víctimas. ¿Tal vez algo ahí?

―Posiblemente ―digo―, pero es un viaje rápido. Podría haber ido a


Las Vegas simplemente porque necesitaba hablar con Devlin.

―¿Vas a intentar averiguarlo?

Trago saliva, insegura. Devlin dejó claro que tiene la intención de


mantener sus secretos a rajatabla, así que husmear tratando de
descubrirlos sería seguramente una violación de las normas de la relación.
Al mismo tiempo, quiero saber qué significa ese texto, y a menos que sepa
cuál es el secreto, ¿cómo voy a averiguarlo?

―Mierda ―digo, haciendo que Brandy frunza el ceño―. Por supuesto,


el texto se refiere a algún otro secreto. Si no lo fuera, ¿por qué Devlin
insiste tanto en que sea él quien investigue?

Brandy se ríe.

―Ahora estás pensando demasiado ―me asegura―. Puede que tengas


razón. O puede ser simplemente que Devlin es un tipo protector que está
acostumbrado a tener el control, lo debe estar volviendo loco saber que
un imbécil te envía mensajes crípticos. Por supuesto, quiere averiguar
quién está detrás de eso. El hombre es tu caballero blanco, después de
todo.

―Caballero manchado ―digo con una sonrisa, recordando cómo se


llamó Devlin.

―¿Eh?

―No importa. El caso es que tienes razón. ―Le aprieto la mano―.


Gracias. Voy a ir paso a paso y esperar a ver si Devlin averigua algo sobre
la identidad del remitente.

―Bien por ti.


―¿Y tú? ―pregunto mientras se desliza del taburete y vuelve a rodear
la isla y entrar en la cocina―. En cuanto al novio, quiero decir.

―¿Yo? ―Su voz chirría un poco, lo que me dice todo. O, al menos, me


dice mucho.

―Suéltalo ―digo, levantándome del taburete para tomar otro muffin a


pesar de su débil intento de apartarme―. ¿Hay algo nuevo en el frente de
Christopher? Dios, ¿se quedó a dormir anoche?

No ha dicho nada que me haga pensar eso, por supuesto, pero me doy
cuenta de que algo ha cambiado entre ellos por la forma en que sus
mejillas se sonrojan.

―No. Bueno, bien, sí, pero no… ya sabes. ―Sus mejillas se enrojecen
por completo―, pero yo quiero ―añade, su voz es un susurro tan bajo
que apenas puedo distinguir las palabras.

Mi corazón se estruja de preocupación.

―¿Estás segura?

El rubor se intensifica.

―Es dulce, y no me ha presionado. Es decir, quiere hacerlo, lo hemos


hablado, pero entiende que quiero ir despacio. ―Se encoge de hombros
como si no fuera un gran problema, pero por supuesto que es un gran
problema―. Es un tipo muy bueno, ¿sabes?

―Por todo lo que me has contado y todo lo que he visto, el hombre es


un maldito príncipe, pero ¿sabe él por qué te lo estás tomando con calma?

Ella sacude la cabeza.

―Dios, no. ―Se abraza a sí misma―. Quiero decir, él obviamente sabe


que tengo problemas, y como que he sugerido que estaba en una mala
relación.

―Brandy...

―Lo sé...

―¿Lo sabes? Porque si vas en serio con él, tienes que contarle todo.
―Lo sé. Es solo que me cuesta bastante hablar de eso con él, pero
realmente lo entiendo. Quiero decírselo. Creo que es el primer chico que
me importa lo suficiente como para contarlo, pero tengo miedo de que lo
estropee todo.

―Sí ―digo, con el corazón dolido por ella―, pero si quieres que haya
algo real entre ustedes dos, vas a tener que decírselo en algún momento,
¿no? Es mejor hablar ahora. Si esperas demasiado, será más difícil.

―Supongo, y realmente planeo... oh, mierda. La segunda tanda. ―Se


aleja de mí, y yo miro hacia abajo para ocultar mi expresión, con toda mi
atención en mi panecillo.

No culpo a Brandy por tener miedo de hablar de lo que le pasó. Después


de todo, al igual que yo, tiene casi veintinueve años. A diferencia de mí,
solo se ha acostado con un hombre, sin contar al imbécil que le robó la
virginidad, y no le fue bien. Las conversaciones sobre el sexo con los
hombres no están en la lista de habilidades de Brandy. Tampoco lo es
elegir a tipos que sean sensibles a lo que ella necesita.

Ha salido con algunos que le han gustado de verdad, pero hasta ahora
ninguno que estuviera dispuesto a quedarse cuando se diera cuenta de
que el sexo podría tardar en llegar.

El mundo no es un lugar justo, lo he sabido toda mi vida. Brandy lo


sabe desde nuestro último año, y ambas hemos estado en el extremo
receptor de esa realidad básica más que nuestra parte justa. Lo que,
supongo, demuestra el punto.

Arranco un trozo del muffin y me lo meto en la boca, saboreando su


sabor dulce y a nuez. Brandy es mi mejor amiga y una de las personas
más agradables que conozco, así que odio que haya tenido tan mala suerte
con los hombres. Tal vez sea la ley de los promedios, pero no puedo creer
que no haya más hombres por ahí que no solo estén dispuestos a esperar,
sino que también sean dulces en la cama.

Tal vez Christopher realmente es el tipo. Si va tan en serio con él, espero
que así sea; odio la idea de que le vuelvan a hacer daño y la verdad es que
aún no se conocen tan bien. Es un novelista que vino a la ciudad a
investigar para su próximo thriller. Lo conocí en la sala de investigación
de la Fundación Devlin Saint. Más o menos al mismo tiempo conoció a
Brandy por accidente, lo que significa que se han visto durante unos cinco
minutos en Tiempo de Relación. Ni siquiera estoy segura de dónde vive
realmente, solo que se aloja en un Airbnb mientras está en Laguna Cortez.

Es inteligente y dulce y parece preocuparse de verdad por Brandy. Eso


lo veo claramente, y sé que ella también, y sin embargo sigue
conteniéndose. Es comprensible, supongo, teniendo en cuenta que la
primera vez estuvo prácticamente inconsciente después de que un imbécil
en una fiesta le diera una droga para violarla. Por si fuera poco, acabó
embarazada, lo que enloqueció a sus padres y al bebé a un hogar de
adopción.

Es muy traumático, así que entiendo por qué no quiere hablar de eso,
pero si se aferra a ese secreto durante mucho tiempo, estoy segura de que
alejará a Christopher. Después de todo, algunos secretos entre parejas
están bien, pero cuando el secreto es grande, cuando es del tipo que puede
afectar realmente a una relación, entonces el silencio no es una cuestión
neutral. Se convierte en un verdadero obstáculo en la relación.

Frunzo el ceño y me doy cuenta de que ya no estoy pensando en


Brandy. Mis pensamientos se centran en Devlin. Me ha dicho sin tapujos
que tiene secretos. Siempre habrá secretos entre nosotros, dijo. Deberías haberte
mantenido alejada.

Me dijo que era una apuesta peligrosa, pero nunca esperó que huyera.
En realidad, no. De eso estoy segura, porque Devlin me conoce. Ha visto
mis demonios, y sabe que el peligro no me asusta.

No, eso no es cierto. Me asusta, pero esa es la emoción. Esa es la


adrenalina, aún más potente porque nunca la espero. El peligro me robó
toda mi familia, y sin embargo sigo aquí.

No soy la chica que coquetea con el peligro. Soy la mujer que manda al
peligro a la mierda.

Me estremezco, no me gusta esta oscura dirección de mis pensamientos.


Lo que siento por Devlin es real, lo es. No es una jodida manifestación de
la culpa del sobreviviente. Lo sé. Lo creo. Lo amo, y cada día estoy
cayendo más profundamente.
Pero ¿qué tan profundas pueden ser las raíces de nuestra relación
cuando sé que no solo ha estado guardando secretos, sino que nunca,
nunca tiene la intención de revelármelos?
―Así que nos vemos esta noche, ¿no? ―pregunto unas horas más tarde
mientras Brandy frunce el ceño ante su reflejo en el espejo del pasillo―.
¿Tú, yo y Lamar para tomar algo a las cinco?

―Ese es el plan ―dice ella―. Siempre que solo seamos nosotros los que
juguemos a ponernos al día y no ustedes dos organizando mi vida
amorosa.

―Te lo prometo ―digo, imitando la acción de una cruz en mi corazón


mientras pronuncio las palabras―. ¿Segura que no quieres hablar más?
―Ella cambió hábilmente la conversación después de rescatar la segunda
tanda de muffins, y como mis pensamientos se habían vuelto demasiado
profundos e inquietantes, no insistí en el tema. Ahora, sin embargo, tengo
la culpa de los amigos.

―Contigo, tal vez, más tarde, pero por mucho que quiera a Lamar, no
quiero que sea mi gurú de las relaciones. Solo mi compañero de copas.

Me río, porque no puedo discutir eso.

―Me parece justo. Te protegeré de las preguntas sobre Christopher, y


tú harás lo mismo por mí con las preguntas sobre Devlin.

Hace una mueca.

―Me pondré mi traje cortafuego favorito.

―No es gracioso.

―Oh, creo que sí ―se burla―. Al menos un poco.

Ella sonríe, y yo frunzo el ceño. Ambas sabemos que Devlin no está en


la lista de personas favoritas de Lamar. O, más específicamente, no está
en la lista de personas favoritas de Lamar para Ellie. Lamar y yo somos
amigos desde que éramos cadetes en la Academia de Policía de Irvine, yo
era la única mujer y él, el único cadete negro, y nos unimos
inmediatamente, y aunque nunca ha habido nada romántico entre
nosotros, ambos somos protectores el uno con el otro, y Devlin se ha dado
cuenta de ello.

Hace mucho tiempo, Lamar se enamoró de mí. Más del tipo 'seamos
amigos con beneficios' que del tipo 'empecemos una relación'. A veces,
todavía se burla de mí para salir, pero no de una manera seria. Estoy
segura de que seguiría con una aventura de amigos con derecho a roce,
pero eso es porque no tiene problemas para mezclar el sexo casual con la
amistad, yo sí, y hace años que frené esa posibilidad. Porque mientras él
es capaz de acostarse con alguien y seguir siendo amigo, yo follo y salgo
corriendo.

O solía hacerlo. Devlin es la única excepción a mi regla. Probablemente


porque fue mi pasado con Alex el que puso en marcha esa regla en
particular.

Ahora Lamar es como Brandy. Un confidente cercano. A diferencia de


Brandy, él no sabe que Devlin solía ser Alex Leto, lo que significa que
tengo que cuidarme a su alrededor, lo cual odio, pero al mismo tiempo no
hay manera de que rompa la confianza de Devlin. Puede que lo acose para
que ceda y me deje decírselo a Lamar, pero no lo socavaré en absoluto.

De hecho, puede que Lamar nunca sepa la verdad, porque a diferencia


de Brandy, Devlin no confía en él. Sin embargo, ese es el problema de
Devlin. Puedo contar con dos dedos los amigos íntimos que tengo, y
aunque guardaré el secreto de Devlin, de ninguna manera voy a
abandonar a un amigo solo porque mi novio esté celoso.

―Cask & Barrel a las cinco, ¿verdad? ―pregunta Brandy.

Asiento con la cabeza.

―Perfecto.

―Genial. ¿Podrías poner a Jake en su jaula cuando te vayas? Necesito


salir de aquí o llegaré tarde.
Asiento con la cabeza y ella se agacha para acariciar a Jake, que está
sentado, notablemente bien educado en el pasillo.

Se da la vuelta, obviamente buscando sus llaves.

―¿Cuáles son tus planes? ―pregunta, y no las encuentra en la mesa del


pasillo, sino en el fondo de su bolso.

―Voy a pasarme por la comisaría para ver si Lamar puede ayudarme


con una investigación sobre Peter, pero antes, voy a llamar a Roger para
ver si todavía tengo trabajo.

Dio un paso hacia la puerta, pero ahora se quedó congelada.

―¿Volverás a Nueva York?

―No, no. Tomé la decisión de quedarme en Laguna Cortez con Devlin,


y no voy a cambiar de opinión, pero me encanta mi trabajo, también, y si
puedo encontrar una manera de mantenerlo, bueno, entonces estoy más
que dispuesta a rogar.

―Buena suerte ―dice Brandy cuando se lo digo. Me da un abrazo, frota


la cabeza de Jake y sale corriendo, cerrando la puerta tras de sí.

Con Jake pisándome los talones, me dirijo a mi habitación y me


acomodo en la cama. Jake se acuesta en el lugar soleado junto a mi
ventana mientras me pongo los auriculares y marco el número de The
Spall Monthly en Manhattan.

―Hola, Brenda ―digo cuando la recepcionista responde―, soy Ellie.


¿Está Roger? ―Roger Covington es mi editor, y no hemos hablado desde
que mató mi perfil de la DSF tras enterarse de que Devlin y yo estamos
involucrados. Si añadimos el hecho de que le dije que me quedaba en
California, no estoy segura de en qué punto se encuentra nuestra amistad,
y mucho menos mi trabajo.

―Está en la reunión de personal ―dice Brenda, y yo doy un golpe de


cabeza mental, habiendo olvidado la diferencia horaria―, pero ya casi
termina. ¿Quieres esperar? O puedo decirle que te llame.

Miro el reloj. Si Roger es puntual, y siempre lo es, terminarán en siete


minutos.
―Puedo esperar ―digo, y luego me acomodo para escuchar la música
clásica de espera mientras rebusco en el suelo de mi armario la caja con
los diarios de mi madre.

Estoy dispuesta a darle a Devlin veinticuatro horas para ver si puede


encontrar algo sobre el mensaje, pero no estoy dispuesta a dar un paso
atrás en cuanto a averiguar más sobre el tío Peter.

Mi primer indicio sobre la verdadera identidad de Devlin como hijo del


notorio señor del crimen conocido como El Lobo llegó no mucho después
de haber hojeado uno de estos mismos diarios, yo era muy pequeña en el
momento de la entrada, y mamá estaba preocupada por el tipo de negocio
en el que estaba metido su hermano Peter.

Con mamá y conmigo en el auto, fue a ver a la madre de un chico


llamado Alejandro, del que Peter dijo que era hijo de su jefe.

Poco después de leer la entrada, hice la conexión. Peter trabajaba para


Daniel López, alias El Lobo. Alex Leto era Alejandro López, el hijo de El
Lobo, y Alex se había convertido en Devlin.

Fue una gran revelación en ese momento. Ahora, que he averiguado la


verdad más profunda, es solo una parte de lo que Devlin es y fue.

Durante años, no me atreví a leer las palabras de mi madre por miedo


a que me consumiera tanto el dolor que me arrastrara a la oscuridad. Solo
empecé a hojear las páginas cuando comencé a investigar el artículo sobre
el tío Peter.

Volví a Laguna Cortez porque aparecieron nuevas pruebas después de


su muerte, y pronto supe que Peter estaba muy unido a El Lobo y cuando
empezó a robar dinero, el Lobo ordenó que lo mataran.

Yo quería saber cómo un hombre aparentemente honrado, de una


familia sólida de clase media, podía haberse metido tan profundamente
en una organización como la de El Lobo, pero Peter murió hace más de
diez años, y sin nadie más vivo en mi familia, y sin ninguna otra pista
sólida, recurrí a los diarios de mi madre.

Mi primera incursión en las palabras de mi madre fue limitada, creo.


No sé si me parecía mal leer sus pensamientos privados o si tenía miedo
de cruzar esa cortina negra de dolor. Ahora, sin embargo, quiero saber
más. Quiero saber qué le preocupaba a mi madre sobre Peter, pero
también quiero saber más sobre la mujer que me amaba y que me fue
arrebatada.

Mi madre no etiquetó el lomo de sus diarios, pero uno de ellos solo está
rellenado en tres cuartas partes, por lo que supongo que es el último de
los libros. Con el corazón palpitante, retrocedo hasta la última entrada.

Charlie lo hizo de nuevo. Prometió que llegaría a casa a tiempo para cenar con
Ellie y conmigo. No le ha leído un cuento para dormir en una semana. Sé que nos
quiere a las dos, pero ¿por qué no puede entender que también tiene que
demostrarlo?

Perdóname, diario, solo me estoy quejando. Es un buen hombre. Un buen


proveedor, y sé que está ocupado con tantas responsabilidades, pero aun así...

Intenté llamar a Peter para hablar con él sobre Charlie. Sé que debería guardar
mis asuntos maritales para mí, pero toda mi vida, Peter ha sido mi confidente. Sé
que aún está molesto conmigo, pero tenía que hablar con él. Sin embargo, no
contestó el teléfono. Le dejé un mensaje, porque quizás esté filtrando las llamadas.
Le dije que me llamara en una hora, porque necesito un poco de aire. Voy a dar
una vuelta. Con suerte, Lisa puede hacer de canguro durante una hora o así. Ellie
está durmiendo, así que hacer los deberes aquí es prácticamente lo mismo que
hacerlos enfrente, en su casa.

Tal vez recoja algunas cosas más para la fiesta de Ellie mañana. Entonces no
parece que me esté escapando porque me siento sola y frustrada por los hombres
de mi vida.

¿¡Cómo es que mi bebé tiene casi cuatro años!?

Acabo de llamar a Lisa y está en camino. Qué suerte tengo de tener a una chica
de instituto tan responsable justo enfrente.

Mi próxima entrada será mucho menos quejumbrosa. Quizás incluso compre


una botella de vino y seduzca a mi marido. Darle una razón para llegar a casa
temprano. Creo que me gusta ese plan...
Cierro el libro, temblando. Mañana es la fiesta de Ellie. Había escrito esto
la noche en que la mataron. La noche en que su auto cayó por uno de los
acantilados, llevándose un trozo de la barrera metálica y matando a mi
madre al instante.

¿Fue esa una de las razones por las que Peter dejó Los Ángeles y se
mudó a Laguna Cortez? ¿Se sintió culpable por no haber tomado la
llamada de mi madre o, peor aún, por haberla ignorado?

¿Y por qué estaba enojado con ella? Sé que habían estado unidos toda
la vida. Mi padre y el tío Peter me lo dijeron. Entonces, ¿qué podría haber
hecho ella para que él quisiera ignorarla?

Subo las rodillas hasta el pecho y me abrazo a las piernas. Por la


referencia del diario anterior, sé que Peter no vivía en California cuando
yo tenía dos años, pero debía de tener trabajo en Los Ángeles, porque
mamá y yo fuimos a visitarlo, y sé que se mudó ahí después.

Ella se preocupó por él en la primera entrada que leí, escribiendo que


Peter estaba involucrado en el tipo de negocios que la esposa del jefe de
Policía probablemente no debería conocer.

¿Sabía algo concreto? ¿O solo tenía una vaga sensación? ¿Y qué cambió
desde entonces hasta mi cuarto cumpleaños? ¿Por qué se mudó Peter a
Los Ángeles?

No sé ninguna de esas respuestas, pero tengo la maldita intención de


averiguarlo.

Sobre todo, porque al hurgar en el pasado de Peter podría descubrir


algunas cosas, incluida la identidad de quien me envió el mensaje.
Tras otros cinco minutos en espera, me planteo colgar, ir por un café e
intentar la llamada más tarde. Estoy a punto de hacerlo, cuando la música
de espera se detiene bruscamente, y Roger entra en la línea.

―Esperaba que me devolvieras la llamada ―dice―. ¿Debo suponer


que los días de silencio significan que me falta una periodista? Por no
hablar de alguien con quien compartir las papas fritas con queso de
Freddie's.

Sonrío, con el estómago rugiendo al recordar las increíbles papas fritas


de la cafetería a dos manzanas de la oficina. También sonrío porque si se
burla de mí por las papas fritas significa que no he convertido a un amigo
en un enemigo.

―Supongo que estábamos en un punto muerto. Estaba esperando que


me llamaras.

Además del perfil de la DSF, me fui de Manhattan para poder


investigar la muerte de Peter y, posiblemente, convertir mi investigación
en una historia para The Spall, pero cuando la noticia de mi relación con
Devlin se filtró a la prensa, Roger me sacó no solo del perfil, sino también
de la historia sobre Peter.

Me aclaro la garganta.

―Después de que soltara la bomba sobre la permanencia en Laguna


Cortez, me imaginé que tendrías que hacer alguna reflexión, y si pensabas
que la revista aún me quería, entonces tendrías que negociar con Franklin.
―Franklin Coates es el editor de la revista, lo que significa que es el tipo
que, en última instancia, tiene mi sueldo en sus manos.

―Sí te quiero ―dice Roger―, y Franklin está dispuesto a dejarte


trabajar a distancia. No voy a decir que exageramos; involucrarte con
Saint mientras escribías un perfil sobre él y la fundación fue muchas cosas,
mal juicio incluido entre ellas.

―Lo sé, yo...

―Pero todo el mundo comete errores, y Franklin y yo sabemos que eres


una excelente reportera y un activo para The Spall.
Una banda de acero alrededor de mi corazón se afloja, y de repente me
doy cuenta de lo mucho que no había querido que me despidieran.

―Gracias. Roger, eso significa mucho para mí.

―Vamos a hacer el perfil ―dice, y todo mi cuerpo se queda flácido de


alivio.

―Es una gran noticia. La fundación hace un trabajo tan bueno que...

―Sin nombre ―dice, y me encojo―. Lo siento, chica, pero dadas las


circunstancias, es mejor que el perfil de la Fundación Devlin Saint se
publique sin el nombre del periodista.

Casi discuto, pero sé que es inútil, y, diablos, probablemente tengan


razón. Creo de verdad en el trabajo que hace la fundación de Devlin, y
odiaría que el hecho de que estemos juntos confundiera el mensaje.

―Bien ―digo, y luego, porque me temo que ha salido demasiado


cortante, añado―: Gracias.

―Queremos mantenerte, chica. Eres un activo. No podemos darle a


algún periodicucho de la Costa Oeste la oportunidad de arrebatarte.

―¿Qué hay de mi artículo sobre la corrupción en el tránsito de Nueva


York?

―Ya no es tu historia.

Me aclaro la garganta, pero no digo nada. No puedo esperar que la


revista me pague el viaje de ida y vuelta para investigar.

―Corbin se encargará de todos tus artículos en Nueva York.

―Genial ―digo, esa pequeña palabra contiene un cubo de vitriolo.

―Dime cómo te sientes realmente ―dice Roger, y yo hago una mueca.


Corbin Dailey y yo tenemos una política de destrucción mutua
firmemente establecida. Lo odio porque es un imbécil arrogante y
traicionero sin talento para la palabra escrita, y él me odia porque lo sé.

―No puedes esperar que me alegre por eso.


―No, y fue decisión de Franklin. Si quieres considerarlo un castigo, no
te corregiré.

―Bien. Bien. ¿Tienes alguna buena noticia real para mí?

―¿Además de seguir cobrando un sueldo?

Me froto la sien.

―Es curioso. Esperaba que pudiéramos hablar de la historia de Peter.


Sigo pensando en escribirla y voy a publicarla en algún sitio. Así que si...

―Espera, espera, espera. Hablé con Franklin sobre eso, también.

―Oh. ―Me siento más erguida―. ¿Y?

―Todavía queremos publicarla. Con tu nombre. Creemos que tener tu


nombre en él sería una ventaja. Un ensayo personal con un sólido
reportaje para subrayar las partes emocionales. ¿Qué dices?

Lo que quiero es chillar de alegría porque es perfecto, y se lo digo.

―Entonces mantenme informado. Me gustaría que saliera el mes que


viene, pero tengo la sensación de que vas a necesitar más tiempo para
indagar.

―En eso tienes razón. De hecho, estoy a punto de ir a la comisaría ahora


mismo. Espero que Lamar pueda disponer de algo de tiempo para
ayudarme con un par de entrevistas. ―Quiero hablar con los contactos
comerciales de Peter en Laguna Cortez, y quiero empezar a rastrear sus
contactos en Los Ángeles.

―¿El detective Gage? ¿El que vino a la oficina hace un año?

Ese verano, Lamar voló a Nueva York para un largo fin de semana de
teatro, y yo lo llevé a la oficina para presentarle a mi editor y mostrarle mi
escritorio con el mismo tipo de regocijo que muestra su placa a los niños
de la escuela primaria.

―Dale mis saludos ―dice Roger.

―Lo haré ―le digo, antes de terminar la llamada con un nuevo impulso
de entusiasmo. Después de todo, no solo ya no estoy en el limbo del
empleo, sino que tengo una razón legítima, y relacionada con el trabajo,
para hacer toda la investigación que Devlin quiere que evite.
Lamar está interrogando a alguien cuando llego. Llamé antes para
asegurarme de que no estaba en el campo, y como no solo me esperan,
sino que también soy un poco de la realeza de la policía, me acompañan
y me permiten sentarme a observar lo que hace Lamar.

Es una buena ventaja, pero en general preferiría que mi padre, el


antiguo jefe de policía, no hubiera sido asesinado. Su muerte me dejó con
el jefe Randall y su esposa Amy como tutores durante ese periodo inferior
entre el asesinato de papá y mi abandono del último año de instituto.

Sin embargo, ahora no pienso en eso. En su lugar, me entretengo


observando a Lamar, cuya habilidad para cambiar sin problemas entre el
policía bueno y el policía malo lo convierte en un formidable
interrogador.

Hoy está haciendo su interpretación de un policía malo, y la forma en


que arremete verbalmente contra el sospechoso, combinada con su
postura de que no le importa una mierda, es una actuación perfecta.

El sujeto en la silla parece pensar lo mismo, porque cuanto más avanza


Lamar, más se crispa. Cuando pasa una hora, el tipo está listo para
compartir todo lo que sabe sobre cómo su casero le prendió fuego a la
lavandería, aparentemente apostando que un pago del seguro era más
probable que una condena por incendio.

―Nada mal ―le digo a Lamar, después de que entre en la sala de


observación ante un aplauso mío y de un puñado de agentes uniformados
que también han disfrutado del espectáculo.

―Por cierto, ¿dónde está Endo? ―le pregunto, después de seguirlo


hasta su estrecho armario de escobas.
Solo he visto a su socio, Benton Endo, una vez. Volé de Nueva York a
San Diego para investigar una historia, y los dos condujeron para reunirse
conmigo para cenar.

―Pensé que te lo había dicho. Estoy volando solo hasta que él regrese.
Licencia de paternidad. Tres meses en casa cambiando pañales.
―Sonríe―. Pobre bastardo.

―No sé, apuesto a que te pasas por lo menos dos veces a la semana
para que el bebé conozca al tío Lamar.

―Maldita sea ―dice―. Es como si me conociera.

―En toda tu molesta gloria. Dale la enhorabuena a él y a su mujer de


mi parte, y en cuanto a volar solo, no parecía que lo necesitaras hoy en
absoluto, pero creo que he visto un poco de Our Suburbia cuando estabas
trabajando en ese sospechoso.

Hace una mueca de dolor.

―Ahora estás siendo cruel.

―En absoluto ―replico, con la voz cargada de burla.

Our Suburbia fue la más popular de las series de los días de Lamar como
actor infantil. No solo fue un gran éxito veinte años atrás, sino que
también lo fue Lamar, que interpretó al segundo hermano menor. Nunca
vi la serie de niña, pero después de conocer a Lamar, me propuse ver
todos los episodios.

―Esa serie era puro arte ―añado.

―Yo también te quiero, Sherlock ―dice secamente.

―Eres el mejor, Watson ―respondo, usando los nombres que


adoptamos el uno para el otro hace años―. Sinceramente ―añado―, creo
que tenemos que tener una noche―. Un juego de DVD con los Grandes
Éxitos de Lamar, pizza, litros y litros de vino. Tú, yo, Brandy, Devlin.
Será...

Me corto cuando veo que su cara se pone dura. Es entonces cuando


recuerdo que no le he contado todo. He estado viviendo en Ellie Time, y
para mí es como si Devlin y yo hubiéramos vuelto a estar en paz desde
hace meses, pero la verdad es que hace apenas unos días me estaba
haciendo a la idea de no volver a verlo, y solo ha pasado una noche desde
que me hice a la idea de la verdad ineludible de que no solo creo en él,
sino que estoy comprometida a trabajar en lo nuestro.

Lamar, sin embargo, no está al tanto de nada de eso.

Por eso me siento y le pido con la cabeza que haga lo mismo.

―Todo está bien ―digo―. Hemos vuelto a estar juntos.

―¿Qué parte de eso es buena?

―Lamar, no.

Aspira aire por la nariz y se pasa la mano por el pelo rapado. Cuando
nos conocimos, me dijo que en los tres años que transcurrieron entre su
carrera en la televisión y su llegada a la policía, llevó rastas. Entonces, un
asaltante de San Francisco le agarró el pelo, le dio una paliza y le robó la
cartera.

Ese horrible encuentro le inspiró no solo a cortarse las rastas, sino a


seguir la carrera de policía en la que pensó desde que interpretó a un
pandillero adolescente en una película. Una vez me dijo que era una
mierda como película, pero que le cambió la vida por su inspiración.

La historia me pareció genial y decidí llevar siempre el pelo recogido


cuando llevara el uniforme. Por si acaso los malos tenían alguna idea.

Ahora me estudia, con los ojos entrecerrados.

―¿Estás segura? ―insiste―. ¿Esto es lo que quieres? ¿Devlin es lo que


quieres?

―Sí ―digo, y esa única palabra es producto de una gran contención.


Quiero contarle todo, pero por supuesto no puedo.

Él ve la proyección de un hombre que Devlin ha construido


meticulosamente durante los últimos cinco años o más. Un hombre
solitario con miles de millones a su nombre que creó una fundación
benéfica. Un hombre duro y privado conocido por acostarse con
cualquiera, pero que evita cualquier compromiso a largo plazo. Un
hombre que apoya a su comunidad, seguro, pero no el tipo de hombre
con el que quieres que tu mejor amiga se acueste. Lo entiendo.

―Solo me preocupa ―dice.

―No tiene porqué ―respondo―, y tampoco tenemos que hablar de


eso. No estoy aquí para pedir consejos sobre las relaciones. ―Me muevo
en la silla―. ¿Sigues estando libre para acompañarme en estas
entrevistas? ―Cuando hablamos antes, su día se había abierto de par en
par.

Hace una mueca de dolor.

―Lo siento, Sherlock. Puedo hacer una en la ciudad, pero si todavía


quieres conducir hasta Los Ángeles, tendré que pasar. Resulta que tengo
un testigo que viene en un par de horas.

Estoy decepcionada, pero asiento con la cabeza. Esperaba poder


indagar en la vida de Peter antes de la muerte de mi madre, tratando de
saber en qué estaba metido incluso antes de mudarse a Laguna Cortez
para ayudar a mi padre a criarme.

Pero hay mucho que aprender sobre Peter durante sus años en Laguna
Cortez, y, además, tengo otro pendiente que quiero hacer hoy. Así que
asiento con la cabeza y le aseguro a Lamar que está bien.

―Mañana debería funcionar ―me dice― Tengo el día libre y estoy


dispuesto a renunciar a mi tiempo de ocio por ti. Suponiendo que la
revista pague el almuerzo.

―Creo que es lo menos que puede hacer The Spall por los dos ―le
aseguro.

Hago una pausa mientras nos dirigimos a la entrevista de hoy, y un


nuevo pensamiento me golpea. Lamar mira hacia atrás por encima de su
hombro, con la ceja levantada en forma de pregunta.

―¿Algún problema?

Sacudo la cabeza.
―Nada. Se me acaba de ocurrir algo, pero... no importa.

―¿En serio? ¿Vas a dejarlo así? Sabes que eso solo me hace sentir más
curiosidad.

Me río.

―No es nada. Probablemente nada. ―Tomo aire, ganando tiempo.


Debería inventar algo. No debería preguntar lo que estoy pensando en
preguntar.

Pero, por supuesto, lo hago.

―Bien, aquí está. ¿Qué tan bien conoces a Ronan Thorne? Me dijiste
que lo conociste en una de las funciones de la DSF, pero ¿salieron juntos?
¿O solo se ven de vez en cuando?

Su ceño se frunce, pero se toma la pregunta con calma.

―Sinceramente, apenas lo conozco, pero es amigo de Saint. ―Ladea la


cabeza mientras me mira―. No estoy seguro de en qué clase de hombre
lo convierte eso.

―Date un descanso, y mientras descansas, ¿podrías investigarlo por


mí?

Hace una pausa cuando llegamos a la plaza afuera de la policía.

―¿Por qué? ¿Qué pasa?

De ninguna manera voy a contarle a Lamar lo del texto y la amenaza.


Le preocuparía demasiado, y no quiero que husmee, y que se entere de
cosas sobre Devlin que ni él ni yo estamos dispuestos a compartir. Así que
le digo la verdad, pero no toda la verdad.

―Básicamente me dijo que no debería estar con Devlin ―le digo―, y


también estaba en Las Vegas cuando me fui de viaje con Devlin. No
parecía muy entusiasmado de verme ahí.

―Aparentemente Ronan y yo tenemos más en común de lo que


pensaba.
―Lamar... ―Estoy segura de que puede oír la frustración en mi voz. Él
y Brandy son mis mejores amigos. Quiero que se lleve bien con el hombre
que amo.

―Bien, bien. ¿Qué es lo que buscas?

―Él probablemente solo me frota de la manera equivocada


―admito―, pero no puedo superar la sensación de que está ocultando
algo, y quiero saber qué es.

Cuando Ronan me sugirió por primera vez que me apartara, pensé que
estaba tratando de proteger el corazón de Devlin, pero entonces un
horrible criminal llamado Lorenzo Bell fue asesinado en Las Vegas
cuando Devlin y yo estábamos en la ciudad, disparado a quemarropa por
un asaltante desconocido.

Se suponía que Ronan no debía estar ahí, y sin embargo Bell fue
asesinado la misma noche en que Ronan llegó casualmente a la ciudad.
Ahora, no puedo evitar la sospecha de que Ronan quería sabotear mi
relación con Devlin para que una reportera entrometida no estuviera
husmeando.

Eso, sin embargo, no es algo que esté dispuesta a compartir con Lamar.
No sin pruebas. Así que todo lo que digo es:

―¿Lo harás?

―¿Qué estoy buscando?

―No lo sé, cualquier cosa que te haga levantar las cejas. Así ―añado
mientras sus cejas se levantan.

Él sonríe, y luego vuelve a poner su cara de severidad.

―Es una tarea muy amplia, pero supongo que podría hacer una
comprobación básica de los antecedentes y ver si eso lleva a alguna parte.
Sinceramente, me gusta el tipo. No creo que encuentre nada.

Me encojo de hombros.

―Si no es así, estupendo. No es como si esperara enterarme de que el


mejor amigo de Devlin está sucio.
Esa es la verdad. Ronan podría restregarme de la manera equivocada,
pero Devlin ha sido traicionado lo suficiente. No quiero que Ronan sea un
miembro de ese pequeño pero peligroso club, pero sí quiero respuestas.

No me preocupa que Lamar se tropiece con la conexión de Devlin con


el Lobo. Eso está enterrado en lo más profundo, y aunque Devlin me ha
dicho que Ronan sabe la verdad sobre el parentesco de Devlin, estoy
segura de que no hay un vínculo directo entre Ronan y el Lobo. Después
de todo, Ronan y Devlin se conocieron en el ejército, y eso fue después de
que Devlin rompiera con su padre.

Porque estoy segura de eso, no siento ninguna culpa.

O, al menos, no mucho.

―Entonces, ¿quieres mirar?

Levanta las manos como si se rindiera.

―Supongo que tengo que hacerlo.

Sonrío, comprendiendo. Hace años, prometimos que siempre nos


cubriríamos las espaldas.

―Te quiero, Watson.

―Lo mismo digo, Sherlock.

Una vez resuelto esto, nos dirigimos al SeaSide Inn. Decidimos


caminar, aunque es un camino bastante largo, pero el día es hermoso, y si
el tiempo apremia, siempre puede tomar un Uber de vuelta a la estación.

―¿Qué crees que vas a encontrar? ―Plantea la pregunta entre las


diversas opciones de restaurantes que estoy viendo para mañana.

―¿Quieres decir ahora? ¿En el hotel? ―Peter era el dueño del hotel, y
le explico que espero que el actual propietario era el gerente cuando yo
era una niña sepa algo sobre las actividades poco legítimas de Peter.

―Si lo sabe, probablemente sea porque él también estaba sucio. En ese


caso, no dirá nada.
―Tal vez ―concedo―, pero tengo que hacer las preguntas, ya sabes
cómo funciona esto. No tienes una pista hasta que tienes una pista. Ahora
mismo, estoy tamizando la arena.

―¿Algo en los diarios de tu madre?

―¿Sobre el hotel? No, pero no habría. Peter no se mudó aquí hasta


después de la muerte de mamá. Vino a ayudar a papá a cuidar de mí.

―Cierto ―dijo Lamar―. Así que no sirve de mucho este artículo, ¿eh?

―Tal vez más de lo que esperaba ―digo, dándome cuenta de que


nunca le hablé de la entrada del diario que había encontrado cuando
Devlin y yo estábamos en Las Vegas―. Mi madre escribió que temía que
Peter estuviera mezclado con el tipo de gente que la esposa de un policía
no debería conocer.

―¿Crees que Peter ya estaba trabajando para El Lobo? ¿Incluso


entonces?

Asiento con la cabeza.

―Y hay otra entrada que encontré de justo antes de que ella muriera.
Peter estaba molesto con ella. Tengo que hojearla para ver si puedo
averiguar por qué, pero mi suposición...

―…es que estaba presionando a su hermano para que se alejara de El


Lobo.

Hago una mueca y asiento con la cabeza.

―O se saliera del negocio. No sé si alguna vez supo específicamente de


El Lobo. ―Me detengo en la acera, obligando a Lamar a dar un paso atrás.

―¿Qué?

―Es que no tiene sentido. Mi madre tenía una gran familia. Pequeña,
sí, y sus padres murieron jóvenes, pero aun así era genial. ―Todos mis
abuelos se han ido, en realidad, llevados por diversas enfermedades en
lugar de la inesperada tragedia de mi madre y mi padre, pero dejándome
igual de sola―. Quiero decir, Peter era agradable, y sé que tenía un dinero
decente porque tanto él como mamá lo heredaron cuando su padre murió.
Entonces, ¿por qué salir de ese mundo confortable a la vida peligrosa que
lo mató?

―No puedo responder a eso, pero lo veo todo el tiempo. Tal vez
comenzó como una búsqueda de emociones y se metió en su cabeza. Tal
vez se sentía indefenso y quería poder. Tal vez simplemente estaba mal
conectado.

Sacudo la cabeza.

―No es lo último, él fue bueno conmigo. Sólido. Tuvo que aguantar a


una adolescente afligida y estuvo a la altura. Me quería, pero aun así hizo
todo eso, y me temo que...

―¿Qué?

―Tengo miedo de lo que voy a sentir por él cuando sepa toda la


verdad.

Toma mi mano y la aprieta.

―No importa lo que suceda, él seguía siendo un hombre que te amaba.


Con defectos, tal vez. Con errores, probablemente, pero estuvo ahí
cuando lo necesitaste.

Y eso, creo, es a lo que tengo que aferrarme.


El SeaSide Inn se encuentra en la autopista de la costa del Pacífico, casi
justo enfrente de donde se encuentra ahora la Fundación Devlin Saint. En
la época en que el tío Peter era el propietario del hotel, el lugar de la DSF
era un terreno baldío cubierto de maleza que la gente utilizaba como
estacionamiento ilegal en la playa.

Peter y yo caminábamos a menudo hasta aquí desde su casa, una de las


pocas de Laguna Cortez que está en el lado del océano de la carretera.
Incluso le ayudé a arreglar el hotel. O, al menos, pinté algunas paredes.
La mayoría de las veces me daba el trabajo fácil, ya que los contratistas
reales hacían el trabajo pesado, pero recuerdo haberme sentido
importante, y siempre me ha gustado este pequeño y bonito hotel.

La parte que da a la autopista no es nada especial. Es acogedora, claro,


pero sobre todo funcional, con un camino de entrada circular y un porche
que permite a los huéspedes estacionarse sin bloquear el tráfico en la
autopista de la costa. Sin embargo, una vez dentro, el hotel tiene un
encantador ambiente mediterráneo. Está diseñado como un cuadrado,
cuyos cuatro lados comprenden los pasillos que conducen a las distintas
habitaciones.

El centro del lugar es un atrio soleado, con una pequeña piscina,


asientos al aire libre y un bar de servicio completo que atrae tanto a los
huéspedes del hotel como a los lugareños.

El mostrador de recepción es lo primero que vemos al cruzar las puertas


principales de cristal. Cuando era joven, el gerente era un hombre
llamado Taggart. Nunca supe su nombre de pila, y aunque podría haberlo
buscado antes de hacer este viaje, no me molesté. Ahora no está en la
recepción, aunque no sería raro que siguiera trabajando aquí. Después de
la muerte del tío Peter, me enteré de que había comprado el hotel, y no
veo ninguna razón para que lo haya vendido. Después de todo, el turismo
en Laguna Cortez sigue siendo fuerte.

Sin embargo, tiene sentido que no esté en la recepción. Ahora es el


propietario, no el gerente, y la mujer que veo ahí tiene más o menos mi
edad. Miro a Lamar, que capta la indirecta y se acerca primero. Al fin y al
cabo, es deliciosamente guapo, y a mí me encanta allanar el camino con
un testigo. Ella levanta la vista cuando nos acercamos y sonríe a modo de
saludo.

―¿Van a registrarse? ―Tiene ojos profundos, piel morena clara y un


ligero acento. Creo que del centro de México, aunque no estoy segura.
Lleva una camisa blanca bajo una americana azul con una etiqueta dorada
que dice Reggie. Su pelo le roza los hombros. Es completamente liso,
castaño oscuro acentuado con vetas de azul cobalto. Tiene una sonrisa
amplia y amable y me doy cuenta de que no lleva anillos. Entonces es
soltera. Quizá la jugada de Lamar resulte ser la correcta.

―Esperábamos hablar con el señor Taggart ―dice Lamar―. Es el


propietario, creo.

―¿Hay algún problema? Soy la gerente.

―No hay ningún problema. Esperábamos hacerle algunas preguntas


sobre el hombre al que le compró el hotel.

Su atención pasa de Lamar a mí, y no puedo evitar pensar que su


reacción es de sorpresa.

―Oh ―dice―. Mateo Taggart es mi padre, pero no está aquí. Tuvo un


derrame cerebral hace unos tres años y ahora vive en una residencia de
ancianos.

―Siento oírlo ―dice Lamar―. ¿Crees que podríamos visitarlo ahí?

―Podrían, pero me temo que no es él mismo. Las probabilidades de


que recuerde algo de hace tanto tiempo o de que sea capaz de mantener
una conversación coherente son escasas.
Parpadea y tengo la impresión de que intenta mantener la compostura.
Me pregunto por la relación con su padre. Me pregunto si es más doloroso
perder a un padre de esa manera, lentamente por una enfermedad o un
fallo de las capacidades mentales, que si te lo quitan por completo a una
edad temprana.

Me acerco un poco más, sorprendida por el hecho de que me resulte tan


familiar. Me pregunto si nos hemos visto antes.

―¿Fuiste al instituto en Laguna Cortez?

Sus ojos se abren de par en par con sorpresa.

―Lo siento. Es que me resultas familiar.

―Oh. No, no crecí aquí. Mis padres se divorciaron cuando yo era joven.
Vivía con mi madre. Me mudé aquí hace unos seis años para ayudar a mi
padre con la casa. ―Hace una mueca―. Y porque no podía decidir qué
quería ser de adulta. Papá siempre dijo que el hotel sería mi herencia, así
que debería aprender a administrarlo. ―Ella suspira―. Supongo que
recibí mi herencia antes de tiempo.

―Siento lo de tu padre ―le digo―, pero seguro que le reconforta saber


que el hotel está en tus manos.

―Gracias. Es un lindo detalle. ―Golpea el borde de una pila de


postales promocionales, enderezándolas―. Entonces, ¿en qué crees que
podría ayudarte mi padre?

―Peter White ―digo―. Era mi tío, y lo mataron cuando yo tenía


diecisiete años. Estoy tratando de averiguar más sobre él, ya sabes,
rellenar las lagunas de mi historia personal, y entender por qué pudo ser
asesinado. El asesinato fue muy extraño.

―Conozco el nombre. Es el hombre al que mi padre compró el hotel,


¿verdad?

Asiento con la cabeza.

―Lo siento, pero eso es todo lo que sé. Ni siquiera creo que tengamos
ningún documento o nota que el señor White le haya dejado a mi padre
sobre la gestión del negocio. Supongo que habrás hablado con la policía.
―Por supuesto, pero esto no se trata realmente de resolver su asesinato.
Se trata más bien de que entienda al hombre que era.

―Lo entiendo. He estado empacando muchas cosas de mi padre en los


últimos años, ordenándolas, aprendiendo un poco sobre su vida. De
nuevo, siento tú pérdida. Me gustaría poder ayudar.

―Bueno, gracias por tu tiempo ―dice Lamar―. Me mira y yo asiento


con la cabeza. Por lo que veo, no hay nada más que aprender aquí. Nos
despedimos y salimos.

Una vez que estamos en la calle, detengo a Lamar.

―¿No te resultaba familiar?

Lamar niega con la cabeza.

―No. Créeme. Me acordaría de ella.

Pongo los ojos en blanco.

―Hablando de mujeres guapas... ―Se detiene con un gesto hacia la


DSF de enfrente―. ¿Te importa si entramos?

Al principio, me confunde la pregunta, luego me acuerdo de Tracy


Wheeler, que actualmente está en prácticas en la Fundación Devlin Saint.
La misma Tracy que hizo girar la cabeza de Lamar cuando fuimos juntos
a la gala no hace mucho tiempo.

―Eres un golfo.

Se las arregla para parecer inocente.

―No sé de qué estás hablando.

―Millie me envió un mensaje, diciendo que le enviaste un mensaje


preguntando si quería acompañarnos a comer mañana en Los Ángeles.
―Millie es una amiga de nuestros días en la policía de Irvine. Lo dejó poco
después de que nos uniéramos para ir a la escuela de derecho. Ahora es
una Asistente del Fiscal de los Estados Unidos con sede en Los Ángeles.

―Ella no puede, por cierto ―continúo―. Se está preparando para el


juicio, pero dijo que estaba emocionada de que se lo pidieras. ―Cruzo los
brazos sobre el pecho―. Es una amiga no juegues con ella. Con Tracy
tampoco. Me gustan las dos.

Él levanta las manos.

―Vaya. No le quiero hacer daño a nadie, pero si alguien me gusta y yo


le gusto... ―Su sonrisa se amplía―, y, sinceramente, ¿qué es lo que no
puede gustar?

Intento mantener una cara seria, pero acabo riéndome.

―Golfo ―repito―, y no creas que el hecho de que me ría disminuye


mi mensaje. Hazle daño a cualquiera de ellas y te contaré las pelotas.

―Tomo nota ―me asegura―. Mis pelotas y yo nos comportaremos lo


mejor posible.

Sacudo la cabeza con exagerada exasperación. La verdad es que espero


que encuentre a alguien, solo temo que en su búsqueda le acabe haciendo
daño a una de mis amigas. No es un miedo irracional. Nunca he visto a
Lamar ponerse serio con nadie. Ha salido con varias mujeres y hombres
en el tiempo que lo conozco, siempre gente agradable, normalmente
divertida, normalmente inteligente. El tipo de personas con las que podría
ser feliz a largo plazo. Sin embargo, por alguna razón, nunca funciona.

No sé por qué, y eso me preocupa. Lo quiero mucho, pero también sé


que no lo entiendo del todo. Un día de estos, me gustaría hacerlo, pero
hasta entonces, seguiremos con la misma suerte.

―No le rompas el corazón a Tracy ―le ordeno mientras llegamos a la


entrada principal de la DSF.

―No se me ocurriría.

Me gustaría hacerle una advertencia más severa después de todo, me


siento un poco protectora de Tracy, ya que trabaja para mi novio, pero ya
me ha abierto la puerta. Entro y me detengo un momento para contemplar
el interior, que me resulta familiar por su sencillez de piedra y acero.

Cruzo hasta el mostrador de recepción, donde sigue sentado Paul, el


mismo hombre que me recibió el primer día que llegué. Ahora levanta la
vista con una sonrisa de bienvenida.
―Señorita Holmes. ¿Debo avisarle al señor Saint de que está usted
aquí?

―Es Ellie, Paul, y claro, eso sería genial, pero hazle saber que no es gran
cosa. En realidad, hemos venido a ver a Tracy, así que si está ocupado, no
hace falta que baje.

―Se lo haré saber, y llamaré a Tracy.

Le doy las gracias, y Lamar y yo nos dirigimos hacia la pared de


ventanas que da a una zona de asientos al aire libre. Estas paredes están
pensadas para hacerse completamente a un lado, desapareciendo como
puertas de bolsillo en la estructura para crear una zona de entretenimiento
interior y exterior. La fundación celebra muchos actos de recaudación de
fondos, y con la vista del Pacífico más allá del patio de losas, no se podría
pedir un lugar mejor.

Lamar me deja para ir al baño de hombres, y estoy mirando el océano


cuando Tracy se acerca por detrás.

―¡Hola!

Me giro y me encuentro envuelta en el abrazo de Tracy.

―Me alegro de verte ―dice Tracy, dando un paso atrás. Lleva el pelo
en un peinado afro que acentúa sus altos pómulos―. ¿Qué pasa?

―Lo que pasa es que tienes un admirador ―digo―. Estoy aquí con
Lamar. Quería pasar por aquí.

―Oh. Una sonrisa se dibuja en su boca.

―Bueno, eso es bonito, ¿no?

Considero la posibilidad de advertirla. Decirle que Lamar nunca parece


ponerse serio, pero me callo. Después de todo, soy la última persona que
debería dar consejos sobre citas. Además, cada vez que Lamar hace un
comentario sobre mi relación con Devlin, me molesta.

―¿Se han estado viendo mucho? ―pregunto en cambio, mientras la


asistente de Devlin, Anna, se apresura hacia nosotros.

Tracy niega con la cabeza.


―Nos vemos en nuestro edificio, pero no mucho. Nuestros horarios
son bastante diferentes, pero ―añade con un tono de voz diferente― nos
enviamos muchos mensajes de texto. Es un encanto.

―Sí ―digo con sinceridad―. Lo es.

―¿Están hablando de Lamar? ―Anna pregunta―. Lo vi arriba. Subía


cuando yo bajaba.

Frunzo el ceño, preguntándome por qué no entró en el baño de


hombres del primer piso. No es que importe, y la idea se me va de la
cabeza cuando Anna se acerca a tomar mis manos. Es una pelirroja
impresionante, con ojos azules vivos y una piel perfectamente clara. Es
una combinación poco frecuente el pelo y los ojos, algo que aprendí
cuando hice un trabajo sobre genes recesivos en mi primer año en The
Spall. Rara o no, lo importante es que Anna atrae las miradas, y me puse
muy celosa la primera vez que la vi al lado de Devlin.

Ahora que sé que solo son amigos, me ha caído bien, pero sigo
pareciendo una niña bajita y sencilla que juega a disfrazarse al lado de sus
curvas y su aspecto de estrella de cine.

―Me alegro mucho de verte. Iba a llamarte hoy para decirte lo feliz que
estoy. Devlin me dijo que solucionaron las cosas. Estoy encantada por
ustedes. Estaba muy preocupada ―añade, dando un paso atrás y
mirándome de arriba abajo―, pero aquí estás, resplandeciente.

Me río, avergonzada. Nunca se me ha dado bien ser el centro de


atención.

―No lo soy.

―Lo eres ―dice Tracy, y yo le concedo el punto a regañadientes.

Como interna, Tracy es nueva en DSF y no está en el círculo de amigos


de Devlin. Anna, sin embargo, lo conoce desde la infancia, y sabe
perfectamente que antes era Alex Leto, alias Alejandro López. Lo que no
sé es si ella o Ronan saben la verdad sobre quién mató a Peter.
Probablemente no, ¿por qué habrían de hacerlo? No es como si Devlin
hubiera querido anunciar la verdad cuando todavía era Alex. O que
sintiera la necesidad de soltar sus secretos más tarde, cuando fundó el
DSF. Tamra lo sabe, pero eso es porque ella era como una madre sustituta
para él, y él le contó toda la historia después del hecho.

―… de bajar.

―¿Perdón? ―Levanto la vista, dándome cuenta de que me he


desconectado y me he perdido por completo algo que estaba diciendo
Anna.

―Dije que estaba en medio de algo cuando Paul llamó, pero debería
bajar en cualquier momento... oh, ahí está. En el momento perfecto.

―Para las dos ―añade Tracy, inclinándose para susurrarme al oído.

No sé a qué se refiere hasta que me giro y veo a Devlin bajando las


escaleras con Lamar a su lado. Devlin lleva un traje gris con una camisa
azul claro, el pelo retirado de la cara, y el borde oscuro de las gafas que
lleva como camuflaje adicional solo le hace parecer aún más un guerrero
corporativo.

Guerrero, en efecto, creo. Su postura es tensa, su boca firme, y cada uno


de sus movimientos precisos. Se mueve con Lamar, pero no hablan, y el
aire entre ellos parece brillar con significado.

No sé qué ha pasado entre los dos, pero puedo leer la habitación con
bastante facilidad.

Y lo que veo me dice que Devlin está muy enojado.


Cuando Devlin y Lamar llegan a la planta principal, Lamar extiende su
mano para estrecharla, pero Devlin ya está en marcha y se limita a rozar
el hombro de Lamar en una indicación silenciosa de que es hora de que
se unan a nosotros. No puedo decir si es un desaire intencionado, o si no
vio la mano de Lamar en ese momento. Espero que sea lo segundo, pero
me temo que sea lo primero.

Cuando llegan a nosotros, Tracy se adelanta para reunirse con Lamar,


así que no tengo la oportunidad de preguntarle de qué se trata. Devlin
viene directamente hacia mí mientras Anna se aleja, presumiblemente
para volver a subir y ocupar su lugar en el centro de mando de la oficina
de Devlin.

Me muevo hacia atrás, más lejos de Lamar y Tracy, y luego susurro:

―¿Qué demonios?

Su voz es tensa cuando dice:

―Tu amigo tenía un mensaje que entregar.

―¿Eh?

―Si te hago daño, me va a exprimir la vida.

Casi me rió. No dudo del talento de Lamar como agente de policía, pero
la idea de que sea capaz de poner de rodillas a un hombre como Devlin
me divierte. Lo que hago, sin embargo, es una mueca de dolor.

―Lo siento.
―A menos que lo hayas enviado a esa misión en particular, no tienes
nada que lamentar. El detective Gage, sin embargo, tiene mucho que
explicar.

―Devlin, no...

―Es tu amigo, así que le doy un poco de margen. ―Su voz es tan
afilada como una cuchilla―, pero la próxima vez que venga a mi casa y
proceda a sermonearme sobre...

―¿Qué? ―Como ha cortado sus palabras tan bruscamente, me giro,


preguntándome si Lamar o Tracy se han acercado, pero todavía estamos
solos y fuera del alcance del oído.

Devlin sacude la cabeza, sus rasgos se suavizan.

―Mierda, lo siento. Solo está cuidando de ti, lo sé. Está bien.

―No parece estar bien.

Se pasa los dedos por el pelo oscuro, liberando involuntariamente la


mayor parte de este de la liga de cuero que lo sujeta.

―Lo está. De verdad. Lo siento.

Lo estudio, sabiendo que está celoso de la amistad que Lamar y yo


desarrollamos en los años que Devlin y yo estuvimos separados. Años
que nunca podremos recuperar, y por eso decido que lo mejor es no decir
nada más que: “Gracias”.

―No sé por qué me das las gracias, pero de nada. ―Me estudia un
momento y frunce el ceño mientras me agarra del codo―. Ven conmigo.

Dudo, pero Lamar está con Tracy, así que no me opongo cuando Devlin
me lleva al exterior y a una pequeña alcoba fuera de la vista de los
enormes ventanales que ofrecen a los visitantes de la fundación una vista
del océano.

―¿Qué estamos...? ―Pero mis palabras son cortadas por un beso


contundente, caliente y exigente. Me derrito contra él, mi cuerpo se
enciende al instante mientras ansío más.
―Cuidado ―jadeo cuando me suelta para tomar aire―. Si me alborotas
demasiado, te va a costar mucho frenar esta fiesta.

―Contigo, nunca quiero bajar el ritmo.

Engancho mis brazos alrededor de su torso y me acerco lo suficiente


como para sentir su erección.

―Me gusta cómo suena eso, y cómo se siente, también.

―Chica traviesa.

―¿Para ti? Seré tan traviesa como quieras.

Con una ferocidad inesperada, su mano se aferra a mi pelo y tira de mi


cabeza hacia atrás. Jadeo, no por el dolor sino por el movimiento
inesperado y por la intensidad salvaje que veo en sus ojos.

―Eres mía ―gruñe, y me derrito un poco ante el tono posesivo―. Dilo.

―Lo soy. Claro que lo soy. ―Muestro una sonrisa, dándome cuenta de
que aún no conoce mi gran noticia―. Incluso me voy a quedar
oficialmente en Laguna Cortez.

Su ceño se frunce mientras suelta su agarre sobre mí.

―¿Oficialmente?

Asiento con la cabeza.

―Me iba a quedar de todos modos, obviamente, pero ahora puedo


quedarme con un sueldo. Roger me dijo que puedo trabajar desde la Costa
Oeste. Incluso me quedaré con la mayoría de mis historias, excepto las
que están basadas en Nueva York. Mi archienemigo se queda con esas.
―Arrugo la nariz.

Una sonrisa se dibuja en la comisura de los labios.

―No sabía que tuvieras un archienemigo.

Levanto una ceja.

―¿No lo tiene todo el mundo?


―Touché. ―Su voz es ligera, pero veo que una sombra cruza su rostro.
Pienso en ese horrible texto y me arrepiento de la broma. Entonces el
momento pasa, y él se aclara la garganta antes de decir―: Entonces
cuéntame más.

―Eso es todo. Sigo en nómina, solo que trabajo desde aquí. Van a
publicar el perfil en la Fundación Devlin Saint, de nada, pero no tendré el
titular.

Hace una mueca de dolor.

―Oh, cariño, lo siento.

―No. Está bien. ―Le aprieto la mano―. Teniendo en cuenta que la


contrapartida eres tú, no tengo ninguna objeción. Además, lo he pensado,
y no quiero que el hecho de que estemos juntos sugiera ningún tipo de
sesgo en el artículo. Quiero que los lectores vean la DSF y lo entiendan
como lo que es. Porque es una organización realmente especial, y el
trabajo que hace es importante.

―Significa mucho oírte decir eso.

―Solo digo lo que es verdad, pero eso es lo bonito. No importa lo que


signifique para ti o para mí, lo que importa es lo que significa para todas
las personas a las que ayuda la fundación.

Traga saliva, luego levanta suavemente mi mano y me besa la palma.

―Sí ―murmura, con la voz cargada de emoción―. Exactamente eso.

―Y seguiré teniendo el titular ―le digo―. Solo que no para ese


artículo.

―¿Un nuevo encargo?

Dudo, porque no va a soltar globos sobre éste.

―Quieren que haga el artículo sobre el tío Peter después de todo.

Su expresión se vuelve totalmente plana.

―¿Lo quieren?

Logro reírme.
―No te entusiasmes demasiado. Además, es bueno. Así toda la
investigación que quiero hacer para mí viene con un cheque de pago.

No dice nada, así que continúo.

―Va a ser una obra más personal. Casi un ensayo sobre mi viaje para
averiguar lo que pasó con Peter. El arco de su vida dentro y fuera del redil
de El Lobo.

Se frota las sienes.

―Ellie...

―Sé que no te gusta la idea, pero es una pena. Voy a encontrar


respuestas. Quiero saber sobre mi tío. Sobre en qué estaba metido. Quiero
saber cómo pasó de ser el hombre que era al que se convirtió.

―Lo entiendo, pero, cariño, solo va a doler, y cuanto más sepas sobre
lo metido que estaba en la organización de mi padre será como sal en la
herida. ―Me toma la mano―. No quiero que te hagan daño así. No
cuando no necesitas hacerlo.

―Lo sé, y sé que el tío Peter y su conexión con El Lobo te superan.

―Eso no es lo que estoy tratando de...

―Pero tienes que saber que nunca pondría nada en ese artículo que
revele quién eres, o incluso que lo insinúe. Diablos, ni siquiera necesito
mencionarte.

―Hemos hablado de esto. Sigue sin gustarme. No tiene sentido hurgar


en el pasado, Ellie. Nunca es buena idea desenterrar esqueletos.

―Ese es mi trabajo, Devlin. ―Mi voz es dura―. Desentierro esqueletos.


Viene con el título.

―Para encontrar respuestas que afecten al ahora, eso es lo que hace un


periodista, pero nunca tendrás respuestas de verdad con Peter porque él
no está para dártelas.

Le quito la mano de un tirón.


―Deja de decirme cómo hacer mi trabajo. Entiendo que no te guste que
husmee en áreas que podrían coincidir con tu padre, pero vas a tener que
superarlo y también sé que puede que no sea capaz de aprender lo que
había en la cabeza de Peter, pero todavía hay hechos que puedo averiguar.
Hechos que necesito conocer.

Frunce el ceño.

―¿Cómo qué?

―Pequeñas cosas, como por qué estaba enojado con mi madre justo
antes de que muriera, y si eso fue o no parte de la razón por la que se
mudó aquí para ayudar a cuidar de mí. ¿Fue por culpa? ¿Cree que ella
conducía demasiado rápido, pensando en alguna pelea que tuvieron?
¿Fue por eso que su auto se volcó?

Su expresión es más que triste.

―Cariño, no. Nunca encontrarás esas respuestas. No hay nadie que


pueda decírtelas.

―Aun así tengo que hacer las preguntas ―digo―. Es como una
oración, ¿sabes? Es mi manera de honrarlos.

Toma aire y lo suelta lentamente. Supongo que está reuniendo sus


pensamientos para otra objeción, pero en lugar de eso solo dice:

―De acuerdo.

―¿De acuerdo?

Asiente con la cabeza y repite, solo que esta vez con una sonrisa.

―Sí, bien. No es que importe ―añade―. Sé que no estás pidiendo


permiso, solo me mantienes al tanto.

Mi corazón se retuerce un poco. Tiene razón, y me alegro de que lo


entienda.

Me da otro apretón de manos.

―¿Por eso has venido? ¿O me estoy olvidando de una cita para comer?

―No, no. Lamar quería ver a Tracy. Tú solo eres un plus.


―Para mí también. ―Su mano sigue sosteniendo la mía, y soy
hiperconsciente de la forma en que su pulgar roza la piel del dorso de mi
mano―. Entonces, ¿qué vas a hacer ahora?

―Él me abandona por sus asuntos. Estaba pensando que podría


intentar reunirme con algunas personas más de las que trató el tío Peter.
―Lo que no le digo es que también tengo que hacer un encargo personal.
Del tipo que hace que mi estómago se retuerza de los nervios, pero sé que
tengo que llevarlo a cabo.

―¿Más? ¿A quién has visto ya? ―Las palabras son aparentemente


casuales, pero escucho el filo de estas.

―A nadie, en realidad. No salió bien. Empezamos en el SeaSide Inn,


―explico―. Resulta que el dueño tuvo un derrame cerebral y está en una
residencia de ancianos. Su hija administra la propiedad ahora, pero no
sabe realmente nada, así que era un callejón sin salida.

―Sabía lo del señor Taggart, por supuesto.

Por un momento, estoy confundida, luego recuerdo.

―Es cierto, los huéspedes de la fundación suelen alojarse en el hotel,


¿no?

―Hay varios hoteles por la ciudad que sugerimos, pero tenemos una
relación especialmente buena con la gente de SeaSide, sí. Mateo Taggart
era un hombre genuinamente agradable, y Regina es una gerente muy
competente.

―¿Ella estaba en la gala?

Su ceño se frunce, luego sacude la cabeza.

―No que yo recuerde. Habría sido invitada, por supuesto, pero creo
que estaba fuera de la ciudad. ¿Por qué?

―No lo sé, solo me resulta familiar. ―Me encojo de hombros―. No es


gran cosa. Probablemente me recuerda a otra persona.
―Bueno, si la conoces, seguro que te acordarás. ―Lo dice de forma
despreocupada, como si no importara. Lo cual, por supuesto, no
importa―. ¿Y qué vas a hacer esta noche?

―Voy a tomar unas copas con Brandy y Lamar, luego pensé en ir a casa
de mi novio y prepararle la cena. ―Espero un momento y añado―: A
menos que prefieras que vaya a tu casa.

Me sonríe con arrogancia y me acerca, rodeando mi cintura con sus


brazos.

―Te lo estás buscando.

―¿Contigo? Lo que sea, cuando sea.

―Me gusta cómo suena eso ―dice―, pero tengo una reunión esta
noche.

―No es gran cosa. ―Mantengo mi voz alegre, aunque estoy


decepcionada―. Simplemente tendré otra cita con uno de los muchos
ligues que tengo.

Hace un gruñido y me río.

―¿Me llamas cuando llegues a casa?

―Podrías estar esperándome ―sugiere―. Preferiblemente en mi cama.


Idealmente desnuda.

―Podría, pero me quedaré en casa de Brandy. Creo que es mejor que


siga ahí, ¿no crees? Quienquiera que nos esté observando probablemente
no debería creer que, a pesar de la advertencia, sigo estando tan a gusto
contigo que me he mudado.

Asiente con la cabeza. Sin embargo, está claro que la mención de mi


corresponsal secreto le molesta.

No puedo decir que lo culpe, a mí también me perturba.


No haré más entrevistas hoy, y me siento un poco culpable por la
pequeña mentira que le dije a Devlin, pero me consuelo con el hecho de
que dije la verdad literal. Dije que estaba pensando que podría intentar
reunirme con más contactos de Peter, y aquí estoy, pensando totalmente
en eso. Pensando en cualquier cosa, en realidad, que no sea el hecho de
que mis pies están ahora mismo en los estribos mientras una enfermera
con una cara amable toma una muestra vaginal.

No es hasta que se levanta y me sonríe cálidamente que me doy cuenta


de que mis músculos faciales están prácticamente congelados en una
horrible mueca.

―No ha sido tan malo, ¿verdad?

―Eso depende. ¿Ya terminó?

Una sonrisa se dibuja en su rostro.

―Ya está todo hecho, ya puedes vestirte.

Saco los pies y me siento.

―¿Cuándo lo sabré?

―No puedo prometerlo, pero recibimos los resultados del laboratorio


con bastante rapidez. Es posible que lleguen mañana por la tarde, pero
podría tardar hasta setenta y dos horas.

Hago una mueca de dolor odiando la idea de esperar, pero no es como


si alguien me hubiera tirado al suelo y me hubiera apuñalado con una
aguja infectada. Me lo he hecho yo misma, y puedo aguantarme.
―Bien ―digo―. De acuerdo. ―Mantengo mis dedos presionados
sobre la bola de algodón y la cinta adhesiva en mi brazo de la sangre que
el flebotomista ya extrajo―. Entonces, si no tengo noticias para entonces,
¿debo llamar?

―Por supuesto, pero mientras tanto, intenta no preocuparte. La


preocupación no cambiará nada, y toma ―añade, entregándome una
bolsa de plástico con folletos y preservativos. Como si fuera un regalo de
fiesta.

Le doy las gracias y le aseguro que haré lo posible por no preocuparme,


pero estoy preocupada. Tengo motivos para estarlo. Una y otra vez, he
luchado contra mis demonios utilizándome como arma. No es como si mi
modus operandi fuera un secreto. No es como si fuera algo que he estado
haciendo sin saberlo. Follar con un tipo en un estacionamiento o en un
callejón no era algo que revisara. Al contrario, era más agudo que la vida,
cegadoramente brillante, y completamente sin sentido. Era una batalla.
Una declaración. Una huida.

Sobre todo, fue una culpa. Porque todos y cada uno de esos encuentros
podrían haber sido el último. El último polvo, el último beso, mi último
aliento. Me arriesgaba a todo, desde la enfermedad hasta los psicópatas.
La culpa del sobreviviente. Así es como lo llaman. Lo sé, porque un
psiquiatra me lo dijo una vez. Coqueteo con el peligro, porque en el fondo
no puedo creer que siga viviendo cuando toda mi familia está muerta.
¿Por qué diablos soy tan especial?

Durante años, he perseguido el peligro y estaba bien. Porque al final del


día, no me importaba el resultado. Sobrevivir simplemente significaba
que la vida tenía más oportunidades de darme una paliza, y la muerte...
bueno, eso repararía el statu quo, ¿no? Pero ahora...

Ahora tengo a Devlin, y quiero tenerlo totalmente. Completamente. No


quiero tener que usar un condón. No quiero ese recordatorio físico de mi
mal comportamiento pasado entre nosotros.

Sobre todo, quiero que esté a salvo porque no soporto la idea de


perderlo, ya sea porque me quiten a mí, o porque me lo quiten a él, y sé
que haré lo que sea, lo que sea, para mantenernos a salvo, enteros y juntos.
Me pongo firme, me visto y pago, y salgo de la clínica a la luz del día.
Era la clínica sin cita previa más cercana que pude encontrar, y aunque
estaba perfectamente limpia y estéril, me siento un poco mareada, lo cual
es una tontería, ya que las pruebas son lo inteligente, no lo estúpido. Me
pregunto cuántas personas como yo no se hacen la prueba porque se
siente muy incómodo entrar en uno de estos lugares, como si fuera un
reflejo de tus propios errores, pero me alegro de haber venido, porque
Devlin vale la pena, y supongo que yo también.

Su nombre está en mi mente mientras levanto la cabeza y me pongo las


gafas de sol, y por un momento creo que solo lo estoy imaginando ahí, de
pie, al final de la entrada que va desde la calle hasta la puerta de la clínica,
luego se me aprieta el pecho y me doy cuenta de que realmente es él. Una
oleada de calor me recorre el cuerpo, una mezcla de vergüenza, horror y
rabia. Dejo que la ira me alimente, ya que es la emoción con la que me
siento más cómoda, y me precipito hacia adelante, con las manos
apretadas a los lados.

―¿En serio me estás siguiendo? ―Mi voz está cargada de indignación.

Anoche configuramos nuestros teléfonos para compartir la ubicación


del otro. Con el interés de las redes sociales en nuestra relación, Devlin
pensó que tenía sentido, y a la luz del espeluznante mensaje de texto, no
se puede negar que probablemente tenga razón, y por razones más
nefastas que el interés de los tabloides.

Pero ni por asomo esperaba que se pasara el día vigilando por dónde
voy.

Levanta las manos, con cara de regañado.

―No fue así, lo prometo. Dijiste que ibas a hacer entrevistas y quise
pasarte un archivo.

Me entrega un grueso sobre de manila que no había notado que tenía


en la mano.

―Le pedí a Anna que reuniera toda la información sobre los diversos
intereses comerciales de Peter que tenemos en los registros de la
fundación, y luego la completó con todo lo que pudo encontrar en
Internet. Parte de ella probablemente ya la tengas, pero pensé que
querrías ver si había algún nombre ahí con el que pudieras ponerte en
contacto hoy. Tenía la intención de dártelo mientras estabas en la DSF,
pero para ser honesto, después de la pequeña charla de Lamar conmigo,
se me olvidó por completo.

―Oh. ―Teniendo en cuenta que no está precisamente entusiasmado


con que me meta en la vida de Peter, me sorprende un poco que me ayude,
pero tal vez piensa que cuanto más ayude, antes terminaré―. Bueno,
gracias, pero no veo la razón para seguirme por toda la ciudad. Quiero
decir, mañana habría sido...

Levanta una mano, cortándome.

―Le eché un ojo para ver si estabas a poca distancia ―dice―. Nada
más, y no habría venido en absoluto, si no fuera porque el mapa solo dice
que esto es una clínica médica. Se suponía que ibas a entrevistar a socios
de Peter, y no pensé que fueran médicos. Aunque, supongo que podría
haber estado tratando de mover productos farmacéuticos. En resumen,
pensé que tal vez estabas herida. Pensé que era una clínica urgencias, y
cuando llamé y no contestaste... bueno, necesitaba venir a verlo por mí
mismo.

Compruebo mi teléfono. Efectivamente, llamó dos veces mientras lo


tenía en silencio.

Respiro profundamente y cierro los ojos. Quiero seguir enojada con él,
porque así protegeré mi propia vergüenza, pero todo lo que dice tiene
sentido, y lo aprecio. Así que me subo las bragas de niña grande, sonrío y
meto las manos en los bolsillos de los pantalones.

―Sí, bueno, es... ―aclaro mi amenaza―. No usamos condón, y solo


quería... quiero decir, si te diera... Oh, demonios, ―suelto―. Solo tenía
que saberlo.

Me alivia ver que no parece sorprendido ni aterrorizado. Al contrario,


es obvio que entiende perfectamente lo que estoy diciendo.

―Pensé que podría ser algo así ―dice, acercándose un paso más―.
Esta mañana te mostraste un poco tímida, o tenías otra cosa en mente o
estabas haciendo lo posible para que se me pusiera duro con la
anticipación.

Me rio.

―Bueno, es un buen plan, y sabemos lo mucho que te excita la


anticipación, pero, no, yo... oh, Dios, Devlin, ¿y si lo he jodido para
nosotros? He sido tan estúpida.

―No. No lo has sido. ―Alarga la mano y me acaricia la mejilla, y no


puedo encontrar sus ojos. Tiene que usar la punta de su dedo para inclinar
mi cabeza hacia arriba―. Cariño, ¿tienes idea de lo mucho que esto
significa para mí? El hecho de que estés haciendo esto ahora, por mí.

―Bueno, por supuesto que lo estoy haciendo por ti. ¿Por quién más?

―Oh, El. ―Hay risas en su voz mientras se inclina y me besa la frente,


luego me acerca, aplastándome contra su pecho mientras me envuelve en
sus brazos, saco mis manos y lo abrazo también―. Sea cual sea el
resultado, estaremos bien, y me alegro de que hayas venido. Porque
quiero todo de ti. En cuanto lo sepamos, quiero cada pedazo de ti, y no
quiero que haya una barrera entre nosotros.

Mis ojos se pinchan con lágrimas.

―Pero ¿y si...?

―No. Nada de 'y si'. Nos ocuparemos de las cosas como vengan, y
hasta entonces...

―¿Qué?

―¿Qué tal si te llevo a cenar esta noche? Una cita como Dios manda.

Me derrito un poco.

―Dijiste que tenías planes esta noche.

―Los reprogramé.

―Oh. ―Exhalo, sabiendo que no puedo decir que sí―. Me encantaría,


pero ya tengo planes.

Su ceja bisecada se levanta.


―¿Otro novio?

―Un trío salvaje ―respondo―. Brandy, Lamar y yo. Decidimos alargar


las copas hasta la cena. Lo organicé después de que dijeras que estabas
ocupado.

Un músculo de su mejilla se tensa, pero para su crédito no dice nada.

―No hemos pasado mucho tiempo juntos ―señalo―. Los tres, quiero
decir. O he estado contigo, o estaba de un humor de mierda.

―Por mi culpa ―añade, con el suficiente humor como para que sepa
que no está molesto.

Me encojo de hombros.

―Sí, bueno, el caso es que nos reunimos esta noche. ¿Crees que podrás
entretenerte?

―Creo que puedo arreglármelas, tengo que revisar algo en el Phoenix,


de todos modos.

―¿Te vas a Las Vegas? ―Teniendo en cuenta que tiene su propia flota
de aviones, no es una posibilidad descabellada.

―No. Creo que el poder de Internet será suficiente, pero necesito que
hagas una cosa por mí.

―Claro. ¿Qué?

―Bésame. Para que me sirva de ayuda hasta que te vea mañana.

―Con mucho gusto ―digo, mientras me acerco y me pongo de


puntillas, sin importarme si alguien hace una foto. Me aferro a sus
hombros mientras mi boca se acerca a la suya, y mientras me acerca y me
besa con fuerza, lo único que puedo pensar es que, a pesar de haber tenido
una de las infancias más miserables que se puedan imaginar, parece que
por fin me he ganado un poco de felicidad.
Como todavía tengo mucho tiempo antes de reunirme con Brandy y
Lamar, me siento en el Shelby, el Shelby Cobra azul oscuro de 1965 que
solo ha sido desplazado del puesto número uno en mi vida ahora que
Devlin está en la foto, y hojeo el archivo que me dio. Mi ojo nota
inmediatamente una referencia a Cotton Building Supply, un lugar que
ya está en la cima de la lista que he estado recopilando de negocios con
los que Peter trabajaba regularmente.

En los días posteriores a la noticia de que Devlin -Alex- mató a Peter,


me obligué a trabajar de verdad. Si no podía curar el dolor de mi corazón,
al menos podía intentar ignorarlo. La mayoría de las veces no lo conseguí,
pero sí logré ordenar algunas cajas de registros antiguos.

Con la muerte de Peter, el jefe Randall y su esposa Amy se convirtieron


en mis tutores. Contrataron a un abogado para que cerrara el negocio de
construcción de Peter, metieron en cajas todos los archivos del negocio y
los guardaron en un almacén por si alguna vez los quería. Llevé algunas
de esas cajas a casa y, mientras mi cerebro adormecido estudiaba el
papeleo, me di cuenta de dos cosas. Primero, que mi tío era lo
suficientemente inteligente como para llevar una contabilidad muy
limpia. No había nada en esos papeles que indicara algún vínculo con El
Lobo, con el dinero de la droga, o con nada inadecuado en absoluto.

Y en segundo lugar, que el tío Peter tenía conexiones comerciales en


Laguna Cortez mucho antes de trasladarse aquí para cuidarme. Sin
embargo, eso fue todo lo que pude lograr. Al escarbar en el fondo, solo
conseguí recordar al hombre, su muerte y a Alex, el chico que apretó el
gatillo.
Cierro los ojos, alejando la sombra de aquellos días que parecen tan
lejanos, pero que en realidad fueron solo unos cuantos ayeres. Devlin y
yo ya lo hemos superado, pero eso no significa que no haya sido una
herida. Lo fue. Solo que está cicatrizada, y eso es lo interesante de las
cicatrices: el área curada termina siendo mucho más dura que la piel
original.

Supongo que por eso puedo mirar ahora. Por qué me dirijo a seguir las
pistas de los registros de Devlin y de Peter, incluyendo Cotton Building
Supply, un negocio que Peter frecuentaba cuando estaba en LA y luego
en Laguna Cortez.

Cotton Building Supply se encuentra en el interior, pasando la Quinta,


y aunque técnicamente está dentro de los límites de la ciudad de Laguna
Cortez, definitivamente no es la parte de la ciudad que aparece en las
postales. La operación es del tipo de poca altura, con una choza que da a
un almacén de madera que parece volverse más intenso cuanto más se
avanza, de modo que el área más cercana a la calle es para la gente de
bricolaje, y el material en la parte posterior es para los clientes
comerciales.

Solo veo a un empleado, reconocible por el chaleco marrón y la etiqueta


de latón con su nombre y, como está adentro cobrando a un cliente, me
paseo por la zona, pensando en lo que podría hacer con la casa que tengo
aquí una vez que mi inquilino se mude. Nunca he vivido en la casa como
adulta, pero fue el hogar de mi infancia hasta que murió mi padre. La
heredé, pero el tío Peter la gestionó, la alquiló y utilizó los ingresos y la
póliza de seguro de vida de mi padre para pagar la hipoteca y luego
guardó los ingresos para mí. No es mucho, pero ha hecho una buena mella
en mis gastos de Manhattan, eso es seguro.

Ahora mismo, no tengo ninguna expectativa de que mi inquilino de


toda la vida vaya a dar su preaviso, pero sí sé que su actual contrato de
arrendamiento finalizó hace unos meses y aún no ha renovado. Le ha
dicho a la empresa de gestión que quiere ser 'flexible', por lo que
actualmente es mes a mes.

Todo esto me parece bien, pero al mismo tiempo, una parte de mí quiere
que se vaya. Me gusta vivir con Brandy, pero echo de menos tener mi
propia casa y la verdad es que no puedo quedarme con Brandy para
siempre. Ella no es dueña de su casa, y no la alquila. En su lugar, actúa
como cuidadora del propietario, mayoritariamente ausente, al que llama
Señor Importante.

Al principio, solo pensaba estar en Laguna Cortez temporalmente, así


que dormir con Brandy no era un gran problema. Ahora que me voy a
quedar, tengo que tomar algunas decisiones.

Incluso con Devlin en la mezcla, y él está muy en mi mezcla, estoy


pensando en buscar mi propio lugar. Tal vez una casa de huéspedes o un
alquiler en el edificio de condominios de Lamar. Algún lugar donde tenga
mi propio espacio mientras Devlin y yo crecemos en nuestra relación.
Aparte de vivir con Brandy en la universidad, he estado sola toda mi vida
adulta, y es extraño sentir que estoy acampando en el nido de otra
persona.

Me quito esos pensamientos de la cabeza, no es algo con lo que piense


lidiar hoy, y vuelvo a entrar, esperando que el tipo de turno esté libre
ahora. La suerte me acompaña y me levanta la mano cuando entro.

―Venía a buscarte ―dice―. Siento la espera. ¿En qué puedo ayudarte?


Déjame adivinar ―continúa sin pausa―. Estás pensando en añadir un
patio a tu casa.

―No, pero no es una mala idea. Me llamo Elsa Holmes. Soy reportera
de The Spall Monthly.

―Cierto, cierto. He oído hablar de ti.

―¿Por la revista, quieres decir? ―Incluso la gente que solo lee revistas
como People y Entertainment Weekly suele haber oído hablar de The Spall,
ya que está justo al lado de The New Yorker y The Atlantic Monthly en las
cajas de los supermercados, pero es raro el que conoce los nombres de los
colaboradores individuales.

―¿Eh? Oh, no. De Instagram. Eres la chica que sale con Devlin Saint,
¿verdad?

Me las arreglo para no acobardarme.


―Correcto en ambos casos ―digo con tanto entusiasmo que realmente
se sonroja.

―Lo siento, lo siento. ―Su pálido rostro está cubierto de manchas


rojas―. No sé por qué me dejan atender al público. Sinceramente, no
tengo filtro.

Me río, decidiendo que me gusta este tipo.

―Está bien, de verdad.

―Claro. ―Se limpia las palmas de las manos en la parte delantera de


sus pantalones―. Así que eres periodista, y estás hablando conmigo, ¿por
qué?

―Estoy haciendo un artículo sobre mi tío. Es un artículo de perfil ―le


explico―, y estoy tratando de localizar a la gente que conocía antes de ser
asesinado.

―Oh, vaya. No se me ocurre nadie que conozca que haya sido


asesinado. ¿Cómo se llama?

―Peter White, y dudo que lo conocieras. Murió hace una década, pero
hizo negocios aquí. Creo que trató con el anterior propietario, el señor
Cotton.

―Correcto. ―Él asiente lentamente―. Oh, soy Tom, por cierto.


―Señala su etiqueta con el nombre―. Mi hermano es el dueño ahora,
pero supongo que lo sabías.

―He consultado los registros públicos en Internet ―digo―. Lo compró


hace unos seis años, ¿no? Esperaba que tal vez se mantuviera en contacto
con el señor Cotton-Harold. Tal vez eran amigos, o tal vez tu hermano
tenía su información de contacto. No he dedicado mucho tiempo a buscar,
pero no ha aparecido nada en mi búsqueda inicial.

―Eso es probablemente porque su nombre no era realmente Cotton.


Era Longfeld. Harold Longfeld. Cotton era el apellido de soltera de su
madre y supongo que su familia era propietaria de estas tierras hace
generaciones. Usaba el nombre porque... bueno, honestamente no sé por
qué lo usaba, pero incluso firmaba documentos legales como Cotton.
―Gracias ―digo―. Me has ahorrado unas cuantas horas de
investigación. ―Al final habría llegado, pero por eso salir al campo nunca
es mala idea―. Entonces, ¿por qué vendió?

―No presté mucha atención en ese momento. Entonces estaba en la


universidad y solo trabajaba aquí los fines de semana, pero mi hermano
hablaba de ello cuando estaba en casa visitando a la familia, así que me
enteré de parte de la historia, aunque su mujer odia cuando habla de
trabajo. Quiero decir, se pelean y se pelean y...

―Debió de ser duro ―digo, esperando que vuelva al redil―. ¿Qué dijo
sobre el señor Cotton? O, el señor Longfeld, quiero decir.

―Claro, claro. Sí, que Cotton fue acusado de malversación y lavado de


dinero. Todo un gran asunto. Aunque fue acusado como Longfeld, así que
probablemente por eso no lo sabías. No lo sabías, ¿verdad?

Sacudo la cabeza.

―¿Sabes algún detalle?

Tom se encoge de hombros.

―La verdad es que no. Solo que los cargos no se mantuvieron. Fue
cuando le vendía a mi hermano. Lo recuerdo porque tenía miedo de que
Longfeld se retirara del trato, pero no lo hizo. ―Se encoge de hombros―.
Obviamente.

―¿Longfeld sigue por aquí? ¿Tiene una dirección?

―No es difícil de encontrar. Resulta que acabó en la cárcel de todos


modos.

Frunzo el ceño.

―¿Por qué?

―Por conducir ebrio. Mató a una señora. Tengo un amigo en la oficina


del fiscal que me contó la historia. Sabía que había una conexión entre
Longfeld y Buddy. Ese es mi hermano. Supongo que se imaginó que
querría escuchar los chismes.

Asiento lentamente.
―Hubo un juicio ―digo, pensando en voz alta.

Tom sacude la cabeza.

―No, se declaró culpable. Prácticamente en el acto, dijo mi amigo.


Parece que estaba mareado cuando venció los cargos financieros, pero
cuando mató a esa mujer, algo se rompió. Ni siquiera trató de negociar.
Dijo que se merecía lo que le pasó, y no solo por esa mujer.

―No solo por esa mujer ―repito―. ¿Alguna idea de lo que estaba
hablando?

―Personalmente, no, pero le pregunté a Buddy. Dijo que hubo rumores


sobre que Cotton llevaba su negocio por el lado sucio de las cosas. Como
si tuviera vínculos con algún gran jefe del crimen. ¿El León? ¿El Chacal?
No lo recuerdo.

Se me aprietan las tripas.

―¿El Lobo?

Él asiente lentamente.

―Sí. Sí, creo que era eso. ―Se encoge de hombros―. Como sea,
recuerdo haber pensado que todo parecía muy de The Sopranos. ―Otro
encogimiento de hombros―. No es de mucha ayuda, lo siento.

―No, en realidad es útil. Agradezco tu tiempo. ―Saco de mi bolso la


lista de Devlin de los antiguos contactos del tío Peter―. ¿Hay alguna
posibilidad de que conozcas a alguna de estas personas?

La hojea, pero niega con la cabeza. Estoy decepcionada, pero no


demasiado. Al fin y al cabo, Tom me ha dado más de lo que esperaba,
incluida la información de contacto de Buddy por si también quiero
hablar con él.

Todavía tengo unas horas antes de la cena, así que vuelvo a subirme a
Shelby y la llevo por las anchas carreteras del interior mientras vuelvo
hacia el lado pintoresco de la ciudad. Cuando llego a Sunset Canyon
Road, piso el acelerador y me meto en las pequeñas y sinuosas calles que
se curvan y bajan como un río serpenteante hasta que se unen a Pacific
Avenue justo en la base de la colina que lleva a la casa de Brandy, y, más
allá, hasta la de Devlin.

Esta es la ruta larga, pero no me importa. Manejar a Shelby en estas


carreteras es un placer. El viento en mi cara y el rugido de su motor
rodeándome. El peligro de las curvas cerradas y los carriles estrechos. La
sangre me late y la piel me hormiguea, y solo cuando hago ese giro final
hacia el Distrito de las Artes me doy cuenta de por qué la sensación es tan
familiar. Porque es la misma sensación que siento en los brazos de Devlin.
Esa sensación embriagadora de estar totalmente presente y
completamente viva.

Sonriendo, giro a la derecha, poniendo la colina a mi espalda y


apuntando a Shelby hacia el océano. Milagrosamente encuentro
estacionamiento en la calle con tiempo de sobra en el parquímetro, recojo
mis cosas y me dirijo a Brewski, pensando en tomar un café, repasar mis
notas y ver si tengo suerte y consigo ver al señor Longfeld esta misma
semana.

Me tomo un latte mientras trabajo, y para cuando tengo que cruzar la


calle y dirigirme al Cask & Barrel para reunirme con Brandy y Lamar, no
solo he organizado mis notas, sino que tengo una cita real mañana con el
señor Longfeld. Resulta que cumplió condena por la conducción bajo los
efectos del alcohol, como dijo Tom, pero también obtuvo la libertad
anticipada por el tiempo cumplido y el buen comportamiento.

Ahora vive en Los Ángeles y trabaja como dependiente en una tienda


de comestibles familiar en Panorama City, en pleno Valle de San
Fernando. Como Lamar es un mocoso de Beverly Hills que piensa que el
Valle es uno de los siete círculos del infierno, pienso esperar hasta que
estemos en camino para decirle nuestro destino.

El Cask & Barrel está en la misma manzana que Brewski, pero en el lado
norte de la calle. Atravieso el paso de peatones y esquivo los autos
mientras me dirijo en esa dirección. Aunque el restaurante no existía
cuando yo era una niña, Brandy y yo hemos ido a él un par de veces desde
que he vuelto, y he empezado a considerarlo como nuestro lugar de
referencia.
Estoy a punto de abrir la puerta cuando oigo a Brandy chillar. Me giro
y la encuentro volando hacia mí, con los brazos extendidos. Me agarra en
un abrazo que me rompe las costillas, sobresaliendo por encima de mí casi
veinte centímetros. Me muerdo una risa alegre.

―Qué raro. ¿A qué viene esa enorme muestra de afecto? Acabo de verte
esta mañana.

―Estoy emocionada de que por fin estemos los tres tomando copas
juntos, y cenar. Comida para absorber el alcohol. ―Mueve las cejas y
tengo que reírme. Brandy es una bebedora muy conservadora, así que me
divierte y sospecho a la vez.

―¿Esta anticipación de las bebidas y la conversación tiene algo que ver


con Christopher? ¿Ha cambiado de opinión? ¿Acaso Lamar y yo podemos
ofrecer todo tipo de consejos no solicitados sobre relaciones, después de
todo?

Ella pone los ojos en blanco.

―¿Qué? ¿No puedo estar emocionada por salir con mis mejores
amigos? Hablando de eso, ¿dónde está Lamar?

Miro hacia arriba y hacia abajo en la calle.

―Llega tarde.

―Solo por un minuto, o quizá ya esté dentro.

Como respuesta, nuestros dos teléfonos suenan. Saco el mío del bolsillo
trasero mientras ella sacude la cabeza, sosteniendo su teléfono hacia mí
mientras dice:

―No te molestes. Es para las dos.

―Mesa cerca de la ventana. Entren aquí y dejen de cotillear lo guapo que soy.

Las dos nos giramos, buscamos la ventana y le mandamos un beso.


Luego, riendo como si fuera lo más divertido del mundo, nos giramos
hacia la puerta. Estoy a punto de abrirla de un tirón cuando veo a
Christopher subiendo por la calle, con sus largas piernas comiéndose la
acera y su pelo dorado brillando bajo las luces de la calle que se van
encendiendo a medida que anochece.

Miro a Brandy, que parece avergonzada.

―Espero que no te importe, le dije que íbamos a cenar y tenía muchas


ganas de venir.

Christopher me cae muy bien, pero eso no significa que lo quiera aquí
esta noche. Se suponía que este era nuestro momento, y ese pensamiento
debe mostrarse en mi cara, porque Brandy frunce el ceño.

―Oh, maldita sea, lo siento mucho. Le diré que no va a funcionar

―Es que la noche de Devlin se liberó, pero le dije que no viniera ya que
solo éramos nosotros tres.

―Soy una idiota, debería haber preguntado. Por supuesto que él y yo


nos veremos después, le diré que vaya a la casa en algún momento de
mañana. Lo que me recuerda, ¿por qué no estás durmiendo en casa de
Devlin? Tu mensaje decía que estarías en casa esta noche. ―Ella frunce el
ceño―. Todo estaba bien con ustedes dos esta mañana. Todavía está todo
bien, ¿verdad?

―Perfecto ―le aseguro.

―De acuerdo, entonces. ―Ella mira hacia Christopher―. Voy a


ocuparme de él.

Extiendo la mano y la tomo, dándole un suave apretón.

―Gracias. ―Hay muchas razones por las que Brandy es mi mejor


amiga, y una de las más importantes es que es una persona genuinamente
buena. Sobre todo, porque me entiende, y a pesar de todos mis defectos,
me quiere.

―Voy a entrar a apaciguar a Lamar ―digo―. ¿Nos vemos ahí?


―Pídeme una copa de tinto ―dice, y luego se apresura a reunirse con
Christopher, que se ha detenido a unos metros, probablemente captando
el hecho de que estábamos hablando de él.

Me siento un poco culpable, pero no lo suficiente como para invitarlo,


así que alejo ese sentimiento y entro. El local está lleno de gente y me cuelo
en la mesa que ha conseguido Lamar y saco una de las sillas.

Lamar ya ha pedido costras de papa y gambas envueltas en tocino, así


que nos llenamos de aperitivos y vino, y luego pedimos más cuando
Brandy se une a nosotros. La conversación es fácil y aleatoria, y estoy de
un humor vertiginoso que no tiene nada que ver con las dos copas de
Pinot Noir que me he bebido.

El mesero acaba de tomar la orden de la cena cuando Lamar se sienta


con la cabeza erguida, frunciendo el ceño mientras se inclina hacia
delante, claramente tratando de ver algo en la oscuridad. Cuando vuelve
a acomodarse, puedo sentir la irritación que desprende en oleadas.

―¿Qué pasa? ―Pero incluso mientras hago la pregunta, me doy la


vuelta en mi asiento, y en el mismo momento en que Brandy murmura
“oh”, lo veo en la puerta.

Devlin.
Me doy la vuelta para mirar a Brandy.

―Te juro que no lo invité. ―Aunque es cierto, sigo sintiéndome


culpable por haber echado a Christopher, lo cual es ridículo y solo hace
que me irrite más con Devlin.

Sus ojos están muy abiertos mientras asiente.

―Sí, bueno, todavía está aquí.

Frunzo el ceño, porque tiene razón en eso.

―Ahora vuelvo ―murmuro mientras me alejo de la mesa. Tengo la


sensación de que no es una coincidencia que haya aparecido aquí.

Él se dirige en nuestra dirección, con una expresión plana. No sé por


qué está aquí, pero sé que está enojado.

¿Adivina qué? Yo también lo estoy.

Me apresuro a ir a su encuentro y le agarro el codo, notando que


prácticamente vibra de irritación.

―¿Qué pasa? ¿Por qué demonios estás aquí?

―Tengo algunas cosas que quiero discutir con el detective. ―Su voz es
tensa. Cortada, y muy aterradora―. No hay tiempo como el presente,
¿verdad?

No tengo ni idea de lo que está pasando por su cabeza, pero es evidente


que algo le ha tocado la fibra sensible y da un paso hacia nuestra mesa.
Veo que Lamar se estremece, una mínima reacción, pero conozco bien a
mi amigo y no parece confundido. Al contrario, parece culpable.
Bueno, mierda.

Agarro el codo de Devlin y tiro de él.

―Afuera ―digo, empezando a dirigirlo hacia la puerta. Se resiste, sin


embargo, con la mirada dura, pero no me mira a mí. No, mira por encima
de mi hombro a Lamar, que se ha armado de valor y ahora me mira
fijamente.

Lucho contra el impulso de arremeter contra ambos. No sé qué está


pasando, pero no tengo ninguna duda de que ambos tienen la misma
culpa.

―Afuera ―le digo de nuevo a Devlin―, y si te peleas conmigo o con


él, sabes de sobra que todas nuestras fotos van a acabar mañana en las
noticias, y no me refiero al Laguna Leader ―añado, refiriéndome a la
diminuta excusa de periódico de la ciudad.

Cuando Devlin se mantiene firme, me acerco aún más, respirando su


aroma a almizcle y furia.

―¿De verdad quieres que esta mierda esté en todas las redes sociales?
No sé qué está pasando, pero tienes que pensarlo. Ahora ven conmigo,
maldita sea. Vamos a hablar afuera.

Creo que va a seguir ignorándome. Entonces asiente, con un


movimiento rápido y brusco, antes de apartarse deliberadamente de la
mesa, donde Brandy sigue sentada, mirándonos, mientras Lamar se
zampa su aperitivo, sin mirarme a los ojos.

Lo sigo afuera y, en cuanto nos alejamos de la puerta, me giro hacia él

―¿Qué demonios, Devlin?

En lugar de responder, me toma del codo y me empuja hacia la acera,


metiéndome en el hueco de una tienda de lencería cerrada. Mi espalda
está pegada a la puerta, y él está lo suficientemente cerca como para que
pueda sentir la furia que desprende en oleadas. Lucho contra el impulso
de alcanzarlo y tocarlo, temiendo que ese simple contacto sea suficiente
para provocar una explosión.
En lugar de eso, respiro y me cuadro de hombros. No es él quien tiene
derecho a estar enojado, sino yo, y levanto la barbilla para mirarlo a la
cara.

―Hice que Brandy echara a Christopher porque se suponía que íbamos


a estar los tres solos ―continúo, antes de que pueda hablar―, y realmente
no aprecio...

―Esto no se trata de ti ―suelta, cortándome―. Ese hijo de puta ha


estado escarbando en mi pasado, intentando conseguir información sobre
mi historial de servicio militar.

―Oh. ―Frunzo el ceño. No lo sabía, y también me enoja. Le pedí a


Lamar que averiguara sobre Ronan, pero no esperaba que lo tomara como
una carta blanca. Si Lamar iba a investigar a Devlin, debería habérmelo
dicho, y la idea de que esté husmeando sobre mi novio a mis espaldas no
me gusta nada.

―No lo sabía. ―No le digo a Devlin que yo también estoy enojada.


Ahora mismo, lo que hay que hacer es mantener la calma, porque
realmente no quiero que vuelva a entrar y se enfrente a Lamar. No en
público, y definitivamente no hasta que yo me haya enfrentado a él
primero.

Le tomo la mano y me siento aliviada cuando me devuelve la suave


presión.

―Lo descubriste cuando hablabas con tus contactos ―digo―.


Investigando quién podría haberme enviado ese mensaje.

Asiente con la cabeza.

―¿Averiguaste algo? ¿Alguien ha hecho averiguaciones sobre ti?

Su expresión es dura como una piedra cuando dice:

―Solo Lamar.

Dejo que eso se me escape, no solo porque quiero más información, sino
porque quiero dar tiempo a Devlin para que se calme.
―¿Y el teléfono? ¿Conseguiste alguna información sobre el número
desde el que enviaron el mensaje?

Por un segundo pienso que va a discutir y forzar que esta conversación


se quede en Lamar. Entonces dice:

―Hemos recuperado el teléfono. Es uno desechable. Se usó una vez,


para enviar ese mensaje. No hay huellas dactilares, ni marcas de
identificación.

―Oh. ―Estoy sorprendida. Eso no era algo que esperaba―. ¿Cómo lo


conseguiste?

―¿Estás familiarizada con los mensajes SMS tipo O?

Sacudo la cabeza.

―En pocas palabras, es una forma de hacer un ping a un teléfono y


rastrear su ubicación. Solo funcionó porque quien envió el mensaje cargó
completamente el teléfono y no lo apagó antes de tirarlo. Mi gente envió
el mensaje al número y desde ahí pudimos encontrar el teléfono.

―Eso es fácil.

Se ríe.

―La verdad es que no. He omitido la parte de buscar en los cubos de


basura y en los canales. Nos llevó casi todo el día, pero el equipo lo
encontró.

―Estoy impresionada ―digo, y lo digo en serio. Cuando Devlin me


llevó a Las Vegas, me di cuenta de que él y la fundación hacían mucho
más que proporcionar dinero a las víctimas del crimen organizado, pero
esta es la primera vez que me doy cuenta de que la DSF también tiene un
brazo investigador. No me sorprende, Devlin es el tipo de persona que se
lanza a por todas, pero sí que me ha conmovido, y creo que es porque es
una cosa más que él y yo tenemos en común. Esa necesidad de indagar y
encontrar respuestas.

―¿Y ahora qué? ―pregunto, pero ya sé la respuesta.

―Ese teléfono es un callejón sin salida.


―Lo que significa que no tenemos suerte hasta que reciba otro mensaje.

Asiente con la cabeza, y agradezco que no ofrezca una obviedad,


sugiriendo que tal vez no llegue otro mensaje. Los dos sabemos que así
será.

Me toma la mano y me acerca.

―Hay otra pista ―comienza―. Quien envió ese mensaje cree que hay
datos sobre mí que debes conocer. Lo que significa que el emisor del
mensaje está recopilando información probablemente con la intención de
enviarte algo sucio en el siguiente mensaje.

―Pero ya sé lo sucio que eres.

Las palabras pretenden hacerle sonreír, pero todo lo que veo es una
sombra en sus ojos, y recuerdo lo que me dijo antes: siempre habrá secretos
entre nosotros. Cosas de las que no estoy dispuesto a hablar. Nunca.

Sacudo la cabeza.

―No tiene importancia ―digo automáticamente, pero no puedo evitar


preguntarme si la tiene.

―Aparte de mí, ¿quién haría algo para protegerte? ¿Quién me


desafiaría y me investigaría si pensara que vas a desaparecer en las arenas
movedizas?

Por un momento me quedo mirando, luego me quito las manos de las


suyas, sacudiendo la cabeza mientras susurro.

―No. Es imposible que Lamar haya enviado ese mensaje. No es


posible.

―Oh, yo creo que sí. Él es el...

―No ―digo con más firmeza―. Absolutamente no. No hay manera


posible. ―Respiro profundamente y continúo―. Confío en Lamar con mi
vida, y él ni siquiera sabía que habíamos vuelto a estar juntos anoche.
Incluso si lo supiera, nunca enviaría ese tipo de mensajes. Si tiene un
problema contigo, que lo tiene, me lo diría directamente, y lo ha hecho.
Ante eso, Devlin sonríe, aunque solo un poco, y es un tipo de sonrisa
fría y aterradora.

―Y no tiene sentido que Lamar envíe un mensaje, porque no es


necesario ―continúo―. Él ya tiene mi oído, pero ¿sabes qué? ―añado,
tomando sus manos mientras me acerco―. Te diré a quién tenemos que
mirar.

Sus ojos se entrecierran.

―¿A quién?

―¿Qué tan bien conoces a tu amigo Ronan?

―No.

Eso es todo lo que dice. Solo esa pequeña palabra. Como si eso fuera
suficiente para borrar todos mis temores y sospechas. Por no hablar de
todos los indicios de que Ronan no es tan limpio como la nieve.

―¿Eso es todo? ―le contesto―. Protesto, su señoría. Me gustaría ver


alguna prueba.

―No es Ronan. Estoy seguro.

―Bueno, entonces supongo que ambos estamos seguros. Debe ser otra
persona.

Exhala con fuerza, claramente molesto, pero es justo, yo también estoy


molesta.

Decido intentarlo de nuevo.

―Mira, Lamar sabe que diciéndome que eres peligroso no me va a


asustar. Así que no se molestaría en enviar mensajes. Me conoce
demasiado bien, pero Ronan no me conoce en absoluto.

―Creo que tiene una imagen bastante sólida ―dice Devlin―, pero lo
fundamental es que yo sí lo conozco.

―¿Ah, sí? Entonces eso significa que ya sabes que no le gusta que
estemos juntos. Que cree que no soy más que una distracción.

―¿Él qué?
―Me escuchaste.

Observo su rostro y veo apenas un destello de algo que parece furia


antes de que se quede completamente en blanco.

―Él no envió esa nota.

―Maldita sea, Devlin...

―¿Confías en mí?

Lo miro a los ojos mientras cruzo los brazos sobre el pecho.

―¿Confías tú en mí?

―Lo hago ―dice con facilidad―, pero creo que tu perspectiva está
contaminada por la amistad.

―¿Y la tuya no? ―Frunzo el ceño, recordando mi pregunta anterior―.


¿Sabe Ronan lo de Peter? Y de paso, ¿lo sabe Anna?

Su cabeza se echa hacia atrás, pero se recupera rápidamente. Aun así,


es suficiente para confirmar que la pregunta le ha sorprendido.

―Sé que Tamra lo hace ―digo―, pero no sé nada de ellos.

―Ellos lo saben ―dice simplemente.

―Les confiaste un secreto tan grande porque sabías la clase de personas


que eran.

―Ronan, sí. Con Anna fue diferente. Ella sabía lo que me habían
ordenado hacer antes que yo.

―Oh. ―Frunzo el ceño mientras reordeno las cosas en mi mente―. Así


que ella...

―Mi padre la envió aquí con la orden de que yo matara a Peter, y


después de decírmelo, fue cuando huyó a Chicago y se matriculó en
Northwestern. Fue la gota que colmó el vaso y la hizo escapar de mi padre
para intentar empezar una nueva vida. En cuanto a Ronan, estaba ahí
cuando Alex se convirtió en Devlin. Era mi amigo, mi confidente y mi
hermano de armas, y...
―Confiabas en él ―digo en voz baja―. Entiendo lo que dices, pero es
lo mismo entre Lamar y yo, y no es solo confianza, Devlin. Puedes hablar
con ellos, es decir, hablar de verdad. Nada ha cambiado ahora que estoy
en tu vida, pero para mí sí, porque ya no puedo hablar con Lamar. No
realmente.

No esperaba decir nada de eso. Diablos, ni siquiera estoy segura de


haber sido consciente de que lo estaba sintiendo, pero las palabras salen a
borbotones, casi ahogándome con su poder. Todavía tengo a Brandy, pero
ganar a Devlin significa que perdí a Lamar. Él sigue en mi vida, por
supuesto, pero solo en la versión censurada.

Veo como la irritación parpadea en su cara, luego toma aire y asiente


lentamente. Se inclina hacia adelante y me da un suave beso en la frente.

―Lo siento ―dice―. No estoy acostumbrado a...

Espero, pero parece que no va a terminar la frase.

―¿Acostumbrado a qué?

―A estar con una mujer que me importa. Vamos.

Mi corazón se hincha tanto que tardo un minuto en darme cuenta de


que está tirando de mí hacia el Cask & Barrel.

―¿Qué estás haciendo? Te he dicho que solo somos los tres...

―Confía en mí ―dice, y luego abre la puerta de un tirón. Quiero


objetar, pero confío en él y quiero asegurarme de que lo sabe. Así que
respiro, espero que Lamar y Brandy no pierdan la cabeza y lo sigo
adentro.

Se detiene en la puerta y se abre paso entre la multitud. Algunos de los


clientes se giran y miran, señalando y haciendo fotos. Devlin Saint es una
persona conocida, y sobre todo conocida como reservado. El hecho de que
esté afuera y con la mujer que supuestamente lo ha sacado del mercado
es suficiente para que los cazadores de fotos se animen y empiecen a hacer
fotos.

―Hola, Instagram ―murmuro mientras Devlin sigue adelante.


Brandy está de espaldas y está inmersa en una historia, moviendo las
manos mientras describe la elaboración de muffins o de un bolso, o
posiblemente sobre acariciar a Jake. Lamar se ríe, pero el sonido se le
atasca en la garganta cuando nos ve.

―Saint. ―La palabra es plana. Sin emoción.

Brandy se da la vuelta, con los ojos muy abiertos por la sorpresa, antes
de dirigirse a mí. Veo la pregunta, y la acusación, y solo puedo encogerme
de hombros, levantar las manos y esperar que lo que Devlin diga ahora
me saque de la desgracia con mis amigos.

Lamar y Brandy intercambian miradas de sorpresa mientras Devlin se


acomoda en la silla vacía del cuatro. Sigo su ejemplo y me deslizo en la
mía.

―¿Sabes lo de Alex? ―pregunta Devlin, con su atención puesta en


Lamar.

Lamar frunce el ceño, pero, para su fortuna, le sigue el juego.

―Nunca conocí a Alex, pero Ellie me habló de él. Cuando estábamos


en la Academia, intercambiamos notas sobre nuestros desastres de
relaciones pasadas.

Veo que Devlin hace una mueca, pero no puedo decir si Lamar lo nota
o no.

―Ya. Bueno, creo que es justo que sepas la verdad, yo soy Alex.

―Oh.

Me doy cuenta enseguida de que la respuesta de Lamar es solo


superficial. No tiene ni idea de la magnitud de lo que Devlin acaba de
decir. Entonces sus ojos se abren de par en par.

―Oh ―me doy cuenta de que todo ha encajado―. ¿Por qué me dices...?

Pero Devlin lo corta deslizando hacia atrás su silla. Se inclina hacia


delante y baja la voz para que no haya posibilidad de que nadie lo
escuche.
―Ella confía en ti. Eso significa que yo confío en ti. ―Mira entre Brandy
y yo―. Cuéntenle el resto.

Veo que los ojos de Brandy se abren de par en par, reflejando mi propia
sorpresa.

―¿Todo? ―pregunta―. Quiero decir, no es que haya nada impactante


―añade, como si quisiera cubrir un paso en falso.

La diversión aparece en sus rasgos, pero su atención se mantiene en


Lamar mientras se levanta.

―Todo, y luego, si tienes dudas, pregúntale a Ellie. Si ella no lo sabe,


pregúntame a mí. No te metas en mi vida, créeme cuando te digo que no
es una buena idea. No lo aprecio, y lo que es más importante, hay gente
que ha trabajado muy duro para hacer de mí lo que soy, y ellos tampoco
lo aprecian.

―¿Qué...? ―dice Lamar, pero Devlin ya está dando zancadas hacia la


puerta. Miro entre mis amigos y él, y luego levanto un dedo en señal de
solo un segundo mientras me apresuro a salir tras mi novio, sintiéndome
tan desconcertada como mis amigos.

Me veo atrapada entre una multitud de universitarios y, para cuando


llego a la puerta, temo que ya haya desaparecido, pero está en la acera
esperándome, y al verlo de pie bajo la suave luz de las ventanas del
restaurante, me derrito un poco.

―Lo hiciste por mí.

Un atisbo de sonrisa aparece en sus labios.

―Creo que ya sabes que hay muy pocas cosas que no haría por ti.

―Pero...

―No. ―Me pone un dedo en los labios―. Tenías razón. Puedo hablar
de mi mundo, de mi vida, de mi pasado y de mi presente con mucha
gente, incluso a pesar de todos los secretos que guardo. Tú solo tenías a
Brandy.
―No solo ella ―le digo―. Tengo a Tamra, y a Anna. Estoy disfrutando
de conocerla.

―Me alegro de que te sientas así, pero no es lo mismo, y lo sé. ―Desliza


sus brazos alrededor de mi cintura y yo inclino la cabeza hacia atrás para
encontrarme con sus ojos―. No quiero ser algo negativo en tu vida ―dice.

―Nunca podrías...

―Sí, podría, y eso es exactamente lo que me decías antes. Si entro en tu


vida y de repente tienes que cambiar tu forma de hablar con tus amigos
más cercanos, entonces te he quitado algo, sea mi intención o no, y eso no
es aceptable.

―Te arriesgaste a decírselo.

―No, no lo hice. Confías en él, ¿recuerdas?

Me río y luego asiento con la cabeza.

―Sí, lo hago. ―Me pongo de puntillas para besarlo―. Gracias.

―De nada.

―De acuerdo. Bueno, creo que voy a volver a entrar para terminar mi
cena y responder a una docena de preguntas. Lo veré mañana, señor
Saint.

―Ven a mi casa más tarde.

Sacudo la cabeza, sonriendo.

―No.

―¿Todos esos puntos que acabo de ganar?

Una burbuja de risa estalla de mí.

―Ni siquiera intentes la culpa.

―Tengo una caja llena de condones.

―No ―repito, pero me cuesta no reírme.

―Pero tú quieres.
―Sí quiero ―admito.

―Así que me estás castigando.

―De ninguna manera ―me burlo, con mi voz cantarina―. Te estoy


dando lo que más te gusta. La anticipación.

Se inclina hacia delante y susurra.

―En ese caso, tendré que asegurarme de que me lo compenses cuando


te vea la próxima vez.

Luego se da la vuelta y se aleja. Lo veo marcharse, pero se me corta la


respiración cuando veo una figura familiar en una puerta al otro lado de
la calle.

Regina Taggart.

Me digo que es una coincidencia, pero mientras observo que su cuerpo


se gira mientras ve a Devlin dirigirse a su auto, no puedo evitar temer que
me equivoque.

Acabamos pidiendo el resto de la comida para llevar, ya que no


podemos arriesgarnos a que nos escuchen. Lamar se va primero,
dejándonos a Brandy y a mí para encargarnos de la cuenta. Se estacionó a
unas dos manzanas, así que es justo, y el plan es que nos encontremos en
casa de Brandy. En cuanto nos ocupamos de la cuenta, salimos a la calle
con las bolsas de comida para llevar.

―Podrías haberte ido con Lamar ―señalo. Caminó hasta el restaurante


y ahora me acompaña de vuelta―, ya estarías ahí, preparándonos para
comer.

Me mira de reojo.

―Sí, claro. Porque no tenemos absolutamente nada de qué hablar.


―Me encojo de hombros mientras ella continúa―. ¿Estás segura de que
estamos entendiendo bien a Devlin? ¿Tal vez estaba borracho? Tal vez
estaba siendo... no sé, estúpido.

Rodeo a Shelby y me detengo en la puerta del conductor.

―No, lo entendimos bien. En cuanto a lo de ser estúpido... ―Me


detengo, porque quiero creer tanto en Devlin como en Lamar, pero no
puedo negar que la puerta que ha abierto Devlin me asusta.

Brandy se queda en el lado del pasajero del auto, luego abre la puerta
y se desliza dentro, yo hago lo mismo y me acomodo detrás del volante.

―No lo entiendo ―dice ella―. Quiero decir, Lamar es un policía.

―Sí ―digo―. Lo he notado.

Ella inclina la cabeza como si fuera una advertencia.

―No seas chistosa con esto.

Respiro profundamente y trato de relajarme.

―Te prometo que no estoy siendo chistosa. Estoy tratando de procesar


todo. Confío en Devlin, y confío en Lamar, y quiero esto. Quiero ser capaz
de hablar con él. ¿Es eso tan malo?

―¡Claro que no! Es solo que, bueno, te das cuenta de que el asesinato
no prescribe, ¿verdad? Seguramente, Devlin no quiso decir que debías
contarle todo a Lamar.

Se me revuelve el estómago de forma desagradable, y por un momento


creo que voy a vomitar, pero cuadro los hombros, porque creo en lo que
le dije. Confío en Devlin, y confío en Lamar, y sé que ambos me quieren,
y que ninguno de ellos me haría daño, pero, sí, tengo miedo, y se lo digo.

―Entonces, ¿qué vas a hacer?

Inspiro profundamente y luego lo suelto lentamente.

―Voy a decirle a Lamar la verdad, tal como dijo Devlin. ―Me muevo
más en el asiento para mirarla directamente―. Todo saldrá bien. ¿No
crees que estará bien?

Puedo ver en su cara que está insegura, pero luego asiente lentamente.
―Sí ―dice, no del todo convencida―. Por supuesto que sí. Lamar
nunca te haría daño, y sabe que fastidiar a Devlin haría exactamente eso.
La amistad está por encima de todo, ¿verdad?

Asiento con la cabeza, porque tiene razón, pero también escucho lo que
no dice: ¿pero todo incluye la ley?

Respondo a la pregunta no formulada en voz alta.

―Sí, la amistad gana. Tiene que hacerlo.

Me vuelvo hacia adelante y agarro el volante, preguntándome hasta


qué punto me creo de verdad lo que dije. ¿Siempre ganan la amistad, el
amor y la familia? Si hubiera sabido lo que hacía el tío Peter hace tantos
años, ¿habría permanecido callada? Después de todo, me quedé callada
sobre el hecho de que Devlin mató a mi tío.

Sin embargo, es diferente. Lo que hizo Devlin fue impactante, pero


comprensible. Mató para salvarme. Es una decisión fácil, y no me siento
culpable por guardar ese secreto.

Peter, sin embargo...

Estaba robando dinero y enganchando a la gente a las drogas, y estaba


haciendo todo eso sin otra razón que su propio beneficio.

Aun así, lo amaba. ¿Lo habría entregado? ¿O habría guardado su


secreto?

No lo sé, y mi incertidumbre me molesta. Afortunadamente, no es una


pregunta que tenga que enfrentar. El tío Peter está muerto, y exponer esos
secretos ahora no me molesta.

La mayor pregunta para esta noche es cómo se sentirá Lamar una vez
que sepa la verdad. ¿Protegerá los secretos de Devlin, sabiendo que me
destruiría si los revelara? ¿O el juramento que hizo como oficial de policía
tendrá prioridad?

Seguro que Devlin también ha pensado en eso, y sé que debe creer que
mi amistad con Lamar es lo suficientemente fuerte como para asegurar
que nunca haría nada que me perjudicara, incluida la revelación de un
crimen. Entonces, ¿cómo es que de repente estoy dudando? ¿Cómo es que
de repente tengo miedo?

Es una pregunta retórica, por supuesto. Tengo miedo porque, aunque


conozco a Lamar lo suficiente como para saber cómo va a reaccionar,
hasta el momento en que me diga que está bien, siempre existe la
posibilidad de que todo se vaya a la mierda.

Brandy parece darse cuenta de que estoy perdida en mis propios


pensamientos y no dice nada durante el corto trayecto de vuelta a su casa.
Lamar tiene la llave y el código de la alarma de su casa, así que ya está
dentro cuando llegamos. Lo veo y se me revuelve el estómago cuando me
doy cuenta de que no puedo leer su expresión.

Entonces me sonríe, extiende los brazos y me estrecha, dándome un


abrazo.

―No sé qué es lo que me vas a contar, pero sabes que todo va a salir
bien, ¿verdad?

―Sí ―miento―. Lo sé.

Brandy está justo detrás de mí, y rápidamente se dirige a la cocina y


empieza a emplatar toda la comida que trajimos de Cask & Barrel.

―Entonces, ¿me vas a hacer adivinar de qué va todo esto? ―pregunta


Lamar―. ¿O vas a sumergirte en eso?

―Pensé en entretenerme hasta que tuviéramos comida y posiblemente


mucho alcohol.

Lamar se ríe, luego se acomoda en uno de los taburetes de la barra,


frente a la que Brandy huye como alguien que necesita mantenerse en
movimiento para evitar el apocalipsis. Me subo al taburete de al lado e
intento no ponerme nerviosa.

―Muy bien ―digo, pero luego no sé cómo continuar. Hay demasiadas


cosas que contarle y no tengo ni idea de por dónde empezar. Finalmente,
decido que la única manera de avanzar es empezar por lo peor y trabajar
hacia atrás.
Estoy a punto de hacerlo cuando me doy cuenta de que es un
planteamiento estúpido y de que empezar por lo peor solo asustaría a
Lamar, así que le cuento que Alex desapareció la noche en que murió el
tío Peter, algo que él ya sabía, y pienso que es una buena forma de
facilitarle la entrada en la historia.

―Ya sabes todo eso, por supuesto. Cómo se fue y me rompió el


corazón.

―Lo cual es una de las razones por las que siempre he pensado que
Alex era un imbécil, y ahora que sé que es Devlin, todo encaja.

Casi me sale una defensa de Devlin, pero entonces noto la ligera curva
de su boca. Se está burlando de mí para hacer esto más fácil, y ese simple
conocimiento me quita un gran peso de encima.

―Bien. De acuerdo. Bueno, la razón por la que tuvo que desaparecer es


que en realidad es Alejandro López. ¿Sabes quién es? ―Es una pregunta
tonta, porque ya puedo ver la respuesta en los ojos de Lamar.

―¿Devlin Saint es el hijo de El Lobo?

Asiento con la cabeza.

―Y después de que el tío Peter fuera asesinado, huyó. Fue entonces


cuando se unió al ejército. ―No digo que Devlin sea el que apretó el
gatillo. Todavía no.

En la zona de la cocina, Brandy está prácticamente zumbando de


expectación, tan nerviosa como yo por saber cuál será la reacción final de
Lamar.

Ahora mismo, está tranquilo, su expresión es pensativa, como si


estuviera encajando las piezas del rompecabezas.

―Entonces, ¿se convirtió en Devlin Saint para esconderse de su padre?

―Sí, y después de la muerte de su padre, heredó todo lo que el gobierno


no pudo tomar. También heredó mucho dinero de su madre. La familia
de su madre no estaba sucia, así que usó ese dinero para vivir, y puso todo
lo que heredó de su padre en la fundación.
―Quería hacer bueno el dinero malo.

―Exacto ―digo, encantada de que haya llegado hasta ahí antes de que
yo lo señalara.

―¿Y no sabías nada de esto?

―¿En aquel entonces? No. Solo sabía que mi novio había desaparecido.

―¿Y cuando volviste? ¿Te enteraste entonces de lo de Devlin?

Sacudo la cabeza.

―No, en absoluto. Sabes exactamente por qué volví. Porque el jefe


Randall me dijo que el tipo que confesó el asesinato del tío Peter no podía
haberlo hecho, y eso levantó el velo sobre el hecho de que el tío Peter
estaba ligado de alguna manera a El Lobo.

―Entonces, ¿cuándo supiste que Devlin era Alex? Quiero decir,


también viniste a escribir un perfil sobre Saint y su fundación. Te conozco,
¿recuerdas? Habrías investigado antes. Visto fotos de él.

―Es cierto, pero ya no se parece a Alex. Se operó, se cambió el color del


pelo, lleva lentillas para cambiar el color de los ojos, y aparentemente la
cicatriz...

Frunzo el ceño, ya que aún no sé exactamente cómo se hizo la cicatriz.


Solo que estaba en el extremo equivocado de un cuchillo.

―Supongo que es de su época en el ejército.

Lamar asiente.

―De acuerdo. ―continúa―. ¿Sabe quién mató realmente al tío Peter?

Al otro lado de la barra, Brandy se atraganta con su sorbo de agua y


levanta una mano en señal de disculpa.

Mantengo mi atención en Lamar y respiro profundamente.

―La verdad es... bueno, la verdad es que el tío Peter estaba robando a
El Lobo tal y como pensábamos, y... entonces El Lobo lo arregló. La
muerte del tío Peter, quiero decir.
―Correcto. Eso ya lo sabía.

Asiento con la cabeza y miro a Brandy antes de tomar aire mientras


vuelvo a centrar mi atención en Lamar. ¿Puedo hacer esto? ¿Puedo
cargarlo con este conocimiento? Si no se lo digo, ¿manchará nuestra
amistad?

Y lo que es más importante, ¿qué le hará a él, un policía, si lo hago?

Lamar frunce el ceño.

―Me estás diciendo que Devlin sabe a quién contrató El Lobo.

Me obligo a no mirar a Brandy, luego trago saliva.

―Yo no te estoy diciendo nada.

Casi sonríe.

―No. Supongo que no lo harás. Mierda. ―Se pasa las manos por la
cabeza afeitada―. Si lo sabe, ¿por qué demonios no se lo ha dicho al jefe
Randall? Porque entonces tendría que revelar cómo lo sabe ―continúa,
respondiendo a su propia pregunta―, y eso significaría revelar quién es
ahora. Mierda.

Trago saliva y me obligo a no inclinarme hacia atrás cuando dirige su


mirada entrecerrada hacia mí.

―Pero te lo dijo ―dice Lamar, con palabras lentas como si fuera un


estudiante de primer año tratando de resolver un problema de cálculo―.
Debió hacerlo porque no es eso lo que estás investigando. Estás
investigando el porqué de lo que hizo Peter. No la cuestión de quién le
disparó. A ti. Su sobrina, y ya ni siquiera estás buscando.

―Ese no es el punto del artículo ―digo.

―No ―coincide―. Estás haciendo tu artículo familiar. Una historia de


cómo todo salió mal.

Miro hacia Brandy; no puedo evitarlo.

Pero Lamar no se da cuenta. Todavía está trabajando en sus


pensamientos, y no puedo pensar en una manera de distraerlo.
―Desde que te conozco ―dice Lamar―, eres como un perro con un
hueso. Tu editor puede querer la historia sensiblera, pero tú quieres
respuestas, y cuando llegaste a la ciudad, querías saber quién era el
verdadero asesino, pero ahora ya no estás buscando.

―¿Cuál sería el punto? ―pregunto―. Sabes tan bien como yo que las
probabilidades de conseguir una condena cuando alguien ya ha
confesado o ha sido juzgado. Nunca.

―Puede ser, pero aun así querrías saber, y sin embargo no estás
buscando, eso significa que Devlin te lo dijo. Entonces la pregunta es ¿por
qué no lo estás persiguiendo? ¿Está muerto el asesino? Si es así, ¿por qué
no se lo dijiste al jefe Randall. O a mí, en todo caso. ―Comienza a caminar,
la tensión en su cuerpo se desprende como olas―. En vez de eso, lo
mantienes cerca porque Devlin te lo dijo. O si no, él...

Sus ojos se abren de par en par y su cuerpo se endereza.

―Oh, no me jodas. Ellie, ¿qué demonios? ¿Me estás diciendo que


Devlin Saint mató a tu tío?

Un escalofrío me recorre.

―Yo nunca dije eso.

Cierra los ojos, toma aire y vuelve a abrirlos.

―Te dijo que me lo contaras todo. Entonces, ¿por qué omitiste esa
parte? Quiero decir, Brandy ya lo sabe, ¿no?

Esta vez, ni siquiera intento ocultar el hecho de que estoy mirando hacia
Brandy. Ella asiente, pero yo ya me he decidido.

―Sí ―digo―. Ella lo sabe.

―No me lo dijiste porque no querías agobiarme, aunque Saint te dijo


que lo hicieras. Les dijo que me contaran el resto.

Levanto un hombro en señal de reconocimiento silencioso, y él asiente,


obviamente aun procesando todo.

―Así que cuéntame el resto. Como, por ejemplo, cómo es posible que
estés de acuerdo con esto. Quiero decir, tu novio asesinó a tu tío.
Sacudo la cabeza.

―Nunca dije una palabra sobre que Devlin matara a Peter, pero tú y yo
sabemos que, si lo hizo, solo habría una razón para eso, y es que me estaba
protegiendo.

Lamar asiente lentamente.

―Su padre le dio un ultimátum. Acabar con Peter o ver cómo su novia
salía volando por los aires.

―Defendió a los demás ―digo en voz baja, deseando que Lamar lo


entendiera. Que no estuviera ahí recitando hechos. Quiero que esté a mi
lado, sosteniendo mi mano y diciéndome que entiende todo lo que pasé.
Todo por lo que pasó Devlin.

―¿Defendió a los demás? Ni siquiera, Ellie. Sabes que eso no


funcionaría. Podría haber ido a las autoridades. Pudo haberte escondido,
conseguir ayuda. En cambio, tomó el asunto en sus propias manos. Hizo
lo que su padre quería, y tu tío está muerto por eso. Peter podría seguir
vivo. Podría haber cumplido su condena y estar de vuelta contigo. Con tu
familia. Un hombre que te amaba y cuidaba de ti.

Sus ojos se vuelven fríos. También lo hace mi sangre.

―En cambio, estás con el hombre que lo mató.

―Lamar, por favor. Tienes que entender...

Miro a Brandy, que parece aterrada.

Lamar se pasa la mano por la cabeza.

―Mira, entiendo lo que dices, lo entiendo, pero tienes que recordar


quién soy. No soy solo tu amigo, soy un policía. Tienes que saber que te
quiero y que nunca te haría daño. Lo sabes, ¿verdad?

Está esperando a que responda, así que asiento con la cabeza,


esperando que realmente lo sepa.

―Bien, pero Ellie, la cosa es así. Esto… yo no pedí esto. No sé cómo


puedo mantenerlo en secreto, o tal vez sí lo pedí. Tal vez lo pedí
hurgando, no lo sé, pero ¿has pensado en esto? Tal vez solo está jugando
conmigo y jugando contigo también.

―De ninguna manera ―dice Brandy, hablando por primera vez, y creo
que quiero besarla, estoy tan feliz de que siga de mi lado―. No va a hacer
eso. ¿De qué estás hablando?

Lamar mira de Brandy a mí.

―Tal vez está tratando de hacerse ver como uno de los buenos cuando
en realidad está tres pasos por delante de mí. No hay duda de que el
hombre es inteligente. Tal vez sabía que al final me daría cuenta. Que tú
me lo dirías accidentalmente, o que yo descubriría que él mató a Peter.
Ese es el trabajo, cierto, y eventualmente habría encontrado mis
respuestas.

Hace una pausa y continúa antes de que tenga la oportunidad de decir


algo.

―Hacerlo de esta manera, diciéndote que me cuentes todo para que me


sienta obligado a guardar tu secreto, no el suyo es la forma que tiene Saint
de ir tres pasos por delante de mí. De asegurarse de que está protegido, y
por un policía, nada menos.

―No. De ninguna manera. Lamar, no puedes creerlo.

―Lo siento, Sherlock. Te quiero, pero no sé qué hacer con esto. No lo


sé. ―Exhala un ruidoso aliento―. Necesito algo de tiempo.

―Pero...

Me toma la mano y me hace callar.

―Te haré una promesa, sin embargo. No haré nada sin decírtelo
primero. ¿De acuerdo?

Asiento con la cabeza, muda, con la vista nublada por las lágrimas que
me llenan los ojos.

―Vayan ustedes a comer, yo necesito pensar. Lo siento ―añade―. Sé


que querías que dijera algo más. Sé que querías que fuera otra persona,
pero ahora mismo no puedo. No puedo procesar nada de esto. Tengo que
resolverlo por mí mismo y para hacer eso, realmente necesito irme.
Devlin se despertó cuando el sistema de seguridad emitió un zumbido,
indicando que alguien había entrado en la propiedad. Comprobó la
información en su teléfono y no se sorprendió al ver que el visitante de
medianoche era Lamar.

Al fin y al cabo, Devlin lo estaba esperando.

Se dirigió a la entrada y abrió la puerta mientras Lamar levantaba la


mano para tocar el timbre.

―Detective.

Lamar lo miró a los ojos, no dijo nada y pasó junto a él y entró en la


casa.

Devlin cerró la puerta despreocupadamente, conteniendo las ganas de


decir algo. No valía la pena el concurso de orina. No cuando el problema
de fondo era Ellie. Su relación con Devlin. Su amistad con Lamar.

―Dime por qué ―exigió Lamar, sin preámbulos.

Devlin no pretendió malinterpretar la pregunta.

―Porque le quité bastante cuando me alejé.

―Después de dispararle a Peter.

Devlin sonrió, pero no confirmó ni negó.

―No puedo quitarle sus amigos ahora también ―dijo en cambio. Dijo
en serio cada palabra cuando le dijo a Ellie que le contara a Lamar el resto,
pero eso no significaba que fuera a confesar un asesinato en su propia
casa―, y eso es lo que habría pasado. Ella nunca te habría contado mis
secretos, no sin mi aprobación, y eso habría levantado un muro entre
ustedes. Puede que no te hubieras dado cuenta, pero ella lo sabría, y
eventualmente, esa barrera invisible desgastaría los cimientos de su
amistad.

―Así que todo se trata de ella.

Se encontró con los ojos de Lamar.

―Siempre ha sido por ella.

Lamar hizo un ruido áspero en el fondo de su garganta.

―Podría creer eso, o podría creer que eres un hijo de puta manipulador
que está apilando las cartas a su favor para asegurarse de que tiene un
aliado en el departamento de policía mientras se enfrenta a una acusación
de asesinato.

―Es una teoría ―aceptó Devlin―. Diablos, ni siquiera es una mala,


pero, ¿realmente crees que así es como yo apilaría la baraja? Sabes cuánto
valgo. ¿Realmente crees que no hay nadie en la policía de Los Ángeles, ni
en la oficina del alcalde, ni en la del gobernador, que no pudiera tener en
el bolsillo si lo quisiera?

Los ojos de Lamar se entrecerraron.

―No estoy seguro de que estés haciendo tu punto, Saint.

―No estoy tratando de convencerte, detective. Solo me estoy


asegurando de que tienes todos los ángulos en los que pensar. ―Todavía
estaban en la entrada, pero ahora se dirigió a la sala de estar. Las puertas
estaban abiertas para dejar entrar la brisa fresca mientras un pequeño
fuego ardía en la chimenea de la esquina―. Voy a tomar una copa.
¿Quieres una?

―Qué demonios. Bourbon. Lo que tengas. Solo.

Devlin le sirvió un vaso y luego llenó el suyo antes de acomodarse en


un sillón de cuero y hacer un gesto con la cabeza para que Lamar tomara
el sofá.
―Entonces, ¿cuál es tu punto de vista? ―preguntó el detective
mientras tomaba asiento―. Dijiste que me dabas todos los ángulos para
pensar. ¿Cuál es el tuyo?

―Ya te lo dije. Ellie es mi único interés.

―No me creo eso, a ella le va a doler mucho si te arresto por asesinato.

―No puedo discutir eso. Solo puedo decir que, a mi juicio, Ellie sería la
más perjudicada por mentir por defecto a sus amigos. Heriría su alma,
sañaría su amistad contigo, y en última instancia, nos dañaría a nosotros.
Porque sería como una herida abierta en nuestra relación. Ellie sabe el
resultado.

―Bueno, la juzgaste mal, porque ella no me lo dijo. No sobre el


asesinato, al menos.

Devlin apretó su vaso, cuidando de no reaccionar mientras admitía solo


para sí mismo que no había esperado eso.

―Me temo que vas a tener que explicar esa afirmación, detective. No te
sigo del todo.

―Me dijo que eras el hijo de El Lobo ―continuó Lamar―. Le pregunté


si sabía quién había matado a Peter. Como ella ya no busca a su asesino,
fue fácil averiguar el resto.

―¿Estás diciendo que ella confirmó tu suposición de que yo apreté el


gatillo?

―No abiertamente, no. Te está protegiendo, aunque le dijiste que me


lo contara todo.

Devlin se inclinó hacia atrás, dándose cuenta de que no estaba


realmente sorprendido, después de todo.

―Y crees que te ha subestimado.

―Pero no lo hará.

―Tengo la costumbre de entender a mis adversarios ―dijo Devlin―, y


a mis amigos.
―¿Cuál soy yo?

―Supongo que lo averiguaremos.

―Cuando te arreste, ¿quieres decir? Tendré que investigar. Lo sé, pero


no tengo pruebas. No del tipo que se sostenga en la corte, de todos modos.

―Me temo que no puedo ayudarte en eso ―dijo Devlin―, y estoy


seguro de que hay otras investigaciones que merecen más tu tiempo.
Puede que la muerte de Peter vuelva a ser un caso abierto, pero es antiguo
y no está en lo más alto de la lista de nadie... excepto posiblemente la tuya,
detective.

―¿Y ahora esperas que me siente en ella?

Devlin casi sonrió.

―No te conozco lo suficiente como para tener expectativas. Si quieres


arrestarme, no haré una escena, pero estoy seguro de que mis abogados
harán su agosto, y si quieres sentarte, tomar una copa y hablar de esto,
también me parece bien.

Por un momento, Lamar no dijo nada. Solo agitó su vaso para que el
líquido restante diera vueltas y vueltas. El silencio se mantuvo entre ellos
hasta que finalmente cambió su atención del vaso a la cara de Devlin.

―¿Esperas que me crea que no estabas involucrado en el lado sucio de


los negocios de Peter?

―No espero que aceptes nada por fe, detective.

―Esa no era mi pregunta.

Devlin dio un sorbo a su whisky y luego sonrió.

―En realidad, lo era, pero para llegar a la pregunta más profunda, no,
no estuve involucrado en esa parte de su negocio.

―Teniendo en cuenta quién era tu padre, ¿cómo demonios fue eso


posible?

Devlin se pasó los dedos por el pelo, tirando de la liga que lo mantenía
alejado de su cara en el proceso. Se mordió un suspiro de frustración.
Sabía que Lamar necesitaba que lo llevaran de la mano, y sabía que valía
la pena que Ellie se tomara el tiempo de manejar a Lamar, pero no le
gustaba que lo interrogaran, y si no lo veía, perdería la paciencia. Si eso
ocurría, Lamar realmente empezaría a hurgar en el asesinato de Peter, y
ese era un dolor de cabeza que Devlin no necesitaba.

―Peter era mi jefe y mi mentor ―empezó―. Malversaba dinero y


vendía drogas, y esa mierda no me gustaba, pero me trataba como a un
hijo, y quería a Ellie. Nunca lo conociste, por supuesto, pero habría hecho
cualquier cosa por ella. ¿Ese auto Shelby? Probablemente perdió cien mil
dólares solo porque pasó su tiempo lidiando con ese auto en lugar de
dirigir su operación.

―Podría haberte pedido que intervinieras y manejaras las cosas.

―No. Le dije que no tocaría eso, y lo dije en serio. Mi padre me envió a


aprender, pero le dejé claro a Peter que me alejaría si me hacía
involucrarme en algo más que el lado legítimo del negocio. Vi lo que
estaba haciendo, claro, pero no ayudé.

―¿Se supone que debo creer eso?

―No me importa lo que creas. Fue en otra vida. ¿Por qué iba a mentir
sobre eso?

Lamar ignoró la pregunta.

―¿Qué hiciste después de dispararle?

―¿Te refieres a después de que le dispararan a Peter y me fuera de la


ciudad? Me alisté en el ejército.

―¿Volviste a Nevada? ¿Con tu padre?

―No entonces. Fui después. Le dije que me había unido al ejército. Que
estaba en la Escuela de Francotiradores. Le inventé una historia de mierda
sobre cómo estaba aprendiendo habilidades que me ayudarían cuando
me hiciera cargo de su negocio y que el ejército me daría credibilidad. Se
lo creyó, y gané tiempo lejos del bastardo.

―Entonces alguien lo mató.


―Sí, lo hicieron. Si estás esperando que derrame una lágrima por eso,
estarás perdiendo tu tiempo.

―Entonces, ¿por qué el cambio de identidad? Tu padre estaba muerto.

―Y al estar muerto, sus enemigos no tenían a quién perseguir. Habrían


recurrido a mí.

Lamar asintió.

―Sí, bien, lo entiendo. ―Tomó un sorbo de su bebida―. En general,


has sido notablemente honesto. Darle a Ellie carta blanca para hablar
conmigo fue un riesgo.

―Estoy dispuesto a confiar en ti porque Ellie lo hace, y no es tonta. El


jurado aún no sabe si me gustas.

―Brindo por eso ―dijo Lamar, levantando su copa en un brindis.

―Pero esto no se trata de ti, detective, por mucho que te guste pensar
que lo es. Ni siquiera se trata de mí. Se trata de Ellie. Se trata de una mujer
a la que herí profundamente una vez, y a la que no tengo intención de
volver a herir. No ser capaz de hablar contigo la hirió. Lo siento si eso
supone una carga inesperada y no deseada para ti, pero como te dije, esto
no tiene que ver contigo, y tus cargas no son de mi incumbencia.

―Lo son si decido arrestarte.

―No. Eso sería una carga diferente. Un fastidio contra el que tendría
que luchar. Una pérdida de mi tiempo y mi dinero, pero vencería la
acusación. En igualdad de condiciones, sin embargo, prefiero no
molestarme.

Lamar bebió el resto de su whisky de un solo trago y dejó el vaso sobre


la mesa con un golpe seco. Se puso en pie y, por primera vez en su vida,
Devlin no pudo leer a un hombre con el que estaba negociando.
Probablemente porque esto no era una negociación. Los negocios eran
negocios, pero las emociones eran algo totalmente distinto, y no tenía ni
idea de cómo las emociones de Lamar iban a jugar.

―Si le haces daño, se acabaron las apuestas.


Devlin luchó por no mostrar su alivio mientras Lamar continuaba.

―Si descubro que no eres más que una versión mejorada de tu padre,
te haré caer.

―No te culparía.

Lamar metió las manos en los bolsillos de sus pantalones.

―Me agradabas antes de que Ellie volviera. Parecías un líder sólido en


la comunidad. Un tipo que repartía y se preocupaba. Así que supongo
que ahora puedo darte el beneficio de la duda.

Devlin también se puso de pie.

―Eso se agradece. Aunque debería decirte que antes de que Ellie


volviera, no pensaba en ti para nada. Ni siquiera tenía idea de que
existieras.

Lamar se rio.

―Bueno, supongo que he solucionado ese problema.

―Yo diría que lo hiciste. O, más específicamente, Ellie lo hizo. ―Hizo


una pausa―. Ella te quiere, sabes.

Lamar negó con la cabeza.

―Oh, diablos, no. No es así. Hubo un tiempo en el que yo no la habría


sacado de mi cama, pero hace tiempo que lo hemos superado. Si nos
burlamos, no pienses...

―Lo sé. Lo que quiero decir es que ella te quiere. Eres uno de sus
mejores amigos. Así que lo que elijas hacer con la información sobre mí...
bueno, tienes un pase ahí en lo que a mí respecta, pero si haces algo más
que la hiera, ten en cuenta que la cicatriz será profunda.

Para sorpresa de Devlin, Lamar sonrió.

―Si eso es lo que piensas, Saint, entonces supongo que nos


entendemos.

―Creo que sí. ―Extendió la mano―. Detective.


Pasó un momento, y luego la mano de Lamar se cerró alrededor de la
suya, en un apretón de manos firme y sólido.

―Tu vida es una gran historia, Saint. Ahora que nuestra chica vuelve a
formar parte de ella, asegúrate de que no se convierta en una maldita
tragedia, ¿de acuerdo?

―De acuerdo ―dijo Devlin, sorprendido y complacido de darse cuenta


de que empezaba a gustarle de verdad este tipo.

Le ofreció otra copa, pero Lamar le dijo que iba a madrugar para jugar
al golf con unos amigos antes de irse con Ellie a Los Ángeles.

―¿Te molesta? ¿La forma en que está doblando para investigar a Peter
y cómo se mezcló con tu padre y todo eso?

―Un poco ―admitió―. Menos ahora que sabes el resultado.

Por un momento Lamar pareció desconcertado.

―Pensó que podríamos tropezar con algo y que yo haría la conexión.


Averiguar quién eres.

―Me temo que alguien ya lo hizo.

Lamar frunció el ceño.

―¿De qué estás hablando?

Devlin abrió su teléfono y le mostró a Lamar la copia del texto que Ellie
había reenviado.

―Se envió desde un desechable ―dijo―. Imposible de rastrear.

―Maldición ―dijo Lamar, con los ojos entrecerrados mientras fruncía


el ceño―. No me gusta ver a nadie acosar a nuestra chica, pero esto puede
quedar en nada.

―¿Cómo te lo imaginas?

―Supongo que creen que Ellie no sabe quién es tu padre. Su gran


revelación caerá como un globo de plomo.

Devlin se burló.
―No sea ingenuo, detective. Le enviaron ese mensaje porque ella y yo
estamos juntos. No se trata de lo que saben de mí, sino de lo que saben de
ella. Ella es mi debilidad. Si alguien quiere llegar a mí, la forma de hacerlo
es a través de Ellie.

Lamar inclinó la cabeza, estudiando a Devlin.

―Y esa es otra razón por la que te parece bien que sepa la verdad sobre
quién eres. Porque ahora sé el tipo de gente que podría tener sus ojos
puestos en ustedes dos.

―Y aceptaré cualquier ayuda que pueda recibir para asegurarme de


que Ellie esté a salvo.
Devlin observó a Lamar dirigirse a su auto, un elegante Lexus híbrido
que parecía ser detallado con regularidad. No se despidió y Lamar no le
devolvió la mirada, pero el aire entre ellos se sentía claro, y la tensión con
la que había vivido desde el primer momento en que se conocieron,
desapareció.

Siempre estuvo un poco celoso de la relación entre Ellie y Lamar, pero


ahora sabía que era solo porque Lamar fue su amigo durante esos años
perdidos en los que Devlin estuvo lejos. Los años en que ella se convirtió
en la mujer que había llegado a ser, fuerte, inteligente y resistente, y él
envidiaba el tiempo que Lamar compartió con ella.

Estaba a punto de volver a entrar cuando vio al hombre que estaba ahí,
apoyado despreocupadamente en una farola en el lado opuesto de la calle,
con el pelo rubio brillando a la luz.

Ronan.

En el momento en que Devlin lo vio, sintió la presión de una furia que


estaba conteniendo desde que Ellie le despotricó en la acera, y
merecidamente, pero su ira no se dirigía a El. No, la tormenta se desató
en torno a Ronan, en torno a las cosas que le dijo a Ellie a sus espaldas.

Devlin reprimió los pensamientos oscuros, construyendo un muro


entre él y sus emociones, como aprendió a hacer cuando vivía con su
padre. Cuando cualquier signo de una emoción no deseada podía hacer
que lo golpearan. O, peor aún, podía hacer que golpearan a uno de sus
amigos. Porque ¿no había aprendido Daniel López desde muy temprano
que la mejor manera de controlar a su hijo Alejandro era amenazando a
las personas que le importaban?
Ahora, confió en ese instinto una vez más, controlando
intencionadamente sus emociones mientras le hacía una señal a Ronan
para que entrara.

―¿Qué hacía el detective aquí? ―preguntó Ronan al cruzar el umbral.

―Lo sabe ―dijo sencillamente Devlin.

Los ojos de Ronan se abrieron de par en par.

―¿Sobre ti? ¿Sobre El Lobo? O...

―Sabe quién es mi padre y quién era yo.

Ronan hizo un ruido de burla.

―Es mucho mejor detective de lo que imaginaba si sabe todo eso.


Deberías reclutarlo para tu equipo.

―Y cree que sabe que yo maté a Peter ―añadió Devlin sin perder el
ritmo―. No lo desengañé de esa idea.

―Ya veo. ―Ronan asintió lentamente―. Estás compartiendo esa


pequeña joya con todo el mundo.

Un chasquido, y ahí estaba. La ira que Devlin había estado conteniendo


burbujeó.

―¿Quieres decirme qué crees que estás haciendo?

Ronan frunció el ceño, su cabeza y sus hombros se movieron


ligeramente hacia atrás mientras estudiaba a Devlin, su postura era tensa
incluso cuando su expresión permanecía casualmente neutral. Preparado
para cualquier cosa, tal y como habían sido entrenados. Incluso a pesar de
su irritación, Devlin tenía que admirar a su amigo.

―Quizá deberías decirme de qué estás hablando. ―El tono de Ronan


coincidía con el de Devlin. Plano. Duro. Sin tonterías.

―¿Una distracción? ¿Le dijiste a Ellie que se separara de mí porque era


una distracción?

Las manos de Ronan se levantaron como en un gesto de rendición.


―Ella me gusta. Me gusta, y en caso de que no te lo haya dicho, te lo
dije antes de Las Vegas. Antes de que los descubrieran en el hipódromo y
antes de que supiera quién era tu padre y lo que pasó con Peter. Así que
déjate de tonterías y dame un poco de margen.

Devlin respiró, sintió que se le escapaba parte de la tensión mientras


asentía.

―Cree que podrías estar detrás de ese texto que intenté rastrear.

―Oh, maldición, no. ―Ronan sacudió la cabeza―. Ese no es mi estilo,


y lo sabes, pero voy a ser honesto, hombre, tengo mis preocupaciones.

―No hace falta.

―Quizá tú estés demasiado cerca para ver el panorama general, pero


yo no. Piénsalo. Ella es una reportera. Fue criada por policías. Si no es una
distracción, es un peligro. ¿Es tan buena en la cama, que estás dispuesto a
arriesgar todo lo que has construido?

Devlin se acercó un paso más, recordándose a sí mismo que Ronan era


su amigo, lo cual era algo muy bueno. Si fuera cualquier otro, ya le habría
roto la nariz.

―Uno, no vuelvas a hablar así de ella. Dos, en lo que a mí respecta, ella


es lo único por lo que vale la pena construir algo.

Para su crédito, Ronan ni siquiera se inmutó.

―¿En serio?

―Sí. ―Devlin asintió lentamente―. Ella ha sido la voz en mi cabeza


durante la última década. Empujándome hacia adelante. Impulsándome
a dejar huella. Para luchar contra lo que mi padre puso en marcha.

―Lo entiendo, hombre, sabes que lo hago. ¿Pero realmente crees que
ella siente lo mismo? ¿Que va a aprobar el tipo de marca que estás
haciendo? Sabes el tipo de mujer que es y la forma en que piensa.

―La conozco, por eso confío en ella.


―Supongo que debes hacerlo. No solo le contaste a Ellie tus secretos,
prácticamente hiciste una maldita fiesta y anunciaste todo a todos sus
amigos.

Devlin se pasó los dedos por el pelo.

―Hice un juicio de valor.

―Su compañera de cuarto, ahora el detective. Si ese es el resultado de


tu decisión, no te ofendas, pero estoy cuestionando tu juicio.

―Es justo. Por eso te mantengo cerca, pero confío en ambos.

―¿Por qué?

―¿Y tú? ¿Vas a delatarme? ¿Divulgar mis secretos?

Para su crédito, Ronan parecía horrorizado por la sola idea.

―Sabes que no lo haría.

―¿Incluso si te hago enojar? ¿Incluso si crees que me he pasado de la


raya?

―Ya sabes la respuesta.

―Dime el por qué ―exigió Devlin.

―Por lo que eres, imbécil. Tú y yo hemos pasado por mucha mierda.


Diablos, hemos atravesado el fuego juntos.

―¿Y crees que esos tres no lo han hecho?

La cabeza de Ronan se inclinó, y Devlin continuó.

―Aunque no les importe nada de mí, aunque piensen que soy el diablo
encarnado.

―Y puede que lo hagan.

―Aun así, no dirán ni una palabra. Porque si lo hacen, le haría daño a


Ellie.

―¿El policía también?


Devlin dudó, luego asintió.

―Entonces supongo que tienes razón. No tienes que preocuparte por


ellos. ―Se encontró con los ojos de Devlin, los suyos tan duros como el
acero―. Lo único que nos tiene que preocupar es lo que pasará cuando
Ellie se entere del resto de tu verdad. Espero que ella valga el riesgo.

―Lo vale ―dijo, pero no podía negar que Ronan tenía razón en una
cosa. En lo que respecta a Ellie Holmes, Devlin era un hijo de puta egoísta.
Porque aunque Ronan no lo dijera en voz alta, no era solo el cuello de
Devlin el que estaba en juego.

Si resultaba que Devlin había juzgado mal a Ellie o a sus amigos, si las
decisiones que había tomado con el corazón en lugar de con la cabeza
hacían que todo lo que había construido se derrumbara a su alrededor,
entonces Devlin sabía muy bien que nunca, nunca se lo perdonaría.
Estoy en pijama y en la cama cuando Brandy llama ligeramente a la
puerta de mi habitación.

―¿Estás despierta? ―Su voz es suave, apenas un susurro.

―Entra.

Empuja la puerta y entra, su pelo húmedo deja una mancha oscura en


los hombros de su camisón.

―Pensé que una ducha caliente me ayudaría, pero sigo sin poder
dormir. ¿Tú tampoco?

Niego con la cabeza y me muevo para hacerle sitio en la cama.

―No pasa nada. Lamar no dirá nada. Él no me haría eso.

―De acuerdo. ―Me aprieta la mano―. Solo necesita tiempo para


procesar.

Tomo aire.

―¿Realmente crees eso?

―¿Tú lo crees?

Me encojo de hombros.

―Me lo he estado preguntando desde que se fue―, y casi lo creo, pero


como él dijo, es un caso abierto de nuevo. Desde que se dieron cuenta de
que Ricky Mercado dio una confesión falsa, es un misterio por resolver.

―¿Crees que Lamar va a entregar a Devlin para ganar puntos en el caso


abierto?
―No ―admito―, pero pasé por la Academia con él, y aunque no me
quedé en el trabajo, conozco ese mundo. Así que hablamos mucho de ello.
Lamar tiene un código, y pasar por alto el asesinato no forma parte de él.

―Supongo que ya sé de qué van a hablar mañana. ―Ella bosteza y se


estira―. Pregúntale antes de salir de la ciudad. Va a ser súper incómodo
si conduces hasta Los Ángeles antes de que te diga que va a delatar a tu
novio.

―Muchas gracias por el pensamiento reconfortante.

Se ríe y me abraza.

―Es sarcasmo. En serio, ¿quieres emborracharte y ver una película?

―¿Querer? Sí, pero probablemente debería intentar dormir.

―Yo también. Tengo que estar fuera de aquí a las ocho para un día
completo de reuniones, y luego Christopher y yo vamos a ir a tomar vino
y aperitivos.

―Qué bien ―digo con una sonrisa.

Brandy sonríe y se sonroja.

―Sí, lo es. ―Se inclina y me da un abrazo―. Sin embargo, vamos a


pasar la noche temprano. Christopher se pondrá a escribir mañana por la
noche. Así que envíame un mensaje y hazme saber si vas a cenar en casa,
porque yo... ―Se interrumpe con un gesto hacia mi teléfono, cuya
pantalla se acaba de iluminar con un texto―. Vaya, me pregunto quién
puede ser.

Se desliza fuera de la cama con un pequeño saludo y un movimiento de


cejas.

―Pórtate bien, y salúdalo de mi parte.

―Ja, ja, ja. ―Solo puedo ver parte del mensaje en la pantalla de
bloqueo, pero lo que veo me revuelve el estómago―. Lamar fue a verlo.

Sus ojos se abren de par en par.

―En ese caso, será mejor que le preguntes dónde enterró el cuerpo.
No consigo reírme, y una vez que sale por la puerta, desbloqueo el
teléfono y leo el mensaje completo.

Devlin: Tuve un invitado esta noche. Lamar.

¿Te lo dijo?

Frunzo el ceño. Esperaba más.

Yo: No. ¿Tengo que ir a reclamar el cuerpo?

Me muerdo el labio inferior mientras espero su respuesta.

Devlin: Tocó y estuvo aquí por un rato, pero todo está bien.

Lo leo dos veces, para asegurarme.

Yo: ¿De verdad?

Devlin: Él se preocupa por ti. No puedo culparlo por eso.

Cierro los ojos y respiro profundamente.

Yo: Gracias.

Devlin: Siéntete libre de pagármelo. Puedes expresar tu gratitud de una


manera más tangible...

Yo: LOL. Si envías un emoji de berenjena, nunca vas a vivirlo.


Devlin: No hay emojis, cariño. Solo lo real.

Yo: Lo real es muy, muy tentador, pero esta noche es una noche de anticipación,
¿recuerdas?

Devlin: Finge que acabo de usar un emoji de cara triste y ve a revisar tu puerta.

Mis ojos se entrecierran.

Yo: Será mejor que no estés ahí envuelto en un lazo. Porque hicimos reglas, y
si las rompo, me sentiré fatal conmigo misma, y será todo culpa tuya.

Devlin: ¿Confías en mí?

Yo: Siempre.

Devlin: Entonces revisa la puerta. ¿Y bebé? Duerme bien.

Sonrío mientras le envío un emoji de corazón, y luego espero los tres


puntos que indican que está respondiendo, pero no hay nada.

Frunzo el ceño, ya triste porque la conversación terminó, pero hago lo


que me dice y me dirijo a la puerta principal. La abro y encuentro una
docena de rosas en el umbral. Por un momento, me quedo ahí, con el
corazón derritiéndose un poco. Entonces se me ocurre asomarme a la
oscuridad.

No lo veo, pero sé que está ahí, y le mando un beso antes de llevar las
flores al interior, cerrar la puerta y suspirar con un placer tan intenso que
estoy segura de que el corazón se me hinchará tanto que se me saldrá del
pecho.

Brandy sale de la cocina con una copa de vino. Se detiene y mira las
flores antes de esbozar una sonrisa pícara.

―Puede que sea complicado ―dice―, pero es un guardián.


Acaricio las flores.

―Sí ―digo―. Lo es.

―Espera. Te traeré un jarrón. ―Deja el vino en la mesa del vestíbulo y


se apresura a volver a la cocina. Empiezo a seguirla, pero me detengo
cuando el teléfono que aún sostengo vibra en mi mano.

Sonrío mientras pongo las flores junto al vino de Brandy para poder
desbloquear la pantalla y leer su mensaje. Excepto que no es de él, y mi
cuerpo se enfría al leer las palabras:

¿No sabes que te estás tirando a un hombre peligroso?

Anoche, no quería arruinar la dulzura, pero también sabía que el vil


texto probablemente fue enviado desde un desechable, y la única manera
de que Devlin lo rastreara era esa extraña cosa de Tipo-O. Así que le
reenvié el texto y el número del que procedía. Me contestó en segundos,
y aunque dudé antes de revisarlo, acabé riéndome.

Devlin: El imbécil del mensaje dice:

―Te estás tirando a un hombre peligroso.

Pero técnicamente, no lo estás haciendo. Al menos no en este momento.

Pero si quieres dejarme entrar en tu cama después de todo...

Me reí, y unos minutos después, él siguió.

Devlin: Hablé con Ronan y con Lamar. No es ninguno de los dos, estoy seguro.
Encontraremos al bastardo. Estoy en ello.

Mientras tanto, dulces sueños.


Sonreí al ver el emoji del beso y me debatí en responderle con una
berenjena, solo por hacer el ridículo, pero en lugar de eso, le envié de
vuelta un solo corazón, y luego traté de hacer lo que él dijo y apartar todo
el asunto de mi mente.

Lo conseguí por fin, pero ahora que es de día, vuelvo a pensar en ello y
me frustra no haber sabido nada más. ¿Significa su silencio que, como la
última vez, el número del que procedía el mensaje era un callejón sin
salida? ¿O significa que Devlin encontró al tipo, le está dando una paliza
y cree que no lo aprobaré?

Como Lamar y yo no nos dirigimos a Los Ángeles hasta la hora de


comer, Shelby y yo nos dirigimos DSF para que no solo pueda darle las
gracias a Devlin en persona por las rosas, sino también para saber si se ha
enterado de algo sobre este último e inquietante mensaje.

Me apresuro a entrar en el edificio y apenas me detengo para indicarle


a Paul que voy a subir.

Está hablando por teléfono, pero veo que me hace una señal con el
pulgar mientras me apresuro hacia el ascensor y pulso el botón para
llamarlo. El indicador se enciende, señalando su llegada, y doy un paso
automático hacia adelante.

Entonces me detengo en seco cuando las puertas se abren con un


suspiro para revelar nada menos que a Regina Taggart.

―Ellie Holmes, ¿verdad? ―Prácticamente puedo oír la sonrisa en su


voz mientras extiende la mano en señal de saludo―. Regina Taggart.
Reggie. Nos conocimos ayer en el hotel.

―Me alegro de verte ―digo mientras nos estrechamos―. ¿Has venido


a ver a Devlin?

Su ceño se frunce.

―Bueno, se suponía que iba a estar en la reunión-planificación del


simposio, pero como está fuera de la ciudad, estábamos solo Tamra y yo.

―Oh. No me di cuenta, ¿él está dónde?


―Lo siento. Supuse que lo sabías. Anna mencionó que ustedes están
saliendo, y, honestamente, he visto las fotos ―añade―. Solo lo relacioné
después de que pasaras por el hotel.

―¿Y dónde está él?

―Oh, tuvo que volar a Las Vegas esta mañana ―me dice―. ¿Sabía que
ibas a venir?

Sacudo la cabeza.

―Me dirijo a Los Ángeles hoy. Debió pensar que ya estaba de camino.

―Probablemente volverá antes que tú. Para Devlin, pasarse por Las
Vegas no es nada.

Asiento con la cabeza, con mi sentido arácnido hormigueando. Sigue


pareciéndome tan condenadamente familiar, y no puedo averiguar por
qué.

Solo me doy cuenta de que estoy frunciendo el ceño cuando dice:

―¿Pasa algo?

―¡Oh, no, lo siento! ―Mis mejillas arden de mortificación―. Es solo


que desde que nos conocimos he estado tratando de ubicar dónde te he
visto antes, o a alguien que se parezca a ti.

Las comisuras de su boca se vuelven hacia abajo mientras sacude la


cabeza.

―Ni idea.

―¿Estuviste anoche en la Avenida del Pacífico?

Observo su cara, y aunque es sutil, estoy segura de que sus ojos se abren
de par en par con la sorpresa.

―Sí estuve, en realidad, pero no puede ser por eso que te resulté
familiar. Me viste en el hotel antes de eso.

―Supongo que siempre me sorprendo cuando veo una cara conocida


―miento―. Después de tantos años en Manhattan se me olvida lo
pequeño que es este pueblo.
Ella asiente y sonríe, y el silencio se hace incómodo entre nosotras.

―Bueno, probablemente debería volver a cruzar la calle. Tengo dos


aprendices de dirección y nadie con experiencia en la plantilla. ―Hace
una mueca―. Mi mano derecha aceptó un trabajo en Los Ángeles, pero,
¿qué se le puede hacer?

Después de eso, me saluda con un movimiento de dedos y se dirige al


vestíbulo, con sus tacones -Manolos, la última moda de este otoño-
haciendo ruido en el suelo. Al parecer, ser propietario de un hotel tiene
un lado lucrativo. A pesar de ser una fanática de los zapatos, rara vez
tengo un zapato de diseño cuando está de moda.

Considero la posibilidad de seguirla. Después de todo, solo he venido


a ver a Devlin, pero ya estoy aquí, y realmente debería disculparme con
Christopher por haberlo espantado anoche. Como lo más probable es que
esté en la Sala de Investigación, subo al ascensor y me dirijo a la tercera
planta.

Atravieso las puertas dobles giratorias y me estremezco cuando oigo


murmullos en este espacio habitualmente silencioso. Al parecer,
Christopher no es el único que utiliza las instalaciones estos días.

―Bueno, no lo sé ―dice una mujer en un tono silencioso. ―Algún tipo


de accidente, creo.

―Claro, claro ―dice Christopher―. ¿Pero qué? ¿Tráfico? ¿Natación?


¿Un incendio?

―Dios, ¿cómo se supone que voy a saber? ―Ahora reconozco la voz de


Anna―. Para eso estás aquí, ¿no?

Me planteo quedarme donde estoy y escuchar a escondidas. Después


de todo, nunca he escuchado a alguien hablando de la trama de una
novela de suspenso, pero eso me parece grosero e invasivo, así que me
aclaro la garganta y me dirijo a la esquina con un gesto de disculpa.

―Siento interrumpir.

Christopher asiente con la cabeza, con la misma cara que me imagino a


un escritor frustrado, pero Anna da un salto de un kilómetro. Está de
espaldas a mí, y aunque supuse que me había oído llegar, está claro que
me equivocaba.

―¿Planeando? ―pregunto cuando Anna se gira para mirarme.


Christopher está trabajando en su segunda novela de suspenso, y como la
historia trata sobre el crimen organizado y el tráfico de personas, los
recursos de la DSF son una gran ayuda. O eso me dijo cuando nos
conocimos.

―Necesitaba a alguien a quien hacer rebotar un punto de la trama


―dice Christopher―, y como Anna estaba aquí...

Sonríe.

―Vine a buscar un archivo para poder pulir un comunicado de prensa


y me enredó para que hiciera su trabajo.

―Mejor ella que Brandy ―dice Christopher―, y si no resuelvo esto


antes de verla esta noche, me escuchará quejarme de los puntos de la
historia cuando podríamos estar.

―Ah, ah ―digo, levantando una mano y tratando de no reír―. Estás


hablando de mi mejor amiga.

―Y mi novia ―dice, pareciendo muy satisfecho de sí mismo.

―Creía que solo ibais a tomar unas copas ―me burlo―, pero si planeas
volver a la casa en lugar de ir a escribir, siempre puedo hacer lo que
quiera. Supongo que te lo debo. Siento lo de anoche. Es que se suponía
que solo íbamos a ser nosotros tres. Devlin también se estrelló.

Asiente con la cabeza.

―Brandy me dijo. Todos los novios se han quedado en la cuneta.

Me rio.

―Más o menos.

―Entonces, ¿qué haces aquí?

―¡Christopher! ―Anna parece consternada.

Christopher levanta una mano.


―Lo único que quiero decir es que Devlin está en Las Vegas.

―Lo entiendo ―digo riendo―. La verdad es que no sabía que estaba


fuera. Venía a verlo antes de ir a Los Ángeles, y luego pensé en buscarte
una vez que me di cuenta de que no estaba.

Christopher le guiña un ojo a Anna.

―Está diciendo que yo era solo un segundo pensamiento.

Anna se burla.

―Mejor que yo. Ella no pensó en mí para nada.

―Ni siquiera voy a intentar salir del agujero. Solo lo empeoraré.

Los dos se ríen.

―Todo está bien ―dice Anna―. Al menos has venido antes de comer.

―¿Por qué?

―Cerramos al mediodía ―dice Anna―. Órdenes de Devlin. Ha habido


algunas brechas de seguridad en Las Vegas. Menores, pero Devlin se
toma en serio todas las brechas. Tiene a Ronan dirigiendo un equipo de
seguridad en este extremo para que se aseguren de que todos los agujeros
están tapados. ―Ella estudia mi cara―. ¿No te lo dijo?

Niego con la cabeza, y Anna se encoge de hombros como si no fuera


gran cosa.

―Bueno, ¿por qué iba a hacerlo? ―pregunta―. No es como si formaras


parte de la DSF.

Sé que no lo dice con mala intención y las palabras son literalmente


ciertas, pero sigo sintiendo el escozor de ser una extraña en el mundo de
Devlin Saint.
Salgo del ascensor y entro en el vestíbulo de DSF cuando veo a Tamra
Danvers junto a la mesa de Paul, perfectamente arreglada con un traje
rosa pálido. Levanta la vista y sonríe ampliamente mientras se dirige
hacia mí, con sus tacones Louboutin de cinco centímetros haciendo ruido
en el suelo.

―Me alegro mucho de verte ―dice―. Paul me dijo que estabas en el


edificio.

―Estaba en la sala de investigación ―le digo, apurando el paso y


aceptando su abrazo. Tamra es la directora de publicidad de la DSF, pero
la conozco desde el instituto, cuando yo estaba de prácticas en el
departamento de policía y ella hacía labores de relaciones con la
comunidad. En ese momento, no me di cuenta de que se había metido en
ese trabajo para vigilar a Alex, el hijo de su amiga. En resumen, ella conoce
a Devlin desde hace más tiempo que yo, y sé que ella lo ama, también.

―Creo que Anna le está ayudando a planear su libro ―añado.

Tamra sonríe.

―Ella le ayuda bastante. Quizá tengamos otro autor en ciernes.

―Tal vez. ―Me doy cuenta de que estoy sonriendo, feliz de haberme
topado con ella―. Me alegro mucho de verte. Tenía la impresión por
Reggie de que estabas ocupada.

―Siempre, pero nunca demasiado ocupada para ti. Siento que te hayas
perdido a Devlin. Él también lo sentirá.
―Me imagino que tengo que acostumbrarme a su forma de viajar.
Honestamente, teniendo en cuenta quién es y lo que hace, es una
maravilla que tenga algo de tiempo libre.

―Las cosas suelen venir por rachas ―dice Tamra. Tiene el pelo oscuro
con un solo mechón de canas, que se mete detrás de la oreja―. Contigo
en el panorama ahora, estoy segura de que será más perspicaz a la hora
de elegir los proyectos por los que viajará.

Sonrío, gustando el hecho de que ella vea tan fácilmente a Devlin y a


mí como una pareja.

―Reggie dijo que debería volver esta noche.

―Oh, bien, pero pasaré su entrevista a mañana por la tarde, por si


acaso.

―¿Entrevista? ¿Más cobertura de la fundación? Y mi artículo aún no


está publicado... ―Me detengo, fingiendo un mohín.

Tamra se ríe.

―¿Haría eso? No, es una entrevista rápida con uno de los programas
matinales de Los Ángeles. Pregrabada, obviamente. Hablará de la
fundación, por supuesto, pero sobre todo es por el premio. ―Debo de
tener la mirada perdida, porque continúa―. ¿No te ha hablado del premio
humanitario?

Sacudo la cabeza.

―Devlin va a recibir el premio del Consejo Mundial de Servicios


Humanitarios. Es algo muy importante. ―Parece tan orgullosa como si
fuera su madre.

―Esto es maravilloso ―digo, en serio―. ¿Por qué demonios no me lo


ha dicho todavía?

Las comisuras de su boca se curvan hacia abajo.

―Oh, no quería soltar el rollo. Debe haber estado guardando la noticia.


La ceremonia real es dentro de unas semanas en Nueva York. Sé que está
planeando llevarte. Corbata negra, todo el conjunto.
―No puedo esperar ―digo, pensando ya que necesitaré la ayuda de
Brandy para elegir el vestido, y esto definitivamente requiere un derroche
de zapatos en Los Ángeles.

―Me decía en broma que lo que más te va a entusiasmar es la


posibilidad de comprar otro par de zapatos de diseño.

Me eché a reír, con mis planes de compra aún en mente.

―Ese hombre me conoce demasiado bien.

―Bueno, por supuesto ―dice con facilidad―. Te quiere.

Shelby es más divertida que el Lexus de Lamar, así que el plan es que
yo recoja a Lamar y luego maneje a Los Ángeles. Como he pasado menos
tiempo en la DSF de lo que esperaba, me planteo volver a casa de Brandy,
y luego decido que también podría ir al apartamento de Lamar. No tengo
la llave, no se me ha ocurrido pedirla, pero la estructura junto al océano
es impresionante, con una piscina y un spa increíbles, un restaurante de
servicio completo que hace entregas a domicilio, un restaurante de alta
cocina que cuenta con un chef famoso y una cafetería que hace un latte
increíble.

Lamar es propietario de su unidad y de otras cuatro que alquila, todas


ellas compradas y pagadas con el dinero que ganó por ser un chico guapo
con dotes de actor y tener unos padres poderosos en la industria del
entretenimiento. “Si no fuera así, no habría podido ser policía” me dijo
una vez. “Tengo un gusto muy caro”.

Tomo un latte y lo llevo a la piscina. La cubierta está construida en el


acantilado, de modo que la piscina en sí es de estilo infinito, el agua parece
caer desde el borde hasta el océano. Me acomodo en una mesa a la sombra
y abro mi teléfono, pensando en borrar viejos correos electrónicos.

En cambio, veo el mensaje de anoche, y el trago de café que acabo de


tomarme se siente como una piedra en el estómago.
Sé que Devlin está ocupado, pero quiero que me ponga al día, así que
le envío un mensaje con tres signos de interrogación.

No espero una respuesta inmediata, así que me sorprende gratamente


que no solo responda inmediatamente, sino que me llame.

―Hola ―le digo―. Sé que estás ocupado. No quería interrumpir.

―Llevo toda la mañana queriendo llamarte. Estoy en Las Vegas. Tengo


que ocuparme de algunos asuntos de seguridad.

―Me enteré ―le digo―. Pasé a verte esta mañana.

―Siento no haberte visto.

―Yo también ―le digo―. Supongo que no has tenido tiempo de


investigar el texto de anoche.

―Era mi máxima prioridad ―me dice, con la clase de ferocidad en su


voz que me asegura que lo dice en serio―, pero no hay nada que
informar. La misma situación. Teléfono desechable. Basurero. El edificio
de Lamar.

Miro a mi alrededor como si fuera un reflejo mientras hablo.

―Lamar no...

―Lo sé ―dice, y con tal seguridad que me hace suspirar de alivio―,


pero alguien quiere sembrar la duda.

―¿Se imaginan que voy a elegir un bando? Pero ¿por qué? ¿Qué
sentido tiene?

―Sinceramente, no estoy seguro de cuál es el fin ―dice―. Aparte de


exponerme. ¿Pero qué saben ellos? ¿O que creen que saben? ¿Quién es mi
padre?

―¿O qué pasó con mi tío?

―Exactamente ―dice.

Frunzo el ceño y miro a mi alrededor para asegurarme de que estoy


sola en la cubierta de la piscina.
―¿Deberíamos hablar de esto por teléfono?

―Es seguro. He tomado precauciones.

―Claro. Claro que lo hiciste.

Mientras él se ríe, yo suspiro.

―Quiero saber quién nos está jodiendo ―digo―, y piensa en el


momento de ese mensaje. Llegó justo después de que entregaras las rosas.
Alguien nos está vigilando ―añado, tanto para mí como para Devlin―.
No puede ser una coincidencia.

―Dijeron que te estabas tirando a un hombre peligroso. Es tan fácil


como una afirmación general.

Me abrazo a mí misma.

―No me gusta.

―No es agradable, pero hasta que no sepamos quién está haciendo


esto, no hay mucho que podamos hacer. Además ―añade, su voz se
vuelve suave―, ya sabes que soy peligroso, yo mismo te lo dije.

―Y tú sabes que me gusta el peligro ―replico, forzando una burla en


mi voz porque sé que quiere aligerar el ambiente―, pero eso no es lo
importante. Lo que no me emociona es que alguien nos acose.

―Llegaremos al fondo de esto ―dice con suavidad.

Mis pensamientos se dirigen inmediatamente a Ronan, pero me


contengo. Devlin dijo anoche que había hablado con Ronan y que todo
estaba bien, y como confío en Devlin, voy a intentar creerlo.

Lo que, por desgracia, deja mi lista de sospechosos exactamente en cero.

Frunzo el ceño y vuelvo a centrar mi atención en la pregunta que


realmente me preocupa.

―¿Cuándo volverás? Regina dijo que al final del día.

―¿Hablaste con Reggie?

―Ella es la que me dijo que estabas en Las Vegas.


Las Vegas.

La palabra parece clavarse en mi cabeza, y antes de que responda, me


oigo decir: “Oh”.

―¿Qué?

―Las Vegas ―digo―. Creo que es familiar por Las Vegas.

―Cariño, estás siendo intencionadamente críptica o...

―Lo siento. Te dije que me resultaba familiar. Ahora estoy pensando


que tal vez la estoy recordando de Las Vegas. ¿Estaba ella ahí cuando
nosotros estábamos?

Por un momento, la línea está en silencio.

―¿Devlin?

―Lo siento. Alguien me hizo una pregunta. Sinceramente, no lo


recuerdo. Ella viene aquí con frecuencia. Está en la junta de voluntarios
del Centro de Rehabilitación de Phoenix, pero no recuerdo si estaba en la
ciudad entonces o no.

―Le preguntaré la próxima vez que me la encuentre.

―Se parece un poco a esa mujer que protagoniza la nueva serie de


comedia con el perro ―dice―. Esos carteles están por todas partes.

―Sí, puede ser.

―¿Realmente importa?

―En absoluto ―admito―. Solo es una de esas cosas que me molestan.

―¿Sabes lo que me molesta?

Sonrío.

―Dímelo.

―No verte hasta mañana.


―¿Así que ella se equivocó? ―Oigo la decepción en mi voz y hago una
mueca. No quiero que se sienta mal por tener que trabajar―. Siento que
estés atrapado ahí.

―Yo también. Las cosas están más desordenadas de lo que pensaba.


Parece que voy a trabajar toda la noche controlando esta mierda.

―¿Quieres hablar de eso?

―No quiero. Prefiero hablar contigo. Prefiero estar contigo.

―¿Sí? ―Añado una nota sensual a mi voz―. ¿Qué haríamos?

―¿Te decepcionaría si te dijera que solo quiero abrazarte? ¿Llevarte a


cenar y hablar de cualquier cosa que no sea tu tío o mi fundación o el
pasado de cualquiera de nosotros? Quiero mirar al futuro contigo, El
―continúa, y sus palabras hacen que se me hinche el corazón y se me
corte la respiración―. Quiero estar en la playa y ver las estrellas con el
futuro delante de nosotros y pensar en todas nuestras posibilidades. Solo
eso ―dice―. Solo tú.

―Sí ―digo, con el corazón tan lleno que apenas puedo formar las
palabras―. Me parece maravilloso.
―¿A quién vamos a ver además de a Cotton? ―pregunta Lamar
cuando ya estamos en marcha.

―Longfeld ―corrijo―. Cotton era un alias.

―Correcto.

―La primera cita es con León Ortega. Es el tipo que arregló a Shelby
para el tío Peter antes de dármela a mí. Mi padre hizo gran parte del
trabajo, pero Shelby solo fue el hobby de papá, y nunca pareció
terminarlo.

Después de su muerte, el auto permaneció en bloques, su interior y


exterior solo parcialmente restaurados, yo era lo suficientemente joven
como para que no estuviera en mi lista de preocupaciones, y me olvidé
casi por completo del pequeño auto junto al que había pasado tantas horas
durante los años en que mi padre estaba vivo.

No fue hasta que cumplí los dieciséis años y vi el Shelby Cobra de 1965
bellamente restaurado que me esperaba en la entrada de casa el primer
día de clase cuando me enamoré de verdad. No solo era un regalo
increíblemente considerado de mi tío y tutor, sino que también había
terminado algo que mi padre siempre quiso no solo completar, sino
dármelo cuando fuera lo suficientemente mayor.

Excepto, por supuesto, que él no hizo la restauración. Al carecer de los


conocimientos necesarios, Peter contrató el trabajo.

―Al parecer, utilizó a Ortega para el trabajo automotriz cuando vivía


en Los Ángeles, y luego, después de mudarse a Laguna Cortez, condujo
todo ese camino para el trabajo en Shelby, también.
―O era amigos íntimos, o Ortega es un gran mecánico.

―Eso es lo que me imagino ―digo―. Revisa la guantera. La carpeta de


plástico que hay ahí tiene copias de todos los papeles de Shelby.

―¿Los llevas contigo?

Me encojo de hombros.

―Nunca se sabe. El taller de Ortega emitió la mayoría de las facturas,


y puede que sea totalmente legal, pero creo que un taller de reparación de
automóviles es idóneo para blanquear dinero y mover piezas robadas.

Lamar hojea los papeles y vuelve a meter el sobre en la guantera.

―De hecho, es posible. ¿Tienes algo más sólido que una corazonada?

―La verdad es que no. The Spall tienen un investigador privado


contratado, así que le pedí que hiciera un informe sobre Ortega. Limpio
como una patena, pero eso podría significar que es muy bueno en lo que
hace.

―Estoy de acuerdo.

Hay un par de personas más en mi lista de Los Ángeles, y hago que


Lamar saque mi cuaderno de mi mochila para que pueda hojear mis notas.
La mayoría de los que estaban vinculados a la red de drogas de Peter ya
fueron condenados. Solicité entrevistas en las distintas prisiones y ahora
estoy esperando que las autoridades se pongan en contacto conmigo.

En cuanto a las personas con las que Peter hacía negocios legítimos o
supuestamente legítimos no he encontrado demasiadas pistas en Los
Ángeles. Hay un lavado de autos en el que invirtió, y nos pasaremos a
hablar con el actual propietario. Lo mismo con la familia que vivía al lado
de él. Nunca se sabe en qué se fija la gente. Están de camino a la tienda de
Ortega en Thousand Oaks, y aunque no tengo citas, vamos a pasar por
ahí a no ser que vayamos justos de tiempo.

Aparte de eso, y a pesar de buscar más pistas en los diarios de mi


madre, la mayor parte de lo que sé sobre el negocio poco legal de Peter
está relacionado con Laguna Cortez, por eso espero que Ortega o
Longfeld tengan una pista sólida para mí. Si quiero saber cómo y por qué
Peter se metió en una vida criminal, necesito encontrar el principio, y eso
es en algún lugar de Los Ángeles. Solo que no sé dónde o qué.

Sin embargo, estoy decidida a averiguarlo.

―Esta gente, el vecino, el tipo del lavado de autos puede no estar


dispuesta a hablar contigo, y aunque tuvimos suerte de que Tom nos
condujera hasta Cotton, perdón, Longfeld el propio hombre puede ser tan
silencioso como una piedra.

―Lo sé, pero tengo que intentarlo.

―¿Lo sabes?

Disminuyo la velocidad cuando el tráfico se acumula delante de


nosotros, y aprovecho la pausa para lanzarle una mirada interrogativa.

―¿Qué quieres decir? ―Se me revuelve el estómago y me pregunto si


es el momento de preguntarle sobre lo que pasó con él y Devlin. Sé que
Devlin cree que están bien ahora, pero también quiero escuchar eso de
Lamar.

Se ajusta las gafas de sol. Son del tipo reflectante, lo que significa que,
aunque está mirando hacia mí, no puedo ver sus ojos.

―No sé, Sherlock. Es que... quiero decir, lo entiendo. Antes necesitabas


conocer a tu tío, y te sorprendió que estuviera con El Lobo, pero el shock
desapareció, y todo eso fue hace mucho tiempo.

―Era mi último pariente vivo.

―Yo también lo entiendo, pero, ¿realmente quieres manchar todos tus


recuerdos de él? Porque ya no estás sola. Me tienes a mí. Tienes a Brandy,
y hasta tienes a Alex de vuelta.

El tráfico ha empezado a moverse de nuevo, y yo aprieto las manos en


el volante y me concentro en la carretera.

―No, tengo a Devlin. ―Trago saliva y continúo―, y me sorprende que


lo cuentes entre mis activos.
―Oh, demonios, Sherlock. ―Exhala con fuerza, y luego trata de
inclinarse hacia atrás, aunque en realidad es demasiado alto para estirarse
mucho.

―Devlin dijo que ustedes terminaron bien ―digo―. ¿Es así como lo
ves tú también?

Él asiente lentamente.

―¿"Bien"? Sí, puedo vivir con esa evaluación.

―Incluso con... ¿todo?

―¿Qué demonios es todo? Todo lo que sé con seguridad es que solía ser
Alex y que tenía un imbécil como padre. Se gira y me mira con dureza.
―Cualquier otra cosa que crea saber es solo una suposición, y ―añade,
de hace mucho tiempo.

―Cierto ―digo mientras el alivio inunda mi cuerpo―. Hace mucho


tiempo.

―Lo que me lleva de nuevo a mi punto.

Frunzo el ceño mientras cambio mi mirada de la carretera a él.

―¿Qué quieres decir?

―Como dijiste, Alex se fue. Peter también. Pasas mucho tiempo


mirando al pasado, pero tienes un presente bastante sólido delante de ti,
y si sigues buscando, no creo que vayas a encontrar nada bueno.

―¿Crees que no puedo manejarlo?

―Creo que ya has manejado bastante. ¿Y sabes qué más? Apuesto a


que Devlin está de acuerdo conmigo.

No respondo porque, por supuesto, tiene razón. Conducimos durante


kilómetros, supuestamente en silencio, pero para mí no hay silencio. Mis
pensamientos zumban, llenando mi cabeza hasta que no tengo más
remedio que hablar.

―Necesito respuestas ―digo―. Eso es lo esencial, yo quería a Peter.


Quiero decir, realmente lo quería. No más que a mis padres, pero sí
diferente. Mis padres estaban ahí, ¿sabes? Nunca pensé en amarlos o en
cómo me sentiría si los perdiera. Ellos solo... bueno, solo eran mis padres.
Ojalá hubiera pensado más en eso, apreciarlos más, pero no lo hice.

Tomo aire.

―El tío Peter era diferente. No era la mejor figura paterna del mundo,
pero era un salvavidas, y pensaba en su presencia todos los días porque
me aterrorizaba perderlo a él también.

Me lamo los labios, pero las palabras siguen saliendo a toda prisa.

―Sabía lo que tenía en él porque había perdido mucho, y él era un ancla


en una vida muy tormentosa. Lo quería. Lo respetaba. Demonios, pensé
que colgaba la luna, y ahora me entero de que estaba sucio, y no solo un
poco, sino mucho.

―Ellie...

Mantengo mis ojos en la carretera mientras me encojo de hombros.

―Necesito respuestas ―repito―. Eso es todo. Solo necesito respuestas.

No dice nada, pero oigo la aceptación en el silencio. Puede que no esté


de acuerdo, pero lo entiende, y una pesada calma se apodera de nosotros
mientras avanzamos inexorablemente hacia Los Ángeles.

Hacemos buen tiempo y conduzco primero al lavado de autos y luego


a la antigua casa de Peter en Beverly Hills, pero el túnel de lavado ha
cerrado, y aunque he dejado una docena de mensajes en los últimos días,
no he recibido respuesta ni del propietario actual ni del anterior. Lo
considero un fracaso. Al menos por el momento.

Tenemos más suerte con los antiguos vecinos de Peter, pero solo en el
sentido de que lo recuerdan como un gran tipo que siempre saludaba.
Aparte de eso, nada. Lo que significa que Peter no estaba haciendo nada
ilegal desde su casa, o lo hacía con mucho cuidado.

Acabamos volviendo al auto, ambos en silencio mientras los kilómetros


se deslizan. No es hasta que estamos casi en Thousand Oaks que me canso
de mis propios pensamientos y quiero aligerar el ambiente.
―¿Vas a volver a quedar con Millie? Sé que estaba desanimada por no
vernos hoy.

Ladea la cabeza y se baja las gafas con el dedo mientras me mira.

―¿Ahora eres psíquica?

―¿Qué? ¿Tengo razón? ¿Ya le has mandado un mensaje? ¿Has fijado


una fecha?

―Todo lo contrario ―dice―. Lo pensé, pero luego Tracy y yo tomamos


unas copas en la piscina anoche. ―Se remueve en su asiento―. No sé.
Supongo que perdí el entusiasmo. Quiero decir, Millie es genial, pero...

―Vaya, vaya. Esto es interesante.

―No le des importancia.

―¿Con qué frecuencia pasan el rato en la piscina?

Frunce el ceño, pero me doy cuenta de que es solo para ocultar su


sonrisa.

―Cada vez más a menudo ―admite.

―Continúa.

Espero que proteste porque no hay nada más que contar, pero entonces
dice:

―La otra noche rompí una cita con Carlton para que ella y yo
pudiéramos ver El halcón maltés en el Prestige.

―Ni siquiera me di cuenta de que estaba en cartelera. Qué pena. ―El


cine local proyecta algunos estrenos, pero se especializa en clásicos―. No
es que me haya colado en tu fiesta.

―Los dos te lo agradecemos.

―Has visto esa película al menos una docena de veces.

―Es cierto, pero ella nunca la había visto.


―Vaya, vaya ―vuelvo a decir―, y en cuanto a Carlton, no es tu...
¿cómo lo llamaste? ¿Un ligue para aliviar el estrés? ¿Me estás diciendo
que salir con Tracy, ah, te relaja?

―Al contrario. Cuando la dejé, todavía estaba muy tenso. Estoy


deseando trabajar en eso.

―Vaya. ―Sonrío mientras agarro el volante.

―Lo sé...

―Devlin y yo. Brandy y Christopher. Ahora tú y Tracy. Nuestro


pequeño trío está extendiendo nuestras alas.

―Por lo que sé de mí y Tracy, y lo que he deducido de Brandy y


Christopher, hasta ahora tú y Devlin son los únicos que están extendiendo
sus alas.

―Solo tengo suerte en ese sentido.

―Yo no lo tendría de mi cama ―dice Lamar―. Ni siquiera cuando


pensaba que era un imbécil peligroso.

Me resplandece un poco, sabiendo que el comentario arrogante


traiciona una nueva aceptación.

―Entonces, ¿qué piensas de Christopher?

Lamar se encoge de hombros.

―Es un escritor de thrillers cuyo héroe es un detective. ¿Qué no me


puede gustar?

―Brandy de hecho está feliz, y tiene el sello de aprobación de Jake


―añado, pensando en la forma en que Jake corre detrás de él, pidiendo
que le rasquen la cabeza y le froten la barriga―. Así que supongo que
debe ser un buen tipo.

―Por lo menos está enamorado.

―Sí ―estoy de acuerdo―. Creo que es dulce.

―Así que… mierda. Esa es la salida, te dije que no me dejaras navegar.


¡Cristo!
Atravieso tres carriles de tráfico mientras Lamar suelta una retahíla de
maldiciones.

―La próxima vez conduzco yo ―gruñe, pero yo solo sonrío. Me late la


sangre, estoy con uno de mis mejores amigos y me dirijo a buscar
respuestas.

A pesar de un novio ausente, un fracaso en nuestras dos primeras


paradas y el espeluznante mensaje de anoche, me siento muy bien.

El mecánico que arregló a Shelby, León Ortega, sigue trabajando en el


mismo local de Thousand Oaks que aparece en tantos recibos en la
guantera, y por el aspecto del local, lleva en el mismo lugar desde la época
en que Henry Ford sacó su primer vehículo.

―Así que eres la sobrina de Peter ―dice, extendiendo una mano callosa
con uñas sorprendentemente limpias para alguien que trabaja todo el día
con autos antiguos―. Encantado de conocerte. Lamento lo de tu tío. Era
un buen hombre.

―Te lo agradezco ―digo, preguntándome si realmente está tan limpio


como sus uñas, o si simplemente se las ha arreglado para mantener
ocultos todos sus actos sucios―. Para ser honesta, yo era bastante joven
cuando lo mataron, y ahora estoy tratando de averiguar más sobre él.

Me mira de arriba abajo.

―Un poco tarde, ¿no? Lleva muerto, ¿cuánto? ¿Unos diez años?

―Más o menos ―digo―. La verdad es que dejé Laguna Cortez poco


después de que muriera, y apenas volví recientemente. Supongo que se
puede decir que me retiré de mi vida y nunca investigué realmente lo que
le pasó o por qué.

―Recuerdo cuando le dispararon. No fue mucho después de que


terminara de trabajar en su auto aquí. ―Pasa una mano por el capó de
Shelby―. Así que tu tío estaba fresco en mi mente cuando me enteré de
la noticia.

Asiento con la cabeza y me doy cuenta de que me estoy abrazando a mí


misma.

―Se hablaba de que había estado involucrado en algún desagradable


asunto criminal. ―Me mira―. Ah, diablos. ¿Lo sabías?

―Lo sabía, sí. Eso es lo que estoy tratando de averiguar. Cómo se vio
envuelto en todo eso.

Frunce el ceño, haciendo más profundas las arrugas de su rostro


escarpado mientras se frota la barba incipiente de color gris plateado.

―Dudo que pueda ayudarte en eso. Por lo que pude ver, tu tío era una
flecha recta.

Lanzo una mirada hacia Lamar, que reconoce un taco cuando lo ve. Da
un paso adelante, con su propia mano extendida.

―Detective Lamar Gage ―dice―. Soy de la policía de Laguna Cortez.

Ortega mira entre los dos.

―¿Qué hace el departamento de policía investigando a un hombre


muerto hace más de diez años?

―No estoy aquí oficialmente ―dice, lo cual es cierto, pero tener a un


detective de verdad a tu lado puede provocar en algunas personas un
nerviosismo que les haga soltar verdades a diestra y siniestra―. Solo
estoy ayudando a la señorita Holmes. Resulta que Peter White se metió
en el lado equivocado de El Lobo, y ella está tratando de saber más sobre
eso. ¿Le es familiar ese nombre?

―Un poco. Un poco fuera de mi radar, pero ahora que lo pienso,


recuerdo algunos chismes después de que Peter fuera asesinado. Charlas
con algunos otros clientes que lo conocían. Decían que se había metido en
drogas, prostitución, todo eso. ―Sacude la cabeza, pareciendo realmente
desconcertado―. Honestamente, eso no suena como el Peter White que
conocí.
―A mí tampoco me sonaba ―admito―. ¿Tienes información de
contacto de esos clientes?

Sacude la cabeza.

―Lo siento, nada, ya no viene ninguno de ellos, y todos mis registros


de entonces se quemaron cuando lo hizo mi disco duro. Eso fue antes de
que hiciera una copia de seguridad. ―Mira entre Lamar y yo―. No sé qué
más puedo decirles.

―Sinceramente, yo tampoco ―admito―. Usaba tu tienda cuando vivía


en Los Ángeles, ¿verdad? ¿Y siguió acudiendo a ti incluso después de
mudarse a Laguna Cortez?

―Sí, sí. Le restauré un Jaguar E-Type y un pequeño Corvette del 67


cuando vivía en Los Ángeles. No trabajaba mucho en los autos, pero le
encantaba conducirlos. Tenía algunos otros que compró en condiciones
decentes. No los restauraba, pero les hacía un mantenimiento regular.
Siempre me pregunté cómo conseguía el dinero para comprar lo que
tenía, pero supuse que la construcción era el negocio al que debía
dedicarse. Los Ángeles siempre ha sido una ciudad en auge, ¿no?

―Más o menos ―estoy de acuerdo―. ¿Sabes si vendía esos autos? Solo


recuerdo una Suburban que usaba para transportar cosas y un Mustang
descapotable, pero no era un clásico. ―Me pregunto qué pasó con sus
otros autos. ¿Fue un hobby que abandonó? ¿O tal vez utilizaba autos
renovados en un plan de blanqueo de dinero que dejó de hacer cuando se
mudó con mi padre?

Frunzo el ceño, no me gusta el hecho de que ahora esté coloreando a mi


tío con motivos ilegales en torno a todo.

―No sé qué hizo con ellos, sinceramente. Nunca salió en la


conversación.

―¿Y después de que se mudara a Orange County? ¿Volvió aquí


regularmente después de mudarse? ¿O solo venía para trabajar en el
Shelby Cobra?

―No podría decir si vino a Los Ángeles otras veces ―dice Ortega―,
pero no venía a verme si no era por su auto.
Miro a Lamar, que inclina la cabeza en señal de simpatía. Este camino
no lleva a ninguna parte, y por eso, decido ir directamente al grano.

―Escucha, y, por favor, no te lo tomes a mal, pero esperaba que te


hubiera pedido ayuda en el lado más sórdido de su negocio. Como mover
piezas o blanquear dinero.

―Y no es por eso que estamos aquí ―dice Lamar.

―Lo que nos digas es extraoficial. No voy a decir ni una palabra.

―Bueno, ahora, no sé si le creo o no en eso, detective, pero no importa


mucho porque nunca me pidió que hiciera algo así. No lo habría hecho,
de todos modos. Mi papá y mi abuelo trabajaban en seguridad privada, y
mi bisabuelo era un agente de Pinkerton.

Me encuentro con los ojos de Lamar. Una familia de policías no


garantiza que alguien esté limpio, pero seguro que no hace daño.

―Tu tío sabía todo eso. ―Ortega sonríe―. Quizá por eso nunca me lo
pidió. Probablemente sabía que tendría que buscar otro mecánico si sabía
en qué clase de travesuras estaba metido.

Una vez más, acaricia el capó de Shelby.

―Has hecho un buen trabajo manteniéndola ―dice. Me hace un gesto


con la cabeza como si nos conociéramos de toda la vida, y está tan
orgulloso de mí como lo estaría de su propia hija―. Me alegro de que la
hayas traído. Siempre es bueno volver a ver uno de mis autos.

―Es un placer. Me alegro de que te acuerdes de ella. ―Miro a Lamar,


sin saber qué más preguntar.

―¿Notaste alguna vez algo inusual? ―añade―. ¿Trajo Peter alguna


vez a alguien que pareciera sospechoso?

―No. No puedo decir que aprobara a su novia; no puedo culpar a un


hombre por salir con una mujer más joven, pero nunca tuvo mucho
sentido para mí. Prefiero tener una mujer con la que pueda hablar, pero
no estoy seguro de tener que entrar en ese tipo de chismes con su sobrina.
Por primera vez, me doy cuenta de que rara vez vi a Peter salir con
alguien, solo con algunas mujeres a las que llevaba a cenar de vez en
cuando, y por lo que sé, nunca estuvo casado.

―¿Puedes describirla? ―pregunta Lamar.

―Ella vino con él dos veces, las dos veces cuando él vino a revisar este
Shelby Cobra. Era una mujer joven, rubia y de ojos azules, muy bonita.
―Sonríe―. Recuerdo que me preguntaba si era lo suficientemente mayor
para beber.

―¿Tan joven? ―repito, pensando que esa chica no podía ser mucho
mayor que yo, y ahora que el señor Ortega ha sacado el tema, tengo un
vago recuerdo de haber visto al tío Peter una o dos veces con una rubia
no mucho mayor que Alex.

Una vez estuve paseando por la playa y llegué a casa antes de lo que el
tío Peter esperaba. Me había cortado el pie con una concha rota y quería
llegar a casa para desinfectarlo.

No pude verla bien, pero estaba de pie en el porche trasero con la parte
superior del bikini y un pareo transparente atado a las caderas. Llevaba
un sombrero de paja que le tapaba la cara, pero tenía una cola de caballo
rubia. Por su figura, me di cuenta de que era mayor que yo, pero todavía
joven. Incluso me pregunté por un momento si estaba ahí para ver a Alex,
y recuerdo que me sentí mal ante la posibilidad de que estuviera viendo
a otra persona además de nuestro romance secreto.

Cuando me acerqué a la casa, ella ya no estaba. Cuando le pregunté al


tío Peter por ella, me dijo que era una vecina que había pasado por algún
asunto local. No me interesó lo suficiente como para indagar más.

―¿Sabes su nombre?

―Lo siento. Ni idea ―dice el señor Ortega moviendo la cabeza con


pesar.

Tanto Lamar como yo le hacemos algunas preguntas más, intentando


refrescar su memoria sobre algún detalle significativo, pero no recuerda
nada.
Lo que significa que, mientras subimos de nuevo a Shelby y nos
dirigimos hacia Panorama City y el señor Longfeld, tengo una pregunta
más sobre Peter, y ninguna respuesta.
―Quería decírtelo en el camino ―dice Lamar mientras limpiamos la
mesa exterior en la que hemos disfrutado de un burrito gigante de un local
que nos recomendó el señor Ortega. No es exactamente la comida de lujo
que Lamar quería que pagara The Spall, pero ambos estábamos
hambrientos, y, dependiendo de cuándo termináramos, tal vez The Spall
pudiera invitarnos a tomar algo en un buen hotel mientras esperábamos
a que se despejara el tráfico―. He investigado un poco sobre Ronan.

Tiro una servilleta enrollada a la basura y me vuelvo hacia él.

―¿Has averiguado algo?

―¿Sabe Devlin que estás buscando?

Ladeo la cabeza y le lanzo una mirada, luego me dirijo a Shelby. Espero


a estar al volante y a que él esté en el asiento del copiloto antes de
responder.

―Devlin sabe que estoy preocupada ―digo con diplomacia. Arranco


el auto y me dirijo a la calle antes de mirar a Lamar―. No está de acuerdo.

―Genial. El tipo y yo tenemos una distensión inestable, y tú me tienes


husmeando en busca de trapos sucios sobre su amigo.

Me encojo de hombros, sintiéndome un poco culpable, pero no tanto


como para no querer la información.

―No te pediré más, pero ya has husmeado. También podrías contarme


lo que has averiguado. ¿Y a dónde vamos? ¿Puedes trazar el camino hacia
el trabajo de Longfeld?

Toma mi teléfono de donde está montado en el salpicadero y le doy el


código para desbloquearlo.
―La dirección está en la aplicación de notas.

Toca mi teléfono y nos dirige de nuevo a la 101, donde permanecemos


al menos media hora antes de cambiar a la 405.

―Estuvo en la escuela de francotiradores con Alejandro López ―me


dice Lamar, una vez que estoy en el carril de la izquierda―. Así que
asumo que es ahí donde se conocieron.

Asiento con la cabeza.

―Devlin me lo dijo. Los militares.

―La cosa se pone interesante porque Alejandro fue dado de baja 'a
conveniencia del gobierno' después de solo dos años de servicio. ―Hace
comillas al hablar―. ¿Lo sabías?

―No ―admito―, pero no creo que lo mantenga en secreto. Es que no


hemos hablado de su tiempo de servicio. ¿Qué significa eso?

―Tuve que dedicar algo de tiempo a averiguarlo. Al parecer, puede


significar cualquier cosa que el gobierno quiera. A veces se utiliza cuando
un soldado necesita una salida por cuestiones familiares. A veces se
utiliza cuando alguien ha sido reclutado por los servicios de inteligencia.
Teniendo en cuenta el momento, creo que Alex, Alejandro, solo quería
desaparecer.

―El momento ―repito―. ¿Qué quieres decir?

―Fue justo en el momento en que Daniel López fue asesinado. Devlin


me dijo que se propuso abandonar a Alex y convertirse en Devlin
entonces. Como heredero aparente, Alex habría estado en el punto de
mira.

Lo miro de reojo.

―Creía que estabas husmeando sobre Ronan.

―Estoy llegando a eso. Están unidos, ¿verdad?

―Bien, bien. ¿Qué tienes?


―Así que alrededor del momento en que Alejandro fue despedido
mágicamente, Devlin Saint aparece. Los registros muestran que se alistó
a los diecisiete años, ascendió y terminó en las fuerzas especiales. Ahora
sabemos que algo de eso tiene que haber sido fabricado, pero más o menos
al mismo tiempo, Ronan Thorne se transfiere a la misma unidad, y
después de eso, de repente no puedo encontrar nada sobre ninguno de
ellos.

―Deben haber terminado haciendo trabajos de inteligencia. ―Es una


suposición, pero creo que es buena. Devlin, por supuesto, puede decirme
si tengo razón.

―Así que eso es lo que sé ―dice Lamar―. Lo que puedo suponer es


que si Ronan fue de las fuerzas especiales, tiene habilidades de malote, y
eso lo hace peligroso. Lo cual es genial si está luchando contra el enemigo.
No tan genial si cree que el enemigo eres tú.

―Devlin está convencido de que Ronan es una amenaza para mí tanto


como tú.

Lamar hace un ruido de resoplido.

―Me gustaría poder decir que estoy de acuerdo, pero para mí, el jurado
todavía está fuera.

Conduzco en silencio durante un rato, dejando que se asiente a mi


alrededor.

―Confío en Devlin ―digo finalmente, con la voz baja―. No me gusta


estar cruzada con él. ―Miro de reojo a Lamar―. Hemos llegado tan lejos,
y volvemos a estar en el camino. Pensar que Ronan puede ser el que me
acosa... no sé. Empieza a parecerme desleal.

A mi lado, Lamar se remueve en su asiento.

―Te estás ablandando, Sherlock.

Me pongo rígida, porque no es así como quiero que piensen de mí, pero
luego me relajo, porque no es cierto. No sobre todo, al menos. ¿Pero en lo
que respecta a Devlin?
―Sí ―susurro, con apenas un atisbo de sonrisa―. Creo que tal vez lo
estoy haciendo.

Harold Longfeld, el antiguo propietario de Cotton Building Supply,


vive en un estudio que solía ser un cobertizo de almacenamiento detrás
de la pequeña tienda de comestibles donde trabaja como empleado de
almacén. Tiene una sola ventana y un retrete químico, y después de
respirar tres veces, sugiero que Lamar y yo le invitemos a un café en la
cafetería que vimos una manzana más allá.

Él contraataca con un whisky en el bar que hay dos puertas más abajo,
y aceptamos de buen grado.

―Es vil, lo sé ―dice una vez que nos hemos acomodado en una
pequeña mesa―. Donde estoy viviendo, quiero decir, pero me lo
merezco. La vida que he llevado... ―Se detiene con un movimiento de
cabeza―. Nunca quise hacer daño a esa mujer, pero lo que hice,
atropellarla, alejarla de su familia me cambió.

―Me imagino que sí ―digo en voz baja. Espero que pida un café,
teniendo en cuenta que está hablando de la mujer que mató mientras
conducía bajo los efectos del alcohol, pero pide un whisky. Dadas las
circunstancias, pido una Coca-Cola Light. Lamar, que estoy segura de que
está pensando en estrechar lazos con el tipo, pide una cerveza.

Lamar sacó información sobre Longfeld, y yo la hojeé ayer, pero no


había mucho que no supiera ya. Longfeld fue acusado de varios delitos
financieros, pero no se aplicaron. Entonces mató a una mujer y todo
cambió para él. Lamentó su muerte, pero aún más, lamentó la vida que
había llevado antes.

Según un memorando que Lamar encontró de la Junta de Libertad


Condicional, había empezado a ir a los servicios religiosos ofrecidos a los
reclusos, y no, según el miembro de la junta, simplemente porque eso
significaba un cambio de aires semanal en la capilla. Al parecer, el señor
Longfeld se había convertido en un creyente, llegando incluso a impartir
clases de escuela dominical a los demás reclusos, junto con clases de
refuerzo de lectura y matemáticas.

En el expediente no se mencionó a mi tío, y Lamar dijo que indagó en


la sala de pruebas y tampoco había encontrado nada.

Pero si Peter estaba tan metido con El Lobo como creemos que estaba,
entonces seguro que puedo encontrar algún tipo de prueba de que Peter
estaba sucio. Sé que probablemente es una ilusión, pero tengo la sensación
de que Longfeld estaba marcado, y que tal vez, solo tal vez, su
remordimiento y su nueva perspectiva lo empujen a revelar cualquier
secreto que pueda tener.

Tomo un sorbo de mi refresco y le ofrezco lo que espero que sea una


sonrisa amistosa.

―Te agradezco que hables conmigo. Te dije que estoy escribiendo un


artículo sobre Peter, pero no es una noticia típica. Era mi tío, y quiero
profundizar en cómo se involucró en el crimen. A diferencia de ti, no estoy
segura de que se sintiera mal por lo que hizo. Tal vez hubiera llegado a
eso eventualmente, pero nunca lo sabremos. ¿Puedes decírmelo? ¿Sabías
que trabajaba para el Lobo? ¿Sabes algo de cómo se involucró en ese
mundo?

―Sé que se sentaba a la derecha de El Lobo ―dice Longfeld, y yo me


esfuerzo por no reaccionar, aunque estoy positivamente mareada por
haber localizado una fuente sólida―. Me dijo que eran amigos desde
hacía años. Nunca me dijo que se le estaba robando a López, y gracias a
Dios. No me hubiera gustado escucharlo. Eso habría puesto una diana en
mi espalda. Que yo lo supiera ya era bastante peligroso.

―¿Cómo lo supiste si no te lo dijo?

Longfeld se burla.

―Estaba blanqueando cientos de miles para tu tío. Eso no es un trabajo


sin sentido. Sabía lo que estaba haciendo. De dónde venía el dinero y a
dónde iba. ―Levanta su vaso, indicando al mesero que traiga otro, y
luego se bebe los hilos acuosos―. No te va a gustar lo que tengo que decir,
pero me lo has pedido y no veo ninguna razón para no contártelo. ¿Te
parece bien?

Miro a Lamar y encuentro apoyo en sus ojos. Luego asiento con la


cabeza.

―Sí ―digo―. Todo está bien.

―A tu tío le gustaba lo que hacía. Le gustaba el peligro. Daniel López


era su amigo, claro, pero a Peter le gustaba hacer algo con él. Le gustaba
mirar al diablo y pensar que había ganado.

Se me seca la boca y tengo las manos apretadas sobre el vaso. Tan


apretadas que tengo que hacer un esfuerzo consciente para aflojar mi
agarre o correr el riesgo de romper el vaso. Me está describiendo. No las
cosas ilegales, por supuesto, pero el baile con el diablo. Esa emoción que
viene de hacer algo peligroso y sobrevivir.

Siempre pensé que era la culpa del sobreviviente, y teniendo en cuenta


la vida que he llevado y todos los que he perdido tiene sentido, pero ahora
me pregunto si parte de ello está en mi sangre, también. Si hay un poco
de Peter en mí. Más que la simple línea familiar, sino alguna sombra real
del hombre que fue.

Teniendo en cuenta todo lo que estoy averiguando sobre él, no estoy


segura de que me guste esa posibilidad.

Hago todo lo posible por enmascarar mis sentimientos, y como


Longfeld sigue hablando, supongo que estoy haciendo un trabajo
razonablemente bueno. Sin embargo, Lamar me conoce bien, y cuando
aprieta su gran mano contra la mitad de mi espalda, doy las gracias en
silencio al universo por haberme encontrado un amigo tan bueno.

―En cuanto a que tu tío no tuvo la oportunidad de tomar mis


decisiones ―dice Longfeld―, tengo que decir que en eso te equivocas.

Sacudo la cabeza, frunciendo el ceño.

―Lo siento. No sé a qué te refieres.

―A arrepentirse. Tuvo la oportunidad años antes de ser asesinado,


pero no hizo nada diferente.
Mi frente se frunce en confusión.

―¿De qué estás hablando?

―De tu madre. ―Su voz es plana y uniforme, y mi estómago se


retuerce ante sus palabras―. Peter le robó a El Lobo, y El Lobo le dio una
advertencia. Si lo hacía de nuevo, y Peter pagaría el precio. ―Sus hombros
se hunden―. Pagó, sin duda.

Miro a Lamar, que parece tan desconcertado como yo.

―No lo entiendo. ¿Cómo pagó?

Los ojos de Longfeld se encuentran con los míos.

―¿De verdad no lo sabes? El Lobo mandó matar a tu madre como


represalia.
Estoy demasiado adormecida, así que Lamar toma el volante de Shelby
de camino a casa.

Cierro los ojos y me inclino hacia atrás, acurrucándome en el asiento de


cuero mientras dejo que mis pensamientos se desplacen sobre mí en
alguna forma perversa de meditación. Excepto que esa es la palabra
equivocada, porque meditación sugiere paz y calma. No hay nada de paz
en la forma en que me siento.

Al contrario, estoy conmocionada. Cruda y vacía y desgarrada de


adentro hacia afuera, y mientras el ruido del tráfico nos azota, me pierdo
en mi propia tormenta de emociones, desde la ira hasta la pérdida y la
traición, y, sí, hasta el amor. Porque eso es lo peor de todo, ¿no? El hecho
de que haya amado a mi tío, que lo haya amado de verdad, y sin embargo,
él hizo esto. Puso un pie delante del otro, sabiendo perfectamente que el
camino que estaba recorriendo terminaría con mi madre en un ataúd.

Tal vez no me lo había hecho a mí... bueno, lo más probable es que ni


siquiera hubiera pensado en mí. De hecho, probablemente ni siquiera
pensó en mi madre.

¿Pero no era esa la cuestión? Solo pensó en sí mismo, y al hacerlo, dejó


un rastro de destrucción tras de sí. Un rastro que culminaba ahora en mi
corazón roto.

Hay un accidente en la 5 y el tráfico es una pesadilla, lo que aumenta


mi malestar. Trato de dormir en el auto, y quizás hasta lo consigo un poco,
pero no lo creo, porque la razón por la que quería dormir era para que
cuando me despertara todo hubiera terminado, y no me quedara más que
un mal sueño.
Pero no es el caso. Cuando llegamos a Laguna Cortez, todo es tan real
como cuando salimos de Los Ángeles, y aunque le sonrío a Lamar y le
doy las gracias por conducir y dejo que me pase un brazo por el hombro
mientras me lleva a la puerta, sé que él también puede ver el dolor.

Y que se siente tan impotente como yo para curarme.

―Estoy bien ―miento cuando llegamos a la puerta principal―. De


verdad.

―Estoy seguro de que lo estás, pero eso no significa que vaya a dejarte
sola hasta que estés instalada dentro. ―Me da un suave beso en la frente,
luego me suelta y teclea el código de Brandy en el teclado. Oigo el familiar
zumbido de la cerradura y el chirrido de las bisagras cuando empuja la
puerta para abrirla. Sonidos tan familiares en un mundo que ya no parece
familiar.

Me toma de la mano, como si llevara a un niño a cruzar el umbral. Así


es como me siento yo también. Joven, insegura, asustada y perdida. No
me gusta sentirme así. No parece que sea yo, y sin embargo tal vez lo sea.
Tal vez he llegado a ese punto en el que toda la mierda de mi vida es
demasiado. Tal vez finalmente me ha roto.

―Estoy realmente bien ―miento de nuevo. Es mi mejor amigo, pero


me gustaría que se fuera. Todo lo que quiero hacer es acurrucarme en una
bola.

Pero ni siquiera eso es cierto. Lo que realmente quiero hacer es


acurrucarme junto a Devlin, dejar que me abrace mientras duermo.
Porque si puedo hacer eso, tal vez me despierte más fuerte simplemente
por tenerlo cerca.

Pero él está en otro estado, y aunque quiero a Lamar, no es lo mismo.

Consigo sonreír y estoy a punto de besar su mejilla y empujarlo hacia


la puerta cuando veo una sombra moverse por el suelo de la entrada. Me
quedo helada, porque no me había dado cuenta de que había alguien más
en casa, y luego grito de alivio cuando veo que es Devlin.

No me doy cuenta de que me muevo hasta que estoy en sus brazos y


me abraza. Solo entonces se rompe el dique y, antes de darme cuenta, las
lágrimas caen por mis mejillas y me aferro a él mientras me abraza con
fuerza. Por un momento nos quedamos así, abrazados en el pasillo,
mientras él me susurra cosas tranquilizadoras. Finalmente, consigo
recomponerme y me separo lo suficiente para ver su cara.

―¿Cómo? Se supone que estás en Las Vegas. ¿Cómo es que estás aquí?

―Lamar me envió un mensaje. Dijo que tenía que estar aquí cuando
volvieras. Dijo que me necesitabas.

Me giro y mis ojos buscan a Lamar, que está de pie en la entrada, con la
puerta cerrada tras él. Levanta un hombro encogiéndose de hombros.

―No me equivoqué.

Le doy las gracias en un susurro.

―Has vuelto volando ―le digo a Devlin―. Por mí.

―Oh, cariño, ¿qué otra cosa podías esperar? ¿Quieres contarme lo que
pasó?

Con eso, las lágrimas vuelven a brotar, simplemente por saber que vino
solo porque lo necesitaba.

Vuelvo a enterrar mi cara contra su pecho, y me aferro a él cuando oigo


que la puerta se abre una vez más al mismo tiempo que Brandy dice:

―…y cuando se metió en el oleaje, estuve a punto de perderlo... ¿Hola?


¿Qué pasa?

Inmediatamente, Jake deja a Brandy y a Christopher para lanzarse hacia


adelante y husmear en mi trasero. A pesar de todo, me río y me agacho
para acariciar su cabeza.

―Está bien ―dice Lamar a la sala en general―. Hablaremos pronto,


Sherlock.

Asiento con la cabeza y le doy un beso.

Sonríe, me sostiene la mirada un momento y se gira para marcharse,


con los dedos rozando el hombro de Brandy, como si dijera que la pondrá
al corriente más tarde.
Brandy, por supuesto, no está dispuesta a esperar. Mira de mí a Devlin.

―¿Qué pasó?

―Tuve un día de mierda ―digo―. Lamar fue dulce y le dijo a Devlin


que se reuniera conmigo aquí.

Veo como Christopher tira de la mano de Brandy antes de que pueda


hacer otra pregunta.

―¿Sabes lo que estaba pensando? ―Antes de que Brandy pueda


responder, él continúa―. Estaba pensando que sería muy divertido ir a
ese cine en Pacific. ¿Cómo se llama? ¿El Prestige? Ir a ver una película
clásica. ¿No sería genial?

En la cara de Brandy está claro que piensa que es la petición más extraña
de la historia, pero entonces me mira, y veo que se da cuenta en sus ojos.
Se vuelve hacia Christopher y le dedica una sonrisa brillante y un rápido
asentimiento.

―Es una idea estupenda. Me pregunto qué es lo que se ve.

―No importa. Sea lo que sea, estoy seguro de que nos gustará. Tiene
que haber algo que empiece pronto, ¿no? Si no, primero iremos a comer
algo.

―El Halcón Maltés ―digo, recordando la cita de Lamar con Tracy.

―Una buena película ―dice Devlin―. ¿Y, chicos? Gracias.

―No te preocupes ―dice Brandy―, y nos tomaremos unas copas


después de la película, así que no esperes verme de vuelta hasta al menos
la una o las dos. ¿Verdad?

A su lado Christopher asiente mientras Brandy me da un abrazo de


apoyo. Sé que le cuesta algo no pedirme más detalles sobre lo que está
pasando, pero tampoco puedo negar que me alegro de que se vaya. Ahora
mismo, solo quiero a Devlin, y el hecho de que Brandy lo entienda es otra
razón por la que es mi mejor amiga.

―¿Chocolate? ―Devlin pregunta mientras la puerta se cierra detrás de


ellos.
―¿Qué?

―Es una de mis manías ―confiesa―. Cuando tengo un día de mierda,


me gusta beber chocolate.

Siento que la sonrisa me tira de la boca.

―En ese caso, por supuesto. ―Me toma de la mano y empieza a


acomodarme en el sofá que está a unos metros de donde la cocina se abre
al salón. Sacudo la cabeza, queriendo poder verlo y hablar con él. Así que
cambio nuestra trayectoria hacia la barra de la isla de la cocina. Luego me
acomodo en un taburete y observo cómo se adentra en la cocina y empieza
a abrir y cerrar todos los armarios y cajones de Brandy, para acabar de pie
en la despensa con un aspecto más que desconcertado.

―No parece que hagas esto muy a menudo.

―Al contrario. Soy un hombre con muchas habilidades. Sin embargo,


esta no es mi despensa, y a pesar de que tu compañera de piso hace muy
buenos muffins, aparentemente no es una experta en chocolate fino. Sin
embargo, tiene pequeños paquetes de papel. ―Saca una marca de mezcla
de chocolate en polvo y la agita―. Recuérdame que la mande al infierno
por esto ―dice―. Quiero decir, ¿malvaviscos falsos? Eso está mal.

Ahora mi sonrisa se convierte en una carcajada, y en ese momento,


estoy tan malditamente agradecida con Lamar por haber mandado a
buscar a Devlin que casi estoy al borde de las lágrimas otra vez. Miro hacia
abajo, sin querer que se preocupe por lo que en realidad son lágrimas de
felicidad, y solo vuelvo a mirar hacia arriba cuando estoy segura de que
me controlo.

Me mira fijamente, con el ceño fruncido por la preocupación.

―Todo está bien ―le aseguro―. Me río de esta inesperada


domesticidad.

―Soy un hombre misterioso.

Hago un ruido de burla.

―Sí, definitivamente lo eres. ―Me siento cómodamente y lo observo


llenar la tetera y calentar el agua, y luego, con más aplomo del que
requiere la elaboración de chocolate en polvo, la vierte en una de las
lujosas tazas de porcelana que encuentra en el armario situado encima del
frigorífico.

La coloca con cuidado en el plato correspondiente y luego abre una caja


de Oreos y pone dos al lado de la taza.

―¿Necesita algo más la señora?

Mis labios se crispan, pero respondo con serenidad.

―No, gracias. Eso es todo.

―Entonces te dejo con ello. ―Comienza a alejarse.

―No te atrevas a irte. ¿No vas a tomar chocolate también?

―Como desee mi señora. ―Se prepara una taza con el agua aún
caliente y viene a sentarse a mi lado en la barra―. ¿Prefieres ir al sofá?

Niego con la cabeza.

―No. Me gusta estar aquí. Aquí es donde me siento cuando Brandy y


yo hablamos. Se siente... ―No estoy segura de cuál es la palabra. ¿No es
doméstico? ¿Hogar? Tampoco me refiero a eso―. Bien ―digo finalmente
encogiéndome de hombros―. Supongo que se siente bien.

Se acerca y me pasa el pulgar por la mejilla.

―En lo que a mí respecta, nena, todo se siente bien cuando estoy


contigo.

No me doy cuenta de que he empezado a derramar lágrimas hasta que


pruebo la salinidad con mi chocolate.

―Gracias por darle la vuelta a un día de mierda.

―¿Quieres que te pregunte qué pasó?

Parpadeo.

―¿Lamar no te lo contó?

―Solo que me necesitabas. ¿Quieres hablar de eso?


―Una parte de mí sí, y otra parte no. ―Tomo un sorbo de chocolate
para darme tiempo a pensar―, pero has venido hasta aquí, mereces
saberlo.

―No, eso depende totalmente de ti. Puedes decírmelo cuando estés


lista, o nunca.

Tomo un sorbo de chocolate y luego mordisqueo la Oreo, sin abrirla


porque me parece mal. ¿Por qué inventar una galleta en forma de
sándwich si quieren que la gente la desmonte? No es que yo desmonte los
sándwiches de atún. O de mantequilla de cacahuete. Todo el asunto
apesta a extraño.

Se lo digo a Devlin, que asiente con la cantidad exacta de gravedad.

―Aun así ―dice, y procede a desmontar su galleta y a raspar el


glaseado con los dientes.

―Y yo que creía que te respetaba ―digo con tristeza, antes de dar un


buen mordisco a mi Oreo. Las migas caen en mi regazo, las limpio y doy
otro sorbo de chocolate.

Estoy haciendo tiempo, por supuesto, pero es una especie de interludio


agradable, y cuando Devlin se acerca y me toma la mano, es como si
hubiera girado una llave dentro de mí. Estoy lista para hablar ahora, pero
solo mientras él me está tocando. Compartiendo su fuerza conmigo.

Es como si hubiera abierto una compuerta. Empiezo despacio, pero


pronto la historia completa se derrama. Sobre la amenaza a mi madre, y
cómo el tío Peter no hizo nada al respecto.

―Él sabía que si no arreglaba las cosas con tu padre, mi madre lo


pagaría. Lo sabía, lo sabía absolutamente, al cien por ciento, pero lo hizo
de todos modos. Amaba esa vida, amaba correr esos riesgos incluso más
de lo que amaba a su hermana. No entiendo cómo es posible. ¿Y por qué
tu padre lo dejó vivir después? Peter le robó a El Lobo, y aun así
sobrevivió para hacerlo de nuevo años después en Laguna Cortez. No
tiene ningún sentido. No sé en qué estaba pensando.

La cara de Devlin se ha puesto completamente pálida.


―Cristo. ―Sacude la cabeza―. No tengo respuestas para ti, cariño. La
verdad es que no. En cuanto al por qué, mi opinión es que Peter no lo
creyó. Él amaba a tu madre, y era el tipo de persona que se salía con la
suya. Tenía un sentido inflado de su propia importancia, y probablemente
asumió que era lo suficientemente amigo de mi padre como para no ser
castigado.

Devlin se encoge de hombros antes de continuar.

―Creo que eran amigos, pero no fue castigado por Daniel López. Lo
castigó El Lobo, y la mayoría de la gente del redil, incluso los más cercanos
a él, nunca entendieron del todo la diferencia.

―El tío Peter no ―protesto―. Él conocía el resultado. Sabía lo que el


Lobo le hizo a tu madre, ¿no es así? Lo que significa que sabía que El Lobo
le haría daño a mi madre también, y dejó que ocurriera.

―No tengo una respuesta. Tal vez pensó que era un riesgo que podía
permitirse correr.

―Sin embargo, ese es el meollo de la cuestión, ¿no? Estaba dispuesto a


poner en peligro a las personas que amaba para poder correr un riesgo.
―Tomo un sorbo de chocolate, deseando su reconfortante calor, pero ya
está demasiado frío―. Eso es lo que quiero entender. Quiero averiguar
qué le hizo ser así. Qué lo cambió, y ahora mismo estoy muy frustrada
porque, sinceramente, no tengo ni idea.

Me paso los dedos por el pelo y luego me limpio los ojos húmedos.

―No sé cómo hacer esto―. No sé qué hacer. Qué sentir. Quiero odiarlo,
pero no puedo. Me acuerdo más de él que de ella. Pensé que me cuidaba
porque me quería, pero la verdad es que se sentía culpable.

Devlin extiende la mano y me toma firmemente las dos.

―Él te quería.

Levanto la cabeza y me encuentro con sus ojos.

―¿Lo sabías?

―¿Que te quería?
Niego con la cabeza.

―Sobre mi madre.

Los ojos de Devlin se abren de par en par mientras sacude lentamente


la cabeza.

―No. Juro por la tumba de mi propia madre que no tenía ni idea.

Asiento con la cabeza, contenta de que no le hayan cargado con esa


verdad.

―Longfeld dijo que Peter se dejó llevar por la emoción. Pensaba que si
sobrevivía significaba que nada podía hacerle daño y por eso siempre
coqueteaba con el peligro, pero al final se quemó a lo grande, ¿no?

Devlin no responde de inmediato. En lugar de eso, estudia mi rostro, y


el silencio se prolonga tanto que empiezo a retorcerme bajo su pesada
mirada. Finalmente, dice:

―Tú no eres como él, El.

Hago un sonido de burla, odiando y disfrutando a la vez de lo bien que


este hombre puede leerme.

―La gente tiene facetas. Puedes seguir amándolo, El. Está permitido, y
también puedes odiarlo, por lo que hizo. Sea lo que sea que sientas, date
permiso para simplemente sentirlo.

―¿Es horrible que ahora mismo lo único que quiera hacer sea dormir?

Una sonrisa triste se dibuja en sus labios mientras se desliza del


taburete y se acerca a mí. Me ayuda a bajar y enseguida me levanta,
acunándome en sus brazos mientras me lleva a la cama. Me ayuda a
quitarme la ropa y me deslizo desnuda entre las sábanas. Es solo la
primera hora de la noche, pero ya puedo sentir la atracción del cansancio
que me arrastra hacia el sueño.

―¿Me abrazas?

―No hace falta que me lo pidas.


Se desnuda y se mete en la cama a mi lado. Me acerco, deseando sentir
su cálida piel contra la mía. Sus brazos me rodean y cierro los ojos,
dejando que el mundo se desvanezca hasta que lo único que me mantiene
atada a esta tierra es su tacto mientras floto libre en los recuerdos,
perdiéndome en los recuerdos de mi madre, de Peter, de Alex...

Estoy a salvo en este lugar donde los sueños se unen a los recuerdos,
donde Alex y mi madre comparten el mismo patio mirando hacia el
océano. Donde puedo estar entre ellos, sosteniendo cada una de sus
manos entre las mías.

Entonces me doy cuenta de que no estoy sosteniendo nada en absoluto.


Estoy de pie en la playa con los brazos extendidos y los ojos cerrados
mientras escucho cómo las olas chocan con la orilla.

Oigo a alguien detrás de mí y me vuelvo para mirar a Peter. El corazón


me da un vuelco cuando me doy cuenta de que no solo lo estoy mirando
a él, sino también al cañón de una pistola.

Mi corazón empieza a latir con fuerza. Quiero gritar, pero no puedo. El


pulso en mi garganta es demasiado fuerte.

Oigo un clic, pero la mano de Peter no se ha movido y no se ha


disparado ninguna bala.

Aterrada, me giro para ver a Devlin.

Acaba de amartillar el martillo de un revólver.

Y mientras miro, mientras grito, dispara.


―¡El! ¡El! ¡Ellie! Cariño, ¡vamos, despierta!

La voz de Devlin golpea contra mí a través de la amarga neblina del


sueño, y lucho por abrirme paso a través de la niebla, obligando a mis ojos
a abrirse y a mi cuerpo a dejar de gritar con la reverberación del disparo.
Respiro con dificultad cuando veo su rostro. Sus ojos se fijan en los míos,
su ceño fruncido, la preocupación pintada en su rostro. Me acaricia la
mejilla, me acerca y me besa la frente, murmurando.

―Tranquila, tranquila, cariño. Estoy aquí. Está bien, está bien.

―Oh, Dios, lo siento. ―Me aferro a él, aun tratando de recuperar el


aliento, con el pulso latiéndome en los oídos―. Una pesadilla.

―¿Quieres hablar de eso?

Me muevo, intentando recoger los hilos persistentes del sueño mientras


me siento en la cama, subiendo la sábana y abrazándola a mi alrededor
como una manta de seguridad.

―Estaba con el tío Peter ―empiezo, y luego le cuento el sueño. Las


lágrimas me pinchan los ojos al terminar―. Mataste a Peter para salvarme
―digo, mientras Devlin se acerca aún más, su cercanía es reconfortante y
dulcemente tentadora. Me toma la mano y me roza con el pulgar la tierna
piel de la muñeca.

―Mataste a Peter para protegerme ―vuelvo a decir―. Eso requirió


valor.

―El valor es fácil en un sueño.

Me rió. No se puede negar que es cierto. Aun así...


Me encuentro con sus ojos.

―Pero no fue solo en un sueño. ―Un puño parece apretarse alrededor


de mi corazón―. Volví a ti porque te necesito. Porque te he perdonado,
pero no estoy segura de haber entendido realmente lo que pasaste por mí
hasta ahora. ―Presiono mi mano contra su mandíbula y luego acaricio
ligeramente mi pulgar sobre su labio―. Lo que hiciste, con el tío Peter,
quiero decir, requirió valor.

Cuando empieza a negar con la cabeza, cambio de posición para poder


mantener su cabeza en su sitio mientras lo miro a los ojos.

―También les dijiste la verdad a Brandy y a Lamar. Eso también


requirió valor.

―Técnicamente, tú les dijiste la verdad, y ninguno de nosotros le dijo a


Lamar toda la verdad.

Levanto un hombro.

―Sí, bueno, él es inteligente. Creo que una parte de mí sabía que se


daría cuenta, y no hay que dividir los pelos. Tú tomaste la decisión de
traerlos a nuestro círculo. Te doy las gracias.

―Es fácil ser valiente si tienes una razón.

―¿Yo?

―¿Qué más? ¿Quién más?

La intensidad de la afirmación actúa como una carga en mis sentidos, y


me acerco, queriendo, no, necesitando tocarlo. La sábana se ha caído y los
dos estamos desnudos. Mi pulso se acelera y mis pezones se tensan
cuando rozo sus labios con un beso, deseando piel con piel, cuerpo con
cuerpo.

Pero cuando me alejo para mirarlo a los ojos, no solo veo un deseo que
rivaliza con el mío, sino también vacilación.

―¿Qué pasa? ―le pregunto, confundida y un poco decepcionada.

Él desvía la mirada.
―Cuando me llamaste en tu sueño, me llamaste Devlin.

Sacudo la cabeza, sin saber qué tiene de extraordinario.

―El tío Peter estaba en el sueño. Cuando me conociste junto a Peter, yo


era Alex. ¿Era yo Devlin en el sueño?

Ya se está desvaneciendo de la forma en que lo hacen los sueños, y trato


de agarrar los hilos de este, intento tirar de él y echar un vistazo más de
cerca al sueño en mi memoria.

―Creo que sí. No lo sé, pero si eso es lo que dije, entonces debes haberlo
sido. ¿Importa?

Se encoge de hombros, casi como un niño, y no responde.

Por un momento, me siento confusa, y luego comprendo. No está


seguro. Todavía no está seguro de si estoy con él por mi persistente amor
por Alex o si realmente he aceptado a este nuevo hombre Devlin en todas
sus facetas.

―Estás loco, ¿lo sabes?

―¿Lo sé?

―Quería a Alex ―digo, desenredándome de la sábana y


acomodándome en su regazo. La sábana sigue siendo una barrera, se la
ha llevado hasta las caderas cuando se deslizó en la cama, pero puedo
sentir su erección acariciando mi cuerpo. También noto la tensión en su
cuerpo. Le está costando contenerse. No tomarme como quiere, reclamar
mi cuerpo hasta que haya conquistado la pesadilla para mí, y este
momento, esta visión de la vulnerabilidad del hombre que amo, hace que
se me hinche el corazón.

―Te amo ―digo, deseando que hubiera una palabra aún más grande y
abarcadora―. Eres el mismo que el Alex que eras, pero también eres
diferente, y en mi corazón hay espacio para ambas versiones.

Suavemente, sus manos se apoyan en mi cintura.

―Espero que sea verdad ―dice, y hay una dureza en su voz que no
espero en un momento tan tierno.
Alargo la mano y le paso un mechón de pelo por detrás de la oreja.

―¿Devlin? Dime qué pasa.

―Esa es la cuestión, ¿no? No conoces realmente al nuevo yo. No del


todo. ¿Y honestamente? No estoy seguro de que alguna vez lo harás.

Sus palabras me hacen estremecer, pero hago lo posible por no


demostrarlo.

―Bueno, eso es cierto con cualquiera, ¿no? Nunca se puede conocer a


nadie por completo. ―Aprieto mi mano contra su pecho, saboreando el
calor de su piel―, pero conozco tu corazón. Conozco tu esencia. ¿No es
así?

Me mira a los ojos y asiente. Una sola inclinación de cabeza.

―Sí. Lo conoces.

Me inclino hacia delante, apoyando la frente en la suya mientras me


acaricia la espalda. No dudo de que me quiera, pero también sé que aún
estamos buscando nuestro camino juntos, como un niño pequeño que
intenta caminar. Nuestro romance cuando éramos Alex y Ellie fue como
una llama brillante, un amor a lo Romeo y Julieta que terminó
apropiadamente en tragedia.

Ahora tenemos que superar los restos de aquello, pero seguimos


congeniando, quizá incluso más que entonces, pero eso no significa que
no sea aterrador, y no significa que ambos no sepamos la verdadera
verdad: todo termina. Nada es permanente, y aunque quiero creer que
estaremos juntos para siempre, sé que el sueño puede ser arrancado de
nosotros en un instante.

Él lo sabe tan bien como yo, y me pregunto si es por eso que aún no me
ha dicho que me ama. No en voz alta. No como lo hizo Alex.

Me llama El, sí, y me consuela, pero nunca ha pronunciado esas simples


palabras. Sé que me quiere, incluso Tamra dice que me quiere, pero sigo
anhelando esas palabras, y creo que hasta que las escuche, voy a seguir
protegiendo mi corazón, solo un poco, incluso cuando él me abrace.
Con un suspiro, alejo estos pensamientos melancólicos. Me vuelvo a
sentar, y el movimiento me recuerda que está desnudo bajo la sábana. El
calor me inunda el cuerpo, un hambre sensual, y considero la posibilidad
de abandonar mi pregunta para simplemente besarlo y dejarnos perder
en el olvido. Es tan tentador y, al mismo tiempo, quiero algo más que la
cercanía física. Quiero asomarme a los lugares que Devlin mantiene
ocultos. Sé que tal vez no me deje entrar nunca, y ya me encargaré de ello
cuando tenga que hacerlo. Ahora, sin embargo, voy a seguir llamando a
esa puerta.

Tomo aire.

―¿Puedo preguntarte algo?

―Por supuesto ―dice.

―¿Qué pasaría si nunca nos hubiéramos vuelto a encontrar? ¿Habría


valido la pena nuestro tiempo juntos como Alex y Ellie?

Veo y siento que su cuerpo se pone tenso, y sé que está intentando


discernir el oscuro agujero de mi mente del que he sacado la pregunta.

―¿Cómo puedes dudar de eso?

―Es solo una pregunta ―digo, tratando de ser casual.

Mantengo mis ojos en los suyos, como si pudiera ver la respuesta antes
de que hable, pero no hay pistas en esos iris arenosos. No hasta que dice:

―Te diré un secreto: prefiero a la mujer que está conmigo ahora. Ha


crecido y es una fuerza a tener en cuenta.

Las lágrimas me pinchan los ojos mientras continúa.

―La Ellie de la que me enamoré cuando Alex era todavía una niña en
muchos sentidos. La amaba, sí, pero ambos éramos demasiado jóvenes
para saber lo que eso significaba. Ahora, sabemos lo que tenemos el uno
en el otro, y sé qué es lo que quiero proteger.

―Devlin...

Presiona la punta de un dedo en mis labios y no pierde el ritmo.


―Pero mantengo a la El de mi pasado encerrada en mi corazón, donde
permanecerá durante toda mi vida. Demonios, ella es la razón por la que
la fundación está aquí, ella es la razón...

―¿Qué? ―pregunto, con la garganta llena de lágrimas.

―Ella, tú, eres la razón por la que intento ser un hombre mejor.

―¿Qué quieres decir? Eres tan bueno como se puede ser, incluso vas a
recibir un premio por ello dentro de unas semanas. ―Añado una sonrisa
burlona, intentando deliberadamente aligerar este momento que tanto me
está tocando el corazón.

―¿Te enteraste de eso?

―Me lo dijo Tamra. ―Me inclino hacia adelante y rozo un beso sobre
sus labios, llena de orgullo por este hombre―. El premio del Consejo
Mundial a los servicios humanitarios. Te lo mereces.

―Hay mucha gente que lo merece. Me nombraron a mí, pero todos en


la DSF tienen una parte de ese premio.

―Lo tienen ―digo―, y sigo estando muy impresionada. ―Muestro


una sonrisa coqueta―. Puede que incluso quiera ser tu groupie.

Sus labios se mueven, y no puedo evitarlo, me acerco a la cicatriz que


divide su labio superior.

―¿Es así? ―pregunta.

―¿Mentiría?

Inclina la cabeza, estudiándome, y siento el sutil cambio en el aire, como


si los electrones que nos rodean hubieran empezado a girar más rápido,
generando calor y creando una fuerza que nos lleva inexorablemente el
uno hacia el otro. Se acabó mi asombro ante sus dulces palabras, ya no
hay burlas. Ha desaparecido, dejándonos a Devlin y a mí y a la necesidad
que hay entre nosotros.

―No quiero una groupie ―dice mientras sus manos acarician


ligeramente mi piel desde la curva de mi trasero hasta la parte baja de mi
espalda.
―Entonces, ¿qué quieres? ―Mi voz es ronca, y me cuesta toda mi
fuerza de voluntad no ondular mis caderas, frotándome sobre la sábana
y el acero de su erección por debajo.

―Te quiero a ti ―dice, haciendo que mi núcleo palpite con


anticipación―. Quiero probarte. Hundirme dentro de ti. Quiero que estés
de espaldas debajo de mí y, maldita sea, El, quiero saber que eres mía.

―¿No lo sabes ya?

―Lo sé ―dice―. Ahora, quiero sentirlo.

―Sí ―susurro, mi cuerpo ya lo anhela, mi piel vive con la anticipación


de su toque. Sus manos se dirigen a mis hombros y me coloca fácilmente
de espaldas. Al hacerlo, tira la sábana a un lado, dejándonos a los dos
desnudos, con la piel bañada por la suave luz que entra por la ventana.

Sus rodillas están a ambos lados de mis caderas y se acaricia la polla


despreocupadamente mientras sus ojos se fijan en los míos. Hay una
eternidad de deseo en sus ojos, y todo lo que puedo pensar es en para
siempre. Que, pase lo que pase, siempre le perteneceré a este hombre. He
sido marcada por él. Reclamada por él, y mientras siento ese profundo
temblor de necesidad, sé que lo que más deseo es que me toque. Usada.
Reclamada. Tomada.

Lo quiero todo. Suave y dulce. Duro y dominante. Quiero todo lo que


tiene para dar, y estaría dispuesta a pasar toda mi vida en esta cama para
lograr ese objetivo.

―Estás sonriendo.

―Estoy pensando en todo lo que quiero que me hagas ―admito―.


Estoy teniendo pensamientos muy traviesos.

Su ceja se levanta.

―¿Los tienes? Interesante. ―Lentamente, recorre sus ojos sobre mí, su


mirada se detiene en mis labios, mis pechos―. Nena, eres tan hermosa.
Cierra los ojos.

Obedezco, y luego me arqueo en respuesta a sus manos en mis senos.


Se inclina hacia delante y noto su erección contra mi vientre, burlándose
de mí mientras sus palmas me acarician lentamente y sus dedos me
acarician los pezones, primero con suavidad y luego con más fuerza, hasta
que me muerdo el labio inferior y mi coño palpita, el cable caliente del
dulce dolor que se dispara desde mi pezón hasta mi núcleo.

―Te gusta eso. ―No es una pregunta. Después de todo, me conoce―.


Mantén los ojos cerrados.

Lo hago, y él se mueve de nuevo. Ahora, su polla está entre mis piernas,


y gimoteo, queriendo que esté dentro de mí, no burlándose de mi clítoris
y mis pliegues sensibles. Quiero que me llene, y estoy a punto de suplicar
cuando su boca se cierra sobre mi seno y chupa, sus dientes rozando mi
piel mientras su mano se cierra sobre mi otro seno mientras su mano libre
encuentra mi boca.

Lo atraigo, chupando su pulgar como si le estuviera dando una


mamada, gratificada cuando lo oigo gemir. Quiero que sienta lo mismo
que yo, como si todas las sensaciones maravillosas estuvieran aquí para
nuestro disfrute. Como si fuéramos las dos únicas personas del mundo y
hubiéramos heredado todo el placer.

Grito cuando me mordisquea el pecho, mis dientes rozan su pulgar


mientras él se desliza por mi cuerpo, su barba áspera contra mi piel
mientras me besa el vientre. Mis gritos se convierten en gemidos
desesperados cuando llega a mi núcleo y utiliza la punta de su lengua
para acariciar mi clítoris sin piedad. Intento mover las caderas. Intento
sacudirme contra él. Intento moverme de forma que insista en que su
lengua trabaje más fuerte, más rápido, más profundo.

Pero no puedo hacer nada, sus manos en las caderas me han


inmovilizado en la cama y estoy completamente a su merced mientras
chupa y lame mi sensible clítoris, llevándome cada vez más alto, pero sin
dejarme pasar.

―Por favor. ―Me veo reducida a suplicarle. Suplicándole que me dé lo


que necesito―. Por favor ―vuelvo a decir, esta vez abriendo los ojos
mientras le suplico. La vista es más que erótica. Su cara está entre mis
piernas, sus ojos inclinados hacia arriba para fijarse en los míos mientras
su lengua me toca tan íntimamente… y con tanta pericia.
Empieza a levantar la cabeza, pero yo alargo los brazos, enroscando los
dedos en su pelo y manteniéndolo en su sitio mientras me aprieto contra
él, sabiendo solo que quiero llegar a esa cima y, más aún, que quiero que
Devlin sea quien me lleve hasta ahí.

―Dios, sí ―murmura contra mi piel, el calor de su aliento provoca más


escalofríos. Con la mano que tengo libre, me tiro del pezón mientras me
arqueo y cierro los ojos. Oigo su gemido grave y gimoteo, sabiendo que
me está mirando.

Hasta ahora solo ha utilizado la lengua, pero ahora cambia las manos,
me levanta el trasero con una palma y me mantiene en su sitio mientras
desliza los dedos dentro de mí, curvándolos hasta encontrar ese punto
sensible en lo más profundo.

Yo jadeo y grito.

―Devlin. ―Su nombre es como un conjuro, y exploto, mi núcleo se


aprieta alrededor de sus dedos, mi cuerpo se estremece y todas las
estrellas del cielo parecen caer a mi alrededor.

―Oh, nena ―dice, deslizándose por mi cuerpo para besarme mientras


me derrito bajo él. Lentamente entra en mí, y luego entierra su polla en lo
más profundo con lentos y fáciles empujes que se vuelven más
desesperados a medida que me aferro a su trasero, atrayéndolo más
profundamente, mis caderas se levantan para recibir sus empujones
mientras él me golpea, un maravilloso y salvaje reclamo después de la
ráfaga de deliciosos besos que había sido nuestro calentamiento.

―Sí ―grito, y mis dedos se aferran a su cuerpo mientras lo empujo más


y más profundamente hasta que finalmente siento ese temblor en lo más
profundo de él. Fluye a través de él y dentro de mí, enviando nuevas olas
de placer que me atraviesan mientras grita, vaciándose dentro de mí
mientras yo murmuro “sí, sí, sí” sin estar segura de estar hablando en voz
alta.

Se desploma a mi lado, y yo enrosco mis piernas con él mientras lo miro


a los ojos, queriendo perderme en la forma en que me mira. Como si yo
fuera todo lo que existe en el mundo para él.
Por un momento nos quedamos así, respirando con dificultad.
Entonces veo que la sombra cruza su rostro.

―¿Devlin?

―Cariño, lo siento mucho.

Lucho contra una punzada de miedo.

―¿Lo sientes? ¿Estás loco?

―Nos olvidamos de usar un condón.

―¡Oh! ―Me levanto y sonrío―. Se me olvidó totalmente. Con todo lo


que ha pasado se me olvidó, pero me dejaron un mensaje de voz. La
clínica quiero decir. Totalmente limpia.

―¿Es así?

―Todo negativo. ―Me siento tan realizada como alguien que ha


sacado un sobresaliente en un examen de cálculo con solo una educación
de octavo grado. Teniendo en cuenta la forma en que he vivido mi vida
estos últimos años, apenas merezco haber sacado un sobresaliente en este
examen en particular, y me gusta pensar que es la forma que tiene el
universo de decir que aprueba que Devlin y yo estemos juntos.

Devlin me mira, con picardía en los ojos.

―¿Qué? ―exijo.

―Oh, nada. Solo que tenemos que celebrarlo.

―Señor Saint, si está dispuesto a permitirse más "celebraciones" ―hago


comillas de aire alrededor de la palabra―, entonces no diré en absoluto
que no.

―Me alegro de oírlo ―dice, y chillo cuando me pone de espaldas y se


sienta a horcajadas sobre mí―. Porque contigo, nena, siempre estoy de
humor para celebrar.

Volvemos a hacer el amor, lenta y dulcemente, y cuando los dos


estamos agotados, me acurruco contra él, y entonces salto cuando el
agudo ping de mi teléfono me sobresalta, señalando un mensaje entrante.
―Lo siento. No puedo creer que haya olvidado silenciarlo.

―No puedo creer que sea el primer mensaje de texto que recibes
―dice―. Nos considero afortunados.

―Probablemente sea Brandy preguntando si es seguro volver, o si


estamos teniendo sexo por todo el suelo del salón. O si sigo siendo un
horrible desastre.

―Maldita sea. El suelo del salón. Hemos perdido otra oportunidad.


―Se da la vuelta y se apoya en un codo ―, y me alegro mucho de que no
seas un desastre horrible.

―Gracias a ti.

Me toca ligeramente el labio.

―¿Estás bien?

―¿Estás bromeando? Estoy perfectamente. Ligeramente adolorida


―añado, tomando su mano y deslizándola entre mis muslos―, pero eso
no significa que quiera parar todavía. ¿Vamos por el oro?

―Alguien está cachonda ―bromea, y luego me acaricia ligeramente el


clítoris, haciendo que me recorran chispas eléctricas―. Me gusta.

Mi risa se convierte en un gemido de necesidad y luego en un suspiro


frustrado cuando el teléfono vuelve a dar señales.

―Deberías revisarlo ―dice, y yo lo tomo de mala gana de la mesita de


noche.

El cuadro de mensajes de la pantalla de bloqueo está en blanco, así que


abro el teléfono y me quedo paralizada cuando veo el mensaje, que
decididamente no es de Brandy.

Devlin frunce el ceño al ver mi expresión y toma el teléfono.

―Oh, mierda.

Miro por encima de su hombro, esta vez echando un vistazo más de


cerca al mensaje de texto que simplemente dice:
―¿Por qué confías en él?

Va acompañado de una fotografía en el interior del Hotel Phoenix de


Las Vegas. Lo reconozco, a pesar de que la imagen no es más que una
puerta de hotel abierta, porque en el letrero de la pared junto a la puerta
se lee Suite Sammy Davis con la letra ya conocida.

Es la habitación que compartimos cuando Devlin me llevó a Las Vegas,


y ahora la foto lo muestra saliendo de esa misma habitación con Regina
Taggart del brazo, con la falda ajustada y el brazo de ella entre los suyos.

A mi lado, Devlin escupe una maldición.

―Eso no es lo que parece. Ha sido mi cita en un par de actos, pero no


hemos...

―Lo sé ―digo, interrumpiéndolo―. Apuesto a que Reggie ni siquiera


estaba en Las Vegas contigo hoy, es una foto antigua.

―En realidad, sí estuvo. Voló a última hora de la tarde, pero tienes


razón sobre la foto. Creo que era de justo antes de uno de los banquetes
de premios de la fundación. ¿Cómo demonios lo supiste?

Me encojo de hombros despreocupadamente y luego señalo la imagen


en mi teléfono.

―Tus gafas, por ejemplo. Monturas diferentes, y sus zapatos. Esos


Jimmy Choos están desfasados dos temporadas. ―Levanto la cabeza, lo
miro a los ojos y me encojo de hombros. ―Solo es una de mis habilidades
especiales ―digo―, pero me hace estar segura de que alguien nos está
jodiendo.

―Sí. ―dice―. Definitivamente, alguien lo está haciendo.


Me despierto con la cama vacía y el olor a tocino. Normalmente me
cuesta levantarme por la mañana, pero hoy no. Me revuelvo con ganas y
sigo mi olfato hasta la cocina, y hasta Devlin.

―Iba a cocinar para ti ―digo, sintiéndome ligeramente culpable―. Has


vuelto de Las Vegas para cuidar de mí. Pensé que era lo menos que podía
hacer. ―Me encojo de hombros―. Aunque para ser sincera, soy una
cocinera terrible.

Me sonríe. La barba está más desaliñada que de costumbre porque aún


no se la ha recortado, y tiene el pelo revuelto. No lleva las gafas ni las
lentillas verdes y está muy sexy de una forma desaliñada, de madrugada.

―Estoy feliz de cocinar para ti. Llevo toda la noche deseando hacerlo.

Me rio.

―Sinceramente lo dudo, pero me parece bien ser un espectador. De


hecho, estoy tentada de hacerte una foto y colgarla en Instagram. Excepto
que tendría que recordar cómo usar mi cuenta. ―Soy terrible en el uso de
las redes sociales. Teniendo en cuenta que puedo contar mis amigos
cercanos con una mano, realmente no veo el punto―. Supongo que la
mantendré solo para mí.

Espero que proteste cuando saco mi teléfono y empiezo a hacer una


foto, pero luego me rió cuando realmente hace una pose, señalando con
la cuchara de madera que está usando para remover los huevos revueltos
el delantal que dice “Besa al Chef" que Brandy mantiene colgado en el
interior de la despensa.

―Creo que estás mucho más guapo que Brandy con esa cosa ―le digo.
Lleva los pantalones de vestir que usó ayer y una camisa blanca ahora
arrugada. El atuendo de oficina combinado con el delantal hace una
imagen absolutamente adorable―. Por cierto, ¿está ella aquí? No la oí
volver anoche, pero es posible que estuviera dormida cuando lo hizo.

Devlin sacude la cabeza.

―Si está, aún no ha salido. Ni Brandy, ni Christopher.

Hago un ruido en el fondo de mi garganta.

―Interesante... ―Cierro la aplicación de fotos y reviso mis mensajes,


pero no hay nada de ella―. Es posible que haya enviado un correo
electrónico, pensando que no necesitaba ser molestada por el ping de un
texto.

―Y esa es la razón por la que es tu mejor amiga.

Me rio, pues yo también he pensado lo mismo muchas veces, y,


efectivamente, hay un correo electrónico diciendo que se queda en casa
de Christopher y que no me preocupe, y que me dará todos los detalles
cuando vuelva, pero que eso no va a ocurrir y que debería dejar de pensar
en eso. El final va seguido de un enorme emoji de cara sonriente.

―Aparentemente estamos solo tú y yo ―le digo a Devlin.

―Me alegro por ella. Hacen una linda pareja.

―¿Pero no tan linda como nosotros?

―Oh, definitivamente no.

Me muevo alrededor de la barra y engancho mi brazo alrededor de su


cintura para que podamos tomar un selfie, pero acabo haciéndole hacer el
trabajo duro, ya que sus brazos son más largos, y quiero que el delantal
aparezca en la imagen junto a mí posando para besar su mejilla. Él
protesta, pero hace la foto, y cuando la miro, no puedo evitar una sonrisa.
Está un poco torcida, pero es totalmente bonita.

―Lástima que anoche no nos diéramos cuenta de que no iba a estar


aquí ―dice Devlin―. Nos perdimos el sexo en el salón. Esta mañana
podríamos haber empezado en las encimeras de la cocina, colgando de las
lámparas, ya sabes. Aprovechando al máximo su ausencia.
Sonrío.

―Cállate y termina de hacerme el desayuno.

―Es estupendo verte sonreír ―dice mientras termina los huevos y pasa
el tocino a un plato.

―Ayer fue duro. Tú lo hiciste más fácil, y aunque me entristece, tengo


ganas de trabajar en el artículo.

Me mira, con expresión dudosa.

―En serio. Será bueno trabajar con mis emociones. Creo, espero que,
aunque Peter conocía el riesgo, fue lo suficientemente arrogante como
para creer que El Lobo no le quitaría a mi madre, pero de cualquier
manera estoy aceptando el hecho de que nunca sabré la verdad. ―Me
encojo de hombros―, y que soy un poco como él.

Me estudia, negando lentamente con la cabeza.

―Tú nunca pondrías a nadie en esa situación.

―No, pero coqueteo con el peligro todo el tiempo.

―Ellie...

―Lo hago. ―Inclino la cabeza y le ofrezco una sonrisa―. Coqueteo


contigo, ¿verdad?

Él sonríe.

―En efecto, lo haces. ―Mueve nuestros platos a la barra―. ¿Qué más


averiguaste ayer?

―Nada concreto ―digo―, pero puede que tenga una pista con la que
puedas ayudarme. ―Me sigue mientras salgo de la cocina y me acomodo
en un taburete de la barra―. ¿Sabes si Peter salía con alguien por aquel
entonces?

Hace una pausa, claramente sin esperar esa pregunta.

―Bueno, salía de vez en cuando, si te refieres a eso. Era soltero y solo


tenía cuarenta años, pero no creo que nunca tuviera nada serio con nadie.
―¿Recuerdas a alguien en concreto?

Mueve la cabeza lentamente, como si tratara de recordar.

―La verdad es que no. La verdad es que tenía la intención de pasar su


tiempo libre contigo. ¿Por qué lo preguntas?

Le hablo de la rubia.

―Ortega dijo que era joven. Como, muy joven. Como, si él no sabía si
ella podía beber. ¿Alguna vez lo viste con alguien así? Estoy pensando
que, si puedo localizarla, podría averiguar algo más.

No dice nada, pero tampoco parece que esté pensando. En cambio,


parece sorprendido.

―¿De qué se trata? ¿Tienes una idea? ¿Sabes de quién estoy hablando?

Sacude la cabeza.

―No, no, no. Es que no me parece que Peter saliera con alguien tan
joven. ―Frunce el ceño―. Eso pondría a su novia más o menos en mi
edad. Nunca pensé que Peter fuera de ese tipo. ¿Sabes cuánto tiempo
duró?

Sacudo la cabeza. Luego frunce el ceño cuando lo miro.

―¿Seguro que estás bien?

―Lo siento. Supongo que, al igual que tú, me estoy dando cuenta de
que tampoco conocía a Peter. ―Se zampa los huevos, pero no les da un
bocado―. Escucha, tengo que ocuparme de algunas cosas en el trabajo
hoy. ¿Segura que estás bien?

Ladeo la cabeza.

―Es muy dulce por tu parte querer cuidar de mí las veinticuatro horas
del día, pero estoy bien, ya te dije. Ayer fue duro, pero tengo el beneficio
de los poderes curativos de ti. Sinceramente, me imaginé que hoy tendrías
que volver a Las Vegas.

Niega con la cabeza.


―Me ocupé de lo que necesitaba. El equipo puede encargarse del resto.
―Me pasa la mano por la nuca y me acerca para besarme la frente―. Lo
que necesites, cariño. Siempre que lo necesites. Lo sabes, ¿verdad?

Saca la mano y me inclino hacia atrás para poder verlo.

―Sí ―le aseguro―. Lo hago.

Comemos en silencio durante un momento, y yo termino antes que él.


Me muevo por la encimera para poner el agua a hervir para otra taza de
café, y mientras espero a que se caliente, abro mi teléfono y veo el selfie
que nos hicimos.

―Me gusta esto ―digo―. El delantal que contrasta con tu cicatriz de


súper macho. Qué dicotomía. ―Extiendo mi teléfono como si lo
examinara desde otro ángulo―. Debería ampliarla y enmarcarla.

En la barra, hace un ruido de resoplido.

―Bueno, ahora tengo que hacerlo ―digo―, y por cierto, nunca me


dijiste cómo te la hiciste. La cicatriz, quiero decir. Todo lo que dijiste fue
que era un cuchillo de caza. ¿Qué pasó? Y lo que es más importante, ¿qué
pasó con el otro tipo?

―Me emboscaron durante una misión.

Ladeo la cabeza, observando que lo llamó una misión y no una


operación. Nunca he pasado mucho tiempo cerca de los militares, pero he
visto muchas películas, y creo que esto no fue durante sus días de servicio
regular.

―Te uniste a la inteligencia militar, ¿no?

Su expresión se ensombrece.

―Las habilidades de investigación de Lamar son sólidas. ¿O me


equivoco?

Sacudo la cabeza.

―No te equivocas. Me contó cómo te dieron de baja y lo que


probablemente significaba.
Me pongo rígida, temiendo lo peor, pero él se lo toma con calma. Me
alegro. Técnicamente, Lamar estaba husmeando sobre Ronan, pero ese no
es un tema en el que quiera desviarme ahora.

―Así que tenías una especie de misión de espionaje ―supongo―, y


acabaste en una pelea de cuchillos con el malo.

El humor parpadea en sus ojos.

―Algo así. En cuanto a los cuchillos, fue unilateral.

―¿Estabas desarmado?

―¿Puedes creer que tenía un látigo?

Me rio a carcajadas, segura de que está bromeando.

―No, es cierto. Se me adelantó y créeme si te digo que eso no ocurre a


menudo. Tenía un látigo. Un látigo completo, al estilo de Indiana Jones.
Fue uno de mis momentos más surrealistas, y lo desarmé muy bien.

―Vaya. Me acuesto con un héroe de acción. ¿Cómo era el otro tipo?

―En realidad ―dice despreocupadamente―, tenía peor aspecto.


Mucho peor.

Sonrío, extrañamente encantada por esta extraña historia.

―Bien.

Levanta una ceja, la que está dividida por la cicatriz.

―¿De verdad?

―Una chica quiere que su novio sea malo, o al menos esta chica lo
quiere.

Me estudia tanto que empiezo a ponerme nerviosa.

―Me alegra mucho oírte decir eso.

―¿Por qué demonios tenías un látigo?

Su expresión se vuelve plana.


―Eso es confidencial. Podría decírtelo ―dice―, pero entonces tendría
que matarte.

Me rio a carcajadas, luego soplo mi agua hirviendo para volver a la


barra. Giro un poco su taburete para poder acomodarme entre sus rodillas
y deslizar mis brazos alrededor de su cuello.

―Entonces, ¿me estás diciendo que eres un malote?

Me agarra de las caderas, me acerca aún más y me besa con fuerza. Es


lengua y dientes y calor y lujuria, y cuando se separa estoy respirando con
dificultad y lamentando el hecho de haberle dicho que estaba de acuerdo
con que se fuera a trabajar.

―Nena, más vale que lo creas.

Me rio, disfrutando de la forma en que se burla, aunque una parte de


mí se pregunta si realmente es una burla.

―Tengo que vestirme ―digo―, y tú tienes que ir a trabajar. Porque si


no te vas a trabajar ahora, no estoy segura de que te deje salir de aquí.
―Empiezo a dar la vuelta a la isla―. Ve y báñate, yo haré la cocina.

Él sacude la cabeza

―No―. Los cocineros limpian sus propios desastres.

―¿Lo hacen?

―Pero puedes ayudar, y luego podemos compartir la ducha. Cuidar el


agua. Salvar el planeta.

Sonrío, luego me muerdo el labio inferior anticipando la hora de la


ducha.

―¿Sabes qué? Me parece un muy buen plan.


Devlin se movía con el piloto automático de camino a la oficina, su
frustración crecía y su buen humor se desvanecía mientras pensaba en la
conversación que debía tener con Anna.

Seguramente, no era cierto. Seguramente, estaba equivocado. Seguramente,


estaba elaborando escenarios descabellados en su cabeza.

Lástima que él sabía que no era así.

Devlin no era el tipo de hombre cuyos instintos tienden a estar fuera de


lugar. Si estaba inventando escenarios, era porque probablemente eran
ciertos y él no los había visto.

No le gustaba equivocarse, ¿quién lo hacía? Pero con Devlin, sus


instintos se equivocaban tan raramente que, cuando fallaba en algo, le
chirriaba como las uñas en una pizarra.

Hoy, sin embargo, esperaba haber errado por mucho. Porque si la


historia que había inventado en su cabeza era correcta...

Dejó que el pensamiento se alejara mientras atravesaba la puerta


principal de la Fundación Devlin Saint.

―Buenos días, señor S...

―¿Dónde está Anna?

Los ojos de Paul se abrieron de par en par, pero el joven no titubeó.

―En su escritorio, señor, por lo que sé.

―Gracias ―dijo Devlin, queriendo darse una patada por desquitarse


con su recepcionista―, y buenos días, Paul. Siento ser tan breve. Va a ser
un día muy ocupado.
―Sí, señor. No hay problema, señor.

Siguió caminando, sintiendo los ojos de Paul en su espalda mientras


subía los cuatro tramos de escaleras hasta su despacho. Como Paul había
dicho, Anna estaba en su escritorio, y miró sorprendida cuando él llegó al
rellano.

―¿Subiste caminando? ¿Qué? ¿Te has saltado el entrenamiento de esta


mañana?

―De hecho, lo hice. A mi oficina ―dijo, dirigiéndose a las puertas que


se abrían como por arte de magia para él―. Ahora.

Ella se apresuró a entrar tras él.

―¿Qué pasa? ―Su voz le siguió―. Se supone que estás en Las Vegas.
Algo...

Se acercó a ella.

―¿Te estabas tirando a Peter White?

Ella vaciló, con los ojos muy abiertos.

―¿De qué estás hablando?

No fue una negación, y en lo que respecta a Devlin, eso era respuesta


suficiente.

―Oh, Cristo ―dijo, y luego se frotó los dedos contra la sien para evitar
el comienzo de un dolor de cabeza fuerte.

Por un momento, el único sonido en la habitación fue el silbido


electrónico de las puertas de su oficina al cerrarse. Luego escuchó el
último chasquido de las puertas cerrándose, y fue como si ese sonido
fuera una señal.

―Dime ―exigió mientras Anna negaba con la cabeza.

―Devlin, vamos. ¿De dónde viene esto?

Eso eran dos veces que ella no había negado.

―Hablo en serio ―ella presionó―. Esto sale de la nada.


―El infierno que es. Viniste a Laguna Cortez de camino a Chicago,
rumbo a la universidad. Me entregaste un mensaje. Igual que habías
entregado otros antes. ―Se pasó los dedos por el pelo, recordando cómo
ella había sido la precursora de tan horribles noticias y deseando poder
bloquear el recuerdo de aquellos días. De todo, excepto las dulces horas
con Ellie antes de huir.

―Yo... bueno, sí. ―Su ceño se frunció―. Tu padre me envió, ya lo


sabes.

―¿Cuánto tiempo estuviste aquí antes de decirme lo que mi padre


había ordenado? Para el caso, ¿cuántas veces te demoraste después de
llegar a la ciudad para entregarle otros mensajes a Peter? ―Acentuó la
palabra mensajes, llenándola de significado.

Sus ojos se abrieron de par en par.

―¿Qué importa? Tenía que venir, sabes que no podía decir que no. ¿Y
qué si jugaba con eso a mi favor? Ya sabes qué tipo de vida tenía que
llevar.

Él se pellizcó el puente de la nariz, obligándose a permanecer


concentrado y sin emociones a pesar de su admisión.

―Y esa última vez, estuve aquí por ti, no por Peter ―continuó―.
Podría haberle avisado, ¿verdad? Pero entonces estarías muerto, ¿no?
Porque tu padre habría asumido que tú le advertiste.

―No necesariamente. Podría haber pensado que tú lo hiciste. ―señaló


Devlin―. Sobre todo, si mi padre sabía que te acostabas con el tío de Ellie.

―¿Qué te pasa? ―espetó ella―. Si no te conociera mejor, diría que estás


celoso.

―No estoy de humor para bromas.

―Bien. ―Cruzó los brazos sobre el pecho―. ¿Estás de humor para


pasear por el carril de los recuerdos? Porque no entiendo por qué estamos
hablando de esto. Ni siquiera te diste cuenta de que me acostaba con él
entonces, así que ¿por qué demonios te importa ahora?
―Tienes razón ―dijo―. No lo sabía. ―Hubo unos meses difíciles
después de la única vez que él y Anna durmieron juntos, pero después de
eso, se habían deslizado en una sólida amistad. Aun así, él no se dio
cuenta de que ella estaba acostándose con Peter White. Probablemente
porque estaba tan concentrado en Ellie, y, honestamente, incluso si se dio
cuenta, ¿importaba? Podría haberle dicho algo a Anna debido a la
diferencia de edad, pero al final, no era asunto suyo.

Pero ahora...

―Fuiste vista ―dijo―. Importa porque te vieron.

―Vaya, ¿tú crees? Lo creas o no, me lo imaginé por mi cuenta, teniendo


en cuenta que entraste en la oficina y empezaste a interrogarme. ¿Y qué?

―No seas tonta, Anna. No te conviene. El asesinato de Peter White


vuelve a ser un caso abierto, y ahora no solo Ellie sino también su
detective saben que se acostaba con una chica de la mitad de su edad. Eso
no es bueno.

Apretó los labios, por primera vez parecía un poco regañada.

―No ―dijo―. Eso no es bueno. ¿Pero realmente crees que la policía va


a seguir con el caso? Es tan antiguo, y es tan difícil conseguir una condena
cuando alguien ya cumplió condena por el delito.

―Eso es lo que espero ―admitió―. Que se desvanezca lentamente. No


es que Ellie vaya a presionar el asunto.

―Todavía no puedo creer que se lo hayas contado.

―Solo que maté a su tío. ―Tanto Tamra como Anna sabían que Devlin
mató a Peter, y más recientemente les dijo que le confesó esa verdad a
Ellie. Todavía no había compartido la revelación de que tanto Lamar
como Brandy también lo sabían.

Solo Ronan lo sabía, y por ahora, eso era suficiente.

―Se lo dije a Ellie porque confío en ella ―dijo, mirándola a los ojos―.
No hay mucha gente en la que confíe, ya lo sabes.
Ella asintió, sus manos alisando su falda antes de dar un paso adelante
y tomar sus dos manos entre las suyas.

―Sí, lo sé. No te voy a cuestionar. A mí también me gusta Ellie, pero


me preocupo por ti. Por todo esto ―añadió, mirando alrededor de su
oficina.

―Lo sé.

―Ambos escapamos, Devlin. Tenemos nuevas vidas. Buenas vidas. No


quiero que nada estropee eso.

―Créeme ―dijo―, yo tampoco.

―Entonces, ¿cuánto confías en ella? ―preguntó Anna―. ¿Cuánto más


le vas a contar?

―No lo sé ―dijo él con sinceridad―. ¿Todo? ¿Nada? ¿Algún punto


intermedio?

―¿Puedo darte un consejo no solicitado?

―Adelante.

―Ten cuidado.

La estudió.

―No crees que deba decir nada. ―La idea le irritó. Guardó sus secretos
durante tanto tiempo que sabía que podía seguir haciéndolo
indefinidamente, pero por primera vez, no quería seguir con el statu quo.
Quería que Ellie conociera al hombre completo en el que se convirtió. Un
hombre con secretos y defectos y enemigos mortales. Un hombre con un
código y un propósito que lo impulsaba y lo definía.

Quería que ella lo conociera por completo, porque esa era la única
manera de estar seguro de que ella era realmente suya. Que lo amaba a él
y no al hombre que fabricó a partir de recuerdos del pasado e instantáneas
del presente.

Sin embargo, no le dijo nada de eso a Anna. En lugar de eso, dijo:

―Crees que se escapará.


―No la conozco lo suficiente como para responder a eso, pero sé que
era policía, y sé que estuvo a punto de marcharse después de enterarse de
que mataste a Peter. ¿Cómo se va a sentir cuando sepa que eso fue solo la
punta del iceberg?

―Claro. ―Él tragó―. Bueno, eso es algo que hay que considerar. ―Se
giró y se dirigió a la ventana, y se perdió en la vista del océano. Abrió la
puerta y salió al balcón. Si se giraba hacia el océano, podía distinguir las
piscinas naturales donde besó a Ellie por primera vez, y donde, más
recientemente, le dejó ver al antiguo Alex oculto bajo el rostro del hombre
que era ahora.

Ella era suya de nuevo, maldita sea. De ninguna manera iba a perderla.

Pero si eso significaba que tenía que decirle la verdad o mantener sus
secretos más cerca, realmente no lo sabía.

―¿Devlin?

Se volvió.

―Dile a Tamra que entre. Tengo que empezar a trabajar en el discurso


para la entrega de premios.

―Bien. Claro. ¿Pero no vas a volver a Las Vegas?

―No.

―¿Así que está todo resuelto? ¿Conseguiste cerrar la brecha? Y qué


pasa con...

Levantó una mano.

―Podemos hablar más tarde. Basta con decir que todo está bajo control.
Tengo más información sobre la brecha y Reggie está manejando el resto.

―Pero qué pasa con...

El zumbido del intercomunicador los interrumpió, seguido de la voz de


Tamra.

―¿Señor Saint? Paul me dijo que estaba usted en el edificio. ¿Le


importa que entre?
Pulsó el botón para abrir las puertas, y Tamra entró sosteniendo una
carpeta, con una expresión tensa.

―Siento interrumpir, pero pensé que querrías saberlo. Esto acaba de


llegar por los servicios de mensajería.

Anna echó un vistazo a la impresión mientras la tomaba de Tamra.

―¿Es eso...?

―Es un artículo sobre la muerte de Adrian Kohl ―dijo Devlin,


refiriéndose al hombre con el que había crecido. Un hombre que
recientemente se había posicionado como jefe de una red criminal en el
suroeste―. Parece que tengo que volver a Las Vegas esta noche, después
de todo.
Después de que Devlin se dirige a la oficina, me acomodo en la cama
con el ordenador en el regazo para revisar mis correos electrónicos. Por
alguna razón, no he podido tener mi cuenta de trabajo en el teléfono, así
que abro el portátil y compruebo mi cuenta de The Spall. No hay mucho,
pero un tema me llama la atención enseguida: ¿Quién le disparó a Terrance
Myers? Exclusiva.

Hace poco cubrí la historia de Myers para The Spall Monthly. Asistí a la
rueda de prensa en Los Ángeles después de que el imbécil
multimillonario que capturó y torturó a casi dos docenas de niños, fuera
asesinado tras la decisión de un tribunal de apelación de anular su
condena.

Mi artículo hablaba de la historia de Myers, así como de algunos de los


horrores vividos por sus víctimas, y, por supuesto, informé del asesinato
tras su salida de la cárcel, y de que la policía no tenía ninguna pista sobre
el tirador, que disparó desde una milla de distancia desde el tejado de un
edificio.

Por lo que sé, la policía de Los Ángeles no está cerca de hacer un arresto,
y aunque espero que este correo electrónico no sea más que spam o
clickbait, es mi trabajo mirar. ¿Y a quién quiero engañar? Estoy loca de
curiosidad. Así que abro el correo electrónico, solo para descubrir que
solo hay dos líneas de texto seguidas de esas URLs extrañas sin palabras.
Solo letras y números.

Tengo una exclusiva para ti y The Spall, Ellie Holmes.

Sigue el enlace para encontrar el tirador.


Paso el mouse por encima del enlace, tentada de ir hacer clic, pero eso
sería más que estúpido. Las probabilidades de que haya realmente
información detrás de ese enlace son escasas, y las probabilidades de que
haya un virus o algún tipo de gusano que permita a algún imbécil hackear
mi ordenador son altas.

Pero realmente quiero ver...

Tomo mi teléfono y le marco a Roger en Nueva York, luego golpeo con


el dedo en mi escritorio hasta que se pone al teléfono.

―Hola, chica. ¿Me llamas para ponerme al día con el artículo sobre tu
tío?

―No. Tengo algunas pistas interesantes, pero aún no estoy preparada


para ponerte al día. Pronto escribiré algunas notas y te las enviaré. ―Ese
ha sido nuestro proceso desde que estuve de pasante para él mientras
estaba en la escuela de posgrado, y con este artículo especialmente, creo
que ayudará tener a alguien sin mi apego emocional revisando los hechos
mientras los averiguo.

―¿Qué pasa?

―Puede que tenga un seguimiento del artículo de Myers. ―Le explico


lo del correo electrónico, y luego añado―: No me interesa dañar mi
ordenador. ¿Pagará The Spall un ordenador barato para que pueda seguir
este enlace?

Pienso que puedo reenviar el correo electrónico a una cuenta de Gmail


recién creada para que no esté vinculado a ninguna de mis otras
direcciones de correo electrónico, luego abriré el correo electrónico
reenviado en el ordenador barato. De esta manera, cualquier cosa que
pueda ser un spyware no consigue nada, excepto la información en un
ordenador esencialmente vacío.

―¿Puedes arreglártelas con un presupuesto de trescientos dólares?

―Apuesto a que puedo encontrar algo.


―Entonces lo tienes. Cruza los dedos para que sea algo interesante y
no alguien que intenta hackear tus cuentas bancarias.

―No bromees.

―Además, Corbin iba a llamarte hoy. Aparentemente tiene preguntas


sobre el artículo de la Autoridad de Tránsito de Nueva York. ¿Te importa
si te lo paso ahora?

Dudo, porque en mi libro nunca está bien hablar con Corbin Dailey,
pero no puedo decirle eso a Roger.

―Okey.

Roger se ríe.

―No suenes tan entusiasmada.

Pongo los ojos en blanco. Por supuesto, Roger ya sabe lo que siento por
Corbin.

Estoy en espera durante menos de un minuto, y entonces oigo la voz de


Corbin.

―Oí que estás escribiendo un perfil sobre tu tío. Deberías escribir tú


misma un artículo sobre Saint. Cubrí al hijo de puta una vez cuando daba
un discurso en Nueva York justo después de fundar la DSF.

―Lo recuerdo.

―Sí, bueno, los rumores son del tipo que solo folla. Nunca me imaginé
que fueras de ese tipo.

―Corbin, cariño, no sabes nada sobre el tipo que soy. Aparte del hecho
de que no soy una mujer que va por un tipo como tú, por supuesto.

Oigo que la puerta principal se abre y se cierra, y Brandy entra


sonriendo, luego frunce el ceño y dice:

―¿Quién es?

Le respondo que es Corbin, y le pido que repita las preguntas que me


hizo sobre mis notas del artículo de la autoridad de tránsito, ya que lo
había ignorado por completo.
Una vez que terminó con la alegría de hablar con él, cuelgo y me
apresuro a abrazar a Brandy.

―Muy bien ―le digo―. Derrámalo. Ahora.

―No ha pasado nada, solo queríamos darles espacio.

―¿Nada?

―No ―dice ella―. Incluso durmió en el sofá.

Inclino la cabeza de lado a lado.

―¿Y eso fue algo bueno o malo?

―Probablemente bueno ―dice con una sonrisita traviesa―. La verdad


es que estuvimos los dos en el sofá antes de que me mandara a la cama.

―¿Oh? ―Mi voz se eleva con interés―. ¿Y fue una experiencia en el


sofá con toda la ropa?

Sus mejillas se vuelven carmesí.

―No completamente.

―¡Brandy Bradshaw! Mírate, cuéntame todo.

―Puede que haya extraviado mi blusa ―admite ella.

―¿Y eso estuvo bien? No te sentiste incómoda o...

―Ellie, fue increíble. ―Me aprieta la mano y luego susurra―: Yo fui la


que se quitó la blusa. No hicimos nada y, sinceramente, fue él quien puso
el freno.

―¿Sí?

Ella asiente.

―Me dijo que sabía que yo quería ir despacio y que debíamos parar, y
fue entonces cuando me ofreció el dormitorio.

―Vaya. Puntos para Christopher.

―Definitivamente ―dice ella―. Excepto...


Frunzo el ceño.

―¿Qué? ¿Qué pasa?

―Nada con él ―dice―. Solo que me quedé despierta durante un rato


después. No dejaba de pensar que podría entrar.

―Pero nunca lo hizo.

―No ―dice ella, y luego suspira―. ¿Pero Ellie? Realmente quería que
lo hiciera.

―Parece que él también ―digo.

―Lo sé, y ahora estoy nerviosa.

―Lo sé ―digo, apretando su mano―, y parece que Christopher


también lo entiende. ―Lo que no digo es que yo también estoy nerviosa
por ella. Christopher parece un gran tipo, pero lo que se ve no siempre es
lo que hay bajo la superficie.

Aun así, a veces lo único que puedes hacer es dar un salto de fe.

―¿De qué hablabas con Corbin? ―Brandy pregunta, moviéndose para


sentarse en el borde de mi cama.

Hago lo mismo y le cuento que está cubriendo mis artículos en Nueva


York ahora que estoy en Laguna Cortez, luego la pongo al día de todo lo
demás, aunque resulta que ya sabe lo que pasó ayer en Los Ángeles,
incluida la revelación sobre Peter, El lobo y la muerte de mi madre.

―Lamar me puso al corriente ―dice, como si se disculpara―. Perdona


si estábamos cotilleando a tus espaldas.

―¿Estás bromeando? Sabes que te lo habría contado yo misma si no


hubiera sido un desastre.

―¿Estás mejor? Fue bueno que Devlin estuviera aquí.

―Lo fue, y lo estoy. Ahora mismo, me estoy centrando en otro trabajo


que no sea la historia del tío Peter.

―¿Qué pasa?
―Podría tener una pista sobre el asesinato de Myers.

―Myers. ¿Es ese pedófilo que mató a todos esos niños?

―Sí. ―La pongo al corriente de la extraña URL―. En realidad, debería


llamar a Lamar ahora mismo. Quizá pueda conseguirme un ordenador
barato.

Lamar contesta al primer timbre y le cuento lo que estoy haciendo.

―¿La ciudad todavía vende ordenadores reacondicionados?

―Creo que sí. ¿Ordenador de mesa o portátil?

―Portátil si es barato, pero aceptaré cualquier cosa que pueda


conseguir.

Le digo el presupuesto de The Spall y añado que estaría dispuesta a


aportar unos cientos más si es necesario.

―Me parece bien. Te llamaré luego.

―Gracias. Por cierto, tengo otro texto espeluznante. ―Le oigo hacer un
ruidito en la garganta y me alegro de no poder verle la cara. En cuanto a
indignarse por mí, él y Devlin están definitivamente en el mismo campo.

―¿Qué era?

―Una foto de Devlin y Reggie saliendo de una habitación de hotel en


Las Vegas. El texto sugería que era de anoche, pero no lo era. Es de hace
un par de años.

―¿Y lo sabes porque Devlin te lo dijo?

―Relájate, sé que ahora te gusta.

Se ríe.

―Vamos con la aceptación, ¿de acuerdo? No estoy seguro de conocer al


tipo lo suficiente como para que me guste de verdad, pero en serio, ¿cómo
sabes cuándo se hizo la foto?

También le digo eso, y se ríe de mi análisis de los zapatos, pero no


puede reprochar mi lógica.
―Estoy preocupado por ti ―añade―. Primero, me preocupaba que
Devlin te rompiera el corazón, ya he superado eso. Ahora me preocupa el
panorama general.

―Lo sé. Lo entiendo.

―¿Lo entiendes? Porque Saint tiene secretos. Debe tenerlos.

No respondo. Sobre todo, porque el propio Devlin me lo ha dicho, pero


eso no es algo que me sienta inclinada a compartir con Lamar, que hace
poco que se ha acercado al equipo Devlin.

―Alguien está obsesionado con exponer lo que sea que esté pasando
con ese hombre ―continúa―. Eres una periodista. Saben que tiene un
secreto, y parece que empiezan a ser peligrosos.

―Sí, pero ¿quién?

―No tengo ni idea, y eso es lo que más me asusta.

―A mí también ―admito.

―Envíame el texto ―dice―. Voy a husmear.

―Devlin ya está husmeando.

―Sí, me imaginé que lo haría, pero tenemos diferentes recursos.


Déjame hacerlo.

Le reenvío el texto con la foto de Devlin y Reggie, pero no tengo muchas


esperanzas. En cuanto reconoce que ha recibido el texto por su parte, me
dice que llamará más tarde para hablar del ordenador. Colgamos y me
vuelvo hacia Brandy, que parece tan preocupada como parecía Lamar
hace un momento.

―¿Pensabas contarme algo de eso?

―No me lo estaba guardando...

―Alguien la tiene tomada contigo. ¿Qué dice Devlin de todo esto?

―Él también está preocupado. ―Me encojo de hombros―. ¿Pero qué


puedo hacer? No es que vaya a esconderme bajo un tronco.
Ella hace una mueca, pero no dice nada. Después de un minuto, se
levanta y me dice que tiene hambre. La sigo a la cocina, donde toma uno
de sus asquerosos batidos verdes mientras yo me subo a un taburete de la
barra. Empieza a sorberlo y luego se apoya en la barra, con los ojos
puestos en mí.

―Tengo que visitar algunas de las tiendas de Pacific que tienen mis
bolsas. Luego he pensado en sorprender a Christopher. Hoy está
investigando en la DSF.

―Eso le gustará.

―Sí, pensé en ir a Brewski y traerle un café. ¿Quieres venir? Podrías


sorprender a Devlin.

―No es mala idea ―digo―. Puedes contarme el resto de los detalles


sucios de ti y Christopher mientras caminamos.

―Sí, si realmente hubiéramos trabajado hasta lo sucio, podría. Ese es tu


departamento, ¿recuerdas? ―Ella mueve los ojos mientras sonríe―. ¿Pero
tal vez podrías darme algunos consejos?

Resoplo de risa.

―Brandy, mi ingenua amiga, tienes un gran trato.

Durante el siguiente par de horas, Brandy y yo cotilleamos de tienda en


tienda mientras ella revisa las existencias, retoma los formularios de
pedido y discute los precios, yo me dedico sobre todo a mirar escaparates,
aunque compro dos tontas camisetas, y no es hasta la última parada antes
de llegar a Brewski cuando alguien me reconoce por fin.

O, al menos, alguien me dice que sí.

―Tú eres la que está saliendo con Devlin Saint ―me dice una clienta
de The Escape, que se apresura a acercarse a mí y luego rebusca en su
bolso―. Está muy bueno. ¿Está tan bueno en persona como de lejos?
Habla tan rápido que no podría contestar, aunque quisiera.

―Lo vi una vez en la cuadra, pero cuando llegué ya se había ido. ¿Es
genial tener su foto en todas partes? Seguro que imprimes todas las fotos
de las redes sociales. Las tendría pegadas en mi espejo si fuera tú.

―Mmm ―digo, mientras ella finalmente saca un bolígrafo de su bolso


y me lo tiende―. Toma ―añade―, ¿podrías firmarlo?

Se trata de un sobre de la consulta del dentista con el sello de "Past Due".

―Mmm ―repito, pensando en lo agradecida que estoy de no haberme


enganchado nunca a las redes sociales. Sé que hay publicaciones sobre
Devlin y sobre mí, pero no me doy cuenta, pensando que alguien nos
avisará si las publicaciones se vuelven espeluznantes.

―Oh, por favor ―dice ella―. Te juro que no lo venderé.

Casi me rió, porque pensar que alguien pagaría por mi firma es más
que gracioso. La propietaria, Inez, me llama la atención, ladeando la
cabeza en señal de pregunta. “¿Me deshago de ella?”

Sacudo la cabeza lo justo para que sepa que está bien.

―Sí ―le digo a la mujer―. Claro, firmo.

Lo hago, y ella parece tan ridículamente agradecida que creo que debe
haberme confundido con una estrella de cine.

―Eso fue muy raro ―les digo a Inez y a Brandy cuando la mujer se
apresura a salir, probablemente para ir a poner mi firma en su caja de
seguridad.

―La gente colecciona cosas ―dice Inez encogiéndose de hombros―.


En parte por eso la línea de joyas de tortuga que vendo va tan bien.
―Esboza una sonrisa burlona que llega hasta sus pálidos ojos azules―.
Cuando leí sobre Devlin Saint antes, solía pensar que coleccionaba
mujeres, pero supongo que estaba equivocada. Parece muy contento con
un solo trofeo en su colección.
Hago una falsa reverencia y las tres nos reímos. Me gusta Inez desde
que me salvó el trasero al encontrarme un vestido de cóctel asequible
nada más llegar a Laguna Cortez. Ahora, Brandy y yo la invitamos a
tomar un café con nosotras.

―Lo dejamos para otro día ―promete―. Tengo una pila de papeleo
que revisar. Dirigir un negocio puede ser un dolor de cabeza. Además,
estoy esperando una entrega, pero gracias por la oferta.

―¿Alguna otra parada? ―le pregunto a Brandy cuando estamos de


vuelta en la calle.

―No, a menos que haya algún lugar al que quieras ir.

Me lo pienso, pero sacudo la cabeza. Hay docenas de tiendas bonitas en


la Avenida del Pacífico, pero nos dirigimos hacia la Fundación Devlin
Saint. Lo que significa que, ahora mismo, lo único que se interpone entre
Devlin y yo es una breve pausa para tomar un café.

Afortunadamente, ella está igual de ansiosa por ver a Christopher, así


que renunciamos a sentarnos y charlar en favor de conseguir cafés para
llevar en Brewski y seguir adelante.

Cruzamos la autopista de la costa del Pacífico y luego caminamos la


corta distancia hacia el sur hasta el estacionamiento de la DSF. Estoy a
punto de dirigirme hacia las puertas principales cuando Brandy se
detiene y me pide que me detenga también.

―¿Qué?

―¿Quién es el que está con Anna?

Sigo su línea de visión hacia la playa y me encojo de hombros.

―No tengo ni idea.

―Está bueno ―dice Brandy.

Entrecierro los ojos.

―Puede ser. Están demasiado lejos para saberlo. ―Todo lo que puedo
ver es que tiene el pelo castaño claro y un trasero que llena sus pantalones.
No es un mal comienzo, pero hasta que no sepa más, no lo llamaré sexy.
―De todas formas no parece que a Anna le importe ―dice Brandy
cuando se lo digo―. Parece molesta.

Brandy tiene razón. Anna tiene los brazos cruzados sobre el pecho y la
cabeza ladeada. Creo que podrían estar discutiendo, pero entre el sonido
del océano y el rugido del tráfico detrás de nosotras, no puedo distinguir
ni una sola palabra.

―¿Novio? ―Brandy sugiere, y luego levanta una mano cuando Anna


se gira un poco en nuestra dirección.

Sin embargo, ella no reacciona y Brandy baja la mano.

―No creo que nos haya visto, y en cuanto a quién es, no tengo ni idea.
Podrías preguntarle a Christopher. Quizá él lo sepa.

―Supongo ―dice Brandy mientras se encoge de hombros. Nos damos


la vuelta y sé que no va a preguntar. Me parece bien. Tengo curiosidad en
el momento, pero con quién sale o discute Anna está muy abajo en mi lista
de cosas por las que preocuparme.

―Creo que voy a ver si Christopher quiere dejar de escribir e ir a ver


una película ―dice mientras saludamos a Paul y nos dirigimos al
ascensor.

―Acaba de ver El halcón maltés.

―No, nos besamos durante El Halcón Maltés ―replica ella.

―¿En serio? ―Presiono una mano sobre mi corazón―. Estoy tan


orgullosa.

―Me sentí tan traviesa. Deberías probarlo.

―No tengo ningún problema en sentirme traviesa yo sola, pero no


puedo decir que sea una mala idea. Mírate ―añado con una sonrisa―. Te
estás convirtiendo en una mala influencia.

―¿De verdad? ―Ella echa los hombros hacia atrás―. Nunca he sido la
mala influencia de nadie.

―Ja. Quédate conmigo. Te enseñaré todos los trucos. ―Le doy un


rápido abrazo cuando la puerta del ascensor se abre en el tres, y luego la
veo dirigirse a la sala de investigación antes de seguir en el ascensor hasta
el cuatro. Las puertas se abren y salgo a la zona de recepción para
encontrar a Tracy sentada en el escritorio de Anna.

―¡Hola! Me alegro mucho de verte. ―Me apresuro a acercarme y


acepto el abrazo que me ofrece―. ¿Y? ―continúo mientras nos
separamos―. Un pajarito me dice que las cosas se están calentando en
cierto edificio de condominios en PCH.

―Basta ―dice, pero es evidente que está luchando contra una sonrisa.

―Solo estoy bromeando ―le aseguro―, pero me alegro de que Lamar


y tú hayan congeniado.

―Yo también ―dice, y luego se acomoda de nuevo detrás del


ordenador.

―¿Cubriendo a Anna? ―Tracy es en realidad la becaria de Tamra en el


departamento de relaciones públicas, pero la DSF tiene una plantilla lo
suficientemente reducida como para que tenga sentido que la becaria
cubra la mesa de Devlin cuando Anna no está―. ¿Dónde está?
―pregunto, fingiendo inocencia.

Tracy se encoge de hombros.

―Dijo que tenía que salir un momento. Así que aquí estoy. Él está con
Tamra, pero puedo llamar y hacerle saber que estás aquí.

―No quiero interrumpir. No me espera. Estaré contigo un rato, y si no


está libre pronto le enviaré un mensaje.

―Me parece bien, y, oye, he querido preguntar. Voy a arrastrar a Lamar


a algunos de los eventos del Festival de Otoño. Me encanta mirar las joyas
en las ferias de artesanía. ―Alcanza a mover un pendiente de cobre
colgante―. Los conseguí en una feria callejera en Santa Bárbara justo
después del instituto.

―Olvidé que eso era incluso este mes ―admito. El festival, de varios
días de duración, ofrece música, comida, arte y artesanía. La avenida
Pacific se cierra al tráfico de vehículos y los puestos se alinean en la calle.
Es divertido y siempre atrae a una multitud.
―¿Quieren ir tú y Devlin? Brandy y Christopher también, si quieren.

―No puedo hablar por Devlin, pero me encantaría.

―Fabuloso ―dice ella, con una pequeña palmada―. Podemos


concretar los planes más tarde y...

Se interrumpe cuando las puertas se abren sobre bisagras silenciosas y


Tamra sale, impecablemente vestida, como siempre, con un traje de
pantalón de lino y unas zapatillas Louis Vuitton de esta temporada. Tiene
la cabeza gacha y los ojos fijos en el bloc de notas que está revisando.
Luego levanta la vista y sonríe.

―¿Cómo estás, cariño? Devlin me contó un poco lo de los mensajes,


pero me dijo que lo llevas bien.

―¿Mensajes? ―pregunta Tracy.

Frunzo el ceño.

―Solo un idiota acosándome. Me sorprende que Lamar no te lo dijera.

Tracy se ríe.

―No, no es así.

Sacudo la cabeza.

―No, tienes razón. No me sorprende. ―Lamar nunca compartiría mis


secretos sin permiso―, pero dile que dije que está bien compartirlos.
―No me importa que lo sepa, pero no quiero ser yo quien hable de eso.

―¿Dónde está Anna? ―pregunta Tamra.

―Ella tuvo que salir ―dice Tracy.

La boca de Tamra se curva en un rápido ceño, que desaparece casi tan


rápido como llegó.

―¿Está libre? ―pregunto, señalando con la cabeza las puertas que se


habían cerrado tras ella.
―En el teléfono ―dice Tracy, y miro hacia abajo para ver que la línea
iluminada se oscurece―, pero ahora está libre ―añade. Pone el
intercomunicador―. Ellie está aquí, señor Saint. Le envío...

No tiene la oportunidad de terminar la pregunta, ya que las puertas


comienzan a abrirse de nuevo, aparentemente bajo la orden de Devlin.

Le sonrío a Tamra y a Tracy antes de atravesar el hueco que se abre, y


luego escucho el sutil cambio de tono cuando las puertas cambian de
dirección y comienzan a cerrarse.

Devlin está de pie detrás de su escritorio, y siento que mis músculos se


relajan al verlo. No me había dado cuenta de lo tensa que estaba, como si
en el fondo temiera que no estuviera realmente aquí y no volviera a verlo.

Está mirando algo en su escritorio, pero cuando levanta la vista hacia


mí, todo su comportamiento cambia, su sonrisa ilumina la habitación y va
directa a mi corazón.

―Eres un espectáculo para los ojos adoloridos ―dice mientras me


apresuro a llegar a su lado.

―¿Mal día? ¿Qué pasa?

Él desecha mis palabras.

―Solo una serie de problemas que se extienden desde Nevada como


una telaraña.

―Oh, no. ―Anna me había mencionado los fallos de seguridad el día


que Devlin se fue a Las Vegas, pero me había perdido tanto en mi propio
drama que había olvidado preguntarle a Devlin si necesitaba
desahogarse―. ¿Quieres hablar de ello?

―Eventualmente ―dice―, pero no ahora.

―Estoy aquí cuando me necesites ―le prometo―, pero eso me


recuerda. Estaba revisando mi teléfono en el ascensor y vi esto. ―Busco
mi teléfono en el bolso y me dirijo a la noticia que vi después de dejar a
Brandy―. Un prometedor jefe del crimen metido en el tráfico de drogas
fue asesinado mientras tú estabas ahí. O más tarde, en realidad. Supongo
que habrías estado de vuelta conmigo. De todos modos, su nombre era
Adrian Kohl. ¿Te has enterado?

―Lo hice.

―¿Sabías de él? ¿A través de la fundación, quiero decir?

―La fundación y mi padre. ―Su expresión es tan dura como su voz―.


Tengo que volver a Las Vegas esta noche. ¿Estarás bien? Volveré mañana
por la tarde como muy tarde.

―Estaré bien ―le aseguro, sintiéndome a la vez culpable y especial por


la forma en que dejó Las Vegas para venir a mi lado. Estoy segura de que
espera nuevos residentes en el centro de rehabilitación, víctimas de la
empresa de Kohl. Devlin es muy práctico en el trabajo que hace El
Phoenix, y supongo que quiere saludar a los sobrevivientes que llegan.
Casi le pregunto si puedo acompañarlo y ayudar, pero los voluntarios de
la DSF pasan por un riguroso entrenamiento. Me temo que solo
estorbaría.

Así que en lugar de pedirle acompañarlo, solo le digo:

―Odio que tengas ese tipo de cosas en la cabeza todo el tiempo.

―No todo el tiempo ―dice, mirándome con un calor tan exagerado que
tengo que reírme, aligerando el momento para ambos.

Por otra parte, ¿por qué reírse cuando puedo jugar al juego en su lugar?

―Pobre de ti ―digo, haciendo que mi voz sea baja y sexy―. ¿Tal vez
pueda mejorarlo? ―Me muevo para sentarme en el borde de su escritorio.
Llevo una falda fluida, sandalias de cuero, una blusa de tirantes con
sujetador incorporado y una chaqueta ligera. Me quito las sandalias y me
encojo de hombros para quitarme la chaqueta, empujándola fuera del
escritorio.

Enarca una ceja, la de la cicatriz, y es una mirada tan deliciosamente


sexy que siento que me derrito. Vuelvo a poner las manos sobre su
escritorio y abro las piernas en lo que solo puede interpretarse como una
invitación.
Se acerca y, cuando me arqueo hacia atrás para resaltar mis senos, pone
las manos en mis rodillas y me separa aún más las piernas.

―Nunca pensé que sería un cliché ―dice, mientras desliza una mano
lentamente por el interior de mi muslo, empujando la tela a medida que
avanza―, pero ahora mismo, todo lo que quiero hacer es follarte en mi
escritorio. ―Su voz se reduce a un susurro cuando dice―: ¿Quieres fingir
que eres mi secretaria?

Me retuerzo un poco, mi coño ya palpita mientras abro aún más las


piernas.

―Estás siendo un cliché. ¿Qué tal si yo soy la jefa? Tú puedes ser mi


ayudante. Si consigues el trabajo, claro. Solo contrato a los mejores.
Tendrás que demostrar tu valía, tengo muchos solicitantes para este
puesto.

―Apuesto a que sí. ―Retira sus manos de mis piernas y las coloca en
el escritorio a ambos lados de mis caderas, luego se inclina hacia delante
para que su boca roce mi oreja mientras susurra―: ¿Qué tipo de tareas
conlleva el puesto?

―Bueno, soy una jefa difícil de satisfacer. Si quieres seguir empleado,


vas a tener que trabajar muy, muy duro.

―El trabajo duro no me asusta.

―Y me gusta que mi equipo tenga iniciativa. Si tengo que decirles a mis


subordinados cada cosa que tienen que hacer, eso definitivamente no va
a ganar puntos.

Su ceja se levanta.

―Es bueno saberlo ―dice, sosteniendo mi mirada. Me pone una mano


en el muslo, pero desliza la otra por mi torso hasta que me toca el pecho
a través de la blusa. Utiliza el pulgar para acariciar el pecho, y me muerdo
el labio inferior, esforzándome por no gemir―. Te prometo que me
quieres. Soy el tipo de hombre con el que puedes contar para hacer el
trabajo.
Respiro entrecortadamente cuando me tira de la blusa hacia abajo,
liberando mi pecho. Cierro los ojos y me arqueo hacia atrás mientras me
acaricia el pezón con el pulgar.

―Me tomo muy poco a pecho ―digo, con la voz entrecortada―. Si


quieres impresionarme, tendrás que mostrarme algo más que palabrería.

―Admiro a un patrón que valora la acción por encima de las palabras.


―Me hace rodar el pezón entre dos dedos, y me retuerzo, acercando los
muslos para calmar el dolor que crece en mi interior. Me desafía
colocándose entre mis rodillas y asegurándose de que mis piernas
permanezcan abiertas.

Desliza sus manos por debajo de la falda, con las palmas calientes
contra mi piel, y luego sube lentamente por mis muslos hasta que sus
pulgares llegan a mis bragas. Me muerdo el labio inferior mientras él
acaricia lentamente la suave piel donde mis muslos se unen a mi sexo, y
luego jadeo de sorpresa cuando me acaricia el clítoris a través del fino
algodón.

―Quítamelas. Por favor ―le ruego―. Quítamelas.

―¿Ahora? ―La yema de su pulgar se mueve en un pequeño círculo, la


presión y el movimiento hacen que salten chispas por mi cuerpo―. No
estás preparada.

―Y una mierda ―protesto, y luego jadeo cuando sus dedos se deslizan


por debajo de la tela, acariciando mi entrada y haciéndome desear más.
Mucho más.

―Arquea la espalda ―me pide, y me muevo para que mis brazos estén
detrás de mí y me inclino hacia atrás, con los ojos cerrados mientras sus
dedos siguen jugando y provocando, haciendo que mis caderas se
muevan por sí solas. Estoy muy mojada, con las bragas empapadas, y él
juega conmigo sin piedad, apartando la entrepierna mientras me penetra.

Al mismo tiempo, se inclina hacia adelante y su boca se acerca a mi


pecho. Su lengua baila sobre mi pezón, y cuando me atrae, chupando con
fuerza, lo siento hasta el fondo, y luego jadeo cuando me folla con los
dedos, abandonando las caricias lentas por empujones duros y profundos.
Me agarro a él, loca de deseo. Enloquecida de necesidad. Quiero estar
desnuda bajo él. Quiero sentirlo dentro de mí. Lo quiero todo. Cada
caricia, cada sensación, cada placer. A él.

Pero no puedo encontrar las palabras, y todo lo que puedo decir es:

―Ahora. Por favor, por favor, ahora.

Veo cómo levanta la cabeza y me mira a los ojos, el deseo en su cara es


tan palpable que casi me corro en ese momento.

―¿Sabes cuál es la mejor parte del sexo?

Niego con la cabeza.

―La anticipación ―dice, y entonces, sin previo aviso, se retira, dejando


de tocarme y muy necesitada.
―Oh, Dios, Devlin ―protestó El―. No te detengas. Por favor.

No tenía intención de parar, pero quería este momento. Esta certeza de


que ella era completamente suya.

Su mayor temor, tal vez el único, era perderla de nuevo, pero aquí
estaba ella, suya en todos los sentidos. Era un regalo, y maldito sea si no
lo apreciaba.

―Devlin, por favor. ―Ella se desplazó hasta el borde del escritorio,


buscando su mano―. Al diablo con la anticipación. Te quiero ahora. Mi
entrevista, ¿recuerdas? Y si crees que vas a conseguir el trabajo dejándome
colgada, no eres el hombre para este puesto.

Estaba bromeando, por supuesto, pero no importaba. La tomó de las


manos y la sacó del escritorio, llevándose algunos papeles sueltos que
cayeron al suelo: contratos, informes, ni siquiera le importó. La atrajo
hacia él y le levantó la barbilla.

―Sí ―dijo―. Dime.

Sintió el cambio en el aire entre ellos. La frustración en ella se fundía en


algo oscuro y primario.

―Sí. Lo eres. Eres el único hombre para mí.

―Eres mía.

―Soy tuya, Devlin. ―Sus ojos buscaron su rostro, pero él sabía que ella
no vería sus miedos ahí. Con ella, podía ser vulnerable, es cierto, pero no
ahora. Ahora, solo la quería. La necesitaba. Necesitaba reclamarla y usarla
para ayudar a que su mundo volviera a su eje.
―Quítate la ropa.

Ella dio un paso atrás, deteniéndose al chocar con el borde de su


escritorio.

―¿Qué? ¿Aquí? ¿Ahora?

―Aquí ―dijo él―. Se sentó en la silla de su escritorio y luego la hizo


retroceder un poco, observándola.

Esperaba que protestara, pero cuando se echó hacia atrás y se bajó la


cremallera de la falda, se dio cuenta de que debería haber sabido que
accedería. Después de todo, se trataba de El, y la idea de someterse a él en
su despacho, donde al menos en teoría cualquiera podría entrar, sería un
nuevo tipo de tentación para ella. Una nueva emoción.

Se adaptaba tan bien a él, incluso más de lo que ella sabía. Era tan fuerte,
dispuesta a enfrentarse a sus miedos. A no aceptar ninguna mierda de
nadie, excepto bajo sus propios términos. Era como un relámpago en una
botella, y el simple hecho de saber que él podía tenerla por completo, que
era lo suficientemente poderoso como para obligar a una mujer como ella
y que ella se lo permitiría, lo puso más duro que nunca.

Se quitó la falda de una patada, se levantó la blusa por encima de la


cabeza y la dejó caer sobre su escritorio. Ahora estaba frente a él solo en
bragas. Unas bragas blancas de algodón estilo bikini. Demonios, él nunca
había visto una lencería más sexy.

―Fuera ―dijo él―. Estaba muy duro y necesitó toda su fuerza de


voluntad para permanecer en la silla y no acariciarse mientras la miraba.
En lugar de eso, se aferró al reposabrazos y sus dedos se clavaron en el
cuero mientras su deseo crecía con cada inclinación de la cabeza de ella,
con cada destello de sus ojos.

Ella se quitó las bragas y las arrojó sobre su regazo, enarbolando una
ceja cuando lo miró a los ojos. Él le sostuvo la mirada, luego levantó las
bragas, aún calientes por su cuerpo, y aspiró su aroma.

Oyó el nudo en la garganta de ella cuando dijo:

―Devlin.
―Dime ―dijo él―. Dime lo que quiero oír.

―Soy tuya. ―Inclinó la cabeza―. Y tú también eres mío.

―Lo soy ―dijo él―. ¿Y si quiero que me lo demuestres?

Ella levantó la barbilla.

―Lo que quieras.

Dios, cómo la adoraba. Sabía que lo decía en serio. Sabía que, al igual
que él, se plegaría a cualquier capricho.

―¿Aunque te dijera que salieras al balcón? ¿Incluso si te dijera que


quiero que te quedes desnuda, un objeto de belleza para que cualquiera
lo vea?

Él vio el movimiento de su garganta al tragar. Entonces, ella se acercó a


él, desviándose ligeramente como si fuera a rodear su silla. Él le tomó la
mano al pasar.

―¿Por qué?

―Porque ese es el juego ―dijo ella, y maldita sea, se echó a reír. No se


equivocaba.

Con una sonrisa malvada, se puso de rodillas frente a él, con las manos
en sus piernas. Sus ojos se dirigieron a su polla, y luego lo miró, con una
pregunta clara en sus ojos.

―Podría estar bajo el escritorio. Tú podrías estar atendiendo una


llamada, o podríamos fingir que Anna entró. Demonios, ella podría
entrar, y tu polla estaría dura en mi boca, y tú tendrías que intentar
concentrarte en lo que ella dijera. Lo que necesitabas hacer, para firmar, y
todo el tiempo yo estaría chupando, atrayéndote más y más profundo, y
ella estaría parada justo ahí, sin sospechar nada.

―Cristo, Ellie.

Ella presionó una mano sobre su polla, más fuerte ahora.

―¿Es eso lo que quieres? ―preguntó él.

Ella negó con la cabeza.


―No. ―Su sonrisa era pícara mientras lo acariciaba―. Pero me gusta
la fantasía.

A él también le gustaba, y esa realidad no hacía más que alimentar su


deseo. Se puso de pie, llevándola con él.

―Sobre mi escritorio ―dijo, necesitando reclamarla. Tomarla.

Ella hizo lo que él le pidió, con sus pechos sobre la madera pulida, sus
manos agarrando el lado más lejano. Su trasero justo delante de él, y su
polla... bueno, su polla no podía esperar más.

La obligó a separar las piernas mientras ella murmuraba.

―Sí. ―Deslizó sus dedos dentro de ella, pensando en prepararla, pero


no era necesario. Nunca la había sentido tan resbaladiza, y en ese
momento supo que no podía esperar más.

―Creo que está contratado, señor Saint ―dijo ella, y él se resistió a reír.
En su lugar, enredó sus dedos en su pelo con una mano mientras guiaba
su polla con la otra.

―Dime que quieres esto ―exigió, introduciéndose en su interior. Lo


suficiente para provocarla y hacerla gemir―. Dime que quieres más.

―Sí. ―Sus caderas se movieron en demanda, y él soltó su cabello para


poder sujetar sus caderas y perderse dentro de ella. Un reclamo primario.
Una toma desesperada. Nunca había estado con ninguna mujer en su
oficina, pero con El…

Con ella, quería, necesitaba, todo.

El deseo lo inundó, borrando el pensamiento coherente. Su olor, su


recuerdo. Quería llevarla a todas partes, en todos los sentidos. Más que
eso, la necesitaba.

Movió las manos, deslizando una debajo para poder acariciarle el


clítoris, la otra mano en la parte baja de su espalda mientras se enterraba
dentro de ella, cada golpe lo llevaba más alto, cada uno de sus gemidos
actuaba en él como un afrodisíaco, llevándolo cada vez más cerca del
límite, y cuando ella levantó la cabeza y se giró, sus ojos se encontraron
con los de él, fue como si le hubiera dado una patada al precipicio. Él
explotó dentro de ella, su cuerpo se apretó alrededor del de él mientras se
corrían juntos, sus ojos se fijaron, el tiempo se detuvo, hasta que
lentamente, muy lentamente, el mundo volvió a su eje, y su cuerpo
agotado quedó inerte.

Con un suspiro de satisfacción, ella comenzó a levantarse. Él la ayudó


y luego utilizó un pañuelo de papel del cajón de su escritorio para
limpiarse rápidamente.

―Bueno ―dijo ella, acomodándose en el borde de su escritorio―.


Supongo que estás contratado.

Compartieron una sonrisa antes de que él le diera un beso dulce en la


mejilla.

―Vamos ―dijo él, recogiendo su ropa y llevándola al lavabo.

―Me alegro de que hayas venido ―dijo él cuando ella estaba vestida y
ambos se estaban arreglando la ropa.

Ella le tomó la mano mientras volvían a entrar en la oficina.

―A mí también. ¿Un día ocupado?

―Siempre. ¿Qué tienes en la agenda?

Era la pregunta correcta, obviamente, porque se iluminó.

―Tengo una pista ―dijo―. Una fuente anónima con una pista sobre el
asesinato de Myers. Con suerte, nos llevará a identificar al tirador.

Todo su cuerpo se puso rígido, el placer de los últimos momentos se


vio empujado por una ola de irritación.

Su voz era tan dura como el hielo cuando dijo:

―¿Por qué demonios persigues eso? Conociste a Sue. Hablaste con


Laura. Sabes lo destrozadas que estaban, y Sue fue una de las afortunadas.
El que mató a ese hijo de puta merece una medalla, no una acusación.

―Whoa, whoa, whoa ―dijo ella, su voz tan tensa como la de él―.
Espera un momento. Puede que me importe una mierda que Myers esté
muerto, pero eso no cambia el hecho de que quien lo mató cometió un
crimen. El tirador era un juez y un jurado auto designado, y así no
funcionan las cosas.

―Myers ya había sido condenado y sentenciado ―le recordó―. Fue


liberado en apelación debido a un tecnicismo. No porque fuera inocente.

―Puede que sea así, pero eso no le da al tirador...

Levantó una mano, deseando que estuvieran en la misma página sobre


esto.

―Aguanta. Solo aguanta. ―Sabía que el hecho de haber crecido con un


padre que era jefe de policía y de haber trabajado como policía había
influido en la forma en que Ellie veía el sistema de justicia. Aun así,
deseaba hacerle entender su forma de pensar.

―Entiendo que no estamos de acuerdo ―dijo lentamente, tratando de


ordenar sus pensamientos―, pero con la posición que adoptas, estás
diciendo esencialmente que quien mató a mi padre, quien mató a El Lobo
merece ser procesado. Aunque al matar a esa vil excusa de ser humano,
el tirador salvó cientos, probablemente miles de vidas.

―La gente no puede simplemente asesinar...

―Mi padre fue uno de los criminales más notorios que caminaron por
esta tierra. Me hizo cosas horribles a mí y a todos los que se cruzaron con
él. ―Devlin sintió que la bilis subía a su garganta junto con los recuerdos.
A la fuerza, los empujó hacia abajo, tratando de mantener la voz firme.

―Se desvivía por hacerle daño a la gente ―continuó―, y un día


alguien mató al hijo de puta. Si nos atenemos a las normas que defiendes,
ese alguien merece ir a la cárcel. Posiblemente incluso condenado a
muerte. Por ahí va tu tren de pensamiento. Lo sabes, ¿verdad?

Ella hizo una mueca de dolor, sus palabras obviamente dieron en el


clavo, y él tuvo que preguntarse si ella ya había adivinado la verdad. Si
sabía que fue él quien apretó el gatillo y eliminó a El Lobo casi dos años
después de que se alejara de ella.

¿Lo sabía?

¿Y lo condenaba de verdad?
Con repentina claridad, recordó uno de los últimos mensajes que
recibió. ¿No sabes que te estás tirando a un hombre peligroso?

Una furia fría lo atravesó. No porque las palabras fueran mentira, sino
porque eran ciertas.

Pero no estaba preparado para que ella supiera lo peligroso que era
realmente.

Todavía no.

Tal vez nunca.


Quiero golpear mi cabeza contra la pared en señal de frustración.
Entiendo que vemos las cosas de forma diferente, pero no puedo
comprender por qué le molesta tanto que yo siga la historia de Myers. Sin
embargo, no tengo la oportunidad de preguntar, porque el
intercomunicador zumba y la voz de Anna llena la habitación.

―Siento molestarte, pero tengo que ponerte al día de algunas cosas.

Veo que el músculo de su mandíbula se tensa antes de que pulse el


botón para responder.

―Tradicionalmente, la luz de No Molestar significa no molestar.

―Es una cuestión de tiempo, y podrías considerarlo urgente.

―Dame un minuto. ―Se gira hacia mí―. Lo siento. El trabajo me llama.

―No pasa nada ―digo con desparpajo―, ya me salí con la mía.

Se ríe.

―Sí, definitivamente lo hiciste.

Le agarro la corbata justo por debajo del nudo y tiro de ella hacia abajo,
como si fuera un último beso rápido. En lugar de eso, le pellizco el labio
inferior con los dientes y le susurro.

―Promesa de cosas por venir.

―Por así decirlo ―dice, y tengo que luchar para no reírme.

―Touché.
Me agarra la barbilla y la sujeta con firmeza entre el pulgar y el índice,
un gesto tan dominante que siento el cosquilleo de su intensidad hasta el
fondo.

―Quédate conmigo ―murmura.

―Creo que Anna preferiría que me quitara de encima de los dos para
que puedan trabajar un poco.

―Me refiero a esta noche. Quédate en mi casa, espérame mañana


cuando vuelva de Las Vegas.

Sacudo la cabeza.

―Ambos sabemos que debería quedarme en casa de Brandy. Alguien


nos está vigilando, ya hemos hablado de esto. Es demasiado íntimo si me
quedo en tu casa incluso sin que estés ahí.

Suspira.

―Mi miedo es que siempre haya alguien observándonos.

Frunzo el ceño y empiezo a preguntar a qué se refiere, pero me corta.

―No me hagas caso. Solo estoy frustrado. No me gusta que me vigilen,


y no me gustan las amenazas sutiles, y definitivamente no me gusta
preocuparme por tu seguridad. Mi casa es más segura que la de Brandy.

―Su casa tiene alarma, y te prometo que la activaremos. Estoy armada,


y puedo cuidarme sola.

―No deberías tener que hacerlo, y sin embargo estás en esa posición
por mi culpa.

―No vamos a tener esta conversación.

―Quédate en mi casa ―repite―. Mañana por la noche llevaré a casa


comida para llevar y podremos ver una película.

Cruzo los brazos sobre el pecho y ladeo la cabeza.

―¿Es lo mejor que puedes hacer?


―Ni de lejos ―dice―, pero tendrás que aparecer para descubrir lo
realmente tentadora que es mi oferta.

―Creo que al menos debería recibir una pista ―me burlo―. ¿Algo que
me haga saber cuánto te importa?

―Hmm. ―Una lenta sonrisa se dibuja en sus labios―. ¿Qué puedo


hacer para asegurarme de que estás disponible a mi entera disposición?
―Su mirada me recorre, tan depredadora como la de un lobo―. Algo
para asegurarme de que sabes lo mucho que te deseo. ―Las yemas de sus
dedos recorren ligeramente mi cuello y mis hombros.

―Algo que te atraiga ―continúa, y luego me pasa el pulgar por el labio


inferior. ―Quizá algo como tu propio cajón.

Su expresión es tan juguetona como su voz, y lucho contra una


inesperada burbuja de risa mientras presiono las palmas de las manos
sobre mi corazón.

―¿Cómo, señor Saint, un cajón entero? Supongo que me quieres de


verdad.

Todavía no lo ha dicho en voz alta, y ahora espero oír esas palabras, o


incluso un simple sí, pero todo lo que dice es:

―Bueno, ¿qué te parece?

No debería molestarme, pero la fe no es mi fuerte. Después de todo, me


hizo daño una vez, y una parte oculta y rota de mí me susurra que, con
Devlin Saint, quizá sea mejor que siempre proteja mi corazón.

El rápido doble golpe de Anna en la puerta me hace deslizarme fuera


del escritorio, y estoy de pie junto a Devlin cuando las puertas se abren y
ella entra por el hueco.

―Ellie, lo siento. Cuando llamé por primera vez no me di cuenta de que


estabas aquí, y cuando me di cuenta... ―Se interrumpe, pareciendo más
que un poco avergonzada.

―No es gran cosa, ya le robé bastante tiempo a Devlin.


―No, no. No es mi intención apresurarte. Solo quería que supieras
quién me contactó hoy ―continúa, su atención se desplaza hacia Devlin.

Él frunce el ceño.

―¿Quién?

―Joseph Blackstone.

Veo un leve temblor en sus músculos. Me doy cuenta de que el nombre


le sorprendió y se esfuerza por mantenerse bajo control.

―¿Estás bien?

Anna asiente, pero su rostro está tenso, como si estuviera conteniendo


emociones intensas. Parece incluso más tensa de lo que estaba en la playa,
y me pregunto qué habrá pasado después de que Brandy y yo nos
fuéramos, o tal vez no la he visto muy bien.

―¿Estás segura? ―La preocupación en la voz de Devlin es palpable.

―Sí. De verdad. Estoy bien, solo sorprendida. Ha pasado mucho


tiempo.

Sé que esto no me concierne, pero tengo demasiada curiosidad como


para no preguntar.

―¿Quién es Joseph Blackstone?

Los ojos de Devlin se entrecierran mientras dice:

―¿Conoces las brechas de seguridad que mencioné?

Asiento con la cabeza.

―Bueno, por lo que hemos podido saber, Blackstone ha estado en el


extremo receptor de algunas de las informaciones filtradas.

Frunzo el ceño, procesando eso.

―¿Así que te ha estado robando información?

―Eso no está claro ―dice Devlin.


―Pero alguien lo ha hecho ―añade Anna―, y aunque Joseph no esté
conduciendo ese carro, creemos que está comprando la mercancía.

Miro entre los dos, ahora aún más confundida.

―Entonces, ¿por qué venir a verte?

Ella mira a Devlin cuando responde.

―Ni idea. No parece tener ni idea de que sabemos que se está


beneficiando de las brechas. Dijo que se había enterado de que yo
trabajaba para la DSF y que sería divertido, sus palabras, venir a buscarme
mientras él estaba en el sur de California.

―¿Sabe quién soy?

Ella sacude la cabeza.

―Al menos, no lo creo. Nada de lo que dijo me hizo pensar que lo sabía.

―¿Por qué iba a saberlo? ―pregunto―. Estás hablando de que Devlin


es Alejandro, ¿verdad? ¿El hijo del Lobo? ¿Por qué iba a saber eso?

―Joe es unos diez años mayor que yo ―responde Devlin―, y estaba


ascendiendo rápidamente en la empresa de mi padre más o menos
cuando vine a trabajar con Peter.

―Así que los conocía a los dos. ―Lo digo como una afirmación, pero
Anna asiente con la cabeza en señal de afirmación.

―Sí ―dice con dureza―. Nos conocíamos.

Devlin se acerca a su lado y le toca suavemente el hombro.

―¿Qué más dijo?

―Nada, solo que deberíamos comer algo. ―Ella hace un ruido de


burla―. Como si. Le dije que había dejado atrás todo lo relacionado con
El Lobo cuando me marché, y que no era nada personal, pero que iba a
rechazar su invitación.

Devlin da un paso atrás, obviamente estudiándola, como si buscara


grietas en una muñeca de porcelana.
―¿Y eso fue todo?

―Eso fue todo. ―Se encoge de hombros―. No es... quiero decir, él no


tenía ninguna razón para rastrearme...

―Dile a nuestro equipo que lo vigile ―dice Devlin―. Tal vez realmente
fue una coincidencia. Tal vez quiera acercarse a ti para ver si puede espiar
aún más información sobre nuestras operaciones. ―Me mira, y aunque
probablemente sea mi imaginación, tengo la sensación de que desearía
que no estuviera en la habitación en este momento―. Y tal vez realmente
sabe más de lo que creemos.

―¿Sobre ti? ―Anna sacude la cabeza―. Nadie lo sabe. Nadie podría.

―Por supuesto que podrían ―dice Devlin―. Nadie está nunca


realmente a salvo. Tú creciste igual que yo, Anna. Sabes que esa es la
verdad tan bien como yo.

―Esto es divertido ―dice Tracy mientras miramos los escaparates de


la Avenida del Pacífico―. Gracias por invitarme. ―Me encontré con ella
en el vestíbulo cuando me iba, y decidimos ir juntas a Brewski y luego
mirar los escaparates.

―No hay problema. ―Compruebo mi reloj―. También puedo


ofrecerte una cena, si quieres. Soy un as a la hora de pedir pizza, y
tampoco se me da mal descorchar el vino.

Se ríe.

―De verdad, tienes una habilidad increíble.

―Bueno, no me gusta presumir ―bromeo―. En serio, sin embargo.


¿Quieres acompañarme a casa de Brandy? ¿Podemos alquilar una película
o algo así? Solo puedo ofrecer mi compañía. Al parecer, Brandy tiene una
cita caliente.

Ella arruga la nariz en señal de disculpa.


―Claro ―digo―. Eso me convierte en la que no tiene cita. ―Frunzo el
ceño, y luego recuerdo que tengo una cita con mi ordenador, de todos
modos. Quiero poner en orden todas mis notas sobre Peter esta noche.
Porque mañana espero tener un PC que pueda utilizar para abrir la
espeluznante y anónima URL, y luego suponiendo que realmente haya
una pista en el sitio cambiar de marcha a la historia de Myers.

Me encojo de hombros.

―Bueno, quizá tenga suerte y consiga un poco de sexo telefónico.

Tracy casi escupe su café y, demasiado tarde, se me ocurre que estoy


hablando de tener sexo telefónico con su jefe. No es mi mejor momento.

Sus labios se estrechan y sus ojos se abren un poco mientras intenta no


escupir el sorbo que acaba de tomar.

―Lo siento. Lo siento mucho.

Finalmente consigue tragar y se limpia la boca, con los ojos llenos de


lágrimas de risa.

―Por favor, por favor, no le digas al señor Saint que dijiste eso delante
de mí. Me gustaría mucho poder seguir mirándolo a los ojos.

―Lo prometo ―le digo―. Si me correspondes y prometes no compartir


absolutamente ningún detalle sobre tu cita de esta noche. Lamar es un
muy buen amigo. Hay ciertas imágenes que no necesito en mi cabeza.

Nos estrechamos en el trato, y luego charlamos durante otra manzana


antes de que ella gire a la derecha para cortar en diagonal hacia la PCH y
su condominio, yo sigo recto hacia la sinuosa calle que lleva a los cañones
y a la casa de Brandy.

Pacific Avenue termina en Sunset Parkway, y me detengo lo suficiente


para asegurarme de que tengo la señal de paso. Entonces me bajo de la
acera, justo cuando un Range Rover negro se salta el semáforo y dobla la
esquina a toda velocidad.

Y viene directamente hacia mí.


El tiempo se detiene mientras mi cerebro procesa el peligro, porque,
aunque ya estoy tropezando hacia atrás, mi equilibrio no es sólido y no
hay forma de que me quite.

No veo mi vida pasar ante mis ojos. En su lugar, todo lo que veo es a
Devlin, y todo lo que siento es el apretado pellizco de la pérdida y el
terror. Dejo que mi cuerpo se debilite, tratando de bajar en un rollo para
que tal vez, tal vez, lo esquive, pero no puedo, porque de repente siento
una fuerte presión en el hombro y en el cuello, y me doy cuenta de que
alguien agarró el cuello de mi chaqueta con cremallera y me precipito
hacia él, con la fuerza de la chaqueta presionando mi garganta lo
suficiente como para provocarme arcadas.

Me desplazo hacia atrás, aterrizando con fuerza sobre el cemento, y


luego gimoteo al darme cuenta de que me caen lágrimas de alivio por las
mejillas. Toso al jalar aire y luego aspiro el penetrante olor a goma
quemada del chirrido de los neumáticos del Range Rover al arrancar,
alejándose a toda velocidad de la escena.

Ahora todo se mueve a cámara lenta y me doy cuenta de que busqué


una matrícula, pero el todoterreno no tenía ninguna. Los cristales también
estaban entintados.

―Ellie, ¿estás bien? ¿Puedes levantarte? ―La voz es familiar, pero hay
demasiadas cosas para que mi cabeza las procese, así que me quedo quieta
un momento, sin poder hacer nada más que evaluar la nueva realidad que
se agolpa en mi mente. Eso fue a propósito. Alguien intentó atropellarme a
propósito.

―Ellie.
Ahora lo oigo: la voz de Lamar, y alzo la vista para encontrarlo
arrodillado a mi lado.

―Estás aquí ―digo estúpidamente―. ¿Por qué estás aquí?

―Estaba intentando alcanzarte. ―Me pasa las manos por los brazos―.
¿Estás bien?

Asiento con la cabeza.

―¿Alcanzarme?

―Te compré un ordenador. ―Señala con la cabeza el maletín acolchado


del portátil que hay en la acera de al lado―. Endo iba a darlo a la
beneficencia. Dijo que es tuyo si lo quieres. Me encontré con Tracy y me
dijo que estabas caminando a casa. Fue una suerte que te alcanzara
cuando lo hice.

―Diablos, sí, fue suerte.

Me ayuda a ponerme en pie. Es entonces cuando sintonizo con el


murmullo de las voces y me doy cuenta de la magnitud de la multitud
que nos rodea, muchos de los cuales están sacando fotos con sus teléfonos.
Algunos parecen emocionados como si acabaran de ver un desfile, pero
la mayoría parecen sorprendidos u horrorizados.

―Ese auto no tenía matrícula ―dice una mujer delgada con un


cochecito―. Eso no es legal.

―¿No es legal? ―Puedo oír la incredulidad en la voz del patinador―.


El imbécil intentó atropellarla. ―Me dedica una sonrisa torcida―.
Probablemente alguna mujer enojada porque te estás tirando a Saint y ella
no.

―Idiota ―murmura otra mujer, y me trago un gesto de asentimiento―.


Excepto, por supuesto, que podría tener razón.

―Vamos ―dice Lamar―. Te acompaño a casa.

No me resisto cuando me toma del brazo. Esperamos la señal de paso


mientras la pequeña multitud me adula, y les aseguro que estoy bien.
Compruebo una y otra vez la intersección antes de cruzar finalmente la
calle con Lamar, y luego iniciamos la lenta subida de la colina hacia la casa
de Brandy.

Ya anocheció y la zona está impregnada de un gris nebuloso como el de


una película de los años cuarenta.

―¿Tienes idea de quién era? ―pregunta Lamar.

Niego con la cabeza, pero aun así digo:

―Quienquiera que haya estado enviando los mensajes, supongo. ―Me


paso los dedos por el pelo y le hablo de Joseph Blackstone.

Se detiene junto a una farola cuando llegamos a la curva hacia la casa


de Brandy.

―¿Pero Devlin no cree que Blackstone sepa que es Alejandro López?

―Sí. Hasta donde él sabe, Devlin es solo Devlin Saint para Blackstone.

―Entonces, ¿qué se está filtrando en estas brechas?

―Eso no lo sé ―le digo―, pero la DSF trabaja con las fuerzas del orden
y los grupos de rehabilitación para ayudar a cerrar las empresas
criminales. ¿Quizás esté recibiendo avisos de redadas con antelación?

―Puede ser ―dice Lamar―. La única forma de averiguarlo es


preguntarle a Devlin. ¿Se va a enojar si me dices esto?

Sacudo la cabeza.

―No. Para empezar, me dijo que podía hablar contigo, y no puso


ningún parámetro al respecto, y dos, si era Blackstone en ese auto, estará
encantado con cualquier ayuda que puedas proporcionarle.

―Estoy de acuerdo. Veré lo que puedo averiguar.

―Podría haber sido un conductor ebrio ―digo, con una ilusión


desbocada.

Me mira por encima del hombro, pero ni siquiera se molesta en


responder. Simplemente empieza a caminar de nuevo.
―Lo sé. Lo sé ―digo, poniéndome a su lado―, pero lo más importante
es que no hay indicios de que Blackstone sepa quién es realmente Devlin,
pero quienquiera que esté enviando los textos claramente lo sabe.

―¿Estás segura de que lo saben?

Hago una pausa.

―¿Qué quieres decir?

―Los textos solo dicen que Devlin es peligroso, ¿verdad? ¿Alguno de


ellos sugiere que tiene una identidad secreta?

Vuelvo a pensar, y luego sacudo la cabeza.

―Así que tal vez este Joseph la tiene tomada con Devlin, y tú pareces
una buena forma de llegar a él.

Frunzo el ceño, pero no respondo. Es una teoría interesante.

―¿La llevas?

Niego con la cabeza, señalando la pequeña bandolera en la que tengo


el teléfono, una tarjeta de crédito y uno de cincuenta de emergencia. Le
dije a Devlin que iba armada, pero no me refería técnicamente a ese
momento.

Pone los ojos en blanco.

―Tienes un permiso. Lleva tu maldita arma.

No discuto ya que no estoy en desacuerdo.

Cuando llegamos a la casa, me dirijo al interior y pongo la alarma.


Brandy no siempre se molesta con ella, a menudo la pone solo cuando nos
vamos a la cama. Ahora la quiero permanentemente encendida.

―¿Brandy? ¿Estás en casa?

―¡Ya voy! ―Ella aparece casi simultáneamente con la palabra―. Oye,


iba a quedar con Christopher para tomar algo más tarde, pero...

Se corta, frunciendo el ceño mientras mira entre Lamar y yo.


―¿Qué pasa?

Miro a Lamar.

―¿Podrías ponerla al corriente? Creo que tengo un moretón en el


trasero. Quiero revisarlo.

―Bien, ahora sí que quiero saberlo ―exige Brandy, sus palabras


dirigidas a Lamar mientras me dirijo a mi habitación. Efectivamente, hay
lo que seguramente es un moretón en una mejilla del trasero. Genial, pero,
por lo que veo, esa es mi única herida. Incluso las palmas de las manos
están bien, a pesar de que me duelen un poco. No lo recuerdo
específicamente, pero estoy segura de que debo haberlas usado, y mi
trasero, para detener mi caída.

Cuando vuelvo, traigo mi pistola. En cuanto la dejo en el suelo, Brandy


me abraza.

―¿De verdad estás bien?

―Estoy bien. Lo juro.

―¿Qué dice Devlin?

―Todavía no se lo digo.

Ella hace una mueca.

―Soy nueva en esto de los novios, pero hasta yo sé que estás


rompiendo las reglas al no decírselo.

―Lo sé. No se lo estoy ocultando, pero está en Las Vegas ocupándose


de cosas importantes y no quiero distraerlo. Ustedes están aquí, y yo estoy
a salvo. ―Me doy cuenta de que Brandy está a punto de discutir, así que
levanto una mano―. De verdad. Tiene mierda con la que lidiar. Se lo diré
mañana cuando lo vea. Ahora mismo, solo quiero vino.

―¿Tinto o blanco? ―pregunta Brandy, y yo elijo un Pinot Noir―. ¿Y


tú? ―le pregunta a Lamar, que niega con la cabeza.

―Me olvidé por completo ―le digo, con una disculpa en la voz―.
Tienes una cita. Ve ―le digo―. Estoy bien.
Él estudia mi cara, como si buscara señales ocultas de que estoy a punto
de derrumbarme. Ladeo la cabeza.

―¿En serio? Ya me conoces. No me asusto fácilmente. La casa tiene


alarma y tengo una pistola, y quien haya intentado atropellarme es un
cobarde de todos modos. Cristales entintados. Sin matrícula. No es
alguien que vaya a arriesgarse a ser visto por los vecinos.

―Me quedaré con ella ―dice Brandy, como si nada de lo que digo
significara nada―. Se suponía que iba a salir con Christopher esta noche,
pero tuvo que cancelar.

―Lo siento ―digo―. ¿Qué pasa?

Sacude la cabeza.

―No estoy segura. Dijo que estaba teniendo un mal día. Creo que está
teniendo problemas con el libro, así que, ya sabes, pensé en no molestarlo
por eso.

―Si estás segura ―dice Lamar―. Porque yo también puedo


reorganizar. O puedo hacer que Tracy venga aquí y podamos ver todos
una película. En serio, lo que necesites.

―Lo sé ―digo, acercándome para darle un abrazo―, pero estoy muy


bien. Ahora vete. Brandy y yo haremos cosas de chicas.

Lamar esboza una sonrisa con dientes.

―Oh, cariño, sabes que puedo quedarme para eso.

Pongo los ojos en blanco.

―Vete. Antes de que le cuente a Tracy lo insoportable que puedes ser.

―Me quieres.

―Solo porque soy una idiota.

Me abraza fuertemente.

―Cuídate ―susurra.

―Gracias por salvarme el trasero.


Me besa en la frente, me mira de arriba abajo y se aleja.

―Cuídala ―le dice a Brandy.

―Siempre ―responde ella con un gesto―. Crees que es seguro,


¿verdad? ―pregunta ella una vez que él sale por la puerta y volvemos a
armar el sistema.

―Estamos armadas y bien cerradas con el 911 en marcación rápida.


Estamos bien ―digo mientras nos acomodamos en el sofá―, y no quiero
pensar más en eso, y mucho menos hablar de eso. Mañana, doblaré la
apuesta para averiguar quién es este imbécil. Esta noche, nos relajamos.
¿De acuerdo?

―Claro, no hay problema. ―Se muerde el labio inferior.

―¿Qué?

―¿Está bien si hablamos de Christopher mientras nos relajamos?

―¡Por supuesto! Por cierto, ¿qué conduce él?

Sus ojos se abren de par en par.

―Espera, ¿qué? No crees que...

―¡No, no! ―Me apresuro a tranquilizarla―. Lo siento mucho. No


pensé en cómo sonaría eso. Es que tengo los autos en la cabeza.

Sus hombros se hunden mientras se relaja visiblemente.

―Un Audi ―dice―, y siempre me abre la puerta, lo que me gusta. No


me importa si soy una decepción para las mujeres de todo el mundo.

―A mí también me gusta ―admito―, pero solo porque también puedo


estar encima.

Ella finge estar ofendida por mi crudeza, pero yo la aprovecho como


una transición natural.

―¿Y bien?
Se acerca, toma el vino y se bebe el resto del líquido. Me acomodo,
dándome cuenta de que esto significa que la conversación está a punto de
ser real.

―Hablaron mientras yo estaba con Devlin ―supongo.

Ella asiente, y luego sacude la cabeza.

―Charlamos, y yo quería hablar sobre, bueno, ya sabes, pero no era


exactamente el entorno ideal con todas sus cajas mohosas de investigación
y su parcela molestando. Estaba tan distraído, es decir, totalmente metido
en su cabeza.

―Probablemente es bueno que no hayas sacado el tema. Necesitas un


plato de queso y una botella de vino para ese tipo de charla.

―Exactamente. Iba a hablar con él esta noche, pero... ―Se encoge de


hombros y me mira a los ojos―. En realidad, esto es mejor. Puedes
ayudarme a saber qué decir.

―Para eso estoy aquí. ―Me muevo en el sofá, metiendo una pierna
debajo de mí―. Así que quieres...

―Sí ―dice, después de soltar un profundo suspiro―. Quiero hacerlo.


Es que...

Se queda con un encogimiento de hombros, y luego busca visiblemente


las palabras.

―Bueno, es así. Sabe que he estado dudando, así que no va a presionar.


Excepto que ahora creo que tal vez quiero que presione. ―Se encuentra
con mis ojos, los suyos implorando―. Entonces, ¿cómo hago que empuje?

Intento que mi sonrisa no sea demasiado amplia.

―Me temo que vas a tener que hablar con él.

Ella gime.

―Soy terrible en eso.

―No ―le aseguro―. No lo eres.


Sube las rodillas y se abraza el pecho, imitando mi posición anterior.
Por un momento no dice nada, y luego:

―Estoy nerviosa.

Le quito la copa de vino vacía y la pongo sobre la mesa antes de tomarle


las manos.

―No me sorprende que estés nerviosa, pero tú sabrás si está bien.

―Yo solo... quiero decir que tengo veintiocho años y solo me he


acostado con un hombre. Dos tipos si cuentas al que no recuerdo, que no
recuerdo, y en cuanto a Billy...

Asiento con simpatía cuando se queda sin palabras. El único tipo con el
que se acostó voluntariamente fue un amante terrible que no tenía
paciencia con sus miedos y problemas. No le hizo daño, pero tampoco fue
bueno para ella.

―Vamos, Brandy. Solo tienes que encontrar a la persona adecuada para


ti. Que sea paciente y dulce y que no esté en esto solo por el sexo, sino
porque quiere estar contigo. ―Estudio su rostro, pero solo veo una
mezcla de confusión y terror.

―Oye ―digo, apretando sus dedos―. Christopher parece un gran tipo,


pero no tienes que moverte rápido si no quieres.

―Lo sé, y sí quiero, pero se ha hecho mucho más grande de lo que


realmente es ahora que he esperado tanto tiempo. ―Me ofrece una
sonrisa―. Yo diría que has tenido suerte desde el principio ―me dice―,
pero incluso entre tú y Alex, no ha sido precisamente fácil. Lo tienes de
vuelta, excepto que no es realmente él. Excepto que lo es, y ahora tienes
que lidiar con un raro acosador. Es como si ustedes dos estuvieran
malditos.

―Gracias ―digo secamente.

―Sí, lo sé. Es una mierda, pero no te preocupes. En los cuentos, la chica


siempre gana al príncipe.
Me obligo a sonreír, pero me guardo mis pensamientos, porque,
aunque es bonito que Brandy lo diga, mi vida nunca ha sido nada
parecido a un cuento de hadas.
―¿Llegaron bien mis notas? ―le pregunto a Roger. Aún no es
mediodía, y pasé la mañana organizando mi investigación sobre el
artículo de Peter y poniéndome hielo en el trasero adolorido. Envié un
resumen hace más de una hora y, como no me contestaron, tomé la
iniciativa y decidí acosar a mi jefe.

Normalmente no me molestaría en llamar, pero como pienso centrarme


en la investigación de Myers durante un tiempo, quiero asegurarme de
que está preparado con el proyecto de Peter.

―Los hojeé, pero voy a leer más detenidamente hoy ―me asegura―.
Mientras tanto, ¿tienes un PC?

―Lamar me consiguió un portátil. Voy a crear una cuenta de correo


electrónico y a reenviar esa URL dentro de un rato. Cruza los dedos para
que haya algo ahí y no un enlace porno.

Hago una mueca, porque teniendo en cuenta la creatividad de los


spammers hoy en día, esa es probablemente una posibilidad legítima.

―Cruzo los dedos ―me asegura―, y gracias por hablar con Corbin
ayer. Recibí su artículo esta mañana, e hizo que tu investigación esté
orgullosa.

Gruño y se ríe.

―Debería encerrarlos en una habitación hasta que se traten bien.

―Pero ambos obtenemos mucha satisfacción de nuestra antipatía


mutua.
―No puedo discutir eso ―dice Roger―, y para que conste, te echamos
de menos aquí. O, al menos, yo te echo de menos. Bueno, ―continúa, con
humor en su voz―, echo de menos a Shelby.

―Te das cuenta de que es totalmente injusto que no pueda llamarte


imbécil ya que eres mi jefe.

―Lástima ―dice él―. Deberíamos hablar de elaborar algún tipo de


acuerdo de custodia compartida. Cuando acepté que trabajaras desde la
Costa Oeste, me olvidé de Shelby.

―Eso quisieras. ―Durante los últimos tres años, mantuve a Shelby en


el garaje de su casa, ya que estacionar en Manhattan estaba muy por
encima de mis posibilidades.

―Siempre puedes hacer lo que hizo mi padre ―sugiero. ―Búscate un


Shelby Cobra del 65 que necesite algo de cariño y ponte a trabajar.

Al otro lado de la línea, lo oigo reírse.

―Lástima que no tenga las habilidades particulares de tu padre.

―Ja. Incluso mi padre no tenía ese conjunto de habilidades. O Peter.


Lee las notas. El mecánico no sabía mucho, pero mencionó una novia. No
la he localizado y no tenía ni idea de que Peter saliera con alguien, pero
espero que si hurgo lo suficiente, alguien en la ciudad tenga una pista, y
si resulta que era algo más que una compañera, como si estuviera
traficando o trabajando para El Lobo o algo así, la historia se volverá
mucho más interesante.

―¿Y estás de acuerdo con eso?

―La parte de mi madre me dejó perpleja ―admito―, pero estoy


intentando dar un paso atrás y verlo como una historia. Añadiré las partes
personales cuando lo escriba, pero si quiero mantener la cabeza despejada
mientras investigo, tengo que compartimentar. Tú me enseñaste eso.

―Y aprendiste bien. Estoy orgulloso de ti, chica. ―Hace una pausa―.


¿Cómo van las cosas entre tú y Saint?
Es una transición interesante teniendo en cuenta que mi relación con
Devlin casi hizo que me despidieran y me hizo perder definitivamente un
titular.

―Estamos muy bien ―le aseguro.

―¿No te arrepientes de haberte quedado en Cali?

―Han pasado unos cinco minutos ―le recuerdo―, pero no. No me


arrepiento de nada, y no preveo que lo haga.

―Me alegro por ti, chica. ¿Quieres que me quede en línea mientras
configuras ese ordenador?

―¿Y que me oigas maldecir toda la mierda que saldrá mal cuando
intente configurar una cuenta de correo electrónico? No, gracias. Te
llamaré o te enviaré un correo electrónico más tarde.

Acordamos que ese es el plan, y en cuanto terminamos la llamada,


vuelvo a llenar mi café y me pongo a trabajar. Tengo la casa para mí sola
y estoy bien asegurada. Brandy está en Los Ángeles haciendo cosas en el
distrito de la ropa, pero llamó dos veces. Lamar vino de camino a su turno,
y envió tres mensajes de texto. Devlin, que todavía no sabe lo del Range
Rover, me envió dos mensajes para decirme que está pensando en mí, y
por mucho que quiera a mis amigos, son los mensajes de Devlin los que
más me hacen sonreír.

Como no quiero hacer nada relacionado con el correo electrónico de


Terrance Myers en casa de Brandy ni en su red, me dirijo a Brewski para
poder utilizar su Wi-Fi gratuito. Sé que Brandy y Lamar se van a enojar si
se dan cuenta de que salí, pero no me apetece quedarme encerrada.
Además, tengo a Shelby en lugar de caminar, los asientos en Brewski son
al aire libre y muy públicos, y esta vez tengo mi arma en el bolso.

Todo son racionalizaciones, pero la verdad es que me gusta la idea de


salir y luego volver a casa segura. Porque, en serio, ¿cuándo no he
aprovechado la oportunidad de mostrarle al peligro el dedo medio?

En una hora, tengo el nuevo portátil configurado y conectado a la red


de Brewski. A continuación, creo una nueva dirección de correo
electrónico para Nosey Parker, un nombre que elegí porque Gmail
requiere que pongas un nombre y otros datos de identificación. Que, en
este caso, es absolutamente falso.

La cuenta no tiene ningún vínculo con mi nombre ni con ninguna de


mis contraseñas habituales. Luego, como soy una paranoica de verdad,
creo una segunda cuenta de correo electrónico falsa. A ésta la llamo Tierra
Plana, sin más razón que una absoluta falta de imaginación por mi parte.
Escribo algunos correos electrónicos desde Tierra Plana a Nosey Parker,
y aparecen sin problemas.

Cuando abro mi portátil real, miro a mi alrededor, esperando que la


gente mire con curiosidad a la mujer con dos ordenadores en una
cafetería, pero nadie presta atención. Esa es la ventaja de vivir en un
mundo centrado en la tecnología. Podría tener dos ordenadores, una
tableta, un teléfono móvil y una impresora portátil en esta pequeña mesa
y nadie se inmutaría.

Accedo a mi correo electrónico del trabajo en mi ordenador real, y luego


reenvío el correo anónimo de Terrance Myers a la dirección de Tierra
Plana. Una vez que aparece ahí, lo reenvío a Nosey Parker.

Y entonces, cuando llega a la cuenta de Nosey, por fin hago clic en la


URL y cruzo los dedos mientras espero no haber pasado por todos esos
obstáculos para nada.

La conexión es ridículamente lenta, y golpeo con el dedo


impacientemente sobre la mesa mientras la barra que indica la carga del
sitio se mueve con la velocidad de un caracol por la pantalla

Finalmente, el sitio aparece. Hay un texto sobre un vídeo incrustado,


que está en pausa. Todo lo que puedo ver es una imagen del edificio del
Hastings Bank y la flecha azul en la que tengo que hacer clic para
reproducirlo.

Utilizo el trackpad para colocar el mouse en su sitio mientras leo la


breve nota:

Las imágenes del dron captaron algo interesante. Comprueba la marca de


tiempo. Solo unas horas antes del asesinato de Terrance Myers. Dos figuras
descendiendo en rapel. Prueba antes del evento principal. No dejes que los
cabrones se salgan con la suya. Eso no es justicia, es asesinato.

Lo leo dos veces, y luego, aunque tomo una mesa en la que mi espalda
estará contra la pared exterior de Brewski, compruebo si alguien mira por
encima de mi hombro. Porque esto es grande como la puta madre, y no
hay manera de que pierda una primicia potencial de esta magnitud.

Suponiendo, por supuesto, que el vídeo sea lo que mi misterioso


benefactor dice que es.

Por favor, pienso. Por favor, que sea real.

Tomo aire y hago clic en el botón de reproducción.

Observo, sin aliento, cómo el dron rodea el edificio del banco,


enfocando finalmente a dos figuras que descienden en rappel por el
lateral, tal y como había imaginado que se hacía. Por lo que sabe la policía,
solo hubo una persona que descendió por el edificio en el momento del
asesinato, así que asumo que el remitente tiene razón y que se trata de una
prueba.

El dron se acerca y yo contengo la respiración, tratando de ver las caras.


Incluso pongo el dedo en el trackpad, intentando hacer zoom, como si se
tratara de un mapa o algo así. No puedo, por supuesto, pero si hago una
captura de pantalla...

Pongo en pausa el vídeo el tiempo suficiente para hacerlo, y luego


amplío la imagen, pero está demasiado pixelada. Frustrada, dejo que el
vídeo se reproduzca un poco más. Las dos figuras casi llegaron al suelo.
Están codo con codo, y el ganador llega al suelo solo unos segundos antes
que el perdedor. El dron no está grabando el sonido, pero algo debió hacer
ruido, porque ambos miran hacia arriba.

Sería una toma perfecta para el reconocimiento facial, si no fuera


porque entre la distancia y la poca luz, las imágenes son terribles. Hay
demasiado ruido visual y pixelación, y no tengo la habilidad para
arreglarlo.
Por un momento, me pregunto si alguien lo tiene. Porque seguramente
quien me haya enviado esto lo habrá intentado. Quieren que vea al
tirador, ¿verdad? ¿Significa eso que esto es lo mejor que puede hacer el
vídeo? O suponen que los reporteros tienen poderes mágicos, ya que, en
una película, probablemente tocaría unas cuantas teclas de dirección o
escribiría algún código y obtendría lo que necesito.

Si, claro.

Frunzo el ceño, tratando de pensar en quién conozco con las


habilidades para limpiar esto.

O, corrección, quién podría tener las habilidades para enseñarme a


limpiarlo. No estoy preparada para compartir este vídeo. Está demasiado
caliente, y una filtración podría significar que alguien se me adelantara en
la historia.

Lo que necesito es alguien que tenga un software que pueda utilizar.


Alguien con conocimientos de diseño gráfico o programación informática
o, no sé, un genio de la tecnología.

Desgraciadamente, no tengo ni idea, pero le envío un rápido mensaje a


Roger preguntándole si lo tiene. Seguro que la revista necesitó alguna vez
aumentar la claridad de una imagen.

Su respuesta es tan rápida como desconcertante.

―Tenemos a alguien en la plantilla que solía codificar software de diseño


gráfico. Dice que escribió un código en su día que podría ayudarte, pero no te va
a gustar.

¿No te va a gustar? ¿Está loco?

―¿Estás loco? ―Yo escribo―. ¿Quién?

Esta vez, la respuesta tarda más. Tanto, que casi lo llamo.

―Corbin, dice finalmente―, y accedió a enviarte el software, pero a cambio,


dice que le debes una.
Es como hacer un trato con el diablo, pero si el software de Corbin
funciona, supongo que valdrá la pena.

Roger me dice que pondrá en marcha todos los engranajes y luego pone
a Corbin al teléfono. Me explica que tiene que hacer algunos ajustes para
que yo pueda hacer funcionar el software. En este momento, solo funciona
en su sistema, ya que interactúa con otro software que tiene instalado.
Tendría que compartir el vídeo, y no estoy dispuesta a hacerlo. A su favor,
Corbin no discute. Promete enviarme una lista del software adicional que
necesitaré y llamarme cuando esté listo para que pueda guiarme por las
instrucciones de instalación y uso.

También menciona cada diez segundos, más o menos lo bien que se


siente al saber que estoy en su bolsillo.

Me abstengo de llamarlo imbécil o algo peor. Es una prueba de lo


mucho que quiero esta historia, y creo que, si puedo soportar postrarme
ante mi enemigo jurado, entonces puedo sobrevivir a cualquier cosa.

Pero cuando todo termine y haya pagado mi deuda, ya estoy planeando


un anuncio de página entera en el competidor de The Spall afirmando que
Corbin Dailey es una clase rara de imbécil.

Por otra parte, tal vez sea mejor no hacerlo. Eso solo añadiría una nueva
capa a su ego sobre inflado.

Mi mente sigue dando vueltas a la retórica anti-Corbin cuando entro en


el garaje. Normalmente estaciono en la acera o en la calle, pero, aunque
me preocupa mi propia seguridad, Shelby es mi niña.

Entro por la puerta del garaje que da al lavadero. Dejo mis cosas en la
secadora y luego me apresuro a pasar por la cocina para tomar un
bocadillo. Me muero de hambre, lo cual es irónico teniendo en cuenta que
Brewski tiene comida, pero he estado tan absorta en el trabajo que mi
único sustento ha sido un latte seguido de un interminable chorro de café
negro.

Abro la nevera, tomo un envase de yogur de vainilla, doy un portazo y


grito.

Porque justo detrás de la puerta, donde estaría un monstruo de película


de terror, hay un hombre.

El grito muere en mi garganta cuando me doy cuenta de que es Ronan


Thorne, pero no puedo decir que me sienta aliviada. Puede que Devlin
crea que Ronan no me tiene manía, pero yo sigo sin estar convencida.
Sobre todo, ahora que Devlin está fuera y Ronan está dentro de esta casa
que supuestamente está bien protegida por un sistema de alarma.

―¿Qué demonios estás haciendo aquí? ―exijo, la rabia por su


intromisión enmascara mis nervios desbocados.

―Siento haberte asustado. Devlin me dio el código.

Muerdo una maldición y hago una nota mental para darle a mi novio
el infierno.

―¿Por qué haría eso?

―Quería que revisara cómo estabas ―dice Ronan. ―Y yo quería hablar


contigo.

Se mueve despreocupadamente para apoyarse en la encimera cercana,


pero no hay nada casual en su comportamiento.

Cuando lo conocí, era sonriente y encantador, y pensé que se parecía


un poco a un dios nórdico con su pelo rubio, sus ojos azules y su cuerpo
de Thor. Sigue pareciéndome, pero ahora hay una furia en él. Es como un
dios furioso que tiene la capacidad de destruir el mundo.

Tomo aire y me digo a mí misma que no tengo miedo, pero la verdad


es que sí lo tengo. Puede que Devlin esté convencido de que Ronan no
está detrás de los textos espeluznantes, pero para mí el jurado aún no ha
decidido.
Aun así, siempre se me ha dado bien la cara de póker.

―Bien ―digo, moviéndome para tomar una cuchara y luego dando un


mordisco a mi yogur―. ¿De qué quieres hablar?

―Te dije antes que serías una distracción. Nunca se me ocurrió que
fueras un peligro real.

Me erizo.

―¿De qué demonios estás hablando?

―Devlin me dijo que tienes una pista sobre el tirador de Myers. Un


enlace a una información. ¿Es eso cierto?

―No tenía derecho a decírtelo.

―¿Es cierto?

―¿Cuál es tu interés en ello?

―Me interesa porque Devlin está enojado, y tiene razones para estarlo.

Mi cabeza está nadando.

―¿De qué demonios estás hablando?

―¿Estás tratando de dibujar una diana en tu espalda? ¿Ese bombardeo


de noticias hoy en el sitio web de The Spall sobre las imágenes de vídeo?
¿Sobre tu pista exclusiva sobre la identidad del tirador de Terrance
Myers? ¿Y cómo confías en que podrás limpiar el vídeo para identificar al
tirador?

―¿Qué demonios? No he publicado una noticia... oh, mierda. Roger.

Después de que le hablara por primera vez del correo electrónico,


publicó una pequeña nota en la página web para informar a los lectores
de que The Spall estaba investigando una posible pista sobre el asesinato
de Myers. Hoy, por supuesto, debe haber publicado una actualización
mencionando el vídeo. Es ridículo, ya que todavía no hay ninguna noticia,
pero incluso si no tengo nada, el mero hecho de tener esa nota en la página
web atraerá a los lectores y a los anunciantes. The Spall puede ser una
revista impresa de calidad, pero por orden de Franklin, el sitio web tiene
un sesgo más sensacionalista, supuestamente para que la revista tenga
una mayor ventaja competitiva en el mercado actual. No puedo decir que
lo apruebe, pero también entiendo que la revista necesita ingresos.

―No tenía ni idea ―le digo a Ronan―. Debería haberla tenido


―admito―, pero mi editor publicó ese artículo.

―Bueno, dile que lo quite. No es que importe. El daño ya está hecho.


Nada desaparece de Internet.

En eso tiene razón.

―No puede haber estado vivo tanto tiempo ―señalo―. ¿Cómo te


enteraste?

―Devlin está suscrito a las alertas de texto de The Spall.

Parpadeo, no me lo esperaba.

―¿Por qué?

Por un segundo, Ronan parece desconcertado.

―Porque escribes para la revista, y es importante para ti.

―Oh. ―Trago, y luego doy otro sorbo de yogur para ocultar mi


incomodidad―. Escucha ―digo finalmente―, no me había dado cuenta
de que Roger iba a dirigir la explosión, pero ¿y qué? No es gran cosa. Estoy
escribiendo el artículo y tengo el vídeo. Por no hablar de las grandes
esperanzas que tengo de obtener una imagen clara pronto. Entiendo que
Devlin piense que Myers era un gusano que merecía ser eliminado. ¿Y
sabes qué? No estoy en desacuerdo, pero la gente no puede ir por ahí
como si esto fuera el Salvaje Oeste, y si tengo la oportunidad de usar mi
trabajo para revelarlos, entonces voy a hacerlo.

―¿A riesgo de tu propia seguridad?

―¿De qué estás hablando?

Se pasa los dedos por el pelo.

―Esa noticia deja bastante claro que las imágenes fueron enviadas al
autor de la pieza original. Si es tan condenatoria como crees, ¿no
esperarías que quienquiera que estuviera escalando ese edificio tratara de
obtenerla de ti?

Trago saliva, porque él y Devlin tienen razón, por supuesto. Siempre


he estado dispuesta a correr riesgos con mis reportajes, sacando a los
posibles malos en aras de construir una historia. Nunca me había
molestado porque el peligro nunca me había molestado. Tampoco la
muerte. Lo único que me importaba era perseguir la historia. El resto
podía irse al infierno. De hecho, cuanto más peligroso, mejor.

Pero las cosas han cambiado. Sigo sin entender por qué estoy aquí y mi
familia no, pero esa profunda necesidad de correr riesgos se ha
desvanecido. Quiero quedarme. No quiero dejar esta tierra todavía. No
cuando todavía hay tiempo con Devlin.

―Honestamente, no estaba pensando en eso. ―Ahora que lo pienso,


me pregunto si tal vez el incidente del Range Rover podría estar
relacionado con la historia de Myers y no con los textos espeluznantes.

―Bueno, entonces eres una tonta. ¿El vídeo revela la identidad del
sospechoso?

Me río.

―No. Tengo un vídeo de un dron que está muy pixelado. Tengo un


software que puede ser capaz de sacar una imagen o puede que no.
―Hago una pausa, pensando―. Haré que Roger publique una
actualización diciendo que el vídeo está viciado y que no podemos
identificar al tirador.

―¿Es eso cierto?

Me encojo de hombros.

―Esperemos que no. Si conseguimos una imagen y una historia,


entonces actualizaremos de nuevo, pero quizá así despiste a quien quiera
acosarme.

Asiente lentamente con la cabeza.

―¿Cómo funciona el software?


Recito lo que me explicó Corbin.

―Dijo que el hecho de poder recrear una imagen decente depende de


la calidad del vídeo original.

―¿Y cómo de decente es el vídeo?

―No soy una persona de gráficos, pero a mí me parece muy borroso.


―No le digo que me baso en parte en el ego superinflado de Corbin. No
creo que hubiera ofrecido su software si no creyera que tenemos una
oportunidad decente. El tipo querrá ser el héroe, después de todo.

―Suena como una posibilidad remota.

―Probablemente. Entonces, de nuevo, los informes son todos acerca de


seguir las pistas de tiro largo, pero supongo que Devlin estará encantado
si nunca consigo una imagen clara. ―Hago una mueca―. Creo que quiere
ser el animador personal de quien mató a Myers.

―Estoy con él en eso. Myers era una escoria. Se merecía lo que le pasó.

Solo lo miro. Este hombre duro, este hombre al que Devlin respeta y al
que yo temo. No porque crea que le hará daño a Devlin, sino todo lo
contrario.

Porque no puedo evitar pensar que, pase lo que pase, al final, siempre
elegirá a Devlin. Eso es algo bueno, pero para eso, estoy segura de que
destruiría a cualquiera que crea que se interpone en la seguridad de
Devlin. Incluyéndome a mí.

―Le diré a Devlin que vas a publicar el apéndice del artículo, pero ten
cuidado. Nunca se sabe quién lo ha leído y podría no ver la actualización.
―Asiento con la cabeza, y observo cómo sus rasgos faciales se suavizan―.
Solo queremos que estés a salvo.

Me pongo rígida por la sorpresa.

―¿Queremos? Creía que yo era una distracción.

La comisura de su boca se tuerce.

―Probablemente me equivoqué al decir eso. Nunca he sentido por


nadie lo que Devlin siente por ti, así que no sé exactamente de dónde
viene, pero sí sé que arriesgaría el mundo por ti, y yo siempre le cubriré
la espalda, así que supongo que eso significa que yo también cuido de ti.
Lo quiera o no ―añade, pero con un guiño.

Lo que significa que, incluso cuando se va, todavía no estoy segura de


si se está convirtiendo en un amigo sólido o sigue siendo un enemigo
peligroso.
Está oscuro cuando me despierto bruscamente, sacudida por el sueño.
No estoy segura de lo que me ha despertado, pero cuando miro el reloj y
veo que aún no son las dos, gimo, empiezo a darme la vuelta y veo la
silueta de la puerta oscurecida.

Un grito se apodera de mi voz, detenido solo por el repentino


reconocimiento. Devlin.

Entra en la habitación, un rayo de luz de luna lo ilumina. Respira con


dificultad, sus ojos salvajes me miran. Su pelo cae alrededor de su cara
como una melena, y su barba necesita un recorte. Tiene un aspecto salvaje.
Feroz, y aunque sé que es una ilusión, su cicatriz parece más prominente.

Emite peligro como ondas de radio, y puedo sentir la fuerza de su poder


desde el otro lado de la habitación.

―¿Devlin? ―Me incorporo―. ¿Qué estás haciendo aquí?

―¿Por qué diablos no me lo has dicho?

Apenas tengo tiempo de procesar la pregunta cuando cruza hacia mí


en dos largas zancadas. Me agarra de los brazos y me saca de la cama. Mi
cuerpo reacciona inmediatamente, mis pezones se tensan contra la fina
tela de mi camiseta de tirantes. Mi núcleo palpita cuando los pantalones
cortos de dormir sueltos rozan mi piel desnuda. Está ardiendo de calor y
furia, y he pasado de un sueño profundo a un ansia desesperada tan
rápidamente que estoy un poco mareada.

Sé lo que quiere, por qué está aquí. Está enojado porque no lo llamé
después de que el Range Rover casi me atropellara. Está aterrorizado por
lo que podría haber pasado, y ha traducido ese miedo y esa furia en una
necesidad. De tocarme. Reclamarme. Para demostrarse a sí mismo y a mí
y a todo el maldito mundo que estoy viva y que soy suya y que estoy a
salvo en sus brazos.

Y, Dios mío, yo también lo deseo. Tanto que la piel me arde por la


anticipación y mi respiración llega en jadeos superficiales y tartamudos.

Pero no me toca. Al contrario, me mantiene a distancia, con su mirada


recorriéndome como si no pudiera creer que estoy entera.

Estoy totalmente confundida y excitada, y oigo la desesperación en mi


voz cuando pregunto.

―Devlin, ¿qué estás...?

No consigo formular la pregunta antes de que me atraiga hacia él y su


boca se cierre sobre la mía en un beso que no deja lugar a dudas de que le
pertenezco. Me derrito contra él, perdida en el placer de ser tomada.
Reclamada por este hombre salvaje. Este amante salvaje.

―¿Alguien intenta atropellarte y no me lo dices? ―Sus palabras son


tan contundentes como el beso que interrumpe para forzar la pregunta―.
¿En qué demonios estabas pensando?

―Yo…

―No. ―Me agarra la barbilla con una mano, otro duro beso que me
hace callar mientras su otra mano se desliza por debajo de la banda de
mis bragas y me toma el trasero. Gimo, abriéndome bajo el poder de su
desesperada necesidad. Una desesperación que comparto.

Me pongo de puntillas, mis dedos se deslizan por su pelo mientras


profundizo el beso, nuestros dientes chocan mientras acerco su cabeza,
como si pudiera consumirlo. Sus dedos se deslizan entre mis piernas,
encontrándome resbaladiza y tan, tan preparada. Gimo contra su boca
mientras nuestras lenguas luchan con la misma intensidad que su dedo
me folla, y aunque sus besos demuestran que le pertenezco, sigo
apretando sus dedos, pues mi cuerpo ansía algo más que la liberación que
él puede proporcionarme. Ansío al hombre.

Ansío a Devlin.
―Maldita tonta. ―Su susurro es duro―. Podría haberte perdido.
Podrían haberte matado. ¿Crees que podría soportar si te perdiera de
nuevo?

Sus manos me aprietan los hombros, sujetándome.

―No lo harás ―digo―. No lo hiciste. ―Lo miro a los ojos―. Puedo


cuidar de mí misma.

―¿Crees que no lo sé? ―Me suelta y va a sentarse en el borde de la


cama. Lleva unos pantalones que le abrazan los muslos y acentúan la dura
longitud de su erección. Doy un paso hacia él, con la intención de abordar
su bragueta, pero levanta una mano, ordenándome silenciosamente que
me detenga―. Quítate el top.

Levanto una ceja, pero no protesto. Simplemente me inclino, agarro el


dobladillo y me tiro la camiseta por encima de la cabeza, y luego la dejo
caer en el suelo a mi lado. Mis pezones se tensan casi dolorosamente en
respuesta, y todo mi cuerpo arde por la forma en que me mira de arriba
abajo. No sonríe. Al contrario, nunca lo he visto más serio, y aunque se
trata de Devlin, el hombre al que amo, no puedo evitar sentir una ráfaga
de inquietud que se mezcla con la expectación.

Y, sí, me gusta.

―Los pantalones cortos.

Engancho los pulgares en la banda de mis pantalones cortos y muevo


las caderas hasta que caen al suelo. Entonces miro el bulto de sus
pantalones y, desnuda, doy un paso hacia él. Luego otro. Luego otro.

―Creo que te toca a ti ―digo, esperando que se quite los pantalones o


me invite a bajarle la bragueta. En cambio, dice:

―No.

―¿No?

Se levanta y se acerca a mí. Instintivamente, retrocedo, pero él se acerca


hasta que me aprieta contra la pared. Me atrapa ahí, con su mano en la
garganta.
―Maldita sea, El, ¿crees que podría soportar perderte? ¿Crees que
podría soportarlo?

―Yo…

Corto la palabra, mientras su mano se tensa.

―¿Es esto lo que necesitas? ―Sus labios están cerca de mi oído―.


Peligro. ¿Miedo? ―Tengo que esforzarme por respirar cuando su otra
mano se desliza por mi trasero, y sus dedos se introducen en mi coño
mientras su pulgar roza mi trasero, enviando una ráfaga de placeres
sensuales a mi piel.

Gimo, pero el sonido se silencia cuando él aprieta más. Su lengua me


recorre la oreja antes de susurrar.

―Se acabó el perseguir el peligro. Si quieres peligro, ven a mí. ―Sus


dedos me llenan por completo y me aprieto contra él, comprendiendo su
necesidad de control tanto como yo quiero reclamarlo, rendirme a él.

―¿Quieres jugar duro? Bien. ―En un movimiento salvaje, me suelta


del cuello y me gira, de modo que mis senos desnudos se estrellan contra
la pared. Sus dedos ya no están dentro de mí, y grito de sorpresa cuando
su palma aterriza con fuerza en mi trasero, con un escozor agudo y dulce
a la vez. Me frota la zona y me muerdo el labio inferior. Nadie me había
azotado antes; nunca me había permitido rendirme, pero ahora...

De nuevo, su palma se posa con fuerza y vuelve a frotar el punto


adolorido, pero esta vez me separa las piernas, y sus dedos se dirigen a
mi núcleo resbaladizo antes de volver al cuello, sujetándome. Me
recuerda que, en este momento, él lo es todo para mí. Incluso el aire que
respiro.

―Te gusta eso. ―Es una afirmación, no una pregunta.

Asiento con la cabeza.

―¿Qué te gusta?

―Todo. ―Mi voz es áspera contra la tensión de su agarre―. Tú


―aclaro―. Me gusta lo que haces. Quiero esto. Quiero...
―¿Qué?

―Rendirme ―admito.

―Siempre has tenido el control ―dice―, pero no conmigo. Conmigo,


te rindes. ―Me da la vuelta mientras habla y me levanta. Engancho las
piernas a su espalda y me aferro a sus hombros mientras me penetra.
Cada empujón me golpea la espalda contra la pared, y me acurruco contra
él, sintiendo cómo aumenta la presión entre nosotros mientras él penetra
más y más dentro de mí, reclamándome. Poseyéndome.

―Nunca más ―dice cuando ambos estamos al borde de la explosión―.


Se acabó el mantenerme en la oscuridad. Lo que te hace daño, me hace
daño a mí. ¿Lo entiendes?

―Sí ―digo, y luego, cuando el orgasmo me invade―. Oh, Dios, sí.

Me desgarro, llevándolo conmigo, y pronto él se tambalea de vuelta a


la cama, conmigo todavía aferrada a él hasta que nos separamos al golpear
el colchón, ambos respirando con dificultad. Después de un momento, se
inclina sobre mí para darme un beso suave y dulce.

―No vuelvas a tenerme en la oscuridad.

―No lo haré. Lo siento. Tienes razón. ―Las palabras se me atascan en


la garganta porque son ciertas. Debería haber llamado. Él merece saberlo.
Porque, aunque no lo haya dicho en voz alta, me quiere.

―Lo siento ―repito mientras me pongo encima de él con la mejilla


apoyada en su pecho―. No esperaba que lo descubrieras, aunque debería
haberlo hecho ―añado con ironía―, y no te lo dije porque no quería que
te preocuparas, pero me equivoqué. ―Me alejo para mirarlo a la cara―.
¿Cómo te enteraste?

Su expresión sugiere que he olvidado cómo pensar.

―Había docenas de personas alrededor, todas ellas con teléfonos con


cámara y cuentas en las redes sociales. Solo una persona tuvo que
reconocerte como mi novia, y...

―Mierda. ―Dejé escapar un duro suspiro―. Bien. Soy una idiota, pero
también lo son Lamar y Brandy.
Hace un ruido de gruñido.

―No, ni siquiera. Los dos me dijeron que debía enviarte un mensaje de


texto, pero ninguno pensó en Twitter. ―Hago una mueca y vuelvo a
mirarlo―. Lo siento de verdad.

―Lo sé. ―Cierra los ojos y toma aire antes de mirarme. Cuando
termina, todavía veo el miedo persistente―. Maldita sea, El, no vuelvas a
hacer eso.

―¿Qué casi me atropellen? Créeme. Realmente no está en mi lista.

―¿Tienes alguna idea de quién lo hizo?

―Todo lo que sé es que era un Range Rover negro. ―Inclino la


cabeza―. ¿No es eso lo que conduce Ronan?

Sé que lo es. Lo vi alejarse anoche, reconfortada solo por el hecho de sus


palabras de despedida y por el hecho de que en el sur de California no
puedes lanzar una piedra sin golpear un Range Rover. Eso y la
inquebrantable confianza de Devlin en él.

Aun así...

Me encuentro con los ojos de Devlin.

―Lo tiene, ¿verdad?

―Lo tiene, pero él no...

―Sé que confías en el―interrumpo―, y quiero confiar en él, de verdad,


pero parecía bastante irritado de que estuviera hurgando en la historia de
los Myers, y yo... ―Hago una pausa para ordenar mis pensamientos―. El
caso es que confío en mis instintos. Son sólidos, y son una de mis
herramientas como reportera. Sigue los hechos, pero no ignores el
instinto, ¿verdad? Y hay algo en Ronan que...

―Confía en mí ―interrumpe Devlin―. Escucha tus instintos, pero al


final del día, confía en mí.

―Lo hago. ―Mi voz suena pequeña, y su ceja bisecada se levanta en


respuesta―. Lo hago ―repito―. Sobre casi todo, y en lo que respecta a
Ronan, realmente lo estoy intentando.
Casi sonríe.

―Le pedí que viniera a verte porque estaba irritado por tu


investigación sobre Myers. En ese momento, no me había enterado de que
casi te habían matado o habría dejado todo y habría venido yo mismo.

Me encojo de hombros.

―Bueno, eso fue una gran historia de portada para él, entonces.

Se frota las sienes, claramente frustrado conmigo, y tal vez debería


dejarlo, pero no entiendo por qué no puede ver lo que yo veo.

―Ronan no está cruzado con esto ―me dice―. Confío en él con mi


vida, y yo le confío la tuya también. Eso debería significar algo para ti.

―Lo hace ―le aseguro, pero lo que no digo es que aún temo que su
confianza haya sido mal empleada.

Cuando suspira, sé que entiende lo que no he dicho. Me pongo en


tensión, esperando que continuemos el debate. En cambio, dice:

―Háblame de las imágenes. ¿Has averiguado algo?

Sacudo la cabeza y le explico lo de Corbin y el software.

―Probablemente sea un callejón sin salida. ―Hago una mueca al


encontrarme con sus ojos―. Y tú crees que eso es lo mejor.

―Sí, lo creo.

Suspiro y me siento, con la sábana enrollada alrededor de mí.

―Hoy no estamos en la misma página, ¿verdad?

Me toma la mano.

―Podemos no estar de acuerdo y seguir juntos.

Trago saliva, mi sonrisa se siente un poco aguada mientras lucho contra


las lágrimas.

―Tienes razón. ―Tomo aire y lo suelto lentamente―. De acuerdo.


Convénceme. ¿Por qué estás tan seguro de que Ronan es un buen tipo?
El colchón se inclina cuando él se mueve para sentarse, con su espalda
contra la cabecera.

―¿Además del hecho de que servimos juntos? ¿Que lo he visto trabajar


durante años? ¿Que nos hemos cuidado mutuamente durante una década
y que ha guardado mis secretos sin rechistar?

Me desplomo un poco.

―Bien, lo entiendo. Sigo pensando...

―¿Qué?

―Creo que no le gusto.

Devlin se ríe.

―¿Importa?

―Sí ―digo, sorprendida por lo mucho que lo digo―. Probablemente


es la persona más cercana a ti en el mundo.

―No. ―Me mira directamente―. No lo es.

Mi sonrisa surge sin proponérselo.

―Sabes lo que quiero decir.

―Lo sé, y tendrás que confiar en que le gustas mucho, pero se preocupa
por mí. Sabe que nunca he tenido nada serio con nadie desde que era Alex,
y sabe lo mucho que me rompería si...

Se interrumpe y le tomo la mano.

―No habrá un si.

―No ―dice, con su mirada clavada en la mía―. No lo habrá.

Por un momento, me pierdo en sus ojos. Sería tan fácil dejar esto.
Escapar en el olvido en sus brazos. Tal vez debería, pero en lugar de eso
digo:

―¿Y qué hace Ronan cuando no es embajador de la DSF?

Devlin exhala con un suspiro y un pequeño movimiento de cabeza.


―Te adoro.

La risa brota de mí.

―Eso es bueno, porque yo también te adoro. ―Inclino la cabeza―. ¿Y


bien?

Se mueve un poco, poniéndose más cómodo.

―¿Conoces todas esas películas en las que el tipo misterioso y callado


que trabajaba en seguridad intenta llevar una vida normal y luego le
llaman para salvar el día?

―Claro, esas son mis favoritas. ¿Dices que ese es Ronan?

―Más o menos.

―Consultor de seguridad independiente ―digo―. Así lo llamó una


vez.

―Eso lo resume bastante bien. Protege a políticos y famosos. Investiga


violaciones de seguridad. Habilidades que aprendimos en el servicio.

―Trabajaste en inteligencia, ¿no?

Asiente con la cabeza.

―Ambos lo hicimos.

―Así que él se quedó más o menos en el mismo sector, pero tú te fuiste.


¿Por qué?

―Mi camino fue diferente al de Ronan, pero a los dos nos va bien. No
sé por qué se mete en tu piel, pero tienes que creerme.

―Lo hago ―digo, y no es una mentira porque realmente creo que lo


cree. En cuanto a mí... bueno, el jurado aún no ha decidido.

Sin embargo, ya he terminado con esta conversación. Así que aprieto


mi mano contra su hombro mientras me arrastro hasta su regazo. Lo miro
a los ojos y bajo la voz.

―¿Sabes lo que quiero hacer ahora?


Veo el humor y el calor parpadear en sus ojos verdes.

―Supongo que no es dormir.

―No.

―¿Por qué no me lo dices?

Deslizo mis manos lentamente por su pecho desnudo mientras me


inclino hacia adelante para rozar un suave beso sobre sus labios antes de
llegar a su oreja. Le pellizco el lóbulo y le susurro.

―Me has puesto de humor... para ver una película de acción.

Su risita retumba en mí mientras me aprieta el trasero.

―Eres una provocación.

Me inclino lo suficiente para ver su cara.

―Tal vez ―admito―, pero después de la película, quiero un poco más


de acción propia.
Me despierta un ligero golpe en la puerta. Aturdida, me agarro a la
sábana con una mano y me apoyo en el otro codo mientras miro por
encima del hombro de Devlin.

―Entra ―murmuro.

La puerta se abre de golpe y Brandy asoma la cabeza dentro, abriendo


inmediatamente los ojos.

―¡Oh!

Es entonces cuando me doy cuenta de que ha visto a Devlin, con la


sábana bajada sobre sus caderas, de modo que todo su torso y un poco
más está desnudo. Sigue dormido, con la cara vuelta hacia la puerta.

―Lo siento. Lo siento. ―Brandy gesticula las palabras.

Sacudo la cabeza.

―No te preocupes ―susurro.

―No me di cuenta de que estaba aquí ―susurra.

―Dame dos segundos y saldré.

Brandy asiente y comienza a retroceder, pero es detenida por la voz de


Devlin.

―Buenos días, Brandy.

Me muerdo el labio, reprimiendo una risa mientras su cara se pone


completamente roja.
―Mmm, así que me preguntaba si querías desayunar. Ellie, quiero
decir, pero eso es solo porque no sabía que había dos de ustedes aquí.
¿Quieres que les haga el desayuno a los dos?

Sube la sábana mientras se sienta, obviamente luchando contra una


sonrisa y luciendo tan deliciosamente sexy que Brandy tiene mucha suerte
de que no me abalance sobre él en ese momento.

―No, gracias ―dice, con las comisuras de la boca crispadas―. Me iré


pronto.

―¿De vuelta a Las Vegas? ―le pregunto mientras toma su teléfono de


la mesa auxiliar y empieza a teclear un mensaje. Apenas puedo evitar la
decepción en mi voz, pero sé que tiene trabajo que hacer.

Se queda en silencio un momento mientras teclea un poco más, y luego


vuelve a dejar el teléfono en la mesita de noche.

―En realidad, no. ―Me sonríe―. De hecho, pensaba invitarte a


desayunar. ―Se dirige a Brandy―. ¿Te gustaría acompañarnos?
Suponiendo que Ellie diga que sí.

―¿Estás bromeando? ―le digo―. Estoy diciendo totalmente que sí.


¿Pero no tienes que volver?

―Resulta que hice un excelente trabajo eligiendo a mi equipo. Soy


totalmente redundante.

Inclino la cabeza y hago ademán de mirarlo lascivamente de arriba


abajo.

―Para mí no.

Me aprieta el muslo.

―Entonces, ¿desayuno? ―Vuelve a mirar a Brandy―. ¿Qué dices? ¿Te


unes a nosotros?

―Creo que tres es una multitud ―dice ella.

―Prometo que no habrá travesuras.

―Oh, bueno, eso es decepcionante ―bromea Brandy.


Devlin se ríe.

―Lo siento, yo no soy así.

Le muerdo la esquina de la oreja.

―¿No? Porque he investigado un poco en Internet y hay cosas


interesantes sobre ti y...

Se mueve más rápido de lo que puedo desviar y me atrae hacia él,


consiguiendo de alguna manera mantener la sábana en su sitio para que
Brandy no tenga una vista XXX de ninguno de los dos.

―Brandy ―dice―. Por favor, acompáñanos. Necesito apoyo.

Se ríe.

―Estaba a punto de decirle a Ellie que tenía el tiempo justo para freír
unos huevos antes de salir. Aunque si no te importa, me encantaría un
consejo de negocios. ¿Podría mover mi primera cita...?

Se interrumpe, con una expresión de esperanza.

Devlin me mira.

Me encojo de hombros.

―No me importa. Si quieren hablar de negocios durante el desayuno


mientras yo me aburro como una ostra, es cosa suya.

Se miran el uno al otro, intercambiando una mirada divertida.

―Me parece un plan ―dice Devlin.

―¿Veinte minutos? ―pregunta Brandy―. Eso debería darme


suficiente tiempo para hacer algunos arreglos. ¿Les da tiempo a los dos
para vestirse?

―Perfecto. He pensado que podríamos dar un paseo por la playa


después del desayuno ―añade Devlin―. Lo que significa que ninguno de
los dos tiene que pasar mucho tiempo vistiéndose para el día. ¿Te parece
bien?
Asiento alegremente, y en cuanto Brandy se va, decido perder los tres
primeros minutos de nuestro tiempo asignado por estar a horcajadas
sobre Devlin. Sin embargo, ese plan se va al infierno cuando me toma por
los hombros y me hace chillar mientras me pone de espaldas, con sus
muslos a ambos lados de mis caderas y su polla tan despierta como
nosotros dos.

―No tenemos tiempo para eso ―digo―, pero realmente me gustaría


que lo tuviéramos.

―Solo un adelanto de las atracciones que vienen ―dice, moviéndose


mientras se inclina hacia adelante para besarme de manera que su
erección se burla entre mis muslos, haciéndome desear mucho más de lo
que tenemos tiempo para esta mañana.

―Quizá podamos llegar tarde ―murmuro, tratando de abrir las


piernas.

―Eso sería una grosería ―dice, moviendo sus caderas para que su
polla me acaricie aún más, y pequeños escalofríos me recorren, frustrantes
y tentadores a la vez.

―¿Sería de mala educación? ―le pregunto, haciendo que sus ojos se


arruguen con diversión.

Se inclina más, y su lengua acaricia la curva de mi oreja.

―Más tarde ―susurra.

―Claro que sí, más tarde. Más tarde es cuando vas a pagar, señor.

Me da un ligero beso en los labios y se separa de mí y de la cama.

―Vamos a llegar tarde si no nos damos prisa.

―La venganza ―digo, apuntando con un dedo hacia él―. Pronto.

―Lo estoy deseando. ―Se esfuerza por no reírse, y no lo hace muy


bien―. Disfrutaré de la anticipación.

Entrecierro los ojos y me vuelvo hacia la cómoda, aparentemente para


tomar mi ropa, pero sobre todo para que no vea mi esfuerzo por contener
la risa.
Como solo llevo pantalones cortos, una camiseta sin mangas y una
sudadera ligera, no tardo nada en prepararme. Devlin tarda un poco más,
ya que vino con ropa de trabajo, pero tiene una bolsa de deporte en el
auto, y mientras sale corriendo por ella, me recojo el pelo en una coleta
descuidada y me pongo crema solar, y ese es el total de mi aseo del día.

Pronto bajamos los tres juntos la colina, con Jake galopando delante de
nosotros con su correa. Resulta que la segunda cita de Brandy tuvo que
ser cancelada, así que tiene noventa minutos completos antes de tener que
estar en cualquier sitio. Tomamos una mesa en el Omelet Tree, uno de los
restaurantes del lado del océano de la PCH con una enorme terraza, una
política que admite mascotas y una vista increíble. Mientras Devlin y yo
tomamos largos tragos de café, Brandy sorbe té de manzanilla y Jake cruje
un hueso de perro, cortesía del restaurante.

A pesar del nombre, el restaurante es famoso por sus tortitas. Brandy y


yo pedimos una de plátano, pero Devlin opta por una de pan de jengibre.
Mientras comemos, él y Brandy hablan de cómo aumentar no solo sus
ventas, sino también su visibilidad y presencia pública.

―Realmente quiero hacer algo como lo que tú haces ―dice ella―.


Apoyar algo en lo que creo. Devolver algo, ¿sabes? Pero sigo pensando en
obtener beneficios. Empecé BB Bags con poco dinero, y me sorprende que
le vaya bien, pero así es.

―Eso es porque has trabajado duro, y está dando sus frutos. No hay
nada malo en querer obtener beneficios ―dice Devlin―. Estás dirigiendo
un negocio, y cuanto mejor lo dirijas, más dinero ganarás, y no solo podrás
expandirte y prosperar, sino que podrás apoyar las causas en las que
crees.

Escucho cómo discuten las posibilidades, esbozando lo que Brandy


quiere lograr y las organizaciones benéficas que quiere apoyar y
promover. También plantean la posibilidad de que Brandy lance ella
misma un brazo sin ánimo de lucro. Devlin lanza algunos conceptos más,
pero sobre todo promete pensar en ello y volver a hablar con ella con
algunas ideas concretas que puedan discutir.
―Te lo agradezco mucho ―le dice Brandy―. Sobre todo sabiendo lo
ocupado que estás. Realmente significa mucho para mí.

―Me alegro de hacerlo. ―Comprueba su reloj―. Si quieres quedar


cuando termines el trabajo, podemos profundizar.

―¿Podemos esperar un día o dos? ―Me mira―. No quiero interrumpir


tus planes, y, para ser honesta, creo que necesito un día para procesar.

―Solo di cuándo ―dice Devlin―. Te prometo que haré el tiempo.

―Gracias. Ahora mismo tengo la cabeza tan llena que va a ser difícil
concentrarse en las reuniones de hoy. Además, hace un día precioso y me
da envidia que ustedes vayan a la playa mientras yo me voy a Los
Ángeles.

―No, no lo haces ―le digo―. Te encanta lo que haces, y estoy


increíblemente orgullosa de ti. Estás construyendo algo verdaderamente
fabuloso.

Llega la cuenta y Brandy deja su parte, o lo intenta. Devlin la rechaza


diciendo que puede devolverla horneando unos muffins para que los
congele en su casa.

Le da un beso en la mejilla para despedirse y, después de que ella y yo


nos abracemos, Brandy vuelve a subir la colina para tomar muestras y su
auto. Mientras tanto, Devlin y yo nos quedamos con Jake, que se ha
instalado en una siesta debajo de la mesa, moviendo las patas como si
soñara con perseguir conejos.

Aunque perseguir conejos de verdad está fuera de lugar, un juego de


atraparlos parece un buen plan. Así que, mientras Jake y yo miramos las
olas, Devlin cruza la calle hasta la tienda de la esquina. Como está cerca
de la playa, también vende toda la parafernalia que un turista podría
desear. Puedo dar fe de ello, ya que no hace mucho entré a comprar un
par de sandalias después de haber salido a correr descalza, impulsada por
el shock de saber que Devlin Saint era el chico que solía amar.

Pronto, Devlin aparece con un frisbee, y en cuanto lo saca de la bolsa,


Jake se vuelve loco. Tira de la correa y prácticamente me tira de los pies
mientras salta por la zona de hierba hacia la playa de arena. Le hago un
gesto a Devlin para que controle al perro loco, pero se ríe demasiado como
para serme útil.

Por fin llegamos al oleaje y a la zona de arena donde los perros bien
educados pueden estar sin correa durante la temporada baja. Parece que
Jake ha olvidado el frisbee, porque se pasa cinco minutos persiguiendo la
espuma del mar mientras yo recupero el aliento. Me apoyo en Devlin, con
la espalda pegada a su pecho y sus brazos apretados contra mis costillas.

―Me ayudaste mucho ―bromeo.

―Ustedes dos estaban creando un vínculo ―replica él―. ¿Cómo iba a


interrumpir?

Inclino la cabeza hacia atrás, solo porque quiero verlo.

―Hola.

―Hola. ―Se inclina hacia mí y me besa. Un beso rápido que pronto se


vuelve acalorado, hasta que doy vueltas en sus brazos, con los míos
subiendo para rodear su cuello. La playa está casi vacía esta mañana, y
me pierdo en su aroma y en el dulce aire del océano.

Empiezo a derretirme y, de hecho, empiezo a lamentar que no hayamos


vuelto a la casa, pero me enfrío rápidamente cuando, de repente y sin
contemplaciones, nos llueven las gotas. Chillo y doy un salto hacia atrás,
para darme cuenta de que nos está rociando un Jake completamente
empapado, que ahora se sacude para secarse a nuestro lado.

Me encuentro con los ojos de Devlin y ambos nos echamos a reír.

―Perro loco ―digo, arrodillándome en la arena para frotarle las


orejas―. ¿Estás listo para el frisbee?

Se levanta de inmediato y Devlin lanza el disco, enviándolo en paralelo


al agua. Jake salta tras él, para deleite de dos niñas que construyen un
castillo de arena. Devlin y yo nos quitamos las sandalias y las sujetamos
por las correas mientras salimos tras él, chapoteando en las olas cuando
nos encontramos con Jake volviendo, con su frisbee-presa sostenido con
orgullo en sus mandíbulas.
―Buen chico ―dice Devlin, tomando el frisbee, y luego frotando el
cuello de Jake―. ¿Quieres ir otra vez?

El perro prácticamente salta de alegría, y Devlin vuelve a hacer volar el


juguete. Paseamos en esa dirección, de la mano, hasta que me detengo,
dándome cuenta de repente de dónde estamos.

Laguna Cortez está enclavada en las colinas y, como tal, tenemos playas
tanto de arena como de roca. Las playas del extremo norte de la ciudad
tienden a ser más rocosas al acercarse a las colinas y a los acantilados que
se convierten en arrecifes que son estupendos para los buceadores y
terribles para los bañistas y los nadadores.

Ahí es donde está la casa del tío Peter, aunque ya no es suya, por
supuesto. Una casa en el lado de la playa de la autopista de la costa
escondida cerca de un afloramiento rocoso que se eleva hacia un
acantilado ahora coronado por condominios. La casa es enorme y
moderna, con muchos cristales en el lado del océano, mientras que las
paredes orientadas hacia el interior son en su mayoría sólidas, tanto por
diseño como por privacidad.

Jake corre hacia ella, pero yo me detengo en seco.

―No he caminado por aquí desde que regresé ―le digo a Devlin―.
Cada vez que vengo a la playa desde la Avenida del Pacífico, giro hacia
el sur. ―Me encojo de hombros―. Es solo la forma en que me atrae. A ti,
supongo ―añado con una sonrisa. La DSF está a un corto paseo hacia el
sur, y aunque es cierto que siempre me dirigiré hacia Devlin, ambos
sabemos que no es el piloto automático el que me aleja de la casa de Peter.
Es la pérdida.

Devlin me toma la mano y luego utiliza los dedos de la otra para silbar
a Jake, llamándolo.

―No, está bien ―digo―. De verdad.

―No suena bien.

―Solo melancolía. ¿Puedes culparme?


―En absoluto. ―Asiente con la cabeza hacia ella―. Quienquiera que
sea el dueño ahora lo ha mantenido perfectamente. ¿Quieres acercarte?

Sacudo la cabeza.

―Hoy no.

―Lo que necesites, cariño. Cuando lo necesites. Solo tienes que


decírmelo.

Le dirijo una sonrisa.

―Lo sé. ―Suspiro―. ¿Es raro que, aun sabiendo todo lo que sé de
Peter, lo siga echando muchísimo de menos?

―Oh, cariño. No. Por supuesto que no.

―Esos años viviendo en esa casa con él y antes, cuando iba ahí después
del colegio antes de que muriera mi padre, quiero decir, crecí ahí. Crecí
con él. Eché de menos mi casa después de la muerte de papá, pero este
lugar se convirtió en mi hogar. Era mi santuario. ―Fue donde te conocí
―añado, encontrándome con sus ojos―, y tú también fuiste mi santuario.

―El...

―Lo eras ―digo―. Aunque te hayas ido, y pensé que Peter también lo
era, pero no lo era. No realmente.

―¿No lo era?

Es una pregunta seria, y lo pienso. Porque Devlin -Alex- era realmente


mi eje, y lo sigue siendo, aunque me haya hecho daño hace tantos años.
Porque entiendo por qué, y porque puedo vivir con las razones.

Con Peter, no puedo entender el por qué. Al menos, todavía no. Tal vez
nunca, pero lo intento, y no sé... tal vez cambie las cosas.

Enlazo mis dedos con los de Devlin mientras pienso en la dualidad de


las personas. Quiénes somos por dentro y quiénes dejamos que la gente
vea. Pienso en Alex y Devlin, iguales pero diferentes, y en mí. Policía.
Reportera. Amante. Sobreviviente.
―Facetas ―digo, recordando algo que Devlin había dicho hace un
tiempo sobre cómo podía seguir amando a Peter, a pesar de las cosas
malas que había hecho. A mi lado, Devlin asiente.

―Supongo que no es raro ―concedo―, y la verdad es que echo de


menos ese lugar. No solo los recuerdos, sino que, maldita sea, era un
edificio excepcional.

―Lo era, ―está de acuerdo―. De hecho, lo sigue siendo. ―Engancha


su brazo alrededor de mi cintura―. Mis mejores recuerdos también están
ahí. Ahí, y en un lugar más.

Levanto la vista y me encuentro con sus ojos.

―Sí ―digo―, yo también.

Giramos hacia el sur y caminamos hacia ahí sin necesidad de palabras,


con Jake trotando a nuestro lado, con el frisbee en la boca. No tardamos
mucho. Es un paseo corto por la playa hasta las piscinas naturales cerca
de la DSF.

―Más vale que tengas cuidado ―me burlo cuando nos acercamos―.
Es viernes y estás haciendo novillos. Si alguien te ve ahí...

―Por suerte para nosotros, yo dirijo el lugar.

―Qué suerte. ―Le agarro la mano y tiro de ella―. Una carrera ―digo,
y salimos corriendo.

Jake llega primero, Devlin segundo, y yo llego en un muy patético


último lugar.

―Tus piernas son más largas ―me quejo.

―Me encantan tus piernas ―dice Devlin, trazando su dedo en el


dobladillo de mis pantalones cortos para que la punta de su dedo roce mi
muslo.

―Cuidado.

Su ceño se levanta.

―Eso no ha sido una caricia sensual.


―Contigo, todo es una caricia sensual. Especialmente aquí.

Aquí es el lugar donde me besó por primera vez, junto a los charcos de
marea formados por un conjunto de roca negra porosa.

―Ven aquí ―dice.

―¿Por qué?

―Porque quiero volver a besarte.

―Oh. ―Me deslizo entre sus brazos―. Gracias por una mañana
maravillosa ―digo, mientras él me tira suavemente del pelo, acercando
mi boca a la suya.

―¿Qué te parece si hacemos que sea un día maravilloso?

―Eso suena... ―Suena perfecto, pero no consigo pronunciar la palabra.


En lugar de eso, me derrito en su beso mientras las olas rompen alrededor
de nuestros tobillos y Jake juguetea cerca.

Y mientras me pierdo en este momento, lo único que puedo pensar es


que no quiero que termine. Porque en algún lugar más allá del velo de
esta fabulosa mañana está mi misterioso mensajero, y él -o ella- está
decidido a reventar mi burbuja de felicidad que tanto me ha costado
conseguir.
Como es viernes, pasamos el resto de la tarde con Jake en la playa y en
el pequeño parque que colinda con el lado sur de la DSF. Una vez que el
sol empieza a ponerse, compramos helado en la pequeña tienda cercana
a Pacific Avenue antes de volver a casa de Brandy. Ella vuelve de Los
Ángeles más o menos al mismo tiempo que nosotros, y nos instalamos
para un maratón de películas. En realidad, la idea es de Brandy, que
también sugiere que veamos las dos primeras películas de Alien.

―Estuvimos viendo Alien la noche que se conocieron ―dice


encogiéndose de hombros―. Supongo que me siento nostálgica.

Como me parece bien tanto la nostalgia como acurrucarme con Devlin


durante dos películas completas, acepto con entusiasmo. Devlin tampoco
duda, y hay algo en su aceptación inmediata y sin ataduras que me toca
la fibra sensible. Porque se trata de un hombre con cosas importantes que
hacer y, sin embargo, se toma todo un día de trabajo para pasar el rato sin
hacer nada conmigo, mi mejor amiga y su perro.

Con un suspiro, le aprieto la mano y le doy un ligero beso en la mejilla.

―¿Por qué es eso?

―Solo porque sí, pero hay mucho más en camino.

Hace un ademán de mirarme de arriba a abajo y luego me mira


cómicamente.

―No puedo esperar.

Le doy un golpe con la almohada.

―Quédate ―le ordeno, mientras Brandy y yo reunimos todo tipo de


comida basura para llamarla cena, y luego la extendemos sobre la mesa
de centro junto con dos botellas de tinto y tres vasos, y, por supuesto, un
juguete para Jake.

En lo que respecta a las noches, es casi perfecto.

Brandy y yo pasamos el día siguiente en un arrebato de domesticidad.


El plan es que Devlin y Lamar vengan a casa para que los cuatro podamos
compartir una tarde juntos simplemente pasando el rato. Al anochecer, el
tentador aroma de la salsa de espaguetis casera llena el aire y me hace
rugir el estómago.

Aunque era la receta de la madre de Brandy, yo había hecho la mayor


parte del trabajo bajo la dirección de Brandy.

―Devlin quedará realmente impresionado ―dice, probándola―.


Cuidado ―añade―, o pensará que sabes cocinar. ¿No se sorprenderá
cuando se vayan a vivir juntos y lo único que le sirvas sea café, panecillos
tostados y crema de queso?

Sonrío.

―En primer lugar, no me ha pedido que me mude, solo que me quede


a dormir. En segundo lugar, tengo el servicio de entrega de pizzas en
marcación rápida, y soy un genio añadiendo leche a los cereales.

Arruga la nariz.

―Estoy bastante segura de que el Capitán Crunch es un caramelo, no


un cereal.

―Tal vez, pero es sabroso. ―Me encojo de hombros―. Por eso tengo
que seguir viviendo contigo. Los beneficios nutricionales de que seas mi
mejor amiga.

―Cómo sobreviviste en Nueva York...

―Comida para llevar ―admito―. Mucha, mucha comida para llevar.


Me mira, asintiendo lentamente.

―Bueno, supongo que esperaremos que Devlin sepa cocinar. ¿Crees


que lo hará?

―¿Cocinar?

―Pedirte que te mudes.

―Oh. ―Frunzo el ceño―. Te mueves un poco rápido, ¿no?

―Es solo una pregunta ―dice ella, inocentemente.

―Sinceramente, no lo sé.

―Porque te ha dicho que tiene secretos, y que es peligroso. ―Mira el


reloj, toma un par de tomates y me los pasa con la orden de lavarlos y
cortarlos. Mientras tanto, termina de cubrir la lasaña con mozzarella y la
mete en el horno. Sinceramente, me alegro de la pausa, porque me da
tiempo para ordenar mis pensamientos.

―No me preocupa el peligro ―digo mientras me ocupo de cortar los


tomates beefsteak en rodajas uniformes―, pero los secretos... si realmente
le preocupa que descubra algo, entonces ¿por qué me quiere cerca las
veinticuatro horas del día?

―¿Te molesta?

―¿Que hay algo que no me está contando?

Ella asiente.

―Un poco ―admito.

―¿Solo un poco?

Inclino la cabeza y señalo el reloj.

―Deberíamos cambiarnos las dos. Pronto llegarán.

―Ellie... ―Prácticamente puedo oír el ceño fruncido, pero me limito a


levantar la mano en señal de despido y me apresuro a ir a mi habitación.
La verdad es que no quiero pensar en mudarme con Devlin. Por un lado,
quiero estar siempre con él, pero por otro, estoy acostumbrada a vivir
sola.

Pero esa no es la verdadera razón por la que no quiero mudarme con él


todavía. La verdadera razón es que quiero lo que nos quitaron cuando El
Lobo forzó la mano de Alex. Cuando tuvo que huir, lo que significa que
nunca llegamos a ser algo más que un romance secreto y trágico.

Quiero citas en la playa y picnics en el parque. Quiero que me llame y


me envíe flores. Quiero pasar por su oficina y arrastrarlo a comer y que
sea aún más especial porque no me vio en la cama a su lado esa mañana.

Quiero lo que otras parejas tienen. Hasta ahora, ha habido muy poco en
nuestra relación que pueda calificarse de normal, y aunque nunca pensé
que sería el tipo de chica que anhelaría el término medio, en lo que
respecta a las citas en lo que respecta a Devlin no solo es lo que quiero,
sino lo que necesito.

Por eso, creo, tengo que parpadear para contener las lágrimas cuando
le abro la puerta unos minutos después y lo encuentro de pie con un ramo
de rosas para Brandy y una caja envuelta en plata para mí.

―¿Puedo abrirla? ―pregunto mientras nos dirigimos a la cocina para


que Brandy pueda poner sus flores en agua―. ¿Qué es?

―La llave de tu corazón ―dice.

―De mi corazón. No del tuyo. ―Agito la caja, que es pequeña, pero


tiene algo de peso―. Eso significa que voy a suponer que no es lencería
sexy.

Se oye una risita desde el pasillo y nos giramos para ver que Lamar ha
entrado.

―No me di cuenta de que era ese tipo de fiesta. Me habría puesto algo
rosa.

―Qué gracioso ―le digo, y luego sostengo el paquete―. Brandy no


tuvo que adivinar. Devlin le trajo flores. Ahora mismo estoy intentando
averiguar qué hay en mi caja.
―¿La llave de tu corazón? ―repite Lamar, y luego extiende la mano.
Me encuentro con los ojos de Devlin, y cuando se encoge de hombros,
pongo la caja en la mano extendida de Lamar.

Lamar hace un ademán de hacerla rebotar en su mano, como si probara


su peso. Luego la agita. Luego la huele.

Después de esa entretenida producción, me lo devuelve.

―Tranquila, ―dice, mirando de mí a Devlin.

―¿Dices que sabes lo que es? ―pregunto.

―Como dijo el hombre: es la llave de tu corazón.

Agito un dedo entre los dos, logrando un ceño falso.

―Por eso dejó el cuerpo ―le dice a Devlin―. Sus habilidades de


detective son un poco escasas.

―Ya lo veo ―dice Devlin―. Sin embargo, han pasado varios años.
Probablemente deberíamos darle algo de crédito.

―Van a tener muchos problemas ―advierto, y luego vuelvo mi


atención a Lamar. ―¿Y? ¿Qué pasa?

―¿No es obvio? ¿No es el café?

Miro a Devlin, pero tiene la mejor cara de póquer del mundo.

―Solo tienes que abrirlo ―dice Brandy, y entonces deslizo el dedo bajo
el papel, abro la sencilla caja de cartón y encuentro un pequeño y sólido
paquete de Dunkin Donuts molido de tueste original. Totalmente
aburrido, pero mi favorito absoluto.

Y, sí, me derrito un poco.

―Lo has hecho bien, hombre ―dice Lamar, dándole a Devlin una
palmadita amistosa en el hombro mientras me deslizo para darle un
abrazo.

―¿Lo sabías? ―digo, mientras los brazos de Devlin me rodean―. Que


me traería café.
―¿La llave de tu corazón? Era el café o un Pulitzer, y ni siquiera el
Señor Humanitario del Año aquí puede arreglar lo segundo.

―Menudo detective ―dice Devlin, con un saludo fingido en dirección


a Lamar mientras Brandy me grita que venga a terminar la ensalada
caprese ya que la comida está casi lista.

Pero no me muevo. Al contrario, me quedo de pie, absorbiéndolo todo.


Porque la verdad es que Lamar se equivocó. El café puede ser una
debilidad, pero esto, mis amigos riendo juntos, es la verdadera llave de
mi corazón.
La Avenida del Pacífico se cierra al tráfico durante el Festival de Otoño,
y los coloridos puestos llenan la calle. Bellas artes, artesanía, joyas, velas.
Aceitunas, salsa, quesos, galletas. Cosas para comprar, cosas para comer,
e incluso un cartel rotativo de bandas locales para escuchar. Es un caos
organizado y absolutamente maravilloso, aunque demasiado concurrido.

―¿Cómo es que no tienes un puesto? ―le pregunto a Brandy mientras


vemos una selección de pendientes de plata. Llevamos en la feria desde el
mediodía y, aunque ya son más de las cuatro, aún no hemos visto todos
los puestos ni visitado todas las tiendas.

―Yo también me lo preguntaba ―dice Anna, con los ojos de un azul


especialmente vivo, como si estuviera canalizando el sol brillante de hoy.
Su pelo rojo también brilla, y por primera vez me doy cuenta de que sus
raíces son más oscuras.

Ella y Tracy nos han alcanzado hace una hora, más o menos cuando
Lamar, Christopher y Devlin decidieron acampar junto al quiosco y comer
tacos y churros. Ronan y Reggie también estuvieron antes, pero no he
visto a ninguno de los dos en las últimas horas. Todavía no he averiguado
por qué Reggie me resulta tan familiar, y empiezo a pensar que es solo mi
imaginación.

―¿Tienes un acuerdo exclusivo con The Escape? ―pregunta Tracy, y


se gira para mostrar su propia bandolera BB Bags―. Me la regalaron hace
una hora. Es increíble.

―Eres mi nueva mejor amiga ―dice Brandy―. Lo siento, Ellie, pero


has tenido una buena racha.

―Ella es un montón de trabajo ―le digo a Tracy―, pero ella lo vale.


―Lo hago ―dice Brandy, riendo―, y no, no es una exclusiva en
absoluto. De hecho, se suponía que iba a tener un puesto, pero tuve que
retirarme el mes pasado. ―Una mujer que se ríe con una copa de vino
para llevar pasa por delante de nosotros―. Estamos bloqueando el puesto
―dice Brandy, y luego nos lleva a la parte trasera con menos tráfico de
personas.

―Entonces, ¿por qué te retiraste? ―pregunta Anna, colocándose el


pelo detrás de la oreja.

La sonrisa de Brandy rivalizaría con la del Gato de Cheshire.

―Porque tuve que enviar todo mi inventario a Chicago para mi nuevo


acuerdo con una de las boutiques de ahí. Es totalmente increíble e
inesperado, y también por eso voy a pasar el resto del fin de semana
cosiendo, y la semana que viene entrevistando a un empleado a tiempo
parcial.

―No me lo habías dicho ―digo, dándole un abrazo tan entusiasta que


casi la hago caer en la parte trasera de la tienda de joyas.

Se encoge de hombros, consiguiendo parecer modesta y a la vez


satisfecha de sí misma.

―Son solo negocios.

―En lo que estás sobresaliendo ―dice Tracy―. Quiero ser como


ustedes cuando sea mayor. ―Todavía en la escuela de posgrado, Tracy es
la más joven de nuestro pequeño grupo.

―Bueno, vamos a averiguar si lo serás ―sugiere Anna―. He visto un


lector de cartas del Tarot instalado al final de la manzana. ¿Quieres?

Tracy revisa su reloj.

―He quedado con Lamar en treinta, pero si no hay cola, claro.

―Debería haberte dicho que trajeras una cita ―le digo a Anna ya que
es la única que ha venido sin pareja al festival.

―No hay que traer a nadie, y ahora mismo, me parece bien.

Arrugo la nariz, deseando haber mantenido la boca cerrada.


―¿Una mala ruptura?

Ella rechaza mis palabras.

―Ni siquiera una ruptura realmente. Más bien un problema, y resulta


que no valoró lo que tenía delante.

―Lo siento.

―No lo sientas. Él se lo pierde, ¿no? ―Su sonrisa es tensa y delgada, y


aunque asiento con la cabeza, no menciono que estoy segura de que la
ruptura fue peor de lo que está admitiendo.

―Irás al Tarot conmigo, ¿verdad? ―le pregunta Tracy―. Podemos


averiguar si hay un nuevo tipo en el horizonte.

―O si mi amado va a tener el suyo pronto ―dice Anna con ironía―.


Claro, ya voy. ―Me mira―. ¿Y tú? ¿Quieres ver lo que dicen las cartas
sobre ti y Devlin?

Sacudo la cabeza.

―No. Las cosas van bien ahora mismo. Si viene algo malo, no quiero
saberlo.

Tracy frunce el ceño, e inmediatamente me arrepiento de mis palabras.

―Devlin y yo estamos muy bien ―le aseguro―. Solo estaba


bromeando.

―Oh, ya lo sé. Estaba pensando en lo que pasó con el Range Rover.


Ahora estás bien, ¿verdad?

Asiento con la cabeza.

―Estoy bien. De verdad. Fue un susto, y ya pasó.

Anna frunce el ceño.

―Tienes suerte de no haberte hecho daño.

―Tenía el trasero un poco magullado, pero eso es todo.


―Fue jodidamente aterrador ―añade Brandy―. Quiero decir que si
alguien lo hizo realmente a propósito...

―¿Realmente crees que el conductor estaba tratando de atropellarte?


―pregunta Tracy.

―No lo sé ―admito―. Puede que fuera al azar. No había matrícula, así


que tal vez era un auto robado y yo estaba en el lugar equivocado en el
momento equivocado.

Anna cruza los brazos sobre el pecho.

―No te lo crees de verdad.

―No ―admito―, pero no ha pasado nada más desde entonces. Puede


que no fuera dirigido a mí en absoluto. O podría estar relacionado con un
artículo que estoy escribiendo. Tal vez a alguien no le gusta que husmee.

―Gajes del oficio, supongo ―dice Anna, y luego sacude la cabeza con
un suspiro―. No sé cómo lo haces, yo estaría mirando por encima del
hombro cada minuto de cada día, y ahora tienes que lidiar con todas las
redes sociales, además.

―No es tan malo ―digo, aunque odio estar en el ojo público de esa
manera.

―Ellie evita todas las redes sociales ―comenta Brandy―, pero yo he


estado prestando atención. Hubo muchas fotos justo después del asunto
del Range Rover, pero eso fue hace unos días. La mayoría se ha calmado.
―Se encoge de hombros―. Teniendo en cuenta que estás saliendo con
Devlin, y que es rico y muy agradable a la vista, ha habido menos
publicaciones de las que hubiera pensado.

―Lo cual es bueno ―digo―. Porque realmente no siento la necesidad


de que mi cara esté pegada en los teléfonos de todos. ―Eso no es una
mentira, pero sobre todo me alivia que no seamos el trending topic, ya
que cualquier hombre con una identidad secreta debería evitar
demasiado escrutinio.
Cuando me encuentro con los ojos de Anna, tengo la sensación de que
ella está pensando lo mismo, pero, por supuesto, no podemos decir nada
porque estamos con Tracy, que no sabe quién era Devlin.

―¿Y tú? ―Anna dirige la pregunta a Brandy―. ¿Quieres que te lean la


suerte?

Ella niega con la cabeza.

―Quiero comprarle algo a Christopher. ―Señala a Anna y luego a


Tracy―. No se lo digan. Es una sorpresa.

―¿Qué es? ―pregunta Tracy.

―No estoy segura todavía. Por eso quiero echar un vistazo. ―Me llama
la atención―. ¿Me haces compañía?

Estoy de acuerdo y nos despedimos de los otros dos, y empezamos a


deambular por las cabinas de nuevo.

―¿Qué estamos buscando? ¿Algo en mente?

―Tal vez, ya empecé con parte del regalo. Le envié un mensaje a Tamra
esta mañana.

―¿Tamra?

Brandy asiente, claramente satisfecha de sí misma.

―El Laguna Leader va a publicar un artículo sobre el autor del thriller


que está investigando en nuestra ciudad, pero como es una sorpresa, no
quiero que entrevisten a Christopher. Así que va a preparar una
investigación sobre él y su carrera que puedan utilizar.

―Es una gran idea, pero si todo está listo, ¿qué buscas en el festival?

―Quizá una pluma estilográfica de madera grabada. Vi un puesto a


unas cuadras. Parece de autor, ¿no?

―Pero, ¿cuál es la ocasión? ¿Cumpleaños?

Sus ojos se iluminan mientras sacude la cabeza.

―No. Solo quiero que sepa que lo aprecio.


Hago una pausa, obligando a la multitud a rodearnos mientras la
arrastro hasta que se detiene a mi lado.

―Has tenido la charla.

Su sonrisa florece.

―Esta mañana. Hablamos de la violación y del bebé en adopción. De


todo. Se portó muy bien. Quiero decir, realmente genial.

―Me alegro mucho ―digo mientras empezamos a movernos de


nuevo―. ¿Así que el regalo es un agradecimiento por ser un gran regalo?

―Más o menos.

Aprieto mi mano en su hombro.

―¿Y tú? ¿Estás bien?

―Sí. ―Ella duda, luego asiente―. Sí, totalmente.

La arrastro hasta que se detiene, esta vez apoyada en el lateral de un


puesto de venta de miel y velas de cera de abeja.

―¿Por qué estoy escuchando un pero? ¿Se ha puesto raro?

―No, no. Christopher estuvo genial... ―Se queda a medias, con la


comisura de la boca hacia abajo.

―¿Brandy?

―Bien, bien. Sé que es solo mi imaginación, pero después de decírselo,


me pareció ver al tipo.

―¿El tipo? ¿Walt? ―Casi nunca usamos su nombre cuando hablamos


de él, pero este momento exige claridad.

Ella asiente, con los brazos apretados a su alrededor.

―Sé que probablemente me estoy proyectando. Tiene que ser el miedo,


¿no? Ya sabes, que me preocupa tener un flashback o cerrarme o algo así
si Christopher y yo… ya sabes.
―¿Crees que deberías ver a alguien? No por pensar que has visto a
Walt ―me apresuro a explicar―, pero alguien que pueda ayudarte a
trabajar en la parte del sexo. Quieres que sea bueno. Especial, y si te
paralizas o te asustas o...

―No. Ningún terapeuta…

―Brandy...

Ella inclina la cabeza, y yo levanto las manos en señal de rendición ante


el mensaje tácito, aún con toda mi mierda, no veo a un consejero, así que
difícilmente puedo hablar.

―Bien ―digo―. Solo asegúrate de que Christopher lo entienda, y que


sea paciente, y estoy segura de que lo será. ―Billy no conocía su historia.
Christopher sí. Todo estará bien.

―Lo sé. ―Mira a su alrededor, como si estuviera oteando a la


multitud―. Y no pudo haber sido realmente él, ¿verdad?

―Es tu mente la que te juega una mala pasada. Estabas pensando en él,
y entonces ahí estaba. Totalmente natural. No te preocupes.

―Bien. De acuerdo. ―Ella toma aire―. Vamos. Hay mucho más que
ver.

Una hora más tarde, hemos recorrido otra manzana cuando mi teléfono
vibra. Lo saco del bolsillo y veo una foto del cartel de dos calles más allá.
La nota de Devlin dice:

―El plan es encontrarnos aquí en diez minutos. ¿ESTÁ BIEN?

Le devuelvo un mensaje de texto con el pulgar hacia arriba y se lo digo


a Brandy, que inmediatamente le envía un mensaje a Christopher para
asegurarse de que conoce el plan. Resulta que todavía está con Devlin, así
que todo está bien.

Empezamos a abrirnos paso entre la multitud para llegar a la zona algo


menos concurrida de una calle más allá. El bar es bastante fácil de
encontrar, no solo por el cartel, sino porque Lamar está de pie fuera
saludándonos.

―¿Dónde están los demás?

―Devlin y Christopher entraron con Anna para apartar una mesa, pero
Tracy se fue ―dice―. Ella ya tenía planeado un videochat con su madre
esta noche.

―¿Así que estás aquí fuera siendo el anfitrión? ―pregunta Brandy.

Lamar sacude la cabeza.

―Hice algunas averiguaciones. ―Vuelve su atención hacia mí―.


Tengo algunas noticias sobre la rubia. La que Ortega vio con Peter.

Brandy levanta un dedo para pausar la conversación.

―Voy a entrar para que sepan que estamos aquí, y ustedes puedan
hablar.

Le damos nuestras órdenes de bebidas, luego Lamar y yo nos alejamos


de la puerta.

―Entonces, ¿qué has averiguado?

―Los archivos que querías de la investigación original sobre la muerte


de Peter llegaron esta mañana, así que le eché un vistazo rápido a los
archivos.

Mi estómago se retuerce de expectación.

―¿Viste los interrogatorios de los testigos?

Asiente con la cabeza.

―La investigación se cerró bastante rápido. Quiero decir, una vez que
Mercado confesó...

Se interrumpe cuando hago girar mi mano con impaciencia.

―Sí, pero encontraron algo. Sobre la rubia. ¿Qué?


―Puede que no sea nada ―dice―, pero hablaron con un tipo llamado
Cyrus Mulroy. Al parecer, él y Peter se conocían.

―¿Drogas?

Niega con la cabeza, y luego se frota la mano por la cabeza, como hace
cuando se entretiene.

―Lamar, ¿qué?

―Yo mismo he atrapado a Cyrus una o dos veces. Ahora tiene más de
sesenta años, ha cumplido su condena. Se mudó al interior, a Mission
Viejo, creo. Nunca vi evidencia de drogas.

―Entonces qué...

―Porno ―dice Lamar, rotundamente―, y juró en la entrevista que


había hecho negocios con Peter.

Doy un paso atrás, sintiéndome mal.

―No.

Levanta las manos, sacudiendo la cabeza, y cuando habla, oigo la


emoción en su voz.

―Sé que no es lo que quieres oír y, sinceramente, puede que no haya


nada, pero te mereces tener todos los hechos.

―¿Y cuáles son los hechos? ―Mi voz es dura y fría, y no quiero que lo
sea. Sea quien sea Peter, haya hecho lo que haya hecho, quiero saber la
verdad, y me siento como la peor de las amigas por arremeter contra
Lamar, ya que Peter no está ahí para responder a mi dolor y decepción.

A su favor, ni siquiera se inmuta, y esa dulce comprensión me ayuda a


calmarme. Enderezo los hombros y digo con más suavidad.

―Está bien. Sea lo que sea, me las arreglaré.

―Como te dije, puede que no sea nada ―dice―. Que yo sepa, el


departamento nunca le ha echó el ojo a Peter por pornografía.

Me encojo de hombros.
―Eso no significa mucho. El Departamento de Policía de no vigiló a
Peter por las drogas hasta después de su muerte.

―No puedo discutir eso ―dice Lamar―, pero tampoco hay nada en la
entrevista de Mulroy que sugiera que había algún tipo de negocio estable.
Dijo que trataba con él. Esa palabra específicamente. Así que podría haber
sido una cosa de una sola vez.

Asiento con la cabeza, tratando de procesar todo.

―Y crees que la rubia...

Levanta las manos.

―Es solo una corazonada. Quizá no debería haberte dicho nada. No


hasta que tuviera más, al menos.

Me acerco y tomo sus manos.

―No. Gracias, me alegro de que me lo dijeras. No sé lo que significa,


pero es una corazonada sólida, pero dudo que se la haya llevado a Los
Ángeles y le haya presentado a su mecánico como su novia si ella también
estaba metida en el porno.

―Buen punto. Aun así, es un ángulo. Si quieres saber más sobre Peter,
en qué estaba metido, qué le motivaba a ensuciarse en primer lugar,
deberías hablar con Mulroy.

―¿Puedes conseguirme una dirección o un número de teléfono?

―Lo localizaré ―dice―. Tal vez entre él y la rubia, si alguna vez la


encuentras, consigas más información.

―Eso espero ―digo―. Porque la verdad es que cuanto más sé sobre mi


tío, más me doy cuenta de lo difícil que es saber realmente algo sobre
alguien.
Lamar mantiene la puerta abierta para que podamos entrar y reunirnos
con los demás, pero cuando estoy a punto de pasar, oigo mi nombre.

Me giro y veo a una mujer con una cara vagamente familiar detrás de
nosotros.

―¿Carrie? Dios mío. ―Me vuelvo hacia Lamar―. La conocí en el


instituto. Entra. Estaré ahí en un minuto.

Él asiente, y yo me apresuro hacia Carrie, que se precipita por la acera


hacia mí.

―¡Carrie Bartlett! Estás increíble. ―Alta y rubia, con el pelo ondulado,


pantalones ajustados y tanta actitud como en el colegio, Carrie parece que
debería estar en una pasarela.

―¿De verdad te lo estás follando?

Me pongo rígida, mi cuerpo se vuelve frío por la dureza de sus


palabras.

―¿Perdón?

―A Devlin Saint―dice―. Es un mentiroso y un imbécil.

―¿De qué estás hablando? Oh, mierda. ―Sin pensarlo, extiendo la mano
y agarro la parte superior de sus brazos―. ¿Eres tú quien me envía esos
mensajes? ―exijo, prácticamente escupiendo furia―. ¿Eres tú quien nos
acosa?

Se libera de mi agarre, con sus ojos azules tan fríos como el hielo.

―¿Mensajes? ¿Qué diablos? Estoy tratando de hacerte un favor, idiota.


No confíes en él.
Me quedo parada estúpidamente, con la mente dando vueltas mientras
intento procesar de dónde viene esto.

―Espera ―digo―. Lo recuerdo. Saliste con él. En Nueva York, hace


unos años. Estuviste con él en un evento en el que habló.

No había prestado atención a Devlin Saint por aquel entonces, pero The
Spall cubrió el evento de etiqueta en el que Saint anunció que estaba
construyendo un local permanente para su fundación en Laguna Cortez.
Era una extraña coincidencia que mi antigua amiga del instituto fuera su
cita, pero al mismo tiempo no era demasiado sorprendente. Dios sabe que
Carrie tiene el aspecto de modelo que a menudo se encuentra en los
brazos de los multimillonarios.

Incluso podría haber llamado al hotel e intentar ponerme al día, pero


me habían asaltado ese fin de semana y, tras el ataque, todos los
pensamientos sobre el rico filántropo y su cita de mi pasado se habían
esfumado de mi mente.

Ahora me preguntaba cuánto tiempo salieron… y qué pasó para que


terminaran.

―Nada de lo que dice es real ―continúa, antes de que pueda


preguntar―. Recuerda eso, Ellie.

Sacudo la cabeza.

―Sea lo que sea lo que haya pasado entre ustedes dos...

―Eres muy ingenua, créeme, Ellie. No soy una imbécil celosa, estoy
tratando de ayudarte. ―Sus ojos se clavan en mí―. Aléjate, ¿bien? Porque
Devlin Saint es un maldito monstruo.

Mi corazón late tan fuerte en mis oídos que apenas puedo oír mi propia
voz.

―No sé de qué estás hablando, pero sé que te equivocas.

No responde, solo me mira de arriba abajo, luego se encoge de hombros


y dice:
―Lo intenté. Ahora te toca a ti. ―Gira sobre sus talones y se adentra en
la multitud. Empiezo a seguirla, pero un hombre alto se apresura a entrar
en el bar y, en el tiempo que tardo en darme cuenta de que he bloqueado
la puerta, ella desaparece.

―¿Estás bien? ―me pregunta la mesera.

―Estoy bien ―miento, y luego señalo la esquina del fondo―. Estoy con
ellos. ―Ya estoy caminando antes de que las palabras salgan de mi boca.

Devlin me ve llegar, su sonrisa ilumina su rostro mientras se levanta y


saca la silla que tiene al lado, pero no me siento. En su lugar, lo rodeo con
los brazos y aprieto la cara contra su pecho, respirando su aroma. Me
acaricia suavemente el pelo.

―¿Qué pasó?

Sacudo la cabeza y me aferro a él un momento más antes de retirarme


e inclinar la cabeza hacia arriba para poder verlo.

―Nada. Me encontré con una vieja amiga. Digamos que no está en tu


club de fans.

Su ceño se frunce.

―¿Quieres hablar de eso?

―Ahora no. Más tarde. ―Son dos cosas de las que tenemos que hablar.
Carrie y la revelación de que Peter podría haber estado involucrado en la
pornografía. Para un día que empezó ligero y con brisa, se está
convirtiendo rápidamente en algo oscuro y deprimente.

No.

Con un empujón mental, alejo ese pensamiento. Este es nuestro día. Un


día para estar en el mundo con nuestros amigos. Sin preocupaciones, sin
demonios, sin responsabilidades.

―Estoy bien ―digo con firmeza―. Ahora mismo, solo quiero algo de
comida, una botella de vino, nuestros amigos y tú.

―Creo que podemos lograrlo ―dice, antes de besarme ligeramente,


pero veo la preocupación que persiste en su rostro mientras nos sentamos,
y veo esa misma preocupación reflejada en todas las caras de la mesa.
Maldita Carrie. Siempre le ha gustado acaparar los focos.

―Estoy bien ―digo―. De verdad. ―Me encuentro con los ojos de


Brandy―. Me encontré con Carrie. Estaba en uno de sus estados de ánimo
de perra.

A mi lado, Devlin se pone rígido cuando Brandy lanza una mirada de


reojo a Christopher.

―Fuimos juntas al instituto. Salíamos juntas a veces, pero ella se


situaba en la línea entre nosotras y las chicas malas.

―No fue nada del otro mundo ―digo, sin mirar a Devlin por si mi cara
traiciona la verdad―. Solo un reencuentro raro.

Anna, que está al otro lado de Christopher, se inclina en torno a él, con
la mano apoyada en su hombro como para mantener el equilibrio.

―Tuve amigos así de pequeños ―le dice a Brandy antes de cambiar su


atención hacia mí―. Nunca me gustó volver a encontrarme con ellos.

Se echa hacia atrás en la silla, pero me doy cuenta de que su mano


permanece en el hombro de Christopher. Sin embargo, él no parece darse
cuenta, y me recuerdo a mí misma que no es un gran problema. Sé que se
han hecho buenos amigos. Me di cuenta de eso desde que los vi mientras
repasaban las ideas para el libro de Christopher.

―¿Qué dijo que te molestó? ―preguntó Brandy―. ¿O solo fue su


habitual encanto?

Hago un gesto de desprecio con la mano.

―Solo es una mierda de ponerse al día ―digo―. Sigamos adelante.

―Escuchen ―dice Christopher, levantando su vino―. Tengo una copa


llena esperando en mi sitio. ―Alzo mi copa en señal de brindis también,
al igual que el resto de la mesa. Durante una buena media hora, nos
dedicamos a comer y a charlar, hablando de poco y de todo.

Lamar se levanta para ir al baño y yo también me planteo ir en esa


dirección, pero me siento más que relajada después de haberme bebido
una copa de vino entera y casi otra. En lugar de eso, me quedo sentada,
inclinándome un poco hacia la derecha y disfrutando de la sensación de
la mano de Devlin presionando ligeramente mi espalda.

Estoy sentada así cuando Devlin levanta su otra mano en señal de


saludo. Sigo su línea de visión para ver a Ronan y a Reggie de pie en la
cola de la barra para comprar copas de vino para llevar, algo que está
permitido durante los días del festival en el distrito artístico de Laguna
Cortez.

Ronan se da cuenta y levanta su copa en señal de saludo mientras


Reggie se gira, y luego sonríe cuando ve a nuestro grupo.

―¿Están juntos? ―le pregunto a Devlin, manteniendo los ojos en la


cara de Reggie mientras intento una vez más averiguar por qué me resulta
tan familiar.

―¿Quieres decir que si están saliendo? No que yo sepa, pero han


trabajado juntos lo suficiente como para ser buenos amigos.

―Creo que salieron una vez ―dice Anna―. Estoy bastante segura de
que no hubo una segunda cita.

Devlin se ríe.

―No es demasiado sorprendente.

―¿Por qué? ―pregunta Brandy.

―Los dos tienen un carácter demasiado fuerte ―dice.

Cruzo los brazos sobre el pecho y le clavo una mirada dura.

―¿Y nosotros no?

Me levanta la barbilla y me besa.

―También ―dice cuando se separa, dejándome más que


insatisfecha―. La diferencia es que a mí me gusta.

Supongo que a Ronan también le gustan las mujeres fuertes, pero no


digo nada porque por fin me doy cuenta de qué es lo que me resulta
familiar de Reggie: sus profundos ojos de Bette Davis.
Tiene que ser eso, pienso mientras se despiden con la mano y se dirigen
al festival. El tío Peter era un gran aficionado al cine clásico y Bette Davis
era una de sus estrellas favoritas. Me digo a mí misma que he resuelto el
problema y, sin embargo, la pregunta aún persiste. Algo más, pienso. Más
concretamente, en otro lugar. La conozco de otro lugar.

Pero, ¿de dónde?

Estoy a punto de compartir mi frustración con todos los comensales


cuando Brandy jadea y deja caer su vino.

―Lo siento, lo siento ―dice, pero mientras lo recoge, veo que le tiembla
la mano.

―¿Bran?

Levanta la cabeza, sus ojos se encuentran con los míos y, por un


momento, todo lo que puedo ver es el miedo reflejado en ellos. No, no es
miedo. Terror.

―Brandy ―repito, esta vez más suavemente―. ¿Qué pasa?

Sus labios se mueven, pero no sale ningún sonido. No importa. Puedo


distinguir la palabra por el movimiento de sus labios y el miedo en sus
ojos. Él.

Cruzo la mesa y le tomo la mano.

―¿Él? ¿Repito? ¿Walt?

Ella está temblando, y yo entrelazo mi dedo con el suyo.

―No puede hacerte daño ―digo―. Estás a salvo.

Solo estamos Brandy y yo, todos los demás se han olvidado, y por eso
doy un salto de un kilómetro cuando oigo la voz de Devlin, baja y áspera.

―¿Cabello oscuro, camisa azul, tomando un escocés?

Brandy traga y asiente.

―Es él ―dice Devlin, y las palabras no son una pregunta―. Es el tipo


que...
―Sí. ―La palabra es más baja que un susurro, y apenas pasa por sus
labios, la silla de Devlin se retira y cruza la habitación. Antes de que pueda
siquiera parpadear, tiene a Walt agarrado por el cuello, levantándolo de
forma que los dedos de los pies del tipo apenas rozan el suelo.

Ni siquiera me doy cuenta de que me levanté de la silla hasta que estoy


justo al lado de ellos, y mientras el tipo protesta y el mesero amenaza con
llamar a la policía, Devlin lo arrastra hacia la puerta, con Walt gimiendo
y pidiendo ayuda mientras los sorprendidos clientes se quedan con las
manos en la boca o con sus teléfonos fuera, grabándolo todo.

Corro en esa dirección, empujando a ciegas entre la multitud mientras


intento llegar a Devlin. Entonces veo a Lamar saliendo del baño, y cambio
mi trayectoria hacia él, gritando su nombre y señalando hacia Devlin.

―Es Walt ―le digo, y para su fortuna, Lamar evalúa la situación en un


instante. Brandy no habla mucho de lo que pasó con Walt con ninguno de
nosotros, pero Lamar conoce lo básico, incluso ha pasado algún tiempo a
lo largo de los años tratando de localizar al tipo. Tratando de encontrar
justicia y cierre para Brandy.

Ahora veo cómo se le endurece la cara mientras enseña su placa, grita


al mesero que llame al 911 y luego brama para que la gente se aparte de
su camino. También funciona. Los clientes del bar se dispersan, como si
fuera Moisés abriendo el Mar Rojo.

―De prisa ―grito, mientras lo alcanzo en la acera―. Nunca he visto a


Devlin tan furioso.

―Justo ahí con él ―dice Lamar, con la voz áspera por la emoción―.
¿Estás segura?

Mira rápidamente por encima de su hombro, y yo asiento.

―Tú también lo estarías si hubieras visto su cara.

―¿A dónde demonios se fueron? ―Estamos bajo el toldo, y desde esta


perspectiva, todo parece una noche normal. Gente paseando. Riendo.
Hablando.
Pero a media cuadra hay una pequeña multitud, y muchos más
teléfonos encendidos de lo que esperaba. Salgo con Lamar pisándome los
talones.

―Policía ―dice mientras se acerca―. Policía. Despejen la escena.


Pasando.

Devlin y Walt están detrás de un cubo de basura, y mi primer


pensamiento coherente es que Devlin parece ileso. El segundo es el alivio
de que, teniendo en cuenta el tamaño de la papelera, dudo que haya
muchas fotos buenas flotando por ahí. Solo por último pienso en Walt,
cuya cara está hinchada y ensangrentada, con el labio partido y un ojo ya
hinchado.

―Me atacó ―escupe Walt al ver a Lamar―. Este puto imbécil se


abalanzó sobre mí. Vas a caer, hombre ―le dice a Devlin―. Mi padre te
va a hacer la puta vida imposible.

―Creo que eres tú el que va a caer, imbécil ―dice Lamar, acercándose


con su placa mientras tomo el brazo de Devlin y le quito de encima al
tipo―. Tal vez no estabas al tanto, pero en realidad no tenemos un
estatuto de limitaciones para la violación en California.

―No sé de qué mierda estás hablando.

―Bueno, déjame decirte, entonces. ¿Cuál es tu apellido?

―No tengo que decirte una mierda ―dice, y luego gruñe cuando
Devlin saca su cartera del bolsillo trasero.

―William Alexis Tarkington ―lee Devlin, y luego tira la cartera al


suelo.

Lamar resopla.

―Supongo que eso explica por qué no pude encontrar un registro de


un Walt o Walter en la ciudad que coincidiera con la descripción. ―Se
aclara la garganta―. William Tarkington, tú y yo vamos a tener una
pequeña charla. ―Como si fuera una señal, el ulular de las sirenas de la
policía llena el aire.

―¿Qué mierda? Yo no he hecho nada...


Se congela, sus ojos no apuntan a Lamar ni a Devlin, sino hacia el final
del callejón. Sigo la dirección de su mirada y veo a Brandy de pie con
Christopher junto a dos policías uniformados.

―No he hecho nada ―vuelve a decir, pero con mucha menos


convicción.

―¿No? Bueno, salgamos de esta multitud y hablaremos de eso un poco


más. ―Hace una señal a los uniformados, que conducen a Walt al auto―.
Voy con ellos ―me dice.

―¿No lo van a arrestar?

―Todavía no. ―Señala con la cabeza a Brandy―. Si lo hacemos, tendrá


que declarar. Quiero darle tiempo para que lo piense. Mientras tanto,
Walt y yo tendremos una bonita charla. ¿Y quién sabe? Quizá ahora que
sé su nombre, otras víctimas se presenten.

Asiento con la cabeza y lo abrazo.

―Gracias―. Miro a Devlin. ―Muchas gracias a los dos.

Sus ojos se encuentran, pero no dicen nada. Lamar se limita a estrechar


la mano de Devlin y luego le da a Brandy un rápido abrazo y un beso en
la frente antes de meterse en el auto junto al esposado Walt.

Brandy corre hacia Devlin, que la abraza.

―Vas a estar bien ―le dice, y ella asiente con la cabeza, con sus sollozos
amortiguados por la forma en que su cara está apretada contra su hombro.
Después de un momento, se echa atrás―. No deberías haberle pegado.
Probablemente presentará cargos o, no sé, te arrastrará por el barro. Va a
ser malo para la fundación.

Devlin sacude la cabeza.

―Tiene lo que se merece. Si llama a la policía primero, no paga, no


como debería. ―Sus ojos se vuelven duros―. Todavía no ha pagado del
todo esa deuda.

Quiero discutir, decirle que el sistema no funciona así, pero no me salen


las palabras. No ahora, con Brandy mirándolo como un héroe.
―Gracias ―susurra de nuevo, y luego lo besa en la mejilla.

Cuando ella se aleja, Devlin la conduce suavemente hacia Christopher.

―Me quedé helado ―dice Christopher―. Incluso una vez que me hice
a la idea de quién era ese imbécil, me quedé completamente helado. Sus
ojos se dirigen a la cara de Devlin con algo parecido a la adoración del
héroe―. Muchas gracias por defenderla.

―Es un placer ―dice Devlin―. Puedes devolver el favor ayudándome


a vigilarla. ―Me mira de reojo, y consigo contenerme para no poner los
ojos en blanco.

Christopher vacila, probablemente sintiéndose tonto al decir que me


cuidará cuando obviamente quiero gritar que puedo cuidarme sola, pero
luego extiende su mano hacia la de Devlin y dice solemnemente:

―Te lo debo, Saint. Puedes contar absolutamente conmigo.


Devlin se queda en silencio en el camino de vuelta a su casa.
Christopher llevó a Brandy de vuelta a casa y Anna se quedó para hacerse
cargo de la factura. Lamar, por supuesto, fue a la comisaría.

A mi lado, Devlin prácticamente vibra de energía, pero no estoy segura


de si es furia, frustración o algo totalmente distinto. Sin embargo, yo
también permanezco en silencio, sabiendo que necesita tiempo.

Una vez que atravesamos la puerta de su casa, no puedo contenerme y,


en cuanto la cierra y nos encierra, me aprieto contra él y le rodeo la cintura
con los brazos mientras lo miro a la cara.

―Eres un hombre excepcionalmente bueno, Devlin Saint.

Hace un ruido bajo y gutural.

―¿Lo soy? A veces no estoy seguro, pero de vez en cuando, creo que
hago algo bien. ―Me toma la barbilla y me estudia la cara―. No creí que
aprobaras mi método de esta noche.

Me encojo de hombros, sin encontrarme con sus ojos.

―Tal vez no debería ―admito―. Tal vez deberíamos haber dejado que
Lamar se encargara. Haberle contado lo de Walt y luego ver cómo
arrestaba al imbécil.

Inclina la cabeza y sus ojos se entrecierran ligeramente.

―¿Pero?

Exhalo.

―Pero no lo siento.
Me acaricia la mejilla con ternura.

―Porque ella te importa.

Asiento con la cabeza.

―A mí también me importa, porque la quieres y porque es una buena


mujer que no se merece la mierda por la que pasó.

―Lo sé ―le digo―. Significa mucho para mí que te gusten mis amigos.

Se ríe.

―Me gusta Brandy desde que era Alex.

―De acuerdo. Significa mucho para mí que te guste Lamar.

―Tolerarlo ―dice Devlin, pero puedo ver diversión en sus ojos y sé


que solo está bromeando.

Me acaricia el pelo.

―Me gusta Brandy, pero esa no fue la única razón por la que fui tras
ese tipo esta noche. ―Su mano aprieta mi pelo, obligándome a inclinar la
cabeza hacia atrás y a mirarlo directamente―. No dejaba de imaginar que
podrías haber sido tú.

Hay una intensidad desconocida en sus ojos, e intento encogerme de


hombros ante sus palabras.

―No soy Brandy. Puedo cuidar de mí misma.

―Puedes ―asiente―. Hasta el momento en que no puedas. ―Me


suelta y se da la vuelta.

Le observo caminar. Estoy segura de que está pensando en los años en


los que no estaba cerca y no podía vigilarme. E incluso ahora, cuando
alguien me envía mensajes de texto acosadores o apunta los todoterrenos
directamente hacia mí.

―Estoy bien ―le digo suavemente―. El incidente del Range Rover fue
aterrador, seguro, pero no puedes estar a mi lado en todo momento, y
prometo estar vigilante.
―A veces la vigilancia no es suficiente.

―Devlin, yo...

―Sé que casi te destripan en Nueva York. Tenía un cuchillo. Podría


haberte cortado la garganta, o algo peor.

Mi sangre se convierte en hielo.

―Fuiste tú. Oh, Dios, Devlin. Fuiste tú.

Me tiemblan las piernas al entrar en el salón. Me siento pesada y lenta,


como si estuviera empujando el fango de esos largos años perdidos. Me
acomodo en su sofá, me quito los zapatos, subo las rodillas y las abrazo
contra el pecho.

―Te vi, a ese hombre más grande que la vida que me rescató, y ni
siquiera te reconocí.

Se sienta en la mesa frente a mí, luego se inclina hacia delante y presiona


su mano contra mi pie descalzo.

―No quería que lo hicieras.

―¿Con qué frecuencia me observabas? ―Ya hemos hablado un poco


de esto. Sobre cómo me vigiló a lo largo de los años. Al principio me enojé,
porque había estado tan sola, sin saber a dónde había ido, pero ese enojo
se desvaneció para convertirse en tristeza e incluso un poco de simpatía.
Porque yo fui felizmente ignorante, mientras que Devlin sabía dónde
estaba y qué estaba haciendo. Él sabía si yo estaba a salvo o en peligro.

Y sin embargo, no podía hablar conmigo. No si quería mantenerme a


salvo.

No si quería mantener su secreto.

―No deberías haber hecho nada ―digo ahora―. Podría haberte


reconocido. Alguien más podría haberme reconocido, y luego juntarlo
todo y averiguar que solías ser Alex.

Se encoge de hombros.
―Tienes razón, pero ¿realmente crees que podría quedarme al margen
y ver cómo te hacen daño y no hacer nada?

Veía mis manos, pero ahora levanto la cabeza y me encuentro con sus
ojos.

―Te fuiste, ¿no es así?

―Ellie...

Tomo aire.

―Lo sé, lo entiendo. Lo hago. ―Las palabras también las digo en serio,
pero eso no cambia el hecho de que desearía que las cosas hubieran sido
diferentes. Como mínimo, desearía que pudiéramos recuperar los diez
años que perdimos.

También hemos hablado de esto antes. Lo que hago, o lo que hacía antes
de que Devlin entrara en mi vida. La forma en que perseguía el peligro,
pero siempre tuve el control. Como el tipo con el BMW en mi primera
noche en Laguna Cortez. Era yo quien llevaba las riendas.

Al menos, lo era hasta que apareció Devlin.

Hasta que llegué a Laguna Cortez, tomaba lo que quería. Era mi juego.
Mi forma de decirle al destino o a la muerte o a lo que sea que se vaya a
la mierda.

―Querías la emoción ―dice Devlin, entendiéndome lo suficiente como


para saber a dónde han ido mis pensamientos―. Querías el peligro.

―Siempre ―digo, y oigo el desafío en mi voz.

―Pero en realidad no querías morir.

Saco las manos y me abrazo a mí misma.

―¿No lo quería? ―Es una pregunta real, porque ya no estoy segura de


saberlo. No quiero morir ahora; de eso estoy segura. ¿Pero antes?
¿Cuando estaba sola? ¿Cuando todos los que había amado estaban
muertos en la tierra o muertos para mí?
―No todo el mundo ―dice Devlin cuando se lo digo―. Tenías a
Brandy. Lamar. Estabas sola en Nueva York, tal vez, pero no estabas sola.

―Todavía era demasiado ―digo―. Todo era demasiado. Recuerdo ir


a los museos de Manhattan o al zoo y pensar que mi madre nunca lo vería.
Recordaba lo mucho que a mi duro padre policía le gustaba la ópera, pero
nunca fue al Met, y Peter… había ido antes, y me decía que iríamos, que
me mostraría todos los lugares geniales que los turistas no ven, pero eso
tampoco iba a suceder.

―No ―coincide Devlin―. No fue así.

―Entonces, ¿cómo mierda puedes saber lo que quería en ese entonces?


Estaba sola y solitaria. Pasaba mis días en una nebulosa, y el único respiro
era la escuela y la revista y las noches que salía.

Fue más salvaje en Nueva York que en California. Trabajar como policía
calmó un poco a la bestia que vivía dentro de mí, pero una vez que estuve
en Manhattan, estaba sola sin malos que perseguir. Vivía en una ciudad
increíble, persiguiendo una vida que realmente creía que iba a amar. Volví
a casa a un apartamento pequeño pero decente, cortesía de la
planificación financiera del tío Peter.

En apariencia, tenía una buena vida, pero mi familia estaba muerta.

Y, sí, pensé que yo también quería estarlo.

―No lo querías ―dice Devlin después de que hago esa horrible


admisión en voz alta―. Querías el peligro, claro, pero querías ganar.
Querías decirle a la muerte que se fuera a la mierda.

―Eso es ahora ―digo―. En aquel entonces... ―Me encojo de


hombros―. No creo que fuera así.

―Yo sí.

Frunzo el ceño cuando su mano se aprieta en mi pierna, como si


utilizara la conexión como un amortiguador contra una emoción
demasiado tensa para no ser controlada.

―Te observé, ¿recuerdas? Ansiabas el peligro. La culpa del


sobreviviente, ¿verdad? Y Dios sabe que yo sabía de dónde venía eso
―dice―, pero nunca cruzaste completamente la línea. Nunca te rendiste
a lo peor que podría venir. Nunca anhelaste realmente ser impotente.
Querías acercarte y decir 'vete a la mierda', pero nunca anhelaste ser una
víctima. Eso no era lo tuyo. ¿Ser acuchillada? ¿Tal vez ser violada? Ni de
lejos estaba en tu agenda.

Trago saliva.

―¿Cómo puedes estar tan seguro?

―Te lo dije. Te conozco, y te he observado.

―Devlin...

Respira fuertemente.

―Esa noche, en un callejón de Manhattan, te vi luchar por tu vida. Vi


el terror en tus ojos antes de correr y yo...

―¿Qué?

―Lo maté, El.

Espero la reacción. Que la protesta suba a mis labios. El horror por


haberle quitado la vida a alguien.

Pero no hay ninguna. Solo una pizca de alivio.

Su frente se arruga.

―¿No lo sabías?

Sacudo la cabeza.

―No estaba trabajando en la revista esa semana. Tuve reuniones en la


escuela con los asesores, así que no estaba leyendo las noticias. Solo
trabajando en cosas de la escuela.

Eso es una mentira, o casi una mentira. La verdad es que siempre leía
las noticias, sin importar lo ocupada que estuviera, pero esa semana no lo
hice, y ahora estoy segura de que es porque sabía lo que habría
encontrado, y no quería sentirme obligada a contar nada a la policía.
―El tipo merecía estar muerto ―dice Devlin―, y te pareció bien que
su asesino saliera libre.

―Deja de leer mi mente.

Sus labios se mueven.

―No lo hago. Solo te conozco.

Hago un ruido burlón, pero no puedo discutir. Definitivamente me


entiende. Es la única persona que me ha entendido tan completamente.

―No lo sabes todo ―le digo―. No sabes por qué me enrollé con él,
Max ―añado―. Ese era su nombre.

―Cuéntame.

Tomo aire y luego le digo una verdad en la que no había pensado en


más de cinco años.

―Fue por ti.

Su mano se aprieta en mi rodilla.

―Alex, quieres decir.

Hace de las palabras una afirmación, pero sacudo la cabeza.

―No. Devlin Saint. Un filántropo multimillonario que acababa de


irrumpir en la escena.

Me muevo en el sofá, meto los pies debajo de mí y tomo una de sus


manos entre las mías. Acaricio su pulgar mientras hablo, con mi atención
puesta en su uña perfectamente cuidada en lugar de en su cara.

―Probablemente no me habría dado cuenta si no hubieras estado en


Nueva York para algún evento con Carrie como cita, pero vi una foto de
ustedes dos y leí el artículo. ¿Recuerdas lo que anunciaste mientras
estabas en la ciudad?

―Por supuesto. Acabábamos de elegir el sitio para la Fundación.

―Eso fue lo que realmente me llamó la atención, porque era nuestro


sitio. El mío y el de Alex.
Hace un pequeño ruido en su garganta.

―El solar. Por supuesto que construí en ese viejo y deteriorado solar.
¿Dónde si no? ―Levanta nuestras manos unidas y me besa los dedos―.
¿Sabes lo que hice después de que echaran los cimientos?

Sacudo la cabeza.

―Usé un clavo y escribí el lugar de El y Alex en el cemento. Ahora está


escondido bajo las baldosas de la recepción, por supuesto, pero quería que
siguiera ahí, aunque las palabras originales en tiza que habías escrito
hacía tiempo se habían borrado.

Solo cuando su rostro se vuelve borroso me doy cuenta de que estoy


llorando. Me limpio las lágrimas con brusquedad y consigo sonreír.

―No puedo creer que hayas hecho eso.

―Sí, puedes.

Asiento con la cabeza. Ahora que sé lo mucho que le afectó nuestra


separación, también me lo creo.

―Continúa ―dice―. Me prestaste atención en Nueva York porque fui


lo suficientemente imbécil como para robar el lote que tú y Alex habían
bautizado.

―Y una de mis amigas ―añado―. Carrie, estaba contigo. Aunque para


ser sincera, nunca fuimos tan amigas, y habíamos perdido el contacto años
atrás. Aun así, ella era una conexión. Había dejado atrás Laguna Cortez,
y entonces ahí estaba, de nuevo en mi cara.

―Así que saliste esa noche, planeando decirle "vete a la mierda" al


pasado.

―Más o menos. ―Dejé que el recuerdo se reprodujera en mi mente.


Empecé en los bares y luego pasé a los clubes de baile más duros. El tipo
de club subterráneo con una clientela más sórdida. Del tipo que tienes que
conocer a alguien para saber que esos clubes ocultos incluso existen.
No conocía a nadie. En realidad, no, pero si recoges a un tipo en un bar,
te dirá algunas cosas. Tal vez incluso te lleve a algún lugar para aflojar
antes de llevarte a casa.

No es que yo dejara que ningún tipo me llevara a casa. Me gustaban


más los callejones oscuros o la parte trasera de los taxis, dependiendo de
lo excitada que estuviera en una noche concreta.

Esa noche, recordé un club al que me llevó un abogado con el que había
follado. Me dirigí hacia ahí, decidida a bailar para eliminar mi exceso de
energía y terminar la noche con el hombre más duro que pudiera
conseguir.

Lo encontré merodeando fuera del club. Max. Llevaba unos pantalones


ajustados y una camisa blanca abotonada. Parecía un contable que
pretendía pasear por el lado salvaje, y casi lo ignoré cuando me llamó,
pero había algo en su voz. Algo duro. Algo dominante.

Algo peligroso.

Y por eso me dirigí a él.

―¿No te dejarán entrar?

Dio una larga calada a su cigarrillo y luego lo tiró a la acera.

―No me dejarán entrar, pero no es ahí donde quieres estar.

Escuché el filo de su voz y sentí que mi corazón se aceleraba. Con


demasiada frecuencia, yo era la que llevaba la voz cantante en esas
noches, aunque el tipo se creyera siempre al mando. Este tipo, sin
embargo... bueno, prometía un nuevo tipo de peligro.

―¿Dónde quiero estar?

―Conmigo ―dijo―, soy Max. Tú eres Elsa.

Recuerdo haber tragado saliva. Usaba mi nombre de pila en los clubes,


pero aún no había mostrado mi identificación en esta fila. Lo que
significaba que este tipo me había visto antes. Me había estado
observando.
―Pareces una chica que sabe pasárselo bien ―dijo antes de que pudiera
preguntarle cómo sabía mi nombre―. Creo que tenemos gustos similares,
tú y yo.

―¿Ah, sí? ¿Cómo qué?

―Como no este lugar. ―Sacudió la cabeza―. Conmigo.

Le había dicho que no iba a volver a su casa, y él no iba a la mía, y me


aseguró que tenía otra cosa en mente.

―¿Te gustan los clubes? Créeme. Puedes hacer algo mejor que esto.

Me guio por la manzana, con su mano en mi espalda como si fuera mi


dueño. Le dejé porque tenía una ventaja sobre él, pero algo no me sonaba.
Sin embargo, así era el juego, así que caminé con él.

La calle estaba oscura, y recuerdo haberme cruzado con algunas


personas, entre ellas una que tenía un paso familiar. Una forma familiar.

Me estremecí, dándome cuenta de que era una noche más en la que mi


mente conjuraba a Alex.

―¿Tienes frío? ― preguntó Max.

Sacudí la cabeza. Era septiembre, pero la noche era cálida, y me obligué


a no pensar en Alex y a concentrarme en el tipo que estaba a mi lado. Un
tipo que apenas conocía pero que me deseaba. Un tipo al que podía follar
y dejar, sabiendo que, una vez más, sería yo quien tomaría la decisión.

Yo sería la que se iría.

Terminamos a media milla del club original. Una zona más sórdida, con
callejones oscuros y apestosos.

―Ahí abajo ―dijo, señalando con la cabeza una puerta de metal


iluminada por una única y tenue bombilla―. Música alta, bebidas fuertes,
rincones oscuros.

Tiró de mí hasta detenerme y me tomó el pecho mientras decía lo


último, acercándose para que sus caderas me rozaran y pudiera sentir su
erección.
―Creo que lo pasaremos muy bien.

―Supongo que lo descubriremos ―dije―, pero vas a tener que hacerlo


mejor que eso. ―Lo empujé y continué hacia la puerta, queriendo
recuperar parte del control. Necesitaba ese empujón, ese tirón. Quería que
estuviera desesperado por mí, y quería ser yo quien dijera cuándo y cómo.
Sobre todo, quería ser la que acabara con él.

Tal vez Max era lo mejor que tendría esa noche, o tal vez había alguien
mejor esperando en ese oscuro club del sótano.

Mi mano alcanzó la manija y tiré, pero no cedió.

―Maldita perra.

Estaba justo detrás de mí, y oí las palabras al mismo tiempo que sentía
la hoja de acero en mi garganta.

―¿Crees que no sé lo que eres, pequeña zorra? ¿Crees que no te he


observado? No te preocupes, zorra. Te voy a follar como tú quieres. Me
perteneces, perra.

La cuchilla presionó más fuerte, y traté de no tragar, porque no quería


que mi garganta se moviera. Sabía cómo defenderme, pero él era más
grande y sabía lo que hacía, un movimiento en falso y me cortaría la
garganta.

Por supuesto, estaba planeando hacer eso de todos modos. Estaba


segura de ello.

El recuerdo helado me invade mientras respiro entrecortadamente, con


los ojos puestos en Devlin.

―Sí ―digo―. Estaba aterrorizada, y enojada ―y añado esto último


sacudiendo la cabeza―. Estaba tan, tan enojada. ―Tengo hipo, y solo
entonces me doy cuenta de que estoy llorando―. Y de repente se apartó
de mí.

El otro hombre del callejón lo detuvo. El hombre en el que me había


fijado antes y que me recordaba a Alex. Un hombre alto, vestido todo de
negro, incluida una gorra de béisbol negra, con la visera baja para
proyectar una sombra sobre su rostro. Llevaba un pañuelo que le cubría
la nariz y la boca, pero podía ver sus ojos verdes y una pizca de pelo
oscuro que brillaba bajo la tenue luz de la única bombilla.

Un hombre que ahora sé que es Devlin.

Sostenía a Max contra él, con la hoja ahora en la garganta de Max.

―Vete ―me dijo, su voz era un susurro bajo y áspero, pero incluso
entonces, había algo familiar en ella―. Corre ―dijo―. Eres fuerte,
maldita sea. Lárgate de aquí.

Eres fuerte. Las palabras de Alex para mí. Sabía que tenían que ser una
coincidencia, pero me envolví en su dulzura de todos modos.

Y, sí, corrí, y, sí, sabía lo que el desconocido le haría a Max, y no me


importó una mierda.

Ahora, siento el susurro de las lágrimas por mis mejillas mientras miro
a Devlin.

―Estabas ahí mismo. Justo. Ahí.

―¿Crees que fue más fácil para mí? ¿Tan cerca y sin poder decir una
palabra? ¿Crees que salí indemne?

Me paso los dedos por el pelo.

―No. Creo que somos una maldita tragedia de Shakespeare.

―No es una tragedia ―dice―. Un romance épico. Del tipo que tiene
un final feliz.

―¿Los romances épicos alguna vez terminan felizmente?

―El nuestro sí ―dice con firmeza, luego se levanta y me tiende la


mano―. Ven a la cama, El. Te necesito.

Sus palabras revolotean contra mi corazón.

―Sí ―digo, entrelazando sus dedos con los míos. ―Yo también te
necesito.
Me duele el cuerpo agradablemente después de hacer el amor, y con un
suspiro de satisfacción, me pongo de lado y engancho mi pierna desnuda
sobre su torso.

―Todavía no me has hablado de Carrie. Fue tu cita en Nueva York y


ahora cree que eres el diablo.

Su rostro se endurece.

―Creo que es justo decir que Carrie califica como uno de mis
arrepentimientos.

Le quito la pierna de encima y me siento, subiendo la sábana para


cubrirme mientras me apoyo en el cabecero.

Él se desplaza para poder verme mejor y sacude lentamente la cabeza.

―No ―dice suavemente―. No hubo nada entre nosotros, no de esa


manera, ya te lo he dicho. Solo ha habido una mujer con la que he ido en
serio.

―No estoy celosa ―digo, aunque lo estoy un poco, y estoy segura de


que él lo sabe―. Solo me siento un poco incómoda. Carrie es Carrie, y
nunca íbamos a ser mejores amigas, pero seguía siendo una amiga, y...

―Lo sé, yo también lo sabía entonces. Lo creas o no, esa es parte de la


razón por la que la llevé a Nueva York.

Ladeo la cabeza.

―Ahora sí que no tiene sentido lo que dices.

―Era la amiga de un amigo que vivía en Manhattan. Jon. Sabía que


estaría ahí el fin de semana. Era una conferencia para varias
organizaciones sin ánimo de lucro, y me habían invitado a hablar. Había
una cena formal, y la expectativa era que tendría una cita. Carrie quería ir
a visitar a Jon, y Anna estaba ocupada en el lugar con las etapas finales de
la construcción. Parecía una buena idea en ese momento.

―¿No te preocupaba que te reconociera? ―Aunque ninguno de mis


amigos, excepto Brandy, sabía que Alex y yo habíamos tenido una
relación cuando yo estaba en el instituto, sí iban a la casa donde Alex
trabajaba. Lo que significaba que lo veían, y a menudo comentaban lo
guapo que era.

―No me preocupé por ti, ¿verdad? ―contesta―, y si alguien pudiera


ver a Alex bajo la máscara de Devlin, serías tú.

―No es una máscara ―digo, extendiendo la mano para acariciar su


mejilla.

Me toma la mano y la mantiene firme contra su barba y el ángulo agudo


de su mandíbula.

―Ahora no ―acepta―, pero entonces...

Asiento con la cabeza. En aquella época, Devlin habría cumplido unos


tres años desde que Alex desapareció sobre el papel y Devlin emergió del
oscuro pasado que los amigos militares y de inteligencia de Devlin
crearon para él.

―¿A Carrie le pareció bien que fuera solo un viaje amistoso? Ella
siempre pensó que Alex era sexy. Tengo que suponer que se habría
sentido aún más atraída por Devlin.

―Lo estaba ―dice él.

―¿Qué? ―No estoy segura de sí quiere decir que ella estaba de acuerdo
con el plan o que se sentía atraída por él.

―Ambas cosas ―dice, y compartimos una risa.

―Bueno, debería haber esperado eso. ―Cuando se mueve para que su


espalda esté apoyada en el cabecero, me pongo a horcajadas sobre él,
dejando caer la sábana. Él me agarra los senos y yo me muerdo el labio
inferior, con mis caderas ondulando de forma que nos atrae a los dos, y
para indicar claramente que estamos en un descanso y que no hemos
terminado por esta noche.

Sus dedos me acarician los pezones mientras dice:

―No debes desear mucho esta historia.

―Al contrario. ―Me inclino para que su polla quede entre mis piernas,
y luego me inclino hacia delante por la cintura, hasta apoyarme en su
pecho, con la cabeza inclinada para verlo―. Cuéntame el resto.

Sus manos se dirigen a mi cintura, luego acaricia lentamente el oleaje


de mi trasero mientras continúa su relato.

―La primera noche estuvo bien. Cenamos y tomamos un aperitivo con


Jon. Después se fue a su habitación y yo a la mía. Estaban conectadas, pero
la puerta estaba cerrada. El día siguiente lo pasé en seminarios y ella lo
pasó de compras. Esa noche, se fue de copas con una amiga de la
universidad, y mientras ella estaba fuera, yo hice algo que no debía. Algo
que siempre hacía cuando visitaba Nueva York, aunque cada vez sabía
que era un error peligroso.

Me mira a los ojos y se me corta la respiración. Había ido a verme. Me


doy cuenta de ello incluso cuando dice:

―Fue una compulsión, no podía no haberte buscado más de lo que


podría haber querido no respirar.

―¿Cada vez que venías a Nueva York? ―Mi corazón late tan fuerte que
temo que no pueda oír las palabras.

Asiente con la cabeza.

―Y nunca te vi. O, supongo, nunca supe que te había visto.

Los músculos alrededor de su boca se mueven, pero no puedo decir si


está luchando contra una sonrisa o un ceño fruncido.

―Nunca quise que lo hicieras, pero te observé. Cada vez que venía a la
ciudad, encontraba la forma de observarte. ―Sus ojos se fijan en los
míos―. Aquella noche con Max me viste, pero no viste realmente.
―Sin embargo, te percibí ―le digo―. La forma en que te movías.
Caminabas. No sé. Te vi antes del callejón, y Alex estaba en mi mente.
Pensé que estaba un poco loca, en realidad, pero... ―Corto las palabras,
mi mente vuelve a ese horrible recuerdo de Max y lo que intentó hacer.

Tomo aire, obligándome a sacudirme y a continuar.

―Después ―digo, y hago una pausa antes de empezar de nuevo―.


Después, sentí que el tipo que había visto era un ángel de la guarda. Tenía
sentido, ¿no? Después de todo, por lo que yo sabía, Alex estaba muerto.

Hace una mueca de dolor.

―Está bien ―digo―. Entonces no lo estaba, pero ahora te tengo de


vuelta. ―Muestro una sonrisa coqueta―. Mientras esta historia no se
vuelva demasiado loca, entonces todo está perdonado.

Me arrepiento de las palabras en el momento en que veo el brillo duro


en sus ojos.

―Devlin ―digo―. Solo dime, ya sé que ella piensa que eres el diablo.
Quiero saber por qué.

Por un momento, creo que se va a quedar callado, luego dice:

―Esa noche, después de verte, después de detener a Max, volví al hotel.


Estaba tenso, había matado a ese hombre. Ese imbécil que quiso hacerte
daño, pero no fue suficiente. No fue ni siquiera cerca de lo suficiente.
Entré en la habitación y me tomé un par de copas. Las tomé de golpe, una
tras otra para embotar cada nervio de mi cuerpo, luego me duché,
queriendo lavar todo. La sangre. Los recuerdos.

Me pongo tensa, asustada por el rumbo que está tomando esto, pero sin
querer que se detenga.

―Te dije que nuestras habitaciones estaban conectadas, pero las


manteníamos cerradas por la noche. Antes, sin embargo, habíamos estado
hablando y todavía estaba abierta, yo estaba en toalla cuando ella pasó
por las puertas abiertas entre nosotros. Ella había bebido mucho, y yo
también. Puedo manejar mi alcohol, pero no quería hacerlo esa noche.
Quería emborracharme a muerte. Una borrachera ciega. Quería olvidar.
Siento que las lágrimas resbalan por mis mejillas, pero no las enjuago.
En lugar de eso, me siento perfectamente inmóvil, deseando que las cosas
hubieran sido diferentes, como he deseado tantas veces en mi vida.

―No sé qué quería ella, aparte del sexo, y después de unas cuantas
copas más, estuve encantado de complacerla.

Trago saliva, no estoy segura de querer escuchar esto, pero al mismo


tiempo estoy pendiente de cada una de sus palabras.

―Fui... duro, y a ella le gustó así. Yo tenía muchas cosas que resolver,
y el alcohol hacía que fuera fácil perderse. ―Se pasa los dedos por el pelo
y luego me atrae hacia él, apoyando su frente en la mía para que nos
toquemos, pero no puedo ver sus ojos.

―Me perdí ―dice―, pero conseguí salir de eso. Me di cuenta de que


no quería eso. No la quería a ella, y así, la noche siguiente cuando vino a
mi cama, la mandé de paseo.

―Me has atado ―susurro―, y a mí también me gusta lo duro.

Se retira y me levanta la barbilla, esta vez mirándome directamente al


alma.

―Porque te quiero. Quiero reclamarte. Poseerte, y porque sé lo que te


gusta: esa posibilidad de peligro, aunque solo sea una fantasía, porque
sabes que nunca te haría daño.

―Sí. ―Trago saliva, sin saber qué va a decir a continuación.

―Con ella, solo pensaba en ti. La castigaba, me castigaba a mí mismo,


porque te había perdido. La estaba utilizando, igual que mi padre
utilizaba a la gente. Hacía daño a la gente.

Me encogí.

―¿La lastimaste? Fue un accidente. Ella sabía que tú...

―No. ―Casi se ríe―. No la lastimé. ―Toma aire―. Ella quería que lo


hiciera. Quería que la llevara a donde habíamos ido la noche anterior, y
más, y cuando no quise ir ahí con ella, se enojó. Explotó. Dijo que le había
tendido una trampa. Que la había utilizado, y tenía razón.
Me inclino hacia delante y lo beso ligeramente.

―Eso no te convierte en un monstruo, y no le debías nada. ―Aprieto


una palma de la mano en su mejilla, sujetando su cara mientras lo miro
profundamente a los ojos―. Sin embargo, puedes utilizarme a mí. Quiero
que lo hagas. Sabes que no hay nada que puedas hacer que me aleje. Nada
que puedas querer de mí. Dulce. Rudo. Lo que necesites ―digo
mirándolo a los ojos―. Cuando lo necesites.

Él sonríe, reconociendo sus propias palabras para mí.

―Cariño, lo sé. ―Me atrae hacia él, abrazándome con fuerza hasta que,
finalmente, me hace girar sobre mi espalda, con sus brazos a cada lado
mientras se mantiene encima de mí, con esos ojos verdes ya familiares
estudiándome.

―¿Qué? ―Siento que la sonrisa me tira de la boca mientras espero un


comentario coqueto o un beso largo y profundo.

Así que no estoy preparada cuando dice, en voz muy baja

―Te amo, El. Siempre te he amado.

Parpadeo, conteniendo las lágrimas mientras intento hablar a través del


espesor de mi garganta.

―Lo sé.

―Debería habértelo dicho ya. Tú lo hiciste, y cada vez que escuchaba


esas palabras, mi corazón se hinchaba, y me sentía el hombre más
afortunado de la tierra.

―Lo has dicho mil veces ―le digo―. Hay formas de hablar sin decir
palabras.

―Pero te siguen gustando las palabras.

Me rio mientras me acerca.

―Sí ―admito―. Mucho.


Nos quedamos así, con nuestros cuerpos tocándose, con nuestra
respiración mezclada, durante lo que parece una eternidad. Entonces
dice:

―Podría ser un problema.

Tardo un minuto en cambiar de marcha y darme cuenta de que ha


vuelto a hablar de Carrie.

―¿Qué quieres decir?

―No me había dado cuenta de que guardaba tanta rabia.

Asiento con la cabeza.

―Cuando dijo algo por primera vez, le pregunté si era ella la que
enviaba los mensajes. No dijo que sí, pero tampoco dijo que no.

―¿Crees que es ella?

―Sinceramente, no estoy segura. ―Me siento, llevando mis rodillas al


pecho―. Hay algo más que tengo que preguntarte.

Él también se mueve, con el ceño fruncido.

―Esto se está convirtiendo en toda una noche ―dice, y yo me rio,


agradecida de que aligere el ambiente.

―¿Sabías algo de que el tío Peter estaba metido en el porno?

Antes de que responda, sé que no tenía ni idea.

―¿Estás segura?

―No ―admito, y luego le cuento lo que me dijo Lamar.

―Que Mulroy estuviera metido en el porno no significa que Peter lo


estuviera. Eso no se parece al hombre que yo conocí.

―A mí tampoco ―pero lo que no digo es que trabajar en el crimen


organizado y el tráfico de drogas tampoco era el Peter que yo creía
conocer. Siempre he sabido que todo el mundo tiene secretos, pero al
volver a Laguna Cortez, esa lección ha calado de verdad.
Devlin tiene una mezcla de bollos de arándanos en sus armarios, y
observo cómo remueve la masa. Apenas son las ocho, pero se ha escapado
de la cama justo después de las seis. Sentí la pérdida de su calor
inmediatamente, y una vez que me di cuenta de que se había levantado,
no pude volver a dormirme.

Me puse una de sus camisetas y fui a buscarlo. Lo oí antes de


encontrarlo, y pasé unos agradables veinte minutos viéndolo dar una
paliza al saco de boxeo en su porche trasero. Tenía las manos vendadas, y
me alegro. Recuerdo muy bien la vez que vi sus dedos en carne viva y
rojos, junto con las manchas de sangre en el cuero liso y bronceado de ese
pobre y asediado saco.

Anoche, sus nudillos estaban rojos, pero no en carne viva ni sangrando.


Se contuvo un poco con Walt, por supuesto. Por eso el bastardo no está
muerto.

―¿Está mejor ahora? ―le pregunté cuando se giró hacia mí, con el
sudor cayendo sobre sus ojos. Solo llevaba pantalones cortos y todo su
cuerpo brillaba como el retrato de un dios antiguo iluminado en un
museo.

―Ya estoy llegando ―dijo, y luego me tomó la mano―. Hablar anoche


ayudó. Ducharme contigo ahora terminará el trabajo.

―Solo piensas en una cosa.

―Si la cosa eres tú, entonces sí ―dijo.

Ahora, estamos duchados y vestidos para el día, y pronto comeremos


bollos juntos. Después, él se irá a la fundación y yo me iré a casa para ver
cómo está Brandy y luego volveré a investigar sobre Peter, y lo primero
será contactar con Cyrus Mulroy.

―Trece minutos ―dice Devlin, deslizando la bandeja de hornear en el


horno―. ¿Qué podemos hacer en trece minutos?
Finge una mirada de soslayo y yo me rio.

―Olvídalo, chico. Estoy vestida y realmente maquillada, y tu, señor, lo


arruinarías.

―Se me ocurren todo tipo de formas de entretenernos que no alterarían


tu maquillaje. ―Se acerca a la isla y me tira del taburete y me abraza―.
¿Te hago una demostración?

Estoy a punto de retarlo a que lo haga cuando nos interrumpe el agudo


timbre de su puerta.

Frunce el ceño y saca su teléfono para revisar la cámara.

―Brandy ―dice, y mis tripas se tensan inmediatamente.

Me apresuro a ir en esa dirección, con Devlin pisándome los talones, y


abro la puerta de un tirón en cuanto ha desactivado el sistema.

―¿Estás bien? ―pregunto―. ¿Pasó algo más? Mierda, debería


haberme quedado contigo.

Mis palabras caen una sobre otra, mientras ella entra, sacudiendo la
cabeza y diciendo:

―No, no. Estoy bien. De verdad. Christopher vino a casa conmigo


anoche. Estoy bien. De verdad, lo estoy.

―¿Entonces qué pasa? ―pregunto, al mismo tiempo que Devlin la


invita a entrar y le pregunta si quiere un té verde.

―Eso sería estupendo ―dice ella, y ambos la seguimos, y yo me


esfuerzo por no vomitar más preguntas. Devlin tiene razón. Sea cual sea
el motivo de Brandy para venir esta mañana, ya se ocupará de eso a su
debido tiempo.

Le pone una taza de té delante.

―¿Quieres que me vaya para que puedas hablar con Ellie?

―No. Gracias, pero he venido a hablar contigo, en realidad.

―Oh ―digo―. ¿Quieres que me vaya?


Una risa brota de ella.

―No, pueden quedarse los dos. ―Toma aire y lo suelta


ruidosamente―. Es que me siento mal por todas las fotos. ¿Aún no las has
visto? ―añade, al parecer notando cómo mi ceño se frunce en confusión.

―Del callejón ―supongo―. Devlin con Walt. ¿Qué tan malas son?

―Algunas son bastante vívidas ―dice Devlin, y por primera vez me


doy cuenta de que esto no es nuevo para él, y, francamente, tampoco
debería ser noticia para mí, pero había estado tan metida en el mundo de
nosotros dos, que dejé que el mundo en el que tenemos que vivir se me
escapara de la cabeza.

El saco de boxeo, creo. No se trataba de Carrie, ni de Max, ni de Walt, ni


de nada de eso... o al menos, no se trataba solo de ellos. Vio las fotos y lo
estaba resolviendo de la mejor manera que sabía.

―Tamra te las envió esta mañana ―supongo.

Asiente con la cabeza.

―Es lo que le pagan por hacer. Voy a entrar tan pronto como comamos.

―La mayoría de los comentarios son una tontería ―dice Brandy―.


Hablando de que eres un humanitario malvado. Tamra también me
llamó. Me dijo que no me preocupara y que la fundación estaba más que
capacitada para responder a las desafortunadas tormentas de las redes
sociales.

―Tamra es una mujer inteligente ―dice Devlin―. Te dijo exactamente


lo que te voy a decir ahora. ―La mira con dureza―. No te preocupes por
eso, y no te preocupes por mí.

Observo cómo traga.

―Pero sí me preocupa ―dice ella, poniéndose más recta―. Por eso


vine. Voy a hacerlo público. Voy a presentar cargos y voy a contarle a los
periodistas lo que me pasó. Quiero que entiendan por qué fuiste por él
―le dice a Devlin―. Haces un trabajo tan bueno, y algo así, si parece que
golpeaste a un tipo al azar, ese tipo de publicidad podría ser realmente
mala.
Observo a Devlin, que mira a Brandy con una expresión ilegible.

―Brandy ―digo, con voz suave―. ¿Estás segura?

―No puede salirse con la suya ―dice ella.

―Tal vez no lo haga ―digo yo―. Lamar tiene su nombre ahora. Puede
iniciar una investigación. Ver si hay otras mujeres a las que drogó y violó.
―Me acerco y tomo sus manos―. No tienes que ser tú.

―Sí, tiene que ser. Quizá no para un juicio, pero sí ahora. Para los
periodistas. Para Devlin. Porque si no, publicarán que él...

―Publicarán que William Alexis Tarkington y yo tuvimos una disputa


privada que va a seguir siendo privada, que es exactamente la declaración
que hice que Tamra publicara esta mañana. ―Se acerca a Brandy―.
Presenta cargos si quieres, si eso te ayuda a dormir por la noche y te da
paz, pero no tienes que decidirlo ahora, ya sabes su nombre. Lamar no le
perderá la pista, y puede resultar que no estarás sola contra él.

―Pero estarás en todas las redes sociales por algo que no has hecho, y
con todos tus secretos...

―Sí lo hice, Brandy ―señala―, y he estado protegiendo mis secretos


durante mucho tiempo. Pero ―añade―, la elección es tuya. ―Mira entre
las dos mientras suena el temporizador del horno―. Voy a sacar los bollos
para que se enfríen y luego me vestiré. Tengo que ocuparme de algunas
cosas en la oficina hoy.

Roza el hombro de Brandy mientras se vuelve hacia mí, y luego toma


mi mano.

―¿Te quedas aquí?

Niego con la cabeza.

―Puedo trabajar mejor en casa, y tengo que escribir. ¿Vienes cuando


termines?

―Como una flecha. ―Me roza un beso en los labios, luego apaga el
temporizador y saca los bollos antes de dirigirse al dormitorio.

En la cocina, Brandy suspira.


―Lo sé ―digo―. Es un guardián.

Se ríe, y yo me sirvo una taza de café recién hecho, luego me apoyo en


la encimera, estudiándola.

―¿Quieres un bollo?

―Siempre, pero deja que se enfríen.

―¿Qué te parece?

Esta vez, entiende que no estoy hablando de la comida del desayuno.


Toma aire y lo suelta.

―Creo que tiene razón en lo de esperar, pero al final, hablaré con Lamar
para hacer una denuncia.

―¿Estás segura?

―Sí. No. No lo sé. ―Hace girar un mechón de pelo alrededor de un


dedo y luego se sube a la barra frente a mí―. No quiero declarar. Quiero
decir, realmente no quiero. No quiero revivir un momento de lo que pasó.
―Su boca se tuerce irónicamente―. Aunque no recuerde la mayor parte.

―Brandy... ―Me quedo sin palabras, incapaz de encontrarlas para


mejorar la situación.

Se encoge de hombros y suspira.

―No quiero ―repite―, pero no quiero que Walt salga libre. Así que
supongo que espero que Lamar encuentre otras víctimas con más agallas
que yo, pero ese es un pensamiento horrible porque significa que se lo
hizo a más que a mí.

―Bran...

―Estoy bastante jodida, ¿eh?

―La situación, sí. Tú, no, y ahora tienes tiempo.

―No es justo que Devlin...

―Es su elección ―le recuerdo―. Él no tenía que golpear al tipo. Dale


crédito por haber tomado su propia decisión.
Ella asiente.

―Sí, tienes razón. ―Toma aire y lo suelta lentamente―. Realmente es


un buen hombre.

Siento el cosquilleo de la sonrisa que baila en mis labios y vuelvo a


mirar por encima del hombro hacia la puerta cerrada del dormitorio.

―Sí, lo es.

Brandy salta de la encimera y toma una servilleta. Toma un bollo y se


dirige a la sala de estar, yo también tomo uno y la sigo hasta el patio. Las
dos miramos las colinas y los tejados que tenemos debajo hasta que
Brandy se desplaza lo suficiente para mirarme directamente.

―Christopher se disculpó conmigo. Dijo que debería haberse dado


cuenta de quién era Walt por mi reacción, y que debería haber hecho lo
que hizo Devlin.

No digo nada. Si yo fuera Christopher, estoy segura de que habría


pensado lo mismo.

―Creo que está un poco intimidado por Devlin. Incluso me dijo que no
creía que hubiera tenido las pelotas de ponerse en la línea de fuego de esa
manera. Por un segundo pensé que se refería a quién es Devlin en
realidad; ya sabes, que cuanto más público sea, más podría reconocerlo
alguien de su pasado como Alex.

Empiezo a hablar, pero ella se me adelanta.

―Estuve a punto de decir algo... estuve a punto de fastidiar a Devlin


porque estaba demasiado agitada para pensar con claridad.

El miedo me atraviesa, pero aprieto mi mano sobre la suya y consigo


mantener la voz firme mientras digo:

―Pero no lo hiciste. ―Incluso consigo que sea una afirmación, aunque


deseo desesperadamente una respuesta.

―No ―me asegura―. No lo hice. Me di cuenta antes de decir nada de


que solo quería decir que lo habría puesto nervioso involucrarse en una
situación tan explosiva.
―Sí, bueno, no sabe el tipo de vida que llevó Devlin en realidad. Entre
su padre y el ejército, las situaciones explosivas deben ser bastante
naturales para él. ―Es la primera vez que lo pienso así, y frunzo el ceño
mientras me pregunto qué ha hecho Devlin a lo largo de los años. Por las
cosas que ha insinuado y por su declaración rotunda de que tiene secretos
peligrosos tengo que suponer que, desde su perspectiva, lo de anoche no
fue realmente explosivo.

―Estoy segura de que todo este tiempo, Christopher ha estado


pensando que Devlin es solo un tipo rico que juega el papel de salvador
benévolo ―dice Brandy―, pero ahora ve que Devlin es un tipo
genuinamente bueno.

―Bueno, eso es un punto positivo ―digo, y ambas nos reímos―. En


serio, sin embargo ―continúo―. Me gusta mucho Christopher, espero
que no se sienta mal por no ser tu caballero blanco.

―Un poco cagado, sí, pero creo que incluso eso es bueno. Porque
hemos hablado, ¿sabes? Quiero decir, realmente hablamos. Como un
nivel de conexión totalmente diferente. Como si realmente llegáramos a
la superficie.

Su sonrisa es un poco tímida. La mía es tan amplia que me duele en las


mejillas.

―Brandy Bradshaw, ¿has hecho dos...?

―Estoy pensando en esta noche. Vamos a salir a cenar en Los Ángeles.


Mañana tengo reuniones para almorzar en Beverly Hills, y como él puede
escribir en cualquier lugar donde tenga su portátil, me parece una buena
idea.

―Me alegro por ti ― le digo.

―Yo también me alegro por mí, y tengo nervios, dime que eso
desaparece.

―¿Por el sexo? Totalmente. ¿Sobre la relación...? ―Me quedo con un


encogimiento de hombros―. Le estás preguntando a la persona
equivocada sobre eso. Todavía no sé qué haré si lo pierdo de nuevo.
―No lo harás ―dice con firmeza.

―Me lo dijo ―digo yo―. Me dijo que me amaba. Realmente dijo las
palabras.

―Oh, Ellie. ―La emoción llena su voz, y quiero derretirme de placer―.


¿Ves? No se va a ninguna parte.

Sonrío, porque quiero creerlo desesperadamente, pero sé mejor que


nadie que el amor no es un escudo mágico, y que por muy fervientemente
que te aferres a él, esa perra del Destino te arrancará a las personas que
amas sin el más mínimo aviso.
―¿Tienes una casa aquí? ―Anna pregunta―. ¿Dónde?

Estoy sentada en el banco frente al escritorio de Anna esperando a que


Devlin cuelgue el teléfono. Todavía no es la hora de comer, así que estoy
segura de que está ocupado, pero me acerqué con la esperanza de tomar
un café rápido con él. Estuve en la oficina de Sunset Realty and
Management, a pocas manzanas de la PCH, firmando los documentos
necesarios para liberarlos del contrato de gestión que Peter había
establecido.

―Fuera de Sunset Canyon ―le digo―. Así que el lado norte de Pacific,
frente a donde está Brandy.

―¿Es donde creciste? ―pregunta Tamra. Estaba conversando con


Anna cuando llegué. Algo sobre los fallos de seguridad de Las Vegas.

―Solo hasta los trece años ―digo―. Fue entonces cuando me mudé a
la casa de playa de Peter, y, sinceramente, como me quedaba con Peter
después del colegio, la casa de la playa fue prácticamente mi hogar desde
que murió mi madre.

Tamra me da un apretón comprensivo en la mano.

―Aun así, es un bonito recuerdo para recuperar.

Asiento con la cabeza.

―También es inesperado. El mismo inquilino ha tenido el lugar desde


que el tío Peter lo puso en alquiler. ―No conozco al hombre, pero al
parecer se muda a Virginia para cuidar a un padre anciano. Técnicamente
avisó con treinta días de antelación, pero le dijo a la empresa gestora que
se iría en diez días. Después de lo cual puedo entrar y echar un vistazo.
Entonces empezaré a buscar contratistas para remodelar el lugar antes de
mudarme. Echaré de menos vivir con Brandy, pero me entusiasma volver
a tener mi propia casa.

Veo que se apaga la luz del teléfono de Anna, lo que indica que Devlin
ha colgado su llamada. Me pongo de pie, solo para ver que se vuelve a
encender. Suspiro y miro entre las dos.

―Entonces, ¿qué está pasando en Las Vegas, de todos modos?

Las veo intercambiar una rápida mirada antes de que Tamra diga:

―Ya sabes que la fundación ayuda a financiar el apoyo paramilitar en


los esfuerzos de rescate contra los traficantes de personas y similares.

Asiento con la cabeza, aunque no era una pregunta. Tanto Devlin como
mi propia investigación me habían mostrado el alcance del trabajo de la
fundación. Todo, desde ayudar a las víctimas con formación laboral hasta
esfuerzos de rescate, pasando por cortar la cabeza del monstruo en el
origen de los horrores.

―Obviamente, gran parte de ese trabajo se planifica en secreto, pero en


al menos tres ocasiones, las operaciones y las víctimas se han trasladado
antes de que lleguen las fuerzas de rescate.

―Alguien está filtrando información.

Tamra asiente.

―Es posible que la filtración provenga de alguien ajeno a la fundación.


Uno de los grupos con los que nos asociamos, y también es posible que
alguien haya hackeado nuestros sistemas o haya conseguido información
a través de la vigilancia.

Hago un ruido burlón.

―No puedo imaginar que una de las operaciones de Devlin tenga ese
―tipo de debilidad.

―Por eso creemos que es una persona ―dice Anna―. Alguien que
reúne y vende información.

Asiento con la cabeza.


―A ese tipo de Blackstone.

Ella frunce el ceño.

―No tenemos pruebas, pero sí. Devlin cree que está vendiendo
información antes de las redadas.

―Obteniendo un beneficio al advertir a la gente ―digo.

―Lo conozco desde hace años ―dice Anna―. No me extrañaría, pero


tampoco tengo la sensación de que ese sea su juego. ―Se encoge de
hombros―. No es que nadie pueda leer realmente a Joseph Blackstone.
―Su boca se tuerce―. O a Devlin Saint, en realidad. ―Frunce el ceño y
luego me estudia.

―¿Qué?

―Lo siento. ―Sacude la cabeza y se inclina hacia delante, con los codos
sobre el escritorio―. ¿Cómo están ustedes dos? Con la tormenta de las
redes sociales, quiero decir.

Es miércoles, y el desmantelamiento de Tarkington por parte de Devlin


fue el domingo. Devlin y yo hemos estado trabajando mucho y pasando
nuestros momentos libres juntos, y ninguno de nosotros ha pasado mucho
tiempo en línea.

Sin embargo, hemos recibido informes, sobre todo de Brandy y Tamra.


Al parecer, Devlin fue trending topic el lunes, con algunas personas
despotricando de él en Internet y otras alabándolo como protector del
pueblo.

―Estamos bien ―digo―. No entiendo por qué la gente está


remotamente interesada en ver fragmentos de la vida de gente que ni
siquiera conocen, pero cada uno lo suyo.

―Y la fama es una bestia tan voluble ―dice Tamra, desplazándose por


su teléfono―. Ayer fue mucho más tranquilo y hoy apenas hay posts
sobre ustedes.

―Está libre. Entra antes de que reciba otra llamada. ―Anna alcanza el
botón para abrir la puerta, pero ya están en movimiento, y un momento
después, Devlin sale a grandes zancadas de su despacho.
Es la primera vez que lo veo, y aun así se me corta la respiración. Está
erguido, lleva un traje como si hubiera nacido para ello, de seda gris
perfectamente entallado con una corbata verde que complementa sus
ojos. Es riqueza y poder, sí, pero hay algo más en él. El fuego de sus ojos.
El carácter salvaje de su pelo. Es un guerrero, y no tengo duda de que al
final encontrará a quien lo esté jodiendo, y los destruirá por completo.

Hizo lo mismo por Brandy con Walt. ¿Qué más haría para salvar su
fundación y a la gente que protege?

Me estremezco pensando en los asesinos que eliminaron a Myers.


Recuerdo lo que dijo Devlin: que los aplaudía porque hacían justicia
donde el sistema había fallado. Esos asesinos eran probablemente
mercenarios a sueldo.

Y ahora mismo, estoy segura de que, si tuviera la oportunidad, Devlin


pagaría con gusto a hombres como esos para detener las filtraciones y
proteger la fundación.

―Me alegro de que hayas podido escaparte ―le digo una hora más
tarde mientras caminamos descalzos por la playa, compartiendo la taza
de helado que habíamos decidido en lugar del café.

―Eres un bienvenido descanso en mi mañana. Créeme.

Se ha subido los dobladillos de los pantalones, y aunque eso podría


transformar a otro hombre de guerrero corporativo a vagabundo de playa
corporativo, con Devlin, parece igual de poderoso con el oleaje besando
sus pies descalzos.

―Por lo que decían Anna y Tamra, no es precisamente el mejor


momento.

―Aparte de dar órdenes y hacer algunas llamadas telefónicas, no hay


mucho que pueda hacer en este momento ―dice―. Por eso eres un
agradable descanso de la frustración.
Me rio.

―Es agradable tener un propósito.

Se detiene y me tiende una cucharada de chocolate con menta. La tomo,


disfrutando de su agudo frescor en la lengua.

―¿Cómo está Brandy?

―No la he visto desde el lunes por la mañana ―admito, ya es


miércoles, y siento que la sonrisa me tira de la comisura de los labios―.
Christopher se fue con ella a Los Ángeles para unas reuniones, y me dijo
que iban a cenar ahí y a alojarse en un hotel. Creo que han decidido
quedarse dos noches. O eso, o se han refugiado en el Airbnb de
Christopher.

Devlin se ríe.

―Me preguntaba por qué no lo vi ayer en la sala de investigación. Se


ha convertido en un elemento tan fijo, que casi hice que Tamra llamara a
las tropas cuando no apareció.

―Parecen estar bien juntos.

Hay una breve pausa antes de que Devlin asienta.

―Así es.

―¿Qué? Dudaste ―añado cuando sus cejas se fruncen en forma de


pregunta.

―Solo pensaba en lo mucho que no sé de hecho sobre Christopher.

―Es escritor. Solo tienes que buscarlo en Google. O ve a su página web.


Es algo bastante normal. No es como si lo pusieras en nómina.

―Es cierto, pero me gusta mantener una sana paranoia sobre la gente.
Especialmente cuando se acercan a personas que me importan.

Tomo su mano libre, apretando suavemente, tan agradecida de que esté


cuidando a Brandy también.

―¿El último bocado? ―dice, y yo niego con la cabeza.


―Adelante. Un bocado antes de volver al trabajo. ―Volvemos a la
fundación y no quiero dejarlo marchar.

―Tengo muchas ganas de hacer novillos hoy ―dice, haciéndose eco de


mis pensamientos.

―Tienes trabajo que hacer ―le digo―, y yo también. Lamar por fin ha
conseguido una dirección y un número de teléfono de Cyrus Mulroy. Le
he dejado un mensaje y quiero estar preparada para cuando me llame.

―Si te devuelve la llamada.

―Si no lo hace, me pasaré por su casa. Soy intrépida ―bromeo,


haciendo reír a Devlin―. En resumidas cuentas, estoy haciendo un
esfuerzo de última hora para encontrar cualquier cosa que se me haya
pasado por alto sobre él o la conexión entre él y Peter para estar
preparada. ―Suelto un suspiro―. Espero que me diga que el tráfico de
porno no era uno de los vicios de Peter, pero me estoy preparando para
lo peor.

―En ese caso, ¿qué tal si cenamos? Iremos a un lugar agradable con
vista al mar.

―¿Qué tal si vamos a algún sitio de mala muerte con buenas


hamburguesas y papas fritas, también con vistas?

Sus brazos se deslizan alrededor de mí mientras se ríe.

―Creo que puedo hacerlo. Me cambiaré después del trabajo y vendré


a buscarte.

―Me gusta ese plan ―digo, y luego inclino la cabeza hacia atrás para
darnos un beso que es bastante menos casto de lo que esperaba, teniendo
en cuenta que estamos a la vista de Paul y de cualquiera que se encuentre
en el vestíbulo de la fundación.

―Eres mía ―susurra, leyendo una vez más mi mente―, y por lo que a
mí respecta, todo el mundo debería saberlo.
Acabo de cruzar la puerta de la casa de Brandy cuando suena mi
teléfono y lo saco del bolsillo trasero de mis pantalones esperando que sea
Devlin.

En cambio, es Corbin.

Normalmente, eso sería una gran decepción. Hoy, sin embargo, estoy
ansiosa por contestar, y pulso el botón para poner el teléfono en altavoz.

―¿Está listo?

―Sí. ¿Estás en tu ordenador?

―Estaré en dos minutos ―le aseguro, me quito las zapatillas en el


pasillo y me apresuro a ir a mi habitación. Mi portátil está sobre la cama
sin hacer, justo donde lo dejé esta mañana, todavía enchufado, con el
salvapantallas advirtiéndome que me siente y trabaje, ¡maldita sea!

Me tiro en la cama, desbloqueo la pantalla y le digo que estoy lista.

―Revisa tu correo electrónico, te estoy enviando un enlace a un


servidor de intercambio de archivos. Descárgalo, ábrelo, instálalo y espera
a que vuelva antes de hacer nada más. Voy a tomar un café del vestíbulo.

―¿Ahora?

―Tardará unos cinco minutos en descargarse y otros dos en instalarse,


y no es nada personal, pero dudo que tú y yo podamos mantener siete
minutos de conversación civilizada.

Casi me rio. A pesar de mí, Corbin está empezando a gustarme.

―Buen punto ―digo, planeando conseguir mi propio café una vez que
el archivo se esté descargando.
Diecisiete minutos y quince segundos más tarde, estoy golpeando
impacientemente mi dedo mientras espero que Corbin regrese. El archivo
se ha descargado e instalado, y estoy mirando una pantalla que dice:

―Bienvenida, Elsa. La paciencia es una virtud.

Y debajo de eso, un dedo animado que se mueve mientras el sonido


suelta “Ah-ah-ah” en tono de regañina.

Juro que, si este software es un fracaso, mi misión será bajarle los humos
a Corbin. O cinco.

―Entonces, ¿estamos listos? ―Su voz se desliza en mi oído.

―Llevamos más de diez minutos ―digo―. ¿Te perdiste en el camino


de vuelta desde el vestíbulo? Sé que puede ser complicado. Hay tantos
botones en un ascensor para elegir.

―No es tu mejor frase ―dice, y a pesar de mí, tengo que darle la razón
en silencio―. Bien, es bastante fácil una vez que le tomas el modo. ¿Tienes
el archivo que intentas limpiar guardado en algún lugar de tu disco duro?

―Sí. ¿Vas a poder ver lo que yo veo en tu lado?

―No.

Me relamo los labios.

―¿Cómo puedo estar segura?

―No lo sabes ―dice―, pero por si lo has olvidado, yo también soy


periodista. No voy a joder tu información ni tus fuentes, Ellie. A ti,
absolutamente, pero no el trabajo.

―Claro. Lo siento. Sé que no lo harás. ―Apoyo mis dedos en las


teclas―. Entonces, ¿qué hago?

Me guía a través de la carga en el programa, y luego me lleva a través


de los diversos controles que dirigen el proceso.
―Básicamente, el ordenador busca información en los píxeles y tú lo
guías. Así que esto solo funciona si tienes alguna idea de lo que se supone
que es la imagen. Este es el edificio del banco con los dos rapeladores,
¿verdad? Así que esperarás un edificio y formas humanas. Posiblemente
autos en el estacionamiento dependiendo del ángulo. Tal vez el equipo
del edificio en el techo. Fue una toma de un dron, ¿cierto?

―Correcto.

―Muy bien. Probemos esto. ―Me guía a través de algunos comandos


para que el programa se centre en el edificio y los hombres y no en el
fondo. Luego me dice cómo aislar las figuras y darle al ordenador
instrucciones para aclarar sus rasgos.

―Me llevará unas horas como mínimo. Puede que incluso unos días,
pero dale tiempo antes de empezar a hacer ajustes. Si crees que sabes
quién es una de las imágenes, puedes subir su foto y dejar que el
ordenador decida si hay coincidencia, pero si vas a ciegas, solo tienes que
decirle al programa que debe ser una persona. ¿Entendido?

―Entendido.

―Bien, y llámame si necesitas ayuda.

―¿En serio?

―No es que te invite a llamar y charlar conmigo sobre tu día, pero si se


te cuelga, entonces, sí. Quiero que mi software funcione tanto como tú, y
no es que ninguno de los dos tenga un horario fijo, ¿verdad?

―Gracias ―digo, admitiendo a regañadientes que, aunque Corbin sea


un imbécil, puede que no sea el mayor imbécil del universo.

Me desea suerte y, en cuanto terminamos la llamada, llamo a Roger


para decirle que ya estoy instalada y que el programa funciona, y que le
avisaré en cuanto lo haga.

Entonces me siento a ver cómo se reorganizan los píxeles en mi


pantalla. Al principio es fascinante, pero pronto se vuelve tedioso.
Después de diez minutos, decido limpiar la casa. No solo me hace olvidar
el progreso del ordenador, sino que es una buena forma de agradecerle a
Brandy que me deje quedarme aquí, aunque nos saltemos las normas de
su casero.

Dedico unas cuantas horas sin sentido a limpiar los baños y doblar la
ropa, y luego a pasar la aspiradora y la fregona por las zonas alicatadas.
Entre tarea y tarea, compruebo el ordenador y, aunque la imagen aún no
es discernible, la barra de progreso indica que está avanzando hacia algo.
Solo puedo esperar que ese algo sea una imagen reconocible.

A continuación, me ocupo de la cocina y, como puedo ver la televisión


por encima de la isla, pongo un canal de películas clásicas mientras
trabajo. Sonrío cuando me doy cuenta de que el programa actual es All
About Eve, una de mis películas favoritas de Bette Davis, y solo me he
perdido los primeros diez minutos de la película.

Mi atención se divide entre la película y la limpieza de los platos. El


otro día estuve pensando en Bette Davis, dándome cuenta de que es a
quien me recuerda Reggie, pero también había otra persona que me
recordaba a la actriz. Alguien más con ojos profundos.

Sacudo la cabeza, frunciendo el ceño mientras intento captar el hilo de


un recuerdo. Esa sensación frustrante cuando intentas aferrarte a un
pensamiento que se te escapa de las manos como el humo. Está ahí, pero
es completamente imposible.

La prostituta.

Eso era. La prostituta de Las Vegas. La que había visto en el periódico.


Ella tenía ojos profundos, Bette Davis, también, y es la que había estado
escondida en el fondo de mi mente cuando conocí a Reggie.

La prostituta que había estado con Lorenzo Bell cuando fue asesinado.
La conocida capo de una red de tráfico de personas establecida a la que
alguien había eliminado con una bala a corta distancia cuando yo había
estado en Las Vegas con Devlin.

¿Cómo no lo había visto antes?

De hecho, ¿estaba realmente segura ahora?


Dejo el lavavajillas abierto y los vasos sobre la encimera mientras corro
hacia el dormitorio. Mi ordenador está progresando, el icono de
porcentaje completado muestra que ya está al ochenta por ciento de la
reconstrucción inicial, y como eso podría ser suficiente, no quiero pausar
el programa. En su lugar, uso mi tableta, abriendo el navegador y
buscando el artículo del periódico que informó del asesinato de Bell.

Pronto encuentro la imagen. Fue recogida por varios servicios de


noticias. La foto es en blanco y negro, pero es bastante obvio que es rubia
con el pelo rizado. Reggie tiene el pelo oscuro y liso, pero ambas mujeres
tienen los mismos ojos profundos, y aunque la foto es granulada, el tono
de piel de la prostituta parece coincidir con el de Reggie. Es más oscura
de lo que esperaría de una rubia natural, aunque en blanco y negro es
difícil de distinguir, pero los pómulos. La boca ancha. Las gruesas
pestañas, y la pequeña hendidura en su barbilla.

Reggie.

Estoy segura de eso.

Tiro mi tablet en la cama y comienzo a caminar, tratando de entender


lo que esto significa. Bell fue asesinado, y ella estaba justo ahí. ¿Se acercó
y apretó el gatillo? ¿O fue una distracción, dejando que otra persona se
acercara? Alguien como Ronan, que era amigo de Reggie, y que también
estuvo en Las Vegas, estoy segura, aunque tenía una historia encubierta
de estar en Victorville.

Reggie supuestamente dirige un hotel, pero eso es una excelente


tapadera para cualquier tipo de operación criminal, especialmente si hay
que lavar dinero.

¿Y Ronan? Bueno, ¿qué hace exactamente un consultor de seguridad


independiente, de todos modos? ¿Asesino a sueldo, tal vez?

Esa es mi mejor suposición, y mi segunda mejor suposición es que él y


Reggie no solo trabajaban juntos, sino que dirigían su operación delante
de las narices de Devlin, utilizando los recursos de la fundación para
acercarse.
Me arrastro los dedos por el pelo, mis pensamientos giran tan rápido
que casi no puedo alcanzarme a mí misma. Lorenzo era una mierda de ser
humano, y aunque no puedo soportar la idea de que esos dos hayan
decidido por sí mismos eliminarlo, tampoco puedo negar que el mundo
es mejor sin él, pero eso no justifica lo que hicieron y cómo burlaron la ley.
Además, ¿quién dice que solo van a por los malos? Si Ronan y Reggie son
pistolas de alquiler, entonces cualquiera podría estar en su punto de mira.

Me abrazo a mí misma, odiando las ramificaciones de lo que he


descubierto. Porque la conclusión es que significa que Devlin está
equivocado. Durante años, ha creído en Ronan, pero ese imbécil ha estado
utilizando la amistad y la fundación de Devlin para que él y Reggie
puedan dirigir su propia empresa criminal.

Y, maldita sea, tengo que hacérselo saber.

Mis dedos tantean mientras marco su teléfono móvil, y él responde al


primer timbre.

―Estaba pensando en ti ―dice―. Por supuesto, siempre estoy


pensando en ti.

Abro la boca, pero no sale ningún sonido. ¿Cómo puedo decirle esto
sobre su mejor amigo por teléfono? Debería haber esperado. Debería
haber...

―¿El? ¿Estás bien?

―Es Ronan ―digo, mi voz como papel de lija―. Él y Reggie. Están


sucios. Te están utilizando.

Hay un largo silencio, tan largo que retiro el teléfono y miro la pantalla
para asegurarme de que la llamada no se ha cortado. Entonces Devlin
dice, muy despacio:

―¿De qué estás hablando?

Trago saliva y le explico todo paso a paso. Todo, desde la prostituta con
Bell hasta Ronan y Reggie estando tan cómodos juntos en el festival.

―Tengo razón ―digo cuando he terminado―. Puedo sentirlo en mis


entrañas.
―No. ―Solo una palabra, pero encierra un mundo de certeza.

―Devlin, no puedes mirar hacia otro lado. Piénsalo. Sabes que tengo
razón.

―No la tienes ―dice él―. Ellie, tienes que confiar en mí en esto.


Conozco a Ronan. Conozco a Reggie. Confío en ambos, y no me están
jodiendo.

Cierro los ojos, odiando que lo obligue a mirar a sus amigos de forma
diferente, y odiando aún más el hecho de que sus amigos lo hayan
traicionado.

―Sé que no quieres verlo ―digo lentamente―. Sé cuánto te han


traicionado las personas de tu vida. ¿Crees que disfruto diciéndote esto?
¿Crees que me divierte? Pero tienes que abrir los ojos, Devlin. Estoy frente
a una montaña de hechos. Lo menos que puedes hacer es examinarlos
también.

―Conozco los hechos, y sé que están equivocados.

Suspiro. Esta no es la forma en que quería que esto fuera, y cada vez
más estoy deseando haber esperado para verlo.

―Ven ―le digo―. Podemos hablar en persona, y, sinceramente, puede


que tenga más pruebas para cuando llegues.

―¿De qué estás hablando?

―El software de Corbin. Está haciendo lo suyo. Me imagino que hay


una buena posibilidad de que Ronan sea una de las figuras del edificio
del banco, y si ese es el caso, es muy probable que esté con Reggie.

―Cristo, Ellie. ¿Qué has...? ―Se corta, y lo oigo respirar


profundamente―. ¿Me estás diciendo que el software casi tiene una
imagen clara de esas personas?

―No puedo decir cuán clara es aún, pero casi ha terminado con el
primer renderizado. El edificio del banco ya está claro. ―Es cierto. Las
líneas son nítidas y claras ahora. No es que me importe el edificio, pero
me da esperanzas sobre el progreso del programa con la gente―. Si el
programa está bien, puede que vea sus caras en los próximos veinte
minutos.

Espero a que responda, pero no hay nada, y esta vez, cuando miro el
teléfono, veo que la llamada se ha cortado.

Vuelvo a marcarle, pero salta el buzón de voz. Frunzo el ceño y


compruebo mi señal, pero es fuerte. Así que veo cómo el software hace lo
suyo mientras espero que Devlin me devuelva la llamada.

Pero no llama.

Diez minutos después oigo el pitido del timbre de la puerta principal.

―¿Brandy?

―Soy yo. ―Un latido más tarde, Devlin entra en el dormitorio―.


Apágalo ―dice―. Termina el programa.

No podría haberme sorprendido más si me hubiera abofeteada. Estoy


con las piernas cruzadas en la cama y me quedo mirándolo, con la boca
abierta, porque no tengo ni idea de qué decir.

―Apágalo ―dice, viniendo a mi lado.

―¿Estás loco? No. Puede que tú tengas razón o que yo la tenga. O tal
vez los dos estemos equivocados, pero, a fin de cuentas, estoy escribiendo
una historia sobre el asesinato de Myers, y voy a revelar quién lo hizo, y
lo siento si el asesino es tu amigo, pero eso no cambia...

―Ronan no lo hizo. ―Cada palabra es lenta. Medida.

Dejo caer la cabeza hacia atrás con frustración.

―Por el amor de Dios, Devlin. ¿Podemos parar este juego? Pronto lo


sabremos.

―Yo ya lo sé ―dice, pasando por delante de mí para pulsar la barra


espaciadora y poner en pausa el programa.

Le quito la mano de un manotazo y me quedo inmóvil cuando sigue


hablando.

―Lo sé, porque fui yo quien mató a Myers.


―No. ―Sacudo la cabeza, deseando tener el poder de hacer
desaparecer sus palabras―. No. No es cierto.

Siento náuseas, y cuando él se acerca a mí, sus dedos apenas rozan mi


hombro me alejo, casi cayendo del otro lado de la cama en mi intento por
despejarme.

―No ―le digo, con la garganta llena de lágrimas al ver el dolor en sus
ojos. Dolor que le he infligido con esa pequeña palabra.

Sacudo la cabeza, deseando no retractarme.

―No puedo. Ahora no. Necesito pensar, y si me estás tocando... ―Se


me quiebra la voz y lo vuelvo a intentar―. Si me tocas, ambos sabemos
que no podré pensar con claridad.

―Deja que te lo explique.

―¿Explicar? ―le digo la palabra con un chasquido, queriendo que él


me devuelva el chasquido. Quiero una pelea. Una batalla, y sin embargo,
cada uno de sus movimientos es tan suave como sus palabras, sin dejarme
nada contra lo que luchar.

Respiro.

―¿Explicar? ―repito, dejándome perder en el fango del dolor y la


confusión―. ¿Crees que no lo entiendo ya?

Incluso mientras hablo, lo tengo cada vez más claro.

―Equipo de rappel. Una prueba. No fue una decisión improvisada


porque pensaste que el tribunal de apelación había metido la pata. Esto es
algo que haces. ―Me abrazo a mí misma―. Esto es parte de lo que eres.
Se me seca la garganta y me abrazo a mí misma mientras recorro la
habitación. Me detengo en la ventana, luego me giro y vuelvo a mirarlo.

―Sí. ―Eso es todo. Es todo lo que él dice.

―¿Fue un golpe del gobierno? ¿Alguna agencia te contrató para


eliminar a Myers?

Duda, y veo un destello de algo que creo que es esperanza cruzar su


cara. Siento que florece dentro de mí. Si todavía tiene esa conexión con los
militares... si estaba en una misión del gobierno...

Pero mi tímida esperanza se rompe como un cristal cuando dice:

―No.

El puño que rodea mi corazón se aprieta mientras una nueva oleada de


piezas de rompecabezas se reorganiza en mi mente y se convierte en
respuestas. Me siento como si estuviera en el colegio y me hubiera
quedado bloqueada durante un examen. Entonces he mirado la pregunta
de una manera diferente y todas las respuestas se precipitan en mi cabeza.

―Mataste a Myers ―digo lentamente―, pero aun así tenía razón sobre
el vídeo. Eres tú, claro, en ese vídeo, pero también es Ronan.

Su silencio es todo el reconocimiento que necesito.

―Y Las Vegas. Tenía razón todo el tiempo. Ronan mató a Bell.

―No. También fui yo. Te lo dije. Ronan estaba en Victorville.

―Pero él es parte de tu equipo, es la segunda figura en el edificio.


Ustedes dos hicieron una prueba para ver quién era más rápido. Tú
ganaste.

Asiente con la cabeza.

El aire entre nosotros está mortalmente quieto.

―En Las Vegas, la Glock que encontré en tu cajón no era solo para
protección personal, era un arma de reserva. Mataste a Bell a corta
distancia, con un solo disparo de veintidós, y luego tiraste esa pistola. Sin
registrar, sin huellas, pero en caso de que te quedaras atascado al salir de
ahí, tenías la Glock contigo.

―¿Necesito siquiera responder? ―pregunta―. Lo estás haciendo bien


por tu cuenta.

―No bromees con esto.

―No ―dice―. Lo siento.

Me paso las manos por el pelo y camino por la habitación, una parte de
mi mente grita que esta conversación no puede estar ocurriendo
realmente, la otra parte grita que debería haberlo sabido todo el tiempo.
Que tal vez lo estaba ignorando porque no quería enfrentarme a la verdad
que ahora me abofetea en la cara.

Vuelvo a respirar.

―¿Y Reggie?

―Ha sido parte del equipo durante años.

―El equipo ―repito. Por un lado, estoy fascinada. Por otro, me


repugna.

Sobre todo, me ahogo, y la proximidad de Devlin no hace más fácil


procesar todo esto. ¿Cómo podría hacerlo si me estoy tambaleando y lo
único que quiero es que el hombre que amo me abrace mientras lo
resuelvo? Pero él es el hombre que me hizo pedazos en primer lugar, y he
perdido completamente mi ancla.

―Entonces... ¿qué hace exactamente este equipo? ¿Son pistolas de


alquiler?

―A veces ―dice―. No con Myers.

―Claro. Por supuesto. ―Sus respuestas cortas y directas están


empezando a molestarme. Sé que es su manera de dejarme sacar la verdad
a mi ritmo, pero lo que quiero es una batalla. Una pelea.

―Ya me lo dijiste, ¿no? Fue liberado y no te pareció bien, y entonces el


gran Saint Devlin decidió hacer justicia.
―Y tú sabes por qué ―dice―. Conociste a Sue. Sabes por lo que pasó
esa niña, y a su madre. Hablaste con Laura, sabes lo rota que está esa
familia ahora. Rota, pero al menos tienen la oportunidad de sanar. ¿A
cuántas otras familias les arrancó esa oportunidad?

―Eso no hace que lo que hiciste esté bien.

―¿No es así?

―No eres un dios ―digo―. Ni siquiera eres un santo. Solo eres un


hombre y no puedes jugar a ser juez, jurado y verdugo.

―No siempre, no, pero en algunos casos...

―No ―digo con firmeza.

Me mira a los ojos.

―Vamos a tener que acordar que no estamos de acuerdo.

―Maldito seas, Devlin ―digo, con la voz dura y tensa como un látigo.
Quiero golpearlo. Hacerle daño―. Has destruido todo. Todo.

Lo que no digo es que él me ha destruido a mí sobre todo, porque no es


el secreto del vídeo lo que me ha destruido, ni siquiera esta horrible
verdad sobre lo que hace o este equipo de vigilantes con el que lo hace.

Eso es malo, pero lo que es peor es el engaño. Porque a pesar de


revelarse en las piscinas naturales, a pesar de decirme que me amaba,
Devlin Saint nunca me mostró realmente sus secretos.

Siempre habrá secretos entre nosotros, me dijo, y me estremezco al


recordarlo, con el corazón adolorido. Cosas de las que no estoy dispuesto a
hablar. Nunca. Deberías haberte mantenido alejada, me había advertido. Soy una
apuesta peligrosa.

Dejo que el recuerdo me inunde, con el cuerpo helado, como quien mira
su propia tumba, reconociendo por primera vez la inevitable oscuridad
que se avecina. Entonces me encuentro con sus ojos.

―Tenías razón ―digo, levantando la barbilla―. Eras una apuesta


peligrosa, y parece que he perdido.
Sacude la cabeza.

―Esto no ha terminado. Necesitas tiempo para pensar. Lo entiendo.


Quieres más respuestas. También lo entiendo, pero sé que no hemos
terminado.

―No sabes nada.

Su inclina la cabeza para mirarme directamente a los ojos.

―Sé que una vez dijiste que la única manera de perderte era si yo era
el que se iba, pero no estoy yendo a ninguna parte.

Se me aprieta el pecho, pero no digo nada.

―Sé que todavía confías en mí―continúa―, y sé que eso es un


comienzo.

―No lo hago ―digo.

Se da la vuelta y atraviesa la puerta del dormitorio, luego se detiene


para volver a mirarme.

―Miénteme todo lo que quieras, pero no te mientas a ti misma.

Luego se va, y yo me quedo de pie maldiciendo porque tiene razón.


Confío en él.

Pero eso no significa que sepa qué hacer ahora.


―Y simplemente te fuiste ―dijo Ronan, paseando frente al escritorio
de Devlin―. ¿Te fuiste y la dejaste ahí?

Devlin se frotó las sienes y miró a su amigo. Había llamado a Ronan y


a Reggie después de salir de la casa de Ellie. Estaba seguro de que El no
haría nada, no se enfrentaría a ellos, no se lo diría a Lamar ni a ningún
otro funcionario problemático, pero aun así se merecían la cortesía de
saber que se había levantado el velo.

Eso es lo que había pensado cuando hizo la llamada, al menos. Ahora,


cuando la estruendosa voz de Ronan hizo que su ya palpitante dolor de
cabeza aumentara, se preguntó si no habría sido mejor esperar un día. Fue
a su despacho para ocupar su mente y no tener que seguir repasando el
recuerdo de la cara sorprendida y furiosa de El cómo un maldito gif, la
misma imagen reproduciéndose una y otra vez.

Pero ahora que Ronan estaba aquí, su traición era lo único en lo que
Devlin podía pensar.

Porque él la había traicionado.

No por quién era o por lo que había hecho. No, su conciencia estaba
limpia. Devlin nunca perdería el sueño por acabar con hombres como
Lorenzo Bell y Terrance Myers.

No, su traición fue no confiar en ella desde el principio. Guardando sus


secretos porque temía perderla después de haberla recuperado. Temía
que la brecha entre ellos fuera demasiado grande para abrirse paso.

Y tal vez lo fuera.


Se pasó los dedos por el pelo y se pellizcó el puente de la nariz. Tal vez
lo fuera.

Tomó una decisión equivocada al no decirle a Ellie toda la verdad antes,


y había sido una decisión equivocada.

Le debía la verdad. El romance de su juventud se había construido


sobre una mentira, y él volvió a su vida e hizo lo mismo porque fue un
cobarde. Demasiado temeroso de que, si le decía la verdad desde el
principio, la perdería en ese momento. Fue codicioso, queriendo pasar
tiempo con ella. Creyendo que la fuerza de su relación superaría su
engaño.

¿Pero qué fuerza podía tener esa relación cuando la construyó sobre
castillos de arena?

La había cagado. Lo sabía.

Cometió un gran error.

Y ahora haría todo lo posible para recuperarla. Para convencerla.

Ganaría, tenía que ganar, porque no podía soportar la idea de perderla


y avanzarían juntos en la luz y no en el fango humeante de los secretos
que había estado guardando.

No la perdería. No podía perderla.

Así que simplemente se negó a reconocer la posibilidad de un fracaso.

Tal vez pensó que la brecha entre ellos era tan grande como un océano,
pero se equivocaba. Era solo un pequeño arroyo, y ella se abriría paso
hasta su lado, solo tenía que darle tiempo.

―Por el amor de Dios, Devlin ―dijo Ronan, interrumpiendo una vez


más sus pensamientos―, ella tiene ese video. Nuestras fotos están en él.
El maldito FBI podría irrumpir en la fundación en cualquier momento.

Miró el rostro severo de su amigo.

―Eso no ocurrirá.

―¿De verdad? ¿Estás tan seguro?


―Lo estoy. ―Las palabras quedaron suspendidas entre ellos. Más que
una declaración, eran una promesa. Una bendición―. La conozco
―dijo―. Sé quién es y en qué cree.

―Solía ser policía. Fue criada por un policía. Creo que está claro en qué
lado de la línea cae.

―Nuestro lado ―dijo Devlin―. La justicia.

―En teoría, tal vez, pero ella no es de las que rompen las reglas. Por si
no te has dado cuenta, romper las reglas es más o menos nuestro libro de
jugadas.

―¿Confías en mí?

El ceño de Ronan se frunció.

―¿Qué?

Devlin se puso de pie.

―Ya me has oído. ¿Cuántos años hemos trabajado juntos? ¿Cuántas


misiones hemos realizado? Una palabra mía, y podría tenerte entre rejas
de por vida. Una palabra tuya, y una celda sería mi nuevo hogar. Así que
te lo preguntaré de nuevo. ¿Confías en mí?

―Sabes que sí. Confío en ti con mi vida. Esa no es la cuestión.

―Lo es ―dijo Devlin―. Porque yo confío en ella.

―Uno de sus mejores amigos es un detective. Ella está sentada en la


evidencia que podría jodernos en el culo. ¿Cómo es que no haces las
cuentas?

―Confío en ella ―repitió Devlin―, y sabes que tengo razón.

―¿La tienes? Estás poniendo mucha fe en ella.

―Sí ―dijo Devlin―. Lo hago. Ella no nos entregará.

―¿Nos? Tal vez no a ti, pero...

―Nos ―repitió Devlin.


Ronan apoyó las manos en el borde del escritorio de Devlin, y luego se
inclinó hacia adelante para que se miraran a los ojos.

―Digamos que tienes razón. Ella guardará nuestro secreto. ¿Dónde los
deja eso a ustedes dos?

―¿Ahora? No lo sé ―admitió Devlin―. Ella puede alejarme. Diablos,


probablemente lo hará, y con ambas manos, también, pero esto no es el
final. Me alejé de ella cuando era Alex, y me despedazó, y luego ella
volvió, y traté de alejarla de nuevo. No lo conseguí.

Ronan se burló.

―Podrías haberlo intentado más.

―Pero esa es la cuestión, ¿no? La quiero. No, la necesito, y ella puede


alejarme todo lo que quiera, pero no la dejaré ir sin luchar. Ella es mi
corazón, Ronan. Siempre lo ha sido.

―¿Crees que no lo sé? ¿Crees que no te envidio cada día por haberla
encontrado? Pero esto no es una película. El amor no lo conquista todo.
Ella es quien es.

―Tienes razón ―dijo Devlin―, y aunque aún no se dé cuenta, es de la


misma opinión que nosotros.

Ronan se burló.

―Sí, bueno, eso es mucho para mí para tomar en la fe.

―Pero lo harás.

Su amigo asintió.

―Confío en ti, tal y como he dicho, me gusta ella. Ella tiene valor, pero
maldita sea, espero que tengas razón, porque si nos equivocamos en la
elección, se nos va a freír el trasero a los dos.
Devlin pulsó el botón de su teléfono para llamar a Anna, y luego
maldijo en voz baja cuando ella no respondió. Ella estaba fuera de su
escritorio cuando él llegó. Al parecer, seguía fuera.

Una oleada de irritación lo invadió, era su maldita asistente, así que por
qué no estaba ahí para ayudarlo, pero la reprimió sintiéndose
inmediatamente como un imbécil por descargar su frustración en ella,
aunque no estuviera en la habitación para soportar su furia.

Era su pérdida, su problema, y no iba a desquitarse con Anna.

Sin embargo, tenía que contarle lo que había sucedido. Ronan tenía
razón: Ellie guardaba pruebas que podían destruirlos a ambos.

Devlin no creía que Ellie las usara, pero no había llegado hasta donde
estaba por no cubrirse las espaldas, y por mucho que le doliera, necesitaba
que Anna supiera el resultado. Si lo peor sucedía, y el detective Gage
entraba en su oficina con una orden de arresto, las cosas se complicarían
rápidamente. Necesitaba que Anna y Tamra estuvieran atentas, porque si
eso ocurría, ellas serían las encargadas de asegurarse de que la operación
fuera segura, los registros estuvieran a salvo y los demás miembros del
equipo estuvieran protegidos.

Tamra estaba de vuelta en Las Vegas. En cuanto a Anna...

Llamó a la recepción. Paul respondió inmediatamente.

―¿Sí, señor?

―Anna no está en su escritorio.

―Sí, señor. Me ha transferido sus llamadas. ¿Puedo ayudarlo en algo?

―¿Está fuera del edificio?

―Está en investigación. ¿Le digo que suba con usted?

―No. Está bien. Gracias.

Empezó a llamar a la sala de investigación, luego decidió simplemente


ir ahí. Le vendría bien el paseo. Estaba muy tenso y el movimiento lo
calmaría. Bajó las escaleras hasta el tercer piso y abrió la puerta de un
empujón, deteniéndose al oír la risa de Anna.
Se adentró más, pasando por los estantes de cajas de archivos que
contenían material de investigación relacionado con los actuales
solicitantes de financiamiento de la fundación. Dobló la esquina para
poder ver la gran mesa de roble que había llegado a considerar como la
de Christopher, y ahí estaba ella, inclinada cerca de Christopher mientras
se reía de algo en su pantalla.

―Anna.

Ella levantó la cabeza y un mechón de pelo rojo cayó sobre su rostro


inexpresivo. Luego sonrió.

―Devlin, ¿me necesitas? Christopher me estaba mostrando la escena


que acaba de escribir.

―Me sorprende verte, Christopher ―dijo―. Se rumorea que estuviste


en Los Ángeles los últimos dos días.

La cara del otro hombre se puso nueve tonos de rojo.

―Sí. Bueno, también podríamos habernos quedado un día más, pero


Brandy fue invitada a presentar algunas muestras de stock a una boutique
en San Diego, así que se dirige hacia ahí. Creo que se va a quedar con sus
padres un par de días.

―Bien por ella, y buena suerte con tu libro. Anna ―añadió―. Te


necesito en mi despacho.

―Por supuesto ―dijo ella, mientras él salía de la habitación para volver


a su despacho. Para su fortuna, no lo dejó esperando mucho tiempo, y
cuando entró, él estaba en el balcón, con las puertas abiertas detrás de él
mientras miraba hacia las piscinas naturales.

Respiró y se giró hacia ella.

―¿Qué demonios estás haciendo? ―preguntó, esforzándose por


mantener el nivel de su voz.

―¿Qué es lo que...?

―No juegues, Anna. Ni conmigo ni con él, está saliendo con Brandy.

Sus ojos se abrieron de par en par.


―¿Es eso lo que piensas? ¿Que estoy interesada en Christopher?
Devlin, no. Él y Brandy están muy bien juntos. Solo estábamos tramando.
Es fascinante. Todos los giros y vueltas. Una rama que lleva a alguna
parte, otra que va en dirección opuesta, y luego todo se vincula al final.

―Tramando.

―Escribe thrillers. Asesinos pagados. Operativos encubiertos. ―Se


encogió de hombros―. Cree que mis ideas son muy creativas.

A pesar de sí mismo, se rio.

―Sí, bueno, imagino que serías de gran ayuda.

―No me buscabas por eso. ¿Qué necesitas?

Volvió a entrar y le indicó el sofá, acomodándose frente a ella en la silla.

―Ellie lo sabe.

Sus ojos se abrieron de par en par.

―Oh. ¿Se lo dijiste?

―Debería habérselo dicho hace mucho tiempo. Tal y como están las
cosas, ella estaba a punto de averiguar demasiado por su cuenta: las
imágenes del dron de la prueba de Myers. Desde su perspectiva, confesé
para salvar mi trasero.

―Crees que nos va a entregar. ―Era una afirmación, y la certeza en su


voz esa revelación de deslealtad hacia la mujer que amaba lo atravesó.

―No ―dijo él con firmeza, notando la sorpresa en los ojos de ella―.


No, no lo creo, pero tenemos que estar preparados si me equivoco, y
quiero redoblar nuestros esfuerzos para averiguar de dónde proceden
esas imágenes. ¿Quién diablos estaba operando ese dron?

―El equipo está en eso ―le aseguró ella―. Todavía no hay pistas.

Él asintió. En cuanto Ellie le habló de las imágenes, le dijo a Anna que


se pusiera en marcha. De momento, no había ninguna pista, aunque si
Devlin tuviera que apostar, supondría que estaba relacionado con las
brechas de seguridad. Alguien estaba vigilando no solo la DSF, sino
también sus otras operaciones.

―¿Quién más del equipo sabe que Ellie está al tanto? ―Anna preguntó.

―Ronan y Reggie. Se lo diré a Tamra hoy. El resto está fuera de la


ciudad. Mientras hagan su trabajo, nadie los descubrirá, aunque ocurra lo
peor.

Ella asintió, y él se sintió satisfecho, ya habían hecho suficientes


simulacros en el peor de los casos. Confiaba en que ella mantendría la
mano en la mecha, pero no la encendería hasta que fuera absolutamente
necesario.

―Te cubro las espaldas ―dijo ella.

―Lo sé ―dijo él―. Siempre lo has hecho.

―Ya. Bueno. ―Ella se levantó del sofá―. Iré a ver a Paul y luego
volveré a mi escritorio.

―Una cosa más ―dijo, poniéndose de pie también―. ¿Has oído hablar
de un hombre llamado Cyrus Mulroy? Lo hiciste ―añadió, ya que la
respuesta estaba bastante clara por los ojos amplios y sorprendidos de
ella.

―¿Por qué demonios quieres saber sobre esa escoria?

―¿Qué sabes de él?

―Se puso en contacto con Peter para utilizar su negocio para mover las
drogas de Peter.

―¿Y lo sabes porque estabas trabajando con Peter?

Ella ladeó la cabeza, con los ojos entrecerrados.

―Lo supe porque me lo follaba, cosa que ya sabes, pero no estaba


trabajando con él, ya me estaba pasando de la raya con tu padre al
acostarme con él, pero podía justificarlo si tenía que hacerlo. Confidencias
de alcoba, ¿correcto? ¿Pero meterse en la cama de esa manera con Peter?
El Lobo me habría cortado en pedazos.
Todo es cierto, y por primera vez se preguntó si ella se acostó con Peter
por orden de su padre o simplemente porque deseó la emoción de
acostarse con un hombre mayor y poderoso de la organización de El Lobo.

―¿Por qué me preguntas esto?

―Cyrus habló con la policía.

―¿Qué? ¿Ahora?

―Después de la muerte de Peter. Una de las primeras entrevistas. Dijo


que hacían negocios juntos. ¿Qué sabes de eso?

―Nada ―dijo ella―. Su negocio era el porno. Por lo que sé, eso no era
algo en lo que Peter estuviera metido.

―¿Así que estaba mintiendo?

―No lo sé, Devlin. Todo esto es nuevo para mí, pero Mulroy sí le
compró drogas a Peter en alguna ocasión.

―Mi información es que no era consumidor ni distribuidor.

Anna se encogió de hombros.

―Tal vez era para las chicas que filmaba. Tal vez lo consideraba un
negocio.

Él asintió. Eso tenía sentido.

―¿Por qué surge esto ahora?

―Ellie está organizando una entrevista con Mulroy, y quiero saber qué
le va a contar.

―Solo sobre las drogas, supongo. ¿Qué más hay?

―Esa es siempre la pregunta, ¿no? ―La pregunta, sin embargo, era


retórica, y la apartó con un gesto―. Eso es todo. Hemos terminado aquí.

Ella asintió con la cabeza y se dirigió de nuevo hacia la puerta, pero se


detuvo a los pocos pasos y se volvió hacia él.
―Sé que no quieres oírlo, pero tal vez esto sea lo mejor. Me refiero a ti
y a Ellie. Ella nunca va a ver el mundo como tú. De la forma en que todos
los que creemos en ti lo hacemos.

Entonces se dio la vuelta y salió de la habitación, dejándolo mirando


como las puertas se cerraban tras ella.

Ella podría tener razón, él lo sabía, pero eso no significaba que fuera a
renunciar a Ellie. A ellos. No lo haría.

Pero tal vez tenía que ver el mundo de una manera diferente. Tal vez,
al final del día, él y Ellie necesitaban encontrar su propia perspectiva
común con la que ver el mundo.
Esta no es la forma en que pensé que terminaría.

Ese es el pensamiento al que vuelvo mientras camino por la casa, con


un montón de Oreos en la mano como si fueran fichas de póquer. Casi he
terminado la bolsa y no me siento mejor. Tampoco me siento peor.

Sobre todo, sigo sintiéndome entumecida.

Francamente, eso me molesta. Teníamos todo a nuestro favor. Todo.


Incluso con un monstruo horrible enviándome mensajes espeluznantes
demonios, incluso con los Range Rovers tratando de acribillarme he sido
más feliz de lo que recuerdo haber sido desde siempre.

Desde la última vez que vi a Devlin, aunque entonces era Alex.

Estamos unidos, él y yo, y después de nuestra dura batalla para volver


a ser nosotros, no tenía derecho a ocultarme un secreto tan grande.

Doy un mordisco a una Oreo y tiro la parte que aún tengo en la mano
por la cocina, donde cae en el fregadero de acero inoxidable con un
tintineo metálico.

Una parte de mí desearía que Brandy estuviera aquí, pero está en San
Diego con sus padres durante un par de días. Estoy segura de que su
madre está encantada, pero el padre de Brandy ha estado distante desde
que la violaron. Le dije que me llamara si quería hablar, y de ninguna
manera voy a descargar mis propios problemas en ella ahora.

Y, sinceramente, tendré que pensarlo mucho antes de contarle nada


sobre la nueva revelación de Devlin.

Suspiro y tomo una galleta nueva. Sinceramente, no sé si reír o llorar.


Sobre todo porque no sé lo que siento. ¿Estoy enojada porque es el tipo de
hombre que puede acabar con una vida? ¿Un hombre lo suficientemente
arrogante como para asumir la responsabilidad de ser juez, jurado y
verdugo, confiando plenamente en la moralidad de su elección? ¿O estoy
enojada por haberme guardado el secreto, sin confiar en que yo lo
entendería o me quedaría callada?

O tal vez estoy frustrada por mi propia hipocresía. Sabía que Max
moriría en aquel callejón de Nueva York hace tantos años, y solo sentí dos
emociones. Gratitud por el hombre que me protegió y miedo a que
quedara alguna prueba que me implicara a mí o a mi salvador. Más
recientemente, vi a Devlin golpear a Walt, y la única emoción que sentí
fue el miedo a que la prensa lo ensartara o a que Walt lo demandara por
agresión.

¿El ataque real? Bueno, eso se lo buscó Walt.

Pero a diferencia de Max y los otros que Devlin ha asesinado, Walt


sigue vivo.

Mierda.

Mis pensamientos dan vueltas, salvajes y rápidas, pero ahí en medio,


como el ojo de la tormenta, está Devlin. Siempre Devlin.

Lo amo. Lo hago, e incluso sabiendo lo que ahora sé no puedo cambiar


eso.

Así que la pregunta es, ¿puedo vivir con lo que ha hecho? ¿El secreto
que me ocultó? ¿La vida que vive bajo la superficie?

No sé la respuesta a eso, pero sí sé que solo hay una manera de


averiguarlo.

Tengo que ir a hablar con el hombre que amo.

No llamo ni envío mensajes de texto. Simplemente me acerco y entro


en su casa. Espero estar esperando un rato, y me sorprendo cuando oigo
el estruendo de la puerta del garaje en menos de media hora, seguido
rápidamente por el sonido de la puerta de entrada a la casa abriéndose y
cerrándose y Devlin gritando.

―¿Ellie?

Se me corta la respiración al levantarme del sofá, e inmediatamente me


siento como una idiota. Por supuesto que recibe notificaciones cuando
alguien introduce un código, y por supuesto que tiene cámaras rodeando
la casa.

Miro hacia el pasillo que lleva a su garaje y mi corazón se detiene en el


momento en que lo veo. Se queda inmóvil, con los ojos clavados en los
míos y llenos de esperanza. Da un paso tímido hacia mí y se detiene.

―¿Por qué estás aquí? Estamos...

―No me preguntes eso ―le digo―. Todavía no.

Por un momento, creo que va a discutir, pero entonces asiente con la


cabeza y me hace un gesto para que me siente de nuevo.

Lo hago, y luego señalo la bolsa de Oreos que traje.

―Por si también necesitas chocolate.

Una sonrisa se dibuja en sus labios cuando se sienta frente a mí y toma


una galleta.

―Muy bien ―dice, y luego toma aire―. Di lo que has venido a decir.

Inmediatamente, me siento estúpida.

―No es eso. ―Me apresuro a tranquilizarlo―. No estoy aquí para


decirte que te vayas al infierno. No estoy aquí para decirte que voy a
llamar a las autoridades o a escribir una maldita denuncia

Su mandíbula se tensa.

―Es bueno saberlo. ¿Por qué estás aquí?

―Tengo preguntas. Antes no pensaba con claridad. Ahora sí.


―Levanto la barbilla―. Cuéntame los detalles. Cómo funciona. Cómo se
financia. Quién está en tu lista.
La comisura de su boca se estremece.

―Mi lista.

―Sabes lo que quiero decir.

―Sí, lo sé. ―Señala con la cabeza las galletas―. Necesito algo para
beber. Algo más fuerte que la leche. ¿Tú?

―Lo que tú tomes.

Se levanta y vuelve con dos vasos y una botella de bourbon. Se sirve,


me da un vaso y deja la botella firmemente sobre la mesa.

―Tengo la sensación de que los dos vamos a querer rellenarlo.

Me resisto a sonreír.

―No lo dudo. Continúa.

―Sabes que estuve en la Escuela de Francotiradores después de


alistarme en el ejército. Era bueno. Mi padre me había entrenado bien.

―Entonces eras Alex.

―Alejandro, sí. Lo era. Luego se cayó del mapa.

―Y fue entonces cuando te convertiste en Devlin, y supongo que


utilizaste empresas ficticias o algo así para blanquear la herencia de
Alejandro y que Devlin pudiera tenerla.

Él asiente.

―De acuerdo. ―Asiento con la cabeza, procesando todo―. Dijiste que


no trabajabas para el gobierno. Entonces, ¿qué estabas haciendo?

―Dije que Myers y Bell no eran operaciones del gobierno, y no lo eran,


pero yo empecé en inteligencia. También lo hizo Ronan. Éramos
fantasmas, enviados para ocuparnos de problemas que necesitaban una
mano especialmente hábil.

Me lamo los labios.

―Continúa.
―Después de que mi padre muriera...

―Después de que lo mataras ―digo, expresando lo que no me ha


dicho, pero que estoy segura de que es la verdad.

―¿Me culpas?

Dudo.

―No.

―¿Me entregarías por eso? ¿Debería ser procesado por asesinar a ese
cerdo?

―No. ―La respuesta me viene inmediatamente a la lengua, y levanto


la barbilla desafiante, retándole a que diga que acabo de demostrar todo
su punto.

―Después de eso, inicié la fundación. Esta parte también la conoces.

Asiento con la cabeza.

―Pero utilizas la fundación para algo más que para obras de caridad.

―No. Te he dicho la verdad sobre eso. Saint's Angels fue financiada


inicialmente por mí personalmente. Ahora es autosuficiente.

―Saint's Angels. ―No puedo evitar sonreír―. ¿Así es como lo llamas?

―No me gusta la modestia ―dice, y yo suelto una carcajada.

Compartimos una sonrisa y le hago un gesto para que continúe.

―Sin embargo, uso la fundación. La utilizo para encontrar gente que


necesita ser eliminada.

―Gente como Myers o Bell ―digo.

―Exactamente.

―O Adrian Kohl.

Su cara se vuelve dura.

―No. Mi gente no tuvo nada que ver con su asesinato.


―Oh. ―Me sorprende, pero no es que él y su equipo puedan acabar
con todos los malos―. De acuerdo. Dime esto: cuando dices que es
autosuficiente... ―Me detengo, reuniendo mis pensamientos―. Creía que
no eran un arma de alquiler.

―No lo somos. Intervenimos cuando nos parece necesario. Como Bell.


Como Myers, pero no nos anunciamos y no solicitamos. No nos vas a
encontrar en Yelp.

Doy un sorbo a mi bourbon mientras pongo los ojos en blanco.

―Entonces, ¿de dónde vienen los ingresos?

―Esos trabajos no estaban sancionados, pero en ocasiones aceptamos


encargos del gobierno. A veces también a través de referencias privadas,
y nos pagan bien cuando lo hacemos, sobre todo porque parte del precio
incluye el riesgo.

―¿Riesgo?

Levanta su vaso y agita el líquido.

―Los trabajos del gobierno vienen con total negación.

―Te echan a los lobos si te atrapan.

―Por eso no nos atrapan

―¿Cuántos? ¿Con qué frecuencia?

―Tal vez una docena de operaciones al año. A veces estoy en el campo.


A veces no. ―Me mira a los ojos―. La mayor parte del tiempo, soy
exactamente lo que parezco ser. Un hombre rico que dirige una fundación
benéfica.

Se me seca la boca y me sudan las palmas de las manos. Me las paso por
los pantalones y respiro mientras lo miro.

―Y el resto del tiempo eres un asesino.

―Prefiero francotirador. Vigilante también suena bien.

―No bromees con esto.


Su expresión se endurece.

―Nunca. ―Se inclina hacia adelante―. Te dije que tenía secretos, Ellie.
Lo dejé perfectamente claro.

―Lo hiciste ―estoy de acuerdo―. Y me dijiste que me querías.

―Te quiero ―dice―. Probablemente más de lo que nunca sabrás


realmente.

―Cuando me mostraste a Devlin, dijiste que me confiabas la verdad de


lo que realmente eres, pero nunca lo hiciste. No realmente.

―No.

―Te mantuviste en silencio ―continúo―. Colgaste la promesa de un


futuro frente a nosotros, sabiendo muy bien que un día el guante caería.

Toma aire y asiente con la cabeza.

―Sí.

Por un momento, me quedo sentada, absorbiendo las ramificaciones de


esa única palabra. Luego me pongo de pie.

―Gracias por ser sincero ahora.

Él también se levanta.

―Ellie. ―Se acerca a mí, pero me quedo perfectamente quieta, y él


retira su mano, luego la desliza en su bolsillo―. No quiero perderte.

Dejo caer mi mirada, con mi atención en el patrón del suelo de madera.


Solo cuando estoy segura de haber borrado toda expresión de mi rostro,
levanto la cabeza, pero no digo nada.

―¿Qué vas a hacer? ―pregunta.

―No te entregaré por lo que has hecho ―le digo―. Entiendo tu código,
pero no es el mío.

―Por lo que he hecho ―dice―. No por lo que voy a hacer.


Me quedo en silencio, porque la verdad es que no sé qué decir ni cómo
sentirme. Ahora mismo, me está costando todo mi esfuerzo estar aquí y
no llorar. Para ver más allá de este minuto en el siguiente, y el siguiente
hasta que esté fuera de la puerta y pueda respirar libremente. Cualquier
cosa más allá de eso es un borrón.

―¿Y qué pasa con nosotros? ―Sus palabras son llanas, pero oigo la
emoción que se esconde bajo ellas, y me obligo a no llorar cuando lo miro
a los ojos.

―Como he dicho, tu código no es el mío.

Se estremece, como si mis palabras fueran un golpe.

―Entonces, ¿cómo avanzamos ahora?

―No lo sé ―le digo―. Sinceramente, no sé si podemos.


―¿Estás sobreviviendo? ―le pregunto a Brandy cuando llama al día
siguiente.

―Me alegro de ver a mamá. Me dijo que te saludara, pero papá...


―Brandy se interrumpe, y prácticamente puedo oír el encogimiento de
hombros en su voz―. Es mi padre.

―Lo siento. Sé que nunca es fácil estar cerca de él.

―Sí, bueno. ―Brandy fue el angelito del Señor Bradshaw mientras


crecía, pero después de que la violaran, después de quedarse embarazada,
fue como si algo se hubiera roto en él. Su madre, Sally, le dijo a Brandy
que no era ella. Era el odio a sí mismo y el arrepentimiento de su padre
por no haber sido capaz de proteger a su pequeña.

Tal vez eso era cierto y tal vez no. Todo lo que sé es que se apartó de
Brandy y, por lo que sé, nunca le ha interesado mucho arreglar eso.

―¿Cómo te fue con las distintas reuniones? ―le pregunto.

―Tan bien ―dice, y luego procede a darme un golpe por golpe de las
reuniones que tomó y los pedidos que recogió.

―Me alegro mucho por ti ―le digo―, y para que conste, quiero señalar
que solo he preguntado por el trabajo. Supongo que me contarás las cosas
personales en tu momento.

―No me había dado cuenta de que tenías una mente tan sucia.

Me rio.

―¿Dices que han pasado cosas sucias?


―No son sucias. Maravillosas. ―Su voz es cantarina y puedo imaginar
su sonrisa.

Yo también sonrío.

―Me alegro mucho por ti.

―Voy a traerlo aquí pronto. Como mínimo, quiero que conozca a


mamá. Tal vez en el almuerzo o algo así, pero hasta entonces...

―¿Hasta entonces habrá mucho más Christopher en la casa?

―Creo que es una apuesta justa.

―Me aseguraré y solo llevaré mis pijamas que no tienen agujeros


―prometo, haciéndola reír―. ¿Cuándo sale el artículo sobre Christopher?

―Espero que en un par de semanas. Hablé con Tamra ayer y me dijo


que estaba lidiando con algunas crisis en el trabajo, pero que iba a reservar
algo de tiempo hoy. Así que crucemos los dedos. ¿Cómo va el romance
del siglo? ―pregunta, cambiando de tema.

―Bien ―digo, sin conseguir evitar el tono antinatural de mi voz.

―Ajá. Entonces, ¿qué pasa?

―No es nada ―miento―. Solo un estúpido desacuerdo. Todo se


solucionará cuando vuelvas. ―Inmediatamente me arrepiento de la
mentira. Devlin seguramente le contó a Anna lo que pasó, y Anna se ha
hecho buena amiga de Christopher. Si ella le dice que hay problemas en
el paraíso y él se lo cuenta a Brandy...

Sacudo la cabeza, obligándome a guardar silencio. Si Christopher


cuenta mis secretos, entonces confesaré, pero Brandy está a horas de
distancia y lidiando con las consecuencias de estar cerca de su padre. Ella
no necesita mi mierda en su mente, también.

―Tengo más información sobre Peter ―le digo en un cambio de tema


nada sutil. La pongo al tanto de Cyrus Mulroy. He llamado dos veces,
pero no me ha devuelto la llamada.

―Porno ―dice Brandy―. Vaya. No lo habría pensado de Peter, pero


entonces éramos unas niñas, así que quizá sea cierto. Por cierto, tal vez no
era solo una rubia con la que salía. Tal vez fueron varias. Quizá las grabó
y luego vendió las cintas a ese tal Cyrus.

Abro la boca para burlarme de Brandy por su nuevo lado cínico, pero
luego me doy cuenta de que podría tener razón. No me gusta pensarlo,
pero eso es lo que pasa con los secretos. La mayoría de ellos no los ves
venir, y casi siempre son desagradables.

Terminamos la llamada y Brandy promete compartir una botella de


vino conmigo y darme todos los detalles en cuanto vuelva. Entonces, ya
que está en mi mente, intento de nuevo con Cyrus Mulroy. Esta vez, sin
embargo, ni siquiera puedo dejar un mensaje porque su buzón de voz está
lleno.

Me paso el resto del día evitando escribir o mirando la imagen de mi


portátil. Aunque Devlin interrumpió el proceso, lo volví a poner en
marcha después de que él se marchara, por despecho o por inutilidad, o
simplemente porque soy una glotona para el castigo.

Ahora, el renderizado está completo, y estoy mirando una imagen


ligeramente borrosa pero perfectamente reconocible de Devlin en el
lateral del edificio. La imagen de Ronan es menos clara, pero aún puedo
decir que es él, y me quedo un momento mirando a los dos, pensando que
Corbin es un programador condenadamente bueno a pesar de ser un
imbécil, y deseando saber cómo debo sentirme al respecto.

Entonces, sin pensarlo en absoluto, me siento en la cama y acerco el


ordenador a mi regazo. Cierro el programa y envío un rápido correo
electrónico a Roger.

Renderizado completo. Dile a Corbin que puede ser un periodista de mierda,


pero que sabe manejar un ordenador. Lástima que la foto no nos ayude. Las
figuras están mirando en la dirección equivocada. No hay rasgos de identificación.

Pero valía la pena intentarlo.


Le doy a enviar antes de tener la oportunidad de convencerme a mí
misma de lo contrario. Excepto que eso no es realmente cierto. Podría
tener días para contemplar y participar en el debate interno y la
autorreflexión, pero el resultado seguiría siendo el mismo. No voy a sacar
a Devlin. No así.

Probablemente nunca.

Me pongo de lado, bajo una almohada y me acurruco contra ella


mientras me pregunto en qué clase de persona me convierte eso.

Es más, me pregunto qué significa para Devlin y para mí a largo plazo


esta pequeña ayuda que acabo de prestarle a Devlin y Ronan. ¿Estoy
volviendo a caer en sus brazos? ¿O simplemente estoy haciendo lo que
puedo para despejar un camino para poder alejarme, sin dejar nada atrás
excepto el statu quo?

Me despierto con el sol entrando por las ventanas, la batería de mi


portátil agotada y yo todavía con la ropa puesta y encima de las mantas.

Me incorporo, aturdida, y me sobresalto cuando suena mi teléfono,


reconociendo el sonido que me ha sacado del sueño. Agarro el teléfono
del otro lado de la cama, donde debo haberlo empujado en señal de
protesta, y luego intento conectar la llamada, reconociendo solo a medias
el nombre de Tamra en la pantalla.

―Mmm, ¿hola?

―Oh, cariño, ¿cómo estás?

Me incorporo rápidamente y pongo el teléfono en el altavoz mientras


me froto las manos en la cara, tratando de erradicar los últimos restos de
sueño.

―Devlin te lo dijo.

―Lo hizo.
Asiento con la cabeza, esperando la respuesta. Por supuesto que se lo
dijo a Tamra. Lo que sé ahora afecta profundamente tanto a Tamra como
a Anna, pero más que eso, Devlin sabe que Tamra se preocupa por mí, y
que el sentimiento es mutuo. Le gustaría que pudiera hablar con ella.

Sonrío un poco, apreciando que pensara en ello incluso cuando lo he


alejado.

―¿Quieres hablar de eso?

―¿Sinceramente? No lo sé.

―Lo entiendo. A veces se puede hablar de una cosa hasta la saciedad.


A veces no se trata de palabras, sino de sentimientos.

―Creo que siempre se trata de sentimientos ―contesto―. En este


momento, sin embargo, todavía estoy tratando de averiguar cómo me
siento.

―Y luego tratando de encontrar las palabras para describirlo ―añade


con una risa―. Todo vuelve a dar vueltas.

―Puede ser. Para ser reportera, las palabras me fallan.

―No me sorprende. Tu cabeza debe estar desbordada de emociones y


hechos y dilemas morales.

―Más o menos.

―Perdona que me sume en el marasmo, pero me di cuenta de que


nunca te he contado cómo llegué a unirme a Saint's Angels, y creo que la
historia podría interesarte.

―Lo es ―digo, y luego me deslizo por la cama para poder sentarme


más cómodamente.

―Conozco a Devlin desde que era muy joven, pero no me conoció hasta
que huyó de su padre, ya te lo he dicho antes, por supuesto.

Asiento con la cabeza y luego digo.

―Claro ―ya que, por supuesto, no puede verme.


―Mi marido dirigía una misión militar de rescate. Su equipo quedó
atrapado. ―Se le quiebra la voz, y subo las rodillas y las abrazo,
anticipando lo que viene―. Los tomaron. Rehenes. Rescatados, y
torturados. Lo sabemos porque sus captores enviaron fotos. ―La oigo
tragar saliva―. Nosotros, sin embargo, no enviamos a nadie. Ningún
equipo de rescate. Ningún apoyo.

―¿El equipo de Devlin los sacó? ―Oigo la esperanza en mis palabras.

―No. Devlin no tenía equipo. No entonces, y pronto no tenía marido.


―Hace una pausa―. Devlin vino a mí un año después. Me contó lo que
estaba haciendo con la fundación. Me dijo que era real y a la vez una
fachada. Me habló de Saint's Angels. Sobre el trabajo que estaba haciendo
en ambos lados. La fundación ayudando al tipo de personas que la
empresa de su padre convirtió en víctimas, y su equipo invisible
ayudando a erradicar a hombres como su padre en primer lugar.

Cierro los ojos, imaginándolo en mi cabeza. Cómo empezó. Lo que


Devlin había querido construir, y por qué lo había querido construir.

―Me uní en el acto ―dice.

―Tu marido no encaja en ninguna de esas categorías.

―No, pero si los Saint's Angels hubieran estado en su lugar, mi marido


y su equipo estarían vivos, yo creo que sí. Oficialmente o no, los Saint's
Angels habrían entrado. Por eso hago el trabajo que hago, aun conociendo
los riesgos.

Oigo el dolor en su voz y desearía poder tomar su mano.

―Porque es importante ―continúa―. Porque ayudamos a personas


que de otro modo no podrían recibir ayuda, y porque impartimos justicia
donde el mal camina sin oposición.

―Eso es más hipérbole de lo que esperaba de ti ―le digo.

―No ―dice ella―. No lo es. Piénsalo. Es todo lo que pido. No


abandones a Devlin, y no descartes lo que hace, lo que cree, sin pensarlo.
―No lo haré ―le aseguro―. Ahora mismo es lo único en lo que pienso.
Lo amo ―le digo, expresando a mi amiga lo que ayer ni siquiera le había
dicho a Devlin.

Pero, ¿es el amor suficiente para superar este tipo de abismo?

―Tal vez estás haciendo la pregunta equivocada.

―¿Qué quieres decir?

―La pregunta no es si el amor es suficiente. La pregunta es cuán ancho


es el abismo. Si realmente lo piensas, creo que descubrirás que es más
estrecho de lo que pensabas.

Todavía estoy sentada ahí, pensando en sus palabras diez minutos


después. Tiene razón. Estoy de pie al otro lado de un abismo de Devlin, y
en este momento, no estoy segura de si es una grieta en la acera o el Gran
Cañón.

Y no tengo ni idea de cómo averiguarlo.


Sigo pensando en ese maldito abismo mientras camino por la cocina
esperando que el agua hierva para poder tomar una taza de café. Espero
que me quite las telarañas de la cabeza para poder pensar con claridad en
los secretos y en Devlin. Sobre lo que quiero y lo que creo. Sobre lo que
está bien y lo que está mal, y cómo encontrar esa línea brillante que divide
esos dos lados.

Cinco tazas después, las telarañas están despejadas, pero no tengo


respuestas.

Considero la posibilidad de dar un paseo por la playa, pero Jake está en


San Diego con Brandy, y sé que si camino sola me dirigiré directamente a
las piscinas naturales.

En lugar de eso, vuelvo a repasar mi investigación sobre el tío Peter. He


perdido algo de entusiasmo por el artículo. La cuestión de cómo pasó de
ser un niño de clase media a un hombre que trabajó para El Lobo y luego
lo traicionó fue interesante en un momento dado. Ahora, sin embargo,
parece una historia aburrida y mezquina comparada con la vida y la obra
de Devlin Saint.

Pero esa no es una historia que pueda compartir nunca, ni siquiera con
mi sangre de reportera gritando que es una buena historia.

―Escribe ―me digo―. Cuatro párrafos, y si te atascas puedes parar.

Es un juego que juego conmigo misma y que solo funciona la mitad de


las veces. Hoy, sin embargo, el trabajo se convierte en un refugio y, a la
hora de comer, he escrito tres párrafos y estoy repasando mis notas,
intentando pensar en quién más de la vida pasada de Peter podría estar
por aquí. ¿A quién más puedo entrevistar para encontrar a la misteriosa
novia?

Anna.

Quiero darme una bofetada en la frente. Devlin me contó que, hasta que
consiguió librarse de la organización de El Lobo y mudarse a Chicago
para ir a la universidad, le habían encargado con frecuencia que entregara
mensajes a los lugartenientes de El Lobo por todo el país.

Incluso fue la que llevó el mensaje que ordenaba a Devlin matar a Peter.

Ella estuvo cerca. Ella conocía a Peter, y si alguien vio con quién estaba
saliendo, probablemente ella lo hizo.

Tomo mi teléfono y marco la línea directa a su escritorio. Suena dos


veces y luego oigo un clic, seguido de:

―Despacho de Devlin Saint.

Aspiro aire y termino la llamada, sintiéndome como una idiota por no


haberla visto antes.

Por supuesto que Anna sabía quién salía con Peter.

Anna salió con él.

Apostaría dinero en ello. Puede que no sea rubia, pero no es pelirroja


por naturaleza. He visto sus raíces. Así que si se tiñó el pelo de rojo, tal
vez también lo decoloró de rubio.

¿Pero por qué no confesar? Ella sabe que he estado buscando a la


antigua novia de Peter. O bien pensó que no tenía ninguna información
para mi artículo o estaba avergonzada. Somos casi de la misma edad, y
tiene sentido que no quiera que yo sepa si se ha estado acostando con mi
tío.

Para el caso, tal vez ella no quería que Devlin lo supiera. Obviamente
no se lo había dicho entonces. ¿Pensó que él no lo aprobaría? ¿O había
algo más oscuro? ¿Estaba Peter realmente involucrado en el porno?
¿Arrastró a Anna de alguna manera?
Vuelvo a tomar el teléfono y lo retiro cuando me doy cuenta de que me
muevo con el piloto automático, intentando llamar a Devlin para contarle
mis pensamientos.

Ya no tengo derecho a hacerlo. Todavía no.

Quizá nunca.

El pensamiento me retuerce por dentro de nuevo, y cierro el portátil y


me deslizo fuera del taburete. He estado trabajando en la isla de la cocina,
y ahora voy a abrir la nevera, y luego miro dentro como si fuera a
encontrar respuestas junto con un bocadillo.

Al final, no encuentro ninguna de las dos cosas.

Lo único que sé es que no quiero pensar más en Peter. Hoy no.

No estoy segura de cuándo tomo la decisión, pero pronto estoy


paseando por la habitación con los auriculares puestos esperando a que
la persona al otro lado de la línea descuelgue. Después de cinco timbres,
lo hace.

―¿Hola?

―Hola, Laura. Soy Ellie Holmes.

―Ellie ―dice―. El artículo que escribiste fue encantador. Fue bonito


leer sobre el rescate, y todo lo demás también. Me alegró el corazón saber
que la gente entendía aunque fuera un poco por lo que pasó mi bebé.

La hija de Laura, Sue, fue encarcelada en la mansión de un monstruo,


Terrance Myers. Fue una de las afortunadas, ya que sobrevivió para ser
rescatada.

Sé que la fundación proporcionó apoyo para el rescate, y sé que Devlin


le disparó a Myers después de que un tribunal de apelación ordenara su
salida de prisión por un tecnicismo.

―Si el artículo te dio, aunque sea un poco de paz, me alegro.

―Pero te estoy sacando del tema ―dice Laura―. No me imagino que


llamaras por eso.
―No ―admito―. Me preguntaba si te habías enterado de quién mató
a Myers.

Hace un ruido de burla.

―No. Aunque me gustaría saberlo. Les daría una medalla.

Siento que la sonrisa me tira de los labios.

―¿Cómo está Sue?

―Está mejor. Sus pesadillas son menores. Está jugando más. Se ríe más.
Es como si tuviera un ángel de la guarda que la cuida.

―Creo que sí ―le digo a Laura, pero incluso cuando las palabras salen
de mis labios, siento que el arrepentimiento me invade. Porque la verdad
es que ese ángel llegó demasiado tarde. Myers acabó con la vida de
muchos niños, y una vez que salió libre, seguramente lo habría vuelto a
hacer si Devlin no lo hubiera eliminado.

¿Un ángel de la guarda? Sí, eso fue lo correcto.

No sé si alguna vez me sentiré totalmente cómoda con lo que hace, pero


confío en el corazón del hombre, y lo que es más importante, lo amo, y
lucharé por él.

No es el Gran Cañón lo que nos separa. Es más bien un arroyo


burbujeante, y eso es bastante fácil de cruzar.

Eso es lo que quiero hacer ahora mismo, de hecho. Cruzarlo.

Cruzarlo y encontrarme en los brazos de Devlin.

Me disculpo con Laura, diciéndole que surgió algo y que tengo que
terminar la llamada.

Luego me doy una ducha rápida y me visto, consiguiendo todo eso en


un tiempo récord.

Anoche no metí a Shelby en el garaje, así que salgo por la puerta


principal y me dirijo a la entrada. Veo toda la calle al salir y veo el Tesla
negro estacionado al final de la manzana.
Sonrío. No tiene matrícula delantera, así que no puedo estar segura,
pero apostaría dinero a que Devlin está en ese auto, y ha estado sentado
ahí esperando a que yo me diera cuenta por fin de lo que él ya sabe: que
tanto si tenemos que cruzar el Gran Cañón como un arroyo burbujeante,
al final del día se supone que tenemos que estar juntos.

Y cuanto antes llegue a su lado, mejor.

Dudo junto a la puerta de Shelby, luego paso del auto y camino hacia
el Tesla, ya es tarde, y el sol ya se cierne bajo sobre el Pacífico, dejando
largas sombras que llenan las colinas y los cañones.

Entrecierro los ojos mientras me acerco, intentando distinguir quién


está en el auto, pero es inútil. Lo único que veo es el resplandor del sol
poniente reflejándose en mí, y cuando estoy a unos tres metros, el auto
retrocede silenciosamente hasta un camino de entrada cercano y
desaparece en dirección contraria.

No es Devlin.

Siento que el peso de la decepción me llena el pecho, y eso solo confirma


lo que ya sé: que estoy tomando la decisión correcta al ir con él. Al
elegirnos a nosotros.

Pero ahora estoy aún más ansiosa por decírselo, y me apresuro a volver
con Shelby, a encender su motor y a salir rugiendo de la entrada.

La certeza de mi decisión me abruma y corro hacia adelante, ansiosa


por verlo y decirle que nunca debí haberme alejado. Sus revelaciones me
impactaron y sorprendieron, es cierto, pero nada de eso cambió el núcleo
de lo que él es o de lo que somos juntos.

Estaba muerta por dentro hasta que encontré a Devlin de nuevo, y sé


que él estaba igual. Es el amor de mi vida, la luz de mi mundo, y aunque
haya cosas importantes de las que tengamos que hablar, sé que las
superaremos.
Y cuanto antes llegue a su lado para decírselo, mejor.

Corro por la calle y luego me meto en el tramo principal que lleva a las
colinas. Llevo a Shelby al límite, dejando que el viento cante en mi pelo y
me pique en la cara mientras la acelero, la velocidad y la potencia reflejan
la urgencia de mi necesidad.

Las calles se vuelven más estrechas a medida que me acerco al corte


hacia Devlin y, en lugar de atravesar la zona residencial, elijo los caminos
más pequeños del cañón que son mi ruta habitual hacia su casa, que se
encuentra aislada en lo alto de un estribo en un terreno de dos acres que
le asegura su privacidad. Un camino del cañón se extiende desde la
esquina sureste de su propiedad hasta la sección no urbanizada de las
colinas, y sobre una red de caminos más pequeños que finalmente
encuentran su camino hacia el Cañón Sunset, la vía principal a través de
las colinas.

Ese es el camino que sigo ahora, ya que sé que no solo tendrá menos
tráfico, sino que me permitirá correr a Shelby. No porque anhele el
peligro, no esta vez. No, ahora mismo, es la alegría lo que quiero. La
alegría de la velocidad y la potencia y la anticipación de estar pronto en
los brazos de Devlin.

Me desvío hacia la izquierda, girando en Sunset Canyon. Justo antes de


hacerlo, vislumbro el Tesla negro detrás de mí. Vuelvo a mirar por el
retrovisor y, efectivamente, el Tesla ha vuelto.

Ahora estoy segura de que es Devlin. Sonrío y todo mi cuerpo palpita


con la dulce sensación de que no solo está detrás de mí, sino que sabe
exactamente a dónde voy.

Considero la posibilidad de acelerar y correr con él hasta su casa, pero


ya voy a una velocidad segura en esta estrecha carretera. No hay arcén y
las curvas son cerradas. He conducido esta ruta cientos de veces y, sí,
incluso he ido más rápido.

Pero entonces me he arriesgado. Diciendo que se jodan la muerte y el


peligro.
Ese no es mi mantra hoy, y en lugar de acelerar, reduzco la velocidad,
permitiéndole llegar a mi lado.

Lo hace, el motor silencioso me hace difícil juzgar su velocidad y


aceleración hasta que es demasiado tarde y está casi encima de mí.

―Maldita sea, Devlin. ¿Qué demonios? ―No sé si ha calculado mal la


distancia o está jugando, pero frunzo el ceño en el espejo y acelero,
poniendo un poco de distancia entre nosotros.

La siguiente curva es cerrada y reduzco la velocidad para tomarla, pero,


maldita sea, sigue pegado a mi trasero. Estoy maldiciendo a mi novio por
idiota cuando la horrible verdad me golpea: este no es Devlin.

Apenas tengo tiempo de procesar esa realidad cuando el Tesla golpea


la parte trasera de Shelby, empujándome hacia el suave arcén justo
cuando la carretera se curva bruscamente hacia la izquierda. Hago girar
el volante, pero no hay tracción, y el imbécil vuelve a golpear mi
parachoques de modo que mi rueda delantera derecha solo está
parcialmente en tierra firme.

Jadeo cuando el capó se hunde y me doy cuenta de que la tierra


compactada se ha desprendido. Maldición. Pongo la marcha atrás y trato
de retroceder, pero el Tesla hace lo mismo, solo que a mucha más
velocidad.

Y entonces veo con horror cómo se lanza hacia mí una vez más.

No quiero abandonar a Shelby, pero no tengo otra opción. Abro la


puerta de un empujón con una mano y abro la hebilla con la otra.

Pero es demasiado tarde. El Tesla nos golpea de nuevo, y toda la parte


delantera de Shelby cae por el precipicio. Nos tambaleamos por un
momento, y luego el acantilado se desploma y estamos en el aire, conmigo
aferrada a la puerta, medio dentro y medio fuera del auto, y sabiendo con
absoluta certeza que esta vez sí voy a morir.
―¡Devlin! Gracias a Dios que te encontré.

Devlin frunció el ceño mientras se detenía en el estacionamiento de la


fundación, a pocos metros de su Land Rover. Podía oír la preocupación
en la voz de Tamra, y aunque Ellie fue lo primero que le vino a la mente,
sabía que solo estaba siendo paranoico. Lo más probable es que hubiera
ocurrido algo que requiriera la ayuda de la fundación.

O eso, o acababa de conseguir un nuevo y urgente trabajo para Saint's


Angels.

―¿Qué ocurre? ―preguntó, yendo a su encuentro; su preocupación


aumentaba a medida que se acercaba y veía el miedo en sus ojos oscuros.

―Es Ellie ―dijo ella, y luego lo tomó del brazo mientras él retrocedía,
maldiciéndose por haber desestimado su primer instinto―, y es
Christopher.

―¿De qué estás hablando?

―No contesta al teléfono y creo que está en peligro. Estaba


investigando sobre...

―Entra en el auto ―dijo―. Cuéntame en el camino.

―¿Adónde vamos? ―preguntó ella mientras se ponía el cinturón de


seguridad y él arrancaba el motor.

Le pasó su teléfono.

―A buscarla. ―Le dio la contraseña y le dijo que rastreara la ubicación


de Ellie. No sabía a dónde iba, pero si ella había tenido un accidente,
probablemente estaba en los cañones. Maldita sea por conducir
demasiado rápido en esas carreteras. Tenía habilidad, pero no siempre era
suficiente, y...

Frunció el ceño, las palabras de Tamra volvieron a llegarle.

―¿Qué pasa con Christopher?

―La señal se enciende y se apaga, pero parece que está en Winding Hill
Road.

―La calidad de la señal es terrible ahí. Será difícil de localizar, pero la


encontraremos. Espera ―dijo, mientras bajaba por Pacific como un
cohete, desviándose entre el tráfico hasta subir por las carreteras del
cañón―. Christopher, ―insistió, con la voz dura como el acero―.
Cuéntame.

―He estado investigando para Brandy. Ella quería que el Laguna Leader
publicara un artículo sobre el autor que está investigando un libro en
nuestra pequeña ciudad.

Podía sentir su pulso latir en su cuello.

―Continúa. ―No tenía ni idea de a dónde iba esto, pero si Christopher


iba por Ellie, entonces el bastardo era hombre muerto.

―Christopher Doyle es un seudónimo. Su verdadero nombre es


Christopher Morelli Blackstone.

Devlin frenó de golpe en una parada de cuatro vías.

―Repite eso.

―Es el medio hermano de Joseph Blackstone, y tal vez no sea nada,


pero con los textos amenazantes y ahora que Ellie no contesta su teléfono,
yo...

―No ―dijo Devlin―. Definitivamente es algo.


Devlin no sabía cómo habían llegado a Winding Hills Road sin sufrir
un accidente. Conducía a ciegas, empujado por el miedo y la furia, y
tomaba las curvas a una velocidad peligrosa, sobre todo en su Land
Rover, y solo aminoraba la marcha cuando Tamra le recordaba que no
podrían ayudar a Ellie si se accidentaban.

Las palabras de Tamra seguían en el aire cuando tomó la curva más


pronunciada y se quedó boquiabierto al ver las marcas de derrape
grabadas en la carretera, y que terminaban justo en el borde del
acantilado.

La bilis le subió a la garganta, el miedo le cubrió como una manta


oscura. No podía estar muerta. No puede estar muerta.

No recordaba haber frenado ni apagado el motor. No recordaba haber


corrido hacia el borde del acantilado.

No había nada en su cabeza hasta el momento en que llegó al borde.


Hasta que se obligó a mirar por encima, y sintió que sus rodillas cedían
cuando el alivio se transformó rápidamente en terror.

Podía verla, pero su posición era ridículamente peligrosa y estaba


mortalmente inmóvil, medio fuera del auto, con parte de su cuerpo
apoyado en la puerta abierta atrapada en las ramas retorcidas del árbol.

No tenía forma de saber si estaba viva, aunque se negaba a creer que


estuviera muerta. El auto se había volcado y Ellie debió de intentar salir
antes de que rebotara y rodara por la escarpada pared del acantilado.

Fue ese intento lo que la salvó a ella y el auto, pensó. La puerta abierta
se enganchó en un árbol de profundas raíces que crecía en ángulo
aparentemente fuera de la roca. Sus raíces debían de ser muy profundas,
sabía Devlin, para haber sostenido el auto y no haber sido arrancado.

Aun así, había presión y la fuerza del peso del auto y la intensa
atracción de la gravedad. En cualquier momento, este precario nido
podría venirse abajo, y Ellie con él.

―Oh, Dios mío. ―Tamra había llegado detrás de él, su voz era un
susurro―. Eso es un milagro. Si el auto hubiera bajado del todo. Si se
desliza ahora...
―Lo sé. ―La caída más allá del lugar de descanso del auto era mortal,
y cualquier temblor podría enviar el auto cayendo en el cañón, y Ellie a
su muerte.

―Ven conmigo ―le dijo a Tamra, que lo siguió hasta el todoterreno.

Devlin abrió la parte trasera y rebuscó entre las pocas cosas que
guardaba ahí. Un gato. Una palanca. Un trozo de cadena y otro de cuerda.

Tomó la cuerda y se apresuró a volver, ralentizando el paso al llegar al


arcén, aterrorizado de que incluso la presión de sus pisadas pudiera hacer
derrapar el auto.

Llegó al borde, rezó en silencio y miró hacia abajo.

No tenía mucho tiempo.

―No te muevas, cariño ―dijo―. Voy por ti.


Voy por ti.

Quiero llorar cuando escucho las palabras de Devlin. Más que eso,
quiero llamarlo. Quiero decirle que lo amo, que lo necesito, y que tengo
que salir de este problema para poder demostrarle lo mucho que lo amo.

Pero no puedo decir nada de eso. Puedo oír el crujido de las ramas de
los árboles, y sé que eso es todo lo que nos mantiene a mí y a Shelby en su
sitio, y cuando miro hacia abajo, todo lo que veo es una caída mortal sobre
los tejados muy, muy abajo. Si hablo, me muevo, y si me muevo, podría
morir.

―Voy a bajar ―dice Devlin, y me muerdo un gemido―. No te muevas.


No mires. Tengo una cuerda. Está atada. Voy a bajar, a buscarte y vamos
a volver a subir juntos.

Tengo que luchar contra una risa irónica. Devlin está bajando en rappel
para salvarme. ¿Qué tan poético es eso?

―Bien, ya voy ―dice― Todo lo que tienes que hacer por mí es


absolutamente nada.

Cierro los ojos, deseando poder decirle que no estoy herida. Solo
aterrorizada. Está operando solo con la fe. No hay manera de que pueda
saber que estoy consciente, y mucho menos viva, pero viene por mí.

No me sorprende. Sé muy bien que Devlin siempre vendrá por mí.

Oigo el sonido de sus pies rozando el acantilado, su pesada respiración


mientras se acerca con cuidado.

Y entonces, a lo lejos, oigo una sirena que se hace cada vez más fuerte a
medida que Devlin se acerca.
―Estoy aquí, cariño. ―Está tan cerca que puedo sentir su aliento en mi
nuca―. Muévete despacio y deja que te rodee con esto.

Trago saliva y me muevo muy lentamente para mirarlo. Sujeto el


volante con una mano y la puerta con la otra, y mi cuerpo cuelga sobre el
vacío. Tengo que levantarme hacia el volante y, al hacerlo, siento que el
auto se desplaza y oigo el duro y frágil chasquido del árbol que me ha
estado sujetando.

―Maldición ―dice Devlin, al mismo tiempo que el suelo parece caerse


debajo de mí. Oigo un ruido metálico y agudo, y al mismo tiempo los
brazos de Devlin se cierran bajo los míos.

Me tira hacia él, y mis piernas se liberan mientras Shelby se deja caer.
Solo tengo un momento para jadear para lamentar lo que pronto será un
amasijo de metal cuando se detiene brusca y violentamente, con el
movimiento descendente detenido por el pesado cable ahora enganchado
a su parachoques.

Suspiro de alivio, aunque Devlin y yo estemos colgando sobre el


abismo. Shelby está a salvo. Estoy en los brazos de Devlin.

Y en ese momento, sé que voy a estar bien.

―Jesús, Ellie ―grita Lamar mientras me atrae hacia sus brazos.


Todavía estoy atada a Devlin, así que él también es jalado cerca, mientras
Lamar lo captura en un abrazo lo suficientemente grande como para
abarcarnos a los dos―. Tienes que dejar esta mierda: conducir rápido,
tomar curvas salvajes. Cuántas veces te he dicho...

―No lo hice ―digo, apartándome para poder mirar a los dos. Desplazo
mi atención hacia Devlin. ―Estaba siendo cuidadosa porque iba a verte.

Veo el momento en que entiende mi significado más profundo, y


levanta la mano que ha estado sosteniendo con tanta fuerza y la presiona
contra sus labios.
―Entonces, ¿qué? ¿Estás diciendo que has perdido el control?
―pregunta Lamar mientras Tamra se une a nosotros, con la cara todavía
pellizcada por la preocupación―. ¿Que esto ha sido un extraño accidente?

―Está diciendo que alguien intentó matarla ―dice Devlin.

Lamar me mira y yo asiento en señal de confirmación.

―¿Quién? ―pregunta, con una voz tan acerada como el rechinar


metálico que sale del lento motor de la cadena que sube a mi auto.

―No lo sé. ―Miro entre los dos hombres―. Era un Tesla negro. Creía
que eras tú hasta que... bueno, hasta que me obligaron a tirarme por un
barranco ―añado, con los ojos puestos en Devlin. Tomo aire―. Ahora, mi
mejor suposición es Joseph Blackstone. Si te acercas a demostrar que está
detrás de las brechas de seguridad de la fundación, matarme a mí sería
una gran distracción.

―Es cierto ―dice Devlin, mientras Lamar teclea algo en su teléfono―.


Resulta que sé que Blackstone está actualmente en Utah.

―Sí, pero...

Devlin apoya una mano en el hombro de Tamra, interrumpiéndola.

―Tienes razón, por supuesto. Él no habría hecho esto personalmente.


Uno de sus lacayos.

―Exactamente ―dice ella, aunque no puedo evitar la sensación de que


eso no era lo que pretendía decir en absoluto.

―Tengo un equipo forense en camino ―dice Lamar―. Llévala a casa,


―añade a Devlin―. Te mantendré informado.

―Gracias ―digo, dándole otro abrazo―, y gracias por llamar a Lamar


―añado a Tamra, que me abraza y me acaricia el pelo.

Cuando me suelta, Devlin me besa la frente y un paramédico de rostro


amable me aparta, insistiendo en examinarme. Como estoy segura de que
Devlin quiere hablar con Tamra a solas, no le pido que me acompañe.
Pronto, el paramédico me dice que puedo irme. Me dirijo a Devlin, pero
veo que está hablando por teléfono. Así que cambio de dirección y me
dirijo al todoterreno, y me subo al asiento del copiloto. Pongo los pies en
el asiento y me abrazo a las rodillas. Me reconozco el mérito de no haber
temblado, pero no me cabe duda de que, si mi costumbre de coquetear
con el peligro era un deseo de muerte, ya lo he superado.

Estoy viva. Estoy viva porque Devlin me encontró.

Un momento después, Devlin se une a mí, y en el momento en que nos


cerramos en el interior, baja la mano con tanta fuerza sobre el volante que
todo el vehículo tiembla.

―Podría haberte perdido hoy, El. Podrías haber caído por ese
precipicio y haberte perdido para siempre.

Se gira y sus ojos arden al clavarme la mirada.

―Dime que no te he perdido de todos modos.

―Nunca ―susurro, mientras las lágrimas que he estado conteniendo


empiezan a fluir―. Por eso iba a verte. Quería...

No me salen las palabras. Me atrae hacia él, con mi cuerpo aplastado


contra la consola mientras me toma la cabeza y me besa con fuerza. Le
devuelvo el beso con la misma ferocidad, los dos dejamos por fin de lado
el terror de lo que podría haber sido y calmamos nuestros miedos en los
brazos del otro.

―A casa ―digo cuando por fin nos separamos.

Él asiente y sigue subiendo la colina hacia su casa, sin preguntar a qué


casa me refería.

―¿Y Tamra? ―le pregunto cuando entra en su garaje. Me siento


culpable por no haber pensado en ello antes. La hemos dejado tirada en
la carretera del cañón.

―Lamar la llevará a casa, y le dije que no dijera nada sobre quién estaba
ayudando a Blackstone.

―¿Qué? ¿Quién?
―Christopher ―dice, el nombre envía una nueva ola de miedo a través
de mí―. Brandy ―digo, alcanzando mi bolso, solo para darme cuenta de
que todavía está en Shelby.

―Le pedí a Ronan que supervisara la recuperación de Shelby ―dice


Devlin―. Él tomará tu bolso y se asegurará de que la traten bien.

―¿Ronan? ¿Cuándo hablaste con él?

―Hice algunas llamadas mientras los de emergencias te revisaban.

―Bien. De acuerdo. Dile que la envíe al señor Ortega ―le digo―. Él


hará un buen trabajo con ella.

―Hecho ―me asegura.

―Pero tengo que llamar a Brandy. Tengo que avisarla. Christopher


―digo, sacudiendo la cabeza mientras busco el teléfono de Devlin, que
está en la consola entre nosotros.

―No lo hagas ―dice él―. No quiero avisarle.

―Pero si se entera de que estoy bien, podría desquitarse con ella.

―Envié a Reggie a San Diego. Está vigilando a Brandy. Si se da el caso,


le dirá por qué, pero no creo que lo haga. Christopher sabe que ella está
con sus padres. No tiene ninguna razón en el mundo para ir ahí.

Apaga el motor mientras me giro para mirarlo más directamente.

―¿Por qué? ―le pregunto―. ¿Por qué Christopher ayudaría a Joseph


Blackstone?

―Porque son hermanos ―dice―, y ese imbécil se ha colado en mi vida


y en mi organización. Intentó matarte, y juro por mi vida que haré pagar
a ese hijo de puta.
Quiero estar a solas con Devlin, pero Ronan llega pisándonos los
talones.

―Tenemos que hablar ―le digo a Devlin, apartándolo mientras Ronan


entra en la cocina para hacer una llamada telefónica―. Hay cosas que
quiero decir.

―¿Cosas que quiero oír? ―pregunta, inclinando ligeramente la cabeza


mientras me estudia.

―Sí ―le prometo―, y hay cosas que quiero saber.

―Te lo contaré todo ―me asegura―, y quiero escuchar todo lo que has
estado pensando. Sin embargo, ahora mismo tengo que centrarme en
mantenerte a salvo. Así que solo tengo una pregunta. ―Me levanta la
barbilla y me roza los labios con un beso―. ¿Eres mía?

―Soy tan tuya como tú eres mío ―susurro, y suspiro cuando sus
brazos me rodean.

―En ese caso ―dice―, eres completamente mía.

Nos separamos lo suficiente para unirnos y darnos un beso largo y


profundo. El tipo de beso que normalmente nos lleva a desnudarnos
frenéticamente y a practicar sexo salvaje en la mesa de la cocina.

Lamentablemente, tenemos compañía. Por no hablar de un plan de


trabajo.

Nos encontramos con Ronan en la sala de estar, y él asiente lentamente,


mirando a su alrededor.
―Hay una razón por la que vives aquí. Este lugar es como Fort Knox.
Eso es bueno. Creo que esto funcionará bien ―dice, y luego expone su
plan.

Devlin hace algunas preguntas y luego asiente.

―Eso debería funcionar.

―Preferiría tener a Reggie aquí con nosotros, pero no quiero dejar a


Brandy sin protección.

―Y nosotros somos tres ―dice Devlin, mirándome―. Tú también


estarás armada.

―Es mejor que creas que lo haré ―digo―. ¿Pero estás seguro de que
no queremos meter a Anna y a Tamra en el bucle?

Devlin sacude la cabeza.

―Protocolo estándar para los Ángeles. Las especificaciones de las


misiones solo se conocen en caso de necesidad, y ninguna de ellas trabaja
sobre el terreno. No necesitan saberlo. Además, conocen al sujeto
personalmente, y eso no es algo que hayamos tratado antes. No están
probadas en ese tipo de engaño. Si habla con alguna de ellas y se entera
mínimamente de nuestras sospechas...

Asiento con la cabeza.

―Lo entiendo.

―Con suerte, esto termina esta noche ―dice Ronan―. ¿Estás lista para
hacer la llamada?

Tomo aire y asiento con la cabeza. Saco mi teléfono y le marco a


Christopher, luego maldigo cuando salta el buzón de voz.

―Hola, Christopher. Soy Ellie. ¿Puedes devolverme la llamada?


Gracias.

Termino la llamada, miro a los chicos y me encojo de hombros.

Intercambian una mirada, luego Devlin saca su teléfono y marca.


―Anna, hola. ¿Sigues en la oficina? Qué, no, solo una cosa. Tengo que
volar a Las Vegas. ¿Puedes llamar y avisar para que preparen mi avión?
Gracias. En realidad, hay una cosa más. Estaba tratando de localizar a
Christopher. Pensé que podría estar trabajando hasta tarde en la sala de
investigación.

Me mira a los ojos, luego a los de Ronan. Luego sonríe.

―Genial. Es perfecto. Dale un mensaje de mi parte. Solo necesito


revisar algo. De acuerdo. Bien.

Otra pausa, y luego continúa, su mirada se desplaza hacia mí, la dureza


alimentando su voz.

―Alguien intentó sacar a Ellie de la carretera, y no quiero dejarla sola,


pero tengo una teoría que quiero explorar. Claro, por eso voy a Las Vegas.
Escucha, he estado intentando contactar con Brandy, pero no obtengo
respuesta. ¿Puedes pedirle a Christopher que se ponga en contacto con
ella y que le pida a Brandy que venga a pasar la noche? Sí. A mi casa. Dale
el código de la alarma para que se lo pase a Brandy. Sí. Asegúrate de
decirle que abre la puerta y apague la alarma. Eso confunde a algunas
personas, y dile que Ellie podría estar dormida. Le di algo para relajarla.
¿Qué? Sí, las cosas están bien entre nosotros ahora.

Me mira a los ojos, su sonrisa es lenta y dulce.

―Te amo ―dice gesticulando.

Lo sé respondo, y la felicidad me invade.

El humor baila en su cara antes de ponerse serio de nuevo.

―Oh, sí. Sí, claro que sí. Gracias, Anna. Sabía que podía contar contigo.
Hablamos mañana.

Termina la llamada y se sienta a mi lado.

―Dice que te diga que lo siente y que espera que estés bien.

―¿Hacer que te preparen el avión?

―Hay que hacer que la ilusión se vea bien. ―Escribe un texto―. Marci
se asegurará de que el registro muestre que yo estaba en el avión, y estoy
seguro de que ella y el equipo tendrán una noche encantadora en Las
Vegas.

Estoy a punto de señalar que falsificar el registro es ilegal, pero me


detengo. No tiene sentido.

―¿Y ahora?

―Ahora esperamos ―dice Ronan. Me mira, y hay tanta preocupación


reflejada en su cara, que no estoy segura de cómo pude pensar que me
tenía manía―. ¿Estás bien?

―Los tengo a los dos aquí conmigo ―digo―. Me va bien. Y gracias


―añado―. Todo lo anterior es un borrón. Si no les he dado ya las gracias
por venir a ayudar y por cuidar de Shelby, lo digo ahora.

―Lo hiciste ―dijo él―, y de nada.

Sonrío y luego miro a Devlin cuando se me ocurre un nuevo


pensamiento.

―¿Y si Brandy llama para saber cómo estoy? ¿O aparece en la puerta


en noventa minutos, frenética por mí?

―Entonces sabremos que Christopher no es nuestro hombre.

Me abrazo a mí misma.

―No, creo que tienes razón. Su conexión con Blackstone, y le oí hablar


de formas de matar a alguien supuestamente en su libro y atropellarlo en
la calle era una de ellas.

Devlin se pasa los dedos por el pelo.

―Debería haberlo visto.

Sacudo la cabeza.

―Ninguno de nosotros lo hizo. Diablos, me gusta.

―Es bueno ―dice Ronan―. Es bueno en lo que hace, pero nosotros


también.

Trago saliva.
―¿Debo seguir intentándolo?

―No es necesario ―dice Devlin―. Le di a Anna el mensaje. Ella sabe


que es urgente. Nunca me ha defraudado.

Se levanta y me tiende una mano.

―Vamos a limpiarte.

Asiento con la cabeza. Tengo suciedad en la ropa y polvo en el pelo, y


dejo que Devlin me lleve al baño. Prepara un baño y me ayuda a
desvestirme y a meterme en el agua caliente. La sensación es deliciosa en
mi piel magullada. Milagrosamente, no tengo muchas heridas, pero estoy
definitivamente adolorida y golpeada, y el agua se siente como el cielo.

En la encimera, oigo que mi teléfono emite un mensaje, pero lo ignoro.


Devlin está conmigo, y ahora mismo eso es lo único que cuenta. Cierro los
ojos y suspiro mientras él me lava suavemente la suciedad de la cara y me
enjuaga el pelo.

Está sentado en un taburete junto a la bañera y, mientras me inclino,


abro los ojos y le tomo la mano.

―Gracias por rescatarme, y por cuidar de mí.

―Siempre ―dice―. Te amo, El. Siempre te protegeré. Siempre te


cuidaré. Lo sabes, ¿verdad?

―Sí ―le aseguro, con el corazón hinchado por el amor que veo en sus
ojos―. Por supuesto que lo sé.

Habíamos llegado a la casa de Devlin justo después de la puesta de sol


y llamamos a Anna con el mensaje para Christopher una media hora
después.
Ahora son casi las nueve. La hora cero, ya que suponemos que
Christopher intentará llegar más o menos a la hora en que yo esperaría a
Brandy.

Estoy en el salón con la televisión a baja potencia y una Glock de 9 mm


bajo la almohada a mi lado. Devlin está detrás de mí, cubriendo la entrada
desde la puerta lateral del garaje y la puerta principal. Ronan está en el
lado opuesto, en el cuarto de servicio, lo que le da una cobertura total de
cualquiera que pase por delante de Devlin y del cuarto de servicio, que
tiene una puerta lateral que da al patio.

Estas son las únicas entradas a la casa, y están cubiertas.

―También se puede acceder al patio ―señaló Devlin―. Hay una


escalera de caracol que sale del cañón, pero hay que atravesar el patio y
bajar por las rocas para llegar a él, y nadie que no conozca la casa sabe que
está ahí.

Estoy viendo El Imperio Contraataca, aunque no estoy prestando


atención. En cambio, estoy escuchando el pitido electrónico que indica
que alguien está usando el teclado para desarmar el sistema. El desarme
solo es silencioso cuando se hace a través de la aplicación, que, por
supuesto, Christopher no tiene.

Después de unos minutos, no aguanto más y me levanto y camino,


luego me siento y vuelvo a intentar ver la película, pero sin éxito. Me
muevo hacia el centro de la sala y le doy la espalda al televisor y al balcón
para poder hablar con brusquedad en su dirección.

―Chicos, no creo que esto sea...

Jadeo y luego me maldigo a mí misma, porque mi pistola sigue en el


sofá y estoy mirando a Ronan, que me apunta directamente con su arma.

Voy a morir.

La idea es tan segura. Tan seguro, y me odio por haber bajado la


guardia. Había llegado a confiar en este hombre, y no solo me ha jodido a
mí, sino también a Devlin.
―¿Cómo has podido? ―susurro, pero mis palabras quedan ahogadas
por el agudo sonido de su arma y el aullido de dolor que se oye detrás de
mí.

Me doy la vuelta al mismo tiempo que veo a Devlin entrar en la


habitación.

Anna.

Se ha llevado un panel de las cortinas transparentes, y ahora el blanco


de la cortina se está volviendo rojo por la herida en su hombro.

―Lo siento ―me dice Ronan―. Ella estaba a punto de clavarte.

Asiento, muda, mientras Devlin se apresura a abrazarme.

Sin embargo, después de un momento, me suelta y se acerca a Anna.

―¿Por qué? ―dice mientras le quita el arma de una patada. Ella está
encorvada contra la pared, los paneles de la cortina que aún cuelgan ahora
soplan con la brisa―. ¿Por qué? ―vuelve a preguntar, y me encojo ante
la profundidad del dolor y la traición en su voz.

Toma una parte de la cortina y la enrolla, luego la utiliza para contener


la sangre.

―Maldita sea, Anna, necesito que me digas por qué.

Ella lo mira, luego cambia su mirada hacia mí.

―Podríamos haber sido amigas ―dice, con la voz quebrada―.


Tomaste cosas que no eran tuyas.

―Devlin no es una cosa. ―Empiezo a acercarme a ellos, pero Ronan


me retiene, con una mano firme en el hombro―. Y esto no fue solo por
celos.

Devlin me mira.

―¿De qué estás hablando?

―He comprobado mis mensajes antes. Cyrus Mulroy está muerto. Por
eso no me ha devuelto la llamada. Anna lo mató, ¿no es así? Porque tenía
cintas de ella.
El odio en sus ojos es suficiente para responder a esa pregunta.

―¿Sabías que Peter te estaba grabando? ¿O tenía cámaras secretas?

Veo que su garganta se mueve mientras traga. Luego se aparta de mí,


su cara se funde en una sustancia viscosa caliente mientras se centra en
Devlin.

―Las vendía ―dice, con la voz débil y la respiración áspera―. Le


gustaba grabarme, pero luego se las vendió a Cyrus y dijo que había
terminado conmigo. Terminado.

―Devlin, tenemos que llamar al 911. ―Mi garganta está llena de furia
y angustia―. Está perdiendo mucha sangre.

―Iba a... poner esas cintas ―raspa Anna, mientras Devlin se levanta y
saca su teléfono―. El puto tío de tu novia... te hizo matar... Por eso... por
eso te dije que lo hicieras. Fingí que la orden venía de él... de tu padre.

Sus labios se mueven y lucha por las palabras.

―Tenía que... tenía que castigar a Peter porque él...

Sus ojos se abren de par en par, su cuerpo se pone rígido como si por
fin se diera cuenta de que ha dicho demasiado.

Estoy en estado de shock, la realidad de sus palabras se aglutina frente


a mí en una imagen que realmente no quiero ver. El Lobo nunca ordenó
la ejecución de Peter. Anna le tendió una trampa a Devlin para que
asesinara a su amante con el fin de vengarse por la venta de las cintas, y
todo el tiempo, Anna me ha estado acosando, tratando de deshacerse de
mí. Hasta que, finalmente, decidió matarme.

―Ella es veneno ―dice Anna, sus ojos se dirigen a mí, su cara se


retuerce mientras una ráfaga de energía parece llenarla.

Lleva la mano a su espalda y yo me tiro al suelo, segura de que sé lo


que se avecina. La veo sacar la pistola. Oigo el ruido de la bala y luego la
veo desplomarse en el suelo, con su arma secundaria cayendo de sus
dedos, ahora flacos.

Me giro hacia Ronan, pero esta vez no apretó el gatillo.


Devlin lo hizo.

Mató a la mujer que creía que era su amiga para salvarme.

Jadeo y corro a sus brazos. Esta vez, Ronan no me detiene. Nos


hundimos en el suelo, abrazados mientras Ronan marca el 911.

―Lo siento ―digo, segura de que su corazón debe estar rompiéndose,


toda su realidad cambiando―. Lo siento mucho, mucho.

―Te lo dije ―susurra―. Siempre te protegeré. No importa el precio.


No importa lo que cueste.
―Ni se te ocurra ―digo, mientras la mano de Devlin serpentea por mi
muslo, aprovechando la hendidura del vestido de baile―. No hay manera
de que me despeines antes de que aceptes este premio.

―¿Y después? ―pregunta.

―Después es una obviedad ―digo―. ¿Cuántas chicas pueden decir


que se han follado al humanitario del año en la parte trasera de una
limusina?

―Odiaría que te perdieras eso ―dice.

―Bien. Porque no tengo intención de hacerlo. Aun así ―añado,


tomando su mano y deslizándola por mi pierna―. Solo un adelanto.
―Guío sus dedos hacia arriba, hasta que se hace dulce, deliciosa y
frustrantemente obvio que no llevo nada debajo del vestido.

Gime en señal de protesta cuando retiro su mano.

―Tomaremos el camino largo de vuelta al hotel ―le prometo.

―Sí ―dice―. Lo haremos.

Nos sonreímos el uno al otro, y luego viajamos en silencio durante las


siguientes manzanas. Estamos a punto de llegar al teatro de Manhattan
donde se celebra la ceremonia de entrega de premios. Me acerco y le tomo
la mano.

―¿Estás bien?

Desde que Anna murió, hemos hablado mucho de lo sucedido. Hemos


escuchado a Lamar reñirnos por no haberlo involucrado desde el
principio. Por burlar la ley y por poner nuestras vidas en riesgo.
Y vimos la cara de sorpresa de Brandy cuando le contamos todo, incluso
cómo habíamos sospechado de Christopher. Lamar se había llevado a
Christopher para interrogarlo formalmente, pero no había nada que
sugiriera que estaba trabajando con Anna en su intento de deshacerse de
mí. En cambio, las piezas del rompecabezas parecen sugerir que fue mi
investigación sobre Peter la que puso en marcha la bola. Porque tarde o
temprano, descubriría lo del porno, y eso llevaría a Cyrus y a las cintas de
Anna. Cintas que ella quería mantener ocultas.

Todo porque ella amaba a Devlin, y en su mente confundida creyó que


podría ganarlo si se deshacía de mí y limpiaba su pasado.

En cuanto a si Christopher estaba trabajando con Joseph Blackstone en


la información filtrada, tampoco había pruebas. Aunque eso no es algo
que Lamar sepa, pero Devlin y Ronan y el resto de su equipo están
vigilando la situación. ¿Y yo? Solo espero que no se vuelva contra Brandy.

Sobre todo, estoy feliz de estar viva y con Devlin. Tenemos trabajo que
hacer, por supuesto. ¿Qué pareja no lo tiene? Pero lo amo, y eso hace que
valga la pena.

―¿Devlin? ―presiono.

―Estoy bien ―me asegura―. Solo...

―¿Qué?

―Este premio. ¿Qué te parece?

Oigo la pregunta más grande en sus palabras. Está recibiendo el premio


por la faceta fundacional de su vida, pero también tiene otras facetas.
Facetas que utilizan acciones duras para resolver problemas aterradores.
Métodos que las causas humanitarias de todo el mundo podrían
encontrar preocupantes, por no decir otra cosa.

―Me parece maravilloso ―le digo con sinceridad―. Te lo mereces.


Este premio, y mucho más.

Me acerca y me besa.

―Gracias.
―No dudes de ti mismo.

Se ríe.

―Rara vez lo hago. ―Suavemente, me acaricia la mejilla―. Y si te


muestro mis debilidades, debe significar que te amo.

―Lo haces ―digo―, pero no eres débil. ―Inclino la cabeza y sonrío


mientras recito las palabras que una vez dejó para mí, impresas en una
nota que dejó como talismán―. Recuerda siempre que eres fuerte.

―Contigo a mi lado, no puedo ser otra cosa. Ahora bésame rápido.


Estamos aquí.

Nuestros labios se rozan, el beso se prolonga mientras esperamos que


se abra la puerta. Hay una alfombra roja y una multitud a ambos lados
tras las cuerdas de terciopelo.

En cuanto se abre la puerta, el ruido aumenta y las luces parpadean


mientras la multitud grita su nombre y sus preguntas. Casi me rio, porque
nunca había caminado entre los paparazzi y, aunque evito las redes
sociales, seguro que mañana buscaré fotos.

Entonces empiezo a prestar atención a las palabras reales. Es entonces


cuando mi sonrisa se convierte en plástico y se me hiela la sangre.

―¿Es cierto?

Devlin me agarra la mano con más fuerza.

―¿Te llamas realmente Alejandro López?

―¿Cómo has conseguido mantener tu identidad oculta durante tanto


tiempo?

―¿Por qué el engaño, Señor Saint?

―¿Hiciste trabajos malvados para tu padre?

―¿Cómo puede tener el descaro de aceptar el Premio Humanitario del


Consejo Mundial con un nombre falso?

―¿Es su padre realmente Daniel López?


―¿Realmente creciste con El Lobo?

―Devlin, ¿mataste a tu padre?

Nuestro paso se acelera, y aunque parece que el paseo ha sido eterno,


sé que solo han pasado segundos desde la limusina hasta el interior del
teatro. Ahora, el sonido y las luces han desaparecido, y estamos dentro
con el Comité de Premios, y me duele la mano como si los huesos se
rompieran.

Miro hacia abajo y me doy cuenta de que me está apretando la mano.

―Devlin ―le digo suavemente, con el corazón doliendo tanto como mi


mano por el dolor que veo en sus ojos―. Devlin, me estás haciendo daño.

Por un momento, no pasa nada. Entonces me suelta tan rápido que se


diría que lo he quemado. Su pecho sube y baja, y su cara es
completamente inexpresiva.

―Señor Saint. ―Un hombre con esmoquin se adelanta―. Soy Arthur


Packard, el presidente del comité. ¿Cree que podemos hablar?

―Por supuesto. Me gustaría que la señorita Holmes nos acompañara.

Packard asiente y nos conduce a una sala trasera.

―Si me disculpan un momento.

Se va, y Devlin se encuentra con mis ojos.

―Van a retirar el premio. Se centrarán en sus otros oradores y me


dejarán de lado.

―Sí ―digo, porque por supuesto eso es lo que va a pasar.

―Maldita sea. ―Se golpea el muslo con el puño―. Maldita sea.

Quiero tocarlo. Curarlo, pero sé que no puedo hacer nada, y una


puñalada de terror me atraviesa. Antes me apartó porque creía que era un
peligro para mí. Ahora, con su mundo explotando a nuestro alrededor,
no se puede negar que todo está a punto de cambiar. Solo Dios sabe qué
secretos se revelarán y qué pruebas tendremos que afrontar.

Y, sí, me aterra que me aleje de nuevo.


Entonces los ojos de Devlin se abren y me mira directamente, con una
mirada llena de fuerza y ferocidad, pero lo que veo, sobre todo, es amor.

Lentamente, sin una palabra, me tiende la mano. La tomo y la agarro


con fuerza. No sé lo que nos espera.

Pero sé que superaremos esto. Porque juntos, Devlin y yo, podemos


sobrevivir a todo.

Continuará..

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